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Patsa 79 Se S| ALFAGUARA JUVENII aero eee oe) CTT t =: 1-10 Carlos Schlaen Peusa 79 ALTAGEARA ‘® Del texts: 2003, Carlos Schlaen ‘De las ilustraciones: . Carlos Schiaen, De esta edicion: 2008 Aguilar Chilena de Ediciones S.A. DecAnibal Arizila 144, Providencia Santiago de Chile Grupo Santiliana de Ediciones S.A. “Toneiapuna 60, 28043 Madd, Espa. ~ Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de C.¥. ‘ava. Universidad, 767, Col. del Valle, México D.F. CP. 03100 + Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de Ediciones ‘Avda. Leandro N. Alem 720, C1001 AAP. Buenos Aires, Argentina. + Santillana S.A. Avda. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima, Peni. + Ediciones Santillana S.A. ‘Constitucion 1889, 11800 Montevideo, Uruguay. + Santitiana 5.8. ‘Asda. Venezuela N° 276 eMcl. pea y Expat, AsuneiGn, Paraguay. + Santillana de Ediciones S.A. Avda. Arce 2333, entre Rusendo Gutiérrez y Belisario Salinas, LaPaz. Bolivia, ISBN: 978-936-239-517-5, Impreso en China/Printed in China Primera edicin en Chile: febrero 2008 ‘Segunda edicién en Chile: junio 2008 Disedio de coléccién: Manuel Estrada “edo los derechos revervas sua publicacion no puede sr reproduc. nes ‘odo en pane: regia eno ase pot lu sett de recuperacion de nformaci, et ‘inguna fora a or angus medio, sex mecca Foraguinice,elecwoaico, magneto. eecwoiptico. prfoecopi.ocualge un el semis prec pores dela Edkona EI caso del futbolista enmascarado Carlos Schiaen Hustraciones det autor Pelusa FO e 1 55 El estudio de la mansién Oliveira era la habitacién mds protegida e inaccesible de la ciu- dad. Aquella mafiana, sin embargo, un cajén de su escritorio habia amanecido abierto. Este hecho, que en cualquier otro caso no hubiese Hamado la atencién de nadie, habia bas- tado para desplazar las noticias del resto del mundo en las primeras paginas de los diarios locales. Y¥ no era para menos, Luis Oliveira era el empresario més poderoso del pais —{Un cajén abierto...? {Eso es todo? ——murmuré, mientras sumergia la punta de una medialuna en el café con leche. —Serd un tipo muy ordenado —ironiz6 Pepe, pasando el trapo rejilla por el mostrador. Pepe es, en esencia, un hombre formal y rara vez bromea, pero lo cierto es que, tal como habia sido publicada la informacién, era muy dificil tomarla en serio. Si bien las notas abunda- ban en detalles que describian las deslumbrantes caracteristicas de la mansién y Ia fabulosa riyue- za de Oliveira, apenas inclufan unas pocas Iineas Pelwsa 79 acerca del motivo que habia ocasionado semejan- te revuelo periodistico. En resumidas cuentas, sélo deofan que el mayordomo de la residencia habia ingresado al estudio muy temprano, para ocuparse de la limpieza. y habia hallado el dicho- so cajén abierto que desaté la tormenta. Imaginé el escdndalo que hubiese armado ese buen hom- bre si le hubiera tocado encontrarse, sin previo aviso, con el cotidiano espectaculo que ofrecen los cajones de mi esctitorio. Pero yo no soy millonario, no tengo mayordomo y la impreza no es una de las prioridades de mi bufete de abo- gado (tampoco de sus virtudes, deberfa admitir). * A esas horas de la mafiana. el bar de Pepe es un lugar tranquilo y silencioso, frecuentado. salvo excepciones, por sus parroquianos habi- tuales: toda gente de trabajo y yo que, cuando lo tengo, también lo soy. Por esa raz6n, el enorme televisor de treinta pulgadas, recientemente incor- porado a sus instalaciones, permanece apagado hasta el mediodja. Esta regla slo es vulnerada cuando un evento extraordinario lo justifica. Y ésie, decidié Pepe, lo era Los canales de noticias repetfan, con lige- ras variantes, lo que ya conociamos, y exhibian el impresionante despliegue que habian montado frente al domicilio de Oliveira. Camarégrafos, reporteros y curiosos se apretujaban entre el férreo cordén policial que les cerraba el paso hacia lacasa y un pufiado de astutos vendedores ambulante: recién legados con la esperanza de abastecer 2 jaurfa humana congregada en el