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GRAMMA De Eutopia a Tecnépolis Pasio CAPANNA, Las méquinas son magnificas € impecables, pero la vida que les sirve 0 es servida por ella no es magnifica, ni brillante, ni perfec ta, ni bella, [..] Em el Palacio de landustria he encontrado un ver- dadero {dolo. Es una caja de cau- dales giratoria, brillante esfera blindada, que gira y gira silencio- samente sobre un negro altar. Bs algo extrafio y pavoroso. Karel Capek, Cartas inglesas (1928) Actualmente, resulta casi trivial hablar de “muerte de las utopias y las ideologias”, esas ilusiones ceolectivas que habrian sido defi- nitivamente aventadas por el pragmatismo y ¢l relativismo. “Utopia” e “Ideologia” eran con- ceptos que solfan presentarse casi como opuestos, pero reciente- mente parecen haberse vuelto si- nénimes. Sin embargo, existe un nuevo discurso ideol6gico, en el seno del cual se ha Ilegado inclu- 0 a hablar del fin de la Historia, tanto con mayiseula como: sin ella. Reparemos en que esa “utopia” de que hoy se habla no es algo que se remonte a un pasado remoto. Cuando se habla de “utopias” a Jo sumo se alude a las actitudes de los afios Sesenta y Setenta, ta- Jes como el suefio bucélico de los hippies y el delirio mesiénico del terrorismo, Esos habrian sido los afios de la utopia. Sin embargo, este rétulo jamas hnubiera sido aceptado por los pro- tagonistas de aquellos afios. Es dificil que alguno de ellos se hu- biera asumido como utdpico. Por el contrario, en los Sesenta ya se hablaba de! “fin de la utopia”. Dos atios antes del brote utépico por excelencia (el “Mayo fran- és") un filésofo todavia califica- ba de apética a la juventud euro- pea!, y habia polit6logos que se preguntaban “por qué ya no ha- bia utopias como en los afios Treinta”™. En visperas de los sucesos de Pa- ris en 1968, cuando el delirio ya rondaba en las calles, Herbert Marcuse hablaba en Berlin y Lon- ddres sobre Elfin de la utopia? ante tun auditorio de fervientes utépi- cos como Dutschke, Carmichael, T+ ARANGURIN, José Luis, La juven- ‘ud europea, Barcelona, Seix Barral 1969. 2- Cf, Siar, Judith, “Teor poltti- a de Ia utopia: de ta melancolia a It nostalgia”, en Frank EManuel, Uto- ‘plas y pensamiento utbpico. Espast- Calpe, Madrid 1982. 3- Marcuse, Herbert, La fin de Vutopie. Delachaux et Niestlé, Neuchitel, 1968. 4- Irénicamente, Rudi Dutschke ‘erminar"s siendo un politico liberal yy Bateson fundar"a la New Age. Lo mismo ocurri6 con algunos lideres Laing, Cooper 0 Bateson Marcuse, indiscutido emblema del utopismo sesentista, pensaba entonces que la tecnologia ya es- taba en condiciones de liberar al hombre del trabajo para construir tun nuevo orden social donde el deseo dejara de estar reprimido. Enun giro ret6rico, pretendfa que Iautopia, expresion del deseo, se convirtiera en fopia, proyecto rea- lizable. Glosando una tesis de Marx, Marcuse proclamaba que habia legado el ‘fin de la historia”, mejor, de “la prehistoria”. Obser- vemos que s¢ ttataba de la mis- ma profecia que repetiria un cuar- to de siglo més tarde el neoconservador, Francis Fuku- yama, dandole un. contenido di metralmente opuesto. De hecho, desde 1882 Engels ha- bia calificado de “cientifico” al ‘marxismo para diferenciarlo del socialismo «utépico» de Saint Simon, Fourier o Proudhon, Sélo mucho més tarde, en 1929, Karl Mannheim habia intentado resca- tar algunas corrientes del pensa- miento utépico, calificando a la vez de “ideologia” a la utopia de sus adversarios. Puede decirse que en los tiltimos ‘guerrilleros como Régis Debray, hoy Semidlogoy Roberto“Chato” Peredo, aque tras secunda al Che Guevara, se dedica a la terapia de “vidas anterio- res”. 