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Desde que Rosas aparece en_el panorama 3 se nchusta ca Todas Tas 'versos planos la sensi- 'y-se vuelve materia polémica inago- ‘o tiempo y la posteridad han dado ‘ilueta contornos casi fabulosos, recorténdolo a ‘s como genio del mal: responsable de una épo- Ge terror y de abyecciones, y a veces proyec- lo con estatura de gigante: en su pertinaz nse de los intereses nacionales y en su exaltacion determinados valores de la raza. La persona de Rosas, entre tanto, se ha diluido en los ex mos matices do esa escala estimativa, y su fane aa clamara ya en vano por reincorporarse a los sos y a la sangre del hombre que decidié por ‘décadas el destino del pais. ‘odavia en 1989, un proceso por injurias, en Ia facia de Buenos Aires, origina un curioso Libro contra el totalitarismo rosista*, El autor del foto, en sus propias palabras y en las declaracio- is de buena parte de Ja prensa del pats, incluidas .o adhesin a su causa, ha reunido una antologia ceatura antirrosista que homologa el tono y Ja fa de la literatura de los proscriptos. El peso fm siglo, mas que suficiente para garantizar la + TL pardgrafo 1 reproduce, parciamente, ol capitulo fal semninario Proyeccién del rosismo en 1@ (Facultad de Filosofia y Letras, veal de] Litoral, Rosario, 1959). EL semina- racién de un grupo de jncluye un capitulo redactalo. por les itulado Simbolas, signos ¢ imégenes del ino tema de impacto popular, escrito por Jas sefior! y Donato, ben sido especialmente considerades como Joos B, Acui, Libro celeste contra el totalitarismna resis. tu, Son Podro, Buenos Aires, Raicién de “La Palabra”, 1959. 75 objetividad del juicio histérico, apenas ha para Jas pupilas actuales la trama del episor sista, La disyuntiva de aceptacién o rechazo parece imponerse as{ por el aire de contemporaneidad que une a los sucesos con sus observadores, por la me- efnica emocional que desencadenan ciertos hechos inmediatos, a despecho del pensamiento 0 de la ca del espectador. ae En este juego polar pareciera decidirse, sin bargo, una instancia superior a la simple actitud de simpatia 0 antipatia ante el episodio rosista. Es como si una suerte de fatalidad axioldgica, al ot gar a una posicién frente a Rosas, abriera el ca de las tiltimas definiciones; como si sefialara una Postura ante el mundo y ante la vida, un gesto que incluyera ta apreciacién de tod este inquietante supuesto, es fa pecha que despiertan casi todos i 1820 y 1852, diremos para evitar la re conocidos esquemas, se desarrollé sobre la enco- nada y suicida lucha de dos facciones: unitarios y federales. Ambas faccfones representaban una di tinta concepcién politica y diversos intereses econé micos, Enfrentadas desde los comienzos mismos de Ta revolucién de Mayo, una y otra corriente se ha- ‘fan esterilizado en un confuso forcejeo, hasta que la lucha de Jas fac jeologias en boga, iad y de los medios necesarios pai Antes de completar las coordenadas generales del Proceso, conviene recordar que la mera designacién de las facciones, unitarios y federales, envuelve un engorroso problema de orfgenés. Enrique M. Barba* " Enrique M. Berba, Origenes 7 crisis del federalismo argentino, on Revista de Historia, 3° 2, Tuenos Aires, 1957, 76 ha estudiado los turbulentos afios que preceden a la gestion gubernativa de Rivadavia y comprobado hasta qué punto notorios rey ya denominado federal vas de los unitarios, y de Rivadavia —nicleo primario det unitarismo— de- fendian 0 propontan principios federales. Hombres de Ja faccién federal fueron los primeros en concre- tar la creacién de un banco particular, al que se acordé grandes privilegios, y los que facultaron a Ja Junta de Gobierno, en 1822, la negociacién de un empréstito, dentro o fuera del pais. La comisién de Hacienda, integrada por los federales Anchorena, Lezica y Moreno y por Agiieto y Capdevila, se ma- nifesté “convencida de la importancia de esta em- presa”. El mismo afio, los federales apoyan a Ri- vadavia en una gest i la supresién del Cabildo de Buenos Aires. Es, preci- samente, el gobierno de Rivadavia el que contribuye a catalizar la distribucién de las fuerzas antag6ni- cas. Su gestion, y sobre todo, su caida, aceleran el proceso hasta el punto de asignarle alguna nitidez. a defensa de las autoridades provineiales, bandera del federalismo, parece oponerse defi Ja pretensién hegeménica del puerto de Buenos Aires. Pero entonces ocurre lo_paraddjico. En los afios mediatos a la cafda de Rivadavia, Buenos Aires con- solida un principio de dominio centralista que no ado conseguirse hasta entonces por via de dele- gacién parlamentaria ni por amenaza compulsiva. Rosas, rbitro de Ja situacién en Buenos Aires du- rante la década del veinte, la dirige omnimodamente desde 1835. Y desde Buenos Aires su voluntad se xmanencia de Rosas en el panorama politico nacional, marca uno de los wechos capitales de nuestra . La observa- ion es