sitio. Algunos cronistas, para Ienar el vacfo de informacién (o para profundizarlo, segiin se mire), entrevistaban a los escasos vecinos que se prestaban al didlogo y que, previsiblemente, no aportaban ningtin dato significativo. Otros, a fal- ta de novedades, procuraban alimentatlas reite- rando hasta el cansancio las nunca aclaradas denuncias que involucraban al empresario con Agnashlandas, una compaiiia fantasma que. en las ditimas semanas, habia sido descubierta en turbios negociados de lavado de dinero y tréfico de armas. Ya habia perdido el interés en el asunto cuando, de repente, la aparicién de una nueva ima- gen en a pantalla volvié a concitar mi atencién Asediado por un grupo de periodistas, en la esqui- na de] Departamento Central de Policia, sobresalfa el inconfundible rosiro de! comisario Galarza. —jOye...! No es tu amigo, ése? —excla- m6 Pepe, quien, por lo visto, continuaba bajo los influjos de su singular sentido dei humor. Ambos sabjamos que el comisario Galar- za no es amigo de nadie y mucho menos mio. DPe isa 79 10 Nos habiamos enfrentado en varios casos! y nuestra relacién se basa, desde entonces, en una mutua, aunque respetuosa, antipatia. Pero es un tipo recto e imaginé que si habfa accedido a hablar con la prensa era porgue"tenia un anuncio conereto que hacer. ¥ asi fue. —En relacién con el hecho ocurrido esta madrugada en la residencia del sefior Luis Oli- veira —dijo—, estoy en condiciones de comuni- car que se ha identificado a un sospechoso y que se ha procedido a su arresto. Es todo por ahora. Buen dia. Luego amagé con retirarse, pero el acoso de los reporteros lo detuvo. —jComisario! ;Comisario! No se vaya! ‘Diganos el nombre! ;El nombre del sospechoso. —gritaban. Galarza parecié dudar ante el reclamo y eso me intrig6. El jamas duda; ni siquiera cuando se equivoca. A ese hombre la presién del perio- dismo debfa de afectarlo menos que una tibia bri- sa de verano. Sin embargo, esta vez no terminaba de decidirse. Al fin, visiblemente incémodo sacé un papel de su bolsillo y, como si adivinara las inevitables consecuencias de ese acto, lo ley en vor baja: —El detenido es Daniel Alfredo Taviani. Ter Bicaso det cantante de rock, Et caso del videojuego y El caso de 1a modelo y los lentes de Elvis il El efecto que provocaron aquellas pala bras fue fulminante. Un silencio generalizade apagé todas las voces y el estupor estall6 ante las camaras de television, enmudeciendo por igual « los cronistas que rodeaban a Galarza y a la enor- me audiencia que en esos momentos se hallabe frente a las pantallas. Si habia algo que nadie esperaba era escuchar ese nombre mencionado en un s6rdido parte policial. Porque Daniel Aifre- do Taviani: lejos de ser un desconocido, era la mis reciente y firme promesa del ftitbo] nacional. La rapidez con que se estaban precipitan- do los hechos en este extrafio asunto era sorpren- dente. No sdlo habian alcanzado una difusién excepcional en las pocas horas transcurridas des- de el episodio del mayordomo, sino que, ademés, la policfa ya habia apresado a un sospechoso. Y todo por un cajén abierto. + Al eabo de un rato subj a mi oficina. Aun- que no tenia ningtin caso entre manos, el dfa pinta- ba bien. Habfa conseguido un par de juegos nue- vos para la computadora y Ia falta de trabajo era el pretexto ideal para dedicarme a ellos sin remordi- mientos. Pero no Ilegaria a darme el gusto. Acaba- ba de encender la maquina, cuando dos golpes en Ja puerta alteraron dramdticamente mis planes. 