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FERNANDO CASTILLO CACERES ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA (1367) De CUADERNOS DE HISTORIA DE ESPANA INSTITUTO DE HISTORIA DE ESPANA FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS BUENOS AIRES 1991 ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1367 La batalla de Najera, celebrada en las cercanfas de la ciudad riojana, ha sido considerada tradicionalmente como una de las més importantes de la Edad Media hispana tanto por sus efectos como por la entidad y magnitud de los contendientes. En general, la campaiia y el desarrollo del enfrentamiento son bien conocidos, especialmente todo lo referente al Principe Negro y al ejército anglopetrista, pero otras circunstancias per- manecian veladas y un tanto ocultas entre datos y referencias de ilustres cronistas y especialistas actuales +. Najera no sdlo supuso el choque direc- to entre los ejércitos de Enrique de Trast4mara y la coalicién dirigida por Eduardo de Gales, financiada por Pedro I, ni la prolongacién de la guerra de los Cien Afios en la Peninsula Ibérica, sino también resulté la culmi- nacién de una expedicién confusa en la que el heredero inglés, conside- rado el caballero més brillante de su tiempo, cometié errores incompren- sibles tanto politicos como militares, Najera fue igualmente expresién de la vehemencia, de Ja intensa voluntad de poder que posefa el hijo de Alfonso XI y Leonor de Guzmén, decidido a mantenerse en el trono con- tra viento y marea. Don Enrique desplegé durante la empresa tal energia 1 Sobre el reinado de Pedro I y Ia revolucién trastémara se pueden destacar, entre una bibliografla no demasiado abundante, los siguientes trabajos esenciales: SvAnez FenwAnpez, L., Espatia oristiana. Crisis de la Reconquista, Luchas civiles, en “Historia de Espafia” dirigida por R. Menéxpez Prot, t. XIV, Madrid, 1976. VaLbeon Banvgvr, J,, Enrique 11 de Castilla, La guerra civil y la consolidacién del régimen (1366-1971), Valladolid, 1966; Los judios de Castilla y la revolucién trastémara, Valla- dolid, 1967; La Victoria de Enrique II: Los Trastémaras en el poder, en “Génesis medieval del Estado Modemo: Castilla y Navarra (1250-1370)”, Valladolid, 1987, y Diaz Martin, L. V., Itinerario de Pedro I de Castilla, Estudio y Regesta, Valladolid, 1975 y Los oficiales de Pedro I de Castilla, Valladolid, 1987. 108 FERNANDO CASTILLO CACERES qéie le permitié frenar el avance del ejército invasor y obtener una momenténea victoria sobre unas fuerzas de enorme prestigio consideradas invencibles disponiendo de unos medios muy inferiores. Por fin, toda Ja campafia y la propia batalla son una muestra muy adecuada de la enorme importancia militar, econdmica y politica de las Compafifas, de aquellas unidades de soldados profesionales, muy expertos y entrenados, con equi- po propio, que se alquilaban al mejor postor en Ios perfodos de tregua que conocié la Guerra de los Cien Afios durante el siglo XIV. El peso especifico de estas unidades y su influencia en los asuntos peninsulares de la época tienen en Najera y los acontecimientos que rodean al choque un botén de muestra idéneo. Tradicionalmente se ha aludido a los personajes que dirigian las Compaiifas, pero quizés no se habfa resaltado lo sufi- ciente su papel y relieve en las fuerzas contendientes y en el desarrollo de los acontecimientos. Cuando alrededor del 20 de febrero de 1367 el ejército anglogascén dirigido por Eduardo, Principe de Gales, conocido como el Principe Negro por la armadura pavonada que lucfa en el combate, inicié el ascen- so del paso de Roncesvalles, en el reino de Navarra, en direccién a Cas- tilla para restaurar en el trono a Pedro I, se estaba consumando la interna- cionalizacién de la guerra civil castellana que enfrentaba abiertamente a Enrique de Trastamara y al legitimo monarca desde el afio anterior. El choque dindstico entre el bastardo Enrique y el reconocido descen- diente de Alfonso XI, Pedro I, no sélo reflejaba el conflicto de intereses y la situacién de crisis generalizada que atravesaba Castilla, sino también expresaba la rivalidad entre los reinos peninsulares al tiempo que conti- nuaba el enfrentamiento que mantenfan Francia e Inglaterra desde el primer tercio de la centuria y del que la guerra civil castellana era un episodio mas. En 1366, Enrique de Trastimara, incansable en su constante batallar por imponerse a su hermanastro desde prdcticamente los primeros afios de su reinado, consiguié aquello que habfa perseguido durante largo tiem- po, y por lo que habfa sufrido derrotas y sinsabores que Je habfan Nevado al exilio, a mendigar ayuda en las cortes francesa y aragonesa y a emplear- se como jefe de Compafifa al servicio de Carlos V. En este afio Enrique de Trastimara logré el apoyo de Francia y de Aragén, no sin reticencias ni concesiones por parte del futuro rey, debido a Ja especial situacién que atravesaba el Occidenté cristiano afectado por Ja que serfa la Guerra de Tos Cien Affos. Firmada la Paz de Bretigny entre Francia e Inglaterra a causa de las dificultades de todo tipo surgidas en la segunda mitad del siglo XIV y al agotamiento de los contendientes, el conflicto entre ambos permanecia en una pausa desfavorable para los galos, claramente derrotados en la prime- ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1867 109 ra fase de la guerra, en la cual