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Juan Mosco Leoncio de Neapolis Biblioteca Medieval Siruela a Historias bizantinas de locura y santidad , Juan Mosco EI prado 2¢2.¢ Hate Leoncio de Neépolis Vida de Simeén el Loco ° o NX aa f ih Introduceiéa, traduccién y notas de José Simén Palmer ct “ 2 7 PR & Ediciones Struela ‘oils tos defechos eeservados, Niaguaa paste de esta publicacion pucile ser reproduclda, almicensda 0 tzasaitida ea manera alguna fa por ningin medio, ¥2 sea eléctrico, quimico, mechaleo, Sptico, ide grabacion o de fotocopia, sin permiso previo dt eto. ‘ieulos originales: “0 Aan 1 Bagh otic rot 458 Sopebr jeublerta: Trabajadores agricolas, kn evbiert y con smediados det siglo x, iustraciba para los evangelios, Constantinopl. 1 dirigida por Jacobo F. J. Stuart, ised geifico: G. Gauger & J. Slruela © De Ia iroduceléa, waducelén y not3s, Jo8€ Siméa Palmer © Ediciones Siaela, 5. A., 1999, Plaza de Manuel Becerra, 15. «El Pabelléar ‘more Maid, Tels: 94 95557 20,91 35522 02 “Telefax: 91 $5522 01 sirvelagsiruela.com Printed and made ia Spain indice Introduccién José Simén Palmer Nota sobre la traduccién Historias bizantinas de locura y santidad El prado Juan Mosco Vida de Simeén el Loco Leoncio de Nedpolis Notas Bibliografia Tabla cronolégica Mapas 31 a 233 297 307 sit 313 Introduccién José Simén Palmer Vivir en una eueva, en lo alto de una columna o dentro del tronco de un drbol, vagar sin vestimenta por las montafias en busca de hierbas o recorrer sin cesar las calles de una ciudad fin- giendo locura son formas de vida que hoy nos parecerfan pro- pias de verdaderos lunaticos. Sin embargo, en Ia primera mitad del siglo Vis, cuando Juan Mosco y Leoncio de Nefpolis escri- bicron las obras que presentamos aqui, éstas y otras extravagan- cias eran las sefias de identidad de los santos mas admirados de Ih cristiandad oriental. Constitufan s6lo el aspecto exterior, la punta del iceberg, de una espiritualidad que anhelaba el retorno al paraiso, ‘Este es el género de vida de gran parte de los héroes que pro- tagonizan las historias de El prado de Juan Mosco, uno de los testimonios mas fascinantes sobre la sociedad y 1a mentalidad religiosa del Oriente cristiano durante los siglos V y Vi. La Vida de Simeén el Loco de Leoricio de Neépolis es, por su parte, una ~ de las piezas mis originales de la hagiograffa cristiana de todos los tiempos, précticamente desconocida en nuestro pais. Natra la Vida del més famoso de los lamados «santos locos» bizanti nos, Simeén de E'mesa (Siria), que salvé del pecado a los habi- tantes de esta ciudad bajo el disfraz. de la locura. ‘Ambas obras, traducidas aqui por primera ver del griego al castellano, son una buena prueba de que el género literario més edificante de la época bizantina, la hagiografia, podia ser tam- bign el més ameno. De hecho, el lector desprevenido tendré ficultades quizé para reconocer el cardcter ejemplar de un santo como Simeén, que entraba desnudo en los bafios de mujeres, bailaba con prostitutas en la calle y bombardeaba con nueces a las beatas de la iglesia, De la misma manera, muchos personajes de Mosco pueden parecer, més que santos, héroes surrealistas al estilo del Simén del desierto de Luis Busuel. Vida de Juan Mosco Juan Mosco nace a mediados del siglo VI en Egas (Cilicia), al sudoeste de la actual Adana (Turquia), pero se hace monje en el monasterio palestino de San ‘Teodosio, muy cerca de Belén. En seguida se retira al desierto de Judea durante diez afios (;568- 5782) y vive en el monasterio de Fara (Pr[ado], c[apitulo] 40). A comiienzos del reinado del emperador Tiberio (578-582) viaja por encargo de su monasterio a Egipto, acompafiado ya de su inse- parable discipulo Sofronio, futuro patriarca de Jerusalén (634- 638), a quien él llama en su obra «sofista» (maestro de ret6rica), «compaiiero», «sefior, chermano» ¢ «hijo». Recorren Egipto du- rante varios aos, llegando hasta el Gran Oasis (c. 112), al oeste de Luxor. Después, entre el 580-581 y el 590-591 probablemente, Mosco pasa diez. afios en el monasterio de los Eliotas, en la pe- insula del Sinai (c. 67). Durante la década de los noventa vive en Palestina, en la Laura Nueva del desierto de Judea (Chadwick, 1974, 57). En el 594 lo vemos en la investidura del patriarca de Je~ rusalén, en compaiiia del higdimeno o superior de su monasterio (¢. 