You are on page 1of 7

Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio!

(Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

¡Adelante el divorcio! (1902) de Anna Franchi. Trad. de Milagro Martín Clavijo.

Parte I: Vivir un matrimonio desde dentro. El adulterio masculino.

En otoño de 1891, Ettore Streno consideró que lo mejor era instalarse en Milán para tener más
oportunidades de trabajo.

Habían vendido los muebles del apartamento de la calle Ghibellina y varios objetos de valor para
poder hacer frente a las primeras necesidades.

En Milán Anna se sintió muy bien, tenía grandes motivos de distracción y más aún se sentía
completamente separada del marido que, para entonces, llevaba una vida absolutamente libre. Por
parte de Ettore, tal vez porque se lo había contado a alguna de sus amantes, o a otros; en fin, por
parte de quien debería haber hecho menos daño a Anna, se había difundido la noticia de que
Pietro, el joven tenor que habían acogido en su casa, era su amante; una cantidad de chismes que
habían dejado que crecieran hábilmente rodeaban a la desdichada mujer a la que se le atribuía
demasiada bondad y demasiado perdón hacia su marido, para ser verdaderamente inmune al
pecado. Se sentía superior a todas esas charlas sucias y no se preocupaba por ellas.

Es verdad que había echado al joven de su casa, pero luego dejaba que la gente hablara, sin dar la
más mínima importancia a todos esos rumores malévolos. Su alma tan ocupada, tan llena de
sueños, como entonces, como cuando era niña, había vislumbrado pálidamente la gloria, no podía
ahora ponerse al bajo nivel del cotilleo mezquino.

En la gran ciudad lombarda, donde todos trabajan, donde el movimiento es febril, donde el gran
señor del tiempo y de las mentes es solo los negocios, Anna estaba sola, tanto más sola cuanto
más ruidosa era la vida a su alrededor. No le importaba. Pero sentía que le faltaba algo para ser
completamente feliz en medio del fango y de la maldad de la existencia, sentía que el despertar
siempre estaba velado por las nieblas del amanecer y, a pesar de todo, le daba consuelo estar
ocupada. Liberada de las exigencias conyugales, con el corazón y los sentidos en calma, podía
observar serenamente, sin ninguna turbación que la agitara. Tenía momentos de desánimo; cuando
el continuo malestar la obligaba a desear que alguien la ayudara, entonces intuía, es verdad, la
dulzura que puede dar un alma fiel y cariñosa, sentía la necesidad de sentirse amada, de sentirse
segura en los brazos de una criatura completamente suya; aún no conocía el bien de esa soledad
poblada por criaturas nacidas de nuestro propio cerebro, nacidas de nuestra fantasía y que nos
aman, nos levantan, nos acarician como no lo puede hacer nunca una criatura materialmente viva.

Joven, pero ya exhausta, los largos años de dolor la habían tenido sometida, le habían impedido
ascender libre hacia el ideal luminoso que ahora empezaba a vislumbrar.

1
Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio! (Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

Dolor, nada más que dolor, la había acompañado a lo largo de su vida; una visión continua de
vicio; ninguna bondad, nunca, y mil y mil pequeñas maldades que se repetían todos los días, a
todas horas.

Su mente se había cerrado a todo y, por una providencial falta de sensualidad, no se había dejado
fascinar por la corrupción.

Ahora, con un enorme esfuerzo, el alma sofocada se había liberado de los lazos de ese amor
incompleto; Anna se daba cuenta de que nunca había querido a su marido, comprendía que había
sido la víctima de su pequeña vanidad infantil o en su jovencísima mente inquieta, ese deseo de
amor no había sido más que una simple recompensa por las aspiraciones combatidas, por esas
aspiraciones no comprendidas que se habían marchitado antes de florecer.

Una profunda indiferencia le daba ahora una gran paz: él le contaba sus conquistas, sus aventuras;
volvía a casa al amanecer y ella no le preguntaba de dónde venía; sabía que iba a lugares inmundos
ya que siempre tenía prueba de ello y se regocijaba porque ya no tenía ningún contacto con él.

