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Este libro no pods ser reproduc, ni total fi parcialment, sn el previo permizo escrito et edtor: Todos lox derechon reservados © Santiago Martin, 1996 © Ediorial Planeta, S.A, 1998 Circega, 273278, 8008 Barelona (pata) Diselo de colccin: Pati Néex Realzacin cuberts: Departamento de Diveio de Editorial Planece Thscracdn eubiere: Virgen Glikoiisa, arte bizantino rus, Mase rime ei: acre de 19, Segunda edie: diciembre de 1996 “Tercera edicim febrero de 1997 Goara ec: mayo de 1997 (Quinca edi setembe de 197 Sexe ecg: febrero de 1998 Depésiro Lega B. 8.468198 ISBN s408019112 Composiién: Viewr Igual, § Impresin:Liberdupex, 8. Encuadernacdn: Servis Grifcs 106 $1. Printed in Span - Impreso en Espafa INDICE Tenia quince aftos El dia despu José, un novio sorprendido La exaltacién de la esclava De nuevo en casa Los senderos torcidos El verbo se hizo carne El grito de Raquel Educar a Dios Treinta afios de gloria El amor se hizo publico Desde la retaguardia De pie, junwe la cruz La hora de mis Epilogo Nota final 15 27 45 59 m1 81 95 123 125 141 159 177 203 249 263 265 TENIA QUINCE ANOS Yo tuve una vez quince afos. Hacia unos meses que habia empezado a ser mujer. Recuerdo, a pesar de haber pasado tanto tiempo y tantas cosas, la ternura de mi madre, Ana, ¥ la sua- ve firmeza de mi padre, Joaquin. Precisamente aquel dfa era sabado. Mi padre ha- bia ido a la sinagoga a escuchar, como siempre, la lectura de un texto de la Tord y la explicacién que daba el rabino. Mi madre y yo también soliamos iry nos quedébamos muy juntas y atentas tras la celosfa que separa a hombres y mujeres. Ese dfa, sin em- bargo, no habiamos podido estar, asf que esperamos a que Joaquin volviera para que nos dijera lo que ha- bia oido. Caia ya el sol y terminaba el sébado cuando mi padre nos recordé el texto que se habfa lefdo en la sinagoga. Era del profeta Isafas, uno de mis favori- tos. Con voz solemne y cantando mas que recitando, Joaquin dij «(Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvacién, que dice a Si6n: “Ya reina tu Dios! {Una voz! Tus vigias alzan la voz, a una dan gritos de jubilo, porque con sus propios ojos ven el retorno de Yahvé a Sién. Prorrumpid a una en gritos de jubilo, soledades de Jerusalén, por- 15 que ha consolado Yahvé a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén.”» Tras esto, mi padre nos explicé lo que haba di- cho el rabino de nuestro pueblo, Asaf hijo de Coré Era un hombre amable, ya muy mayor, pero siem- pre carioso con todos, especialmente con los ni- fios, asf que yo siempre le escuchaba con gusto y mandaba interrumpir sus juegos a mis primos cuan- do él pasaba junto a nosotros en Ia calle para ir to- dos a su lado a besarle la orla de su manto. Joaquin nos dijo, a mi madre y a mi, que Asaf ha- bia estado preocupado aquella manana. Las noticias que llegaban de las ciudades en las que habia desta- camentos romanos no eran buenas; se hablaba de tu- multos entre algunos de nosotros e incluso se co- mentaba que en la lejana Jerusalén habia mucha inquietud y que algunos rabinos habfan dicho que la llegada del Mesfas podia estar proxima, segtin se po- dia deducir de cierta profecia que hacia referencia a su nacimiento en la ciudad de David, Belén. Asaf, tranguilo como era, no queria sembrar alarmas en- tre sus oyentes, entre otras cosas, como él mismo I bia recordado esa mafiana, porque noticias semejan- tes se estaban produciendo desde que los romanos ocuparon Israel y aun antes, bajo Ia dominacién de los sirios de Antfoco. Sin embargo, mi padre nos co- mento que en aquella ocasi6n la voz. de nuestro rabi- ho parecia mas intranquila que otras veces y que Tamadas a la calma eran menos convincentes. Algo se preparaba y gente como Asaf, como mi padre © como mi madre, lo intufan, sin saber exac- tamente de qué se trataba. Por eso el rabino habia elegido el texto de Isafas, para darnos a los habitan- tes de nuestra aldea un mensaje de paz y de espe- ranza. Si el Mesfas estaba al venir, como algunos de- cfan, debfamos tener calma, porque su llegada ser la del principe de la paz. Cualquier otra actitud era, en el fondo, una falta de confianza en el Todopod Toso, en cuyas manos estan siempre nuestras vidas. 16 A Ana, mi madre, y a mi, estas cosas nos apasio naban. Escuchabamos a Joaquin apretadas la una contra la otra, a la luz del fuego de ntiestro hogar, en una noche de finales de Nisan hermosa y suavemen- te fresca. Las dos crefamos firmemente en lo qui efaban la Tora y los demas libros sagrados, y Ana abia tenido mucho cuidado en ensefarme lo que significaba la feen Yahvé, el amor y el respeto que le debiamos, y Ia necesidad de observar fielmente la Alianza que El habia pactado con nuestro pueblo. Por eso no nos extrafaba nada de lo que pudiera pa- como estabamos de que, a un solo gesto de Dios, ni siquiera las poderosas legiones ro- manas podrian enfrentarse con el Mesias cuando éste apareciese en la tierra, Esperabamos su llegada y rezdbamos cada dia para que ocurriese lo antes posible, pero nunca antes de que fuese el tiempo in- dicado, el momento en que la voluntad del Todopo deroso lo hubiera previsto. ‘A mi, més que a mi madre, por mis quince afios recién cumplidos, me