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Una Comunidad en Crisis Celebra El Dia D
Una Comunidad en Crisis Celebra El Dia D
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Sacerdote de la diócesis de Girardota, Magíster en Teología Bíblica por la Pontificia Universidad Gregoriana
(Roma) y candidato a Doctor en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Docente titular en
la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Correo electrónico: gabriel.gomez@upb.edu.co
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 2
Abstract
El libro del Apocalipsis se abre con un éxtasis que ocurre en el día del Señor y eso lleva a
del libro implica una comunidad que vive en medio de los peligros y persecuciones internos y
externos, pero que en la vida comunitaria encuentra su fuerza porque se convierte en espacio de
Introducción
El libro del Apocalipsis es siempre un libro fascinante en cuanto narra la historia de una
comunidad cristiana que vive las vicisitudes que trae el mundo romano y debe afrontar en medio
De otra parte, una lectura litúrgica del libro es siempre posible porque la comunidad cristiana
desde el origen ha vinculado la experiencia de la pasión a la celebración y ello les ha dado fortaleza
en el combate. Los símbolos y figuras del libro del apocalipsis son claves de lectura de una realidad
que no solo se narra, sino que se narra litúrgicamente, porque se convierte en una celebración
confesada de la fe.
Jean Pierre Charlier, (1993), pues le ayuda a los creyentes a reforzar sus ánimos para
mantenerse firmes en medio del contexto histórico que se vive. Sí, el creyente está llamado
de las injusticias y las atrocidades que los grandes poderes e imperios pueden imponer en sus
cordero degollado y de pie le ayuda al creyente a discernir cómo actuar y vivir de forma
particularidades, de tal manera que en una comunidad marcada por la crisis que generaba el
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generado una mayor cohesión a esa comunidad es la persecución, que se lee en el horizonte de la
victoria, porque se vuelve actualización de lo que ha ocurrido en Jesús de Nazaret y de esta manera
el Día del Señor asume un significado peculiar que no rompe radicalmente con lo que comprendían
las comunidades venidas del judaísmo, pero que involucra una nuevo significante por el
la crisis generada por el imperio y el día del Señor como experiencia no sólo celebrativa sino
fundante de una manera de ser y de actuar en el mundo de la época, para terminar, planteándonos
Hablar del libro del Apocalipsis o de alguno de sus aspectos nos exige preguntarnos por la
comunidad destinataria de esta obra y por las circunstancias que la rodean en su momento histórico
concreto.
simbólica nos sitúa ante un grupo de creyentes del siglo I, primeros destinatarios del libro, los
Esta comunidad está enmarcada por la situación de la época que podría ser caracterizada por
el caos que genera una lucha interna y externa, debido a los peligros la rodean y a las fuerzas
romana, por ello lo más disonante con la comunidad del apocalipsis serán las comunidades nacidas
en el régimen de cristiandad que se origina a partir de la PAX constantiniana del siglo IV.
Contexto histórico
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El libro del Apocalipsis pertenece a lo que O. Cullmann llamara “círculo joaneo” y según
Ireneo de Lyon, habría sido redactado del 90 al 95 en la época del emperador Domiciano, quien se
denominó “deus et dominus” (Dios y señor). Esto llevaría a plantearse la situación del momento
La comunidad cristiana tiene muchas dificultades en sus relaciones con el imperio Romano
y con el mundo del judaísmo de la época. Las relaciones con el imperio romano venían
fuertemente afectadas desde el gobierno de Nerón (64-68), quien habría hecho muy difícil la vida
para los cristianos dentro de la ciudad de Roma, pero el gobierno de Domiciano habría sido el
punto de partida de una confrontación especial por la fuerza que cobra el culto imperial y como
nos reporta Suetonio (VIII, 57), hasta Éfeso habría sido objeto de este culto imperial con una
El mismo libro del Apocalipsis (2,13) reporta la muerte de un cristiano fiel llamado Antipas,
perteneciente a la comunidad cristiana de Pérgamo a manos del imperio romano y por eso se refiere
impregnado al mundo de la época y por eso la religiosidad se ve permeada por este tipo de
pensamiento y de prácticas, lo que hace que el paganismo griego sea una tentación en lo doctrinal
y en lo moral.
Si se acoge la idea ampliamente difundida sobre Éfeso2, como lugar de composición final
del libro del Apocalipsis, entonces se debe mencionar que allí había una comunidad judía, que el
grupo fariseo había sostenido, ya que era el único grupo superviviente de la destrucción de
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La comunidad de Éfeso es el ambiente en el que se desarrolla la tradición joanea y muy seguramente es al mismo
tiempo la destinataria directa del libro del Apocalipsis y por eso aparece como primera en la lista de la corona de las
siete iglesias que recibirán las cartas del inicio de la obra (Ap 1,11)
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Jerusalén en el año 70 a manos de Tito y el ejército romano. Los fariseos, a punto de transformarse
creando una separación irremediable entre la sinagoga y los cristianos y ello llevará al movimiento
de los seguidores de Jesús a una necesaria opción por el nuevo camino y de allí la separación
definitiva del judaísmo, al punto de llamar al judaísmo “sinagoga de Satanás (Ap 2,9; 3,9).
