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Judith R. Walkowitz La ciudad de las pasiones terribles Narraciones sobre peligro sexual en el Londres vietoriano oicionss CAIDA vivre D VALENCIA TNSTITUTO DEA MUIR Prologo a la primera edicién Jack el Destripador ocupa un articulo en The Dictionary of Cultural Literacy, esa larga lista de lo que todo norteame- ricano debe saber. Define sencillamente: «Jack el Destripa~ dor: Criminal que actué en Londres a fines del siglo 0x, faparentemente responsable de varios asesinatos horribles| ppor apuiialamiento, Se desconoce su identidady, El Diccio~ nario no advierte que todas las vietimas mutiladas eran mu jjeres, un laguna malintencionada incluso para un articulo ‘an breve sobre una célebre figura que parecia preferir ma- tara mujeres, especialmente prostitutas, que a hombres. embargo, como demuestra La ciudad de las pasiones terri- bles, el nuevo libro de Judith R. Walkowitz,brillante, fétil ‘y original, nucstras informaciones sobre Jack el Destripador than sido frecuentemente caprichosas y malintencionadas. ‘La eludad de las pasiones terribles 10 «tesuelve> el tisterio de la identidad del Destripador. Tampoco lo preten- de. Porque Walkowitz, autora de un texto de gran influencia acerca del siglo xrx, Prostitution and Victorian Society: Wo- ‘men, Class, and the Siate (1980), explora un misterio rau- ‘cho mis vital y laberintico: la identidad y el significado de Ta propia Inglaterra a finales del siglo xx, especialmente de 1 FD Miwoh, Je, Joseph H, Kett, James Trefil, The Dictionary of Cultura Literacy, Boston, Houghton Nila, 1988, pig 21. 9 Londres, su capital. Para ello, Walkowitz nos habla de una serie de personajes intensos: W. T. Stead, el periodista que ‘en 1885, tres afios antes de los cimenes del Destripador, es- * ‘Sin embargo, en 1980 el Museo de Madame Tussaud se hall frente a un dilema: los visitantes (especialmente los ni- fios) se quejaban de que la Cimara de los Horsores no era suficientemente «horribley, «La gente cree que no es suli- Cicntemente sangrienta.» Al instalar la «calle del Destripa- dom, Madame Tussaud se «inclind» ante las demandas de ‘amis sangre. Para acomodarse a Tos nuevos gustos, se in trodujeron modernos efectos de luz y sonido que creaban un escenario» Fealista, de modo que «ain prevalece la exact ‘ud del parecido y la presentacion*. ® Abii Solomon Codes, The Lap f the Contour, October 39 (iaviceno 1986), 6-108. Linda Williams, «When the Woman ‘Looks, en Mary Aan Doane, Patricia Mellencamp, Linda Williams (as), Revision: Bssays in Feminism Art Criticism, Broderick, Md, niversity Publications of Ameria, 1984, pgs. €3-99; 7.1. Clan, The Painting of Mostra Lifes Pris in the Art of Manet and His Followers, ‘Nueva York, Knopf, 1984, cp, 2. Chapmat, Chamber of Horror, pigs. 99,96; «London's Horror ‘Chamber Portavex del Museo de Madame Tussaud,citado en «Madine “Tussaud Bows to Demands for More Goce», Victoria Times, 5 de abril de 1080, Archivos Tasstud. La nueva exhibicion supuso una rapt, 19 son sicuiv deta del asesno yo scenario cau iuciosamente represeniado en la calle del Fr — ‘ructuras reticas, fantasias pablicas de significados con tradictotios y que han variado con el curso de la historia. En su regreso al Londres de 1880, La ciudad de las pasiones fe- rribles examina la dindmica cultural y las luchas sociales que dieron forma a tales fantasias y cfearon originalmente, ‘en 1888, el personaje de Jack cl Destripador como mito so. bre el peligro sexual’. El presente estudio sitéa la historia el Destripador como parte de un momento de formacién en la elaboracién de una politica sexual feminista y de las narraciones populares sobre os peligros sexuales. Examina Jos elementos culturales contrapuestos que se integran en el relato del Destripador, asi como los elementos que fueron excluidos 0 rechazados por dcha histori, sobre fodo aque- Mos en Jo que las mujeres no eran vita silenciosts 0 La calle del Destripador de Tussaud condensa aumero- ss elementos de la prensa sensacionalista que informd en su tiempo sobre los asesinatos, pero presenta un relao mis estabilizado que el que dieron los medios de comunicacién cn su momento. En. 1888, la narracién de los asesinatos se hizo poco a poco y de forma retrospectiva, a lo largo del Far ip isis ps is mise il ein ne eri samara za uu, co rai guitaconiemene aesiacr a, fevered eile nd ion ete PS cna Co er th See te ps Soe comer ce nits ts de ac me Sear beste ae ce rec i Se cece, eesti Caleta ee soley nd he te Lavors, St. Albans, Herts., Paladin, 1973, pigs. 109-1 Trad. es} ‘Mitologias, Madrid, Siglo XX1, 1980.] eet 20 otofo del terrom» de aquel afio, cuando cinco prostitutas fueron brutalmente asesinadas en el espacio de diez, sema- nas (entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre) y, en el caso e algunas, mutiladas sexualmente. Todos los crimenes ex- feepto uno ocurrieron en las parroguias de Whitechapel y Spitalfields, en el este de Londres (la excepeién ocurrié piuy cerca, justo en el limite de la ciudad de Londres). Aun- {que retrospectivamente se relaciond al Destripador con al- 105 homicidios anteriores de prostitutas, s6lo a partir 1131 de agosto sospecharon los forenses y la policia «algo extraordinario», Sélo enfonces empezaron las autoridades policiales, los lectores de periddicos y la poblacién local de Whitechapel a interpretar Ia serie de cinco asesinatos como {a labor de un asesino desconocide y a prepararse a recibir «do que viniera». Como la sombra que se desvaneve en 1a exposicidn de Tussaud, al asesino, nunca aprehendido, se le teonceia s6lo por su modus operandi, pese a los esfuerzos concertados de policia y grupos de aecién ciudadana dis- puestos a cazarle’ Cireularon