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Función paterna, narcisismo y liderazgo político

Arvelo Leslie
lesliearvelo@yahoo.es
Universidad de los andes. Facultad de Humanidades y Educación.
Departamento de Psicología y Orientación
Eje temático: Hombre, historia y sociedad.
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Resumen

El presente trabajo tiene como objetivo abordar algunas relaciones entre los conceptos
“función paterna”, “narcisismo” y “liderazgo político”. En una primera parte se definirán
los constructos “función paterna” y “narcisismo” para luego establecer vínculos entre ellos
con apoyo principalmente de la teoría psicoanalítica. En la parte central de esta ponencia se
procederá a relacionar estos dos últimos constructos aludidos con el de liderazgo político.
Para tales efectos se hará alusión a ciertas alteraciones de la función paterna en Venezuela,
tanto real como simbólica, que pueden generar estructuras psíquicas y síntomas narcisistas
insanos en los ámbitos individual y social. Se mencionará cómo estos trastocamientos en la
paternidad y sus consecuentes trastornos narcisísticos han facilitado, dentro del contexto
sociocultural e histórico de la sociedad venezolana, la emergencia de liderazgos
carismáticos, mesiánicos, salvadores, vengadores y autoritarios. Posteriormente se analizará
la relación del líder con sus seguidores articulando los narcisismos individual y social.
Finalmente se describirán algunos procesos psíquicos, en buena medida inconscientes y
regresivos, que subyacen en las estructuras de personalidad del líder narcisista patológico
que permiten explicar sus comportamientos y la influencia que ejerce éste sobre sus
seguidores, especialmente en coyunturas históricas caracterizadas por carencias
socioculturales (económicas, políticas, institucionales, familiares) y psíquicas (experiencias
tempranas, vículos parentales).

Palabras clave: Función paterna, narcisismo, liderazgo político, psicoanálisis.


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Función paterna, narcisismo y liderazgo político

Sobre la función paterna

El Psicoanálisis otorga a la Función Paterna un lugar privilegiado como factor


mediador entre el individuo y la cultura. Freud (en Aberastury y Salas, 1978) distingue, a lo
largo de su obra, cuatro posiciones del padre que pueden superponerse y complementarse, a
saber: como modelo, como objeto, como auxiliar y como rival. Aray (1992) plantea como
funciones tradicionalmente atribuidas al padre, las siguientes: de proveedor, de protector,
del fuerte que brinda seguridad, del defensor del territorio, de inspirador de respeto, del que
sabe o supuestamente sabe. A estas cabría agregar las de índole afectivo, dirigidas no sólo
al niño, sino también a la madre como soporte emocional. Lacan (1972, en Aberastury y
Salas, 1978) introduce la noción de “función de corte” como la que define la función
paterna; esta función de corte implica una doble prohibición: por un lado impedir la fusión
entre la madre y el hijo y, por el otro, evitar la relación incestuosa entre estos dos seres. Es
ésta, entonces, una función interdictora del eje diádico madre-hijo, de carácter imaginario,
narcisista, que a su vez facilita el acceso del niño al mundo simbólico.

Para Klein (en Aberastury y Salas, 1978) el padre tiene un papel determinante
(aunque dependiente de la madre) en etapas muy tempranas del desarrollo del niño, incluso
antes de la posición depresiva (que se da cerca de los seis meses). A diferencia de Lacan
esta autora otorga una mayor importancia al padre real, a su presencia física, cálida y
frecuente. Así mismo concibe la presencia simbólica del padre no sólo a través de la
palabra sino también mediante las representaciones plásticas (cinéticas y visuales).
Por su parte Oiberman (1998) agrega una función al padre de gran relevancia como es la
referida al modelaje que ejerce el padre sobre el hijo de sexo masculino para que este a su
vez se convierta en padre a futuro. Es decir como figura identificatoria para el paternaje.