precisamente el Principe de Gales. habfa tenido un lucido papel al frente de sus caballeros. Carlos V, el nuevo rey francés ansiaba desquitarse y recuperar el terreno perdido al tiempo que cambiar el balance de alianzas existentes hasta la fecha. En la Peninsula Ibérica, Aragén giraba en la érbita francesa por temor a Castilla, con quien habia mantenido varias guerras a lo largo del reinado del hijo legitimo de Alfonso XI. El rosario de enfrentamientos entre Pedro I y Pedro IV expresaba tanto el poderio castellano como sus aspiraciones hegeménicas sobre el conjunto de los reinos peninsulares. Castilla por su parte se man- tenia fiel a la alianza acordada con Inglaterra desde 1362, beneficiosa para ambos; gracias a ella Eduardo III vefa como quedaba conjurado el peligro de que la poderosa flota castellana del Cantdbrico combatiera del lado francés, desequilibrando el control inglés del Canal, mientras que Castilla vefa confirmada la proteccién y el libre comercio que mercaderes y marinos mantenian con Flandes, lo que implicaba fortalecer econémica- mente la fachada cantdbrica y la exportacién de lana o hierro. Francia deseaba alterar esta situacién desfavorable y nada mejor para ello que apoyar la candidatura del bastardo Enrique de Trastimara, de clara inclinacién francéfila. Este estaba respaldado por la mayoria de los grandes linajes del reino los cuales, ademis de estar muy afectados por la crisis econémica de la centuria, se encontraban enfrentados con el Rey Cruel a causa de su politica autoritaria. Los nobles vefan en el hermanas- tro de don Pedro a un monarca que concederfa mercedes y gobernaria de acuerdo con los intereses del estamento. Para el reino galo, la entroniza- cién de Enrique suponfa alterar el equilibrio internacional y asestar un duro golpe a los intereses ingleses ya que toda la Peninsula Ibérica, excep- to Portugal, pasarian a girar en la érbita francesa. Para Aragén el des- tronamiento de Pedro I suponfa eliminar a un peligroso enemigo, a un monarca que representaba un perpetua amenaza, y sustituirlo por un rey que llegaba al trono cargado de obligaciones, encontréndose con un reino debilitado e incluso dividido, lo que aseguraba su neutralizacién durante largo tiempo. Sin embargo, a pesar de todo, Pedro IV veia: con recelo un apoyo sin contrapeso a Enrique de Trastémara, ya que desconfiaba de las futuras intenciones del pretendienté. una vez en el trono. Por el contrario, para Inglaterra, el mantenimiento de la situacién existente era de un interés estratégico prioritario dada la relevancia del teino castellano; de ahi que Eduardo III y el Principe de Gales conser- varan, desde Londres y Burdeos, respectivamente, sus lazos con Pedro I conscientes de la importancia que tenfa el reino de Castilla en el compli- cado juego de fuerzas que movia la guerra con Francia, En 1365, Pedro IV el Ceremonioso se vio obligado a reconocer la candidatura de Enrique de Trastmara para obtener el apoyo de Francia 110 FERNANDO CASTILLO CACERES én la guerra que mantenfa con Castilla. A cambio de ello acudirian a su teino una serie de mercenarios encuadrados en unas Compajifas de breto- nes, gascones e ingleses que vagaban asolando las campifias de Francia desde el fin de las hostilidades con Inglaterra *. Carlos V estaba deseoso de librarse de tan incémodos huéspedes asi que encontré en el apoyo a Enrique de Trastémara y Pedro IV de Aragén la ocasién para enviar fuera del reino a los soldados que carecian de ocupacién, al tiempo que inten- taba sustituir en el trono castellano al angléfilo Pedro por el francéfilo Enrique, obteniendo de esta forma un seguro aliado en la lucha contra Inglaterra Las Compafifas eran unos grupos de caballeros, aventureros y fugiti- vos, todos ellos formidables luchadores, que se agrupaban alrededor de un noble que les dirigia, alquilandose a quien pagase sus servicios. Expre- sién de un periodo de lucha generalizada en el Ambito atlantico europeo, constituian un medio de hacer carrera y riqueza para aquellos segundones © miembros de la baja nobleza muy afectados por la crisis del siglo XIV. Refugio de exiliados y perseguidos, entre los jefes de Compafiia se pueden encontrar algunos de los primeros nombres de la centuria, desde Beltran Du Guesclin al propio Enrique de Trastémara y sus hermanos don Tello y don Sancho. La actuacién del bastardo como jefe de una Compafifa durante los afios 1361 y 1362 al servicio de Arnauld D’Audrehem, mariscal de Francia, lleva a Kenneth Fowler a afirmar que el empleo de mercenarios extran- jeros en Espafia en la segunda mitad del siglo XIV se hizo a iniciativa hispana, ya que serfa el propio Enrique quien impuls6 el reclutamiento de los mercenarios, iniciativa a la que era del todo ajena la voluntad del soberano francés 3. Las Compaiifas reclutadas para la guerra con Castilla fueron concen- tréndose en Avitién y° Montpellier, financiadas por Carlos V, Pedro IV y el Papa Urbano V, ansioso también por ver desaparecer a los mercenarios de su territorio y fuera del trono a Pedro I, un monarca que se habia enfrentado con la alta jerarquia eclesidstica del reino. La reunién de un 2 Jean Delumeau én su obra El miedo en Occidente, Madrid, 1989, alude al ancestral temor existente en Europa, especialmente en Francia y Alemania, al paso de los soldados a causa del pillaje y las tropelias que cometian (p. 246). Sobre los efectos del paso de las Compafiias en Navarra se puede ver: AZCARATE AGUILAR-AMAT, Puan, El azote de las Compafiias y sus estragos en Navarra (1366-1967), “Hispania” No 177, 1991, pp. 73-101. 