You are on page 1of 18

Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 1

UNA COMUNIDAD EN CRISIS CELEBRA EL DÍA DEL SEÑOR

Una comunidad en crisis celebra el día del Señor: el Apocalipsis

Gabriel Jaime Gómez Gutiérrez1

Universidad Pontificia Bolivariana

*
Sacerdote de la diócesis de Girardota, Magíster en Teología Bíblica por la Pontificia Universidad Gregoriana
(Roma) y candidato a Doctor en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Docente titular en
la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Correo electrónico: gabriel.gomez@upb.edu.co
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 2

Abstract

El libro del Apocalipsis se abre con un éxtasis que ocurre en el día del Señor y eso lleva a

plantearse la importancia de esa expresión en la vida y misterio de la Iglesia. El contexto general

del libro implica una comunidad que vive en medio de los peligros y persecuciones internos y

externos, pero que en la vida comunitaria encuentra su fuerza porque se convierte en espacio de

la presencia del Resucitado, de allí que el domingo cristiano halle su fundamento en la

experiencia pascual como pilar para la vida.


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 3

Introducción

Caí en éxtasis el día del Señor


y oí detrás de mí una voz, como de trompeta, que decía:
Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete comunidades:
a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes,
a Filadelfia y a Laodicea. (Ap 1,10)

El libro del Apocalipsis es siempre un libro fascinante en cuanto narra la historia de una

comunidad cristiana que vive las vicisitudes que trae el mundo romano y debe afrontar en medio

de esas penumbras el desafío de la fe cristiana.

De otra parte, una lectura litúrgica del libro es siempre posible porque la comunidad cristiana

desde el origen ha vinculado la experiencia de la pasión a la celebración y ello les ha dado fortaleza

en el combate. Los símbolos y figuras del libro del apocalipsis son claves de lectura de una realidad

que no solo se narra, sino que se narra litúrgicamente, porque se convierte en una celebración

confesada de la fe.

El Apocalipsis puede considerarse como un manual para resistentes, como lo llama

Jean Pierre Charlier, (1993), pues le ayuda a los creyentes a reforzar sus ánimos para

mantenerse firmes en medio del contexto histórico que se vive. Sí, el creyente está llamado

a la revolución, a ser promotor de cambio, gestor de oposición, de denuncia, de voz en medio

de las injusticias y las atrocidades que los grandes poderes e imperios pueden imponer en sus

sistemas de dominio en el campo político, económico y socio-cultural. La cercanía con el

cordero degollado y de pie le ayuda al creyente a discernir cómo actuar y vivir de forma

coherente. (Gaitán y Jaillier, 2014, p. 100)

La realidad de la comunidad no puede separarse de su ambiente celebrativo y podría decirse

que la celebración de la fe manifiesta la comunidad creyente en todas sus circunstancias y

particularidades, de tal manera que en una comunidad marcada por la crisis que generaba el
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 4

imperio romano, la mejor manera de mantenerse en pie es la unidad de la comunidad y lo que ha

generado una mayor cohesión a esa comunidad es la persecución, que se lee en el horizonte de la

victoria, porque se vuelve actualización de lo que ha ocurrido en Jesús de Nazaret y de esta manera

el Día del Señor asume un significado peculiar que no rompe radicalmente con lo que comprendían

las comunidades venidas del judaísmo, pero que involucra una nuevo significante por el

acontecimiento de la resurrección de Jesús.

A lo largo de este recorrido podremos comprender la relación existente entre la comunidad,

la crisis generada por el imperio y el día del Señor como experiencia no sólo celebrativa sino

fundante de una manera de ser y de actuar en el mundo de la época, para terminar, planteándonos

la necesidad de revisar la vivencia de nuestro Domingo cristiano hoy.

Una comunidad en crisis…

Hablar del libro del Apocalipsis o de alguno de sus aspectos nos exige preguntarnos por la

comunidad destinataria de esta obra y por las circunstancias que la rodean en su momento histórico

concreto.

Partimos de la constatación de que “el contexto en el que nace el Apocalipsis con su

simbólica nos sitúa ante un grupo de creyentes del siglo I, primeros destinatarios del libro, los

llamados cristianos joánicos” (Rojas, 2013, p. 14)

Esta comunidad está enmarcada por la situación de la época que podría ser caracterizada por

el caos que genera una lucha interna y externa, debido a los peligros la rodean y a las fuerzas

oscuras que pretenden dominarla, ya que el régimen no es de cristiandad sino de dominación

romana, por ello lo más disonante con la comunidad del apocalipsis serán las comunidades nacidas

en el régimen de cristiandad que se origina a partir de la PAX constantiniana del siglo IV.

