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DFRECHO HE ER ALAGIUDAD ‘yy CVCAIOOS/VIONGIO/ VISOISTH dvanio V1 V¥ OHOAYaC Ta AYAGHATT TENAH una estrategia urbana que esta ya en funcionamiento y en accién). Este librito no se propone solamente pasar por el tamiz de la critica las ideologias y actividades que conciernen al urbanismo, Su objetivo ‘consiste en intro- ducir estos problemas en la conciencia y pasarlos a los programas politicos. De la situacién tedrica y practica, y de los problemas —la problematica— relativos a la ciudad y a la realidad y posibilidades de la vida urbana, para comenzar, adop- taremos Io que antafio se denominaba «una visién de caballero andante». 16 Industrializaci6n y urbanizacién: primeras aproximaciones Para presentar y exponer la «problemética urbana» se impone un punto de partida: el proceso de industria- lizacién. Sin lugar a dudas, este proceso es el motor de las transformaciones de la sociedad desde hace siglo y medio, Distinguiendo entre inductor ¢ inducido, podria~) mos situar como inductor al proceso de industrializa- cién, y enumerar entre los inducidos a los problemas re- | lativos al crecimiento y planificacién, a las cuestiones que conciernen a la ciudad y al desarrollo de la realidad | urbana, y, por ultimo, a la importancia creciente del ocio | y de las cuestiones referentes a la «cultura» La industrializacion caracteriza a la ciudad moderna. Ello no implica irremisiblemente los términos de «socie- dad industrial», cuando se pretende definirla. No obstan- te, aunque entre los efectos inducidos figuren la urbani- zacién y la problematica de lo urbano, sin figurar entre las causas 0 razones inductoras, hasta tal punto se acen- tian las preocupaciones que estas palabras evocan que podrfamos definir como sociedad urbana a la realidad so- cial a nuestro alrededor. Esta definicion reproduce un aspecto de importancia capital. La industrializacin nos ofrece, pues, el punto de par- tida de Ja reflexién sobre nuestra época, Y ello porque la Ciudad preexiste a la industrializacién. Observacion en si perogrullesca pero cuyas implicaciones no han si- do formuladas plenamente. Las mas eminentes creacio- nes urbanas, las obras mds «hermosas» de la vida ur- bana (chermosas», decimos, porque son obras, mas que productos), datan de épocas anteriores a la industriali- zacién. Hubo, en efecto, la ciudad oriental (vinculada al modo de produccién asidtico), Ia ciudad antigua (griega y romana, vinculada a la posesién de esclavos), y mas ics 44 7 tarde la ciudad medieval (en una situacién compleja: in- sertada en relaciones feudales, pero en lucha contra el feudalismo de la tierra), La ciudad oriental y la antigua fueron esencialmente politicas; la ciudad medieval, sin perder el caracter politico, fue principalmente comercial, artesana, bancaria. Supo integrar a los mercaderes, hasta entonces casi némadas, y relegados del seno de la ciudad. Con los inicios de ia, industrializacién, cuando nace el capitalismo_concurrencial, con la aparicién de burguesfa especilicamente industrial, la ciudad fase una pujante realidad. En la Europa occidental, tras la ca- si desaparicién de las ciudades antiguas a lo largo de la descomposicién de la romanidad, la citdad recupera su empuje. Los mercaderes, mas o menos errantes, eligieron para centro de sus actividades lo que subsistia de los antiguos niicleos urbanos. Inversamente, puede suponer- se que estos nticleos degradados cumplieron Ia funcin de activantes en lo que restaba de economia de trueque, sostenida por mercaderes ambulantes. En detrimento de Jos feudales, las Ciudades, a partir del creciente exceden- te de la agricultura, acumulan riquezas: objetos, tesoros, capitales virtuales. Nos encontramos, pues, en estos cen- tros urbanos, con una gran riqueza monetaria, obtenida mediante la usura y el comercio. En ellos, el artesanado, una produccién muy distinta de la agricultura, prospera. Las ciudades apoyan a las comunidades campesinas y a Ia franquicia de los campesinos, sin vacilar, por otra par- te, en sacar provecho a su favor. Son, en resumen, cen? tros de vida social y politica donde se acumulan no sdlo Figuezas, sino conocimientos, téciiicas y obras (obras de arte, monumentos). E: ‘obra y esta caracteristica contrasta con la orientacion irreversible al dinero, al comercio, al cambio, a los 'pro- ductos. En efecto, la obra es valor de uso y.el producto, valor de cambio. EL iudad, es decir, de las calles y plazas, Ios edificios y monumentos, es la Fiesta (que consume de modo improductivo riquezas enormes, en objetos y dinero, sin otra ventaja que la del plac prestigio. 