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Martine. rtrada , Egequik (1975). Cututed Copupteto* (ed) Sada: SMa nga bac torrek Fumive bs Habja estado, o creyé haber estado, en Ja funcién de ilusionismo de un mago chino, Wa-Tei-Ku, que hablaba bastante bien el castellano, Tulio Brossi fue al teatro por consejo de los compafieros de oficina para que presenciara hechos de magia increfbles, de hipnotismo y & fantasfa. En efecto, Wa-Tei-Ku realizaba pruebas asombrosas. Por ejemplo: alterar la hora de los relojes de bolsillo, de modo que cada espectador veia en la esfera sefialada la hora arbitraria que indicaba el mago: —Son las ocho. Ahora son las nueve y veinte. Ahora es la una y tres minutos. Poco después subié al escenario, a invitacién del mago, y sdlo recuerda que cuando regres6 a su asiento, alcanzo a ver que de una caja de zapatos salfa un elefante, y que un ramo de flores se convirtio en una cigiiefia. Ahi termind el cspectaculo. Y como toda la gente salfa, él también salid. Eran las dos de la madrugada. “Muy tarde —pens6—; tendré que apurarme para descansar un poco, pues maiia- na es hunes y debo levantarme a las seis.” Ya en el hall percibié que el teatro estaba situado en la vereda de enfrente; mas como desorientaciones semejantes le habian ocurrido en varias oportunidades, dedujo que debia emprender camino hacia su casa al revés de como le pare- cfa que debiera hacerlo. En efecto, el teatro habia cambia- do de acera, y la cigarrerfa que estaba enfrente, también, por consiguiente, “Ahora tomaré por la derecha, aunque 416 - the parece absurdo, y h dra_a pedir de boca.” Recordaba lo gue habia visto: la salida del elefante de una caja de. carton; la cigtiefta del ramo de flores; una mujer que decapitaban con un hacha haciendo caer la cabeza £n,una cesta, Y tres muchachotes que subieron al escenario y a quienes hipnotias el mayo, induciéndolos a aciendo las cosas al revés todo sal- tomar posiciones ridiculas y a cantar desentonadamente. El también subio, y allt... No podfa recordar nada. Al llegar'a la esquina, todo se Tecompuso: el teatro pas6 a su acera natural, la cigarrerfa también, los tranvias tomaron su direccién, el cruce de los veh{culos.transitando por la derecha estaba en forma. Ahora... ahora..: Su casa, habitacion en una casa de pen- sién modesta, quedaba a la derecha, a tres cuadras de allf. Se detuvo para cerciorarse de dénde se hallaba. El banco, la farmacia, sf, a la derecha. Bra preciso apresurarse, pues ya eran las tres. El reloj_marchaba bien. Observ6 con curiosidad el segundero, que daba saltitos isécronos, como siempre. Las tres. Entonces habia tardado una hora en caminar media cuadra. Acaso el reloj estuviera descom- pucsto, luego de la intervencidn diabélica del mago. “Las tres —penso—; no es posible.” Y decidié confrontar su teloj con otro, para Jo cual entrd en un café y pidié cerve- Za. —gNo tienen reloj de pared? Precisamente entré para poner en hora mi reloj y no para tomar cerveza, —No hay, sefior. No es obligatorio beber. Puedo averi- guarle la hora. , —Tréigame Ja cerveza y hagame ese favor. Mientras esperaba, con el reloj en la mano, que segula con las agujas en el mismo sitio, aunque el segundero segufa andando, pens6 en el ilusionista, Se trataba, sin duda, de un ser sobrenatural, Habla hecho cantar a los tres muchachotes, bailar y hacer morisquetas ridiculas. Y él, aqué habia hecho? Porque casi toda la funcion estuvo hipnotizado. El no creia en el hipnatismo ni en la telepa- tia, pero la verdad es que estuvo dormido mas de os horas. a80i62 Sofd. Era imposible recordar lo que habia sofiado, La masa del suefio era un todo indiferenciado, el una nube de codgulos indiscernibles. Bebio cervet, fl 7 y al cabo, lo