149). Tras la muerte del emperador Mauricio (602) y la irrup- cién de los persas en el imperio bizantino (603), Mosco y Sofro™ nio abandonan Palestina para refugiarse en Siria y Cilicia. Pocos aios después, en el 607 probablemente, huyen a Egipto ante la nueva amenaza de los persas. Durante su segunda estancia en es- te pais se conivierten en confidentes del patriarca de Alejandria Juan ef Limosnero, fallecido en el 620, con el que participan en ‘numerosas campafias a favor de la Iglesia ortodoxa visitando los monasterios monofisitas de Egipto. Mosco y Sofronio eseribie- zon una biografia suya, conservada fragmentariamente. Leoncio de Nedpolis, bi6grafo de Simeén el Loco, la us6 afios después como fuente para su propia versiGn de la vida de este patriarca, nacido en Chipre, como él. 10 “Tras la conquista de Jerusalén por los persas en el 614, Mos- coy Sofronio huyen de Alejandria y embarcan rumbo a «la gran ciudad de los romanos> (Roma o, quizés, Constantinopla), pa- sando’ por Chipre (c. 30) y Samos (cc. 108, 185). Alli, antes de morit, Mosco confia El prado a Sofronio y le pide que entierre su cuerpo en el monte Sinaf o bien, en el caso de que los arabes se lo impidan, en el monasterio palestino de San ‘Teodosig ~tan citado en su obra-, donde habia tomado el habito mondstico. Sofronio, al enterarse en Ascalén (Palestina) de que los arabes han bloqueado el acceso al Sinai, opta por enterrarlo en San Teo- dosio. Comenzaba entonces la octava indiccién, que probable- mente corresponde a septiembre 0 comienzos de octubre del afio 634 (Déroche, 1995, 33) La mayor parte de estos datos proceden de un Prélogo ané- rnimo escrito, segiin parece, poco después de la muerte de Mos- co. Otra fuente de informacién la proporciona el propio autor de El prado, que menciona sus largas estancias en algunos mo- nasterios, st paso por infinidad de comunidades mondsticas de todo el Oriente cristiano (Simén, 1993, 45) y su amistad con di- versas personalidades de la época. Aparte de su inseparable cipulo y amigo Sofronio, que egaria a convertirse en una de las figuras més importantes de su tiempo, cabe citar a una pariente del emperador Mauricio (c. 127), al prefecto de Africa (c. 196), al- gtin dignatario de la corte imperial (c. 185), patriarcas como Gre- gorio de Antioquia (c. 140) 0 Eulogio de Alejandria (c.195), nu- merosos obispos y figuras relevantes de la vida cultural alejandrina (ce. 77, 171, 172). El mundo de Juan Mosco es, por tanto, un mundo de vastos espacios no s6lo geogréficos sino también sociales, desde la fa- milia imperial hasta el més humilde monje del desierto; un mun- do, también, de nniltiples pueblos y lenguas: ascetas que recitan los salmos en siriaco, arabes cristianos con los que los monjes hablan en arameo, una elite cultural alejandrina que se expresa en griego (Pattenden, 1988; Sevéenko, 1977, 120-121). n El prado: de Bizancio a la Espafia del Siglo de Oro El prado se inscribe en la tradicién de las antiguas coleccio- nes monésticas que reunian sentencias o apotegmas de los mon- jes del desierto y anéedotas edificantes sobre sus vidas. Estas obras «tiles para el alma» gozaron de enorme popularidad en todo el Oriente cristiano durante los siglos Vy Vi. En la Dedicatoria a su amigo Sofronio justifica el autor el t- tulo de la obra (llamada también Nuevo jardin) compararido la belleza y fragancia de las flores de los prados en primavera con Jos ejemplos de virtud que ofrece el libro, seleccionados por Mosco con el cuidado de «la sapientisima abeja>. Como sé ad- vierte en el Prdlogo anénimo, el autor no puso en orden crono- légico las mumerosas historias