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María y cartas a Sirio Lorenzo

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Sirio López Velasco

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María y cartas a Sirio Lorenzo

MARÍA
Y
CARTAS A

SIRIO LORENZO

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Sirio López Velasco

DIREÇÃO EDITORIAL: Willames Frank


DIAGRAMAÇÃO: Willames Frank
DESIGNER DE CAPA: Willames Frank

O padrão ortográfico, o sistema de citações e referências bibliográficas são


prerrogativas do autor. Da mesma forma, o conteúdo da obra é de inteira e
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2020 Editora PHILLOS ACADEMY


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Goiânia-GO
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phillosacademy@gmail.com

Dados Internacionais de Catalogação na Publicação (CIP)

S171p
VELASCO. Sírio López,

María y cartas a Sirio Lorenzo. [recurso digital] / Sírio López Velasco. –


Goiânia-GO: Editora Phillos Academy, 2020.

ISBN: 978-65-88994-03-0

Disponível em: http://www.phillosacademy.com

1. Literatura. 2. Ecomunitarismo. 3. Biografia. 4. Relatos.


5. Cartas. I. Título.
CDD: 028

Índices para catálogo sistemático:


Literatura 028

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María y cartas a Sirio Lorenzo

Sirio López Velasco

MARÍA
Y
CARTAS A

SIRIO LORENZO

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Sirio López Velasco

SUMÁRIO

MARÍA .......................................................................................7
CARTAS A SIRIO LORENZO ..............................................131

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María y cartas a Sirio Lorenzo

MARÍA

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Sirio López Velasco

DEDICATORIA

A mi esposa.

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María y cartas a Sirio Lorenzo

María nació en primavera y en un Hospital. El médico


pronosticó que sería buena comilona. Mientras se prendía al
seno materno, su hermano, dos años mayor, la miraba con
curiosidad y algo de celos. Su padre dejó de atender en el
consultorio de radiología sólo un día, y de inmediato volvió a
la rutina. Cuando recién se había recibido y su progenitor
venido de Rodas le preguntaba “y hoy, ¿cuántos?”, sintió que
era su obligación retribuir con trabajo tanto esfuerzo familiar.
Después cada jornada fue un disfrute responsable, no exento
de investigación científica. Su esposa había decidido
interrumpir primero sine die su carrera de medicina, y después
su tarea de ayudante en la cruzada antituberculosa, cada vez
que un embarazo y un recién nacido lo requiriera.
María creció rodeada de dos abuelos paternos muy
presentes. La abuela Chiquita la colmaba de caricias y dulces.
El abuelo Baruj era una mano caliente que la ayudó en los
primeros pasos.
Cuando María cumplió cinco años conoció el poder
de las hormigas. Jugaba una tarde en el parque que quedaba
frente a su casa cuando sintió un dolorcito agudo en una
pantorrilla. Al agacharse vio que allí había una hormiga rojiza,
que descendía hasta el tobillo. Pero aguzando la vista percibió
que muchas más pululaban en el suelo, yendo y viniendo
alrededor de sus zapatos, y de inmediato, subiendo por sus
piernas. María las observaba maravillada, mientras los
aguijonazos se multiplicaban. Empezó a llorar bajito, y en ese
momento apareció su madre gritando y a la carrera. María le
tendió los brazos, pero su madre se agachó a su lado y con
ambas manos barrió hacia abajo en las piernas de la niña, para
devolver al suelo a todas las hormigas que habían profanado
la piel de su hija. Entonces María lloró fuerte. Su madre la
llevó a casa y le friccionó todas las piernas con un líquido que
al mismo tiempo ardía un poco y calmaba. Esa noche el
tratamiento se repitió antes de dormir. Y María se fue a la

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Sirio López Velasco

cama, casi sin probar bocado. Desde aquel día evitó pisar
siquiera una hormiga, y nunca dejó de mirar al piso cuando
pisaba en el parque.
Ese mismo año tomó conciencia de donde iban a
pasar el verano en familia. Su padre y una pareja de tíos hacían
una larga excursión para llegar a una casa aislada que sólo una
calle separaba del mar. María ponía en una bolsa todas las
muñecas que hasta la noche anterior ocupaban casi toda la
cama, dejándole sólo un rinconcito que la obligaba a dormir
en incómoda posición. Y después venían las ollitas y los
platitos, y algunos mueblecitos en madera de colores alegres.
Cada vez que la bolsa estaba llena a más no poder su padre
aparecía en la puerta para repetirle en alta voz a su mujer que
el auto estaba completamente lleno y que allí no cabía ni un
alfiler. Y a cada vez la madre de María le daba la razón al
marido, pero bajaba la bolsa y lograba acomodarla en un
borde de la baca, justo antes de que su marido apretara la carga
con fuertes correas elásticas. Después venían los días de arena
casi blanca, y el uso obligatorio del molesto sombrero. Su
hermano y sus dos primos varones la salpicaban cada vez que
volvían del agua, y más de una vez le voltearon las ollas
acomodadas en las mesitas en miniatura. Pero eso no la
enojaba, pues los arbustos que cubrían parte de las dunas
proveían abundante comida para los comensales de goma y
plástico.
Cuando tuvo algunos pocos años más vio como su
padre disecaba ante los ojos curiosos de su hermano una
víbora que un vecino había matado. Y para su asombro vio
deslizarse hacia los cercanos pastos a varias viboritas oscuras.
Su padre los miró a los ojos y les pidió que recordaran que
incluso en la muerte la vida triunfa.
En esa época se sorprendió de que en algunas fiestas
familiares los abuelos y algunos tíos se aprecian trayendo un
par de zanahorias unos, y un par de cebollas o papas otros.

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María y cartas a Sirio Lorenzo

María pensó que aquello era pura tacañería, y sólo en la


adolescencia descubrió que presenciaba un milenario ejercicio
de solidaridad en la elaboración de la comida común. Pero
cuando niña quiso saber el por qué de aquel ritual sus padres
se limitaron a decirle que se trataba de una antigua tradición
de familia. Y nunca la llevaron ni a ella ni a su hermano a
ningún templo religioso. Cuando una tía católica intentó
meter a su hermano en una iglesia, éste se fugó, corriendo
como si lo persiguiera el diablo.
La escuela pasó ritmada por clases de piano, que
nunca dominó por entero, y por clases de danza con una
severa profesora alemana, que a cada semana le reiteraba a su
madre que la niña era demasiado grande para el ballet. En esos
años su principal diversión consistía en dejar la cuenta de lo
que compraba en el almacén de la esquina, que su madre
pagaba cada vez sin chistar pero repitiéndole que no volviera
a hacerlo. Hasta que apareció otra diversión que se transformó
en pasión: la natación practicada en el cercano club.
Lo único que la desviaba del agua en los tiempos libres
eran las reuniones en la casa de una amiga hija de belgas, que
siempre la esperaba con las tortas que para el té preparaba su
madre.
Los estudios nunca fueron un problema, pues incluso
en el Liceo su madre le tomaba de antemano la lección con
más fervor y rigor que los propios profesores. Y si alguna vez
había que preparar un trabajo, nunca faltaba la ayuda materna
y los libros que la acompañaban, para que el resultado fuera
impecable.
Sólo una vez se dejó estar y quiso que el mundo se la
tragase cuando la profesora de ciencias la sorprendió
copiando en una prueba, y entre enojada y triste dijo que
hubiera esperado aquello de cualquier otro alumno, menos
ella.

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Sirio López Velasco

Un domingo y cuando tenía trece años volvió a casa


de los juegos con la cara roja. Su madre estaba con un señor
en el dormitorio del matrimonio. Su padre estaba acostado y
le tendió los brazos. En ese momento llegó su hermano, con
el pelo y la ropa revueltos y se sumó al abrazo paterno. El
señor los despegó y los entregó a los abuelos que llegaban a
su vez. Los abuelos entraron al dormitorio y salieron pocos
minutos después para llevárselos a su casa. Con su padre
quedó su madre y aquel señor que ahora ya sabía que era
médico. Presenció el velorio, pero su madre no quiso que ni
María ni su hermano estuvieran presentes en el entierro. Días
después su madre contó que su padre había sufrido un infarto
mientras miraba un partido de fútbol en el Estadio y que aquel
médico amigo lo había traído a casa. Él mismo se había
diagnosticado un infarto que no tenía salida, y se dispuso a
morir en su cama, no sin antes abrazar a sus hijos, darle
muchas instrucciones a su mujer y pedir que le hiciera oír la
quinta sinfonía de Beethoven.
Cuando llegó al fin de la pubertad se enteró por
indirectas de que, a diferencia de sus dos mejores amigas, aún
no había menstruado. Escondía su gran muñeco de goma en
el estuche de la guitarra, para que nadie sospechara que seguía
jugando a las muñecas con una amiga condescendiente.
Hasta entonces había tenido dos amores. Uno lo había
sufrido y rechazado con miedo, pues se trataba de un
muchacho que en la escuela la perseguía con palabras que
brotaban de debajo de un bozo naciente. El otro fue un amor
entre hijos de médicos, que nunca pasó de alguna ida al cine y
el disfrute de unos maníes con chocolate gratuitos.
La adolescencia la empujó en el Liceo hacia la vida
política. Su padre había votado al Partido Socialista; poco
después de que había vuelto de un año de especialización en
los EEUU había pensado en darle una mano a la triunfante
Revolución cubana, que el exilio hacia Miami había dejado

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María y cartas a Sirio Lorenzo

casi sin médicos, llevándose a su familia. Por motivos no


aclarados esa mudanza no prosperó. Y entonces su padre hizo
una estadía de estudios en París, llevándose a su mujer por
unos meses. Allí se había codeado otra vez con los socialistas.
María y su hermano se quedaron en casa de sus abuelos, y
todas las noches su hermano inventaba una excusa motivada
por la nostalgia, que obligaba a que lo llevaran a su casa a
buscar algo que había olvidado. Pero en esas peripecias la
sensibilidad de izquierda se había afianzado en María y su
hermano. Así, en el último año del Liceo, se acercó a una
agrupación que seguía la huella de la más nueva, clandestina
y mediática disidencia del Partido Socialista: el Movimiento de
Liberación Nacional – Tupamaros. Un primo le regaló con
gesto severo el Manifiesto Comunista, que nunca leyó por
entero, y ni le hacía falta hacerlo. Creía haberse enamorado de
un estudiante de primer año de Medicina, admirador del
MLN, que hablaba como un tenor. Sus discursos suplían la
necesidad de cualquier libro. Las manifestaciones de 1968
eran cada vez más masivas, y cada vez más reprimidas. Lejos
de amilanarse los jóvenes que las engrosaban se reafirmaban
en la convicción de que debía ser prohibido prohibir, y que
para ser realista había que exigir lo imposible. Mientras ella
terminaba el último año del Liceo su hermano ingresó a la
Facultad de Medicina y se arrimó allí a los simpatizantes del
MLN. Una noche María se acercó en camisón blanco casi
transparente a la cocina donde su madre servía la sopa de
invierno y su vida cambió para siempre.
Sentado junto a su hermano había un muchacho flaco
y desgarbado cuyo pelo castaño insistía en caérsele ante los
ojos. Ella lo había visto alguna vez en alguna actividad
militante en Medicina. Él la miró con el aire de quien nunca
antes la había visto. Pero aquellos ojos no escondían su
admiración e interés fulgurante. Gritó pidiendo perdón

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Sirio López Velasco

porque no sabía que había visita y se retiró de nuevo a su


dormitorio. Pero ya era tarde.
María iba a clases, o por lo menos eso decía, y en las
cenas se encontraban. El muchacho se quedaba allí porque su
madre creyó o hizo que creía que buscaba un lugar barato para
alquilar no lejos de la Facultad. Dos o tres noches habían
pasado desde entonces y María fue al cine con su madre y su
tía. Cuando volvió él le hizo una escena de celos furiosos y
ella reaccionó diciendo que no tenían ningún nexo que
justificara aquella escena. Él se fue a dormir enojado.
Pocos días después su hermano atendió una llamada
telefónica y titubeando e improvisando avisó a su interlocutor
que no lejos del apartamento un operativo policial-militar
estaba deteniendo a todos los vehículos. Como el muchacho
llegó poco después y subió con un pesado bulto, María
adivinó que el interlocutor al teléfono había sido él.
De mañana y cuando su madre estaba ausente el
muchacho la invitó al cuarto de matrimonio y sobre la cama
empezó a desenrollar un bulto poco más grande que una
mano extendida. Una pistola quedó expuesta. Él se sentó en
la cama y la fue desarmando al tiempo en que explicaba cada
paso, y de inmediato la rearmó repitiendo las explicaciones.
Preguntó si ella quería probar. María se sentó junto a él y
tomó en sus manos la pesada pistola. Mientras procedía a
desmontarla el muchacho le empezó a acariciar lentamente el
pelo, y ella dejó hacer. Viendo que el terreno era propicio él
se inclinó y la besó suavemente. Ella se dio cuenta de que
aquello no le disgustaba, pero pidió que la dejara terminar la
tarea. Cuando la pistola estuvo rearmada quedó inerme sobre
la colcha, mientras ellos empezaron a besarse cada vez con
más ardor. Y de pronto sonó la puerta de entrada. Se
levantaron de un salto y salieron del dormitorio matrimonial,
mientras él ocultaba en su espalda la pistola mal envuelta. Su
madre entró alegre y contando noticias de la calle, y el

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María y cartas a Sirio Lorenzo

muchacho se aprestó a retirarse al cuarto que compartía con


el hermano de María. Su madre lo paró diciendo que ya que
se quedaría allí por algunos días, su nombre sería de allí en
adelante Tito. El muchacho asintió y se refugió en su cuarto.
No habían pasado tres días cuando tras la cena la
madre se sintió cansada y se retiró a su dormitorio dejándolos
solos en el sofá frente a la televisión. María sabía que lo
inevitable ocurriría, pero no ayudó a Tito a desabrocharse el
incómodo botón que su blusa amarilla tenía exactamente a la
altura de la vagina. Él lucho con denuedo hasta que obtuvo
éxito. María abrió como pudo las piernas en el estrecho sofá
y él no perdió tiempo. Ella sintió un dolor inesperado,
mezclado con algo de placer traído por aquella inédita
experiencia. Poco después sintió que su vagina y la entrepierna
se le mojaban inesperadamente. Primero pensó que a ella o a
él se le había escapado algo de orín. Pero cuando se tocó vio
que aquella sustancia era muy pegajosa para ser orín. Se
lamentó por ser una hija de médico y de estudiante de
medicina y funcionaria de la salud que nada había aprendido
sobre el sexo y sus detalles. Tito se fue al baño, y ella hizo lo
mismo inmediatamente después de que él volvió al sofá.
Terminaron de ver la película enlazados; él le susurró
promesas de amor que ella no supo si creer al pie de la letra.
Él hizo un verdadero ejercicio lingüístco y pregunto: “Qué me
dirías si yo te dijera que quisiera que fueras mi compañera?”
Ella pidió tiempo para pensarlo y él le dio un día. Y cada uno
se fue a dormir a su cuarto.
Al día siguiente María dio a entender a su madre que
Tito era algo más que una visita. Su madre trató de adivinar si
algo serio había ocurrido. María evitó confirmarlo o negarlo,
y cambió el tema de la conversación. Tito estaba ausente y
volvió sólo cuando la noche caía. Mientras su madre arreglaba
la cocina tras la cena María se paró al lado de la cama de una
plaza que Tito ya ocupaba. Y cuando su madre se asomó para

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Sirio López Velasco

desearle al muchacho buenas noches, abrió muy grandes los


ojos al ver a su hija de pie al lado de la cama. La llamó para
que ambas fueran a sus respectivos dormitorios. Pero María
dijo tímida y firme que a partir de aquella noche dormiría en
aquella cama. Su madre la miró incrédula y confirmó la
intención mirando a Tito. Él asintió con la cabeza. Entonces
la madre habló de una manera completamente inesperada para
ambos jóvenes, declarando que ya que las cosas eran así, ella
los casaría en el acto. Pidió que Tito se parara al lado de María.
Como él usaba un pijama, no tuvo embarazo en hacerlo. Y
entonces la señora los declaró casados por el poder que la
naturaleza le confería en su condición de madre. Le dio un
beso a cada uno, y se retiró a su dormitorio.
De allí en más la semana voló y María esperaba
impaciente cada noche la llegada de Tito. El miércoles su
hermano le contó que en una charla de bar había disuadido a
Tito de su deseo de tener un hijo, pues los tiempos no eran
propicios. Cientos de jóvenes y menos jóvenes eran detenidos
y torturados, y algunos eran asesinados antes o después del
encarcelamiento. El viernes él le informó que le habían
ordenado irse a Chile. Ella quedó anonadada por la brutal
noticia. Su madre recordó alegre que podían contactar a un
primo de María que ya estaba en Santiago, tras purgar un
tiempito de prisión benévola en un cuartel. Y puso manos a la
obra. Esa noche Tito avisó que partiría el domingo, y su
suegra le comunicó la dirección de su sobrino. Las dos noches
siguientes fueron de amores tiernos y apasionados. Tito no
quiso que ni María ni su madre ni su hermano fueran a
despedirlo al puerto.
María se roía las uñas esperando noticias de Chile y
constataba que en los contactos de su Comité de Apoyo a los
Tupamaros nadie aparecía. Estaba aislada, o como se decía en
la jerga interna, colgada. Al tercer día llegó un escueto
telegrama donde su primo avisaba que se encontraba bien y

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María y cartas a Sirio Lorenzo

había recibido en su apartamento a Tito. Sintió un alivio en


el corazón y una repentina nostalgia. Comunicó la buena
nueva a su madre y empezó a rumiar la idea que recién se le
había ocurrido.
Al día siguiente ponderó con su madre que la situación
estaba tan difícil que su hermano no venía a dormir allí hacía
varios días. Su madre asintió triste y agregó que mucha gente
estaba siendo detenida. Entonces María juntó fuerzas y dejó
caer en voz baja que le gustaría ir a Chile por unos días, hasta
ver cómo se decantarían los hechos. Su madre la miró entre
sorprendida y aliviada y se ofreció para ayudarla a preparar la
valija. Acto seguido llamó a la compañía aérea y se enteró de
que había pasajes disponibles; hizo la reserva para de allí a tres
días. Llamó a la oficina correspondiente y se enteró de los
documentos que debía presentar para que su hija menor
obtuviera la autorización para viajar sola al extranjero. Como
el trámite demoraba un día, juntó los papeles y se fue
presurosa, ante la mirada grata de María.
El avión era una novedad absoluta. Su madre y
hermano la despidieron con besos, recomendaciones y deseos
de un pronto reencuentro. Ella garantizó esto último, pero en
su fuero interno ya sospechaba que no volvería. En la escala
de Buenos Aires un hombre se sentó a su lado y no dejó de
hacerle preguntas. Ella se desentendió de las respuestas
mirando o fingiendo mirar absorta la interminable cordillera
salpicada de espesas nubes. Pasado el último pico el avión bajó
abruptamente y antes de lo esperado aterrizó en Pudahuel. El
hombre arreció con otras preguntas pero ella lo cortó en seco,
advirtiéndole que su novio la esperaba.
Pasó los trámites del aeropuerto con el corazón a la
vez apretado y feliz. Su valija demoró en aparecer mucho más
de lo deseado. Cuando al fin salió a la sala de espera, su primo,
la compañera de éste y Tito avanzaron en su dirección. Tito
la hizo detenerse en seco antes del abrazo y a un metro de

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Sirio López Velasco

distancia elogió la maravilla de su tapado verde, su pollera


escocesa y su blusa amarilla, que hacía juego con las medias
can-can. Sólo entonces la besó muchas veces y no se despegó
de ella ni siquiera para que el primo de María y su compañera
hicieran lo propio.
En el apartamento del primo María se apretó con Tito
en un sofá-cama del living. El cuarto del matrimonio, una
pequeña cocina y un minúsculo baño constituía el resto de la
vivienda. A poco de llegar dormían la siesta en el living cuando
vieron que la lámpara del techo empezaba a balancearse
lentamente. De inmediato su sofá se movió. Del dormitorio
salieron el primo y su compañera, indicándoles que se
pusieran debajo de los marcos de las dos puertas más
cercanas. Así lo hicieron y un minuto después todo volvió a
la calma. El primo explicó que aquello había sido un temblor
de tierra, nada infrecuentes en Santiago. Al asomarse a la
ventana alcanzaron a ver cómo algunas personas salían
corriendo de los edificios cercanos y buscaban la ancha
avenida, para dispersarse mejor. Se vistieron lo más rápido
que pudieron y bajaron a la calle. Caminaron algunos metros.
En la ancha avenida había corrillos que comentaban
tranquilamente lo ocurrido. Volvieron al apartamento para
tomarse un café.
Las reuniones que acontecían en uno de los locales
que más frecuentaba le daban a María la certeza de la
improvisación y el buen humor. Las máscaras que se usaban
para preservar el anonimato no pasaban de bolsas de papel
traídas de algún comercio, en las que se abrían exagerados
huecos para la boca y los ojos. Desde el primer día María se
ofreció para ayudar a preparar la comida colectiva. En esos
menesteres y al ritmo de alguna compañera más veterana iba
perfeccionando su menú, que cuando conoció a Tito no iba
mucho más allá de las omelettes.

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María y cartas a Sirio Lorenzo

Tito le trajo la noticia de que ella como muchos irían


a campamentos donde se haría formación política, caminatas
y ejercicios, y de los que él sería uno de los coordinadores.
María creyó que era el momento de avisarle a su madre que
no regresaría hasta nuevo aviso. Su madre le respondió con
un escueto telegrama en el que se mezclaban la nostalgia, la
resignación y el alivio. Y de paso le informaba que pronto el
hermano de María vendría a reunírsele. Así ocurrió, pero
María no lo encontró en el campamento adonde fue
destinada. Allí el mar lucía sereno y los sobres caseros de
dormir y un par de carpas fueron instalados donde la arena
plana empezaba a transformarse en duna. Dormían
profundamente cuando sintieron que se les mojaban los pies.
En la oscuridad vieron que el agua había llegado hasta ellos y
un poco más allá. Sin que fuera necesario ninguna orden la
veintena de falsos turistas se replegó hacia más allá de la duna
más alta. Y volvieron a dormirse. Al otro día aparecieron
algunas personas que los miraron curiosos desde lejos. Tito
mandó a dos compañeros a que buscaran tierra adentro un
lugar mejor para acampar por tiempo indeterminado.
Los compañeros volvieron dos días después trayendo
la noticia del paraíso encontrado. Había que pagar, pero en
ese momento dinero era lo que no faltaba para aquellos
menesteres. Tito se lo dio y volvieron a partir. Cuando a los
dos días regresaron se organizó la mudanza colectiva. Dos
ómnibus tuvieron que tomar para llegar a Puente Negro.
Después, cada uno cargando su mochila, caminaron unos
cinco kilómetros hasta que el alambrado se interrumpió con
un gran portón adornado a ambos lados por dos tótems de
aspecto polinesio. Al verlo un compañero poco versado
propuso en el acto el nombre que podrían darle a aquel
campamento: el Tronco del Mono. Tras un kilómetro de
camino recto, empezó la bajada al borde de un precipicio
inclinado. Tratando de no resbalar en aquel sendero

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Sirio López Velasco

pedregoso para autos, bajaron otro kilómetro. Y sólo poco


antes de llegar vieron la primera cabaña. Uno de los
exploradores aclaró que allí vivía el dueño. Unos quinientos
metros más adelante descubrieron rodeando un claro a tres
cabañas cercadas de árboles. Muy cerca corría un río de
montaña. “Es el Claro”, avisó uno de los exploradores. En la
otra orilla ya se levantaba una elevación de la precordillera.
En el Tronco del Mono quedó establecido que María
dormiría con las y los solteros en una de las cabañas, pero
cuando viniera Tito a presidir las reuniones, recibirían
prestado uno de los estrechos compartimentos separados por
tabiques, destinados a los casados, situado en otra
construcción. En la tercera se organizaría la cocina y comedor
colectivo, y también serviría para las reuniones bajo techo. El
clima era agradable y cundía la tentación de hacer las
reuniones en el claro que separaba a las cabañas. Pero Tito
decidió que no era prudente hacerlo, y que ya habría tiempo
de reunirse al aire libre en ocasión de las salidas para caminar.
Allí como en la ciudad María se ofreció para hacer parte del
equipo de cocineros, y su voluntariado fue aceptado de muy
buen grado por sus pares; más por obligación política que por
convicción y ganas, varios hombres también se integraron a
esa tarea. Y los días empezaron a transcurrir con muchos
análisis de lo que había llevado a la derrota, no sólo a su
Movimiento, sino también al conjunto de las fuerzas
populares. Y como recetas reparadoras aparecieron algunos
textos básicos de marxismo-leninismo, salpicados por textos
breves de puño y letra de Lenin o Mao. Aquellas tertulias de
autocríticas forzadas por supuestos pecados
pequeñoburgueses y la repetición más o menos vacía de
fórmulas dogmáticas cansaba la paciencia de María. Pero ella
se cuidaba mucho de no confesarlo, para no exponerse al
anatema público.

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María y cartas a Sirio Lorenzo

En las caminatas breves para descubrir lugares donde


se pudiera practicar gimnasia y algunos ejercicios
supuestamente militares, María descubrió que no le faltaba
nada de soltura ni fuerza. Más bien le faltaba esta última a
Tito, cuando llegó la vez de cargarla en la espalda, simulando
el transporte de un herido. Pero sudando y doblándose el jefe
logró cumplir la tarea, evitándose el ridículo ante sus
subordinados. Las atenciones estaban fijadas en Clarita, más
bien regordeta y bajita, y con tanta mala suerte que a cada
salida, por más breve que fuese, se torcía un tobillo.
María festejó la tregua en los estudios cuando Tito le
comunicó que saldría con él, un compañero muy conocedor
de las cosas del campo, y un veterano que en la época rondaría
la asombrosa edad de cuarenta años, en una caminata que
duraría más de un día. Al amanecer atravesaron el río por la
parte más baja, que apenas llegaba en ese momento a la rodilla.
Y empezaron a subir las estribaciones de la precordillera.
Cuando el sol se les puso a pique vieron que el río no era más
que una cinta plateada que brillaba encajonado entre los
cerros. Le vegetación empezó a escasear, y descubrieron una
senda que debía ser usada por arrieros. Subía hacia las
cumbres, y probablemente más allá bajaría hacia Argentina.
Tras la parada para el almuerzo siguieron subiendo. Ya
anochecía cuando, muy sudorosos, escucharon con alivio la
voz del baqueano que les informaba que allí dormirían. La
cena frugal dio paso al sueño que vino rápido y profundo.
Despuntaba el sol cuando el baqueano los despertó con un
café caliente, que acompañaron con las galletas que cada uno
llevaba en su mochila. Recompuesta la misma, prosiguieron
la subida. Horas después divisaron a lo lejos una pequeña casa.
El baqueano pidió que se escondieran y anunció tras algunos
minutos de observación que había visto cerca de la
construcción a una o dos personas. Aconsejó que dieran
media vuelta, pues fuera o no fuera aquello un puesto oficial

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Sirio López Velasco

de control fronterizo, no le parecía prudente hacerse allí el


blanco de preguntas indiscretas. Así volvieron caras y a María
la sorprendió el hecho de que la bajada no era mucho más
fácil que la subida, pues a cada momento había que frenarse
para no resbalar y caer en aquella pendiente pedregosa y con
tierra suelta. Al anochecer acamparon para dormir, y otra vez
el baqueano se ocupó de todo. Al otro día la bajada se hizo
más llevadera, sin duda por la proximidad del campamento y
sus, en aquellas circunstancias, cómodas instalaciones.
Un par de semanas después un compañero que había
ido a tomarse unas copas con el dueño del lugar a la cabaña
que le pertenecía, volvió con la noticia de que el hombre, ya
subido de tono, le había mostrado una pistola Lugger y se
había vanagloriado de haber escapado de los comunistas en
Rusia, cuando era niño, y en China cuando era adulto. Por
consenso se resolvió que no era conveniente quedarse allí más
tiempo, y que los dos compañeros que antes habían
descubierto ese lugar, buscarían otro en la precordilera.
A los pocos días una parte del grupo salió hacia un
nuevo destino. María estaba algo ansiosa pues Tito no era de
la partida. Pero fue prontamente tranquilizada pues una
responsable le aseguró que lo vería en el nuevo campamento
en pocos días. María deseaba pasar por Santiago y así se lo
hizo saber a la responsable. Obtuvo autorización y la
indicación de que Tito la llevase al nuevo campamento
cuando fuera a visitarlo por primera vez. Pocas horas después
María celebró su corazonada, pues se enteró por Tito que su
hermano ya estaba allí esperando a su madre, que llegaría al
día siguiente. Fueron a buscarla a la terminal de ómnibus y se
enteraron que ella ya había reservado una habitación por
cuatro días en el Hotel Plaza. Y había puesto a su hija en la
reserva. Así que en esos días María se sacó las ganas de comer
como en las viejas épocas y de bañarse en una bañera provista
de sales y los mejores jabones. Su madre le exigió que para

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María y cartas a Sirio Lorenzo

salir con ella se pusiera lo mejor que tuviese, pues incluso los
empleados del Hotel podrían sospechar por su apariencia de
guerrillera. A su hijo le dijo lo mismo, aunque él no podía
quedarse en el hotel. María encontró en su mochila lo que
correspondía al deseo de su madre, y los tres combinaron
algunos paseos por Santiago en tren de turistas. Una de esas
salidas la hicieron en compañía del primo y de su compañera,
que habían vuelto a la capital para ver a la tía y mandar a través
de ella cartas a sus familias. María quiso que Tito se les sumara
en uno de los almuerzos y después oyó de él que por el precio
que su madre había pagado por aquel pollo, el menú debería
haber sido de mucho mejor calidad. Tito se despidió de su
suegra y volvió a sus actividades. Ella y su hermano
acompañaron a su madre hasta el aeropuerto. Hubo pocas
lágrimas y muchos besos. Sólo mucho después María se dio
cuenta de que tendrían que haber exigido que su madre se
quedara en Chile, pues en su país podría ser presa, como
tantos otros a los que sólo se podría reprochar actividades
militantes menores. Pero no se lo exigieron y ella declaró con
énfasis que tenía muchas cosas pendientes como para pensar
siquiera en un cambio de país. Había decidido retomar la
carrera de Medicina, pues sólo algo más de un año la separaba
del título. Sus hijos no contuvieron la sorpresa, y María le
aseguró que no tenía dudas de que sus estudios serían
coronados por el éxito. El avión se perdió entre las nubes,
subiendo hacia la cordillera. María se separó de su hermano
en Santiago, y esa misma tarde fue llevada por Tito hasta el
nuevo campamento.
Hicieron trasbordo de ómnibus en Rancagua y el
segundo vehículo los dejó en las Termas de Cauquenes. Una
docena de casas modestas, que culminaban en un almacén,
rodeaban de uno y otro lado de la carretera, que allí moría, al
amplio Hotel termal. El compañero que los esperaba frente al
Hotel les explicó que incluso San Martín había disfrutado de

23
Sirio López Velasco

aquellas aguas, pero que la construcción que tenían a la vista


databa de los años treinta del siglo XX. Por boca de ese mismo
compañero María se enteró de que el río que pasaba debajo
del hotel era el Cachapoal, y que algunos quilómetros hacia
arriba entroncaba con el Claro, que ya conocía. Los tres
recogieron del almacén dos mochilas y dispensaron a María
de cargar alguna de ellas, pues ya tenía la que contenía su poca
ropa y enseres. El guía los llevó unos doscientos metros hacia
más allá del comercio, donde una ruta más estrecha que la
carretera por la que habían llegado, pasaba por debajo de una
especie de puente. El guía informó que aquello era un
acueducto y antigua vía de vagonetas que venía de la mina de
cobre El Teniente y que desembocaba kilómetros más
adelante. La ruta Panamericana que veían se interrumpía –
acotó- pocos kilómetros más adelante, truncándose en plena
montaña, donde laboraban las máquinas que la prolongarían
hasta cerca de la frontera argentina. Poco después pasaron un
cruce de caminos y el guía explicó que hacia la izquierda se
subía hasta un lugar destinado a Parque Ecológico. Poco
después de aquel cruce el guía salió de la ruta y se adentró a la
derecha en el cerro cubierto por árboles de estatura mediana.
A medida que avanzaban y los cerros se sucedían, los árboles
escasearon. Al fin, de encima de una elevación divisaron el río.
El guía informó que se trataba del Claro. El guía buscó algo y
cuando lo encontró resultó ser una cuerda que atravesaba el
río. Sosteniéndose las mochilas sobre las cabezas con una
mano, los tres se agarraron fuertemente a la cuerda con la otra,
tratando de que el agua no los mojara hasta más arriba de la
cintura. María sintió que desde el bajo vientre hasta la punta
de los pies el cuerpo se le hacía de hielo. Así lo hizo saber,
pero el guía la tranquilizó diciendo que el campamento estaba
muy cerca y que allí se calentaría con la fogata y se pondría
pantalones secos. El sol ya era mortecino cuando subiendo la
primera pendiente vieron en una cima una solitaria carpa

24
María y cartas a Sirio Lorenzo

verde que se cobijaba debajo de un delgado árbol. Aquí


estamos – dijo el guía. Y su llegada fue festejada por todos los
presentes. Pronto quedó claro que la carpa era exclusividad
de una compañera que estaba acompañada de un niño de un
año, a la que sólo podría sumarse alguna otra compañera que
se sintiera enferma. Su escaso espacio se llenaba con las
provisiones. Al abrirse las mochilas María vio que el grueso
de la carga estaba constituido por fideos, harina, leche en
polvo y algo de sal. También descubrió esa misma noche que
allí se dormía en sobres caseros, hechos con nylon por dentro
y una frazada por fuera; y que los compañeros los habían
apodado, muy apropiadamente, los condones. También
descubrió, al acostarse al lado de Tito, que como el terreno
estaba en declive, había que acomodarse estratégicamente
para no salir rodando cuesta abajo. Al otro día ya empezó a
participar de la gimnasia, que entre otros dirigía en alternancia
una compañera rellenita y voluntariosa que décadas después
sería Intendente de Montevideo. María se entregó a la
gimnasia con la misma devoción con la que ayudaba a fabricar
las infaltables tortas fritas que acompañaban cada desayuno,
almuerzo y cena. Las comidas casi siempre no pasaban de
fideos, a veces ensopados, con algunas papas y una muestra
de carne.
María preguntó a las compañeras cómo se mantenía
allí la higiene femenina, y le respondieron que el río era la
solución para todo. Desde el lavado de la entrepierna, hasta el
desenjabonado milagroso que en un minuto dejaba las ropas
como nuevas. Y ella comprobó lo primero y lo segundo, tras
hacer el amor con Tito cerca del río, poniendo los sobres de
ambos como sábanas, y cuando al día siguiente lavó la camisa
y pantalón que había traído puestos de la ciudad.
Como los días eran de temperatura amena los
responsables decidieron que había que aprovechar para hacer
caminatas de entrenamiento. En la primera Tito la sostuvo

25
Sirio López Velasco

por las nalgas cuando se resbalaba peligrosamente pendiente


abajo. En la segunda Tito estaba en la ciudad. María salió con
un grupo y tras un largo y cansador rodeo emprendieron el
viaje de vuelta al campamento. Pero antes se dividieron y una
media docena pasó por el almacén donde cada uno cargó
muchos kilos de alimentos en su mochila. El almacenero
estaba radiante con aquellas ventas voluminosas a los jóvenes
turistas “argentinos” que no se sabía que diversión
encontraban en aquellos desolados paisajes; pero se decía a sí
mismo que aquello no era asunto de su competencia, y que lo
importante era el dinero que entraba, contante y sonante. En
uno de los cerros el responsable ordenó que María esperase
a quienes vendrían atrás, para volver junto con ellos al
campamento. María esperó un par de horas, y cuando se
convenció de que aquellos compañeros debían haber tomado
otro camino, comenzó a buscar el rumbo hacia el
campamento. Cargó con la mochila que llevaba casi veinte
kilos de fideos y subió y bajó dos lomas y nada le resultó
familiar. El sol empezaba a bajar y la desesperación empezó a
ocupar su pecho. En su camino se atravesó una barrera de
arbustos espinosos muy compactamente unidos entre sí.
Como no divisó el fin de aquel obstáculo resolvió embestir de
espalda aquella barrera, usando la mochila como un escudo
improvisado. Pero muchas púas se clavaron en sus piernas. El
dolor la hizo crisparse pero aumentó la fuerza del empujón y
venció aquella valla. Cuando llegó a la cima de aquella
elevación vio allá abajo unas diminutas figuras que se
afanaban al lado de dos máquinas que abrían la carretera.
Suspiró con alivio y vio que el sol bajaba rápidamente y el
tiempo se le agotaba. Resolvió bajar rodando, para ganarle al
sol. Mientras rodaba la polvareda iba marcando su trayectoria.
Se paró un minuto para tomar aliento y para verificar que unas
pocas magulladuras quemaban en sus brazos. Y reemprendió
la bajada rodante. Oyó murmullos de asombro y alarma de los

26
María y cartas a Sirio Lorenzo

hombres que trabajaban en la carretera. Pero no cejó en su


empeño. Llegó al camino trunco y bordeó a distancia a los
trabajadores. Se internó en la próxima elevación, y luego en la
siguiente. El sol ya agonizaba atrás de la cordillera cuando
llegó al río. Por algunas referencias que captó entre la
penumbra que se instalaba, vio que era el Claro, y, a pesar de
que nunca había sido religiosa, se agachó, besó el agua y
agradeció a Dios por el rumbo reencontrado. Poco después
anochecía cuando llegó al campamento. Fue rodeada por
todos. Ella se contuvo para no insultar a los que se supone
que volverían en su compañía hasta el campamento. Se curó
las magulladuras y comió con todo el apetito del mundo lo
que estaba disponible. Se fue a dormir con un cansancio
gigantesco y un inmenso sentimiento de paz.
A los tres días Tito vino al campamento, acompañado
por un joven casi niño, hijo de un dirigente del Partido
Socialista de Chile. Titó besó lo poco que quedaba de las
magulladuras de María e hicieron el amor cerca del río. Al
otro día vieron una nube espesa que avanzaba desde más allá
de una elevación próxima, en sentido contrario a la cordillera.
Tito consultó al chileno y éste afirmó con convicción que se
trataba de la camanchaca. María preguntó que significaba
aquello y supo que se trataba de una nube muy baja, que era
común en la cordillera. Tomaron el desayuno en el
campamento, y un compañero alertó que los penachos
dispersos que empezaban a llegar desde la nube tenían el claro
aspecto de humo. A la media hora y en la elevación donde la
nube había aparecido se distinguieron resplandores que eran
señales indiscutibles de fuego. Y su trayectoria lo acercaba al
río, y, por ende al campamento. Con los responsables Tito
deliberó sobre si las llamas lograrían atravesar el río. La
mayoría entendió que sí. Entonces Tito ordenó que la mayoría
de los acampados, incluyendo a María, tomara el rumbo
opuesto a la dirección del fuego, y encontrase un nuevo