17 Es muy probable que las primeras utopias renacentistas se inspira- ran en una metrépolis imaginaria: la magica ciudad de Adocentyn, construida en Egipto por Hermes Trismegisto. cien affos, la palabra “utopia” nunca ha salido de circulacién, aunque todos parecen haberla evi- tado como alla peste, procuranido no aparecer como ilusos sofiado- res, Lo Utépico (“ideal seductor aunque irrealizable” segin Lalande) parece haber funciona- do siempre como polo opuesto a lo Politico. Asi como la visién politica seria esencialmente rea lista y pragmética, la ut6pica se- ria tan racionalista como para lle~ waradesier la realidad hist6ri- {is ambigtedades del consepto de utopia provienen de que ha sido usado para designar una vas- ta gama de ficciones polfticas, que abarca desde proyectos constitu- cionales especificos hasta sétiras fantasias sin mayores pretensio- nes. Considerada como género litera rio, lautopiaes un “ejercicio men- tal sobre posibilidades laterales” (Ruyer). Existe todo un corpus utépico, que va desde Thomas More hasta H.G.Wells y Olaf Stapledon y abarca varios cente~ nares de titulos. Esto, sin consi- derar la masa de textos produci- dos por la ciencia ficcién del si- glo XX, que llena bibliotecas en- ‘teras. Bl método ut6pico tiene grandes analogias con el cientifico, ya que construye modelos tebricos de los cuales es posible: deducir conse- cuencias. Desde Platén en adelan- te, estos “experimentos mentales” ‘nunca dejaron de influir sobre la imaginacién politica, tanto cuan- do propanfan un ideal como cuan- do advertian sobre eventuales pe- Tigros. Los estados ut6picos concebidos en el Renacimiento y el Barroco se inspiraron en las noticias le- gadas del Nuevo Mundo, pero a su vez acabaron por influir en la propia América, que por entonces era.un campo de experimentacién politica. Asi, la Oceana (1656)de Harrington sirvi6 de inspiracién para varias constituciones norte~ americanas, y las misiones Jesuiticas del Guayré tuvieron ol inconfundible sello del utopismo renacentista. ‘A medida que el mundo era ex- plorado, las utopias literarias fie ron desplazdndose hacia lugares cada vez més remotos: Oceania, el Antértico, la Luna y los plane- tas. A partirdel siglo XVII, cuan- do nacia la idea del progreso, el futuro se convirtié en el Jocus esencial de la utopia. Ya a las puertas de nuestro siglo Charles Renouvier daria ef iltimo paso, ‘5+ Adecuadamente definida por ‘Renouvier, la weronia no debe ser con- fundida con la sociedad futura, tal come lo hace Raymond Trousson, en ‘su Historia de Ja literatura utépica. Barcelona, Ediciones Peninsula, 1995. Eutopfa y sus rlesgos Lautopia clésica, que se desplic- ga desde Thomas More (Utopia, 1516) hasta B.F.Skinner (Walden ‘Two, 1948) tuvo siempre un con- tenido mareadamente politico. More la presentaba como un ideal “mas deseable que realizable”, y entendia que més que U-topia (“en ninguna parte”) merecia ser llamada Eu-topia: “el buen lu ger”. Eutopia es una ciudad-estado ge- neralmente insular 0 desvinculada del resto del mun- do, Carece de historia, pues un legislador mitico la ha hecho per- fecta de una vez*. Su economia es autérquica: por lo general, co- lectivista e igualitaria. En ella, todos los aspectos de la vida pa- recen estar estrictamente planifi- cados, al punto que a menudo sus propios autores admiten que se- ran ineapaces de vivir alll. ‘Su disefio es geométrico: las 54 cciudades de Ia isla de Moro tie- nen el mismo trazado de calles rectas ¢ idénticas casas de tres pisos. De hecho, algunos de los primeros utopistas fueron arqui- tectos, como Hipodamo en la ‘Antig edad y Filarete en el Rena- cimiento, La propia concepcién de Ia Ciudad, alejada de la tos- quedad campesina, constituye la © Sélo Olaf Stapledon fue capex de introducir algo de historia dentro del ‘orden utépico. Cordwainer Smith, por ‘suparte,imagin6 unt historia postté- pica que se parece mucho: @ la 7-Cff, Mueonn, Lewis, “La Utopia, | Ciudad y la Miquina’, en Manuel, op.cit. GRAMMA proto-utopia, segin sugirié Mumford’ . Es muy probable que las printe- ras utopias renacentistas se ins- piraran en una metrépolis