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5. La frontera del contacto POLSTER, E; POLSTER, M. (1994). ‘TERAPIA GUESTALTICA, Perfiles de teoriay practica. Buenos Aires, Amorrortu. Pgs. 103-127. «Solamente el ser cuya alteridad, aceptada por mi ser, vive y me enfrenta en la comprensién cabal de la existencia, trae la irradiacién de la eternidad para mi. Solamente cuando dos se dicen el uno al otro con todo lo que so “Eres Ta”, habita entre ellos el Ser Presente». Martin Buber. En el claustro materno todo se nos daba hecho. No tenia- mos mas que flotar en el medio benigno. Lo malo fue que, pasado cierto limite de crecimiento, tuvimos que salir de alli y, quieras que no, aprender a abrirnos camino en un mundo mucho menos solicito. Desde la umbilectomia, cada uno se vuelve un ser aparte que busca unirse con lo que es diferente de él. Nunca mas volveremos al Paraiso simbiético originario; paradéjicamen- te, nuestro sentido de unién depende de un acrecentado sentido de separatividad, y esta paradoja es la que tratamos de resolver constantemente. La funcién que sintetiza la ne- cesidad de unién y de separacién es el contacto. A través del contacto, cada persona tiene oportunidad de encontrar- se nutriciamente con el.mundo exterior. Una y otra vez se conecta; el encuentro de cada momento acaba inmediata- mente, para ser sustituido por el que le sigue pisandole los talones. Yo te toco, yo te hablo, yo te veo, yo te sonrio, yo te solicito, yo te recibo, yo te conozco, yo te quiero; todos a su turno sostienen la vibracién de la vida. Yo estoy solo: si he de vivir, debo encontrarme contigo. Durante toda nuestra vida hacemos juegos malabares para mantener el equilibrio entre la libertad o la separatividad por un lado, y el acceso 0 la unién, por el otro. Cada uno debe tener cierto espacio psiquico dentro del cual es su pro- pio duefio, y en el que puede recibir invitados, pero que nadie debe invadir. Ello no obstante, si insistimos tercamen- te en nuestros derechos territoriales, corremos el riesgo de reducir el emocionante contacto con «el otro», y desperdi- ciarlo. La disminucién de la capacidad de contacto ata al 103 hombre a la soledad, y, como vemos a nuestro alrededor todos los dias, puede hundirlo en una situacién de malestar personal que supura en medio de una mortifera acumu- lacién de admoniciones, habitos y costumbres. Contacto Contacto no es mero acoplamiento o espiritu gregario. Sélo puede existir entre seres separados, que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan-a quedar.cautivos en la unién. En el momento de la unién, el mds cabal sentido de la propia personalidad es arrastrado a una creacién nueva. Yo no soy ya solamente yo, sino que yo y tt somos ahora nosotros. Aunque Heguemos a ser nosotros solo nominalmen- te, a través de esta denominacién nos jugamos nuestras iden- tidades respectivas: tii 0 yo podemos disolvernos. Salvo que tenga una profunda experiencia en el contacto pleno, cuan- do te encuentro con tus ojos, tu cuerpo y tu alma en ple- nitud, tu presencia pucde hacerse irresistible y absorbente para mi. Al conectarme contigo, expongo mi _existencia in- dependiente. Sin embargo, solo a través de la funcién de contacto pueden lograr completo desarrello nuestras-iden- tidades. Tengo una paciente cuya madre, después de darse a la se- duccién y a la lujuria, se volvié loca. Mi paciente es una mujer encantadora, que se toma —y me toma— demasiado en serio. Evitaba tratarme con familiaridad, porque le daba miedo seducirme y acabar loca ella también. Yo no creia que ella se volviera loca, aunque eventualmente legara a fornicar conmigo, cosa que por lo demas, no era probable, y mucho menos, imevitable. Asi se lo dije, en la) oportunidad Justa para que me creyera. Se resolvié, pues,’a jugar con- migo. Empezé a sonreirme con picardia. Venia a colocarse detras de mi sill6n y me rascaba la calva. Se sentaba frente a mi, a menos de medio metro, y en sus ojos Henos de chis- pas y de guifios yo podia ver que se encontraba conmigo y que me conocia. Todo en orden. Me hizo el amor, en el sentido de producirme cosquilleos y excitacién. Estuvimos cerca del acto sexual, pero nuestras vidas no estaban arre- gladas para eso. Era un placer oir las cosas que me contaba de su hija, de su hijo y de los amigos a quienes visitaba los fines de semana. Asi llegamos a conocernos el uno al otro, 104 con absoluta sencillez. Se fue sin exigencias ni privaciones Habia temido la captura; habia temido perderse a si mis. ma en la unién en que se habia ahogado su madre. En sa caso la satisfaccién sexual no era el quid. Sabia que podia obtenerla con su marido, pero tenia que jugar y encontrar- se conmigo y con muchos otros, porque la vida requiere contacto en todo momento y en miultiples formas. Tampoco se perderia a si misma en el acto sexual, con solo que apren- diera a cultivar el contacto como algo distinto