babian estafado, Pues él pago la entrada pa 419 yer la funcién y no para estar dormido en el escenario, Reclamaria maiiana. La leccién que habia sacado de ello cra que, efectivamente, los hipnotizadores duermen en pie. a las personas y no es un truco preparado de antemano con individuos que se prestan a ello. De ningin modo. Cuando contara lo que le habfa sucedido, podfia afirmar que existian los hipnotizadores. Las doce y media. Puso su reloj en hora, Y salid. Tuvo que orientarse de nuevo, para mayor seguridad, A la derecha, wes cuadras. De pronto record6 un frag- mento del suciio. Hacia mucho viento; 4 cabalgaba o cosa asi, sin ver nada, Oy6 una voz. “Hay que apurarse, hay que apurarse. Llega ‘el ciclon.” Y siguid volando, o caminando por el aire, entre nubes. Habja andado tres cuadras, y el barrio le era descono- cido. ¢Es que distrafdo se habia dirigido en otra direccién que la suya? A Ja derecha, tres cuadras. Estaba bien des- pierto. Se pasa la mano por la cara, Miré el reloj: las doce y treinta y cinco, pasadias. —gLa calle Urquiaga? —¢Urquiaga? —interrogé el vigilante com extrafieza. Sacé una lihreta; buscd la letra U—. Esta en Belgrano. Tiene que tomar el émnibus ciento uno. —No, si yo estoy en Flores. Es usted el que esta con- fundido. Debe estar por aqui cerca, una o dos cuadras. Queda a tres cuadras de la avenida Céspedes. —Céspedes, Céspedes. Se fue. Acaso lo hubiera despertado y no atinaba a contestar. Céspedes. Doblé. Era, efectivamente, la calle Urquiaga, segin la tablilla. Sin embargo, algo estaba cambiado all. ¢Habria ocurrido Jo que con el cine, que cambid de acera; 0 lo que con el ramo de flores, que s¢ habia convertido en cigiefia? Siguid andando con a llave en la mano, Recorrié la calle y volvié sobre sus pasos, mirando con asombro casas que le eran desconocidas y otras que no habia visto jamas. Volvio amirar detenida- mente la tablilla, Urquiaga. “Mi casa tendrfa a ar enfrente, a unos treinta pasos.” No estaba. Probar PO 50, en todas las cerraduras. Es posible que esté ofuscads . Si abre, entraré, y aungue desconozca el lugar, ee fn mi picza y me acostaré. Estoy cansado y segue en cerveza se me ha subido al cerebro.” Probé la Have A20 todas las cerraduras a lo largo de la calle, primero cn una acera y después en Ja otra, Nada. Insistio ¢ hizo nueva recorrida. Una seftora se asomé a un balcon. —Joven: gno encuentra su casa? Aquf es Urquiaga al doscientos. Si, ya sé. Yo vivo en Urquiaga doscientos treinta y seis. —Es el niimero de esta casa. Debe estar equivocado. —Es posible. Bebi un vaso de cerveza y por lo visto no me ha sentado bien. _ TeEsta usted segura de que su casa ¢s doscientos, dos- cientos treinta y seis? Haga memoria, —Déjeme pensar un poco. Tratd de recordar con precision, Recapacitd y, seguro de no estar equivocado, contestd: —Vivo aqui hace un afio, El cambio de nomenclatura y numeracién dispuesto por la municipalidad slo compren- de cl barrio sur y las calles que llevan nombres de los gobernantes destituidos iltimamente. Urquiaja es un pré- a Aycr todavia no habian cambiado el nombre a calle, Buscé nerviosamente en sus bolsillos. La anciana, incli- nada en el balcén, le pregunté con voz de duefia de casa: —sHa perdido la Have? “No; he perdido la casa, pHabré cambiado de lugar? ¢Estari en otra calle o habr volado como una cigiena? —Fs gracioso lo que usted dice a estas horas de la noche —y la anciana rompié a reir. —Son las doce y cincuenta. —Le parece? Son las tres pasadas. —Me han dado hora exacta en el café. Miré de nuevo el reloj. —Lo han engaiado, entonces. —Es posible. Hoy me han ocurrido cosas mas raras que ésa. Si no fuera tan tarde, se las contarfa. —Espere entonces; bajo ya. Al minuto aparecid una joven tubia, con