3 'Fownen, KeNNetx, Liemploi des mercenaires par les pouvoirs iberiques et Vintervention militaire anglaise en Espagne (vers, 1961 - vers. 1879), en “Realidad e imagenes del poder real, Espaiia a fines de la Edad Media”, Coord, Adeline Rucquol, Salamanca, 1988, p. 26. ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1367 lll ejército no muy numeroso pero altamente efectivo y profesional junto con el apoyo politico y financiero de los reyes de Francia y Aragén permitié a Enrique de Trastamara penetrar en Castilla en 1366 y evar a cabo una campafia reldmpago aprovechando los recursos y el respaldo obtenido en los primeros momentos. La fulminante ofensiva dirigida por el Tras- témara tuvo gran éxito a pesar de las reticencias del rey aragonés acerca de la direccién de las fuerzas expedicionarias, aunque acabé por ceder el mando al castellano. a causa de la presién del monarea galo, y al deseo de ver partir del reino a los mercenarios reclutados por el pretendiente. El ejército de Enrique tenfa como punta de lanza a las Compafifas diri- gidas por Beltran Du Guesclin, formada por bretones, y Hugo de Calveley, integrada por ingleses y gascones. También tenfan gran importancia las Compafifas dirigidas por Eustache de Auberichourt, caballero de Hai- nault, y Gourderon de Raymont, Sefior de Aubeterre, pero su influencia no es comparable a la de los primeros. Las tropas aportadas por Aragon y los caballeros castellanos favorables al Trastamara completaban los efectivos de las fuerzas invasoras, Pedro I, a pesar de contar con un ejército experimentado y fogueado en combates contra aragoneses y granadinos, no pudo hacer frente a las tropas de las Compafiias, los mejores combatientes de una época prédiga en figuras bélicas. Se retiré de Burgos hacia el sur mientras su hermanas- tro era proclamado rey y daba comienzo el llamado “primer reinado”. Mis tarde, en junio, tras abandonar Toledo y Sevilla, se dirigié hacia Portugal desde donde consiguié llegar a Galicia, lugar en el que Fernan- do de Castro se mantenia en su favor. Pareceria que la situacién era claramente desfavorable al rey legitimo tras la proclamacién de Enrique en Burgos, pero la realidad era otra. No sélo el pretendiente no habia ocupado todo el reino, sino que muchas plazas sostenian el pabellén petrista. Tampoco se habia producido el espe- rado apoyo popular; por el contrario, Pedro I cada vez conciliaba mAs voluntades. Para colmo, el gravoso mantenimiento de las Compaififas se vela comprometido a causa del agotamiento de los fondos por lo que su licenciamiento parecia préximo a pesar de las mercedes y recompensas concedidas por Enrique a sus capitanes. En esta situacién tanto el obispo de Santiago como Fernando de Cas- tro aconsejaron a Pedro hacer frente al cada vez mas debilitado invasor resistiendo en Galicia y marchar desde all{ sobre Zamora 4, Sin embargo, el rey hizo caso omiso de estas recomendaciones y, deseoso de acabar con su hermanastro, se dispuso a lograr su objetivo mediante el concurso de la ¢ Remito a la obra de Sudnez FenwAwpez citada en la nota 1 (pp. 107 y ss.). 12 FERNANDO CASTILLO CACERES victoriosa Inglaterra, lo que suponia la definitiva internacionalizacién del enfrentamiento civil que afectaba a Castilla. Siguiendo los consejos de Mateo Fernandez, Pedro I partié en una carraca de La Corufia en direc- cién a los dominios gascones de Eduardo, Principe de Gales, en busca de la ayuda inglesa para recuperar su reino, La opeién tomada por el rey castellano se apoyaba en el estado de tregua existente entre Francia e Inglaterra, el cual permitfa suponer que los contendientes aprovecharfan cualquier oportunidad mediante terceros para debilitar al adversario. Tras un accidentado viaje, el rey de Castilla y el Principe de Gales se entrevistaron en Cap Breton, un lugar situado al norte de Bayona, donde el inglés, presionado por su padre Eduardo IIL, acepté apoyar a Pedro I frente a Enrique de Trastamara y la coalicién franco-aragonesa que le respaldaba. A pesar de los planteamientos estratégicos que aconse- jaban amparar a todo aquello que perjudicase los intereses franceses, el Principe Negro estaba poco inclinado a establecer una alianza con el mo- narca castellano. Para alguien como Eduardo, que encarnaba todos los valores de la caballeria, unirse al rey Pedro, de tan escasas virtudes caba- Tlerescas, famoso por su crueldad y deseos de venganza ‘>is era una inicia~ ciativa dificil de aceptar. Sin embargo, la influencia de su padre, la im- ‘bis Acerca de la imagen de Pedro I como antiespejo de principes y para su consideracién historiogrifica, ver: Mrrne FenwAnpez, E., La historiografia bajome- dieval ante la revolucién trastémara: Propaganda politica y moralismo, en “Estudios de Historia Medieval en homenaje a Luis Sudrez Fernindez”, Valladolid, 1991, pp. 333- 347, Este autor muestra su creciente interés por el tema dado que registra una serie de trabajos en prensa (p. 334, nota 4): “Crisis y legitimaciones dindsticas en la Peninsula a fines del siglo XIV”. Entre la justificacién doctrinal y la memoria histérica, en Bandos et querelles dynastiques en Espagne a la fin du Moyen Age, Coloquio de la Sorbonne, Paris, 1987; “El Canciller Ayala y la