12 Pdusa 7D 13 Era Pepe. Si bien su bar se halla en la planta baja del edificio, podfa contar con los dedos de una mano las veces que habfa estado en mi oficina. Por eso. y por la severidad de su ros- tro, asumf que su visita no serfa un mero acto social. Estaba acompaiiado por una mujer con quien lo habia visto conversar en algunas ocasio- nes, pero jamais me habia hablado de ella. Hasta esa mafiana. —Esta es Pilar —dijo—. Su familia es de mi pueblo y necesita de ti. Fue suficiente. Aquella era una indica- cién de que la cosa venfa en serio y, también, una clara advertencia. El puebio al que se referfa era, en realidad, la aldea de sus ancestros en Galicia Y, pese a que nunca habia puesto un pie alli, todo lo relacionado con ese lugar tiene, para él, un cardcter sacramental. En su particular cédigo de valores, Pepe habia establecido que esa mujer era su familia y que un pedido suyo era como si él mismo lo formulara. Pilar parecia rondar los setenta afios. Menuda, de rasgos duros y mirada de acero, era la clase de persona con la que uno no desea man- tener una discusién, Consciente de ello, procuré ser amable y le ofrecf una silla. Pero la anciana rehusé la invitacién con un gesto de impacien- cia, obligdndonos a permanecer de pie junto a la puerta. —No tengo tiempo que perder —dijo—. Quiero sacar a alguien de la cdrcel. ;Puedes? Por lo visto la sefiora no se andaba con. vueltas. Hacia menos de un minuto que la canocia y habia logrado ponerme a la defensiva, en mi pro- pia oficina, sin que yo todavia supiera por qué. ——Depende —balbuceé—. {De qué esti acusado? —Dé nada —respondis. Si lo que buscaba era desconcertarme, debfa admitir que Ic estaba consiguiendo. Aun asi, me las arreglé para articular una opinién aceptable. —Bueno, supongo que en ese caso sera sencillo. —Tal vez no... —intervino Pepe. —4Por...? —pregunté. —Porque es el futbolista que vimos hace un rato en la tele. Lo primero que pensé fue que me estaban tomando el pelo, pero para eso hay que tener sen- tido del humor y Pilar, se me ocurrié, no lo tenia. En cuanto a Pepe, yo habia sido testigo de que unas horas antes habia agotado su dosis anual de ironias. Esos dos estaban hablando en serio. ° ‘4 DPelusa 79 Mis esfuerzos por imaginar la vincula- cién de la anciana con un implicado en el entuer- to del cajén abierto fueron tan intitiles como mi pretension de encarrilarla hacia una conver- sacién ordenada. Esa mujer era inmune al didlo- Tgnoraba la mayorfa de las preguntas que le hacia y s6lo respondia, con evidente fastidio, a las que ella consideraba importantes. Sin embar- go, debo reconocer que no tardé en armarme un cuadro de situacién bastante claro. O ella era més expresiva de lo que yo crefa, 0 mi cerebro habfa adquirido insospechadas facultades telepé- ticas para entenderla. Pilar era la encargada del edificio donde vivia Taviani desde su Ilegada a Buenos Aires, hacia ya varios meses. Al muchacho, que habfa llevado una existencia muy simple en el interior, le costaba adaptarse a su nuevo estilo de vida en la ciudad. Timido por naturaleza, sin amistades y carente de experiencia para enfrentar la stibita notoriedad que habfa alcanzado, buscé apoyo en la Gnica persona que lo habfa ayudado en sus necesidades cotidianas. La amiga de Pepe. Al principio, s6lo se habia ocupado de cocinarle ocasionalmente o de mantener su ropa limpia y planchada pero, poco a poco, esa relacién fue afianzéndose hasta que ella terminé por conver- tirse en una especie de madre sustituta para ef futbolista. 16 Padusa 79 17 Confieso que no me resulté facil conce- birla en ese rol, pero me cuidé de mantener la boca cerrada, En honor a la verdad, ni siquiera me hubiese atrevido a, sugerirseio. —Vea, sefiora —dije, en cambio—. Daniel Taviani es muy valioso para su equipo. El club tiene sus abogados que, probablemente, ya estardn trabajando en esto... —¥1 no los va a aceptar —me interrum- pié, con firmeza—. No confiamos en ellos y. mucho menc: en los abogado: —Yo soy un abogado —me animé a recordarle. —Es diferente. Tit has sido recomendado —afirm6, mirando a Pepe, quien asintié con un gesto grave. No supe si tomarlo como un cumplido 0 una amenaza, pero preferi no pensar en ello y apagué la computadora. Los juegos deberfan esperar. Ahora tenia un nuevo caso, + A nadie le gusta entrar en el Departamen- to Central de Policia y yo no soy la excepcién. Pero tenia que hablar con Taviani y, si le habia entendido bien a Pilar, deduje que se hallaria detenido alli. La inusual presencia de periodistas, apostados frente a la puerta principal, confirmé esa suposicién, Asi que pasé