obvia, si se la mantiene en el habitual campo Politico 0 econémico, pero adquiere nuevas proyec- ciones si se intenta deducir de ella las consecuencias psicosociales de rigor. Por lo pronto, no es exa- gerado presumir que la irrupcién del rosismo es, sociaimente, un hecho tan importante como la re- y Ia inusitada 7 volucién de Mayo, La misma fuerza perturbadora puede asignarse a uno y otro epis ta_misma capacidad de producir hondas fracturas en cl plano de la convivencia y de desatar agudos focos de ansiedad, El rosismo provoca un trauma en la con iencia colectiva, con Tepercusiones que se registran jente hasta medio siglo después de extinguido el régimen politico dominado por la figura de Rosas, Para entender las causas y los efectos de ese politica y econémica con que los hi su tela. La sociedad se mueve, oder y de la riqueza, pero el bre agrega a ellos elementos de mds complicada trama, Se dice, por ejemplo, que Rosas, al dei porteiia, defensa de sus propios intereses y los intereses de la clase terrateniente. No cuesta aceptar esta afirmacién —no obstante Ia protesta de quienes asignan a Rosas un desinteresado gesto misional—, pero de todas maneras esa afirmacién no explica, por si sola, la influencia de Rosas y del régimen por é1 instatrado en la sociedad de su tiempo. El camino del poder fue tortuoso, y_ tor tuosas fueron las razones invocadas por muchos hom bres para tolerar y hasta apoyar ostentosamente la larga dictadura, ;En qué dosis mezclaron sus adie: tos la adhesién espontdnea con el escrapuioc y Ia repugnancia: ¢Qué papel jugaron el interés supe. xior y el mero céiculo, el temor real y cl inventado, Ja seduccién cierta y el prestigio tendenciosamente atribuido a la figura de Rosas? Volyamos a los origenes. En 1820 puede ubicarse el prélogo del drama, Y en Buenos Aires, natural mente. El 1 de octubre estalla un m¢ versivo al que Barba califica como el federal por conseguir el poder. El movimiento, que euenta con el decidido apoyo de fuerzas populares, fracasa, y tanto los seforones uni federales (con la débil diferenciacién ya scfialada para Ta época) fulminan la misma condena para la intentona. Barba transcribe algunos testimonios: a “José Maria Rojas y Patrén, tnitario hasta 1828, eseribe el 15 de octubre de 1820 a Manuel José Garefa, Da noticias del _motin en estos térmi ‘Esta ha sido la feliz. terminacién del 5; pero cl habria sido si vencen los contrarios? En pocas pala- : 1 el saqueo de Buenos Aires, pues la chusma estaba agolpada en Tas esquinas'envuelta en su poncho esperando el y si la intrepidez de los lorados no vence en el dia, esa misma noche se unen 4 6 6 iil hombres de la canalla y es hecho dle nosotros, y 2° la proscripcién que harfa Agrelo. Vd. lo conoce y sabe que la horea habria andado lista’, Desde distintos lugares Nicolas Anchorena y Rosas lu intentona federal, Y el pad iunfo de la ‘gente decente’ ex: \Viva quien supo destruir a tan grande chusmert Agreguemos cl testimonio inapreciable de Juan Manuel Beruti: “Desgraciado Pueblo, que no hay Gobierno que se ponga, que los malvados no traten de quitarlo, por we Mo es de su faccién, de manera que no hay den, subordinacién ni respeto a las autoridades; ida ‘uno hace lo que quiere, los delitos quedan wpunes y la patria se ve en una verdadera anar- Rena de partidos, y expuesta a ser victlma armada, insolente igualarlos a su calidad y miseri Por sobre las diferencias entre principios doctri- es unitaria y federal revelaban el indlvi x intereses que los unia, Comerciantes o estancic- menzaban ya a sent 8 Enrigué M. Barba, op. cf > Juan Manuel Beruti, op. cit, t. XE, N* 34 p, 360. 79 ‘orden colonial; los sucesivos fracasos del régimen democratico, después de 1820, no tardarfan en des: pertar el ferviente deseo de que un sistema, una Jnstitucién, o simplemente un hombre, volviera las cosas al estado de normalidad que requiere el desarrollo de los negocios, el esplendor del culto 0 el mecanismo de las leye: : A la caida de Rivadavia, la situacién se torna ver« daderamente sombria. Lavaile, el jefe unitario que concitara en un comienzo la esperanza del partido, fracasa inexplicablemente como militar, y como car pitan de tormenta comete una y otra torpeza, hasta volver aceptable, de contragolpe, la figura del jefe enemigo: Rosas. ‘Beruti registra en su diario las impresiones que los sucesos de 1829 provocan en Buenos Aires. En al de ese alto los anarquistas, o federales, o montoneros de Rosas, se hallaban a las puertas de la ciudad, tras la derrota de Lavalle. E! cronista anota enton- ces que gran parte de Ia poblacién comienza a emi grar a Montevideo o a Colonia: “unos por opiniéa y otros por necesidad, o por no ser perseguidos, y verse no tener en qué trabajar por estar todo para lizado”. Beruti calcula que han emigrado hasta ese momento y por las razones aducidas, de cinco a sels mil personas. En Buenos Aires, las fuerzas del gobierno unitario cometen