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LA CULTURA ES ALGO ORDINARIO* - (1958) La parada del autobis estaba junto a la catedral. Yo habia ido | aver el mapamundi, con sus rios saliendo del Paraiso, y la y biblioteca con cadenas, a la que un grupo de clérigos habia odido acceder con facilidad, pero para lo que yo tuve que esperar una hora y camelarme a un sactistén que me permi- tiera ver al menos las cadenas!. Ahora, al otro lado de la calle, un cine anunciaba SixfFive Special y una versién de dibujos animados de Los viajes de Gulliver. Lleg6 el autobiis, en el que iban un conductor y una cobradora que se miraban profunda~ ‘mente absortos el uno al otto. Salimos de la ciudad atravesando * «Cure is ordinary (1958), extra del ibo The Raymond Willams Reader (2001), ip. 10-28, traduccin de Rieardo Garcia Perez Se vata del mapamundly fa biblioteca con cadenas de la Catedral de Herelord Et ‘mapa data de silo Xl yi biblioteca con eadenas se denomina as! por el sea «ds seguridad que imped a susiacién de volimenes: una serie de cadens us una la cubjeta det libro alos anaqueles, de tal modo que pudieran extacrse el ‘ante, consultanse junto a la estantela © levare incluso a un escola prodisne ‘manteniendo le obra siempre unida a su lugar de almacenamlento, IN. del} a? Se 3 Ramwono Wass el puente viejo y pasando por os huertos, las verdes praderas y los campos rojizos bajo el arado. Tenfamos delante las Black Mountains y ascendimos entre ellas contemplando los empi- nados remates de los campos ante los muros grisaceos, mas alld de los cuales los helechos, los brezos y los tojos todavia no habfan cedido terreno. Al este, a lo largo de la cresta mon- tafiosa, se encontraba la hilera de grises castillos normandos; al oeste, el muro fortificado de montafias. Luego, mientras seguiamos ascendiendo, el suelo que habia a nuestros pies se transform6. El terreno era ahora calizo y a lo largo de la cune- ta se vefa una linea de antiguas minas de hierro. Atras queda- ron los Valles de cultivo con sus casas blancas dispersas. Ante nosotros se abrian ahora unos valles més angostos: las prensas de rodillo de acero, las fébricas de gas, las hileras de casas gri- ses, las bocaminas. El autobis se detuvo y el conductor y la cobradora, todavia absortos, salieron, Habian hecho esta tra- vesia muchas veces y habian visto todas sus etapas. De hecho, es una travesfa que, de una u otra forma, hemos hecho todos. Yo nact y me crie a mitad de camino de este trayecto de auto- bos, Et lugar en el que vivia es todavia un valle agricola, aunque estén ensanchando la carretera que lo atraviesa y eliminando las unas para facilitar el transito de camiones pesados hacia el norte. No muy lejos, mi abuelo, como habia sucedido en familia desde hacia varias generaciones, trabajé como peén agri- cola, hasta que fue despedido de la explotacion en que lo hacfa y, asus cincuenta afios, se convirti6 en peén caminero, Con trece © catorce afios, sus hijos empezaron a trabajar en las granjas ¥ Sus hijas empezaron a servir. Mi padre, su tercer hijo, abando- 16 la granja a los quince afios para convertirse en mozo de equi- pajes parael ferocarril,y posteriormente egé a ser un guardavia {que trabajé en una caseta de este valle hasta su muerte. Yo subia por la carretera para acudir ala escuela del pueblo, en la que una Cortina separaba las dos clases: la de segundo, hasta los ocho o nnueve afi, y la de primero, hasta los catorce. A los once acudi alla escuela secundaria y, después, a Cambridge. La cultura es algo ordinario: por ahi es por donde debemos empezar. Crecer en aquella tierra significaba ver la forma de MO ape neste onetime EC Lacutruna tsa1c0 oxonanio 39 una cultura y sus modos de cambiar. Yo podia subir a la mon- tafia y mirar al norte, hacia las granjas y la catedral, o al sur para ver