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Traduecién de CARLOS MARTIN, ganz1912 NORBERT ELIAS La soledad de los moribundos ef FONDO DE CULTURA ECONOMICA Mesico 198 Primera edicidn en aiemén, era icin en expafol (Fc Espana), 1987 Primera ediién €0 €37 ve Segunda edicin (FCF, México) “Tuo original: Uber die Einsemeit der Slerbenden © 1942, Surkamp Verlag, Frankfort det Mere TSBN 3S18077724 ew 2, fondo de orn Ean, S.A, Or eee, 918 04D MesED. DF ISBN 968-16-3052-1 Impreso en Mexico ganz1912 Es VARIAS posibilidades de afrontar el hecho de que toda vida, y por tanto también la de lag personas que nos son queridas y la propia vida, tiene un fin. Se puede mitologizar el final de la vida humana, al que lla- mamos muerte, mediante la idea de una posterior vida cn comin de los muertos en el Hades, en Valhalla, en cl Infierno © en cl Paraiso. Es la forma més antigua y frecuente del intento humano de entendérselas con la finitud de la vida. Podemos intentar evitar el pensamiento de la muerte alejando de nosotros cuanto sea posible su indeseable presencia: ocultarlo, reprimirle, O quiz tam- bién mediante la firme creencia en la inmortatidad per- sonal —«otros mueren, pero no yor—, hacia lo que hay una fuerte tendencia en las sociedades desarrolladas de nuestros dias. Y también podemos, por tiltimo, mirar de frente ala muerte como a un dato de la propia existen- cia: aeomodar nuestra vida, sobre todo nuestro compor- tamiento para con otras personas, al limitado espacio de tiempo de que disponemos. Podemos considerar una ta- “yea hacer que la despeditla de los hombres, el final, cuan- 7 do legue, taité el de los demés coma el propio, sea lo més liviano 'y agradable posible,-y suscitar la pregunta de cémo se. cumple tal tarea. Actualmente es ésta, una pregunta que tan sélo unos cuantos médicos se plantean [de una manera clara y sin tapujos. En la soviedad en | general, a cuestién apenas se plantes. ‘Tampoco se trata tinicamente del adiés definitivo a la vida, del certificado de defuncién y el ataid, Muchas" personas mueren paulatinamente; se van Uenando de achaques, envejecen. Las tiltimas horas son sin duda im=_ portantes, Pero, a menudo, la despedida comienza mu- cho aintes/EL quebrantamiento de la salud suele separar ya alos qué ehvejecen del resto de los mortales. Su de- cadencia-losisisla: Quizé se hagan menos sociables, quizé se debiliten'sus sentitnientos; sin que por ello se extinga su necesidad de los demés. Eso es lo mas duro: el técito aislamiefite’ de los senilés y moribundos de la comuni- dad de los ivivos,-el énfriainiento paulatino de sus rela- ciones con:personas que contaban con su afecto, la se- paracién-dejlos demas en general, que eran quienes les proporcionaban sentido y sensacién de seguridad. La de- } cadencia né ‘es diura vinicamente para quienes estin aque- jados de.ilolores, sino también para los que se han que- dado sploajEl-hecho de que, sin que se haga de mane- ra delibérada, Sea tan frecuente el aislamiento precoz de los:moribiindos precisamente en las sociedades de- sarrolladas; constituye uno de los puntos débiles de es- tas sociedades, Atestigua les dificultades que encuentran muchas personas para identificarse con los viejos y los moribundos*: ‘No cabe duda de que el Ambito de la identificacién 8 abide es canes es hoy més amplio que en tiempos pretéritos. Ya no con- sideramos una distraccién dominguera contemplar per- sonas ahoreadas, descuartizadas 0 sometidas al suplicio de la rueda, Vamos a ver partidos de futbol y no peleas de gladiadores. En comparacién con la Antigiiedad, ha ido en aumento nuestra capacidad de identificacién con otros seres humanos, la compasién con sus sufrimientos y su muerte. Contemplar cémo leones y tigres hambrien- tos van despedazando y devorando a personas vivas, ¢6- mo unos gladiadores se esfuerzan denodadamente pot engafiarse, herirse y matarse, dificilmente podria seguir siendo un entretenimiento