infinitos desmanes contra Ia propiedad y la vida privada de los vecinos, en tanto que los soldados de Rosas observan una con ducta singularmente ejemplar. Es imprescindible transoribir en este pasaje la crénica de Beruti: “Lo que los montoneros, en las muchas veces que ‘han entrado en estos puntos, han respetado y dejado sus vecinos pacificos, sin dafiarlos, ni robarlos, @ ser sino uno que otro que en la soldadesca es ‘emediable, fuera de la vista de sus jefes, lo han Jos nuestros a presencia de los suyos; esto que unos evan la fama y otros cargan la sucede, nuestro gobierno proclama el orden, proteccién y seguridad en las propiedades individua ‘pero autoriza el robo; jqué mal se compadece lo dicho al hecho!; por lo que se ve que la gues mn no se ha welto sino una pirateria, y que tanto padece el amigo del gobierno unitario, como el ene- migo federal, pues por Jo que se experimenta todos jos bienes son comunes. Pobre Patria, que sicndo tan rica y poderosa, va a quedar totalmente arrasada por la ambicién de mandar en alguno de sus hijos”*. Rosas comenz6 su carrera’ Hevando a la prictica, con indudable habilidad, Ia téctica bonapai aparente de una clase, persiguien- jo de otra. Los montoneras, xeclu- lo el real bent ados entre Jos peones de las estancias Dofiaerenses y el pobrerfo de los suburbios portefios, fueron la punta de lanza, el clemento de fuerza definitorio sobre cl que Rosas asenté su poder y su dominio i de Ja situacién, Rosas, acaso el primero, Por cierto, que con sabfa hasta dénde alenta todo sabfa utilizar y canalizar la exaltacién de esa conclencia en beneficio de sus intereses y de los iniGereses de su propia clase, 8 Juan Manuel Beruti, op. cit, XUL, N° 34 p. 468. “La influencia politica de} gaucho cristalizaba en un poder centralizado y fuerte que exchaia precisamente at propio gaucho. Es ast como con Roses, el Estado ade jonci fa autonomia frente a, las fon igual inpotencia y uutis- rmbre tan simple como Rosas, ogeaba una wn compleja en el desarrollo pals, porque no pertenecia a ninguna, fraccidn fective: Jnente su. educacin y sus gustos gauchesces lo apartahan Ae la burquesia culta y ociosa, tanto como sus bienes de propiedad lo a reptesentarlos a todos a I Historia argentina ¥ 00 clase, Buenos Aires, 1957, “na acotacién, Los gustos gaucheseos do Rosas aparta- ban a éte de la burguesin acho menos que sus bienes de propiedad lo apartaban de los gauchos, Im burmuesia. que Ueedis permanccer on Buenos Aires con Ja sola. co de soportar las extravagancias y rusticidades de Rosas, pudo mo ante Ja st a burguesia porten n, debia resignarse a Gemostrara poser los recursos necesai rictoriosos- Gt entrar Kinalimente vito foots oiler, ar oeaban. eurioso estado purguesia. Estado de énimo vonciliable contradi dido en la inconcitiab ‘echos y de repugnancia. Beruti acusa la intie vienen con . tropas unitarias de Lav on, aungue Tal ‘ nn trazar las semblanzas de Laval ién, Lavalle es un moz0 La suerte esté ecl Rosas el hombre providencial fa vee federales tanto como de los ee en os comienzos de su ascension defintive 21 pow, después de 1835, el sentimiento de haber sido undnimes, amigo del con: west .. el elemento _popnle no cbtuvo otto hal que dio to yasaba ya en los primeros i" aunque antes que hubiese le mtisica, de poesia, de literatura, de costum- punzantes estocadas de ironia ta. El gacetin, como se sabe, apar Aires desde noviembre de. 1837.al.21 x diy. Gutiérrez. La costumbre de leer a un” autor’ segiin'la Betspectiva mds favorecida 0 mejor consa- gvada por Ja posteridad, suele congelar 1a capacidad de reaccidn ante un texto. Repdrese, por lo pronto, en que cada niimero de Ja revista ‘era encabezada con el rétulo jViva Ia Feder el rétulo era mero subterfugio para permitir el con- ando de ideas contrarias al régimen, ser nece- io entonces detenerse en el texto. Mas allé del m del semanario y desmi que parecen advertir otros, La Moda pu- por Jo menos dos articulos que obligan a revi- sar Ja estereotipada posicién atribuida a sus editores. En ef niimero 3 del gacetin se publica sin fh vehemente ciogio de la divi rece y el 13 de abril de 1838, r el tercer aniversario de} gobierno rosista 0 aniversario de la muerte de Cristo, semanario saluda Ia feliz conjuncién en estos tér- minos: smostrado del todo Tas sin embargo, ya se reputaba obtener ste veri aprobacién tan. signi excusado parece decir que lor prim: comitiva fueron hacia s movada, para da jimera serenata a Manuelita, de alli salid, més satisfoeha, @ is do la relucién de cada uno fa en este nuevo modo de dar Grandes escritores argentinos, "Buenos Aires, Jackson, pp. 289-209, Suprimase a interesada ohservacién del cronista: antes de que hubiese mostrado dste las ufias, y podra sospecharse Jn absoluta espontaneidad con que aquellos jévenes de famni- lias acemodadas decidieron el homensjo a Manuelita. PT “pambiéa ayer se han cumplido tres aio: rables para nuestra patria, tres