18 Realidad compleja, es decir, contradictoria. Las ci vales, en la, época de su apogeo, cenirali Ja rigueza; los grandes dirigentes emplean improductiva- mente gran parte de estas riquezas en la ciudad que do- minan, Al mismo tiempo, el capitalismo comercial y ban- cario ha convertido, ya para entonces, en mévil a la ri- queza, y ha constituido circuitos de cambio, redes que permiten la transmisién del dinero. Cuando esté a puns, to de entrar en juego Ja industrializecion-con el pase minio de la burguesia especifica (los apenas revela. Esta complejidad se manifiesta en cuanto se cesa de pensar, por una parte, a partir de categorias de empresa y, por otra, a partir de cifras glo- bales de produccién (tantas toneladas de carbén, de ace- ro), es decir en cuanto Ja, reflexion distingue inductor de inducido, al observar la importancia de los fenémenos inducidos y su interaccién con los inductores. La industria puede prescindir de Ia ciudad antigua (preindustrial, precapitalista), pero, para ello, debe cons- tituir aglomeraciones en las que el cardcter urbano se deteriora. {No es quiz éste el caso de Estados Unidos y América del Norte, donde las «ciudades» en el sentido que se da a esta palabra en Francia y Europa son poco numerosas (Nueva York, Montreal, San Francisco)? Sin embargo, donde un reticulo de antiguas ciudades pre- existe, Ia industria lo toma al asalto. Se apodera del re- ticulo, lo remodela de acuerdo con sus necesidades. Asi- mismo, ataca a la Ciudad (a cada ciudad), le presenta combate, Ja toma, la arrasa. Aduefiéndose de los anti- guos micleos, tiende a romperla. Ello no impide la tensién del fenémeno urbano: ciudades y aglomeracio- nes, ciudades obreras, barrios periféricos (con el apén- dice de suburbios all4 donde la industrializacién no al- canza a ocupar y fijar la mano de obra disponible). Nos encontramos ante un doble proceso, 0, si se pre- fiere, ante un proceso con dos aspectos: industrializacién y urbanizacién, crecimiento y desarrollo, produccién eco- némica y vida social, Los dos easpectos» de este proceso son inseparables, tienen unidad, pero sin embargo el proceso es conflictivo. Histéricamente, entre la realidad urbana y Ia realidad industrial hay un violento choque. El proceso adquiere, por su parte, una complejidad tanto mayor de aprehender cuanto que la industriali- zacién no s6lo produce empresas (obreros y jefes de em- 2B presa) sino oficinas diversas, centros bancarios y finan- cieros, técnicos y politicos. Este proceso dialéctico dista de ser esclarecido y, pa- ralelamente, dista de estar terminado. Todavia hoy pro- voca situaciones «problematicas». Aqui nos contenta- mos con citar algunos ejemplos. En Venecia, la pobla- cién activa abandona la ciudad por la aglomeracién in- dustrial (Mestre), que, sobre el continente, la duplica. Esta ciudad entre las ciudades, una de las més hermo- sas que las épocas preindustriales nos han legado, est amenazada no tanto por el deterioro material debido al mar o al hundimiento del terreno cuanto por el éxodo de los habitantes. En Atenas, una industrializa- cién relativamente cosiderable ha atraido a la capital a los habitantes de ciudades pequefias, a los campesi- nos. La Atenas moderna no tiene nada en comin con la ciudad antigua, recubierta, absorbida, desmesurada- mente extendida. Los monumentos y lugares (4gora, acré- polis) que permiten reencontrar la ciudad antigua s6lo representan ya un Iugar de peregrinacién estética y con- sumo turistico. Y, sin embargo, el micleo organizativo de la ciudad contintia muy poderoso. Su contorno de ba- rrios recientes y semisuburbios, poblados de personas desarraigadas y desorganizadas, le confiere un poder ex- orbitante. La gigantesca aglomeracién casi informe per- mite-a los poseedores de los centros de decisién las peo- res empresas politicas, sobre todo porque la economia de este pais depende estrechamente de este circuito: espe- culacién inmobiliaria, «creacién» de capitales por este sistema, inversin de estos capitales en la construccién, y asi sucesivamente Es éste un circuito frégil que en cualquier instante puede romperse y que define un tipo de urbanizacién sin industrializacién, 0 con débil indus- trializacién pero con una répida extensién de la aglome- racién y la especulacién, sobre los terrenos y los inmue- bles. El circuito mantiene, asi, una prosperidad ficticia. En Francia, podriamos citar numerosas ciudades que re- cientemente han quedado