memoria histrica de un cambio dindstico”, conferencia pronunciada en Montiel el 30 de abril de 1988 y “Nobleza y poder real en la Castilla de los primeros Trastamaras”, ponencia presentada en el Congreso sobre VI Centenario del Principado de Asturias, Oviedo, 6 de diciembre de 1988, Sobre propaganda y aspectos politicos de la realeza en el periodo se puede consultar el ya clasico trabajo de J. Gmseno Casatpuzno, La imagen del monarca en la Castilla del siglo XIV, Madrid, 1972, J. Vatpn6x Banugue, La propaganda ideolégica como arma de combate de Enrique de Trastémara, en “Historia, Institu- ciones, Documentos”, 19, 1992, pp. 459-467, asi como Nizro Soria, J. M., Los funda~ mentos ideoldgicos del poder real en Castilla. Siglos XIII-XVI, Madrid, 1988. “Les cleres du roi et les origines de Petat moderne en Castille: propagande et legitimation (XIII éme-XV éme sigcles)” en Journal of Medieval History, 18 (1992), pp. 297-818, y la recientemente-publicada, Las ceremonias del poder en la Espafia Medieval. Pro- paganda y legitimacién de la realeza Trastémara en Castilla, que sin duda es en extremi ‘itil y clarificadora. Por tiltimo Casto Chcsnes, F., Los simbolos del poder real en las monedas de Pedro I de Castilla, en “Actas del VI Congreso Nacional de Numis- mitica”, 1989, Madrid, 1992, ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1867 1s portancia estratégica del conflicto castellano para Inglaterra, junto al rechazo de cualquier acto que significase apoyar a un usurpador en per- juicio del legitimo soberano y el temor a Ja presencia de un monarca fran- céfilo en el trono de Castilla, acabaron por decidir al Principe de Gales de tal manera que Pedro I fue aceptado como huésped al tiempo que se preparaba la invasién del reino castellano °. Segiin P. E. Russell, las medidas tomadas en Gascufia para levar a cabo las operaciones contra Enrique II son poco conocidas en sus detolles, pero se sabe que ya en agosto de 1366 se establecieron los primeros con- tactos con los sefiores gascones mientras Sir John Chandos comenzaba a negociar con los jefes de las Compafifas que permanecian en el Longue doc. De nuevo, como ocurrié con ocasién de la invasién de Castilla efec- tuada por Enrique de Trastamara, las Compafifas van a jugar un papel primordial entre los efectivos del ejército dirigido por el Principe de Gales y en el conjunto de la campafia. En septiembre de 1366 se celebré en Bayona una reunién entre Pedro I, Carlos II de Navarra, el Principe de Gales y los sefiores gascones, con el Conde de Armagnac a la cabeza, para acordar los aspectos generales de la invasién del reino castellano y la restauraci6n de Pedro. Se acordé que la entrada en Castilla se habria de producir a principios del aiio siguiente y que la empresa seria sufragada por el monarca destronado. Este habia hecho un largo viaje desde su huida de Sevilla Ilevando consigo un rico tesoro en monedas y, sobre todo, joyas y piedras preciosas. Resalta Hilda Grassotti en un sugestivo trabajo* la importancia de estos bienes en el exilio gascén de Pedro, ya que sirvieron para financiar el enrolamien- to de los mercenarios, a pesar de no ser muy apreciadas las gemas y las joyas por los routiers, necesitados de metal amonedado, y para ganar volun- tades entre las damas y caballeros de Ja corte de Burdeos. Mientras tanto, Sir John Chandos y Thomas Felton fueron encargados por el Principe de reclutar las Compaiifas disponibles para formar la base del ejército que habfa de invadir Castilla. La reunién de Bayona fue continuada con la celebrada en Libourne, cerca de Burdeos, el 23 del mismo mes entre los reyes de Navarra y Cas- 5 Russet, P. E., The English Intervention in Spain and Portugal in the time of Edward 111 and Richard if, Oxford, 1958, p. 61 y ss. % Gnassorm, Hmpa, El tesoro de Pedro el Cruel, Archivo Espafiol de Arte 242, Madrid, 1988, pp. 144-152. En lo que se refiere al tesoro del monarca castellano existen referencias en Fennanois, J., Datos documentales para la historia del arte espafiol. III. Inventarios reales (Juan Ha Juana la Loca), Madrid, 1943, pp. II-IX. También se puede consultar Lapeno Quesapa, M. A., Fiscalidad y poder real en Castilla (1252-1369), Madrid, 1993, pp. 339-340, asi como el siempre sugerento libro de MorAx, M. y Cuca, F., El oleccionismo en Espafia, Madrid, 1985, pp. 15-40. 14 FERNANDO CASTILLO CACERES tilla con Eduardo de Gales. Este encuentro fue la auténtica base en la que se apoyé la ayuda prestada por Inglaterra y la colaboracién de Nava- rra ‘a la empresa. El resultado fueron los Ilamados Acuerdos de Libourne que suponian enormes concesiones territoriales y monetarias por parte del rey castellano. Navarra, por permitir el paso de las tropas por su territorio y mantener una postura de tibia beligerancia frente al Trastdmara, obte- nfa importantes ganancias territoriales entre las que destaca el acceso al mar a través de Guipizcoa. A ello habia que afiadir 220.000 florines en concepto de indemnizacién por los dafios que pudiera producir el paso del ejército y las tropas que prestaria a la empresa. Por su parte, Inglaterra recibirfa Vizcaya y Castro Urdiales asi como ventajas y exenciones con- cedidas a peregrinos y mercaderes ingleses, amén de medio millar de florines en concepto de pago por los gastos sufridos por el Principe Negro. Los acuerdos de Libourne suponian hacer a Inglaterra poco menos que