junto a ellos, respiré hondo y subj las escalinatas anhelando salir cuanto antes de ese edificio. El oficial de guardia me inspecciend de arriba abajo cuando le presenté mi credencial de abogado. Seguramente esperaba que anduviese de chaqueta y corbata, pero yo s6lo me vestia de esa manera para casamientos o velorios. Sin embargo, me reservé esa confidencia. Después de todo no estaba alli para hablar de ropa. —Taviani-no-quiere-abogados —dijo. fin—. Ya vinieron los del club y no los recibi —A mi me va a recibir. Digale que me manda Pilar —le respondi, con mds vehemencia que certeza. —{ Quién...? —pregunts. —Pilar —repeti, cruzando los dedos. El tipo levant6 el tubo del teléfono sin ganas y transmiti6 el mensaje. En su boca. resul- taba menos convincente de lo que yo habia cref- do. Pero no Iegué a preocuparme. Tras unos segundos, farfullé: —Tercer piso. oficina 304. Si esperaba una mirada de asombro de su parte, me quedé con las ganas. No habia logrado impresionarlo. Ahi nadie se impresiona facilmente. ¢ 18 La oficina 304 no era un calabozo, pero hacfa poco por desmentirlo. Algunos muebles. ninguna ventana y un tubo fluorescente que, de tanto en tanto, parpadeaba en el techo. Para com- pletar el cuadro, un fulano de uniforme cerré la puerta a mis espaldas no bien entré. Taviani parecfa mas pequefio de io que imaginaba. Tal vez porque sentado en esa habita- cin, junto a un escritorio vacfo, costaba asociar- lo con sus momentos de gloria en la cancha 0, tal vez, porque todos parecemos mis pequefios en el Departamento Central de Policia. Todos. excepto Jos canas. a Nuestro primer encuentro no fue auspi- cioso. Me recibié en silencio y apenas si respon- dié a mi saludo con un leve movimiento de su cabeza. Atribuf su recelo al hecho de que, para él, yo era un perfecto desconocido y decidi apelar a mi simpatfa profesional para ganar su confianza. Dado que atin no habia visto su expediente, me senté frente a él y le pedi que me contara, con sus propizs palabras, por qué lo habian deiénido. Fue econdémico. Uso exactamente dos: —No sé. «Estamos igual», pensé, aunque me mor- di la lengua. Se suponfa que yo estaba allf para ayudarlo. —j Qué razon te dieron al arrestarte? —pre- gunté, procurando simplificarle las cosas. Pedusa 79 6 Pero el tipo no colaboraba. Sélo se limirs a encogerse de hombros. —Y¥ cuando llegaste aqui. ‘No me fue mejor. Ahora ni siquiera pestafied. Esto no serfa sencillo. A Taviani no le gustaba hablar o se resistia a hacerlo. Comprendi que. de seguir asf, perderia el dia entero en el ‘intento. de modo que me guardé la simpatfa para tuna ocasién més propicia y fui directe al punto: —jEstuviste ayer en el estudio de Oliveira? Esta vez, si, tuve suerte. Dijo: —No, —Bien. Ya es algo —respiré con cierto alivio y me acomodé en la silla. En realidad no tenia muchos motivos. Mi cliente era una tumba y todavia ignoraba de qué Jo acusaban, pero al menos podia situarlo fuera del escenario de los hechos. —De acuerdo —afirmé—. Para empezar, vas a declarar que no estuviste en Ja casa de Oliveira. Taviani no contest. En lugar de ello, bajé la cabeza y adiviné que mi paciencia suftiria un duro revés. Y asi fue. —No puedo... —dijo. —jgCémo que no...?! —exclamé, al borde de un ataque de furia—. ;,Qué es lo que no ” —Declarar eso. —insist. —igPor qué?! —Porque ayer yo estuve en su casa... ° No los cansaré con la reproduccién del didlogo que siguié a la sorprendente revelacién de Taviani. Sélo diré que fue largo, agotador y, por momentos, exasperante. Una vez descifradas las escasas respuestas que consegui arrancarle, la explicacién de su presencia en esa casa result ser, en cambio, bastante sencilla. La tarde previa, el futbolista habia asistido a una recepcién en la residencia de Oliveira. A pesar de que esta novedad complicaba la situacién de mi cliente mas de lo que habia creido, no me alarmé demasiado. Si bien habia estado en la mansién, lo cierto era que no habia sido el tinico. De acuerdo con sus estimaciones, a la fiesta habfan asistido alrededor de treinta per- sonas. O sea que la lista de sospechosos habia aumentado notablemente. En ese instante, la irrupeién de un policia en la oficina suspendié mis especulaciones. El comisario Galarza quiere verlos —anunci6, desde la puerta, haciéndonos una sefia para que lo sigamos. Aunque hubiese preferido contar con mayor informacion antes de encontrarme con él, DPelusa 7? 