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CUIDANDO LA

CASA POPEYE
EN GENEVA

César Cabezas Sánchez


E-mail: salljaruna.huanta@gmail.com
ISBN 978-612-00-2288-7
Depósito Legal Biblioteca Nacional 2016-06363
Cuidando la casa de Popeye
en Geneva

S
on las tres de la tarde de un día
domingo, las resecas y amarillentas
hojas de los viejos robles son
arrastradas por el suave viento de otoño.
El camino crepita al paso del gentío que
marcha lento tras el féretro de la que fuera
Doña Selena. No hay lágrimas ni llanto
-aun cuando toda muerte es irreparable-
pero el tañer de las campanas, aunque
lacónico, es continuo desde el mediodía
y acompaña esta partida inexorable.
Hoy domingo, ha salido el funeral de la
imponente y hermosa casa de Popeye,
desde una zona residencial de Geneva.
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Selena -a los 18 años- una lozana


adolescente de cabellos rubios, vivaces
ojos verdes y escultural cuerpo, había
llegado a Geneva, dejó atrás una gran
hacienda, con mucho ganado vacuno,
ubicada en un hermoso valle alpino.
Su misión: estudiar derecho en la
universidad para defender las tierras,
cuando ello fuera necesario.
Su padre, don Mateo, era un campesino
muy osco en su trato, aunque bonachón
y muy preocupado por la formación y el
futuro de Selena, su única y querida hija.
La venta de ganado y de la abundante
producción y venta de leche se había
traducido en un gran capital, que Mateo
fue invirtiendo, primero en comprar
una hermosa e histórica casa ubicada en
el centro de Geneva, muy cerca del lago
Léman, que antes había sido habitada
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-aunque solo por unos días- por Elizabeth


de Austria a su paso por Geneva en 1897.
Fue amoblando la hermosa residencia con
enseres de la época en la que se construyó
la casa; ubicaron sillones Luis V con

trabajados; alfombras rojas adornadas

que, además, pendiente del techo lucía


una gigante araña de cristal con ciento
veinte bujías simétricamente ubicadas.
Logró también traer mármol de Carrara
para cambiar los treinta y seis peldaños de
las gradas que conducían a la entrada de
esta imponente mansión. Contigua a la
sala había un inmenso comedor, con una
larga mesa y sillas doradas, todas talladas

en el día era impresionante, debido a las


inmensas ventanas por cuyos vitrales, de
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un color que combinaba el amarillo con


el azul, ingresaba la luz del sol dándole
un tono de luz doblemente intenso al
interior.
El dormitorio principal, que fue
acondicionado pensando en que sería el
dormitorio de Selena, tenía una inmensa
cama, rodeada de un tul celeste bordado
con estrellitas blancas, que no permitía
ver claramente su interior; el piso
cubierto por las más costosas alfombras
persas disponibles en la ciudad, eran de
un color rojo intenso, incrustadas con

ruiseñores que daban hasta la impresión


de movimiento, porque cuando los
movimientos de las aves son muy rápidos
es como si estuvieran quietas.
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Una ventana amplia daba a un jardín

rojas y amarillas, abedules, azules


gencianas bávaras y claveles morados.
Un pasadizo conectaba el dormitorio
con la biblioteca, muy iluminada al igual
que el comedor, con estantes hechos con
madera de roble, los cuales bordeaban
una habitación de casi ochenta metros
cuadrados. Se podían ver los libros de
derecho canónico, derecho romano y
también obras de Shakespeare, Víctor
Hugo, Nietzsche y también el infaltable
Honoré de Balzac, libros que ya formaban
parte de la hermosa y amplia biblioteca
al comprar la casa, pero a la que Don
Mateo también había complementado
con otros títulos, recurriendo a la ayuda
de un profesor universitario muy amigo y
visitante de la hacienda.
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Semanalmente, Don Mateo venía a


supervisar las obras y los arreglos de la casa,
hasta que consideró que era momento de
que viniera Selena -lo cual ocurrió el 12 de
marzo de 1917-. Tres carruajes trajeron la
mejor ropa seleccionada y comprada con
mucha antelación, también una buena
reserva de alimentos y enseres de cocina.
Era un trabajo agitado y constante para
seis empleados el poner todo en orden en
tres días sin más dilación.
Selena, que había aprendido el don
de mando y el carácter fuerte de su padre
y la acuciosidad de su madre, no daba
tregua a los empleados para que no solo
avanzaran el trabajo, si no que quedara
como ella quería.