afos desde que el pueblo de Buenos Aires, acosado de tantos padecimientos inmerecidos, se arrojé & mismo que tan dignamente Ie ha conducido hasta este di Que Jos detractores del poder actual se expre- sen a sus anchas, en el sentido que les dicte su de que no somos testi 4 estorbar el desarrollo de los sagrados principios de nuestra regeneracién social. Un solo hecho, sobre mudieran a este respecto formar su mejor apo- y es el admirable progreso inteligente ope juventud durante el perfodo de su + Bl editor responsable de Ja revista, Rafael, J. Cor ' valén, condiscipulo de Alberdi, era hijo del gene: \Corvalén, edecén de Rosas. Son los dias del Salén Literario, en los que brillante juventud portefia se congratula de ‘a sus reuniones a los més prestigiosos intelectuales del régimen: Pedro de Angelis y Vicente Lépez Planes. Rosas habfa conjuado los dos graves peli gros que amenazaban Ia vida y la prosperidad In. province! exterior del indio y la posi bilidad de subversin interna. La burguesfa bona rense, aunque con recelo en alguno de sus sectore no podia mirar con desagrado la nueva situaciéh ¥ los mas jévenes de sus hijos, ajenos a las vief Gisputas que agriaban las relaciones de las famitias mas encumbradas, hasta parecieron barruntar el ad- venimiento de una Targa época fel meabilidad del cesarismo rosista quien rompié Tanzas con los jévenes del Satén Literario, apresurando ast génesis de la Asociacion de Mayo. La torpe pol de Rosas, su absoluto desprecio por * Fa Mode, Gacetin semanal de risica, de poesia, de , de costurmbres, Reimpresién facsimilar, Academia de la Historia, Buenos Aires, G. Kraft, 1938, y escritores*, Esta initil proscripcién determiné, por una parte, cl aboi jento de ja figura de Rosas cn el extranjero; y cn cl mismo Buenos Aires, 4 Sabido es que los jévenes de la Hamada “generacién ajenos a Ja lucha de facciones'y que £6 ios y fedorales. Rotas des de entendimiento con Rosas, y wna vex veluntariamente con los tunitaries y denigrados como tales por Ja prensa rosista, Re- tue hace De Angelis del tipo uni- inchié, con iateligente cui- “ do los que Heguen a muestras plar yas el titulo de salvaes que acostumbramos a dar a Jos ‘Unitarios y que ya se han ser sit sorpresa, oyen hablar de una nueva obra de Jorge Sand, o del xltimo poema de Lamartine: porate es preciso saher que estos Caballeros nada quieren con los clasices, y silo se ocupan de roménticos. ‘Son hombres que viven de impresiones, segin su fraseo- logia, y- sea tal vex éste el motivo que Tos haya decidido a Si pudieran escribir un drama como Victor Hngo, re Pedto de An rios, on el “Ar- Echeverria diré del culto pol ‘que su exticulo sobre el Dogma Social porque todo é, fuera de algunas citas ‘obra y de infinitas mentires, ¢s una broma roma de trukin 0 de compa: ‘teuncas de ‘grosera, tonta y Grito mazorquero, nada més, Sabido es que estos seftores nando chancean ‘en la pulperia 0 en la carpeta se espetan primero un aja, después wn vaso de cala, y imo un chirlo ) vostro. Usted, sefor editor, hace gar de cafia arroja tinta, en vez de tajo al ‘Ta frase o a 1a honra de su contrario”, obligé a quienes permanecieron, a un permanente examen de conciencia, a un sopesar constante, y a menudo angustioso, de las ventajas y del precio por Ins ventajas obtenidas. Las familias uniiarias 0 sospechosas de unitarias conccieron la zozabra como estilo natural de vida descle que el régimen consolidé su modalidad abso- Iutista, } Cartas a don Pedro De Angelis, en Pedro De Angeli 'y defensa de Rosas, Buenos Aires, “La Facultad’ testimonio de esta situacién es el de Vicente rebuyé, en general, los excesos de thra antirrosista y acerté a dar un cuadro verosi época, Le Mashorca en Buenos Aires, publicado en la “Nue- ba Revista de Buenos Aires, en julio de 1883, 63, en esto aspecto, de lectura recomendable. Su parcial, pero esa misma parcialidad contribuye a fijar 1 rasgos ‘psieolégices con que se debié soporter ol ebsolutis: mo rosista, una vex que éste se desaté sim embozo. Advik tase Ia descripcién de] clima de terror en el exitico afio de madres temian por sus marides, por sus hijos, por ‘mismes, por su hermano, por Ja familia 0 era pretiso ap rentar Ia més indiferente serenidad, porque se habia per- {ido Ta confianza, los criados podian ser espies, wna palabra comprometer la vida o la fortuna; no 66 podia ni ‘mirarlos con severidad, la titania estaba esa tirania oscura, inconcic faue no esté represenstada por um hombre sino por Ja mu Ghedumbre, por chicos, por mujeres, por todos, Ni en sue- fios so estaba seguro, porque una pesadilla podia revelar un seereto; y en medio de temores el corazén se oprirnia! ‘atmésfere sobrecargada de en El negro en la sociedad jportefla, transcribe: algunos verses que reflejan Ja utilizacién Gel negro como elemento de dolacién ante el gobierno: ‘Yo mo alegro sabé eti No tenga atesi cuidado; Si yo lo cigo conversé Ha de delatado. Los unitarios