2 resolv{ no hacerlo esperar. Nunea es bueno hacer esperar a un comisario. > Galarza nos aguardaba en su despacho, Tenia el mismo aspecto que en el noticioso de la majiana, pero el gesto incémodo de aquel instan- te frente a las cdmaras habfa desaparecido. Por el contrario, su rostro, ahora, era el habitual. Inex- presivo y frfo. Eso no me gust6. —La recepcién de ayer empezé a las 19 y terminé a las 22 —dijo, obviando los saludos—. 7A qué hora se retird usted? Eso tampoco me gust6. Se estaba diri- giendo a Taviani, ignorindome deliberadamente. Habiamos empezado mal. — {De qué recepcidn esta hablando? —inter- vine, determinado a poner las cosas en su sitio. Los tres, en esa habitacién, sabiamos de qué se trataba, pero yo queria forzarlo a responder- me, Por otra parte, fue lo primero que se me ocurri6. Y dio resultado. Galarza, observandome de reojo, contests —De la que se hizo en la casa de Luis Oliveira. El sefior fue invitado y quetemos saber cuando se marché. —{Por qué? DPelusa 79 ery —De eso hablaremos mas tarde —insis- tH6, pronunciando cada palabra como si la masti- case—. Antes necesito confirmar a qué hora se fue de la reunién. —No, comisario, Antes debemos saber de qué se lo acusa. Galarza parpades y presenti que habfa dado en el clavo. Durante unos segundos nos miramos en silencio, midiendo fuerzas, y cuando cref que ya lo tenia, Taviani, inesperadamente, abrié la boca. —No me acuerdo —dijo. Hubiese querido matarlo, pero estaba en el lugar menos indicado para ello. Ademds, me hubiera quedado sin cliente. Galarza, satisfecho, insinué una sonrisa Muy calmo, se levanté de su silla y se acerc6 a un televisor ubicado en el rincén del despacho. —Tal vez esto se lo recuerde —sugiri6. Luego introdujo una cinta de video en la casetera que se hallaba sobre el aparato y la puso en marcha. + - La imagen, sin sonido, mostraba a un grupo de gente cruzando ta enorme puerta de dos hojas de la mansin Gliveita. La mayorfa de ellos eran conocidos: artistas, modelos, deportistas, 23 politicos. Algunos muy elegantes, otros procu- rando serlo, avanzaban en una linea ordenada frente a una cémara oculta tras la cabeza canosa de un hombre que verificaba sus invitaciones. Sonrefan, despreocupados, sin saber que sus ros- tros eran registrados con meticulosa precisién por sus desconfiados anfitriones. La grabacién, evidentemente, pertenecfa al servicio de seguri- dad que custodiabe la residencia. Galarza adelanté la cinta hasta Ilegar al lugar que le interesaba y alli la congelé. Era Taviani, enfundado en un extrafio impermeable celeste, en el momento de ingresar a la reunién. A diferencia del resto, se veia serio, casi preocu- pado. En el éngulo inferior de la pantalla, un reloj sobreimpreso establecfa que habfa legado a las 19:06. —Supongo que estamos de acuerdo con que ése del impermeable es usted —dijo. Imposible negarlo; Ia imagen era clarisima. —Bien —continué—. Ahora veamos la segunda parte. El enfoque era idéntico sdlo que, en este caso, la gente se desplazaba en sentido contrario, retiréndose de la casa. Fueron diez largos minutos de tiempo real, que concluyeron cuando el mismo canoso de antes cerré las puertas. La fiesta habia terminado con la partida del ultimo invitado-a las 22:21. No me cost6 mucho deducir lo que se pro- aad Sadusa ponia Galarza. Taviani no estaba entre ellos. La mano venfa mal y con los naipes que me habjan tocado, supe que no irfa demasiade lejos. Me quedaban dos caminos: callarme o alardear. Por supuesto, elegi alardear: —Esto es muy interesante, comisario, pero ,qué esta tratando de probar? —dije, apenas detuvo el video. —Que su cliente no se fue con el resto. —Para mi, lo tinico que prueba esa