casa que había criado a Selena, ahora


la acompañaría en su nuevo hogar,
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encargándose de todos los quehaceres


domésticos.
Pero algo que Selena no encargaba a
nadie, era el cuidado de su gata llamada
Emperatriz, una angora inmensa con

intercaladas con rayas blancas, tenía


los ojos verdes como Selena, por lo que
ella solía decir que era su hija. Era una
gata juguetona, cariñosa y de buenos
modales, pues para hacer sus necesidades

dormitorio, al regresar dormitaba en el


ancho marco de la ventana, mirando el
fondo del jardín. Desde su llegada a la
casa, el dormitorio fue su lugar predilecto.
Otra cosa que Selena privilegiaba era
la música clásica, tenía un gran piano de
fabricación alemana en el centro de la sala,
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donde tocaba con fruición la música


de sus compositores favoritos, Mozart
o Beethoven, mientras que Emperatriz
ronroneaba en sus faldas.
Selena inició sus estudios de derecho
en la Universidad de Geneva, pasaba
horas de lectura acompañada del calor de
Emperatriz. Ella tenía sumo cuidado de
que la gata no saliera de la casa, cerraba
puertas y ventanas antes de salir a la
calle. Pero ya casi a los cuatro años, era
inevitable que la gata saliera en algún
momento y también que aconteciera lo
que ocurre con una gata en celo, al margen
de los recelos y cuidados de su ama
conservadora en extremo. Casi coincidió
con la graduación de Selena, el momento
en que la gata parió cuatro hermosos
gatitos -tres de pelaje oscuro y uno de
colores similares al de la madre-. Luego
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de la graduación hubo una recepción, con


variada y abundante comida, pero solo
discursos y bienaventuranzas antes que

de la hacienda. Sin embargo, a Selena le


importaba tanto el parto y las crías de
Emperatriz, como su graduación.

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Selena había dedicado su tiempo
y esfuerzo al estudio, era, ahora, una
reconocida abogada en la ciudad, pronto
fue consultora de bancos y empresas
suizas. Conoció a muchas personas,
pero por su carácter introvertido no era
fácil que entablara amistad y terminaba
refugiándose en su trabajo, realizado con
pulcritud y exactitud suizos, y en los gatos,
que periódicamente se reproducían.
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Acumuló capital en sendas cuentas


bancarias, sin embargo su única inversión
era mejorar su casa para hacerla más
atractiva y dar todos los privilegios a los
felinos que criaba.
Ya a los cuarenta y dos años, cuando

enfermó y se fue a los Alpes para nunca


más volver, Selena empezó a frecuentar
un centro cultural, que era en realidad
un café-bar, para escuchar música clásica
y también algo de poesía. Un día de
primavera se quedó hasta que el último
asistente se retiró y solo quedaran el
barman y el pianista. Este último -un
hombre ya maduro, pero apuesto- tenía
extraordinarios dotes para tocar el piano
así como para convencer, tocar y acariciar a
la más reacia de las mujeres, compartiendo
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un vino, o unos vinos, y terminar


eclipsados con la eventual compañera en
algún lugar de esta apacible ciudad. Esta
vez no fue diferente, pues terminaron en la
mansión de Selena. Estos encuentros, casi
furtivos, se repitieron no más de tres veces
en dos meses, porque el pianista andaba
curando la soledad de muchas mujeres
a la vez, de todas las edades, de todas las
profesiones, culturas y estados civiles; por
lo que no le era muy atractiva una relación
continua, menos sentimental, además que
siempre andaba con tiempos limitados, y
mucho más para volver a una casa donde
los gatos eran los que más importaban.
Sin embargo, para Selena el no contar con
el pianista que le tocaba aquella música
celestial para su espíritu solitario, fue la
catástrofe más grande que le puede ocurrir
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a una mujer de esa edad, enamorarse