muy variadas historias acerca dela identidad dol asesino y el significado de sus crimenes, A medida que la ansiedad y el interés por el caso se intensificaban, os di- forentes grupos constituyentes reunieron una serie conver gente de fantasias en relacién con fa figura del ascsino, Al- ‘gunos enviados especiales de periddicos acabaron por ima inar al Destripador como un hombre privileziado y sexualmente peligroso, un sabueso de Ja publicidad que, & jnicio de ellos, se comunicaba con una audiencia masiva a través de cartas publicadas en esos. mismos perisdicos. «Su» apetito sexual era perverso y no conocia limites. «Sus» casesinatos lascivos> y su mutilacién sexual de las prostitutas eran, para los comentaristas, aternativas at Turales a la copulacién heterosexual. «Sw» gusto por las pricticas clinicas y sidicas levé también a especular que {edly era un médico loco y sifilitico. Imaginado, rauchas ve- “Leonard W. Matis, The Mpxtery of Jaok the Ripper, Lone, Hutchinson, 1929, pgs 43, 4; PMG, 8 de septiembre de 1888 a ces, como un experto viajero urbano, ef Destripador era ca- paz. de moverse sin esfuerzo y de forma invisible pot las ca- les de Londres, traspasando todos los limites y cometiendo «sus» actos criminales en piblico, al abrigo de la oscuridad, ‘exponiendo las partes privadas de las «mujeres piiblicas» a la vista de todos. Si bien todas estas historias emocionantes ‘munca se reunieron en tna sola versién coherente, para los londinenses de la década de 1880 dichas percepciones con- virtieron los asesinatos del Destripador en una historia de contlicto de clases y explotacién y en um relato aleccionador para mujeres, la advertencia de que la ciudad era un lugar. ppeligroso cuando transgredian los estrechos limites de su casa y su hogar para aventurarse en los espacios pablicos. ‘La popularidad de la muestra de Madame Tussaud da fe de la potencia simbdlica de los crimenes del Destripador ‘como actos paradigmaticos de trangresién que evocan el pasa- do victoriano reprimido, en el que una sexualidad masculina Peligrosa —una sexualidad que muchos experimentan como algo demasiado contemporéneo— hall6 su espantosa repre- sentacién. Al mostrar Jack el Destripador, Tussaud continua- ba fa arraigada fascinacién de los medios de comunicacién on el «asesino sexual mis conocido del mundo»? Ningt otro criminal ha aparecido tan frecuentemente en Ia literatura, el teatro, la 6pera, la televisién y el cine. «Cuando un periods. ta no tiene nada mejor que vender en Londres, siempre puede ‘vender una historia sobre Jack el Destripador», observ un au toren los afios veinte; el mimero de peliculas rodadas sobre las a los espectros del de~ live imperial ¢ industrial, Pero la negativa de Tussaud a ‘Ginventar un rostro» saca partido del elemento mas espanto- ‘0 de todos: el mito de un Destripador «eterno», el «asesino sin nombre, capaz de ser cualquiera, que retne los terores pasados y presentes!”. gs at kB 177 Bobi cami Ho tt he Dl 17, Peat samen reo tea detect sree pe i Sareea Ve creat ad in natok is Fea hts at a cae ee See pe, ea tric, Se Ry ie tm Oy saci Nie ake DE i tae cos ae ee 2 ees ami td ee Mo SES Cnet Rpt re 98g. Bobo Ee 9 He Se Cane I lM, ater ek dea ep 23 Del mismo modo que las peliculas y las docenas de li- bros sobre el Destripador producidos en serie, a finales de Jos 80, para conmemorar el centenario del personaje, la ca- le del Destripador de Tussaud se tiene a una invencién de- terminada del pasado victoriano, expresada mediante una estructura supramundana ¢ inframundana, Esta imagen his- ‘rica reerea e! Londres victoriano como una ciudad dividi- da desde el punto de vista geogrfico y de clase, cuyos limi- tes sociales se veian transgredidos por actos ilicitos de sexo y-crimen. Sia calle del Destripador de Tussaud offece el es- ‘nario para la «podtica» de la transgresién, otros relatos in- ventan frecuentemente una identidad familiar «supramun- dana» para este asesino absolutamente «sin domesticar» ‘Ala fantasia masculina de origen urbano los defensores le la tooria del Destripador real, por ejemplo, han afiadido un melodrama doméstico que involuera a la familia «mas ele- vada» del pais! "ni os estos sobre os valores vstorians esi James Wale in, Veoran lus, Lande, Pegs, 1988, pig. 3-6, Tetey Weck, Sealy ad is Disontenss Mecnings' Nth, and Ser Seals, Londres, Routledge stl Kegan Pa, 1985; pas. 13,41 {red exp? La sexed yor malevtare, Maa, Taasa, 1982) {nme Soa she Future Female? Tradl Thowghs on Contemp ry eri e196 6a us extcay de Ta anes gs compa als plaacon excea da sociedad de clase, ves Peter Saya y allan Whit The o> lies and Pots of Transgression, aca, Corell Univ ess, 1986, Ents os its abe el Destpaor que erecta un ssp. ‘mundos hay que inca Michal Hersam, Casece: The Lif of fe Dake of Clarence and ondale, KG 1856-1872, Londen WH. Alen, 1972; Stephen Knight, Jak the Ripper The Fina Ston, Lond, Harrap, 197. Frze os ends de sexta vitorana gu gush ‘ua estuctra de submundo ysopremndo, Seven Mars he Oar Hetorans: A Study of Sexi and Pomogrphy m Me Nietenth entry hand Sve on leridian, (94, pp. Ota ob Brea sera de sexual pias pore iotoma ene supe ‘indo y sau inlay a Cn Pet, The Cit wath he Son doy Sat, Indandpos, Bobbe- Meal, 1933 Ronald Peal, The iin he Bud The ri of Fetoran Ses, Naeva Yok, Mac mil, 1969, PeseT Comino, nLst-Vitran Sua Rega) 4 La estructura de las historias del Desteipador en «su- pramundo» y «submundo» inspira las enseiianzas politicas que de ellas se extrien. Dicha estructura permite a los au- tores contempordneos expresar su noslalgia por el mundo seguro de nuestros padres y, al mismo tiempo, atravesar la fachada orgullosa e hipécrita de ese mundo para descubrir ‘una perversa jungla sexual, Como