27
Sirio López Velasco

campamento a salvo del peligro. Él se quedaría con dos


compañeros en el campamento, esperando los
acontecimientos y la vuelta de un expedicionario que viniera
a guiarlos hasta el nuevo lugar. A las cuatro horas apareció
uno de los enviados. Dijo que se habían topado con un
precipicio tan pronunciado que un compañero, ayudado por
otros, tuvo que colgarse de una larga cuerda para recoger el
agua necesaria para preparar la mamadera del niño. Tito se
autocriticó públicamente por el error de haber enviado al
grupo en aquella dirección, en vez de haber mandado antes
a un par de exploradores. Pero el recién llegado le avisó que
el grupo había decidido costear, bajando de a poco, el
precipicio, hasta llegar al río y encontrar un nuevo lugar para
acampar. Y que alguien vendría a buscarlos. Tito le contó
después a María que aquella noche durmieron inquietos, y
comprobaron al amanecer que el fuego se acercaba mucho al
río. Un par de horas después apareció el enviado que venía a
buscarlos. Y dijo que habían descubierto un lugar paradisíaco
en una zona en la que ni siquiera el humo era visible y que se
situaba en dirección contraria al viento que empujaba al fuego.
Pusieron proa hacia el nuevo campamento y María, que
esperaba impaciente, los vio descender la ladera. Se abrazó
tiernamente a Tito y le hizo de guía para mostrarle su nueva
residencia. Debajo de un grupo tupido de frondosos árboles
crecía un pasto suave y jugoso. Allí se había instalado la carpa,
y al pie de un árbol los compañeros ya estaban construyendo
un nuevo horno de barro. Tito se instaló y recibió un turno
de guardia nocturna. María pidió para acompañarlo y fue
autorizada a hacerlo. La noche era espesa pero las estrellas
brillaban nítidas sin la competencia de la luna. El silencio
podía cortarse con un cuchillo. Fumaban escondiendo la brasa
del cigarrillo, que podría verse a mucha distancia. Cuando los
miembros ya se les estaban entumeciendo llegó el compañero

28
María y cartas a Sirio Lorenzo

que los relevaría. Volvieron al campamento para dormir como


troncos.
Un día de fuerte sol una compañera propuso que
aprovecharan para bañarse en una breve cascada que el río
tenía a unos trescientos metros del campamento. María hizo
parte del alegre grupo. Cuando volvieron se enteraron de que
el más joven de los compañeros había propuesto que un
grupo fuera a tirarle piedritas a las compañeras que se bañaban
vistiendo sólo bombachitas, para asustarlas. María se dio
cuenta, sin haber leído a Freud, que allí había mucha libido
contenida. Cuando Tito volvió se fueron a campo libre, y
cubiertos por altos yuyos, apoyaron la frazada para saciar la
parte de libido que les correspondía. Apenas habían
terminado de hacer el amor cuando oyeron una voz fuerte que
los saludaba a unos diez metros. Era un compañero que
cazaba, o por lo menos intentaba cazar, algún conejo. María
se sonrojó pues no sabía lo que el otro había llegado a ver.
Pero se compuso la ropa y volvió con Tito al campamento.
Otro de aquellos bucólicos días un par de
compañeros volvió con la noticia de que habían descubierto
un camino corto para llegar al almacén de Cauquenes, para
traer comida, o desde allí tomar el ómnibus hacia Rancagua.
María acompañó en el nuevo camino al día siguiente a uno de
ellos, junto a otro y a una compañera. Al costado de una
elevación apareció el acueducto que ya conocían. Subieron a
él. Había que caminar por encima de las placas que cubrían el
acueducto, y cuando faltaba alguna de ellas, había que usar los
rieles que servían de puente. El camino se hacía a paso muy
rápido, con algunas salvedades en los trechos más arruinados.
Volvieron por igual camino, ahora más lentamente, bajo el
peso de la carga comprada en el almacén.
Cuando ya se habituaban a la hermosura del lugar, en
el que incluso podían oír en alguna hora de la noche a una
radio uruguaya, gracias a una antena horizontal que se había

29
Sirio López Velasco

puesto entre dos árboles, Tito llegó con la noticia de que los
campamentos serían disueltos y que, de vuelta en Santiago, los
compañeros recibirían nuevas órdenes. María se despidió con
nostalgia anticipada de aquellos árboles, del delicado pasto, y
del río rumoroso y frío.
En Santiago caminaba María una vez junto a Tito,
rumbo a un local céntrico donde habría una reunión, cuando
vio una manifestación bastante numerosa que avanzaba entre
los gases tirados por los Carabineros. Cuando algunos
jóvenes pasaron corriendo ante ellos, oyeron que gritaban
improperios contra Allende. María pensó que estaba ante una
escena de la Historia al revés. En la reunión quedó establecido
que ella haría parte de los primeros dos grupos que partirían
hacia Cuba. Tito explicó que aquello hacía parte de un plan de
la Dirección de una nueva etapa de formación política, y
también militar, para algunos, y también de una precaución
ante el futuro incierto de Chile.
María recibió un pasaporte uruguayo, pero con otro
nombre y que la acreditaba con 21 años de edad. Trató de
aparentar la edad en la manera de vestirse y maquillarse. Tito
no pudo acompañarla al aeropuerto. En el avión de Cubana
ocupó un lugar junto a un extraño, pero vio a su alrededor a
varias caras conocidas. La cordillera quedó atrás, casi
totalmente cubierta por densas nubes blancas. María se alegró
porque el vuelo no trascurría en su altura máxima y algo del
mar y luego de la tierra se distinguía con nitidez. La región
amazónica se presentó como una compacta masa verde que
lo ocupaba todo. Y luego otra vez el mar. Cuando el cansancio
la invadía oyó a la azafata anunciando el próximo aterrizaje.
Abajo un campo ondulado mostraba abundantes palmeras y
algunas casas dispersas. Rancho Boyeros era un aeropuerto
provincial al lado de Pudahuel. Pero desde el tono cantarín de
la mujer que la atendió en inmigración, María entendió que
estaba en otro mundo. Al lado de la funcionaria un hombre

30
María y cartas a Sirio Lorenzo

que por encima de su hombro miró el pasaporte, le indicó


discretamente que dejara pasar sin más a aquella recién
llegada. Otro funcionario situado pocos metros más adelante
la condujo hacia una puerta lateral que daba acceso a un patio.
Allí algunos compañeros conocidos y otros desconocidos, ya
formaban un corrillo de animados comentarios. Un ómnibus
se acercó discretamente y salieron del aeropuerto. Lo primero
que notó María fue que no había carteles publicitarios. Al
contrario, algunos inmensos paneles traían consignas e
imágenes de Fidel o del Che. A lo largo de la ruta modestas
casas de una planta y no siempre con pintura reciente se
alineaban en ambas aceras. Gente a pie o en bicicleta fumaba
grandes habanos o vociferaba a pleno pulmón en un
encuentro casual. El ómnibus llegó a La Habana y enveredó
por el malecón. El mar era de ensueño, pero no se veía
ninguna playa. Viejos caserones eran salpicados por alguna
mole menos añeja; aquí el Hotel Nacional y más allá un
inmenso hospital. Por el ancho malecón circulaban escasos y
viejos autos de antes de la Revolución y algunos pocos
nuevos, que María adivinó que debían ser de origen soviético
o de algún país socialista europeo. Cerca apareció un gran
barco que llegaba a puerto. Inesperadamente el ómnibus se
hundió en un túnel cuyas paredes mojadas aquí y allí dejaban
adivinar que transcurría por debajo del canal de entrada de los
barcos. Cuando del otro lado apareció un peaje que nadie
más controlaba, María se dio cuenta de que aquel túnel era
fruto del período prerrevolucionario. Un par de kilómetros
más adelante se divisó una playa ancha y extensa. Sin duda que
aquellos lugares eran balnearios de vieja data. El ómnibus los
dejó atrás y bordeó de muy cerca el mar azul verdoso. De
pronto salió de la carretera y se metió en un abrupto camino
en subida. En la cima de una colina se paró, resoplando por
el esfuerzo hecho. El cubano que servía de anfitrión y guía dio
la voz para bajarse. María descubrió tres cabañas de madera,

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Sirio López Velasco

semejantes a las que habían ocupado en el Tronco del Mono.


Pero la diferencia era que desde el ángulo de una de ellas se
divisaba el inmenso mar, allá abajo. Un poblado pequeño fue
identificado por el guía como Melena del Norte; de inmediato
aclaró que aquel grupo trabajaría en la ronera aneja al poblado.
Acto seguido indicó la cabaña que sería ocupada por las
mujeres solteras, y allá fue María. Buscó al acaso una de las
estrechas camas cubiertas por mosquiteros, y eligió una que
nadie codiciaba. Como no había ropero ni cómoda, acomodó
su mochila debajo de la cama. Recién lo había hecho cuando
el cubano entró para avisar que en el patio contiguo a la
cabaña mayor los esperaba una comida de bienvenida. María
se aproximó a la larga mesa ladeada por bancos igualmente
largos y sin respaldo, y ocupó el lugar más próximo. Las y los
compañeros casi llenaron los lugares disponibles. El cubano
apareció acompañado de otro, y traían en las manos bandejas
de lata con varias reparticiones poco profundas provistas de
comida. María fue de las que se levantaron para ayudar a traer
de la cocina las bandejas destinadas a todo el grupo. Cuando
se sentó a saborear lo recibido registró que en una repartición
había porotos negros, en otra arroz blanco, en otra unas
rebanadas de bananas fritas, en otra un poco de carne
deshilachada, y en la última y más pequeña una especie de jalea
amarillenta. El cubano explicó que aquello era dulce de
tamarindo, y que también tenía el mismo origen el jugo que
acompañaría a la comida. Y acto seguido él y su auxiliar
sirvieron en vasos de lata el jugo almacenado en dos toneles
de plástico. María comprobó que todo le gustaba, menos el
tamarindo.
Al otro día y los siguientes María formó parte de uno
de los equipos que se encargaba de lijar, en amplios galpones,
las altas estructuras de hierro destinadas a guardar los barriles
de ron para su envejecimiento. Los cubanos las llamaban
raques. María se trepó como un mono hasta el lugar que el

32
María y cartas a Sirio Lorenzo

responsable le indicó para empezar la tarea y se imaginó la


tragedia que tendría lugar si alguien se cayese desde aquellas
alturas contra el piso de hormigón. Como pudo ejecutó con
esmero y detallismo la labor encomendada. En el intervalo de
la merienda matinal supo por una responsable que no había
noticias de la llegada de Tito. Pero pocos días después le
indicaron que fuera a La Habana, pues su compañero había
llegado.
La Casa de Protocolo era una chalet donde un
cocinero igual a Jack Palance, aunque algo más bajo,
preparaba un menú de encanto que empezaba por ensalada de
frutas, pues, decía, era lo más apropiado para poner en marcha
a los jugos gástricos que luego digerirían la comida. Ésta fue
servida bajo la sombra de un amplio hongo de techo de
palmera. La carne era delicada y tierna, y el postre de queso y
guayabada no merecía ningún reproche. María se enteró de
que aquella casa, en cuyo patio sombreado por un gran árbol
de mango real y donde correteaban lagartijas que expandían
su buche rosado a cada parada, era usada para recibir a
huéspedes distinguidos. Tito se alojaba provisoriamente allí
junto a una media docena de compañeros que coordinarían la
atención a los nuevos campamentos, que en Cuba recibían el
nombre de Colonias. A Tito y a ella cuatro compañeros que
hasta entonces no estaban acompañados, le cedieron el cuarto
de matrimonio. Allí hicieron el amor como en un hotel de
cinco estrellas. Al otro día María percibió fugazmente a un
hombre de barba roja y uniforme verdeolivo que venía a
entrevistarse con un miembro de la Dirección del MLN. Por
Tito supo minutos después que se trataba del Comandante
Piñeiro, que residía allí enfrente. María saboreó el desayuno y
después el almuerzo, tan rico como el del día anterior, y se
dispuso a volver a su Colonia. Tito la acompañó, para tomar
contacto con sus nuevos subordinados. El viejo y fatigado
ómnibus azul los depositó a la entrada del desvío hacia el

33
Sirio López Velasco

campamento, adonde llegaron caminando, subiendo la


empinada cuesta.
Poco después Tito le informó que había recibido la
feliz misión de volver a Chile para organizar a las compañeras
embarazadas que allí habían quedado para no sobrecargar al
sistema sanitario cubano, y que ahora sus anfitriones habían
autorizado a venir.
Habían pasado algunas semanas cuando la radio
anunció poco después del desayuno que en Chile se estaba
produciendo un Golpe de Estado, pero que tropas del general
Prats, leales a Allende, acudían hacia la capital para debelar la
intentona. María sintió el corazón apretado por Tito y por las
compañeras embarazadas de las que no se había tenido
noticias. En eso llegó un auto de La Habana para traer a un
cubano y llevarse a María a la capital. El cubano la calmó de
entrada diciendo que Tito había vuelto sano y salvo. Lo
encontró en un chalet del barrio de Marianao, no lejos de la
Embajada de Canadá. Parecía más delgado y blanco y le
anunció que habían salido de Santiago por pura casualidad una
par de días antes del Golpe; pero como los cubanos intuían
controles reforzados en el aeropuerto, en vez de tomar el
vuelo directo de Cubana de Aviación, habían hecho un largo
desvío pasando con sendas compañías europeas por Buenos
Aires, Londres, París, Praga, Moscú y un aeropuerto perdido
de Marruecos, antes de llegar a La Habana. Como prueba y
recuerdo le entregó un perrito de vidrio azul que había
comprado en la cima de la Torre Eiffel, y una flor ajada que
había recogido al borde de la pista del aeropuerto marroquí.
También de él recibió la noticia de que saldría de Melena
para hacer parte de otra Colonia.
María trabajaba en una parte situada a sólo un par de
metros de altura dentro de un raque, cuando perdió pie y cayó,
felizmente parada, al piso. A pesar de la gruesa bota que
calzaba sintió un dolor agudo en los dedos. Cuando se

34
María y cartas a Sirio Lorenzo

descalzó comprobó que tenía torcidos los dedos en martillo


que la hacían sufrir de vez en cuando desde la infancia. Pero
esta vez las horas no trajeron alivio, y los cubanos resolvieron
llevarla al hospital. La intervención fue rápida, pero le traía el
recuerdo de una carnicería o una carpintería, pues vio en
manos del médico y sus auxiliares una sierra y algún martillo.
Al día siguiente volvió a Melena, y, como Tito no estaba, dos
compañeras fuertes se turnaban para llevarla en andas al baño,
y para ayudarla a bañarse y a vestirse. María maldijo en silencio
la ausencia de Tito en aquel trance. Al mes y cuando ya
caminaba casi normalmente apareció su compañero, para
llevársela en un auto con un chofer cubano hacia la nueva
colonia. Él y una compañera recogieron las pocas
pertenencias de María y ambos subieron al Toyota de color
amarillo ocre. Corriendo como el viento el chofer atravesó La
Habana y los depositó en la periferia de un poblado llamado
Cotorro. Tres cabañas de madera rodeaban un patio sin
paredes y con un techo de lata soportado por barras de hierro.
Del otro lado de la calle se abría el amplio espacio de una
factoría. María supo por Tito que allí se elaboraban piezas
prefabricadas para formar paredes o techos de casas,
apartamentos, escuelas, guarderías, hospitales y otras
construcciones. Se sintió feliz de poder ayudar en algo tan
benéfico para tanta gente.
Como de costumbre, ocupó una cama en la cabaña de
las solteras, y se sumó a la reunión que tenía lugar en la cabaña
mayor. Tito nombró a tres hombres y una mujer como
integrantes de la Célula que dirigiría aquella Colonia, y de
inmediato dispuso que la jornada de trabajo que venía siendo
de diez horas se reduciría a ocho, para que sobrara algo de
tiempo y energía para las dos horas de estudio que debían
hacer cada día. Dijo que ya había avisado al responsable
cubano de la mudanza, y que la misma entraría en vigor ya al
día siguiente. Algunas voces de contentamiento se hicieron

35
Sirio López Velasco

oír, pero Tito las interrumpió para dar inicio a la lectura de un


documento político, que fue debatido después.
El cubano que sabía de su verdadera actividad como
“argentinos” y sería su responsable en aquella fábrica a cielo
abierto se llamaba Carrazana. María no demoró mucho para
descubrir que se trataba de un trabajador y vigilante miembro
de la Seguridad del Estado. Si era amable con todos, con ella
fue algo más exigente que con los otros, quizá porque era la
compañera de un miembro del Regional del MLN en Cuba, o
más seguramente porque veía en ella a una estudiante que
había que proletarizar aceleradamente. Y a esa tarea
contribuían los propios compañeros, cuando la obligaban a
enderezar durante varias horas clavos torcidos que serían
reutilizados. Decían que para cultivar la virtud de la paciencia.
María se enojaba, pero ni para el enojo le sobraba mucha
energía, pues la labor era agotadora. Tenía que cargar
carretillas con arena o con cemento, doblar cabillas en la
máquina, o amarrarlas con alambre para formar los esqueletos
de futuros techos o paredes. Tras el almuerzo rápidamente
consumido en el comedor de Antillana de Acero, la primera
mesa desocupada de las usadas para armar las estructuras de
cabillas era buena cama para una siesta de media hora.
Cuando Tito estaba presente compartían la mesa. Y de noche
ocupaban un cuarto en la cabaña más chica, cedida por una
integrante de la Célula de Dirección de la Colonia, que esa vez
dormía separada de su compañero en la parte de otra cabaña
destinada a las solteras, y en la otra parte de los solteros, él.
Todas las mañanas el café con leche en polvo servido
en grandes vasos de lata, o en tarros de vidrio que habían antes
albergado algún producto, era acompañado infaltablemente
por canciones guajiras entre las que nunca estaba ausente
“Amanecer Cubano”. María aprendió rápidamente a odiar a
aquella música que la sacaba de la cama antes de que el sueño
la hubiera saciado. En la fábrica María sentía las miradas

36
María y cartas a Sirio Lorenzo

codiciosas de algunos jóvenes delincuentes, que cumplían


pena alojados en un par de grandes cabañas situadas a un
kilómetro de distancia, y que los responsables cubanos habían
decidido juntar a los argentinos para que se inspirasen de su
laboriosidad y disciplina. María le comentó a Tito que
entendía aquellas miradas, pues los pantalones verdes o grises
usados por las compañeras eran muy ajustados, y las blusas
celestes o grises siempre dejaban escapar la curva de los senos,
en especial cuando el trabajo obligaba a agacharse. Aquella
noche Tito disfrutó como nunca las curvas y los senos de
María, y ella gozó con el goce de él.
Algunos meses después María recibió la orden de
mudarse, junto a otros compañeros, a distintos locales de la
ciudad, pues a aquella Colonia del Cotorro llegarían nuevos
huéspedes. Por Tito se enteró de que allí se instalaría la
escuelita, destinada a una formación política acentuada, y a
elegir compañeros que después harían algún tipo de curso
militar. Pero ella no se quejó pues le tocó habitar un local en
Marianao, muy próximo al que albergaba al Regional, y, por
tanto, a su compañero. Con frecuencia iba allí a visitarlo, y
disfrutó especialmente una noche en la que, por falta de
espacio en el chalet, decidieron subir con dos frazadas a la
planchada de hormigón, y allí, a cubierto de cualquier mirada
indiscreta, hicieron el amor mirando las estrellas.
Pero el ambiente político interno se había caldeado y
por cassettes y dos recién llegados de Buenos Aires cayó la
infausta noticia de que el MLN se había dividido. En el
Regional de Cuba todos habían tomado partido, menos Tito,
que no aceptaba aquella estúpida división en momentos en el
que todos ansiaban retornar al país para proseguir la lucha.
Ella eligió la parte que esgrimía los argumentos políticos que
le parecieron más sólidos. Un cañero pidió a Tito que
atendiera a un abogado que colaboraba con la Organización
hacía años; éste le respondió que no podría asumir la tarea

37
Sirio López Velasco

mientras no se definiera la situación. Cuando le resultó


evidente que el fraccionamiento era por el momento
irreversible, Tito eligió sumarse a la parte que María había
elegido; en parte por convicción, y mucho por estar con ella;
así se lo hizo saber, al tiempo que le anunciaba su esperanza
de una venidera reunificación.
Los cubanos decidieron trasladar a la gente de
Marianao hacia nuevos locales. A María y Tito y a una
veintena de compañeros de la misma fracción les tocó en
suerte una fábrica del Cotorro, distante a tan sólo un
kilómetro del lugar en el que antes había residido María. Dos
amplias cabañas se abrían al fondo de una fábrica dotada de
un cómodo comedor y sendas oficinas a su entrada, protegida
por una garita de guardia. La fábrica debía producir tubos de
alcantarillado, pero en el momento estaba paralizada por
problemas técnicos. A diferencia de lo que había sucedido
hasta entonces María no tuvo que soportar el alojamiento de
las solteras, separado por un tabique del de los solteros, al
interior de una misma cabaña. Ahora ocupó con Tito, que
residiría en permanencia allí junto a ella, un cubículo de dos
metros y poco, por uno y poco, donde apenas cabían una
cama de una plaza y media y un roperito de soltero. Otros
tantos cubículos de iguales dimensiones y que albergaban
otras tantas parejas, se sucedían en secuencia, de uno y otro
lado del corredor, separados por tabiques de madera que no
llegaban al techo. María decidió en el acto que no se
conformaba con los dos colchoncitos separados que cubrían
la cama, y que los uniría, cosiéndolos. Y se dijo que allí faltaba
una silla.
Al día siguiente los hombres, llenando hasta los
bordes una camioneta descubierta, fueron a trabajar a una
fábrica de bloques, mientras que las mujeres hacían lo propio
en otra bloquera, llevadas por un camión cubierto con techo
de lona. De entrada fue del agrado de María el hecho de que

38
María y cartas a Sirio Lorenzo

aquella fábrica estuviera dirigida por una mujer,


cariñosamente llamada Blanquita. A ese hecho había que
vincular sin duda la circunstancia de que el cocinero del lugar
se esmeraba al extremo para producir comidas sabrosas con
los pocos ingrediente recibidos, pues María supo por Tito que
en la fábrica que a él le había tocado en suerte, la cosa era muy
distinta. Tanto que el responsable cubano debía descubrir
formas de desviar hacia su fábrica la merienda necesaria, pues
algún burócrata había olvidado incluirla en la nómina del
reparto. Ese responsable era apodado Tabaquito, y era
adorado por los pocos obreros y administrativos de la
instalación. Pero el entusiasmo de María disminuyó cuando
descubrió que en vez de hacer los útiles bloques, debían cavar
la zanja del muro que rodearía toda la fábrica. Y pronto se
convenció de que el cubano que mandaba en aquella parte no
debía tener ni la más mínima noción de los cimientos que
necesitaría un muro, pues les hizo cavar profundas y anchas
zanjas que más bien parecían destinadas a ser trincheras
propias de la Primera Guerra Mundial. La alegría la ponía la
vuelta al Cotorro, sobre todo cuando excepcionalmente el
abastecimiento traído por los cubanos incluía papas, que con
su mejor amiga, Mariana, transformaba en crocantes papas
fritas.
En la fábrica donde residía María sintió que el
ayudante del cocinero, hombre de mediana estatura pero muy
fornido, la miraba con indisimulados deseos. Pero un día
percibió que aquellas miradas habían desaparecido. Una
compañera le contó que había sabido por su pareja que
cuando se disponían a partir hacia un acto político en la Plaza
de la Revolución, Tito se acercó a aquel hombre y le exigió
que cesase con su asedio visual si quería evitarse una paliza.
María intentó imaginar la escena del flacucho Tito encarando
al fornido cocinero. Contuvo su curiosidad y se concentró en
el acto político, adonde un ómnibus había arrimado a mujeres

39
Sirio López Velasco

argentinas y cubanas, al tiempo que sendos camiones


transportaban a hombres. En medio de la inmensa multitud
Tito y María se apretujaron tratando de divisar lo mejor
posible a Fidel, a quien se oía claramente a causa de los
potentes parlantes. Fidel anunciaba la ayuda a la lucha del
pueblo angoleño, invadido por la Sudáfrica del apartheid. El
discurso se hizo largo y ambos decidieron hacer un hueco en
la masa humana para sentarse en el piso. Cuando Fidel
terminó se pararon para aplaudir a rabiar, como lo hacían
todos los presentes. De vuelta en su fábrica residencial María
quiso saber detalles del incidente con el cocinero, pero Tito se
limitó a decir que el otro había cedido a la amenaza porque
debía sospechar que aquellos argentinos no eran gente
cualquiera y que meterse con uno de ellos debía acarrear
problemas muy severos con la Seguridad del Estado. Y agregó
que pensaba ofrecerse como voluntario para ir a Angola, cosa
que ella también se dispuso a hacer en el acto. Él llegó a
redactar una breve carta dirigida a los responsables cubanos,
y poco después recibieron la respuesta de que la demanda no
se podría atender pues Cuba había decidido que no llevaría
gente blanca a Angola, por motivos evidentes. Años después
María se enteraría de que el principal jefe de las tropas cubanas
en Angola, y algunos de sus solados, eran blancos.
Un día María recibió la orden de dar una mano, junto
a otras compañeras, en un taller de carpintería. Allí y casi de
inmediato fabricó la silla que tanto deseaba, y que Tito
bautizó silla de astronauta, pues tenía un asiento y un respaldo
tan inclinados que era imposible ocuparla y al mismo tiempo
apoyar los pies en el piso. Mucho mejor le quedó un cofre con
maderas incrustadas, que usó para guardar sus contados
enseres de belleza. Pero pronto se le encargó otra tarea, en la
misma fábrica donde residía. Sería la ayudante de don Parra,
encargado de apoyar a los ingenieros rusos en la tarea de
poner las dos máquinas otra vez en funcionamiento para

40
María y cartas a Sirio Lorenzo

volver a producir tubos. María cargaría las herramientas, pues


Parra era diminuto; tenía la tez muy blanca y ojos
profundamente azules. Pronto adoptó a María como a una
hija, aunque le hacía picardías, como aquella vez en la que la
encerró en un galpón semiabandonado de la fábrica, donde
había muchos murciélagos. María aguantó el susto como
pudo, y salió muy aliviada del encierro, cuando Parra se dignó
a abrirle la puerta. La amistad con Parra se extendió a Tito y
a una docena de compañeros. Y como el hombre vivía a una
cuadra de la fábrica por el lado de su fondo, gustosos
aceptaron su invitación para ver la TV que su residencia no
tenía, y para saborear los cafés preparados por doña Hilda, la
segunda esposa de Parra. Ella les contó ya en la primera visita
que Parra había hecho parte del Pelotón Suicida de una
Columna guerrillera de la Sierra Maestra; y aclaró que para esa
sección reclutaban a gente baja, que podía ocultarse y esquivar
las balas más fácilmente, pero que ello no le había evitado a
su marido una bala que aún tenía alojada en el cráneo, sin que
le causara molestias. Después de la Revolución Parra había
participado como tanquista de la batalla victoriosa de Playa
Girón, que derrotó una invasión mercenaria armada y dirigida
por los EEUU. Y después había sido afectado a aquella
fábrica, próxima a su casa. No integraba el Partido Comunista
porque no quería estudiar. María se encariño por la pareja y
trató de manejar con tacto a su terrible hija de cinco años, que
cada vez que sus padres no estaban presentes en la pequeña
sala de estar, apagaba la TV, para calentura de los argentinos
que acompañaban lo mejor de una película. Pero Parra,
nostálgico de épocas recientes, nunca se perdía una serie
polaca intitulada “Tres tanquistas y un perro”; estoicamente
soportaba el horrible doblaje que mostraba personajes con la
boca cerrada mientras se oían sus voces, y personajes
hablando, cuando ningún sonido era audible. Ahora bien,
todos disfrutaron por igual de la serie “Diecisiete instantes de

41
Sirio López Velasco

una primavera” cuyo final Parra aseguró que los soviéticos


cambiarían, pues muchos cubanos se habían quejado de un
desenlace confuso y algo pesimista.
Entre los trabajos de ayudantía a Parra y las sesiones
de TV en su casa se intercalaron idas de un par de fines de
semana por mes, con más de media hora de ómnibus, hasta el
centro de La Habana; ese trayecto podía duplicar o aún
triplicar su duración cuando, como decían los cubanos, a Tito
y María los cogía la confronta, o sea , cuando no combinaban
uno con el otro los horarios de los dos ómnibus que debían
tomar para llegar a destino. En el centro la rutina se repetía.
Primero una pieza de pollo frito con chips, luego el cine Yara,
y por último los helados de la vecina Coppelia (tan famosos
que se decía que Allende se los había hecho llevar a Santiago).
Una o dos de esas salidas podrían sustituirse o bien por una
ida al restaurante Las Ruinas del Parque Lenin, donde se
comía un inigualable pollo deshuesado y relleno con jamón, o
una ida a la pizzería del Cotorro (que frecuentemente no
atendía pues sufría una interrupción en el abastecimiento de
agua potable), y, más raramente por una ida a un baile en un
ex selecto club marítimo de Marianao donde se tomaban
cervezas en vasos de cartón de un litro (que por cierto, Tito,
abstemio, nunca cambió por su malta). En esos bailes María
se divirtió poco y mal, porque a Tito no le gustaba bailar y lo
hacía obligado, al tiempo en que se negaba por puros y
explícitos celos a aceptar que ella pudiera bailar con otro. Mas
para satisfacer la pasión de Tito por la malta y el gusto de
María por la cerveza, fueron invitados a ayudar un par de días
en la cercana cervecería “Guido Pérez”, en labores diversas y
no especializadas. Como mandaba el socialismo, los
trabajadores permanentes e invitados tenían a su disposición
en cada intervalo, un par de enormes heladeras en las que
podían servirse a gusto cerveza o malta. Pero María vivió la
confirmación del refrán que reza que lo bueno dura poco.

42
María y cartas a Sirio Lorenzo

En ese tiempo estrechó aún más la amistad con


Mariana, y como ésta no había terminado la Secundaria, la
acompañó hasta la sede de la Facultad Obrero-Campesina que
había en el Cotorro, para que allí obtuviese el diploma
equivalente al del Liceo. Su sorpresa fue grande cuando le
pidieron que oficiase como ayudante de un profesor. Aclaró
que nunca había dado clases pero la advertencia no surtió el
efecto esperado. Al contrario, en las semanas siguientes era
solicitada para dar las más diversas aulas, según el profesor
que estuviera imposibilitado de ofrecerlas a sus alumnos; y así
desfilaron desde asuntos de Historia hasta problemas
matemáticos, que María preparaba con nerviosismo pues las
ecuaciones nunca habían sido de su agrado. También con
Mariana decidieron ayudar a Parra a procesar el poco maíz que
había sembrado en un terreno cercano, y muchas horas les
llevó la preparación de tamales que, una vez hechos, no
estuvieron a la altura de sus expectativas. Por el contrario sí
las colmó, y especialmente a María, que insumió varias horas
en dar cuenta del manjar, una enorme ollada de cangrejos que
Parra había conseguido con un amigo que a veces lo
acompañaba en escapadas de pesquería. Entusiasmada con
aquellos mariscos María aceptó gustosa acompañar a Tito y a
otros tres compañeros a una excursión de pesca al puerto de
Batabanó. Allí se instalaron cuando caía la tarde en un muelle
contiguo a aquel donde atracaba el ferry que hacía la ligazón
con la Isla de la Juventud, antes llamada Isla de Pinos.
Mientras los hombres preparaban los aparejos, María se
zambulló con ganas en las aguas transparentes y nadó mar
adentro por unas cuantas decenas de metros. Cuando los
primeros anzuelos estuvieron preparados le pidieron que los
llevara nadando lo más lejos que pudiera. Y ella cumplió la
tarea, para volver respirando agitada por el esfuerzo. La noche
cayó y llegó una camioneta con cuatro cubanos. Los
compañeros no habían pescado nada, a no ser un sábalo de

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Sirio López Velasco

unos cuatro kilos que quedó abandonado a la espera de algo


mayor. Los cubanos sacaron dos latones con trozos de
pescado fresco y prepararon anzuelos sostenidos por líneas de
nylon que culminaban en un metro de alambre. Poco después
de que lanzaron sus aparejos al agua María vio cómo muchas
rayas verdosas surcaban aquella parte del mar, desplazándose
en varias direcciones. Los cubanos dijeron que se trataba de
tiburones y que habían venido a buscarlos. María no pudo
contener un estremecimiento al pensar que poco tiempo antes
había nadado muy despreocupada en aquellas aguas. Los
cubanos no demoraron en sacar un tiburón de un metro y
medio, que sobre el muelle se retorcía furioso tratando de
morder la línea y todo lo que se aproximase; uno de los
cubanos lo remató a cuchilladas. Y poco después llevaron el
mismo fin otra decena de tiburones. Los compañeros les
pidieron y obtuvieron un poco de aquella carnada, que resultó
ser macarela, el mismo pescado cuyos restos una fábrica
cercana de conservas echaba al mar, y había cebado con el
tiempo a aquellos tiburones. A dos de los anzuelos, imitando
a los cubanos, lograron armarlos con extremos de alambre.
Antes de que uno de los cubanos pescase el penúltimo
tiburón, la línea de un compañero empezó a moverse al
mismo tiempo que la de otro de los cubanos. Cuando tiraron
de sus respectivos aparejos, comprobaron que arrastraban el
mismo animal, que era pesado. Por suerte para quienes
acompañaban a María, a poca distancia del muelle la línea del
cubano se reventó. Los cubanos prestaron el largo y fuerte
bichero que cargaban y dos compañeros sacaron del agua una
raya que debía pesar fácilmente más de treinta kilos. Mientras
subía al muelle María vio que perdía algunas rayitas que
nadaron presurosas hacia debajo de la superficie; ya en el
muelle un compañero recogió dos de esas rayitas para
devolverlas al mar. La fiesta fue grande. Los cubanos
recogieron sus cosas y se fueron cuando la madrugada se puso

44
María y cartas a Sirio Lorenzo

fría. María y los suyos se aguantaron frotándose las manos y


haciendo una pequeña hoguera algo retirada del agua, para no
ahuyentar a los peces. Una hora después uno de los anzuelos
sostenidos por una punta de alambre fisgó otra presa pesada;
resultó ser un tiburón. Y no hubo más pesca; todo indicaba
que los cubanos sabían el período exacto en que allí se podía
pescar con éxito. La mañana los sorprendió ateridos y con
ganas de volver al Cotorro. Tomaron el primer ómnibus
disponible y fueron recibidos con muestras de admiración.
Regalaron el tiburón a Parra, y María, Mariana y otras
voluntarias prepararon con la raya un guiso que dio comida a
una treintena de personas, entre compañeros y cubanos.
Hacía un tiempo que Tito había manifestado a la
Dirección de su fracción en la Isla que, dado que se habían
comprometido a quedarse allí un tiempo para luego volver al
combate en su país, había llegado el momento de dejar Cuba.
Un día llegó uno de aquellos responsables a la fábrica y dijo
que María haría parte del primer grupo que dejaría el país. Al
mismo tiempo Tito era invitado a hacerse la foto del
pasaporte que le permitía salir. Llegó el día en el que un
ómnibus vino a llevar a María y a un pequeño grupo al
aeropuerto, y el pasaporte de Tito no había quedado pronto.
Con sorpresa se enteraron de que el destino intermediario
sería París, y que desde allí dependerían de la ayuda de los
compañeros para volver a Uruguay, o por lo menos acercarse
hasta la costa bonaerense. Casi sin tiempo para despedirse,
María quedó de ir a esperar a Tito todos los domingos al
mediodía al Panteón. Las películas y los relatos de Tito tras su
fugaz pasaje por la capital francesa la habían instruido acerca
de los principales puntos turísticos de aquella ciudad, y e
l Panteón no le era desconocido. Se besaron
apresuradamente cuando el ómnibus ya arrancaba. Tito la vio
partir con una mirada inundada de tristeza.

45
Sirio López Velasco

María salió en un vuelo acompañada por Aniceto y su


compañera, con quienes había convivido todo el tiempo en la
fábrica de tubos. El avión de Aeroflot los dejó en Bucarest.
No pasaron por los trámites migratorios normales, y un
pequeño ómnibus los llevó hasta un gran cuartel, donde una
media docena de compañeros ya estaban establecidos hacía
dos días. María aprovechó el trayecto para absorber la belleza
de aquella capital partida en dos, a caballo sobre el Danubio.
En el cuartel la principal atracción resultó ser un suculento
borsh que calentaba hasta las ideas. Dos días después otro
vehículo devolvió a María, a Aniceto y a su compañera al
aeropuerto. El destino era ahora París. Cuando bajaron en
Charles de Gaulle, María descubrió con sorpresa que Aniceto
no había recibido la dirección que le habían prometido. Lo
que significaba que no tenían donde dormir, y cada uno de los
tres tenía cincuenta dólares en el bolsillo. Aniceto propuso
que tomaran el ómnibus que los dejaría en el centro, pues
confiaba en toparse con algún compañero en los lugares más
frecuentados. Se bajaron en la terminal de Les Invalides y
Aniceto ponderó que aquel era un lugar demasiado abierto.
Un metro los llevó hasta el Jardín de Luxemburgo. Eligieron
el hotel cercano que les pareció más barato, y que tuviera una
habitación provista de una cama de matrimonio y otra chica.
Aniceto dejó a las dos mujeres para alejarse lo menos posible
a los efectos de comprar comida. Volvió con una gran
baguette, un litro de leche y unas lonjas de jamón y de queso.
Comieron y la noche llegó. Durmieron inquietos y
despertándose varias veces. A la mañana siguiente comieron
las sobras de la cena y se apostaron en el Jardín. Las horas
pasaron y a pesar del denso vaivén de personas no vieron a
ningún compañero. Se negaron a abandonar el lugar de espera
y comieron como almuerzo y en uno de sus bancos lo mismo
que habían cenado la noche anterior. La tarde murió
lentamente y volvió la noche. Nadie había aparecido.