por primera vez con toda la fuerza e
ilusión de sus cuarenta y dos años y ser
rechazada, tragedia equiparable a perder
el único avión que te lleva al futuro en el
que crees plenamente. Estos desplantes,
sin embargo, son también frecuentes
en sentido contrario, como lo pueden
corroborar los caballeros afectados por
estos desgarros indescriptibles que da la
vida.
Selena siguió frecuentando el café- bar,

pianista. Siempre se ubicaba en la última


mesa, en un bar solo con diez mesas,
y no permitía compartirla con nadie,
abstrayéndose con la música y el vino
-el más caro que hubiera-. Estas visitas,
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de semana -exactamente los sábados-


luego se hicieron casi diarias, sobre
todo cuando el pianista, aunque no por
corresponderla en el amor sino más bien
por apiadarse de ese inmenso amor de
espera incondicional y al verla al fondo -ya
casi como parte del café- bar- ciertas veces
le dedicaba algunas de sus composiciones,
con las que Selena -aunque le causaban
dolor y llanto- se sentía correspondida.
Para un amor solitario era el oxígeno que
le permitía poder volver al siguiente día,
como signo de vida.
A los cincuenta y dos años, en Selena
se acentuaron los surcos del tiempo en

y frágil a la vez, que hasta ondulaba con


una suave brisa. Alrededor de sus ojos ya
se podían notar pequeños pliegues en
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sus labios, otrora carnosos, rojos y tersos.


Selena ahora parecía ya de sesenta o
incluso más años. Seguía trabajando con
la misma dedicación y responsabilidad
para los bancos y amasando fortuna,
que nadie más que ella sabía a cuantos
francos suizos ascendía. Fue en esta etapa
-de haber ya pasado con creces el medio
día de la vida- que empezó a preocuparse
por la ecología, por los animales y la
legislación sobre ellos, evidentemente
los gatos ocuparían un lugar privilegiado.
Trató de contactar con activistas y
conservadores de la ecología, aunque

encontrar alguien que no sea como el


pianista. En el escenario de ese periplo
solitario, apareció Clara, una joven de
unos treinta años sufridamente vividos,
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muy activa en movimientos ecologistas


-pero sin trabajo conocido- quien
frecuentaba los alrededores del límpido
lago Léman en Geneve. Es aquí donde
conoció a Selena en una de esas noches
de tertulia, en la que con un par de vinos,
se suelen solucionar los problemas de
mundo y la vida de los demás, aunque no
la de uno mismo. Entablaron amistad de
tal suerte que Selena al ver el desamparo
de esta antropóloga con estudios de
maestría sobre violencia hacia las mujeres
y migrante de un país andino, la invitó a
vivir en su casa. El común denominador
de ambas era algo simplemente humano:
el estar solas en cuerpo y alma, el haber
quedado desamparadas por amores no
correspondidos y el tener como único
compañero de la soledad y la desventura,
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aquel que solo quiere que lo saboreen a


cambio de sus mágicos encantos, el alcohol
en forma de vino. Ya en casa empezaron a
compartir música clásica, combinando
con las melodías de zampoñas, quena y
charangos, ello revivió en el espíritu de
Selena, la razón de la vida misma que,
después de lo ocurrido con el pianista,
estaba permanentemente vacía.
Los gatos habían sobrevivido a todos
los desencuentros y desencantos de la
vida de su ama, pero también el alcohol
había llegado como un tsunami que cada
vez ahogaba más a Selena. Los gatos
también empezaron a sentir el desamor
que sienten quienes viviendo juntos no
intercambian sentimientos, ni siquiera
gestos del compartir; por lo que de siete
gatos que hubo en un momento solo
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quedaba uno, el más fuerte, el que no