debfan seguir as{, con secreta ale- gria, los pasos de cada movimiento conspirativo, la ticién de cada pantleto, el éxito de cualquier in de los proscriptos; pero debian sufrir tam ia por Ia propia tolerancia, la resignacién, la capacidad de asimilar los atropellos de la Mazorca y las arbitrariedades del gobierno. En el curso de los acontecimientos debieron sufrir asimismo las contradictorias actitudes de los iide- res exiliados, y la precipitada connivencia de algunos ‘con potencias extranjeras, al exacerbar la pasién patriética de muchos, los obligé a un distor. Hionado cambio de posiciones. Basta recordar el ejemplo del general La Madrid, exiliado en Monte Video, quien al producirse el blogueo francés del puerto de Buenos Aires, olvida Jas antiguas querellas y ofrece su espada al gobernador que representa én esos momentos los intereses nacionales. La Ma- atid, en Buenos Aires, vive dias de tragico desaso Y¥ uté, Antuco, hace Io mismo, Si oie algim conversacion Delatalo 4 Ja justicia Paqué lo mande aé pontd. En “Comer jas después de Casoros, Sarmiento Frente 9 un grupo de amigos sndo Jos gestos exagerados del dos se acerquen para xevelar Ejército Grande, Po se halla en Buenos Aire decide gastar una broma i coronel Chenaut. Pide que un secreto: “Pero un joven de Buenos Aires que estaba ahi y me hhabian presentado se paré de sébito, el pelo exizado, las manos crispadas, y con voz hueca y sepuleral me apastrof fadome: [Pero sefior Sarmiento! (Qué es lo que va a Aecir usted! ;Yo no quiero comprometerme! SEVEI terror da Palermo! — exclamé yo se el dedo, y echéndome a reir. Rieron todos, y rié 61 mismo avorgonzado de aquella sublevacién de la carne del terror como en tiempo de ‘Campana en él Ejércite Grande, Buenos Aires, Jackson, Grandes Escritores Argentinos, tomo II, p, 122. siego, Mientras el largo bloqueo margina una even tual decisién por las armas, el prestigioso soldado de la independencia debe inventar medios para sub- venir a sus necesidades. Instala una panaderfa, y en trances dificiles recibe de Rosas cieria suma de div nero, Invitado a las reuniones de Palermo, La Ma drid asiste a la corte del tirano trabajado por ambi guos rechazos y no menos ambiguas urgencias de reconocimiento, hasta que una crisis espiritual lo Janza, de nuevo, al campo de los mas empecinados enemigos de Rosas. ‘Los federales, tanto Ios auténticos como los que + simularon su simpatia por Rosas, deb/an vivir tam- ‘én escindidos en sentimientos contradictorios. Los fedevales encumbrados, a quienes nos referimos, con formaban un estrato social y econémico més arrai gado y sélido que el que constituian las familias Tmitarias, Rosas mismo pertenecia_a una de las familias de mas ilusire prosapia de Buenos Aires, y, por supuesto, de mds apreciable fortuna. Algunos do. sus parientes ocupaban fa alta jerarquia de la burocracia oficial; cargos compartides por sienr bros de otros conspicuos clanes, y por gencrales ungidos con la gloria del cjército sanmartiniano, La posicién y la fortuna de este grupo social s¢ hrallaba suficientemente asegurada con la permanent cia de Rosas cn el poder, y en este sentido el apoyo del grupo —salvo en la’ hota final— se ofrecié sin yetaceos; pero la permanencia de Rosas cn el poder, su arbitrariedad, su exaltacin de los hébitos popu ares, debian herir en lo mas vivo Jos pujos aristo- crticos de Jos sefiores federales. Rosismo y antirrosismo sc sobrcentienden como faceiones de la clase dirigente porichia, y por con tagio y concatenacién de hechos, de la clase dirk gente de las provincias. Los sectores populares, en Suenos. Aires, adhiricron desde un comienzo a la figura de Rosas, y se desconté su peso favorable en In balanza de acontecimientos que lo Hevaron y man. tuvieron en cl poder. Los unitarios descontentos de Buenos Aires y los federates tibios jamds pusieron 1 peligro real al gobierno de Rosas, y hasta des provecharon excelentes ocasiones ofrecidas por Jos conspiradores y enemigos de afuera. Fue desconet taee east lo roconocieron Jos propios jefes oe) an atento, Ja actitud del pueblo portciio ante las Tropas victoriosas de Lavalle en 1840, a los pucrias de Buenos Aires, Ei coroncl D' va en SU omoria Historica In copsternacién de Lavalle y de sus jefes inmediatos: EI cuartel general Libertador, distaba apenas, siete Ioguas de Buenos Aires, y cinco det campo del thane. El General en Jefe, esperaba que su presencia © Merlo despertase el entusiasmo de los Iabitantes de tei eatita Buenos Aires, y que produciria también te a Bjército enemigo, alguna seaccién;, pero ya Na: Tan corrida veinticuatro horas y el Biéreito fiber fader no vio un solo hombre de ninguna condiciot eeteaese 1 llevarle 1a més simple noticia. Nada Que thin del enemigo, ni dc la Capital, pues desde la Nz de Lujan, los lugares que habian sido rete Vids ofrecian un. aspecto sepuleral, porque 14s Tatigpes severas del tirano, obligaron & todos los habitantes 4 