sumergidas por la industriali- zacién: Grenoble, Dunkerque, etc. En otros ejemplos se 24 da una masiva extensién de a ciudad y Ja urbanizacién (en el sentido amplio del término) con poca industriali- zacién. Ese seria el caso de Toulouse. Ese es el caso ge- neral de las ciudades de América del Sur y Africa, cer- cadas por un contorno de suburbios. En estas regiones ¥ pafses, las estructuras agrarias antiguas se disuelven ¥ los campesinos desposefdos o arruinados huyen a las ciudades en busca de trabajo y subsisiencia. Estos cam- pesinos proceden de sistemas de explotacién destinados a desanarecer por el juego de los precios mundiales, aue devende estrechamente de los paises y «polos de’ cre- cimiento» industriales. Estos fenémenos dependen a su ver de la industrializacién. En Ja actualidad, pues, se agudiza un proceso indu- cido que cabe denominar cimplosién-explosién» de la ciudad. El fenémeno urbano cubre una gran varte del territorio en los grandes paises industriales. Cruza ale- sremente las fronteras nacionales: la Megalépolis de la Eurova del Norte se extiende desde el Ruhr hasta el mar, e incluso hasta las ciudades inglesas y desde la regién parisina a los paises escandinavos, Este territorio esté contenido en un tejido urbano cada vez més tupido, aun- que no faltan diferenciaciones locales ni un conside- rable grado de divisién (técnica y social) del trabaio en Jas regiones, conglomeraciones y ciudades. Al mismo tiem- po, dentro de esta malla e incluso fuera, las concentra- ciones urbanas se hacen gigantescas; la poblacién se aba- rrota alcanzando densidades inquietantes (por unidad de superficie 0 de habitacién), Al mismo tiempo, tam- bién, muchos micleos urbanos antiguos se deterioran, es- tallan. Los habitantes se desplazan hacia lejanas verife- tias, residenciales o productivas. En los centros urbanos, las oficinas reemplazan a las viviendas. A veces (en los Estados Unidos) estos centros son abandonados a «los po- bres». y pasan a convertirse en ghettos para los desafor- tunados. A veces, por el contrario, las personas de me- jor situacién conservan fuertes posiciones en el cora- z6n de la ciudad (alrededor de Central Park, en Nueva ‘York; en Marais, en Paris). Examinemos ahora el tejido urbano, Esta metéfora no es Io bastante clara. Mas que un tejido desplega- do sobre el territorio, estas palabras designan una cier- ta proliferacién biolégica y una especie de red de mallas desiguales que deja escapar a sectores més o menos extensos; aldeas o pueblos, regiones enteras. Si estudia- mos los fenémenos a partir de la perspectiva del cam- po y de las antiguas estructuras agrarias, podremos ana- lizar un movimiento general de concentracién: de la po- blacién en Jos burgos y en las peauefias o grandes ciu- dades, de la propiedad y de Ja explotacién, de la organi- zacién de transportes e intercambios comerciales, etc. Ello aboca a un tiempo al despoblamiento y a la pérdida de lo caracterfstico campesino en los pueblos, que con- tinan siendo rurales, perdiendo Jo que constituyé la antigua vida campesina: artesanado, pequefio comercio ocal. Los antiguos «modos de vida» se pierden en el fol Klore. Si analizamos el fenémeno a partir de Jas ciuda- des, se observa Ia extensién no sélo de periferias densa- mente pobladas sino de reticulos (bancarios, comercia- les e industriales) y de lugares de habitacién (residencias secundarias, espacios y lugares de ocio, etc.). El tejido urbano puede distinguirse utilizando el con- cepto de ecosistema, unidad coherente constituida alre- dedor de una o varias ciudades, antiguas o recientes. Pero esta descripcién corre el riesgo de dejar al margen lo esencial. En efecto, el interés del «tejido urbano» no se limita a su morfologia. Es el armazén de una «manera de vivir» mds o menos intensa 0 desagradada: la sociedad urbana. Sobre la base econémica del, «tejido urbano» aparecen fenémenos de otro orden, de otro nivel, el de la vida social y «cultural». La sociedad y la vida urbana, conducidas por el tejido urbano, penetran en el campo. Semejante manera de vivir implica sistemas de fines y sistemas de valores. Los elementos més conocidos del sistema urbano de fines son el agua, la electricidad, el gas (butano en el campo), acompafiados del coche, la television, los utensilios de plistico, el mobiliario «mo- derno», lo que implica nuevas exigencias en lo relativo a 26 los «servicios». Entre los elementos del sistema de va- lores, citaremos el ocio a la manera urbana (bailes, can- ciones), las costumbres, la adopcin répida de las