Núm.
1 VALLADOLID, 30 DE DICIEMBRE DE 1995
CORRESPONDENCIA: APARTADO DE PUBLICACIÓN
DIFUSORA DE LAS
CORREOS 6078 VALLADOLID, 47080
IDEAS ANARQUISTAS
100pts.
MINAS
LOS ASESINOS OCULTOS
Este mes se celebrará una conferencia internacional cuyo
objeto es restringir el uso de las minas antipersonales. Estos ar-
tefactos, del tamaño de una mano y que contienen apenas unos
gramos de explosivo, son las armas más mortíferas y potencial-
mente más dañinas de todas las que ha utilizado el ser humano.
Inicialmente creadas contra objetivos individuales, su uso a gran
escala a lo largo de una guerra siembra el terror entre la pobla-
ción civil, dificulta el desarrollo económico y social y daña las
infraestructuras locales.
Asimismo, sus consecuencias para una nación que sale de un
conflicto bélico son terribles. Para empezar, se quedan sin vías
de comunicación, sin campos de cultivo, con los alrededores de
las ciudades sitiados y con la carga de una población incapaci-
tada a la que no se puede atender por falta de recursos médicos.
Así, el sembrado de minas niega cualquier intento de recupe-
ración económica a un país. Y a estas secuelas hay que añadir
los millones de refugiados que no pueden volver a sus hogares
después de finalizado el conflicto por su culpa, situación que se
puede alargar durante muchos años, hipotecando el futuro de un
país… de esta forma, las guerras se hacen interminables.
Año 1
ÓRGANO DE EXPRESIÓN DEL GRUPO LIBERTARIO
Amor y Rabia
Número extra
Toda esta siembra de destrucción y muerte no es casual, ni ac-
cidental. Al contrario, forma parte de lo que algunos denominan
como la Tercera Guerra mundial: un conflicto bélico a escala
planetaria cuyo objetivo es el control de los recursos del globo
terráqueo por el capitalismo occidental, y cuyas escaramuzas se
libran siempre en el denominado “tercer mundo” (en el cual
se incluyen, hoy por hoy, los antiguos integrantes del Pacto de
Varsovia).
Pieza clave de este conflicto planetario soterrado es la estra-
tegia contra-insurgente del imperialismo llamada “Guerras de
Baja Intensidad” (GBI), y es en el seno de éstas donde las minas
cumplen su función, ya que sirven tanto para combatir guerrillas
como para llevar a la bancarrota a aquellos movimientos de li-
beración victoriosos (como Vietnam, Mozambique, Nicaragua,
Angola…) que pretendan llevar a cabo un reparto equitativo de
sus riquezas; en este último caso, todo vale, pudiendo sembrar
minas ejércitos convencionales o grupos armados “anticomunis-
tas” financiados por occidente. El objetivo: hundir la economía
del país en cuestión o, como dijo Kissinger, “hacerla gritar”.
Y, ciertamente, el sistema funciona muy bien: Centroamérica, el
cono sur africano, la península de Indochina, el cuerno de Áfri-
ca, Oriente Medio… son buenos ejemplos de su éxito.
Que no nos engañen los medios de comunicación diciendo que
las consecuencias derivadas del uso masivo de las minas es algo
inesperado, casual o no planeado: es en el seno de este sistema de
explotación global donde las minas cumplen la función para la
cual fueron diseñadas. En palabras de un fabricante paquistaní:
“es mejor lisiar un hombre que matarlo. Un hombre herido re-
quiere asistencia médica, transporte y evacuación (…), causando
por tanto perturbaciones en las vías de comunicación (…)”.
No es nuestra intención iniciar una campaña de propaganda
para pedir la prohibición de este tipo de artefactos: ni creemos,
como parecen creer las ONG’s, en la “guerra limpia”, ni consi-
deramos que sean los problemas del tercer mundo nuestro cam-
po de actuación; para nosotros es aquí, en occidente, donde hay
que luchar por cambiar la sociedad, mediante una revolución so-
cial basada en la justicia social: de cada cual según su capacidad,
a cada cual según su necesidad. Sólo así podremos acabar con
este sistema consumista que, mediante una maquinaria global,
crea productos inútiles para una minoría mientras el resto de la
humanidad muere de manera atroz.
El primer paso para acabar con este sistema es desenmasca-
rarlo: ese es el objetivo que perseguirá esta publicación. Por la
anarquía.
EDITORIAL
Pensamos, como
anarquistas, que la mejor
arma contra aquello que nos
oprime diariamente es el
conocimiento. Todo hom-
bre inculto está destinado a
ser víctima de la demagogia
y la manipulación de los
profesionales de la mentira.
El estado, a través de
sus “medios de informa-
ción”, se propone formar-
nos en el sistema de valores
morales, sociales y políti-
cos que nos hagan aceptar
como normal y razonable el
sistema político y económi-
co vigente; defiende que los
problemas planteados por
el mismo son males meno-
res e inevitables y que la
solución a los mismos está
en manos de la élite empre-
sarial, política o sindical y
nunca en el pueblo, cuya in-
tervención es siempre mo-
lesta, torpe e impertinente.
A través de la fami-
lia, que reproduce la cultura
de la jerarquización y la su-
misión al jefe, coacciona el
libre desarrollo de las per-
sonas que, abordadas por
un sentimiento de depen-
dencia, necesitan de un jefe
que les gobierne, creando,
en definitiva, seres incapa-
ces de administrar sus vi-
das.
El estado, a través
de las escuelas, institutos,
facultades, etc., fomenta el
desinterés. La ignorancia,
la repulsa y la renuncia a
saber, convirtiéndonos así
en máquinas y evitando que
tengamos un pensamiento
propio y crítico.
En estas pocas pá-
ginas vamos a introducir
tanto arte y filosofía como
una serie de artículos que
esperamos sean de interés,
abran un debate entre los
lectores, y sean capaces de
fomentar una conciencia de
clase y combativa; en defi-
nitiva nos proponemos des-
pertar aquellas inquietudes
que el poder se ha propues-
to castrar, abrir los ojos que
tanto tiempo han permane-
cido cerrados, hacer ver al
pueblo que su misión no es
la de confiar su destino a un
puñado de políticos sino la “En la linea del frente”,
de gobernarse por si mis- predecesor de Amor y
mo. Rabia

Nos ha llegado el Nº 9 de este
boletín informativo libertario,
fruto de una iniciativa individual.
Sin periodicidad fija, sin muchas
páginas, pero también sin precio
y sin buscar complicaciones,
hasta ahora ha cumplido su
labor de divulgación de las ideas
libertarias. Desde estas líneas
queremos mandar una felicitación
por el trabajo realizado hasta
ahora, esperando que en el futuro
mantenga su actual línea editorial,
totalmente constructiva para el
Movimiento Libertario.
Compañeros portugueses nos Hemos recibido el Nº1 (diciembre
han dado en Nº4 del “Boletim 95-enero 96) de este boletín
de Informaçao Anarquista”. antifascista vallisoletano.
Informción sobre diversos temas, Esta publicación (gratuita)
particularmente sobre Mumia Abu- parece tener como obetivo dar
Jamal, antifascismo, insumisión y información muy concreta,
ocupaciones; contiene asimismo una tal y como se desprende de
lista comentada de publicaciones del los artículos “Organizaciones
Movimiento Libertario portugués, así fascistas en el estado español”,
como otras de tipo alternativo. Este “Organizaciones fascistas
boletín es publicado por el Centro en Valladolid” y “Relación
de Cultura Libertaria. Dirección: (incompleta) de agresiones ultras
en Valladolid”.
Apartado 40, 2801 Almada Codex.
Para visitas: Rua Candido dos Reis,
121, 1ºdto., Calcilhas (a 2 minutos de
los barcos). Abierto los sábados por la
tarde.
1°: Origen y evolución histórica de las minas.
NOCIONES BÁSICAS
El concepto en que se basan las minas es bastante simple: con-
siste en la dispersión de objetos manufacturados por determinadas
zonas del terreno que será utilizado cómo campo de batalla entre
dos o más contendientes, con el objeto de retrasar o incluso impedir
el avance del adversario por una o varias zonas concretas. Debido a
que esto implica, por fuerza, “neutralizar” amplias zonas de terreno
(tanto más amplias cuanto mayores sean las fuerzas en conflicto),
los artefactos que se dispersen han de ser, por un lado. lo más difí-
ciles de retirar que sea posible, de manera que el adversario prefiera
ahorrar tiempo evitando cruzar las zonas minadas: y, por otro lado,
lo más sencillos y baratos que sea posible, debido a la gran cantidad
que es necesario utilizar

ORIGEN ROMANO
Partiendo de éste concepto podemos encontrar antecedentes de enemiga. A pesar de su antigüedad, la introducción del uso de explo-
las actuales minas ya en la época de los romanos, que colocaban bo- sivos aplicado a este tipo de artefactos se producirá en una fecha tan
las de metal con pinchos para obstaculizar el avance de la caballería tardía corno el siglo XX.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Las primeras minas explosivas hicieron su aparición en la pri-
mera guerra mundial, debido a la introducción del carro de comba-
te entre el moderno arsenal militar: su uso en combate en las fases
finales de la guerra causó un gran impacto en las tácticas militares
utilizadas hasta entonces, y para contrarrestar su efecto sobre el
curso de la guerra las tropas alemanas enterraron proyectiles de
artillería dotados de una rudimentaria espoleta de presión a lo lar-
go del frente occidental, para retrasar el avance de los vehículos
aliados.
A pesar de su tardía aparición, a finales de 1918 estas rudimen-
tarias minas fueron sustituidas con la entrada en servicio de las pri-
meras minas contracarro reglamentarias diseñadas por el ejercito
imperial alemán.
Durante el periodo de entre guerras, los alemanes y los soviéticos
efectuaron innumerables maniobras militares de manera conjunta y
secreta, en la URSS, maniobras que sirvieron, entre otras cosas, para
desarrollar el concepto de guerra mecanizada. A finales de los años 30,
ambos países iniciaron la fabricación de minas en grandes cantidades.

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Hasta la segunda guerra mundial el único tipo de minas existente
eran las minas contracarro. Durante la guerra, estas minas se hicie-
ron más complejas y potentes. Su papel en la guerra aumentó mucho,
ya que la segunda guerra fue una guerra de tanques, no de caballería
cómo había sido hasta entonces, y las minas eran (y son) el enemigo
mejor y más barato de los tanques.
Por ello, y para evitar su desactivación, se dotó a las minas de
dispositivos anti-desactivación primero, y luego se rodeó a las mi-
nas con trampas para los zapadores, como explosivos camuflados.
El siguiente paso fue obvio: se desarrolló un nuevo tipo de minas,
las minas antipersonales. Las primeras minas estaban preparadas de
tal modo que sólo explotaban al pasar sobre ellas un carro de com-
bate, de modo que la infantería lograba pasar por encima sin que
explotaran. Estas nuevas minas ya no y, aunque en principio estaban
pensadas para proteger a las minas antitanque de la desactivación,
posteriormente pasaron a jugar un papel principal.
Según fue aumentando su importancia estratégica, aumentó su
complejidad técnica: si en un principio eran de fácil detección a] ser
de metal, a lo largo de la guerra fueron apareciendo modelos expe-
rimentales que empleaban materiales no metálicos en sus cuerpos,
como vidrio, madera, y varios tipos de plásticos. Asimismo, se las
dotó de mecanismos anti-desactivación, y se desarrollaron nuevos
tipos, como la mina saltadora (que al ser pisada salta y explota a
determinada altura del suelo).

