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Esfera azul

gira, gira
en el salón de juegos
dados redondos
infinidad de órbitas
trazadas.
Solo se ve el impulso
No hay manos,
ni pies
¿dónde la intención?
¿quién el triunfador?
¿cuántos son?
¿Tablero de ajedrez
o mesa de billar?
¿Bolitas estelares
o payana que se expande
en el divino big bang?
El icor, oscuro
color del firmamento.
La diadema de Ariadna
perdida queda
en un estrellado laberinto.
La cruz del sur
languidece
por su pasión de brillo.
La vía blanca,
leche del seno divino
y titilante,
nada transparenta.
El poderoso Orión
sostiene en su espada
a las tres Marías,
la Hidra se retuerce
como los bucles celestes
de la ptolomeica Berenice.
El Pez cristiano acompaña
a la Paloma
del mítico Noé
que anuncia desde el cielo
a la tierra cercana
mientras Perseo, remoto centinela
del Asgard o del Olimpo
o quizás del divino Paraíso,
sacude a la Medusa
para amedrentarnos.

Nut, tan egipcia y nocturna


como el primer día
protege el secreto.
No lo vemos.

No entendemos si hay festín


o premio.
No sabemos este juego
ni si de alguno de ellos,
sirenas vírgenes,
crucificados minotauros
o bendecidas gorgonas,
saldrá un vencedor.
MEMORIA PRIMERA
ARS POETICA

Tejer sobre una hoja blanca.


Tela finísima
delicada trama
donde la araña
punta delgada y áspera
traza, enmaraña, atrapa.

Tejer
gerundio, adverbio,
letra,
hilos de negra plata
arácnido/verbo
que se desliza
oscuro
animal que surge
en silencio
sobre una hoja
blanca.
Sabes quién es.
A cada paso
el suave roce
de su falda
te lo indica.
Tu piel la llama.
Miles de fogatas se encienden
en cada uno de tus poros
y el aire se siente
fustigado con tu olor.
No la nombres.
¿Para qué?
No hay letra que contenga
el círculo de sus caderas
ni verbo que explique
ni uno solo de sus pensamientos.
El silencio la conoce tanto como tú.
Déjala hundirse, entonces,
en el hueco vacío de tus labios
y pégala a tu lengua.
No la definas.
Nada de ella
obedece a la claridad del sol
sino a las curvas
que envuelve el terciopelo
de la luna.
Eres astuto. Sonríele para que entienda
y sea el aliento el que recorra
la distancia.
Mírala. Cuando te dé la espalda
descubrirá su encanto.
Pero no la sueñes
porque si lo haces,
conocerás el peligro de sus rocas.
La noche erizará misterio
mientras te cobija
y ella, leve como una mariposa,
desplegará su música a los cuatro vientos
solo para seducirte.
EL BANQUETE DE LOS DIOSES

El vino se esparció sobre las copas.


Brindaron abajo por la felicidad.
Otros, por las nubes que pisaban.
Hubo risas, pequeñas bromas que descendían
en grandes misterios.
Alguna llamarada se extinguió con el primer sorbo.
Las sonrisas ardieron en la dulce bebida.
Fue una fiesta entre canto y juego.
Himeneo entre el Cielo y la Tierra
donde un dios de carcaj hundió su ponzoña invisible
con dardos afilados.
La herida se abrió en el rojo
brotó de las ánforas el resinoso vino.
Artero y letal dio en el blanco
el negro desconsuelo.
Pero arriba la dicha se amortajaba
en los labios del dorado banquete
cuando abajo la sangre regaba
el terroso suelo.
Rieron los dioses en su cielo
y lucharon los hombres en la tierra
en nombre de sus ídolos.
Una lluvia de oro
atravesó los corazones
se instaló en los puños
en forma de monedas.
Arriba, en aras de la Virtud se bebió
néctar en los sagrados cálices.
mientras el Amor, abajo,
dormía su divina borrachera
en una cueva oscura
olvidado.
Sopla el viento,
una ráfaga que lleva adelante
papeles y polvo.
Se ensucian las veredas.
Desdibujado, el camino avanza.
Las nubes, puertas
infranqueables que encierran
el cielo,
mientras la tormenta arrecia
y la lluvia
único puente con la tierra,
se escapa entre los goznes.
Hay dioses que observan
sin inmutarse.
Desde su atalaya de amapolas
y desiertos,
ocultos entre las estrellas
observan.
Sonríen con diluvios y huracanes
entre los dientes.
Mudos testigos de las horas que pasan,
amantes de las despedidas,
no voltean la cabeza
para hablarnos.
LEDA

Un cisne juega.
Cuello ágil
y gemido
de plumas blancas
aletea.
Se sacude en un espasmo
mientras se baña.
Hasta que emprende vuelo
hacia los labios
de la bella.
Canta.
Cisne de pico rojo
y palabras nuevas
vuela.
Del vientre de la joven
surge Helena.
Sangre
en la tierra.
BODAS DE HELENA

Sirvieron el vino en las mesas.


