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Una bieicleta que tiene el poder de ar fuerzas para campedn de liso que desaparece sinexplicacién, pero permanece para siempre en a memoria de os nifios {de un barria santiaguino. La bicicleta magica de Sergio Krumm es un relato conmovedor sobre cémo hasta las metas més dificles se aleanzan corriendo en equipo y quizas también con algo de magia Marcelo Guajardo es poeta, pe- riodista y magister en Literatura Fue becatio de la Fundacion Pablo Neruda durante el afio 2003. Ha recibido numerasos premios de poesia y ha publicado los libros TTeseo en el mar hacia Cartagena yepilogo dea aventura (Ediciones del Temple) y Un mamento propicio para el exilio (Editorial Das Kapital, entre ots. A PARTIR DE 12 ANOS peal ik M | DE VAPOR Frames oe cicleta magica rgio Krumm 9 Guajardo EL BARCO (5 La bicicleta magica” de Sergio Krumm Marcelo Guajardo ediciones ea) La bicicleta magica de Sergio Krumm llustracion de portada: Alvaro de la Vega A. Primera edicién: octubre de 20 Providencia, Santiago ATENCION AL CLIENTE ‘No ests permitidalareproduccin total o parcial de este iron su tratomiento Informatco, isu transmision de ningun ferma 0 por media, y sea digital electrico, mecsnic, por fotocopia, regjtrou otis metodo, sin el permis previ yp Ttlores del copy. nor7cH En memoria de Sergio Tormen y Luis Guajardo PRIMERA PARTE UNA BICICLETA SUBE LA CORDILLERA Llegamos a la casa de calle San Dionisio en Santiago Sur en julio de 1980. Era la primera casa propia de mi familia después de afios de ahorro y de arrendar por aqui y por allé: A mi padre siempre le gusté ese barrio, un lu- gar de gente honesta y trabajadora, decia. El era juez y su oficina estaba en el centro de Santiago. Mi madre se ocupaba de las labores de la casa y mantenia un pequeio taller de costura. Era silenciosa, de la manera en que solo las madres pue- den serlo. Amorosa y severa cuando correspondia. Mi hermana pequeia y yo fuimos nifios afortu- nados. Mis padres nunca fueron mezquinos con el carifio y nos llenaban de arrumacos cada vez. que podian. No nos falt6 nada, ni nada nos sobré, Con los afios he aprendido a apreciar la austeridad de mi familia. En un mundo que acumula s utilidad, las lecciones er feliz in juicio todo tipo de cachivaches que recibi de nifo me han servido para s con Io justo, La historia que les voy a contar comenz6 el ve- rano de 1986. Ela muchos sentidos. En marzo, un terremoto habia anterior habia sido agitado en remecido la Zona Central de Chile. El sismo nos habia encontrado en la casa de nuestros abuelos paternos, Recuerdo con claridad el movimiento acompasado del parrén leno de racimos maduros, mientras un ruido ensordecedor, como el de un rio de piedras enormes chocando con otro, subia desde el fondo de la tierra. Cuando pienso en ese dia, atin hoy vuelve a mi esa extrafia sensaci6n de sobresalto y confusién. Y aunque para un chileno los temblores son cosa co min, seguramente nunca nos acostumbraremos lo suficiente a los terremotos. Creo que esto pasa por- que para la mayoria de las personas lo mii es la tierra que pisan y cuando esta seguridad se seguro pierde, simplemente abandonan toda esperanza Esas vacaciones empezaron como todas: con la sensacién de navegar en un inmenso mar de tiem- po disponible. Un enorme mar calmo donde los minutos y las horas pasan tan lentamente como aquellas nubes del verano movidas por la brisa. Un mar tranquilo, solo alterado por el estridente timbre de la tarde que anunciaba la hora de salir a jugar con los amigos. Mis amigos. Los verdade- ros protagonistas de esta historia. Qué hombre es 10 capaz de escapar de los dulces recuerdos de sus amigos de infancia? ,No son acaso esos recuerdos la tinica ciudad que nos perteni No lo sabemos con cert para siempre? a hasta que los afios nos abrazan el cuerpo y el alma. aot La calle San Dionisio era muy tranquila. Una tipica calle de Santiago construida en los aitos cin- cuenta, de casas de fachada tinica y patios interio- res. Las acacias crecian en sus veredas, un Arbol noble que soporta bien la falta de agua y florece al despuntar la primavera con pequefias flores blan- cas y aromaticas. Lily Santibaftez vivia justo al frente mio, en una s blancas. Era la me- statura, delgada, de casa azul de puertas y ventana nor de cinco hermanas, de mi pelo castaito, corto y ojos grandes y vivaces. Muy veloz y gil, trepaba Arboles y tejados més rapido que cualquiera de nosotros. ‘Tres casas mas alld, por la misma vereda, vivia Nando Bastidas. Alto para su edad, de abundante pelo grueso y rubio, pecas marrén y ojos verdes. Desalifiado, siempre con camiseta blanca, jeans y zapatillas. Vivia junto a su padre, un jubilado de ferrocarriles, lacénico y malhumorado que lo rega- faba constantemente. 