aban, y que con eso nos harfan un favor a todos
y habria menos muerte y menos sufrimiento. Y
aquella tarde nos hablaste a la salida el taller, y de
tanto en tanto volvias a ver con odio hacia el sa-
on, en donde el tomo tronaba mondtonamente.
Por todo eso que decias de las maquinas nos ex-
fra que al segunclo mes comenzaras a trabajar
horas extra, pero comprendimos que tratabas de
juntar el dinero lo més pronto posible para mar-
charte de una buena vez. Y yo te imaginaba du-
rante las noches frente al torno, odidndolo, adolo-
ido todo vos por el estruendo al que ya sabjamos,
que no te acostumbrarfas.
Por todo esto me doli6, de veras.
Cuando al dia siguiente tratamos de reproducir
lo sucedido, comprendimos que vos te habia:
agachado para moldear el detalle de una pieza.
Comprendimos que el torno prens6 tus cabellos,
que seguramente gritaste pero no habia nadie
que escuchara. Comprendimos que trataste de
alcanzar el interruptor pero que te fue imposible,
que vos también supiste que la duracién de tu
agonfa era del largo de tu pelo, y que cada vuelta
del tomo acercaba més y mas tu créneo a los pi-
fiones.
A la mafana siguiente, yo tuve que limpiar la
méquina.
Mitomanias
A Veron va Tana,
Auawita
na vez que terminamos, la doctora Gutiérrez
se puso de pie y me mir6, el pelo negro desli-
zAndose hasta su mentén a contraluz. rosado. Yo
no le dije una palabra, pero traté de mirarla como
‘una supone que se debe mirar en estos casos, inte-
rrogando seriamente con los ojos y empujando
dos'o tres parpadeos para reforzar la intensidad
de la pregunta. Ella guard6 un silencio profesio-
nal y cejijunto, y suspiré mientras Javier irrumpia
en mi memoria, fumando un cigarrillo tras otro
all, en la salita de espera, como lo habia visto yo
por tiltima vez antes de entrar. Todavia tuve tiem-
ode pensar en paps, que si sucedia lo peor como
Yo esperaba se iba a volver loco, me iba a echar a
patadas de la casa, me insultaria mientras mama
frataria de calmarlo, imploréndole y llorando, ah
mamé,
La Gutiérrez consult6 unos papeles mientras yo
terminaba de abrocharme los pantalones, y mi
ensamiento se deslizé de nuevo hacia Javier, ha-cia su primer sueldo que entonces inauguraba y
hacia el desinterés con que lo habia puesto a la
disposicién de las circunstancias que, natural-
‘mente, lo requerian. Pensé también en la angustia,
con que debia esperarme, olvidado del hilo del
que pendian sus proyectos de apartamento con
dos cuartos y hall-comedor, su plan de tocadiscos,
de dischotheque todos los sdbados y de una vez
por mes fin de semana en Jacé Beach, Y ahf esta-
ba Javier, encendiendo un nuevo cigarrillo mien-
tras papé seguramente en la oficina, desentendido
de la angustia de su hijita menor, Patricia del al-
‘ma, corazén de melén.
La doctora enfrente de mi segufa consultando sus
apeles, pero yo sentia que estaba en un gran tri-
bbunal, vestida con una capa pirpura y no con la
‘gabacha blanca, sentia que la doctora estaba alld
‘con una de esas togas rimbombantes y no en su
consultorio con el pelo descubierto y léseo y per-
fumado; la doctora levantaba el martillo de made-
ray colocaba el resultado de los exdmenes sobre la
mesita de cristal, golpeaba el martillo y hablaba.
Y era lo peor, claro. Pregunté que cémo no nos ha-
bbfamos dado cuenta antes, pero yo comprendi que
no debia contestarle, supe que esa era una de las
preguntas estiipidas que legan demasiado tarde.
Quise decirle que si nos hubiéramos dado cuenta
no estariamos ahora ahi, que si yo me hubiera en-
gordado desproporcionadamente, claro; pero que
no, que nada de eso habia habido. Y que hasta ha-
«ia poco habiamos notado que lo de los pantalones
repentinamente chicos no podia ser cuestién de
golosinas, que lo de la mestruacién interrumpida
no era cuestién de nervios, como Javier y yo habia-
‘mos pensado en el primer momento. Pero el esca-
lofrio y cierto respeto y la desilusién y el miedo me
detuvieron, y no dije nada como me correspondia
¥ dejé que la doctora siguiera.
