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EN EL PANORAMA DE NUESTRA HISTORIA DEL SIGLO XIX, LA FIGURA DE PI MARGALL OCUPA UN LUGAR DESTACADO, TANTO POR SU ACTIVIDAD POLITICA CUANTO POR SU PENSAMIENTO. LOS PROBLEMAS QUE LE OCUPARON HAN RECOBRADO HOY DIA GRAN INTERES, ESPECIALMENTE SUS IDEAS SOBRE EL FEDERALISMO Y SU DEBATE EN TORNO AL SOCIALISMO Y EL INDIVIDUALISMO, QUE POLARIZO EN LA DISCUSION CON CASTELAR Y QUE APARECE A LO LARGO DE TODA SU OBRA. LA PRESENTE EDICION, REALIZADA CON EL CUIDADO QUE ERA MENESTER, PROCURA OFRECER UNA PANORAMICA DE TAN COMPLEJO PENSAMIENTO, CON ESPECIAL ATENCION A TALES PROBLEMAS, PUBLICANDO DOCUMENTOS Y PROGRAMAS QUE ACLARAN EL CONTEXTO HISTORICO Y APORTANDO TEXTOS QUE CASI PODRIAMOS CONSIDERAR INEDITOS, PUES NO HAN SIDO ESTUDIADOS DESDE SU APARICION INICIAL EN PERIODICOS Y REVISTAS DE MUY DIFICIL LOCALIZACION HOY DIA. £@S CLASICGOS ’ EDITORIAL CIENCIA NUEVA FRANCISCO PI Y MARGALL PENSAMIENTO SOCIAL Depésies Neal! M, £8,277 - 1068 SELECCION Y ESTUDIO eee ty PRELIMINAR DE JUAN TRIAS BEJARANO CUBIERTA: ALBERTO CORAZON © COPYRIGHT DEL ESTUDIO. PRELIMINAR: JUAN TRIAS BEJARANO. (© COPYRIGHT REALIZACION Y CARACTERISTICAS DE ESTA EDICION. Editorial Ciencia Nueva, S.L.-Madrid 1968 Cruz Verde, namero 22 ESTUDIO PRELIMINAR PI Y MARGALL: RADICALISMO BURGUES Y REFORMISMO SOCIAL Don Francisco Pi y Margail es, en su triple dimen- sion humana, politica e intelectual, una de las figuras mas sugestivas e interesantes del siglo xrx espafiol. Profundamente conectado con las corrientes doctrina- Jes europeas de st tlempo, ablerto a la mds vasta pro- blematica, autor de una importante obra escrita, Pl ¥ Margall ha pasado a la historia como el maximo te6- tico del federalismo espafiol; al mismo tiempo, es uno de los principales representantes espafioles de lo que podriamos denominar soclalismo preinternacionalista y autor de una de Jas criticas mas radicales del cristia~ nismo y de la monarquia. Esto ublea a Pl y Margall en la extrema izquierda de la Espafia decimonéntca, Por lo menos hasta el momento en que sus posiciones Sociales son claramente desbordadas por la penetra- 10 eién del bakuntnismo y del marxismo, Por otra parte, incorporado desde muy pronto al partido demécrata espafiol, va a desempefiar un papel activo y preemi- nente en él y después de su sucesor el republicano federal. Proclamada la Republica en 1873, no es exa- gerado afirmar que Pi, junto con Castelar, su gran ri- val desde los afios sesenta, sera la pleza clave a nivel gubernamental de csa expertencia, y que en su fracaso Se resume en clerto modo el fracaso del primer intento de réglmen realmente demoeratico en Espafia. Con la Restauracion, progresivamente abandonado por mu- chos micleos burgueses y obreros que en su dia nu- trleron el republicanismo federal, Pi y Margall, que sera el jefe indiscutido de este partido, se ira convirtiendo en un personaje venerable de la politica espafiola, aun- due marginai a las fuerzas entre las que se juega en ese momento el destino del pafs. Sin embargo, no se puede olvidar que el federalismo pimargalliano seré una de las correas de transmisién del catalanismo de signo izquierdista, como lo ser, por otros eonceptos, del anarquismo, y que, sl no del conjunto de su doc- trina, s{ de especificos postulados doctrinales se recla- maran unos y otros. Por otro lado —como ha dicho uno de sus mejores exégetas medernos— “a pesar de su fracaso, es imposible negar la clarividencla de Fran- cisco Pi y Margail que Intento, especlaimente, y por primera vez, resolver dos de los grandes problemas que han constituldo el nervio de la historia posterior de Esbafia: el regional, especialmente la Hamada “cues- tion catalana” —que no es solamente el problema de Ja burguesia catalana—. y el del proletarlado industrial ¥ eampesino”'. Con lo dicho, basta para poner de re- Uleve Ia importancia histériea de Pi y el interés de su obra, Por suerte, a una bibliografia por lo general escasa~ mente clentifica, ya por ausencia de labor eritica en Sus propios partidarios, ya por un falseamiento siste- matico en los comentaristas conservadores, falta en 4 A. JorGLan, Federalismo y Revolucién. Las ideas sociales de Pky Margit u ambos casos de un estudio profundizado de su doc- trina, han venldo a sumarse en la ultima década’una serie de meritorios trabajos que, desde diferentes pers- Dectivas, han proyectado nueva luz sobre PI y sobre los movimientos en que se desenvuelve su actividad, Nos referimos a los estudios de Eiras Roel, Hennessy, G. Trujillo, Jutgiar, I. Molas, C, Marti, J.’ Solé-Tura, unos centrades en Pl, otros que Inciden en su figura, En cambio, la obra de Pl continua siendo de dificil ‘acceso. Desde la terminacién de la guerra civil sdlo ha sido reeditado en Espana el discurso preliminar a la edicién de las obras del padre Mariana de 1a Bibliote- ea de Autores Espafioles, que escribié Pi hacla 1853 por eneargo de Rivadeneyra; ahora se acaba de reeditar “Las Nacionalldades”. Reclentemente ha aparecido una antologia de su pensamiento debida a I. Molas, cuyo defecto, a nuestro juicio, es que no da deblda cuenta de la evolucién de su pensamiento. Por otra parte, sus numerosistmos e importantisimos articulos de Prensa ¥ iscursos s6lo han sido objeto de recopilacién muy parcial. Dentro de la obra de Pi la tematica socloeconémica ocupa un lugar esenclal. Abarea dos vertientes: 1a reflexion teoriea y el programa, que se corresponden @ su doble dimension de teorica y Ider partidista; ambas tlenen cabida en la seleccién que ofrecemos. Con elio, creemos aportar un material imprescindible al conocimiento y correcta valoracién de Pi. Ahora bien, como el significado de su