dejaba acaso comer a los otros. Los demás
habían emigrado también de la casa en
busca de amor o de caricias simplemente,
aunque los gatos son desinteresados en
general por cosas subjetivas. El único
sobreviviente a esa crisis de amor y
sentimientos, pero no de bienestar físico,
era Popeye, un gato robusto, de ojos
verdes, de color marrón claro con rayas
blancas, recordaba el sello de los genes de
la ancestral gata Emperatriz.
El alcohol inundaba ahora no solo los
bares, sino también la casa. Música culta
para empezar, sayas y huaynos luego, pero
siempre con vino Perrier Jouet, tenía que
ser Perrier Jouet el más caro disponible,
pero, aunque dulce y agradable, es veneno
letal como los demás.
132 Cuidando la casa de Popeye en Geneva

Pese a que los padres de Selena le habían


inculcado la religión católica, esta no dejó
muchas huellas en ella. Era ya entonces

pero sí para los católicos, la madrugada


del viernes santo, cuando Selena llamó
a Clara para brindar por la muerte de
Perrier
Jouet que era su preferido. Era evidente el
deterioro de aquella bella mujer de ojos

abstinencia que atravesaba. Le temblaban


tanto las manos que derramaba el vino
sobre las sábanas blancas, no solo al
llenar el vaso, sino también al querer

ventana, como si detrás de ella hubiera

Se notaban claramente las venas azules


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de su nariz, que ya era como una rosa roja


desde hace varios años.
Esa madrugada, Selena alcanzó a decir
a Clara -Quiero brindar por Jesús, ese
pianista que me espera al fondo del jardín,
aunque ya no escucho la música que toca,

yo! – Continuaba con voz entrecortada-


¡Salud Clara! ¡Salud!
Popeye, ya casi humanizado en esos
tiempos que solo compartía con humanos
de comportamientos extraños, miraba
absorto la escena, mientras Selena repetía,
¡Salud Clara!, tu música es linda y fuerte,

necesito escuchar la música del pianista


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vez- y antes de haber tomado un sorbo de


vino, empezó a toser persistentemente.
Clara se acercó presurosamente para
frotarle la espalda con todo el amor que
una persona que tanto ha sufrido pueda
dar otra en peor situación; pero Selena
siguió con una tos incoercible, accesos
de tos tan fuertes que se tornaron en
arcadas de náuseas y en un vómito de
sangre rutilante que no paró de salir a
borbotones. Clara no atinaba qué hacer,
si tenerla entre sus manos y abrazarla para
despedirse de quien compartía lo más
humano de su ser para salvarle el alma o
llamar un médico para salvarle un cuerpo
estropeado por la vida, pero vivo aún. No
hubo tiempo para más, en medio de esta
agonía teñida de rojo y de vino, Selena,
antes de expirar, logró decir en tono muy
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al oído humano:
y soltó el vaso
para mezclar sobre la alfombra el vino
con la sangre, mezcla fatal en un viernes
santo de los católicos.
Popeye saltó a la ventana y se paró
-como lo hacía su ancestral Emperatriz-
en el amplio marco de la ventana, con una
mirada perdida en el fondo del jardín,
como si buscara al pianista que tanto
había querido su ama.
Clara avisó a los vecinos de lo ocurrido
-no podía llamar a las autoridades porque
solo tenía una visa vencida hace siete
años-. Los vecinos llamaron al banco
donde trabajaba la occisa. Selena de
sesenta y seis años cumplidos, había
fallecido de cirrosis según el parte de un
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la necropsia -pese a que era profesor de


anatomía- porque él decía para qué morir
o matar dos veces, si a la primera se puede
decir de qué murió -podría ser también

un ahorro importante para el seguro-.


