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Le noccdentl define, primero, los tres LA CULTURA OCCIDENTAL eeu gun conflaere ou a formtclon de i las nuevas sociedades surgidas tras la caida del a7 t igri, ounoy Si] 950f 2 WI ero (Buenos Aires, 1909-Tokio, 1977) revelé una excepeional capacidad intelectual, tanto a través de su labor docente como de sus eseritos, ya sean los grandes textos: La revolucién bburguesa en el mundo feudal, Crisis y orden en el ‘mundo feudoburgués, Latinoamérica: as ciudades y Jas ideas, entre otros, 0 bien sus magistrales sintesis, de las cuales son acabada muestra los dos ensayos {que se publican en este Volumen, Un adecuado complemento de ambos es el Estudio de la ‘mentalidad burguesa, texto publicado por Alianza Boksllo, 16. El presente volumen, que comporta ademas un modesto homenaje al gran historiador argentino, trae un apéndice biobibliografico, con una semblanza del autor escrita por Ruggiero Romano. VINAGINI0 VAAL: $ 8-00 pteueg one HRD 99) 8V Alianza Bo é Luis URA OCCIDEN L cultura ocidntal define, primero, los tres legals que conflyeron eh la formacién de las nuevas sciedades surgi rasa caida del Imperio Romano de Occident: el germénico,e romano jel legado hebreocristiano, Lineg,traa un preciso cuadro de su desarrollo histrio hasta el presente, caraterizando Is tres ctapes cesvas Imagen del Edad Media amply enriquce ese cuatro en lo que concierne ala Primera Edad 0 Baad dein Genesis José Lis Romero (Buenos Aires, 1909-Tokio, 1977) revel una excepetonal capucidad intelectual, tanto u través de su labor docente como de sus eects, yu sean los grandes textoe: La revolucin Durguesi ene! mundo feudal, Cris y orden en el mundo feudcburgués Ltinoumétiea a cindades y Tas ideas entre otros, bien sus magitralessintss, de las cuales son acabada muestra los dos ensayos {que se publican en este vlumen, Un adecuado zmenta de ambos es el Estudio dela nes, texto publicado por Alianza oxowioy sin] 9505 390 VALID VI ‘VINAAI: Bolsillo, 16. EL presente volumen, que comporta ademas un ‘modesto homenaje al gran historiador argentino, trae un apéndice biobibliografico, con una semblanza del autor eserita por Ruggiero Romano. $ 8-00 : & 99) 4¥ Alianza Bolsillo José Luis Rome: OWN U0) ;1: 40 Oli) = % I ‘cultura occidental define, primero, los tres /egados que confluyeron en la formacién de las nuevas sociedades'surgidas tras fa caida del Imperio Romano de Occidente: el germanico, el romano y el egado hebreocristiano. Luego, traza un preciso cuadro de su desarrollo historico hasta el presente, caracterizando las tres tapas sucesivas. Imagen de la Edad Media amplia y enriquece ese cuadro en lo que concierne a la Primera Edad 0 Edad de la Génesis. José Luis Romero (Buenos Aires, 1909-Tokio, 1977) revel6 una excepcional capacidad intelectual, tanto a través de su labor docente como de sus ‘eseritos, ya sean los grandes textos: La revolucién burguest en e! mundo feudal, Crisis y orden en el mundo feudoburgués, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, entre otros, o bien sus magistrales sintesis, de las cuales son acabada muestra los dos ensayos que se publican en este volumen, Un adecuado complemento de ambos es el Estudio de ta ‘mentalidad burguesa, texto publicado por Alianza Bolsillo, 16. EI presente volumen, que comporta ademas un ‘modesto homenaje al gran historiador argentino, trae un apéndice biobibliografico, con una semblanza del autor eserita por Ruggiero Romano. oxowoy SINT 950f IVI 3990 VAAN: WWINAAI: $ 3-00 99) 4¥ v8 Alianza Bolsillo La cultura occidental | Seccion: Historia José Luis Romero La cultura occidental Seguido de: “Imagen de la Edad Media’ yun texto de Ruggiero Romano Alianza Editorial Buenos Aires - Madrid [xe 910 Romero, José Lub ROM ——_Laculivra occidental - 1 ed. - Buenos Aves: ‘Alianza Argentina, 1994 $60 ps 18 x IL em, - CAlanza bosillo) SBN 