Aunque se pueden considerar la paternidad y la función paterna como términos


equivalentes en cuanto a su significado, se ha preferido usar el de función paterna por
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considerarlo más preciso, más delimitador dentro del ámbito psicológico. La paternidad
puede abarcar no sólo las funciones del padre sino también los roles y los aspectos
figurativos (la figura del padre). Desde este punto de vista la “función paterna” sería un
concepto más específico que permite, como lo plantea el psicoanálisis, deslindar las
funciones paternas de la figura paterna encarnada en un hombre.

La función paterna, como constructo teórico y categoría de análisis, integra aspectos


biológicos, psicológicos, sociales, culturales e históricos. Es entonces un concepto
complejo, polisémico, multiforme y dinámico que va más allá del ejercicio que puede
desempeñar individualmente un hombre como padre, implicando al otro género (lo puede
ejercer una mujer), a otros parientes o adultos significativos, grupos sociales e instituciones
(Arvelo, 2000; Narotzky, 199). Dentro de este orden de ideas podemos, a manera de
resumen, definir la Función Paterna así:

La función paterna es una construcción psicosocio-cultural,


relativizada por lo histórico que se distancia de la función genitora y
que no está focalizada en un individuo, ni figura única genérica.
(Arvelo, 2008, p.12)

Lo novedoso de esta definición es que agrega a la conocida función paterna real, la función
paterna simbólica. Es decir, la función paterna no sólo es ejercida por una persona, bien sea
el padre o quien lo sustituya (madre, pariente u otro adulto) de forma directa mediante el
contacto cotidiano o esporádico. También se puede ejercer la función paterna en el orden
simbólico mediante la idea o ideas que tengan las personas, grupos e instituciones de la
paternidad, de sus funciones y roles, que se traducen en valores, actitudes y conductas. La
función paterna real se vincula más con lo afectivo y la función simbólica con el papel de
corte, normador de las relaciones humanas. Ambas son igual de importantes y se
complementan. (Arvelo, 2008).

Sobre el narcisismo

El concepto de narcisismo difundido por Freud en diferentes obras pero expuesto en


forma más sistemática por primera vez en su trabajo “Introducción al Narcisismo”
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(1914,1996)), fue, según el mismo Freud (1920,1996), acuñado por Havelock Ellis, en
1898. A lo largo de su obra Freud (en Laplanche y Pontalis, 1977) habla de un narcisismo
primario y de un narcisismo secundario. El narcisismo primario tendrá dos acepciones para
Freud según el momento de su obra. Inicialmente lo considerará como un estado precoz en
donde el niño se toma a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor, es decir,
vuelca su libido sobre sí mismo. Posteriormente a raíz del desarrollo de su segunda teoría
sobre el aparato psíquico, considera el narcisismo primario como un estado anobjetal, es
decir donde no hay verdaderas relaciones objetales (afectivas, interpersonales) por no
existir una diferenciación entre el yo y el no yo, entre el yo y el otro. En esta última
conceptualización del término narcisista la vida intrauterina constituirá el modelo psíquico
existencial, caracterizado por una ausencia de total relación con el ambiente externo.

Respecto al narcisismo secundario Freud (1914,1996), en Introducción al


Narcisismo hace referencia a él como un estado secundario al narcisismo primario en el
cual la energía libidinal que se había dirigido al objeto amoroso, por las frustraciones que
ese objeto inflinge al bebé, éste la retorna sobre su yo. En este sentido el narcisismo
secundario tendría un carácter defensivo y regresivo ante las vicisitudes del yo en sus
relaciones objetales (con las figuras significativas). Con este concepto hay menos
discrepancias entre los diversos autores pues fue un concepto mas definido en Freud que
no sufrió cambios substanciales a lo largo de su teoría. Aunque se podría considerar la
existencia de un narcisismo secundario normal partiendo de la teorízación freudiana
muchos autores psicoanalíticos asocian a este narcisismo con la psicopatología (Lasch,
1999; Ballesteros, Gómez y Gutierrez, 1984; Liberman, 1998).