Contexto histórico
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 5

El libro del Apocalipsis pertenece a lo que O. Cullmann llamara “círculo joaneo” y según

Ireneo de Lyon, habría sido redactado del 90 al 95 en la época del emperador Domiciano, quien se

denominó “deus et dominus” (Dios y señor). Esto llevaría a plantearse la situación del momento

ad intra y ad extra de la comunidad cristiana.

La comunidad cristiana tiene muchas dificultades en sus relaciones con el imperio Romano

y con el mundo del judaísmo de la época. Las relaciones con el imperio romano venían

fuertemente afectadas desde el gobierno de Nerón (64-68), quien habría hecho muy difícil la vida

para los cristianos dentro de la ciudad de Roma, pero el gobierno de Domiciano habría sido el

punto de partida de una confrontación especial por la fuerza que cobra el culto imperial y como

nos reporta Suetonio (VIII, 57), hasta Éfeso habría sido objeto de este culto imperial con una

estatua erigida en honor del Emperador.

El mismo libro del Apocalipsis (2,13) reporta la muerte de un cristiano fiel llamado Antipas,

perteneciente a la comunidad cristiana de Pérgamo a manos del imperio romano y por eso se refiere

al trono de Satanás y al lugar donde Satanás habita.

La comunidad cristiana no está libre de la influencia cultural que el helenismo le había

impregnado al mundo de la época y por eso la religiosidad se ve permeada por este tipo de

pensamiento y de prácticas, lo que hace que el paganismo griego sea una tentación en lo doctrinal

y en lo moral.

Si se acoge la idea ampliamente difundida sobre Éfeso2, como lugar de composición final

del libro del Apocalipsis, entonces se debe mencionar que allí había una comunidad judía, que el

grupo fariseo había sostenido, ya que era el único grupo superviviente de la destrucción de

2
La comunidad de Éfeso es el ambiente en el que se desarrolla la tradición joanea y muy seguramente es al mismo
tiempo la destinataria directa del libro del Apocalipsis y por eso aparece como primera en la lista de la corona de las
siete iglesias que recibirán las cartas del inicio de la obra (Ap 1,11)
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 6

Jerusalén en el año 70 a manos de Tito y el ejército romano. Los fariseos, a punto de transformarse

en el rabinismo han blindado la Torah y la institucionalidad judía en el sínodo de Jamnia (80-90),

creando una separación irremediable entre la sinagoga y los cristianos y ello llevará al movimiento

de los seguidores de Jesús a una necesaria opción por el nuevo camino y de allí la separación

definitiva del judaísmo, al punto de llamar al judaísmo “sinagoga de Satanás (Ap 2,9; 3,9).

Este nuevo caminar trae una manera de leer la historia en términos apocalípticos, haciendo

una lectura teológica de sus vivencias y una nueva manera de leer las Escrituras a la luz de su

propia fe; de igual manera se ve llamada la comunidad cristiana a encontrar un nuevo espacio

litúrgico y existencial para expresar y celebrar su fe. No es casual que el libro del apocalipsis

tenga un contexto “dominical” (Doglio, 2003, p. 151)

Los conflictos internos de la comunidad cristiana del Apocalipsis son notorios por los

creciente grupos que se van formando o que van llegando y plantean divergencias doctrinales, que

identificamos claramente como heréticas, marcadas por una mezcla de pensamiento judío,

cristiano y gnóstico, que llevan al desprecio de lo material y a adaptarse a las costumbres paganas,

de ahí que se haga un llamado fuerte a la decisión y al compromiso.

Contexto litúrgico

Los estudios sobre el libro del Apocalipsis le han dado fuerza a la idea de que el ambiente en

el que se concibe o se lee adecuadamente la obra es la liturgia, “el autor apocalíptico, por su parte,

enfatiza más el culto como el lugar de reunir elementos contrastados y la segunda venida como el

inicio del Reino visible de Cristo” (Foulkes, 2007, p. 1179).

El acercamiento al contexto litúrgico ha hecho que algunos autores planteen que en la base

del libro del Apocalipsis están una serie de homilías y celebraciones que podían tener un esquema
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 7

de lectura cristiana de pasajes del Primer Testamento (Goulder, 1981) o una lectura pascual de los

textos como ha estudiado F. Manns (1981).

U. Vanni (2005) titula un capítulo de su libro como “La asamblea litúrgica se purifica y

discierne en el «día del Señor» (Ap 1,10) y allí concluye que el día del Señor es el cuadro ideal de

la experiencia apocalíptica y desde allí se puede plantear que el ambiente litúrgico es un lugar

propio para la hermenéutica del libro y que a su vez la liturgia explicita y hace vida su contenido.