pensamiento social sdlo es comprensible en el marco general de su obra ¥ actuaclén, con las paginas que siguen pretendemas destacar los aspectos mas importantes de éstas, asi como situarlas en el contexto soclohistérica en que emergen, 12 DATOS BIOGRAFICOS Pi y Margall nace en Barcelona en 1824. En 1847 se traslada @ Madrid: tardard treinta y cuatro afios en volver @ su ciudad natal, cuando lo haga, seré en visitas esporadicas. No se rea por ello que Pl pierde el contacto con la problematica de su tlerra natal. Pero su vida se desenvuelve en Madrid, en castellano escribe toda su obra. La =xplicacion del traslado a Madrid no es otra que la centralizacién, que —como dice su blégrafo Correa y Zafrilla— “habla ya aca- parado en Madrid los hombres mis eminentes en las clenclas, las artes, la literatura, la politica...”, y cuan- do, por otra parte, Barcelona no habia alcanzado el grado de prosperidad que retendria definitivamente a los tntelectuales catalanes (Vicens Vives). No es atre- vido pensar que esa vital experiencia de los efectos de la centralizacion operaré sobre el posterior curso de sus Ideas. Pi, que ya se habla iniclado en Bareelo- na en las armas de la eritica artistica, acude a Ma- drid en busca de unas posibilidades que no ereia en- contrar en la primera, Su vida en la capital, espe- clalmente en los primeros afios no sera facil: 1o men- guado de la vida intelectual espafiola con muchos asptrantes para pocos puestos, las frecuentes persecti- ciones subernamentales, obligaran a Pi ya a prestar sus servicios en alguna empresa comercial, ya mas frecuentemente a dedicarse al ejerciclo de la abogacia, Como acabamos de sefialar, Pi debutara en el cam- Po intelectual con Ia critica de arte. Su nombre apa- rece asociado a los esfuerzos que, en los ambientes Toménticos barcelonés y madrilefio, se hacian por los afios cuarenta y cincuenta en pro del estudio y revalo- rizacién del patrimonio artistico espanol. A partir de Ja revolucion de 1845, 1a politiea dominaré la acti- vidad de Pi, mas no por ello dejo nunca de cultivar Ja critica artistica, 1a Mteratura, la historia, prefe- rentemente en los periodos de apartamlento’ forzoso 13 de los negocios publics. As{, en el campo del arte, recordemos principalmente su colaboractén en “Re- cuerdos y Bellezas de Espafia”, acabando en la parte consagtada a Catalufia lo inielado por Pablo Piferter y escriblendo la dedicada al antiguo reino de Gra- nada; su “Historia de la pintura” (1851), de la que ‘s6lo aparecié el tomo primero, debldo a la condenacién cclesisstica y gubernamentul a causa del capitulo ter- cero de la misma titulado “‘estudios sobre la Edad Me- dia” —que alguna vez se reeditata aparte— que cons- titula una critica radical del eristianismo y la primera mantfestacion literaria de su heterodoxia?, En el his- térico, el estudio preliminar a la edicion por la B. A. E. de las obras del P. Marlana, la “Historia de Espafia en el siglo XIX” en colaboracién con su hijo Pi y Ar- suaga. En los dos campos mencionados y en el lite- rario, numerosos articulos, algunos recogidos en Itbros. Seguin nos dicen sus biégrafos, Pl y Margall ingres en el reclén fundado partido demécrata en 1849, dis- tinguléndose desde el primer momento por el radica~ Usmo que quiso imprimir a la joven democracia, mu- chas veces en contra de la voluntad de sus fundado- res que, si blen acababan de separarse del partido progresista, no querian romper los puentes con este Partido. El verdadero debut politico de Pi es con la Tevolucién de 1854, en 12 que participara activamente: entonces escribiré'su primera obra politica “La Reac- clon y la Revolucion”, en 1a que condenara la actitud vacilante ¥ contemporizadora de los demécratas en esa coyuntura y pretendera proporcionarles un credo co- herente y radical. En 1855 lo encontramos colaboran- do en Ja revista “La Razén", que deja de aparecer a causa del golpe de Estado del general O'Donnell, de Julio del mismo afio. Pi se retiraré a Vergara, patria de su mujer; el contacto con las Vascongadas forta- lecera su federalismo. En junio de 1857, Nicolas M. de Rivero le ama a colaborar en el dlarlo “La Discu- 2 Sobre su visiin del arte ha dicho el presigioso critica A. Comet ruse uae ty acs ue a ee aoa Tee As SORE Componentes exierpos" del arte ‘Son uns iucider aus supers eseealo etcrminismo de (aquel) autor “4 stén”, donde pronto asume el principal trabajo, pro- siguiendo su antigua campafia de claro deslinde con Jos progresistas y detinicion del programa democré- tico. Segun dice Vera, “a medlados de marzo de 1859 dej6 de pertenecer Pi y Margall a la redaccion de “La Discusion” para consagrarse al ejerciclo de la abo- gacia”, empero continu6 colaborando en este perid- dico blen que de formu espaciada durante todo el afio 1859 y muy esporadieamente en los siguientes, No por eso se desinteresé de la actividad del partido: esté en el centro de la Declaracién de los treinta de noviembre de 1860 sobre 2] controvertido punto del socialismo, que pretendia solventarlo dejando lber- tad de opinion en el seno del partido en las cues- tiones economicosoctales. ‘A primeros de abril de 1864 vuelve Pi a “La Discu- sién” como director: durante cuatro meses sostendra una dura polémica con “La Democracia” de Castelar y “El Pueblo” de Garcla Rulz, en defensa del socia- smo como integrante del programa democratico, frente al Mberallsmo econémico integral de los ulti- mos; la polémica agitaré profundamente al partido, crear una fisura que ya nunca se lenard, a pesar de que se quiera disimularla pesard negativamente en los afios del cielo de la Gloriosa. La subida al poder de Narvaez, en septiembre de 1864, que inauguraba una