alejarse de su hoger. BI que Iubjese conocido al pueblo porterio, antes de In gpoca del terror, tendria dificultad en creer que el espiritu piiblico, hubicra sido comprimido, fasta et punto de que, halldndose los Hbertador’s Me eertas de ta cludad cautiva, fattase un hombre tite’ sobreponigndose al femor, salvara el. peaveno fspacio que existfa entre ellos y los oprimidos! EI General en Tofe, con esta, inexplicable conde fa, se encontraba en una situacién desesperada. .. ‘indtil isistir en nuevos enfoques: no resultars ya posible calibrar ef alcance de los divine cle- 3 Posies e intervinicron en Ia creacién del episodic see “cangancio del caos, iniereses econOmicon, Tepresign policial, legitimo fanatismo, son race ees ue posteriori de wn complejo preceso cole” Feil que se abstraen, a més do las variantes a Juan E. de Elia, Memoria histérica en Revista Novice sna, Buenas Aires, 280 1V, tomo TX n° 40, 1 de agovio tle 1889, pp. 115-116. 89 experiencia ‘temporal. Sin- capacidad de profecfa, nadie podia adopt una actitud frente a Rosas desde la perspectiva Caseros. Rosas podia morir o scr dexrotade a instante, como podia prolongarse on el gobierno hat ta los 80 afios de sa vida, La trama de sucesod) cotidianos echaba Iuz a una w otra posibilidad, y all corazén y la mente de cada uno de los hombres, amigos y enemigos de Rosas, se acomodaban 8 ella como a una realidad ixrefutable. Por debajo de los hechos que fijan el calendario de la histori se vive la rutina del hogar, del trabajo, de tas grisea diversiones. Y entre el comentario de una y otra batalla, entre el impacto de ambos bloqueos y el pronunciamiento de Urquiza, et escenario se habla ido Menando de figuras familiares, de sobreenten. didos, de consejas, de lugares comunes. La gente olvida pronto los pormenores de una guerra, pero atesora en la memoria y en la fantasfa los rasgos fntimos del héroe. Tirios y troyanos, a la luz del dia o tras de discretos celajes, contemplaron tas exequias de dofia Encarnacion Ezcurra y vigilaron en el rostro de Rosas ia huella de la menor cmocién, La bondad 0 el célenlo de Manuelita, Ja hija predb Tecta, Ja belleza o la boberfa de Agustina, la her mana favorita, la sumisiéa 0 a lealtad de presth giosos jefes militares, las chocarrerias 0 Ja simple za del bufén Eusebio, eran materia comin a Ia tertulia, al cuartel, a la pulperia, a Ja correspon dencia secreta de los exiliados. Estos hechos carga ban también en Ia balanza del juicio, y valian tanto para robustecer la simpatia como para cebar o) odio a Rosas y su régimen, Como en toda ¢poca de fuerte censura, el rumor debid constituirse en una suerte de cuarto podet, mas peligroso y terrible que el de ta prensa y Ia propaganda oxganizada’; Se decia que el tirano © Mucho antes de que Ia censura de Rosas privars a le opinién publica de sus medios naturales de expresién, Da ‘Angelis prevenia sobre los peligros de wma opinién piblicn desvirtuada de sus fines y convertida en trivial chismorreot celebraba sangrientas orgias en Palermo, que man- ig matar a su mujer, que habia concebide un mor hoso afecto por su hija. ¥ se decia también que el Restaurador de las Leyes sacrificaba su fortuna, su romodidad y su suefio a la marcha eficaz de los Encarnacién era el es: desamparados. que Ma welita era una hada buena que ablandaba Ja dura isticin de su padre. A veces, para ser ofdas, las jnediag palabras circulaban con Ia velocidad que vantiza 10 prohibido, descargando de informante informado Ia responsabilidad de una noticia explo- va, Ya veces, también, las medias palabras se revestian con Ia miel del halago, y unfan en un nismo cfroulo a aduladores serviles, pasivos ciuda- ‘anos, hombres de buena fe y fanaticos facciosos. Otros datos que las crénicas registran con apa- vente objetividad son, en definitiva, imponderables clomentos para quien no tuvo la experiencia real de los mismos, Pignsese en Ia orgullosa actitud de Tas familias unitarias que negaron su asistencia al tea 10, bajo pretexto de una noche tormentosa, y con ‘ostensible finalidad de mostrar repudio a la Cam- pomames, actriz oficialista, y a Rosas, invitado de honor, Fi efecto de esta actitud apenas puede apre~ is¢ por aproximacién, como solo por aproxima- ign puede conjeturarse Ia importancia de las rojas fag federales, tanto en lo que pudieron tener de profunda representatividad, como en los angustior ‘os Techazos provocados por los métodos compulst fin semejantes casos se olvidan los principios y solo se fata de personas: una anécdeta escandalosa, Tiama lo ater mucho mas que la cuestién mas esoncialmonte Heada al bienestar de la nacién, Les hombres se ocupan en werignay seriamente por qué recomendacitm se ha dado tal ‘mpleo, quignes fueron los que comieron ayer en casa de minisiro, y otras sandeces de esta calafia, Pidrdese eramente de vista Io esericial por atender lo aceesorio, ast vpieza a propagarse un sistema de superficialidad y po- Yon diametralmente