Este nuevo caminar trae una manera de leer la historia en términos apocalípticos, haciendo
una lectura teológica de sus vivencias y una nueva manera de leer las Escrituras a la luz de su
propia fe; de igual manera se ve llamada la comunidad cristiana a encontrar un nuevo espacio
litúrgico y existencial para expresar y celebrar su fe. No es casual que el libro del apocalipsis
Los conflictos internos de la comunidad cristiana del Apocalipsis son notorios por los
creciente grupos que se van formando o que van llegando y plantean divergencias doctrinales, que
identificamos claramente como heréticas, marcadas por una mezcla de pensamiento judío,
cristiano y gnóstico, que llevan al desprecio de lo material y a adaptarse a las costumbres paganas,
Contexto litúrgico
Los estudios sobre el libro del Apocalipsis le han dado fuerza a la idea de que el ambiente en
el que se concibe o se lee adecuadamente la obra es la liturgia, “el autor apocalíptico, por su parte,
enfatiza más el culto como el lugar de reunir elementos contrastados y la segunda venida como el
El acercamiento al contexto litúrgico ha hecho que algunos autores planteen que en la base
del libro del Apocalipsis están una serie de homilías y celebraciones que podían tener un esquema
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de lectura cristiana de pasajes del Primer Testamento (Goulder, 1981) o una lectura pascual de los
U. Vanni (2005) titula un capítulo de su libro como “La asamblea litúrgica se purifica y
discierne en el «día del Señor» (Ap 1,10) y allí concluye que el día del Señor es el cuadro ideal de
la experiencia apocalíptica y desde allí se puede plantear que el ambiente litúrgico es un lugar
propio para la hermenéutica del libro y que a su vez la liturgia explicita y hace vida su contenido.
desdibujado en todo el libro del Apocalipsis a través de los símbolos y figuras que se describen,
pero es innegable que el lenguaje litúrgico se ve maravillado cuando aparece Jesucristo como
En sintonía con el Evangelio de Juan, donde Jesús era visto como “el cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29; cfr. 1, 36) y moría en el momento el cual el cordero
pascual era sacrificado en el templo cfr. Jn 19), el título de “Cordero inmolado” es muy
sellos del libro que la simboliza (cfr. Ap 5, 4-8). Y es por la sangre del Cordero que los
mártires han podido dar testimonio, venciendo así al diablo (cfr. Ap 12, 10-12).
Una visión de conjunto de la estructura del Apocalipsis resalta que el texto está enmarcado
en un diálogo litúrgico que abre (1,4-8) y cierra (22,6-21), utiliza muchas veces las figuras y el
lenguaje de las celebraciones judías y de sus lugares, como el templo y el candelabro; sin embargo,
invita al lector a una escucha atenta que termina en un grito de súplica por la venida de Cristo, que
No es descabellado leer el libro como un gran himno litúrgico, que plasma una historia de
sufrimientos y de luchas, pero que canta la victoria de la fidelidad y la grandeza del testimonio,
por eso podemos decir que el Apocalipsis es celebración, es canto, es liturgia y no solamente se
principio dinámico de una historia totalmente en las manos de Dios. Por esto la obra está
Yhwh, es decir, el día de Pascua, pero también cada domingo en cuanto día en el cual la
comunidad cristiana celebra la resurrección del Cristo. En el día del Señor (dies dominicus)
1,9-20), vive la experiencia del Espíritu (1,10; 4,2; 22,17) y comprende activamente el
sentido de la propia historia. Por esto, la obra es rica de cantos festivos, a diferencia de
Esta manera de ver la historia, una lectura teológica que se narra en una liturgia, hace
descubrir una novedad en el Resucitado, de tal manera que se renueva la historia y allí no hay
templo (Ap 21,22) porque la realidad del templo es asumida por el Cordero, el templo es ahora el
Señor y Cordero, de tal manera que ya nada separa de Dios y la comunión es plena, por eso no hay
velos, “han caído los símbolos, que al mismo tiempo revelan y esconden, y Dios está delante”
en la experiencia del Resucitado, de tal manera que no puede leerse el Apocalipsis sin referencia
a una comunidad que celebra, tal como lo deja ver U. Vanni (2001, p. 129-130):
El autor lo pone de relieve con el carácter marcadamente litúrgico que imprime a todo
el libro: los elementos litúrgicos más externos (“día del Señor”: 1,10) son llevados por el
litúrgico” de 22,6-21).