para el tiempo de ocio que esperdsemos con la misma alegre impaciencia que los purpurados senadores de Roma y el romano pueblo. Nin-_ sin sentient de gualdad unio segsn puree aque= los espectadores con Tos otros seres humands que, allé aBajo, en Ta arena ensangrentada, luchaban por su vi- “da. Como es sabido, los gladiadores saludaban al César afentrar con el lema «Morituri te salutants'. De hecho, algunos ¢ésares Hegaron a creer que, cual dioses, ellos eran inniortales. Habria sido mds exacto si el grito de los gladiadores hubiera sido: «Morituri morituremi salu- tant». Pero es probable que en una sociedad en la que pudiera decirse tal cosa no existieran ya ni gladiadores ni César Poder decir una cosa semejante & los’ gober- nantes —a ellos que, todavia hoy, siguen teniends potes- tad sobre la vida y la muerte de innumerables seres humanos— requiere una desmitologizacién de la muer- 2 Los que ban de morir, te saludan« 2 los que hun de morir saludan al que ha de morire [ {Suna conciencia mucho més clara de la que hasta hoy | se ha podido alcanzar de que la humanidad es una co- * munidad de mortaies y que los seres humanos slo pue- den, en su menesterosidad, recibir ayuda de otros seres [7 humanos. El problema social de la muerte resulta so. | bremanera dificil de resolver porque los vivos encuen- {tan dificil identificarse con los moribundos. ©" La tnuerte es un problema de los vivos. Los muertos no tienen problemas. De entre las muchas criaturas so- bre la Tierra que mueren, tan sélo para los hombres es morir un problema, Comparten con los restantes anima- les el nacimiento, la juventud, la madurez, Ia enferme- dad, la vejez y ia muerte. Pero tan sélo ellos de entre todos los seres vivos saben que han de morir. Tan sélo ellos pueden prever su propio final, tienen conciencia de que puede producirse en cualquier momento, y adop- tan especiales medidas —como individuos y como grupos— para protegerse del peligro de aniquilamiento. Esa ha sido desde hace milenios ta funcién central de 'a convivencia social entre los hombres, y lo sigue sien- do hoy en dia. Pero entre los mayores peligros existen- tes para el hombre se encuentran los propios hombres. En nombre de esa funcién central de protegerse del ani. quilamiento, unos grupos humanos amenazan a otros gru- pos humanos una y otra vez. De siempre, las formacio- nes sociales humanas. la vida comin de los hombres en grupos, ha tenido una cabeza de Jano: pacificacién ha- cia dentro; amenaza hacia fuera. También cn otros se- res vivos, el valor que para la supervivencia tiene la for- macién de sociedades ha conducido a la constitucién de grupos y a la adaptacién del individuo a la vida en co- 1 min como fenémeno permanente. Pero, en su caso, la adaptacién al grupo en el que viven se basa en gran parte en formas de conducta predeterminadas genéticamente 6, alo sumo, en pequefias variaciones aprendidas de un comportamiento innato. En el caso de los setes huma- nos, el balance entre la adaptacién a la vida del grupo adquirida y no adquirida se ha invertido. Las disposi ciones natas a la vida con los demés requieren ser acti vadas mediante el aprendizaje. Por ejemplo, la disposi- cidn para hablar se activa mediante el aprendizaje de una lengua. Los seres humanos, no sélo pueden, sino que deben aprender a regular su modo de comportarse unos con otros atendiendo a las limitaciones 0 normas especificas del grupo. Sin aprender no pueden funcio- nar como individuos ni como miembros del grupo. En ningiin otro caso, esta afinacién con la vida en grupos ha tenido una influencia tan profunda en la forma y de- sarrollo del individuo como en la especie humana. Pero no son sélo las formas de comunicacién o las pautas li- mmitativas las que difieren de una sociedad a otra. Tam- bién Io hace la forma de experimentar la muerte. Esta forma es variable y es especifica de cada grupo. Por na- tural ¢ inmutable que les parezca alos