Horstein (2000), desde una perspectiva integradora, sostiene que el


narcisismo es una fase del desarrollo libidinal e identificatorio, ubicable entre la fase
autoerótica (anobjetal) y de las relaciones objetales. Agrega que el narcisismo es más que
un estado del desarrollo o una modalidad objetal, es una dimensión fundamental del yo. Es,
también, según este autor, un rasgo de personalidad, una patología, una instancia psíquica
que debe ser concebida desde un punto de vista organizacional.
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Otro aspecto importante a considerar aquí sería el referido a las nociones de


narcisismo individual y narcisismo social. En este sentido, a las visiones expuestas, de
índole más particular y clínico, es muy importante incorporar la perspectiva de Fromm
(1977) quien, además de considerar la existencia del narcisismo individual, aporta la noción
de narcisismo de grupo, de carácter más social. Este autor plantea que el narcisismo
individual responde a la función biológica de sobrevivencia. En el narcisismo social
también se observaría esta función de sobrevivencia pero ya con un carácter sociológico.
Sostiene que las formas benignas y malignas del narcisismo individual se presentarán en el
narcisismo social. Cuando un grupo, sociedad, nación, exalta narcisísticamente sus logros,
producciones, sin descalificar o intentar dominar a otros grupos, sociedades o naciones, este
narcisismo será benigno. Si por el contrario el narcisismo no se basa en lo que hace un
grupo humano sino en sus posesiones, atributos personales, emblemas, a partir de los cuales
impone su supuesta superioridad o discrimina a otros grupos, será maligno, patológico.
Dicho autor considera que el narcisismo social maligno, insano puede ser una respuesta a
las carencias socio-económicas de una población, el cual es muchas veces insuflado por
líderes narcisistas del tipo manifiesto, activo. En el narcisismo social maligno, igual que en
el caso del individual, se observarán distorsiones importantes del juicio racional y de la
objetividad.

Diversos autores coinciden en que la sociedad occidental actual presenta rasgos


narcisistas en amplios grupos de la población, tanto en su forma manifiesta como en su
versión encubierta. El exhibicionismo, la grandiosidad, el consumismo, la ostentación, la
banalidad, el hedonismo, el culto a la belleza corporal, la sustitución del ser por el tener,
las confusiones identitarias, la violencia, las transgresiones, las adicciones, la ausencia de
valores éticos, la discriminación, vivencias de vacío, de hastío, de frustración, depresivas,
de inseguridad, de incertidumbre hacia el futuro, de temor, son manifestaciones
narcisísticas cada vez más frecuentes en el mundo que nos toca vivir. (Silvio, 1985;
Fernández, 1998; Rodríguez, 2000; Milmanie, 2004).

En el presente trabajo se enfatizará el concepto de narcisismo secundario por ser éste


en el que se observan claramente las relaciones objetales, principalmente de carácter dual,
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dando base a una intersubjetividad más rica, mas compleja. Este narcisismo secundario se
asocia mas a las patologías que por déficits, carencias (psíquicas, socioculturales) o por
conflictos intrapsíquicos se despliega como respuesta defensiva o compensatoria a estas
situaciones de pérdida, traumáticas, pero también como producto de identificaciones con
modelos e ideales narcisistas provenientes de figuras parentales, adultos significativos,
grupos, instituciones y medios de comunicación. Estas vivencias negativas e
identificaciones operarían tanto para el narcisismo individual como para el social.

Relación entre Función paterna y narcisismo

La mayoría de los autores mencionados anteriormente coinciden en que una de las


características resaltantes de narcisismo es la difusión de la identidad, la no discriminación
del yo del no yo, la cual puede darse en diferentes grados, correspondiendo estos grados a
diversas psicopatologías que van desde la psicosis pasando por los trastornos fronterizos, la
psicopatía, las perversiones hasta las más benignas de tipo neurótico.

