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Sa Neen
para una
biografia
‘evatron,esenbe Carlos Sampel
Carlos Sampelayo
ARDIEL era todo idea. Vivia sus ban. Los titulos académicos, los
anos veinte con un ansia de _ poetas liricos, los ateneistas... Todo
tritinfo y de goce que parecia danar- —_ lo que éla su vez desdenaba. Fue una
les a los demas. Muchos le desdena- constante tipica de su vida.
—SSSSeSeSSSSSSsSFFSSFFFFMsses
82ma, Josefina Peftalver, y eso
acumulaba ya al desdén un
cierto odio.
Recibia cartas de mujeres como
un galan de cine. Apasionadas
erdticas, inquisitivas. Sus con-
testacionesexcitaban mésel in-
terés, porque Jardiel no fue
nunca capaz de escribir una
carta de circunstancias. Eran
cartas para la posteridad.
Josefina fue una de esas muje-
res, que le escribié desde una
capital castellana y le envié un
retrato. El se cay6 de espaldas.
«Noes posible», se dijo. Y por si
era poco tenia 18 anos y se mos-
taba inteligentisima, enca-
jando todo el sentido del humor
nuevo y personal que en los
afios 20 suponia «Amor se es-
cribe sin hache».
«No es posible, no es posible»,
repetiacontemplandoel retrato,
muerto de risa. «Esto es algdin
tio pulpo que me est tomando
el pelo...». Y contestaba en ese
sentido.
Pero un dia llamaron a la puer
ta, fue a abrir y aparecis...ella:
Josefina, la del retrato, la de las
cartas apasionadas e inteligen-
tes, la de los 18 aitos espléndi-
dos, escritora también, poetisa,
pintora... Ella
Habia abandonado
y queria vivir con él, vivir la
vida de él, Enrique, segdn ex-
presién propia, «le dié el salto
del tigre...»
Aquella mujer sensacional ha-
cia volver la cabeza a la gente.
Eran mala pareja, y eso espo-
leaba la envidia de conocidos y
desconocidos. El era celoso,
muy celoso, un celoso prous-
ala famili
pre an orbitay avieado, eran en Jarcielel
i resentacion de ~Angelina o el honor de un brigade)
tiano, perole compensaba el or
gullo de llevar aquella mujer al
Tado. (« Amares llevar un brazo
en cabestrillo»)
Vivieron con estrecheces en un
modesto cuarto piso de Cham-
beri. Los ochos duros que le
daba Sileno a Jardiel por arti-
culo publicado en «Buen Hu-
mor» no bastaban a exigencias
necesidades a pesar de su es-
Zo continuo, aquel esfuerzo
agradable, recreo del trabajo
que era con el amor (el sexo) la
raz6n de suexistencia. Las tres-
cientas pesetas de «Biblioteca
Nueva» deducidas de liquida-
ciones mensuales eran un re-
medio ala economia, pero tam-
poco bastaba. Pagar la casa, la
tienda... Eso. Josefina tuvo que
ayudar y se colocé de vicetiple
en Romea, un teatro frivolo de
la calle de Caretas, entonces
0 combativ de una timisezingénita
83catedral de la revista y el
«sketch», este iltimo cultivado
por Jardiel en sus primeros pa-
08 escénicos.
Lo peor que le puede ocurrir a
un hombre celoso es tener una
novia vicetiple... El sueldo no
aminora el problema; le da un
aspecto distinto, complejo, reti-
cente, Unarisa, una mirada, un
retraso, son elementos explosi-
vos que se van acumulando y
estallan en la alcoba.
Comenzé a «cortarse la salsa
mayonesa», imagen jardieles-
a sobre el amor roto. No ha-
bia tenido atin grandes aven-
turas con ellas pero conocia a
las mujeres por intuicién.
Una noche de bronca ella cogié
«la» pistola para pegarse un ti-
ro, El forcejeé para quitarsela y
lo consiguid, Luego dijo:
No creas que te la quito por
miedo a que te mates. Seque no
lo harias, Pero eres capaz de de-
jar salir un tiro al aire y desper-
tar a todos en la casa. No me
gustan los escandalos iniitiles.
Si te quieres matar es facil. Mi-
ra.
Abrié el balcén de par en par:
—Es un cuarto piso...
Ella se desmadejé llorando en
una butaca, y al poco rato En-
rique tuvo que cerrar el balcén.
