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Sociologia de La Cratividad
Sociologia de La Cratividad
To cite this article: Juan A. Roche Cárcel (2017): ‘La creatividad como exponente de las
contradicciones sociales y culturales contemporáneas. Aproximación a su concepto desde la
Teoría Sociologíca’, International Review of Sociology, DOI: 10.1080/03906701.2017.1411389
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INTERNATIONAL REVIEW OF SOCIOLOGY—REVUE INTERNATIONALE DE SOCIOLOGIE, 2017
https://doi.org/10.1080/03906701.2017.1411389
CONTACT Juan A. Roche Cárcel Ja.Roche@ua.es Departamento de Sociología 1, Universidad de Alicante, Apartado
99, E-03080 Alicante, España
© 2017 University of Rome ‘La Sapienza’
2 J. A. ROCHE CÁRCEL
Introducción
El estudio de la creatividad ha sido tradicionalmente relegado a los márgenes de la Socio-
logía (Joas, 2013, p. 63), si bien en los últimos tiempos se ha convertido en un objeto de
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investigación emergente, sobre todo desde la aparición de los dos libros de Hans Joas, La
creatividad de la acción (2013) y Creatividad, acción y valores (2003). Pero, como el mismo
Joas reconoce, esa marginación no ha supuesto en ningún caso la total invisibilidad; es
más, en la primera de sus obras describe y examina, sistemáticamente, los antecedentes
de sociólogos clásicos dedicados al estudio de la creatividad, de los que él parte para su
comprensión de lo que significa y para la sociogénesis de la ‘acción creativa’.
Andreas Reckwitz (2007, p. 2), ha hecho balance de la aportación sociológica de la crea-
tividad, indicando que ésta puede ser interpretada, sociológicamente, desde dos perspec-
tivas: constituye un atributo o presupuesto de la acción humana o de lo social (inherente a
las prácticas, interacciones, convicciones o procesos sociales) -Heinrich Popitz y Hans Joas
serían importantes ejemplos de ello-, o es un producto específicamente cultural, social e
histórico de la Modernidad o de la Posmodernidad -el propio Reckwitz estaría en esta cor-
riente, al vincular el despliegue de la creatividad con el proceso de civilización moderna-.
A partir de la aportación de estos dos sociólogos, este artículo trata -como ambos- de
perfilar una sociogénesis del concepto de creatividad, pero -como hace Reckwitz- asocián-
dola más al contexto general social y cultural en el que brota. Se trata, en concreto, de
describir y analizar las contribuciones sociológicas acerca de la creatividad en relación
con el proceso de civilización moderna y con las ambivalencias que éste presenta de man-
era inherente. Particularmente, entre estas ambivalencias, detalladas prístinamente por
M. Weber y después por multitud de pensadores, sobresalen las que contraponen lo indi-
vidual con lo colectivo, el espacio con el tiempo y el orden con la crisis.
Consecuentemente, son cuatro los objetivos generales perseguidos en este ensayo:
1° Establecer los rasgos principales que definen la civilización moderna y sus ambiva-
lencias características.
2° Indagar acerca de si la creatividad ha evolucionado a la par que la civilización mod-
erna, esto es, si su crecimiento ha sido una consecuencia de esa modernización.
3° Comprobar si la creatividad se ha visto afectada por las ambivalencias de la civiliza-
ción moderna, esto es, por el individuo o la comunidad, por el espacio o el tiempo y por el
orden o la crisis.
4° Se trata, en suma, de confirmar si la creatividad puede o no ser una salida posible a la
crisis contemporánea.
En coherencia con estos objetivos, este trabajo está dividido en cuatro partes, dedicadas,
respectivamente, a I Introducción, II Sociogénesis del concepto de creatividad, III Las
ambivalencias de la creatividad y IV Coda final: la creatividad, exponente de las contra-
dicciones sociales y culturales modernas.