nueva etapa represiva, obligaré a una tregua. Pi abandona “La Discusién”, cumplido —segin Vera— su objetivo de exponer detalladamente sus posiclones en Ia cuestion econémico social. Los afios siguientes estan dominados por las conversactones con los pro- gresistas en vistas a una allanza revoluctonaria. Des- pués de los sucesos del cuartel de San Gil, de junlo de 1866, abortado el levantamiento, Pi se ve obli- gado a exillarse a Francla. En este pals permanecera hasta finales de 1868. En Paris traducird al castellano una serle de obras de Proudhon, entre ellas, “Du Principe Fédératif”, Jo que dara pie a la arbitraria tesis de que el federa— Msmo espafiol es fruto de las predicaclones de Pl con- vertido a esa solucin tras la lectura del cltado bro 15 de Proudhon; lo que si es clerto es que de esta ¢poca data que constituya al federalismo en el ele central de su sistema politico. Entre 1854 y 1859 le habia pre- ocupado fundamentalmente la afirmacién de los de- rechos individuales y democraticos; en 1864, las eues- tlones sociales. En Paris entrard en contacto con el Positivismo comtlano, que marcara desde ahora una clara tmpronta en sus Ideas. Pl tendra escasa par- tletpacion en la preparacién y desarrollo de la revo- Jucion de septiembre de 1863, Vuelto a Espafia, elegido diputado a las Cortes cons- ‘Uutuyentes, presente en todas las legislaturas entre 1869 y 1873, la vida parlamentaria y la del partido absor- bera toda su actividad. Organtzacion del partido bajo una direccion centralizada, salvaguardia de la pureza de] {deario federal, tactica legalista frente a la revolu- clonaria como via para Megar a la federacién, son Jos tres principlos que defendera Pl, durante los cua- tro afios que preceden a la proclamacién de la Repa- bilca, en el seno del partido republicano-federal, na- cido a finales de 1868 como sucesor del demécrata. Por un lado, frente a la derecha del partido, tiblamente federalista e individualista, partidarla de un contac- to estrecho con la tzquierda del progresismo; por otro, frente a los “intransigentes” de Madrid y de las provinelas, reacios a una organizacton centralizada y desconfiados de la via legalista. No obstante esta ab- soreién por la accién, al hilo de la necesidad de defi- nir posiciones, y en discursos, manifiestos, articulos, Ia ideologia federal, que tiene como base el pacto, se precisa. Después vendra la experiencia clave de 1873, de 1a que tendremos ocasién de hablar; a la reivin- dicacton de su gestion consagraré “La Repiiblica de 1873. Apuntes para escribir su historia", de la que s6lo pudo aparecer la primera parte por’ prohibiclén gubernamental, Con la Restauracion, viene la semiclandestinidad para las fuerzas republicanas, profundamente que- brantadas. Si Pl y Margall no permanece ajeno a los aMéste 1 testimonio del propio Pr recogido por Azmi en La Vo- tuntad, 2 Dare, Vie - tH 16 Innumerables conciliabulos de los dirigentes republi- canos para poner en mareha una aceion revoluctona- Tia, su poco gusto por la consplracién y, por otra par- te, la restriccién de las manifestaciones republicans, le proporejonaré la tranquilldad suficiente para es- cribir su obra mas conocida “Las Nactonalidades”, pero no la mas representativa, a nuestro juicio, pues, como ya ha sido sefialado, Pi en un Intento de Inte- resar a la burguesia en su federalismo, prescinde de los aspectos més radicales de su programa; pero en- seguida abandonara este camino para volver a su orlentacion radical. A partir de 1879 (goblerno Mar- tinez Campos) y, sobre todo, de 1881 (goblerno Sa- gasta), aflojadas las medidas restrictivas canovistas, comienza la tarea de reorgantzar el partido federal, de delimitar una vez més la esencia de la federacion frente a las desviaciones organicistas, de hacer adml- tir un programa de reformas soclales como integrante del partido, de definir las condiciones de allanza con las otras fuerzas republicanas. Viajes de propaganda, congresos del partido, programas, de nuevo la partici- pacion electoral y la presencia en las Cortes @ partir de 1886. Nuevas escislones se producen en el tronco fe- derai, del que ya se habian apartado Castelar y Salme- T6n: las més importantes: la de signo organicista de E, Figueras y la catalanista de Almirall. Bien es ver- dad que lo que se plerde en extension se gana en cohe- Tenela, lo que era necesario después de la alecciona- dora experiencia de 1873. Pi ha perdido tmperio sobre los acontecimientos de Ja vida espafiola en estos afios de profunda depresion, en que s6lo Catalufia y algunos micleos minoritarios obreristas e Intelectuales parecen vibrar con un im- pulso renovador. En camb{fo, en medio del marasmo @ histrionismo finiseculares, su figura moral e intelec- tual se agranda: es la época de sus licldas y valien- tes campafias contra la indiscriminada represién del anarquismo, de defensa de la independencia cubana ¥ condenacton del colonialismo espafiol, de denuncia de la insensatez de la guerra con Fstados Unidos y del engafo en que se tenia a la opinion, de defensa W del catalanismo, en que quedaré en ocasiones alslado de la masa de su propio partido. De estos afos datan “Las Luchas de Nuestros Dias”, que nosotros estima- mos su obra mas representativa, “Cartas intimas (Dos- tuma); en 1890 funda “EI Nuevo Régimen”, que es cast exelusivamente tribuna de su pensamtento. Pi y Margall fallece el 29 de noviembre de 1901. A Ja difusién de su pensamlento conttipuiran su claridad y economia expositivas, que sitven de vehicu- Jo @ una construccion que busca siempre apoyarse en una rigurosa argumentaclén, ajena a cualquier des- bordamlento sensiblero. Lo recordaba Azorin —a quien debemos algunos