«La» pistola tenia su historia.
El decia que se la habia pres-
tado un amigo, pero era suya,
consecuencia de uno de esos
momentos de depresién que al-
ternaban su alegria y su animo
ejemplar.
No hay masremedio que contar
la historia de la pistola como
episodio biografico. En la vida
de todo hombre de nuestro
tiempo hay una pistola, para
matar, matarse o defenderse.
La de Jardiel tenia el signo dela
literatura, Estaba marcada por
la desesperacién del triunfo
inalcanzable.
Ramén le habia dicho una no-
che sabitica:
—¢Por qué no escribe usted no-
velas humoristicas?
84
Requerido por el editor Ruiz
Castillo, también se lo habia di-
cho a Neville, Lopez Rubio y
otros escritores humoristicos
dela tertulia, para crear una co-
leccién del género, filial de Bi-
blioteca Nueva.
Asi surgié la primera de Jardiel,
«Amor seescribe sin hache», de
éxito definitivo. Cuando estaba
escribiendo la segunda —«jEs-
pérame en Siberia, vida
mial»— se detuvo ala mitad,la
ley6, la reley6, le parecié muy
malotodoloquellevaba escrito.
Implacable juez de si mismo,
estuvo a punto de romper unas
doscientas paginas. Pero noera
eso lopeor; era que no se le ocu-
rria otra cosa... ¢Cémo y con
qué empezar de nuevo? ¢Cémo
sequir...? Vinoel complejo, el te-
rrible complejo de inutilidad. El
torbellino de las reflexiones le
hacia dudar cada vez mas. Ha-
bia escrito «Amor se escribe sin
hache», si, le habia gustado a
todoel mundo. Quien habia he-
cho aquella novela, podria ha-
cer otra y otra, como todos los
escritores... Todos, no. Habia
quien hacia una obra o dos,
Tuego se paraba para toda la vi-
da, ¢Por qué? Porque no se le
ocurria nada més... ¥ habia
quien, como Felipe Trigo, es-
cribia una serie de obras bue-
nas y luego se pegaba un tiro..
porque no se le ocurrfa nada
mas.
Adem, no tenia dinero. Ruiz
Castillole daba sesenta duros al
mes, y aunque eran «de aque-
llos» no le bastaba tampoco
para vivir. Fue a ver al doctor
César Juarros, amigo de la fa~
milia, y le pidié prestadas cua-
trocientas pesetas. Juarros, un
gran hombre «aunque» fuera
republicano, le dio con las pese-
tas una inyeccién —médico al
fin— de optimismo.
El dinero alegra, a veces del to-
do, Hasta suele ocultar los pro-blemas. Jardiel cambié de café
para seguir escribiendo su no-
vela... Yno; aquello no salia.No
era distraido. |Qué
cosas se inventan! La verdad
era que matandose ya no la po-
dria disfrutar. Adems, morir...
«da pereza» se habia dicho una
ver. Pero no habia mas reme-
dio. Lo que llevaba escrito «era
muy malo...» y ya no se le ocu-
qriria nada nunca.
La puerta del café se abrié y en-
tré Ruiz Castillo, que venia a
premiarle. Lo habia hecho ya
varias veces. El impulso de pe-
garse un tiro crecié. Pero.
gcémo hacerlo alli mismo, ante
aquel hombre tan bueno...?
Darle un espectaculo tan re-
pugnante...
Dejé de acariciar la pistolaenel
bolsillo, pero hablé claro:
—No me sale, don José, no me
sale...
—¢Cémo que no le sale? ¢No
me habia dicho usted que iba
por la mitad...?
—Si, sefior; pero lo hereleido, y
no vale nada. Palabra.
Don José, ojo clinico, exper-
to en la desazén creadora,
lemiré unrato, incrédulo. El, se
avergonzaba y rehuiala mirada
barajandolas cuartillas yenco-
giéndose de hombros.
—¢Por qué no leemos?
Jardiel solté una risita amarga,
muy caracteristica en él:
—Me da vergiienza, don José
Noes esto.
—Ande, ande... Léame algo.
Comenzé la lectura. Jardiel no
animaba nunca sus lecturas.