el humo y las llamaradas de un horno de explosion que originaba una segunda puesta de sol. Crecer en aquella familia era ver cémo se moldeaban las mentalidades: el apren- dizaje de nuevas destrezas, la transformacién de las relacio- nes, la emergencia de una lengua y unas ideas diferentes. Mi abuelo, un trabajador rudo y corpulento, Iloré en la reunion del distrito cuando conté con elegancia y vehemencia su ges- pido de la explotacién agraria. No mucho antes de morir, mi padre recordaba sosegada y alegremente cémo organiz6 en el pueblo una rama del sindicato y una agrupacién del Partido Laborista, y hablaba sin resquemor de los «mantenidos» de la nueva politica. Yo hablo un idioma pero pienso en estas mismas cosas. La cultura es algo ordinario: éste es el primer dato. Todas las sociedades poseen su propia forma, sus propias finalidades, sus propios significados. Todas las sociedades los expresan en ias instituciones, en las artes y en el saber. Construir una sociedad fica descubrir significados y orientaciones comunes, y dicha construccién comporta un debate y una mejora conti- 1nuos bajo las presiones ejercidas por la experiencia, el contac- to y los descubrimientos, los cuales van escribiéndose en el territorio. Allies donde crece una sociedad, aunque también se hhace y se rehace en todas las mentalidades individuales. La construcci6n de una mentalidad supone, en primer lugar, el lento aprendizaje de iormas, propésitos y significados que hagan posible el trabajo, la observacién y la comunicacion. Luego, en segundo lugar, pero con idéntica importancia, se somete a los mismos a fa prueba de la experiencia, la cons- trucci6n de nuevas observaciones, compataciones y’significa- dos. Una cultura presenta dos aspectos: los significados y orientaciones conocidos, para los que sus miembros han sido entrenados, y las nuevas observaciones y significados que se nos brindan para ser puestos a prueba. Asi son los procesos ordinarios de las sociedades y las mentalidades humanas, ya través de ellos percibimos la naturaleza de una cultura: que 40° Ramono Wuunns jempre es tradicional y creativa a la vez, que se compone al ‘mismo tiempo de los significados comunes mas ordinarios y los significados individuales mas elaborados. Empleamos la pala- bra «cultura» en estos dos sentidos: para referirmos a una forma de vida en su conjunto, a los significados comunes, y para refe- rirnos a las artes y el conacimiento, a los procesos especiales del quehacer creativo e innovador. Algunos autores reservan el término para uno u otro de estos sentidos; yo insisto en ambos yen la relevancia de su conjuncién. Las preguntas que planteo sobre nuestra cultura son preguntas sobre nuestros propésitos ccomunes y generales, pero también versan sobre hondos signi- ficados personales. La cultura es algo ordinario en toda socie- dad y en todas y cada una de ias mentalidades. ‘Ahora pasemos a dos sentidos de la palabra «culturas, dos matices aftadidos a ella, que reconozco pero me niego a apren- der. El primero lo descubri en Cambridge, en un sal6n de té. A mi, dicho sea de paso, Cambridge no me oprimia. Aquellos edi- ficios antiguos no me abrumaban porque yo procedia de un pais con veinte siglos de historia escrta ostensiblemente sobre su tie- rra: me gustaba pasear por un palacio Tudor, pero no me hacta sentir insignificante. La existencia de una sede del conocimi to no me epataba: conocfa la catedral desde siempre y las bibliotecas en las que ahora me siento a trabajar en Oxford tie~ rnen un aspecto similar al de la biblioteca con cadenas. En mi familia el conocimiento tampoco eta ninguna extravagancia, con mi beca de Cambridge yo no era un espécimen nuevo ascendiendo por una escalera todavia sin transitar. Aprender era algo ordinario; aprendiamos donde podiamos. Para nosotros siempre habia