950-40-0110-6 [Titulo - 1, Cultura Occidental © Luis Alberto Romero © Bd. cast: Alianza Editorial, S.A Madi © Allnza Edioral, S.A, Buenos Aires Moreno 3362 - (1209) Buenos Aires Fax: G0 () 86-0834 Hecho el depésio que marca fa ley 1.723 Impreso en fa Argetiaa = Prited m Argentina LA CULTURA OCCIDENTAL INTRODUCCION Un conjunto de circunstancias ha suscitado en los altimos decenios una vehemente preocupacin acerca del destino de la cultura occidental. Qui Pueda decirse que es ésta la inquictud que mas conmueve hoy al pensamiento contempordneo, y 5 seguro que puede halladrsela en la raiz de mu- Chas reflexiones sobre temas diversas que se refi ren a fenémenos que no son, en el fondo, sino ex- resiones de las dudas que han asaltado al hombre occidental acerca del sistema de sus ideas y convi iones. Bastarfa sefialar algunos aspectos del problema ara que quedara en evidencia la magnitud de su conjunto. La segunda posguerra ha dejado de ha- blar de “cultura occidental” y prefiere hablar de “mundo occidental’, expresion, ésta, que se opone a la de “mundo oriental’, en el que se incluye a Rusia, un pais, sin embargo, que desde el siglo XVIII hace esfuerzos denodados por incorporarse a los principios y a las formas de vida occidentales y cuya misma evolucién actual es eminentemente oc- cidental; se incluyen también en éi las regiones de Asia sometidas hoy a la influencia rusa, que fueron no obstante escenario de la mas vasta empresa de 7 8 José Lis Romero imposici6n cultural que conoce Ia historia, por parte de los paises occidentales, y ciertamente con notable éxito. En cambio, la primera posguerra preferia hablar de “cultura occidental” 0 *civiliza- cién occidental” especialmente cuando se pensaba en su decadencia © declinacién, como lo hicieron Spengler 0 Valéry. Por entonces, apenas se mencio- naba ya el “peligro amarillo”, que habia sido tema apasionante algunos decenios atrés, y se preferia en cambio descubrir en el seno mismo de la cultu- ra occidental los gérmenes de su decadencia. Pero antes de la Primera Guerra Mundial -y desde el Siglo xvi esa idea carecia totalmente de vigenci y, por el contrario, parecia evidente que la "civili- zacién" o la “cultura” era, por antonomasia, la civi- lizacién o la cultura europeas, esto es, lo que lla- mamos “cultura occidental”, acerca de la cual pare- cia licito y evidente pensar que le estaba reservado un curso de continuo ¢ ilimitado progreso. Unos pocos afios parecen pues haber bastado para mo- dificar notablemente nuestros juicios sobre un pro- blema que atafie tan de cerca a nuestro destino. Esta variacion en las opiniones proviene de al- gunos hechos de realidad y del desarrollo paralelo de cients ideas. La expresin “cultura occidental” define, en sentido estricto, una concepcin del mundo y la vida que se expresa en infinidad de formas y que tuvo su origen localizado en cierto Ambito territorial y por obra de determinados gru- [pos sociales. Por algiin tiempo sélo alli se desarro- lo y por obra de esos grupos; su tendencia fue més bien a acentuar las diferencias con las culturas vecinas y a circunscribir el Ambito de su desenvol- 1a cultura occidental 9 vimiento. Pero a partir de cierto momento, la cultu- ra occidental se torna expansiva y sus portadores comienzan a difundirla mas all4 de !as fronteras dentro de las que se habia originado, y con tanto éxito que parecié justificarse la ilusiGn de que se habia tornado universal. En efecto, algunas de sus formas, algunas de sus creaciones, y especialmente la técnica indus- trial, habianse difundido por todo el mundo y se habian convertido en patrimonio de todos; los he- rederos europeos de quienes las habfan forjado y difundido se encontraron asi constituyendo una minoria frente a los nuevos poseedores de sus se- cretos, que podfan competir con ellos, con iguales © Semejantes armas, por la supremacia. Este proce- so -a