de la fusién y el acoplamiento. Perls, Hefferline y Goodman describen el contato en los términos que siguen: «... fundamentalmente, un organismo vive en su medio manteniendo sus diferencias y, lo que importa atin mas, asi- milando el medio a sus diferencias. En la frontera es donde se rechazan los peligros, se superan los-obstaculos, y se se- lecciona y apropia lo asimilable- Ahora bien, lo selecciona do y asimilado es siempre nuevo; el organismo subsiste as: milando lo nuevo, mediante el cambio y el desarrollo, Asi por ejemplo, el alimento, como solia decir Aristételes, es aquello que, siendo “desigual” puede Megar a ser “igual; yen el proceso de la asimilacién el organismo resulta modi- ficado a su vez. Primordialmente, el contacto es la conciencia de las novedades asimilables-y.cl comportamiento correspon- diente hacia ellas,-y el_rechazo de la novedad inasimilable. Lo que invade, lo que se.mantiene siempre igual o lo indi- ferente, no es objeto-de contacto» .52 El contacto es la savia vital del crecimiento, el] medio de cambiar uno mismo y la experiencia que uno tiene del mun- do. El cambio es producto forzoso del contacto, ya que apro- piarse la novedad asimilable o rechazar la inasimilable con- duce inevitablemente a cambiar. Si mi paciente presupone que es igual a su madre y no lo cuestiona, no entablarA con- tacto, ni en los aspectos en que realmente se parece a su madre, ni tampoco —y esto importa mds— en los aspectos en que no se le parece. Si, por el contrario, accede a ponerse en contacto con la novedad a su manera, y con un sentido cabal de si misma, estarA mds capacitada para el cambio. El contacto es implicitamente incompatible con el hecho de seguir siempre igual. No es necesario que uno se proponga cambiar a través de él, porque el cambio se produce de to- dos modos. 105 De ahi que, si no se tiene fe en el cambio resultante, se pu da, y no sin razén, recelar del contacto. La aprensién del fu- turo, la preocupacién por las consecuencias, lo que Perls 3% llamaba «el ensayo» (rehearsing), nos amedrenta y hasta puede, como la cabeza de Medusa, convertirnos en inertes fi- guras de piedra. A nadie le gustan las complicaciones, y to- dos sabemos que la experiencia presente puede crear, en lo sucesivo, una necesidad de contacto no menos apremian- te. Retomemos el caso de mi paciente. Es posible que la ex- periencia sexual la llevara a la locura, como a su madre. ¢Quién aseguraria que no? Pero este es, en cierto sentido, un albur que todos corremos, en una forma o en otra. Peli- groso lance, por cierto, salvo que confiemos en nosotros mis- mos con la misma fe con que los religiosos solian pedirnos que creyéramos en Dios. Trocar la fe en Dios por la fe en uno mismo parece un negocio bastante honesto. Cierto que no hay garantias, pero de todos modos, gen qué otro sitio se lo ha podido hallar a Dios, en los altimos tiempos? El contacto es una cualidad de la que a menudo no tenemos conciencia, como no Ja tenemos de la gravedad al caminar © permanecer de pie. Cuando nos sentamos a conversar, so- lemos darnos cuenta de lo que decimos, vemos u oimos; no es probable que nos pensemos ejerciendo la capacidad de contacto. Las funciones sensoriales y motoras son los resortes potenciales para establecerlo, pero conviene recordar que, asi como un todo es mas que la mera suma de sus partes, el contacto es ms que la suma de todas las funciones posibles que intervienen en él. E] mero hecho de ver o de oir no & garantia de buen contacto: lo que determina que este se logre es cémo se ve o se oye. Por lo demas, el contacto se ex- tiende a la interaccién con las cosas inanimadas: mirar un Arbol o una puesta de sol, escuchar el rumor de una cascada o el silencio de una gruta, son formas de contacto. Y tam- bién_podemos entablarlo con. recuerdos e imagenes, experi- mentandolos aguda y .plenamente. El contacto se distingue del espiritu gregario y del acopla- miento porque ocurre en una frontera donde se manticne un. sentido tal de separatividad. que la uniédn no amenaza avasallar a la persona. Perls subraya la naturaleza dualista de la funcién de contacto: «Cuando y dondequiera que sur- ge a la vida una frontera, se la siente a-la vez como contac- to y como aislamiento».?* La frontcra en la que puede en- tablarse cl contacto es un centro de cnergia permeable y pulsdtil. Perls, Hefferline y Goodman dicen: «...mds que 106 una parte del organismo, Ja_frontera_del_contacto_es_esen- cialmente el érgano de una.relacién_particular.entre el orga- nismo y el ambiente».