invulnerable’, al tiempo que permitian la aparicién de una nueva poten- cia atldntica, capaz de rivalizar con Francia y Castilla pero dependiente de IngTaterra: Aquitania. Con las concesiones obtenidas de Pedro I, Eduar- do consegufa ampliar sus dominios de Guyena y Gascufia por el norte de Castilla, una zona desarrollada de vocacién marinera y mercantil, lo que permitia convertirse en el sefior de un dominio estratégico con impor- tantes proyecciones econémicas. Por el contrario, para Pedro I el acuerdo firmado era una enorme carga que limitaba su capacidad de accién en el futuro. En realidad, la magnitud de las concesiones hechas por el rey castellano hacen dudar de su intencién de cumplirlas. Da Ja impresién, de que Pedro acepté las condiciones impuestas por Eduardo y Carlos de Navarra con el fin inmediato de expulsar del trono a su hermanastro, de- jando el problema del cumplimiento de sus obligaciones para mas adelante. En Castilla, Enrique de Trastamara continuaba con su empresa de pacificar el reino, en el que numerosas zonas, especialmente de Galicia y Leén, permanecian fieles al rey legitimo. Esta actividad bélica coincidia paradéjicamente con la progresiva desarticulacién del ejército que habia invadido Castilla al mando del pretendiente, al producirse la retirada de las Compaiifas gasconas e inglesas a su servicio, las cuales constitufan, junto a aquéllas de origen francés, la parte esencial de las tropas que habian expulsado a Pedro I del reino, Enrique era consciente de los dafios que sufria el territorio castellano a causa del deambular de las tropas mer- cenarias y de los excesos cometidos, al tiempo que sus recursos financie- ros disminufan alarmantemente, siendo cada vez més dificil pagar sus servicios, Esta situacién Hevé al Trast4mara a licenciar a la mayoria de las Compafifas y a quedarse s6lo con las més fiables y eficaces, concreta~ T Russext, P. E., Ob. cit., p. 67. ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1867 115 mente Jas francesas, consciente de su debilidad si prescindfa de aquellas tropas que tan bien conocia y tan extraordinarios servicios le habian pres- tado. Esta circunstancia revelaba las carencias de Enrique, quien tenia que contemplar impotente cémo se retiraba la mayoria de sus mejores tropas en un momento critico en el que Ja amenaza de una intervencién extranjera era cada vez mAs evidente, y en el reino amplias zonas conti- nuaban bajo control petrista, El] hecho de conservar a su lado a las Com- pafifas de Beltran Du Guesclin y Hugo de Calveley ponfa de manifiesto la debilidad y dependencia de Enrique, asi como la enorme importancia de las Compaiifas' de mercenarios en las filas trastamaristas. A pesar de la dificil situacién que atravesaba, agravada por el distan- ciamiento de Aragén y Francia, sus aliados tradicionales, el futuro Enri- que II logré rechazar en octubre de 1366 una precipitada penetracién de tropas castellanas enviadas por Pedro I desde Gascufia para reforzar algu- nas plazas del valle del Ebro que permanecian bajo su obediencia, mien- tras continuaba en la lucha contra los gallegos favorables a Pedro, quienes, bajo el mando de Fernando de Castro, resistian con éxito en ciudades como Lugo. Al finalizar 1366 se incrementaron los preparativos en Gascufia para constituir el ejército que bajo el mando del Principe de Gales debfa entrar en Castilla y restituir en el trono al derrocado Pedro I. Era evidente que Eduardo III de Inglaterra tenfa la intencién de utilizar a su hijo para la empresa peninsular y de tal forma guardar las apariencias en su conflicto con Francia, momentaneamente detenido a causa de la Paz de Bretigny. Si Carlos V utilizaba a Aragén y a Enrique de Trastdmara como peones en su enfrentamiento con Inglaterra, Eduardo III recurria a la ficcién que suponfa considerar la intervencién del Principe Negro en Castilla como un asunto interno de Aquitania. Ante la evolucién de los acontecimientos y la inminencia de una inva- sién inglesa de Castilla, Pedro IV de Aragén comenzé a inclinarse por una politica de neutralidad, temeroso de convertirse en un ciego instrumento de Francia y en enemigo de Inglaterra. El terror que inspiraban las fuer- zas dirigidas por el Principe de Gales, brillante vencedor en Poitiers, y el retraso de Enrique de Trastdmara en cumplir las promesas realizadas antes de la invasién, decidieron la neutralidad de Aragén en el inminente conflicto, Ante la presencia de un formidable ejército a escasa distancia de sus fronteras, Pedro IV, leno de temor por un posible ataque de las terribles fuerzas de Eduardo de Gales, procuré con todas sus fuerzas per- manecer al margen de la guerra que se avecinaba. Portugal, el otro reino peninsular, fue sensible a la diplomacia inglesa y aseguré su neutralidad en los acontecimientos que se avecinaban, mientras que Francia, ain no 16 FERNANDO CASTILLO CACERES repuesta de los terribles afios sufridos con anterioridad a la Paz de Bre- tigny, consciente de su inferioridad y descosa de evitar el choque directo con Inglaterra, aunque fuera por medio de Aquitania, se aparté de los asuntos peninsulares. El resultado fue la soledad y la extrema debilidad de la posicién de Enrique de Trastémara al comenzar 1367. Sin embargo, el pretendiente no era un hombre que se amedrentase f4cilmente, asi que, con una presencia de 4nimo admirable, se dispuso a jugar las escasas bazas que