miembros de ca- da sociedad en particular, se trata de algo aprendido, Pero lo que crca problemas al hombre no es la mue: (e, sino el saber de la muerte, No hay que engafarse: una mosca atrapada entre los dedos de una persona pa- talea y se defiende como un hombre en las garras de un asesino, como si supiera el peligro que le aguarda, Pero los movimientos defensivos de la mosca en peligro de muerte son innatos, herencia de su especie. Una mo- i na puedeillevar-consigo durante algtin tiempo a un mo- nito muerfoldhasta’que en alggin punto se Je cae y lo pier de.No sébetlo,que es morit: Ignora la muerte de su hijo comé la éuya-prppia: En cambio,:los hombres lo saben, y por éso:latnuérte:se convierte:para ellos en problema. city bobonbiltand aot ke site aj Bosal Wn’ von os ARESPUESTAa la pregunta de qué es lo que pasa con Lhécho:de:morir ha ido cambiando en el curso dei desarrollo de la sociedad.-Fs una respuesta especifica de los’distintos estadios de este desarrollo y, dentro de cada estadio, es también especifica de cada grupo so- cial. Las ideas acerea de la muerte y los ritnales con ellas vineulados s€ convierten a-su yez en un momento de la socializacién! Las ideas y ritos comunes unen a los hom- bres; las ideas y ritos diferentes separan a los grupos. Valdria la pena hacer un resumen panorimico de todas Jas creencias que los hombres han alimentado en el curso de los siglos:para habérselas con el problema de la muer~ te y con el constante peligro en que se halla su vida. Y también de todo'aquello que han hecho en nombre de una creencia que les prometia que Is muerte no era el fin, y que los rituales con ella relacionados podian ase- gurarles'una vida eterna, Es evidente que no existe idea alguna, por extrafia que parezea, en la que los hombres no estén dispuestos a creer con profunda devocién, con tal de que les proporcione alivio ante el conocimiento de que un dia-ya no existirn, con tal de que les ofrezea Ja esperanza en una forma de eternidad para su existen- cia. 2 | Indudablemente, en las sociedades més desarrolladas ha aminorado considerablemente el apasionamicato con el que determinados grupos humanos mantuvieron an- tafio que tinicamente su propia fe sobrenatural y su ri (ut podian proporcionar a sus miembros una vida infi- ita después de la vida terrena. En la Edad Media, a quienes mantenfan otras creencias se les persegufa con frecuencia a sangre y fuego. En una eruzada contra los albigenses del sur de Francia, en el siglo XIli, Ia comu- nidad de ereyentes mas fuerte aniquilé a la mas débil. Los miembros de ésta fueron estigmatizados, expulsa- dos de sus casas y sus tierras y quemados a cientos en la hoguera. «Con el corazn gozoso vimosles arder en Ta hoguera», dijo uno de los vencedores, No hay aqui el menor sentimiento de identidad de unos hombres eon otros. La fe y el rito los separaban. Con expulsiones, con Ja prisién, la tortura y la hoguera prosiguié la Inquisi- cién su cruzada contra quienes mantenian otras creen- cias. Son sobradamente conocidas las guerras de reli- gidn de comienzos de la Educ Moderna, Sus secuelas se dejan sentir ain en nuestros dias, por ejemplo en Ir anda. También la lucha que thtimamente se ha desa- rrollado en Ir dotes y gobernantes secula- res recuerda la fiereza del sentimiento de co- munidad y la mortal enemistad que eran capaces de de- viedades medievales los silent Ue cee _cias, pore ofrectan la salvacidn de la muerte y una vida eterna. En las sociedades mas desarrolladas ha ido disminu- yendo algo, como ya hemos dicho, la pasién con la que los hombres tratan de conseguir ayuda frente a la me- 13 nesterosidad y la muerte en sistemas de ereencias so- brenaturales, Hasta cierto punto, el apasionamiento se ha desplazado hacia Jos sistemas de oreencias secula- res, La necesidad de garantias frente a la propia caduci- dad ha menguado ostensiblemente en los tillimos siglos, en comparacién con la Edad Media, sintoma