advierte Jeffrey Weeks, esta imagen historica representa cierta proyeccién en el pasad de los debates actuales sobre las «limitaciones» de {a sociedad y la cenergia sexual desordenada», La nostal- gia de una <época dorada del decoro» representa un refu- gio respecto a los desafios contemporaneos que afton~ tan los valores y la vida familiar de los «neovictorianos» alos 50, los retos planteados por las fuerzas perturbadoras de Jos 60, la cultura juvenil y los movimientos de libera- ci6n de la mujer y delos homosexuales. Sin embargo, atra~ yyesando esa nostalgia de los firmes valores victorianos y la vida familiar estable, se encuentra la creencia de que los propios victorianos estaban atormentados por angustias y and the Social System», International Review of Social History 8 (1963), 18-48, 216-250. Bon BarkerBenfield, The Horrors of the Halp-Rnown Life: Male Atitudes towards Women and Sexuality n Ni- nneteenth-Century America, Nueva York, Harpet and Row, 1976, ‘Obmas que eritcan esta inlxpretacin son Peter Gay, The Bourgeois Experience: Victoria to Freud, Nueva York, Oxford Univesity Press, 1984, wo. [, The Education ofthe Senses; Cal Dreger, «What Ought to Be and What Was: Women’ Sexuality in the Nincteemth Century», “imerican Historical Review 79 (1974), 1467-1490, M. Jeanne Peter- Son, Family. Love, and Work inthe Lives of Viearian Gentlewomen, Bloomington, Tadiana University Press, 1989; Pat Jalland, Women, Marriage ard Politics 1860-1914, Nueva York, Oxford Univesity Press, 1986, En general, estas ltimas obras defienden que los matr- ‘monios burgucses del siglo xix eran erGticamente satisfactoriosy f2- Tices para amas partes. Quieren «dar al siglo 20x un mejor nombres por etar a una comentarsta (Lisa Duggan, allistory Between the Bheets: Politics Go Under Covers, Village Literary Supplement, tiembre 1986, pig. 13) Por desgracia, tales revisionestienden aigno~ taro minasalre ls epetcstonc el poder decay sex ca tconstraccin de fa soxualidad. 25 Sontraicciones, que ellos también posean «secrets te les». Las elaboraciones sobre cl Destripador pueden ser in- venciones sintomiéticas del pasado, pero no son, como punta un estudioso del género, interrogantes crticos sobre | cultura vietoriana que «cred 'y contribuy6» a una figura como Jack el Destripador', preguntas eriticas que La ciu- dad de as pasionesterribles se propone plantear. El presen- te estudio trata Ia historia de Jack el Destripador, elatada en el capitulo 7, como una elaboracién mucho menos unifi- cada y ligada que el cuadro ofrecido por la instalacién de Tussaud y otras imagenes populares. Para comprender la inestabilidad y el poder de la narracién sobre cl Destripador, La ciudad de las pasiones terribles evatia las contradiccio- nes internas de la historia y yuxtapone dicho relato al de ‘otros relatos sobre los sexos ¥ la sexualidad que circulaban en la metrépolis hacia el final de la era victoriana, La ciudad de las pasiones tervibles organiza vin denso entramado cultural a través del cual circulaban en el Lon- dres de fin de siglo representaciones contradictorias y yux- tapuestas del peligro sexual. Dos escéindalos de prensa, las revelaciones de W. T, Stead en 1885 sobre la prostitucién in- fantil, «Maiden Tribute of Modem Babylon» [El tributo de las doncellas en la Babilonia moderna}, y las informaciones sensacionalistas sobre los asesinatos del Destripador en 1888, son mi marco cronolégico. Si bien su procedencia po- Iitica fue diferente, ambos escandalos de prensa manipula- ron temas culturales y estrategias retdricas semejantes, Am- bos produjeron efectos contradictorios e imprevistos. Como hechos catalizadores, el «Tributo de las doncellas» y las in- formaciones sobre los crimenes del Destripador obligaron a luna serie de scetores a tomar partido y a hacer notar su pre~ sencia en una esfera publica heterogénea. En el proceso, di- cas narraciones ejercieron su influencia sobre el fenguaje 13 Wooks, Sexuality and fs Discontents, pigs. 1, 18. tosh, Wolly Pik Nour Rippe, The Lene, 1724 diene 6 de la politica, las formas de ficcién y las innovaciones pe- riodisticas en el Londres de fin de siécle. ‘Aunque La ciudad de las pasiones tervibles observa los limites cronolégicos, no avanza de forma lineal. Se mueve dde manera sinerénica, uniendo a tradicién narrativa de la cexploracién de la ciudad y sus oscuros laberintos, que halla~ ‘mos en las noticias sensacionalistas como el Destripador o 1 «Tributo de las doncellas», a historias contiguas de posi- bilidades sexuales y aventuras urbanas, algunas de ellas si- ‘uadas en diferentes espacios sociales de la metrépoli ‘Como el relato del Destripador, estas otras historias (presen- tadas en los capitulos Il, V y VI) introducen un amplio pa- rnorama de actores sociales involucrados en debates cultura- les sobre la sexualidad y los sexos que reflejaban y, al mis- smo tiempo, invertian ei tema del peligro sextal y Ta visién social de la ciudad representados en fa historia de los erime- nes de aguel. En dichas historias alternativas sobre la lucha de sexos, las mujeres aparecen como interlocutoras, y no s6lo como figuras en el paisaje urbano imaginario de los es- pectadotes masculinos. Una combinacién de précticas sexuales cambiantes, ¢s- cindalos sexuales y movilizaciones politicas proporeioné, Inacia el final de Ia era victoriana, las condiciones histbricas ppara la claboracién de tales relatos, Al evaluar acontes mmientos similares al otro lado del Atlintico, los historiado- res nortcamericanos John d'Emilio y Estelle Freedman afirman que la sexualidad decimonénica adquirié un caric~ ter privilegiado de identidad primaria en Estados Unidos precisamente a medida que las practicas y los significados sexuales se