que recogié a lo largo de sus via jes, sino que las agrup6 de forma espontanea por sus semejanzas en cuanto al narrador, protagonista, motivacién espiritual, esce- natio, ete Mosco suele indicar al comienzo de cada capitulo la fuente de sus historias. En general, se trata de monjes que él conocié per- sonalmente y que 2 veces forman un eslabén dentro de una ca- dena mas 0 menos larga de transmisién oral (cf. un caso extremo enc. 147), Sin embargo, estas fuentes orales esconden 2 menudo una fuente escrita. Muchos relatos atribuidos por Mosco a una fuente oral proceden en realidad de hagiégrafos como Cirilo de Escitépolis o de historiadores como Evagrio, ambos del siglo V1. Los estudiosos han dado dos explicaciones que en realidad no sé excluyen entre si o bien hay una transmisién oral de estos rela- tos a Mosco por parte de personas que los habjan leido (Chad- wick, 1974, 48),0 bien las afirmaciones de nuestro autor sobre la oralidad de algunas de sus fuentes son meras «fictiones formmula- res» (Maisano, 1984, 10-11). ‘Una idea de la complejidad de las fuentes de El prado la pro- porciona la bella historia del monje Gerasimo y el ledn (c. 107), que tiene un antecedente remoto en Ia tradicién budista en len- gua china (Hesseling, 1931, 92). Otros relatos hunden sus rafces en el folklore semitico y beben de las mismas fuentes que Las mil y una noches (c. 185 y cuento n° 946). También hay desarro- 2 Ilos de la componente narrativa de apotegmas preexistentes (Mai- sano, 1984) 0 de citas evangélicas; asi, la historia de la monja que se saca los ojos porque provacan una pasi6n saténica en un jo- ven (¢. 60) es una interpretacién literal de Marcos 9.43-47, Circulos mondsticos, predicadores y laicos de condicién, di- versa eran los destinatarios de esta obra, cuya finalidad era do- ble: por una parte, la edificacién del lector u oyente; por otra, la difusidn y defensa de la fe ortodoxa frente a los herejes y judios, «que en esta obra llevan la peor parte. En el 451 el concilio de Cal- cedonia habia proclamado el dogma de las dos naturalezas per- fectas, inseparables e inconfundibles de Jesucristo, pero en tiem- pos de Mosco los detractores de este concilio eran mayoria en las provincias orientales del Imperio bizantino, es decir, Egipto y Siria, mientras que la reserva ortodoxa se habia reducido a Pa- lestina, el Sinai, Ia regin de Alejandria, Cilicia y algunas islas agriegas. Este conflicto eclesidstico y politico fue uno de los pro- blemas mas graves de la época de Justiniano y sus sucesores, Para hacer atractivo su mensaje propagandistico en defensa de Calcedonia, Mosco se sirve de una lengua relativamente sen- cilla, con concesiones al griego coloquial que se hablaba en su época; emplea recursos natrativos muy variados, como el dislo- g0, el suspense o la concisién para captar la atencién del pébli- co; simplifica la catequesis, que queda reducida practicamente a unas pocas recomendaciones de tipo préctico, y sobre todo nos ofrece una rica aretalogia, puesta al servicio del monacato y de la Iglesia ortodoxa: si hay milagros es porque Dios esta de su lado, El prado, conservado én unos 150 manuscritos griegos sin contar la tradicién indirecta, goz6 de gran difusién en la Edad ‘Media. Muy pronto fue traducido al 4rabe, armenio, etiope, geor- giano, latin y antiguo eslavo. En el siglo Vitt Juan Damasceno y el 1 concilio de Nicea (787) acudieron a diversos testimonios de esta obra para defender el culto a las imagenes, y en el siglo si- guiente el patriarca Focio la comenté en su Bibliotheca (céd. 199), proporcionando un dato de gran interés sobre su transmi- si6n: la existencia en su tiempo de dos redacciones distintas, una de 342 y otra de 304 capitulos, En Occidente esta obra no empezé a ser conocida con am- plitud hasta el siglo XV. En 1423 fue traducida al latin con el i= 3 tulo de Pratum spirituale por el humanista italiano Ambrogio ‘Traversari (editio princeps en Roma 1558) y en 1444 esta traduc- cién fue vertida