imagi- naria: la magica ciudad de ‘Adocentyn, construida en Egipto- por Hermes Trismegisto. De ella. hablaba el apécrifo Picatrix, compilado hacia el siglo IH, qui- zis bajo la influencia de la Atlantida de Plat6n*. El Picatrix era uno de esos Libros Herméti- ‘cos que tanto veneraban los hu- manistas. La deseripcién de Ia mitica ciu- dad egipcia, presidida por un faro que coronaba el templo, dividida en circulos concéntricos y orga- nizada segin los signos astrolé- ‘gicos, influy6 en Moro y todavia ms enel hermético Campanella. Tampoco le fue ajeno Francis Bacon, quien seriael fundador de otra estirpe, la utopia cientifico- tecnolégica. Varios sigios mas tarde seguiamos encontrando el 8- Of. Yarzs, Frances, Glordano Bru- no ylatradici6n hermética. Ariel, Bar- ‘celona 1983. ‘9- Se trata de The Miltlfionaire, de ‘Albert Howard (1895), citado por ‘Jeremy Rifkin en EI fin del trabajo, Barcelona, Paidés, 1996. mismo esquema radial, con cami- nos de cireunva- lacién y un raci- mo de rascacie- los en el centro, en las utopias norteamericanas defines de! siglo xD” ‘A mediados de nuestro siglo, un grandioso pro- yecto de la modernidad tardia, la Cité radieuse de Le Corbuser, todavia exhibfa la estructura de una ciudad utbpica del Renaci- miento. No es casual que el “re- gionalismo”, primera expresién de arte posmoderno, naciera pre- ccisamente en oposicién a la ui- formidad utépica de ese “estilo internacional” del cual Le ‘Corbusier fuera exponente. Las utopias politicas proliferaron ‘hasta que la Revolucién francesa ‘comenzé a sofiar con realizarlas. La figura del abbE Siyes divi- diendo los distritos de Francia con regla y escuadra, con total desprecio de la realidad hist6ri~ ca, evoca irresistiblemente la del mitico legislador Utopo. Con el tiempo, la Modemidad Ile- g6 a creer que la utopia tenia la funcién de una idea reguladora que inspiraba a los reformadores sociales. “Un mapa del mundo que no incluya la isla de Utopia carece de valor [porque] el pro- greso es la realizacién de las uto- pias”, escribié Oscar Wilde’. Pero la idea del progreso, desde T0- Witbe, Oscar, The Soul of Man ‘under Socialism (1891) en Selected Essays and Poems, Londres, Penguin 1954 Condorcety Comte, siempre tuvo més connotaciones morales ¢ institucionales que tecnol6gicas. Luego, guerras y atrocidades nun- ca vistas volvicron insostenible Ia vision del progreso moral, y los horrores engendrados por las ex- periencias “ut6picas” del siglo XX Ievaron a que Berdiaev se hiciera en 1924 “una angustiosa pregunta: gc6mo evitar la reali- zacién de las utopias?”. Su re- flexién dio origen a todo un gé- nero: Las distopfas de autores como Zamyatin, Huxley u ‘Orwell, que pintaban sociedades uut6picas peores que la nuestra. Toenopolis: el otro progreso Eutopia era frugal. Los eutopistas confiaban en. que, con recursos politicos (la distribucién iguali- taria de Ia riqueza y una educa cién conforme a “la naturaleza”) se podria asegurarla felicidad ge- neral. Todas las eutopias experi- mentales del siglo XIX (tales ‘como a comunidad sansimonia- nna, Oneida o New Harmony) fra- casaron por no haber tenido en ‘cuenta las motivaciones y contlic- tos miis obvios: las “debilidades” humanas. Butopfa partia de una premisa ‘conservadora: daba por supuesto que la escasez era insuperable y s6lo cabfa hacerla equitativa. Un conservador como Malthus argu- mentaria que lo segundo era im- posible para los desafortunados II- Mauris, Robert, Primer ensayo sobre poblacién (1798) Barcelona, “Altaya, 1993. 