fueron liberando de la procteacién, al menos para el sector de la poblacién ocupado por la clase media blanca. Ello provocé un giro en «el significado dominante [es decir, de clase media] de la sexualidad», de una «aso- ciiacién fundamental de la sextalidad con la reproduecién en las familias» a la identificacién con na sexualidad ma~ rital mas intima, no reproductiva, pero si en conflicto, ¥ con el sexo fuera de Ia familia. Para calmat la ansiedad crecien- te de que el erotismo habia perdido sus amarras y su iden- 2” tidad fijada en la sexualidad reproduetiva —explican estos autores—, os observadores culturales etiquetaron una serie de pricticas sexuales —relaciones con ef mismo sexo, amor libre, sexo comercializado— como peligrosas ¥ se propusieron especificar una nueva norma heterosexual (no procreadora)"* Una constelacién parecida de escindalos de prensa, campafias contra el vicio y proliferacién de categorias ¢ identidades sexuales se produjo en Gran Bretaia durante la segunda mitad del siglo x1x. A partir de ahi se desarrollaton los relatos sobre peligros sexuales surgidos en Londres du- rante la década de 1880, relatos que encontraron su eco en tribunales, publicaciones eruditas, salones, esquinas calleje- ras y paginas de cartas al director en la prensa diatia. Distin- tos hombres y mujeres emplearon lenguajes sociales dife- rentes para interpretar In experiencia sexual, desde. el Tenguaje del comercio sexual a las representaciones melo- dramaticas en los periédicos o el Ienguaje académico del derecho y la medicina. En tales discusiones, la transgresién de los sexos y la transgresién de Ta sexualidad se superpo- nian continuamente, puesto que, como observa Thonias La- queur, «casi todo lo que se quiera decir sobre el sexo impli- ca ya una afirmacién sobre los sexos»"®. En consecuenci la preocupacién sobre lis pricticas sexuales «peligrosas» se centraba en muchas cosas que no eran simplemente una conducta sexual desordenacla la sextalidad peligrosa tenia tanto que ver con el trabajo, la forma de vida, las estrategias de reproduccidn, la moda, él exhibicionisto y las ataduras Folin dm y Ese Feedmm, fmt Mater: A Hi tory of Seta in dmcrica, Noe Yorke Hae a Row 1988 *2 thomas Lage, Sfatng Sex" Body nd Gender from the Greets to Freud, Cambie, Mist Tarver) Universi Pro, 19%, Dee TL [Tr exp: La consort de sexo Masi, tein, 1984 SSpuaie extend ea oberracion soa categoria orale, eae lane fa rary Incase: una sex polos ef er no Slo pein casei ino, ery, a hac desclsad ¥dogncr dhdbsde el pune de vist rca 28 no familiares de hombres y mujeres en la ciudad como con Ia actividad sexual no procreadora Hombres y mujeres participaron en los debates ¢ inter- ‘cambios culturales sobre las pricticas sexuales peligrosas. En las dos décadas anteriores a los erimenes del Destripa- dor, las reformistas habfan tomado parte activa en estas dis- cusiones, Gracias a Ia politica feminista sobre Ia prostitu- cién, mujeres de clase media se sumergieron en la discusién priblica sobre el sexo hasta un limite sin precedsntes, em- pleando el acceso a los nuevos espacios piblicos y a las nhuevas practicas periodisticas para hablar en contra de la do- ble vida de los hombres, sus enfermedades de transmision sexual y su complicidad en un sistema de vicio que florecia en el submundo de la sociedad respetable. Junto @ las muje- res que luchaban contra fa viviseccién y cubrian las calles de Londres con carteles que mostraban Tos cuerpos mutila~ dos y torturados de inocentes animales «ferminizados» en el laboratorio, las feministas que se oponian a la prostitucién fegalizada difundicron imagenes y relatos de violencia se- xual cientifica con mas amplitud que ningim otro veticulo Titerario de la época, incluida la pornografia”. Tales campatias faciltaron la entrada forzosa de la mu- jer de clase media en ef mundo de la propaganda y Ia politi ‘ca, declarindose parte integrante de un piblico que adquiria su sentido a través del discurso pablico'®. Estas mujeres pu- 1 RD, French, Amtvivisection and Medical Science in Fitorian ‘Society, Princeton, Prneston University Press, 1975, cap. 11; Coral Lansbury, The Old Brown Dog: omen, Workers, and Fviection in Edvradian England, Madison, Wisconsin, University of Wisconsin Press, 1985; Mary Ann Flsion, «Women and Antiviviscetion in Vieto- rian England, 1870-1900», en Nicholas Rupke, ed, Pivisction in His- (orleal Perspective, Londres, Croom Helm, 1987, pigs. 258-289, "Rigen Habermas, The Structural Trmsformation of the Public ‘Sphere, rad. de Thomas Burger, Cambridge, Mas., MIT Press, 1989. ‘Weasels cfitieas y apropiaciones feministas de la feotia de Habermas Sobre la ester publica bunguesa: Mary P Ryan, omen in Public: Bet- treen Banners and Ballots, 1625-1880, Ballmore Joins Hopkins Uni- ‘ersity Pese, 1990; Naney Frases, eRethinking the Public Spheten, So- ‘al Text 25/36, 1990, 56-80. 