*5 Para decirlo en otras palabras, es el punto en que uno experimentacl_yo.en_relacién con lo que no es el yo, y a través de este-contacto.ambos se_experi— mentan mas claramente. Perls observa: <«. .. las_fronteras, los lugares de contacto, .constituyen..el..Ego..Sdélo.donde_y. cuando se encuentra el. Si-mismo.con..lo..que es “ajeno” a él empieza a funcionar el-Ego, surge a la vida y demarca la frontera entre el “campo” personal y el impersonal».3¢ E] contacto supone, pues, no solo un sentido del propio yo sino, ademas, el sentido de cuanto afecte esa frontera, ya amenazAndola, ya incorpord4ndose a ella. La maestria para dividir el universo entre el si-mismo y el no-si-mismo con- vierte esta paradoja en una apasionante experiencia de elec- cién para la cual, a falta de reglas acostumbradas, se requie- ren decisiones sagaces. :Influiré sobre mi amigo o lo dejaré nadar en su libre albedrio? Si consideraciones semejantes nos hacen demasiado punti- losos en lo que respecta a invadir el espacio psiquico ajeno, dejaremos que cada uno se cocine en su propia salsa, - esperaremos otro tanto de los demas. La insistencia en los derechos de cada individuo a manejarse por su cuenta ha tenido resultados contraproducentes en muchos jévenes de hoy, que no confian en el poder dé sus propias objeciones créativas a las fuerzas que, indudablemente, habran de pre- sionarlos, por la sencilla raz6n de que lo desconocen. La per- sona cuya libertad depende exclusivamente del consentimien- to de otra, pierde el sentido-del- poder. que_debe-ejercer para definir su propio espacio. psiquico-y-defenderlo..contra-las incursiones naturales. La visién de un mundo en el que la libertad se otorgara como un don gratuito y seguro, y no tuviera que conquistarse, es por desgracia una idea ilusoria, una utopia que niega el contacto. El albedrio surge y engen- dra vida en el contacto real, que, sin embargo, entrafia un grave riesgo para la identidad y la separatividad. En esta contradiccién se cifran la aventura y el arte del contacto. Algunas inferencias de esta concepcién afectan el curso de la psicoterapia. En primer término, nuestro propésito de guiar a la gente hacia el restablecimiento de sus funciones de contacto hace que abunden en la terapia guestdltica las experiencias de in- teraccién intensa. No las evitamos, y hasta alentariamos un movimiento general en ese sentido, cuando la experiencia 107 intensa pudiera favorecer la maduracién de la personalidad En el Ultimo caso que comentamos, la paciente necesitaba iniciar el deslinde entre su propio yo y el de su madre, y esta necesidad condujo a una vivida experiencia de contac- to que —resultado importante— no la devoré. Por lo demas, dada la posicién central que asignamos al contacto, hemos descartado el concepto psicoanalitico tra- dicional de la trasferencia, a cuya luz muchas interacciones de la terapia se consideraban meras distorsiones resultantes de vivir en el pasado, y carentes de toda validez actual. Si el paciente ve a su terapeuta como un personaje apatico, o como una especie de ogro, se nos presenta una gama com- pleta de alternativas. Podemos explorar cémo se las entien- de con un sujeto indiferente u hosco. Podemos investigar qué ve en nosotros para tener esa impresién. Podemos tratar de averiguar dénde reside la presunta indiferencia: si el tera- peuta merece el cargo por su desabrimiento real, o si el pa- ciente proyecta en él su propia falta de interés por lo que est4 haciendo. Se comprobara a veces que distorsiona la rea- lidad; pero aunque haya distorsién, no cabe atribuirla fun- dadamente a la trasferencia de una relacién anterior. Otras veces resultara que ha visto la situacién con lucidez: que él es bastante latoso, y su terapeuta un antipatico. En tal caso habra aprendido algo que le convenia saber, y lo ha- bra descubierto por si mismo, como le cuadra, en vez de ate- nerse a las interpretaciones oraculares del terapeuta, que lo remiten a alguna remota circunstancia histérica. Véase la experiencia de una deliciosa muchacha de veinte afios que, en el centro de un grupo, contd que habia sido drogadicta y prostituta y que, cuatro afios antes, habia dado a luz un nifio que entregé al nacer para que fucra adoptado. A la sazé6n habia emprendido una vida nueva; ayudaba a jévenes drogadictos y cursaba estudios en Ja universidad. En un momento de culminante patetismo, se volvi6 a uno de los hombres del grupo y le pidié que la abrazara. Asintié él con un movimiento de cabeza y la joven, tras un breve titu- beo, se le acercé y se acurrucé en sus brazos. En este punto se aflojé y rompié a Horar. Cuando su Ianto se aplacé, alz6é los ojos, alarmada por lo que podian sentir las mujeres del grupo al verla alli, en los brazos de un hombre y en el foco de la atencién general. Sugeri que quiza tuviera algo que ensefiarles sobre la forma de entregarse a un abrazo. Estaba evidentemente cémoda, y habia en su actitud una gracia fluida y un abandono que a nadie le vendria mal aprender. 