tenido sentido salir de aquellas casas Blancas y desperdigadas para convertimos en eruditos, poetas 0 maestros. Jee a inmediato; de modo que sobre este tipo de aprendizaje se habia impuesto un precio més alto, mucho mas alto det que pudiéra- mos pagar a titulo individual. Ahora que podiamos pagarlo en ‘comin, la vida era buena y ordinaria, ‘a universidad no me oprimia, pero el salén de t8, que oficia- ba como uno de los departamentos més antiguos y respetables, Lecuatuens aco oxmmamo 4 era otra cosa. Alli habia cultura no solo en cualquier sentido que yo ya conociera, sino en un sentido especial: como signo exterior exhibido con énfasis por un tipo de personas especia- les, las personas cultivadas. La gran mayoria de ellos no eran Particularmente sabios; practicaban pocas artes, pero las co- nocian y te demostraban que asf era. Supongo que todavia siguen alli exhibiéndolas, aun cuando deben de oft ruidos bruscos procedentes del exterior emitidos por unos cuantos estudiantes y escritores a los que liaman (jqué consoladoras son las etiquetast) «j6venes airados». En realidad, no es nece- sario ser brusco. Se trata simplemente de que, si eso es cultu- Fa, no la queremos; hemos visto cémo viven otras personas. Claro que no es cultura, y aquellos de mis colegas que, por detestar el salén de té, convierten sin més la cultura ‘en una palabra malsonante se equivocan. Si las personas del salon de ‘6 contintan insistiendo en que la cultura radica en sus trivia- les diferencias de comportamiento y en sus pueriles variantes de un habito lingu‘stico no podemos detenerlos, pero si pode. ‘mos ignorarlos. Ellos no son tan importantes como para lograr sacar a la cultura del lugar al que pertenece. No obstante, haba escritores de los que lefa entonces a quienes probablemente también desagradara el salon de té Y que en mi mente pertenecian a la misma categoria. Cuando ahora leo libros como Civilizacién, de Clive Beil2, no experi- mento tanto desacuerdo como estupor. Me pregunto qué clase de vida puede ser la que produzca este extraordinario recar- gamiento, esta extraordinaria decision de llamar «cultura» a determinadas cosas y después aislarlas de la gente y el tra- bajo ordinarios como se hace con una verja de un jardin. En casa soliamos reunirnos para tocar y escuchar miisica o reci- tar y escuchar poemas, pues aprecidbamos el lenguaje elabo- rado. Desde aquella época he escuchado musica y poemas mejores; hay todo un mundo para inspirarse. Pero por mi experiencia mas ordinaria sé que el interés est ahi, que la 2 Clive Bell (1861-1964). Crtico ingles, asociada con et grupo de Bloomsbury, fem do entre otos por Virginia Woolt IN. de fa Ed 2 Ramen Winans capacidad esté ahi. Como es l6gico, siguiendo aquella trave- sia en autobis hasta mucho mas lejos, la vieja arganizacién social en la que estas cosas encontraban su lugar se ha que- brado. La gente se ha visto empujada y se ha concentrado en nuevas variedades de trabajo, en nuevas formas de relacién; un trabajo, dicho sea de paso, con el que se erigieron las ver- jas y las viviendas que hay en su interior y que ahora, por fin, std Hlevando una forma de vida limpia, decente y con como- didades a las propias personas, para disgusto undnime del salén de t8. La cultura es algo ordinario: agarrémonos con fir- meza a esta idea pese a todos los cambios. El otto sentido o matiz que me niego a aprender es muy distinto. Sélo hay dos palabras inglesas que rimen con «cultu- ra» y, segin parece, son «sepultura» y «buitres3. Todavia no llamamos a los museos, las galerias de arte o incluso a las uni- versidades «sepulturas de la culturax, pero Giltimamente he ido hablar mucho de los xbuitres de la culturas (el ser huma- no tiene que hacer rimas), y en esa misma jerga occidental también oigo hablar de los bienhechores, de los