19 20 “que se encontraron con un mun- do ya ocupado, por haber nacido después del reparto de las propie~ dades”™* . Recomend6 pues que se dejara de ejercer la caridad con los pobres para que dejaran de reproducirse, ya que nunca habria alimentos suficientes para ellos. Escribir esto en tiempos de gran- des innovaciones agricolas y en plena revolucién industrial fue por lo menos miope, aunque in- evitable para ese tipo de discur- 0, Ni eutépicos ni conservado- res incluyeron la ciencia y la tec- nologiaen sus planes, y s6lo pen- saron en una técnica que aliviara el trabajo. Pero e] Renacimiento también engendré la contrafigura de Eutopia. Eneste modelo, que Ila- maremos Teendpolis, el eje del progreso pasaba por la ciencia aplicada y “las artes mecénicas”. En lugar de la frugalidad igualitaria se proponia la abun- dancia para muchos, apelando precisamente a esa codicia que Eutopia habia pretendido ignorar. tudio preliminar de Eugenio maz, México, ECE. 1956, pig. 225 El primero en disefiar una ‘Tecnépolis fue Francis Bacon, en The New Ailantis (1621). Fue una novela inconclusa que describia tuna sociedad similar a a Ingla- terra isabelina, con propiedad pri- vada y monarquia consti: La novedad es que aqut el verda- dero poder estaba en manos de tuna “fundacion” llamada Casa de Salomén, cuyos fines eran “el conocimiento de las causas y se- cretas nociones de las cosas y el cengrandecimiento de los limites de la mente humana para la rea- lizacién de todas las cosas posi- bles”. En los laboratories de esta tec- nocracia, que practicaba un acti- ‘vo “espionaje industrial” con sus -vecinos, se cumplia el plan de la Instauratio Magna. Gracias a la tecnologia, no s6lo se aseguraba 1 bienestar de los ciudadanos sino la produccién de bienes suntuarios jamds sofiados y aut de sofisticadas armas, con fines poco explicitos. Eutopia y Teendpolis son dos paradigmas, en gran medida complementarios, que han inspi- rado muchas de las ideas de la Modernidad. Es sabido que Ba- ‘con engendré a la Royal Society, que engendré a Watt, quien en- gendré a Edison, a Ford y a Bill Gates. A la Eutopia le debemos el urbanismo, laescuelay el hos- pital piblicos, pero también sus perversiones: la guillotina, los falansterios, y el Gulag. De Teendpolis nos vinieron la ener- gia, las comunicaciones y los hipermercados, pero también la polucién, Ia Bomba y los ajustes econémices. Los infiernos totalitarios del si- glo XX surgieron de la dialéetica entre el contral “eutépico” y los instrumentos de Teenépolis. Ven- iendo la profunda desconfianza que los obreros sentian hacia las nal. méquinas, el comunismo ruso nacié bajo el Lema leninista “los soviets mas Ia electricidad”; esto es, Eutopla con revolucién indus trial. Precisamente, el régimen lleg6 a extinguirse cuando su iner- cia le impidié adecuarse a la re- volucién informética, puesta en ‘marcha por un capitalismo de otro orden. AA diferencia del “progreso” mo- ral e institucional, el “cambio” tecnolégico encuentra su corrobo- racién en los hechos. Nadie seria tan optimista como para atrever- se a afirmar que somos moral- ‘mente superiores a las generacio- nes anteriores, pero nadie podria en duda que el auto de este aio es més veloz, ecandmico 0 con- fortable que el modelo que usa- ‘ban nuestros padres. El secreto de Teenépolis est4 en haber reemplazado el progreso social por el cambio tecnologico, el iinico progeeso que resulta cuantificable e inevitablea la vez. ‘Observemos que en el marco de la utopia tecnoldégica es posible ejercer una ingenieria social mas sutil que la del legislador eut6pico. Basta con producir cambios en las condiciones de ‘vida para modificar los valores y persuadir a los hombres de la fa~ talidad del cambio. Cuando Stalin puso en marcha la colectivizacién forzosa, recurrié al genocidio de los Aulaks para imponer un aberrante orden “eut6pico”. Hoy ese tipo de vio- lencia explicita se ha hecho inne- ccesaria, Sin dejar de proclamar los derechos humanos, basta con la innovaci6n tecnolégica, el cam- bio de _escala, el. redimensionamiento o la concen- tracién de capitales, para que mi- les de personas descubran que sus talentos y calificaciones ya no sit- ven, Silenciosamente excluides del tejido social, legaran a sen- tirse culpables por ser “econémi- camente