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gencia del individuo moderno formalmente libre (Meil, 2003, p. 2). Por consiguiente, la
modernización supone también un proceso de liberación de los seres humanos de las ata-
duras estamentales, al incrementarse su capacidad y sus posibilidades de acción individual
(Beck, 1997, p. 206). También S. N. Eisenstadt considera que el programa transformador
cultural, político e institucional de la Modernidad, un tipo diferenciado de civilización, una
segunda edad axial universal en la que se materializa un modo, o modos, de interpretar el
mundo -el imaginario social, en términos de Castoriadis-, está basado en la autonomía de
la agencia humana y en su lugar dentro del devenir del tiempo (Eisenstadt, 2007, pp. 260–
269). Ello explica que las premisas y la legitimación del orden social, ontológico y político
ya no se den por hecho, que se cuestionen reflexivamente y que se recompongan constan-
temente y, en suma, que las instituciones modernas actúen como vehículos que generan un
proceso continuo de innovación (Wittrock, 2007, pp. 304–5).
Así pues, la secularización, la racionalización, la individualización, el cuestionamiento
del orden y la transformación social van juntos en el proceso de modernización. Esto es así
porque la Modernidad ha nacido tras la crisis de la concepción religiosa del hombre (Tol-
linchi, 1989, p. 846) y después de profundos cambios científicos: la pérdida de la centra-
lidad de la tierra señalada por Copérnico (Schmitt, 1981, p. 86); la sustitución de la ciencia
natural de Descartes por la de Newton, de la ciencia de la exactitud por la de la inexactitud
(Cassirer, 1950, p. 330); el reemplazo de la idea de orden por la de causa; y la lucha frontal
contra la forma o la disolución de su concepto fijo sustituido por el de cambio (Simmel,
1986, p. 134). En consecuencia, la Modernidad supone el derrocamiento de la ‘cosmología
racional’ del pensamiento occidental y, por tanto, la transformación de sus concepciones
acerca del sujeto y del objeto y del espacio y el tiempo, así como el empoderamiento de una
crisis constante en lugar de la estabilidad.
Ahora bien, hoy sabemos que este desarrollo no ha sido tan lineal como podría parecer
y que, más bien, está marcado por la ambivalencia, las antinomias y las contradicciones
internas. El propio Weber señala que, junto a la dimensión creativa de la Modernidad,
existe la creciente tendencia a la rutina y a la burocratización y, al lado de la autonomía
humana, surge asimismo un fuerte control por parte de la dimensión institucional. A
estas ambivalencias habría que sumar el contraste entre los programas modernizadores
y sus desarrollos institucionales (Eisenstadt, 2007, pp. 262–8), la lucha contra lo antiguo
y el pasado al tiempo que la búsqueda de la novedad y su realización futura y que la Mod-
ernidad persiga el orden a la vez que éste produce el desorden (Bauman & Tester, 2002,
pp. 110–1).
4 J. A. ROCHE CÁRCEL
temporal sino ‘un espacio camuflado de tiempo’ (Valencia García, 2007, p. 43), Eviatar
Zeruvabel, que habla de los ‘mapas del tiempo’ (Zeruvabel, 2003), y, Fernando J. García
Selgas, quien define el cronotopo desde lo espacial y el significado y se refiere al ‘ESPA-
CIO-temporalidad’, a la ‘cartografía del presente’ o a ‘la cartografía de la fluidez social’
(García Selgas, 2005, p. 421, 2007, pp, 29 y 55).
Por el contrario, otros sociólogos y pensadores entienden que el tiempo es la categoría
dominante. Por ejemplo, R. Koselleck entiende que, en tanto que el principal programa de
la modernidad consistió en ‘derretir los sólidos’, en ‘reducir el espacio’ (Koselleck, 2007,
pp. 328–332), se comprende, de este modo, que Occidente haya caminado hacia la trans-
formación de la concepción del espacio, lo que ha sucedido en tres grandes etapas: la de un
espacio sin tiempo, la que introduce el tiempo en el espacio y la subordinación del espacio
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con el carisma, que –como se ha indicado- posee un carácter extraordinario (Weber, 2007,
pp. 35–8).