partir del mundo romano, que constituye su primera etapa- es el que hay que tener en cuenta ara comprender las peripecias contemporaneas de la cultura occidental. Tratemos de puntualizarlo brevemente. Sobre el rea del Imperio Romano se advierten dos regiones marcadamente diferenciadas: el Oriente y el Occidente. La primera revela s6lo una superficial influencia de la romanizaci6n, y por el contrario una acentuada perduraci6n de’ las tradi ciones culturales del Oriente clasico y de Greci en tanto que la segunda manifiesta una penetra. cin vigorosa de la romanidad que casi borra las leves tradiciones culturales indigenas: celtas, tberas, italiotas, ete. Esta diferenciacién se acentu6 a lo argo de la época imperial y se hizo patente a par- tit de los tiempos de Diocleciano, en que quedé reflejada en la divisién politica del Imperio, y con- 10 {José Luis Romero sagrada definitivamente a la muerte de Teodosio. Durante ese lapso ~esto es, en el siglo Iv- se acen- tuo mas y més: la tradici6n greco-oriental desperté notablemente en el 4rea oriental del Imperio, y el desarrollo y la difusién del cristianismo acentué fa diferenciacién, pues en una y otra regiGn estimulé un distinto tipo de religiosidad y suscit6, ademés, la rivalidad entre las distintas iglesias de una y ota parte, cuyos ideales eran diversos: mas especulati- vos en Oriente, mas formalistas y activistas en Oc- cidente. A partir de la muerte de Teodosio, en 395, esa diferenciacion se acentué mucho. Los germa- nos invadieron el érea occidental del Imperio, sa cudieron el orden romano -excepto en aquello que pudo defender la Iglesia-, y crearon condicio- nes de vida y de cultura que acentuaron la diver- gencia con respecto al 4rea oriental. Alli la tradi- cién greco-oriental cristiana adquiri6 una fisonor peculiar ~a la que alude la designacién de Imperio Bizantino que individualiza a esa zona-, la que apenas admitia parentesco con la presentada por el nuevo complejo cultural constituido en el Occiden- te. Aqui la tradicién romano-cristiana comenz6 a ordenarse a través de nuevas formas reales de vida, impuestas por la conquista germénica, que ademas influia sobre la vida espiritual en alguna medida. El Impetio Bizantino y los reinos romano-germanicos representaron la primera oposiciGn categorica entre Oriente y Occidente en cuanto valores culturales, en cuanto ramas disidentes de la cultura clasica. El tiempo no hizo sino acentuar esa divergen- cia, especialmente a partir de Justiniano. La rivali- dad entre la Iglesia de Roma y los patriarcas de las La cukura occidental u grandes iglesias orientales ~Alejandria, Constantino- pla, Jerusalén~ no era solamente una puja por la preponderancia eclesiastica, sino también un con- flicto entre coneépciones diversas, pues el patriarca de Constantinopla, por ejemplo, admitia la supce- macia del emperador sobre Ia Iglesia oriental, en tanto que el Papa de Roma no s6lo se la negaba al poder civil sino que en ocasiones aspiraba a sobre- ponerse a él. Cosa semejante ocurrié en el plano doctrinario, En el siglo vill se suscit6 entre ambas iglesias -la de Roma y la de Constantinopla~ 1a fa- mosa querella de las imagenes, que suponfa una diferencia sustancial en el campo de las creencias y demostraba que obraban en una y otra area cultu- ral muy distintos supuestos. Tres siglos més tarde Ja querella desembocaba en el cisma de Oriente, que concret6 la crisis. En todo ese perfodo, el complejo cultural resul- tante de Ia interaccién de elementos romanos, he- breocristianos y germénicos que se constituy6 en el Occidente de Europa, afirmé su diferenciacién frente al mundo bizantino y al mundo musulméa. ¥ poco después del Cisma de Oriente comenz6, con las Cruzadas de los siglos xt al xa, la empresa de extender imponer su propia concepcién del mundo y la vida, que Alufa de su concepcién reli- giosa y politica, en la que se