13 Marraqueta Mardones vivia en la casa contigua al almacén de dofia Olivia, casi al llegar a la esq) na de San Dionisio y Club Hipico. Le decfan asi por el peinado que de nifio le hacia su mamé: una partidura al medio que, en su grueso cabello colo- rin, lo hacia ver como una verdadera marraqueta. Yo, Beto Cisternas, vivia con mi hermana Teresa y mis padres en San Dionisio 1323. Como les decia, todo comenz6 un dia de enero de 1986. Marraqueta habia pinchado su querida bicicleta Caloi —digo querida porque su padre se la habia comprado siendo él muy nifio, tanto que tuvo que esperar a crecer para usarla—. La Caloi de Marraqueta era toda una celebridad en el barrio. Todos los niftos decian que tenia pode- res magicos. Y aunque yo nunca me terminé de convencer de esa teoria, debo decir que la historia que le dio origen atin no me la explico totalmente. Sucedié un par de veranos antes del 86. Con mis amigos habfamos creado un circuito para co- rrer con nuestras bicicletas. Le llamabamos el ci cuito suicida porque habia un par de saltos que eran de lo més peligrosos. Uno de ellos, que esta~ ba justo antes de la meta, consistia en sortear una acequia —que por sus dimensiones, més parecia un canal— tomando impulso sobre una rampa que habiamos construido con piedras y palos. 14 Era un artefacto completamente inestable, como supondran. Una maiana, vinieron los nifios de la otra calle a pavonears con sus bicis nuevas. Unas bicicrés que habjan recibido para la Pascua y que, a juzgar por cémo brillaban, las habian usado muy poco. Resulté que uno de los nifios, el Gordo Pulgar il, como el dedo—, que era el lider de los Pa- rafina (les deciamos asi porque vivian en la calle de la tinica bomba de bencina que habia en el ba- rrio y, segtin nuestro particular olfato, siempre te- nfan olor a parafina), nos desafié a una ca nuestro circuito sui raen ida. El Gordo Pulgar nos dijo que no tendria problemas en derrotar al mejor de nosotros y que para demostrar la confianza en sus capacidades y las de su nueva bicicrés, apostaria su bolsa de bolitas. La bolsa de bolitas de Pulgar también era céle- bre en el barrio. Contenia los mas finos ojitos de gatos, bolones de acero y bolitas multicolores que la imaginacion pudiera concebir, Se decia que ha- bia tardado aftos en reunirla. Para nosotros, aque- la bolsa era lo mas parecido al mayor tesoro que hubiésemos visto en nuestras cortas existencias. Nuestro mejor corredor, Nando, estaba con yeso desde hacia una semana, y Lily, quien le se- guia en velocidad arriba de la chancha, no estaba 15 dispuesta a probar esa precaria construccion que Hamabamos rampa y que, curiosamente, ella habia ayudado a construir. —Yo voy —dijo Marraqueta, acercando al gru- po su antiquisima Caloi azul. Y al verla, el Gordo solté una gran carcajada que se oy6 hasta en el estadio San Eugenio. —2Y contra ese vejestorio quieren que compi ta? —pregunté burlonamente—. Deben estar lo- cos, pero si asi lo quieren, acepto. Y si pierden, me llevo este fierro viejo para vendérselo a don Lalo, el de la desarmadurfa. Estamos? —Estamos —contesté Marraqueta muy seguro. Demasiado, considerando lo malo que era para an- dar en bicicleta. Los dems tratamos de persuadir- lo, pero fue imitil. Marraqueta tenia una fe ciega en su bici y estaba convencido de poder vencer a su contrincante. Los corredores se pusieron en el punto de par- tida, y a la sefial convenida, partieron raudos Como era de suponer, Marraqueta se queds atrés Gordo rapidamente le habia sa- de inmediato. cado una vuelta de ventaja y pedaleaba como si fuese la tiltima carrera de su vida. Marraqueta mantenia un ritmo cansino, y parecia que estaba mids preocupado de sortear con decoro todos los obstaculos antes que de derrotar a su oponente. 16 Llegé la tiltima vuelta y, con ella, el salto sobre a acequia que era necesario para ganar la carrera, Frente a nosotros pasé soplado Pulgar, arriba de su bicicrés, dispuesto a alcanzar la mayor veloci- dad posible para sortear la zanja. Iba todo bien, hasta que puso una rueda sobre la rampa. Como era de suponer, esta cedié al peso del corredor y La bici del Gordo no se elevé en lo mas minimo y avanzé directo al fondo se abrié cual banana sp pantanoso de la acequia. Mientras, Marraqueta avanzaba sereno hacia el obstaculo. —iNo, Marra, no! —gritamos a coro, pero Ma- rraqueta continué avanzando, preso de un inex- plicable trance que le impedia escuchar lo que ocurria a su alrededor. Siguié pedaleando como si nada y a unos metros del foso aceleré su Caloi: Ya estébamos pteparados para lo peor, cuando sucedié algo extraordinario. Marraqueta, a unos cuantos cen- timetros de la acequia, se paré sobre los pedales y con un rapido movimiento de su cuerpo levanté la bici. La maquinita se elev6 del suelo como una pluma y cruz6 sin problemas la zanja. En este punto de la historia, los testigos del he- cho tenemos distintas versiones. Para mi, el salto era fisicamente realizable, considerando la veloci- 17

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