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230 RAMON A. LAVAL, el movimiento del Gigante, esquivé el cuerpo, y alzando su hacha, hh descargé sobre la pierna sana de su enemigo, que cort8 como si fuera dde queso, El monstruo, no pudiendo mantenerse en pie, cay6 cuan largo tra, y el Principe, corriendo apresuradamente, de un hachazo le cor 16 la cabeza a cercén. ‘La liberacin de la Princesa fue cosa de un momento; con un sta ve golpe del hacha se corté la cadena de oro que la aprisionaba, y pudo arrojarse en los brazos de su libertador. En catros y caballos que habia en el mismo palacio, cargo el Prin cipe todas las riquezas que enconttd, ¢ inmediatamente se pusiero todos en camino pata el teino de su padre. Por medio del arte de I Viejecta, que tan buenos servicios le habia prestado, en pocas horas legaron a la entrada de la capi la Viejecita se despidié del Principe y de la Princesa y después de aconsejarles que fueran sis pre buenos y virtuosos, tnico modo de obtener felicidad, desapare- é de su vista. La Viejecita era la Virgen. TEl Principe fue acogido por todos en medio de la mayor alegria yy proclamado salvador de la patria. Sus hermanos recobraron Ia vista idose de la pluma de oro y del agua de la redoma. del joven Principe y de fa Princesa fue uno de los Lyrados. Se hicieron geandes fiestas para pueblo, que se divirié alegremente, y yo me enconteé en las y ‘mucho y comi més que un sabafién. 30—LOS HIJOS DEL PESCADOR, O EL CASTILLO DE LAS TORDERAS, IRAS Y NO VOLVERAS (Narrador: José Pino, de 20 afios, de Rancagua) ara saber y contar, escuchar y aprender. Esteras y esteitas, pa ea sacar peritas; esteras y esterones, para sacar orejones. No le eche tantas chacharachas, porque 1a vieja es muy lacha, ni se las deje de echar, porque de todo ha de Ilevar: pan y pan para las monjas de San “TRADICIONES, LEYENDAS ¥ CUENTOS 31 Juan; pan y harina para las monjas Capuc tontos lesos. Fin del principio y principio del fin. Aten THan de saber que hace muchos afios vivian en un pueblecito de Ia costa dos pobres viejos, matido y mui , muy apreciados de los vecines por su bondad y por lo serviciales que eran con todo el mundo. El marido era pescador y la mujer se ocupaba de los quehaceres de la casa, que, aunque no eran muchos, no dejaban de ser bastantes para sus afios. Sus bienes se reducian a la choza que habitaban, a la fed, una yegua, una perra y unos cuantos pesos, muy pocos, pot cierto, ‘que habjan logtado reunir a fuerza de privaciones y que guardaban cnidadosamente para atender a las enfermedades que pudieran sobre- venieles oa cualesquiera otras necesidades imprevistas ‘Sucedié una vez que durante varios dias le fue muy mal al viejito en la pesca. Echaba la red y ; sin embargo, los otros pescadores retiraban sus red —2Qué diantres habré hecho yo para que el cielo me castigue asi?” —decfa desesperado el anciano; y volvia a echar Ia red, y naday siempre vacia. Ea las tardes se iba triste a su casa, y a pesar de que sti mujer oy Te contaba chascarros para hacerlo reir, no lo trataba de consol conseguia. ‘Se comieron las pocas ecor y cuando no les que- dlaba ya ni un chico, el pobre vi te a la playa, mon- fado on su yegua como acostumbraba hacerlo, ytirando la red al mar, rn nombre sea de Dios y que se haga su voluntad”; y des és de un rato, al retirarla, la encontré tan pesada, que para sacarla amarratla a la cincha de Ia yegua. teas fa yegua tiraba la red, el vi de gusto, y rigndose decia: —“En fin la ta comet algunos dias y aun podremos vender al rerfa su asombro cuando al examinar la red encontré que lo tinico que habia peseado era un pececillo que no media més de una cuarta. "Y ese ser tan pequefio, zcémo pesaba tanto, que forzudo, no haba podido arrastrar la red y habia tenido que auailiae- wo se refregaba las manos tendremos pa- Pero cual no

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