108 Se sinti6 mds tranquila con esto, y atx. permanecié um mo- mento en los brazos del hombre, aunque sintonizando toda- via las reacciones de las mujeres, que cn realidad estaban demasiado emocionadas para juzgarla. Poco después la mu- chacha le pregunté a una de las mds atractivas e influyen- tes si ella la abrazaria. El drama era de una fuerza tal que resultaba casi inevitable que la mujer accediera y, en efecto, camino hasta donde se habia sentado la muchacha y la es- treché en sus brazos. En este punto sobrevino la relajacién final y el llanto de la joven fue mds hondo que antes. Cuan- do termin6é de Morar, su tensién habia desaparecido, se sen- tia desinhibida y totalmente unificada con el grupo. He aqui una solucién alcanzada a través de la experiencia y no de la interpretacién. En vez de analizar sus sentirmien- tos al centralizar la atencién del grupo, o las posibles obje- ciones de las mujeres a su sexualidad o a su vergiienza de haber sido drogadicta y prostituta, la paciente alcanzé la solucién mediante contactos reales con las personas que la rodeaban. Les conté a ellos su historia. Dio el primer patio para que la sostuvicran, y la sostuvieron. Aflojé su resisten- cia al contacto, permitiéndose Iorar en los brazos de al- guien, en vez de insistir en que podia cuidar de si misma, ya que posiblemente nadie mas quisiera cuidar de ella. En vez de interpretar la ansiedad que le causaban las mujeres pre- sentes, procur6é tomar contacto con ellas. A través del con- tacto Ilegé la descarga y luego la nueva unidn. Se preguntara qué valor tiene esta experiencia si el insight no se articula racionalmente de manera que sirva de guia para el contacto ulterior. Ese valor reside en que esperamos que el individuo desarrolle una actividad mds autodetermi- nada y general. Piaget ha observado que cada vez que le adelantamos al nifio una «respuesta correcta», le impedimos aprender e inventar por si mismo muchas respuestas correc- tas nuevas. La accién contiene las semillas del conocimiento interno, un conocimiento que abarca la ampliacién de las propias fronteras y la conciencia que asi se asimila. Gada vez que la muchacha del caso pueda pedir a otras mujeres algo que necesite, o pueda recibir consuelo de una mujer, © tenga otras experiencias nuevas con mujeres, su propio mundo se expandiré en direcciones por ahora indetermina- bles e impredecibles. Convertir esta experiencia en un insight equivaldria a atar todos los cabos sueltos: un trabajo pro- lijo. quizd, pero que no deja conexiones vitales para la ex- periencia futura 109 Podria tentar al terapeuta, quien después de todo también necesita conclusiones y remates, decir que a la muchacha le falté proteccién maternal, o tiene inclinaciones homosexua- les, o quiere singularizarse entre las demds mujeres. No cos- taria mucho ponerla en alguno de los numerosos casilleros explicativos corrientes; pero seria necio presumir que pue- de captarse en un plumazo verbal todo e}] flujo entre espe- ranzado y tragico de su vida. Nosotros preferimos depositar nuestra fe en cada momento de la toma de contacto, seguir sintonizados con cada momento de la accién, y guiarnos por su impulso. Un aspecto. especial del..contacto deriva dela posibilidad de tenerlo con uno mismo. Esto no contradice lo que afir- mamos antes, al definirlo como la funcién de encuentro en- tre el yo y lo que no es el yo. El contacto interno puede ocurrir debido a la capacidad_ del hombre.de..desdoblarse en un observador yun observado. La posibilidad de emplear esta. dicotomia en pro del crecimiento es inherente a gran parte de] autoexamen. Asi, él atleta pucde dirigir hacia aden- tro su atencién, para ordenar su experiencia antes de iniciar un movimiento. El orador puede tomar conciencia de una muletilla improcedente, y vigilarla. Pero esta escisi6n tam- bién suele ser perturbadora y desviar reflexivamente hacia adentro el curso de la conciencia, en vez de dejarlo fluir hacia un foco exterior mAs pertinente. El hipocondriaco, que fija en su cuerpo una atencién obsesiva, vive pendiente de un objeto, no de si mismo. El proceso especial que permite al sujeto tomar contacto consigo mismo puede permanecer orientado Gnicamente a su propio crecimiento autocontenido, o puede servir de tram- polin para sostener el desarrollo de la funcién de contacto con otra persona. Polanyi describe el modo en que una per- sona puede conocer a otra mediante un proceso que llama «habitars (indwelling) : «...alcanzado el punto en que un hombre conoce a otro hombre, el conocedor habita [tan] cabalmente lo conocido . . . [que]... llegamos a la/contemplacién de un ser humano como una persona. responsable, y le aplicamos las mismas normas que aceptamos para nosotros mismos: el conoci- miento que tenemos de él ha perdido definitivamente el ca- racter de una observacién, para convertirse de alli en mas en un encuentro».37 110 De aqui se infiere que podremos captar cémo operan los pen- samientos y sentimientos de otro en la medida en que haya- mos tomado contacto. con nuestras propias operaciones, y po- damos pasar de este interés personal al sentido de cémo po- dria el otro hacer las mismas