29 dieron aprovechar las volétiles condiciones politicas de la década de 1880, especialmente la expansién de la opinién politica «de puertas afueray, para obtener el acceso a una es- fera piblica redefinida”. En su actuacién politica, las refor- ‘madoras morales sc apoyaban en las tradiciones de una cul ‘ura politica radical dirigida a crear y consolidar una opinién publica en contra de la clase privilegiada de hombres se- xualmente peligrosos que se aprovechaban de los inocentes. La presencia de las mujetes en este mundo piiblico provocé tuna sensaeién ain mayor de antagonismo sexual y reforz6 las presunciones de diferencia sexual, sobre todo Ia nocién {que asociaba el desco sexual con la masculinidad, predomi- nante en la era victorian. Varios historiadores, enire los que me incluyo, hemos criticado el legado de «pureza social» del feminismo de primera homada porque contribuyé a te- forzar la subordinacién y los temores sexuales de las muje- res", Pero estas campaiias abrieron asimismo nuevas expec- tativas heterosexuales para las mujeres de clase media, al ‘mismo tiempo que ponian en marcha politicas puiblicas re- presivas, sobre todo diigidas contra fa presencia de las mu- Jeres de clase obrera en las calles. Varios factores me han movido a emprender un trabajo de historia cultural como éste. En parte, contintio exploran- do algunas cuestiones de interpretaciGn sugeridas, pero in suficientemente desarrolladas, en mi anterior estudio sobre ' Estas voles condivionos poten incluiran Ia extensin s+ plementaria del sultagio en los hombres, el eajuste de las elles par= fidistas de fa clase media, et crecimiento dela polities extraparimenta- fia, el aumento de las actividades de Tos siniatos, la reenimacién del Socialismo, a formacion de clubes de debate mixtes, las campaias del Nuevo Pedismo, el politique calejeo ys manifetactones pli ‘as gensacionalistas, 2 Lind Gordon y Ellen Dubois, «Seeking Restasy onthe Battle- eld», Feminist Stuies 9 (primaveru de 1983), 7-26, Judith R. Walko- ‘ite «Male Vice and Feminist Virtue: Feminism and the Politics of Prositution in Ninctecath-Century Britains, History Bovtshop Jour nna 13 (primavera de 1982), 77.93 30 Ia regulacién estatal de la prostinicién en la época vietoria- na. En Prostitution and Victorian Society logré poner en tela de juicio ciertos mitos sobre la prostitucién heredados. de quella época: que era un problema de oferta de clase traba- jadora y demanda de clase media; que las prostitutas eran rmarginadas de la sociedad, separadas irrevocablemente de la comunidad formada por los pobres trabajadores; que el pecado se pagaba con la muerte. Sin embargo, estos mitos han capturado la atencién de la gente por encima de limites, de sexo y clase, y han constituido un relato que ha ordenado de forma poderosa la experiencia de las personas y sus pro- pias representaciones*! Esta misma linea de investigacién procede de los deba- tes intelectuales y politicos de fines del siglo xx. El debate "bre la pomografia entre las feministas a prineipios de los aiios 80 me obligé a affontar problemas espinosos y sin re solver sobre el poder de la representacién y la relacién de Is feminisias con la produccion cultural. Igualmente provo- cativos y perturbadores fueron los desafios epistemoligicos planteados por los crticos postestructuralistas, que insistian en que los historiadores prestaran més atencién a «la com- pileja forma en la que se construyen Tos significados y se or- ‘ganizan las practicas culturales, especialmente los medios ret6ricos y lingiisticos con Jos que «las personas represen fan y entienden su mundo». ‘Al abordar estos problemias desde un punto de vista his- torico, el presente estudio emprende un diélogo productive con los postestructuralistas recupera sus andlisis sobre los significados culturales con el fin de abordar las categorias, 2 Jdith R, Walkowit, Prostitution and Victorian Society: Women, Clas, and the State, Nuova. York, Cambridge University Press, 1980, "Para una excelente aplicaciin del andlsis poststructuralista aa historia de la cultura victorana, vSase Mary Poovey, Uneven Develop ‘ments: The Ideological Bork of Gender in Md-Victorian England, Chi- ‘igo, University of Chicago Press, 198R. Véase también Joan W. Seat, ‘Deconstructing Equality-Versus Difference: or the Uses of Poststruce turalist Theory for Feminis», Feminist Studies 14, nm. 1, primavera de 1986, 34 31 ‘analiticas que convencionalmente poseen interés para el his- foriador: poder, capacidad de accién y experiencia, Este i bro traza ademés un mapa cultural resistente a las oposicio- nes que dan forma tradicionalmente a la interpretacién his- Arica: representacién frente a realidad; cultura elitista frente ‘popular; la creacién y revepeisn frente a la produccién y el consumo de textos culturales. Por el contrario, propone como hipétesis una interaccién mas compleja de los mun- dos culturales® Los sucesos © historias narrados en el presente libro ilustran el funcionamiento del poder en un sentido foucaltia- no, como una fuerza dispersa y descentralizada, dificil de aprehender y poseer por completo. En conjunto, mis relatos, en la linea del analisis de Foucault, ponen en tela de juicio Jas viejas hipétesis sobre una jerarquia de poder centraliza- day estable. Teniendo en cuenta las exticas feministas a la teoria de Foucault desarrolladas en aiios recientes, he pre- tendido ilustrar al mismo tiempo cémo distintos individuos Y grupos sociales tenfan acceso a diferentes niveles y fuen- tes de poder. La ciudad de las pasiones terribles, si bien pone en duda la imagen de una jerarquia fija de poder, in- {enta transmitir el sentido de la desigualdad del poder —en- tre las clases y entre los sexos— y de la fuerza desigual de Jos distintos relatos en medio de ia proliferacién de signifi- ccados culturales, En sus tres iltimos libros, Foucault llegé a creer que el discurso de la sexualidad era un objeto privilegiado de and lisis, el lugar esencial en el que comprender el funciona- miento del poder en las sociedades occidentales moder- 2 John Toews, «lntellectual History Takes a Linguistic Turn: The ‘Autonomy of Meaning and the Ixeducibilty of Experincen, Aterican Historica Review 92, nim. 4 (1987), 819-507, 2% ara las rica y as aduplacioes de Focal po las feminis- tas, vease Irene Diamond y Lee Quinby, eds, Feminigm and Foucault efectos on Resistance, Boston, Northeasiem University Pres, 1988; Naomi Schor, «Dreaming Dyssyrametry: Barthes, Foucaul, and Sexual Diflerencen, en Alice Janine y Paul Smith, ed, Mew in Femt- ‘ism, Nuova