mo- das. Y también, las preocupaciones por la seguridad, las exigencias de previsi6n relativas al porvenir; en resumen, una racionalidad difundida por la ciudad. Generalmen. te, la juventud, un grupo de edad, contribuye activamen- te a esta rapida asimilacién de cosas y representaciones venidas de la ciudad. Trivialidades sociolégicas, si se ‘quiere, pero que conviene recordar para mostrar sus im- plicaciones. Entre las mallas del tejido urbano, persis- ten islotes ¢ islas de ruralidad «pura», territorios a me- nudo pobres (no siempre), poblados de campesinos de edad, «mal adaptados», despojados de todo lo que cons- tituyé la nobleza de la vida campesina en las épocas de la més grande miseria y opresién. La relacién «urbani. dad-ruralidad». no desaparece por tanto; por el contra- rio: se intensifica. Ello ocurre incluso en los pafses mas industrializados. Esta relacién interfiere con otras re- Presentaciones y otras relaciones reales: ciudad y cam- Po, naturaleza y ficticidad, etc. Aqui y alla las tensiones se convierten en conflicto, los conflictos latentes se agu- dizan; aparece entonces a plena luz lo que se ocultaba bajo el «tejido urbano». Por otra parte, los nticleos urbanos no desaparecen, rofdos por el tejido invasor o integrados a su trama. Estos micleos resisten, transforméndose. Contintian sien. do centros de vida urbana intensa (en Paris, el Barrio La. tino). Las cualidades estéticas de estos micleos antiguos desempefian un importante papel en su mantenimiento, No solamente contienen monumentos, sedes de institu. ciones, sino espacios adecuados para fiestas, desfiles, pa- seos, esparcimientos. El micleo urbano pasa a ser asi producto de consumo de alta calidad para los extranjeros, turistas, gentes venidas de la periferia, suburbanos. Sc. brevive gracias a esta doble funcién: lugar de consumo y consumo de lugar. De este modo, los antiguos centros en- tran més concretamente en el cambio y el valor de cam- bio sin perder valor de uso en razén de los espacios ofre- a i actividades especificas. Pasan a ser centros de See eee ee oe del centro comercial s6lo da una versién mustia y mutila- da de lo que fue el micleo de la ciudad antigua, a Ia vez comercial, religioso, intelectual, politico, econémico (pro ductivo). La nocién y Ia imagen del centro comercial se remontan en realidad a la Edad Media. El centro comer- cial corresponde a la pequefia y mediana ciudad medic. val. Pero hoy, el valor de cambio se impone hasta tal Punto sabre l uso el valor de uso ave poco's poco su Prime este timo, Esta nociin no tiene, pues, al le original. La creacién que corresponde a nuestra época, sus tendencies, asu horizonte (amenazador), ges otra Ga aue el centro de decisiones? Este centro, que retine la formacién y Ia informacién, las capacidades de organiza- ciém y dle decisiones institacionals, aparece como pro esto en vias de realizacén de una nueva centralidad, In del poder. Conviene que concedamos la mayor atencién a este concepto, ya la préctica que denota yjustifica, | Nos encontramos pues, en realidad; ante varios térmi- nos (al menos tres) en complejas relaciones, definibes bor oposiciones de término a termine, pero no epots Ps Dor estas oposiciones. Tenemos ruralidad y urbanida sociedad urbana). Tenemos el tejido urbano, conductor de esta urbanidad, y la centralidad, antigua, renovada 0 nueva, De ad una inguletante problemdtie, sobre todo cuando se pretende pasar del ae a wna fates, ok iencias a un proyecto (a lo «normativo»). ¢Es precio (per, squésiguica ete terno?) defer role ferar espontaneamente al tejido? ¢Conviene capturar ¢s- ta fuerza, orientar esta vida extrafia, salvaje y ficticia a Ia ves? 2¢émo fortificar los centros? 7s dil? 2Es ne cesario? Y, zaué centros, qué centralidad? 2Qué hacer f+ ss islas de ruralidad? ane are sibles entrevé, a través de los problemas bien diferenciados y de la problematica de conjunto, la crisis de ta ciudad. Crisis tedrica y practica. En la teoria, el soncepto de Ja ciudad (dela realidad urbane) se con pone de hechos, representaciones e imagenes tomadas de 28 la ciudad antigua (preindustrial, precapitalista), pero en curso de transformacién y de nueva elaboracin, En Ja practica, el muicleo urbano (parte esencial de la imagen y el concepto de la ciudad) se resquebraja, y, sin embar. 