gustaba sofiar con el Mesias. También lo hacian mis compafieras y hablébamos de 41 cuando nos veiamos, sobre todo en la fuente del pueblo cuando ibamos a lavar al arroyo. Pero yo de- seaba ardientemente que ese Mesias fuera un mensa: jero de la paz y del amor de Dios, los dos sentimien- tos que mis padres siempre me estaban inculcando, mientras que casi todas mis amigas disfrutaban ha- blando de palacios y de grandes fiestas. Peor ain era con mis primos, con los que en mas de una ocasién me habia tenido que enfrentar porque parecfa que el Mesias que ellos tanto anhelaban no era otra co que un caudillo militar. Cuando yo les hablaba de las cualidades espirituales que adornarfan su alma, ellos se burlaban de mi y me tiraban de las trenzas dicién- domie que toda tuna nifia incapaz, de entender Io que le convenia al pueblo de Israel y que si yo me crefa que un Mesias bondadoso iba a ser capaz de ex- pulsar a los romanos de nuestra patria, En fin, el caso es que aquella noche de un saba- do de primavera, mi madre y yo escuchabamos ‘imas a Joaquin, que nos estaba contando la n del rabino Asaf. Todo iba bien y se de- sarrollaba segiin el talante de mi venerado rabino y de mis padres, hasta que Joaquin dijo algo que nos sorprendié a mi madre y a mi. Dijo que, Il momento en su exhortacién, Asaf parecié quedarse mudo. Habfa estado leyendo parrafo a parrafo el texto de Isafas y explicndolo a continuacién, hasta que, de repente, al leer lo que estaba escrito, palide- ci6, cerré el libro, se sent6 y rompié a llorar. Varios hombres del pueblo, entre ellos mi primo José, con el que mis padres me habfan comprometi- do en matrimonio, y mi propio padre, se a él, pero no consiguieron sacarle una palabra. La asamblea se disolvié y no cesaron de hablar del asunto, intrigados por lo que pudiera haber leido Asaf. Como en casa de ninguno de nosotros se po: sefa un libro de Isaias, no se podia consultar el texto que tanto habia impresionado a nuestro buen rabi- ho, asi que se decidi6 acudir a un hombre de Cand que vivia en nuestro pueblo y que no habia ido aq lla mafiana a la sinagoga porque estaba en la cama con fiebres. Era un experto en el conocimiento de las Sagradas Escrituras y recitaba de memoria jes enteros, ademas de ser amigo de mi Mi padre, consciente de la intriga que estaba dando a su relato, hizo una pausa y nos miré aten- tamente. Las dos estabamos boquiabiertas, no digo asustadas porque Ana, mi madre, tiene tal fe en Dios que dudo que algo logre turbar su animo. Pero si francamente interesadas. As{ que, Joaquin, después de un momento de silencio que aument6 la expecta- cién, nos dijo que llegaron a casa de Adonias, el ca: naneo, y se lo explicaron todo. Cuando hubo escu- chado el texto altimo que habfa lefdo Asaf, Adonias cerré los ojos y empe76 a musitar en voz baja h que lleg6 al punto del relato en que se habia 18 jrumpido el rabino. A partir de ahi, ya en voz alta, ahadié: «;Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahvé ca quign se le revel6? Crecié como un re- tonto delante de él, como rafz de tierra arida. No tenia apariencia ni presencia; le vimos y no tenia \specto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varén de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta, {Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por ,zotado, herido de Dios y humillado. El ha sido he- ido por nuestras rebeldias, molido por nuestras culpas. El soport6 el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos no- sotros como ovejas erramos, cada uno marché por su camino, y Yahvé descargé sobre él la culpa de to- dos nosotros. Fue oprimido, y él se humillé y no abrié la boca. Como un cordero al degiiello era Ile- lo y come oveja que ante los que la trasquilan esté muda, tampoco él abrié la boca.» Naturalmente que mi padre habfa podido recor dar ante nosotras todo aquel largo parrafo porque lo habfa escuchado y meditado muchas veces, y ape nas le bast6 ofrselo empezar a Adonias para recitar- lo l por lo bajo, acompanandole. Joaquin nos dijo también que algunos de los que habfan ido a consultar a Adonias no quisieron dar crédito a lo que él decfa, porque eso signitic el Mesias que habfa anunciado el profeta Isafas no era un Mesfas rey, un Mesias libertador del yugo ro- mano, ¢ incluso que hasta se podia entender que ha- bia sido traicionado por el propio pueblo elegido, lo cual era de todo punto absurdo e imposible. De este modo, divididos y confusos, salieron to- dos de la casa del cananeo, mas preocupados atin que cuando habjan entrad Mi padre y José, mi querido primo y ya casi ma- 19 rido, volvieron juntos, subiendo la cuesta hasta nues- tra casa, donde José dejé a mi padre no sin antes pedirle que me saludara en su nombre, lo cual siem- pre hacia que me pusiera colorada. El caso es que los dos estaban de acuerdo en reconocer que Ado- hias no se habia equivocado de texto y que, posible- mente, el Seiior Todopoderoso habfa enviado algin signo a nuestro rabino Asaf que le habia sorprendi- do hasta el punto de hacerle enmudecer. «Estamos en tiempos grandes, tiempos de Dios. No debemos temer porque el Sefior nunca abandona a su pueblo, pero debemos orar intensamente para que se haga en cada instante su divina voluntad.» Asi