York, Metiwen, 1987, pig. 9-110, 32 nas. Muchos de sus andlisis sobre la sexualidad vietoriana habian sido ya adelantados por varias estudiosas ferninistas, aienes asirhismo comprendieron que no habia nada natural (inevitable en materia de practicas y significados sexuales. Historiadoras femninistas como Linda Gordon, Nancy Cott y Carroll Smith-Rosenberg habjan empezado a perfilar la controvertida, heterogénca y pluralsta historia de la sexua- lidad en el siglo xrx. Habian logrado comprender, en pal bras de Kathy Peiss y Christina Simmons, que la sexualidad no era «una fuerza biologica inmtable o una fuerza univer sal natural, sino un producto de fos procesos politicos, so- ciales, econémicos y culturales. Es decir, la sexualidad tenia, ‘una historian. Las especialistas del feminismo demostraron que la sexualidad cra el lugar de conffontacién de otras Ii- chas y divisiones sociales, especialmente las de clases, s xos y tizas"*, : a i bien no fie la tinica obra en trazar la historia de la se- xualidad, The History of Sexuality de Foucault ayadé a cen- trar la discusién sobre la politica de la sexualidad en varios aspectos muy importantes. Foucault fue el primero en rept dliat la chipdtesis represivan en la que se basaba el mapa psi- quico de los vietorianos elaborado por Marcus, dicotomiza do y condescendiente. Lejos de reprimir la sexualidad, afir- ® Mil Foul, The Hr of Soa, vl An mae sso ie Uso Parra he Ceo i Sa ao ‘hot ie Sr tea, 1978 6 ad xpos ‘ple temaldea Mon Sigo 3 0 192 YT 1, 0 fear ae ly Mar toni Gin cd cn, er ermin Coie wn 27 ts de 58, CULL —~—~—~—~—™~— suai sory, ct Tempe Gia Ps, 198, pg A donin: omans iy, Romans ight Sal Ho of Bru Conlin Amerce, Nva Yor, Vite, Carel See rear Btnty be ene Wil Wo: ACs Stay SU oF - —U—rr—— Min diner Mars sk Rh O85 Ney cane ee Retief Ven Seca oes, 180-850 Sows Brea e 3 maba Foucault, la cultura victoriana la produjo, multiplied y dispers6. Esta volubilidad condujo a dar preferencia a la se- xualidad como micleo de una identidad privada que resulta- ba peligrosa al hacerse piiblica. A través de ta incitacién, prohibicién y normalizacion del deseo, estos discursos faci- litaron la vigilancia de la sociedad, una vigilancia que se ha extendido hasta el liberado siglo xx, en el que los «mecanis- ‘mos de represiém» dan la falsa impresién de ir relajdndose: «Neo gebemos erect que al deci al sexo, devimos no al po- Las estudiosas feministas han defendido un retrato de la politica y la prictica sexual vietoriana més complejo que el que permite el paradigma de Foucault, un panorama que presta mis atencién al contexto material de la lucha entre discursos y a lo especifico de la experiencia femenina en ta- les luchas. No han perdido de vista el papel dominante de! peligro sexual en los discursos sexuales victorianos ni sus implicaciones para las mujetes, Se han mostrado sensibles a la dificultad de entrar en el debate piblico para las mujeres dde cualquier clase, asi como al sentido profundo de Ja vul- nerabilidad sexual (porque eran mis vulnerables) que la mayor parte de las mujeres articulaban al reclamat un espa- cio piiblico en el que hablar de cuestiones sexuales*. FE analisis de Foucault de que nadie es externo al poder poses importantes implicaciones para las expresiones mar- inales. BI hecho de que las mujeres se vean excluidas de Tos centros de produccién cultural no quiere decit que sean libres para inventar sus textos, tal como algunas criticas fe- Focal Hor of Sealy 115,148 2 Como gjemplos de histor feminsa, véape Lacy Bland ‘arrage Lal Bare: Midi. Clso Women and Maral Sex, 180s I9lt tn Jane Lewis ed Labour and Loves Bonen’ perience of Home ae Fait 18501940, Ont, Boi Back, 1986, pie tat 75-148 Cot «Pasoniesnese, Smid-Roseer, Bey, Be Beast, an the Milton Woman Gordon, Homans Bod, Homans Right cp. 5 «Voluntary Mosherhood; Anon Clark, Nomen Sen, ‘Men Violence: Sesul Asotin England. 1770485, ones, an der, 197 uM istas han sugerido”. No son inocentes s6lo porque estén ‘marginadas. Estin vinculadas imaginariamente a un reper- totio cultural limitado, obligadas a dar nueva forma a los significados culturales dentro de ciertos parametros. Por ‘ejemplo, las mujeres no se limitan a experimentar una pa- sin Sextal y encontrar «naturalmente> las palabras para ex- presar tales sentimientos, ni sufren un peligro sexual y en- ‘cueniran naturalmente las palabras para expresar la ammena- za. En el sentido més sencillo, las mujeres de cualquier clase y raza tienen que basarse en construcciones culturales para contar sus «verdades», pero las construcciones cultura~ les existentes en diferentes situaciones sociales vatian. El Londres de 1880 fue un momento hist6rico en el que se per- mitié a las mujeres de clase media que hablaran péblica- ‘mente sobre la pasién y el peligro sexual, gracias a los mie~ vos espacios, formas de comnicacién social y tedes politi- cas existentes en un terreno piiblico redefinido. Foucault y otros postestructuralistas han puesto en tela de juicio la autoridad del sujeto como autor libre y auténo- ‘mo de un texto. Sin embargo, como ha observado Judith Newton, el hecho de que los sujetos estén determinados cul- turalmente no significa que «la mediacién humana en un ‘mundo cambiante sea, en su mayor parte, ilusoriay, El he~ © Los escitos feminists del final de los aos 70 y prinepios de los 80 de est siglo sobre la cultura femenina ban atribuigo alas muje- ‘es. un grado de autonomia cultural qu posterior obras feminists hn regalo. Véase, por ejemplo, Smith Rosenberg, «Female World of Love and Ritual, Disorder Conduct, Temma Kaplan, «Wotnen and the Communal Sikes inthe Crisis of 1917-1922>, en Renate Bridenthal y Claudia Koons, 068, Becoming Visible: Women In European History, 2 