0, se mantiene; desbordado, a menudo deteriorado, a weces en descomposicién, el nticleo urbano no desapare- ce. Si alguien proclama su fin y reabsorcién en la mala, defender un postulado y una afirmacién sin prucbas, Asimismo, si alguien proclama la urgencia de una resti tucién 0 reconstitucién de los nticleos urbanos, continua. r4 sosteniendo un postulado y una afirmacién sincera, nueva y bien definida, a la manera que el pueblo dejé na. cer la ciudad. Y, sin embargo, su reino parece acabar, a no ser que se afirme atin mas fuertemente como centro de poder... Hasta ahora hemos mostrado el asalto de la industria: lizacion a la ciudad, y hemos esbozado un cuiadro drama, tico de este proceso, considerado globalmente, Esta tenta, tiva de anilisis podria dejar creer que nos encontrames ante un proceso natural, sin intenciones, sin voluntades Pero, aunque algo hay de esto, una vision asi quedaria (runcada. En un proceso semejante, intervienem active, mente, voluntariamente, clases o fracciones de clases ditt, Sentes que poseen el capital (los medios de produecién) y controlan no solamente el empleo econémico del capital ¥ Jas inversiones productivas sino la sociedad entera, mediante el empleo de una parte de las riquezas produ, cidas en Ja «cultura», el arte, el conocimiento, la Klecla, gia. Al lado de los grupos sociales dominantes (clases racciones de clases), o mejor atin, frente a éstos, esta In clase obrera: el proletariado, también él dividido en ec. [E2t0S. en Brupos parciales, en tendencias diversas, segin las ramas de industria, las tradiciones locales y neti, nales. A mediados del siglo 20x, la situacién es, en Paris, aproximadamente la siguiente: la burguesia dirigente, cla, Se no homogénea, ha conquistado la capital de la lacha de alto nivel. Como testimonio, aparecen todavia hoy de manera sensible, el Marais: barrio aristocritico oy 29 tes de la revolucién (pese a Ia tendencia de la capital y de la gente rica a derivar hacia el oeste), barrio de jardines y residencias particulares. El tercer estado, en al- gunas decenas de afios, durante el perfodo balzaquiano se apodera del barrio; un cierto mimero de magnificas residencias desaparecen; otras, son ocupadas por talleres, tiendas; los parques y’jardines son reemplazados por casas de vecindad, comercios y almacenes, y empresas. La fealdad burguesa, la avidez por ventajas visibles y legibles en las calles se instalan en poco tiempo en lugar de la belleza y del lujo aristocrético. Sobre los muros de Marais pueden leerse las luchas de clases y el odio entre clases, la mezquindad victoriosa. Seria imposible hacer més perceptible esta paradoja de la historia, que en par- te escapa a Marx. La burguesfa progresista, tomando a su cuenta el crecimiento econémico, dotada de instrumen- tos ideolégicos aptos para este crecimiento racional que va hacia la democracia y reemplaza la opresién por la ex- plotacién, no crea ya en cuanto clase: reemplaza la obra por el producto. Quienes conservan el sentido de la obra, comprendidos novelistas y pintores, se consideran y se sienten eno burgueses». En lo que respecta a los opreso- res, a los amos de sociedades anteriores a la democracia burguesa —principes, reyes, sefiores y emperadores—, ellos si tuvieron el sentido de gusto de la obra, en parti cular en el campo arquitecténico y urbanistico. La obra responde més al valor de uso que al valor de cambio. Después de 1848 la burguesia francesa, sélidamente asentada en la ciudad (Paris), posee en ella sus medios de accién, bancos en el Estado, y no solamente residencias. Pero la burguesia se ve cercada por la clase obrera. Los campesinos acuden, se instalan alrededor de las «barre- ras», Jas puertas, la periferia inmediata. Antiguos obre- ros (de los oficios artesanos) y nuevos proletarios pene- tran hasta el corazén de la ciudad, habitan en fnfimos alojamientos, pero también en casas de vecindad, en las que los pisos inferiores son ocupados por gente de po- sicién holgada, y los superiores por obreros. En este «desorden» los obreros amenazan a los ya instalados, 30 peligro que las jornadas de junio de 1848 evidenciaron, y que serfa confirmado por la Comuna, Se elabora, pues una estrategia de clase, que apunta a la remodelacién de la ciudad, prescindiendo de su realidad, de su vida propia. La vida ‘de Paris adquiere su mayor intensidad entre 1848 y Haussmann: no la vida» parisina», sino la vida urbana de la capital. Entonces entra en la literatura, en Ja poesia, con una pujanza y unas dimensiones gigantes- cas, Luego, terminaré. La vida urbana supone encuentros, confrontaciones de diferencias, conocimiento y reconoci- miento reciprocos (lo que se incluye dentro del enfren- tamiento ideolégico y politico), maneras de vivir, pat- terns que coexisten en la