dijo mi padre, dando por terminado el relato ¢ indicandonos a continuacién que era ya hora mas que sobrada de acostarse. Le obedect al instante y fui a ayudar a mi madre en las tiltimas faenas de la casa y luego me marché a mi habitacion. No podfa dormir. Afuera cantaban los grillos. L luna era hermosisima y su luz se filtraba por la tela de saco que tapaba el ventanuco de mi habitacién. No corria apenas aire y yo estaba tranquila, extra- Aamente tranquila, pues a pesar de lo que nos habia contado mi padre no me sentia inquieta. Con todo, no podia dormir Asf que empecé a rezar. Algo dentro de m{ me de- cia que el Scfior estaba esperando una palabra mia, Se la di en seguida y le dije que si El queria enviar un Mesias que no iba a ser como casi todos espera- ban, que por mi parte me daba lo mismo. Yo no que- ria que su voluntad se adaptara a mis gustos, sino que aspiraba a ser yo la que me adaptara a los suyos, Le dije también que me daba mucha pena eso de que el Mesias iba a ser entregado en sacrificio por nuestros pecados, como uno de aquellos corderos que se matan en la noche de la Pascua, cuando cordamos la gesta que significé el origen de nuestro pueblo, la accién de Dios contra los primogénitos de los egipcios. 20 Yo no entendfa eémo podia venir un Mesfas que luviera como final el fracaso. Los argumentos de is amigas, de mis primos y de mis mayores, a ex- ‘epciGn de mis padres, me parecian cargados de ra- yon. Me parecta légico que Dios interviniera a favor nuestro, como habia hecho en el pasado, en la épo- ca de los Jueces o de los Reyes, y que suscitara un jefe poderoso que devolviera la libertad y la grande- ‘av a nuestra patria. Pero, como a mis padr hacia ninguna ilusién recrearme en las imagene: guerra y violencia, de sangre y desolacién que forzo- samente acompafiarian esa liberacion por muy vi toriosa que fuera. Ademds, y ahora ya la cosa se complicaba, me parecia extrafio y més raro atin que el Mesfas que iba a venir tuviera que padecer en nombre de todos, siendo él inocente y nosotros los culpables. 3 Pero yo sentia muy fuertemente que aauellano- che el Senor esperaba algo de mf, asi que le dije a todo que si. Le dije que por mi las cosas sélo debian hacerse segtin fuera su voluntad y no segdn mis cal- culos 0 previsiones. Por lo tanto, si El, Yahvé, habia dispuesto que asi debfan desarrollarse los aconteci- mientos, asi los aceptaba yo y, como en ocasiones anteriores, me ofreci para ayudar en lo que pudiers, sabedora, de que lo que yo podia hacer era muy Secapttes aiictinb eatgepite crea tibet ¥ entonces fue cuando ocurri6. th) No habia hecho més que pronunciat mi dltimo cuando la pequeta habitacion se llen6 de lz. Toda: via estaba arrodillada, con mi pobre ropa de noche que habfa levantado por encima de las rodillas para no gastarla, cuando dl se aparecio. | Tengo que decir que no me asusté. Bueno, sime asusté, pero fue como si se tratara de un miedo que no es miedo El caso es que alli estaba él. Hermoso y brillante, dulce, lleno de paz. Ni por un instante pensé que po- 2 dia ser un enviado del Maligno, porque la paz que de él se desprendfa era sélo de ese calibre que da Dios; ademas, algo de ese fruto ya habia gustado yo en ‘ocasiones, cuando rezaba y me pasaba las horas li- bres de las tardes de los viernes entre los olivos 0 en. mi habitacién. Esa paz, la de Dios, encontraba un. eco profundo en mf misma. Su paz se abrazaba con mi paz, como si en mi interior no hubiera existido nunca otra cosa mas que la armonia divina, una paz semejante a la que de este mensajero del Sefior emi naba. Porque me estoy refiriendo, naturalmente, al an- gel Gabriel. No sélo era hermoso y leno de paz, sino que ha- blaba. Si se hubiese quedado callado, quizé me hu- biese puesto a jugar con él, hasta ese punto era gran- de mi sintonia con su alma y mi tranquilidad. Pero cuando empezé a hablar n poco. Y no porque su voz fuera fea, sino porque lo que dijo me dejé perpleja. «Alégrate, llena de gracia, el Seftor esta contigo», fueron sus primeras palabras. Naturalmente que era para asustarse. Qué que- ria decir «llena de gracias? zNo estabamnos talos bajo el efecto del pecado original, como nos ensefia- ban en la sinagoga? ¢No seria, pues, una invitacién a la soberbia y me habria dejado enganar por su aparente espiritualidad? El se dio cuenta en seguida ¢ intenté tranquili- zarme: «No temas, Maria, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondras por nombre Jestis. El sera grande y ser llamado Hijo del Altisimo, y el Se fior Dios le dara el trono de David, su padre; reinaré sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendré fin.» La verdad, no eran palabras muy tranquilizado- ras. Estaba el «no temas», pero lo que venfa luego era de lo mas serio y preocupante. 