intelectuales y de los excelsos mojigatos. Ahora bien, no me gusta el salén de té pero tampoco me gusta ese abrevadero. Sé que hay gente que carece de sentido del humor para el arte y el conoci- miento, y sé que hay cierta diferencia entre la bondad y la gaz- mofteria. Pero también rechazo de plano las cada vez mayores implicaciones de esa jerga cada vez més extendida que es la auténtica jerga de una nueva variedad de picaresca. Porque, dicho con toda honestidad, yc6mo puede alguien utilizar una palabra como ebienhechor» con esta nueva y poco conven- ional complacencia? ;Cémo puede alguien atrofiarse hasta alcanzar un estado en el que debe utilizar este nuevo retruéca- 1no para referirse a cualquier aditamento del conocimiento 0 de las artes? Es evidente que lo que tal vez comenzara como una tendencia hacia la hipocresfa 0 la pretenciosidad (esta ciltima, ‘una palabra en si misma de doble filo), estd convirtigndose en reer inglés es evultures, que rma con eseputres y scultures,[N. del Lcurrar ts a1co ompmamo 35 Un tic motivado por la culpa ante la mencién de cualquier tipo de criterio riguraso. Y la palabra «culturas se ha visto podero- samente comprometida por este condicionamiento: Goering echaba mano de la pistola; otros muchos echan mano de ta chequera; ahora, un niimero cada vez mayor echa mano del toque de jerga més reciente. 'En estos ambientes, la palabra «bueno» ha sido despojada de gran parte de su significado mediante la exclusin de su contenido ético y el éniasis en un criterio puramente técnico; hacer un buen trabajo es mejor que hacer buenas obras. Pero 2es preciso que recordemos que cualquier sinvergiienza, cam- pando asus anchas, puede hacer un buen trabajo? La sutil rea- firmacion de la eficiencia técnica no es ningdn suceddneo de una referencia humana positiva en general. Pero los hombres que alguna vez hicieron esta referencia, los hombres que que- rian ser escritores 0 eruditos o iban a serlo son ahora, con toda Ja apariencia de sentirse satisfechos de ello, hombres anuncio, chicos de la publicidad, nombres que aparecen en la prensa satitica. Estos hombres adquirieron destrezas, aditamentos, que ahora estdn al servicio de la explotacin més descarada- mente gravosa para la inexperiencia de la gente ordinaria. Y es esta nueva y peligrosa clase de hombres la que ha inventado y difundido la jerga en una tentativa de predisponer a la gente ordinaria (que, como hacen un trabajo real, tienen criterios reales en los campos que conocen) contra los criterios reales ‘en los campos que estos hombres conocfan y han abandona- do. El viejo charlatén todavia acude al mercado; ha vuelto con Su pretencioso montén de anillos a relojes de oro ganados con las medias coronas obtenidas de 10s chicos del campo. €1 considera que sus victimas son una multitud tarda e ignoran- te, pero ellos viven y cosechan la tierra mientras él carraspea detras de su tenderete ambulante. EI charlatdn realiza su tarea ‘en despachos con decoraci6n moderna y utiliza sobras de lin- Bliistica, psicologia y sociologia para iniluir en lo que él cree “rman Goering (1893-1943), Oficial naz, responsable dela politica stmaments- tea de la Alemania de Hite, IN. dela Ea 44 RANOND Wines que es la mentalidad de las macas. Sin embargo, también ten- dra que recoger y marcharse, y entre tanto no vamos a dejar- 10s influir por su charla; sencillamente podemos negarnos a aprenderla. La cultura es algo ordinario. El interés por el cono- cimiento © las artes es simple, agradable y natural. La natura- leza positiva del ser humano es el deseo de conocer lo mejor y de obrar bien, Las interferencias no deben hacernos huir espantados de estas cosas. Hay muchas versiones de !0 que tiene de malo nuestra cultura. Hasta este momento he tratado Gnicamente de desbrozar los residuos que nos dificultan pen- sar