Las omisiones, fracturas y distorsiones en la función paterna, “reales y simbólicas,


individuales, familiares o institucionales, van a generar alteraciones en la construcción del
sujeto humano, en su identidad, en su proceso de individuación como sujeto autónomo. Es
decir en su grado y tipo de narcisismo. Es necesario señalar que, para afectos del presente
trabajo, se privilegiará la función paterna de corte por su vinculación directa con el
narcisismo al ser una función que norma las relaciones humanas, que impide la
fusionalidad psíquica y que está más cercana al orden simbólico. Las alteraciones de la
función paterna pueden estar asociadas a factores históricos (nuevos modos y relaciones de
producción, pérdida de la autoridad paterna, transformaciones de las familias, entre otros),
factores socioculturales (tipo de cultura, nivel socioeconómico, estilos de crianza,
desempleo, divorcios, entre otros) y psíquicos (experiencias infantiles tempranas, tipo de
vínculos, salud psíquica de los padres).

En el ámbito psicológico cabe destacar que los problemas narcisísticos no resueltos


por parte de los padres y madres, producto de su historia de vida, se convierten en
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limitantes para un ejercicio sano de la función paterna. Un padre o una madre inmaduros,
que no discriminan claramente su individualidad de la del otro, proyectarán en sus hijos sus
propias necesidades, deseos, hostilidades y los verán como una parte de ellos mismos que
puede manipularse como una sección del cuerpo. Esta forma relacional se evidencia en
vivencias, actitudes, conductas y prácticas de crianza que fomentan la fusionalidad, la
sobreprotección, la ambivalencia afectiva (odio-amor), conductas de permisividad
excesiva, intolerancia a la frustración, hedonismo, comodidad irresponsable,
descalificación del otro, atmósferas afectivas caracterizadas por la angustia, la depresión o
la ira, la violencia, etc. Unos padres con estas características o síntomas, típicos del
narcisismo insano, difícilmente estarán en condiciones para un ejercicio adecuado de la
función paterna. Se produce así una circularidad en la cual las distorsiones de la función
paterna pueden generar estructuras narcisísticas insanas, las cuales, a su vez, van a influir
negativamente en el ejercicio de la función.

Todo lo anterior se complica si el entorno social fomenta el narcisismo mediante la


difusión de valores que lo apuntalan, así como por actuaciones de líderes narcisistas y
prácticas sociales que lo consolidan. De esto se hablará a continuación con más detalle.

Función paterna, narcisismo y liderazgo político.

En esta parte se hará referencia al narcisismo social evidenciado en lo político. Para


ello se partirá del caso venezolano, aludiendo a una situación que tanto nos aqueja hoy en
día como es el grado de politización de la sociedad y más que eso, de polarización tanática
(destructiva) que ha dividido al país y está movilizando pulsiones muy regresivas
evidenciadas en forma creciente en fanatismo, intolerancia, exclusión, amenazas,
persecución, violencia, descalificación, producto, en buena medida, del uso de defensas
arcaicas frente a la inseguridad, la angustia y la incertidumbre como son las defensas
esquizo-paranoides, caracterizadas por los mecanismos de escisión y proyectivos. Signos
estos muy propios del narcisismo patológico.

En relación a la función paterna en nuestro país habría que decir que como producto
de distorsiones históricas que ha sufrido nuestra familia por la dominación colonial
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(Vethencourt, 1974), la superposición de modos de producción y estructuras histórico-


socioculturales que aún coexisten, sumado a las crisis estructurales recientes en las
diferentes órdenes sociales, se encuentra en buena medida conflictuada y trastocada
(Recagno-Puente y Platone, 1998, Moreno, 1998, Arvelo, 2000, 2001 a, 2001 b).
Agreguemos a lo anterior una historia de más de un siglo signada por guerras y
enfrentamientos armados entre venezolanos que han arrojado centenares de miles de niños
huérfanos de padres, en situaciones de gran precariedad económica y sin instituciones
sociales que los ayuden. Todo esto ha constituido un caldo de cultivo para el narcisismo
individual y social.

