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sociología (y a la inversa)
Exit Book, Revista semestral de libros de arte y cultura visual,
No. 10, Madrid, 2009
Suele ocurrir con los autores convertidos en marca mediática: se escriben sobre ellos
tanto libros laudatorios como panfletos, Nathalie Heinich se propuso buscar, más que
algún justo lugar intermedio, una lectura no convencional de la obra de Bourdieu y a la
vez una comprensión de su arribo, en pocos años, a “fenómeno internacional” (p. 9).
Autora ya de libros dedicados a artistas (La gloire de Van Gogh, Minuit, 1991), a
otro sociólogo de la cultura, Norbert Elias (La Decouverte, 1997; en español, Nueva
Visión, 1999), con una de las miradas más luminosas sobre las intersecciones entre arte
y sociología, Heinich elige un camino riesgoso para hablar de Bourdieu. Su texto,
excelente introducción-balance de las investigaciones de este sociólogo sobre la
religión, la ciencia, la cultura, el arte, la política y la filosofía, al mismo tiempo incluye
su relación personal con el autor de La distinción, desde cómo lo conoció en el sótano
de una librería parisina en 1977 hasta sus reflexiones sobre el “desaprendizaje” a que la
llevó la última etapa.
No tiene nada arbitrario comenzar hablando del carisma del hombre y de la obra
si ésta despegó pensando esa noción weberiana. ¿Cómo se va siendo discípulo de un
carismático que luego deviene profeta y, con la colaboración de sus seguidores, es
reconvertido en sacerdote? ¿Y cómo contribuyen los apóstatas a formar la celebridad
polémica? Heinich recorre la trayectoria de Bourdieu, usando críticamente sus propios
instrumentos, a fin de reelaborar este dilema clave de la sociología de la innovación
cultural: distinguir el proyecto científico personal de los movimientos intelectuales y
mediáticos que le confieren un papel renovador o se lo quitan según peripecias ajenas a
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la voluntad y el valor de la obra. Se percibe en este modo de acceder a Bourdieu el
entrenamiento de quien ha construido su visión sociológica del arte estudiando las
adhesiones y los rechazos al arte contemporáneo (Heinich, 1997).
Su rigor sociológico se aplicó a una zona –el gusto, las distinciones simbólicas–
donde parecían anidar las actividades menos “sociales”, más ajenas al determinismo
económico. ¿Se pueden cuantificar los modos en que los actos creadores participan en la
sociedad y se los aprecia, o estamos condenados a dejarlos librados a las intuiciones del
subjetivismo idealista? ¿Es posible construir explicaciones sociológicas sobre los
comportamientos estéticos que capten su especificidad, sin obligarla, como hizo el
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mecanicismo marxista, a obedecer a leyes de clase? Entre la ilusión idealista de
autonomía y la coacción reductora del marxismo, Bourdieu construye otro camino
basado en dos nociones: homología y campo.
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dominación social, y los muchos sentidos de lo que se hace al hacer arte a una lucha
entre legitimidad e ilegitimidad. Ya en La sociología del arte (2002) Heinich proponía
“seguir a los actores” en la diversidad de sus interacciones y describir los
desplazamientos “de la creación entre lo individual y lo colectivo, de manera de poder
reconstruir la genealogía de estas representaciones, estudiar el modo en que se articulan
con la experiencia” (Heinich, 2002: 166). En vez de una sociología normativa, una
sociología descriptiva. No desmitificar las ilusiones, sino poner en evidencia las lógicas
que permiten que los actores se orienten. El arte desafía a los sociólogos a experimentar
nuevas vías para comprender la singularidad y para reconocer los límites de sus
instrumentos.
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ciencia, no logra captar la lógica diferente de las culturas populares, vistas en La
distinción como la reproducción degradada de la cultura dominante. Fue rotunda la
refutación de un coautor de Bourdieu, Jean-Claude Passeron, y un discípulo, Claude
Grignon, cuando demostraron que la teoría de “la legitimidad cultural”, que reduce las
diferencias a faltas, las alteridades a defectos, descuida otras estilizaciones de la comida,
de las formas de vestir o escenografiar la vida doméstica (Grignon y Passeron, 1991).
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legitimable, por lo tanto víctima de una falta de reconocimiento, deviene cómplice de
un ejercicio ilegitimo de legitimación. En suma, la problemática de la legitimación
desemboca en una culpabilización generalizada.” (Heinich, 2007: 162). Esta secuencia
de develamiento-radicalización-culpabilización acaba de lograrse, como señalaron Luc
Ferry y Alain Renault, mediante la oscuridad del discurso. Las frases largas, cargadas de
subordinadas, el por momentos intrincado aparato científico, hunden al lector “en el
sentimiento inconfortable de que él no está a la altura del autor y que hará mejor en
callar sus objeciones y sus dudas” (Heinich, 2007: 162). La técnica se fortalece
insistiendo en “la complejidad inabarcable”, previendo y descalificando de antemano las
refutaciones, declarando que toda objeción es resistencia. Heinich completa su
argumento desmontando la estructura de los dobles discursos bourdieusianos: la
contradicción, la doble negación, la duplicación y la contra-performatividad, en el
sentido en que el discurso hace lo que dice que no hay que hacer.
¿Cómo salir? “Me llevó mucho tiempo, confiesa la discípula, comprender que
existen usos no agonísticos de la discusión intelectual, no críticos de la historia, no
desencantadores de la cultura, no políticos de la sociología, no cientificistas de la
ciencia” (Heinich, 2007: 175). En una caracterización de la tarea sociológica, que
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vemos nutrida en el contacto de Nathalie Heinich con las artes, sostiene que vale más
descubrir que demostrar, que la pluralidad es lo propio de la experiencia humana y que
“el logicismo, que reduce esta pluralidad a la unicidad, es el primer enemigo del
investigador”. Defiende, por eso, la coexistencia de la sociología explicativa, que
evidencia las causalidades exteriores, con una sociología comprensiva, que toma en
serio “las lógicas subyacentes en las conductas de los actores confiando en su capacidad
de reflexividad”. Lo invisible, agrega, puede ser efecto de lo implícito y no
forzosamente de lo ocultado.
En las últimas líneas, la autora espera no haber escrito un libro desde la cólera
(“efecto del amor decepcionado”) sino desde la ambivalencia, “propia de afectos
realmente vividos” en el aprendizaje de un oficio y en el desaprendizaje de los riesgos.
Se percibe también como el libro de alguien que, según dice en otra obra, Lo que el arte
aporta a la sociología, aprendió en esta disciplina que las practicas artísticas, como las
demás, no tienen un valor absoluto y exclusivo, sino mediado por instituciones,
construido en contextos compartidos. Ante el desencanto producido por el conocimiento
objetivo, el sociólogo puede también abrirse a comprender cómo la obra de arte se
“vuelve enigma”. La sociología no es entonces una disciplina o un disciplinamiento del
modo correcto de conocer, que acusa a los incompetentes, sino una “antropología de las
obras” que “permite restablecer una circulación entre universos separados, contribuir a
renovar los lazos ahí donde la gente ha dejado de hablarse, rehacer un consenso en
donde sólo quedan fracciones que se enfrentan, se critican o se ignoran” (Heinich, 2001:
66).
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Bibliografía
Heinich, Nathalie. 1997. L’art contemporain exposé aux rejets. Études de cas. Nîmes,
Éditions Jaqueline Chambon.