46
María y cartas a Sirio Lorenzo

Volvieron al hotel y comieron las sobras del almuerzo.


Calcularon que no les quedaba dinero suficiente para quedarse
otra noche allí, si querían guardar lo mínimo necesario para
comer otro día, sin necesidad de mendigar. Esa noche María,
que no dormía, sintió cómo la pareja hablaba bajito, atacada
también por el insomnio. De mañana temprano rehicieron las
valijas, compraron al pasar los mismos ingredientes
alimenticios de costumbre y se instalaron en el jardín. La
mañana avanzaba cuando Aniceto pateó la valija que tenía
delante de él y salió corriendo como un rayo. Las mujeres lo
miraron hacer tomadas de espanto. Pero pocos minutos
después sonrieron, se abrazaron y se besaron cuando lo vieron
volver con una cara conocida. El compañero se disculpó
diciendo que había un malentendido, pero los tres creyeron
descubrir en su mirada una señal mentirosa. Mas la alegría
desbordante evitaba cualquier reproche, y María acompañó a
los tres hasta el metro más próximo y desde allí hasta una
estación de trenes de cercanías. El anfitrión, tratando de
redimirse, dijo que él pagaría todos los boletos. Vieron desfilar
parte de la periferia de París que bordea el Sena, y al cabo de
media hora bajaron en Grigny Centre. En el quinto piso de
una de las modernas y empinadas torres una compañera les
abrió la puerta. Le contaron nerviosamente sus aventuras y
ella los invitó, maternal, a ducharse y a comer algo como Dios
manda. María disfrutó de la ducha como no lo hacía desde
que dejó a su madre. Se perfumó con lo que encontró en el
baño y se sentó a la mesa junto a sus acompañantes, a los que
en ese lapso también se había sumado el dueño de casa.
De golpe sintió la falta de Tito. Los dueños de casa
nada sabía sobre futuras llegadas de gente. Después de la
comida María ayudó a la dueña de casa a lavar los platos.
Mientras lo hacían la compañera le dijo que al llegar había
recibido varias mudas de ropa usada de amigos franceses y
que sin duda alguna de ellas le quedaría bien. En el ropero de

47
Sirio López Velasco

la pareja María eligió una pollera negra y una blusa de igual


color y de mangas largas. Se miró al espejo y se vio elegante
como una viuda. Dijo que se quedaría con aquel conjunto. La
compañera dijo que podría elegir otra muda y entonces optó
por una blusa blanca y una falda azul. La falda le pareció algo
apretada y se quedó sólo con la blusa. Cuando terminó de
probarse la ropa la compañera la invitó a participar de la
fabricación de carteras de cuero que les permitía sustentarse;
ellos las armaban a partir de las piezas que venían cortadas, y
se las pasaban a compañeros que las vendían en cualquier
esquina. María aceptó gustosa, y al día siguiente ya puso
manos a la obra. Se despidió de Aniceto y su compañera, que
se alojarían en casa de otros anfitriones. El armado de carteras
era más fácil de lo que hubiera imaginado, pues bastaba
trenzar dos tiras de cuero en los agujeros que los dueños de
casa perforaban, y luego dar el remate con sendos nudos. Otra
tira de cuero servía de sostén para colgarse la cartera al
hombro. Al cabo de una semana ejecutaba aquella actividad
automáticamente, mientras no dejaba de pensar en Tito. Y el
segundo fin de semana le dijo a los dueños de casa que era
hora de ir a esperar al Panteón. Ambos la acompañaron en el
tren y el metro, y tuvieron que convencerla para que
abandonara el lugar cuando el reloj ya pasaba de las tres de la
tarde. Esa semana llegó la noticia que la Dirección de Buenos
Aires se mudaba hacia Europa, pues la situación allí se hacía
insostenible; varios compañeros habían sido asesinados, o
habían desaparecido, o habían sido detenidos y llevados con
destino desconocido. A María el sueño de Uruguay, o por lo
menos de la Argentina se le desmoronó en un segundo. El
próximo domingo fue y volvió sola y decepcionada al y del
Panteón, tras intentar consolarse caminando largamente al
lado del Sena. Entonces apareció Alejandro, que esperaba a
su compañera que todavía permanecía en Cuba, y la invitó a
mudarse al apartamento situado a los pies de Montmartre,

48
María y cartas a Sirio Lorenzo

donde podría continuar con el armado de carteras y conseguir


alguna otra fuente de ingresos. Allí él compartía residencia con
otro compañero que, como él, se ganaba la vida repartiendo
propaganda impresa en casas y edificios de varios barrios;
pero ese compañero dejaría la pequeña cama del living vacía
para que allí se instalase María, mientras él se mudaba
provisoriamente a otro lugar. Le aclaró que para obtener
aquel contrato publicitario ya había pedido el estatus de
refugiado político de la ONU, como lo habían hecho varios
de los compañeros que conocía. María replicó que no quería
tomar ninguna decisión a ese respecto mientras no llegara
Tito. Pero aceptó mudarse al apartamento de Alejandro, pues
allí estaría más cerca del Panteón. El apartamento se situaba
en el quinto y último piso, sin ascensor, de Cyrano de Bergerac
número 5. Enfrente lucía el gran y negro portón de un galpón
de Pathé Cinema, y a pocos metros de la puerta de entrada
una escalera se empinaba hacia la parte bohemia de
Montmartre. Allí siguió haciendo carteras hasta que
Alejandro le trajo dos informaciones. Una señora de edad
quería a una mujer joven para que le limpiara la casa, y una
Mairie (una especie de Intendencia de uno de los distritos de
la capital) ofrecía un curso pago de francés para extranjeros
que tuvieran el estatus de refugiado político. Aclaró que este
último le permitiría ayudar en el pago del alquiler del
apartamento. María casi no durmió pensando en Tito y en las
dos ofertas. Mientras tomaba el café con Alejandro y el otro
compañero María las aceptó. Alejandro la acompañó primero
a la Mairie y luego a la casa de la señora. En la primera dio su
nombre verdadero y dijo que había perdido o le habían
robado todos los documentos. El funcionario puso mala cara,
pero la registró en el curso y le indicó la fecha en la que podría
recibir la primera quincena de gratificación. A su vez la señora
le pidió que empezase cuanto antes, y se pusieron de acuerdo
para que la limpieza no interfiriera con los horarios del curso.

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Sirio López Velasco

En éste María descubrió con sorpresa que prácticamente


todos sus condiscípulos eran vietnamitas que huían del
comunismo como de la peste. En varios de aquellos hombres
menudos creyó detectar gestos militares que delataban a
recientes colaboradores de los norteamericanos. Las clases se
le hicieron insufribles con tal compañía, pero las aprovechó
lo mejor que pudo, y su comunicación oral, reforzada por los
vagos recuerdos de lo aprendido en el Liceo, era mejor que la
del mejor de los Tarzanes. Cuando hizo esa comparación
recordó con cariño a Tito, que la usaba con relativa frecuencia.
En la casa de la señora encontró la cocina siempre limpia y
adivinó que casi no era usada. Pero la bañera tenía una costra
marrón que indicaba hasta dónde había subido el agua en el
ultimo baño. Fregarla le insumió un buen rato. La pulcritud
volvía en el living amueblado con piezas antiguas y alfombras
donde los pies se hundían. Mientras María le pasaba
meticulosamente el paño a cada uno de los cuadros que
pendían de la pared más extensa, vio de soslayo una escena
sin par; la señora, sentada en un sofá, hacía como que leía el
diario, pero a la altura de los ojos había abierto un buen
agujero para ver lo que hacía su flamante empleada. María no
pudo contener una sonrisa y se empeñó aún más en la tarea.
La señora le pagó la jornada con aire satisfecho y le marcó la
próxima visita para la semana venidera. Dos meses pasaron
entre curso de francés y limpieza, y no había noticias de Tito.
María trataba de esconder la tristeza admirando las bellezas de
Notre Dame, del Louvre (los domingos, cuando era gratis y al
volver del Panteón) y de la explanada del Museo del Hombre
que daba una amplia visión sobre la Torre Eiffel. A los pies
de la Torre llegó sólo un vez pues aquel armatoste metálico
mucho más alto de lo que lo había imaginado, le provocaba
un no se qué de miedo y mal presentimiento. Se dijo que otro
gallo cantaría si Tito la acompañase hasta la cima, donde le
había comprado el perrito de vidrio.

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María y cartas a Sirio Lorenzo

Un día el curso bimensual de francés se acabó. Y al


otro día estaba María pensando en el apartamento sobre qué
haría de allí en adelante, cuando irrumpió Alejandro con la
cara radiante. Sin tomar aliento le dijo que Tito había llegado
al apartamento de Grigny y que le había dicho que en un
máximo de una semana su compañera estaría en París. María
casi se olvidó de agarrar la cartera y salió en disparada. Su
corazón iba mucho más rápido que el metro y después el tren.
Sacó su espejito de tocador y verificó que su rostro lucía
lozano. Antes de bajar se acomodó maquinalmente el pelo y
se arregló la falda y la blusa negras. Ni las medias del mismo
color negro de los zapatos escaparon a su revisión. El
ascensor demoró un siglo para llegar. Y cuando la puerta se
abrió se olvidó de saludar a la dueña de casa, precipitándose
en el living. Tito se paró de la silla que ocupaba al lado de la
mesa y la estrujó hasta asfixiarla, mientras le cubría de besos
el rostro y la boca. La dueña de casa decidió que tenían mucho
que decirse y los llevó hasta su cuarto de matrimonio. Los dos
se sonrojaron y entonces María vio a Tito muy bronceado. La
dueña de casa cerró la puerta a sus espaldas. Mientras se
desvestían casi arrancándose la ropa, Tito le dijo que estaba
blanca y hermosa como una estatua griega. Y el amor los
consumió por varias horas. Después ella se bañó y fue a
departir con los dueños de casa, mientras Tito dormía como
un lirón. Anochecía cuando María y Tito llegaron con la
pequeña valija roja metálica de éste al apartamento de
Alejandro. Éste los obligó a aceptar el único cuarto
disponible, mientras él dormiría en el living-cocina-comedor.
En dos reuniones consecutivas un miembro de la
Dirección que había llegado desde Buenos Aires insistió en
que las órdenes para quienes aún no se habían refugiado en
Francia eran irse a Suecia. Y aclaró que quienes ya estuvieran
refugiados podrían ser llamados desde Suecia legalmente
usando la figura de la reunificación familiar. Ese compañero

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Sirio López Velasco

invitó a María y Tito a que se quedaran esa noche en su


apartamento, para poder hablar más con ellos. Durante la
cena les cantó todas las bondades de Suecia, pero la pareja aún
dudaba. Cuando llegó la hora de dormir quedó claro que el
único lugar disponible era el estrecho corredor que unía la
puerta de entrada con el ambiente que constituía todo el
pequeño apartamento con excepción del dormitorio ocupado
por el dueño de casa, su compañera y una niña que era hija de
ésta; pero en aquel ambiente dormía un compañero, mientras
otro se apretaba en una especie de box con ducha tapado por
una cortina. María se enteró que el water estaba fuera del
apartamento al fin de un corredor, y se resignó a apretarse en
el espacio disponible. Allí pusieron un colchón de una plaza
que cupo con los bordes doblados, y ella y Tito sólo lograron
acomodarse cuando ambos se dispusieron de lado y uno
agarraba por la cintura al otro, pues el espacio no era suficiente
ni para que los dos quedaran boca arriba simultáneamente.
Entre risas compadecieron a las pobres sardinas y antes de
dormirse ponderaron otra vez que la ida a Suecia no los
convencía. Al otro día y tras desperezarse como gatos
comunicaron su indecisión al dueño de casa y volvieron al
apartamento de Alejandro. Sobre la mesa encontraron un
telegrama donde la madre de María anunciaba el día y hora de
su próxima llegada a París, para festejar en familia la Navidad.
María no contuvo las lágrimas acompañadas de risas y besos
al telegrama.
Llegó el día y un compañero que tenía auto los llevó
hasta el aeropuerto. En el trayecto les contó que se arrepentía
de lo que había gastado para traerse desde Buenos Aires un
juego de muebles que en París se podía encontrar abandonado
en una esquina los días marcados para el descarte de ese tipo
de sobrantes. María miró cada vez con más impaciencia el
panel y el reloj en la sala de espera. El vuelo llegó. Muchos
pasajeros salieron y se unían alborozados a quienes los

52
María y cartas a Sirio Lorenzo

esperaban. Cuando el flujo se transformó en cuentagotas


María confirmó con uno de los que salía el número de vuelo.
Y era el esperado, proveniente de Madrid. Nadie más salió y
María traspuso el portón para verificar antes de que un
funcionario le impidiera ir más adelante, que nadie se acercaba
desde los tubos conectados a los aviones. Volvió con cara de
desconcierto a refugiarse en brazos de Tito. Éste intentó
calmarla argumentando que quizá había habido un cambio de
última hora y que un telegrama lo explicaría todo. María quería
aceptar aquella posibilidad pero su inquietud iba en aumento.
En el trayecto de vuelta hacia el apartamento el compañero
que los llevaba intentó distraer a María con historias cómicas
de algunos compañeros recién llegados. Por ejemplo la de
aquel bigotudo muy serio que por medidas de seguridad salió
unos metros por delante de su compañera y cuando pasaba
ante un policía en la sala de espera del aeropuerto, vio como
se le abría la valija y cómo caían al piso dos soutienes, dos
bombachas y otras tantas medias femeninas; el policía lo miró
con pena, y mientras volvía a guardar apresuradamente las
cosas en la valija el compañero cayó en la cuenta de que al
retirarlas había cambiado su valija con la de su compañera,
pues eran iguales. Pero María guardó silencio hasta bajarse en
Cyrano de Bergerac. Ya pasaba de medianoche cuando
terminaban el café pos-cena y se preguntaban por lo que le
habría sucedido a la madre de María, cuando golpearon a la
puerta. Del otro lado se oyó la voz de la recién mentada.
María corrió a abrir y se fundió en un abrazo interminable con
su madre. Ella, entre tímida y cansada agradeció al taxista que
a su lado cargaba sus dos valijas. Poco después mientras
tomaba un té explicó que había perdido la conexión en
Madrid, pero le habían conseguido otro vuelo casi de
inmediato, al tiempo en que Alejandro le advertía que había
sacado la lotería con el taxista porque esa era una clase que no
gozaba de buena reputación en París, por los precios

53
Sirio López Velasco

exorbitantes que cobraban a los turistas desavisados y por lo


mal que los trataban. Esa noche María y su madre durmieron
en la cama de matrimonio y Tito y Alejandro se apretaron en
el living. Al otro día, mientras Alejandro anunciaba su
mudanza provisoria a otro lugar, la madre de María dijo que
debía llevar a Suecia una de las dos valijas que traía para
entregársela a la hermana de una presa política que se había
refugiado allí, y casi al pasar informó que ya se había recibido
de médica y atendía sobre todo a señoras de edad.
La madre de María empezó gastando su dinero
comprando ostras y otras delicias que en el apartamento, a
falta de heladera, había que dejar del lado de afuera del balcón.
E invitó a la pareja a comer en algún lugar del Barrio Latino,
que había conocido casi veinte años antes en compañía de su
marido. Antes de llegar a destino pasaron por los Champs
Elysées en una de cuyas tiendas repletas Tito guardó debajo
de su gabán sendas botellas de champagne Moet Chandon.
Después buscaron en el barrio de los estudiantes un lugar para
cenar y la madre de María optó por un restaurant griego. La
buena compañía que se brindó el trío en la alegría del
reencuentro suplió con creces la decepción del arroz frío y
soso que recibieron a cambio de un precio exagerado. Al
volver al apartamento se sentaron en el colchón grande que
hacía de cama en el dormitorio, y mientras cantaban en voz
baja tangos, boleros y canciones brasileñas a medio saber,
descorcharon una de las botellas recién adquiridas a tan buen
precio.
A los pocos días en una nueva reunión un compañero
recién llegado de Leuven convenció a María y Tito que su
destino estaba en Bélgica, pues allí se podía estudiar con una
módica pero suficiente ayuda de refugiado político.
La madre de María partió hacia Suecia, y no la verían
en los próximos meses, pues tras aquel viaje iría a encontrarse

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María y cartas a Sirio Lorenzo

con su hijo en Nicaragua. Antes de irse les comentó que al


volver a Uruguay iniciaría la especialización en Geriatría.
Tito partió en calidad de explorador, mientras María
averiguaba los trámites para unirse a él luego de que se
refugiara en Bélgica. A los pocos días volvió confirmando los
dichos del compañero que los había invitado. Y retronó de
inmediato para pedir refugio. María aguardó algo más de un
mes hasta que fue oficialmente llamada desde Bélgica. En ese
tiempo retomó la actividad de confección de carteras, y
prosiguió haciendo la limpieza en la casa de la señora, que
nunca había interrumpido. Y sistematizó algunas impresiones
que había tenido sobre la “otra cara” de París. Por ejemplo,
tuvo la certeza de que el alegre “Bonjour, Madame” que
escuchaba cada vez que entraba a la panadería no era más que
una hipócrita fórmula mecanizada, y que a la dueña o
dependiente no le interesaba un corno ni el estado del día ni
la suerte de la persona que tenía enfrente. Registró a través de
la ventanilla de los ómnibus o en los trayectos que hacía a pie
cómo los trabajos menos calificados y más pesados, como el
de barrendero, eran ejercidos por gentes de piel oscura que
seguramente habían nacido lejos de Francia, o por lo menos,
de la metrópolis, como llamaban allí a la Francia continental-
europea, para distinguirla de las posesiones francesas situadas
más allá del océano. Y esa realidad era confirmada por el
hecho de que después de las ocho de la noche la casi totalidad
de los pocos pasajeros que frecuentaban los vagones casi
vacíos del metro no eran totalmente blancos; señal de que para
ellos los horarios del trabajo legal o ilegal no se atenían a la
legislación supuestamente vigente. Tanto de día como de
noche entendió en el metro por qué París era la ciudad de los
perfumes, pues un sospechoso tufillo asaltaba la nariz a la
vuelta de cualquier curva, indicando que allí a la gente no le
gustaba mucho bañarse. Y constató el malhumor agresivo de
los parisinos ante cualquier extranjero que preguntase la

55
Sirio López Velasco

localización de alguna calle o que pronunciase mal alguna


palabra; en el primer caso a veces ni se detenían para dar una
explicación telegráfica, y en el segundo, bastaba una pequeña
diferencia de una letra o en la apertura de una vocal para que
el parisino se hiciera el que no había entendido, vejando al
pobre que le había dirigido la palabra. Muy diferentes eran los
marselleses y gentes del sur en general, que a veces se topaba
uno por ahí, pues con su gesticulación y su forma de hablar
con sílabas bien marcadas y vocales abiertas, parecían
españoles incursionando por París. También tuvo la certeza
de que detrás del romantismo de los músicos que alegraban
muchas paradas de metro y lugares frecuentados por turistas,
así como más allá del exotismo de la gente de todos los colores
que vendían en cualquier acera la artesanía más variada,
apenas se escondía un mundo de precariedad e incerteza, por
no decir de angustiante pobreza; como prueba bastaba
aumentar un poco las estrecheces que ella y otros compañeros
estaban viviendo, con el agravante de que ninguna de aquellas
gentes tenía el estatus de refugiado político y la poca ayuda
que ello podría significar. Contrariamente a toda la
propaganda de la vida nocturna que se le hacía desde las
películas a la “ciudad luz”, le tocó verificar más de una vez
que más allá de medianoche incluso los Champs Elysées eran
una soledad silenciosa, y que la agitación sólo se concentraba
en algunos pequeños focos del inmenso caracol parisino. Y
una y otra vez quedaba chocada con lo caro que era el costo
de vida en aquella ciudad, que obligaba a medir la cantidad de
pan que se compraba, y que hacía imposible al núcleo familiar
de un simple trabajador, más aún si éste era informal, recorrer
el Sena en uno de los numerosos barquitos turísticos.
Al fin recibió de Bélgica el documento oficial de la
reunificación familiar. Tito la recibió en la estación de
Bruxelles Midi y allí mismo hicieron la conexión para llegar en
menos de media hora a Leuven. Poco antes de llegar vio a la

56
María y cartas a Sirio Lorenzo

derecha la inmensa fábrica de Stella Artois, y su compañero le


confirmó que allí se tomaba muy buena cerveza. Al salir de la
estación vio un mar de bicicletas estacionadas, casi todas con
su tranca puesta; y le llamó la atención que todas tenían una
placa numerada, como la de los autos en todo el mundo. Tito
le aclaró que aquello era uno de los símbolos de esa ciudad
universitaria, en la que prácticamente todos los jóvenes se
locomovían en bicicleta; así quienes tomaban el tren hacia otra
ciudad, dejaban su bicicleta en la estación, y la recogían al
volver ese día o mucho tiempo después; a veces –agregó-
alguien tomaba una bicicleta que no tenía tranca para ir a otra
parte de la ciudad y al llegar a su destino dejaba abandonado
el vehículo; entonces si la Policía o el servicio municipal de
basura encontrase la bicicleta, el número de placa ayudaba a
encontrar a su dueño. De la estación tomaron hacia la
izquierda por una amplia avenida que antes había marcado el
emplazamiento de las murallas y hacía el contorno de aquella
parte de la ciudad. Altos árboles le daban sombra abundante.
Una docena de cuadras después doblaron hacia la derecha en
la calle de Namur, identificada por un cartelito que indicaba
“Namurstraat”. Tito le explicó que allí se hablaba flamenco, y
que desde 1968 muchos jóvenes se negaban a comunicarse en
francés, aunque su interlocutor no fuera un belga francófono,
sino un extranjero que no conociera otra lengua para entablar
contacto en aquel país oficialmente trilingüe, en el que una
pequeña región era de habla alemana. Doblaron otra vez en
la primera bocacalle que sólo se abría a la izquierda. La calle
era Sneppenberg, y en el número 7 se detuvieron. Tito tocó el
timbre y por el intercomunicador María oyó una voz de mujer.
La puerta se abrió y subieron al segundo piso. Dos
compañeras abrazaron a María, deseándole la bienvenida y
asegurándole que podría residir allí con Tito hasta que
consiguieran otro lugar para vivir. María agradeció
emocionada. Se acomodó con su compañero en el living que

57
Sirio López Velasco

tenía un ventanal sobre la parte trasera del edificio, mientras


las compañeras y sus respectivas parejas ocupaban ambos
dormitorios.
A la mañana siguiente Tito la presentó en el Hotel de
Ville a un simpático funcionario pelirrojo a quien los
compañeros le decían el Zanahoria. Él le tomó los datos para
el registro comunal oficial; le reiteró lo antes anunciado a Tito,
a saber, que si se matriculasen para cursar estudios
universitarios, él mismo podría gestionarles una pequeña
ayuda financiera y, quizá, el pago de un alquiler modesto.
María casi lo besó al oír esas palabras, pues las comparaba con
la dura vida de París. El Zanahoria agregó que ahora le cabía
a María registrarse en la sede del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados, en Bruselas, para
oficializar la reunificación familiar. Eso hicieron aquella
misma tarde, y en la ocasión, además de Tito, la acompañaba
otro pelirrojo que presidía la sección de Leuven de Amnesty
Internacional, quien los llevó en su moderno coche. María se
sorprendió de las muchas vías que tenía la autopista, de los
faroles que la jalonaban a pocos metros de distancia el uno del
otro, y del hecho de que toda aquella comodidad no tuviera la
contrapartida de los peajes. El dueño del auto explicó que
aquellos costos estaban incluidos en el impuesto anual que
debía pagarse por cada vehículo automotor, y de paso agregó
que aún por la TV había que pagar una tasa. En ACNUR el
trámite fue ágil y sin ningún contratiempo.
Los días siguientes Tito le fue mostrando los encantos
de Leuven. Más allá de la oficina donde los había atendido el
Zanahoria se erigía el edificio principal del Hotel de Ville, que
a María le trajo a la memoria algún castillo de hadas de los
que había visto pintados en sus libros de infancia. Enfrente
contrastaba la sobria mole de la catedral, cuyo interior, como
el de todos las de su especie, era sombrío y húmedo. A la
vuelta una pequeña plazoleta exhibía la estatua metálica de un

58
María y cartas a Sirio Lorenzo

joven de poca estatura cuyo cráneo no tenía tapa y que con


una mano vertía allí incesantemente un chorro de agua
interminable. María pensó que aquella era una muy ingeniosa
alegoría del estudiante, obligado a absorber conocimientos
permanentemente, sin garantías de que su cabeza hueca
pudiera algún día retenerlos. Tito se rió de aquella fulgurante
interpretación de la escultura. Y tanto en la plaza principal
como a lo largo y ancho de todo el paseo María disfrutó cada
detalle de las casas de ladrillos de tres pisos, empinadas y
terminadas en frontones de escaleritas y con ventanas de
vidrios divididos en pequeñas cuadrículas, adornadas por
coquetas cortinillas que alguna planta o maceta florida
alegraba, y que mostraban aquí o allí un detalle que rompía su
aparente monotonía. También en esos días María conoció los
dos grandes supermercados que poco distaban de su
residencia provisoria, y con las dos compañeras de
apartamento visitó algunas de las principales tiendas de la
ciudad, por pura curiosidad, porque el bolsillo no alcanzaba
para realizar ninguna compra.
Volviendo de una de esas salidas se encontró a
Mariana, que ahora había retomado su nombre verdadero, que
resultó ser Ana. La acompañaba Carlos, a quien Tito había
conocido en la militancia del MLN y con quien había anudado
una estrecha relación amistosa en Cuba. Los cuatro celebraron
con efusión aquel reencuentro. Carlos y Ana se alojarían en la
casa de un ex cura que había estado en Uruguay varios años y
que ahora vivía, casado con una belga, en la periferia de
Leuven. Todavía festejaban el encuentro cuando llegó Loren
y dijo que se ofrecía para llevar a María y Tito para hablar con
el Director del Grand Béguinage para ver si conseguían allí un
apartamento. María quiso saber los detalles de aquella
posibilidad y Loren se explicó, hablando fuerte y muy
animada. Ella, su marido y una hija de pocos meses vivían allí,
pues su marido estudiaba Sociología. El Grand Béguinage era

59
Sirio López Velasco

un recinto casi completamente cerrado que desde el siglo XIII


había sido un convento de las Beguinas. La última todavía
vivía hacía pocos años, pero aquel recinto había sido
transformado en residencia universitaria que concedía
derechos de estadía a quienes estudiaran en la Universidad
Católica de Lovaina. Lo dirigía un cura viejo y flamenco de
apellido Olislaguer. La situación se había complicado desde
1968 cuando aquella vieja ciudad flamenca quiso que los
francófonos se fueran a Comunas de su parte de Bélgica y la
Universidad se dividió en dos, habiéndose mudado la
Universidad que prefirió seguir hablando francés a Louvain-
la-Neuve. Por eso se suponía que difícilmente Olislaguer
concedería un apartamento a alguien que no estuviera
matriculado en la Universidad flamenca, que era la que había
permanecido en la ciudad. Pero Loren ponderó que quizá, así
como ellos habían tenido suerte, pues su marido estudiaba en
la Universidad francófona, también la tuvieran María y Tito.
Ambos se miraron y aceptaron, marcando la visita para la
mañana siguiente.
María guardó en una carpeta sus Certificados de
estudio en Uruguay, que su madre, previsora como siempre,
le había traído, sin que ella se lo pidiera. Le preguntó a Tito
cuándo recibiría los suyos y éste le dijo que los aguardaba muy
en breve pues el Correo era ágil y su familia ya los había
solicitado. Tocaron el timbre y era Loren. Bajaron menos de
una cuadra y en la esquina doblaron a la derecha. Iban
bordeando el añejo muro de ladrillos del Béguinage, que tenía
la altura de dos personas y el ancho de una muralla. A menos
de una cuadra después se abrió el portón principal del recinto.
Sólo la portezuela lateral estaba abierta. Pasaron por ella y
María descubrió un mundo medieval. La calle era empedrada
y a su izquierda se levantaba una gran iglesia gris. A la derecha
se abría una callejuela y Loren aclaró que ella vivía allí, no
muchos metros más adelante. Siguieron bajando otra cuadra,

60
María y cartas a Sirio Lorenzo

hasta ver la entrada principal de la iglesia. Aquella bocacalle se


abría en sendas callejas empedradas a ambos lados. Todas las
casas eran de ladrillo sin revocar, muy parecidas, con dos
pisos. Loren aclaró que muchas tenían un altillo que se usaba
como depósito, en el que se veían las gruesas vigas de madera
que aguantaban el techo de tejas rojas. Siguieron bajando por
la misma calle y cien metros después se abrió una especie de
pequeña plazoleta en la que una fuente, a todas luces
clausurada, lucía sus elegantes y poderosos adornos de
bronce. Loren se detuvo ante una casa situada del lado
izquierdo de la plazoleta y tocó el timbre. Una señora con
aspecto de religiosa pero sin vestir hábitos abrió. Loren dijo
que vivía allí y deseaba hablar con el Director. La mujer cerró
la puerta unos instantes y rápidamente volvió para abrirla.
Introdujo al trío en una ambiente sumido en la penumbra y a
los tres metros indicó una ancha puerta que estaba abierta. El
trío entró y Loren se adelantó unos pasos para darle la mano
al hombre delgado, vestido con traje y corbata grises, y lentes
de armazón leve con cristales de poco aumento. Loren hizo
las presentaciones y el hombre se refugió otra vez detrás del
pesado escritorio, indicándoles a los recién llegados tres sillas
que le hacían frente. Y extendió su cuello como para oír
mejor. Loren explicó que María y Tito, como ella y su marido,
eran refugiados políticos que se matricularían muy en breve
para cursar estudios, y que, como estaban apretados con otras
dos parejas en un apartamento de la calle Seneppenberg,
aspiraban a tener la suerte de conseguir un apartamento en el
Béguinage. Acto seguido María le puso en manos sus
Certificados de estudio uruguayos. El hombre los ojeó con
cierta curiosidad y preguntó por los de Tito. Éste le aclaró su
situación y le garantizó que apenas los recibiese se matricularía
en la Universidad. Olislaguer quiso entonces saber qué
estudios cursarían. María dijo que Lenguas y Tito que se
decantaba por las Ciencias Humanas, pero quería conocer los

61
Sirio López Velasco

respectivos programas para decidirse. La conversación


transcurría en francés, que el Director arrastraba con
inconfundible acento flamenco, y que el trío visitante, y sobre
todo Tito, arañaba intercalando palabras en castellano aquí y
allá. Olislaguer preguntó si hablaban inglés, y ante la respuesta
negativa comprendió en el acto que los recién llegados no
podrían frecuentar la Universidad flamenca. Dio por
terminada la entrevista, prometiendo una respuesta para el día
siguiente a aquella misma hora. Al levantarse María vio en el
patio interno, iluminado por el sol en aquellos momentos, un
gran astrolabio metálico que sin duda debía haber servido por
siglos y ahora era una muda estatua. Cuando salieron Loren
comentó que María y Tito tenían tres inconvenientes que
podrían ser decisivos, a saber, que no podrían estudiar en la
Universidad flamenca, que había una larga cola de estudiantes
flamencos esperando el privilegio de poder vivir en el recinto,
y que no eran legalmente casados; y agregó que le sorprendió
que el cura no preguntase por ese último detalle.
Esas veinticuatro horas transcurrieron con gran
expectativa, y las previsiones no eran optimistas. A la hora en
punto Tito y María golpearon la puerta del Director. La misma
señora entrada en años que los había recibido el día anterior,
les abrió la puerta. Pero esta vez los hizo pasar directamente.
En el sombrío despacho Olislaguer ni siquiera se molestó en
levantarse. Con un gesto los hizo sentar. Y sin preámbulos les
dijo que había arreglado con la Comuna de Leuven que la
misma pagaría el alquiler mientras la pareja no pudiera
hacerlo, y que les asignaba un apartamento, con el
compromiso de que en los próximos tres meses estuvieran
matriculados para cursar estudios. María y Tito no resistieron
el impulso de tomarse de las manos y besarse suavemente en
la boca. El Director cortó aquella escena llamando en alta voz
a su asistente. La pareja se curvó por sobre la mesa para
apretar la mano de Olislaguer y agradecerle su gesto repetidas

62
María y cartas a Sirio Lorenzo

veces. Olislaguer volvió a interrumpir el desborde de efusión


ordenando a la asistente que los llevara al número 62. La
señora, que era la misma que atendía la puerta, acató con un
simple gesto de la cabeza, y con otro invitó a la pareja a
seguirla. Ésta se retiró sin darle la espalda al Director, a quien
todavía dirigían agradecimientos con las manos. La señora
recogió de un tablero un gran manojo de llaves y salió a la
calle. Guió a la pareja por una calle que salía de la plazoleta de
la fuente y en la primer bocacalle dobló a la izquierda. Un
puentecito metálico cruzaba un curso de agua, que la señora
identificó como uno de los brazos del río Dyle. Haciendo una
parada encima del puente la señora mostró a la derecha, unos
cincuenta metros más allá de un frondoso sauce llorón, una
casa igual a las otras que se erigía aislada al lado del río. “Allí
es” – dijo. Y cruzó el puente, dobló a la derecha en la primera
esquina, y después de bordear por unos treinta metros dos
casas, entró por un portoncito casi invisible desde lejos, que
se abría a la derecha¸ rumbo al río. Tras el portón un estrecho
camino empedrado dejó a la derecha un cubículo cubierto
donde se veían dos buzones de tapas blancas y dos bicicletas
apoyadas en un soporte que tenía lugar para recibir a otras
dos. El caminito torcía en ángulo recto a la izquierda y
bordeando un muro de ladrillo descubierto y añejo de un
metro de altura que daba al río seguía recto hasta la puerta azul
de la casa del número 62. Como otras tenía algunos refuerzos
de barras de metal que se mostraban en la fachada. A la
izquierda un estrecho jardín ornado de tulipanes acompañaba
el camino, y poco antes de la puerta y a la izquierda un pozo
de agua desactivado lucía una tapa hormigonada. Lo limitaba
un muro de algo más de dos metros de altura. La mujer abrió
la puerta azul y de inmediato abrió otra que se abría a la
izquierda. Explicó que subiendo la escalera de madera que se
iniciaba allí mismo estaba el 62-2 donde vivía una pareja, y que
a ellos les tocaba el 62-1, en la planta baja. Un living de piso

63
Sirio López Velasco

de baldosas exhibía en la pared de la izquierda una estufa de


leña incrustada. Una mesa metálica y de cármica blanca estaba
rodeada por cuatro sillas del mismo material. Las iluminaban
dos ventanas altas y estrechas de vidrios cuadriculados
coloreados. A la derecha por una abertura sin puerta la guía
entró a un corredorcito que albergaba la cocina, reducida a un
armario adosado a la pared que tenía la pileta metálica, una
cocinilla eléctrica de dos hornallas, y arriba y adosado a la
pared el complemento de aquel armario que servía para
guardar vajilla y provisiones. El corredorcito de unos tres
metros de largo desembocaba en la puerta del baño. La señora
la abrió y se vio en un espacio apretado una bañera dotada de
una cortina plástica, un water y un lavabo. A la derecha de esa
puerta se abría la del cuarto. Allí había una cama de dos plazas,
un ropero de dos puertas y una silla. Una ventana alta y
estrecha daba al jardín, y otra, menor, permitía asomarse al río.
A pocos metros se abría el puente que sorteaba el río en la
calle empedrada que pasaba por fuera del Béguinage en aquel
lado del recinto. La señora puso en manos de María un par
de llaves en la mano, y se retiró. María y Tito se tiraron
vestidos en la cama, ya hecha, y revolcándose se besaban y
celebraban su suerte. De inmediato María volvió a la realidad
y dijo que deberían traer desde Sneppenberg sus pocas
pertenencias, y comprar algunos víveres para tener un
abastecimiento mínimo. Se levantó y comprobó que la
cocinilla funcionaba, así como la canilla de la pileta anexa, y
que lo mismo sucedía con los grifos de la bañera, del lavabo,
y la cadena del water. Hecho eso dijo que era hora de traer sus
dos valijas hasta su nuevo e inesperado nido paradisíaco.
Tito recibió su Certificado uruguayo de estudios y con
una media docena de compañeros y unos pocos desconocidos
se presentaron al examen de francés que habilitaba para
ingresar a la Universidad francófona; en el formulario
marcaron el Instituto de Lingüística y el de Filosofía, que eran

64
María y cartas a Sirio Lorenzo

dos de las pocas dependencias francófonas que aún quedaban


en Leuven. Una mañana estaban preparando el almuerzo
(Tito sólo pelaba alguna papa o cortaba un tomate, pues sus
habilidades no iban más allá de algún churrasco, un huevo
frito o un guiso de arroz) cuando llegó un compañero a decir
que iba a inscribirse en el Instituto Superior de Filosofía, y
preguntó si Tito quería acompañarlo para ese trámite. El
compañero de María pidió el folleto que el otro tenía en
manos y hojeó los programas del ISP. Acompañó a ese
compañero y cuando volvió le dijo a María que a la mañana
siguiente iría a inscribirse a ese Instituto. María le preguntó si
sus opciones no eran más bien la Sociología o la Economía,
pero Tito le dijo que la Filosofía lo ayudaría a repensar las
ideas que los habían llevado al compromiso político y al exilio.
Ya que la hora era de definiciones María le dijo que una
chilena la había tentado para inscribirse en el Instituto de
Traductorado Marie Haps. Tito le preguntó sorprendido
dónde quedaba eso. Y María lo informó que funcionaba en
Bruselas, pero que esa chilena tenía un viejo auto usado y que
la llevaría y traería si iban juntas a las clases. Tito aceptó no
del todo convencido, y a los dos días María volvió de Bruselas
inscrita en el Marie Haps. Con los documentos en manos
corrieron a mostrárselos al Director del Béguinage y al
Zanahoria. Los dos los ojearon con mucha satisfacción y
felicitaron a los dos jóvenes. El segundo les hizo rellenar el
formulario que les permitiría recibir una pequeña ayuda
económica, que se sumaría al alquiler que era directamente
pagado por la Comuna a Olislaguer.
Pasaron algunos meses y María se inquietaba porque
a pesar de que había dejado de tomar los anticonceptivos, no
quedaba embarazada. La angustia le aumentaba cada vez que
veía a Loren y a su pequeña hija. El inicio de las clases la
ayudó a distraerse. Tito, a su vez, iba y volvía caminando al
ISP, por lo que no gastaba ni un céntimo en transporte. Poco