de los mejores apuntes blograficos sobre Pi— al decir que fue “uno de los intelectos mas Impldos, coherentes y logicos que nos ofrece la Es- Pafia contemporanea”*, El mismo Azorin ha sinteti- 2ado magistralmente el estilo de nuestro autor: “Como estilista Pi y Margall es Umpio, terso, preciso, con- eiso... sien los primeros Libros (...) es un poco profuso ¥ amplificador, con el tiempo (...) Hega a la lmpidez ¥ coneisién de sus breves articulos de “El Nuevo Re- gimen”... en la ultima parte de su vida (...) nuestro autor logra el prodigio técnico de adaptar su fervor y entusiasmo dentro de formas pristinamente clasicas". Esta sobriedad estilistiea, contrastando con la reto- Tiea vigente, ¥ que anticipa la renovacién literaria de tos eseritores del noventa ¥ ocho, explica la atraccton ejereida sobre algunos de los miembros de esta ge- neracion §, PERSONALIDAD POLITICA E INTELECTUAL ou En la base del prestigio moral de Pi y Margall estan Su integridad tanto en el ejerciclo profesional privado como en su corta gestion publica, de la que tenemos 1 Lgcturas: Bspahotas aid adnan, gue Pts Cu) flo Mgerien ta ea sncg 9" eins fogs, Clinds por R. Pages oe ba Blass POH ‘Sociedad en ef primer Unamuno, Ciencia Nueva, pag. 15; hota 1h.) 2 18 abundantes ejemplos: asi, cuando en mayo de 1873 pre- sidio impecablemente, en su calidad de ministro de la Gobernacton, las elecciones para las Cortes constitu- yentes de la Republica; su entereza e Independencia de cardcter; su consecuencia politica; ademas de la austeridad de su vida, ausencla de afectacion, sere- nidad en los peores momentos y el abordar las mas espinosas cuestiones, serenidad que no hay que con- fundir con frialdad, como subraya justamente Azorin confirmando e{ testimonto del propio PL Estos rasgos de la personalidad de Pi, junto con las valientes cam- pafias mencionadas, son los que suscitaron la admi- racién, 0 por lo menos, el respeto haela su persona por parte de los micleos eriticos de la politica espa- fiola en los afios del Desastre: catalanistas, soclalis- tas, anarquistas, generactén del noventa y ocho’. Por una parte, los niicleos obreristas, en espeelal los anar- quistas —que en 1867-73 habian condenado viclenta- mente su politica legalista— por otra, sus correll- gionarios federales, contribuiran a edificar y trans- mitir hasta nuestros dias la fama de Pi, “el ineorrup- tible en una sociedad corrompida”. Hennessy, de quien procede Ia clita, se ha detenido en este punto, aportan- do significativos testimontos anaraulstas; otros se po- drian traer. Desde el mismo lado conservador, a pe- sar de a escasa simpatia de que ha gozado, se ha res- petado su figura por su actitud de 18988. Y¥ no hay que esperar a Ja ultima déecada de su vida para tener pruebas de esa independencia de eriterlo de 1a que es base, como dice Carlos Seco, “una insobornable leal- tad a las propias convicclones”. ‘Treinta afios antes del Desastre habia adoptado la misma postura eriti- ca e independiente con motivo de la proyectada expe- dicion espafiola a Méjico que cuajaria en 1861 en cola~ 1 Dice Azonty en La Volumtad (lugar cit): «Kn el tremendo descon- cierto de Ja “alma deeada Ue sgl ack sole este capa se, yergue Duro entre la turba de negociantes diseurscadores ¥ clnicose. El testi npnio de Unto en bauer bp 74 Damen, obra cit, pass 16l7 SMA Tests Pawn ‘et au Cambd,- Editorial Alplia, "Barcelona, 1952, paginas 115114, 19 boracién con Franeta®, De estas fechas procede este Slgnificativo texto que ahorra muchos comentarios S| “Nunca, Jamés, hemos temido ni atin los fallos de la opinién publica cuando nos han parecido injustos: contra ellos hemos tenido siempre un tribunal de apelacion en la coneiencia. Si la coneieneta nos ha absuellu, hemos seguido 1m- pAvidos nuestra carrera a despecho de amigos ¥ enemigos, aun sabiendo que comprometiamos nuestro porvenir y llamsbamos sobre nuestra cabeza prevenciones que no se disipan y odios que Jamas se apagan”», Las apelaciones a los dictamenes de 1a conetencia, a Jas exigencias de la justicta, constantes a lo largo de su actuacion para justificar sus posteiones, nos introducen en el moralismo de Pi, Es en nombre de Ja Justicia, una e igual para todos, del derecho uni- versal a Ja libertad, que condenara Pi el colonialis- mo, denunciara el patriotismo a ultranza, condena- Ta el uso de la fuerza en las relaciones internacto- nales, ete. Pero en nombre de la misma justicla, del respeto a los compromisos contraidos ”, se negara en la propicla coyuntura de abril de 1873, después de desbaratar el golpe de Estado de los Radicales, a asu- mir Ja dictadura revolucionaria y dar paso a la re- publica federal, sin esperar a la reunion de las Cor- tes constituyentes, como lo venian, ya solicitando, ya Antentando los federales de provincias. Conducta esta altima aparentemente tan absurda que, desde los mas feles bidgrafos federales hasta Azorin, con- denarén, més 0 menos enérgieamente, el “exagerado Pha Beate eters 5, scmsn oe un Ce ee eM oy ote pli Es A ME, ao At ae le Azamien gogo ta Repu, wae Ng ioe ae APIS el a Rees, sere SIGN RSG aera ities Rata gee ‘bia adoptar la Republica, eee 20 puritanismo” (Azorin), 1a “rectitud extrema” (Vera), ja “nimia escrupulostdad” (Correa), que ataron las manos de Pi. El mismo no dejaria de interrogarse sobre la oportunidad de su conducta, escribiendo en “La Republica de 1873. Apuntes para escribir su his- toria” al rememorarla: “jHice blen? Lo dudo ahora. si atlendo al interés politico; lo afirmo sin vacilar si consulto a mi conetencla”. Esta rigidez mora] se ha solido presentar como una de las caras de la “pureza” de Pi, de su “inflexibill- dad”, que tendria la otra en esa