Las tendencias muestran que la crisis familiar venezolana más que solucionarse
tiende a agravarse dada la crisis social, económica, política e institucional que vive
actualmente el país. Ciertos indicadores muestran un crecimiento de los divorcios,
disminución de los matrimonios y fortalecimiento de la familia monoparental centrada en
la madre, que aunque ha sido una salida histórica- antropológica a la falta de los padres,
presenta hoy en día mayores obstáculos para el ejercicio adecuado de la función paterna.
(Arvelo 2000). Dentro de este cuadro de deflexión de la función paterna y con una
tradición caudillista, de personalismo político y presidencialista, en parte asociadas a las
omisiones y distorsiones de la paternidad, emergen en nuestro país figuras de líderes
carismáticos que encarnan al padre redentor, mesiánico, valiente, vengador, justiciero,
popular, afectuoso, sensible. Es decir, surgen líderes revestidos de una imagen fantaseada
de un padre ideal que mágicamente suplirá las carencias y necesidades afectivas,
económicas y sociales de sus hijos, los venezolanos.

En cuanto a la relación afectiva entre el líder y sus seguidores Freud (1921, 1996) la
describe muy bien cuando señala que:

Los individuos componentes de una masa precisan actualmente de


la ilusión de que el jefe los ama a todos con un amor justo y
equitativo, mientras que el jefe mismo no necesita amar a nadie,
puede eregirse en dueño y señor y, aunque absolutamente
narcisista, se halla seguro de si mismo y goza de completa
independencia. (p.2597).
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Aunque el autor no establece una relación entre este narcisismo del jefe y el de sus
seguidores en la cita anterior, deja ver claramente esa necesidad de amor de estos últimos
por ese ser él quien en buena medida encarna al padre. En todo caso Freud (1921, 1996)
considera la existencia de dos psicologías: una colectiva, referida a los integrantes de la
masa y una individual, atinente al padre, jefe o caudillo. El autor caracteriza la psicología
colectiva o de las masas por los lazos afectivos y de identificación que se generan entre los
individuos componentes de una masa; por la falta de independencia e iniciativa del
individuo al diluirse éstas en el grupo, que pasa a constituir una unidad; por la
predominancia de la afectividad y de la vida psíquica inconsciente en detrimento del juicio
racional y de la actividad intelectual, que facilita la impulsividad y la tendencia a
transgredir todo límite, en aras de darle rienda suelta a esas manifestaciones afectivas.

Con apoyo en lo expuesto sobre el narcisismo no es difícil encontrar similitudes


entre varias de estas características de la psicología colectiva y el narcisismo individual y
social. El mismo Freud (1921, 1996) aunque no hable explícitamente de que esta relación
entre el líder y la masa moviliza aspectos narcisistas de sus integrantes, lo deja ver al
referirse a los estados de regresión que pueden observarse en multitudes poco organizadas
que están bajo la conducción de un jefe, tal como ocurría con la horda primitiva. En este
sentido sostiene que las características antes señaladas de la psicología colectiva “…
representan, sin duda alguna una regresión psíquica a una fase anterior en la que no
extrañamos encontrar al salvaje o a los niños”. (p. 2593).

Ahondando en la relación entre el líder y sus seguidores Freud (1921, 1996) plantea
que los integrantes de la masa, al compartir un objeto común, representado por el líder, se
identifican entre si, generando una cohesión grupal. Partiendo de la idea del padre de la
horda primitiva el autor establece una relación entre la influencia de este padre y la
hipnosis. Señala que en la hipnosis al igual que en la relación con el padre omnipotente,
amenazante, de la horda primitiva, el individuo tiende a comportarse pasivamente,
renunciando a la voluntad propia y sometiéndose al influjo del hipnotizador. Piensa que en
la hipnosis se despierta en el individuo su herencia arcaica respecto a sus actitudes con los
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progenitores y especialmente con la idea de ese padre autoritario y peligroso de la horda


primitiva. Concluye el autor expresando que:

El caudillo es aún el temido padre primitivo. La masa quiere


siempre ser dominada por un poder ilimitado. Ávida de autoridad,
tiene según palabras de Gustavo Le Bon, una inagotable sed de
sometimiento. El padre primitivo es el ideal de la masa y este ideal
domina al individuo sustituyéndose a su ideal del yo (p.2599).