65
Sirio López Velasco

después dos belgas vinculados a Amnesty les donaron dos


bicicletas usadas. Ellos, a su vez, salían los días de descarte de
muebles y afines a recorrer algunos rincones de Leuven para
ver si aparecía algo de su agrado. Así encontraron una lámpara
de pie, que vendría muy bien para iluminar la mesa del living,
donde estudiaban. Y también encontraron una vieja y grande
TV de tubos, que, milagrosamente, funcionaba a la
perfección; claro que era en blanco y negro, pues los belgas
las descartaban en provecho de las de color. Sus adquisiciones
se enriquecieron con el vaciado de una antigua residencia
estudiantil que, por haber sido lugar casi exclusivo de
francófonos, estaba siendo desafectada, por lo menos
provisoriamente. Era una casona de tres pisos en
Schapenstraat, la calle que pasaba frente al portón principal
del Béguinage, y se situaba a pocas cuadras del recinto
amurallado. María y Tito, que recibirían un dinerito por la
tarea, vieron con enorme tristeza que el vaciado incluía el
descarte por las ventanas superiores de roperos, camas,
cómodas y casi todos los enseres que hubiera en cada pieza.
Mientras procedían a aquella masacre separaron para su uso,
con autorización del responsable, un colchón de una plaza,
dos mesitas de luz de madera de ley cubiertas por mármol, y
una elegante mesita de patas retorcidas al estilo francés que
servía tanto para escritorio como para adorno del living,
soportando alguna maceta. En dos viajes vencieron las pocas
cuadras para llevarse esos objetos a su cueva.
Una tarde Tito dijo que la esperaría en la puerta del
ISP. Cruzaron la calle y compraron en la farmacia un test
rápido para detectar embarazos. El farmacéutico los miró con
ojos cómplices y apenados, al ver que ninguno de los dos lucía
la alianza de matrimonio. María se hizo el test y el resultado
fue positivo. Tito la abrazó furiosamente, y ella lo apartó un
poco pidiéndole que tuviera cuidado con su barriga. Al día
siguiente fueron al Hospital Sint Pieter y un bonachón médico

66
María y cartas a Sirio Lorenzo

flamenco examinó a María y dijo que había gran probabilidad


de embarazo, pero que volvieran un mes después para la
confirmación. Así lo hicieron y la confirmación fue definitiva:
María estaba embarazada. Ambos pensaron simultáneamente
en lo que cabía hacer por temor a la reacción de Olislaguer:
tendrían que casarse. Averiguaron los trámites y una tarde los
recibió el procurador del Rey en Leuven, que era quien podía
dispensar la publicación de los bandos prenupciales en
Uruguay. En el Hotel de Ville fueron llevados a una sección
que no conocían, e introducidos a un amplio despacho
protegido por espesas alfombras y en cuyas paredes colgaba
un par de centenarios tapices de Malines. Un hombre con cara
de ratón ni se levantó de atrás de su inmenso escritorio para
invitarlos a sentarse. Tito explicó a lo que venían, y María
reforzó el pedido. El hombre miró sus documentos y al ver el
primer apellido de María, dejó escapar en francés: “¡Pero
usted es judía, Madame!”. María trató de explicar que en
realidad tenía un abuelo judío no practicante, pero que tanto
él como su padre se habían casado en Uruguay con mujeres
que no eran judías. Al oír eso el otro insistió: “¡Pero usted es
judía!”. Entonces Tito intercedió para decir que estaban
pensando en un simple casamiento civil, ya que no podían
contar con la presencia de sus respectivas familias. María
corroboró la aclaración con un gesto. Entonces el cara de
ratón, a contragusto, estampó en el formulario la firma y el
sello aguardados. María agradeció y se levantó antes de que el
hombre se arrepintiera, y fue seguida de inmediato por Tito.
Se fueron sin darle la mano, aunque agradeciéndole de
palabra. Tiempo después María se enteró que para los judíos
la filiación se transmite por línea materna, por lo que, a la luz
de la ley judía, ella no era judía. En otra dependencia de la
Comuna rellenaron otros dos formularios para marcar el
casamiento. No supieron qué decir cuándo el funcionario
preguntó cuál sería el régimen de propiedad de los bienes. Tito

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Sirio López Velasco

bromeó diciendo a María que tendrán que discutir la


propiedad de la radio y del grabador, y marcaron la casilla de
la propiedad común. Cuando llegó el día sus testigos fueron
Carlos y Ana, el compañero que había llegado con María a
Paris, y una de las compañeras que la había recibido en
Sneppenberg 7. La ceremonia transcurrió toda en flamenco,
por lo que no entendieron nada; pero en los momentos en los
que la jueza les hizo la señal convenida ambos dijeron “ia”, y
el casamiento fue consumado. Les dijeron que la pesada mesa
usada para estampar las firmas había sido donada a la ciudad
por Napoleón; sus mármoles incrustados, de diversos colores,
eran espectaculares. La fiesta reunió a una docena de
compañeras y compañeros en el jardín de su casa en el
Béguinage. María y un par de compañeras habían preparado
delicias diversas que junto a la cerveza alegraron a los
invitados; Tito se atuvo a su refresco favorito. Y el resto del
día transcurrió como cualquier otro, pero con un amor
nocturno más suave que otros que lo habían precedido en los
meses anteriores.
Al volver de una clase Tito vio a María colgando ropa
al aire libre frente a la ventana del living en un día frío pero
soleado, y la barriga arredondeada se le salía por debajo de la
blusa. Ella sintió que aquel bebé era muy tranquilo, pues se
movía poco; ella no sentía ni grandes náuseas, ni mucho
menos vómitos, y conservó intacto su apetito. Y seguía
frecuentando las clases, sin ninguna interrupción. Pero
decidieron aprovechar el tiempo antes del nacimiento de su
primer hijo (no sabían y no querían saber su sexo) para visitar
con la mayor frecuencia posible a Carlos y Ana, que a la sazón
hacía varios meses que se habían mudado a Bruselas. Él había
conseguido un trabajo en OXFAM, que lo colmaba porque le
permitía juntar ropas y enseres útiles para diversos países del
Tercer Mundo, incluyendo a Uruguay. Ana a su vez eligió la
difícil profesión de cuidadora de ancianos, y hacía el trabajo a

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María y cartas a Sirio Lorenzo

domicilio, al estilo de una asistente social que ayudaba


rotativamente a los pacientes en sus tareas domésticas. En
aquel momento estaban viviendo en una casa cercana a la
estación de Midi, a la que las visitas llegaban caminado al
bajarse del tren. En una de aquellas visitas María acompañó a
Ana, que ya estaba en la etapa final de su embarazo, a darse
una vuelta por la Grand Place. Ana le comentó una vez más
cómo el magnetismo o algo vinculado a los hemisferios
terrestres podría tener algo que ver con la reproducción
humana, pues tanto en Uruguay como en Cuba le habían
asegurado más de una vez que ella nunca podría quedar
embazada. Y para celebrar el error de la Medicina, se
comieron sendas gigantescas copas de helado, que Ana pagó
de su salario. Mientras tanto Carlos le había confesado a Tito
que abrigaba la loca idea de comprarse un auto nuevecito,
pero de los más baratos, como lo eran los Lada soviéticos.
Agregó que lo malo era que no sabía manejar, pero Tito lo
calmó diciendo que él podría orientarlo, aunque tampoco
tenía la libreta de conducir. Así cuando Carlos compró el auto
después del almuerzo de los domingos Tito salió con él un par
de veces a manejar el flamante Lada blanco, que imitaba un
Fiat por fuera, pero cuya dirección era tan dura como la de un
tractor. Y el resto Carlos lo hizo con otros ayudantes, hasta
que dominó el arte de manejar completamente. Entonces, y
sólo entonces, sacó la correspondiente libreta. Mientras los
dos hombres hablaban sobre política y autos, María intimó
cada vez más su relación con Ana, al sabor de la preparación
de la comida, o del fregado y secado de la vajilla (que Carlos
compartía muchas veces por convicción, y Tito algunas por
obligación). Así pasó rápido el tiempo y nació Natalia, la
primogénita de Carlos y Ana. María se preparaba para su
turno, sin abandonar los estudios de traductorado.
Sorprendida y ofendida le comentó a su compañero que la
profesora que le daba más trabajo era la de español, pues tenía

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Sirio López Velasco

una estrecha visión castiza y se negaba a aceptar ningún giro


latinoamericano.
Terminaba un muy frío febrero cuando María sintió
los dolores que anunciaban el parto. Le insistió a Tito que
podrían ir caminando hasta el no muy lejano Sint Pieter, ya
que en Leuven nunca habían tomado un taxi. Tito se colgó al
hombro el bolso que María ya tenía preparado hacía semanas,
y a paso lento salieron del Béguinage y tomaron el camino más
corto que conducía al Hospital. Cuando llegaron por la
correspondiente puerta lateral, atendió a María un joven
doctor que tras un primer examen decretó que la dilatación
era mínima y que tenían que volverse a su casa, máxime que
la bolsa no se había roto. Para ser flamenco, hablaba
perfectamente el francés. Tito se negó rotundamente a volver
a casa, explicando que no tenían ningún coche a su
disposición. Y agregó que si fuera necesario se instalarían el
tiempo que hiciera falta en la sala de espera. María lo apoyó,
venciendo las molestias. Entonces el médico dijo que vería si
podía conseguirle una haabitación. En aquel momento
anochecía. Una media hora después apareció una enfermera
con una silla de ruedas y allí cargó a María. Tito las acompañó
hasta el segundo piso. La noche fue avanzando y otra
enfermera vino a hacerle masajes a María en las caderas,
pidiendo que se tendiera de uno y otro lado. María gemía
bajito. El doctor vino un par de veces y dijo que la dilatación
todavía era pequeña y que otro colega lo suplantaría en la
guardia nocturna. Bastante después de media noche, y en una
de las veces en las que la enfermera de los masajes se hizo
presente, Tito le pidió en voz baja que se quedase hasta su
vuelta, pues él necesitaba salir a tomar algo de aire. Se lo
explicó a María, y se zambulló en la bruma de la noche. Todo
era silencio. Pero al doblar una esquina cerca de la plaza del
Mercado, donde semanalmente se armaba la feria de verduras
y frutas que alguna vez había frecuentado con María, vio luz

70
María y cartas a Sirio Lorenzo

y percibió bullicio en un bar próximo. Cuando entró la niebla


del humo de los cigarrillos era mucho más densa que la de la
calle. Buscó un rincón del mostrador. Cuando pidió un
refresco el mozo lo miró con ojos de espanto. Encendió dos
cigarrillos uno atrás del otro. Y se fue tan callado como había
llegado, dejando atrás a los animados flamencos con su
enésima cerveza. Cuando volvió a la sala pequeña donde
estaba María la situación no había cambiado. Torpemente
sustituyó a la enfermera en los masajes de cadera. María le
sonrió con ojos hundidos. Tito se sintió culpable por el
sufrimiento que le hacía pasar, y ella le dijo que no hablara
tonterías. La mañana llegó y un tercer médico se hizo
presente. Dijo que la hora se aproximaba y que en breve le
reventaría la bolsa a María y le daría oxitocina, para ayudar en
las contracciones del útero, y así facilitar el nacimiento del
bebé. Poco antes de las diez de la mañana nació Carolina en
la sala de parto, adonde María y Tito habían sido conducidos.
Él sostenía a María por los hombros, y vio cuando aquella
cosita azulada y sangrienta salió de entre sus piernas, y emitió
un quedo llanto. La enfermera dijo que era una niña, y la secó
y pesó, antes de pasársela al médico que la manipuló un poco
y se la puso a la madre sobre el pecho. Había una ventanita
abierta y el frío se colaba a raudales por ella. Tito preguntó si
María estaba bien. Ella dijo que sí, y que, como lo habían
establecido, la niña se llamaría Carolina, que era el seudónimo
que ella había usado en los últimos años. Tito dijo que eso le
parecía perfecto. Los tres fueron llevados a otra sala, donde
María permanecería por uno o dos días hasta obtener el alta.
Carolina tenía dificultad para agarrar el seno, pero la
enfermera calmó a los padres diciendo que en el peor de los
casos había un aparato que permitía que la madre se sacase la
leche y se la diese en una mamadera al bebé. Tito vio que
Carolina tenía una de las orejas dobladita, pero nada dijo. Le
avisó a María que saldría a hacer un par de llamadas telefónicas

71
Sirio López Velasco

para anunciar la feliz noticia. A la hora apareció Vic, el


flamenco pelirrojo que era fotógrafo profesional y cuñado del
Presidente de Amnesty en Leuven, y le sacó a María y Carolina
las primeras fotos juntas; fueron en negro y blanco. Poco
después apareció una compañera uruguaya y le trajo su
primera muñeca, que era de trapo y de colores suaves. Al otro
día Tito llamó un taxi y la pequeña familia volvió al Béguinage,
donde varios compañeros vinieron a conocer a la recién
llegada.
Con el paso de los días y las semanas, las visitas de
control se alternaban entre la policlínica y el Hospital de
Niños que quedaba en las afueras de Leuven. En la primera
una técnica pesaba y medía a Carolina y le recomendaba a
María los horarios más adecuados para la amamentación. Ella
sufría porque los senos tenían pequeñas rajaduras y le dolían
mucho cada vez que se sacaba la leche con el succionador. Esa
técnica también la instruía sobre la mejor manera de lidiar con
aquel problema. En el Hospital el Dr. Eggermont, jefe de la
Pediatría, movía en cada visita las piernas de Carolina en todos
los sentidos, y le manipulaba todo el cuerpo como si fuera de
goma. Ella se dejaba hacer y rara vez lloraba.
María esperaba que los horarios de alimentación de
Carolina le permitieran retomar los estudios. Pero no se sentía
motivada para continuar con la carrera de traductorado. Para
poder seguir estudiando logró colocar a Carolina en la creche
universitaria que se situaba en un hermoso parque contiguo al
Castillo da Arenberg, a una quincena de cuadras del
Béguinage. Allí la atendía Lía, flamenca rubia y tierna que se
esmeraba con Carolina. A tal punto que la primera palabra que
después pronunciaría no fue ni "Mamá" ni "Papá", sino
“noch”, que en flamenco quiere decir “más”, o “todavía”, y
que los niños usan para pedir más comida. En ese momento
en uno de los trabajos que se ofrecían legalmente a los
estudiantes y que allí llamaban “jobs”, María y Tito fueron

72
María y cartas a Sirio Lorenzo

contratados para hacer la mudanza de los libros del Instituto


de Lingüística, que se trasladaba a Louvain-la Neuve. Era un
trabajo mucho más pesado de lo que se pudiera imaginar, pues
una caja de 40 x 40 x 40 centímetros llena de libros no era
cosa fácil para levantar, y menos para transportar. Contra el
parecer de Tito y del responsable belga, María insistió en
cargar algunas, pero la obligaron a que se limitara la mayor
parte del tiempo a llenarlas. María le preguntó al belga por
qué de los dos africanos que estaban trabajado con ellos uno
era laborioso y aplicado, y el otro lo miraba y esquivaba al
esfuerzo lo más que podía. El belga le aclaró que eran de
Ruanda, pero que mientras el trabajador pertenecía a la etnia
dominada en aquel país, el otro era de la tribu dominadora.
Muchos años después aquella simple observación se
confirmaría en la horrenda masacre de los tutsi y hutus
moderados. Luego el belga le trasmitió a María dos noticias
de su interés. Le dijo que si algún día necesitaba muebles él
podría dárselos, pues tenía en un depósito de la Universidad
en Louvain-la-Neuve los que habían sido de sus padres. Y que
si quisiera seguir sus estudios en el Instituto de Lingüística de
la Universidad Católica de Lovaina en Louvain-la-Neuve, le
reconocerían muchas de las disciplinas que ya hubiese cursado
en Marie Haps. María agradeció la primera oferta y se sintió
muy atraída por la segunda, no sólo por su relativa decepción
con Marie Haps, sino también porque si estudiara en Louvain-
la-Neuve iría junto con Tito, quien, desde el inicio del año
lectivo iba allí casi todos los días, pues el Instituto Superior de
Filosofía francófono se había mudado a su nueva sede; iba en
el auto del compañero que lo había invitado a matricularse en
el ISP, que disfrutaba manejando, o en tren, cuando ese
compañero no iba. Tito quedó de confirmar en Louvain-la-
Neuve la información sobre las posibles reválidas de
disciplinas.

73
Sirio López Velasco

Con lo que ganaron decidieron comprar por correo en


la ciudad de Sint-Niklaas una TV en colores, un juego de ollas
y un colchón de dos plazas. Este último era indispensable para
poder alojar en el living a los suegros de María que llegarían
pronto.
Y llegaron los padres de Tito, para quedarse unos
meses, hasta las vacaciones del verano belga. La suegra iba a
buscar a Carolina a la creche alguna vez que ni María ni Tito
estaban disponibles; y ayudaba algo en la casa; pero aunque
María la agasajaba con una hospitalidad ejemplar y algún
regalito, sintió que había como una frialdad en la respuesta; y
eso lo sintió con su suegra a lo largo de todos los años en los
que en el futuro les tocaría convivir de forma más o menos
permanente en varios períodos. Pero fueron compañeras para
ganarse algunos francos, que su suegra quería guardar para
comprarse un autito usado que le permitiese visitar junto a su
marido a sus muchos familiares españoles, y que María
necesitaba para complementar la modesta ayuda recibida de la
Comuna. Así hicieron juntas las limpiezas de dos casas y unos
escritorios. Una de las casas estaba en el propio Béguinage, y
era la residencia de una belga casada con un Psiquiatra chileno,
exiliado; a María nunca dejó de sorprenderle la falta de
voluntad e higiene de aquella delicada mujer que apilaba
montañas de platos sucios y con los más diversos residuos, y
dejaba ropa interior o sábanas con variopintas manchas;
menos mal que la casa disponía de un lavarropas, implemento
que María no tenía. Otra casa pertenecía a una pareja belga,
en la que el hombre era médico, y la mujer una señora muy
formal; la casa estaba vacía el día en las que ambas iban a hacer
la fajina, y, para vergüenza de su suegra y preocupación de
María, su suegro aprovechó más de una vez que las acompañó
para limitarse a limpiar los ceniceros, para probar los diversos
licores que el dueño de casa exhibía en una amplia vitrina.
Esas picardías del suegro casi trajeron un gran dolor de cabeza

74
María y cartas a Sirio Lorenzo

cuando él y su mujer fueron parados por la vigilancia de un


supermercado de Leuven y puestos en manos de la policía. Él
se había dejado tentar por una botella de whisky y una
generosa bandeja de carne que sería ideal para hacer
milanesas. Y los había escondido debajo de su abrigo. Pero un
vigilante lo vio y detuvo a la pareja, llamando a la Policía.
María y Tito estaban estudiando en su casa cuando el timbre
sonó. Un Policía los instaba a acompañarlos hasta la
Comisaría más próxima, en la avenida de circunvalación.
Cuando llegaron los suegros de María estaban en una
habitación cerrada, que tenía un gran espejo. El oficial hizo
entrar a los jóvenes a aquella habitación y dejó al cuarteto solo.
Cuando el suegro iba a empezar a hablar Tito le hizo una
discreta señal con la mano, y el suegro cambió lo que iba a
decir, para alegrarse de que los jóvenes estuvieran allí. María
percibió que detrás de aquel supuesto espejo uno o más
policías estarían oyendo la conversación, y recriminó a sus
suegros por aquel acto incomprensible. Los suegros
asintieron, bajando la cabeza. El oficial llamó a los jóvenes a
su despacho, e, inesperadamente, les dijo que comprendía la
actitud del señor, que se había visto sin duda tentado por
mercancías que en su país no hubiera podido adquirir; y que
en función de eso los dejaría en libertad sin más, pero
encargaba a los jóvenes que los vigilasen estrechamente para
que no hicieran otra vez lo mismo. María y Tito se disculparon
por el acto de su suegro, y dieron la garantía pedida. Los
cuatro salieron y se fueron caminando hasta el Béguinage.
Cuando llegaron lo primero que hicieron fue llevar a la casa
cercana donde las mujeres hacían la limpieza, otros objetos
que el suegro de María había, como decía, “comprado muy
barato”. Y procedieron muy bien haciéndolo, pues horas
después un Policía vino a mirar las pertenencias que había en
el 62-1; no vio nada sospechoso.

75
Sirio López Velasco

Con algunos ahorros y lo obtenido con la


limpieza, María y Tito decidieron comprar un auto usado, que
sería muy útil para los desplazamientos de estudios, y los
paseos familiares dentro y fuera de Bélgica. Al precio de 200
dólares le compraron a un flamenco que vivía en las afueras
de Leuven un Ford Taunus verde claro que tenía los
neumáticos nuevecitos y parecía andar bien, aunque tenía el
cuentakilómetros trabado en ciento veinte mil. El consejero
para esa compra fue el compañero que hasta entonces llevaba
en su auto a Tito a Louvain-la-Neuve; y fue él quien trajo el
auto hasta el Béguinage, pues Tito necesitaba practicar y
todavía no tenía la libreta belga de conducir. A María le
impresionó muy bien aquel auto de largo morro, asientos muy
confortables y dotado de dos espejitos que permitían
retocarse el maquillaje. De inmediato trazaron los planes para
un primer viaje de fin de semana hasta Holanda, donde vivía
como refugiado político, el hermano de María, desde su vuelta
de Nicaragua. Y convinieron que allí podrían comprar el auto
que querían los suegros de María, pues habían oído que allí se
conseguían autos usados a precios más baratos aún que los
que se pagaban en Bélgica.
Los estudios se alternaban, como había ocurrido
desde su llegada a Bélgica, con las actividades del Comité de
Solidaridad con Uruguay, que funcionaba en Leuven, y, más
espaciadamente, del Servicio Estudiantil Universitario, cuya
sede estaba en Bruselas. El primero denunciaba la dictadura
uruguaya, exigía el fin de las torturas y la liberación de los
presos; para ello contaba con el apoyo de algunas
organizaciones sociales y sindicales belgas, que a veces
conseguían algunos espacios en los medios de prensa. El
segundo desarrollaba la misma tarea en el medio universitario,
coordinando con los refugiados chilenos, a la vez que luchaba
por conseguir más y mejores becas para los exiliados
latinoamericanos. En ambos espacios María hacía mucho más

76
María y cartas a Sirio Lorenzo

de lo que hablaba. Sus intervenciones eran espaciadas y


breves, pero siempre ocupaba la primera línea cuando se
trataba de hacer y vender chorizos al pan o tortas fritas para
recaudar fondos para fabricar los volantes o carteles de
divulgación hacia el medio belga; y nunca dejaba de participar
en la divulgación de los primeros o en la colocación de los
segundos.
Llegó el fin del año lectivo y, como ya había sucedido
en el año anterior, María y Tito fueron aprobados con buenas
notas, que se apresuraron a mostrar al Zanahoria, como lo
habían hecho antes, para demostrar que la ayuda financiera
recibida de la Comuna daba sus frutos. Y como la vez anterior
el Zanahoria esbozó su mejor sonrisa, los felicitó, e hizo una
fotocopia de los documentos para mostrársela a su superior,
al tiempo en que les garantizaba la continuidad de la ayuda.
Los cinco partieron hacia Holanda. Tito y su padre
iban delante, y atrás María se apretaba con su suegra, llevando
a Carolina en su cuna portátil atravesada sobre su falda. No se
hubieran dado cuenta de que pasaban la frontera si no
hubieran tenido que cambiar dinero allí, pues nada impedía el
libre tránsito de los autos y sus ocupantes en el espacio del
Benelux. El reencuentro con su hermano fue emocionante. Él
vivía con holandeses en una casa comunitaria donde las tres
muchachas no tenían inconvenientes en pasearse en ropas
menores a la hora de levantarse. Tito le confesó que aquello,
tan natural, sólo era sorprendente para el viejo machismo
latinoamericano. La casa era muy grande y los recién llegados
fueron muy bien recibidos por los holandeses, máxime que se
quedarían sólo tres días. El hermano de María usó de
inmediato el teléfono y consiguió dos direcciones donde se
vendían autos usados al precio que los suegros de María
podían pagar. A la mañana siguiente en el primero de esos
lugares los suegros compraron una Renault verde clara, a la
que apodaron “la Cotorra”. Con los dos autos a la disposición

77
Sirio López Velasco

recorrieron Utrecht y visitaron Amsterdam. María quedó


encantada con las muchas casas de muñeca que tenían los
holandeses, más elegantes en los arreglos de jardines y
ventanas, y en los adornos florales, que las que había visto en
Bélgica. Su hermano le pareció feliz, pero no la convenció su
compañera, que le pareció poco cariñosa, mandona y
haciéndose la importante (aunque nada estudiaba, ni tenía
trabajo fijo, aún). Aunque pareciera increíble en Holanda
comió la pizza más deliciosa que hubiera probado hasta
entonces desde que salió de Uruguay. De su hermano se
despidió con la tierna discreción que los caracterizaba, no sin
antes recibir la promesa de que él vendría a visitarla a Bélgica.
Pocos días después la Cotorra cargó todos los bártulos
de los suegros, y el Taunus hizo lo propio, en su pequeño
valijero, con los de la familia de María. Eligieron el camino de
Lyon, donde un compañero ausente les había dejado a
disposición un apartamento provisoriamente vacío. El viaje
fue caluroso y cansador, sobre todo para Carolina, que no
dejaba de lloriquear cuando sudaba o quería su comida. Desde
Lyon emprendieron la interminable jornada que los llevó
hasta Madrid, no por elección deliberada, sino porque los
escasos mil dólares que llevaban para permanecer un mes en
territorio español, les impedía alojarse en ningún hotel a mitad
de camino. Llegaron a su destino en plena noche, pero la
abuela de Tito, acompañada de dos hijas solteras, los esperaba
con un magnífico guiso de berberechos y una opípara sopa de
verduras. María se vio prontamente adoptada por aquel trío
de mujeres tan diferentes. La abuela septuagenaria, que nunca
había terminado la escuela en su Andalucía profunda antes de
partir recién casada con su marido hacia Brasil y luego a la
frontera uruguaya, le mostraba con pasión cada portal o
fachada elegante que apareciera en su camino hasta el
mercado cubierto del centro madrileño; y le comentaba sus
últimas lecturas con no menos pasión. Todo sin dejar de

78
María y cartas a Sirio Lorenzo

ocuparse cada día de los menores detalles de la cocina y de la


casa, que alquilaba en la calle Guillermo Rolland con sus hijas.
La mayor de éstas era trabajadora y mantenía con su esfuerzo
la casa; lectora asidua, vendía libros para sobrevivir. La menor
no conseguía trabajo, y de hecho prefería no conseguirlo. Pero
María se amoldó a las tres, como sabía amoldarse,
comprensiva y atenta, a cualquier persona. Luego visitaron
Toledo, y emprendieron la gira por las residencias de varias
ramas de la familia española de Tito. Toledo la cautivó con su
damasquinado, y María no pudo resistir la tentación de
comprarse dos pendientes de los más baratos, lamentando no
poder hacerse con alguno de los magníficos platos trabajados
en oro y negro. La callejuelas que se abrían entre casas
coronadas por tejas de color ocre le traían un recuerdo certero
de los antepasados sefardíes que pudieron haber hollado
aquellos lugares, y que creyó encontrar en cada rincón de la
casa que, antes de pertenecer al Greco, había sido propiedad
de un alquimista judío. En Córdoba se sintió hermanada con
los musulmanes que habían erigido la imponente mezquita,
cuyo interior y alrededores conocieron con la guía de un
lejano tío tercero de Tito que les hizo probar los pinchos
morunos. Para él, como para toda la familia española de Tito,
María fue la prima o sobrina sin más, como si hubiera vivido
allí toda la vida. En Valencia recogieron al abuelo materno de
Tito, para llevarlo hasta Peñarroya-Pueblo Nuevo, y se
separaron de los suegros de María, que seguirían su periplo en
la Cotorra. La tía Maruja, casada con el hermano menor del
abuelo de Tito, que había sido albañil toda su vida, tenía la
incomprensible costumbre de tirar a la basura las milanesas
sobrantes en la comida familiar. Ésta fue, para recibir a los
parientes visitantes, una verdadera fiesta animada por la charla
simultánea de los dueños de casa, la de los tres hijos y la hija
de Maruja, al unísono con la TV y un tocadiscos encendidos
y a todo volumen. María simpatizó con Carmen, mujer de uno

79
Sirio López Velasco

de los hijos de Maruja, de quien su madre decía que era sosa,


pues era más bien callada, rubia, de ojos azules y tez muy
blanca. En Peñarroya-Pueblo Nuevo impresionó a María la
belleza morisca de la mayor de aquellas lejanas primas
políticas que confesó con toda naturalidad que el año en el
que su novio permaneció en el Servicio Militar Obligatorio (la
Mili, como le decían los locales), ella no había salido de casa,
pues si lo hubiera hecho los vecinos hablarían muy mal de su
reputación. María pensó que no en vano en aquel pueblo
donde se habían casado los abuelos maternos de Tito, las
mujeres mayores circulaban infaltablemente vestidas de
negro. La madre de esa prima era sordomuda, y su padre un
ex-legionario. La primera se hizo entender perfectamente para
manifestar su sospecha de que María y su esposo debían tener
mucho dinero para poder andar en aquel gran auto. Su
marido se emborrachaba lentamente junto al abuelo; pero
mientras el primero sollozaba recordando viejos tiempos, el
abuelo permanecía firme como una roca y le decía al otro a
viva voz que era un hombre muy tonto. En ese pueblo de
mineros, María tuvo un gran susto y un orgasmo perfumado.
El primero ocurrió cuando no encontraron a Carolina en la
cuna donde la habían dejado durmiendo la siesta; la habitación
era contigua a la puerta de entrada, que como durante todos
los veranos, permanecía abierta y cubierta sólo por una cortina
de tela. María y la familia pensaron que la niña podría haber
sido secuestrada por alguien que desde la calle podría haber
entrado furtivamente y habérsela llevado en brazos. El ex
legionario y Tito salieron corriendo a la calle. María se tomaba
la cabeza, pero la sordomuda miró debajo de la cuna y allí
descubrió a Carolina, durmiendo plácidamente en el piso. El
corazón de María volvió a su lugar y salió a la puerta a llamar
a su marido. A Carolina nunca le habían dado besos tan
fuertes, y ella despertó asustada. El orgasmo perfumado vino
junto a Tito en el galpón donde un tío segundo de éste

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María y cartas a Sirio Lorenzo

guardaba todos los yuyos medicinales que vendía en el pueblo


y sus alrededores a fuerza del megáfono instalado en el techo
de su auto; allí se mezclaban, como nunca antes lo había
vivido, los embriagadores aromas de la manzanilla, la menta,
el hinojo, la carqueja, el guaco, la menta, la valeriana, la ortiga,
y otras muchísimas hierbas que el tío empaquetaba con
rótulos que cantaban sus bondades respectivas para el hígado,
los riñones, los dolores reumáticos, los resfriados y gripes, la
prisión de vientre, la potencia sexual, o simplemente con uno
que decía “buena para todo”.
Volvieron a Bélgica empapados del sol y el calor
familiar español, y colmados por la felicidad de poder haber
podido hablar de corrido por cuatro semanas su lengua
materna. Bélgica los recibió de vuelta con sus autopistas de
película y su tibio verano. Tito se convenció de que era hora
de sacar la libreta de conducir. Había hecho sin ella unos tres
mil kilómetros, sólo en ese viaje. La sacó con el auto del
compañero que lo había llevado hasta Louvain-la-Neuve,
pues era más pequeño y manuable que el Taunus, además de
que no tenía la mala costumbre de éste de tener fallas de
motor en el momento de las maniobras. María respiró
aliviada, pero pospuso su voluntad de sacarse ella también la
libreta.
El período vacacional llegaba a su fin cuando una
funcionaria del Béguinage les entregó una escueta nota escrita
en francés. Por ella se anunciaba el relevo de Olislaguer por
un nuevo Director y la decisión de éste de dejar en el
Béguinage sólo a estudiantes que estuvieran matriculados en
la Universidad flamenca. María sintió que el piso le fallaba
debajo de los pies, y vio en el rostro de su marido la misma
desazón. Sintieron la nostalgia anticipada de la figura de
Olislaguer recorriendo muchas mañanas a tenprana hora los
jardines del Béguinage, entre ellos el de su casa, o haciéndoles
llegar a través de un funcionario en una fiesta religiosa los

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Sirio López Velasco

pancitos llamados “cougnus”. Carolina estaba sentada en el


borde de la puerta de entrada, haciendo compañía a un zapallo
que allí habían puesto para secar. Obedeciendo a un impulso
Tito le sacó una foto en aquella postura. Y consultó a María
sobre lo que harían. Ella dijo que debían buscar de inmediato
otra casa en las cercanías de Louvain-la-Neuve, ya que ella
estaba decidida a pedir la matrícula en el Instituto de
Lingüística de la Universidad francófona. Personalmente y
por teléfono informaron de la situación a compañeros y a
amigos belgas, y pocos días después recibieron la noticia de
que en una pequeña ciudad llamada Rixensart, no lejos de
Wavre, y por ende de la nueva sede universitaria, se podría
conseguir un apartamento social a precio razonable, y quizá
alguna ayuda de la Comuna. El responsable por aquel edificio
los recibió manifestando su comprensión por su situación
emergencial, y se dispuso a alquilarles un apartamento. Fueron
a la Asistencia Social de la localidad y allí les dijeron que por
un par de meses podrían ayudarlos, hasta que tuvieran otra
fuente de ingresos. Hicieron la mudanza en un camioncito
herméticamente cerrado, alquilado en Leuven, y ayudados por
un amigo chileno cuya claustrofobia le impidió permanecer en
la carrocería y lo obligó a acomodarse junto a la pareja en el
asiento de la cabina.
Las aulas comenzaron y distrajeron a la pareja de la
decepción de haber cambiado un paraíso medieval por un
lugar tan insípido como lo era Rixensart. Pero la gran ventaja
de la nueva residencia estaba en la amplitud del apartamento
de tres cuartos, uno de ellos pequeño, con una cocina que
medía el triple de la del Béguinage, y un gran living comedor
abierto al bosque cercano a través de un amplio ventanal
dotado de balcón metálico. Lo amoblaron con lo que les cedió
el belga con quien habían hecho la mudanza del Instituto de
Lingüística en Leuven. Tito consiguió una pequeña beca en la
versión flamenca de Entraide et Fraternité a través de una

82
María y cartas a Sirio Lorenzo

monja amiga de los exiliados que operaba desde Bruselas. La


llegada de la madre de María aportó oxígeno a las arcas
familiares. Sus ahorros permitían ayudar a la joven pareja a
solventar todos sus gastos básicos. Parte de esas nuevas
entradas la proporcionó la venta del gran contenedor de
madera en el que la madre de María había traído algunos
pequeños muebles, alfombras y ropas desde Uruguay. María
disfrutó como nunca la compañía de su madre, que la
secundaba en todas las tareas domésticas y en el cuidado de
Carolina. Ésta frecuentaba la cercana creche comunal, y
cuando lloraba extrañando a los padres, la cocinera española
del lugar la llevaba a la cocina para darle alguna golosina de su
agrado. A aquel apartamento vino de visita el hermano de
María, acompañado por su nueva compañera, que era
holandesa. Largas veladas de Risk mostraron que saltaban
chispas en aquella relación. Pero la paz la ponía el reciente
embarazo de aquella geniosa, alta, rubia, elegante y seca mujer
holandesa.
El año lectivo pasó rápido. Gracias a las reválidas
conseguidas y a su voluntad de hierro María había cursado una
Licencia corta en Filosofía (que en la UCL llamaban
Baccaleureat) y la Licencia plena en Lingüística, que había
concluído obteniendo la Gran Distinción. No en vano,
indefectiblemente e incluso en pleno invierno, se levantaba
para estudiar a las 3 de la mañana los días previos a cada
examen; y concurría a cada uno con su vestido hindú de la
suerte. Pero mientras Tito prefería seguir rumbo hacia el
Doctorado en Filosofía, tras haber culminado las Licencias de
Filosofía y de Lingüística, María creía mejor pensar en un
trabajo remunerado con un salario estandar, para suplir la falta
de apoyo de su madre cuando ésta volviese a Uruguay. Eso
ocurrió a los pocos meses, pero antes María había conseguido
un contrato como educadora en el cercano Foyer de l’Amitié,
que albergaba a persona de ambos sexos con problemas

83
Sirio López Velasco

mentales leves, que trabajaban fuera del residencial para


ayudar a solventar una parte de los gastos de la institución.
En ese ínterin otra novedad mayúscula floreció en la vida de
María. Percibió por dentro que estaba embarazada, y así se lo
hizo saber a Tito. Pero decidió no decir nada en su flamante
trabajo, por miedo a que la despidieran. Un médico de Leuven
y la barriga creciente fueron evidenciando cada vez de forma
más clara el embarazo. Pero María cargaba pesos y cumplía
todas las tareas del trabajo sin pedir ningún favor. Un día el
Director la llamó y le dijo que sabía muy bien que estaba
embarazada, pero que no tuviera temor pues no perdería su
empleo. Máxime que Tito y Carolina se habían ganado el
afecto de casi todos los internos, pues Tito jugaba al pingpong
o a algún recién aparecido juego electrónico con ellos, y los
sacaba a pasear dirigiendo la camioneta de la institución en
algún fin de semana. En una de aquellas escapadas, pero de
tres días, María, como responsable, Tito, Carolina y una
docena de internos, viajaron a Holanda; allí y antes de saber
que estaba embarazada, María se había bañado con un dos
piezas, para el asombro de todos, en una playa fría que pronto
fue salpicada por la llovizna. A Carolina le sacaron una foto
al lado de un gran perro negro que era de los dueños del hotel
“La Metamorfosis”, donde se hospedaban. Era la muñeca de
todos, en especial de Christiane, que la llevaba al cercano
supermercado para comprarle caramelos. Así recuperaba
Christiane el cariño que no veía en el psiquiatra que se dormía
en plena consulta mientras la oía.
El trabajo en el Foyer era duro y cansador. Había que
desarrollar actividades de alfabetización, de cocina, y de
administración de remedios a los internos, cuyas edades
variaban entre los dieciocho y los sesenta años; y había turnos
de hasta setenta y dos horas seguidas, con la obligación de
dormir en el Foyer y atender cualquier emergencia nocturna.
Muchos litros de café, sólo o con leche, eran consumidos cada