De este ideario de Weber podría inferirse que la creatividad constituye un aspecto más
del avance de la individualización en la Modernidad, puesto que el carisma se da precisa-
mente en esas sociedades que posibilitan que emerjan individuos excepcionales; es más,
podría también colegirse que, si el ser carismático tiene éxito, la creatividad ayuda a con-
struir y a consolidar el proceso de individualización moderno.
Solo que ese proceso no deja de estar marcado por los efectos no deseados o por la
ambivalencia. En primer lugar, porque los creadores tardomodernos de la economía de
las sociedades tecnológicas y financieras, que proliferan alrededor de una idea de la crea-
tividad, aunque su raigambre es claramente individualista, también lo es competitiva y dis-
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gregadora, de manera que terminan generando nuevas desigualdades más que cumplir el
ideario democrático igualitario. Eso, al menos, es lo que indica el sociólogo español Anto-
nio Ariño, en su último libro La Secesión de los ricos (2016, pp. 62–94). En él, informa
Ariño que, si la aristocracia se basaba en el privilegio, en el derecho de sucesión y en la
tradición, la democracia lo hace sobre la contribución, el esfuerzo y el ejercicio del talento
individual. Así, el rasgo fundamental de las gentes más ricas y opulentas de hoy se rela-
ciona con su autoproducción, puesto que los emprendedores han desplazado a los here-
deros y, por consiguiente, han acumulado grandes fortunas por sí mismos. Ello se
explica porque el individualismo posesivo posmoderno toma prestadas las ideas de auton-
omía personal, de mérito y de talento de los movimientos democráticos de los años sesenta
(Boltanski & Chiapello, 2002, p. 241) y, con ello, legitima los escandalosos beneficios de
una elite empresarial y fundamenta la desigualdad. Pero –como recuerda Ariño- no hay
que olvidar que el mérito es una construcción social, al igual que lo es la creatividad,
un ingrediente de la concepción del mundo, del imaginario colectivo posmoderno.
En todo caso -sigue indicando Ariño (2016, pp. 66–127)-, de las cuatro categorías de
ricos –geeks, sheikhs, oligarcas y banqueros-, los primeros son genios en campos específi-
cos de la ingeniería y de la ciencia computacional que consiguen su estatus precisamente
por su iniciativa, su invención y su audacia. A su vez, los altos salarios y ganancias de los
financieros se han transformado en los incentivos necesarios para arriesgar e innovar y
para acrecentar todavía más –de manera casi infinita- su patrimonio personal. A esto
hay que añadir que la crisis de 2008 ha impulsado a los ultra ricos a diversificar geográ-
ficamente sus inversiones, a crear nuevas estrategias de evasión fiscal, formando un eco-
sistema de dinero móvil productor de enormes innovaciones tecnológicas, sociales y
culturales. Destacan, entre ellos, los centros financieros deslocalizados, lugares de innova-
ción tecnológica y de invención.
Hay que señalar que, a excepción de Weber, el resto de sociólogos no ha analizado el
proceso de individualización de manera tan lineal, sino que han abordado la creatividad
destacando aún más su ambivalencia, como producto al mismo tiempo de agentes indivi-
duales y colectivos o como de naturaleza individual pero de alcance general colectivo. Es el
caso, por ejemplo, de George H. Mead y del Interaccionismo Simbólico, teoría sociológica
general que surge de la contradicción de explicar lo social como algo nuevo o emergente,
pero a partir tanto de la interpretación del sujeto como, a la vez, de la asunción interior-
izada del otro generalizado (Carabaña & Lamo de Espinosa, 1978, pp. 166–173).