quedaban en su mano, Consciente de su debi- lidad, acentuada por una creciente impopularidad en el interior del reino y una intensa falta de dinero, don Enrique se apresuré a acercarse a Nava- rra, conocedor de la volubilidad de Carlos II y de la importancia estra~ tégica de su reino. Gracias a los buenos oficios de Beltran Du Guesclin, un personaje cuya importancia rebasa el Ambito militar, y del arzobispo de Zaragoza, quien seguia instrucciones del rey de Aragén interesado en que las fuerzas inglesas no entrasen en la Peninsula, se acordé una entre- vista entre el rey de Navarra y el pretendiente en un pueblo castellano fronterizo con el reino pirenaico. La entrevista de Santa Cruz de Cam- pezo, celebrada a principios de enero de 1367, se zanjé con el acuerdo del navarro de impedir el paso del Principe de Gales a cambio de la cesién de Logroiio y del pago de 60.000 dobias, adem4s del compromiso de Enri- que de acudir en ayuda de Carlos II en caso de ser atacado por el Princi- pe Negro. Quedaba claro que el verdadero beneficiado del conflicto penin- sular era el rey de Navarra, ya que de ambos contendientes obtuvo pin- giies ganancias a cambio de un escaso compromiso, Afirma Russell que, a pesar de la conocida inclinacién de Carlos I al incumplimiento de las promesas, en Burgos y Barcelona reiné el optimismo. durante un breve periodo a comienzos de 1367 ya que se pensaba que, cerrado Roncesvalles y adentrado el invierno, era casi imposible que el Principe de Gales pudie- se penetrar en la Peninsula Ibérica *. En Aquitania, el Principe Negro, acompafiado de Pedro I, ultimaba los preparativos de la expedicién, Las tltimas Compafifas se iban reunien- do con el resto del ejército anglo-gascén al tiempo que Juan de Lancaster, hermano del Principe, se incorporaba con los 400 arqueros ingleses reclu- tados a iniciativa de Eduardo III, Las noticias recibidas en el sur de Fran- cia acerca de la reunién de Santa Cruz de Campezo impulsaron al Prin- cipe a ordenar al jefe de Compaiila Hugo de Calveley, hasta entonces al servicio de Enrique de Trastémara y ahora bajo las banderas de Gascufia, que penetrase en Navarra desde el norte de Castilla donde aun permane- & Ibidem, pp. 77 y 78. ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1367 7 cfa, probablemente intentando conciliar a sus dos sefiores, La accién de Calveley, quien casi se planté en Pamplona con sus tropas sin apenas esfuerzos, impulsé a Carlos II a correr junto al Principe Negro y Pedro I en una reunién celebrada en Peyrehorade, lugar cercano a Bayona, en cuya abadia el rey de Navarra reiteré su respeto por los acuerdos de Libourne y excus6 su acercamiento a Enrique de Trastamara. Garantizado el concurso del navarro y, por consiguiente, la disponibilidad de Ronces- valles, la sefial para el comienzo de la expedicién estaba dada. Aunque existe un comin acuerdo en considerar Ja dificultad de pre- cisar detalladamente la totalidad de las fuerzas del ejército del Principe de Gales y su composicién, se puede dar una idea bastante aproximada de cudntas y cudles serian las que invadieron el reino de Castilla en 1367. De acuerdo con las informaciones proporcionadas por Froissart, Lopez de Ayala y el anénimo autor del Heraldo Chandos se ha fijado entre 6.000 y 10.000 el mimero de hombres que dirigia Eduardo de Gales, Los més conocidos investigadores han situado entre estas cifras el total del ejército anglogascén, Russell afirma que el Principe disponia habitualmente de alrededor de 4.000 caballeros, repartidos entre arque- ros y hombres de armas, por lo que resulta dificil pensar que el resto de los guerreros que formaban su ejército pudieran rebasar los 6.000. Ello le leva a no descartar que la realidad del conjunto fuera inferior a 10.000, cifra dada por Lépez de Ayala y prdcticamente aceptada hasta ahora. Uno de Jos wiltimos historiadores que se ha ocupado de la expedicién, Kenneth Fowler, ha rebajado las cifras de partida a 8.000 hombres, inclin4ndose preferentemente por los 6.000, cantidad que se abre paso como la mds cercana a la realidad. El conjunto del ejército que se dirigfa contra Enrique de Trastémara era un heterogéneo mosaico de fuerzas constituido por las Compafifas de mercenarios ingleses y gascones; los caballeros y jtnetes castellanos parti- darios de Pedro I que se habjan concentrado en Aquitania; las fuerzas de los sefiores gascones, encabezados por el Conde de Armagnac; los arago- neses seguidores de Jaime de Mallorca y contrarios a Pedro IV el Cere- monioso; las tropas procedentes de las guarniciones inglesas de Gascuiia y Jos efectivos enviados desde Inglaterra por Eduardo III al mando de Juan de Lancaster. Segiin Russell, casi la mitad del ejército reunido pro- cedia de las guarniciones inglesas del érea gascona mientras que Fowler afirma que Jos contingentes de las Compajifas constituian entre la tercera parte y la mitad del total del ejército del Principe de Gales. Es decir, que los mercenarios y las tropas inglesas eran la mayorfa de los hombres de las fuerzas invasoras en un porcentaje abrumador. is FERNANDO CASTILLO CACERES Las Compaiiias eran tropas que destacaban por su preparacién y eficacia, lo que se unfa a la cuantia numérica con que contaban en el seno del ejército anglogascén para confirmar su importancia. Bearneses, gasco- nes, ingleses que servian en las distintas Compaiifas fueron incorporados a Jas