84
María y cartas a Sirio Lorenzo

día, y el educador debía prepararlo con la ayuda de una única


cocinera, para que nunca faltase. El alivio venía en las horas
de trabajo de la fábrica de botones, donde muchos internos
estaban ocupados, pues eso los mantenía fuera del Foyer
durante unas nueve horas. Pero los fines de semana traían de
la mano un ritmo de trabajo febril, pues además de todo lo
otro, había que apaciguar la crisis de nervios que atacaba
periódicamente a una de las internas, que esperaba el
momento en que la mesa estaba servida para tirar al suelo sus
platos y los de su vecinos, o para apaciguar algún conato de
altercado entre dos internos. Una de las noches de guardia, y
a pesar de que estaba trancada en la habitación destinada a
quien cumpliera esa función, María tuvo que escapar en
camisón hasta el patio, pues desconfió de las intenciones de
un interno que empezó a golpear insistentemente su puerta.
Al cabo de un rato, y como vio que todo estaba en calma,
volvió a su habitación para tratar de dormir el resto de la
noche. Pero ese fue un incidente totalmente aislado, pues los
internos tenían por ella un cariño profundo que se podía
comparar al de hermanos, en algunos casos, y al de hijos en
otros. No obstante, el desgaste físico y mental era grande.
Pero María lo soportó hasta el día mismo del parto.
Acompañada de Tito fueron en su auto (que a esa altura era
un Datsun gris muy usado) hasta el mismo Hospital de
Leuven donde había nacido Carolina. Su madre, que aún no
había regresado a Uruguay, se quedó en Rixensart
acompañando a Carolina. Después de internada, y medicada
como la primera vez para apresurar el parto, vio salir de la
habitación a su marido con cara de angustia; días después éste
le confesaría que no podía con sus nervios y que al verlo en
ese estado en el corredor, una enfermera le había ofrecido un
café que lo puso más nervioso aún. Pero volvió a la habitación
a tiempo para ponerse detrás de María y presenciar el
nacimiento de Sirio Roberto. Esta vez el médico no lo

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Sirio López Velasco

manipuló tanto, y las dos orejas estaban rectas. Después de


certificarse de que todo estaba corriendo bien, Tito fue a
buscar a la madre de María y a Carolina. Volvió a las dos horas.
Carolina entró desconfiada y curiosa a la habitación. Su abuela
no cabía en sí de alegría y quiso arrullar de inmediato al nuevo
nieto.
María gozó un mes de asueto y volvió al trabajo. La
esperaba un fin de semana típico. Al llegar el sábado Gislaine
la atrajo para vanagloriarse de que su bronceado de piel estaba
perfecto. El Petit Louis la tomó por el brazo para ufanarse del
nuevo puzzle que estaba armando. Richard desapareció unas
horas para volver con signos de alcoholismo leve. Monique
se quejaba de las piernas y pedía que María le pasase una
pomada. Jean tenía el aire sombrío y retraído de casi todos los
días, aguardando la comida. Luc le comentó las últimas
noticias del Guinness, asombrándose en voz alta de las
velocidades alcanzadas por autos y aviones. Jean Pierre la
arrastró para mostrarle el nuevo freno que había instalado en
su bicicleta, bien cuidada, como siempre. Pierre le pidió que
ella le oliera varias veces el cabello y el cuello, para disfrutar el
nuevo y fino perfume que su familia adinerada acababa de
regalarle. Otros internos la saludaron alegremente desde la
sala de la TV. Y para culminar, a la hora de la cena y mientras
se sentaba al lado de su novio, Marie levantó de un empujón
el borde de la mesa en la que había otros seis internos, y tiró
todo lo que había encima de ella. Se hizo un silencio sepulcral
y todos quedaron con los gestos en suspenso; el novio tomó
suavemente a Marie por el brazo, sacándola de la mesa en
compañía de María. La llevaron hasta su dormitorio en el
primer piso, y cuando se calmó de su llanto convulsivo, volvió
tranquila con María y el novio a sentarse otra vez a la mesa.
Christiane y otra interna habían levantado lo que había
quedado por el piso, y habían puesto otra vez la mesa en

86
María y cartas a Sirio Lorenzo

orden. Todos, incluyendo a María, se sentaron a comer como


si nada hubiera pasado.
El domingo fue mucho más ameno, pues a Tito se le
ocurrió jugar al fútbol con los varones en el patio trasero del
Foyer, y después improvisó un campeonato de pingpong con
hombres y mujeres. La gran mayoría de los internos estaba
maravillada con la presencia de Sirio Roberto acostado en su
carrito, y dividía sus atenciones entre él y Carolina. La madre
de María había regresado a Uruguay. Durante un año no
pudieron conseguir un lugar para Sirio Roberto en la crèche
que frecuentaba Carolina. Por eso, mientras María trabajaba,
él se quedaba con Tito en el apartamento. Cuando empezó a
caminar, curioso porque su padre escribía a máquina las
primeras páginas de su Tesis doctoral, se divirtió a menudo
apretando al azar varias teclas repetidas veces, mientras Tito
le calentaba la mamadera o el puré en la cocina; resultado:
aquella hoja estaba perdida y había que reescribirla
nuevamente. Cuando la crèche ofreció recibirlo dos días por
semanas Tito casi saltó de alegría. Pero debía traer a su hijo
con un ómnibus de plástico que alquilaban gratuitamente en
la juguetoteca contigua a la creche, pues aquél se había
entusiasmado tanto con ese juguete al punto de no querer
parar de andar montado en él por el living del apartamento.
Aunque a veces, estando María presente, se instalaba de
repente un largo silencio. María, atareada con alguna labor,
pedía a Tito que se levantase de la mesa de escribir para ver lo
que sucedía, y entonces sorprendía a ambos hermanos
comiendo tierra tranquilamente de una maceta, o rayando los
libros que habían sacado de los estantes más bajos de su
modesta biblioteca. Cuando llegó el invierno María pidió que
su marido bajara a los niños a jugar al patio embaldosado del
edificio, situado en la calle Georges Marshall nº 6. Una reja
metálica de poco más de un metro de altura y con barrotes
espaciados de diez en diez centímetros cerraba el perímetro.

87
Sirio López Velasco

Sobre todo porque su parte más larga daba a un vacío de unos


cuatro metros de altura, que se prolongaba en una
pronunciada pendiente que llegaba al inicio del bosque, un par
de cuadras más abajo. Ocurría que a veces cuando Tito jugaba
a pasarse una pequeña pelota con sus dos hijos, vestidos para
la ocasión como ositos, Carolina respetaba las reglas del juego,
pero su hermano se arrimaba a la reja y tiraba la pelota al vacío.
Entonces Tito trancaba el único portón que daba acceso al
amplio patio, le gritaba a María para que se asomase desde una
ventana para vigilar a los críos, y bajaba corriendo hasta
encontrar la maldita pelota, que a veces rodó hasta la entrada
misma del bosque. Más tranquilo era el juego cuando María
bajaba y los hijos se turnaban para andar en un fuerte triciclo
usado que un amigo belga les había dado cuando le quedó
chico a su propio hijo. O también cuando en un domingo
toda la familia se iba a presenciar el partido de fútbol del
cuadro de chilenos en el que Tito era el único integrante de
otra nacionalidad. María se hizo amiga de la esposa de Teo, el
chileno que era el factótum de aquel equipo que había
bautizado con el nombre de Los Pumas. Y, mientras vigilaban
a los niños, la ayudaba a preparar los perros calientes
acompañados con los inusitados aditivos chilenos (como las
arvejas o el maíz en granos), cuya venta servía para financiar
los gastos básicos del team. María observó que en aquellas
salidas algo se repetía siempre: el equipo de su marido, vestido
de camisas verdes, perdía el partido. Pero lo hacía siempre de
buen humor, pues entraba a la cancha a divertirse, sabiendo
de antemano el resultado. Más divertidas eran las idas de
algunos domingos a la casa de Carlos y Ana, que a la sazón
vivían en un apartamento en la Avenida des Pléyades, muy
cerca de donde partía la carretera que unía Bruselas a Leuven,
y más allá a Lieja. A Ana podía decirle María todo lo que le
sucedía, pensaba y sentía, pues era la hermana que no había
tenido. Y la recíproca era totalmente verdadera. Podían

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María y cartas a Sirio Lorenzo

pasarse horas charlando mientras trabajaban en la cocina o


lavaban los platos, al tiempo en que los cuatro niños jugaban
en el living o en un dormitorio (a su primera hija Ana después
se sumó un varón), y Carlos y Tito miraban fútbol en la TV o
planeaban lo que se podría hacer mejor en las próximas
actividades del Comité de Solidaridad con Uruguay.
Para mejorar los ingresos, un sábado que tenían libre,
María y Tito dejaron a los hijos con Carlos y Ana y fueron a
recoger peras a la propiedad de un pequeño granjero que las
exportaba a Inglaterra, donde las usarían para fabricar sidra.
El trabajo parecía un juego, pero a la media hora la columna
ya dolía y costaba mantenerse erecto. El granjero sacudía los
árboles chocándolos con un pequeño tractor, y las peras caían
por millares. Entonces María y Tito tenían que recogerlas a
mano una por una, y ponerlas en cajas que el granjero
arrimaba y luego vaciaba dentro de un gran contenedor
metálico. La pausa para el almuerzo fue recibida como una
bendición. Pero la comida fue muy frugal para el esfuerzo que
hacían. Sin embargo no se quejaron, pues la pareja de
granjeros tenía un único hijo que padecía de una deficiencia
mental tan grave que lo reducía a una vida casi vegetal. Su
madre lo atendía con toda ternura mientras comía, y dejó
entrever que el cura le había recordado su deber de buena
cristiana de no abortar, aunque los médicos le habían
advertido que su hijo carecería de cerebro. Otra vez, y para los
mismos fines, Tito aceptó una oferta del Centro Social de la
Universidad para soldar tubos de ventilación que serían
usados en instalaciones fabriles. Como la soldadura era de
punto no tuvo dificultades en la mayor parte de los tres días
que demoró aquella labor bien remunerada.
1985 trajo tres novedades muy importantes para la
familia de María. En marzo asumió en Uruguay el primer
Presidente electo tras trece años de dura dictadura (aunque
los militares mantuvieron su presión para no ser juzgados por

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Sirio López Velasco

sus crímenes) y ello creaba las condiciones concretas para la


vuelta al país. Ese mismo mes Tito defendió y aprobó con
Gran Distinción su Tesis doctoral, y esa conquista cerraba el
ciclo de estudios que posibilitaba volver con chances de
conseguir algún trabajo que permitiese sobrevivir en
condiciones decentes. También ese año Carolina y Sirio
Roberto entraron juntos a la Escuela Comunal de Rixensart;
ella para cursar el primer grado, y él para ingresar a la escuela
maternal. María los vistió con esmero para el primer gran día,
y junto a Tito los acompañó en su entrada triunfal. Ambos
desbordaban alegría, cargando unas carteras que eran
demasiado grandes para sus estaturas. De ahí en más la energía
de la pareja se centró en la preparación de la vuelta al Uruguay.
Como la conclusión del Doctorado lo había dejado sin la
modesta beca, Tito se inscribió en un curso trimestral
remunerado de neerlandés ofrecido por la Oficina Nacional
del Empleo (donde se inscribía la gran mayoría de los
egresados de los estudios en Ciencias Humanas en Bélgica,
hasta encontrar algún trabajo). El curso se daba en Nivelles,
pero tuvieron la suerte de que una vecina de Rixensart lo
frecuentaba y muchas veces llevó a Tito en su auto.
Paralelamente Tito descubrió con el consulado brasileño las
direcciones de una media docena de Universidades del
extremo sur de Brasil y a cada una envió un resumen de su
curriculum y titulación, pidiendo trabajo. Para asombro de
todos, pocos días después cuando cenaban en la casa del
Director de Tesis de Tito, cuya esposa era brasileña, otro de
los comensales, también brasileño, dijo que desde Porto
Alegre había recibido un telegrama del Director del Instituto
de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica, pidiéndole
referencias sobre alguien que desde Bélgica se había ofrecido
para trabajar en la institución. Tito confirmó su interés y el
colega brasileño quedó de enviar al otro día un telegrama a
Porto Alegre avalando la contratación. Unos días después

90
María y cartas a Sirio Lorenzo

Tito recibió la noticia de que en Porto Alegre lo esperaban


cuando pudiera ir.
La pareja procedió al embalaje progresivo de las
pertenencias familiares, bajo la supervisión detallista de María.
Como el precio que había que pagar por la mudanza en un
contenedor marítimo era considerable, de entrada decidieron
que no podría llevarse los muebles, con la excepción de la
mesita y la dos mesas de luz que habían rescatado en el
vaciamiento de la residencia estudiantil en Leuven; así
contactaron al belga con quien habían hecho la mudanza del
Instituto de Lingüística de Leuven, para hacerle saber que le
devolverían los muebles que habían pertenecido a sus padres.
Mas éste se negó a recibirlos de vuelta, y autorizó a que
trataran de venderlos, para recoger algún dinero
suplementario para la vuelta. Así lo hicieron y lograron
colocar un hermoso ropero dotado de un gran espejo, una
cómoda y dos camas; los otros muebles fueron donados. Los
libros y los enseres domésticos, así como la ropa y algunos
juguetes, fueron ocupando seis decenas de cajas que se iban
acumulando en dos dormitorios ya vaciados. Carlos y Ana
ofrecieron su apartamento para que allí se quedaran durante
los quince días previos a la mudanza, una vez que hubieran
entregado el apartamento de Rixensart. La ONU asumió el
costeo de sus pasajes aéreos, como lo haría con todos los
refugiados uruguayos residentes en Bélgica que regresasen a
su país. Tito consiguió cuatrocientos dólares con Entraide et
Fraternité; cuando María intentó hacer lo propio con la
organización humanitaria judía que operaba en Bélgica, ésta le
respondió que aquella ayuda no sería posible, pues su marido
ya había sido beneficiado. Llegó el momento de vaciar
totalmente el apartamento y proceder a su limpieza para
dejarlo en el estado en el que lo habían encontrado al entrar.
La compañía naviera fue contratada. Teo prestó su camioneta,
y con el refuerzo de su hermano, que vivía en el mismo

91
Sirio López Velasco

edificio de Rixensart que María, la mudanza fue llevada en


tandas hasta el puerto de Amberes. En uno de sus hangares,
y para no pagar un precio extra, los propios María y Tito
apilaron sobre la base del contenedor de madera todos sus
enseres, velando para que su altura no superase la del
contenedor; así cupo a los funcionarios del puerto sólo la tarea
de clavetear las paredes y techo del contenedor. María
procedió a una limpieza y condicionamiento a fondo del
apartamento, acompañada por el apoyo remolón de Tito, para
tratar de recuperar íntegra la garantía que habían depositado
al alquilarlo, y así tener algunos dólares más para la vuelta.
Pero el chileno empleado del edificio que vino a hacer la
inspección se fijó hasta en alguna arruga del papel de pared o
algún hilo de la cortinas, que los niños, al jugar, habían
arañado, y descontó aquellos perjuicios del monto de la
garantía. Recibieron del administrador lo que sobraba de su
depósito y se mudaron al apartamento de Carlos y Ana en
Bruselas. Por pura casualidad ellos y sus hijos habían viajado
a disfrutar unas vacaciones de invierno. Los días pasaron con
cuentagotas, mientras María pensaba si no tocarían nada del
contenedor de su mudanza. Llegó el día del embarque y
descubrieron que harían el viaje junto a una compañera y sus
dos hijos terribles. Como nunca imaginaron el tiempo que los
tendrían haciendo los papeles migratorios personales y los del
equipaje (que incluía doscientos quilos de carga de mano
etiquetada con un rótulo de “ONU Security”), tuvieron que
correr por los pasillos de Saventem para no perder el avión.
Para su decepción aquel vuelo los llevaría sólo hasta París, y
allí, en una sala de espera del Charles de Gaulle y en plena
noche, acamparon con muchos bártulos y cuatro niños.
Nadie les había avisado de las varias horas de espera que
tendrían que soportar hasta hacer la conexión que los llevaría
a Buenos Aires; y sólo después se enteraron de que debieron
haberlos llevado a un Hotel durante aquellas horas. Los niños

92
María y cartas a Sirio Lorenzo

primero correteaban y empujaban los carritos de equipaje


vacíos que había allí cerca; después se impacientaron con el
hambre y el sueño. María y la compañera se desesperaron
porque no habían previsto aquella situación y no habían
preparado comida para aquella emergencia. Al fin los niños se
durmieron estirados en bancos o en la falda de los mayores,
que cabeceaban de cansancio. Al amanecer fueron llamados a
embarcar en el vuelo de Aerolíneas Argentinas. Al instalarse
en el avión que tenía varios asientos vacíos lo primero que
hicieron los adultos fue tratar de dormir un poco; pero
tuvieron que turnarse porque los niños ya se ponían en
actividad y querían recorrer el avión. Cuando el vuelo estaba
pronto para partir a Sirio Roberto se le ocurrió ir al baño para
orinar; y la escena se repitió un par de veces, precisamente en
momentos en los que había turbulencia y era prohibido
levantarse de los asientos, por lo que en la última oportunidad
Tito lo hizo orinar en el asiento dentro de una botella vacía.
El servicio de bordo fue inmejorable, y hasta champaña fue
servida a todos los pasajeros, pues se vivía el 31 de diciembre
de 1985.
Al llegar a Buenos Aires se repitieron los aprietos de
Saventem, pues había cambio de compañía. Trasiego de
abundante equipaje y un par de horas de espera, con los niños
inquietos. El nuevo avión, para el corto trayecto de poco más
de media hora entre Buenos Aires y Montevideo, era de Pluna.
María se preguntó cómo podía ser posible que en un avión de
aquel tamaño pudiera haber tantas moscas. Al fin sus ruedas
tocaron Carrasco, y una etapa de trece años se cerró en la vida
de María y su familia.
Su madre la esperaba con una suculenta comida de fin
de año. Un primo de María que había permanecido en el país
ganando un salario muy superior a la media de lo que
percibían los uruguayos, comentó mientras devoraba aquellas
delicias que no sabía qué venían a hacer en aquel país, pues

93
Sirio López Velasco

allí no se podía ni comer. Tito se presentó en el Instituto de


Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad de
la República, para ofrecer sus servicios y enterarse de cuándo
habría concursos de ingreso. María hizo lo propio en
Secundaria, ofreciéndose como profesora de francés. A los
pocos días confirmaron que podrían retirar del puerto su
contenedor. Alquilaron un camioncito y un compañero los
ayudó en las actividades de carga y descarga. Como el
contenedor no cabía en el edificio donde vivía la madre de
María, tuvieron que desembalar todo en la calle y
transportarlo a fuerza de brazos hasta el apartamento. Una
pareja de fiscales observaba y preguntaba por cada una de las
cajas y enseres que era descargado, y María y Tito se dieron
cuenta de que estaban pidiendo coima. Pero como no estaban
trayendo nada ilegal ni suntuoso se dijeron que no les darían
a aquellos corruptos ni un cobre. Y allí los aguantaron hasta
el fin de la operación de descarga. El disgusto le valió a María
un sofocón que mucho preocupó a Tito, quien la obligó a
sentarse unos minutos en la escalera para recobrar la
respiración. Pero el malestar momentáneo le volvió cuando
descubrió que algunas de las cajas habían sido abiertas por la
parte inferior y que todos los perfumes y artículos de tocador,
así como alguna ropa de los niños, habían sido robados. Al
otro día fueron con Tito a la compañía naviera y allí el
funcionario les aclaró que su seguro no cubría aquella
circunstancia, y agregó que el robo debía haber acontecido en
los depósitos del puerto montevideano, por lo que su empresa
no tenía ninguna responsabilidad por lo ocurrido. La pareja se
resignó, con rabia, a aquella pérdida.
Durante el reencuentro con las calles y las gentes de
Montevideo lo que más le llamó la atención a María fue el
estado deplorable de muchas veredas, la poca conservación de
muchas casas, y el hecho de que las personas hablaban como
porteños, y en vez del “Usted” con que se trataba a toda

94
María y cartas a Sirio Lorenzo

persona adulta antes de su partida, ahora cualquier


desconocido la tuteaba a ella y a todos, incluyendo a los
ancianos. Recorrió los lugares favoritos de su infancia,
empezando por los barrios donde había vivido. Y después fue
a su Liceo, donde nada había cambiado para mejor. Pero se
reconcilió con Uruguay a través de las pizzas inconfundibles,
y de la mostaza de los panchos de La Pasiva, en 18 y Ejido.
Con su marido fue a visitar al tío millonario que tenía negocios
portuarios de exportación e importación; solícito los saludó
y preguntó si hablaban flamenco (sin duda pensando en
negocios con Amberes); dijeron que no, y vieron en su cara la
desilusión y la prueba de que allí no les saldría ningún empleo.
Pasó un mes y resultó evidente que ni Tito ni ella lograrían un
cargo para el inicio de las clases en marzo. Como no tenían
ningún ingreso, con dolor en el corazón decidieron que había
que aceptar la oferta de Porto Alegre, hasta que algo les saliera
en Uruguay. Así dejaron copia de sus títulos y documentos
con sendos colegas, y organizaron la mudanza en camión
hacia Rivera, a caballo en la frontera con Brasil, donde vivían
los padres y la hermana de Tito, y otros de sus familiares.
Rivera impresionó a María pues hacía muchos años
que no veía una ciudad en la que casi todas la casas eran de
una sola planta y de fachadas muy simples. Tanto o más la
impresionó el hecho de que en las calles la gente hablaba
portugués entre sí. Con resignación asumió que debería
incorporar aquella lengua a su repertorio. Toda la familia de
Tito la recibió con cariño, y a casi todos ella retribuyó con
algún regalito traído de Bélgica. Los días pasaron, con la
incertidumbre de lo que les depararía Porto Alegre. En
febrero Tito fue en calidad de explorador y volvió contento,
con el contrato firmado y un apartamento enfrente a la
Universidad reservado con la mediación ante la inmobiliaria
de un Vice Rector de la PUCRS. Contrataron un camión de
mudanzas y en el momento de la carga descubrieron que sus

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Sirio López Velasco

pertenencias ocuparían sólo una pequeña parte de la gran


carrocería, que transportaría varias otras cargas. Tito decidió
que viajaría con el camionero y que descargaría la mudanza en
el apartamento con la ayuda de éste y de su auxiliar, mientras
que María y los niños irían con el padre de Tito en su auto,
llevando los objetos más valiosos y que cupieran en el valijero.
Así se hizo, y mientras acomodaban sus cosas en el
apartamento Tito le contó que temió por sus cosas, pues en
la primera parada dos funcionarios descargaban nada menos
que lámparas de luz tirándose las cajas como si se tratara de
ladrillos; y que esa noche el camionero resolvió dormir en la
casa de su mujer o amante, y lo dejó en la cabina, con el
camión estacionado en una calle cualquiera, para que se las
arreglara como pudiera; dijo que sus nervios eran tantos que
a cada paso que oía en la calle imaginaba ladrones que venían
a robar la carga. Pero todo llegó a destino y Tito presentó a
María en la PUCRS. Le prometieron que, no en el semestre
que iniciaba, pero sí en el siguiente, podrían contratarla
pagándole por horas, para dar clases de español o lingüística.
Tito empezaría de inmediato la clases en el Posgrado de
Filosofía. Al mismo tiempo buscaron escuelas para los niños.
Carolina encontró lugar en una pequeña y pobre escuela
pública de madera que recibía a los niños de las familias, la
mayoría negras, que vivían en el cerro más próximo. Para
Sirio Roberto infelizmente no había ninguna escuela maternal
pública al alcance; y María se vio obligada a matricularlo en el
colegio que dependía de los Maristas que administraban la
PUCRS, y que funcionaba en el mismo predio que ésta,
pagando una mensualidad con descuento que era ofrecida a
los hijos de los docentes o funcionarios de la casa. El primer
día Sirio Roberto se aferró a la puerta del salón como un
pulpo y María tuvo que empujarlo desde afuera mientras que
la maestra lo tiraba desde adentro, para que entrase. María lo
dejó llorando, con el corazón apretado, mientras la maestra le

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María y cartas a Sirio Lorenzo

dijo que lo mejor era que se fuese. Carolina, por el contrario


se adaptó de entrada a la escuelita, donde era rodeada por los
compañeritos porque hablaba una extraña lengua, que era el
francés. La escuelita quedaba dentro del predio de un gran
cuartel, y Carolina se hizo tan conocida que alguna vez el
soldado de guardia le dijo a María que Carolina ya se había ido
con su padre. En casa María luchaba contra el polvo negro
que manchaba pisos, ropas y muebles, y que era residuo
dejado por los motores de los muchos vehículos que pasaban
por la avenida donde quedaba el edificio donde vivía. Notó
que aquella contaminación se extendía por toda Porto Alegre,
pues las pocas veces en las que iba al centro, volvía con el
cuello de la blusa tan negro, que tenía que cambiarse y lavar la
prenda. El semestre pasó y los niños fueron incorporando
el portugués y amando sus escuelas. María decidió hacer un
curso de portugués, para cuando la PUCRS la llamase. Se
acercaba el fin de año y llegaron dos telegramas. En uno María
era convocada por el Liceo Zorrilla, de Montevideo, muy
cercano al apartamento donde vivía su madre, para dictar
clases de francés; en el otro Tito era convocado por el
Instituto de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la
Universidad de la República, para asumir en Montevideo un
cargo de nivel tres; un colega suyo lo había presentado, con la
documentación que había dejado, a un concurso de méritos.
La pareja llegó rápidamente al consenso de que aquella no era
hora de una nueva mudanza, pues los niños no habían
terminado el año lectivo y Tito tampoco. Enviaron sendos
telegramas pidiendo que los esperaran hasta el inicio del
próximo año lectivo. A los pocos días Tito recibió una
respuesta negativa, y María no recibió ninguna respuesta. Su
suerte se había decidido y su futuro estaría en Brasil, por
tiempo indefinido.
En las vacaciones de fin de año visitaron a las
respectivas familias en la frontera Livramento-Rivera, y en

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Sirio López Velasco

Montevideo. En la frontera María ayudó a las mujeres de la


familia a preparar las comidas y arreglar las dos carpas en las
que acampaban en los Lagos del Norte, uno de los pocos
lugares refrescantes de la zona. En Montevideo se contaron
detalladamente con su madre todas las novedades atrasadas,
cocinaron juntas, y salieron de compras; la abuela insistía para
comprarle ropitas a los nietos, y, de paso, alguna para su hija.
Volvieron con las energías renovadas, y ocupados con los
niños que durante todo el viaje en ómnibus de la frontera a
Porto Alegre se dedicaron a charlar con los ocupantes de cada
fila de asientos, para lo cual corrían en el corredor.
Comenzó el nuevo año lectivo y Tito creó con algunos
alumnos el Centro de Estudios de Filosofía Latinoamericana
(CEFLA), como complemento de estudio e investigación de
sus aulas. María fue invitada para asumir clases en el Instituto
de Lingüística de la PUCRS. El mismo Vice Rector que había
mediado en el alquiler de su apartamento dialogó muy
amablemente con María y la instruyó sobre los pormenores
académicos del Instituto. María emprendió la nueva tarea con
tanta responsabilidad que, como todavía no se sentía segura
con el portugués, preparaba por escrito con todo detalle cada
una de las aulas y las aprendía casi que de memoria; y eso a
pesar de que prácticamente todos los alumnos entendían
español, en caso de que ella necesitase usar su lengua materna
por no encontrar la expresión adecuada en portugués. Uno de
sus alumnos, Charles Kieffer, quien llegó años después a ser
un renombrado escritor del sur brasileño, le comentó que el
nivel de sus clases era digno de la refinada academia de São
Paulo. A otros alumnos, sin embargo, las clases expositivas les
costaban, y, como es costumbre en las instituciones privadas
donde los alumnos tienen la convicción de que su
mensualidad les da el derecho automático al diploma, un trío
fue a quejarse a la Coordinadora. Para mala suerte de María
esa profesora, que era casada pero amante del Vice Rector,

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María y cartas a Sirio Lorenzo

por algún motivo le tenía celos, y le exigió que hiciera aulas


menos expositivas. María así lo hizo y poco después el mismo
trío se quejó a la Coordinadora de que la profesora organizaba
muchos seminarios y los obligaba a trabajar a ellos, en vez de
exponer los contenidos. Cuando la Coordinadora la llamó
nuevamente, María le hizo ver la contradicción entre una y
otra queja. La mujer tuvo que callarse, y de ahí en adelante
María manejó sus clases como mejor lo entendió. Al poco
tiempo tuvo que quedarse sola con los niños mientras Tito se
iba con un alumno a un Congreso Mundial de Filosofía
realizado en Córdoba, Argentina, teniendo que viajar en
ómnibus durante treinta horas a la ida y otras tantas a la vuelta;
fue a divulgar su trabajo en el área de la Filosofía
Latinoamericana de la Liberación. Volvió con fiebre y demoró
tres días en recuperarse gracias a los cuidados de su esposa.
Las vacaciones de fin de año los llevaron otra vez a la
frontera con Uruguay y a Montevideo. Y disfrutaron de los
mismos reencuentros familiares de la primera vez. Cuando
iban a empezar las clases en la Universidad se anunció que
habían cambiado al Director del Instituto de Filosofía, ya que
el clérigo que había invitado a Tito cuando todavía estaba en
Bélgica, había sido promovido a un cargo de Vice Rector. El
nuevo Director había ganado el cargo tocando el órgano en
los retiros de los Maristas que mandaban en la PUCRS. María
volvió a sus clases sintiendo que la hostilidad velada de la
Coordinadora no se había desvanecido en el períodos de
receso. Pero las actividades de la pareja concitaban una buena
adhesión de los alumnos y todo parecía correr bien. Apareció
en el apartamento el suegro de María y pidió dinero pues
necesitaba mantenerse junto a un hermano que sacaría de un
Hospital para enfermos mentales de Montevideo, donde
estaba internado hacía tres décadas, pues la familia de su
mujer, recién fallecida, había presentado un certificado falso
de defunción, a los efectos de excluirlo de la herencia, que así

99
Sirio López Velasco

quedaría en manos de quienes manejaban a su hijo, también


enfermo mental. Le dieron el dinero solicitado y el suegro se
quedó con ellos varios días, contactando con abogados e
instancias judiciales. Después regresó a Uruguay, para traerse
hasta Rivera a su hermano. Terminó el semestre y los cuatro
se fueron a descansar unos días a Rivera. Cuando volvieron el
Director del Instituto de Filosofía llamó a Tito a una reunión
a puertas cerradas, donde había otros tres profesores que lo
secundaban, y le expuso varias quejas, aunque quedaba claro
que el meollo del problema era la línea de liberación que
seguía el CEFLA. Tito le dijo que le expusiera aquellas quejas
por escrito, y se levantó para dejar la habitación; tuvo que
soltarse el brazo cuando uno de los presentes, perteneciente a
una familia de grandes empresarios, quiso retenerlo. Uno de
los estudiantes que trabajaba en el CEFLA le dijo a Tito que
aquello olía a despido. A los tres días un telegrama llegó al
apartamento indicando que Tito debía presentarse en el
Instituto por asunto de su interés. Estaba echado. De nada
valieron ni las manifestaciones de los alumnos y los inmensos
carteles que pusieron en su apoyo en la fachada del Instituto,
ni la mediación de algunos alumnos ante el Movimiento de
Justicia y DDHH y, a través del mismo ante la Asamblea
Legislativa del Estado. María recibió su carta de despido en
esos mismos días. Exactamente en ese momento Tito recibió
del órgano especializado ligado al Ministerio de Cultura la
confirmación de que la ayuda financiera que había pedido para
presentar trabajos en el Congreso Mundial de Filosofía que se
realizaría en Brighton, Inglaterra, había sido aceptado.
Consultó a María y al alumno que más lo ayudaba en el
CEFLA, pues no sabía ni cómo pagarían el próximo alquiler,
y éste le dijo que fuera tranquilo que a la vuelta tendría otro
empleo. Al volver diez días después Tito le comentó a su
esposa que no había dormido casi nada en aquella aventura,
pero que volvía con cuatrocientos dólares que había ahorrado

100
María y cartas a Sirio Lorenzo

de los viáticos, y el cargo, que nada servía para mantener la


olla, de Vice Presidente de la Asociación Internacional de
Jóvenes Filósofos (IAYP). Estaba almorzando a hora tardía el
mismo día de su vuelta de Inglaterra cuando golpearon a la
puerta. María fue a atender y el hombre, a quien nunca habían
visto, se presentó como Coordinador del área de Filosofía de
la Universidad jesuita situada en las afueras de Porto Alegre;
agregó que venía a buscar a Tito para empezar a trabajar con
ellos de inmediato, pues un grupo ya estaba a su espera. La
pareja se abrazó y besó. Y allá se fue Tito con el hombre.
María pensó que su marido tenía razón cuando decía una y
otra vez que ellos eran los únicos ateos a quienes San Pedro
dispensaba repetidos favores. Mas a medida que avanzaba el
semestre la pareja afirmó su convicción de que debían
arrimarse a Uruguay; la Universidad jesuita quedaba distante
y no le ofrecía a María una perspectiva de trabajo. Así en las
vacaciones hicieron contactos con una modesta institución
universitaria creada en Livramento hacía quince años, que
tenía una Facultad de Pedagogía en la que ambos podrían
trabajar. Fueron aceptados casi de inmediato, y regresaron a
Porto Alegre para preparar la mudanza. Tito agradeció a quien
lo había llevado a la Universidad jesuita, en un momento
familiar tan difícil, le explicó los deseos de acercarse a
Uruguay, y pusieron rumbo a Livramento.
Se alojaron en Livramento en una modesta casa con
tres piezas separadas por tabiques que la madre de Tito
alquilaba al fondo de la tienda que había abierto y después
había dejado en manos de su hija. Quedaba a tres cuadras de
la calle que hacía frontera con Rivera, o sea con Uruguay.
María decidió que allí no era un buen sitio para criar a los hijos
y le pidió ayuda a su madre para comprar la llave de un
apartamento en construcción en modo de cooperativa; el
edificio quedaba en Rivera, a pocas cuadras de la frontera con
Livramento. Su madre no demoró en responderle

101
Sirio López Velasco

positivamente y le giró por el banco la suma necesaria. María


pagó e inspeccionó el apartamento, situado en el barrio El
Fortín. Todavía no tenía ni luz ni agua, pero después de una
limpieza estaba en condiciones de recibir los muebles. Lo
limpió a fondo e hicieron la mudanza. Los niños estaban
encantados con el patio interior embaldosado que tenía el
edificio. Los padres no tanto porque en uno de sus lados daba
a un barranco que no tenía ningún muro de protección. Las
dos primeras semanas los niños extrañaron la falta de luz
eléctrica y la necesidad de manejarse con faroles; pero se lo
tomaron como parte de una aventura. El agua potable se
consiguió trayendo una manguera desde la bomba que
alimentaba de agua a la construcción aún inacabada. María
llevó a su suegra con ella, pues se ofreció a darle una mano
con los niños. Éstos habían sido matriculados en la Escuela
nº 8 de Rivera, situada a los pies del barrio, hacia la calle
principal de la ciudad. Podrían ir y volver solos, pero como
sus padres podían tener ocupaciones, allí estaría la abuela
paterna para recibirlos. En la Facultad de Pedagogía de
ASPES (que así se llamaba la institución, con sigla que
significaba Asociação Santanense Pro Estudos Superiores) las
clases iban a comenzar. A María le dieron dos disciplinas:
Introducción a la Alfabetización, que era de su área, y la
inesperada Sociología. A Tito le dieron Introducción a la
Filosofía, y Filosofía de la Educación. Algunas clases eran
diurnas y la mayoría en horario nocturno; por eso y como el
barrio donde quedaba la sede de la Facultad era periférico y
oscuro, la pareja se organizó para que María no fuera ni
volviera nunca sola. Para eso vino como anillo al dedo el viejo
auto modelo Brasilia que la madre de Tito tenía. Las clases
empezaron para padres e hijos. Los niños lucían contentos la
túnica blanca y la gran moña azul, característicos de los
escolares uruguayos. Los alumnos de María eran muy
respetuosos y admiraban sus conocimientos y su eterna

102
María y cartas a Sirio Lorenzo

amabilidad. Los de Tito eran esforzados y atentos. Todo iba


bien. Algun fin de semana el viejo auto servía para un paseo a
los Lagos del Norte. En uno de ellos la madre de Tito dijo que
hacía muchos años había comprado allí un terreno por un
precio irrisorio y lo ofreció por si la pareja quería hacerse una
casa de descanso. Aceptaron con gusto y con los primeros
salarios fueron comprando los materiales básicos para una
pequeña casa. El tío Eduardo, casado con una hermana de la
suegra de María se ofreció para hacer los cimientos, levantar
las paredes y colocar las aberturas. Otro tío, juntado con otra
hermana de la suegra de María dijo que podía poner el techo
de lata. La pareja agradeció e hizo las tareas de peón de albañil
durante los fines de semana hasta que la obra estuvo pronta,
aunque sin revoque porque no había dinero para ese lujo. Un
domingo en el que el tío Eduardo había regresado a su casa
en la ciudad, pues las paredes estaban prontas, María, su
marido y los niños ocupaban una carpa situada en el patio
trasero de la casita, para vigilar e impedir cualquier robo. La
tarde cayó y el cielo se encrespó con truenos aterradores. Los
niños se apretaron contra sus padres. El viento cobró una
fuerza huracanada. El farol se apagó y la carpa amenazaba
volarse a cualquier momento, dejando a merced de la copiosa
agua que caía las bolsas de cemento que se cobijaban bajo su
techo. María agarraba a la vez a los níños y al palo central de
la carpa, mientras Tito trataba de calzar sus puntas con
ladrillos para impedir que se volara. La tormenta pasó tan
rápidamente como había llegado. Los niños se durmieron de
cansancio y susto. La pareja había encontrado el nombre de la
casa: “La Tempestad”. Así lo estamparon en la tapa del pozo
negro, que construyeron atrás del baño con la guía del tío
Eduardo. Otro tío de Tito había donado tres ventanas de
hierro que tenía abandonadas. Con una pequeña que
compraron, además de una banderola, y dos puertas de lata,
las aberturas quedaron prontas. El fin de semana siguiente el

103
Sirio López Velasco

tío político carpintero erigió la armazón de madera que


soportaría el techo de chapas de lata. Como las vigas de la
armazón quedaron separadas en función de la poca cantidad
de madera disponible, aconsejó que se pusieran piedras
encima del techo, como medida de seguridad ante alguna
tempestad que pudiera levantar la cobertura. La casita tenía un
living que era también dormitorio, otro dormitorio, una
cocina- comedor y el baño; en este último brillaban el lavabo
y la cadena del water de plástico de color rosado chillón, que
dejaban una ducha en su costado. Para disfrutarla, ocuparon
la casita de inmediato, aprovechando tres camas y un sofá
usados, conseguidos con familiares, una prehistórica heladera
donada por la madre de Tito y una flamante y maciza mesa
ladeada por dos bancos largos sin respaldo, confeccionados
por el autor del techo de la residencia. Tiempos después se
enteraron de que el hombre que fungía como capataz de Los
Lagos había mirado mal el mapa y a la suegra de María le había
indicado un terreno equivocado. El que ella había comprado
hacía décadas estaba en aquella manzana, pero en la calle
lateral. Tito y María buscaron al dueño del terreno donde
habían erigido la casa, y le propusieron un canje por el de la
madre de Tito. El hombre aceptó, con la condición de que le
pagaran mil dólares, que era mucho más de lo que en su época
la suegra de María había pagado por el terreno. Sin más
remedio aceptaron, y firmaron ante escribano el canje. Los
niños disfrutaban de cada día pasado en la casa, pues el patio
era amplio y la calle de tierra y rodeada de terrenos baldíos
que eran un parque de aventuras sin riesgo, ya que casi nunca
pasaba por allí un auto.
A los tres meses de iniciadas las clases Tito volvió con
la noticia de que en la ASPES pensaban organizar por primera
vez en sus quince años de existencia una huelga docente en
defensa de mejores salarios, y que lo habían invitado a
participar del Comando de la misma. María le contestó que

104
María y cartas a Sirio Lorenzo

aquello terminaría mal y que los echarían. Su marido le echó


en cara que siempre era mal pensada y no confiaba en las
personas, pues los colegas le garantizaron que si alguien era
sancionado, todos renunciarían. La huelga duró dos semanas
y terminó con una media victoria. A los dos días echaron a
Tito. Sólo una colega apareció en el apartamento a
solidarizarse con él. Dos días después echaron a María. Otra
vez no sabían cómo iban a pagar el alquiler, que esta vez era
la próxima mensualidad de la compra del apartamento. Pero
increíblemente esa misma semana otra vez San Pedro entró
en acción. Una tía de Tito que tenía en Rivera un muy
modesto hotel, le trajo la noticia de que un profesor había
llamado por teléfono desde la Universidad, en Montevideo, y
que al otro día lo volvería a llamar en ese mismo horario. Tito
esperó la llamada y el otro le propuso participar como
entrevistador en el Norte uruguayo para el Atlas Lingüístico
del Uruguay, que él mismo coordinaba junto a un colega
alemán que había conseguido todo el dinero y los aparatos y
materiales necesarios. Tito preguntó si pagaban por la tarea y
el otro le respondió que pagarían unos ochocientos dólares
por cada localidad entrevistada, usando cuestionarios en
español y en portugués, y que como mínimo se podría
encuestar en dos localidades cada mes. Tito se limitó a
preguntar cuándo comenzaría, y el otro le dijo que la semana
entrante. Casi al mismo tiempo una tía política de Tito que era
profesora de francés en el Liceo público más céntrico de
Rivera pidió licencia para hacer un viaje de estudios a París, y
recomendó a María para que la supliese. Así, con dos jugadas
maestras casi simultáneas, San Pedro puso en orden las
finanzas de la familia.
María encaró las clases del Liceo con la misma postura
universitaria que había usado en la ASPES. Pero la realidad
pronto la sacó de su error. Los alumnos varones pasaban
mucho más tiempo peleándose entre sí y tirándose cosas, en

105
Sirio López Velasco

plena clase, que el poco que usaban para prestarle atención.