Copas de plata y bronce para el brindis
de medianoche.
Se felicitaron todos por el logro
la novia y el novio rieron
como dos ángeles de miel y azúcar
el velo cubrió los labios del beso
de desposada
y el Amor, alas frágiles y arco de luna,
disparó su flecha oblicua de fuego y mármol
muy lejos.
El sol se pone, una moneda, dices, una moneda roja
peaje de antiguo dios que cobra por el viaje
y cae el sol en el agua
o se derrite entre las olas mientras un hilo invisible
que nadie teje
lo sostiene.
Un intenso río interior con olas
sirenas furiosas con cola de espuma y azufre.
Cruzar el río, la barca crujiente y vacía
sin timonel
el cauce vasto y revuelto.
Iniciar el viaje hacia alguna parte
no importa la aurora ni la cruz del sur
que guía a la noche.
Conocer insomnes guerreros
feroces gaviotas
amazonas de luz
en cada puerto esquivo y distante
hasta llegar al mar.
Encontrar la isla perdida y remota
donde se oculta la espada letal
la lanza de plata que atesora el filo
de un día más.
LA TIERRA PROMETIDA

A veces creo que hay algo que se escapa,


un significado oculto entre todas las certezas,
una presencia
más allá de los ojos,
una tierra prometida o una bella Ítaca
a la que Ulises desconoce.
¡Quién sabe qué montañas la ocultan
o que mares intensos y espumosos
la protegen
de estas orillas peligrosas!
Parece inalcanzable desde este punto
del universo,
poseedora de todos los tesoros,
lejana.
A veces, cuando todo se vuelve roca
y el camino es áspero y doloroso
la imagino isla o península,
inexpugnable y bella.
Tal vez allí se cantarán canciones
cuando la luna alumbre sus ciudades
lejos,
más allá del océano
donde tienen plumas de pájaro las semillas.
Quizás naden gaviotas en la tormenta
mientras delfines de alas brillantes atraviesan
las nubes,
medusas con perfume de rosas
embriagarán jaurías
y caracoles, nidos de animales marinos,
titilarán
como estrellas.
Allá lejos,
ciudadelas de mármol blanco
nacerán de las olas que golpean
y bueyes de cornamenta de lira
mugirán sin descanso
anunciando la llegada
de la noche.
La luna, iluminará la tierra
allende los mares,
donde crecen mariposas
que no vuelan
y los niños rezan plegarias
a las noctilucas.
Cada amanecer, cada puesta de sol
de sangre y oro
los hombres montan corceles de fuego
y penumbra
para que el sol nunca se detenga.
Las mujeres, vestidas de púrpura
y amapola
corren descalzas por la orilla.
En las mañanas de invierno
tocarán con mano helada el agua y desde lejos
más allá de los mares
cantarán una canción bellísima
con voces que parecen gotas de lluvia mansa.
Ruinas de bronce y plata brillan como lámparas
al caer la noche
mientras dioses antiguos bajan de sus templos
para orar por ellos mismos cuando la gente canta.
Allá a lo lejos
el silencio parece el trotar de mil corceles
y el ruido es inmenso como el mar en calma.
La arena recubre los baldíos, la costa tiene forma
de abanico y las playas llegan hasta los jardines.
Un grano de arena tiene perfume
de azucenas y jazmines.
En los desiertos y en los bosques los mediodías
agitan resplandores en el horizonte.
Cuando alguien muere, la tierra,
madre generosa que cobija,
los recubre en su seno
al igual que a niños que recién nacen
y amamanta.
Nadie llora nadie grita
el alma ríe cuando vuela y sube
alto alto alto
hacia un lugar desconocido y blanco...
pero eso sucede lejos
más allá del océano de mis males
en la Ítaca que no es de Ulises,
prometida tierra sin abismos
donde el barquero de la vida lleva a los elegidos
para que la adopten
como patria.
TESEO

Siguió el camino.
Hilo largo atado a las rocas
para guiarlo.
No tuvo consuelo.
Fueron miles de cavernas
engullendo la madeja.
Recovecos enquistados
en el alma
donde no había escapatoria.
Más allá, nada tenía
que ver con la claridad
de la tarde.
Solo pedazos oscuros de cielo
atormentando la mañana.
Gritos de gaviotas
clamando por los peces
alimentaron su agonía.
Siguió andando sin responder.
No conocía las preguntas.
Más allá, el mar
y el último puerto
de la desconfianza.
El horizonte era una línea escasa,
sin fuerzas para detenerlo.
No debía pensar.
El razonamiento lleva a creer
que los misterios multiplican
los sueños.
Sin embargo, no había tiempo.
El barco partía ya
levantando sus velas negras.
PIEDRA SOBRE PIEDRA

Tocan las campanas.