Ciudad. A lo largo del siglo x1x, la democracia de origen campesino cuya ideologia ani. mé a los revolucionarios, hubiera podido transformarse en democracia urbana. Este fue, y continia siendo para Ia historia, uno de Jos sentidos de la Comuna. Como la democracia urbana amenazaba los privilegios de la nue- va clase dominante, ésta impidié su nacimiento. ¢De qué manera? Expulsando del centro urbano y de la ciudad misma al proletariado, destruyendo la curbanidad», Primer acto. El barén Haussmann, hombre de este Estado bonapartista que se erige por encima de la socie- dad para tratarla cinicamente como botin (y no sola- mente como empefio de las luchas por el poder), reem- plaza las calles tortuosas pero vitales por largas aveni- das, los barrios sordidos pero animados por barrios abur- guesados. Si abre bulevares, si modela espacios vacios, no Jo hace por la belieza de las perspectivas, sino para «cu- brir Paris con las ametralladoras» (Benjamin Péret). El célebre baron no disimula sus intenciones. Més tarde, se agradecer a Haussmann el haber abierto Paris a la cir culacién, Pero no eran estos los fines y objetivos .del «urbanismo» haussmanniano. Los espacios libres tienen un sentido: proclaman a voz en grito la gloria y el po- derio del estado que los model, la violencia que en ellos puede esperarse. Mas tarde, se operan transvases hacia otras finalidades que justifican de una manera distinta los ajustes en la vida urbana. Debe advertirse que Hauss- 31 alcanzado su objetivo. Uno de los logros que nara eae ‘a la Comuna de Paris (1871) fue el re- forno por la fuerza al centro urbano de los obreros re- Chazados a los arrabales y la periferia, su reconquista Ge la Ciudad, ese bien entre los bienes, ese valor, esa ‘obra que les habia sido arrebatada. 4 ‘Segundo acto. El objetivo estratégico seria alcanza- do por wna maniobra mucho mas extensa y de resulta dos alin mas importantes. En la segunda mitad del glo, personas iniluyentes, es decir ricos, o poderosos, Sk rmbos a un tiempo, idedlogos unas veces (Le Play) de concepciones muy marcadas por la religion (catolica © protestante), habiles hombres politicos otras (pertene- Cientes al centro-derecha) y que no constituyen por de- nas un grupo tinico y coherente, en resumen, algunos Thotables», descubren una nocién nueva, cuyo éxito, es decir, su sealizacién sobre el terreno, seria cuenta de la 111 Republica. Los notables conciben el habitat. Hasta en- tonces «habitar» era participar en una vida social, en una Comunidad, pueblo o ciudad. La vida urbana manifesta- be esta cualidad entre otras, este atributo. Se prestaba @ habitar, permitia a Jos ciudadanos habitar. De este mo- do, los mortales habitan mientras salvan la tierra, mien {ras esperan a Jos dioses... mientras conducen su propio er en la preservaci6n y el consumo...». Asi habla del he- tho de habitar, pocticamente, el filésofo Heidegger (Es- Sais et conférences, pp. 177-178). Las mismas cosas, fuera ya de la filosofia y de la poesia, han sido dichas socio- jogicamente (en ei Jenguaje de la prosa del mundo). A fines del siglo x1x, los Notables aislan una funcion, la separan del conjunto extremadamente complejo que la cindad era y continua siendo, para proyectarla sobre el terreno, sin por ello restar relevancia a la sociedad, a la que facilitan una ideologia, una préctica, significando- Ti de esta manera. Es cierto que los suburbios han sido creados bajo la presion de las circunstancias para respon- Ger al ciego empuje (aunque motivado y orientado) de Ja industrializacién, al advenimiento masivo de campesi- nos canalizados hacia los centros urbanos por el «éxodo 32 rural», La estrategia no ha orientado en menor medida este proceso. Estrategia de clases tipica, pero, significa esto una sucesién de actos concertados, planificados, con un solo objetivo? No. El carécter de clase aparece especialmen- te profundo, sobre todo, porque varias acciones concer- tadas, aunque polarizadas sobre varios objetivos, han convergido hacia un resultado final. Por descontado, to- dos esos notables no se proponian abrir una via a la es- peculacién, Algunos de ellos, hombres de buena volun- tad, filantropos, humanistas, dan muestra incluso de de- sear lo contrario. Pero no por ello han frenado la movi- lizacién de la riqueza inmobiliaria alrededor de la Ciu- dad, el ingreso en el cambio y el valor de cambio, la res- triccién de suelo y alojamiento. Ello, con las implicacio- nes especulativas. No se proponfan desmoralizar a la cla- se obrera sino; por el contrario, moralizarla. Entendian