Inalterable fidelidad a los prineiplos de su credo politico por encima de cualquier posibilidad real, que también se le ha re- Prochado. Ahora bien, cabe preguntarse si el enfo- que de su moralismo, como, por otra parte, de su doctrinarismo, racionalismo, legalismo, etc, no debe abordarse, al contrarlo de lo que es habitual, desde una perspectiva que supere la de la personalidad sin- gular de Pi y Margall; mas claramente, si aquellos rasgos no son, salvadas las diferencias indlviduales, comunes, ya a un grupo social, ya, més amplamen- te, a una clase, y, en todo caso, deben fluminarse a la’ luz de Jas cireunstancias espafiolas del momento. ‘DeJando para el momento en que examinemos la doctrina y la practica politica de Pi el analisis de los otros aspectos evocados de su personalidad politica © intelectual, por lo que se reflere ahora al moralis- mo, éste es un rasgo muy acusado de la izquierda radical burguesa espaficla de la segunda mitad del siglo xrx, especialmente explicito en sus micleos In- telectuales®. Sera una exigencia y una pauta con que combatir el olvido de los compromisos progra- maticos y el oportunismo imperante en la politica Partidista espafiola, los escdndalos financieros de la corte y los goblernos, el patronazgo administrative y el caciguismo: la moralizaclén politica y administra- tiva figurara en los programas de la izquierda ininte- rrumpidamente. El moralismo estaré detris de una 1 Mencionemos, aparte de Tr, a Siw pet. Rio, Saxumxsn, Grom om as Rios, Azcinare, ef emismo, MOR. By serie de propuestas de signo humantzador como la promocién de la mujer, la abolicién de la esclavitud, la de la pena de muerte, la reforma del sistema pe- nitenclario, etc. Pero, a ia vez, el moralismo, con su Invocacion de categorias morales abstractas como 1a Justicia, 1a igualdad, Ia libertad, la no violencia, etc., es la forma que reviste el enfrentamiento, por parte de la tzquierda burguesa, de los sectores pequefios burgueses, con los aspectos negativos del orden bur- gués. Incapaces éstos de trascender el orden burgués —¥a por claras razones Ideoldgicas, ya por inmadu- rez de las condiciones materiales—, buscan morall- zarlo, lo que vale decir ellminar sus defictencias y elementos. negativos, Esto aparece partieularmente claro a propésito de Jos programas de reformas sociales que, con mayor © menor alcance, elaboran las distintas fracclones de la izquierda burguesa. Al proyectarse éstos —atin en el caso del mas avanzado como es el pimargallia~ no— desde una vision arménica de las clases socia- Jes y desde los supuestos del orden econémico-juri- dico beral-burgués, la apelacién a la idea de justi- cia conjuga 1a exigencia transformadora con ese no rebasar dicho marco. Lo que se busca en el caso con- creto de Pl es, primeramente, eliminar las lacras mas hirlentes del sistema bureués: conflictos de trabajo, formas inhumanas de explotaclon del trabajo ajeno; después generalizar sus instituciones —elevar el pro- letarlo a propletario—, en ultimo extremo hacer des- aparecer la condicién salarial, pero sin suprimir la apropiacién privada, el beneficio, la concurrencla... El sigulente fragmento de su articulo “:Somos socla- lstas?” (“La Discusién”, 17-mayo-1864) creemos ilus- tra lo que acabamos de decir: “No sélo no trata (el soctallsmo) de refundir la sociedad en nuevos moldes, sino que piensa ir _realizando paulatinamente su objeto, sin grandes sacudidas, sin violencia, sin estrépito. ‘Templar la guerra entre el capital y el trabajo es su fin inmediato; hacer conspirar todas las 22 reformas legislativas a la emanelpacion de las clases jornaleras, su fin medlato; establecer el imperto de la justicia absoluta en Jas relaciones sociales, su fin supremo”. Es Jo que repetia ocho afios mas tarde en el primer pArrafo del dictamen sobre bases econémico-sociales para mejorar la condiclon de las clases jornaleras, que elaboré en su calidad de presidente de la coml- sion “ad hoc” nombrada por la Asamblea federal de abril-mayo de 1871, que lo presenté en 1a de fe- brero de 1872: “Se trata de ir modifieando (la orga- nizacién soclal) por una serie de reformas que la vayan purgando de Tos vicios que entrafia hasta aco- modarla al ideal de la mas absoluta justicia”*; no falta tampoco en este documento la apelacién a una reforma moral de la sociedad, que arranque a todas las clases sociales del “inmoral egolsmo en que estan sumergidas”. Clertamente en sus wltimas obras doc- trinales Pl se muestra mas alejado del horlzonte bur- gués que en sus escritos anteriores, pero aun enton- ces, la Inmadurez de las condiclones de transforma- cion de la sociedad espafiola, su alejamiento de los sectores punta de Ja evoluclén capitalista, sus vineu- lactones pequefio burguesas, le impiden trascender por completo ese orden o le proyectan a soluciones eripta-ut6picas; a ello obedece que continue adserito a una fundamentacién Idealista de la reforma social. Uno de los rasgos que caracterlzan mas acusada- mente la construccién politica de Pl y Margall es el importante lugar que ocupa en ella lo que genériea- mente podriamos denominar tematica filosdfica, Como ha dicho Azorin: “No fue P! un fildsofo profesional, digamoslo asi; pero a su politica corresponde una filosofia, una concepelén floséfiea del mundo y de la vida en armonia con ese sistema politico”, Ahora bien, si en este pasaje ha apuntado Azorin, tal vez inconsclentemente, a la raiz politica de toda cons- BI subrayado es nuestro. Ambos, artfcule y dictamen, estén se- cogidgs en Ia presente antologta. BLecturas Expartolas. 