Estaba contenta cuando él estaba lejos, cuando no volvía a comer, cuando no lo veía.

Había separado la cama, dormía sola, en su cama y cada noche sentía una agradable sensación de
libertad cuando se metía bajo las mantas sin miedo a que le tocara el cuerpo ese hombre que le
despertaba un asco invencible.

Caminaba por las calles sin rumbo, a veces tan contenta con su libertad que casi le parecía que
estaba soñando; se demoraba en los escaparates, sentía extraños placeres frente a las lujosas
exposiciones de diamantes, le gustaban esos vívidos destellos, sobre todo cuando un rayo de sol
producía una irisación brillante, pero no sentía el deseo de posesión.

No duró mucho, pero tuvo un instante de pasión por los anillos y los llevaba puestos en casi todos
los dedos; luego se vio obligada a venderlos y ya no los deseó más.

En la casa en la que vivía, habitaba en ese momento también un joven artista dramático: Alfredo
Reina, hijo de una celebridad del teatro italiano, hermano de dos simpáticos artistas; él aborrecía
el teatro, aunque se sentía atado a él.

Era un joven alto, no guapo, sus ojos eran muy claros y dulces y tenía una tranquila tristeza en la
cara un poco delgada. Ettore había sido amigo de su padre durante mucho tiempo y había nacido
una amistad íntima entre Anna y Alfredo.

En los días oscuros y lluviosos del invierno milanés, Anna, abandonada en un pequeño sillón
junto a una ventana que daba a la Galería Vittorio Emanuele, escuchaba sus tristes historias. ¡Era

2
Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio! (Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

muy infeliz! La vida miserable del cómico al que le reservan las partes menores le daba un oscuro
desaliento; una vida sin esperanza y sin serenidad; él había nacido para un amor dulce y sereno,
no se adaptaba bien a las pequeñas y feroces batallas de la escena. Tenía un alma llena de poesía,
llena de sueños; aspiraba a un amor suave, sin que la brutalidad grosera de los bastidores se
confundiera con él.

Anna lo entendía, le consolaba, le proporcionaba momentos de olvido.

Nunca iba al teatro por las tardes cuando él actuaba, porque había observado que a él no le gustaba.

Tenía una verdadera pasión por las violetas y siempre se las llevaba a Anna; ella no se atrevía a
rechazarlas, aunque sabía que él hacía verdaderos sacrificios para comprárselas. Le habían dicho
que muchas veces salía a hurtadillas de casa con grandes fardos y que volvía sin ellos; quizás otra
mujer se habría reído, y el hecho de que él encontrara en el Monte di piedad o en alguna vieja
tienda judía el poco dinero que necesitaba para ofrecerle esas flores tan humildemente delicadas,
lo habría hecho ridículo ante sus ojos; Anna se sintió conmovida y se preguntó por qué lo había
hecho y qué placer sentía al humillarse, al sufrir la vergüenza de mostrar al desnudo la miseria
solo para ofrecerle unas flores.

En un largo mes de vida casi en común, nunca se le había escapado una palabra que fuera más
allá de los límites de la cortesía.

Anna tenía que irse; seguía a su marido a Fiume.

Pocas noches antes de irse, Ettore se fue a Verona para asistir solo a la representación de una de
sus operetas y Anna se quedó sola. Esa noche él tenía que actuar hasta el final del espectáculo,
pero Anna tenía muchas ganas de saber cómo había terminado la noche. Era en honor de la querida
y grande Adelaide Falconi que habría recitado la primera obra de Giannino Antona Traversa, “La
mañana después” de la que ella misma había hecho una adaptación; por eso, le prometió que le
iba a esperar.

A mitad de la noche la sorprendió un desmayo largo y un malestar que la dejó sin fuerzas.
Tumbada en el sofá, medio dormida por un calmante, no lo sintió entrar, pero, de repente, se
despertó por el leve contacto de una mano que le acariciaba la frente.

Era él, Alfredo, intensamente pálido; las lágrimas le temblaban en los ojos dulces y la miraba
como si le pidiera una gracia.