Principio fundamental de la liturgia es la presencia de Cristo y ello queda claramente

desdibujado en todo el libro del Apocalipsis a través de los símbolos y figuras que se describen,

pero es innegable que el lenguaje litúrgico se ve maravillado cuando aparece Jesucristo como

Cordero. Al respecto afirma X. Alegre (s.f):

En sintonía con el Evangelio de Juan, donde Jesús era visto como “el cordero de Dios

que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29; cfr. 1, 36) y moría en el momento el cual el cordero

pascual era sacrificado en el templo cfr. Jn 19), el título de “Cordero inmolado” es muy

significativo en el Apocalipsis. Pues es como Cordero inmolado, de pie ante el trono

(resucitado), como ha obtenido la capacidad de interpretar la historia, rompiendo los siete

sellos del libro que la simboliza (cfr. Ap 5, 4-8). Y es por la sangre del Cordero que los

mártires han podido dar testimonio, venciendo así al diablo (cfr. Ap 12, 10-12).

Una visión de conjunto de la estructura del Apocalipsis resalta que el texto está enmarcado

en un diálogo litúrgico que abre (1,4-8) y cierra (22,6-21), utiliza muchas veces las figuras y el

lenguaje de las celebraciones judías y de sus lugares, como el templo y el candelabro; sin embargo,

invita al lector a una escucha atenta que termina en un grito de súplica por la venida de Cristo, que

hace nuevas todas las cosas (21,5).

Una comunidad que celebra…


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 8

No es descabellado leer el libro como un gran himno litúrgico, que plasma una historia de

sufrimientos y de luchas, pero que canta la victoria de la fidelidad y la grandeza del testimonio,

por eso podemos decir que el Apocalipsis es celebración, es canto, es liturgia y no solamente se

compone de pequeñas liturgias, siempre leído en la experiencia del Resucitado.

Radicado en la liturgia. el Apocalipsis es, por tanto, esencialmente celebración del

misterio pascual de Cristo, evento fundamental que constituye la clave de lectura y el

principio dinámico de una historia totalmente en las manos de Dios. Por esto la obra está

idealmente colocada en el “día del Señor” (1,10), día escatológico de la intervención de

Yhwh, es decir, el día de Pascua, pero también cada domingo en cuanto día en el cual la

comunidad cristiana celebra la resurrección del Cristo. En el día del Señor (dies dominicus)

la asamblea litúrgica encuentra a Cristo resucitado (y este es el sentido de la primera visión:

1,9-20), vive la experiencia del Espíritu (1,10; 4,2; 22,17) y comprende activamente el

sentido de la propia historia. Por esto, la obra es rica de cantos festivos, a diferencia de

muchos otros apocalipsis, llenos de llantos y lamentos. (Doglio, 2003, p. 146)

Esta manera de ver la historia, una lectura teológica que se narra en una liturgia, hace

descubrir una novedad en el Resucitado, de tal manera que se renueva la historia y allí no hay

templo (Ap 21,22) porque la realidad del templo es asumida por el Cordero, el templo es ahora el

Señor y Cordero, de tal manera que ya nada separa de Dios y la comunión es plena, por eso no hay

velos, “han caído los símbolos, que al mismo tiempo revelan y esconden, y Dios está delante”

(Maggioni, 1990, p. 1063).

Poco a poco queda se va esclareciendo la relación profunda entre la comunidad, la crisis y la

liturgia. Es en la liturgia donde la comunidad se ve reflejada y es allí donde su crisis se ve asumida


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 9

en la experiencia del Resucitado, de tal manera que no puede leerse el Apocalipsis sin referencia

a una comunidad que celebra, tal como lo deja ver U. Vanni (2001, p. 129-130):

El autor lo pone de relieve con el carácter marcadamente litúrgico que imprime a todo

el libro: los elementos litúrgicos más externos (“día del Señor”: 1,10) son llevados por el

autor a una profundidad de experiencia litúrgica sin precedentes: la liturgia se desarrolla en

la tierra, pero tiene una influencia decisiva en el cielo; constituye la expresión de la

comunidad eclesial, consciente de la presencia de Cristo y del Espíritu (cf. el “diálogo

litúrgico” de 22,6-21).

Ya desde la experiencia de las comunidades paulinas (1 Cor 11) estaba claro que la Eucaristía

no es un añadido a la comunidad, sino que es constitutiva del ser comunitario y por eso no se puede

partir el pan estando divididos y ello genera una mayor crisis al interior de la comunidad.