Dijo que suponfa que era la primera vez. y suponia
bien. Explicé que de mis circunstancias hablaria-
‘mos luego, y yo no quise preguntarle a qué se re-
feria con mis circunstancias. Garabate6 una hoja
y me pidi6 que realizara los examenes que ahi se
indicaban. Dio media vuelta despidiéndome de
‘esa manera tan sutil que tienen los doctores y se
encaminé hacia la puerta. Yo por un momento no
pude seguirla y me quedé parada ahi, con la hoji-
ta entre las manos y con la boca abierta, sintiendo
que las piemnas me traicionaban durante un mo-
‘mento hasta que algo adentro finalmente se reco-
necté y pude seguirla, caminar hasta la entrada en
donde me despidié con una sonrisa y con un apre-
t6n formal de manos.
Aquella tarde, después de visitar a la doctora, Ja-
vier me llevé a un lugarejo en donde me repitid
que era imposible, en donde me pregunté desbor-
dado sobre lo que fbamos a hacer mientras yo lo
miraba como pidiéndole una tregua, como tratan-
do de decirle que no era necesario que me agobia-
ra con sus réfagas de estupidez, que ya tenia yo
suficientes preguntas para hacerme y que por fa-
vor me dejara en paz. Le decia esto con los ojos y
”me sorprendia de que junto a la preocupacién del
nifio, brotara la imagen de la abuela; algo tan leja-
no, tan intrascendente para mi en aquel momento.
Pero volvia, su rostro como un bollo de pan blan-
coy mojado, triste, con una tristeza inmévil y con-
gelada en la cémara del hospital, con los cables
entréndole y saliéndole por la nariz y por los bra-
120s, con las enfermeras blancas y casi eternas con-
trolando las perillas que le daban el oxfgeno y el
suero; ella impavida en la sala gigantesca, envutel-
ta en la burbuja de cristal como una cristlida en-
ferma, Yo no entendia nada de eso y trataba de
orientar mis pensamientos hacia la situacién més
inmediata, hacia papé y hacia el nifo y Javier, pe-
ro la abuela regresaba y se entrometia entre una
cosa y otra con una insistencia tan tenaz que me
lev6, al regresar a casa, a preguntarle a papa por
ella. El me miré un poco sorprendido por mi st-
bito interés, interés que contrastaba con la més,
bien escandalosa indiferencia con que yo habia se-
guido su enfermedad, los sobresaltos telefnicos a
mitad del almuerzo, los comentarios de mamé a
sus amigas informando que la situacién de la se-
fora se habfa estabilizado, que se encontraba en
tun punto en el que era dificil discern con clari-
dad en qué lado estaba, pero que de cualquier ma-
nera seguia, entre facturas astronémicas de la cli-
nica y entre pesadillas de algunos miembros de la
familia, que decian desconocer cuanto tiempo
‘ms podrian soportar esa situacién, la impotencia
de mirar a la abuela agonizando pero sin decidix-
se, en un estado del que bien sabamos que no ha-
bia recupéracién, pero en el que papé habia deci-
dido mantenerla hasta el dltimo momento, no iba
a ser el hijo quien matara a su madre.
Por aquella recurrencia de la imagen de la abuela
Ja tarde en que vimos a la doctora, yo sospechaba
una relacién, un hilo subterréneo entre el aborto
que decidimos al sexto cofiac, y la estética agonia
dela abuela. Sin embargo, no era el momento pa-
ra pensar en sosas de ese tipo, habia que decidir
con prisa antes de que la situacién se complicara
més.
Se habl6 de un matrimonio repentino, de una lu-
na de miel en Europa en donde todo tomaria un
‘cauce normal; se hablé de una estadia en el ex-
tranjero més 0 menos prolongada y de un regreso
al pafs con la situacién bajo control. Pero nos era
imposible. Contemplabamos el balance entre las
‘murmuraciones, las sonrisas burlonas, los comen-
tarios malintencionados a nuestras espaldas, la
siibita omisin de nuestros nombres para las fies-
tas del club, y optamos por una salida més al al-
cance, més cémoda si se quiere, pero en todo caso
mis segura, menos escandalosa y propensa a las
suspicacias.
Javier pidi6 vacaciones en Ia oficina y se dedicé
durante una semana a arreglar las cosas. Por las
rnoches me visitaba y me traia alguin regalo, tratan-
do de reproducir el ciclo que papa y mama habian
conocido. Recuerdo que una de esas. noches,
‘cuando Javier se hubo marchado, mamé me llam6a su cuarto y me pregunt6 si todavia no pensaba-
‘mosen el matrimonio, Yo evadi como pude, le di-
je que hasta el momento Javier sélo vagas referen-
cias, insinuaciones intrascendentes, quizés un po-
co inseguro todavia, le dije;y ella qued6 satisfecha
y yo mordiéndome los labios de la angustia y del
temor de que supiera algo.