al italiano por Feo Beleari (editio princeps en Ve- nnecia 1475). El Pratum spirituale de Traversari conoci6 varias ediciones en los siglos sucesivos. En 1865 Jean-Paul Migne lo in- corpord a su Patrologia Graeca con el texto griego correspon- diente, que es un conglomerado de la editio princeps incompleta de Fronton du Duc (Paris 1624) y de la edicién complementa- ria de Jean-Baptiste Cotelier (Paris 1681) (Pattenden, 1975). En Espafia la obra de Mosco, con el titulo de El prado espiri- ‘ual, vio la luz por primera vez en 1578 en la imprenta zaragoza- na de Pedro Snchez de Ezpeleta. El traductor fue el tiojano Juan Basilio Santoro, que, como Belcari, us6 exclusivamente la Yersién latina de Traversari. El prado espiritual alcanzé gran po- pularidad, Entre 1578 y 1674 se edits diez veces en diversas ciu- dades de la peninsula ibérica, incluyendo Lisboa en 1607. Ese ‘mismo afio se encargaron de publicarlo en Madrid Francisco de Robles y Juan de la Cuesta, que en 1605 habjan lanzado la pri- mera edici6n del Quijote (Simén, 1993, 62-78). Leoncio de Neépolis y la Vida de Sime6n el Loco Es muy poco lo que sabemos de Leoncio de Neépolis, apar= te de su condicién de obispo de esa ciudad, la actual Limassol, ‘en Chipre, Su actividad literaria se desarroll6 en la primera mi tad del siglo Vil. El 1 concilio de Nicea (787), que elogi6, como en el caso de El prado, Ia ortodoxia de sus obras, menciona en- tre éstas una Apologia contra los judios, la Vida de Simeén el Lo- 0 y la Vida de Juans el Limosnero, que complementa, como se ha dicho antes, una biografia anterior de Mosco y Sofronio sobre este patriarca, Las Vidas de Sime6n el Loco y de Juan el Limosnero han atraido en los tiltimos afios la atencién de los bizantinistas por diversas razones: constituyen una de las pocas fuentes sobre la historia social y religiosa del siglo Vii su lengua, alejada del e tilo ampuloso y rebuscado de la mayoria de los hagidgrafos “4 zantinos, reproduce a menudo el griego coloquial de la época de Leoncio de Neapolis, lo que ha dado a este escritor; igual que a Juan Mosco, la reputacién de en arameo), «padre>, chermano» 0 «anciano», términos todos ellos que ha- cen referencia a una categoria espiritual, no social 0 biolégica. Los ascetas mis experimentados suelen tener uno 0 varios disci pulos, a quienes llaman «hijos», En los cenobios la principal fuente de sostenimiento econémi- co es la agriculturas en las lauras, el trabajo manual, que consiste en la elaboracidn de cestas (cc. 73, 169), mosquiteros (c. 161), bo- tellas (c. 163), ete. A veces son los propios anacoretas los que ven- den sus trabajos en las ciudades (cc. 114, 194) -en vez de recurtir al comercio caravanero (c. 197} 0 en sus cuevas (c. 163). Otras, fuentes de subsistencia para los anacoretas son la albafileria (ce. 97, 134) 0 el trabajo en el campo a cambio de un jornal, cos- tumbre practicada por los eremitas egipcios de la Escete (. 183). La préctica de la oraci6n, imprescindible para alcanzar el es- tado de calma, paz y tranquilidad anhelado, ocupa la mayor par- te de la jornada del monje. Suele estar acompafiada de actitudes deliberadamente mortificantes; se reza de pie o de rodillas du- rante muchas horas -también de noche- y con los brazos exten- didos hacia el cielo, entre abundantes lagrimas y genuflexiones. El ideal es llegar a la plegaria ininterrumpida (cf. san Pablo en 18 1'Ts 5.17), recitando el Salterio de memoria y lentamente para me- ditar su contenido. Esta prictica estaba muy extendida entre los monjes sirios (Pr. 106; VSim., 139); los anacoretas la hacfan com- patible con el trabajo manual, intentando no distraerse ante las provocacidnes del demonio (cc. 136, 160). Habfa ascetas que sa- bian de memoria no sélo los salmos, sino la Biblia entera(c. 171). ‘La oracidn va acompafiada del ayuno. Los ascetas se someten auna severa dieta a lo largo de toda su vida. Dejando aparte los ‘casos mis extremos (cc. 17, 22, ete), lo normal es que los monjes ‘© eancianos> hagan una sola comida diaria, al anochecer (¢. 