Mas allá de compartir o no estas ideas de sobre un padre primitivo arcaico que aún
perdura en nuestra psiquis inconsciente y el hecho de la relevancia que le otorga al Freud al
papel del padre por su historia de vida y la ideología patriarcal que el autor deja colar en
varios de sus trabajos, resulta interesante la relación que establece entre el padre y el
caudillo y las influencias sugestivas, hipnóticas que estas figuras pueden ejercer en lo
individual y lo social. Por otra parte Freud en el trabajo aludido vincula este lugar
idealizado del padre, que se traslada al caudillo, con la dificultad de criticar al líder por
parte del seguidor al colocar éste último (el seguidor) al primero (el líder) en el lugar del
ideal del yo. En este juego el seguidor suprime su propio ideal del yo y lo sustituye por el
del líder. Es conveniente aclarar que cuando Freud está hablando aquí de “ideal del yo” se
refiere a la instancia crítica que posteriormente denominará “superyo” en su obra más
madura. Esto le permite aseverar que este proceso de idealización (colocar al líder en el
ideal del yo) de parte del seguidor anula, minimiza la capacidad de éste para disentir y
criticar al líder, además del peligro que encierra rebelársele por sus atributos de
omnipotencia y de figura amenazante (en buena medida características atribuidas por el
seguidor, sean ciertas o no).

Dos aspectos relevantes pueden también desprenderse de las ideas de Freud antes
esbozadas. Uno tiene que ver con el sometimiento al líder por parte del seguidor, bien sea
por temor o por debilitamiento de su juicio racional y crítico. Podría pensarse al relacionar
esto último con el narcisismo individual del seguidor y del narcisismo social como grupo,
que los seguidores exhibirían en buena medida características del narcisismo encubierto
(pasividad, inhibición, auto descalificación ante el líder) en sus vínculos con el narcisismo
del líder, que por lo general es del tipo manifiesto (omnipotente, grandioso, exhibicionista,
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agresivo, manipulador, etc). El otro aspecto tiene que ver con la asociación que hace Freud
entre la hipnosis y la influencia de un padre autoritario, omnipotente. Esto nos lleva al
aspecto carismático del líder. El elemento carismático tiene que ver con la fascinación
narcisista de la mayoría de los líderes que, por sus sentimientos omnipotentes, inspiran
seguridad, confianza. Todo esto remite a la relación especular, imaginaria que describe
Lacan (en Lollett, 1997) en donde el niño se siente fascinado por la imagen de la madre (o
quien la sustituya) y se identifica con ella para sentirse omnipotente y grandioso, tal como
él la percibe en su situación de indefensión y fragilidad. Implica también el investimiento
libidinal de la madre hacia el bebé a partir de su propio narcisismo. La presencia real y
simbólica del padre, así como un ejercicio sano de la función paterna serán factores
importantes para superar esta fase especular y evitar relaciones duales fusionales,
narcisistas, idealizantes, dando paso a una triangularización vincular, necesaria para la
constitución de un sujeto más autónomo y equilibrado.

Dentro de esta relación entre el líder y la masa el narcisismo individual del líder
movilizará y atraerá el narcisismo de sus seguidores. Mientras más patológico sea el
narcisismo del líder mas patológico será el narcisismo social pues, como señala Fromm
(1977), mientras más narcisista sea el líder y mayores sus cualidades de omnipotencia y
dotes manipuladores (sumados a sus dotes intelectuales) se hará más atractivo para el
seguidor, sobre todo si los elementos carenciales son muy fuertes. El líder mesiánico,
carismático tratará de consolidar su relación con sus seguidores fomentando los lazos de
dependencia, de fusionalidad, con sus promesas, halagos, pero también con su discurso. Es
común observar en este tipo de líder expresiones donde señala que el es pueblo, que el
pueblo y él son uno sólo.