Sobre la mesita estaba un enorme ramo de violetas. Anna no tuvo fuerzas para hablar, le sonrió,
y el efecto del calmante la volvió a dormir.

3
Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio! (Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

Alfredo la veló toda la noche. La mañana en la que ella se iba, Alfredo la acompañó a la estación
y, justo antes de que se cerraran las puertas de los vagones, le cogió de la mano y con dulce
simplicidad, mientras le entregaba el último ramo de violetas y en presencia de su marido, le dijo:

– Señora, nunca me habría atrevido, pero hoy se va y no la volveré a ver más, nunca más; me
permita que le dé un beso, será el recuerdo que me acompañará hasta el final de mi largo
peregrinaje; ya que se marcha, puede hacerlo, no me volverá a ver.

Anna le ofreció la mejilla teñida de rubor. No pudo decir ni una palabra, una dulce emoción le
penetró en la sangre; cuando el tren se movió, ella se echó frenéticamente sobre los cojines,
escondiendo su rostro en el ramo de violetas que, con su ligero perfume, le daban la sensación de
una caricia.

¡Dios mío! ¡Si pudiera amar! ¡Si pudiera ser amada!

No era precisamente el deseo del amor de Alfredo, era el alma que se elevaba hasta esa alta
idealidad del amor. Tal vez, si se hubiera quedado cerca de él, su alma se habría despertado por
él. El marido le dirigió amargas palabras; no podía concebir la pureza de aquel beso; ella no se
dignó a responderle; pero por la noche, mientras cruzaban los nevados Alpes, irritado por ese
silencio despreciativo, le quitó de las manos el ramo de violetas que ya empezaban a doblarse
lánguidas y lo tiró por la ventana.

Anna sintió un pinchazo en el corazón, se levantó de golpe, estiró las manos hacia esas flores,
pequeñísima mancha en la nieve que solo se distinguía por la gran claridad de la luna; luego se
quedó de nuevo en silencio, pero en la mente le surgieron mil pensamientos, estallaron como un
chorro de fuerzas explosivas encerradas en un envoltorio demasiado pequeño.

“¿Por qué, por qué, tiene él que tener todo el derecho, por qué él me quiere esclava hasta en el
pensamiento? ¿Por qué tengo yo que darle toda mi vida, por qué tengo yo que dejarme cubrir de
lodo, aceptar y sufrir su vida de vicio y no tener nada que me compense de tanto dolor? ¿Qué
infame ley me obliga? ¿Cuál es la ley que hace de mí, débil, la esclava de este sucio patrón? ¡Ah,
esclava! no completamente, porque mi corazón no me lo ha arrancado y se lo puedo dar a quien
yo quiera.

Él disfruta de su bajo amor de los sentidos a su antojo, con quien quiere; también yo quiero
disfrutar del amor de mi corazón. Amaré, amaré; yo también quiero conocer esa gran dulzura”. Y
fue un himno que el amor le cantó en el corazón, que regocijó sus sueños, que le dictó poemas
suaves, que ocupó toda su alma.

4
Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio! (Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

Valoró la miseria de su vida, la mezquindad de sus aspiraciones pasadas; se preguntó cómo había
podido creer que quería a ese hombre; reprendió a los que ciegamente y con tanta debilidad la
habían arrojado en sus brazos y sintió que tenía derecho a rehacer su vida. Todo esto, tan
confusamente, le daba vueltas y vueltas en la cabeza, de tal manera que no pudo tomar ninguna
decisión: esperaba; esperaba el amor.

Parte II: La sociedad como engranaje y el divorcio

Con qué peso de infame imposición se va a cargar a los inocentes que no pidieron la vida y que
van a ir por el mundo como los demás, consagrando sus fuerzas para que este engranaje
abrumador, que es el estatus social, siga funcionando, con el miedo, siempre alerta, de que le
echen en la cara esa ridícula ignominia hecha de una sola palabra: bastardo.