ed, 1987, Para wa valoracionextca de esta radicion, véase Linda Kerber, «Separate Spheres, Female Worlds, Women’s Place: The Retho- Fic of Women History, Journal of American History 75, nim, 1 jie rio de 1988, 9-39; Joan Scott, «Gender: & Useful Calegory of Histai- cal Analysis», en Scot, Gender and the Politic of History, pigs. 28-50; Jano ‘Flak, «Postmodernism and Gender Relations in Feminist Theory», Signs 12, nim. 4, verano de 1987, 621-643. "ie Fudith New, elistory a8 Usual, Cultural Crgue,pimave- 1 de 1988, 9, 35 cho de que los individuos no sean autores absolutos de sus textos no niega la teoria de Marx de que los hombres (y las ‘maujeres) hacen su propia historia, aunque cn circunstancias que ellos no erean ni controlan plenamente, La tarea del his- toriador sigue siendo la de explicar las expresiones cultura- Jes en relacién con la «coneiencia de autor situada historica- mente»?! y examinar cémo han movilizado las figuras his- toricas las herramientas culturales existentes. En mi relato sobre los escdindalos sexuales del final de la eta vietoriana, figuras como el periodista W. T. Stead y la feminista Jose- phine Butler actuaban de catalizadores que hacian ocurrir Jas cosas. Eran actores histéricos importantes, si no autores aut6nomos, a pesar de que el resultado de sus acciones no fuera siempre o finicamente el que habian pretendido. Este libro expone los retosniarrativos que plantea el nue- vo orden de prioridades de la historia cultural. La ciudad de las pasiones terribles observa numerosas pautas comven- cionales del ensayo histérico, especialmente los de la histo- ria social; pero ha sido preciso apartarse de la narracién his- ‘rica tradicional para transmitr Ia dindmica de la vida en la ‘metrépolis como una serie de miltiples enfrentamientos € intercambios culturales simulténeos en un amplio espectto social. Por ejemplo, nos hemos resistido a conceder un re narrativo a ciertos capitulos, 0 a onganizar su relato his- torico en fiancién de unas polarizaciones fijas de clase y sexo, No destacamos las transformaciones en el tiempo tan- to como una pauta cambiante de perspectivas culturales y sociales, situadas en relacién dinémica unas respecto a otras, y que offeefan a diversos grupos sociales una serie de estimulos distintos para expresarse y crearse a si mismos dentro de un paisaje urbano moderno. En conjunto, analizo los hechos culturales de la década de 1880 desde ei punto de vista critica de mi generacién de Gable Spgs, isto, istorii, andthe Soca Laie of the Po, Speculum 65, nim. 1, enero de 1990, 59-86. - 1 Vee por eempo, yan Hr, The New Chara History, Berkeley, University of California Press, 1989. 36 estudiosas feministas, pero empiezo por identificar los sis- temas de significado articulados por los actores sociales del pasado. Sus perspectivas —sobre el sexo y el poder, las re- presentaciones de la ciudad y el yo—~constituyen las condi- tiones de posibilidad que me permiten, como feminista de fines del siglo xx, examinar las relaciones sociales y sexua- les de Ia era victoriana, Es decir, existe un parecido de fa- mili, sino una identidad completa, entre las estrategias in- terpretativas sobre la sexualidad y el orden social en 1880 y las que son actualmente objeto de controversia, Funda ‘entalmente, los dilemas que affontaban las feministas del fin de la era'vietoriana se asemejan a muchos de los que ‘nos encontramos hoy dia, y son numerosos los términos de acuerdo y desacuerdo que coinciden, tanto dentro como fuera de fas filas feministas. Fl terreno disputado earacteri- za apropiadamente la vida urbana y la politica sexual de las décadas de 1980 y 1990, de la misma manera que caracte- 1iz6 el mundo social de la metr6poli a finales del periodo vietoriano. La ciudad de las pasiones erribles comienza con dos ca- pitulos que cxaminan por qué el Londres de 1880 ofrecta un paisaje imaginativo para los relatos sensacionalistas sobre el peligro sexual, como el «Tributo de las doncellas» y las his- torias del Destripador. Las caracteristicas materiales y cultu- rales de la vida metropolitana tardovictoriana contribuyeron a inspirar una serie de exploraciones en la conciencia y la identidad, ademas de configurar las historias sobre peligros sexuales que circularon por Londres en la época, Fn concre- to, estos dos capitulos observan la tradicién del espectador ‘masculino urbano y la creacién de un paisaje urbano imagi- nario que se bifurca como terreno para la aventura personal y la propia creacién. Durante toda la época victoriana, los hombres privilegiados habian disfrutado de la posibilidad de moverse con rapidez como exploradores urbanos a través de los espacios sociales divididos de la ciudad decimonéni- a para ver la ciudad en su conjunto y, gracias a ello, eons- truir su propia identidad en telacién con esa diversidad. Sin 37 ‘embargo, en el Londres de 1880 el paisaje imaginario pre- dominanie en la ciudad pasé de estar limitado geografica- ‘mente a tener unas fronteras que suftian transgresiones in- iscriminadas y peligrosas. ‘Tanto en la realidad como en la fantasfa, Londres se ha- bia convertido en terreno disputado: nuevos espacios co- merciales y pricticas periodisticas, redes crecientes de fi- lantropia femenina y una serie de especticulos puiblicos, desde la manifestacién de 1885 por el «Tributo de las don: cellas», en Hyde Park, hasta las marchas de los desemplea- os y las cerilleras en el West End, permitieron 2 hombres y :nujeres trabajadores de todas clases desafiar los privilegios ‘radicionales de los espectadores masculinos de elite y afir- mar su presencia en el terteno piblico. Al mismo tiempo, revisaron y reelaboraron los mapas literarios dominantes de Londres para hacer sitio a sus propias prictices y fantasias sociales. El resultado fue una serie de encuentros urbanos mucho menos polatizados y mas interactivos que los imagi- nnados por los grandes cronistasliteratias de la metrépoi. Lareelaboracién del melodrama y la aventura sexual ur- bana por parte de W. T. Stead es el objeto de los capitulos 3 4, que se centran en sus revelaciones periodisticas, «Mai- en Tribute of Modern Babylon» [FI tributo de las donce- lias en la moderna Babilonial. 