Mientras más regresivos sean los mecanismos narcisistas con sus pulsiones o
defensas, más patología social se observará; pudiendo llegar incluso a un estilo narcisista
de gobernar o al narcisismo como política de estado, algo por cierto palpable en la historia
de la humanidad y aún hoy presente en ciertos países. En estos casos el líder narcisista trata
de transformar al mundo a su imágen y semejanza, tal y como lo intentó hacer Hitler en la
Alemania nazi (Fromm, 1977, 1992). Los mecanismos de escisión se manifestarán en
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dividir el mundo maniqueísticamente, en buenos y en malos, de una manera excluyente,


antagónica. Las defensas proyectivas también estarán a la orden del día impidiendo asumir
las propias culpas y proyectándolas en el otro. Pero estas proyecciones, producto de la
indiscriminación entre el yo y el otro, se devuelven luego persecutoriamente. De allí el
elemento paranoide de la mayoría de los líderes narcisistas que piensan constantemente en
atentados contra su vida y conspiraciones para derrocarlos. Lo cual, por cierto, en muchos
casos termina siendo real por la dinámica perseguidor-perseguido que genera este
narcisismo patológico.

El modelo anal de carga y descarga, en los narcisismos menos regresivos también


puede observarse en muchos líderes. Este modelo funciona con el todo o nada y, aparte de
evidenciarse en el maniqueísmo, genera una fuerte ambivalencia de amor-odio que
desemboca en mecanismos de idealización-denigración. Esto explicaría como estos líderes
se rodean de amigos pasionales que fácilmente luego son desechados. Sobre todo si se
atreven a discrepar, ya que el líder no acepta la crítica pues esta implica una mácula que
derrumba su grandiosidad, su estado de perfección, de figura omnipotente, divina. De allí la
hipersensibilidad a la crítica (que genera la rabia narcisista) y su intolerancia con la
disidencia, ante la cual se puede reaccionar con violencia y hasta crueldad. En este juego el
otro es despreciable sobre todo si no admira o no obedece al líder. El narcisista no tolera la
alteridad pues percibe al otro como el perseguidor o el que desintegra su yo, es decir el otro
es potencialmente aniquilador y constituye una amenaza constante. Ante las amenazas a su
existencia el líder puede responder, como lo señala Fromm (1977), agravando su
narcisismo. Por otra parte el poder real que van concentrando muchos de estos líderes,
conjuntamente a la adoración de sus seguidores, los lleva a aumentar su narcisismo
patológico.

Lo anterior se complica pues la grandiosidad del líder, su divinidad por una parte y
su intolerancia y violencia por la otra, cada vez lo aíslan más de sus colaboradores y
seguidores. A su vez este aislamiento le hace sentir más desamparado e indefenso, como un
bebé, lo cual aumentará sus temores y percibirá al otro como más amenazante
produciéndose un círculo vicioso que puede producir reacciones violentas, intercaladas con
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momentos depresivos. Esta depresión puede observarse también cuando el crítico es más
poderoso que el líder y éste sufre una herida narcisista que desploma su autoimagen
grandiosa o cuando no puede desplegar sus actuaciones agresivas. (Fromm 1977). En
muchos casos el líder narcisista preferirá recurrir a la violencia antes que deprimirse.
Incluso podrá exhibir conductas de lo que llama Fromm (1992) el sadismo destructivo,
cruel, que va más allá de lo sexual y cuyo fin es el de destruir. De esta manera la
intolerancia a lo diferente, a la discrepancia puede llevar a la destrucción física del
adversario. Este hecho es palpable en los regímenes dictatoriales y totalitarios.

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