El mortal legado de la segunda guerra mundial

La segunda guerra mundial fue el primer
conflicto bélico en el que las minas se uti-
lizaron a gran escala, y sus efectos llegan
a nuestros días: medio siglo después de la
batalla del Alamein, que volvió el signo de la
guerra contrario al ejercito de Rommel, los
beduinos egipcios siguen evitando lo que ellos
llaman los “campos del demonio”: alrededor de
75.000 kilómetros cuadrados sobre los que se
desarrolló el conflicto. La colocación de minas
de todo tipo por los británicos formó una red
protectora excepcionalmente tupida que contri-
buyó a salvar Egipto de las garras de Hitler,
pero a un coste que parece no tener fin: se
estima que aún quedan 22 millones de minas
enterradas, que siguen cobrándose víctimas. “Si
en lugar de eso hubieran plantado árboles,
habríamos resuelto nuestros problemas econó-
50 años después del final de la segunda
guerra mundial, las minas siguen
matando (Norte de Castilla 15.2.1995)
micos”, afirma Ahmed Abdel Halirn, del Centro
de Estudios sobre Oriente Próximo de El Cairo.
En Europa se conoce también este proble-
ma: aún quedan campos de minas activos en
Rusia, Ucrania, Bielorrusia, los países bálticos,
Polonia, Bulgaria, los Países Bajos (Holanda,
Bélgica y Luxembuburgo),.. El problema está
en el alto coste de vidas que hay que pagar
por su eliminación: durante la limpieza de mi-
nas que se efectuó en Polonia entre 1945 y
1977 murieron 4.000 personas y otras 9.000
sufrieron amputaciones, Los Franceses, cono-
cedores del costo, obligaron a prisioneros de
guerra alemanes a limpiar de minas la costa
de Normandía desde 1944 a 1950. Resultado:
1.709 prisioneros muertos y 2.988 heridos,
según fuentes de París.
LA MECANIZACIÓN DE LA GUERRA
Junto con las minas aparecieron otras innovaciones militares
durante la segunda guerra mundial. Todas ellas tenían en común la
aplicación de la mecanización a la guerra y, como consecuencia, la
aparición de la velocidad y la potencia come factores clave en la
guerra. Este cambio se notó de manera decisiva en el transporte te-
rrestre: de la tracción animal se pasó a la tracción mecanizada. Pero
junto con la caballería desapareció algo mucho más importante: la
idea de la guerra de trincheras, en la cual el campo de batalla tiene
unas fronteras endebles, susceptibles de ser modificadas cientos de
LA “DEMOCRATIZACIÓN” DE LAS BAJAS
Las consecuencias de la “industrialización” a gran escala de la
guerra son similares a las de la revolución industrial en el terreno de
la producción (socialmente hablando): afecta, de manera generali-
zada, a toda la población, provocando la aparición de un fenómeno
nuevo: la “democratización” de las bajas.
A partir de la segunda guerra mundial será la población civil la
que pagará con su vida el inicio de una guerra. Así, si la guerra fran-
co-prusiana de 1870 ocasionó 150.000 muertos, en su inmensa ma-
yoría militares, la primera guerra mundial movilizó 65 millones de
soldados, de los cuales 8,5 morirían, siendo militares el 95% de las
bajas. La segunda guerra mundial movilizó a 92 millones de com-
batientes, y, según las estimaciones, causó de 50 a 60 millones de
muertos, la mitad de ellos civiles. Por esta extraña “democratiza-
ción” de la guerra, las víctimas entre la población civil se han se-
guido multiplicando desde entonces, de forma que en la actualidad
un 95% de las bajas provocadas por una guerra son civiles (como en
Bosnia, Chechenia, Ruanda...).
La combinación de todas estas novedades en el campo militar
tendrá consecuencias catastróficas al aplicarlas en el uso de las mi-
nas: a partir de la segunda guerra mundial, las minas se dispersaran
indiscriminadamente por un territorio, con el objetivo de producir el
2°: La segunda guerra mundial y sus consecuencias
No debemos perder de vista el origen de la segunda guerra mun-
dial: mientras que la primera fue una pugna entre las potencias ca-
pitalistas europeas desatada por la exigencia alemana de un mayor
EL CRACK DE LOS AÑOS 30
Perturbado por las guerras, el comercio mundial se recuperó per-
fectamente de las grandes conflagraciones: si se duplicó en volumen
entre 1890 y 1913, se quintuplicó entre 1948 y 1971. Pero, entre
1929 y 1933, Westinghouse perdía los 2/3 de sus ventas, el precio
del té bajaba en la misma proporción. el de la seda retrocedía 3/4,
el índice de desempleo (que significaba automáticamente hambre y
miseria, no cómo ahora) superaba el 20% en Inglaterra, Bélgica y
Suecia, llegaba al 27% en EE.UU. y al 29% en Austria, superaba el
30% en Noruega y Dinamarca y culminaba con el 44% en Alemania.
LAS ESTRATEGIAS DE SALVACIÓN
Para hacer frente a la crisis, las metrópolis dominantes a fina-
les de los años 30 escogieron entre dos modelos de solución: por
un lado, las burguesías correspondientes a Europa Continental, así
cómo los japoneses buscaron su solución en un intervencionismo
capitalista del estado (o Keynesianismo) de carácter militar, ampa-
rado en una nueva forma totalitaria de poder burgués, el fascismo.
Hitler resumió de forma muy escueta, en un discurso para jóvenes
oficiales el 30 de mayo de 1942, el problema de la crisis estructural
económica y politica del capital, consecuencia de la crisis mundial.
Contestando a la pregunta retórica de si la política económica del
rearme había sido correcta, dijo:
“si en 1933 no hubiéramos emprendido el camino de nuestra
kilómetros de un día para otro.
La aparición de enormes flotas de gigantescos bombarderos con
una autonomía de vuelo de miles de kilómetro supuso el mazazo
definitivo a las antiguas concepciones de un campo de batalla cir-
cunscrito a una pequeña porción de territorio; en la guerra del golfo,
un sólo día de incursiones aéreas afectaba a todo el territorio iraquí,
438.320 kilómetros cuadrados. A su lado. los 20 kilómetros cuadra-
dos que ocupaban las tropas napoleónicas en sus batallas es tan mi-
núsculo que casi no merece la pena tenerlo en cuenta.
mayor numero de bajas posible, sean civiles o militares. Y se disper-
sarán en cantidades gigantescas acumulándose millones de ellas al
finalizar una guerra.
A las novedades técnicas hay que añadir las novedades estraté-
gicas surgidas a partir de la segunda guerra mundial, dentro de las
cuales las minas juegan un papel instrumental importantísimo. Para
entender este papel, analizaremos a continuación la segunda guerra
mundial desde el punto de vista del capitalismo.
Es lógico: la desaparición de los límites del campo de batalla au-
tomáticamente significa poner en el punto de mira a la población
civil. Y provoca a su vez el aumento de las necesidades de los ejér-
citos, tanto para cubrir porciones mucho mayores de territorio como
para abatir un número de blancos potenciales mayor (personas, edi-
ficios,...), Por este motivo, como dice Eric Hobsbawm, “la guerra
masiva necesita una producción masiva”. Esta industrialización de
la guerra se hace notar rápidamente: Napoleón vence en la batalla de
Jena (1806) después de haber lanzado un total de 1500 salvas de ar-
tillería. En 1918, durante la primera guerra mundial, Francia produce
200.000 obuses...al día. En la segunda guerra mundial se pulverizan
todos los récords: en 1943, solo para estampillar el correo militar, la
burocracia nazi encarga 6,2 millones de tampones.
trozo del pastel, la segunda guerra mundial se debió a la crisis del
capitalismo ocurrida durante los años 30.
La crisis no se limitaba a Occidente. De Asia a América La-
tina, la crisis había dado de lleno a todos sus proveedores. A la
euforia de los años 20 le sucedía un fenómeno muy próximo al
hundimiento de la economía capitalista mundial. Sopas populares,
marchas del hambre, suicidios de empresarios eran las imágenes
corrientes de la época. El impacto fue aún más fuerte porque pro-
venía de EE.UU., país deudor en 1914, que en 1818 se convirtió
en el primer acreedor del mundo (y que hoy en día es el país más
endeudado del mundo).
nueva política económica hubiéramos sido barridos por (...) las ma-
sas en paro. No tuvimos otra opción. Había ya 7 millones de para-
dos. Pero cuando el hambre alcanza poco a poco a 10 o 20 millones,
empieza a perderse la razón. Entonces ya no domina la razón sino la
pasión. Entonces las masas ocupan las calles, destruyen el Estado y
el imperio alemán hubiera muerto.”
Consecuencia de ello fue que, en 1920, el mundo contaba con
unos 35 gobiernos elegidos constitucionalmente, en 1938 quedaban
solo 17 y en 1944, 12. Por otra parte, las burguesías del mundo an-
glosajón liderado por EEUU buscaron la salvación en el capitalismo
civil del New Deal de Roosevelt, bajo una democracia burguesa.
 Puesto que los japoneses y los nacionalsocialistas fracasaron en
su intento de imponer sus soluciones imperiales, la construcción del
Orden Mundial después de la segunda guerra mundial se convirtió
en el privilegio de EE.UU.: el “imperialismo republicano” venció
al imperialismo colonial, de forma que se impuso la explotación del
mundo con criterios de mercado, en lugar del saqueo cíe un planeta
controlado militarmente. Así, los totalitarismos políticos burgueses
fueron eliminados como modelo social global, debido a su derrota
militar, y en su lugar se impuso el modelo de democracia burguesa
basado en el “estado del bienestar” (hoy día en crisis). Pero tanto
los sistemas totalitarios como los “democráticos” no son más que
una mera fachada. En lugar de fijar nuestra atención en la forma de
estas estructuras burguesas de superficie, nuestra atención ha de cen-
trarse en el fondo común que subyace tras ellas. Después de todo, la
crisis de los años 30 fue económica. ¿Cuales fueron las soluciones
que, en lo económico, daban estas estructuras superficiales?
Un simple análisis de la planificación económica de los dife-
rentes “contendientes”, ya sea el concepto del espacio vital (Le-
bensraurn) de los nacionalsocialistas, el de la Gran Area (Grand
Area) de las élites de poder norteamericanas o en la llamada Esfe-
ra Mayor de Co-Prosperidad de Asia del Este (Greater East Asia
Co-Prosperity Sphere) de los japoneses, muestra cómo los con-
tenidos económicos que yacían tras ellas eran semejantes, si no
iguales, y. se impusieron en su esencia, sin alteraciones, al finalizar
el conflicto, materializándose en lo que hoy día conocemos cómo
Primer y Tercer Mundo.