153) Sus alimentos mis frecuentes son el pan, las galletas, las alubias fen remojo y las hierbas silvestres, tinico sustento de los monjes herbivoros; su bebida principal, aparte del agua, consiste en una decoccién de pimienta, comino y anis. Los ascetas ms sacrifica- dos no prueban el vino (cc. 3, 184, 202), aunque se percibe cier- ta tolerancia (cc. 162, 163). ‘Ademds de la oracién y el ayuno, el monje, sucesor del mér- tir (c, 68), debe cultivar otras muchas virtudes ascéticas, como la pobreza, continencia, castidad, etc, los cenobitas conceden una importancia especial a la caridad, la obediencia y la humildad, mientras que los eremitas se someten a mortificaciones que a ve- ces caen en la extravagancia. En cualquier caso, es importante subrayar que las pricticas ascéticas son s6lo el aspecto externo de lo que san Antonio llamaba «el camino de la virrud». Lo mis importante es la disposicién interior del asceta, que debe'culti- vvat la compuncién y el arrepentimiento, las lagrimas, el silencio, el recogimientos ha de ser «portero del corazéno (c. 110), domi- nar la vista, el ofdo y Ia lengua (c. 199) y disponer su alma en un estado de paz interior, calma y recogimiento. Sélo asf podré en- contrar a Dios. Manifestaciones de a vida solitaria Desde los comienzos del monacato en Egipto hasta el reina- do de Justiniano, la vida solitaria o eremitica se desarrollé es- pontineamente en el Imperio bizantino, adoptando diversas formas segiin las peculiaridades de cada regidn. Algunas de ellas 2 } ‘| 1 degeneraron en extravagantes manifestaciones de automortifica- idn, sobre todo en Siria. La eleccién del habitat determinaba en gran parte el tipo de vida del eremita o anacoreta. Los més co- munes eran la cueva o la cabaifa, pero habia otros de carécter ex- traordinario, como la columna del estilita, la celda del recluso 0 el arbol del dendrita, El carécter penitencial de este género de vi- da podfa acentuarse todavia mas mediante la renuncia a cual- quier tipo de habitat. Este era el caso de los boskof o monjes her- bivoros, que ademés de alimentarse sélo de hierbas huian de todo contacto con la sociedad, vagando desnudos por el desier- to las montafias. Todas estas formas de vida ascética estin re- presentadas en El prado y la diltima también en la Vida de Simeon el Loco (Mango, 1994, 340-343). Los eremitas «convencionales» de Mésco proceden de toda la cristiandad, desde Roma (c. 101) hasta Armenia (c. 124), y viven sobre todo en los alrededores del mar Muerto, en Egipto y en las montafias de Cilicia. Su vida recuerda la de los leones, con los que conviven (ec. 2,101, 163, 167, 181); como ellos, se refugian en cuevas y beben de los rios cuando tienen sed (c. 10). A veces su soledad se ve aliviada por la presencia de un compafiero; son fre- cuentes las parejas compuestas por el padre espiritual y su discf- pulo (cc. 90, 91, 93, etc.). La mayor parte de los estilitas de los siglos VI y Vii de los que se tiene noticia son personajes de El prado. Casi todos proceden de Cilicia, como Mosco, y de la vecina Siria. El més famoso es el sirio Simeén el Joven o (cc. 96, 117, 118), del siglo VI, que no debe confundirse con el primer estilita, ~ Simeén el Anciano (389-459). Estos ascetas viven durante afios eno alto de sus columnas, expuestos a las inclemencias del tiem- po (c. 57), sin bajar jams. Su supervivencia depende de la co- munidad monéstica formada por sus disefpulos (cc. 28, 57, 118). Lacolumna se alza dentro de un recinto llamado mandra (redil), por cuya puerta entran los devotos del santo: peregrinos (cc. 96, 129), enfermos desahuciados (c. 28), endemoniados (c. 117). Una escalera de mano les permite a &:tos acceder hasta lo alto del pilar, Sin embargo, excepcionalmente, algunos estilitas prescin- den de ella para aumentar su aislamiento (c. 129). Los reclusos se encierran para siempre en cuevas (cc. 78, 97), a murallas (¢. 