de que nos encontramos en otto estadio de civilizacion, En los Es- tados nacionales mis desarvollados, la seguridad de las personas, sti proteccién frente a los mas rudos golpes del destino como la enfermedad y la muerte sibita, es considerablemente mayor que en ¢pocas anteriores, quiz’ mayor que en toda Ta historia de fa humanidad, En com- paracién con los estadios anteriores, la vida se ha vuelto ms previsible en estas sociedades, aunque también exige del individuo una superior medida en cuanto a previ- sién y control de las pasiones. E] sélo hecho del aumen- to relativo de la expectativa de vida de los indivichios que viven on estas sociedades demuestra una mayor seguri dad vital, Entre los caballeras del siglo Xitt, un hombre de cuarenta afios era ya casi un anciano, mientras que en las sociedades industriales del siglo XX —con dife- rencias segtin la clase social— casi se le considera jo- ven. La prevencién y cl tratamiento de las enfermeda- des, aun cuando todavia puedan resultar insuficientes, estan mejor organizacos en el siglo XX de lo que nunca lo hayan estado. La pacificacidn interna de la sociedad. Ja proteccién del individuo frente a todo hecho violento no sancionado por el Estado, asi como frente a Ja mucr- te por inanicién, han alcanzado una mes tras sociedades que sobrepasa lo imaginable por los hom- bres de épocas pretéritas. 4 ida en nue: No cabe duda que una contemplacién mds de cerca reclificaria esta impresién revelandonos hasta qué pun- to sigue siendo grande la inseguridad del individuo en mundo. La marcha a la deriva hacia la guerra sigue ropresentando una constante amenaza en la vida de ca- da persona. Tan sélo una larga perspectiva en el tiempo permite comprobar, en comparacién con épocas ante- riores, en qué medida ha aumentado la seguridad fren- te a la irrupcidn de peligros fisicos imprevisibles y ha crecido la proteccién ante la amenaza incalculable a Ja propia existencia. Al parecer, el aferrarse a una creen- cia sobrenaturat, que promete una proteceién metalisi« a frente a los imprevisibles reveses del destino y sobre todo frente a la propia eaducidad, sigue siendo una ac- titud mucho mas apasionada entre aquellas clases y gru- pos en los que la duracién de la vida es mas incierta y eseapa en mayor medida a su propio control, Pero gross modo, en las sociedades mis desarrolladas los peligros cen la vida de las personas, incluido el peligro de mucr- te, se han hecho mas previsibles, y en esa misma medi- da se ha atemperado la necesidad con la que se necesi- tan poderes protectores sobrenaturales. Al aumentar ka inseguridad de la sociedad, al hacerse mayor la ineapa- cidad del individuo de prever su propio futuro a largo plazo, y de gobernarlo —hasta cierto punto— por si mis- mo, es comprensible que esias necesidades vuelvan a crecer de nucvo. La actitudl ante cl hecho de morir, la imagen de la muerte en ntiestras socicdades no pueden entenderse cabalmente sin relacionarlas con esta seguridad y previ sibilidad del curso de la vida individual relativamente 15 j { / } ? mayoreé, [a'yida se hace’ més larga, la muerte se aplazst mds, ‘Yarnd, 6& cotidiand'la contemplacién de moribun- dos ¥'dé hueAds, Resulta mas fécil olvidarse de la muerte en‘el Hiontial Yivir cotidiano.' A veces se habla hoy en dia 'deiq 1a gente weprime» la muerte. Un fabricante dde isles ‘hdrteamericano observaba hace poco que «la actitéd:éditemporanea hacia la muerte hace que se de- jen pakatihimdthofa los. pines para el entierre, si es qe’ sithierabllegdn a hiicerse».