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6 Cuento
6 Cuento
CASA POPEYE
EN GENEVA
S
on las tres de la tarde de un día
domingo, las resecas y amarillentas
hojas de los viejos robles son
arrastradas por el suave viento de otoño.
El camino crepita al paso del gentío que
marcha lento tras el féretro de la que fuera
Doña Selena. No hay lágrimas ni llanto
-aun cuando toda muerte es irreparable-
pero el tañer de las campanas, aunque
lacónico, es continuo desde el mediodía
y acompaña esta partida inexorable.
Hoy domingo, ha salido el funeral de la
imponente y hermosa casa de Popeye,
desde una zona residencial de Geneva.
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Selena había dedicado su tiempo
y esfuerzo al estudio, era, ahora, una
reconocida abogada en la ciudad, pronto
fue consultora de bancos y empresas
suizas. Conoció a muchas personas,
pero por su carácter introvertido no era
fácil que entablara amistad y terminaba
refugiándose en su trabajo, realizado con
pulcritud y exactitud suizos, y en los gatos,
que periódicamente se reproducían.
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al oído humano:
y soltó el vaso
para mezclar sobre la alfombra el vino
con la sangre, mezcla fatal en un viernes
santo de los católicos.
Popeye saltó a la ventana y se paró
-como lo hacía su ancestral Emperatriz-
en el amplio marco de la ventana, con una
mirada perdida en el fondo del jardín,
como si buscara al pianista que tanto
había querido su ama.
Clara avisó a los vecinos de lo ocurrido
-no podía llamar a las autoridades porque
solo tenía una visa vencida hace siete
años-. Los vecinos llamaron al banco
donde trabajaba la occisa. Selena de
sesenta y seis años cumplidos, había
fallecido de cirrosis según el parte de un
136 Cuidando la casa de Popeye en Geneva
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Popeito, y si muero nunca más Popeito.