También en N. Elias predomina la ambivalencia individual-social de la creatividad,
expresada a través de su concepto de genio. No en balde, posiblemente, la singularidad
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igual que la sexualidad, toda fecundidad. Sin olvidar que, como el amor requiere hoy elec-
ción, hace que la libertad individual se tensione con las prescripciones normativas de la
cultura (Alberoni, 2006, p. 35; Bauman, 2005; Beck & Beck, 2008, p. 119; Illouz, 2009,
pp. 56 y 208; Luhmann, 2008, pp. 16 y 96; Ortega y Gasset, 2009, pp. 15–155). En este sen-
tido, el amor ya no se ajusta perfectamente a la economía capitalista, puesto que constituye
un refugio contra las agresiones de ésta y, sobre todo, contra su fría racionalidad sujeta a
fines (Segalen, 1992, p. 79). Por último, el amor es creativo porque genera un proceso de
mutación dirigido hacia el futuro que reemplaza la vieja sociedad por una nueva que pro-
duce un orden alternativo (Alberoni, 2005, pp. 31–130). Al respecto, el amor creativo
puede concebirse como una fuerza modernizadora que incorpora, en los individuos, no
solo su faceta racional sino también la emocional, al igual que ocurría en el carisma
weberiano.
Al mismo tiempo, el amor, potencia creativa máxima, presupone también, ambivalen-
temente, la unión por atracción de la diferencia (Luhmann, 2008, p. 15) o, lo que es lo
mismo, la fusión con otra persona (Fromm, 2007: 20–40), de los enamorados (Alberoni,
2005, p. 97), de sus cuerpos y almas individuales en la intimidad física y emocional (Illouz,
2009, pp. 29–129). Ello porque el amor es centrífugo, porque hace fluir continuamente
hacia lo amado y, de este modo, une al sujeto con el objeto. Es más, la cúspide de esta
fusión se alcanza con el amor sexual, una indisoluble unidad destinada a mejorar la espe-
cie, que puede procrear y que supone el anhelo más intenso de perfección humana (Ortega
y Gasset, 2009, pp. 18–35). Fusión perfecta o no tanto, en cualquier caso, en el enamora-
miento no existen jerarquías ni poseen valor las dicotomías de la vida cotidiana (Alberoni,
2005, pp. 58 y 105), puesto que el amor iguala a los amantes, borra toda diferencia de clase
(Luhmann, 2008, p. 138) y desdibuja los límites sociales. Además, con él, se pasa de la
identidad personal a la fusionada, más allá de lo masculino o de lo femenino (Illouz,
2009, pp. 142–243), trascendiendo lo individual en lo comunitario.
Si es cierto que el amor fusiona y que iguala y que, por ello, podría ser un antídoto con-
tra la creciente desigualdad, también es verdad que el amor contemporáneo, llámese
líquido (Bauman, 2005) o confluente (Giddens, 2006, p. 43), es más efímero y menos
sólido que en otras etapas históricas. No extrañe que los individuos se encuentren cada
vez más solos y que, a la par, tome impulso el deseo irrefrenable de estar juntos, de enam-
orarse. Sin embargo, en la práctica, los lazos personales se hacen más leves en el amor
(Illouz, 2009, p. 205), éste es más contingente y frágil (Costa, 2006, pp. 775–8) y, por
tanto, deviene más un ideal que un fenómeno real. Así pues, cada vez necesitamos más
amor, pero cada vez tenemos menos (Beck & Beck, 2008, pp. 16 y 72–77 y 133; Mascareño,
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2006, p. 1). Y es esto lo que, en mi opinión, produce el efecto inesperado de que, con su
disminución o con su pérdida de calidad, se reduce también la posibilidad de la creatividad
más intensa, más briosa, esa que se incrementa con la fusión amorosa, esa que podría ser
impulso arrollador.