2 Sin embargo, acostumbrada como estaba a decir #/ 0 lo que Dios me pidiera, y con la certeza intima que tenfa de que aquel era un mensajero suyo, ni pensé en el lio en que me metfa, ni en las conse- @uencias que pudiera tener el hecho de que yo ya es- tuba, de alguna manera, casada 0 por lo menos com- prometida con José. Ya le iba a decir que si cuando se Sexto sentido que tenemos las mujeres me llevd \ hacer una pregunta, una especie de prueba para ne de si, en verdad, el Senior Todopodero- ‘0 era quien estaba enviando a aquel mensajero. Ast que le dije: «¢Cémo ocurrira esto, puesto que no co- No se trataba de algo sin importancia. Para mf era fundamental. De hecho, o ese punto se resolvia dejando claro que no me verfa forzada a nada im- propio de una joven honesta, 0 podia estar segura de que lo que se me ofrecia no venia de Dios. Dios no puede contradecir a Dios. Dios no podia haber esta- do sembrando en mi alma durante toda mi vida una necesidad de pureza y de consagracién para des- pués llevarme por caminos que eran todo lo contra- rio. Y como lo anterior si que era cosa suya, si lo nuevo también venia de su mano, forzosamente ha- bria de estar en sintonfa con aquello. El Angel Gabriel supo despejar todas mis dudas. «El Espiritu Santo vendré sobre ti —afirmé— y el poder del Altisimo te cubriré con su sombra; por eso, el que ha de nacer sera santo y ser llamado Hijo de Dios.» Aquello ponfa todo en su sitio. Yo se guia manteniendo mi virginidad y mi limpieza de alma y de cuerpo, sin tener que pasar por situacio- nes que no slo me repugnaban a mi, sino a cual- quier otra muchacha honrada. Y es que mis padres me habian dicho muchas veces que nunca aceptara eso de que el fin justifica los medios, por mas que fuera un lema tan corriente, sobre todo a la hora de hacer lucrativos negocios o cuando se querfa justifi- car la violencia contra los romanos. El fin era, en 23 este caso, el mejor, 0 al menos asf se me estaba pre- sentando: dejar que naciera nada menos que el Me- sfas. Pero yo queria asegurarme de que también los medios, la forma en que ese fin iba a tener lugar, era la correcta. En el fondo, si asi no hubiera sido, al momento habria sabido que Dios no estaba detras del asunto. El Senor no se contradice a sf mismo, no es hoy sf y mafiana no; El es siempre un sf grande, noble y permanente. Ademés, la situacin no era tan distinta de la que habia estado meditando justo an- tes de que el enviado de Dios lenara con su luz mi pequefia habitacion, El pueblo de Israel, mi pueblo, queria un libertador a toda costa y a mis padres y a mi nos parecfa que en ese «a toda costa» habfa algo que no casaba muy bien con la bondad divina. No: sotros también queriamos que viniera el Mesias y que nos liberara del yugo extranjero, pero no a cual- quier precio, no al precio del odio, la guerra y la vio- lencia. Pero estaba atin haciéndome estos razonami tos cuando ya el angel de nuevo volvia a hablar. Qui 74 pensaba que yo todavia tenia dudas. El caso que afiadi6: «Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su. vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ningu- na cosa es imposible para Dios.» No hubiera necesitado ese argumento, porque yo ya estaba decidida. Asi que, para evitar que sospe- chara de mi voluntad de aceptar lo que Dios me pe- dia, me precipité a decirle lo que estaba gritando mi corazén desde el primer momento, una especie de consentimiento matrimonial, un «sf, quiero» que sa- Ifa de mf con tanta fuerza que incluso me asusté porque no estaba acostumbrada a impetus semejan- tes, «He aqui la esclava del Seior —Ie dije—; hagase en mi seguin tu palabra.» Entonces Gabriel se fue. Me sonri6 y se fue. Bue- no, también sent{ como un beso en mi mano, como un roce de alas de jilguero, suave y dulce. Pero lo 24 Inejor fue su sonrisa, Durante todo el tiempo que duro nuestro encuentro, fue como si él hubiera esta- slo nervioso, mas atin que yo; era su actitud la de la expectacién, la de aquel que teme que se pueda re- chazar su peticién y se juega la vida en ello. Despui he comprendido que no s6lo era él, sino la creaci6n entera la que estaba pendiente de mis labios en ajuella noche de primavera. Todos esperando a que una insignificancia como yo, una muchacha de since afios que hacia poco que habia empezado a er mujer, le diera permiso al Todopoderoso para inaugurar una nueva creaci6n, una nueva alianza, una historia de amor definitiva y eterna con un pue- blo en el que cupieran todos los hombres. El caso es que le dije sf. Se lo dije al mensajero para que le Hevara el recado a su Sefior. Las pala- bras concretas no las pensé demasiado. Fueron la que me salieron del alma en aquel momento. Ya se sabe como son estas cosas; si te dieran tiempo, com- pondrfas una hermosa oracién e inchuso se la encar- garias a un rabino o a un hombre experto en letras, pero asf, de repente, a una pobre muchacha de aldea como yo sélo se le ocurrié usar el lenguaje sencillo y vulgar al que estaba acostumbrada, sin adornos ni componendas. Por eso dije lo de la wesclava». Yo no era mento para que unos patanes lo destruyan con pi: dras y odio? No temas, amada mia, paloma mia. y ta, Wry él, estdis a mi cargo y el poder del infierno no prevalecera.» Asi fue como me dorm. En sus brazos, acunada por Ia dulaura del Senor, segura de que estaba en Sus manos. No reciby luces que iluminaran mi inte- ligeneia. No vi soluciones ni entendi nada de nada. Solo supe que, si Dios estaba detras del asunto, todo bien y que vo lo tinico que tenfa que hacer era dejarme llevar. Me acordé de una frase de Isafas que mi padre solfa repetir porque era su lema favorito: «En la confianza esta vuestra fuerza.» En la con: fianza