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LA SANTA VOLUNTAD DE DIOS (3)

Consejos de vida espiritual


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se recitan las oraciones del Ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo,
adoro, espero Os adoro profundamente y Os ofrezco
y os amo. el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma
Os pido perdón y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
por los que no creen, presente en todos los sagrarios de tierra,
no adoran, no esperan en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
y no os aman. con que Él mismo es ofendido
y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón
y del Corazón Inmaculado de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén
***
 Se lee la lectura de la Palabra de Dios.
Del santo Evangelio según san Mateo 26, 36 – 42
EN aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado
Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y
llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza
y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte;
quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en
tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este
cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y volvió a
los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido
velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues
el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por
segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar
sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
LA SANTA VOLUNTAD DE DIOS (3)
CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

Renunciad a vuestra voluntad


Nunca está más segura un alma de cumplir la voluntad de Dios que
cuando no cumple la suya propia; y nunca se siente más libre que cuando se
entrega filialmente a la amabilísima voluntad de Dios.
Sentíos felices cuando al terminar el día podáis decir a Dios: “Dios mío,
he renunciado en todo este día a mi voluntad”.
No olvidéis que un alma interior nunca debe salir por entero de sí misma,
sino que ha de estar fija en Dios y en el deber; que ha de hablar
interiormente con su maestro y de este modo hallar a Dios entre las criaturas
y en medio del mundo.
Con lo cual estaréis siempre contentos de Dios y de todo aquello que os
hace encontrar a Dios.
Os sentiréis entonces alegres, porque Dios llevará a cabo vuestros
quehaceres mejor aún que vosotros.
Siempre seréis libres; cuando cambie Dios vuestro trabajo lo aceptaréis de
buen grado, porque su beneplácito es toda vuestra dicha.
Pido a Dios con toda mi alma que os conceda esa fidelidad invariable en el
amor de su amabilísima voluntad; que la consolación o la desolación, la
alegría o la tristeza, las criaturas o la falta de ellas no alteren el interior de
vuestra alma; que la coloquéis por encima de las regiones de las tempestades
y variaciones atmosféricas; y que, antes al contrario, todas esas alternativas
no originen en vosotros más que un cambio de ejercicio o de acción,
quedando vuestra voluntad siempre unida a la santísima voluntad de Dios.
¡Feliz el alma que vive esta vida divina!
Entonces es cuando se comprenden estas ardientes palabras de san Pablo:
“¿Qué me separará del amor de Jesucristo? Nada”.
El fruto de la conformidad a la voluntad divina será, ante todo, la
paciencia y la igualdad de carácter al exterior, así como la paz en el interior
y la generosidad en el obrar.
Un alma que quiere vivir de Dios consulta, ante todo, su santa voluntad,
por lo cual teme el consultar primeramente con su corazón, con su propia
razón; desconfía de sí misma y para ella el conocimiento de la voluntad de
Dios es su ley suprema, su regla invariable y su más alta sabiduría.
Y, por cierto, ¡qué desdichado sería uno sin este consuelo en la tierra de
destierro; sería la vida una agonía sin esperanza!
Pero cuando puede uno decir: Cumplo la voluntad de Dios; estoy cierto de
que le agrado y le glorifico en mi estado actual, entonces no se desea más
que una cosa: ser fiel a la gracia, lo cual viene a constituir el centro, la
norma, la alegría y como todo el mundo de un alma.
En todas sus gracias, en todas las virtudes, en todos los estados que
pueden ser del agrado de Dios, cumplid siempre y amablemente su santa
voluntad de amor, ya que Él busca siempre lo que es más perfecto para
nosotros.
Que el sí de vuestro corazón sea vuestra única respuesta.
Tened entendido que un acto de generosa entrega vale más que mil actos
de virtud ejecutados por propio arbitrio.