Noles dabaentonacién niénfa-
sis, no sabia fingir, porque era
ho un waign a Zaragoza, slonco acomps
ado por e Dr. Sama, dbujante y humorist
‘Slque vemos en un sauto-rerate- reciente,
sincero. Y si lo que leia no le
gustaba, el efecto era peor; se
atropellaba, se saltaba parra-
fos, casi no se le ofa.
Jardiel comenz6 a leer en su
forma més negativa. Pero don
José Ruiz Castillo, que era un
hombre muy serio, empezé a
reir y le hacia repetir parrafos y
escenas enteras. El] animo del
escritor se iba transformando
poco a poco, miraba con asom-
bro al editor, seguia leyendo...
La lectura duré dos tardes, pero
no hizo falta la segunda para
apartar de la imaginacion de
Jardiel la idea del suicidio.
Cuando termin6, don José Ruiz.
Castillo estaba indignado:
—¢Cémo no ha podlido usted
darse cuenta de que ese libro es
mejor que el otro...?
Alnovelista ahora también selo
parecia.
—Siga, siga sin preocuparse.
Me dan ganas de pegarle.
La indignacién de Castillo le
devolvia a Jardiel la confianza
en si mismo.
Pero la pistola estuvo en casa
toda la vida, y le acompané en
los ultimos momentos, debajo
dela almohada, para pegarle un
tiro al primero que se acercara a
consolarle.
EL «SEXTICICLO»
La mujer es obsesionante en la
literatura de Jardiel, como el
caballo en Lorca o la vaca en
Alvarito Albornoz, gran humo-
rista espanol desconocido en
Espaiia y fallecido hace dos
aos en México.
Pero no s6loes un motivollitera-
rio la obsesién de Jardiel por la
mujer. Es su tortura y la tortura
deella, amor ydesamor, ansiay
fastidio, ilusion y desengafio.
Esto tiltimo fue Josefina, lamu-
jer deslumbrada por el talento,
lena de admiracién por el
hombre que la hiciera feliz tan-
tas noches. Tuvieron una hija y
a los tres meses le abandond
con ella para irse nada menos
queen compafifade un pianista
tocador de tangos argentinos,
Demare, aquel que con Irusta y
Fugazot formé un trio célebre al
que Jardiel Hamaba, haciendo
afonia con el titulo del «show»,
«La Justa, el gaché y su "ma-
re”>.
Jardiel le decia a ella ain asom-
bradode la fuerza motriz de una
matriz. caprichosa:
—Pero, Josefina... jCon lo que
tty yo nos hemos cachondeado
del tango...!
Fue indtil, Josefina se fue a
Buenos Aires conel «malevo»,y
el pobre Enrique se quedé ha-
ciendo de padre y madre a la vezEn as mesas de os cafes, entre pagina y pagina manuscrita, Jardiel cescansabe haciendo
fdnujos. Este —ttulado “Selves ea uno.
con una nifia de tres meses, y
cantando el tango del aban-
dono en el viento contrario.
uvo que ganar més dinero
para costear nodriza, pediatria,
medicinas... Una noche viajo
como loco desde Quinto de
Ebro a Madrid con la nifia mu-
riéndose. La habia levado al
pueblo de la familia paterna
para que se criara mejor. El
campo, los aires, el buen sol.
Pero, como tantas veces, fallé la
prevencién, lomejor,loqueesté
mandado.
La nia se salvé, y seencargé de
su cuidado Angelina Jardiel, la
hermana menor de Enrique,
viuda de militar y sin hijos: la
madrina.
Aquella hija —esa hija— fue el
mejor estimulo para el trabajo
de Jardiel. Lo proclamaba orgu-
oso:
lomipo que 6! del sentigo del humor que se asoma 8 laa caras de estos animales.
*Y posee el valor de fo nacto al mismo
—Cuando por las noches estoy
escribiendo en casa, y me desa-
nimo, oigo la respiracién del
sueiio de mi hija y se me redo-
blan las ganas de trabajar. De-
sengatiate, lo tinico importante
del mundo son los hijos. El
amor... ;puaf! Mentira. El amor
no es mas que sexo.
—;
publicaba en «La correspon-
dencia de Espaiia» unas «Ga-
cetillas rimadas», y una Sec-
cién Infantil en la que se fir-
maba «Toto Robinet». Escribia
sin parar comedias y dramas
macabros y truculentos, unas
novelas cortas o cuentos, poli-
ciacos, que publicaba en la
misma «