SERVANDO TERESA DE MIER
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POLITICOPROLOGO
I
“.,soy con la pluma lo que cierto comandante con
las manos y Ja boca cuando se incamoda, que se me
viene a las barbas, diciéndome mil babadas, hasta
delante de la gente, que a veces me quema y me
arrabia.” (Carta a Ramos Arizpe, 28 de agosto de 1823.)
SEMBLANZA
De FRAY SERVANDO TERESA DE MIER lo que més poderosa e insistentemente
ha llamado la atenciés ha sido su vida azarosa tan llena de carceles y fugas, de
aventuras y corterias, de persecuciones y desgracias; en suma, el perfil nove-
lesco y picaresco de su existencia. Cuantos se han ocupado de este personaje
han sucumbido a la tentacién que para todo escritor representa la narracién
de una vida como la suya. Pero el resultado ha sido el descuido, ya que no el
olvide, de lo mds importante, a saber: el estudio de su ideatio politico y de
su brillante actuacién como miembro del Primero y Segundo Congresos Cons-
tituyentes Mexicanos. Vagamundos, aventureros, excéntricos los ha habido
muchos; pocos, sin embargo, han sido los que, como el padre Mier, ejercieron
et su dia una influencia tan preponderante en Ia fijacién del destino de su
patria; pocos los que, como él, han tenido una visidn tan clara y penetrante
en momentos de confusidn y desorden como fueron aquellos afios inmediatos
siguientes a la consumacién de la independencia politica de México.
Quizds el principal motivo de esa falta de apreciacién por parte de Ja
posteridad deba encontrarse en el hecho de no haber sido las opiniones del
padre Mier las que prevalecicron en el gran debate acerca del sistema cons-
titucional que habia de adoptarse como estructura politica de la nactente te-
publica; pero sea de ello lo que fuere, también parece cierto que no es el
padre Mier ajeno del todo a la preferente atencién que se ha concedido a
la patte pintoresca de su biografia, pues fue él el primero en insistir hasta el
cansancio en ese aspecto de su vida, dejéndose arrastrat sin reservas por una
mania exhibitoria, rasgo capital de su cardcter. Insaciable admirador de si
mismo, aprovecha cualquier acasidén para citar sus propios escritos o para narrar
por extenso grandes trozos de su vida, viniera o ne al caso, como acontecid
con supetlativa impertinencia el dia en que tomé asiento como diputado
IXpor su provincia natal en el seno del Primer Congreso Constituyente. E] mas
superficial conocimiento de la obra del padre Mier servird para abonar con
exceso probatorio la afirmacidn de ser la egolatria su pasidn dominante. Son
varios los relatos que nos ha dejado de su vida, aparte de dos escritos bas-
tantes extensos, las Memorias (cuya primera parte titulé “Apologia”) y el
Manifiesto Apologético, que vienen a ser dos versiones de una autobiogratia
formal. En estas obras, como en muchos otros papeles suyos, abundan las
expresiones de engreimiento y de insufrible vanidad.' Su afin de notoriedad
fue el motivo, siendo atin joven, de su primer destierro y, por lo tanto,
de tantas persecuciones como padecié en Espafia, pues el famoso sermén
guadalupano,? causante de todo, no tiene otra explicacién que el desenfrenado
deseo de originalidad que lo consumia. Para el padre Mier este sermén y el
proceso eclesidstico a que dio lugar, fueron una obsesién de toda la vida. En
casi todos los escritos vuelve sobre el asunto con infatigable reiteracién, y
siempre anduvo muy empefiado, de acuerdo con la pasién dominante de su
cardcter, en convencer a sus lectores de que la verdadera y tinica razén de
la persecucién que sufrid por parte del arzobispo Nufiez de Haro era la envi-
dia que despertaban, entre los espafoles eurcpeos radicados en México, la
gran reputacién y fama que habia adquiride como orador sagrado, siendo,
como era, un criollo nacido en México,’ Nunca estuvo dispuesto a admitir la
gravedad y el alcance del tremcbundo escdndalo que provecd al impugnar
desde el pulpito la aceptada tradicién de la apaticién del Tepeyac,’ y si bien
hoy puede parecernos muy excesivo ef tigor con que fue tratado, la explica-
cién que él mismo sugiere, tan halagitefia a su vanidad, no es del todo acep-
table. Sin querer restarle méritos al padre Mier, puede afirmarse que su afan
de exhibicionismo es la clave para comprender la mayoria de sus actos y la
explicacién del tono de toda su vida. Liegé a tanto, que hasta en ocasién de
recibir el yidtico, doce dias antes de su muerte, el padre Mier repartid perso-
nalmente entre sus amigos y los altos funcionarios del gobierno unas esque-