Ya desde la experiencia de las comunidades paulinas (1 Cor 11) estaba claro que la Eucaristía
no es un añadido a la comunidad, sino que es constitutiva del ser comunitario y por eso no se puede
partir el pan estando divididos y ello genera una mayor crisis al interior de la comunidad.
las circunstancias y la vida de la comunidad, por ello debe ser muy claro que la Eucaristía fue
siempre motivo de esperanza frente a las crisis, aliciente en el camino del dolor porque iba más
allá del simple recuerdo y hacía memorial del Señor Resucitado, vencedor y triunfador frente a
El libro del apocalipsis desde muy temprano en la lectura (1,10) nos trae la expresión “Día
del Señor” (kyriaké hemera - κυριακῇ ἡμέρα), referida al dato temporal de la revelación recibida
del Señor y que debe ser comunicada a la Iglesia, simbolizada en las siete comunidades del Asia
Menor que se mencionan: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
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Esta expresión ha sido traducida en español por varias versiones de la Biblia como
“domingo”3 y tiene una carga significativa en una expresión del Primer Testamento: el día de
El día del Señor (Yôm Yhwh) en el Primer testamento implicaba una intervención de Dios
en la historia y esta intervención tenía carácter de juicio y por ello no sería extraño pensar que
cuando se el autor del Apocalipsis piense en esta expresión, esté reflejando que, en medio de la
crisis, Dios interviene de manera magnífica y hace una renovación total. Sin embargo, la expresión
diversas maneras como lo explica U. Vanni (2005): Día del Señor (como en el Primer Testamento),
Entender el día del Señor como día de la Pascua, sale del contexto mismo del pasaje donde
se ubica la expresión, ya que una mirada de conjunto a Ap 1,9-20 nos hace caer en la cuenta de los
elementos pascuales que rodean el día del Señor: los símbolos del candelabro de oro, los demás
candelabros, la figura de un hijo de hombre con sus vestiduras celestiales, etc., pero sobre todo,
resplandece la expresión de victoria cuando afirma: “estuve muerto, y mira, estoy vivo para
siempre, y tengo las llaves de la muerte y del hades” (1,18). Sin embargo, puede ser una lectura
demasiado forzada, ya que no hay una alusión explícita que pueda llevarnos a la afirmación de que
Leer el día del Señor como el domingo cristiano, cosa a la que ya se ha aludido en la opción
expresado como significado del día de la pascua, pero aquí se referiría directamente a un día de la
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Domingo traducen versiones como: Nueva Biblia española (1975), Biblia del peregrino (1993), Biblia de América
(1994), Biblia de nuestro pueblo (2007), entre otras.
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semana, el primero, que se coinvertiría con el paso del tiempo en elemento constitutivo de la fe
La Sacrosanctum Concilium, en el n. 106, dice que “la Iglesia, por una tradición
apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio
pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo”. En
el mismo lugar se dice que “el domingo es la fiesta primordial” y “fundamento y núcleo de
todo el año litúrgico”. El Concilio recupera así el sentido clásico del domingo como Pascua
desde los orígenes y en ella resplandecen los elementos teológicos y bíblicos que constituyen la
APOSTÓLICA.
No sin razón, san Juan Pablo II expresa en la carta apostólica Dies Domini (1998, 19-20, p.
23-25):
sólo en Pascua, sino cada semana»: así escribía, a principios del siglo V, el Papa Inocencio
I, testimoniando una práctica ya consolidada que se había ido desarrollando desde los
primeros años después de la resurrección del Señor. San Basilio habla del «santo domingo,
honrado por la resurrección del Señor, primicia de todos los demás días». San Agustín llama
Esta profunda relación del domingo con la resurrección del Señor es puesta de relieve
con fuerza por todas las Iglesias, tanto en Occidente como en Oriente. En la tradición de las
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día del Señor tiene sus raíces —como se ha dicho— en la obra misma de la creación y, más
directamente, en el misterio del «descanso» bíblico de Dios, sin embargo, se debe hacer
Es lo que sucede con el domingo cristiano, que cada semana propone a la consideración y a
la vida de los fieles el acontecimiento pascual, del que brota la salvación del mundo.
muertos tuvo lugar «el primer día después del sábado» (Mc 16,2.9; Lc 24,1; Jn 20,1). Aquel
mismo día el Resucitado se manifestó a los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) y se
apareció a los once Apóstoles reunidos (cf. Lc 24,36; Jn 20,19). Ocho días después —como
testimonia el Evangelio de Juan (cf. 20,26)— los discípulos estaban nuevamente reunidos
cuando Jesús se les apareció y se hizo reconocer por Tomás, mostrándole las señales de la
pasión. Era domingo el día de Pentecostés, primer día de la octava semana después de la
pascua judía (cf. Hch 2,1), cuando con la efusión del Espíritu Santo se cumplió la promesa
hecha por Jesús a los Apóstoles después de la resurrección (cf. Lc 24,49; Hch 1,4-5). Fue el
día del primer anuncio y de los primeros bautismos: Pedro proclamó a la multitud reunida
que Cristo había resucitado y «los que acogieron su palabra fueron bautizados» (Hch 2,41).