23 truccién Mlloséfica, debemos afiadir que, sin periuicto de cual sea el orden genético real, Pi presenta los ptinciplos politicos como derivacién de unos previos filoséficos, explieita una concepelén del mundo como soporte del ideario politico, sefiala cémo detraés de todo programa politico esta una concepclén del mun- do y concluye diciendo que los primeros sin los se- gundos se mueven en un terreno poco firme: “...he- mos hecho —dice en “La Discuslon” de 30 de marzo de 1858, refirléndose a la revoluclon liberal espafio- la— una revolucién politica sin haber pasado antes por otra filos6fica; merced al abatimtento de nuestro espiritu estamos presenciando el doloroso espectaculo de partidos que no saben derivar de ninguna concep- clon superior los principios que constituyen su dog- ma”; reproche que dirigiré particularmente a los de- mécratas en la Introduceién a “La reaeeion y la re- volueton”. La fundamentacién del ideatio democratico en una concepclén del mundo, en unos principles filosdficos, es una constante en Ja obra de Pl, desde “La Reac- clon y la Revolucion” a “Las Luchas de Nuestros Dias”, pasando por innumerables artieulos y discursos, con Ta unica excepcién de “Las Naclonalidades” por las Tazones politicas que mencionamos y no sélo por las clentificas que aduce en el prologo (atenerse a los hechos). Asi en “La Reaccién y la Revoluctén” dice que la democracia es “el reconocimiento social de esa soberania que la clencla moderna ha reconocido en nosotros al consignar que somos la fuente de toda certidumbre y todo derecho”; varios lustros mas tar- de, en “Las Luchas de Nuestros Dias”, don Leonclo, por boca de quien habla Pi (el libro est escrito en forma de didlogos), repetira en un pasaje calificado de autobiogréfico*: “Impresiondronme, desde luego, los principios de 1a democracia como que en ellos veia la deduccién inmediata de 10 que sobre 1a razén, la Por Rovisa ¥ Vinont, en Pl » Margall jover. Los orlgenes de su eterodonty EY Sel, ticionbre 2038 24 conelencia y Dios estaba a Ia sazén pensando...”". Para Ply Maregall, en definitiva, la democracla es todo un sistema, en que a partir de un principio fundante de cardcter filoséfico se deducen una serie de conse- cuenclas en los diversos érdenes de la vida; como lo es el catolicismo, y Pi aduce el testimonio de Bonald y Proudhon: “No sin motivo ha escrito Bonald: nada tle- nen que aprender las sociedades cristlanas: en ciencia y moral todo esta dicho. No sin motivo ha escrito Proudhon: en el fondo de todas las cuestiones hay una cuestlon teoldgica...” 1%, La alusién a De Bonald nos puede poner sobre la pista de por qué Pi se cteyé obligado a formular una explicita concepcién del mundo como soporte de su programa politico. Se trataba, por parte de Pi, de le- var a su total realizacton la revolucién lberal-demo- eratica en su planteamiento mas radical, frente 2 los que querian ya atajarla —caso de los tradicionalis- tas, de los carlistas, de los neo-catOlicos—., ya Umitarla en sus efectos: desde los moderados hasta la fracclon derechista de la democracia, pasando por los progre- sistas. Como estos propésitos se apoyaban en una, construceién ad hoc, en que el catolicismo era pre- sentado en una versién integralmente host{l al orden liberal (tradicionalismo, Syllabus), en que el eclecti- cismo Moséfico y la teoria doctrinaria de la sobera- nia de la razén o su version espatiola de la soberania historica eran esgrimidos por los moderados, y 1a doctrina de la soberania nacional por los progresis- tas, era necesario oponerles una concepeion que justi- ficase debidamente el programa radical”, Tratibase, Ta cit de La Reaccign » ta Revolucién, en ta pl. 0 de ta eci- jin te Me Rivadeneyra, Madrid, 185 ta de Las Luchas de nuesiros dias ‘en Ua page Al de la 2 ody Madrid, 190, Ambrosio: Pérez y Cia 1 12 febrero 1859, «E1 nuevo proyeeto de ley de ime iy Sobre el, Tradicionalismo, vid. E. Timwo x Guvhe, Tradicdn Moderntsme, Tesnos, Madrid, 1362: sobre los’ doctrinarjos franceses ¥ espatiies, L. Dize net, Coma, EI Liberalismo Doctrinario, Ynstitato. é& Estudios ‘oittcos, 2* ed, Madrid, 1956 25 ademés, por lo que concernia a los partidos Iberales de hacerles explicitos los supuestos que de hecho es- taban detras de les reformas llevadas a cabo por ellos en la estructura politico-soclal del antiguo régimen y denunclar entonces sus contradicciones internas, ora por querer compaginar principios opuestos, ora por no deducir completamente las ennsecnencias de los pro- clamados: con esto pensaba particularmente en los demécratas. Por otro lado, Pl no dejaba de estimar que habla sido la Intensidad de la obra secularizadora Tealizada por la dlustracion francesa, la que habia hecho posible la radicalldad de la Revolucion tran- cesa, con que sofiaba para Espafia, Cuestion aparte es que, en sus pretenslones sistematicas, 1a construcctén de Pi sea deudora de su siglo: pensemos on los siste- mas de Hegel, Marx, Comte, Proudhon, Spencer, etc, En Pl y Margail encontramos un rasgo que ha des- tacado Melnecke como nota genérica del pensamtento politico europeo a partir del siglo xvi. Dice el histo- tlador germano: “La Historia resulta continuamente movilizada y actualizada, La lucha por la interpreta- clon de Ja Historia universal acompafiaré en adelante a todas las luchas por la determinacion del futuro; éstas no se podran efectuar sin aquella”%, Como en el caso de la movilizacién de las concepciones del mundo, la wltima raiz del fonémeno la debemos bus- car en la intensidad de 1a lucha de clases que se da en el suelo europeo a partir del siglo xvi. Este doble fendmeno de recurso a la historia y mo- vilizacion politica de ella 10 podemos apreciar maxi- mamente en “La Reaccién y la Revolucion” y en “Las Naclonalidades”, pese al distinto caracter del recur- so a la historia que preside una y otra. En la pri- mera se trata de edificar un sistema de filosofia de la historia universal que sitva de criterio firme para la critica de los pilares instituclonales del antiguo ré- gimen y para dar una patente de necesidad historica al Idearlo democratico; en la segunda, de apelar a la historia espafiola en apoyo de la federacion, En el prologo de esta ultima dice: “Hora es ya de que ® Gitado por Diez vet Conaat, obra cit, nig. 257. 