que implicar a los obreros (individuos y familias) en una jerarquia muy diferenciada de la que reina en la em- presa, la de propiedades y propietarios, casas y barrios, seria benéfico, Querfan airibuirles otra funcién, otro es- tatuto, otros roles que los afectos a su condicién de pro- ductores asalariados. De este modo, pretendian asignar- les una vida cotidiana mejor que la del trabajo. De es te modo, imaginaron con el habitat el acceso a la propie- dad. Operacion ésta de extraordinario éxito, pese a que sus consecuencias politicas no siempre hayan sido las que presumieran los promotores. Asi sucede siempre que es alcanzado un resultado, previsto 0 imprevisto, conscien- te 0 inconsciente. Ideolégica y practicamente, la socie- dad se orienta hacia problemas distintos a los de la pro- duccién. La conciencia social, poco a poco, va cesando de tomar como punto de referencia la produccién, para cen- trarse alrededor de la cotidianidad, del consumo. Con la implantacién de suburbios se esboza un proceso, que descentra la Ciudad. El proletariado, separado de Ja Ci- dad, terminaré por perder el sentido de la obra. Apartado de fos medios de produccién, disponible a partir de un sector de habitat para actividades esparcidas, dejar atro- fiar en su conciencia la capaciad creadora. La concien- cia urbana va a disiparse. Con la creacién del suburbio se inicia en Francia una orientacién urbantstica incondicional enemiga de la Ciu- dad. Paradoja singular. Durante decenas de afios, bajo la III Republica, aparecen textos autorizando y reglamen- tando el suburbio de pabellones y las parcelaciones. Al- rededor de la ciudad se instala una periferia desurbani- zada, y sin embargo dependiente de la ciudad. En efec- to, los «suburbanos», los habitantes de las viviendas in- dividuales suburbanas, no cesan de ser urbanos incluso si pierden conciencia de ello y se creen cercanos a la naturaleza, el sol y la vegetacién. Para subrayar la para- doja, podria hablarse de urbanizacién desurbanizante y desurbanizada. Esta extensién, precisamente por sus excesos, se fre- nara a si misma. E] movimiento por ella desencadenado arrastra a la burguesia y a los estratos acomodados, que instalan suburbios residenciales. El centro de la ciudad se vacfa en provecho de las oficinas. El conjunto comien- za entonces a debatirse en lo inextricable. Pero el pro- ceso atin no ha terminado. Tercer acto. Después de la ultima guerra, todos ad- vierten que el cuadro se modifica en funcién de urgen- cias, de presiones diversas: crecimiento demografico, em- puje de la industrializaciOn, aflujo de provinciales a Pa- ris. La crisis de alojamiento confesada, reconocida, evo- luciona hacia la catastrofe, con riesgos de agravar Ia si- tuacién politica todavia inestable. Las «urgencias» des- bordan las iniciativas del capitalismo y de la empresa eprivadas, que, por lo demés, no se interesa por la cons- truccién a la que considera insuficientemente rentable. El Estado no puede ya contentarse con reglamentar las parcelaciones y la construccién de complejos de pabe- Mones, con luchar (mal) contra la especulacién inmobilia- ria. A través de urbanismos interpuestos, toma a su car- go la construccién de alojamientos. Se inicia el periodo de los «nuevos barrios autosuficientes» y de las «nue- vas ciudades». 34 Podria decirse que Ia funcién piblica asume lo que hasta entonces entraba en una economia de mercado. Sin duda. Pero no por ello el alojamiento se convierte en un servicio publico. El derecho al alojamiento aflora, Por as{ decir, en la conciencia social. Se hace reconocer de hecho, en la indignacién que los casos dramaticos le- vantan, en el descontento que la crisis engendra. Sin em bargo, no es reconocido formal y practicamente; es reco- nocido, por el contrario, como apéndice a los «derechos del hombre». La construccién que el Estado ha tomado a su cargo no transforma las orientaciones y concesiones adoptadas por la economia del mercado. Como Engels anticipara, la cuestién del alojamiento, incluso agravada, politicamente sélo ha desempefiado un papel secunda. rio, Los grupos y partidos de izquierda se han limitado a reclamar «mas alojamientos». Por otra parte, las ini clativas de los organismos piiblicos y semipdblicos no han sido guiadas por una concepcién urbanistica, sino, sim- plemente, por el propésito de proporcionar el mayor nt mero posible de alojamientos lo més rapidamente posi. ble y al menor costo. Los nuevos conjuntos autosuficien- tes estaran marcados por su cardcter funcional y abs- tracto. Hasta