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LITERATURA Y SOCIEDAD ‘on buscar un paraiso estéticd de las mas alquitaradas P © atin sidicas delicias, los tedricos del “arte por el arte” se precavian del significado social de la Literatura; querian establecerla como extraordinario mundo artificioso, con pertinacia tan discutible como los de la trinchera opues ta quienes pedian a lo literario testimonio 0 alegatos socio. ogicos. O la Literatura sirve para el “juego de dados” a lo ‘Mallarmé, pura invencién fantastica, o puede ayudar a las revistas de Medicina y de Higiene mostrandoles la “degene- racién de una familia bajo’ et segundo Imperio” por efectos del alcohol, el libertinaje o las mas turbias herencias, pare- cian los extremos de un debate a fines del siglo x1x. Pero aun en su descontento y reaccién individualista o narcisista con- tra el mundo burgués y la doble vulgaridad de las masas 0 de los banqueros, los estetas del primer grupo expreseban una actitud social, del mismo modo que una novela naturalista —cuando esta bien escrita—puede lograr un efecto estético. Ninguna escuela tiene valor por si misma y un mal imita- dor de Mallarmé es tan insoportable desde el punto de vis- ta artistico como el autor de la mas tdctica, rastrera y abul- tada narracién del naturalismo. En ambos casos el proble- ma de la Literatura no es tanto el “para qué se hace” no el “cémo” se realiza la obra. Hay un tono emocional, un ritmo, un lenguaje, una exigencia de autenticidad expresi- va, sin los cuales se cae en el muy conocido infierno de Jas buenas intenciones, La Literatura arrastra la tragica pa- radoja de que los seres que en su vida normal se comportaban como egoistas o neurdticos, describen la ternura, el desinte- rés y el amor humano mejor que muchos hombres autén: ticamente buenos. Quizés no quisiéramos tener de vecino a Fedor Dostoyevski, lo que no impide que nos haya des. cubierto wma dimensién grandiosa de la Humanidad. No con- fundamos el autor con la obra porque caemos en el mas intrincado engafio. Pero cada vez que el hombre sale de su yo y se co- munica con los demas por la palabra, la actitud o la obra artistica, esta cumpliendo una funcién social. Y aun aquel CIVILIZACION ACTUAL 129 hwir de la circunstancia histérica para refugiarse en el muy aséptico ¢ muy demoniaco mundo del arte, constituye tam- bien un pronunciamiento piblico. Decimos entonces que la sociedad capitalista e industrial de Europa era fea, chabaca ha y depresiva cuando John Ruskin queria salvarla por un regreso al artesanado de la Edad Media; Oscar Wilde ves tia pantalones cortos y Ievaba un girasol en la mano para cspantar a los burgueses, y Walter Pater preferia a toda vide teal “Ios retratos imaginarios”. Hasta la queja y el personal dolor césmico de los poetas del siglo xix (“the world is too brutal for me”, “Ie suis venu trop tarde dans un monde trop vieux”, “mi canto ¢s el del ruisefior en la oscuridad”) habia expresado en su misma desolacién o negacién una circunstancia que, aristotélicamentte, podemos llamar “poli- tica”, Exagerando el concepto, los marxistas estarian autori- zados a decir que el poeta Kleist se suicidé no sélo por amor 0 neurosis sino por su descontento con el Estado prusiano. Y cuando colocamos una nostilgica Edad de oro en el remoto pasado o en el mas remoto porvenir, también nos estamos definiendo; somos —tal vez— conservadores 0 socialistas utdpicos. ‘Aclarada esta relacién ineludible, irrenunciable, del es critor y el artista con Ia sociedad, podemos, si, inquirir cud Jes son las obras que cumplen mas vilidamente su funcién estética y humana. Yo diria que son aquellas en que ambos Valores de significacién no estén escindidos; cuando la obra Dfrece’ no sélo el engranaje misterioso de los suefios del ar- tista, su estructura de formas inicas, sino también un len- guaje que hiere 0 conmueve a otros hombres. En la obra perlecta, el arte parece descubrirse por primera vez, No se trata de traducir el mensaje a un idioma necesariamente ligico, sino de revivir esa lucha que acontece en el subcons ciente del hombre con sus potencias o sus suefios mas en- trafables. Entonces el mito sustituye al pensamiento légico yun cuento oun poema pueden valer desde el punto de Yista humano, Io que la mejor obra de Filosofia, {No con- sideraba Schiller al poeta como gran “recordador” o “ven- gador” de la naturaleza olvidada, el que trae a la presencia del hombre distraido la gran voz del Universo y armoniza fu instinto con su razén? Y por eso —sin necesidad de de- Cidlo—- le gran obra literaria posce un valor social en si. 18 MARIANO PICON-SALAS eDénde se separa lo estética de lo social en novelas como Don Quijote, Crimen y Castigo 0 Guerra y Paz? Desde el momento en que Cervantes echa a andar a su héroe por los caminos manchegos, y junto a los fantasmas de su fantasia fabuladora tropieza también con venteros, curas, bachilleres, duques 0 mozas del partido, esti tocando 0 interpretando un realidad espaiola o universal, Es casi perogrullada decir que el significado humano de la obra literaria depende de su autenticidad, y que ésta es asimismo un valor estético. El conflicto entre la obra de arte auténoma y la “comprometida” en que tanto se in. siste ahora, pudiera derivarse més claramente a la oposicién re veracidad y falsedad artistica, Aquellos excritores so- viéticos que sometian sus novelas a las consiguas de partido y lamaban “burgueses” a los sentimientos que contrariaban Ja teoria petrificada, eran tan poco auténticos como los que nos presentan un acertijo sin belleza formal ni meta- fora