opuesto a la eravedad de un pueblo Tire”, Pedro De Angelis, Acusacién y dafensa de Rosas, p. 273. vy dle hipétesis podra vos de adopoién ®. i cat hablarse de la da final del régimen, ef cortesin con que Rosas tra y Paz, vehemente soldado el primero, brillante estra- tego el ultimo, empecinados enemigos los dos del hombre que tuvo cn sus manos, en algiin momento, Ja posibilidad de ganarse si no'la adhesién, la new. tralidad de los mismos*, © E1 uso del color rojo debié adquivir caractores de ex: copcional unanimidad en cl Buenos Aires dominado por Rosas. Ademis de los innumerables testimonios conocidos, ofrecemos estos dos que val lero por su arora, y ol publicada ea la Revista de Derech XVI, sept. 1903 se destaca Ja sorpresa del autor a Buenos Aires. Carriego vio a la colorado”, Tsidoro J. i 1a, Tirade parte de la Revista de ni, Nuova Impresora, Paron: Eugenio Cambaceres, al describir maim ires dal 80, on Sin rumbo, dice En Ia calle de Caseros frente al un casueho de lada del tiempo » Una Iectura come de las Memorias del gener manifestaciones debieron le frialdad aca- contra el régimen, y su posterior fuga de Buenos } Estos hechos escapan al registro especifico de 1 pero nadie dudaré que ellos son también Ie de ese borrascoso periodo. La caida de Rosas parecié decidirse por agota miento de su rol histérico 0, si se prefiere el es quema, por el cambio de estructura econdmica que Io constituyé en personero de determinados inte yeses, Cuando los tiempos estaban maduros par: ello, una conjuncién de fuerzas externas concluy¢ con’ el poder omnfmodo de casi veinte aiios, y con cluyé estrepitosamente, con la suerte de una inereibl batalla en la que se sumé a la impericia del tirano su dnimo de derrota y el descalabro de que hasta entonces puido ccultar con hal fisuras, La suerte de la batalla de Caseros desat los infinitos hilos de intereses que habia anudad Rosas durante dos décadas, y Ia violenta ruptura como era facil profetizar en situacién semejante revelé la stibita traicién de unos, la impotente leal tad de otros y la azorada expectativa de los mas Lucio V. Mansilla recordaré todavia en la vejez st esiupor juvenil del 4 de febrero de 1852, cuando et Ja plaza de la Victoria descubrié en los rost de los exaltados vivadores de Urquiza los mismo: rasgos de los habituales contertulios de Palermo Y entre esos rostros, alguien vio —~o crey6 ver— el del propio general Mansilla, padre de Lucio, en Aires, Junto a la indudable magnanimidad de alguno gestos, Rosas inflige duros agravios a su virtual prisionora Na Jo recibe en su casa In primera vex que éste lo visit y en Ja segunda oportunidad, mientras aguarda mec hora en el patio, advierte, con molestia, que s lo observ desde alguna de las ventanes cubiertas: “era seguro qu Rosas, que nunca me habla visto, como yo no lo he visto @ hasta ahora, conccerme y que al efecto me este la cbservends de la parte interior de las persianas; yé que no dudaba de ello, traté de aparentar la més compl indiferencia y pasedndomo con negligencia, juguetesba co mis guantes que tenia asidos en una mano”, Memoria péstumas, t. TI, Buenos Aires, Estrada, 1957, 8 Jusn Manuel Beruti, Memorias curiosas, t XI nt 36, p. 272, cargado por Rosas de la defensa de Buenos Aires, dando vivas al victorioso Urquiza. Real o ficticia, la reaccién de los dos Mansillas en el mismo escenario puede marcar como un sia- bolo el modo en que’ dos generaciones sobrelleveron un idéntico conflicto de situacién. EI padre de Lucio, sexagenario, traté de levantar los graves car- gos que Je achacaban los jueces del triunfo; luego Viajé y disfruté en las grandes ciudades de Europa su dorada vejez. No tenia que pensar en ¢l retorno: los hechos estaban consumados y conocia la impo- sibilidad de modificarlos. Como actor del drama, como hombre que sobrellevé de algin modo ia dl- reccién del proceso, pudo gastar su parte de mala conciencia en la ejecucién misma de la empresa; pudo, al menos, asumir la responsabilidad de su silencio, de sus pequefias y de sus grandes conce- siones; pudo, desde el plano de la situacién histé- ca, justificarse. En cambio los més jévenes, les qce’nacieron 0 pasaron su nifiez y adolescencia en ej transcurso del régimen, y que Megaron a la edad responsable junto con Ia caida espectacular del rosismo, se encontraron sin situacién historica jus tificante. Pero con uma urgente necesidad de justi cién personal. sta necesidad fue sentida con mayor agudeza por los vastagos de las familias federales, puesto que la derrota de Caseros habia erigido en jueces tinicos a los vencedores, y determiné uno de los mas. inte- santes capitilos de nuestra ‘literatura autobiogré- fica: el que incluye Jos nombres de Guido, Mansi, lla, Calzadilla y. Vicente Quesada. Tal literatura, 4serita en todos Jos casos con bastante posterioridad "x Caseros, oscila entre una curiosa actitud de conde- ha al pasado rosista y de condena a la situacién