32) ¢ incluso en el tronco de un plitano (asi, el adendrita» del c. 70). Suelen estar integrados en un monasterio (ce. 50, 78, 132, 137) y a veces comparten la celda con otro reclu- $0 (cc. 32, 97). Los boskoi 0 monjes herbivoros viven en su mayoria en los alrededores del mar Muerto (Pr 19, 21,154, etc VSim., 137). Sue len refugiarse en cuevas (cc. 19, 8, 159, 167), a veces cerca de un monasterio (c. 86) y se alimentan exclusivamente de hierbas s vestres (cc. 115, 159). Sus tinicas posesiones son su rtistica indu- mentaria (c. 92), a la que algunos renuncian para ir desnudos (cc. 159, 167), un cuenco (c. 19) y un bastén (c. 19). A veces, dadas sus durisimas condiciones dé vida, mueren en la mas com- pleta soledad (Pr. 21, 84, 92; VSim., 137). Salvo el estilitismo, las mujeres practican también estas formas de vida eremitica; hay solitarias (ce. 170, 179), rectusas (cc. 32, 127, 128) y monjas herbivoras (c. 19). Los santos locos Con ser sacrificados todos estos tipos de vida eremitica, dife- rentes autores a lo largo de la historia de Bizancio consideraron que la elite de los santos bizantinos estaba constituida por los «locos por causa de Cristo» o santos locos (en griego, salof), sur- gidos como reaccién a la santidad demasiado oficial de otros as- cetas que, como los estilitas, congregaban a grandes multitudes de devotos (Dagron, 1990, 934). En la hagiografia bizantina es una mujer la que inaugura esta particular practica aseética en el sentido estricto en que la hemos definido més arriba.(pag. 15). La Historia Lausiaca de Paladio, concluida hacia el 420, presenta a una monja de un cenobio de Tabennisi (Egipto) que, cumpliendo literalmente las palabras de san Pablo ya mencionadas, finge estar loca y poseida por el demonio. Relegada a la cocina, donde pasa todo el tiempo ha- ciendo los trabajos mas duros, lleva unos harapos sobre la cabe- zaen vez de una capucha, se alimenta de las sobras que dejan las demés monjas, y guarda un silencio absoluto ante las agresiones e insultos de sus compafieras, que la toman por loca. Finalmen- te un asceta, inspirado por una visién, pone de manifiesto su santidad; pero la monja, agobiada por las muestras de arrepenti- miento y de veneraci6n de sus hermanas, desaparece para siem- pre con toda discrecién a los pocos dias. ‘Juan Rufo (siglo V0), la andnima Vida de Daniel de la Escete (siglo V1) y El prado (c. 111) presentan a otros santos locos egip- cios (0 vinculados a Egipto) que destacan por esta misma pasivi- dad, mudez, capacidad de sufrimiento y extrema humildad. Es- ta tradicidn contrasta con la que expone Evagrio en su Historia eclesiéstica (121). Segin él, los santos locos proceden de los monjes herbivoros, que representan el peniiltimo estadio més clevado de la vida monistica. Entre éstos hay unos pocos que consiguen alcanzar una apatheia o impasibilidad perfecta. Lle- gado este momento, dice Evagrio, abandonan el desierto, regre- san al mundo y, sin interrumpir sus pricticas ascéticas, que si- guen cultivando en secreto, se hacen pasar pot locos, «pisoteando» asi la vanagloria o el sentimiento de la propia perfeccién, la ma- yor amenaza para los ascetas mds curtidos. De esta manera, rompen el ayuno en pablico, frecuentan las tabernas e incluso se bafian con mujeres. Han sometido hasta tal punto las pasiones, prosigue el mencionado historiador, . «No es la muerte del pecador lo que Fl desea» ~recuerda un asceta de El prado-, «sino que se convierta y viva» (c. 78). El propio Mosco participé, como he- mos sefialado, en las campafas proselitistas organizadas por el patriarca de Alejandria a comienzos del siglo Vil. El celo mos- trado por él y su inseparable amigo Sofronio fue tal que Leon- cio de Neapolis llamé a ambos en su Vida de Juan el Limosnero «religiosos, amigos de la virtud y verdaderos defensores de la piedad> (Festugitre, 1974, 343). 