cosas. Cuando un padre ensefia a su hijo a andar en bicicleta, o a hacerse el nudo de la cor- bata, se remonta a sus propios movimientos para_tener un sentido de lo que el hijo podria hacer. Una ensefianza efi- ciente es un movimiento de vaivén entre maestro y discipulo. I.a misma pauta ritmica sigue a veces la terapia. Fronteras del yo Ya hemos destacado que el contacto es una relacién dina- mica que sélo ocurre cn la frontera de dos figuras de inte- rés poderosamente atractivas, si bien claramente diferencia- das ambas. La diferenciaci6n puede distinguir un organis- mo de otro, o un organismo y un objeto inanimado de su ambiente, 0 un organismo y alguna nueva cualidad suya. Sean cuales fueren lasdos entidades diferenciadas, cada una tiene un sentido de limitacién; de lo contrario no podrian llegar a ser figuras ni entrar en contacto. Como dice Von Bertalanffy: «Cualquier sistema que merezca ser investi- gado como tal debe tener fronteras, sean espaciales o diné- micas».3* La frontera del ser humano —la frontera del yo— esta de- terminada por toda la gama de sus experiencias en la vida, y_ por las aptitudes que haya adquirido para asimilar expe- riencias nuevas o intensificadas. Esta frontera delimita en cada persona la capacidad de contacto que considera admi sible. Gomprende toda una gama de fronteras de contacto, y define los actos, las ideas, la gente, los valores, los escena- rios, las imagenes, los recuerdos, y todo aquello que una persona quiere —y hasta cierto punto, puede— elegir en un compromiso total con e] mundo exterior y con las reverbera- ciones posibles de ese compromiso dentro de si mismo. Com- prende también el sentido de los riesgos que esta dispuesta a afrontar alli donde hubiere grandes oportunidades de su- peracién, de las que sin embargo pudieren derivar nuevas exigencias personales, que estarA o no a su alcance satisfacer. Algunas personas tienen una exquisita sensibilidad para juz- gar los riesgos, porque parecen vivir siempre, como quien 111 dice, en el filo de la navaja. La gran mayoria necesita poder predecir los resultados de sus actos, y esto les impide sobre- pasar las formas de conducta ordinarias para allegarse a mejores oportunidades. Si se aventurasen en territorio des- conocido, acaso aumentaria su excitamiento y poder, pero perderian su facil comprensién, y se sentirian bisofios y de- subicados. Si la confusién les resulta inadmisible, quizd pre- fieran ser menos arricsgados; no se consigue algo sin dar nada a cambio. Dentro de la frontera del yo el contacto puede efectuarse con comodidad y soltura, dejando un grato sentido de sa- tisfaccién y crecimiento. Cuando un mecanico diestro escu- cha el sonido de un motor que funciona mal, ataca la causa del desperfecto y se ocupa de ella. En la frontera misma, el contacto se hace mas riesgoso y la probabilidad de gratifi- cacién menos cierta. Si el mencionado mecdnico se acerca a un pulmotor, estard en el limite justo de su conocimiento y se sentira atrevido e inquieto. Iraspuesta la frontera del yo, y por poco que nos alejemos, ¢] contacto se vuelve casi imposible. El mecdnico probablemente consideraria inima- ginable hacer una tarjeta de cartulina calada para mandar- le a su novia el dia de Sam Valentin. Un hombre sometido a una elevada temperatura perderia pronto el contacto, desmaydndose, y eventualmente moriria, si hubicra excedido demasiado su umbral de tolerancia al calor. Otro tanto ocurre en el terreno psiquico. Enfrentado a una humillacién severa o cualquier otro dafio grave, que exceda los limites de su experiencia admisible, el sujeto pue- de contrarrestar el colapso que lo amenaza interrumpiendo el contacto. La gama completa de estas interrupciones va desde la pérdida de la conciencia en los casos de shock in- tenso —-como al enterarse de una noticia trdgica— hasta el bloqueo del impacto de la experiencia inadmisible por me- dios mas sutiles, casi imperceptibles, como las fallas de me- moria para los acontecimientos ingratos, en los casos de re- sistencias cronicas. La selectividad para el contacto determinada por la fron- tera del yo gobernara el estilo de vida de un individuo, in- cluso la eleccién de sus amigos, trabajo, lugar de residencia, fantasias, amores, y todas las experiencias psiquicamente relevantes para su existencia. La forma en que una persona bloquea o permite la conciencia y la actividad en la frontera de contacto es su forma de mantener el seritido de sus pro- pios limites. Esto prevalece en su vida mas alld de cualquier 112 otro interés por el placer, o el futuro, 0 los aspectos practi- cos de lo que pueda o no convenirle. Valga al respecto el testimonio de Henry Clay, cuando dijo que preferia haber estado en lo cierto a ser presidente.