* ve Ash ipa + eT ELA lity we WW sti Vt \ UANDG se’habla hdy de la «represién» de la muerte, ¢: mbénitenderise est utilizando este concepto en un doble snide. Podemos estar contemplando una «repre- sidnien'l plano individual y en el social. En et primer casolséiitiliza el término de represién més o menos en el sentido“que'le‘diera Sigmund Freud. Se hace refe~ renciataiteda una serie de mecanismos de defensa psi- coldgico’yriediante los que se impide el acceso al re- caerdo de experiencias infantiles demasiado dolorosas, cenespécial, de los conflictos de la primera infancia. Esas expériencias’y conflictos influyen’en los sentimientos y en el comportamiento de una’ persona presentindose a través dé’aecesos indirectos y de una forma camuflada. Pero hian degaparecido de Ia memoria. ‘Timbién ef la forma en’ la que una persona se sobre- igure «Par Now, fers '5 Deborah Fries, Your Coffin a al Herald Tabane 2 de Oct, 1979. 6 pone al conocimiento de la muerte que se aproxima tie- nen parte muy considerable las experiencias y fantasias de Ia primera infancia. Hay personas que contemplan con serenidad su propia muerte, mientras que otras sien- ten ante ella un miedo constante que no expresan’ni son capaces de expresar. Quizd este miedo sélo se les haga consciente ante la eventualidad de volar o ante los espa- cios muy abiertos. Una forma conocida de hacer sopor- tables para uno los grandes temores no dominados de la infancia es la idea de que uno es inmortal. Esta idea cobra Jas més variadas formas. Conozco a personas que no son capaces de mirar a un moribundo porque su fan- asta de inmortalidad, que tiene un cardcler compensa- torio y que mantiene en jaque sus imponentes miedos infantile, se ve amenazadoramente debilitada por la cer- cania de aquél. Ese debilitamiento podria propiciar la reaparicidn en la conéiencia del cerval miedo a la muerte al castigo— de-forma indisimulada, y eso se le harfa intolerable. Nos tropezamos aqui, en una forma extrema, con un problema general de nuestro tiempo: la incapacidad de ofrecer a los moribundos esa ayuda, de mostrarles ese afecto que més necesitan a la hora de despedirse de los dem y ello precisamente porque la muerte de los otros se nos presenta como un signo premonitorio de la pro- pia muerte. La visién de un moribundo provoca sacudi- das en las defensas de fa fantasia, que los hombres tien- den a levantar como un muro protector contra la idea de la propia muerte, El amor at si mismos les susurra al ofdo que son inmoriales. Y un contacto demasiado es- trecho con los que estdn a punto de morir amenaza este a suefio desiderativo. Tras una necesidad indomable de creer en la propia muerte, se esconden por lo comin graves sentimientos de culpabilidad, relacionados quiz con deseos de muerte sentidos-contra el padre, la ma- dre o los hermanos, asi como con el temor de que éstos abriguen a su vez idénticos deseos contra uno. Sélo me- diante una creencia especialmente firme en la propia in- mortalidad —por mas que no pueda uno ocultarse del todo la fragilidad de tal creencia— se puede escapar en este caso al miedo a la culpabilidad provocado por. los propios deseos de muerte, en especial los di tra miembros de la familia, y a la representacién de su venganza, al miedo ante el castigo de Ia propia culpa. La asociacién que se establece entre el miedo a la muerte y el sentimiento de culpa aparece ya en los vie- jos mitos. Adan y Eva eran inmortales en el Paraiso. A morir les condené Dios porque Adin, el hombre, habia desobedecido el mandato del padre divino. También hace el miedo del hombre a la muerte, e) sentimiefito de que és es un castigo impuesto por una figura paterna o ma- terna, asi como la idea de que, tras su muerte, el hom- bre recibiré del gran padre el castigo al que le hayan hecho acteedor sus pecados. No cabe duda de que po- dria aliviarse la agonia de muchas personas si se pudie- ran suavizar o anular estas fantasias de culpabilidad re- primidas. Pero estos problemas individuales de la represién del pensamiento de la muerte se presentan acompafiados de proble ‘ales especificos. El concepto de represién cobra en este plano muy Gistintos significados. En todo 18 caso, se concederd el cardcter peculiar que-tiene @l com- Portamiento en relacién cén la muerte prevaleciente hoy en la éociedad, al comparar