26 aprendamos en la historia la verdadera causa de nuestros males y el régimen politico a que nos laman las condiciones con que se han ido reuntendo los di- ‘versos elementos de le nacionalidad espafiola...”. Cast resulta ocloso afiadir que la interpretacion plmarga- lana de 12 historia de Espafia se inscribe en la linea de la interpretacion Iberal, critiea, por tanto, de 1a ¢poca de la monarquia austriaca, que, segin él, agosto Jas fuentes de riqueza y el desarrollo de la clencia. Fi y Margall, ha dicho Rovira y Virgill, “era tun- damentalmente un racgtonalista. La razon era la mas fuerte columna de su estructura espiritual. Su racio- nalismo era el rostro mismo de su alma y la ley de su vida, No era un reclonalismo teérico, sino un ra- clonalismo que nos atreveriamos a lamar blologico. Pi lo examinaba y juzgaba todo por si mismo raclo- nalmente; no se dejaba influir por los sentimlentos, ni por la autoridad de leyes, doctores y maestros...” 2. Pero al examinar el racionalismo que preside su obra, tenemos que trascender el enfoque puramente indivi. dual y situarlo histérica y soclalmente. Sobre el raclo- nalismo, so capa de denunciar e] racionallsmo aprio- rista y ahfstorico de los siglos xvir y xvi, se ha ver- tido por parte del pensamiento de la derecha una con- fusion interesada, en que se desdibujan las fronteras entre la condena de squél y una desvalorizacion ge- neral de la raz6n. Asi, por ejemplo, oponer eplstemolé- gicamente, en el ambito de las clenclas de la natura- leza, para después proyectarlo en el de las clenclas sociales, razén y experiencla, no es correcto. Lo justo es distinguir entre una razén especulativa —sobre el modelo de la fisica aristotélica y después de la carte- slana— y una raz6n experimental, sobre el modelo de Ja newtonlana; cosa que no dejaron de hacer los mis- mos pensadores de la Tustracin, con un rechazo de Ja metafisica cartesiana y su exaltacién de la fisiea de Newton. No deja de ser paradojieo, en este orden de cuestiones, que los que condenan la razén desde Ja experiencia, defiendan a continuacién formas de 1 Ply Margail joven. Los origenes de su heterodosia, 27 conoclmiento que trasclenden cualquier forma de co- noeimiento elentifico, Esta desvalorizacion de la raz6n catalizaré moder- namente por vez primera con ocastén de la reacclon contra la Revolucin francesa, heredera de la Tustra- clon. Es un hecho que a la hora de enfrentarse con al racionalismo de 1a Tlustraclén —con su pretensién si de deducir de 1a razén unos prineiplos de ordena- clén politico-social de valldez supratemporal y unl- versal, pero también con su afirmacién de la razon como motor del perfecclonamlento del hombre y pauta de Julclo— no se Ie opondr4 por las fuerzas contra- Tevoluclonarias una razén que arranca del movimten- to concreto de la historla —como seria el caso del marxismo— sino que se recurriré a la sancién hist6- rica, a Ja tradicién, a la autoridad de textos sagrados; para atajar la voluntad transformadora y legitimar el orden soctal antlguo, se Invocara también la autort- dad de la naturaleza, diciendo que ¢sta no procede por saltos, sino evolutivamente, que el atomismo lt- beral contrarla la ley general de los organismos; se opondré a la concepcién optimista del hombre de 1a Tustracion una coneepcién pesimista; se ensalzaran formas de integtaclén politica pseudomisticas en vez de las racionales, etc. En sintesls, irracionalismo y ra- clonalismo son, histéricamente, sendas fundamenta- ciones conservadora y revolucionaria, que, en el mo- mento de enfrentamiento del Antiguo Régimen y el orden Uberal, asumen, respectivamente, las clases y sectores tradiclonales y la burguesia, Que la burgue- sia en una etapa posterior, cuando se coloque a la defensiva ante el ascenso histérieo del proletarlado, rechace el ractonalismo de sus antecesores y recu- rra al irracionalismo, corresponde a la inversion de los papeles de esa clase en una y otra coyuntura2 Sobre estos dos conflictos fundamentales —Antiguo Régimen y burguesia, burguesia y proletariado— in- terfleren otros: asi entre los sectores mas avanzados 2 Of, G, Lumes, EI salto @ ta raxdn, La trayectoria det trraciona smo desde Schelling hasta Hitler, trad. exp, Le ede F.C. By 2%, Grijatvo, México. 28 de la burguesia y de la pequefia burguesia y los sec- tores mas conservadores de ellas en allanza con los restos del Antiguo Régimen: es el caso de Pl y Mar- gall frente a los moderados espafioles. Por otra parte, hay que afiadir —y la observacién es aplicable a la especulacton pimargalliana —que acusar de abstrac- to al raclonalismo politico burgués de los siglos xvi ¥ xvi, ey iguorar dellberadamente que constituye la Justifieacion ideologiea— con pretensiones de raciona- lidad y universalidad— de un orden a la medida de la burguesia, que, por lo mismo que se enfrenta con el del Antiguo Régimen con una legitimidad histérica detras, tiene que rechazar el derecho histérico. El sentido que tlene la apelacién a la razon por parte de Pl y Margall se trasluce en el sigulente pa~ rrafo de un articulo en que ataca las tesis historicis- tas de Bravo Murillo: “Para €] no hay mAs derecho que el constitui-~ do, no hay mas medio de convertir el hecho en derecho que esperar 1a sancion del tlempo. Ig- nora que hay en la conciencla de todo hombre un derecho eterno, superior a todas las leyes y todos los poderes, que las revoluctones lejos de ser, como sostiene él, un simple hecho, son la realizacion de ese derecho... si el tiempo es cri- terlo del derecho no hay nada absolutamente Justo ni absolutamente injusto... Ia razon, que stente su autonoma personalidad, protestara eternamente contra el derecho histérico. De no, gcomo se podria realizar el progreso? 