* La frontera del yo no esta rigidamente prefijada ni siquiera en los sujetos mas inflexibles, pero la medida individual de su expansividad o contractilidad es muy variable. Algunas personas parecen efectuar grandes cambios en esta frontera a lo largo de su vida, y nos inclinamos a creer que quienes los han tenido en mayor grado son los que mas han crecido. La escala de tales cambios abarca desde el acontecimiento fortuito, sobre el que tienen escasa intervencién, pero al que parecen responder enérgica y deliberadamente, hasta la re- novacién que resulta de sus propios esfuerzos. Nuestra sociedad estAé orientada hacia el crecimiento; ad- miramos a los que son capaces de impulsar el movimiento expansivo de una frontera del yo a otra. ‘Todos conocemos la historia de Horatio Alger sobre el chico pobre que, limitado en su nifiez a las modestas actividades de su barrio, cuando se hizo hombre viajé por todo el mundo e influyé sobre per- sonajes importantes. Se trata, desde luego, de un héroe de novela. En la realidad es mas frecuente encontrar, dentro del mismo individuo, que la movilizacién en direccién al crecimiento de ciertas areas coincide con la resistencia al crecimiento de otras, de modo que hay zonas rezagadas en la frontera del yo. Es el caso del alto ejecutivo que nunca se convence del todo de su propio poder y, alla en el fondo de su corazén, sigue siendo un advenedizo de los arrabales Aunque lleva a cabo los movimientos propios de quien tiene poder, se siente fuera de lugar y restringido al entablar re- laciones de contacto en el trabajo y en la vida. Por este re- traso en su capacidad de contacto, no obtiene mas que una menguada vitalidad de lo que podria ser una vida 0 un tra- bajo pujantes. Lo mismo le ocurre al padre que se siente todavia un chiquilin, y a la casada que continua sintiéndose virgen. Cuando se han fijado rigidamente los limites, la expansién de la frontera del yo se experimenta como una amenaza de sobrecarga psiquica: el individuo cree que estallara, sofo- cado por un exceso de sensaciones y emociones. Pero tam- bién teme la retraccién de esa frontera, porque lo asusta sentirse vacio, consumido o debilitado ante la presién ava- salladora del exterior. Lo que le da micdo cn uno y cn otro caso es la ruptura de la frontera habitual. Si la ruptura es 113 grave, puede sentir que su existencia misma esta en peligro, y la alarma despertarA entonces su funci6n de emergencia. Esta funcién incluye tanto el estallido de la emocién vio- lenta como su antitesis, la represién, que se traduce en an- gustia. Lo paraddjico de esto es que la amenaza contra la frontera del yo provoca en el sujeto reacciones de emergen- cia destinadas a defenderla, pero que suelen estar del otro lado de esa frontera. Asi, una persona que ha sido despedida de su empleo, o postergada en una promocién que esperaba, experimenta una contraccién en su frontera del yo: le han quitado las oportunidades que necesita y siente que su radio de accién se ha reducido o cerrado. Ahora bien, si esto lo afecta como una peligrosa ruptura en su frontera, puede acicatearlo o defenderse por todos los medios a su alcance, quizA devolviendo el golpe al sujeto cuya pobre opinién de él origindé la experiencia. Pero si la fuerza y la agresividad que se requieren para devolver el golpe exceden sus limites, el sujeto queda aferrado a los sentimientos de emergencia recién despiertos, y sin embargo es incapaz de asimilarlos en una toma de contacto que pueda conducir a una accién de- liberada. La angustia originada por la necesidad de sofocar la emocién se experimenta como inhibitoria, y suele produ- cir, a su vez, incapacidad para concentrarse, ineficiencia e incertidumbre, y aun otras consecuencias mas graves, como la psicosis o el suicidio. Otras veces la vida acttia en sentido contrario y, artista en trasformaciones rApidas, arrastra al individuo en una ava- lancha de acontecimientos, hasta precipitarlo, con un cha- puzén jubiloso, en el cambio de frontera. Conservamos ni- tido el recuerdo de un adolescente invalido que, después de pasar parte de su vida en una silla de ruedas, y parte colgado de unas muletas, estrené por fin su primer par de prétesis. Estaba embriagado con su nueva movilidad. ;Se dan cuenta! Podia andar por toda la habitacién, pararse, y tocar con las manos libres lo que quisiera, ;Esta mayor libertad lo exaltaba tanto que no queria sentarse ni un minuto! El experimento guestiltico (véase el capitulo 9) se usa para expandir el alcance del individuo, demostrandole que puc- de extender su sentido habitual de frontera cuando existen la emergencia y el excitamiento. Se crea con tal fin una emergencia prudente, destinada a fomentar la confianza en si mismo necesaria para nuevas experiencias. Acciones pre- viamente extrafias y resistidas pueden tornarse asi expresio- nes aceptables y conducir a posibilidades nuevas. 