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Como Espera Dios Que Estemos Preparados para Su Regreso
Como Espera Dios Que Estemos Preparados para Su Regreso
Por eso también ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del hombre
vendrá cuando menos lo esperen Mat. 24:44
Cuanto más nos acercamos a la venida de Jesús – y con eso también a la previa
revelación y al gobierno mundial del anticristo – tanto más notamos que el pecado
es cada vez más aceptado y es practicado cada vez más abiertamente. El creyente
está expuesto a esas influencias, y por eso el apóstol Pablo exhorta con
vehemencia en Romanos 13:12 al 14: “La noche está avanzada, y se acerca el día.
Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.
Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en
lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y
no proveáis para los deseos de la carne”.
“Proveer para la carne” significa, llenarse con cosas, ideas y deseos del mundo, al
escuchar, mirar o ir a lugares donde el pecado es “festejado”. La única posibilidad
de mantenerse firme en tales tentaciones es: huir de ellas y hacer lo que dice el
salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”.
Vivimos en un mundo que se oscurece cada vez más. ¿Cómo podemos entonces
reconocer el camino, si no tenemos una luz? Por eso, Pedro dice en su segunda
carta, 1:19: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis
bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que
el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”.
Entre todo esto no debe faltar la comunión con otros cristianos. Yo lo necesito a
usted, y usted me necesita a mí. Pareciera que cuanto más se acerca la venida del
Señor, tantos más creyentes abandonan la comunión con otros, o se convierten en
beduinos espirituales, personas que una y otra vez buscan un lugar diferente. Pero,
la exhortación en Hebreos 10:24 y 25 es mucho más importante hoy: “Y
considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no
dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre…” Y esto está
íntimamente ligado al hecho: “… ¡y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca!”
El creyente que espera al Señor, también está firme. Vez tras vez se presentan olas
de seducción, doctrinas, prácticas y supersticiones nuevas, incluso entre grupos
evangélicos. El Señor Jesús mismo advierte expresamente, en Mateo 24:4, en vista
del tiempo del fin: “¡Mirad que nadie os engañe!”
Cuando el creyente vive con esta convicción, su vida está llena de profundo gozo.
En Filipenses 4:4 y 5 dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos! […] ¡El Señor está cerca!” Un cristiano que piensa siempre en la venida
del Señor y en el cielo, no puede vivir triste.
Cuando vemos lo que el Señor ha hecho por nosotros, lo que Él hace y lo que ha
preparado para nosotros, lo primero que debería poder encontrar en nosotros sería
un profundo amor por Él. El apóstol Pablo termina la primera carta a los corintios
con las palabras: “¡El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema!” ¿Y cómo
demostramos nuestro amor? Al obedecer Su Palabra. Jesús mismo dijo, en Juan
14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el
que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”.
La seguridad que la venida del Señor está a la puerta, nos llena de una profunda
confianza. El hecho es que, a pesar de nuestros errores, sabemos “que el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.
Por eso, cuando dirigimos toda nuestra atención a la pronta venida de Jesús,
nuestra vida entera debería estar compenetrada por una esperanza profunda y
gozosa. Fue así como lo dijo el apóstol Pablo a Tito: “Aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo”.
Todo nuestro pensar, actuar y vivir debería corresponder a esa esperanza, porque
nuestra ciudadanía está en el cielo, “de donde también esperamos al Salvador, al
Señor Jesucristo” (nos dice Filipenses 3:20).