mismo de la resurrección de su Señor. El día del Señor se vuelve así en el espacio propicio para
tener un triple aspecto celebrativo: celebra el pasado (los acontecimientos de una historia de
cartas iniciales. dirigidas a las comunidades del Asia Menor y en ellas a la Iglesia entera. Esto es
A modo de conclusión:
Una revisión pastoral sobre el día del Señor a la luz del Apocalipsis
La comunidad joanea se vio avocada a permanecer como comunidad, en medio de los ataques
externos e internos, pero fue la idea del amor y de la fe como adhesión permanente al Señor, lo
que le hizo perseverar y lo que le dio las fuerzas para dar testimonio a pesar de la persecución. El
paso de la historia y la Pax constantiniana trajo a la Iglesia las masas de personas que no confesaban
necesariamente su fe al estilo joaneo, sino que profesaron una doctrina y se adhirieron a la Iglesia
de manera jurídica, desvirtuando así lo que habían sido los lazos fuertes del amor y la unidad y
comunidades4 que vivan centradas en los principios que constituyen una verdadera comunidad
llamado se vuelve imperativo en medio de un extraño interés de algunas personas por celebrar a
Se constata que mientras la Iglesia ha sido perseguida y en los lugares donde hoy se hace
más difícil profesar la fe, las comunidades cristianas son más compactas. El dolor y la persecución
acrisolan la comunidad y la fortalecen, quizás porque hay una mayor configuración e identificación
con la figura del Siervo y allí la fraternidad hace que la comunidad se sostenga.
Muchos fieles se lamentan de la celebración del día del Señor en sus parroquias por el número
celebraciones; parece que la masa hace olvidar la persona. De igual manera los pastores terminan
lamentando la poca participación de los fieles y la premura en el tiempo que hace que no se puedan
tener celebraciones que generen espacios de comunión y lleven a fortalecer las comunidades.
Es prioritario recuperar el sentido del día del Señor en medio de una cultura del weekend y
ello no será posible si no hay un proceso previo de evangelización, porque no podemos pretender
que se recupere el domingo sin un serio proceso de iniciación y reiniciación cristiana que traiga a
hombres y mujeres a una comunidad eclesial y los inserte en una vivencia profunda del misterio
pascual de Cristo.
En segundo lugar, la comunidad debe ser un espacio que testimonie la presencia de Cristo y
que fortalezca el testimonio de cada uno de los miembros para ser verdaderos discípulos. Esto no
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El documento de Aparecida en el n. 307 constata el florecimiento de una espiritualidad de comunión e insiste en
llevar ese espíritu a la formación de pequeñas comunidades que aseguren un espacio a los alejados.
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será posible mientras las comunidades sigan apoltronadas en sus seguridades y cerradas en sí
mismas, porque sólo cuando se sientan vulnerables y necesitadas del Señor se podrán fortalecer.
Una Iglesia que no es perseguida ni tiene peligros se vuelve anquilosada y puede terminar por ser
volver y la fuerza recibida en la Eucaristía hace que la comunidad sea enviada y se convierta en
misionera.
La recuperación del domingo como día del Señor y día de la Iglesia no puede quedarse en
celebración eucarística. Se necesitan comunidades para que puedan celebrar, se necesitan procesos
serios de evangelización que lleven a celebrar dignamente el día del Señor bajo los diversos
aspectos que ya insistió san Juan Pablo II (1998): Dies Domini (celebración de la obra del
Creador), Dies Christi (Día del Señor resucitado y el don del Espíritu), Dies Ecclesiae (La
asamblea eucarística, centro del domingo), Dies hominis (El domingo día de alegría, descanso y
solidaridad) y Dies dierum (El domingo fiesta primordial, reveladora del sentido del tiempo).
Frente a los desafíos de la sociedad actual y los retos de una cultura cada vez más cambiante,
tenemos que repetir como los primeros cristianos que sin el domingo no podemos vivir, tal como
nos recuerda Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (2007, 95)
A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades
imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar
el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no
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les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus. Que
estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía
el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con
nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que
celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué
tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el
misterio de la Eucaristía?
Para concluir, el prefacio dominical X titulado “día del Señor” (2008, p. 392) nos ofrece
una síntesis de lo que debe ser la vivencia y celebración del día del Señor:
Hoy, tu familia,
Referencias
recuperado de
http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/2297/1/RLT%2088%20A.pdf., el 20 de
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