LA ESENCIA COMÚN
DEL FASCISMO Y LA
DEMOCRACIA BURGUESA

No vamos a entrar aquí a analizar

en detalle la segunda guerra mun-
dial (tal vez más adelante dedique-
mos un numero a este tema). Lo que
sí queremos dejar claro es que. 50
años después de la guerra, los tres
elementos estructurales de las diver-
sas estrategias de solución de la cri-
sis de los años 30 se han convertido
en parte normal del sistema mundial
capitalista actual. Estos elementos
son los siguientes:
1°: Para evitar la inestabilidad
política (resultado de la crisis es-
tructural económica) y la amenaza
revolucionaria de las metrópolis, las
elites de poder de las tres potencias
líder decidieron ampliar la zona he-
gemónica propia hasta que garanti-
zara la “autarquía económica” de
las metrópolis.
2°: La existencia cíe una zona
hegemónica va acompañada de una
estructura jerárquica de metrópo-
lis-satélites, en la cual los pueblos
limítrofes tienen que cumplir tres
funciones en un sistema de reparto
dependiente del trabajo:
a: producir materias primas, ali-
mentos y productos baratos para la
metrópolis.
b: consumir los productos indus-
triales de los pueblos “jefes”, y
c: servir como reserva de un ejer-
cito de mano de obra industrial.
Un sistema de mecanismos de
mercado (the terms of trade, “las
condiciones de comercio”) y de ca-
rácter administrativo (sistema del
clearing, precios fijados por la ad-
ministración) funciona cómo cauces
con exclusas. por las cuales se transferirán los excedentes de los
pueblos de la periferia a las metrópolis.
3°: El tercer elemento común de los proyectos imperialistas en
sus variantes fascista, militarista y democrático era el intento ase-
verarles a las altas burguesías unos beneficios muy altos mediante
una explotación laboral mas dura v la transferencia acelerada de
LA ESTRUCTURACIÓN DEL GENOCIDIO
En este sistema, los pueblos de la periferia producen la riqueza
económica y la estabilidad del Primer Mundo, de los pueblos jefes,
bajo el látigo del FMI y de los programas de Contra-insurgencia de
los EE.UU.
El precio que los habitantes del tercer mundo pagan por su pa-
pel en este sistema de explotación global, ha sido expresado por los
nazis de forma explicita y adecuada. Ellos formularon con una fran-
queza socialdarwinista brutal, lo que la retórica liberal, capitalista
sólo insinúa de forma borrosa.
Asi, en el lenguaje de Himmler:
“Si los otros pueblos viven con bienestar material o si revientan
de hambre, sólo me interesa en el sentido de que nos hacen falta
a nosotros como esclavos...en otro sentido no me interesa el tema.
Si 10.000 mujeres rusas se desmayan por agotamiento durante la
construcción de un foso antitanque, sólo me interesa si se termina el
foso antitanque alemán”.
Una pequeña reformulación de esta frase demuestra que apenas
existe una descripción más precisa de la politica del capital occiden-
tal con respecto a sus espacios vitales de la posguerra, es decir, el
tercer mundo: “Si los pueblos del tercer mundo viven con bienestar
3°- Las Guerras de Baja Intensidad (GBI)
Tras la segunda guerra mundial las rebeliones de los pueblos de
la periferia han sido constantes y en aumento. Y, a pesar de las conti-
nuas derrotas sufridas por los pueblos de la periferia, en la década de
los 60 el sistema colonial tradicional entró en crisis. Su sustitución
consistió en poner élites aborígenes en el antiguo puesto que ocupa-
ran los administradores coloniales, garantizando de esta forma tanto
el suministro de materias primas a occidente cómo el enfrentamiento
en el seno del pueblo sometido entre aquellos que apoyan a la casta
dominante y quienes la rechazan.
Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua o el Sha iraní mostraron
con claridad que este modelo también puede ser denotado por tina
rebelión colectiva. La derrota de Vietnam mostró con claridad, ade-
más, cómo la ocupación militar permanente de un territorio no vale
para garantizar su control, por muy poderoso que sea el ejercito ocu-
pante (algo que también comprobó la URSS en Afganistán).
El imperialismo occidental se vio obligado a corregir su estrate-
gia militar ofensiva. EE.UU., líder del capitalismo mundial, hizo una
serie de cambios: abolió su servicio militar al completo; se redujo el
aparato militar a la mitad por el Congreso; a esto hay que sumar el
sentimiento popular en EE.UU., contrario a cualquier nueva inter-
vención militar prolongada.
En 1976, el Congreso prohibió una intervención militar en Ango-
la; en 1977, prohibió atacar a Etiopía y Somalia. La caída del Sha
iraní en 1979 marcó un punto de inflexión: se dio una nueva orien-
tación en el campo militar, creándose las tropas de asalto rápidas
cómo parte esencial de la linea de acción estratégica. Asimismo, se
analizaron todo tipo de consideraciones globales que mantuviesen la
hegemonía del capitalismo.
A finales de los 70 se inició un debate en tomo a cómo sería, a
partir de entonces, el intervencionismo militar occidental en el tercer
mundo para defender los intereses económicos del capitalismo. Fi-
nalmente, surgió un consenso en tomo a dos cuestiones:
1.- Los conflictos en los que participaría EE.UU. en las siguientes
décadas tendrían múltiples formas, pero un denominador común: ga-
los beneficios. procedentes de las zonas económicas ampliadas
(esto es. el “tercer mundo” actual). Al mismo tiempo. se creaba
una “aristocracia obrera” en las metropolis que renunciara a las
tendencias revolucionarias contra el orden establecido a cambio
de su pacificación e integración acompañada de un aumento de su
nivel de vida del estado del bienestar).
material o si revientan de hambre, solo me interesa en el sentido de
que nos hacen falta a nosotros, como esclavos asalaria-dos...en otro
sentido no me interesa el tema-. O. también: „Si 100.000 niños de
Latinoamérica se mueren de hambre como con-secuencia del au-
mento de los intereses de la deuda externa, solo Ene interesa si se
pagan estos intereses a nuestros bancos”.
El precio es alto y no disminuye: según cálculos de economistas
latinoamericanos, el nivel de vida de los campesinos en muchas zo-
nas de Latinoamérica, hoy en día, es igual de malo, o peor, que en la
época colonial. Naturalmente, hay pueblos. que intentan librarse del
papel de esclavos que les adjudica el sistema de dominio mundial
Atlántico. Los ha habido siempre (y los habrá), y en todos los con-
tinentes. Cuba, Vietnam, Nicaragua...son sólo algunos nombres que
recuerda la historia más reciente.
De la misma manera natural, los pueblos “jefes” se esfuerzan en
frustrar los intentos de evasión del sólido edificio (le su sistema de
dominación y explotación, ya que cada liberación exitosa aumenta
la esperanza y enseña el camino a otros pueblos de la periferia. Y es
en este campo donde las minas cumplen su función.
rantizar el suministro de los recursos del tercer mundo (nada nuevo;
en realidad, una constante desde el inicio de la conquista del mundo
por los europeos).
2.- El ejército de EE.UU. no estaba preparado para éstos conflic-
tos y era necesario adaptar las doctrinas y la organización.
Asimismo, era necesario garantizarse que las próximas acciones
intervencionistas contasen con el apoyo de la opinión pública o, fal-
tando eso, que fueran lo suficientemente rápidas (o realizadas por
ejércitos delegados) como para no dar tiempo a que se organizaran
protestas como la del movimiento contra la guerra de Vietnam en los
años 60 y 70.
Fue para dar solución al problema de la opinión pública por lo
que surgió el concepto de Guerra de Baja Intensidad (GBI) a finales
de los 70, concepto que rápidamente fue incorporado a las Directri-
ces del Departamento de Defensa de EE.UU. Las GBI están hereda-
das de los manuales y la experiencia militar del Imperio Británico,
y tienen fundamentalmente dos formas básicas: pro-insurgencia:
occidente se encarga de entrenar, financiar, dirigir y proteger grupos
armados que se dediquen al sabotaje continuo y sistemático de la
economía y sociedad de aquellos países en los cuales haya triunfado
algún movimiento de liberación nacional (cómo la Contra en Nica-
ragua o la UNITA en Angola).
Contra-insurgencia: occidente proporciona asistencia militar ma-
siva combinada con programas de desarrollo económico y social a
los gobiernos-títeres del tercer mundo. Asimismo, también se en-
carga de efectuar acciones encubiertas para ayudarlos a responder
a los movimientos de liberación, como en el caso de El Salvador o
Guatemala.
El uso de minas es consustancial con ambos tipos de y, en la ac-
tualidad, cualquier conflicto bélico declarado u oculto a la opinión
pública adopta una de estas dos formas (normalmente la de la con-
tra-insurgencia, para impedir el desarrollo de procesos revoluciona-
rios).
4°: La tercera guerra mundial
La transformación de la forma de la guerra es otra de las innova-
ciones militares surgidas tras la segunda guerra mundial. La adop-
ción de las GBI como modelo “a seguir” convierte a las guerras
desarrolladas desde la segunda guerra mundial en conflictos de di-
fícil definición común; en general, la mayoría de estas guerras son
guerras civiles: no comienzan siempre, ni siquiera habitualmente,
con una declaración formal. Muchas no tienen una fecha clara de co-
mienzo o de final. Suelen durar mucho tiempo (cerca de dos terceras
partes de las guerras actuales han durado más de una década) pero
no mantienen el mismo nivel de intensidad a lo largo de todo este
período. Se inician balbuceantes hasta estar en plena acción, se apa-
ciguan, golpean con saña de nuevo, van a marcha lenta con un nivel
de destrucción relativamente bajo, parecen detenerse, unas vuelven
a manifestarse con gran intensidad... A menudo es muy difícil estar
seguro de si los combates que se producen en un momento determi-
nado representan una nueva guerra o pertenecen a una antigua que
se ha reavivado de nuevo...
Hay analistas que sostienen que tras la segunda guerra mundial
se inició la tercera, cuyo móvil es garantizar el suministro gratuito
e ilimitado de los recursos del tercer mundo al primer mundo; pero,
como su “teatro de operaciones” es el tercer mundo y no los países
occidentales (a diferencia de los otros dos grandes conflictos de este
siglo) no existe una conciencia histórica de su existencia.