sintetizaban todas las actitudes acerca de todos los problemas. Ese designio de extender e imponer su cultura no fue abandonado ya mas por el Occidente de Europa. A fines de la Edad Media se vio constre do por el avance de los turcos en el Mediterraneo oriental, pero se desvi6 hacia el Oeste y se dirigié 2 José Luis Romero hacia América, primer territorio occidentalizado met6dicamente, en tanto que, hacia el Este, sortea- ba el obstaculo dirigiéndose por el cabo de Buena Esperanza al medio y al lejano Oriente. Comenz6 entonces una nueva etapa. Mas que en el Imperio Turco, heredero de Bizancio y continuador de la adiciéa musulmana, el Oriente se encarné en los ‘Vastos territorios de la India y la China y més tarde del Japon. Hacia ellos se dirigié la catequesis reli- giosa y la penetraci6n econémica. Esa empresa continu6 sin interrupci6n hasta nuestros dias, pero s¢ intensificé notablemente en el curso del siglo XIX, en el que se difundié la certidumbre de que la empresa de civilizar al mundo, esto es, de impo- nerle las formas y los supuestos de la vida occiden- (al, constituia “la carga del hombre blanco”, como la definié Rudyard Kipling aludiendo a la mision de Inglaterra EI debilitamiento de esta concepcién s6lo apa- rece con cierta evidencia en el siglo XX. A través de movimientos y tendencias de cardcter religioso y nacionalista, se insinGa el comienzo de rebelién de las pafses orientales sometidos a la influencia occi- dental, al tiempo que en los patses occidentales co- mienza a aparecer la duda acerca de la legitimidad de su acciGn. Pero conviene no equivocar los tér- minos. E] Oriente que se sacude, aunque conserva seguramente ciertos atributos profundos, ha asimi- lado muchos rasgos de la cultura occidental. En cuanto creacién del espiritu humano, la cultura oc- cidental no esté indisolublemente unida a las co- ‘marcas que le dieron origen. Quiz4 pueda hablarse de declinacién 0 decadencia de estos patses, pero 1a cultura occidental B el mundo entero afirma la supervivencia de la cul- tura occidental, cuyos portadores se renuevan Quizé su secreto sea que ha alcanzado el més alto grado de universalidad, Cultura sincrética, la cultu- ra occidental surge con los caracteres que la defi- nen en los primeros siglos medievales y como resultado de la confluencia de tres grandes tradi- ciones, la romana, la hebreocristiana y la germéni- ca, de las cuales las dos primeras suponian una sintesis de variados elementos. Esas tres tradiciones constituyen los legados que la cultura occidental recibi6 y con los que constituy6 su patrimonio. Seri itil examinar el contenido de ellos antes de introducimnos en el estudio de su propia fisonomia. 1 LOS LEGADOS. Los tres legados que confluyeron en la cultura ‘occidental tienen distintos caracteres y ejercieron intas influencias en el complejo que constituye- ron al combinarse. No eran, por cierto, anélogos. En tanto que el legado romano y el legado germa- nico estaban representados al mismo tiempo por troneos raciales y comientes espirituales, el legado hebreocristiano consistia solamente en una opinion acerca de los problemas iiltimos que condicionaba un modo de vida, opinién que se encarnaba en gentes diversas de uno de aquellos dos troncos y ‘que, naturalmente, se acomodaba de cierta manera segiin la calidad del terreno que acogia @ la nueva simiente. Por esa circunstancia, las combinaciones fueron miiltiples y las primeras etapas de la cultura ‘occidental se caracterizaron por su aspecto informe y cabtico. El legado romano constituia una sélida reali dad. El vasto proceso de fusién que dio por resul- tado la cultura occidental se desarrollé sobre suelo romano, y la romanidad debia aportarle sus estruc- turas fundamentales. Hasta ¢! clima y Ia naturaleza mediterrinca imprimirfan su sello a las nuevas for- mas de vida que se elaboraban en la encrucijada 8 6 José Luis