inviables” y se resigna- rin a aceptar empleos serviles 0 sobrevivir en la marginalidad. Ex- tinguido el Estado-benefactor, tiltimo avatar de la eutopia, se los ‘empujard a aceptar los consejos el viejo Malthus, asumiendo im- plfcitamente una cultura de la muerte, Metéstasis de la utopia La idea del progreso es hija de ambas utopias. De hecho, en su forma dominante le debe mas a la utopia tecnolégica que a la po- litica, Sin tecnologia, Eutopia es impotente; sin un horizonte eutépico, Tecnépolis convierte a Ja eficiencia en un canon moral. ‘Ambas congelan la historia y no —_—_ admiten alternativas: Eutopia por optimismo y Tecnépolis por pe- simismo. El discurso neo-malthusiano de hoy, mezcla de utopia liberal y pesimismo conservador, tiene por referente ‘nico a Tecnépolis. Es capaz de proclamar no sélo el fin del progreso social, sino de Ia his- toria misma, dando por sentado que el presente estado de cosas ino admite mejoras, y que buena parte de lahomenidad se ha vuel- to innevesaria para los fines de la economia. El més conocido profeta del “fin de la historia”, Francis Fukuyama!? no menciona jamais ala utopia, aunque hace tres re- ferenciasa Bacon, a quien califi- ca abusivamente como fundador de la ciencia modema, poniéndo- Io junto a figuras como Galileo 0 Newton, Fukuyama le atribuye a Bacon haber descubierto al “co- nocimiento como clave de la direccionatidad de la Historia’. Puesto que el Mereado y la de- ‘mocracia representati va han so- brevivido a sus competidores, no ccabe ya progreso alguno, salvo la conquista de los derechos de las minorias que estin dentro del sis- tema. Dando por supuesto que “ya no hay barbaros a las puer- tas”, estima que las tnicas nove- dades que nos depararé el futuro erin los avances del confort. 13+ Fuxuvawa, Francis, Ei fin de la Historia y el titime hombre, Buenos. Aires, Planeta 1992 14- Powmen, Karl,“Utopfay violencia” (1947), enAmhelm Neuslss, Utopia, Barcelona, Seix Barral 1971. 15- En realidad, la utopia de Platon no esti en la Repiiblica sino en el Critias y en Las Leyes. GRAMMA El fracaso del utopismo violento parece haber levado a que se im- pusiera la tesis de Popper, quien identificaba sin més utopia con irracionalidaa. Segan la relectura conservadora de Platén propuesta por Leo Strauss, paré- ciera que la utopia ni siquiera hhubiese existido, ya que el padre del género utépico habria eserito su Repiiblica como una suerte de demostracién por el absurdo"*. En la estela de Fukuyama, algu- nos autores cristianos condenan no sélo la Eutopia totalitaria sino ¢1 propio “evolucionismo ut6pi- co” (el progreso social) como frue tos dela soberbia del hombre que quiere construir un Paraiso en la tierra’. Un argumento que resul- ta tan poco convincente como el de esos te6logos que hace unas déeadas nos aseguraban que Dios estaba del lado de la Revolucion. El futuro de Ia ilusién Un estudioso de la historia litera- ria (C.G. Dubois) seftalé que en las utopias clésicas no hay lugar para la religién. Sin embargo, tan- to en la Utopia humanista de More como en la hermética de Campanella se toleran las religio- nes. La de Bacon se apoya en un. cristianismo reformado y otras son racionalistas (Mercier) 0 so- cialistas (Bellamy). En general, Utopia es tolerante, pero s6lo en la medida que la re- ligién de las minorias no interfie- 16- Con minimas diferencias,tal es la posicidn que defienden Patrick Giynn y Glenn Tinder en “Time for Utopia? ‘An Exchange’, en First Things, New York 1995, Maran 1995 17. Chi Tousson, opt 2 ran con los dogmas de su propia religién civica, pues “la religion de Ia utopia es un acto de adora- cién de Ia ciudad hacia si mis- ma”, Fl discurso tnico de la cultura globalizada respeta, en general, Jas formas de la democracia re- presentativa. También reivindica la més amplia tolerancia, con la ‘condicion de no se deje de con- sumir y se respetan las reglas del Mercado. Pero