Los datos corroboran este análisis: a prin-

cipios de 1982 se estimó que las guerras y
campañas militares que se estaban desarro-
llando en el tercer mundo afectaban a zonas
donde vivían 700 millones de personas. La
situación de éstas se caracteriza por sufrir
toda clase de calamidades, superiores a ve-
ces a las padecidas por los pueblos más afec-
tados por la segunda guerra mundial.
Como dijo en 1987 el general Paul Gor-
man, ex-comandante del Comando Sur de
EE.UU., “levante el periódico cualquier
mañana y encontrará una serie de cuestio-
nes que se encuadran en los conflictos de
baja intensidad”.
“El mundo está hoy en guerra2 dijo en
1986 el entonces secretario de defensa de
EE.UU., Caspar Weinberger, refiriéndose
a la forma primaria de las GBI: las guerras
de liberación del tercer mundo. “No es una
guerra global, si bien se extiende alrededor
del mundo. No es una guerra entre ejérci-
tos totalmente movilizados. pero no por ello
es una guerra menos destructiva. No es una
guerra regida por las leyes de la guerra”.
El general Gorman considera que se
debe redefinir la idea tradicional de guerra
y paz ante los nuevos problemas porque “los
EE.UU. bien pueden no considerarse en
guerra, pero muchos en el tercer mundo se
ven a sí mismos en guerra con los EE.UU.”.
Y no solo con EE.UU.: algo parecido pasa
con otros países, como por ejemplo Fran-
cia... ¿Y por qué? “Nuestro estatus politico
y militar como superpotencia, depende de
nuestra capacidad de participación compe-
titiva en los mercados ya existentes y en los
mercados en desarrollo; así como el acceso
sin trabas a recursos necesarios para nues-
tra producción”; quien así se expresaba en
1989 no era un economista, sino el general
Grey, comandante del cuerpo de Marines.
Un ejemplo de esta guerra y sus efectos es
cómo, según la FAO (una organización de la
ONU), el hambre aparece vinculado con la Colombia, país donde se desarrolla una GBI desde hace décadas. Las zonas en gris
son, al mismo tiempo, las zonas montañosas y las zonas más pobladas, con la
guerra y no con la superpoblación. Y, “cu- tierra dedicada a su cultivo (el resto del país son selvas donde sólo habitan tribus
riosamente”, según el informe de la FAO de indígenas). Estas características geográficas hacen que la lucha guerrillera sea algo
1987, sólo tres pases de África precisaban permanente en este país, debido a lo cual las minas sembradas por el ejército para
luchar contra la guerrilla son una plaga ampliamente extendida.
ayuda alimentaria exterior: Etiopía, Angola
y Mozambique, tres países en los que habían
triunfado sendos movimientos revolucionarios y que se encontra-
ban en situación de guerra civil (o, hablando con propiedad, su-
friendo sendas GB1 financiadas por occidente).
En esta guerra global, librada desde el final de la segunda guerra
mundial. la lucha contra-insurgente ha sido la más generalizada: y
5°: Consecuencias del uso de las minas.
Para entender el papel de las minas en la denominada “tercera
guerra mundial” bastará con saber los efectos que produce sobre
un territorio y su población el uso de las minas manera indiscrimi-
nada (como suele ser habitual).
Una mina antipersonal típica es un trozo de plástico inofensivo
que pesa alrededor de un kilo, cabe en la palma de una mano y cuya
fabricación solo cuesta un par de dólares. Cuando se la pisa, la po-
tencia (le su explosión es suficiente para arrancarle las piernas a un
adulto o para hacer papilla a un niño pequeño. Quienes no mueren
por la explosión o por la pérdida de sangre, muchas veces sucum-
ben a las infecciones causadas por la metralla que se introduce en
los tejidos corporales. En los anales de los conflictos humanos se
registran pocas formas tan sencillas de matar o mutilar a un gran
número de personas.
Y esto no es lo peor. Debido al gran aumento en el número de
minas sembradas en todo el mundo, nunca antes tan gran número
de civiles había estado expuesto a los peligros de este residuo le-
tal de las guerras. En selvas y desiertos, en puertos de montaña y
arrozales de todo el mundo, millones de minas (escondidas y tan
peligrosas como el día que se enterraron) esperan el momento de
hacer su trabajo asesino. La destrucción masiva a cámara lenta que
Este gráfico, publicado en El Pais (12.12.1993) muestra los principales países minados. No obstante, las cifras son muy inferiores
a las reales: así, en Afganistán no hay 10 millones de minas sino 60 (según el Departamento de estado de EVITO.), en Angola hay
20 en lugar de 9 (según el Cuerpo de Reales Ingenieros del ejército británico), en El Salvador de las 200.000 que se sembraron
quedan activas unas 100.000, en lugar de 10.000...
en éste tipo de guerra las minas son un elemento clave, tanto para
luchar contra guerrillas comunistas como para sabotear la econo-
mía de un país que haya llevado a cabo una revolución anticapi-
talista.
provocan se perpetúa así mucho después de acabada la guerra. De
hecho, el número de víctimas civiles debido a las minas aumenta
al final de la guerra, cuando los civiles vuelven a los campos a
cultivar la tierra. Y es que, pese a la firma de tratados de paz que
desmovilizan a los ejércitos y silencien los cañones, el país sigue
en guerra, transformándose regiones enteras, principalmente las
más ricas, en “no man’s land”, en “tierra de nadie”.
El inicio de este drama se cuenta con dramática sencillez: uno
de los bandos contendientes siembra con minas (desde el aire, con
cañones especiales o mediante la acción de tropas) grandes exten-
siones de territorio del que el bando contrario podría extraer pro-
vecho, para debilitar su logística. El soldado que instala las minas
tiene la misión de prohibir el terreno al enemigo. Para ello dispone
el mecanismo de manera que la explosión se desencadene, en su
ausencia, a la menor presión. El ejército pierde así el control de la
situación: ni el soldado ni sus superiores pueden ya determinar el
objetivo con precisión.
Cuando llegue el alto el fuego, la mina conservará intacto todo
su potencial mortífero durante varias decenas de años. De este
modo, la mina sobrevive a la guerra: es el arma sin dueño que deci-
dirá, por sí misma, quien será su próxima víctima. En Vietnam, por
 Dos imágenes que expresan con claridad las consecuencias del uso de las minas (en este caso en Afganistán).
ejemplo, las viejas “claymore” norteamericanas han demostrado
que funcionan perfectamente quince o veinte años después de ha-
ber sido instaladas. Y hay muchas. Millones de ellas.
Esta permanencia del peligro, unida al hecho de que las minas,
una vez instaladas, escapan por completo a la voluntad humana, es
lo que diferencia de manera fundamental este arma de cualquier
otra. Según un informe de la OTAN, “se puede describir a las mi-
nas como soldados que no fallan nunca, que golpean ciegamente,
que pasan inadvertidos y que matan mucho después de que las
hostilidades hayan concluido. Dicho en otras palabras, las minas
son las mayores transgresoras de las leyes humanitarias interna-
cionales al practicar un terrorismo ciego”.
Precisamente por esto son utilizadas sistemáticamente en los
conflictos del tercer mundo. En Camboya, la guerrilla maoísta de
los Jémeres rojos tenía orden de minar los pozos de riego, granjas,
caminos, postes, campos de cultivo, postes telefónicos y escuelas
a medida que la coalición camboyano-vietnamita les obligaba a
retirarse, y lo hicieron a conciencia: hoy día hay más minas que
camboyanos en Camboya. Un general de los Jémeres Rojos defi-
nía a estas trampas mortales como “soldados perfectos: sin miedo,
nunca cansados y siempre certeros”; la historia le da la razón: las
minas han herido y matado más civiles en tres años de paz que en
20 de guerra civil. Y la cifra aumenta continuamente: cada mes se
unen 300 nuevas víctimas a la legión de cojos, mancos y ciegos de
la martirizada Camboya.
Concebidas originalmente como un recurso eficaz para proteger
instalaciones militares de ataques sorpresa en confrontaciones bé-
licas, las minas vienen siendo utilizadas desde hace años en usos
cada vez más alejados de su función original. Actualmente, los
ejércitos modernos (tanto ejércitos regulares cómo movimientos
guerrilleros) emplean masivamente la mina antipersonal, de ma-
nera que éstas han pasado de ser “un arma táctica del campo de
batalla (a ser) un arma de destrucción masiva de escenario más
amplio”, según Butros-Butros Gali, secretario general de la ONU.
Los efectos individuales de las minas están ya sobradamente
demostrados: amputaciones, infecciones, gangrena, cegueras, etc.
Numerosas víctimas, muertas sin asistencia en un campo o arrozal,
nunca figurarán en los registros. Pero los estragos fisicos no son
los únicos: igualmente considerables son los daños psicológicos
y sociales que, por lo demás, forman parte de los objetivos de los
usuarios. En Camboya, por ejemplo, uno de los países más afecta-
dos por ésta plaga, no es fácil ser minusválido porque el budismo
tiene una concepción integral de la persona: si pierdes una parte del
cuerpo pierdes la dignidad.
Y no son un fenómeno marginal sino una epidemia global: más
de 500 millones de minas están instaladas hoy día en el inundo,
esperando su próxima víctima. Al haber sido diseminadas indis-
criminadamente, las minas terrestres se convierten así en un peli-
gro omnipresente y un poderoso obstáculo para el funcionamiento
normal de una sociedad, incluso décadas después de que la guerra
haya concluido.
La mayoría de sus víctimas son civiles: pastores que cuidan ga-
nado, niños que van a la escuela por senderos de montaña, campe-
sinos que tratan de recuperar sus campos de labor una vez que ha
acabado la guerra... semanalmente, miles de personas caen, vícti-
mas de las minas. Muchas de las víctimas son anónimas.
“Hay quienes mueren en zonas apartadas y nunca se les en-
cuentra”, dice Yves Sandoz, del Comité Internacional de la Cruz
Roja en Ginebra. “Nunca se sabrá cuánta gente sufre a causa de
las minas o hasta que punto es terrible ese sufrimiento”. A pesar
de lo evidente de la tragedia, esta no ha entrado a formar parte de
las preocupaciones mundiales. “Si hubiera estado muriendo gente
de hambre a ese nivel, empezaría a aparecer gente con camiones
blancos para repartir comida”, dice Rae McGrath, de un grupo de
asesoramiento sobre minas con sede en el Reino Unido.
 Las estadísticas son sobrecojedoras. Más o menos el 80% de
las personas que han resultado muertas o mutiladas por minas te-
rrestres a partir de 1975 pertenecían a la población civil. Las esti-
maciones más conservadoras hablan de un millón de muertos y el
doble de heridos por minas en este espacio de tiempo.
El 50% de las víctimas eran niños. Según las estimaciones de
la UNICEF, en las diversas guerras de los últimos diez años (en-
tre ellas Bosnia, Ruanda, Haití o Somalia) casi cinco millones de
niños han sufrido incapacidad física (mutilaciones, amputaciones,
etc.) y otros dos millones han muerto; en total, muchos más niños
PEOR LA PAZ QUE LA GUERRA
Heridas, traumatizadas, amputadas...las víctimas necesitan de
por vida los cuidados sanitarios y la solidaridad de la comunidad.
La necesidad de atender supervivientes de los estallidos de minas
impone una pesada sobrecarga a los sistemas sanitarios y sociales
de los países del tercer mundo, donde los recursos ya son de por
sí escasos, añadiendo cada mutilado una pesada carga: el que era
un trabajador productivo se convierte en una víctima que necesita
comida, alojamiento y atención medica.
El problema es más grave de lo que aparenta: a primera vista, se
requieren estructuras quirúrgicas capaces de salvar la vida de los
heridos o, en caso necesario, practicar una amputación en las mejo-
res condiciones posibles. Tras la amputación es preciso colocar una
prótesis que permitirá al herido su reinserción social.
Pero si observamos la cuestión más detenidamente, advertimos
que toda. la cadena médico-social se ve afectada por esta „patolo-
gía“: de los primeros auxilios a la reinserción profesional, pasando
por el transporte de los heridos, el suministro de material quirúr-
gico, sangre y medicamentos, los cuidados de quinesioterapia, el
seguimiento psicológico o el apoyo a la familia y la comunidad.
Tras cada drama individual hay un factor clave de desestabili-
zación de los sistemas sanitarios, de por sí bastante precarios, de
los países afectados. Cuando llegue la hora de la reconstrucción en
Camboya o Mozambique, será el momento en el que habrá que es-
tablecer si es más prioritario atender las grandes endémicas (cómo
esta) o formar personal sanitario; evidentemente, la mayor parte de
los recursos locales. además de los internacionales, se destinaran
necesariamente a socorrer a las víctimas de las minas.
El sobrecargar los sistemas sanitarios es tan sólo una de las uti-
lidades que tienen las minas en las actuales estrategias militares del
imperialismo. Otra de ellas es su uso en estrategias canallas, como
el agotamiento del enemigo por hambre, ya que sembrando los
campos con artefactos de este genero se elimina toda posibilidad
de cultivo y explotación. Países alimentariarnente autosuficientes
antes de la guerra, gracias a sus sistemas agrícolas y ganaderos
tradicionales, pasan a depender de la importación de alimentos a
medida que los campos de minas hacen imposible el transito de los
rebaños o el cultivo de los campos. Y estos alimentos importados
deben ser suministrados lentamente por carreteras de las que pre-
viamente se han tenido que eliminar las minas...
De esta forma, a pesar de vivir junto a tierras fértiles, la gen-
te muere de desnutrición por no poder cultivar la tierra minada.
En Afganistán, por ejemplo, son zonas enteras de regadío las que
han sido abandonadas. En Camboya, zonas enteras se han vuelto
ineptas para el cultivo, y las minas son de por sí responsables del
progreso de la malnutrición.
El problema se agrava porque las minas se encuentran en su
mayoría en áreas rurales, y muchos de los piases que padecen este
problema dependen, en su trabajo y en su sustento, de una econo-
mía predominantemente agrícola. Sin programas efectivos de reti-
rada de minas, extensas áreas del mundo siguen siendo inaccesi-
que soldados. De hecho, según el informe de UNICEF “El Estado
Mundial de la Infancia 1996”, “De todas las armas acumuladas a
la largo de años de guerra, ninguna ha sido más persistente y letal
para la infancia”.
Hay casos sangrantes a este respecto: en la actualidad. las mi-
nas se han convertido en la segunda causa de muerte en acto de
servicio para las fuerzas de la ONU que prestan servicio en. Bos-
nia. Juan Goytisolo denuncio el pasado agosto como cascos azules
holandeses utilizaban a niños. tirándoles caramelos sobre lo que
sospechaban que eran campos de minas.
bles e inhabitables, a los refugiados se les dificulta el regreso a sus
tierras, los campesinos no pueden efectuar sus tareas de labranza y
se obstaculiza la reconstrucción. El peligro de las minas, presentes
en amplias regiones potencialmente agrícolas, aumenta además a
medida que la presión demográfica obliga a la población a cultivar
nuevas tierras.
Otro de los usos que la estrategia militar otorga a estos artefac-
tos es el impedir, canalizar o provocar movimientos de población
civil, los cuales provocan el colapso de las estructuras sociales
existentes (sanidad, alimentación, transporte, vivienda), ya de por
sí debilitadas debido a la guerra.
Provocando migraciones a gran escala también se puede sabo-
tear la economía de un país: el caso de Ruanda, que carece de los
recursos humanos suficientes como para mantener la producción
agrícola del país debido a la migración de una buena parte de la
población provocada por la fuerza por el derrocado régimen geno-
cida. Otros medios de sabotear la economía de un país mediante el
uso de minas es el minado de las infraestructuras de transporte: en
Mozambique, una cuarta parte de la red viaria (ya de por si escasa-
mente desarrollada) está minada.
La persistencia de zonas minadas al acabar un conflicto es mo-
tivo, tanto del aumento de bajas debido a las minas (por aquellos
agricultores que intentan cultivar sus tierras) como de que no re-
gresen los refugiados a sus lugares de origen.
Las nuevas tecnologías van a facilitar, además, que las minas se
conviertan en los mejores vigilantes del sistema capitalista mun-
dial, transformándolas en un elemento de chantaje a gran escala:
los modelos más avanzados de la actualidad podrán activarse y
desactivarse a distancia, según la conveniencia o no de quien se
haya preocupado de instalarlas. El futuro toma así un aspecto dra-
mático: ¿quién hubiera podido impedir que, por ejemplo, Somoza,
cuando ya estaba claro que iba a ser derrocado por la revolución
sandinista, sembrase Nicaragua con este tipo de artefactos y luego,
ya en el exilio, los activase para impedir la reorganización de la
economía del país?
Y todo esto, sin contar con los daños que producen al ecosis-
tema. Valga como ejemplo las Malvinas: un miembro del ejército
británico, a propósito de las minas colocadas por los argentinos (la
mayoría españolas), una sucinta descripción de sus efectos: “Si
tocas una sólo con el dedo de un pie, pierdes el pie hasta el tobillo;
si la pisas con el talón, pierdes toda la pierna, ya sea por debajo o
por arriba de la rodilla”. En las Malvinas se estima que en el año
2010 los corderos ya no podrán pastar tranquilamente debido a la
negativa de Gran Bretaña a desactivar las minas. Los corderos mal-
vinenses de tres patas serán los símbolos vivos de esta negativa.
El Salvador es, más que ningún otro, un ejemplo claro de hasta donde está dispuesto a llegar el capitalismo con tal de impedir
el triunfo de cualquier movimiento revolucionario en el tercer mundo: el 80% del territorio ha sido minado en mayor o menor
medida, especialmente un 25% del territorio, justo aquel en el cual el FMLN era más fuerte, minándose los caminos y tierras de
cultivo. Resultado: 75.000 muertos y 55.000 mutilados.

6°: El problema del desminado.