Ella levantaba progresivamente la voz para tratar de mantener
el diálogo con las niñas, que querían aprender algo. Día tras
día volvía a casa ronca y con los nervios deshechos. Hubo dos
treguas de corta duración las veces en que la Vice Directora
irrumpió en la clase para amenazar con sanciones a todos los
revoltosos. Y a ella la llamó después de la clase en privado
para decirle que tuviera pulso firme o aquellas bataholas se
repetirían. Y se repitieron. Así, y aunque había dado clases
también a dos grupos de Preparatorios muy respetuosos, y
pese a que se quedaría por el momento sin su modesto salario.
María agradeció en su fuero íntimo cuando la tía volvió para
recuperar sus grupos. No obstante supo después que había
tenido una buena evaluación por parte de la Dirección y que
podrían llamarla el año siguiente para dar clases. Por lo pronto
apoyaba a Tito en su trabajo del Atlas, y llegó a hacer junto
con él algunas entrevistas. Otras veces cargaba a los niños para
visitarlo en retirados pueblos donde permanecía por días. Así
en Aceguá tuvo que limpiar sin agua en la canilla, pues había
un corte temporal, el pichí que Carolina se hizo de susto en el
salón parroquial, al dormir los cuatro en el piso; y escuchar al
cura contar divertido cómo en plena final de la Copa del
Mundo de 1950, ganada por Uruguay en el brasileño
Maracaná, tuvo que apartarse de la radio pues un joven
matrimonio apareció inopinadamente para bautizar a su hijo
primogénito de pocos días; años después - agregó el cura - al
cruzarse con aquel muchachote en el pueblo, le diría: “¡vos me
impediste oír la más importante victoria del fútbol uruguayo
en las últimas décadas!”. A Cerrillada decidió ir sola, pues el
paraje era desolado y había que hospedarse en la misma
escuela rural que albergaba a Tito y a un colega alemán. En
Pueblo Ansina se llevó un chasco, porque cuando llegó
cargando a los niños a la pensión de patio sombreado por una

106
María y cartas a Sirio Lorenzo

hermosa parra, el encargado le comunicó que Tito acababa de


tomarse el ómnibus anterior para regresar a Rivera.
María proyectaba las clases que podría dar en el Liceo,
si la llamasen. Las vacaciones, intermitentes para Tito, pues
las labores del Atlas no pararon, fueron disfrutadas en la casita
de Los Lagos. Cuando el año lectivo ya había comenzado, le
llegó una invitación a Tito para presentarse a un concurso para
docente de Filosofía en la Universidad Federal de Pelotas,
situada hacia el sureste a más de trescientos kilómetros, pero
a doscientos kilómetros de la frontera uruguaya más próxima.
La pareja ponderó que ya que el concurso daba garantía de
empleo inamovible, y que el salario era comparable al del
Atlas, valía la pena intentarlo; máxime que las tareas del Atlas
podrían mantenerse en caso de fracaso. Tito aprobó el
concurso pero lo dejaron en segundo lugar, atrás de una
inteligente muchacha local que no tenía el título de Doctora
en Filosofía. El colega que lo había invitado se quejó de aquel
contrasentido, pero Tito lo calmó asegurándole que tenía un
ganapán. Pocas semanas después apareció en Livramento una
profesora uruguaya que vio a María para decirle que una
alumna que su marido había orientado en Porto Alegre en su
Tesina de Maestría, y que ahora era docente en la
Universidade Federal do Rio Grande, lo invitaba a concursar
en aquella Universidad. Cuando Tito volvió del pueblo en el
que encuestaba para el Atlas, María le comunicó la noticia y él
dijo que antes de más nada llamaría por teléfono a quien lo
invitaba para cerciorarse de que no había cartas marcadas
como las había habido en Pelotas. La persona le aseguró que
el concurso era limpio. Entonces María acompañó a Tito,
para alojarse en la casa de alguien que sería un futuro colega
en caso de que Tito fuese aprobado. Así sucedió y sólo meses
después se enteraron que un miembro del Jurado, quien
conocía a Tito desde el Congreso de Gramado donde habían
lanzado la Carta en pro de la Filosofía de la Liberación, tuvo

107
Sirio López Velasco

que plantarse firme, para que no hubiera una injusticia,


amenazando incluso con denunciarla a la prensa; y también
supieron que la colega que había ido a Livramento a transmitir
la invitación, antes mismo del concurso, tuvo que pelear en el
uno de los Consejos Superiores de la institución para que se
aceptara la inscripción de aquel forastero. Y así entró a fines
de año Tito al cuerpo docente de la FURG, donde
permanecería hasta su jubilación tres décadas después.
Dejaron a la suegra en el apartamento de Rivera, cuya
mensualidad la pareja seguiría pagando por tres años más, y se
mudaron a Rio Grande con los niños. Mientras Tito hacía
entrevistas del Atlas, el suegro llevó en su auto a María y a los
niños hasta Cassino. En ese barrio-balneario perteneciente al
Municipio de Rio Grande, un colega médico y docente
universitario había ofrecido por los meses no veraniegos el
uso de la casa de descanso que allí tenía; a condición de que la
cuidaran y vigilaran, y pagaran los gastos de luz y agua. La casa
era un coqueto chalet con amplio patio, garaje para dos autos
y churrasquera. Los niños fueron matriculados en la escuela
pública que distaba sólo una media docena de cuadras. María
se hizo a la nueva y cómoda casa y al retorno al portugués. Sin
embargo su vida no era fácil, pues se esmeraba para cuidar en
cada detalle que la casa no sufriera el más mínimo daño. Y una
noche, mientras Tito encuestaba para el Atlas, sintió ruido al
costado de la churraquera. Asomó por la ventana el revólver
que su suegro le había dejado prestado, y vio que un hombre
se aprestaba a dormir allí, o quizá a invadir la casa. Secamente
le dijo que si no se retiraba ella tiraría. El hombre se fue en el
acto. Los niños seguían durmiendo plácidamente, pero a
María le costó conciliar el sueño casi hasta el amanecer.
Con el verano aproximándose María le planteó a Tito
la necesidad de buscar otra casa, pues el dueño del chalet
pronto vendría a ocuparlo. Casi enfrente había una cabaña
vacía y la alquilaron. Pero dedujeron que no podrían pagar su

108
María y cartas a Sirio Lorenzo

precio veraniego, por lo que, juntando todos los ahorros


fueron a una inmobiliaria con la intención de comprar un
terreno. Recorrieron tres y a María le gustó el que quedaba a
escasos cuatrocientos metros de la playa, ya rodeado por un
alambrado que servía de valla a un solitario caballo que
pastaba. Su precio era de tres mil dólares, alto para sus
entradas; pero lo pagaron y de inmediato se pusieron en
campaña para levantar allí una casa que tuviera lo
indispensable para que no necesitasen volver a pagar alquiler.
Con el préstamo de un primo, que fue puntualmente devuelto
en cuotas, y la herencia que a María le había dejado una ex
paciente de su madre, compraron los materiales y contrataron
al albañil y a un ayudante. María y Tito trabajaban a la par de
éstos, y hasta los niños ayudaron trayendo del arroyo contiguo
baldes de agua que se necesitaban en la obra. Tito quiso que
cada uno de los cuatro pusieran un ladrillo de su nueva
morada. Y en una semana la estructura fundamental de la casa
estuvo en pie. Tenía dos dormitorios, un comedor, una
cocina, un baño, y un garaje, que, a falta de auto, serviría como
depósito. Se mudaron justo a tiempo de evitar el alquiler de
verano, aunque no tenían cielorraso, ni baldosas en los pisos,
ni azulejos en la pared del baño. Eso vendría después, según
elecciones que María haría.
Las abuelas de los niños y el suegro de María se
turnaron para visitarlos, y la casa se fue completando
lentamente. En la Universidad Tito había sido elegido Vice
Jefe del Departamento de Educación y Ciencias del
Comportamiento, secundando a la colega brasileña que lo
había invitado a concursar. Soñaban con crear una Maestría
en Educación, que a la postre resultó ser la primera en
Educación Ambiental reconocida por el Ministerio de
Educación en todo el Brasil, de la que Tito sería el primer
coordinador, y que en 2006 se extendería en un Doctorado en
el área. Y al mismo tiempo él le sugería a María la posibilidad

109
Sirio López Velasco

de que ella diera clases de español o lingüística, en el ámbito


del Departamento de Letras y Artes. María fue a hablar con el
jefe de ese Departamento y éste la aceptó en el momento; sería
contratada como profesora invitada, lo que dispensaba la
realización de un concurso, pero limitaba su actuación a dos
años en esa calidad, y daría clases de español en un Curso de
Extensión que se crearía para eso. Sus clases casi
exclusivamente en lengua española cautivaron a los
numerosos y entusiasmados alumnos, entre ellos a uno que
dos décadas después sería electo Prefeito del Municipio de
Rio Grande (cuando ya contaba con poco menos de
doscientos mil habitantes). María no se contentó con las
clases, sino que organizó Jornadas en las que había
conferencias y seminarios dedicados a autores españoles y a
temas de la cultura, la Historia y el arte de Hispanoamérica.
Cuando su contrato como invitada venció, el jefe de
Departamento la recontrató por dos años más como
profesora visitante, cargo que en la época tampoco necesitaba
un concurso previo. Esa era la única opción en una época en
que los concursos estaban cancelados, y más aún para cargos
antes no existentes. María propuso con audacia que aún así se
crease la Licenciatura en Lengua española, contratando otros
docentes provisorios, y el Departamento no sólo acogió la
idea, sino que creó la Carrera en doble turno, uno diurno y el
otro nocturno. María protestó, diciendo que se les había ido
la mano para los contados docentes que tenía a su disposición,
pero no hubo marcha atrás. Así pasó María a desempeñar el
cargo de primera Coordinadora del área de español del nuevo
Curso, oficialmente designado como Licenciatura Portugués-
Español.
Sorprendió a María en plena actividad la invitación de
la Universidad de Pelotas para presentarse a un concurso en
Literatura española. Ponderó con Tito que esa no era su área,
y que sería un lío para ellos y para los hijos si ambos tuvieran

110
María y cartas a Sirio Lorenzo

que trabajar en dos instituciones separadas por 50 kilómetros.


Pero se dijeron que conocían por lo menos a dos parejas de
docentes que vivían y resolvían aquella situación, y que si
María entrase en Pelotas quizá después conseguiría un
traslado para Rio Grande, ya como profesora concursada fija.
Y así, sin detener sus actividades en Rio Grande, se presentó
al concurso en Pelotas. No fue aprobada, pero la pareja poco
después opinó que quizá San Pedro había intervenido una vez
más, porque unos meses más adelante se abrió en la FURG
un concurso del área que María dominaba y practicaba, y en
él fue aprobada. Su madre, que estaba en esa época residiendo
en la casa de María y su familia, le había tomado la lección en
cada tema del concurso, y la corregía al menor desvío de
palabra en relación a lo que indicaban los textos. Cuando su
hija fue aprobada, lloró de alegría, y Tito la felicitó a besos,
efusivamente y conmovido. Ahora, como Tito, era docente
efectiva de la FURG. La conquista de esa seguridad le dio alas
para inventar nuevas actividades en beneficio de la
Licenciatura de Español; una de ellas lo fueron los cursos
extensionistas destinados a profesores de la red escolar
pública que quisieran aprender esa lengua; y otra muy
importante fue la organización de viajes de inmersión total en
el español para los alumnos de la Licenciatura; los mismos se
realizaban a localidades uruguayas fronterizas con Brasil,
situadas a una distancia de entre 250 y 400 kilómetros de Rio
Grande, y un par de veces hasta Montevideo. En esas
excursiones que duraban como mínimo uno o dos días, había
alumnos que aprendían en ese lapso lo que no habían
aprendido en dos meses.
María luchaba para conseguir más docentes y
recursos, y perfeccionaba la Licenciatura que había fundado,
mientras que los hijos hacían sus estudios. Carolina cumplió
quince años y con los ahorros acumulados María y Tito
resolvieron que era hora de llevar a los hijos a conocer a sus

111
Sirio López Velasco

primos holandeses, hijos del hermano de María que se había


quedado viviendo cerca de Utrecht, y de reencontrar a Carlos
y Ana en Bruselas. Allí llegaron primero, arribando al
conocido edificio de la Avenue des Pléyades. Fue un
reencuentro de casi hermanos. Y partieron para quedarse una
semana en casa del hermano de María. Los dos primeros días
corrieron bien, pero su cuñada manifestaba un mal humor con
Tito y sus hijos, que explotó al tercer día. Eso ocurrió cuando
volvían de una divertida visita a un zoológico. La holandesa
se insolentó contra los visitantes, excluyendo de su ira a María,
pero discutió con el hermano de ésta. Tito consultó a María y
en el acto resolvieron volver a Bruselas. El hermano de María
los acercó algo a la frontera belga. En el exacto momento en
el que esperaban el tren, comenzó a nevar, y Carolina y Sirio
Roberto gozaron enormemente ese reencuentro con la nieve,
que no veían desde muy pequeños. Carlos y Ana los recibieron
de brazos abiertos y se dispusieron a quedarse unos días con
sus hijos si la pareja quería hacer algún viaje sola. María dijo
que ese era el momento de realizar la soñada visita a Venecia.
Carlos ofreció su tarjeta para que pudieran alquilar un auto y
así partieron en un flamante Twingo violeta atravesando Suiza
antes de llegar a tierras italianas. En la aduana un policía les
dijo que pilotaban un extraño y pequeño auto. Sólo entonces
percibieron que en las partes altas la carretera tenía algo de
nieve y que aquel autito no tenía cadenas de las que se ponen
en los neumáticos para poder hacer frente a un piso nevado.
Pero la suerte los acompañó y tuvieron que pisar nieve sólo
en pocos trechos reducidos. El túnel del Mont Blanc los
impresionó por su tamaño; tanto que ansiaron volver a salir al
aire libre. Y después vino la Italia de los carteles rotos o
torcidos, que hacían que la pareja se sintiera en casa. Cuando
llegaron a la entrada de Venecia en la Oficina de Turismo una
funcionaria les dijo que no había plazas en los hoteles, pues
era Carnaval. Sólo entonces la pareja cayó en la cuenta de que

112
María y cartas a Sirio Lorenzo

llegaban en la fecha en la que Venecia recibía la mayor


cantidad de gente proveniente de todos los países de Europa
y de más allá del continente. Pero otra vez intervino San
Pedro y un hombre en motoneta, que había oído el diálogo,
le dijo a la pareja que conocía un hotel que tenía cuartos libres,
y que bastaba seguirlo. Así lo hicieron y éste los condujo al
Martello, en el barrio moderno de Venecia Marghuera,
distante sólo una quincena de minutos en ómnibus de la
ciudad histórica. El motorista recibió su propina del dueño del
hotel y se marchó. La pareja empezó a disfrutar en aquel
mismo momento la magia de aquella ciudad que décadas
después Tito describiría a partir de sus experiencias en la
novela filosófico-policial “Las máscaras”.
Otro viaje en auto alquilado relacionado con el
cronograma de vida de Carolina sorprendió a los cuatro, esta
vez en España, cuando ella había prestado el examen de
ingreso a la Licenciatura en Historia de la FURG. Estaban en
Vigo cuando Tito llamó por teléfono desde una cabina, muy
preocupado a un vecino que también era docente de la
Universidad, y éste le informó que no sólo Carolina había sido
aprobada sino que encabezaba la lista de los aprobados. Ese
viaje familiar que ya había sido feliz en su paso por Tordesillas,
Ávila, Salamanca (con una noche pernoctando en piezas
contiguas de “La Carabela” y sin poder dormir por el ruido
que hacían quienes de madrugada descargaban carbón para el
hotel), Lugo (donde María conoció a un cómico colega que
enseñaba inglés a los españoles con artimañas tan inesperadas
como la de decirles que cuando no supieran una respuesta
debían recordar la oposición entre el día y la noche y
pronunciar “no hay día”, y que les prometió hacerles probar
una especialidad local absolutamente única, que resultó ser la
torta frita), La Coruña y Bueu (con una noche pasada en un
hotelito situado frente al muelle de los pescadores y del que
Tito y María salieron para caminar a las 6 de la mañana y al

113
Sirio López Velasco

volver se toparon con la preocupada cara de los niños


asomados a la ventana, sospechando que los hubieran
olvidado), prosiguió ahora más alegre aún con un periplo que
los llevó a una estadía de dos días en Lisboa, un día en Sevilla,
otro en un moderno hotel de Almuñecar lleno de jubilados
belgas y holandeses, y otro más en Granada, antes de volver
a la casa de una tía de Tito en Madrid.
Pero después de otros, el gran viaje llegó para María
cuando en setiembre de 2001, una semana después del
derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York, partió para
cursar el doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid
(UAM). Un par de cartas previas habían asegurado la
aceptación de la profesora que sería su Directora de Tesis. Iba
sin beca pero con su salario mantenido, según lo aprobado
por la Universidad y confirmado por el Ministerio brasileño
de la Educación. Lo acordado fue que Tito la seguiría tres
meses después, pues había sido autorizado, y para ello había
pedido una beca, para realizar estudios de posdoctorado en el
Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC) con sede en la capital española. Los hijos
quedarían acompañados por una colega uruguaya y su marido,
que no tenían casa propia en Rio Grande. Como una
prolongada huelga obligó a prorrogar el fin de ese año lectivo,
Tito contó con la solidaridad de dos colegas que asumieron
sus grupos para así poder viajar; un detalle: lo hacía sin saber
si la beca le sería concedida o no, pero en todo caso contaba
con su salario. Y así Tito y María se reunieron en el
apartamento de Elsa, la tía de Tito que vivía en Madrid.
Después de los sustos que había pasado para formalizar la
inscripción al doctorado, María enfrentaría ahora con Tito la
máquina burocrática española. Había que ir a dos sedes
distintas de la Policía para pedir la estadía en calidad de
estudiante, y para tanto había que hacer pacientemente filas
de más de una cuadra, compartiendo las angustias con gente

114
María y cartas a Sirio Lorenzo

de todos los colores que estaba allí por otros motivos. María
concluyó que harapiento o candidato a Doctor, un extranjero
es un extranjero en cualquier parte del mundo. La nota
diferente la puso la administración de Vallecas que los
empadronó sin muchas preguntas, y les dio la tarjeta pública
de asistencia sanitaria. Cuando Tito llegó María tenía que
elaborar sus primeros trabajos para ser evaluada en la primera
fase del doctorado que los españoles llamaban Diploma de
Estudios Avanzados. La presencia de su marido le dio la
tranquilidad para enfrentar con éxito esos primeros desafíos.
Máxime que una amiga de Elsa que se marchó a Uruguay por
un mes, les dejó su minúsculo apartamento en el centro
madrileño para que estudiaran a gusto. Ese retiro era tanto
más necesario que antes de irse a España y para ahorrar algún
dinero, habían vendido la llave del apartamento de Rivera,
pero la madre de Tito, en vez de irse a Cassino, había decidido
vivir uno o dos años con su hermana Elsa en Madrid. El
apartamentito de Susana era ideal para estudiar, pues era tan
pequeño que no había nada con lo que distraerse. Pero tenía
un habitante. Era Segismundo, su gato. Tito lo bautizó con
ese nombre pues tenía una obsesión con el sexo, ya que cada
vez que la pareja se iba al cuarto, el gato venía
indefectiblemente a caminarles por arriba una y otra vez,
queriendo integrarse al juego. Entre los trabajos que tuvo que
redactar María (en la computadora de Susana, pues hasta el
momento ella carecía de una) hubo uno sobre el bilingüismo
en Catalunya, lo que le exigió leer por primera vez un par de
libros en catalán, y otro que la obligaba a revisitar la Gramática
Generativa y Transformacional y sus incómodos esquemas en
forma de árboles gráficos. Esas pruebas fueron aprobadas, y,
con la vuelta de Susana, volvieron al apartamento de Elsa. Por
aquellos días aparecieron los primeros billetes de Euro. Tito
comentó que parecían sacados de un juego de Monopoly.

115
Sirio López Velasco

Como donde vivían no tenían acceso a internet, María


y Tito tenían que caminar una docena de cuadras para llegar a
un cibercafé que quedaba en la Avenida de la Albufera. En
una de aquellas excursiones recibieron la nueva buena noticia,
sin duda resultado de otra jugada de San Pedro. Un email
venido del Ministerio brasileño de Educación, comunicaba a
Tito que le habían concedido la beca por diez meses, y que
debía abrir una cuenta bancaria para recibirla. Así lo hizo en
Caja Madrid y aquel dinero empezó a caer como agua en suelo
sahariano, pues le permitió a la pareja dos inversiones
fundamentales. Por un lado habían visto que Fundación
Carolina ofrecía una beca para una Maestría en Historia que
le vendría como anillo al dedo a su hija; pero para obtenerla,
curiosamente, había que pagar una inscripción que valía tres
mil Euros; la pareja pensó que aquel requisito era para
marginar a cualquier pobre latinoamericano, pero ahora, con
la beca de Tito, podían invertir sus ahorros en ese gasto. Así
se lo hicieron saber a su hija, para que viniera con su hermano
a visitarlos a la brevedad y empezar aquella Maestría. En
segundo lugar y vinculado a lo primero, la beca brasileña le
permitiría a la pareja alquilar algo para vivir con
independencia, máxime ahora que esperaban recibir la visita
de los hijos y que Carolina se quedaría a vivir con ellos. Se
pusieron en campaña y llegaron a firmar un contrato con una
pareja de gays que abandonaba su buhardilla en el centro de
Madrid pues se iba a trabajar a Sevilla. Pero esa misma tarde
una argentina, amiga de Elsa, le comunicó que dejaba su
apartamento social para mudarse con su hija a Barcelona, y,
como no lo podía alquilar legalmente, estaba dispuesta a
hacerlo a sus sobrinos por un precio muy conveniente.
Cuando María y Tito supieron esa noticia lo primero que
calcularon fue que aquel alquiler sería de menos de la mitad
del de los gays, y en segundo lugar que aquel espacioso
apartamento de dos cuartos y amplio living y cocina quedaba

116
María y cartas a Sirio Lorenzo

en la Avenida Buenos Aires a sólo tres cuadras del de Elsa.


En el acto corrieron de vuelta hasta el centro de Madrid y
lograron que los gays, muy amables y comprensivos,
rompieran el contrato recién firmado. Y se instalaron en el
apartamento de la avenida Buenos Aires, en El Pozo del tío
Raimundo, periferia de Vallecas.
La encargada, una señora sesentona a quien llamaban
Paquita, era muy metida y vigilante de todos los detalles. Una
vez vino a reclamar hasta el segundo piso porque Tito había
regado las plantas con tanta abundancia que un poco de agua
había caído hasta el balcón de Paquita. Pero su corazón se
enterneció y se hizo admiradora de María cuando vio que ésta
cumplía a rajatabla con su obligación quincenal de lavar los
corredores y las escaleras del edificio, dejándolos relucientes.
A tal punto cambió Paquita que le propuso a María que
aceptara el cargo de encargada el año entrante. María declinó
el ofrecimiento aclarando que su estadía en España era
provisoria, y que ya no estaría en aquel edificio el año
venidero. También sonreían a María dos familias de gitanos
que vivían en el edificio, que se notaba que hacía poco habían
abandonado el nomadismo pues su nostalgia de los espacios
abiertos era tanta que de tarde acampaban en el ancho cantero
central de la avenida, para quedarse allí durante horas. María
tomaba el tren en la estación de El Pozo, con tanta buena
suerte que allí pasaba una línea que la dejaba en Cantoblanco,
sede de la UAM, alejada muchos kilómetros del centro
madrileño. Más suerte tenía Tito, pues la sede del Instituto de
Filosofía del CSIC quedaba en un lugar céntrico e histórico,
pues allí estaba el alojamiento que habían compartido Dalí y
Lorca en su joven estancia madrileña. Ahora, como sus
obligaciones no eran diarias, Tito acompañaba a María
muchos días hasta la UAM.
Los hijos llegaron y organizaron un programa de
visitas turísticas. Para eso alquilaron un auto por diez días.

117
Sirio López Velasco

Pero María no faltó ni a una sola clase, en las que se sentaba


en primera fila y tomaba abundantes notas. A tal punto que
en una de esas salidas hicieron el no despreciable trayecto
hasta Trujillo, y como María se negaba a perder un día de aula,
volvieron por la noche a Madrid y tuvieron que rehacer todo
el camino para seguir luego hasta Mérida. En su estadía en
Madrid, Sirio Roberto se cruzó con su profesor de tenis frente
al Prado, y encontró a un brasileño que lo llevó a un par de
fiestas bailables. Era su forma de no aburrirse. Al final regresó
a Brasil y Carolina empezó la Maestría. María, a su vez, debía
precisar el tema de su Tesis doctoral, pues quería trabajar las
interferencias preposicionales portuguesas en el español
hablado por sus alumnos brasileños, pero su Directora de
Tesis no creía que de ese tema saliera una Tesis. Esa profesora
era una novata en la dirección, pues María y otra alumna eran
sus primeras dirigidas, y su inseguridad la llevaba a ser muy
exigente, al tiempo en que no daba ninguna orientación
concreta que pudiera guiar al doctorando. María había leído
en internet un artículo que remitía a un libro de una autora
canadiense llamada Sarah Thomason y se lo comentó a Tito.
Una tarde que bajaban por la Avenida Buenos Aires hasta el
estirado parque de Palomeras, donde hacían frecuentes
caminatas, en las que María degustaba una cerveza con aros
de calamares y Tito tomaba algún refresco, la luz descendió
sobre sus cabezas. Thomason había elaborado una Escala
para mostrar cómo evolucionaban las interferencias en
hablantes bilingües en situación de contacto lingüístico
informal; y su conclusión mostraba que las interferencias iban
progresivamente aumentando, hasta cubrir todas las esferas
de la lengua. Como en el caso de los alumnos de María la tarea
consistía en ayudar a que suprimieran progresivamente sus
interferencias portuguesas al expresarse en español, ya que
varios serían posteriormente profesores de esa lengua en la
red escolar brasileña, lo que cabía esperar era que, al contrario

118
María y cartas a Sirio Lorenzo

de lo concluido por Thomason, las interferencias tuvieran una


línea descendiente en todas las esferas del español practicado
por aquellos alumnos. Y así quedó planeada la Hipótesis de la
Escala Invertida de Interferencias en el español practicado por
alumnos universitarios brasileños. Al oírla la Directora de
Tesis dijo que allí había un sólido apoyo para una Tesis
doctoral, y el trabajo de María caminó desde entonces con una
dirección segura. Al mismo tiempo fue aprobando las diversas
disciplinas del programa, hasta que defendió la primera
versión parcial de la Tesis, concluyendo el Diploma de
Estudios Avanzados.
Una noche Tito supo por internet que en Río Grande
se abría una nueva Facultad, privada pero con mensualidad
moderada, que incluía una Curso de Comercio Exterior.
Conversó al respecto con María y de inmediato contactaron a
Sirio Roberto para preguntarle si eso le interesaba. Ante la
respuesta positiva, lo presionaron para que se inscribiera. El
primer examen de ingreso se haría cuando Tito ya estuviera
de vuelta en Cassino, quizá trayendo consigo a su madre,
mientras María permanecía en Madrid, de vuelta en la casa de
Elsa, pues sin la beca de Tito, que ya habría terminado, no
tenía cómo seguir pagando el alquiler en la Avenida Buenos
Aires.
El año terminó y Tito tuvo que volver, para retomar
sus obligaciones en la FURG, tras haber elaborado un libro
en sus estudios posdoctorales. Su madre lo acompañó. Y Sirio
Roberto aprobó el examen de ingreso al Curso de Comercio
Exterior. María alternaba en el apartamento de Elsa, quien aún
trabajaba en una oficina, las tareas de ama de casa y cocinera,
con sus estudios doctorales. Carolina, con la Maestría ya
concluida la acompañaba para iniciar su Doctorado en
Historia en la UAM. Eso ponía sobre los hombros de María
la nueva responsabilidad de ayudar a su hija a que no dejase
de cumplir con las obligaciones formales del Curso, que

119
Sirio López Velasco

siempre habían sido su punto flojo. A esa altura Elsa ya tenía


una computadora con internet. María se levantaba todos los
días a las 5 de la mañana, que en Cassino ya eran las 9, para
responder puntualmente al infaltable email de Tito que
contaba y pedía nuevas; si no lo hiciera sabía que él se
inquietaría en demasía; no en vano y para paliar la separación
y gastar las energías de la angustia, él caminaba diariamente
dos veces la distancia de cuatro kilómetros que separaba su
casa de los muelles de Cassino. María había aprobado todas
las asignaturas y le quedaba pendiente sólo la finalización de
la Tesis. En esas circunstancias le llegó una pésima noticia. Su
madre después de una fallida operación de rodilla había
quedado en silla de ruedas, y estaba internada hacía un año en
una residencia para ancianos en Montevideo, donde siempre
prefirió vivir, pues a esa ciudad le llamaba “mi país”; pero
ahora le comunicaban que estaba grave. María habló con su
Directora de Tesis y ésta le dijo que no había ningún
inconveniente para que siguiera elaborando el texto en
Uruguay. Así se lo hizo saber a Tito y compró un pasaje de
inmediato. Cuando llegó al aeropuerto de Montevideo Tito
costó en reconocerla a la distancia, pues venía tan delgada y
con el pelo tan liso, que parecía una adolescente. Con el dinero
escaso, había hecho una dieta mitad voluntaria, mitad
obligatoria en casa de Elsa. Allí había quedado Carolina para
proseguir sus estudios doctorales, todavía en la fase del
Diploma de Estudios Avanzados. Tito regresó a Brasil a
cumplir con sus obligaciones en la Universidad.
María y su hermano no dejaron de ir ni un sólo día al
Hospital donde estaba internada su madre. A pesar de que
estaba entubada y en coma inducido, todo indicaba que
reconocía sus voces, como había reconocido la de Tito
cuando había ido a verla; María desconfiaba que en su
senilidad su madre confundía a Tito con su marido, y por eso
le sonreía, aún semiconsciente. Los días se hicieron duros y

120
María y cartas a Sirio Lorenzo

muy cansadores para ambos hermanos. Hasta que al amanecer


de un día, una señora que acompañaba a su madre les
comunicó por teléfono que la paciente se había ido. Tito y los
hijos vinieron para el velorio y posterior cremación de la
abuela. Su hermano se volvió a Holanda y María se tuvo que
ocupar sola de vaciar y poner en orden el apartamento
materno para venderlo, como le había pedido su hermano que
lo hiciera, para dividirse el importe así obtenido; de todas
maneras ella y su marido no tenían el dinero necesario como
para darle su parte a su hermano y quedarse con el
apartamento, por el que, además, había que pagar tasas e
impuestos anuales no despreciables. Así se embarcó María en
incontables jornadas de trabajo agotadoras, en las que no
sobraba ni un minuto para la Tesis, y en las que las lágrimas la
invadían más de una vez, al recordar este o aquel detalle de su
madre. Cuando la tarea estuvo terminada organizó la
mudanza hacia Cassino de una gran biblioteca y de una
delicada cristalera donde su madre guardaba muñequitas y
otros pequeños adornos. La biblioteca iría en sendos
camiones, uno hasta la frontera y el otro hasta Cassino. La
cristalera y algunas cositas más, las cargaría ella personalmente
con Tito en su nuevo auto tipo camioneta cerrada, en el que
se podía reclinar el asiento trasero y ganar así una superficie
plana de carga de dos metros. María logró vender el
apartamento en poquísimo tiempo, pues el precio de treinta
mil dólares era una bicoca para lo que se pedía por inmuebles
similares en Montevideo; giró a su hermano su parte, y cargó
con Tito lo destinado a Cassino. Comunicó a su Directora de
Tesis lo ocurrido y le informó que seguiría su trabajo en Brasil.
Ésta le respondió que no veía ningún inconveniente. Al fin,
en un tiempo record de menos de tres años desde el inicio
de los estudios doctorales, María concluyó su Tesis y marcó
una fecha para defenderla, que permitiese a Tito ausentarse de
la FURG para acompañarla.