El sébado Javier llegé a buscarme diciendo que to-
do estaba listo. Fuimos esa misma tarde al consul-
torio de un médico amigo que nos recibié tambien
‘un poco nervioso aunque tratando de infundirnos,
4nimo, de mostrarse él seguro y de contagiamnos
su confianza, cosa que por supuesto no logré.
De lo que sucedié después no tengo recuerdos cla-
10s, Sé que me acostaron en un sofé, que me die-
ron algo que me embrutecié a medias, que me in-
trodujeron algo que me dolia ahi, que yo queria
gritar pero no podia, que Javier estaba a mi lado y
que sudaba. Sé que el doctor estaba preocupado
en el primer momento por mi condicién de prime-
riza, pero que a medida que pasaba el tiempo ha-
blaba con més tranquilidad, como si domara un
potranquillo que poco a poco empezaba a respon-
der a las riendas. Sé que por momentos caia en la
inconciencia y que por momentos tenia una luci-
dez devastadora, que me permitia no sélo perca-
tarme de la tarde y del doctor y la enfermera, sino
también vislumbrar la imagen de la abuela, ence-
rrada en su cémara de cristal.
Cuando el doctor termin6, permaneci tesla
‘unas Horas, agotada, dudando de que lo pect"
biera pasado. Pero ya desde antes de que
ra levantarme estaba pidiéndole al docto: si
comprender muy bien por qué, que me mostifa
mi hijo, lo que hubiera de él, no importabs- E
se sorprendis y trat6 de convencerme de questa
algo doloroso e innecesario, pero algo més alae
mi me obligaba a insistir, ante el asombro é? /@-
vier y la incredulidad de la enfermera. Pero¥0l-
‘via aquello y entonces yo insistia con mas fer
dad, con més empefio, hasta que pude convener
al médico que, encogiéndose de hombros, me P2
86 al cuarto contiguo, en donde estaba mi hijo U~
mergido en un frasco de alcohol. Llegamos la
habitaci6n y el doctor se detuvo enfrente de vt ®t
‘mario alto y higubre y sacé de él un frasco eubiet~
to con una pequefa iela blanca. Todavia me °°
gunto si yo estaba decidida, pero ante mi afi
cidn rotunda no tuvo otra cosa que hacer mas ue
Tevantar la mantita y correr su cuerpo para queY°
Entonces vi a la abuela, encerrada en la botela de
vidrio, triste y arrugada y miréndome; vi @ la
abuela como la habia imaginado en el hospital SU
cuerpo de repente reducido pero la abuela sin du-
da, miréndome con su cara de pan blanco y sia-
do, su cuerpo lleno de tuberias plasticas entrando-
Tey saliéndole por la nariz y por los brazos, vist
si, muy triste, encerrada en el frasco que el doctor
miraba con la mayor indiferencia.Una certeza poderosa se apoderé de mi cuerpo y
‘me obligé a salir, a tomar a Javier del brazo y a pe-
dirle que me Ievara al hospital, a bajar del taxi a
toda prisa y a recorrer los pasillos; me obligé a
empujar a las enfermeras que estaban alrededor
de la campana de vidrio, a abrir las cortinas del
sal6n para mirar mejor el rostro limpio e inocente
de Inés, porque asf hemos llamado a nuestra nifa.
Para abatir
el silencio
‘A Goma Ines Aare
‘Dtszes: mines: asta hors habia undo 2
patos altos. Se te arquean un poco las piernas
y tropezds sin consecuencias. Magicamente per-
‘manecés suspendida en el borde del abismo du-
zante un instante hasta que podés recuperar tu po-
sicién y, quiténdole importancia, seguis, No mi-
és cémo a tu lado un policfa coquetea con una en-
fermera que resiste, y sin embargo yo te olvido
para mirarlos. Pero vos seguis y yo te sigo. Te mi-
ro, Mancha marrén en medio del caos, caminés
siendo un hito inevitable, Pietnas largas, panta-
on café. Cintura delgada, blusa marrén. Tu pelo,
necesariamente castafo, cae ligero sobre tus hom-
bros descubiertos. No miro tu cara, y entonces ar-
bitrariamente te moldeo con gtandés ojos negros,,
con nariz, (la imagino como si tela hubie~
ran dejado caer desde lo alto); imagino tus labios
suficientemente finos o suficientemente gruesos
para que escapen de la absurda perfeccién; tus de-
dos tampoco los miro, porque movés bastante el
a