Las consecuencias inmediatas (mutilaciones, muertes...) no son
el objetivo real de las minas; en realidad, éstas son, hoy día, com-
batientes silenciosos de otro campo de batalla mucho más impor-
tante que el militar: el económico. En la actualidad, el objetivo
fundamental que se busca cuando se realizan siembras masivas de
minas no es tan solo el minar un terreno determinado, sino minar
también el despegue económico necesario para la reconstrucción
del país: un país sólo deja de estar en guerra cuando ha limpiado
de minas su superficie. Pero esto es mucho más complejo de lo que
parece.
Según la Convención de Ginebra, los campos de minas deben
de estar marcados, señalizados en un mapa y con una extensión
delimitada; estas normas no se cumplen normalmente, por lo que
la limpieza de minas es un trabajo sumamente peligroso. La esta-
dística demuestra además que, aún en las mejores condiciones de
trabajo, se produce un accidente por cada 5000 minas desactivadas.
Probablemente este ha sido el motivo que ha llevado a Gran
Bretaña a no efectuar el desmantelamiento de los campos de minas
argentinos instalados en las Malvinas: a pesar de disponer de ma-
pas topográficos que establecían con suma precisión la situación de
los campos de minas, el ejército británico clasificó cuidadosamente
los planos en 1982, poco después de acabar la guerra. En 1988,
debido a las presiones de la opinión pública, Gran Bretaña envió
un grupo de expertos para desactivar las minas. Pero la lluvia, la
nieve, y los corrimientos de tierra que azotaron la región en este in-
tervalo de 6 años hicieron que estos pianos resulten absolutamente
inservibles. Los expertos se contentaron entonces con señalizar las
zonas minadas con kilómetros de alambre de espino. Estas alam-
bradas, símbolo de impotencia, siguen aún en pie.
En Kuwait, 84 personas murieron en 1991 intentando eliminar
los aproximadamente 7 millones de minas dejadas por los iraquíes,
un número de bajas muy elevado si tenemos en cuenta que el total
de muertes sufridas durante la guerra del golfo por la coalición
encabezada por EE.UU. fue de 240.
La limpieza de minas no sólo es peligrosa en extremo (según
la expresión de algunos comentaristas “un miembro o una vida
por cada mina eliminada”), sino también lenta y costosa. La ex-
periencia indica que para detectar, retirar y desactivar una mina
se necesita un tiempo equivalente a 100 veces el de colocarla: un
soldado no puede desminar más que de 25 a 50 metros cuadrados
por día. Por otra parte, los militares saben crear brechas en los
campos de minas y admiten un porcentaje “aceptable” de riesgo,
mientras que la operación debe ser 100% eficaz para la población
civil. La presencia de minas en una zona prohibe tajantemente su
uso a la población. Hoy en día, la única técnica que responde a esta
exigencia es la desactivación manual: con ayuda de un detector de
metales y una bayoneta que permite inspeccionar el terreno centí-
metro a centímetro; la misma técnica que se usaba en la segunda
guerra mundial, cuando aparecieron estos artefactos.
Pero estas dificultades técnicas no son nada comparadas con la
vaga estrategia general que engloba las escasas operaciones que
actualmente se realizan sobre el terreno. En los recientes acuerdos
de paz (como Camboya, Mozambique o Abjacia), la desactivación
de minas no es más que un medio para que regresen los refugiados,
que a su vez es un requisito previo indispensable previo a la reali-
zación de elecciones libres.
La desactivación de las minas, que debería considerarse como
una prioridad humanitaria, se convierte a menudo en una partida
de ping-pong entre las diferentes facciones locales, los diferentes
organismos de la ONU y los estados que apadrinan la firma de los
acuerdos de paz. Y lo que es más grave, a esta falta de responsabi-
lidad general se suma la ausencia de un “pliego de condiciones”
que defina un mínimo de reglas para proceder al desmantelamiento
de las minas (¿quién? ¿cómo? ¿dónde? ¿a qué precio?). La falta
de normas provoca una competición anárquica entre las empresas
privadas dedicadas a la desactivación de minas que hoy comien-
zan a inundar el mercado, llegando a ocurrir que los contratos de
des-activación acaben en manos de empresas filiales de grupos fa-
bricantes de minas.
Pero, una vez se cumplan las condiciones necesarias para que
la ONU dé el visto bueno (siempre son las mismas: respeto de
las leyes del „libre mercado“ capitalista), aún ha de superarse otro
problema, que es sufragar el coste del desminado. Y para un país
del tercer mundo que acaba de salir de una guerra(generalmente de
una guerra civil), es completamente imposible sufragar el costo de
esta operación.
En El Salvador, por ejemplo, cuando terminó el conflicto que-da-
ban 200.000 minas por retirar. Una empresa norteamericano-belga,
IDAS, se encargó de limpiar una décima parte del total, cobrando
5 millones de dólares (aproximadamente 530 millones de pesetas).
Sin embargo, el caso salvadoreño no es una buena referencia sobre
el coste medio del desminado, ya que es un país muy pequeño (del
tamaño de la provincia de Badajoz); Angola, por ejemplo, es tan
grande como España, Portugal y Francia juntas. Además. hay que
tener en cuenta que en El Salvador la UNICEF y los cascos azules
de la misión UNOSAL de la ONU se encargaron de señalizar los
campos de minas, así como que muchas de las minas podían con-
siderarse inutilizadas por sulfatación de las baterías (en tomo a la
mitad del total).
En países como Afganistán, Camboya o Mozambique, o en las
fronteras minadas de Nicaragua, los precios suben geométricamen-
te. En unos casos es imposible señalizar los campos porque las
minas ya han sido esparcidas arbitrariamente desde el aire o por
medio de artillería (ya hay dispersadores de minas británicos que
lanzan 1000 unidades por minuto). En otros, uno de los bandos ha
dispuesto las minas en forma de “trampas”, duplicando o tripli-
cando los sistemas de ignición (o detonadores), y, finalmente, en
otros los explosivos se encuentran en zonas selváticas protegidas
por raíces y el ramaje de plantas de crecimiento rápido.
Las empresas especializadas en la limpieza de campos de mi-
nas cobran, además, cifras astronómicas. Actualmente, fabricar
una mina antipersonal cuesta unas 360 pesetas, mientras que para
quitar esa misma mina se necesitan unas 140.000 pesetas. Estas
cifras astronómicas se explican porque las minas ya no se colocan
manualmente, sino que son diseminadas por medio de morteros o
lanzadas por helicópteros, de forma que no se trazan mapas de su
localización; y porque las tareas de limpieza son extremadamen-
te peligrosas ya que a los actuales métodos de detección, caros y
obsoletos, se une que las modernas minas están hechas de plástico
cara dificultar su detección, estando además dotadas de mecanis-
mos anti-desactivación para que explosionen al tocarlas los artifi-
cieros.
Son precios prohibitivos incluso para economías saneadas,
mucho más para países devastados por largos años de guerra. La
alternativa es igualmente onerosa: abandonar grandes extensiones
de cultivo y ganadería mientras se espera a que el tiempo haga su
efecto.
La eliminación de todas las minas de Camboya sobrepasa con
claridad las posibilidades de una nación sumida en la pobreza: se-
ría necesario que cada habitante de Camboya aportase hasta el últi-
mo céntimo de sus ingresos durante varios años para poder costear
esta limpieza. Varias ONG han hecho un llamamiento a los países
que avivaron el fuego del conflicto camboyano para que aporten
ayudas financieras y de otro tipo para la limpieza de ruinas, obte-
niendo escasos resultados.
EE.UU., cuyo patrocinio de los conflictos del tercer mundo
contribuyó a crear el problema, no ha mostrado interés en ayudar
a solucionar las secuelas. Según los cálculos de Washington, el
15% de las minas de que hoy está plagado el mundo se fabrica en
EE.UU. (la cifra seguramente sea mayor). La escasez presupuesta-
ria de Washington hace poco probable que contribuya demasiado a
una limpieza mundial.
Otros países tampoco se apresuran a prestar ayuda. Cuando
hace poco la ONU pidió 20 millones de dólares para operaciones
de retirada de minas en Afganistán, recibió tan solo la mitad. Lo
mismo ocurrió con Camboya, donde el programa desarrollado por
la ONU necesitaba 10 millones de dólares y obtuvo solo 3. En el
presupuesto 1993-1994, EE.UU. destinó 10 millones de dólares en
total para la recogida de minas; para comparar. entre 1936 y 1991
Washington proporcionó una cantidad que se calcula en 250 millo-
nes de dólares a una guerrilla anticomunista de uno de los países
más afectados por las minas, el movimiento UNITA de Jonas Sa-
vimbi de Angola.
España, uno de los principales países vendedores de minas del
mundo, tampoco se ha preocupado en exceso por ayudar a resolver
este problema: 125.000 dólares fue lo aportado por España en la
conferencia sobre minas organizada por la ONU el pasado julio.
en Ginebra.
Y es que, si la fabricación de minas es sumamente barata. la
eliminación de todas las que están desperdigadas por el mundo
(unos 110 millones, según la ONU), costaría una cifra astronómica
entre 200.000 y 300.000 millones de dólares (mas de 42 billones
de pesetas), sin contar con los enormes gastos de asistencia a las
víctimas necesitadas de tratamiento hospitalario y rehabilitación,
según los cálculos de Patrick Blagden, principal experto de la ONU
en limpieza de minas.
Pero también haría falta tiempo, mucho tiempo. Al ritmo ac-
tual do búsqueda y desactivación se tardarían más de 1000 años en
eliminar los 110 millones de minas sembradas en 65 países, siem-
pre según las estimaciones de la ONU; otros hablan de un total de
3000 años para retirar esos 110 millones de minas; y si tenemos en
cuenta que otras fuentes hablan de 500 millones de minas... No ol-
videmos, además, que estos cálculos valen siempre y cuando, claro
está, la comunidad internacional (el capitalismo) decidiera acabar
hoy con su producción, venta y uso. Y esto no es muy probable,
debido al negocio que representan las minas.
De hecho, a las minas actuales hay que añadir las que se siem-
bran cada año: en 1993, por ejemplo, se desactivaron 100.000 mi-
nas, pero ese mismo año se enterraron otros 5 millones. Al año si-
guiente, 1994, se desactivaron en tomo a 80.000 minas, y al mismo
tiempo se sembraron alrededor de 2 millones más...Sólo la retirada
de las minas que se instalan por término medio al año podría costar
ya un mínimo de 600 millones de dólares...siendo muy optimistas
y en una situación de paz internacional casi general, algo que no
ocurre ahora.
No hay dinero disponible en cantidades tan enormes. Kuwait,
cuyo gobierno suscribió contratos de limpieza por valor de 700
millones de dólares después de la ocupación iraquí, gasta en dicha