ese punto ha Ilevado la burocracia de Esta- do a su forma pura el concepto de habitat. Esta nocién, la de habitat, continuaba siendo «incier- ta». Los micleos de pabellones individuales permitian va- riantes, interpretaciones particulares o individuales del habitat. Una especie de plasticidad permitia modificacio- nes, apropiaciones. El espacio del pabellén —cerca, jar- din, rincones diversos y disponibles—, al habitarlo, per- mitia un marco de iniciativa y Ijbertad limitada pero real. La racionalidad estatal va hasta el extremo. En el nuevo conjunto * el habitat se insiaura en estado puro, suma de presiones. El gran conjunto realiza el concepto de habitat, como dirfan algunos filésofos, excluyendo el habitar: la plasticidad del espacio, el modelamiento de este espacio, la apropiacién de sus condiciones de exis- * Conjunto; barrio autosuficiente, 35 i Is. os ¢ individuos. De este modo, la co- Udaniged comple funciones, preserpsiones cos del tiempo rigido que se inscribe y se significa en este nate abitat del nicl de pabellones ha proliferado al- rededor de Parfs en las comunas suburbanas, extendien- do de manera desordenada el dominio edificado. Una oo Ja ley rige este crecimiento urbano y no urbano a la vez: tn especulacion del suelo. Los interticioe dejados por este crecimiento sin vacios han sido aaeie los grandes conjuntos. la especulacin del suelo, mal com batida, se aiiadié la especulacién de pisos cuando éstos eran objeto de copropiedad. De este modo se asegura- ba dentro del valor de cambio la entrada del alojamien- to en la riqueza mobiliaria y del suelo urbano, una vez das las restricciones. . wept define fa realidad urbana por la dependencia res- ecto al centro, los nicleos periféricos son urbanos. Site define el orden urbano por una relacién perceptible (le- gible) entre centralidad y periferia, los nticleos perc cos estan desurbanizados. Y se puede afirmar que ia concepcién urbanistica» de los grandes conjuntos se literalmente encarnizado con Ja ciudad y lo urbano pare extirparlos. Toda la realidad urbana perceptible (legibl ha desaparecido: calles, plazas, monumentos, expacios significativos, Hasta el café (l bistro) ha suscitada el re sentimiento de los «conjuntistass, su gusto por el asce- tismo, su reduccién del habitar al habitat. Ha sido rec so que fueran hasta el fin en su destruccién de la ae dad urbana sensible para que aparezca la exigencia de una restitucién. Timidamente, lentamente, hemos eT gatonoes reapareer ol ea, ef centro comercial, 1s calle Jos equipamientos lamados culturales, en resumen, al. gunos elementos de la realidad urbana. De este modo, el orden urbano se descompone en dos tiempos: pabellones y conjuntos. Pero no hay soctedad sin orden, significado, perceptibilidad, legibilidad sobre el terreno. El desorden suburbano insintia un orden: la oposicién de los sectores de pabellones y de los con- 36 SESE SEE TEESE EE SEE TEES EEEEE SESE SIE SEEE cet ESSE TET SEES SE ESSE ESET Ec OE ELST ET STE SESE SE SEIT STEEE Sc 0020 EES SECTS ET EE CSE SESE Sete SSIS aa juntos, que salta a la vista. Esta oposicién tiende a cons: tituir un sistema de significaciones urbano incluso en la desurbanizacién. Cada sector se define (en y a través de Ja conciencia de los habitantes) por relacién al otro, por sidentes en los conjuntos se consideran y perciben «ng Pabellonarios». Y reciprocamente, En el seno de la opo. sicién, las gentes de los grandes conjuntos se instalan en Ia ldgica del habitat y las gentes de los pabellones en Io imaginario del habitat. Los unos guardan la organizacién racional (en apariencla) del espacio. Los otros, la pre- sencia del suefio, de la naturaleza, de la salud, al ma de le vida malsana y desagradable. Pero Ia’ légica del habitat sélo se percibe a través de su relacién con lo imaginario y lo imaginario por su relacién con la 16- gica. Las personas se Tepresentan a s{ mismas a través de aquello de lo que carecen o creen carecer. En esta relacién, lo imaginario ocupa la posicién de fuerza. So- bredetermina a la Iégica: el hecho de habitar se percibe por referencia a los pabellones, tanto en unos como en otros (las gentes de los pabellones aioran la ausencia de una légica del espacio, mientras que la de los con- juntos acusan la falta de no conocer la alegria pabello. naria). De ahf los sorprendentes resultados de las eneues. tas, Mas del 80 por ciento de los franceses aspiran al alojamiento de vivienda individual y una considerable ma- yorfa se declara

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