fuerzas del Principe Negro, quien estaba especialmente interesado por aquellos grupos de mercenarios que habfan regresado de Castilla trad com- batir a sueldo de Enrique de Trastimara. La buena labor Ievada a cabo por Sir John Chandos se tradujo en la incorporacién al ejército de una serie de Compafifas —14, segén Fowler— identificadas por este autor a partir de una obra atribuida al caballero inglés conocido como Heraldo Chandos y que, gracias a Jean Froissart, pueden ser situadas en el con- junto del ejército del Principe Eduardo®. La mayor parte de las mismas fueron colocadas en la vanguardia bajo el mando de Lancaster y Chandos, siendo su contribucién decisiva para el triunfo de Najera. Otra parte nada desdefiable de las Compaiifas las situé el Principe Negro en Ja retaguardia bajo su mando para prevenir los efectos de una eventual derrota de la vanguardia, De acuerdo con Fowler, las Compaiifas desempefiaron un papel fundamental en el dispositivo del ejército aliado y en el desarrollo de los acontecimientos *. Una vez reunido un ejército formado por la flor y nata de la caballe- ria de la época, como decia Froissart y el propio Canciller Ayala quien, pese a su condicién de combatir en Ndjera bajo los estandartes de la Banda y ser fiel a Enrique de Trastamara, no deja de reconocer la importancia del contingente agavillado junto a los Pirineos, el momento de la marcha era cuestién de horas, A pesar de que pueda parecer extrafio iniciar una campafia en un mes de invierno, m4xime teniendo en cuenta los parajes que habia de atravesar el ejército anglo-gascbn, habia una serie de razones que aconsejaban al Principe Negro comenzar la marcha, En primer lugar, hay que tener en cuenta que, segin Pierre Conta- mine, las campafias invernales fueron relativamente numerosas durante Ja Edad Media, aunque sin duda inferiores en ntimero a las llevadas a cabo alo largo del verano. En un anilisis de 120 batallas libradas a lo largo de los siglos XIV y XV, efectuado por W. Erben, aparecen dieciocho de ellas celebradas entre diciembre y marzo, lo que confirma lo anteriormente ® Fowzen, Kenners, Ob. cit., pp. 36 y ss. Este autor se basa en La ole du Prince Noir, ed. D. B, Tyson, Tubingen, 1975, atribuida al Heraldo Chandos, para todo lo relativo a las Compaiiias y a la expedicién del Principe de Gales a Castilla. * Ver apéndice 1, ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1367 119 afirmado por Contamine ™, Otras razones para iniciar Ja expedicién en los meses invernales fueron las dificultades financieras para mantener durante largo tiempo a un ejército de grandes dimensiones, el cual gene- raba unos elevados gastos que corrian de momento a cargo del hijo de Eduardo III, asi como el deseo de evitar la consolidacién de Enrique de ‘Trastamara en el trono castellano. Si estos motivos eran de por si suficien- tes para recomendar el comienzo del ataque, a ellos hay que afiadir la casi segura presién de Pedro I para iniciar cuanto antes las operaciones encaminadas a recuperar el trono de Castilla. Todos estos factores, junto a la neutralidad que con toda seguridad mantendrian Portugal, Aragén, Francia y el Bearn, aconsejaban emprender la campafia..A mediados de febrero del afio 1367 el ejército dirigido por el Principe de Gales inicié su marcha hacia Roncesvalles desde sus dominios gascones. En él mar- chaban Pedro I, Jaime de Mallorca, el Duque de Lancaster, los Condes de Foix y Armagnac, el Captal de Buch, Sir John Chandos, Condestable de Guyena, el sefior de Albret y otros tantos caballeros y jefes de Compa- fifas que combatfan al lado del Principe Negro.. Junto a los hombres de armas estaban los arqueros ingleses, probablemente los combatientes mAs efectivos de la época, aureolados con los triunfos de Crecy y Poitiers; quienes marchaban montados portando su long bow de madera de tejo capaz de atravesar con sus flechas una armadura, as{ como combatientes auxiliares de infanterfa y ballesteros hasta completar los alrededor’ de 8.000 hombres de que constaba el total de los efectivos a las érdenes del heredero de la Corona inglesa. Este ejército iniciaba la expedicién bajo la direccién de un experto combatiente como el Principe de Gales, quien entre octubre y noviembre de 1355 habfa cruzado el sur de Francia, desde sus dominios gascones hasta el Mediterréneo, regresando a sus bases tras haber recorrido. casi 1.000 kilémetros saqueando campos y ciudades y reunir un inmensso botin, Ahora, doce afios después, a los caballeros que acompafiaban a Eduardo de Gales les animaba idéntico entusiasmo, convencidos de poder répetir Ja fructifera aventura francesa por tierras castellanas mientras restauraban en su trono a un rey legitimo desposefdo por un bastardo. Précticamente todo lo que un noble del siglo XIV necesitaba para partir a ‘una campafia era la causa justa. que el Principe de Gales decia defender y las perspec: tivas de botin y dinero que ofrecfa la expedici6n. 10 -Conrs sane, Panuiprs, La Guerra en la Edad Media; Barcelona, 1984, p. 285, y Ensen, W., Kricgsgeschichte des Mittelalters, Berlin, 1929, citado por Philippe Contamine (p. 285, nota 67). 