La fértil fusión se vincula, a su vez, con la potencia vital femenina, a la que se dedican las
filosofías de la vida y el vitalismo. Así, la fuerza espontánea, azarosa, absoluta y perpetua-
mente insatisfecha que enuncia la afirmación de la vida, la voluntad de vivir, es -según
Nietzsche- voluntad de crear (Puelles Romero, 2000). Algo similar está en M. Scheller
(1928, p. 117), en el ‘impulso vital’ de Bergson, o en el ‘querer-vivir’ de Schopenhauer
(Maffesoli, 2004, p. 155), en el que la ‘voluntad de vivir –es- absoluta e ilimitada, irracional
y ciega’ (Schopenhauer, 2003, pp. 12–7 y 473). G. Simmel, por su parte, está influido por el
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y se reúnen más. Resulta de ello una efervescencia general, característica de épocas revolucio-
narias o creadoras. Y esta mayor actividad tiene como efecto un estímulo general de las fuer-
zas individuales. Se vive más intensamente y de forma distinta que en tiempos normales. Los
cambios no son sólo de matiz o de grado: el hombre se hace diferente. Las pasiones que lo
agitan son de tal intensidad que sólo pueden satisfacerse mediante actos violentos, desmesur-
ados: actos de heroísmo sobrehumano o de barbarie sanguinaria” (Durkheim, 1993, pp. 348–
349).
coraje, manifiesta la fuerza de la voluntad orgánica; ‘es el artista: representa la forma per-
fecta (la “flor y la nata’) del ser humano (sencillo, auténtico) natural’. Sin olvidar que posee
‘la cualidad creativa de la inteligencia y la imaginación que se convierte en creatividad
artística mediante el tacto y la delicadeza de elección o de “gusto’’.
Junto a los caracteres femeninos de la creatividad, están también los masculinos,
cuando no patriarcales, que se desvelan cuando se analiza en su dimensión retórica, con-
ceptual, mental o abstracta y diferenciadora, jerarquizadora o polarizadora.
Podría decirse que la creatividad tiene hoy un fuerte componente retórico, mental,
abstracto o conceptual –masculino- más que materialista, carnal o corporal –femenino-.
Al menos esto es lo que parece demostrar la ‘economía del acceso’, sobre la que ha escrito
J. Rifkin (2000, p. 50) y -como se ha visto- Andreas Reckwitz. Y es que el capitalismo de
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producción industrial y de la propiedad ha sido sustituido por otro de cuño cultural, vir-
tual, de redes o de acceso, de conceptos o de ideas. Un ejemplo claro de ello lo representan
las zapatillas Nike, cuyos diseñadores proyectan un producto que parte de una idea, de
unos determinados materiales, color, diseño y precio que empresas subcontratadas
deben implementar, ‘construir’, escrupulosamente; de esta manera, la empresa Nike, en
lugar de fabricar zapatillas, vende una idea de las mismas.
Gran parte del arte contemporáneo también es conceptual (Guasch, 2002), como lo son
las producciones del ‘avatar’, de lo ‘virtual’ y del ‘cyborg’, que reproducen este mismo pro-
ceso mental de creatividad.
conllevado esta variación, pues ha hecho que la experiencia valga poco, que el yo sea male-
able y ‘un collage de fragmentos que no cesa de devenir, siempre abierto a nuevas experi-
encias’, a nuevas creatividades. Por eso, los humanos no nacemos ya con una identidad
dada, sino que la construimos –la creamos-, y ésta se conforma más como inacabada
que fija e inmutable (Bauman, 2003, pp. 88 s.), transformándose, por tanto, de algo
‘dado’, en un ‘proyecto’. De ahí que la identidad -y la creatividad- sea una ‘construcción’,
un ‘proceso’ (Frith, 2011, p. 184; Grossberg, 2011, p. 152; Hall, 2011, p. 15), que se vaya
construyendo y transformando a lo largo de toda nuestra existencia, que la mutabilidad
sea su signo y que la mayor parte de las identidades colectivas sean –como aprecia N. Gar-
cía-Canclini (2004, p. 36)- ‘más bien camisas que piel’, esto es, opcionales y no ineludibles.
Pero si la creatividad se despliega en el tiempo, también lo hace en el espacio, como han
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convierte los valores en hechos, en elementos que posibilitan una existencia digna, es decir,
que los valores ‘hacen el mundo’ (Sánchez Capdequí, 2014, p. 211). Así, las situaciones
creadas no limitan sino que posibilitan nuevas condiciones (Joas, 2003, p. 16). Desde su
punto de vista, esto justifica el desinterés de la Sociología por el estudio de la creatividad,
pues la disciplina estaba más interesada en el orden –en la estructura social- que en el cam-
bio social. Pero justo cuando el orden se rompe, emerge entonces con fuerza el interés por
el papel que la creatividad podría desarrollar en la salida de la crisis, o lo que es lo mismo,
en la instauración de un novedoso orden.