¿Y qué significa eso? ¿No ha nacido el bastardo de esa misma necesidad que es la fuerza del
mundo, que prepara a las generaciones y el progreso? ¿No es él el resultado de una imposición
natural de la vida que exige urgentemente fecundidad, crecimiento humano por el infinito camino
de las generaciones? ¿No ha nacido el bastardo de un cálido coito, mientras que el hijo protegido
por la bendición y la ley, este hijo bendito, no es demasiado a menudo resultado de dos intereses,
de dos aversiones, de dos deberes? ¿Qué tiene el bastardo de distinto? Un solo nombre. Tiene
solo al padre o a la madre. La madre, casi siempre, porque de la mujer, de la esclava del placer es
el fruto de un placer disfrutado entre dos.

¡Amargas reflexiones!

[…]

Pero luego, arrastrada por la rueda de ese terrible engranaje, había tenido que rendirse, rendirse
siempre, porque una mujer casada no tiene defensa, no tiene ninguna posibilidad de salvación.
¿Qué importa si el marido es un necio? ¿Si no sabe administrar los bienes de su esposa? Él siempre
es el dueño. ¿Qué importa si juega? ¿Qué importa si gasta mal el dinero de su mujer?

Él es el dueño.

La mujer nunca tiene que tener un criterio, una voluntad, eternamente bajo una tutela que se le ha
impuesto, sin que nadie haya juzgado si ese tutor es honesto y adecuado para desempeñar su tarea;
más a menudo es la víctima de esta ley negligente que pone freno al mal... cuando ya es irreparable

5
Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio! (Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

y un freno tan débil que no se necesitan olas impetuosas para volcarlo, basta la marea más
tranquila.

Abogados, prestamistas, procuradores, compradores..., todos reunidos estipulaban las últimas


negociaciones.

Ettore Streno, al no poder asistir al contrato, escondido detrás de un quiosco, observaba el


momento en el que su fiscal saldría de esa casa donde se estaba firmando la miseria de Anna, para
poder contar ese dinero robado con el más cobarde de los chantajes...

A Anna no le quedaba nada..., nada.

Ettore Streno, un mes más tarde, ya había acabado con el último residuo de la casa Mirello,
ofreciéndola en homenaje a una mujer sucia, una criatura vulgar, que había encontrado entre la
escoria más podrida de la perdición y a la que también había confiado a sus hijos.

Por esa razón vendió su consentimiento.

Giovanni Streno, el viejo suegro de Anna, hasta entonces defensor de su hijo, lloró por su
conducta... y a su nuera le deseó una liberación más humana.

El 10 de noviembre.

En el tribunal.

Se discutía un caso de adulterio. Ettore Streno había demandado otra vez a su mujer, por convivir
con Giorgio Minardi, y a su suegra Virginia Mirello por lenocinio.

A Anna le habían dicho que unos cientos de liras habrían sido suficientes para evitar el escándalo.

Anna se había reído en la cara de la persona intermediaria:

– Ya basta – había contestado. –Ha llegado el momento de contar a alguien la verdad de los
hechos. ¿Me amenazan con la cárcel? Que así sea. ¿Sacrifico a Giorgio? Que así sea. ¿A mi
madre? – Se había quedado callada por un momento... – A mi madre la perdonarán, tal vez... y,
si no, que así sea. Quiero contar la verdad de una vez por todas; quiero conocer esta justicia de
los hombres...; quiero echarle a la cara, a este marido descarado, que no se sonroja al arrastrar a
la madre y el nombre de sus hijos al tribunal, todo lo que pienso; quiero contarles a esos hombres

6
Las Escritoras Italianas del Siglo XX - Dossier 3: Avanti il divorzio! (Anna Franchi)
Profa. Giuliana A. Giacobbe

con toga, un caso, tal vez no raro, al que se ha llegado por los efectos de las leyes. Es inútil, estoy
cansada de tantos chantajes..., yo también necesito levantar todo el barro del pasado y envolverme
dentro de él para volver a despertar de forma viva el recuerdo, para que no el odio, sino el
desprecio, nunca se duerma en mí. Y esa mañana del 10 de noviembre de 1896, la causa
vergonzosa se discutía en el Juzgado de Florencia.

You might also like