121
Sirio López Velasco

La defensa ocurrió en Cantoblanco. Su Jurado estaba


constituido por un arrogante profesor de la Universidad
Carlos III, y por cuatro docentes de la UAM, incluyendo a
una que era extremadamente inflexible y exigente, y un
profesor de origen africano y su esposa. La Directora de Tesis
de María tenía una imprevista, para su edad, incontinencia
urinaria que la obligaba a ir al baño con frecuencia. En el
intervalo que se hizo tras la primera rueda de preguntas, María
se encontró de casualidad separada en el baño por un simple
tabique de su Directora de Tesis; y ésta, que no tenía derecho
a la palabra durante la Defensa, la acribilló con
recomendaciones sobre lo que debería responder y
argumentar. Los nervios del momento hicieron que María no
entendiera casi nada de lo que la otra le había dicho. Y volvió
para dar fin a la Defensa. Fue aprobada con Sobresaliente cum
Laude. Tito filmó la Defensa y la besó con todas sus fuerzas;
Elsa y Carolina registraron el momento en fotografías.
María volvió a reasumir sus funciones en la FURG,
entregándole, orgullosa, una copia del diploma obtenido. Pero
aún faltaba la etapa de la reválida en Brasil, y la administración
así se lo hizo saber. No en vano un malintencionado Jefe de
Departamento le había dicho antes de partir que no se gastara
en hacer el doctorado en España pues no sería reconocido en
suelo brasileño, e intentó vetarle la salida. Ella tuvo que
recorrer a los Consejos Superiores para poder salir, sin beca.
Ahora encaraba la batalla de la reválida, mientras Carolina
seguía su lucha doctoral en Madrid.
Las tareas domésticas se habían multiplicado, pues la
pareja había casi duplicado la casa, después que un año tras
otro, y con los ahorros obtenidos de los salarios, habían
comprado tres terrenos contiguos al primero, y habían
levantado al lado de la original una casita donde vivió un
tiempo la madre de María, y luego se había instalado Sirio
Roberto. Carolina ocupaba un dormitorio de la casa original,

122
María y cartas a Sirio Lorenzo

y en el otro residía la madre de Tito. De tiempos en tiempos


María recibía la visita de uno o más meses, de su suegro, y eso
significaba más trabajo. Pidió la reválída de su Doctorado a la
Universidade Federal do Rio Grande do Sul (UFRGS), con
sede en Porto Alegre y una de las más importantes del Brasil.
Los meses pasaron y María fue a presentar un trabajo en un
Congreso que se realizaba en la turística ciudad serrana de
Gramado, que jugaba a ser una pequeña Alemania. Allí una
colega de la UFRGS le dijo al pasar que su reválida sería
aprobada muy pronto. María y Tito, que la había acompañado
a ese congreso, volvieron con el corazón leve y contento de
Gramado. Estaban almorzando cuando Carolina llamó por
teléfono para decir que la docente de la UAM que hasta allí
había dirigido sus estudios doctorales, tras la aprobación del
Diploma de Estudios Avanzados, que había ocurrido en
ausencia de esa docente, pues la misma estaba viajando, se
negaba ahora a seguir dirigiéndola hasta el final. Carolina
sollozaba y quería regresar. María y Tito le exigieron fortaleza
y le dijeron que buscara alternativas con otros docentes de la
UAM o con algunos de otra Universidad madrileña. A los
pocos días Carolina llamó para decir que había conseguido un
docente peruano de la Universidad de Alcalá de Henares que
aceptaba orientarla provisoriamente, mientras ella conseguía
alguien que pudiera hacerlo oficialmente en aquella
Universidad. Y poco después llamó otra vez para decir que
había conseguido un docente de Alcalá que la conduciría hasta
el fin de la Tesis. Ahora, como no siempre se sentía segura
con su español, a causa de las interferencias portuguesas,
Carolina fue avanzando en su Tesis mandando los borradores
para que sus padres los revisaran.
María recibió la reválida de su Doctorado, y la
comunicó a la administración de la FURG, para el
correspondiente ascenso en la carrera docente. Poco después
recibió la noticia de que la Universidad de São Paulo (USP),

123
Sirio López Velasco

una de las tres más importantes del país, también le había


revalidado el Doctorado. Y se dedicó de lleno a retomar las
Jornadas anuales de Español, que no se habían realizado en su
ausencia, y reactivar los viajes de inmersíón total de los
alumnos. Para su alegría la familia celebraba sucesivas
conquistas. La Maestría en Educación Ambiental a la que
tanto se había dedicado por más de una década Tito, se
extendería en breve en un Doctorado. Sirio Roberto terminó
el Diploma en Comercio Exterior, con tan buena fortuna que
con pocos días de diferencia su equipo preferido en el fútbol
brasileño (en Uruguay hinchaba, como su padre y abuelo
paterno, por Peñarol, y como ellos se identificaba mucho más
con la Selección uruguaya que con la brasileña), el
Internacional de Porto Alegre, se consagró Campeón del
Mundo. Y un día Carolina llamó por teléfono para comunicar
que su Director había aprobado su versión final de la Tesis, y
que habían marcado una fecha próxima para la Defensa.
María y Tito comprobaron con pesar que en aquella fecha no
podrían ausentarse de sus obligaciones en la FURG, ni pagar
una suma elevada por un viaje que hubiera sido de muy corta
duración. Le comunicaron a Carolina que no podrían estar en
su Defensa, pero que no le faltaría compañía familiar pues
Elsa se haría presente y sacaría las fotos para la posteridad.
Carolina vivía en su apartamento, y sus padres retribuían en
parte aquel gran favor, pagándole a Elsa una determinada
suma mensual. Llegó el gran día y Carolina defendió con éxito
su Doctorado. Volvió a Cassino y asumió dos tareas. Una
como docente sustituta de Historia en la FURG, habiendo
sido aprobada en la primera selección que se abría tras su
regreso para ese cargo. Y al mismo tiempo inició la
tramitación de la reválida de su Doctorado. Para eso contó
con la fortuna; un primo de Tito, oceanólogo, estaba
trabajando en Brasilia en el Ministerio de la Pesca, y se ofreció

124
María y cartas a Sirio Lorenzo

para llevar los documentos de Carolina hasta la prestigiosa


Universidad de aquella capital.
Sirio Roberto se había empleado en una compañía de
exportación e importación. Carolina trabajaba como docente
sustituta en la FURG; la UnB le había aprobado la reválida del
doctorado. María y Tito vieron la oportunidad de realizar una
estadía de estudios posdoctorales en España (que sería el
primero para ella y el segundo para él). Con la aprobación de
la FURG y el Ministerio de Educación, pero sin beca,
partieron hacia Madrid. Tito usó la biblioteca de la nueva sede
del Instituto se Filosofía del CSIC, para elaborar un nuevo
libro. María le había comunicado al colega de la sede
madrileña de la Universidad de Educación a Distancia
(UNED) que la había invitado, que realizaría una
investigación sobre la presencia del portugués en una región
de España fronteriza con Portugal. Lo había conocido un
tiempo antes en Río Grande, en el Curso de Especialización
en Español, que María había organizado en la FURG con el
apoyo del Instituto Cervantes. Ahora María y Tito se habían
alojado en las estribaciones de Villalba, a unos cuantos
kilómetros del centro de Madrid, en dirección al Escorial, en
un apartamento vacío que gentilmente les había cedido un
colega español que se había ido a trabajar a A. Latina. Pero
casualmente y como era su aniversario, ese colega había ido a
visitar a sus padres en Andalucía, y pasó una noche por el
apartamento, yéndose más que satisfecho con lo impecable
que lo tenía María.
Como Tito podía trabajar fuera de la sede del CSIC,
usando su computadora portable, pudo acompañar a María en
su interesante periplo sociolingüístico. Después de pasar por
Cáceres y entrevistarse en Badajoz con colegas de la
Universidad de Extremadura conocedores de la zona, María,
secundada por Tito, realizó un detallado trabajo de campo que
los llevó a través de pequeños y pintorescos pueblos que

125
Sirio López Velasco

respondían por los nombres de Herrera de Alcántara, Cedillo,


La Codosera, El Marco, y Olivenza. En el primero se
hospedaron en la pensión de Merce, una de las dos únicas
posadas de ese pueblo de doscientos habitantes y del cual los
jóvenes habían huído hacía años; las campanadas de la vecina
torre de la iglesia no los dejaron dormir buena parte de la
noche. Allí una vecina que hablaba portugués y a la que ellos
llamaron “Doña Elvira” les dijo que su nombre era Elvira a
secas, pues lo de doña era cosa de gente importante. María
constató la diferencia de uso con Uruguay, pues allí a cualquier
anciano se le llamaba Don. También allí comprobaron que el
hermoso Duero, ancho de unos doscientos metros a aquella
altura, y que navega hasta Lisboa, estaba muy contaminado,
como se podía ver por el color verdoso de sus aguas; la
pequeña playa del lugar sólo servía para que los vecinos
disfrutasen en los calurosos veranos de un poco de la sombra
de sus árboles e improvisasen una comida campestre. Esa
tragedia se confirmó en Cedillo, pues el lago de la central
eléctrica allí existente estaba cubierto con una densa capa
verde, producto de la eutrofización. No cabían dudas de que
los venenos usados en la agricultura y los detritos de la cría de
cerdos u otros animales, eran los responsables mayores de
aquel estrago. En El Marco María descubrió un puente de dos
metros de largo, que marcaba la frontera con Portugal; a
través de él se llegaba de un comercio español a un comercio
portugués. En Olivenza una vieja pareja hablaba un bastante
fluido portugués con complejo de culpa, como si cometiera
un pecado.
María y Tito volvieron del posdoctorado con sus
respectivas investigaciones transformadas en libros prontos
para publicar. Y las tareas de la FURG se vieron alegremente
matizadas por el Grupo de Danza Árabe al que se integró
María. Hizo algunos números en grupo y un par de solos. Y
se presentó con éxito en palcos de Cassino, Rio Grande y de

126
María y cartas a Sirio Lorenzo

Arroio Grande. Tito no dejaba de admirarla y filmarla para la


posteridad; insistía en que sus nietos por venir necesitaban ver
aquellas filmaciones algún día, para enorgullecerse de la
hermosa abuela que combinaba tantas aptitudes. Así
renovaba María su veta artística, que ya había ejercido años
antes cuando con Carolina escenificó una breve pieza de
teatro que se montó en Cassino y Rio Grande. Pero ahora
Carolina se presentó, obligada por su padre, a un concurso
para docente de Historia en el Instituto Federal do Rio
Grande do Sul, que combinaba la enseñanza técnica con la
universitaria y pagaba salarios equivalentes a los de la
Universidad. Carolina hizo ese concurso contrariada. Y no
quedó en primer lugar, pero sí entre los diez mejores. Y otra
vez intervino San Pedro. Como en esa época los gobiernos de
Lula y Dilma habían creado muchos Institutos de aquel tipo,
y entre ellos varios en Rio Grande do Sul, no sólo el primer
ubicado en el concurso fue llamado, sino que después
siguieron llamando progresivamente a quienes lo habían
seguido; y le llegó el turno a Carolina. Así accedía a un trabajo
estable, que le gustaba, y bien remunerado, y que después,
gracias a un traslado, la podría traer de vuelta a Rio Grande,
desde la sede de Feliz, donde había entrado inicialmente (ya
que no quiso elegir Porto Alegre, por la contaminación y el
ajetreo allí reinantes). Mientras tanto Sirio Roberto había
dejado la compañía portuaria y se aventuraba en diversas
actividades de microempresario.
En el 2011 María tuvo su trabajo aceptado en el
Congreso de la Asociación de Lingüística y Filología de A.
Latina que se realizaría en Alcalá de Henares. Como
simultáneamente a ella y a Tito los habían invitado a
pronunciar sendas conferencias en la Universidad de La Rioja,
decidieron que era el momento de conocer el País Vasco
francés donde había nacido una abuela materna de María. El
congreso tuvo como atracción mayor el enorme y delicioso

127
Sirio López Velasco

buffet gratuito de saladitos y dulces que fue servido durante la


jornada final. Y les había costado tiempo llegar allí cada día,
pues se habían alojado en Villalba, en el mismo apartamento
que habían ocupado dos años antes. Terminado el Congreso
se dirigieron en un auto alquilado a Vitoria, donde el viejo
amigo vasco de Tito que los había invitado los esperaba; al
otro día siguieron hasta Logroño. Cada uno dio su
conferencia y continuaron viaje. En Pau, que era la tierra de
origen de la abuela de María, descubrieron una ciudad cara y
algo aristocrática, quizá como herencia del orgullo de tener un
castillo que había sido residencia real. De allí fueron a Bayona,
alegre con su clima de rugby, y orgullosa de su Museo vasco,
y después a Biarritz, antiguo balneario que tuvo sus días de
gloria aristocrática antes de la Segunda Guerra mundial. Allí
se alojaron en un hotel moderno cercano a la playa, y
disfrutaron el mar y de sus frutos en pequeños restaurantes
que bañaban sus pies en el agua. Ese viaje fue una nueva luna
de miel, entre las varias que disfrutaron Tito y María, pues se
habían casado tres veces; la primera e informal gracias a los
oficios de la madre de ella, la segunda y formal en Leuven, y
la tercera, también formal, en Rio Grande, pues era más fácil
casarse nuevamente que intentar revalidar la libreta flamenca
de casamiento.
A la vuelta de ese viaje María reasumió la
coordinación del área de español del Programa Institucional
de Becas de Iniciación a la Docencia (PIBID), que había
dirigido desde cuando ese programa de perfeccionamiento de
alumnos de Licenciaturas fue creado en la FURG. Si ello le
reportaba un aumento en sus ingresos, le exigía en respuesta
un cúmulo de nuevas actividades que la desgastaban mucho.
María cumplió esa tarea durante diez años, y orientó a decenas
de estudiantes que serían candidatos a ser profesores de
español, en sus respectivas pasantías en la red escolar de Río
Grande. Sin descuidar las clases normales, las Muestras

128
María y cartas a Sirio Lorenzo

Universitarias de Producción Científica, la presentación de


trabajos en congresos, y la publicación de libros y artículos. A
lo largo de ese período, casi todos los años fue elegida por los
alumnos que terminaban la Carrera como Patrona o
“Paraninfa”, en la ceremonia de entrega de los diplomas.
Simultáneamente y por muchos meses corridos en varios
años, fue huésped, cocinera y enfermera de su suegra, su
suegro o de ambos a la vez, al tiempo en que se ocupaba de la
casa y del jardín. Y tanto esfuerzo y estrés cobró su precio. Su
suegro falleció en el Hospital adonde lo habían llevado de
urgencia desde Cassino en marzo de 2018 tras vivir con ella
un año seguido. Su suegra que ya se había quedado antes
meses y años, volvió para tomar su lugar. En octubre de 2018
María fue, acompañada por Tito, a presentar un trabajo en un
congreso en Porto Alegre. Después que lo había hecho y
estaban durmiendo en el hotel sintió un fuerte dolor en el
pecho y tosió seco durante casi una hora. Tito quiso llevarla
de urgencia al hospital pero ella se negó. Al volver a Rio
Grande fue obligada por Tito a ver a un cardiólogo. El
electrocardiograma confirmó que había tenido un infarto. Por
suerte el cateterismo no acusó ninguna obstrucción coronaria.
El médico le recetó una medicación de por vida. Tito la
presionó para que se jubilara. San Pedro apareció otra vez y
en ese momento, después de trámites que habían demorado
cuatro años, Brasilia le reconoció los cuatro años trabajados
en Bélgica. Sumando ese tiempo con lo que había laborado en
Brasil, tenía derecho a pedir la jubilación integral. Lo hizo y la
obtuvo a mediados de enero de 2019. Tito le siguió los pasos,
aunque todavía le faltaban dos años y poco para la jubilación
integral, porque no quería seguir en la Universidad si ella no
estaba más allí, y porque en Brasil las leyes jubilatorias
cambiaban a todo momento y era mejor tener un pájaro en
mano que cien volando. Ese mismo mes colmó la alegría de
María la llegada de su primer nieto, Sirio Lorenzo, hijo de Sirio

129
Sirio López Velasco

Roberto y Olivia, nacido el 25 de enero. María se dedicó con


más ímpetu que nunca a los ejercicios físicos y simultaneó la
natación, el pilates, la gimnasia y la danza, y a todo eso llegó
a sumarle algunas secciones de kangoo. La tristeza golpeó otra
vez a su puerta cuando una nochecita de abril en la que hacía
gimnasia en la academia cercana, recibió la llamada de Tito
para decirle que su suegra se encontraba muy mal; cuando
llegó constató que Tito no había querido decirle toda la
verdad, pues su suegra ya había fallecido a causa de un ataque
cardíaco fulminante, a pesar de los esfuerzos de los
enfermeros que pronto habían acudido desde la Policlínica
local. Pero esa tristeza quedaba en segundo plano cada vez
que Sirio Lorenzo exhibía un nuevo progreso, y confirmaba
el dulce carácter de su abuela. La alegría le volvió plenamente
a María la tarde del 16 de abril de 2020 en la que su primer
nieto logró caminar por sus propios medios por primera vez.
Tanto más que lo hacía en el patio de la cabaña que ella y Tito
le habían construido a su hijo y a su naciente familia, en el
terreno aledaño al de su propia casa, inmediatamente contiguo
al terreno de Carolina. Así se habían ocupado los otros dos
terrenos adquiridos más de dos décadas antes. Marido, hijos,
nuera y nieto viviendo al alcance de la mano, era lo mejor que
el corazón generoso de María hubiera imaginado y deseado.
Y eso era una cotidiana realidad. Comparados a ella, nada
significaban los achaques propios de la edad que padecían
María y Tito, ni los pequeños disgustos inevitables.

130
María y cartas a Sirio Lorenzo

CARTAS A
SIRIO LORENZO

131
Sirio López Velasco

DEDICATORIA
A Sirio Lorenzo, con el amor
de toda la familia

132
María y cartas a Sirio Lorenzo

INTRODUCCIÓN
Querido Sirio Lorenzo: en estas líneas va todo el amor
que sentimos por ti tus padres (Olivia y Sirio Roberto), la
abuela María Josefina, la tía Carolina y toda la familia. Espero
que los mensajes cortos te sean llevaderos, y, como los viejos
tenemos la mala costumbre de sermonear, deseo que el humor
y el vuelo de imaginación que matizan estas palabras, te
ayuden a recibirlas de buen grado. Algunas de estas notas que
empecé a redactar en junio de 2019 fueron subidas (con
ciertas variantes) al canal sirio velasco de youtube, para que en
tus primeros años la forma audiovisual pueda captar tu
atención.

El nacimiento

Cuando era niño se decía en Rivera y en todo Uruguay


que a los bebés los traían las cigüeñas desde París. Pero
después me di cuenta que París está muy lejos como para que
una cigüeña pudiera cargar un niño hasta Uruguay o Brasil. Y
no me equivoqué, porque tu nacimiento fue anunciado por
una cigüeña de la Estación Ecológica del Taim, aquí cerca, en
las proximidades de la frontera de Brasil con Uruguay, al
borde de la Laguna Merín. La cigüeña es un pájaro muy grande
que mide más de un metro de altura y tiene un elegante
plumaje negro y blanco, largas patas amarillas o rojizas, y un
largo pico de igual color. Y te voy a contar como participan
las cigüeñas en el nacimiento de los bebés. Como podrás
notar, el bebé va creciendo en la barriga de la mamá, antes de
nacer; y cuánto más el papá le acaricia la barriga a la mamá,
mejor crece el niño. Pero son las cigüeñas las que saben
133
Sirio López Velasco

cuando los bebés están prontos para nacer, y se lo comunican


a sus padres, claqueteando con sus picos, en un canto de la
cigüeña que se parece al choque rapidito de dos maderas,
repetido muchas veces. Y ese mensaje sólo lo entienden las
mamás. Ahora, la cigüeña que te trajo era muy distraída. Había
jugado buena parte de la noche con sus amigos del Taim, que
son otros pájaros, los carpinchos (también llamados en Brasil
capivaras), e incluso los yacarés, de los que tiene que cuidarse
cuando andan con hambre. Y cuando al comienzo de una
soleada mañana veraniega del 25 de enero de 2019 alzó vuelo
para venirse hasta Cassino, se olvidó de la dirección de tu casa.
Cuando llegó a Río Grande preguntó dónde podía encontrar
a tus padres y le dijeron que fuera al Hospital; desde allí los
llamaron por teléfono y se fueron acompañados por un
médico y una enfermera que ayudarían en lo que fuera
necesario. Luego hubo un secreto que tus padres te contarán;
pero lo más importante es que llegaste fuerte y alegre, y de
inmediato te sacaste una foto con tus papás, y a las pocas
horas con tus abuelos maternos y paternos y la tía Carolina.

La abuela maría josefina

Tu mamá te contará las historias de su familia. En esta


nota y otras te hablaré algunas cosas de la nuestra.
La abuela María Josefina es una persona de una
bondad y elegancia excepcionales; y no creas que lo que aquí
te digo sufre de exageración a causa del infinito amor y
agradecimiento que le tengo. La abuela siempre está pendiente
de lo que puede hacer para ayudarnos a cada miembro de la
familia y a extraños, como lo demostró con sus alumnos a lo

134
María y cartas a Sirio Lorenzo

largo de sus cuatro años de educadora en Bélgica y de sus 26


años de docente universitaria en Brasil (donde fundó la
Licencia de Español en la Universidade Federal do Rio
Grande, FURG). Esa dedicación amorosa fue heredada de su
madre, tu bisabuela Irene (Eugenia Semino Doroteo). Pero tu
abuela no sólo fue una profesora ejemplar con varios libros y
artículos publicados, sino que también tiene muchas otras
virtudes y talentos. Fue ella quien escribió el guión, decidió la
vestimenta, montó y dirigió una obra de teatro, inspirada del
personaje cómico mexicano El Chavo de las 8 (conocido en
Brasil como Chaves), en la que actuó como el profesor
Jirafale, secundada por sus alumnos de Español de la FURG;
esa obra está disponible en youtube en el canal Memoria
NEHISP. La abuela María Josefina también bailó hasta
pasados los 55 años con un grupo de danza árabe; podrás ver
un hermoso “solo” suyo y otros números en los que la
acompañan diversas compañeras en el canal de youtube maria
josefina israel semino. Al mismo tiempo la abuela es una
excelente ama de casa, y cocina con una calidad que le
permitiría ser una gran chef en cualquier gran restaurante del
mundo. Tiene una sonrisa permanente que la distingue, y una
elegancia en el pararse y andar que no se compra en la
farmacia. La conocí una lluviosa y fría noche de 1972 cuando
al cruzarme con su hermano, José, que pintaba con una
consigna política un muro de Montevideo, éste me invitó a
dormir en su casa. Cuando llegamos a aquel apartamento la
bisabuela Irene nos sirvió en la cocina una deliciosa sopa. En
ese momento, y sin saber que había un extraño, entró a la
cocina vistiendo un camisón blanco casi transparente la abuela
María Josefina, quien estaba en su cuarto. Al verme se sonrojó
135
Sirio López Velasco

e hizo marcha atrás con toda prisa, murmurando una


expresión de sorpresa; pero ya era tarde, pues yo ya estaba
completamente enamorado de ella. Cuando tú tenías 4 meses,
con la misma frescura de su adolescencia, la abuela bailó ante
ti como una muñeca, al estilo de las bailarinas del Coro de
Cosacos del Kuban, para que no lloraras; estabas en nuestra
cama, y te calmaste al instante. María Josefina es muy divertida
y alegre, y mucho te entretendrás con ella.

La tía carolina

La tía Carolina heredó de su madre la bondad que la


caracteriza. Al punto que algunas personas tratan de
aprovecharse de ella, pero la tía es muy inteligente y les cierra
el paso, la mayor parte de las veces, con dulzura pero con
firmeza. La tía es una profesora tan dedicada como la abuela,
y ama a los libros, que la acompañan día a día antes y después
de que cursara el Doctorado en Historia, para ingresar luego
como docente substituta en la Universidad Federal do Rio
Grande, y de inmediato como profesora estable del Instituto
Federal de Rio Grande, donde atiende a alumnos de varias
carreras técnicas. La tía tiene el mismo talento teatral que su
madre. Y es una amante del ejercicio físico, haciendo largas
corridas y caminatas, y frecuentando asiduamente la academia
de gimnasia. Le encanta viajar y se aburre si tiene que quedarse
mucho en casa. Ojalá puedas acompañarla en varias de sus
aventuras, y aprender de su amor a los libros y al
conocimiento.

136
María y cartas a Sirio Lorenzo

Los bisuabuelos por parte nuestra

Mi madre, tu bisabuela Manuela (Velasco Delgado),


nos dejó poco después de tu nacimiento. Verás alguna foto de
ella contigo. Y, como era escritora, te dejó una canción de
cuna, para que te la canten tus padres (aclarando que cuando
se refiere a la actividad maternal de mamá Olivia habla de tus
primeros meses, pues después ella volverá a trabajar fuera de
casa). Así dice esa Nana, escrita en marzo de 2019 e intitulada
“Canção para ninar Sirio Lorenzo”:

Nana Sirio Lorenzo,


vamos já dormir,
porque a lua grande logo vai sair
Dorme meu Lorenzo e não chores não
que esse seu chorinho dói no coração
Nana meu fofinho, ficou escuro já
e os papais cansados querem descansar
A mamãe Olívia tem que cozinhar
para que papai Sirio volte a trabalhar
Durma bebezinho, olha o pôr do sol
no qual os passarinhos cantam a sua canção.

Espero que tus padres te canten esa canción muchas


veces, y que, si te gusta, tú se la cantes después a tus hijos.
El nombre literario de la bisabuela Manuela fue
Soledad López, y con él firmó varios libros de cuentos,
poesías para niños y adultos, y una novela; esas obras hicieron
la alegría de muchos niños de las escuelas de Rivera, en
137
Sirio López Velasco

Uruguay, y Santana do Livramento, en Brasil. La bisabuela fue


también la primera mujer que trabajó como locutora en la
radio riverense, donde dirigió varios programas musicales y
culturales a lo largo de décadas. Y cuando la TV llegó a Rivera
en 1968, fue su primera locutora, presentando las noticias y
haciendo entrevistas y piezas publicitarias. Ya jubilada, vivió
con nosotros en Cassino varios de sus últimos años
La bisabuela Irene, madre de la abuela María Josefina,
estudiaba Medicina en Montevideo, cuando conoció a un
compañero llamado David (Israel Crespo). Se casaron y
cuando vino su primer hijo Irene dejó de estudiar para
ocuparse de él; luego vino tu abuela María Josefina, e Irene
empezó a trabajar en el área médica (en la prevención de la
tuberculosis) en Montevideo, mientras el bisabuelo David
empezaba a trabajar como médico. Tras realizar estudios
especializados en Francia y EEUU el bisabuelo David fue el
introductor en Uruguay de la microrradiología (aplicada a los
huesos). Infelizmente no llegué a conocerlo personalmente.
Cuando estábamos en Bélgica, donde nacieron tu padre y la
tía Carolina, la bisabuela nos visitó largamente, y luego vivió
algún tiempo con nosotros en Cassino, antes de regresar a
Montevideo, de donde era originaria. Su padre era pintor de
casas y su madre falleció cuando ella era una niña. Una parte
de la familia del bisabuelo David fue llevada por los nazis
desde la Isla de Rodas hasta campos de exterminio, donde fue
asesinada; por suerte, el padre del bisabuelo (que se llamaba
Baruj) fue enviado por barco antes de ese período histórico a
Montevideo (acompañado de un barril de miel en el largo
viaje), donde trabajó como sastre, se casó (con Chiquita, que

138
María y cartas a Sirio Lorenzo

así le decían a su mujer), y donde luego nació en seguridad


David.
Mi padre, tu bisabuelo Sirio Antonio (López
Trindade) nació en Tacuarembó, en Uruguay, y desde joven
vivió con su familia en Rivera (ciudad vecina de Santana do
Livramento, en Brasil, de la que la separa sólo una calle). Para
ayudar a mantener la casa (aunque no siempre como debería
haberlo hecho) trabajó en varias actividades, entre ellas las de
empleado del Casino riverense, fotógrafo de casamientos y
aniversarios, y vendedor de diversos productos (en especial en
toda la región sur de Brasil). Era un amante apasionado del
fútbol, deporte que practicó con gran brillantismo, al punto
que podría haber jugado como profesional en algún gran club
de Montevideo o Porto Alegre; pero en aquel tiempo (fines
de 1940 y Principios de 1950) la comunicación de la frontera
con esas dos grandes ciudades era muy escasa y tuvo que
conformarse con la suerte de un amateur. Le encantaba la
playa y nunca dejó de frecuentarla en Brasil, incluso ya viejo,
cuando vivió un tiempo con nosotros en Cassino, hasta su
último día. Espero que te atraiga la práctica de los deportes y
la playa, tanto como cautivaron al bisabuelo Sirio Antonio. En
la familia se dice que su primer nombre, que no es nada
común en Uruguay, y es el mismo que llevo yo, tu padre y tú,
se debe a una curiosa circunstancia; su parto habría sido difícil,
y el médico que atendió a su madre (llamada Alice Trindade,
cuyo marido, mi abuelo, se llamaba Emilio López Fontes) era
de origen sirio-libanés; para agradecerle bautizaron a tu
bisabuelo como Sirio. (Mi abuela Alice tenía familiares en
Brasil, mientras que Emilio era uruguayo, pero su segundo
apellido indica que también hubo de tener familia portuguesa
139
Sirio López Velasco

o brasileña. Mis dos abuelos maternos se llamaban Manuel


Velasco Valdivia y Elena Delgado Lora; ambos nacieron en la
provincia de Córdoba, España, y gracias a eso tengo también
la nacionalidad española; se casaron en Peñarroya-
Pueblonuevo; ese abuelo fue minero, empleado de la
compañía telefónica y pintor de casas, mientras que Elena
plantó huertas, vendió verduras y cuidó a sus 10 hijos).

Otros familares

Por una casualidad inexplicable el nombre Anahí se


repite en nuestra familia. Así se llama mi única hermana (que
con su esposo regenta una pequeña tienda de bisutería y
grabado de trofeos deportivos en Livramento); y así se llama
su hija mayor y la hija mayor de ella; las otras hijas de mi
hermana se llaman Solange y Simone. A miles de kilómetros
de distancia y sin tener ningún contacto con mi hermana y su
familia, José (el único hermano de la abuela María Josefina) le
puso en Holanda Anahí a su primer hija (luego tuvo un par
de mellizos, llamados Miguel él e Ivy ella).
Como ves nuestra familia se extiende a través de los
continentes; la abuela y yo tenemos hermanos, primos y otros
parientes en Uruguay, Brasil, Holanda, España, y en otros
varios países.

Los juegos del abuelo

Aunque te parezca increíble, cuando yo era niño no


existían la internet, ni los juegos electrónicos, ni los celulares,
y la TV llegó a mi ciudad (Rivera) sólo en 1968, cuando yo ya
140
María y cartas a Sirio Lorenzo

tenía 17 años; y era en blanco y negro!!! Por eso el gran secreto


de los juegos y diversiones nuestras era la amistad de los
amigos. Así jugábamos a las bolitas, que eran de vidrio y de
distinto tamaño (desde las más chiquitas hasta los bochones)
y de diversos colores; en Rivera había una modalidad muy de
moda que era jugar con hoyo (lo llamábamos, como en
portugués, oco); dos jugadores hacía un hoyito en un lugar
cualquiera y poniéndose a varios metros lanzaban su bolita
para embocarla allí; luego que se embocaba se adquiría el
derecho de perseguir a la bolita del otro con tiros sucesivos;
el otro se aprovechaba de los errores en esos tiros para
aproximarse del hoyo y embocar su bolita allí; entonces tenía
derecho de tirarle también a la bolita del otro; y tirando uno
cada vez llegaba el momento en el que uno lograba pegarle a
la bolita del otro; entonces tenía derecho a ganar una o más
bolitas del saquito que cada uno llevaba para ese fin; no era
infrecuente que tras terminar la jornada se devolvieran las
bolitas ganadas, para volver a apostarlas al otro día. Otro
juego se llamaba el aro y consistía en hacer rodar un aro de
rueda de bicicleta impulsándolo con un alambre doblado
apropiadamente para que encajase y mantuviera el aro en
equilibrio; se hacían carreras entre dos o más aristas. Otro
juego era el de las figuritas, que en general eran de álbumes de
jugadores de fútbol; se usaban las repetidas (o sea las copias
inútiles de aquellas que ya estaban coladas en el álbum), y se
apostaba con ellas de dos maneras; la más aburrida era poner
dos lado al lado y con la palma de la mano pegarle
simultáneamente a ambas para levantarlas del piso; cuando
ambas caían del mismo lado (con la cara o el dorso) entonces
el jugador ganaba ambas figuritas; la otra manera, mucho más
141
Sirio López Velasco

emocionante y que a veces permitía ganar muchas figuritas a


la vez, consistía en irlas tirando una a una (y por turno de los
participantes, que podían ser varios) desde una raya marcada
en la pared (por ejemplo a un metro y medio del piso), hasta
que una caía encima de cualquier otra que ya estuviera en el
piso; entonces, quien había tirado esa figurita ganaba todas las
que ya estaban en el suelo. Cada Semana de Turismo (llamada
por los creyentes Semana Santa) nos hacíamos cometas con
cañas secas de tacuara y papel (pegado a las cañas con engrudo
hecho de harina y agua); y se remontaban las cometas desde
la calle o algún cerro (donde no molestaban ni las casas ni los
hilos eléctricos); a veces había concursos para elegir la cometa
más linda, o la más grande que volara, o la que volase más alto;
y también había concurso de cortes, donde se admitía lo
prohibido: amarrar en la cola de la cometa un par de gillettes
que cortaban la cuerda del oponente cuando la cruzaban Pero
también otras diversiones eran muy disfrutadas, como los
deportes, las salidas a nadar, las chatas y las idas al cine. El
fútbol se practicaba en plena calle, donde los arcos se hacían
con piedras o zapatos, y los dos equipos se dividían entre los
con y sin camisa; la pelota solía ser de trapos viejos rellenando
la media de alguna madre o hermana; los partidos duraban
hasta que caía la noche, y ganaba el equipo que hiciera el
último gol. Mi padre me enseñó a nadar llevándome hasta el
arroyo Cuñapirú, en la periferia de Rivera, y haciéndome
patalear agarrado a los yuyos de la orilla; después me hizo
soltar las manos poco a poco y mover los brazos y piernas
para flotar. Cuando llegué más o menos a los 10 años y ya
jugaba al básquetbol en el club Sarandí Universitario, de
Rivera, íbamos a bañarnos en las calientes tardes de verano,
142
María y cartas a Sirio Lorenzo

guiados por compañeros mayores, a la Laguna del Sol, de agua


barrosa pero refrescante. La única diversión que necesitaba
un equipo de apoyo eran las chatas, que eran carritos
fabricados con cajones de verdura a los que se ponía dos ejes
con dos rulemanes cada uno; la chata, guida por una rienda
que tiraba del eje delantero, se lanzaba en bajadas y podía
alcanzar una no despreciable velocidad, si la bajada era
pronunciada y larga (como la que había frente a la casa en la
que nací, que era de mis abuelos Emilio y Alice, localizada en
la esquina de Rodó y Anollés). Las idas al cine, por falta de
edad y de dinero, se hacían solo en las sesiones de las tardes
de domingo, llamadas matinés, cuando tres películas eran
exhibidas sucesivamente. Como varios amigos no tenían
dinero para frecuentarlas siempre, el mismo día o al día
siguiente, los que habían ido al cine imitaban ante los otros las
escenas principales de cada película, con dichos y gestos, para
que todos pudieran conocerlas y disfrutarlas.

Los juegos de papá

Cuando tu papá Sirio Roberto llegó a Cassino ya tenía


7 años. Antes y desde Bélgica ya jugaba a los autitos; así en
Rixensart su juguete favorito era un ómnibus del tamaño de
una bicicletita de niño chico en el que se montaba y andaba
impulsándose con los pies apoyados en el piso, al tiempo que
manejaba el volante. Después, en Porto Alegre y Rivera,
empezó a disfrutar mucho armando diversas estructuras con
los Lego, afición que conservó casi hasta la adolescencia. En
Cassino compartía con varios amigos los deportes,
practicados tanto en la escuela como en el barrio. Y armado
143
Sirio López Velasco

de arco y flecha hacía con algún amigo largas excursiones a


través de campos vacíos, cercanos a casa y que desembocaban
en el Bolaxa (a unos 4 kilómetros de distancia); en esas
aventuras los acompañaba nuestra perrita, en especial una
llamada Manchita y otra llamada Princesa; esta última ladraba
de una forma especial cuando Sirio Roberto estaba haciendo
alguna travesura, y la abuela María Josefina o yo salíamos para
poner las cosas en su lugar.

Los colores de los pájaros

Si te fijas verás en tu patio y cerca de tu casa muchos


pájaros. Ahora te voy a contar cómo quedaron con los colores
que tienen. Uno que se llama benteveo, por el grito que emite,
tiene el pecho amarillo porque sus abuelos se frotaron mucho
en las naranjas del árbol del patio de la tía Carolina; después
de eso sus hijos y los hijos de sus hijos nacieron con el pecho
amarillo. El cardenal, que es un pájaro de plumaje gris azulado
y pecho blanco, tiene un llamativo copete rojo; sucede que a
nosotros siempre nos gustaron mucho las sandías, y
dejábamos las cáscaras y restos en la plaza que hay frente a
casa, para que se los comieran los caballos de los vecinos que
allí eran llevados para pastar; hace un tiempo un cardenal fue
a comer esos restos y cayó de cabeza en un pedazo de sandía,
por lo que su copete se tiñó de rojo; desde entonces todos sus
descendientes nacieron con el copete rojo. También verás en
tu patio, sobre todo después de cada lluvia, al hornero, que
anda juntando en su pico barro para construir su nido; ese
nido es redondo, como una pelota de fútbol, con una entradita
en curva; allí la pareja del hornero pone sus huevitos, y los dos
144
María y cartas a Sirio Lorenzo

crían a sus hijos; sucede que antes el hornero no erra marrón,


pero de tanto trabajar con barro se fue quedando de ese color.
Y también verás, entre otros pájaros, a la ratonera (que en
Brasil llaman currueira), más chiquita que un gorrión; ese
pajarito, que anda en el piso y vuela bajo, andaba entre las
maderas que había acumuladas en el fondo de tu casa, pues
hace nido muy cerca del suelo, y de tanto frotarse en ellas
quedó marroncita. A su vez el gorrión (que en Brasil llaman
pardal) se baña en la arena que hay en la calle frente a tu casa,
pues así se saca los piojitos del cuerpo; los verás moviendo
rápidamente las alitas y la cola mientras disfrutan de esos
baños de arena, que de tanto repetirlos les fueron dejando los
cuerpitos del color de la arena y de la tierra. Y verás cerca de
tu casa muchos pájaros más, como las verdes cotorras, que
gritan alegres en verano. Y también verás a los picaflores (que
en Brasil llaman beija-flor), para quienes la abuela María
Josefina (antes con la colaboración de las bisabuelas Irene y
Manuela) pone bebederos con agua dulce colgados de la parra
del patio, para que vengan a alimentarse todo el año; son
verdes porque cuando venían a chupar las flores de un hibisco
de grandes flores rojas situado frente al dormitorio de los
abuelos, tenían que frotarse una y otra vez en las hojas que las
rodeaban, y así se tiñó el plumaje de esos pajaritos chiquitos,
que son los únicos en el mundo que pueden estacionar en el
aire y aún volar marcha atrás. Ojalá te gusten mucho los
pájaros y los cuides, para disfrutar de sus colores y cantos, y
verlos felices con sus hijos.