Tocan erguidas
sin rozar la piedra
y sin embargo
vuela lejos una nube
vuela...

Se aligera el pie
perseguido por la tormenta
sin embargo
el árbol prendido con sus dedos largos
a la tierra queda...

Huyen de la costa los peces,


las ostras
esconden madreperlas
y sin embargo
las olas vuelven
a besar la arena.

Espuma blanca que late


a los pies de una sirena,
¿escuchas?
¿Acaso escuchas su canto?
No temas.
Es sólo el rugido del mar
cuando el viento apurado
golpea.

Sin embargo, hijo mío,


ve despacio,
ve despacio,
el camino te espera.
HELENA

El día se resuelve
tras los vidrios,
luz entretejida
entre los árboles
chispazo de hojas trémulas

vuela el silencio
y cae a lo lejos el horizonte
las nubes, naves que surcan
el ponto abovedado
de la tarde, arrasan el azul.
Empuja el viento
sus velas espumosas
hacia desconocidas costas,
bello paisaje.
Avanzan traicioneras,
flota de nubes
en pos de la conquista,
ciudad amurallada
que se derrumba
tarde traicionada y sola
que se desploma
cárdena y sin sol,
no puede verse el norte,
siguen las nubes su trayecto
oscuro de saqueo
se llevan la rubia cabellera
de la luz.
Se van con ella.
Nada dejan.
A lo lejos gritan las gaviotas.
Las nubes/naves vuelan.
La noche
llega.
Hoy la luna se recorta enorme,
hueco blanco luminoso,
cavidad profunda que atraviesa
la noche
como una herida de luz,
útero redondo capaz de parir
indefinidamente
la historia del hombre
desde el primer día.
Astro concebido desde el misterio,
inmortal,
igual a esos dioses que hoy
han muerto
y nadie llora.
He visitado, madre, tierras que no
imaginabas
conocido el perfume de las ruinas
a los pies de montañas
donde guerreros y mujeres de largos cabellos
veían transcurrir sus días