en el poder de Dios v en su amor estaba n fuerza. Me puse en sus manos y me quedé dormida ya casi de dia ue apenas una siesta. Mi madre entré en mi ha- bitacién muy poco después. Con su eterna sonrisa se sent junto a mi cama y me despertrepansando- me entre bromas y llamndome dormilona. Abr los ojos, me incorpore, le ec los brazos a cuello y, sin poder evitarlo, rompt a Hlorar. jTenfa tanta necesidad de desahogarme! Estaba tranquila, creia en Dios sin la més pequeiia duda, pero el trago de contarselo a mis padres debia pasarlo y no era un asunto pequef. ; a angustia y a la ver con una Lloraba con no poca angustia y a le n sorprendente paz. Mi madre me bes6 las mejillas, me acaricié el pelo y me pregunto si habia tenido all gun mal suefo, si me dolfa algo, si habia pasado, en mala noche cret musirmetcinndo ave Quetettiperat ha- bla Las palabras se negaban a salir. La boca se me aqued6 completamente seca. Tuve que carraspeat va- thas veces yal fin le dij, mirando alas sabanas de Is cama en lugar de dirigir mi mirada a sus ojos: «Voy a ser madre.» Después me quedéen silencio. El silencio duré mucho tiempo. A mi me parecié una eternidad. Desde luego fueron vai rrios minutos. Mi madre estaba junto a mf, Seguia con mi mano en la suya y por eso podia saber lo que estaba pasando por su coraz6n, el calibre del disgusto que le habia dado, la decepeién que sentia, el dolor inmenso que quebraba su alma santa. Y eso que no sabfa nada de quign era el padre. Al cabo de un rato, me cogié con su mano la bar- billa y me hizo que le mirara de frente. Sus ojos es- taban Henos de lagrimas, como los mfos. Nos mira. mos largamente y luego me abraz6. No sé cudnto estuvimos asi, Llorébamos las dos sin poderlo evi- tar. Yo por una cosa y ella por otra, pero ambas por lo mismo. Cuando nos calmamos, me pregunté por José. No quiso saber cuando habia sido, ni cémo. Solo me dijo que cuando me iba a ir a vivir con José, porque daba por descartado que él era el padre. Asi que se lo conté todo. Lo sorprendente fue que me crey6 y que respir6 iliviada, En re: alidad no tenia por qué sorprender- me, ya que mi madre era una mujer de Dios y, n ull de mis palabras y de la veracidad de lo que yo decia por increible que pudiera parecer, el Senior n estaba trabajando en ella. Le ofrecf, inclu- so, que comprobara que no habia perdido la virgini- dad, a lo que ella se neg6 rotundamente, porque, me dijo, eso serfa no aceptar mi palabra. Te creo, hija —me dijo Ana—, Te creo porque la historia que cuentas es demasiado increfble para que, puestos a inventar, tuvieras la mas pequefia po- ibilidad de que pudiera ser aceptada. Te creo, ade- més, porque jamds he tenido motivo alguno para dudar de ti. Has sido una muchacha ejemplar. Nun- ca nos has dado un disgusto ni a tu padre ni a mi y dudar de ti, por dificil que sea aceptar tu palabra, se- nna ofensa que ttt no mereces. Si no te creyera, estaria rompiendo algo puro y limpio, la confianza que tt mereces. Pero es que también a mf el Sefior 33 me ha contado algunas cosas. Desde hace afios, ade- mas, He tenido la impresién, desde que naciste, que eras mas suya que de tu padre y mia. No quiero de~ cir que en tu nacimiento hubiera nada extrafio; fuis- te fruto de un amor auténtico entre Joaquin y yo. Lo que digo es que, tanto a tu padre como a mf, ya mu- hos otros en el pueblo, siempre nos parecié que por tu frente no cruzaban las mismas aguas turbias que por todas las demés, incluidos los mas santos de nuestro pueblo. Siempre fuiste de Dios y lo fuiste de un modo que, sin tt notarlo, llamaba la atencion por su naturalidad tanto como por su intensidad. Tengo hablado con Joaquin mucho sobre ti. Tenfa- mos la impresin de que el Sefior te queria para si de una manera distinta a como nos llama a nosotros a la unién con El, pero no sabjamos ni cémo ni cuando. Incluso dudamos mucho en comprometer- te con nadie, hasta que pensamos en tu primo José, que parece hecho de tu misma pasta, aunque no lle- gue a la altura de ese don extrafio que a ti se te ha ‘concedido. Pero aun asf, en no pocas ocasiones nos hemos preguntado como reacclonarfas ante la vida de casada, ante los compromisos que una mujer debe cumplir para con su marido. Con todo, decidi- mos ir adelante, a la espera de que Dios manifestara de algiin modo su voluntad si es que era otra distin- ta de la que nosotros estabamos planeando. Y ahora ha sucedido esto, No tiene nada que ver con lo que podiamos imaginar, pero estoy segura de que es obra de sus manos, as{ que todo ira bien. = 2Quién se lo diré a pap4? —le pregunté a mi madre. Déjalo de mi mano. Para ti seria demasiado violento, aunque puedes estar tranquila con respec- toa tu padre. No tiene nada que ver con el comin de Jos hombres y eso del honor mancillado no entra en sus esquemas. Ademés, en tu caso, no sélo no hay ofensa, sino privilegio. Hija, no sé si te das cuenta, porque me imagino que todo ha sido tan répido que 34 debes estar hecha un Ifo, pero vas a ser la madre del Mesias y ése es el honor mas grande a que pueda as- Mi madre me eché de nuevo los brazos al cuello. Ya no lordbamos. Con suavided paso mi ate petidamente por mi pelo, mientras me decia, bajito ycon ternura, «mi nina, mi nifia». Después se levan- 16 