jguié y ha sido elaborada con un sistema ‘ones, de volunterios silencios y de inexpi- ‘craciones que parecen depender menos de lad de la memoriz que del canon impuesto Witeratura antirrosista, focto, el asentamiento definitive de los vere indudable talento literario de muchos de os de Rosas, el control de Fabulosos ins- tramentos de’ difusién como Ia prensa period fa ascucla, determinaron que la mitologia sosis\a, itpitrada por fos herederos de Urquiza, isrumpiera con paso seguro en la posteridad ®. «un tan vienime 6} sentniento antirosia = 0 46 quiere, la expresién ‘oficial del sentimionto colectivo— ¥ hasta tal punto se identified ‘éste con determinadas imai- havea al or moro tee ese i De sar en el episodio rcsista sin referirlo a la etérica impuesta por los vencedores ‘Tu ejemplo iiustraré sufi nicmonte ‘esta nueva interaccién de Ja Titeratura en el proceso domi- ‘nado por la figura de Rosas. por la Hs 2 foo en ens ines en 1940, nash algunos afies de la nifiez en Montevideo, ciudad a la que snepone oI Dey de Cores rae © Mio wel cmigrat onor Aires y Federico ingresa como pupilo en Colegio Nacional. Entre los recuerdos de esos afios felices. ‘Tobal registra uno, segin anticiparamos, que esclarece los. Tobol reise oof aera. seta ontiosta, En el efectos pcos, isticn,y smo de fr deetores 19 tarda en pedir a Federico le eleboracién de un poema. 2) tarda on peli Eee eocargn to oclta on) habtaion colons, ects uprtore Las hort avon en 800 ents etre Hentai cnttaba_cofida la fronte con, wa avreola de sudor ¥ postradas mis fuerzas, Ja musa rebelde de sador Poses com funded Wh E070 Ie ae revelacian de 30 a0, TO nunciaron el nombre ‘miigico de ‘Rosas’. Ah ai, Resas! exclamé entonces srechentbs La =a me dicta el asunto. es ella auien me prescribe que cave me oo iano, ‘jhéroe del desierto, forjador indudable 2 amy ee go fotracién somo era mma at jntentoaapone te opera a8 net se ee Ne gptnver concer fon ary ise tudiar Ja historia de ese periode. para ello y 5¢ consucla con esta reflexion: cantax? Can Teen los poetas necesitamos saber para canta tar a Rosas se reves a maldectny lohan, 9 far tar ade on la picota amte Ja postoridad. a sacarlo @ 0 a ponene za com deen. on oles tema os prion glen illajo dela prensa. Ademés, caué fue, Rises & del candle acne no hay mais que apostoferle de t 9 Por mucho tiempo fue empresa que exigia tuer- tes recatidos morales clevar la voz, no ya para defen- der, simplemente para rectificar algin rasgo de Ia mitologia y de Ia histo1 |. Todavia en 1882, treinta afios después de Cascros, los hermanos Que- sada _creeran necesario sefialar el civil” de Adolfo Saldfas, que ren Paris el primer tomo de la Historia de Rozas y de su época. Ati se consideraban vivas las pasiones, vivo Rosas habla muerto y los agonistas que le acompafiarof’ en el drama. De Jos sobrevivientes, algunos de los més importan- tes, como Sarmiento y Alberdi, habfan depuesto la primitiva actitud, ¢Quién alentaba entonces el ren- 108 ¥ todos ritmos, exhumando todos los tira- rie. (Qué hizo Roses? Matar y mator, Pues es no hay més que meterlo en el Flegetonte pagano y el infierno pagano cristiane, para que salga colorado, mnto escarlata con este cauce féicil que hallara a esperé Ja noche, para invocar la Federico Tobal, Recuerdos det viejo Colegio Nacional de Buenos Aires, en Obras conspletas, Buenos Aires, 1942, t. T. doctor Saldias, autor de este libro, he tenido el de ocuparse de la historia do un hombre y de en presencia de sus contemporincos y do sus irreconciliables, Es singular ol mérito, porque no es comin el velor civil que se requiere pera emanciparse de las pasiones de su tiempo, y abordar el juicio sereno, en cuanto es humanamente posible, respecte de un hembra muerto ayer puede decirse, familia mos rodea, con Ja cuel se esta en diario comercio, y prescindir de Jas qne- dpoca (Paris, 1881), aparocido en Ia Nueva Revista de Buonos Aires, +. V, 1862, cor?; gquién azuzaba ta discordia con el recuerdo de pasados erimenes? Dijimos que el rosismo constituyé un verdadero trauma de la conciencia colectiva, un golpe que es cindié a la sociedad de su tiempo en réprobos y en elegidos, condenando a los dos sectores a Ja mu- tua recriminacién. La Hteratura de esos afios agh ganté y volvié més e i flicto ifpicamente maniqueo, y la stéricas y sociales embargo, revi, ‘a Jas viejas tensiones bos reducidos al silencio y a la postergacién sis- temética. Elegidos que poseen la verdad mica y la direccién exclusiva del proceso social. Dos vidas marcadas profundamente por el conflic- to de situacién provocado por el rosismo, serén estudiadas en este trabajo, Las vidas de Carlos Guido Spano y la del ya citado Mansilla. También se estudiar, como curioso aporte del material auto- biogréfico a’ la comprensién de Ia gpoca, la vida de ‘Santiago Calzadilla, segin el testimonio ofrecido en Las beldades de mi tiempo. 97

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