Romero hist6rica que constituye el perfodo comprendido entre los siglos 1V y 1x. Para medir la intensidad del legado romano conviene no olvidar el hecho ya sefalado de que la romanizacién fue mucho mas intensa en el Oeste de Europa que en el Este, Lo que se llam6 el Imperio Romano de Occidente no contaba, a dife- rencia del de Oriente, con tradiciones indigenas de gran alcurnia. Nada habia allt que pudiera compa- rarse al patrimonio de los viejos pueblos orientales 0 de Grecia. Iberos, celtas, italiotas y otros grupos menores cubrfan las tierras que los romanos con- quistaron durante la época republicana, y ninguno de ellos pudo resistir a la capacidad de catequesis de que dio pruebas Roma. Al cabo de muy poco -mpo, las tradiciones locales habian quedado su- mergidas bajo el peso del orden impuesto por los conquistadores, y no mucho después ese orden podfa parecer propio y constitutivo de esas regio- nes. Habjan cumplido esa labor muchas fuerzas, El ejército y las colonias militares fueron agentes efi- caces de la romanizacién, porque difundieron un sistema preciso de normas, defendido y justificado 4 un tiempo por una severa disciplina que erigia en valor absoluto la idea del bien comtin, de la co- lectividad, del Estado. La religién piiblica contri- bua al mismo fin asignndole cardcter sagrado al Estado, asimilando la traicién al sacrilegio y otor- gando radical trascendencia a los deberes del indi- viduo frente a la comunidad. Régulo, prisionero de los cartagineses y enviado a Roma para solicitar la paz al senado en nombre de sus vencedores, acon- La cukura occidental y sej6 que se rechazara el ofrecimiento y volvié a Cartago, sabiendo que pereceria, para entregarse prisionero porque habfa jurado hacerlo si el tratado no se concertaba. El nombre de Roma y el de la trfada capitolina constitufan el sistema de valores absolutos hacia los que se dirigia el romano, cual- quiera fuera su condicion civil y politica, y este sis- tema se adentr6 en el espiritu de las poblaciones occidentales hasta confundirse con ellas. Bajo el peso del orden politico y juridico roma- no, apenas subsistio nada de las tradiciones de las poblaciones indigenas del Occidente, y lo que sub- sistié procuré adecuarse al riguroso marco que lo constreftfa. Pero tras aquel orden se escondia una idea de la vida, Cada principio politico, cada norma juridica, suponia una actitud definida y re- suelta frente a algtin problema: la organizacion de la familia, el régimen patrimonial, 1as relaciones econémicas, los principios morales, los deberes s0- ciales, o las obligaciones frente al Estado. A través de a inexorable vigencia de aquellos principios se filtraban las-ideas que les habian dado origen, y el asentimiento prestado a los principios arrastraba la asimilacién de las ideas directrices, de modo que el vigoroso formalismo romano plasmé una idea del mundo que reemplaz6 a las débiles creencias tradi- cionales de las poblaciones indigenas del Occiden- te, que no podfan oponerle sino accidentalmente una resistencia eficaz. El formalismo romano, la tendencia a crear s6- lidas estructuras convencionales para conformar el sistema de la convivencia, dej6 una huella profun- da en el espiritu occidental. La Iglesia misma no 18 José Luis Romero hhubiera subsistido sin esa tendencia del espiti r0- mano ajeno a las vagas e imprecisas explosiones del sentimiento, y las formas del Estado occidental acusiron perdurablemente esa misma influencia Pero tras el formalismo se ocultaba un realismo muy vigoroso que descubria con certera iniuicién Jas reiaciones concretas del hombre y la naturaleza y de los hombres entre sf, Ese realismo tambien implicto en la casuistica juridica y en la idea de las telaciones entre el hombre y las divinidades~ ope, aba eficazmente sobre la vida practica confirien. dole a la experiencia un alto valor muy por encima de la pura