cinta es que Taviam no tue tomado por ja camara —repli- qué, con una suficiencia que no sentfa—. E1 pudo haber salido tapado por alguien del montén o... —No se moleste, abogado. No vale la pena —me interrumpié Galarza y volvié a conec- tar el aparato. Su juego no habia terminado atin. La escena, ahora. era distinta. Semies- condido entre las ramas de una densa enredadera, aparecfa un pequeiio portén metdlico. Estaba cerrado —Es la entrada de servicio de la mansién —aclaré Galarza Durante un rato, nada sucedié. El cuadro se mantuvo estitico hasta que. de repente, el por- t6n se abrié y una silueta, cubierta por una espe- cie de tinica con la obvia intencién de ocultar su cara, asomé por el hueco. La puntada aguda de una alarma sacudié ga mi sistema nervioso al descubrir que esa tunica era, en realidad, un impermeable celeste. Pero eso no fue todo. Tan pronto salié ala calle la silueta cometié un error incomprensible. Aunque sostuvo la proteccién de su improvisado escudo visual hacia el frente, se dirigié hacia la derecha, justo donde estaba Ja cémara, exponiendo nitida- ‘mente su rostro ante ella. Era, ya lo habrén imaginado, Daniel Alfredo Taviani y el reloj indicaba las 23:01. Galarza se habfa guardado su mejor carta para el final. ° Abandoné el Departamento Central de Policia con el 4nimo por el suelo. La contunden- cia del video no slo habfa desbaratado los pocos argumentos que tenia, sino que, ademas, profun- dizé el hermetismo de Taviani. Tanto, que no vol- vié a responder ninguna pregunta. Ni siquiera las mfas, Galarza, interpretando su silencio como una admisién de culpabilidad, lo mantuvo detenido bajo el cargo de «intrusi6n a propiedad ajena». El cargo era absurdo, pero no pude objetarlo. No tenfa con qué. Esos cuarenta minutos de los que Daniel se negaba a hablar me habian dejado en blanco. Era la primera vez en mi carrera que debia lidiar con un cliente reacio a defenderse y, ig Ti Casa 7? 27 aunque jamas habia renunciado a un.caso. llegué a considerar esa posibilidad muy seriamente, Sin embargo, era hora de almorzar y no de tomar decisiones. Nunca es bueno hacerlo con el 2stémago vacio. El bar de Pepe estaba cerca y el plato del dia era milanesa rellena. Nadie las hace mejor que él: crocantes por fuera y rebosantes de arella derretida por dentro. No lo pensé més: Sambié el rumbo y hacia allf dit ‘Al cruzar Ia calle me distrajo un estruen- do de bocinas. Un Ford azul con vidrios polariza- dos habia clavado los frenos en medio del transi- to, provocando un pequefio embotellamiento_a cierta distancia. Segui mi camino. Yo andaba a pie y aquél no era mi problema. ‘Al menos, eso fue lo que cref. ° Definitivamente las milanesas rellenas Ievantan el dnimo. Mucho més si son dos y vie~ nen acompafiadas con papas fritas. Hacfa apenas un rato que me hallaba en el ary ya vefa las cosas de otra manera. Pepe me habia reservado un lugar junto al mostrador y me habfa servido de inmediato. El televisor estaba encendido, pero no le presté demasiada atenci6n. Las maniobras para evitar que el queso fundido se escurricra de la mailanesa exigian toda mi concentracién. Recién con G DP elusa 28 Jostiltimos bocados recuperé el pleno uso de mis sentidos y descubri que estaban hablando del «Escindalo Taviani>. Asi lo Hamaban, Salvo el dato de la recepeidn realizada en Ja mansion Oliveira, el resto de la informacion era la misma que a la mafiana. Le pedf a Pepe el control remoto y elegi otro noticioso. Fue muy oportuno. Un fulano de traje gris, radeado de periodistas, leia un breve texto: —...y ante los hechos de dominio publico que involucran al presidente del Grupo, desea- mos puntualizar que el seftor Luis Oliveira se encuentra en el exterior desde hace una semana y desmiente la gravedad de los mismos. Muchas gracias. El fulano era ef vocero del empresario y acababa de lanzar una bomba. El estallido no se hizo esperar. Un aluvién de preguntas broté al unisono en la concurrida conferencia de prensa, pero él, impasible, no respondi6 a ninguna. Cus- todiado por varios grandotes con