Visitas en el patio

145
Sirio López Velasco

En el patio de la casa de los abuelos hubo algunas


visitas ilustres. Así, mucho tiempo sentíamos bajo la ventana
de nuestro cuarto, un olorcito fuerte que aparecía cerca de la
medianoche; se trataba de un zorrillo, animalito que tiene una
o dos rayas blancas en el lomo de su cuerpo negro, y que suelta
ese olor para apartar a los animales que quieran atacarlo; ese
venía casi cada noche a comer la comidita que quedaba en el
plato de los perros. También tuvimos un par de lagartos, uno
de cada vez; ello tienen la cola como una víbora, pero no
hacen daño, a no ser que uno quiera agarrarlos; les gusta
mucho el calor y uno de ellos se quedó viviendo durante todo
un verano debajo de una chapa de cinc rota que habíamos
cambiado en el techo y estaba acostada en lo que después fue
el patio de la tía Carolina; lo veíamos entrar y salir de allí, hasta
que un día se ve que se enamoró y se fue a vivir a otro lugar
con su pareja. Ya que te hablé de las víboras te aclaro que de
esas no hay ni que llegar cerca, pues son muy peligrosas por
su mordida y el veneno que algunas tienen en sus colmillos; si
ves una hay que avisar de inmediato a papá y mamá o a algún
vecino mayor si tus padres no están. Y también tuvimos una
pareja de comadrejas (que en Brasil algunos llaman gambá);
un día tempranito en la mañana cuando abrí la puerta de atrás,
vi que ambos se bajaban de la churrasquera, donde se habían
instalado para tener sus hijos, que iban subidos al lomo de la
madre y agarrados a la cola que ella doblaba por encima de su
cuerpo, como si estuvieran prendidos a la barra que los
ómnibus tienen en su techo, para que los pasajeros que van
de pie se agarren de allí para no caerse.

146
María y cartas a Sirio Lorenzo

Las abejas y las hormigas

Como te hablé de visitas en el patio no puedo


olvidarme de las abejas que dos veces hicieron su colmena en
el armarito de debajo de la pileta que queda al lado de la
churrasquera; sin que las notáramos al principio, fueron
apareciendo cada vez más, hasta que nos dimos cuenta de que
entraban y salían de allí a través de una rendija en la puerta.
Llamamos a un señor que cría abejas (se llaman apicultores) y
éste con mucho cuidado y poniéndoles humo, fue sacando
uno a uno los panales donde estaban las abejas y toda la miel
que habían producido, y que tan rica es; a las abejas las puso
en una caja que funciona como colmena, y se las llevó a vivir
felices al campo, donde seguirían fabricando miel; la miel de
uno solo de esos panales (y esa vez abajo de la pileta había
doce), sirvió para que con la abuela endulzáramos nuestros
desayunos durante varias semanas. También si miras con
atención hacia el piso verás muchas veces largas filas de
hormigas, que transitan apuradas, llevando hojitas para su
nido, o saliendo de él para ir a buscar comida para el
hormiguero; tienes que tener cuidado para no pisar esas filas
de hormigas, y aprender de su increíble capacidad de trabajo
y resistencia, a pesar de que tengan un cuerpo tan chiquito;
todas ayudan a la buena marcha del hormiguero, y se ayudan
como verdaderas amigas.

La amistad

147
Sirio López Velasco

Ya hice mención a la amistad. Deseo que tengas


buenos y fieles amigos, que, aunque sean pocos, mucho
contribuirán a tu felicidad. Los filósofos de la Grecia clásica
decían incluso que sin amigos no puede haber felicidad. Aquí
te hablaré muy brevemente de algunos amigos muy íntimos
que tengo y/o tuve. Cuando era niño, a una cuadra de la casa
donde vivía (la de mi abuelo Emilio) vivía mi amigo Pedro. Su
madre y él eran negros como el carbón (no me acuerdo de su
padre) y con Pedro jugaba todos los días, antes y después de
la escuela, y hasta el anochecer, a todos los juegos que antes
te detallé. Pero un día, como suele pasar entre niños, nos
peleamos por algún motivo menor y volví a casa antes de la
hora habitual; mi madre me preguntó si había pasado algo
inhabitual y le respondí que no; pero entonces ella preguntó
de quién era ese pedazo de uña que yo llevaba clavado en la
nariz; era de Pedro, y no tuve más remedio que confesarle a
mi madre la pelea. Pero al otro día, como buenos amigos,
volvimos a nuestros juegos y a nuestra fuerte amistad. Más
tarde cuando me aproximaba a la adolescencia y cuando entré
a ella, tuve dos grandes amigos; los dos eran compañeros del
Liceo y de partidos de básquetbol; uno se llamaba Henry
López Pintos (y en el Liceo el profesor de Matemáticas nos
diferenciaba llamando López Henry a él y López Sirio a mí) y
el otro Jorge Machado; con Jorge habíamos inventado a los
12 o 13 años un lenguaje sólo nuestro, con el que nos
comunicábamos con palabras que nadie más entendía. A
Henry le decían Pingo, y como a mí me decían Pajarito (apodo
heredado de mi padre y de su hermano Juan, que eran
punteros muy rápidos en el fútbol, cosa que yo nunca fui), a
Jorge, para distinguirlo de mí, en el Club Sarandí
148
María y cartas a Sirio Lorenzo

Universitario, le pusieron Pajarraco (pues era un par de años


más viejo y también más grande que yo). Los dos se fueron a
Montevideo a estudiar Educación Física (mientras yo hacía lo
mismo para cursar Medicina). Allí los estudios y la militancia
primero estudiantil y luego política (en el Movimiento de
Liberación Nacional, Tupamaros), me alejaron de ambos;
pero supe que Henry se recibió de profesor de Educación
Física y trabajó en Rivera y Montevideo; no sé si Jorge se
recibió, pero cuando volví de Bélgica me enteré por su esposa,
que vino a visitarnos a Rivera, que en los años 70 se había ido
a Australia y allí había ejercido profesiones manuales que le
permitieron gozar con su familia de una vida confortable (que
incluía una casa, un vehículo y un barquito). Hace 50 años que
no los veo, y no conozco detalles de su vida actual, pero nunca
los he olvidado. Ya dentro del MLN trabé una amistad que se
profundizó hasta la hermandad durante nuestra estadía de 8
años en Bélgica, con Carlos Ramírez y su esposa Ana Puñales.
Carlos fue el hermano que nunca tuve, y Ana es la hermana
que nunca tuvo la abuela María Josefina, a quien agradaba con
regalitos y helados. Los hijos de ambos, Natalia y Sebastián,
son como primos de nuestros hijos. Para terminar te diré en
confianza que cuando era adolescente era muy difícil pensar
en establecer una verdadera amistad con una muchacha, pues
el nexo afectivo tendía a ir hacia algo más que la amistad (el
enamoramiento), o se quedaba algo más acá de ella (una
relación de vecinos o de compañeros de estudio, ya que las
muchachas difícilmente practicaban deportes junto a los
varones). Quizá a ti te sea más natural hacer amigas, pues las
relaciones entre los sexos han cambiado en estos tiempos (en
gran parte gracias a la progresiva superación del machismo, e
149
Sirio López Velasco

incluso porque ya no es tan raro ver a muchachas practicando


deportes junto a varones).

El pantalón cortito

Hay una famosa canción de El Sabalero llamada


“Chiquillada”. Si algún día la oís entenderás mejor mi niñez.
Cuando era niño usábamos obligatoriamente y en todas partes
el pantalón cortito (parecido a lo que hoy llaman bermudas)
hasta que los adultos consideraban que llegábamos a la edad
de los pantalones largos. En mi caso eso ocurrió después de
que había cumplido 11 años, y me acuerdo que frecuenté con
los pantalones cortitos y avergonzado casi todo el primer año
del Liceo. Cuando me compraron pantalones largos empecé a
sentirme todo un señor; pero infaltablemente le rompía las
rodillas en los juegos y aventuras, por lo que mi madre
incansablemente tenía que coserme rodilleras para que no se
me vieran las rótulas. Ya que te hablo de ropas, te cuento que
cuando era niño todos los hombres adultos usaban sombrero
fuera de su casa, y algunos incluso lo usaban dentro de ella;
así don García, muy amigo de mi abuelo Emilio, hacía señas a
su compañero de cartas moviendo con la frente el sombrero
que llevaba puesto durante las partidas de truco o de escoba.
Por mi parte los sombreros de mi padre me venían de perilla,
para usarlos casi cada día en los juegos de cowboys e indios.
Y ya que te digo eso te agrego algo muy importante; en aquella
época y en las películas que te conté que íbamos a ver en el
cine, los cowboys blancos eran indefectiblemente los buenos,
y los indios siempre eran los malos; pero poco a poco fui
entendiendo que aquella historia no estaba bien contada, pues
150
María y cartas a Sirio Lorenzo

tanto en EEUU como en el resto de América los blancos le


había robado las tierras a los indios, y éstos luchaban contra
aquéllos en legítima defensa de sus tierras, sus familias y su
cultura milenaria. Esa experiencia debe servirte para que
mires, leas y escuches siempre con una perspectiva crítica
todo lo que circula en los diarios, las revistas, los libros, en
todos los medios de comunicación y en el cine, para tratar de
encontrar por tu propio juicio el difícil camino que nos acerca
a la verdad.

Travesuras del abuelo, papá y la tía Carolina

Aquí te cuento algunas travesuras, no para que las


imites, porque algunas son peligrosas, sino para que inventes
tus propias travesuras (sin dejar de cuidarte y de obedecer a
tus padres, por lo menos hasta la adolescencia). Ya te dije que
una de las diversiones que tuve cuando era niño era ir al cine;
ahora te agrego que también iba al fútbol, sobre todo a ver a
Sarandí Universitario (que siempre oscilaba entre la primera y
la segunda división local), y a la selección de Rivera (en la Liga
de la Regional Norte del Uruguay). Sucede que casi nunca
tenía dinero para pagar la entrada; entonces, con algunos
amigos y desconocidos nos apostábamos en las afueras del
alambrado del estadio del club Oriental (allí se disputaban
muchos partidos antes de que se construyera el Estadio
Municipal) y esperábamos que la guardia exterior e interior
(había policías circulando a caballo por fuera del estadio, y
otros a pie entre el alambrado y las tribunas) no estuviera
mirando y rápidamente por un estrecho agujero ya excavado
por debajo del alambrado entrábamos arrastrándonos; de
151
Sirio López Velasco

inmediato nos esperaba un muro de una planta muy espinosa,


por el que pasábamos no sin pincharnos, para llegar
rápidamente a la tribuna más próxima; allí nos sentábamos de
inmediato, antes de que los guardias del interior pudieran
vernos como recién llegados desde la nada; y después
disfrutábamos como se debe el partido, gritando los goles
propios y lamentando los ajenos. Tampoco tenía dinero para
ir todos los domingos al cine; y entonces para poder asistir a
la matiné usábamos dos estrategias. Una consistía en salir
antes de que terminara la última película, recibiendo del
portero que montaba guardia a la entrada de la sala oscura una
contraseña, que normalmente se usaba para ir al baño y volver
de inmediato, pero que se podía usar otro domingo, entrando
cuando ya estaba en la mitad la primera película de aquella
sesión; pero como el cine cambiaba el color de las contraseñas
había que esperar un domingo en el que las señas usadas
fueran del mismo color que la que ya teníamos en manos. La
otra estrategia era mucha más arriesgada; consistía en
quedarse mirando los carteles del hall del cine, y después de
empezada la función, cuando el vendedor de entradas no
estuviera mirando y el portero entraba con algún atrasado
para guiarlo con su linterna en la sala oscura, nos colábamos
rápidamente por la puerta desguarnecida y tras pasar las
espesas cortinas que protegían la oscuridad de la sala nos
sentábamos en la primera fila que había detrás de ellas, antes
de que el portero se hubiera dado vuelta después de haber
acompañado al frecuentador al que había guiado. De tu papá
sólo te contaré tres travesuras. La primera la practicaba junto
a tu tía Carolina cuando él tenía un año y ella menos de cuatro;
entonces jugaban en el living o en el corredor del apartamento
152
María y cartas a Sirio Lorenzo

de Rixensart, mientras la abuela María Josefina cocinaba


cuando no estaba trabajando en el Foyer de l’Amitié, y yo
estudiaba; pero llegaban momentos en los que no se los oía
más y entonces la abuela me pedía que vigilara lo que estaban
haciendo; pues bien, más de una vez los sorprendí comiendo
alegremente y en silencio la tierra de las macetas de las plantas
que la abuela cultivaba. Otra travesura de tu papá ocurrió en
el Arco de Triunfo de París, que está rodeado por una buena
cadena; Sirio Roberto tenía entonces unos 10 años; ya
instalados en Brasil habíamos vuelto los cuatro a Europa para
visitar al tío José y sus hijos en Holanda, a los amigos Carlos
y Ana en Bélgica, y a los amigos Alejandro Alem y Angélica
en París, en cuyas casas nos quedamos un par de veces; Sirio
Roberto fue advertido por nosotros para que no se balanceara
en aquella cadena; pero tu padre, que usaba un grueso gorro
de piel al estilo ruso, se sentó arriba de la cadena y empezó a
balancearse con fuerza; entonces se fue hacia atrás y se dio un
porrazo en la nuca; menos mal que el grueso gorro lo protegió
y no le pasó nada serio. Otra picardía de tu papá me hizo
correr varias veces por varias cuadras. Sucede que el edificio
de apartamentos donde vivíamos en Rixensart tenía en la
planta baja un gran patio embaldosado, cercado por una
baranda metálica que daba a un vacío que hacía parte de la
gran bajada que llevaba la corta calle que pasaba detrás del
edificio hasta el bosque del lugar; allí bajábamos a jugar con
tu papá y la tía carolina a la pelota y otros juegos (triciclo o
bolitas de nieve en invierno) cuando Sirio Roberto tenía entre
uno y tres años (y tu tía casi cuatro años más); pues bien, tu
papá, muchas veces, en vez de devolvernos la pelota a mí o a
tu tía, se divertía tirándola por la baranda hacia el vacío;
153
Sirio López Velasco

entonces yo tenía que correr rápidamente, dando la vuelta por


la única salida del patio, para perseguir la pelota hasta el
bosque, tratando de que no se perdiera entre el abundante
follaje que cubría el piso; y allá volvía, resoplando (a pesar de
mis treinta y poquitos años), para continuar el juego con los
dos pícaros que me aguardaban complacidos mirando por
entre las rejas de la baranda del patio.

El primer viaje

Entre el 19 y el 21 de junio de 2019, cuando faltaban


pocos días para que cumplieras 5 meses, hiciste tu primer
viaje. Fuimos a Porto Alegre en familia, con la abuela María
Josefina, tus papás y la tía Carolina. La tía fue en ómnibus,
pues no cabíamos todos en el auto, pero ella está
acostumbrada pues con frecuencia usa ese medio de
transporte para visitar a sus amigas y amigos en aquella ciudad,
que queda a 330 Km de casa. Tú viajaste en tu sillita, en el
banco de atrás de nuestro Ecosport metálico, ladeado por la
abuela y mamá Olivia. Sirio Roberto y yo fuimos manejando,
él mucho más que yo, pues lo hice tanto a la ida como a la
vuelta sólo en el tramo duplicado de la carretera, que pasa un
poco de Pelotas; el resto, hasta Guaíba, aun no está duplicado
y es muy peligroso pues tiene un intenso tránsito salpicado de
camiones pesados. En ese viaje de cinco horas dormiste tanto
a la ida como a la vuelta buena parte del trayecto, y cuando
llegó el horario, tu mamá y la abuela te prepararon y dieron
una sabrosa mamadera. Cuando estuviste despierto hiciste
largos discursos, con au-au-au, bao-bao-bao, practicando la
habilidad que habías inaugurado esa semana. Y sonreíste
154
María y cartas a Sirio Lorenzo

mucho para responder a las palabras cariñosas de tu mamá y


la abuela. En esos dos días y medio fuera de casa festejamos
los 47 años de casamiento con la abuela, vimos el partido de
fútbol entre Uruguay y Japón por la Copa América, y consulté
en el Hospital Banco de Ojos con el oculista que me operó el
ojo derecho en setiembre de 2018 por desprendimiento de
retina (el segundo, tras el de abril de ese año) y cataratas. Te
aclaro que los 47 años, celebrados el 20 de junio,
corresponden a la fecha en la que nos casó la bisabuela Irene
dentro de su apartamento en Montevideo, cuando la abuela le
dijo que dormiría conmigo; no medió ningún trámite legal,
pues por nuestra militancia política y la situación del país no
podíamos hacerlos en aquel momento; los trámites legales
ocurrieron, respectivamente, en Leuven (Bélgica) en 1977, y
en Brasil en 1990, cuando nos instalamos en Cassino; hubo
que repetir el casamiento ante un juez pues era muy difícil
traducir y legalizar la libreta de casamiento belga que está
escrita en flamenco, y ese trámite era importante para el
estatuto legal de tu papá y la tía Carolina. La ida y vuelta al/del
estadio Arena do Grêmio para ver el partido fue una
verdadera odisea, pues ese bello escenario deportivo tiene
accesos muy precarios que crean inmensos embotellamientos;
y cargando a cuestas mi pronunciada artrosis de ambas
caderas (que afecta un poco también a las rodillas) tuvimos
que caminar varias cuadras para llegar y salir al/del estadio, y
para subir la larga rampa que lleva a las tribunas. Había 33 mil
espectadores (algo más de la mitad de la capacidad total del
estadio), de los cuales la gran mayoría era de uruguayos que
habían venido del paisito o residían en Brasil. El resultado fue
2 a 2, con dos pelotas uruguayas en los palos y sendos errores
155
Sirio López Velasco

del golero uruguayo, en especial en el segundo gol japonés.


Pero la alegría fue incuestionable por haber compartido esa
aventura con camaradería y amor con mi hijo, y la misma se
confirmó pues a la postre ese resultado clasificó a Uruguay
para los cuartos de final de aquel torneo. Nos hospedamos
todos en el Hotel Everest, en el centro de la ciudad; tú y tus
padres en una habitación, y la abuela, la tía Carolina y yo, en
otra. Las tres mujeres aprovecharon los ratos disponibles para
algunas compras en más de un shopping, y todos almorzamos
juntos en uno de ellos (el Bourbon) para festejar el aniversario
de mi casamiento con la abuela; algunas fotos son testigos de
ese hermoso momento de vida familiar.

El ser humano ideal y mi nieto

9 de mayo de 2020
En Cuba dieron por consigna a las y los Pioneros
“Seremos como el Che”. Y eso me parece una peligrosa
exageración cuando se pone a cada niña y niño ante la
angustiosa obligación de reunir las muchas cualidades que se
le atribuían a Ernesto Guevara. El Che, a su vez, en la carta
de despedida de sus hijos cuando partió de Cuba a cumplir
misiones internacionalistas, les pidió que supieran sentir en la
propia mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.
Eso me parece un pedido más humano y alcanzable; y lo que
se espera de esa sensibilidad es que, como el Quijote (con
quien Guevara se comparó más de una vez), se tenga la
disposición de deshacer los entuertos que afectan a los
demás. Mas esa misión será asumida dentro de la
imperfección humana, pues no se necesita ser perfecto para
156
María y cartas a Sirio Lorenzo

intentar llevarla a cabo; la tierna locura de Alonso Quijano lo


demuestra.
Platón por su parte definía en “La República” al
hombre justo como aquel que reunía a la vez y de forma
equilibrada las virtudes del saber y la sabiduría (propias de la
razón), del coraje y la fortaleza (propios de la voluntad), y de
la temperancia frugal (propia del apetito).
No creo exagerado que mi nieto intente conocer lo
necesario para actuar con prudencia; y que ejercite la fortaleza
física y mental en la medida justa para enfrentar con coraje las
contrariedades y peligros de la vida (y de la lucha para
deshacer entuertos), aunque debe saber que no es humano
quien no tiene miedo, pero merece admiración aquel que sabe
controlarlo cuando la causa lo exige; y me parecería muy bien
que reglara su vida por la atención solidaria y frugal-ecológica
de las necesidades que deberá satisfacer para intentar
desarrollarse como persona integral, sabiendo renunciar al
egoísmo indiferente y a lo superfluo y perjudicial para él, los
demás y el resto de la Naturaleza.
Mas debe saber que nada le exijo de todo lo dicho,
pues lo quiero y lo querré, aquí y desde el más allá, como él
sea y quiera ser.

Sirio Lorenzo a los 16 meses

Sirio Lorenzo ha cumplido 16 meses hace cuatro días.


Ayer lo vi por primera vez recorrer, calzado y con un paso
parecido al mío, los largos metros del corredor que conecta
nuestro comedor a nuestro living, pasando frente a nuestro
dormitorio. Así, como el abuelo, extendía por las dudas una
157
Sirio López Velasco

mano hacia una u otra pared, para tocarla al pasar, como


forma de sentirse seguro ante ese gran equilibrio que nos
desafía a cada paso. Y por primera vez aceptó entrar de la
mano de la abuela al living, mirando sin llorar a la lámpara del
techo y a la estatua que lo observa desde arriba de la vitrina de
la bisabuela. Nunca supimos lo que antes lo asustaba en esa
pacífica y silenciosa sala casi siempre vacía.
Con igual pasión juega con una gran pelota roja y con
un pequeño caballo amarillo de plástico. Ríe feliz y nervioso
cuando ve a cualquiera de los dos. A la primera la aprieta y se
le escapa, más que la tira, para perseguirla o esperar que
alguien se la devuelva, pues le encanta jugar a dúo. A su
vez arma y desarma incansablemente ese caballo, aunque
todavía no sabe ordenar por su tamaño a los aros que
componen su cuello. Y lo fascinan el control remoto de la TV
y el celular de Papá, con el que huyó hace un par de días.
Come lo que le den, triturándolo con sus poderosos
dientes que al parecer ya incluyen una muela. Por eso lo llamo
Luis Suárez, el mayor goleador de la selección uruguaya,
excluido del Mundial de 2014 por morder a un defensor
italiano. Ahora, cuando está saciado, rechaza con una
mano fuerte la cuchara o la mamadera que llevan hasta su
boca. Dicho eso hago constar que hace tiempo que sabe
servirse de la mamadera sin ayuda.
Y ayer, como otras veces, se durmió dentro de su
corralito y sobre sus juguetes y un abrigo de Mamá,
mostrando al aire uno de sus inocentes cachetes casi tan rojos
como el saco de Caperucita Roja que llevaba puesto.

Sirio Lorenzo a los 17 meses


158
María y cartas a Sirio Lorenzo

Esta semana Sirio Lorenzo cumplirá diecisiete meses.


Si hasta hace un mes sus padres esperaban con cierta
ansiedad que empezara a caminar por sus propios medios,
ahora están cansados de las infinitas idas y venidas que Sirio
Lorenzo protagoniza durante todo el día dentro de la casa. Y
no recorre el patio porque estamos entrando al invierno y los
días fríos o lluviosos son frecuentes. Cuando viene a nuestra
casa quiere agarrarnos de un dedo, para que lo llevemos a
recorrer las habitaciones. Le gustan todas, con excepción del
living, donde hace poco se animó a entrar acompañado,
aunque con mirada desconfiada. No sabemos el motivo de ese
temor. Y cuando anda con ganas de caminar no quiere
quedarse conmigo en la cama, aunque le arrime el pequeño
caballo amarillo desarmable de plástico que mi esposa le
regaló y que antes recibía con una gran sonrisa amistosa. En
esos casos lo ignora y llora para que la abuela lo saque a
caminar por la casa. Después de decir durante varios meses
“Mamá” y “Papá” ya no pronuncia esas palabras tan seguido.
Y ahora improvisa supuestas frases que sólo él entiende, pues
en ellas se combinan vocales y consonantes incomprensibles.
A veces acompaña algunas de esas improvisaciones con un
dedo índice levantado o con la mano abierta, como si
discursara en una tribuna y diese con esos gestos más énfasis
a sus expresiones orales. Come lo que le den en la boca, y a
veces, cuando ve el plato vacío, llora para que le sirvan más.
Sostiene él mismo con sus manos las galletitas y las porciones
de frutas, que mientras camina o está sentado, va comiendo
despacito y con gusto. Tiene fascinación por los celulares y
los dibujos animados en la TV, y cuando puede huye con el
159
Sirio López Velasco

celular de Papá o con el control remoto de la TV. Ahora los


padres le compraron un celular de juguete, a ver si deja
tranquilos a los de verdad.
También le encanta jugar con una pelota grande de
plástico liviano, que persigue y espera que se la devuelvan,
compartiendo un divertido juego a dos que acompaña con
risas nerviosas.

Ecomunitarismo 1: ética y felicidad personal y social

Ahora, querido Sirio Lorenzo, te diré algunas cosas


para que las leas en la pubertad y en la adolescencia; aquí
expongo de manera muy resumida algunas de las ideas que
desarrollé en mis libros y artículos, sobre cómo veo la miseria
actual del capitalismo y el orden socioambiental que puede y
debe sustituirlo, si la Humanidad quiere salvarse a sí misma y
a buena parte del planeta. El capitalismo castiga duramente a
las personas y a la naturaleza no humana. A las personas las
castiga con la violencia que mata en las guerras y en los
asesinatos causados por la drogadicción, la codicia y la
intransigencia para con los otros; también las hace infelices
con el desempleo o la amenaza permanente de él, con el
trabajo que no trae felicidad y se padece como un yugo, con
el estrés provocado por las cuentas pendientes, por el trabajo
o el desempleo y el tránsito infernal. Y el capitalismo castiga
duramente a la naturaleza no humana cuando considera al
planeta como una simple fuente de recursos para explotar sin
misericordia en nombre de la ganancia sin límites de algunos,
lo que provoca devastación o contaminación irreversible.
Ahora bien, que encontramos en la propia gramática profunda
160
María y cartas a Sirio Lorenzo

de la pregunta que fundamenta la Ética, a saber, “¿Qué debo


hacer?”. Preguntarse qué debo hacer presupone que podría
hacer más de una cosa, pues de lo contrario la pregunta
carecería de sentido; pero poder hacer más de una cosa
supone libertad de elección; de ahí deducimos la primera
norma fundamental de la Ética, que nos exige luchar para
garantizar nuestra libertad individual de decisión. Mas
debemos preguntar: ¿es ilimitada esta libertad individual de
decisión? Si lo fuera cada uno podría salir atropellando al otro,
o incluso matando al otro, y viceversa; pero, como toda
pregunta, esa que fundamenta la Ética va dirigida a obtener el
parecer del interlocutor a quien va dirigida; así cuando
pregunto “¿qué hora es?” aguardo la respuesta del otro sobre
la hora que cree que es; de igual forma, cuando pregunto
“¿qué debo hacer?” aguardo su respuesta, para construir junto
con él mi opinión y mi línea de acción. Así deducimos la
segunda norma fundamental de la Ética que nos obliga a
realizar consensualmente nuestra libertad de decisión
(amparada por la primera norma). Y ahora nos fijamos en el
hecho de que el dominio de la pregunta “¿qué debo hacer?”,
o sea la capacidad de comprenderla y usarla correctamente,
exige una cierta capacidad física y mental para usar el lenguaje
humano; la ciencia ha mostrado que algunas deficiencias
físico-mentales, a veces causadas por influencias externas
como fuertes radiaciones que impactan al feto, impiden aquél
domino del lenguaje humano. De ahí deducimos la tercera
norma fundamental de la Ética que nos exige preservar-
regenerar la salud de la naturaleza humana y no humana (para
que la pregunta que fundamenta la Ética sea posible).
Rápidamente se ve que en el capitalismo estas tres normas
161
Sirio López Velasco

éticas fundamentales son negadas diariamente. Las personas


no son libres de tomar decisiones, y éstas no se toman
consensualmente, porque lo que se hace deriva de una cadena
de órdenes impuestas por los capitalistas y sus representantes
en las empresas y demás instituciones. Al mismo tiempo la
salud de la naturaleza humana y no humana, lejos de ser
preservada-regenerada, es atacada diariamente por innúmeras
agresiones (que pueden levar a la muerte), el estrés y la
infelicidad de las personas y la devastación o contaminación
irreversible en la naturaleza no humana. Por eso es necesario
pensar y poner en práctica un nuevo orden social que aplique
diariamente esas tres normas éticas fundamentales, para hacer
posible la felicidad de las personas y la supervivencia sana de
la naturaleza humana y no humana (o sea, de las demás
especies vivas, y de la tierra, el agua y el aire). A ese nuevo
orden social que debe sustituir al capitalismo lo llamo
Ecomunitarismo.

Ecomunitarismo 2: la economía ecológica y sin patrones

Si la economía capitalista está sometida al imperio de


los capitalistas y su afán de lucro, la economía ecomunitarista
no tiene patrones y tiene carácter ecológico. En ella cada país
(mientas existan los países) y toda la Humanidad es una gran
familia cuyos miembros cooperan entre sí para que cada uno
pueda ser lo más feliz posible, al tiempo en que se preserva-
regenera la salud de la naturaleza no humana. Esa economía
aplica el principio que reza “de cada uno según su capacidad
y a cada uno según su necesidad, respetando los equilibrios
ecológicos y la interculturalidad”; así cada uno contribuye con
162
María y cartas a Sirio Lorenzo

lo que aprendió a hacer al fondo comunitario común de


bienes y servicios, y recibe del mismo todo lo que necesitan él
y su familia para desarrollarse como individuos plenos; el
límite de lo que se puede pedir individualmente y conceder
por la comunidad es el necesario respeto a los equilibrios
ecológicos y a la interculturalidad para que las generaciones
futuras también puedan realizarse plenamente como
personas. Así, por ejemplo, desde ya debemos actuar según el
principio de las “5 R” que significa reflexionar acerca de la
forma de vida (ecomunitarista) que queremos para nosotros y
nuestros descendientes, reducir-reutilizar-renovar los
insumos y residuos de la producción, y revolucionar el
capitalismo hacia el ecomunitarismo. Esa economía también
sustituye las energías sucias y finitas (como los son las
derivadas de los hidrocarburos) por energías limpias y
renovables (como, por ejemplo, la solar, al eólica, la de las
mareas y la geotérmica). En la economía ecomunitarista,
como los bienes y servicios ya no son más mercancías (o sea
objetos producidos y vendidos para producir ganancia para
algunos) sino bienes de uso destinados a satisfacer
necesidades humanas para hacer posible la felicidad
individual, familiar y social, ya no existe más el dinero; pues el
dinero mide y compara el valor de los objetos producidos, a
los efectos de su intercambio apuntando a una ganancia; ahora
no hace falta el dinero, y ni siquiera el salario, pues cada
individuo, al contribuir según su capacidad para la comunidad,
recibe directamente del fondo social (sin necesidad de la
intermediación de esa suma de dinero que es el salario) la
cantidad-calidad de productos y servicios que necesita para

163
Sirio López Velasco

que él y su familia puedan desarrollarse plenamente como


individuos.
Ecomunitarismo 3: la política de todos

“Política” quiere decir la ciencia y el arte de mejor


organizar la polis, o sea la ciudad, el país y la Humanidad
(concebida como gran familia humana). En el capitalismo
hace crisis la llamada democracia representativa, pues los
supuestos representantes no representan a sus supuestos
representados, en la medida en que la clase política que toma
las decisiones, se somete a los intereses de grandes
corporaciones económicas-mediáticas, y decide muchas veces
en contra de los intereses de la gran mayoría (en materia de
legislación laboral, jubilaciones, alimentación, educación,
salud, vivienda, transportes, y/o preservación-regeneración
de una naturaleza no humana saludable). Por eso el
ecomunitarismo defiende una democracia participativa, con
predominio de la democracia directa, para que cada ciudadano
pueda participar directamente de las grandes decisiones que
afectan su vida y la de su familia. Incluso en el capitalismo
Suiza muestra la posibilidad de tal forma directa de la
democracia, a través de inúmeras asambleas locales que
toman las decisiones de ese nivel, hasta más de 500 plebiscitos
o referendos que convocaron desde 1848 hasta 2012 (no
tengo las cifras actuales) a toda la ciudadanía del país a decidir
sobre muchos temas de índole económico, político, social,
cultural o de medio ambiente (desde las jubilaciones hasta la
velocidad permitida en las carreteras, pasando por el uso de
las viviendas de veraneo). Entre otros me baso en ese ejemplo
para sostener que esa democracia directa es hoy posible, sobre
164
María y cartas a Sirio Lorenzo

todo cuando internet permite el intercambio de opiniones a


distancia entre las personas (desde el grupo local hasta los
millones de individuos que conforman un país, un continente
o la Humanidad), para que luego puedan votar en plebiscitos
o referendos, tomando las decisiones en cada caso. Los cargos
representativos que sea indispensable mantener deberán
funcionar según las siguientes reglas: no se debe permitir que
un grupo de personas se eternice en ellos (pues comenzaría a
velar por sus ingreses en detrimento de los de la comunidad
en su conjunto), lo que significa que habría que rotar
incesantemente en el ejercicio de los mismos, y los electos
para tales responsabilidades tienen que poder ser destituidos
de ellas a cualquier momento por quienes los han elegido.
Obviamente que el ejercicio de tales funciones no traería
ningún privilegio de ningún tipo, pues durante su ejercicio,
tales responsables, al igual que cualquier otro miembro de la
comunidad, seguiría regido pro el principio que reza “de cada
uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad,
respetando los equilibrios ecológicos y la interculturalidad”.

Ecomunitarismo 4: educación ambiental socialmente


generalizada

Los individuos capaces de desarrollar la economía


ecológica y sin patrones, y la política de todos, basada en el
predominio de la democracia directa, deben estar siendo
educados en permanencia. Inspirándonos en Paulo Freire
definimos la educación como un proceso de concientización
sin fin, compuesto simultáneamente por el desvelamiento
crítico de las opresiones y devastaciones que vivimos-
165
Sirio López Velasco

presenciamos y la acción transformadora-superadora de las


mismas, rumbo al ecomunitarismo. Tal educación debe
ocupar todos los espacios de la educación formal (desde las
guarderías infantiles hasta las Universidades) y todos aquellos
de la convivencia social (centros de producción, clubes
deportivos, etc.). Para la educación formal a partir de los 11
años (siguiendo a Piaget, quien mostró que a esa edad el niño
adquiere la madurez en el razonamiento lógico y en la idea de
justicia) proponemos desde ahora y rumbo al ecomunitarismo
las siguientes cinco directrices: vincular los contenidos
programáticos (de lengua, matemática, geografía, Historia,
ciencias naturales y humanas, etc.) a problemas
socioambientales que afecten la vida de los alumnos y
educadores a nivel local (sin descartar su contexto regional,
nacional, continental y mundial); reconstruir los
conocimientos a propósito de ese problema a partir de la
investigación dialogada protagonizada por los alumnos y
orientada por el educador; crear espacios en la institución y/o
realizar salidas de campo conjuntas para desarrollar esa
investigación; incorporar a conocedores del problema en
estudio al proceso de construcción de conocimiento
protagonizado por alumnos y educador/a, para que los
enriquezcan con su saber específico (que a veces procede de
una alta instrucción y otras de mucha experiencia de vida, aún
sin instrucción formal); y, por último, pensar y aplicar, con el
protagonismo de los alumnos, el educador, la comunidad
escolar y local y cualquier otro interesado, soluciones para el
problema estudiado (aunque sean modestas y parciales) de
modo a que se den pasos concretos hacia el horizonte
ecomunitarista.
166
María y cartas a Sirio Lorenzo

Ecomunitarismo 5: erótica libertaria y educación sexual

El ecomunitarismo, a la luz de las 3 normas


fundamentales de la Ética, defiende el derecho al libre placer
consensuado que no perjudique la salud de los amantes. Y
para eso da lo mismo que el nexo amoroso sea hetero u
homosexual, pues aquellas tres normas plantean las mismas
exigencias en uno u otro caso. De igual manera se admite la
masturbación. Mas se condena al machismo y la homofobia,
que a lo largo de miles de años han, respectivamente,
impuesto y justificado el aplastamiento de las mujeres por los
hombres (incluso en el plano sexual, donde el acto amoroso
se practica en beneficio exclusivo del placer masculino), y la
discriminación e incluso persecución de quienes optan por la
homosexualidad. Una y otra conducta han provocado el
sufrimiento e infelicidad de la mayoría de la Humanidad, ya
que las mujeres son algo más numerosas que los hombres.
Para superar una y otra tara la educación ecomunitarista
incluye una educación sexual que desde la pubertad hasta la
edad adulta (y hasta la muerte) promueve el libre goce del
placer compartido, en el respeto a la salud de todos, y
superadora del machismo y la homofobia.

Ecomunitarismo 6: la comunicación horizontal y


simetrica

En el capitalismo los grandes medios de


comunicación y los llamados “formadores de opinión”
167
Sirio López Velasco

imponen sus puntos de vista, en una relación vertical y no


simétrica, a las grandes mayorías, a través de la falsificación y
la manipulación. El ecomunitarismo defiende una
comunicación horizontal y simétrica, en la que los medios
están controlados por la ciudadanía y las opiniones y
decisiones se construyen libre y consensualmente (según lo
exigen las dos primeras normas fundamentales de la ética) en
pro de la felicidad y la salud de las personas, y la preservación-
regeneración de la salud de la naturaleza no humana (como lo
exige la tercera norma ética básica). Para caminar hacia la
implementación de tal comunicación horizontal y simétrica,
mucho nos ayudan las diversas posibilidades que nos ofrece
internet; así, como lo decíamos en la política de todos, ese
instrumento permite que en diálogo informado, libre y
cooperativo se formen maduras opiniones y decisiones para
las cuestiones que van desde el nivel local hasta el planetario.
En lo inmediato y dentro del capitalismo proponemos como
paso de transición la ley de los tres tercios iguales; a saber la
que estipula que una tercera parte de los grandes medios
pueda ser privada (pero sin la posibilidad e erigir monopolios
u oligopolios), pero los otros dos tercios iguales al primero
deban ser comunitarios (en manos de diversas asociaciones
como los sindicatos y gremios estudiantiles, los clubes de
vecinos, etc.) y públicos (o sea gerenciados y controlados por
toda la ciudadanía en el marco de la democracia directa o por
lo menos participativa, sin predominio de ninguna casta
económico-social o Partido político).

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María y cartas a Sirio Lorenzo

www.phillosacademy.com

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