configuradora, como poema ultramoderno. Asi como nos fatiga la espontaneidad informe de los malos roméi cos, también puede disgustarnos el helado hermetismo, sin posibilidad de comunicacién, de muchas obras del dia. El tipo pompier que sélo copia mecénicamente las formas generales de la época y no agrega nada personal al legado del arte, se produce en todas las escuelas y estilos; pudo ser, alternativamente, figurative o abstracto. Y en la imi- tacién, puramente externa, de una “manera” sin contenido vivencial propio, consiste lo “inauténtico”. Cuando discutimos el valor social del Arte y principalmen- te de la Literatura, olvidamos con frecuencia que hay escri- tores valerosos y escritores pusiliinimes. El escritor valeroso es el que revela su verdad aun contra todos los prejuicios de la tribu, el que placma en la palabra lo que le estaba quemando el espiritu, el que no teme ser impopular para transmitimos su raz6n interior. Son seguramente los que més perduran, pues salieron a la comprensién y al asalto del mundo con personalidad inconfundible, Conocemos sus gustos, sus ideas, sus pasiones; nos hablarén siempre con palabras que brotaron calientes de la fragua del alma. Vi- vieron, lucharon y padecieron y pueden ser tolerantes y com- prensivos como lo fue Cervantes. Dicen sin false ilusién su testimonio, desgarrado o risuefio sobre la naturaleza huma- CIVILIZACION ACTUAL 121 na, Juzgan cada hecho no de acuerdo con las normas con- geladas en las leyes 0 prejuicios de toda sociedad, sino como circunstancid nueva que requiere el mas radical ané- lisis. El escritor pusilanime se escuda en su follaje retorico, en el adjetivo cémplice y encubridor. La gramética le sirve de viciosa hoja de parra. Sacrifica la autenticidad a las con- venciones de los otros. Marcha como el Vicente del refran “adonde va toda la gente”. Y por ello no vera ni entendera que “toda la gente”. Cuando sus metéforas o la habi- idad de su estilo con que pudo impresionar a muchos se desgasten o caigan en la caquexia final de todos los estilo nada queda de él para fecundar el futuro, Sera pequeiia curiosidad para un lingiiista 0 coleccionista de rarezas lite- rarias, como quien leyera en estos dias los hiperfloridos sermones de Fray Hortensio Parravicino, predicador barroco. Sera ficha filolégica, pero jamas obra perdurable, tierna o estremecedora. De la obligacién de ser auténtico depende también la exigencia de libertad para las obras literarias y sus autores. La justicia social —meta y aspiracién profunda de nuestra época; palabra que a veces se adultera en planes engatiosos de politicos y arengas de demagogos— comienza con nues- tro albedrio ético. Ninguna justicia puede prevalecer contra la primera libertad, incita a la naturaleza humana, que es Ja de la conciencia. Y sin derecho al anilisis, la discusién, la inconformidad, la protesta, la misma Justicia Social seria unilateral y sectaria, instrumento 0 mito de poder y no impretermitible derecho humano, jCuanta auténtica injusti- cia se enmascaraba bajo la sedicente justicia proletaria de Stalin o la falsa proteccién a la colectividad que prometian todos los fascismos! Contra la libertad, los Estados Levia- tanes 0 las superestructuras politicas irguieron siempre un fantasma de seguridad y defensa colectiva, pero ella con- sistia en no leer los libros de Erasmo para la Inquisicién espafiola, en olvidar las canciones de Heine y los mejores cuadros de la pintura europea, después del Impresionismo, para los nazis alemanes. Esa segurided nazi o staliniana re- vestida de falsa justicia social o de revolucionario derecho obrero, era capaz de dar a los alemanes o a los rusos comi- das a médico precio fijo, cupones para las tiendas y acceso nultitudinario @ los estadios, parques y museos, dejandoles el we = =MARIANO PICON-SALAS alma ayuna de toda nutricién ereadora y rebelde, y conduci- dos de la mano por los gendarmes de un Estado que se irroga. ba el derecho de pensar por ellos. Y salvando lo auténtico de su mensaje, todo escritor que lo sea de veras, ha de trazarse la orbita de su libertad. Se la forja Quevedo en la papelera, cortesana y chismosa Espafta del siglo xvi, y aun los me moriales que no puede confiar a la letra impresa los pone bajo las servilletas de los nobles y salva por la sitira y lo burla sombria el furor justiciero de su corazin; lo logra Tolstoy en el aterido silencio moscovita de los zares, y Vol taire, Romain Rolland o Thomas Mann, eruzando la frontera hacia Suiza, pais que por ser pequeiio y no haber creado un Estado monstruoso no se asustaba de ninguna idea. La literatura, ademas (y de ahi su reclamo de libertad), no sélo refleja el estado presente o pretérito de determinada sociedad, sino también se adelanta a adivinar el futuro, pue- de ver con pupila magica que desde las miserias o la ridi- culez de hoy penetre catarticamente en la mafiana. No hay que asustarse, por ello —como los muy puros artistas del “arte por el arte”—, del uso social y politico que se haga ancilarmente de las obras literarias. Claro, que esto nada tiene que ver con su jerérquia estética, y Madame Bovary no es un alegato para que las mujeres incomprendidas lo- gren con facilidad el divorcio y no tengan que suicidarse, como dofia Barbara de Gallegos tampoco es un argumento a favor de la agricultura tecnificada y de la necesidad de un buen sistema ferroviario en los anos de Venezuela. ero por qué alterarse si los que no tienen sensibilidad para otra cosa, extraen de la literatura semejante leceién pragmatica?

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