en ello con rigor. Cuando llegué a Cambridge encontré dos influencias muy importantes que han dejado una impresion muy honda en mi mente. La primera fue el marxismo; la segunda, las clases de Leavis, Sigo respetando ambas cosas pese a todas as discrepancias posteriores. Los marxistas decian muchas cosas, pero las importantes eran tres. En primer lugar, decian que una cultura debe inter- pretarse en ciltima instancia en relaci6n con el sistema de pro- duccién subyacente a la misma. He discutido esta idea desde el punto de vista tedrico en otros lugares (es una idea mas compleja de 10 que parece), pero sigo aceptando el énfasis que se pone en ella. Todo lo que habia visto crecer en aquella tierra fronteriza me llevaba a hacer un énfasis sernejante: una cultura es una forma de vida en su conjunto, y las artes forman parte de una organizacién social a la que el cambio econémi Co afecta de forma clara y radical. No tuvieron que ensefiarme la insatisfaccién con el actual sistema econémico, pero las preguntas subsiguientes acerca de nuestra cultura eran, en estos términos, muy vagas. Se decia que era una cultura domi- nada por las clases sociales, que restringia deliberadamente tuna herencia comin a una pequefia clase social mientras deja- ba ignorantes a las masas. Yo aceptaba el diagnéstico de la res- triccién; todavia es muy evidente que solo los pobres que lo merecen reciben muchas oportunidades educativas, y mientras 'S. Véaze Ta nota 2 en el texto de este mismo volumen sLa idea de cultura coméns INode Ed Vrcusuer ACO OWoMAMO 45 paseaba por Cambridge no tenia muchas ganas de alegrarme de que alguien hubiera corsiderado que yo lo merecia; yo no era ni mejor ni peor que la gente que vivia en el lugar del que yo procedia. Por otra parte, y precisamente debido a esto, me enfadaba cuando mis amigos hablaban de «las masas igno- rantess: siempre ha habido un tipo de comunista que ha hablado asf y ha encontrado la respuesta adecuada en Poznan y en Budapest, igual que los imperialists, al formular esa misma suposicién, obtuvieron respuesta en India, en Indo- china 0 en Africa. Hay una cultura inglesa burguesa, con sus poderosas instituciones educativas,literarias y sociales, que vive en estrecho contacto con los nicleos de poder reales Decir que la mayoria de la poblacién trabajadora esta exclui- da de ellos es evidente y no hay necesidad de demostrario, aunque hay una presiGn sostenida que est4 empezando a ‘empujar las puertas. Pero seguir afirmando que la poblacién trabajadora esta excluida de la cultura inglesa es absurdo; sus propias instituciones estan en expansién ¥, en cualquier caso, no respaldan gran parte de la cultura estrictamente burguesa. Una parte mayoritaria del modo de vida inglés y de su arte y su conocimiento no es burguesa en ningtn sentido apreciable. Hay isttuciones y sigificados comunes que en modo algu- no son producto exclusivo de la clase media comercial; un arte y un conacimiento, un legado inglés comin, tate do por muchos tipos de seres humanos, incluidos todos aque- Ilos que odiaban esa misma clase y ese sistema que ahora se enorgullecen de consumir. La burguesia nos ha dado muchas cosas, incluido un sistema moral estrecho, pero real; al menos, esto €s mejor que sus predecesores palaciegos. Et tiempo de ocio que la burguesia conquisté nos ha aportado muchas cosas de valor cultural. Pero esto no quiere decir que la cultu- fa comempordnea sea una cultura burguesa: éste es un error que parece cometer todo et mundo, desde los conservadores hasta los marxistas. Existe un modo de vida de clase trabaja- dora bien diferenciado, que yo al menos aprecio; no s6lo por- ‘que me crie en él, ya que ahora en ciertos aspectos vivo de otra manera. Creo que este modo de vida, con su énfasis en la

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