Minas desenterradas y desactivadas en Ruanda. En este país,
cómo en Mozambique, el problema es especialmente grave:
a las 50.000 minas que la ONU estima se han sembrado (sin
duda son muchas más) se une la dificultad que supone, para el
desminado, el que sus suelos sean altamente ferruginosos: esto
hace que los dispositivos detectores de minas no funcionen y
que, debido a ello, el único procedimiento que se puede utilizar
es ir continuamente de aquí para allá con agujas finas y largas,
peinando cuidadosamente la tierra cada dos centímetros.
operación mucho más que todos los países del mundo en conjunto.
Hoy día, la mayoría de los programas de limpieza de minas son
pagados por la ONU, y esta sólo tiene equipos de desminado en
cuatro países. Además, a las tareas de limpieza de minas, si es que
7°: la magnitud del desastre.
A partir de la segunda guerra mundial, con la generalización del
uso de minas en los conflictos bélicos, los campos minados se han
extendido por todo el mundo. En la actualidad, pese a que muchos
de estos conflictos han terminado, quedan las minas, millones de
ellas. Según los datos de la ONU, aproximadamente 110 millones
de minas antipersonal están enterradas en 62 países, un tercio del
total de los estados miembros de la ONU, abarcando una extensión
equivalente a la mitad del territorio africano.
Estos cálculos de la ONU son muy conservadores: el gobierno
de EE.UU. o el Parlamento Europeo hablan de un total de 200 mi-
llones, y otras fuentes elevan el cálculo a 500 millones: Greenpea-
ce, por ejemplo, habla de 200 millones de minas tan solo en los
25 países más minados...y la ONU habla de un total de 62 países
minados.
Las discrepancias en los cálculos se deben, básicamente, a un
error de metodología: para empezar, desde 1980 ha habido 80 con-
flictos armados de manera “oficial” en el mundo, y en todos ellos
se han empleado minas. Debido al alto coste que supone efectuar
el desminado tras el conflicto de turno, es seguro que la mayoría de
las minas sembradas en estos conflictos siguen instala-das. Valga
como ejemplo decir que Gran Bretaña, tras el conflicto de las Mal-
vinas, prefirió no efectuar las labores de desminado para no asumir
sus altos costes (tanto económicos como de vidas humanas). Si
esto hace uno de los países más ricos y poderosos del mundo. es fá-
cil deducir lo que han hecho los demás países, todos ellos del tercer
mundo y, por tanto, carentes de los recursos económicos necesarios
para llevar a cabo las tareas de desminado.
Pero esto no es todo: si a estos 80 conflictos “oficiales” les aña-
dimos aquellos conflictos armados ocultos a la opinión pública in-
se emprenden, se les suelen asignar fondos en exceso insuficientes.
Esto es lo que provoca que el actual programa de la ONU sea tan
lento que se estima que, al ritmo actual, se necesitarán de 1000 a
3000 años para acabar con las minas actualmente diseminadas por
el mundo (y esta estimación es excesivamente optimista).
En diversos países en los que están en curso operaciones de paz
de la ONU se han instituido consorcios de financiación voluntaria
de limpieza de minas, pero el secretario general de la ONU, Bu-
tros-Butros Ghali ha manifestado que “este sistema es habitual-
mente lento e insuficiente para lo que requieren los programas de
limpieza urgente de minas”. En los últimos años se han invertido
unos 25 millones de dólares anuales en tareas de retirada de tales
artefactos como parte de operaciones de paz en Mozambique, So-
malia, Camboya y Afganistán, cifra que se prevé alcanzará los 28
millones este año.
En Afganistán por ejemplo, en el periodo 1990-1993, 35 equipos
de 32 personas cada uno consiguieron eliminar 60.000 minas de un
área de unos 25 kilómetros cuadrados alrededor de las principales
ciudades como Kabul, la capital. Pero la tarea es de formidables
dimensiones. Al menos 60 kilómetros cuadrados de tierra conside-
rados prioritarios esperan todavía la limpieza, pero la penuria de la
financiación ha dificultado incluso esa operación tan limitada. La
Cruz Roja Internacional calcula que si sólo se limpian 30 kilóme-
tros cuadrados al año con métodos manuales, se necesitarán 4.300
años para limpiar... ¡el 20% del territorio minado de Afganistán!
Para hacerse una idea de cómo marchan los trabajos de limpie-
za, baste decir que, en conjunto, la totalidad de organismos de la
ONU han invertido unos 67 millones de dólares en limpieza de
minas y detección de su siembra durante 1993, una mínima parte
de lo que costaría la limpieza de los 5 millones de minas sembrados
ese año (5.000 millones de dólares).
ternacional, fundamentalmente conflictos armados entre el gobier-
no y la guerrilla de un solo país, cómo los de Indonesia (en Timor,
Sumatra e Irian Java), Filipinas o Birmania, nos encontramos con
que la cifra de 62 países minados es ridícula.
De hecho, de las 120 guerras que se libraban en 1990 en el inun-
do, el 72% eran conflictos entre los gobiernos centrales de un es-
tado y uno de los pueblos que habitan dentro de sus fronteras. Es
decir: guerras entre un ejercito y una o más guerrillas, el tipo de
conflicto en que las minas se utilizan de manera habitual. En reali-
dad, las minas han sido colocadas indiscriminada.mente y utiliza-
das ampliamente contra la población civil en todos los conflictos
bélicos de carácter civil de los últimos 40 años.
Debido a que la naturaleza de la guerra comenzó a cambiar tras
la segunda guerra mundial, cambio que se ha acelerado tras el final
de lo que se ha llamado guerra fría, resulta que, según la ONU,
de los 82 conflictos armados que se registraron en el mundo entre
1989 y 1992, sólo tres enfrentaban a diferentes países, mientras
que el resto eran consecuencia de tensiones internas, en un contex-
to de pobreza y desigualdades, y con sistemas políticos dictatoria-
les o en crisis, siendo el conflicto en realidad una GBI camuflada.
Y esto no es todo. Si a estos conflictos actuales o recientes les
añadimos los ocurridos antes de 1980, cómo el de la Península
de Indochina (que abarcó a Laos, Camboya y Vietnam) nos en-
contramos con que la cifra de la ONU de 62 países minados es
ridícula, pudiéndose afirmar sin lugar a duda que el de las minas
es, actualmente, uno de los principales azotes del tercer mundo en
su conjunto.
ZONAS MINADAS DEL MUNDO
El mortal legado de las minas se deja sentir mucho después de
la guerra. De hecho, es muchas veces peor que la propia guerra.
En la Península de Indochina, el fin de la guerra entre ejér-
citos no ha significado el final de la guerra contra los civiles. En
Laos, 17 años después del lanzamiento de las últimas minas por
los EE.UU., el peligro sigue presente y la matanza continúa: en
los campos hay, como mínimo. tantas minas y submuniciones sin
estallar como habitantes, debido a lo cual la gente muere de desnu-
trición pese a vivir junto a tierras fértiles. En Camboya, donde la
proporción de minas y población es similar, las minas han matado
y herido más civiles en tres años de paz que en 20 años de guerra
civil: hay regiones donde está lisiado uno de cada 90 camboyanos,
y la cifra aumenta diariamente: las minas matan 5 personas diarias,
provocando 300 víctimas nuevas cada mes. En Vietnam, la situa-
ción es similar. De hecho, este país tuvo el dudoso privilegio de ser
el primer país del mundo en experimentar la dispersión de minas
antipersonales lanzadas desde aviones. El éxito del experimento
se exportó a Laos, país que llegó a soportar hasta 500 misiones de
bombardeo diarias.
Otro país asiático especialmente minado es Afganistán, que es
el país más minado del mundo: todo el país es un campo de minas.
Los cálculos habituales cifran en un total de 9 millones de minas
el legado de los 14 años de guerra-, no obstante, el Departamento
de Estado de EE.UU. eleva la cifra a 60 millones, y los hechos se
en-cargan de confirmar esta cifra: la mayoría de los 3,5 millones
de afganos viven refugiados fuera de su país, no obstante las minas
han provocado va entre 350.000 y 500.000 víctimas, y este núme-
ro aumenta sin cesar. Según Médicos Sin Fronteras, entre 1989 y
1990 en el Distrito de Spin Boldak, en la provincia afgana de Kan-
dahar, un 2% de la población murió a consecuencia de las minas,
y un 3,5% murió mutilado. Es decir, una de cada 20 personas fue
víctima de las minas en el transcurso de un año.
Centroamérica es otra zona que sufre especialmente el azote
de las minas. El Salvador, por ejemplo, está prácticamente cubier-
to de minas, debido a la siembra masiva efectuada por el ejercito
salvadoreño para combatir a la guerrilla. A lo largo de 1994 molían
mensualmente 33 personas y 83 eran mutiladas, y eso a pesar de
que en febrero de 1994 la empresa norteamericano-belga IDAS, es-
pecializada en el desminado, anunció a bombo y platillo la des-ac-
tivación de la última mina antipersonal. En total, IDAS eliminó
10.000 minas a lo largo de dos años, y las tropas de la ONU a
su vez desactivaron otras 14.000. La cifra es baja, si tenemos en
cuenta que en El Salvador se sembraron 200.000 artefactos, la ma-
yoría de plástico, no señalizadas en mapas, y, por si fuera poco, las
lluvias habían arrastrado muchas de ellas de las zonas de montaña
a los valles. Consecuencias: 75.000 muertos y 55.000 mutila-dos
atestiguan la magnitud del problema.
El resto de países de Centroamérica, una zona de gran tradición
de insurrección popular armada contra la explotación y exterminio
capitalista, sufre también esta plaga moderna: Guatemala, Nica-
ragua (en sus fronteras), Honduras (igual que Nicaragua, debido
a que en su territorio se instalaron buena parte de las bases de la
Contra), y México (en los estados federales de Chiapas y Guerre-
ro, sobre todo)...
Este problema está también reflejado en los países de América
del sur, como Colombia, donde el gobierno sólo mantiene bajo
su control las ciudades, estando el campo en su mayoría en poder
de las múltiples guerrillas allí existentes; algo similar ocurre en
el Perú. En ambos países, el gobierno se ha dedicado a sembrar
minas para sabotear en todo lo posible la labor guerrillera, ante
la imposibilidad de cambiar la situación. Ecuador se ha sumado
recientemente a la lista de países minados: a lo largo de la guerra
que enfrentó a los ejércitos de Ecuador y Perú en febrero de este
año, Ecuador sembró un total de 60.000 minas, de las cuales unas
3.000 no se han desactivado debido a que habían sido sembradas
en zonas amazónicas, cuyos habituales corrimientos de tierras han
variado su posición. Ahora que ha acabado la guerra, las minas
serán ahora el azote de los indios Jíbaros que viven en esta zona.
En Perú las minas están también presentes.
En Europa, además de los campos de minas de la segunda gue-
rra mundial aún activos, ya comentados, están las minas que se han
instalado (y se siguen instalando) en la ex-Yugoslavia; en Croacia
se calcula que actualmente hay sembradas más de 4 millones de
minas, y en Bosnia se calcula que hay más de 6 millones.
En Oriente Medio las minas están por doquier: en Yemen, don-
de hay sembradas minas hasta en una de sus principales ciudades,
Aden (unas 2.000); en Irak, donde hay cómo mínimo 10 millones;
en Irán, en su frontera con Irak, donde hay aún varios millones
debido a su pasado conflicto con Irak; en Kuwait, donde se calcula
que Irak sembró en torno a 7 millones; y eso sin contar con Arabia
Saudí, cuyas zonas fronterizas con Irak y Kuwait fueron profusa-
mente minadas durante la guerra del golfo; o el Líbano, un país en
guerra civil permanente (y por lo que se ve, perpetua) y dividido en
múltiples territorios bajo control de diver-sos grupos militares; y,
finalmente, el Kurdistán, donde se calcula que hay como mínimo
5 millones de minas, y que sufre una guerra parecida a la sufrida
por Afganistán, sólo que en este caso sucede en el seno de un país
miembro de la OTAN. Tan sólo entre marzo y septiembre de 1991,
el hospital de Sulaymania, en el Kurdistán iraquí, atendió más de
1650 casos de heridos por minas; 398 de ellos acabaron en ampu-
tación.
Y no olvidemos las múltiples guerras del Cáucaso, que han
provocado que haya siembras masivas en Armenia, Azerbaian,
Georgia, Abjacia y Chechenia en los últimos años. En Grozni,
capital de Chechenia, las minas son una de las principales causas
que ocasionan muertos y heridos, fundamentalmente entre los ni-
ños y niñas que juegan entre las ruinas de edificios.
África es el continente más afectado por las minas; los países
del Cuerno de África, afectados por guerras desde el principio de
los años 80, es una de las zonas más afectadas: Etiopía, con 1 mi-
llón (cómo mínimo), Somalia. con 2 millones cómo mínimo, el sur
de Sudán, con otros 2 millones...En Sudán, que soporta desde hace
años una guerra fratricida, las minas han socavado la producción
agrícola del sur del país, “atrapando en una verdadera prisión
enorme, empobrecida y afectada por la sequía a miles de perso-
nas”, según un informe del Departamento de Estado de EE.UU. A
la mayoría de refugiados procedentes de Sudan que llegan a Kenia
les falta un miembro, amputado por una mina. Es una pesadilla que
parece no tener fin. Según un fisioterapeuta de la ONU que trabaja
en un hospital de la zona keniata fronteriza con Sudán, “En 2 o 3
semanas, la gente camina con la nueva prótesis. Los sudaneses
PESAN MUY POCO y se adaptan en seguida a las nuevas piernas
de madera y silicona. Acostumbrados a vivir en condiciones du-
rísimas, LOS PROBLEMAS PSICOLÓGICOS NO EXISTEN EN-
TRE ELLOS. No sufren ansiedad ni angustia. NO SE DEPRIMEN
COMO EN OCCIDENTE”. Sudan es, no obstante, tan solo uno de
los múltiples ejemplos del horror que representa el desarrollo del
sistema capitalista en África.
En el Magreb el problema de las minas está presente de manera
generalizada: en Egipto, Libia y Túnez como herencia de la se-
gunda guerra mundial, en Marruecos, Sahara occidental y Mau-
ritania debido a la guerra declarada contra los saharauis, en el sur
de Libia y el norte del Chad, debido al enfrentamiento existente
entre ambos países por la posesión de unos yacimientos petrolí-
feros allí situados, muy probablemente en Níger y Malí debido
a la guerra declarada contra los Tuaregs. Otros países africanos
afectados por este problema son Liberia, Sierra Leona, Uganda,
Ruanda...la lista se hace interminable.
 El Cono sur africano está especialmente afectado: además de
Zimbabwe y Namibia, países afectados por esta plaga, se encuen-
tran los dos países más minados de África: Mozambique y An-
gola. Ambos gobernados por sendos movimientos revolucionarios
anticolonialistas de corte socialista que derrocaron a su correspon-
diente metrópoli colonial (Portugal, en ambos casos), y que han su-
Los participantes del movimiento de protesta contra la guerra de Vietnam jamás
olvidarán la frase del General de aviación Curtis Le May, cuando declaró pública-
mente en pleno apogeo del terror aéreo contra Vietnam: “A bombazos los devolve-
remos a la edad de piedra”. El tiempo pasa, pero las ideas permanecen: el general
Schwarzkopf, jefe de las tropas occidentales durante la guerra del golfo, declaró que
mediante bombardeos aéreos haría retroceder a Irak a una era pre-industrial.
8‘ : El comercio de minas:
RELACIÓN PRECIO MÓDICO-DESTRUCCIÓN CAUSADA
Las minas resultan un armamento barato y muy efectivo, así
como fácil de producir: cualquier empresa que se dedique a la
transformación de plásticos se puede reconvertir para la produc-
ción de minas en unas semanas. Actualmente fabricar una mina
antipersonal cuesta unos 3 dólares (366 pesetas), y su precio en
el mercado de armas es de menos de 500 pesetas por unidad. Una
bomba de racimo desplegará 75 submuniciones en una amplia zona
por 56.000 pesetas. Una mina tipo “claymore”, el modelo em-
frido el acoso de respectivas guerrillas de extrema derecha creadas
por Sudáfrica y EE.UU. (una de las modalidades de GBI), UNITA
en Angola y RENAMO en Mozambique, que los han llevado a ca-
pitular en sus proyectos revolucionarios mediante sendas guerras
de desgaste económico y social.
En el caso de Mozambique. tan solo en
su sistema de transportes hay como míni-
mo 2 millones de minas, que han inutili-
zado en su totalidad las 28 carreteras mas
importantes, es decir, las tres cuartas par-
tes del sistema viario, ya de por si esca-
samente desarrollado. Aquí, el problema
es especialmente grave, ya que la tierra es
ferruginosa en alto grado, lo que impide
que los zapadores puedan usar detectores
de metal, debido a lo cual deben ir cons-
tantemente de aquí para allá con agujas
finas y largas, peinando cuidadosamente
la tierra cada dos centímetros (este pro-
blema ocurre también en Ruanda, donde
la ONU calcula que hay cerca de 50.000
minas sembradas).
Angola, por su parte, es el país más
minado de África y el segundo más mina-
do del mundo, después de Afganistán. El
Cuerpo de Reales Ingenieros del Ejercito
Británico calculó en 1993 en más de 20
millones el número de minas instaladas
en el país (dos minas por habitante), cifra
que actualmente es sin duda mucho mayor
dado que, tras la reanudación de la gue-
rra civil en 1992 (tras perder UNITA las
elecciones, algo totalmente inesperado),
la siembra de minas ha sido feroz, masiva.
En la actualidad, el numero de habitantes
con algún miembro amputado supera las
100.000 personas (en la zona dominada
por el gobierno angoleño. una pequeña
parte de la superficie total de Angola); y
esto sin contar con las víctimas mortales,
cuya cifra debe ser enorme. Aun así, se-
gún un miembro de Medicos Sin Fronte-
ras, „nosotros vemos los efectos directos:
muerte, invalidez. Pero hay efectos indi-
rectos más perversos. Países como Angola
nunca van a verse libres de la amenaza“.
Un buen ejemplo para todos aquellos que
pretendan levantarse contra el sistema ca-
pitalista.
pleado masivamente por EE.UU. en Vietnam, e imitada después por
varios fabricantes asiáticos y europeos, puede costar entre 20 y 30
dólares. Las “minas de salto”, que se proyectan a un metro de altura
y estallan en el aire aumentando la posibilidad de causar daños, son
un poco más caras. Pero en el mercado mundial de armamentos 300
de los 360 tipos de minas que se venden actualmente no cuestan más
de 12 dólares.
 Según las estimaciones de la ONU, en los últimos 25 años se
han producido más de 250 millones de minas terrestres, y se siguen
fabricando entre 10 y 30 millones cada año. Además, se piensa
que existen alrededor de 100 millones que están en la actualidad
en posesión de 62 piases, y otros 100 que están almacenados en
los silos de los fabricantes, a la cabeza de los cuales se encuentra
ahora China, seguida de Italia, Rusia y EE.UU. Entre los producto-
res se cuentan también Francia, Gran Bretaña, Alemania. Austria,
Suecia. Suiza, así cómo Sudáfrica, la India, Chile, Pakistán. Corea,
Vietnam, la ex-Yugoslavia... De entre ellos, EE.UU. es el país que
más tipos de minas produce (37), seguido de Italia (36) y la ex-UR-
SS (31), quedando China en el 10° puesto, con tan solo 12 tipos.
Stephen Goose, analista de armamento de Human Rights Watch
de Washington, afirma que, cómo media. 96 fabricantes de 48 paí-
ses producen entre 5 y 10 millones de minas terrestres antiperso-
nales al año, lo que genera unas ventas de hasta 200 millones de
dólares. El mayor negocio de esta macabra industria tuvo lugar en
los años 80, cuando Irak compró 9 millones de minas a la empresa
italiana Valsella.