yse march a buscar a mi padre luestra casa era pequefla, como todas la pueblo. Eso sf, acogedora y sobre todo muy Hpi Pero, por su pequefiez, desde mi habitacién pude es- cuchar la conversacién entre Joaquin y Ana. «Joaquin, querido —empezé diciéndole mi ma. dre—, el Sefior se ha fijado en nosotros, ha mirado nuestra humildad y nos ha concedido un extraordi- nario don, Deja de trabajar un momento y escticha- me. Estoy un poco nerviosa y no quisiera comp! las cosas mds de lo que ya lo estén.» so Mi padre dej6 el serdn en el que estaba mezclan- do un poco de grano con paja para darselo de comer 8 nuestro borsiquill. Miro atentamente a mi madre , impresionade, dio un profundo suspiro y se sent6, Aigo debié intuir en seguida, porque exttajo un pas iiuelo de su faja y se secs el sudor que, de repente, ha- bia empezado a aparecerle en la frente. Le pidié a mi madre un poco de agua fresca y, con el cuenco de ba- ro en la mano, esperé a que Ana le contase aquello tan extraordinario que él no sabfa si temer o anhelar. «Nuestra hija esta embarazada —empez6 dicien- do mi madre—. Pero estate tranquilo y no te angus- ties. La muchacha esta bien y, sobre todo, no ha he- cho nada malo ni ha cometido ninguna falta. Por icrefble que te pueda parecer, no hay de por medio in hombre, ni siquiera José. Si lo dudas, pode- nos demostrarte que sigue siendo virgen. Ella dice, y yo la creo, que esta noche se le ha ap: oun Ingel del Seto ye ha pedo que eccptars se madre del Mesfas. Recuerda lo que dicen las profe- fas, lo que hemos hablado tantas veces e incluso lo 35 que nos contaste anoche. El Sefior quiere salvar a su pueblo y hemos sido nosotros, indignos y ultimos Siervos suyos, los afortunades. Asf que no me vengas ‘ahora con pegas sobre honras y deshonras porque lo que tenemos que hacer es ponernos a rezar para darle gracias a Dios y tranquilizar a esa muchacha {que esta tan nerviosa como un manojo de amapolas sacudido por el viento. Segiin mi madre hablaba, Joaquin se habia alza- do de su taburete, nervioso y angustiado, y habia vuelto a sentarse. Cuando Ana acabé estuvo unos minutos en silencio, primero mirando al suelo de tierra de nuestra casa y luego mirando a los ojos de mi madre, Por fin, con unas palabras que casi no Ie salfan de la boca, le dijo: “ 36 Mi padre y mi madre se abrazs abrazaron y, juntos, pusieron de rodillas. «Oh, Seftor Todopoderoso of que entonaba mi padre con aquel tono de voz suyo con que gustaba repetir los salmos en la tarde de los sabados—, a ti levanto mis ojos, tt que habitas en el cielo; miralos, como los ojos de los siervos en mano de sus amos. Como los ojos de la sierva en ls mano de su senior, ast nuestros ojos en Yahve stro Dios, hasta que se apiade de nosotros.» Cuando hubo terminado de recitar el viejo salimo gu exeribié el Rey David, Joaquin siguis rezando, ahora ya con palabras suyas. «Eloi, Sefior bendito Polos siglo, fel a tus promesas, alzo at onl ch para que los libres de toda duda ¥ quite: te la duda y quites de ellos la mas pequeia sombra de perplejidad. Aytidame a aceptar tus designios, a someterme a tus planes. Mira mi fragilidad y dame fuerza para estar a la al- tura de la mision que, como padre de mi hija, aca bas de encomendarme. Dame sabiduria para discer. hir el camino correcto. Ayuda a mi pequen estado siempre a tu servicio; no pongas pialdas mas peso que el que pueda soport necesitas alguien que cargue con él, sam y aliviala a ella. Nosotros, Sefior, no aspiramos a yrandezas que superan nuestra capacidad. Aunque Wlos desean contar al Mesias entre los miembros dle su casa, nosotros nunca nos hemos atrevido ni a pensar en ello. Sdlo te hemos pedido una cosa a lo ro de nuestra vida, poderte ser ails, poderte se~ Vir de algo, aunque fuera en el sitio més humilde Pequcho, Ahora, Elof, tt te has fijado en nosotros, jue estamos en tis manos. No permitas que lo BB lies canbeato calclecio de mtnigiee cnlog que se tuerzan tus designios salvadores. Pero no Hoses lorias ni honores que no queremos: ays jos Lan s6lo a cumplir tu voluntad y a no c ire chrcdaciter stressful tide Syston Dicho esto, se inclins y , se inclind y puso su frente en el sue- I), Mi madre hizo lo mismo y asf estuvieron los dos 37 Jargo rato, en silencio. Yo miraba, sorprendida y lle- na de gratitud, desde mi cuarto, con la cortina semi- descorrida. ‘Algiin ruido debi hacer porque ambos alzaron su rostro del suelo a la vez y miraron hacia donde yo taba, No me escondi. Se levantaron y vinieron a mi. Primero fure mi padre. Me abrazé y me bes6 tres veces las mejillas y luego, con un gesto que me dejé helada, se arrodill6 ante mi y me besé la mano. Yo tiré de él para arriba, casi indignada. Pero puso la mano en la boca y, con suavidad, cor reproches. Después hizo lo mismo mi madre. Al fi nal, los tres nos fundimos en un largo abrazo y yo tuve la sensacion de que lo mas dificil habia pasado y que, efectivamente, el Sefior lo puede todo, inclu- so hacer entender y aceptar a mis padres la historia tan maravillosa que habia empezado a gestarse en mis entrafias. Luego, ya més calmados, empezamos a tratar so- bre el modo de comportarse a continuaci6n. Mi ma- dre se acordé de que el Angel me habia dicho que Isa- bel, prima hermana nuestra, que