este comportamiento con el de épocas anteriores 0 con el de:otras sociedades. Sélo estableciendo esta comparacién se podré,al mismo tiempo situar la transformacién del comportamiento.con la que aqui nos encontramos.en.un-contexto téérico. mas am- plio, con lo que se hace mas susceptible de explicacién, Para decirlo de una vez: la transformacién del compor- lamiento social de los hombies al que se alude cuando se habla en este sentido de la «represién» de la muerte, es un aspecto del empuije civilizador que he investigado més detalladamente en otro sitio’, En el curso de este proceso, todos los aspectos elementales; aniinales, de la vida humana, que casi sin excepcién traen consigo peli- gros para la vida en comin y para la vida del individuo, se ven cercados, de-un modo mas comprehensivo, regu- lar y.diferenciado que anteriormente; por-reglas socia- les, y al mismo tiempo por reglas de la conciencia. De acuerdo con las relaciones de:poder imperantes en ca- da caso, se cubren estos aspectos con sentimientos- de vergiienza o de embarazo, y-algunas veces,-en especial dentro del marco del gran empuje de la civilizacién euro- pea, se esconden detras de las bambalinaside-la‘vida social, o por lo menos se excluyen de la vida social pui- blica. En esta direccién camina la transformacién ‘a lar- go plazo del comportamiento de los hombres ‘con res- pecto a los moribundos. La muerte es uno de los gran- + Weave Norbert Eins, Bl pactso dé ta cvilzacién, Madd. Fondo de Cultura Eeonémica 1987, sobre todo pp. 382 y sk "10 ot 19 : des peligroéibiogocidles.detla vida humana. Al igual que otrbslaspettograpimales; tAmbién-la muerte;ien cuanto proceso yeii ‘cuanto: pensamientay'se va'escondiende éada | veemascor! él:empuje'civilizador, detras de las bamba- linasideslabididixso¢ial Para los propios moribundos, es- to'sighifica‘queitambién‘a'ellés sé‘les esconde cada vez | nis detrdy délas-bamnbalinas; es'decir, que se les aisla._j aiioniss abeabe wi ust obra’ Fstudis:sobreilarhistoria de la muerte en_ | [Odeldenté, Sumaniente interesante y.con-abundancia| id deitnotetial sPhilifpe-Arits séiesfuerza en! presentar a i sus iléciores unarexpresivaamagen delos cambios que : halexpletirhentado el comportarhi i dentalioanereapactova-losimoribundob y.su actitud ante elhecholdermofirsPero este autor. sigue entendiendo la hidtoriacomo-méra! descripcién. : Va‘alineando has ima- genestinattras;otra y-muestra'a grahdes rasgos el-cam- bio-défornibsexperimentadatLo cual es interesante y es- ‘nipendgnPeroino explicd:nada..La'seleceidn que hace Ariasidélée'tiéchésdse basaren una’ opinidn p' daizInferfarcothunicarnos el supuesto que 6) establece deiqueten £pocas anteriorés/los hombres morfan con se- renidadjcalimaSélo én la actualidad; da Arits por su- puést/hanr éambiado las cosds::Animado de-un espiri- tu-tomdhtiéorcontempla:con desconfianza el presente en nombre-dei un pasado mejor. Con todo lo rico que es su libro,en, datos histéricos, hay que afrontar la selee- ciéne interpretacidn de estos datos con gran prudencia. Cuesta trabajo seguirle cuando proclama que los Romans de la Table Ronde, el comportamiento de Isolda y el ar- zobispo Turpin constituyen una prueba de la tranquil dad con la que los hombres medievales esperaban la muerte, No nos indica que estas epopeyas medievales re- presentan. idealizaciones de la vida caballeresca,.imé- genes desiderativas seleceionadas, que Jo que suelen transmitimnos es cémo deberfa ser la vida caballeresca segin la opinién del autor. y de su puiblico, mas que la veraz-exposicién de cémo era-realmente. Y otro tanto cabe decir de las fuentes literarias de las que se sirve Aris. Su conclusién es caracteristica. Muestra una idea pre- concebida: «Asis [dice Arits, e8 decir] tranquilamente, «se mora en el curso de los sigtos 0 de los miledias, (,..)Esta acti- tud para la que la muerte era a la vez algo’ familiar y cercano, stenuado ¢ indiferente, esté-en