EL NEGOCIO DEI. DESMINADO

No obstante, 200 millones de dólares es una parte muy modes-
ta del comercio mundial de armas. Pero lo que no es modesto y,
por el contrario, resulta sumamente rentable, es la fabricación y
venta de los modernos sistemas de colocación de minas: lanzami-
nas sofisticados, instrumentos de dispersión a distancia como, por
ejemplo, cañones y obuses especialmente diseñados. Muy renta-
bles son también los equipos de neutralización; después de todo,
no olvidemos que, frente al pequeño precio de una mina, desente-
rradas y desactivarías cuesta entre 300 y 1000 dólares (45.000 y
130.000 pesetas) por cada una de ellas: un negocio verdaderamen-
te redondo. Y no es infrecuente que sea la misma empresa la que
suministre, a través de distintas filiales, las minas, las lanzaderas
y el material de desactivación. El circuito funciona con mucha
eficacia.
Según Manos Unidas, la infraestructura necesaria para el des-
minado es monopolio de los propios fabricantes, que reciben así
las ayudas económicas que la ONU destina a este fin en sus pro-
gramas de desminado, la mayoría de los programas de desminado
existentes en le mundo. Esto lleva a situaciones como que Vernon
Joint, de Sudáfrica, uno de los principales productores de minas,
y que mediante la firma Mechero ha minado Mozambique con 2
millones de artefactos como mínimo, sea hoy el principal favorito
para el trabajo de desminado de Angola. Y, en el mismo Mozambi-
que, se ha visto a la ONU negociar con el más absoluto silencio los
contratos de desactivación de minas con empresas especializa-das,
filiales de grupos fabricantes de minas antipersonal.
Vincent Fiças, miembro del Centro UNESCO de Cataluña, de-
nuncia a su vez el gran cinismo de la OCDE al atizar con sus armas
los conflictos y, después, “enviar cascos azules y ayuda humanita-
ria como un servicio post-venta”. Un ejemplo de esta práctica es la
actuación española en Turquía: primero se vendieron gran cantidad
de armas, que se utilizaron para reprimir a los kurdos, y luego se

La ingeniosidad de los asesinos

Fabricar minas produce unos Impelidos excepcionales debido a que la bran 800 minas a un ritmo de siembra de 2 por segundo, siendo recargados
sencillez de su tecnología las hace muy baratas, y por tanto muy asequibles por 5 soldados en tan solo 5 minutos...
para los ejércitos más pobres del mundo, por muy grande que sea el bene- A pesar de la gran variedad de minas existentes, todas ellas tienen, no
ficio de intermediarios y fabricantes. Por ello, mientras los pacifistas de todo obstante, el mismo objetivo común: mutilar, no matar. Tal y cómo lo explica el
el mundo se dedicaban a la lucha contra el armamento nuclear, la industria prospecto de un fabricante paquistaní: “La mina FOB Karachi ha sido diseñada
armamentística y los ejércitos se afanaban en el desarrollo de distintos tipos con vistas a producir daños personales. Las investigaciones han demostrado
de minas terrestres y las submuniciones, entre las que se encuentran las que es mejor lisiar a un enemigo que matarlo. Un hombre herido requiere
bombas de racimo, que se lanzan desde aviones y que actúan como una asistencia medica, transporte y evacuación hacia la retaguardia, causando por
lluvia de bombas de explosión inmediata o corno minas de efecto retardado. tanto perturbaciones en las vías de comunicación de la línea de combate.
En la actualidad existen cerca de 360 tipos de minas diferentes, según Además, una persona herida provoca psicológicamente un efecto detrimentral
el Human Rights Watch, con un costo que varía entre las 250 y las 30,000 sobre sus compañeros”.
pesetas. Estas “armas de pobres”, según algunos, “de cobardes”, según otros,
son armas de destrucción masiva, tanto por su impacto como por sus
consecuencias colectivas. Pero, a diferencia de las armas nucleares, las minas
son pequeñas, de Fácil transporte y colocación, indetectables y prácticamente
eternas; su pequeña carga, no obstante, es suficiente cómo para arrancar un
pie de cuajo, para inutilizar al combatiente.
Y para lograrlo adoptan gran variedad de formas. De hecho, la ingenio-
sidad de los diseñadores ha obtenido resultados espectaculares. Las minas
de tipo antipersonal que matan o mutilan según la conveniencia del mando
militar que las dispersa son variadísinsas. Las minas de Fragmentación, corno
la Claymore americana o la PMOZ-2 rusa, matan todo lo que encuentran al
proyectar 700 bolas de acero dentro de un arco de circulo de 60 metros. La
mina saltadora (que ya era operativa durante la segunda guerra mundial),
que actualmente es capaz de saltar hasta un metro de altura antes de
estallar, tiene como objetivo dañar los genitales del soldado. Las minas que
producen un efecto de soplo, destinadas a la amputación traumática de las
extremidades,... las más macabras son sin duda las fabricadas en forma de
mariposas o juguetes, y cuyo objetivo son los niños.
A esta variedad de tipos de mina ha de añadirse la variedad de métodos
de dispersión: desde la guerra de Vietnam ya es posible dispersarlas por el
aire, y en la actualidad se pueden dispersar mediante artillería (a razón de
1700 minas por minuto), e incluso mediante remolques especiales que siem-
envió ayuda humanitaria y cascos azules para “ayudar y proteger” 5 principales países exportadores de armas son precisamente los
a los refugiados kurdos iraquíes durante la guerra del golfo. miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (Ru-
A todo lo dicho, y como conclusión, hay que añadir que los sia, EE.UU., Francia, China y Gran Bretaña).

LA FARSA DE LA PROHIBICIÓN DE LAS MINAS

En la actualidad hay en marcha una campaña de varias ONGs
que pretende conseguir que la ONU prohiba totalmente la produc-
ción, almacenamiento, venta y uso de las minas antipersonales, así
cómo “extender entre la sociedad el mismo rechazo hacia estas
armas que el que producen las nucleares y las químicas” (en pa-
labras de Xavier Pastor, presidente de Grennpeace España). Esta
iniciativa, apoyada por 150 ONGs de todo el mundo, así como por
la ONU y la Cruz Roja, fue incentivada por el propio gobierno de
EE.UU. mediante su informe “Hidden killers” (Asesinos ocultos),
editado por la secretaria de defensa del gobierno estadounidense
en 1993.
Lo que pretenden, tanto EE.UU. como los demás países occiden-
tales que apoyan la prohibición de las minas antipersonales, es que
se sustituya el uso de las actuales minas, que permanecen activas
durante largo tiempo, por otras “inteligentes”, programables en el
tiempo, o por aquellas que se activan y desactivan a distancia. Pero
este cambio no modificaría la propia naturaleza de las minas (acción
indiscriminada, tanto contra soldados como contra civiles). Y, ade-
más, la fabricación de este tipo de minas inteligentes ha constituido
un fracaso: al menos el 10% del total de minas de éste tipo que se
siembran permanecen activas pasado el tiempo de “caducidad”.

El papel de España en el comercio mundial de minas

España, uno de los principales piases ven-
dedores de armas. es uno de los 10 principales
países productores de minas del mundo, Fabri-
cando en total 9 tipos diferentes de minas. Las
empresas españolas dedicadas a este macabro
negocio son: Bressel, Explosivos de Burgos (EDB),
Explosivos Alaveses (EXPAL), Unión Española
de Explosivos (UEE), Fabricaciones Extremeñas
(FAEX), Santa Barbara y Placencia de Armas. La
más importante de todas ellas es EXPAL, ubicada
en Vitoria, que fabrica y exporta (entre otro tipo
de armamento) minas antipersonal, minas antica-
rro y bombas de racimo. Sus datos de fabricación
y comercio permanecen ocultos y rodeados de
un gran secretismo, pero se sabe que factura
anualmente unos 12.000 millones de pesetas.
A pesar de la moratoria establecida en 1994
por el Gobierno español para la exportación de
minas (pero no para su fabricación), Greenpeace
comprobó este año que esta moratoria no se
respeta, ya que EXPAL ofrecía también minas
entre sus productos en Defendory, una Feria de
vendedores de armas celebrada en Grecia. Es
lógico que así suceda: el comercio de armas es

El documento reproduce el inventario de armas que elaboraron

para Luis Roldán los militares que él envió a Angola para conocer
las necesidades del gobierno africano. Las armas costaban 212,7
millones de dólares. Una copia de su informe fue enviada a
Francisco Paesa, uno de los principales integrantes de la trama
de los GAL. Cómo se puede observar en el documento, entre las
armas hay minas antipersonal.
 Estas intenciones han sido denunciadas, además, por los países
fabricantes de minas de bajo nivel tecnológico del tercer mundo
como un medio de las empresas occidentales, cuyas minas son de
alta tecnología ( y más caras), para imponer legalmente su mono-
polio en el mercado mundial armamentístico. De esta forma. afir-
man, seguirían vendiéndose minas, pero solo aquellas que posean
dispositivos que las neutralizan pasado un determinado espacio
de tiempo.
Así. las compañías occidentales, que tienen capacidad finan-
ciera suficiente como para desarrollar la tecnología que requieren
estos mecanismos (de hecho, ya está desarrollada), seguirán ven-
diendo minas a los países del tercer mundo en guerra, pero serán
minas mucho más caras, debido al uso de tecnología punta, y se
usarán asimismo en mayor cantidad, ya que habrá que sustituirlas
una vez se hayan autoneutralizado por el paso del tiempo. Y, mien-
tras, los fabricantes de minas del tercer mundo que no poseen esa
tecnología, tendrán que renunciar a seguir fabricando sus minas
de tipo “tradicional”, o dedicarse a su contrabando.
Y esto sin tener en cuenta que, a efectos prácticos, la prohibi-
ción de la venta de minas de tipo “tradicional” no tendría un éxito
real: el anterior convenio de la ONU sobre armas inhumanas (!),
de 1980, no ha sido refrendado más que por una treintena de paí-
ses, y sólo ha valido, en la práctica, cómo medida de presión por
parte de occidente para que los países del tercer mundo compren
sus productos bajo la amenaza de sanciones vía ONU.
Esta argucia comercial por parte de los fabricantes occidentales
es debida a que las minas tradicionales son fáciles de producir:
cualquier empresa que se dedique a la transformación de plásticos
se puede reconvertir en unas semanas a la producción de este tipo
de minas, por lo cual cualquier fabricante del tercer mundo, debi-
do a sus bajos costes de producción, es un seno competidor para
fabricantes occidentales. Para hacerse una idea del volumen de
dinero que va a llegar a mover el comercio de las minas modernas
si fuesen prohibidas las minas “tradicionales”, baste saber que
hasta ahora la mayoría de las minas contracarros y antipersonal
contenían, a pesar de todo, gran cantidad de metal (entre otras
partes, en la carcasa y la espoleta). Esto hace que su localización
por detectores tradicionales sea un trabajo bastante fácil. Para evi-
tarlo, ya en el transcurso de la segunda guerra mundial se cons-
truyeron minas de madera, cartón e incluso vidrio, mucho más
difíciles de localizar. Pero ha sido sólo en los últimos años cuando
se han introducido en servicio nuevos tipos de minas. hechas de
plástico v con sólo una o dos pequeñas partes metálicas en sus
espoletas. con lo que su localización con métodos tradicionales es