2En qué vendria a conststir la perfectibilidad huma- na?.."2, Al mismo tiempo, aparece en este parrafo su vincu- lacion a los esquemas del raclonalismo burgués de los siglos xvm y Xvm, con su referencia a unos prin- ciplos eternos de justicia, vale decir a un sistema de derecho natural, que en él tiene un cardcter in- manente al hombre, arranca de una naturaleza secu- ® La Diseusién, 16 abil 188, 28 larizada, a diferencia del derecho natural cristiano, Es cierto que el racionalismo de Pi se auna con una concepeion historicista y progrestva, que matiza y co- rrige el racionalismo ahistérico, y de la que resulta que, si no la realidad, si el conocimiento y la reali- zacion de esos principios, es historic, acompasado a las nuevas exigenclas de la realidad’ social, y a la vez progresivo. en una solucién andloga a la de Prou- dhon, pretendiendo compatibilizar el iusnaturalismo y el historicismo, Es mas, por influencla del materia lismo y del evolucionismo, Hega a negar en sus tlti- mos escritos el absolutismo de la ley moral, aunque siga afirmando su cardcter progresivo, de continuo perfecclonamlento. Precisamente esa vision historicista y progresiva, le permitira valorar positivamente instituclones y sistemas que, si hoy condenados, no obstante, en su momento, cumplieron un papel positivo, pero sin que ello —y aqui reside la diferencia con el historicismo conservador— le dé una patente de legitimacién para el porvenir. En todo caso, como sugicren las ultimas Iineas del texto precedente, la razon es la pauta su- prema y el motor del progreso. En definitiva, conclu- ye Pi, pensando en el tradicionalismo filoséfico y su proyecclon politica, si “se cree en la Insufictencia de Ja razon para conocer nuestra propla ley, se cae, quié- rase 0 no se quiera, bajo la autoridad de la Iglesia, del Papa elegido por Dios como arca de su palabra, del rey consagrado por el Papa como sostén y deposi- tarlo del poder divino” 24. En particular en los escritos‘de la década del cin- cuenta al sesenta, ¢] racionalismo plmargalliano ope- ra sobre el modelo carteslano. A partir de un principlo matriz sentado por la raz6n, se va construyendo todo el sistema; domina el método légico-deductivo; hay una pretension totalizadora, sistematizadora, de abra- zar toda la realidad en cuestién en un orden cohe- rente, cerrado, sin fisuras. En cambio, en “Las Nacio- nalidades”, Pi manifestaré desde el’ prologo su vo- % Prélogo a te tcaduccion espasols de Filosofia det Progreso, de Prowowox, Media, 1889. fi 30 luntad de atenerse a los datos de 1a experiencia, de operar sobre la base del método induetivo. Después alternaraé ambos métodos. En “Las Naclonalidades”, apelaré con especial énfasis a las lecclones de la his- toria en defensa del federalismo, cosa que desde “La Reacclén y la Revolucién” no habia dejado de hacer, como por muchos se fgnora o se silencla, Pero debla guardarse de que so color de una mo- vilzacton de 1a historia o de 1a experlenela se quisie- sen frenar los postulados revolucionarios; en caso de conflicto con aquellas debfan primar los argumentos raclonales, a cuya luz se legitimaban dichos postula- dos. Esto se advierte efemplarmente en el capitulo XV del Libro II de “Las Nacionalidades” al abordar 1a debatida cuestion del pacto como procedimiento de establectmiento de la federacton, cuestion no mera- mente académica como tendremos ocasién de ver. Donde los oponentes invocaban los peligros que tal Procedimiento entrafiaba para la unidad nacional, él, después de rechazar Ja verdad empiriea de ese aserto, afiadia: “Ni porque los tuviera lo abandonaria. Que no es racional admitir principlos sin sus consecuen- clas, y st por los pellgros que su realizacton entrafia hublésemos de abandonarlos, no se realizaria ningu- no en el mundo”. Donde se alegaba que en una nacioén ya constituida como la espafiola a ésta incumbia de- Umitar las competencias centrales y locales dado que asi lo venta efectuando, oponta el derecho impres- eriptible de los entes locales a estatuir sobre las com- petenclas federailes apoyandose en las bases raclonales de toda unién. En definitiva, como habia dicho en “La Reaccion y la Revolucion”: “La tradicin no es para mi una prueba. St esta de acuerdo con la razon, la acato; cuando no, la niego. Mi razon, y sélo mi ra- z6n, es un testimonio itrecusable”. La creeneia en una estructura racional de la histo- tla bajo la ley del progreso y en la capacidad de la razon humana para ir superando los obstdculos que se oponen a la felicidad del género humano, clmen- tan el optimismo antropologico de Pi y su Itberalls- mo integral. Liberalismo que en el presente caso sig niftca abrirse a cualquier nueva {dea, ereer en las 31 ‘virtudes de la discusion, pues la razén acabard triun- fando. Quizé sea en el discurso defendiendo la lega- Udad de la I Internacional de las Cortes de 1871 don— de aparece mas claramente manifiesta esta actitud de PI, nunca desmentida por los hechos y tan contraria a toda represion del pensamiento, En uno de los pa- sajes del exordio, dice: “cQué hay en la Internacional? ¢Hay verdade- ras quimeras?

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