Otros sociólogos asocian más la creatividad a la crisis que al orden. Es el caso de Josetxo
Beriain, quien incide –a partir de la cosmovisión cristiana- en que, desde Occidente, no se
conciben ni el mundo ni el ser humano como eternos e inmutables, sino como inmersos en
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Esto quiere decir que, en tiempos de desconcierto, cuando más ardientemente necesi-
tamos la creatividad, sus manifestaciones empíricas son, como mínimo, insuficientes para
salir de este estado. Porque, cuando es potencia mayor en la economía más activa, profun-
diza las desigualdades más flagrantes y conserva y refuerza un sistema injusto por natur-
aleza y, cuando es fuerza menor en lo cotidiano, a pesar de revalorizar la vida diaria, no
llega a convertirse en nervio transformador, al estar disminuida su intensidad por la car-
encia de fe en la vida -Simmel, dixit- y en un amor, más frágil que nunca. Por todo ello, la
creatividad no se ha revestido, aún, de un carácter sustancial ni tampoco se ha ajustado a
nuestros deseos o a nuestros ideales más altos; por el contrario, no parece que colabore en
despejar el camino de superación de la crisis.
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Notes on contributor
Juan A. Roche Cárcel, es profesor Titular de Sociología de la Cultura y de las Artes en la Universi-
dad de Alicante. Entre sus últimas publicaciones destacan, como autor, Entre el Monte de Apolo y la
vid de Dioniso. Naturaleza, Dioses y Sociedad en la arquitectura teatral de la Grecia Antigua, edi-
torial Anthropos, 2017 y la Sociedad Evanescente, editorial Anthropos, 2009 (en inglés The Vanish-
ing Society, Logos Verlag Berlin, 2013); y, como editor, Espacios y tiempos inciertos de la cultura,
editorial Anthropos, 2007; La Sociología como una de las Bellas Artes. La influencia del arte y de
la literatura en el pensamiento sociológico, 2012; y Transitions. The fragility of Democracy, Logos
Verlag Berlin, 2016. Es autor de numerosos artículos en revistas especializadas nacionales, europeas,
latinoamericanas y norteamericanas y coordinador de números monográficos de España, Argen-
tina, Brasil y Colombia, entre los que destacan, de la Revista Política y Sociedad, Arte y Poder, n°
46, 2007; de Papers. Revista de Sociología, Cultura y migraciones, n° 94, 2009; de Res Publica. Revista
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de Ideas Políticas, Transiciones. La fragilidad de la democracia, n° 30, año 16, 2013; de Res Publica.
Revista de Ideas Políticas, Cuerpo y poder en la Grecia Antigua, 2016; Política y Sociedad, El Saber
Social de los griegos antiguos. Homenaje a Gómez Arboleya, 2016; de Culturas (Universidad Nacio-
nal del Litoral, Argentina), Cine y sociedad, 2017; de Res Publica. Revista de Ideas Políticas, Cuerpo y
poder en la Grecia Antigua, 2017. Ha sido coordinador de investigación del área de Cultura y Artes
de la ESA (Asociación Europea de Sociología) y Vicepresidente de la AESCA (Asociación Española
de Sociología de la Cultura y de las Artes). Es o ha sido profesor invitado de, entre otras, la Uni-
versidad Nacional del Litoral (Argentina), la Pontificia Javeriana de Cali (Colombia) y la Universi-
dad de Guanajuato (México). Actualmente es director del Máster de Interpretación de Guitarra
Clásica de la Universidad de Alicante y Co-director de la nueva colección de Ciencias Sociales, Glo-
balizaciones, de la editorial Anthropos (Barcelona).
Disclosure statement
No potential conflict of interest was reported by the author.
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