114 Un hombre que en un laboratorio de fin de semana se per- mitié Horar sin limitaciones por una afliccién personal, in- formé quc tenia la impresién exacta de haberse expandido fisicamente y, describiendo con ademanes grAficos el con- torno de su cuerpo, a unos cinco centimetros de distancia, sefialé el lugar donde sentia que estaba su piel. He aqui un ejemplo notable del sentimiento de expansién que puede en- gendrar una conducta nueva. El] hombre acept6 correr un gran ricsgo al derribar sus barreras contra el Manto; se ex- puso a quedar con la impresién de una experiencia aislada y desintegrada, en realidad ajena a su yo, y no con un sen- tido creciente de poder permitirse nuevas intensidades de experiencia en la vida. De ahi Ja necesidad de ampliar e* laboratorio en un programa que abarque un periodo mas prolongado, para poder trabajar con los participantes indi- vidualmente y en grupos, estableciendo ciertos objetivos y respetando una secuencia de evolucién. Si las fronteras del propio yo son ya bastante complejas en la toma de contacto con la novedad del ambiente o con cualidades no habituales o desconocidas de uno mismo, cuan- do a esto se suman las sutilezas de entablar el contacto con una persona que estA haciendo juegos malabares con un conjunto similar de necesidades y resistencias, las compli- caciones se vuelven aterradoras. Es como pedir a dos vola- tineros que tratan de cruzarse sobre la cuerda floja, llevan- do cada uno su larga pértiga para mantener el equilibrio, que establezcan un contacto significativo entre uno y otro. El prodigio es, por supuesto, que muchas veces nos arre- glamos de algtin modo para conseguirlo. ‘Yo quiero saludar a Peter. Peter me vuelve la espalda. De su reaccion infiero que acaso experimente el saludo como una invasién. Ahora bien, si yo quisicra abordarlo con la energia suficiente, correria e] riesgo de extralimitarme y ser mal recibido. A lo mejor se alegraria de que lo hiciera... Pero también podria ocurrir que le causara peor efecto aan, y tratara de alejarse mas. Tengo, pues, que abordar a Pe- ter en el momento oportuno, y cuando estemos los dos con la disposicién de Animo adccuada, para entablar con él la clase de contacto que me habia propuesto. Hay una rela- cién directa entre la facilidad con que Peter se deje abor- dar y el esfuerzo que yo quiera hacer para superar algunas dificultades de abordarlo. En todo caso, aunque insista en su altanera reserva, siempre puedo tomar contacto con él en su misma actitud de volver la cspalda. Pucdo observar 115 y registrar algin aspecto o ademAn significativo, y darme cuenta de que no parece corresponder a su cardcter. Qui- zas advierta un sesgo peculiar del hombro, o una expresién no habitual en su fisonomia, que me pongan en intimo con- tacto con Peter, aunque las condiciones no coincidan con mi intencién originaria. Dado su mal humor, el contacto podria acabar en este punto, a menos que yo improvisara alguna accién nueva para reanudarlo. Si, por ejemplo, res- pondiera con un grito a su desaire, continuaria el flujo y, ademas, crearia en él un sentido diferente de la toma de contacto. Esta relacién entre las fronteras del yo continuamente cam- biantes de diversos sujetos torna en absoluto impredecible el desarrollo del contacto. Cada uno debe adquirir destreza en el cdlculo de las probabilidades, segin se vayan desple- gando sus necesidades y sus deseos con los de los otros. Hay circunstancias y gente que son terreno mas fértil para el contacto. Con otra gente y en otros momentos, las perspec- tivas son aridas y las cosechas pobres. Los artistas parecen estar especialmente sintonizados para este proceso de seleccionar personas y lugares con el fin de entablar un contacto posible y nutricio. Procuran encontrar un medio que permita y aun provoque ese contacto, que luego ha de ser la savia vital de sus energias creativas. No siempre se trata de una atmésfera amable. Zola encontré estimulo cn la opresién moral de Francia en el siglo x1x; Goya, en la ironia grotesca de la vida espafiola; Gauguin, en los ritmos idilicos de los Mares del Sur. Desde luego, no todos los motivos eran gratos; pero algo habia en ellos abier- to al examen del artista; y cada uno extrajo del contacto su perspectiva singular, diferente de la de cualquier otro. Si afino mi scnsibilidad para cl buen contacto, también yo enderezaré mis pasos adonde pueda obtenerlo. Lo encontra- ré tal vez entre la gente que me conocié de nifio —en mi familia, quiza—, que habla mi idioma, y en realidad lo sabe todo de mi vida... O tal vez ese medio sea el menos indi- cado para ofrecerme otra cosa que estereotipos. Podria bus- carlo entre la gente joven, animada y dinamica, o entre vie- jos Henos de sabiduria, o entre mozalbetes no intelectuales. ‘caso mi mejor oportunidad de contacto sea hablar a pt- blicos numerosos; 0 contar historias en rueda de amigos y oir las que me cuenten; o escuchar musica en silencio, acom- pafiado o a solas; 0 cocinar platos sabrosos; o jugar un recio partido de pelota vasca. Seguramente no faltard quien opi- 