1 «Tributo de las doncellas» ‘presontaba tna imagen distorsionada de la prostitucién ju- ‘enil, y e808 silencios y dstorsiones lamaban la atencién en cl texto. No obstante la serie transform el discurso piblico sobre la sexualidad, animé a las mujeres a articular piblica- ‘mente una nueva subjetividad sexual y estimul6 movimien- tos politicos que tuvieron un serio efecto sobre las relacio- nes de clase y la economia politica del sexo. Seguir ef avance del «Tributo de las doncellas» a través del Londtes victoriano es una mareante incursién en la inte- raccién y colisién de tmundos culturales: aparecido por pri ‘mera vez en el periddico, volvié a narrarse en el Pariamen- to, se reered en los tribunales, lo propagaron feministas y socialistas, fue leido en voz alta en los suburbios de Mary- lebone. La amplia circulacién del «Tributo de las doncellasy 38 {se calcula un millén y medio de copias no autorizadas) se- fial6 una nueva etapa en la expansion de un mercado de ma- sas que, al mismo tiempo, estaba fragmentado en miiltiples lecturas piblicas. Gracias a este mercado en expansién, el «Tributo de las doncellas» se convirtié en un elemento de la cultura politica, fa cultura cotidiana del trabajo, la familia y las telaciones entre los sexos; la cultura de masas del nuevo periodismo, la cultura oficial de la ley, y la cultura elevada de los intelectuales. En estos contextos diferentes, diversos grupos sociales se apropiaron del «Tributo de las doncellas» y lo revisaton con distintos objetivos politicos. El propio Stead habia elaborado el «Tributo de las doncellas» reno~ ‘vando una vieja narracién melodramética del peligro sexual y uniéndola alos productos culturales de fines de fa era vie~ ‘oriana, Posteriormente, su historia cayé en manos de ferni- nistas y radicales obreros que se oponian a sus innovacio- nes; mientras tanto, el periodismo popular se apresuré a sal~ tar sobre la nueva tipologia de crimen sexual —y las posibilidades de terrorismo sexual— envuelta en el «Tribu- to de las doncelas y que quedé desarrollada plenamente tres afios después, en el relato de Tos asesinatos del Des- tripador. Los capitulos 5 y 6 se apartan de las narraciones de ori- gen urbano y crimen sexual para examinar historias adya- Centes de sexo y sexualidad que existieron en tensién y con- flicto con los oscuros escdndalos petiodisticos de la época. Estos dos capitulos destacan el papel de la ciencia positivis- {a.com epistemologfa y como un diseurso autorizado sobre los sexos que no condujo a una narracién fija sobre la dife- rencia sexual. En estos capitulos vemos cémo los hombres y algunas mujeres invocaron la ciencia sexual y la psiquia- itia para alentar diversas interpretaciones del destino feme- nino, mientras que otros, en su mayoria mujeres, repudiaban las afirmaciones de la ciencia médica materialista en. su conjunto, para preferir otros sistemas de significado, espe- cialmente el espiritismo, el melodrama y la ley. El capitulo 5, sobre «Fl Club de Hombres y Mujeres», pasa de las discusiones pablicas sobre el peligro sexual alas 39 controversias semiprivadas de un club de debate formado por hombres y mujeres librepensadores, que pretendian ex- plorar la historia y las posibilidades futur de las relaciones hieterosexuales. Este capitulo estudia la dialéetica del sexo en la década de 1880; una dialéctica entre la posibiidad del sexo ¥ el peligro sexual que revela diferentes acttudes hacia la masculinidad y la feminidad, y especialmente hacia la he- ‘terosexualidad, por parte de los hombres y mujeres de la ‘burguesia profesional. Analiza la erética dal discurso desa- rrollado en las laberinticas relaciones del club, en el que cexistia una relacién estrecha y dindmica entre la censura, los seeretos y la incitacion sexual. El capftulo examina asimis- ‘mo la relacién entre el elevado y formal lenguaje cientifico del club y los relatos sensacionalistas del «Tributo de las que constituian las pensiones corrientes! En los atios 80, Whitechapel habia legado a simbolizat los males sociales del «Londres marginado». El empleo ccasional y temporal, los salarios de hambre, el apifiamien- to con alduileres de explotacién, un sistema inhumano de asistencia a los pobres, las industrins tradicionales en decli- ve, y el ineremento del trabajo «mal pagado» eran todos ellos rasgos sefialados de las condiciones de vida y trabajo en la zona. Recientes historiadores han argumentado que el empeoramiento de la situacién precipit6 una crisis politica ascendente en 1888 y Hlevé a los indigentes y parados del Bast End al desaffo y al desencadenamiento de protestas xe- rnéfobas y antisemitas, Pero, como ha observado Jerry Whi- tc, las clases medias de Londres estaban mucho menos preo- cupadas por los problemas materiales de Whitechapel que Por Ios sintomas patolégicos que engendraban, como los cti~ ‘menes eallejeros, la prostitucién y las enfermedades epidé- micas; «toda la panoplia vergonzasa de esta “llamativa man- ccha en ef rostro” de la capital del mundo eivilizadov*, 4 Gitado en White, Rochshild Balding, ph. 7. 5 WJ. Fishman, Fast End 1888: Le in & London Borough among ‘he Laboring Foor, Filadetia, Temple University Press, 1988; David 375

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