el nuevo mundo posmodero, que alardea de “rea- lismo”, est leno de escenarios utépicos encubiertos. Los ha in- tegrado a su propia logica del es- pectéculo, disponiéndolos dentro de suamplia oferta de estilos. De este modo, si Utopia era unaisla, ahora contamos con verdaderos archipiélagos ut6picos. Las grandes cadenas de hoteles, que ofrecen el mismo entorno enclavado en los més diversos contextos culturales, son espacios tan utépicos como los countries, vverdaderus aldeas escenogritficas. ‘También lo son las “discos”, los fast foods, los aeropuertos, los ‘auditorios polifuncionales, los hipermercados, los shoppings. Mare Auge los ha definido como “po-lugares”, fo cual es la mejor traduccién de nowhere 0 utopia. Una descripcién distanciada de cualquiera de estos sitios extrate- rritoriales podria confuundirse con alguno de esos viajes maravillo- sos a la Tecnépolis del afio 2000 sofiada cien afios atras. Alli, la hermosa gente se desplaza por silenciosas escaleras mecdnicas, respira aire ozonizedo y goza de la misica, mientras desfilan ante ‘sus ojos todas las riquezas y los ‘espectéculos que la industria pue- -de dar. Todos son jévenes, bellos, alegres y divertidos. De no ser porque afuera hay guardias arma- dos que los defienden de los 1a- drones, [os poseidos por la droga y_ los trogloditas que viven en ‘chozas de cart6n. Otra utopia es la Red de Redes, esa asamblea virtualmente igualitaria donde todos pueden opinar, hacerse escuchar y acce- der alos saberes més secretos, sin barreras ni controles. Claro esté que por un tiempo sélo seri ac- cesible a ese 2% de la humani- dad que tiene teléfono, lo cual por ahora no la hace demasiado de- mocritica. Un difundido discurso ut6pico nos explica cémo, poniendo el debido empetio, todos los pafses pueden llegar a ser competitivos en.un “mercado libre y justo”. Se trata de un perfecto sistema “inercial”, que desde su perfecta racionalidad desprecia las cono- cidas debilidades: el monopolio, Iacompetencia desleal, el contra- bando, la piraterfa, la corrupcién, el desprecio por la dignidad hu- mana. Entre otras cosas, el Esta- do fue creado para ponerles limi- te, y entre los ideales de inspira- cién eutépica alguna vez estuvo 1a movilidad social. Eneste mundo cambiante, lo que para algunos es Butopfa, para otros es Distopia, Aqui es posi- ble que erezea el producto bruto tanto como la miseria, que la ig- norancia se disfrace de informa- cién y que el practicismo mate a la curiosidad desinteresada. La historia siempre tuvo un com- Ponente ut6pico, que ¢s la forma ‘cultural de Ia esperanza. Echada ‘porla puerta, la utopia vuelve por Ja ventana, y suele hacerlo de ma- nera perversa. Cuando el deseo utépico es segregado del debate racional, puede renacer bajo la forma del mesianismo, del des- potismo o del delirio colectivo. Al fin y al cabo, la utopia filos6- fica moderna quiso ser una alter- nativa al violento milenarismo que agit6 a Europa desde fines del medioevo hasta los tiempos de la Reforma, Habiendo aventado «en buena hora» las utopias de una razbn di- vorciada de la vida, deberiamos haber aprendido a reconocer la complejided de la convivencia humana y del mundo que la sus- tenta. La Teenépolis de hoy co- re el mismo peligro: endiosarse a si misma para llegar a no reco- nocer sus limites naturales, ago- tando recursos no renovables, comprometiendo el futuro del mundo que habran de habitar nuestros descendientes o rebajan- do alos hombres al nivel de me~ ros insumos. Por cierto, los cristianos sabemos que la plenitud no pertenece aeste mundo y que la Ciudad de Dios s invisible para la historia, pero estamos llamados a no resignar- nos al mal y ala injusticia. Inten- tar construir una sociedad més so- lidaria supone siempre alguna do- sis de utopismo, algo que es tan necesario como ¢l suefio para la Vigilia. J ecccccceseee

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