craga contfa- dieciéri con nuestra propia actitud, en la que la muerte nos infunde miedo hasta tal_punto que ya no-nos'atre- vemos a llamarla por su nombre. De ahi que Dame yo esa muerte familiar la muerte domiada, No quiero de- cir con ello que antes hubiese sido salvgje(...). Al eon- trario: lo que quiero decir es que es hoy cuando se ha ‘vuelto salvajes °, En comparacién con la vida en los Estados nacioria- les altamente industrializados, la vida en los Estados feu- dales del Medioevo era entonces —y lo sigue siendo hoy 5 Philppe Arita udien sur Gevchichie des Tales im Abendland, Mu 1. 1976. p. 25. a —> dondequiera que esos Estados todavia existan— una vi da apasionada, violenta, y por tanto, insegura, corta y salvaje. El morir puede ser penoso e ir acompaiiado de dolor. En épocas més tempranas tenian Jos hombres me- nos posibilidades de aliviar el tormento de la agonia, Ni siquiera hoy ha progresado el arte de los médicos hasta el punto de poder asegurar a todos los seres humanos, una muerte no dolorosa, Pero sf lo ha hecho en medida suficiente para que muchas personas que antes hubie- ran muerto en medio de una espantosa agonfa puedan tener ahora una muerte mis’ tranquila. Lo cierto es que en la Edad Media se hablaba con mas frecuencia y mas abiertamente de la muerte y del morir de lo que se hace en Ia actualidad. Ast lo demuestra Ja literatura popular de la época. En muchas poesias apa- recen muertos, o la Muerte en ‘persona. Tres vivientes pasan junto a una tumba y los muertos les dicen: «Lo que sois, fulmoslo nosotros; lo que somos, lo seréis vo- sotross. O la Vida y la Muerte aparecen enzarzadas en polémica. La Vida se queja de que Ia Muerte pisotea a sus hijos, La Muerte blasona de sus victorias. En com- paracién con la época actwal, e morir era entonces, pa- ra jévenes y viejos, algo menos oculto, mas familiar, om- nipresente, Ello no quiere decir que se muriese mis en “paz. Tampoco se mantuvo idéntico el nivel social del mie- do ala muerte a lo largo de todos los siglos de la Edad Media. Aumenté ostensiblemente en el curso del sigto XIV. Las ciudades crecieron, La peste iba haciendo me- lla en las poblaciones y barrié Europa entera en gran- des oleadas. Los predicadores de Jas érdenes mendican- tes reforzaban e] miedo. En imagenes y escritos hizo stt 22, aparicién el motivo de la danza de la muerte, dé las dan- zas macabras. ;Se moria con mas calma-en-el pasado? ;Qué unilateralidad en la perspectiva histérical No care- ceria de interés comparar el nivel social del miedo a morir en nuestros dias, ante la'contaminacién del medio am- biente y la existencia de las armas atémicas, con el nivel correspondiente a anteriores estadios de’ civilizacién, cuando eran menor la pacificacién interna de los Esta- dos y el control de las enfermedades epidémicas y de otro tipo. Lo que en el pasado resuliaba a veces reconfortante y servia de ayuda era Id presencia de otras peréonas a Ja hora de la muerte. Pero eso dependia de la actitud que éstas adoptaran. De Tomas Moro, canciller de Enri- que VIII de Inglaterra se cuenta® que, cuando su pa- dre, a quien habia querido y venerado durante toda su vida, se hallaba en el lecho de la muerte, le abrazé y Ie besé en la boca. Pero se daban también casos en los que los herederos, rodeando el lecho de! viejo moribundo se mofaban y refan de él. Todo depende de las perso- “has. Como sociedad, la Edad Media se presenta como una era sobremanera inquicta. La violencia era un he- cho cotidiano; las disputas, mas enconadas; la guerra cra antes Ia regla; la paz, antes la excepeién. La peste Y otras pandemias barrfan la faz de la tierra, A millares morfan, en medio del dolor y la inmundicia, hombres, mujeres y nifios, sin ayuda ni consuelo. Cada pocos afios, Ins malas cosechas hacfan escasear el pan para los po- © Wilins open, The Life of Size Thorsas More, Lonlres, 1969 23

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