cara de pocos amigos, se limit a desaparecer tras una puerta. Si lo que habia buscado con esa extraiia desmentida era esclarecer lo sucedido en la casa de su jefe, podia decirse que habia logrado, exac- tamente, el efecto contrario. Ahora, el misterio del cajén abierto se vefa mas confuso que antes. Sin embargo, algo estaba claro. Oliveira queria restarle importancia al asunto. Ignoraba co a sus razones, pero a mi me convenfa y no dejarfa de aprovecharlo. Suspendi el postre y fui a buscar ei Citroen. Por el momento, seguia en el caso. v4 i ul Lu F eas 79 = 2 % La mansién Oliveira quedaba en las lomas de San Isidro. Desde esa mafiana era el domicilio mas conocido del pais, asf que no me costé mucho localizaria. Ocupaba una manzana entera y una muralla de dos metros de altura la protetia de visitas indeseables. Esperaba no encajar er esa categorfa porque me proponfa visitarla. Con la tinica excepcién de jos camiones de televisién y de algunos reporteros, la calle esta- ba desierta. Se hallaban cerca de la entrada princi- pal y supe que, para evitarlos, debfa actuar con rapidez. Avancé lentamente delante de ellos y al llegar a la entrada, de improviso. giré el volante hasta ubicar el auto frente a un sélido portén de acero que, por supuesto, estaba cerrado. Imaginé que habria un timbre para tocar, como en cualquier casa de vecino, pero imaginé mal; esa no era cualquier casa, ni su duefio un vecino cualquiera, Lo que habja era una casilla de vigilancia embutida en el muro y dos guardias Ienos de musculos que me miraban sorprendidos tras un vidrio mas slide que el portén. Se me ocurrié que a esos tipos no les agradaba ser sor- prendidos, pero ya era tarde para remediarlo. —;;Qué hace?! —gritd uno de ellos a través de un megafono oculto. —Vengo a ver a la sefiora de Oliveira —res- pondf, sin saber muy bien hacia dénde hablar. —La sefiora no recibe a nadie. { Quién es usted? —Soy el abogado de Taviani y puedo conversar con ella... 0 con ellos... —dije, hacien- do una sefia con el pulgar hacia los periodistas, que empezaban a aproximarse—. Usted decide... Habia dado en el clavo. El hombre s6lo dud6 un instante antes de abrir. Su jefe n0 queria mas esc: dalos y él no deseaba corer el riesgo de provocarlos. ° Apenas crucé el portén, aparecié el guar dia, Venfa acompafiado por un déberman que tra {fa todos sus dientes encima... y me los mostraba Eran grandes, muy grandes. —Estacione ahi —ladré (el guardia, no & déberman). Obedeci y cuando intenté abrir la puerta me advirt —No se lo aconsejo. E] grufiido del animval termind de conven corme y permaneci sentido en ef auto, Suelo caer 32 Padua vo 33 es bien a los perros, pero con ése no me hice ilu- siones. Me miraba como si fuera el enemigo y tenia el aspecto de haberse masticado a unos cuantos. Al cabo de varios minutos interminabies, el tipo escuché algo en el audifono que levaba. y dijo: —Puede pasar. Respiré aliviado y puse el Citroén en marcha. Felizmente arrancé enseguida. El sendero, de pedregullo rojizo, se inter- naba en un pargue arbolado que descendia suave- mente hasta el borde de una barranca suspendida sobre el ffo. Allf se levantaba la casa, por llamar de alguna manera a aquella enorme construcci6n blanca que resplandecfa bajo el sol de la tarde Oliveira, habia que admitirlo. vivia bien. ‘Me detuve justo al pie de la escalinata que ndiiefa a la puerta principal. Aunque habia otros autos estacionados a unos metros de dista.cia, no quise exponerme a nuevas sorpresas, con el ani- malito de la entrada ya habia tenido bastante. Uno de esos autos era un Ford azul, igual al que habia provocado el incidente de trénsito cerca del Departamento Central de Policia, pero habia cientos de Ford azules en la ciudad y, atin siendo el mismo. no tenfa motivos concretos para sospechar de él. Me olvidé del asunto y subi los escalones. pregunténdome si esta vez encontrarfa un timbre. No aleancé a averiguario; la puerta se abrié antes y un mayordomo de uniforme salié a recibime.

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