vivia al sur, en Ain Karem, cerca ya de Jerusalén, estaba embarazada, Resultaba algo increible y casi tan dificil de aceptar como lo mio, porque ella era mayor que mi madre y nunca habia podido tener hijos. Por lo tanto, se im- ponfa una visita a Isabel, para ayudarle, puesto que estaba ya de seis meses, también para pedir consejo estaba casada con Zacarias, un sacerdote de pe quefio rango pero con influencias en altos cfrculos del clero—, ¢ incluso para poner un poco de tierra por medio, a la espera de ver cémo se desarrollaban las cosas en la aldea. Mis padres se encargarfan de hablar con José. A ninguno se nos escapaba lo deli- cado de la situacién, puesto que si José reaccionaba ‘mal y yo me encontraba en la aldea, mi suerte esta- ria echada. Se trataba, pues, de salvarme de todo pe- ligro y también de salvar al hijo que llevaba en las en= trafias y que era la esperanza de nuestro pueblo. 38 Decidimos, pues, que esa misma tarde saldria de ‘azaret rumbo al sur, a la casa de nuestra prima. El viaje era largo y muy pesado, e incluso peligroso Pero desde Cans salfan con frecuencia caravanas cia Ferusalén y quiza se podria encontrar a algtin pariente © conocido que quisiera acompafi hasta Ain Karem. Mi padre fue a ver a Adonfa 1 Adonifas, nuestro ami apenas veinticuatro horas después de haber estado en su casa para consultarle sobre el texto de Tsai, Querfa pedirle que nos recomendara un lugar de Cand en el que pudiera alojarme y alguien experto en viajes que puciera responder de mi seguridad, ya que él no podia acompanarme todo el trayecto. No hubo dificultades. Adonfas nos hablé de su hermano Manasés, que era muy rico a pesar de ser mas joven due él. Era mercader yse habia casado.con una mu- chacha de muy buena familia, que habia aportado una dote espléndida al matrimonio. En case de Me hasés, le aseguré a Joaquin, podria esperar yo hasta ue una caravana saliera para Jerusalén, con al uien de confianza que me Ilevase hasta la misma puerta de la casa de Isabel, mi tia us Mi padre me Ilev6 hasta la casa de Manasés, en Cand: Esta pequefia ciidad no est lejos de nuestro pueblo, aunque, por estar més metida en el valle, fst mejor comunicada, pues por ella pasa la earre- tera que une Ta costa con el lago de Genesaret. En ws campos se eultvan hermosos racimos de uvas ive dan fama a su vino, el mejor, dicen, de todo Is. twel Y sus cosechas de trigo, de avena y de cebada son también generosas, sirviendo para alimentar a imerosos rebatios. Pecan Joaquin estuvo silen i todo el aa silencioso casi todo el camino. £1 Hira Por lo coma, demasiado expresivo, Con fa ita! s¢abstrafayse pon a orar, musitando por ajo salmos y parrafos de las Sagradas Escritur W desahogando en el Senor su eorazén inquicte, Ponmigo las cosas habian vuelto a la normalidad, 39 como si nada hubiera pasado. Asi lo decidieron de oa ‘acuerdo mi padre y mi madre; ambos com- prendieron que podia ser ‘malo para mf el que me trataran como si me hubiera convertido de repente en la sehorona de la casa. Yo seguia siendo su hija, por mas que en mis entrafias Tlevara el mayor de to- s los tesoros. . ‘Con todo, mi padre se negé a que yo hiciera el camino a pie y me oblig6 a montar en el borri- co. Esto era algo tan extraho, no slo por las cos- tumbres de nuestro pueblo, sino porque yo era una chiquilla fuerte y é| un hombre no viejo pero si ma- yor. Asi que le supliqué que, para no llamar la aten- ‘cion, yo accederia a ir a lomos de nuestro jumento pero sélo cuando ya hubiéramos dejado atras las ca- ‘sas de nuestra aldea, para cambiar de nuevo cuando estuviéramos a la vista de Cand. a teic cl camino, y mientras él llevaba las riendas y yo me dejaba llevar por la caballeria, de vez en cuan- do volvia a mi su mirada y me dirigia alg nade ra valabras amables y carifosas que habfan tejido pagtra’ intimidad de padre e hija. Me lamaba, ‘como siempre habia hecho, «pequeiia». No es que yo fuera baja de estatura, sino que se habia acos- jumbrado a denominarme asi desde nina y, en el fondo, para él todavia yo no habfa crecido. Asi que se volvia y me decfa, con una ternura increibl «zCémo esta mi pequefia?, cqué tal vas?, ¢te ma- reas?» O me pedia que le contara cosas de Dios, no de lo que habfa pasado aquella noche, sino de cémo veia yo las cosas y de qué me parecia a mi que opi- narfa el Sefior sobre esto o sobre aquello. Asi transcurrié el camino, que no era muy: largo, ‘en una dulce intimidad. Fue un viaje delicioso e irre- petible, casi una despedida entre padre e hija, una hija que se iba como muchacha, con nubes de tor- menta sobre su cabeza, y que volverfa como mujer, para dejar definitivamente la casa paterna, si es que podia volver. 