Respuesta a una dificultad


Me decís: Es bastante fácil ver la voluntad de Dios en los deberes de
estado; pero lo que me pone perplejo son las inspiraciones en materia no
obligatoria, como la renuncia a un goce permitido, una mortificación, etc.
Respondo: 1.º Seguid las inspiraciones de consejo cuando vienen
acompañadas de paz y de atractivo de la gracia: Dios lo exige de vuestro
corazón generoso.
Rechazad las que se opongan a otras obligaciones y colocan a vuestra
alma en un estado triste de turbación y de inquietud y os dejan en suspenso,
sin haceros ver si Dios las quiere o no. Es esta una inspiración falsa.
2.º Secundad con generosidad las inspiraciones que os llevan a
mortificaron contra la sensualidad, dado que os venga la insinuación antes
de comenzar una obra; pero, una vez comenzado el acto, no hagáis caso de
la inspiración, porque ya es demasiado tarde y no es más que una inquietud
piadosa o una turbación de conciencia perpleja.
3.º Despreciad el temor de abrazar una vida demasiado perfecta. Esta
tentación nace en vosotros porque atendéis demasiado a la mortificación
que, al fin y al cabo, es un medio de santidad, y no adquirís esa libertad de
vida en Dios, que es el gran principio de vida.
Conservad la vida interior
Si no tomamos el trabajo de alimentar y conservar vida interior, al poco
tiempo nos sentiremos agotados, débiles y raquíticos.
La vegetación necesita de la noche; el sueño es de absoluta necesidad para
el hombre; dormid, a menudo, recostados en el corazón del buen Jesús,
como lo hizo san Juan.
¡Cuánto aprende en ese apacible sueño de silencio interior el alma con
Jesús! ¡Qué valeroso despierta uno!
Soy poco recogido, decís; no sé reconcentrarme; la actividad me hace salir
de mí mismo.
Os lo creo. ¿Qué hacer?
Muy sencillo. Traicionad dulcemente a vuestra imaginación, a vuestra
actividad de espíritu, a vuestra irritabilidad de corazón: entregadlas una tras
otra a nuestro Señor y encadenadlas a su santísima voluntad. Pero hacedlo
sin violencia, sin ruido, con sosiego, como cuando se va a pescar: entonces
sí que la pesca será milagrosa.

El cielo en la tierra
En vuestras relaciones con el prójimo imitad al arcángel san Rafael.
Mirad: abandona el cielo, su puesto tan distinguido ante el trono de Dios, y
viene a esta miserable tierra. Toma la forma de un ser viviente, pobre,
humilde, servil, cerca del joven Tobías: le sirve como a un amo; nunca se le
ve sobresaltado; ejecuta todas las cosas con la mayor calma y libertad de
espíritu.
¿Y por qué? Porque Dios lo quiere, porque Dios le ha enviado para eso, y
el ángel se siente más dichoso cumpliendo su encargo en la tierra que lo
fuera en el cielo si –dado que fuera posible– obrara por su voluntad.
Reparad, sin embargo, que aun cuando llevaba vida humana se alimentaba
de su invisible y divino alimento, es decir, de la contemplación de Dios, del
cumplimiento de su santísima voluntad, lo cual era su cielo en la tierra.
Haced vosotros otro tanto. Sed como simples jornaleros que hacen lo que
se les manda y no se preocupan del día de mañana.
Poned vuestra alma próxima a Jesús sacramentado; y en lo demás, estad a
disposición de todos y de todas las cosas con paz y libertad.
Luzca siempre un hermoso sol a vuestro espíritu; vuestro corazón sea libre
como el aire; el Señor viva con vosotros; vuestra voluntad no ame más que
la actual voluntad divina; ame cuanto ame Dios. Esté indiferente a cuanto le
sea contrario.
El divino maestro sea siempre vuestro primer dueño; su santa ley vuestra
ley suprema; su santo amor, el foco de todos vuestros amores. Vivid, en una
palabra, de lo positivo de la verdad, de la gracia, de la bondad y, finalmente,
del amor que da y recibe todo con amor.

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