En realidad existía tanta evidencia, que
en el caso de Selena, era un diagnóstico
ectoscópico que podría haberlo hecho
cualquier cristiano en una ciudad donde
muchos siguen el mismo destino luego
de beber crónicamente; pero la necropsia
hubiese mostrado probablemente un
hígado acartonado, cirrótico y varices
esofágicas rotas con coágulos de sangre o
de repente hubiese encontrado también
un corazón que se resistía a dejar de latir,
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vida, sobre todo cuando se llega al límite


con la muerte.
Vinieron los empleados de la compañía
de seguros, miraron la casa de extremo a
extremo -antes de ver a la difunta- , luego
vinieron los empleados de la funeraria
para preparar el cadáver y los funerales.
A pedido de Clara armaron la capilla
ardiente en la sala de la casa, donde había
una luz intensa, al menos en el día.
Lo que llamó la atención de Clara y
no salía de su asombro es que los señores

terno negro impecable, fueron a ver a


Popeye, le tomaron fotos de todos los
ángulos. Popeye estaba confundido,
además, sospechaba que algo raro pasaba
y que Selena ya no estaba más.
138 Cuidando la casa de Popeye en Geneva

El felino no permitió que los de terno


negro se acercaran a él mostrando los

para convencerlo, estos hombres tuvieron


que recurrir a la ayuda de Clara -lo cual
no fue fácil- entonces pesaron al gato, le
pusieron un collar con el número 0067 y
un código de letras ilegible para Clara.
Durante su periplo de migrante en
países de Europa, Clara había conocido
a personas que atravesaban la misma
situación por la que ella pasó, por lo que
al verse sola en casa de Selena llamó a tres
de sus amigos y dos amigas, había lugar

y las inclemencias, no solo del invierno,


sino sobre todo las inclemencias de la
indiferencia humana y de ese permanente
e intensamente frío invierno que siente
un migrante.
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No pasó ni un día para que la casa


de Selena esté más llena que nunca,
albergando a sus inquilinos de la
ocasión, quienes hicieron rápidamente
una minka para arreglarla y casi volverla
a su esplendor original. Todos cultivaban
la música andina en una ciudad a cientos
de kilómetro de sus países natales,
solo uno tenía trabajo conocido como
empleado. Ese día empezaron una
nueva vida, al menos de estar juntos en
una casa y compartir, no solo la música,
sino también una mesa como hermanos
y, sobre todo, los sentimientos que los
ayudaría a rehumanizarse.
Un miércoles minutos antes de las 9
am, vinieron dos jóvenes que parecían ser

y corbatas rojas, eran de cabellos rubios


y lentes oscuros. Tocaron suavemente la
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puerta preguntando por la casa de Popeye.


Las más antigua de la casa, Clara, salió a
recibirlos y los hizo pasar a la sala. Eran
empleados del banco más importante de
la ciudad y traían papeles de herencias

sus momentos de lucidez. Fue allí donde


todos se enteraron que el heredero de
toda la casa y de los fondos bancarios de
la difunta Selena, era Popeye. Uno de los
músicos -incrédulo por completo- dijo
¿el gato?, ¡Debe haber una confusión! No,
no era ninguna confusión, era Popeye, el
mismo gato Popeye el heredero de toda
la fortuna, las leyes suizas lo permiten y
el día que muera Popeye, toda la herencia
pasará a las arcas del seguro.
Desde aquel día todos los días, es un
ritual atender a Popeye y aunque los gatos
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tienen siete vidas, quizás la de este no


pase probablemente de tres o cinco años
más, ya que Popeye tenía ya tres años a la
muerte de Selena. Tres o cinco años más
en casa de Popeye. Semanalmente vienen
los supervisores y un veterinario para ver
si el gato está vivo o simplemente para
saber si es el mismo Popeye.
Tres o cinco años más, pero no más
que eso en casa de Popeye, cuidándolo a
este, como a sus mismas vidas. Entonces
seguirá la música andina acariciando los
Alpes, expresando que los humanos son

cuerpos y que sus rentas, que Selena se


resistió al desamor, y probablemente en
un aniversario de la muerte de Selena,
junto al triste tañer de las campanas en
Geneva, se escuche con voz celestial en
142 Cuidando la casa de Popeye en Geneva

coro con Selena, adiós pueblo de Geneva,


Popeyeschallay, kausapaycha kutimusaq
Popeyeschallay, wañuspayqa manañacha
Popeyachallay*.

Suiza, 16 mayo de 2011

Con mucho cariño para


Martín, Rapho y Margarita

*
Popeito, y si muero nunca más Popeito.

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