40. $ acogié magnificamente. Su herma- no ya le habfa hecho saber que fbamos a llegar y t nia dispuestas dos habitaciones de su hermosa casa, una en la zona de las mujeres para mi y otra en la de los hombres para mi padre. Como ya era tarde, nos ofrecié el agua para lavarnos y luego nos presenté a su joven mujer y a sus dos nifios, todavia muy pe- queitos. Yo cené con las mujeres y Joaquin lo hizo con los hombres, asf que me despedi de mi padre hasta el dia siguiente Antes de acostarme estuve hablando con Lfa, la esposa de Manasés. Era diez afios mayor que yo. No tenfa padres y habia heredado una gran fortuna, que se habia repartido con su tinico hermano, Su matri- monio iba bien, as{ como los negocios de su marido, que ella habia contribuido a favorecer con lo que ha bia aportado al matrimonio, Como nadie sabfa nada de lo que me habfa pasado y la visita a mi pariente Isabel era muy normal debido a su embarazo, a na- die le extraié mi viaje y la conversacidn se desen- volvié con normalidad. Lfa fue muy amable conmi- g0 y después de un rato me llevé a mi habitacién y me dejé sola. Esa noche dormf de un tirén. Me desperté con el alba, totalmente despejada y como si nada hubiera pasado. Las criadas andaban ya trajinando por la casa y me dejé querer por ellas cuando me olrec ron leche caliente y pan para la primera comida del dfa. Antes, apenas me desperté, habfa rezado para darle gracias a Dios por su proteccién y para reno- var mi disposicién a hacer en todo momento su vo- luntad, siempre contando con su fuerza para poder Nevarla a cabo. Estaba desayunando cuando aparecié Lia con su chiquitin en brazos. Estaba malito y habia pasado muy mala noche. Tenfa la cara llena de granitos y lloraba sin cesar. La joven madre estaba asustada. Se decia que habfa una epidemia en el pueblo y, de hecho, tres nifios habfan muerto los dias pasados at después de mostrar unos sintomas como los que siiora bebe hijo de Monants: ies aatte asl cer. Se habjan portado tan bien conmigo que dese: ba corresponder de alguna manera, pero no en- tendfa de medicina, ni tan siquiera de los viejos remedios que a base de hierbas y emplastos algunas mujeres aplicaban con éxito. Pero sf sabia orar. Asi que le propuse a Lfa que nos arrodillaramos y le pi- diésemos al Seftor que ayudase a su nifio y que, en todo caso, se hiciese sobre él su voluntad. La madre me miré sorprendida, pero después de un momento de duda acept6. Se arrodillé junto a mf, con el pe- queno en los brazos que no paraba de llorar, y espe~ 6 en silencio a que yo hiciera algo. Por mi parte, no tenia ni idea de qué decir. De haber estado alli mi padre, seguro que habria recitado algun viejo salmo el fragmento de algtin profeta, pero yo no me at via a hacerlo por no equivocarme. Durante unos mi- nutos permanecimos en silencio, yo un poco nervio- say Lfa meciendo al nino y esperando. Luego alcé mi voz y le supliqué, con palabras sencillas, al Todo- podeross) que ayudase a aquella criatura, si era su voluntad, y que ayudase a sus padres para aceptar en todo momento sus designios. Una vez concluida mi pobre oracién, le di un beso al pequefiin en la frente. ¥ entonces fue cuando ocurri6, Levi, que asf se lamaba el nifio, se calmé de repente. Sonrid, abrié del todo sus ojitos y se apret6 contra su mama. Des- pués se qued6 dormido en seguida. Los granos le empezaron a desaparecer al instante. Lia me mir6 y comprendié que mi oracién habia sido escuchada porque el nino tenia una respiracién tranquila, como no habfa tenido desde que le habfan aparecido las erupciones. Dejé al nifio, con suavidad para que no despertara, en manos de una criada y me dio un fuerte abrazo colmandome de palabras de gratitud. Yo estaba estupefacta. No porque dudara lo mas minimo de que las oraciones sirvan de algo o de que a2 Dios me estuviera escuchando. En muchas ocasio- nes habia visto cémo mis stiplicas eran atendidas casi al momento, hasta el punto que habfa decidido pedir s6lo cosas importantes, porque tenfa la impre- sién de que el Sefior estaba siempre a la espera de que le pidiera cualquier cosa para concedérmela y no queria abusar de Bl. Pero nunca me habfa suce- dido nada igual, en lo que a la seriedad del caso se referfa. De todos modos, no tuve mucho tiempo Para meditar sobre ello. Lia me llevaba de la mano por toda la casa y explicaba a unos y a otros lo ocu- rrido, Aparecié Manasés, su marido, y luego Joa- quin, mi padre, que se congratularon de la curacién del pequeio. Recuerdo que mi padre me miré muy serio y tuve la impresién de que, si no hubiera esta- do delante tanta gente, se habria puesto de nuevo de rodillas ante mi como habfa hecho el dia anterior. Pero no dijo nada. Sélo se dirigié a Manasés para re- comendarle una vez. mas que velara por mi y prepa- 6 todo para su vuelta a Nazaret. Le vi marchar por el camino surcado de alivos Tuve la impresi6n de haber puesto sobre sus hom- bros una pesada carga, la de tener que explicar ante todos —incluido José— que su hija se habfa queda- do embarazada antes de haber regularizado definiti- vamente su matrimonio. Fue uno de los momentos més duros de aquellos aftos. Suspiré profundamen- te viendo a mi padre partir y le pedi al Todopodero- so que le ayudara. Yo sabfa que hay que ser fiel a Dios antes incluso que a los hombres y, tal y como ensefia la Tord, sabfa que el mandamiento de amor a la familia es el cuarto, mientras que el del amor a Dios es el primero. Pero no podia dejar de sufrir pensando en Joaquin y también en Ana, en el tra- Bo que estaban pasando por mf, asi que supliqué a Dios que fuera benévolo con ellos y que les ayudara @ encontrar una salida airosa y digna. Una nueva vida empezaba para mf desde aquel momento, Estaba sola, sin nadie de los mfos a mi 43

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