he caminado, madre, por sendas milenarias


y tropezado con rocas antiguas llenas de rezos proféticos
he tocado con tus dedos de otro mundo
la piel frágil de lo bello
columnas sosteniendo templos que intuyo
y estatuas perfectas como el sueño
parecían decir, contar su historia, cada golpe de cincel
una muda palabra en labios de piedra.
Madre,
he recorrido el viejo trayecto el largo camino de Ulises
pero no pisé Ítaca
me duelen, madre, los lestrigones y las sirenas
que no cantan
aúlla el perro fiel a su dueño
pero no está, madre, no está
no lo veo
y aunque Penélope teje y teje
un tapiz invisible que se llena de polvo
y los pretendientes gimen su muerte inútil
en silencio
he caminado, madre, por esos caminos viejos.
Ahí estás
después de años y años,
invencible
sin una arruga
un atisbo que delate los días inmensos
las noche insomnes.
Como un dios antiguo,
formidable,
escudo de silencio tu mirada.
Así, con la Estigia bañando tus talones,
inmune
sonriente
ajeno.
Te escucho y un eco profundo
roca de piel y huesos impenetrables
deja oír su voz desde tu altura
y mis oídos
arremolinadas mareas de otros tiempos
sirenas encalladas y mudas
se olvidan de su canto.
Es difícil, es, y sin embargo vuela alto el gavilán,
ave pequeña que ayer apenas abría el pico
en el nido amoroso.
Es difícil y sucede.
Es difícil la tormenta, a pesar del sol y el aire cálido,
el verano que sopla en la arena
pero sucede la lluvia y el temporal
cuando no se espera.
A veces el tiempo es un hilo frágil, ovillo de Ariadna,
desenrolla un camino invisible
imposible volver, se piensa
y sin embargo, sucede.
Los pasos tienen memoria, la misma distancia
mil años después,
igual sintonía que en los años antiguos.
A pesar del deseo rojo y azul,
del laberinto que el cuerpo construye en las venas,
el hilo irrompible no olvida el camino,
no se enreda.
Llueve el día con rayos de plata gris
se descuelga el cielo, animal sin huesos
de un celeste y límpido silencio.
Caen hojas, otoño ocre alrededor del cuello
de cada árbol
ramas como aspas de una maquinaria antigua
que regresa puntualmente
a librar su batalla.
Y la calle es cómplice de la lucha contra el viento
minúsculo paso de transeúnte que no avanza
cuando sopla el pampero.
Nuestro dios es tormenta, fuerza poderosa de arrastre
aunque no haya ofensa.
Libemos en el altar de un bóreas sureño en esta tierra blanca,
aún más al sur
que la tierra de los bienaventurados,
aquí, libemos, donde el viento es dios y los días
se disuelven en una ofrenda que los vuelve ráfaga.
Hoy, la oscuridad es una vasija profunda,
solo luces titilantes dejan adivinar su misterio.
Trancado detrás de cada puerta, el silencio parece un transeúnte más,
Odiseo en busca del fin de su viaje.
Todo simula un cuadro.
La rendija de la ventana
encierra desde mis ojos lo que no se percibe adentro.
Afuera, existen
el frío, la niebla, las voces que los fantasmas perdieron en su otra vida,
los aleteos que nadie escucha,
el jadeo nocturno de un acto de amor en el parque.
Pero la mirada penetra.
Traspasa la sombra y como un rayo de sol,
hiere con espada vengadora el disfraz desnudo de la noche,
esa bóveda honda y brillante
incapaz de ocultar nuestras miserias.
El verano se adivina
no muy lejos, el calor se intuye
y los árboles, teñidos con los colores
de bienvenida,
festejan.
Como un coro de bacantes con la florida
cabellera al aire
los ciruelos, los almendros, los naranjos
danzan al viento
y murmuran un canto profano.
Celebran
la llegada del dios
al que nadie reza.
Podría
tañer cada instrumento
hasta extraer el sonido más acabado
la nota más pura de toda la música.
Sería entonces posible que el sol se apagara
y la luna recortada de blanco en el cenit
de la noche
latiera como Sirio cuando ruge en las venas
del Can Mayor.
Todo sería posible en verano
cuando el cuerpo vibra como una estrella
de fuego
y el vino, ese oloroso perfume del deseo,
perfora el vientre con cristal terrible,
abriendo la carne indefensa
para el amor.
Otra orilla atrapa la quimera
de la felicidad.
Pasa el río, como dijeran los antiguos, pasa.
Pequeños nubarrones
surgen y vuelan como aves agoreras.
Penumbra que sacude la llanura.
El Leteo es el río del olvido y el Aqueronte
donde el barquero navega como un ser vivo,
se desvanece entre las sombras del verano.
Y sin embargo, es un engaño, un subterfugio de agua fresca,
fauces abiertas de otro mundo,
para llevarse la carne débil, los huesos blancos,
la esperanza verde que se esconde en el retoño
de una flor.
Árbol reseco rasga con sus dedos
de hueso/madera.
El cielo, pesado cascabel
de sombras,
abierta herida de luna/mujer
que sangra.
Árbol, reseca ponzoña
corteza de verrugas y piel
no muere.
Mujer, devuélveme el mar,
la noche descalza y serena.
Cúbreme de polvo,
azúcar negro de la tierra.
Parirme dentro de tu puño,
útero dulce y miel.
Será para mí un consuelo saberte ahí
entre la noche y la última vestal,
dormida apenas.
MICENAS
Una tarde de fuego
el sol a veces tiene algo
de incendio
arrasa la brisa que sopla
y quema
con el verano que llega detrás
de las viejas montañas.
Allí aún retozan los sátiros
decrépitos y frágiles como racimos
de uvas,
y las ninfas de carnes blandas,
el cabello antiguo
indomable y ríspido.
dilatan el viaje final
de sus canas
en juegos que ya no disfrutan.
Apenas comprenden que el tiempo
pasa como el fuego del sol
y los deja resecos,
huesos,
ruinas,
pequeños dislates que todavía
palpitan
en la memoria.
Duerme el guerrero en su tumba
con la medida exacta,
manto la tierra que lo cubre
piel de polvo color arcilla
en los dedos.

Duerme el guerrero de tantas batallas


la sangre de otras sangres
no es la suya
la lanza/raíz
donde la muerte sepultó semillas
en sus huesos.
Duerme guerrero
en paz
otro sueño.

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