30 Nota sobre la traduccién La tinica edici6n disponible del texto griego de El prado es la muy deficiente de la Patrologia Graeca de Jean-Paul Migne (véa- se Bibliograffa, pig, 305), Data de 1865 y, como se ha indicado, consiste en un conglomerado de dos ediciones incompletas y complementarias del siglo XVIL, acompafiadas por la traduccién. latina de Ambrogio ‘Traversari (1423), ligeramente retocada. “Traversari tradujo el mejor cddice griego conocido de la obra deMosco, el Florentinus Mediceus-Laurentianus Plut. X,3 (=F), del siglo 31, que contiene 301 capftulos y probablemente co- rresponde a la versi6n breve de El prado mencionada por Focio en el siglo IX (pag. 13). Paradéjicamente, la edicién de Migne, que sigue el orden de capitulos del F al estar modelada sobre la traduccién de Traversari, no reproduce el texto de este cédice, que permanece inédito en lengua original, sino el de otros ma- nuscritos griegos de calidad inferior (Pattenden, 1975). Por otra parte, esta estructurada arbitrariamente en 219 capitulos, omi- te total o parcialmente el texto de cinco capftulos (120-122, 130 y 132) y no incluye el prélogo sobre la vida de Juan Mosco. En la presente traduccién hemos tenido en cuenta las lectu- ras del c6dice F publicadas por R. Maisano (1982, 240-249), Para los capitulos que faltan en Migne, hemos usado la edicién de los mismos por P, Pattenden (1975, 49-54); y para el pr6logo anéni- mo, la de H. Usener (1907, 91-93). Se ha mantenido la divisibn tradicional de 219 capitulos, pero cuando uno de la Patrologia Graeca agrapa varios del cédice F, éstos aparecen separados y con su propio titulo; las 8 series de apotegmas o sentencias mo- nasticas de Migne (cc. 69, 110, 115, 130, 144, 152, 159, 168), que 3 cequivalen a 51 capfeulos en el F, tignen en cada caso un encabe- zamiento tinico: «Apotegmas de...». A este respecto, es impor- tante sefialar que en el texto de la Patrologia Graeca no hay ti- tulos en griego y que los de la versiGn castellana en general, extraidos del capitulo correspondiente y entre comillas~ se de- ben a quien escribe estas lineas, La Bibliograffa inclaye una seleccién de las revistas donde se han editado «relatos edificantes» atribuidos a Mosco con mayor © menor fortuna (para una relacién completa, cf. Simén, 1993, 57-62). Los hemos descartado para esta traducci6n, En espera de lo que seri la primera ediciGn cientifica de El prado la que esta preparando desde hace muchos afios P. Pattenden para la colec- cién Corpus Christianorum-, hemos preferido cefiirios al texto de Migne, que ofrece el conjunto de capitulos con que esta obra ha circulado en Occidente desde el siglo xv. La Vida de Simeén el Loco esta traducida de la edicién de L. Rydén (Uppsala 1963). La numeracién en negrita y entre cor- chetes corresponde a las paginas del texto griego. La distincién de Prélogo, Primera parte, Segunda parte y Epilogo y los titu- Jos de la versi6n castellana, usados sobre todo para los episodios independientes de la Segunda parte, son responsabilidad del tra- ductor. El original griego no tiene més titulo que el de la obra. Las referencias de ambos autores a la Septuaginta y al Nuevo ‘Testamento estan sefialadas en el texto con las abreviaturas que constan en la Biblia de Jerusalén (Bilbao, Desclée de Brouwer, 1975, pags. XIV-XY). 2 tionrap en Fone Lauagtasrast alae toemlicdipasdunertabue Braet caper aeenineey! Trabajadores agricolas, mediados del siglo XI, iustracién para los evangelios, Constantinopla. Biblioteca Nacional de Paris [ms. griego 74, fol. 39 v.] © Bib. Nat. Paris 3 Escenas de la vida de Simeén el estilita [ol. 2 v. del 6d. 14 del monasterio de Esfigmenu, monte Atos (zsiglo x1?)] 