materia clasificada como secreta desde 1987, y ni
los parlamentarios tienen acceso libre y directo
a las actas correspondientes, quedando así su
control restringido a una comisión especial de
tres diputados.
Según carta de respuesta del ministro de
asuntos exteriores en respuesta a otra enviada
por Greenpeace, solicitando información sobre la
postura del Gobierno en relación a las minas
antipersonales, “las autoridades españolas pueden
denegar licencias de exportación (de minas) si
existen indicios razonables de que el material
puede empleado en acciones que perturben la
paz, la estabilidad o la seguridad a nivel mun-
dial”. El problema es quién y cómo decide si
existen o no “indicios”. Cuando España vendió
armas a Marruecos por valor de 60.000 millones
de pesetas en 1989, el ministro para las relacio-
nes con las cortes aseguró que no tenía cons-
tancia de que “el armamento haya sido utilizado
contra el pueblo saharahui”, asegurando además
que las aportación de material bélico a Marrue-
cos “no entorpece las expectativas de paz en la
región. Cuando se autoriza la exportación en con-
formidad las necesidades de un ejercito de paz,
de un país con el que se mantienen relaciones
amistosas”. El representante del Frente Polisario
respondió a dichas afirmaciones rechazando que
el ejercito marroquí sea un ejercito en época de
paz, ya que en Sahara “los soldados de Marruecos
no están haciendo turismo”.
Uno de los medios que se utilizan para
favorecer la venta de armas españolas (minas
incluidas) son los Fondos de Ayuda al Desarrollo
o créditos FAD. Según el informe “España y la
ayuda oficial al desarrollo. Los créditos FAD”,
editado en 1994 por el Centro de Investigación
por Paz (CIP), “La ayuda ofrecida por España a
los países en vías de desarrollo (mediante estos
créditos) ha conseguido desestabilizar a los países
pobres, en lugar de favorecer su desarrollo; han
sido adjudicados a países que no respetan dere-
chos democráticos elementales y se han primado
intereses comerciales muy cuestionables frente a
la contribución a la reducción de la pobreza, al
respeto de los derechos humanos y a la elimina-
ción de amenazas y riesgos de esos países hacia
los de su entorno”.
Un claro ejemplo de esto último ha sido la
venta a Tailandia de un portaaviones y aparatos
de despegue vertical, a pesar de ser un país con
una deuda externa de 4,2 billones de pesetas y
récords en la incidencia de SIDA y prostitución
infantil. Vincent Fiças, miembro del Centro UNES-
CO de Cataluña, recientemente calificó este caso
como “particularmente terrible”, ya que la venta
del buque fue aprobada, además, cuando en Ban-
gkok gobernaba una sangrienta dictadura militar.
Minas españolas se han encontrado en las
Malvinas, en la zona del conflicto del Sahara
Occidental (Marruecos y Mauritania inclusive), So-
malia, Angola, Irán, Irak Turquía...EI descontrol es
tan grande que, por ejemplo, en Angola vendieron
minas al Gobierno de este país Paesa (inculpado
en el caso GAL) y Roldán, ex jefe de la Guardia
Civil, a pesar de la negativa oficial del Gobierno
español de vender armas a dicho país.
La hipocresía en materia de ventas de armas
no tiene límites, por lo que en enero de 1991,
durante la guerra del golfo, un avión Hércules
español trasladó varias toneladas de ayuda hu-
manitaria con destino a los campos de refugiados
Kurdos en Turquía para “paliar los efectos de
la guerra sobre la población civil”. España era
directamente responsable de dichos “efectos”, ya
que vendió armas a Irak durante años, armas
que fueron utilizadas para reprimir a los Kurdos:
el ejemplo más revelador es que la mayoría
de las armas químicas utilizadas en el bombar-
deo de la ciudad kurda de Halabja (en el cual
murieron intoxicadas 5.000 personas) eran de
fabricación española.
El otro país que se “volcó” en ayudar a
estos refugiados fue precisamente el principal
responsable del genocidio kurdo actual: Turquía,
país al cual España ha vendido armas de todo
tipo (minas incluidas) a gran escala: en 1989 por
valor de más de 100.000 millones de pesetas,
la mayoría material de lucha contrainsurgente.
Los Kurdos, ajenos a las sutilezas de la política
internacional, reaccionaron en 1994 contra esta
actuación, matando el PKK en Estambul a un
representante de la empresa de armas española
Santa Barbara. Los medios de comunicación, na-
turalmente, ocultaron lo ocurrido, diciendo que el
Fallecido era simplemente “un turista”.
Un ejemplo clarificador de la hipocresía
de los políticos españoles respecto a este tema
(como en todos), es la actuación de Rodrigo Rato,
dirigente del Partido Popular: por un lado, del PP
es uno de los tres diputados que controlan todo
lo referente a la venta de armamento por parte
de España (Santiago Valditvieso), decidiendo cómo,
cuándo, dónde... previo análisis de la ejecutiva
del PP; y, por otro lado, ha sido Rato quien, el
pasado 27 de octubre, presentó en el registro de
la Cámara de los Diputados una proposición ante
el Pleno para que España declare una moratoria
unilateral e indefinida sobre la fabricación de
minas antipersonales no autodestructivas (el resto
seguirían pudiéndose vender), y para que dedique
en 1996 al menos 100 millones de pesetas a
programas de desminado de la ONU. El motivo
de este comportamiento hipócrita (por un lado
apruebo la venta de minas de alta tecnología, y
por otro pido que se suministre dinero a la ONU
para paliar los sufrimientos que estas provocan)
es muy sencillo: Rato tenía una razón personal
para presentar esta iniciativa, y es que el jesuita
Kike Figaredo, promotor de una cooperativa que
fabrica sillas de ruedas para los 50.000 cambo-
yanos mutilados por las minas (que, sin duda, se
beneficiará de contratos de la ONU Financiados,
entre otros países, por España -con los 100 mi-
llones que Rato propone se donen a las Naciones
Unidas-), es su primo.
casi imposible.
De esta forma, estas minas representan una amenaza mucho
mayor que las anteriores, y son mucho más complicadas: sembra-
das con aparatos especiales remolcados, más difíciles de detectar
y dotadas con mecanismos antidesactivación para que exploten al
tocarlas los artificieros, su aparición ha provocado una búsqueda
de contramedidas más efectivas. tanto para detectadas cómo para
desactivarlas; de esta forma. este tipo de minas provocará, de ser
prohibidas las anteriores, un mayor gasto militar por parte de los
ejércitos que las empleen, una escalada de precios que perjudicará
a los compradores (países del tercer mundo fundamentalmente, ya
que es allí donde se producen todas las guerras sin excepción), y
beneficiará a los vendedores, los países occidentales, que además
de no sufrir en sus carnes las consecuencias del uso de este tipo
de armas, son los únicos que disponen de la tecnología necesaria
para fabricarlas. Y no olvidemos que occidente es, sin excepción,
quien está detrás de todas las guerras que asolan el tercer mundo.
No deja de ser interesante señalar que, de todos los países del
inundo, EE.UU. es el que ha invertido más dinero en el diseño y
producción de estos nuevos tipos de minas. dotadas de espole-
tas autodestructibles. Esto explica su interés en prohibir las mi-
nas “tradicionales”, y nos muestra la coincidencia de objetivos
(consciente o inconscientemente) entre el capitalismo y varias
ONGs (entre ellas Greenpeace. Amnistía Internacional, Intermon,
Médicos Sin Fronteras.
Y. por último, una pregunta de sentido común: ¿evitaría la ONU
el uso de minas antipersonales contra un país del tercer mundo
cuyo gobierno, lacayo al servicio de occidente, tuviese amenazada
su seguridad por la actuación de fuerzas guerrilleras revoluciona-
rias? La proliferación de armas nucleares (Israel, Sudáfrica. India.
Paquistán..), así como el uso de armas químicas y biológicas des-
de la Primera guerra mundial hasta hoy, demuestran la fiabilidad
de los “organismos internacionales de control” cuando está en
juego la estabilidad del sistema capitalista.

Bibliografía:
Mariano Aguirre, Robert Matthews: “Guerras de baja intensidad”. Editorial Fundamentos. Madrid, 1989.
Noam Chomsky, Heinz Dieterich: “Los vencedores. Una ironía de la historia”. Editorial Txalaparta, Tafalla, 1992.
Noam Chomsky: “Año 501 - la conquista continúa”. Ediciones Libertarias/Prodhufi. Madrid, 1993.
Bob Woodward: “Veil: Las guerras secretas de la CIA 1981-1987”. Ediciones B. Barcelona, 1987.
Susan George: “El bumerang de la deuda”. Deriva editorial. Barcelona, 1993.

Artículos de prensa:
Anónimo: ”Die saat des Teufels”. Der Spiegel, Nr.28/10.7.95.
Scott Macleod: “Hidden killers”. Time, Nr. 50/13.12.93. (Hay traducción española: „Asesinos ocultos“. El Pais, 12.12.1993).
Xavier Pastor: “Minas terrestres: asesinos al acecho”. Greenpeace, boletín informativo trimestral Nr. 11/94.
Alfredo Semprún: “Cien millones de minas abandonadas siembran de muerte el tercer mundo”. ABC, 20.11.94.
Fernando Pescador: “Los soldados que no fallan”. El Norte de Castilla, 22.10.1995.
Gúnther Mack: “Das ende der Angst”. GEO, Nr. 7/julio 1994.
Claire Brisset: “La ingeniosidad de los asesinos”. Cuatro Semanas, Año 2, Nr. 15/Abril 1994.
Juan Gallego: “Los costes ambientales del militarismo”. Ecología y sociedad, Nr. 21/Enero 1994
Juan Vivanco: “El precio de las armas”. Enciclopedia “Ecología y Vida”, Vol. III, fascículo Nr. 30/1990.

Si a tí tampoco
te convencen
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grupo libertario
Amor y Rabia
Apdo. 6078
47080 Valladolid
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Jornadas sobre la Explotación Animal
A principios de este año que viene se va a celebrar una
serie de 4 charlas-debate sobre la explotación animal en diversos
campos y sus repercusiones, con una finalidad de concienciación.
El lugar de reunión será el Centro Cívico “Huerta del Rey” situado
al lado de la Feria de Muestras. Durarán dos horas cada una (de
19‘00 a 21‘00 horas) en las tardes del 2,3,4 y 5 con el siguiente
orden:
- Día 2: Dimensión filosófica de la explotación animal
- Día 3: Los animales como espectáculo
- Día 4: La realidad oculta de la vivisección
- Día 5: La alternativa vegetarianalvegana (habrá degustación).
Mantén despierto tu espíritu critico y acércate al centro esos díaas.
Organización a cargo de A.S.S.A. (Alternativa para la Supresión
del Sufrimiento Animal)

JUICIO A OCUPAS

El juicio contra los 21 ocupas

que fueron desalojados de
una villa de La Rubia, que
estaba previsto para el día
11 de diciembre, se aplazó
hasta finales del próximo mes
de enero. Es de destacar la
ausencia de la acusación, no
acudiendo representación
alguna ni del Ayuntamiento ni
de la policía, lo cual provocó
el aplazamiento del juicio
(y no “el sentido paternal
del magistrado”, tal y como
publicó la prensa burguesa).

La CNT y el grupo Amor

y Rabia han sacado un
panfleto contra los jurados
„populares“, en el que se
denuncia, entre otras cosas:
la existencia de grupos
privilegiados que no tienen
que practicar este “derecho
obligatorio”; el chantaje que
supone tener que elegir entre
pagar una multa de 50.000
pesetas, si te opones a ser
jurado, o cobrar esta misma
cantidad por formar parte
de ellos; y que, finalmente,
hay que eliminar la causa
del delito, única forma de
que este desaparezca:
mientras se mantengan las
desigualdades económicas
y sociales, no existirá justicia.
La CNT ha sacado un
par de panfletos pidiendo
el boicot a Telepizza: esta
campaña tiene como
objetivo obligar o esta
empresa a negociar con
los trabajadores unas
condiciones de trabajo
mínimamente dignas.
Es de especial interés
lograr que esta empresa
ceda, ya que sentarla un
precedente en un sector
tan duro para el trabajo
sindical como es el de
las empresas de trabajo
temporal.
Asimismo, ASSA
(Alternativas para [a
Supresión del Sufrimiento
Animal) ha sacado un
panfleto pidiendo el boicot
a Mc Donalds por múltiples
motivos: el costo que
tienen sus productos sobre
el ecosistema (colabora
en la destrucción de la
capa de ozono, destruye
selvas tropicales, derrocha
agua…), la peligrosidad
que tiene su consumo
sobre la salud, las pésimas
condiciones laborales...
JUICIO A UN INSUMISO
El 13 de diciembre se
celebró el juicio al insumiso
Alfonso Pahino, organizandose
una manifestación de apoyo
convocada por CNT y el
grupo Amor y Rabia. Hay que
destacar tanto el boicoteo por
parte de la prensa burguesa,
que no hizo mención alguna a
este acto pese a la numerosa
asistencia (unas 50 personas),
como el comportamiento
chulesco de los polizontes, que
amenazaron a los portadores
de una pancarta diciéndoles
“vais a tener problemas”.