120 FERNANDO CASTILLO CACERES El 19 de febrero, Pedro I escribié al Concejo de Murcia una carta en la que anunciaba su paso a Castilla al dia siguiente e instaba a la rebe- lién del reino contra Enrique de Trastémara. Esta misiva, escrita proba- blemente en San Jean Pied de Port preludia el inicio del paso de Ronces- valles del ejército del Principe de Gales, cuya vanguardia debié comenzar el ascenso ese mismo dia. La composicién del ejército del Principe Negro y su organizacién en el momento de abandonar el territorio propio y entrar en los dominios navarros peninsulares, nos la revela Jean Froissart al relatarnos el orden de paso por Roncesvalles de las fuerzas aliadas 1, De acuerdo con su rela- to, el primer grupo en pasar el desfiladero fue la vanguardia —la primera batalla— dirigida por el Duque de Lancaster, apoyado por el Condestable de Guyena, Sir John Chandos. Formada por alrededor de 3.000 hombres, agrupaba ala mayorfa de las Compafifas dirigidas por capitanes gascones, ingleses e incluso bearneses, asi como a arqueros ingleses. Era probable- mente la parte més importante del ejército invasor junto con el cuerpy principal del mismo, mandado por el Principe de Gales. Precisamente esta parte, la segunda batalla, fue la que cruzé Roncesvalles tras las huestes de Lancaster. Al mando de Eduardo, los capitanes de Compaiifa y la mayoria de los sefiores gascones vasallos del Principe, se adentraron en la parte peninsular del reino de Navarra en direccién a Castilla. Junto a las tropas anglo-gasconas marchaban los escasos ofectivos castellanos y navarros que participaban en la expedicién acompafiados por Pedro I de Castilla y Car- los If de Navarra, quien tras haber hecho acto de presencia junto a sus aliados procuré quitarse de en medio utilizando una estratagema median- te la cual el capit4n Oliver de Mauny tendria que simular tener retenido al navarro en el castillo de Borja. Cerraba la marcha a través de los Piri- neos la tercera batalla, dirigida por el Conde de Armagnac acompafiado por Jaime de Mallorca y el Captal de Buch, formada por sefiores gascones y varias Compafifas de mercenarios *. EI paso del ejército de Eduardo de Gales por Roncesvalles se alargé durante varios dias aunque las tinicas dificultades que encontré fueran las derivadas de la orograffa y la estacién. Una vez que la hueste descendié hacia Pamplona estaba en el 4nimo de todos los participantes la satisfac- cién de haber superado quizd el mayor obstdculo de toda la campafia. La rapidez con que avanzaban las fuerzas antitrastamaristas tras pasar el 11 Frorssart, Jean, Les Chroniques, 19, Paris, 1890, pp. 523-524, Libro I, Parte II, Cap, CCXIV-CCXVI, * Ver apéndice 2. ANALISIS DE UNA BATALLA: NAJERA 1367 121 desfiladero debia ser grande, ya que el dia 23 de febrero el conjunto del ejército de Eduardo estaba acampado alrededor de la capital navarra. Las noticias de la Iegada a Navarra del Principe de Gales causaron consternacién en Aragén donde el rey Pedro IV movilizé a sus fuerzas con la seguridad de verse implicado por la temida cabalgada del inglés dado su alineamiento francéfilo y enriquefio. Sin embargo, afortunadamen- te para el aragonés, el Principe Negro no desvié su marcha del objetivo perseguido: Burgos y el destronamiento y captura del usurpador, como paso previo para obtener lo estipulado en los acuerdos de Libourne. Cabe suponer que cuando Enrique de Trastémara supo en Burgos, donde habia convocado a las Cortes, de la invasién anglogascona y que ésta habfa sido facilitada por Carlos II de Navarra, con quien poco antes habia establecido un acuerdo en Santa Cruz de Campezo, debié compren- der, tras la inicial sorpresa, que el tiempo de angustiosa espera y especu- lacién ante los movimientos de sus enemigos habia finalizado. dejando paso a la accién. Hombre de cardcter que no se arredraba ante las dificul- tades, Enrique no estaba dispuesto a renunciar a la corona que cefifa sus sienes y que tantos esfuerzos le hab{a costado y tantos afios habia tardado. en conseguir. De la lectura de Lépez de Ayala, trastamarista como la ma- yorfa de la nobleza castellana y combatiente junto a su rey frente a Pedro I, se desprende-la enérgica actitud adoptada por Enrique quien, cons- ciente de que su acuerdo con el navarro era papel mojado, se dispuso a hacer lo unico que estaba en su mano. Rapidamente reunié a sus fuerzas y mandé amar a las Compafifas a su servicio, dirigidas por Du Guesclin, D’Audrehen ¥ otros caballeros #, para que se concentraran on el encinar de Bafiares cerca de Santo Domingo de la Calzada, con la intencién de cerrar el paso del Principe hacia Burgos, ciudad clave en aquellos momen- tos. Con una tropa més reducida y de inferior calidad, Enrique de Trast4- mara estaba dispuesto a enfrentarse con el considerado mejor ejército de la €poca, al tiempo que se extendian por el reino las rebeliones petristas coincidiendo con Ia vuelta del rey. Al mismo tiempo, el Principe de Gales daba las oportunas instrucciones a los caballeros bajo su mando para iniciar la marcha hacia Castilla, Desplegado segim hemos visto, atravesé Ron- cesvalles y dispuso que abriera la marcha la vanguardia del Duque de Lancaster, quien iba a Ievar el peso del avance por tierras alavesas y 12 Junto @ los citados hay que sefialar a otros jefes de Compafiia que estaban al servicio de Enrique de Trastémara como Pierre de Villaines, Bégue de Villaines; Barén de Hainaut; Sefior de Antoing; Jean de Berguette; Gauvin de Bailleul; Alland, Sefior de Brifeul; Vizconde de Rokebertin, todos ellos francobretones (Ibidem, p. 533). * Ver apéndice 2.

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