116 ne que las circunstancias influyen poco o nada en la calidad de una toma de contacto. No obstante, para la mayoria de las personas el buen contacto continuado es una cuestién de flujo y reflujo, una relacién sutil entre la energia del agente y la del receptor. De ahi que carguemos el acento en el poder del individuo para crear su propia vida, entendiendo que este poder in- cluye la facultad de reconocer la conveniencia o inconve- niencia de su ambiente. Le incumbe, pues, la eleccién de personas, actividades, lugar geografico, arquitectura, etc. Nadie puede independizar del todo su capacidad de contac: to de su eleccién de ambientes o de su creacién de ambien- tes nuevos. Las revueltas en los establecimientos carcelarios, las huclgas estudiantiles y los clamores de reforma en los hospitales psiquidtricos obligan a reconocer la importancia plasmadora del ambiente en la conducta de quienes viven embotellados en esas instituciones, de ordinario no por elec- cién propia, lo que no hace mds que agrandar el problema. Apenas hemos empezado a estudiar «la relacién del ambien- te fisico —-de modo particular, el ambiente creado por el hombre— con la experiencia y el comportamiento huma- nos .. .».® Nos cuesta mucho mas tomar contacto con un trozo de pan insulso y seco en el comedor polvoriento y abarrotado de una fAbrica, que con una rebanada de pan casero fragante y crujiente ea la cocina acogedora de una amiga. Andlogamente, un sujeto desabrido y éstereotipado no esti- mulara ni sostendra el buen contacto como podria hacerlo una persona chispeante y abierta. Hay quienes alientan a los otros a explorar lo que tienen de novedoso y a interac- tuar con ellos, lo que favorece su crecimiento y el de los de- mds; también hay quienes permanecen aislados, apenas ad- miten un contacto minimo en la frontera del yo, mantienen la separatividad y no facilitan el crecimiento. La mayoria ne- cesitan hacerse expertos —artistas, si se quiere— en apreciar y crear ambientes donde pueda encontrar apoyo el movi- miento que los Heve hacia fuera de las fronteras actuales del yo, o en abandonar o modificar los ambientes donde esto parece imposible. La experiencia de la frontera del yo puede describirse desde varios puntos de vista: fronteras del cuerpo; fronteras de los valores; fronteras de la familiaridad; fronteras expre: vas, y fronteras de la exposicién. 117 Fronteras del cuerpo La gente suele proceder con un extrafio favoritismo en lo que respecta a su cuerpo. Restringe o bloquea la percepcién de determinadas partes o funciones, sustrayéndolas al sen- tido que tiene de si misma. Pero como es practicamente im- posible tomar contacto con lo que esta mas alld de la fron- tera del yo, la consecuencia es que el sujeto queda desconec- tado de importantes partes suyas. En un laboratorio, un hombre se quejé de ser impotente. Durante el trabajo en comin se puso de manifiesto que ex- perimentaba muy pocas sensaciones del cuello para abajo. La cabeza era su centro, y resultaba evidente que si hubiera podido copular con ella no estaria en dificultades. Hasta la rabia se le localizaba en la cabeza, que solia enrojecer in- tensamente. Cuando estaba en el colmo de la ira, grufiia y gritaba como un poseido, pero ni aun asi podia al principio sentir los efectos mds que hasta la altura del pecho. Después de prestar atencién a su cuerpo un buen rato, en particular a sus movimientos pélvicos, empezaron a temblarle las pier- nas. Se asust6é al advertir el comienzo inminente de la sen- sacién pelviana y hubiera querido evitar que siguiera desa- rrollandose. Sin embargo, la sensacién de temblor en las piernas se propagé por todo su cuerpo en una irradiacién desconocida de apacible bienestar. Aunque no completé el trabajo, el paciente extendié el alcance de sus sensaciones corporales, modificando su anterior frontera corporal. A Beatrice le costaba tomar contacto con los restantes inte- grantes de su grupo. Gomenzaba frases que no completaba, y que dejaban a los otros en la duda de lo que habria tra- tado de decir. No querian herirla, pero tampoco podian sen- tir mayor interés por ella, tan insustancial les parecia. En una de las primeras sesiones, mientras exploraba su sensibi- lidad corporal, Beatrice habia advertido con sorpresa que no sentia la nuca. En realidad, solo experimentaba las sen- saciones procedentes de su parte anterior, de la fachada. ‘Tenia conciencia de su cara y de lo que sentia en el pecho, pero ninguna percepcién de la espalda. Le pedi que se sentara en el suclo, enfrente de Todd, y conversara con él, dandole un empujén cada vez que le di- jera algo. Pronto se vio que en cada ocasién frenaba la em- bestida en algvin punto entre el hombro y el codo. Les indi- qué a los dos que se pusieran de pie y continuaran charlan- do y empujandose. Beatrice volvié a empujar a Todd, pero 118

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