las invitando a la ceremonia, ocasién que no desperdicid para pronunciar un
discurso acerca de si mismo, Extraordinariamente vanidoso, ello fue su sostén
durante tantos afios de adversidad como conocidé. Pese a su acendrado repu-
blicanismo, fue siempre el padre Mier muy puntillosa en asunto tocante a
su ascendencia aristocratica. “Mi familia, dice, pertenece a la nobleza mag-
naticia de Espafia, pues los duques de Altamita y de Granada son de mi
casa, y la de Miofio, con quienes ahora esta enlazada, también disputa la
grandeza”. No menos se jactaba de su ascendencia por el lado materne que
hacia Uegar a Cuauhtémoc, de tal manera que en varias ocasiones expresé la
opinién de que en caso de restablecerse el Impcrio Mexicano, & podria alegar
detecho pata ocupar el trone.2 No obstante las persecuciones que sufrié a
manos de la Inquisicién y de las autoridades eclesidsticas, jamas renegd de
la fe en que nacié, ni Ilegé nunca a excusar la sumisién que como catélico
debia al sumo pontifice. Sin embargo, de la aversi6n que sentia por el lujo
y de Ja simpatfa con que vefa la simplicidad de los habitos republicanos, siem-
pre se mostré muy celoso del respeto y tratamiento debidos a sus titulos aca-
démicos, asi como del reconocimiento de las prerrogativas que le correspondian
como prelado doméstico del papa, y muy particularmente la de vestirse de
xun modo semejante a los obispos. Hasta donde es posible afirmarlo, fue el
padre Mier insensible a las centaciones de la riqueza y del amor. Todos sus
biégrafos coinciden en esto. No se le comoce ninguna aventura amorosa, y
a pesar de sus opiniones adversas al celibato del clero, rechazé una ventajosa
oferta de matrimonio que, estando en Bayona, le hicieron los judfos con
quienes habia establecido estrechos vinculos de amistad. La Inquisicién hizo
desesperados pero vanos esfuerzos por demostrar que el padre Mier trafa
consigo una mujet conocida por el nombre de “Madame la Marque, o la
Marre” ceando vino en la expedicién de Mina. Por lo visto las mujeres no
existian para él; y, sin embargo, en un pérrafo desconcertante de una carta
escrita desde Norfolk, Virginia, dice que junto con Mina ird de paseo a
Filadelfia y Nueva York, “donde estén Jas bellezas mejores que las de Londres,
dicen, por su pie més pequefio, cuerpo y andar més gracioso y elegante”. Lo
gue alli pasd, avetigielo el diablo.
Dotado de facil palabra, mordaz, erudito, inteligente y deslenguado, siem-
pre supo cautivar ja atencién de sus oyentes. Escribir fue su ccupacidn pre-
dilecta; pero, aventurero inquieto, mds de ocasién que por aficién, su obra
entera se resiente de falta de unidad. La inttil reiteracién, el desorden, la
inexactitud y el yo constante, son las notas negtas de sus escritos. No por
eso se menosprecien. Su obra es admirable; el estilo es original y vigoxoso,
y toda ella, animada de Ja apasionada personalidad de su autor, estd Mena
de atisbes certeros y hallazgos felices. El padre Mier es lectura imprescindi-
ble para quien aspire a conocer de raiz el origen, los antecedentes y las solu-
ciones de ese gran vuelco histérico que fue la independencia politica de las
posesiones espaiiolas de América; y mds imprescindible atin pata quien se
interese por conocer los problemas que en raudal les salieron al paso a aque-
Iios incipientes republicanos, tan sinceros como alucinados. Pero por encima
de todo, haciéndonos olvidar excentricidades y pequefias vanidades, se destaca
en la vida del padre Mier su preocupacién mds pura, apasionada y perma-
nente, que fue ver realizada y segura la independencia de América. Mal que
bien, expuso la persona al servicio de esa causa, y a ella le dedicd sus mejores
afanes y el vigor de su talento. No por eso odié a Espafia. “Yo soy hijo
de espafoles”, nos dice en su Manifiesto Apolagético, “no los aborrezco sino
en cuanto opresores”. El padre Las Casas fue su idolo, objeto ilustre de su
etnulacién, Como capelldn castrense se distinguié en la Peninsula en la guerra
contra la invasidén mapoleénica, mereciendo el elogio de sus superiores. Ad-
mité y temié a Inglaterra; temid y admiré a los angloamericanos. Amé la
repiblica y odié la monarquia. Fue campedn del sistema republicano centra-
lista, y perdid para México la batalla; la mds significativa de cuantas librd
en su tumultuosa vida. Enfatigable, sirvid a la patria hasta sus uilcimos dias
y, como dice Alfonso Reyes “rodeado de la gratitud nacional, servido —en
palacio—— por la tolerancia y el amor, padtino de la libertad y abuelo del
pueblo” murié a los sesenta y cuatro afios, el dia 3 de diciembre de 1827/°
XI