especulacion, ¥ esta actitud frente a la naturaleza y Ia sociedad, la legarfa la romanidad al mundo occidental informando un activismo radical Y; a partir de cierta época, un individualism acen, tuado Acaso algunas otras notas caractericen también el legado romano a la cultura occidental. Con todas ellas se entreteje una cosmovision que se constituy6 en el mundo romano, a lo largo del tiempo, con escaso aporte del pensamiento teorico y con limitada asimilacién de los esquemas here. dados a su vez de Grecia, a la que la tomanidad debia muchas ideas, pero que s6lo acepis en la medica en que coincidian con su propio genio, Los Giltimos tiempos de la Repablica ¥ los dos pri, meros siglos del Imperio -la €poca del *principa do”, como suele llamarsela, hasta los titimos tiem. os de Marco Aurelio- constituyen la época de florecimiento y predominio de esa cosmovision, Peto, como el imperio mismo, esa cosmovision oo. mienza a sufrir una crisis intensa a parti del siglo La cultura occidental 1» MM, menos intensa en el Occidente que en el Oriente, sin duda, pero suficientemente grave a pesar de eso como para que se disociaran sus ele- mentos. La influencia de las religiones orientales. con su secuela de supersticiones y creencias, la impotencia militar del Imperio frente a sus peligro- sos vecinos de allende el Rin y el Danubio, ef res- quebrajamiento de la moral ciudadana y del orden politico, todo ello alcanz6 a la parte occidental del Imperio en alguna medida. Surgieron los particula- rismos, y por un instante la Galia se mantuvo au- t6noma; declinaron las convicciones, se modificé la composicién étnica por la inclusién de crecidos contingentes germanicos, se alter6 el régimen eco- némico y social: en todos los Grdenes, se not una répida transformaci6n que caracteriz6 los siglos del Bajo Imperio. Algo subsistia, sin duda, del viejo espiritu, pero la fisonomia cambiaba sensible € incesantemente. La gran propiedad y el régimen politico -imitacion, cada vez mas, del de los impe- rios orientales~ destrufan la antigua nocién de la dignidad del ciudadano y acostumbraban a la vi- gencia de los privilegios. La vida pablica habia de- jado de ser ta expresién de los intereses de la co- munidad, y el ejercicio de los cargos piblicos ha- biase tornado una carga pesada y obligatoria, en tanto que el fisco oprimfa cruelmente a los mas humildes. El Estado, que antes representaba, junto con la triada capitolina, la majestad del pueblo ro- mano, era ahora tan s6lo la expresi6n de un grupo privilegiado que se inclinaba vorazmente sobre la riqueza. El Estado cra un amo; cuando se aproxi- maron los conquistadores germdnicos fueron mu- 2 José Luis Romero chos seguramente los que pensaron que sélo cam- biaban un amo por otro Esta era la romanidad que encontraron los pue- blos invasores, y cuando se quiere comprender el Proceso de los primeros tiempos de la cultura occi- dental -la llamada Edad Media es necesario recor- dar que no precede a los reinos romano-germani- cos una época como la de Augusto, Trajano o Marco Aurelio, sino otra en la que ya'se insindan muchos de los caracteres que mas tarde se tendrin Por propios de la temprana Edad Media. El legado Fomano es pues, sin duda, una s6lida realidad, ero no en todas sus partes. El legado de la roma. nidad clasica leg a la cultura occidental a través del recuercio © de la literatura; pero el legado real fue el de una cultura herida en sus supuestos fun- damentales, empobrecida por esa crisis interna y debilitada por los problemas sociales, econémicos ¥ politicos que afectaban a sus portadores. Entre las muchas opiniones enunciadas para explicar las causas de la crisis del Bajo Imperi hay una que la atribuye a la influencia del cristi nismo. Como todos los simplismos, esta opinién es inexacta; pero acaso encierre una parte de verdad,

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