largos cabe- los sueltos sobre la espalda. Vestia de luto y en el pecho Ievaba, un ramito de violetas, —Vengo yo, porque mami no puede bajar las escale- ras. La contemplé extasiado, como una nueva ilusién de las 421 que lo acosaban desde que sali del teatro. Si no es todo lo que le parecia que le estaba ocutriendo era el 5 = fo que tuvo en el escenario y que no recordaba. = —Gracias. Son uste: ; dy su a ‘ Lamento haberlas mol Mo. y dae eumamente gentiles, a estado, y que usted h i A aya tent vourss para atenderme. No estoy enfermo, yi ioe = Sélo veo visiones, EI ‘ faa 1 vaso de is} cerveza n esta confusién en que me encuentro, pies clogarme —No hi , wabak hay tal, Todo es muy sencillo, Sentémonos en el ‘asta que recupere sus sentidos. Puedo spam hasta que encuent i i maa? q tre su casa, ¢Quiere que le diga donde —Digamelo, si lo sabe; se lo suplico. ~Exactamente donde estaba ayer. Vea: esté ahi enfrente. Qué le pasa a usted? —Tiene raz6n. Es ésa. No la habia reconocido. Pero es que y probé mi Ilave en la cerradura, y no funciona. —Ha sufrido usted de una ligera amnesia. —Si, lo confieso, Le estoy muy agradecido. Me ha hecho un gran favor. Sin su consejo y sin la bondad de su mami, habrfa permanecido aqui todo el resto de la noche. —No es la una todavia. Usted tiene que madrugar Manana. —Si, a las seis. —Porque trabaja en Aguas Corrientes. —En efecto. ¢Como lo sabe? Bajo la luz dele luna mis que del foco que estaba algo lejos, la vecina, a quien nunca habfa visto, le parecié un angel, iluminada la cabellera con un halo ambarino. —S{, sefior Tulio Brossi. —:También sabe mi nombre? Las mujeres lo sabemos todo, y como no podemos decir lo que sabemos, no lo olvidamos. A esa imposibili- dad de olvidar algunos le Haman fidelidad. —Veo que es usted inteligente, como han de serlo los verdaderos Angeles. . . —No exagere la lisonja. Tengo mi parte correspondien- te de diablesa. Pero tampoco pucdo decitlo. —Entonces, gcree 0 no cree en la magia? —Ese es otro problema. ee —Por supuesto. Hay casos de hipnotizados que perma- 422 necen en estado letirgico o de sonambulismo, que es pare- cido, durante meses y meses. ‘ —Dormidos y despiertos. ¢Es verdad? —Asi dicen, Es un estado. feliz. Se revive lo que se quie- re. Piensa uno que ¢s una cigiicha y vuela; que ¢s un ele- fante en la selva, y con la trompa derriba los Arboles. Tulio sintié un escalofrio en la columna vertebral. Miré a su extraiia interlocutora, que se estiré la pollera sobre las rodillas y cruzé las manos como preparandose para una larga conversacion sobre hipnotismo. —Este es un tema de no acabar, sefior Brossi. Ya es tarde. Si tiene la lave, lo acompaiiaré. —Antes tiene que aceptarme el obsequio de mi reloj. Hasta hace un rato marchaba como un cronémetro. Es de oro. —De ninguna manera puedo aceptirselo. Eso me ofen- deria, No Jo invito a tomar una taza de té, porque maiia- na tiene usted que levantarse a las scis. Se pusieron en pie. Tulio se dispuso a despedirse, pero opt por crurar la calle resueltamente, Oy6 gue la ancia na aconsejaba desde el balcon: —Acompiialo, y haz que se ponga otra cobija, porque a Ja madrugada puede helar. “No se moleste usted. Ya estoy orientado. Dejé la pie za toda embarullada, la cama sin Tacee. Veo y reconozco mi casa. He sufrido una ligera amnesia, como usted dijo. Muchas gracias. Me abrigaré. Estaban ante la puerta. Tulio guardé el reloj que ain conservaba en la mano, colgando de la cadena. La joven rubia estaba junto a él, en cumplimiento de las indicacio- nes de la madre. Tulio entrd rapidamente y cerr6 la puer- ta con violencia. Al desnudarse iba olvidando abesluta mente todo lo que habfa ocurrido, y jamas lo recordd.

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