4 Escena pastoril [fol. 210 r. del céd. 2 del monasterio de Pandeleimon, monte Atos (siglo x11)] 35 Dragon antropomérfico [c6d. B 100 de la Meyisti.Lavea, 1 monte Atos (siglo xit1)] Monasterio de San Sabas Lol. 21 v. del céd. 139 p del monasterio de Grigoriu, monte Atos (siglo xvi)] 36 37 ‘Templo del Santo Sepulero Simeén el estilita, exvoto procedente [fol. 2 r. del e6d. 139 p del monasterio de los alrededores de Hama (Siri), de Grigoriu, monte Atos (siglo xvu)] siglo VI. Museo del Louvre, Paris © Jean Mazenod, L’art de Byzance, Editions Citadelles et Mazenod, Paris 38 : 3” EI prado, de Juan Mosco Prélogo del libro Nuevo jardin, llamado también El prado! Este libro, llamado El prado, describe el género de vida de los santos padres que lo protagonizan, virtuosos y gratos a Dios; contiene también relatos y sentencias edificantes de padres y monjes santos, justos y devotos de Cristo. El autor es Juan, de santa memoria, que fue presbitero y monje, de sobrenombre Mosco. ‘Al principio de su carrera tomé el habito monéstico en el ce- nobio de nuestro santo padre Teodosio, que habia sido ceno- biarca y archimandrita de todos los cenobios 0 monasterios de- pendientes de Jerusalén. Después se retiré al desierto cercano al santo rio Jordan, donde vivié mucho tiempo con los santos pa- dres de aquel lugar, recogiendo testimonios sobre sus virtudes para reunirlas después en el libro aqui presente. También vivis en la llamada Laura Nueva, fundada por nuestro santo padre el gran Sabas y mantenida por sus dise‘pulos hasta nuestros dias, Pero cuando se enters de latirania que ejercian los persas con- tra los romanos con motivo del asesinato del emperador Mauri- cio y de sus hijos, abandoné la Laura Nueva para refugiarse en la regién de la gran Antioquia. Desde alli, al ver otra vez que aquel pueblo pagano extendia su dominio, huyé a Alejandria y reco- 1i6 todo el desierto de alrededor para visitar a los padres que lo habitaban (ya habia estado en Egipto antes, al comienzo del rei- nado de Tiberio, enviado por su monasterio para una misién, y se habia internado hasta Oasis y el desierto circundante). 45 Estando en Egipto se enter6 de la conquista de los Santos Lu- gates y de la triste derrota de los romanos. Abandoné pues Ale- jandrfa y, junto con su fidelisimo discipulo Sofronio, zarpé rum- bo ala gran ciudad de los romanos. Durante la travesfa hicieron escala en diferentes islas. Este bendito habia recibido del Sefior el don de saber plasmar por escrito el género de vida de los hombres virtuosos segtin lo que veia u ofa. Por eso, también al llegar a Roma se aplicé a es- te objetivo y, cuando el bendito presintié el momento de su par- tida al reino de Dios, compuso este libro. Pero no lo escribis si- guiendo el orden cronolégico de lo que habia visto u ofdo, sino que agrupé los testimonios oidos o vistos con sus propios ojos segiin sus semejanzas mutuas. ‘Cuando iba a abandonar el mundanal ruido para pasar ala vi- dda que no conoce la turbacién y el oleaje, hizo llamar a su ama- do disefpulo y le confis este libro sobre el género de vida de los santos padres gratos a Dios. Le ordené también que de ninguna ‘manera dejase su cuerpo en Roma, sino que lo metiera en un ata~ Aid de madera y lo transportase al monte Sinai, haciendo vodo lo posible para enterrarlo junto a los santos padres de aquel lugar. Si algdn desorden provocado por los barbaros lo impedia, debia enterrarlo en el monasterio de San Teodosio, donde habia re- nunciado al mundo al comienzo de su carrera, Asi, pues, el fiel discipulo, deseoso de cumplir esta orden, se lev6 con sus condiseipulos (en nimero de doce) al bendito Juan, Imitaba asi al gran José, que con sus hermanos sacé a Is- rael de Egipto para sepultarlo junto a sus padres, como le habia ordenado su padre natural . Pero tras desembarcar en Ascalén se enteré de que era impo- sible acceder al santo monte Sinai por la tirdnica sublevaci6n de los lamados agarenos. Entonces cogis el cuerpo del bendito Juan y se dirigié a Jerusalén. Era el comienzo dela octava indic~ “Alli, en la hospederia, encontré al higtimeno del gran mo- nasterio de nuestro santo padre Teodosio, el presbitero Jorge, y le hizo saber todo lo que le habia ordenado el anciano. Con los hermanos del monasterio que se encontraban en la ciudad y sus condiscipulos, Sofronio transporté al bendito Juan, lo enterré segiin su deseo en el cementerio de San Teodosio, junto con los

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