Celebración y comunidad se ven estrechamente ligadas y en el Apocalipsis la celebración de la fe

no se entiende si no es en asamblea litúrgica, en comunidad celebrativa y en ella se trasparentan

las circunstancias y la vida de la comunidad, por ello debe ser muy claro que la Eucaristía fue

siempre motivo de esperanza frente a las crisis, aliciente en el camino del dolor porque iba más

allá del simple recuerdo y hacía memorial del Señor Resucitado, vencedor y triunfador frente a

los poderes y los imperios.

Celebra el día del Señor…

El libro del apocalipsis desde muy temprano en la lectura (1,10) nos trae la expresión “Día

del Señor” (kyriaké hemera - κυριακῇ ἡμέρα), referida al dato temporal de la revelación recibida

del Señor y que debe ser comunicada a la Iglesia, simbolizada en las siete comunidades del Asia

Menor que se mencionan: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 10

Esta expresión ha sido traducida en español por varias versiones de la Biblia como

“domingo”3 y tiene una carga significativa en una expresión del Primer Testamento: el día de

Yhwh y no debería ignorarse esta acepción a la hora de plantearnos su sentido, ya que le

Apocalipsis está cargado de elementos que reflejan el Primer Testamento.

El día del Señor (Yôm Yhwh) en el Primer testamento implicaba una intervención de Dios

en la historia y esta intervención tenía carácter de juicio y por ello no sería extraño pensar que

cuando se el autor del Apocalipsis piense en esta expresión, esté reflejando que, en medio de la

crisis, Dios interviene de manera magnífica y hace una renovación total. Sin embargo, la expresión

del Apocalipsis no es exactamente igual a la del Primer Testamento y podría interpretarse de

diversas maneras como lo explica U. Vanni (2005): Día del Señor (como en el Primer Testamento),

día de la Pascua y domingo cristiano.

Entender el día del Señor como día de la Pascua, sale del contexto mismo del pasaje donde

se ubica la expresión, ya que una mirada de conjunto a Ap 1,9-20 nos hace caer en la cuenta de los

elementos pascuales que rodean el día del Señor: los símbolos del candelabro de oro, los demás

candelabros, la figura de un hijo de hombre con sus vestiduras celestiales, etc., pero sobre todo,

resplandece la expresión de victoria cuando afirma: “estuve muerto, y mira, estoy vivo para

siempre, y tengo las llaves de la muerte y del hades” (1,18). Sin embargo, puede ser una lectura

demasiado forzada, ya que no hay una alusión explícita que pueda llevarnos a la afirmación de que

el día del Señor equivale directamente al día mismo de la pascua de Cristo.

Leer el día del Señor como el domingo cristiano, cosa a la que ya se ha aludido en la opción

de traducción de algunas versiones de la Biblia, no se desconecta del todo de lo que hemos

expresado como significado del día de la pascua, pero aquí se referiría directamente a un día de la

3
Domingo traducen versiones como: Nueva Biblia española (1975), Biblia del peregrino (1993), Biblia de América
(1994), Biblia de nuestro pueblo (2007), entre otras.
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 11

semana, el primero, que se coinvertiría con el paso del tiempo en elemento constitutivo de la fe

cristiana por su vinculación con la resurrección. Afirma R. Leikam (2000, p. 259-260)

La Sacrosanctum Concilium, en el n. 106, dice que “la Iglesia, por una tradición

apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio

pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo”. En

el mismo lugar se dice que “el domingo es la fiesta primordial” y “fundamento y núcleo de

todo el año litúrgico”. El Concilio recupera así el sentido clásico del domingo como Pascua

semanal y su centralidad en relación a las demás fiestas del año.

El domingo cristiano se convierte entonces en una celebración fundamental para el cristiano

desde los orígenes y en ella resplandecen los elementos teológicos y bíblicos que constituyen la

Iglesia, allí se descubre en su plenitud que la Iglesia es UNA, es SANTA, es CATÓLICA y

APOSTÓLICA.

No sin razón, san Juan Pablo II expresa en la carta apostólica Dies Domini (1998, 19-20, p.

23-25):

«Celebramos el domingo por la venerable resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no

sólo en Pascua, sino cada semana»: así escribía, a principios del siglo V, el Papa Inocencio

I, testimoniando una práctica ya consolidada que se había ido desarrollando desde los

primeros años después de la resurrección del Señor. San Basilio habla del «santo domingo,

honrado por la resurrección del Señor, primicia de todos los demás días». San Agustín llama

al domingo «sacramento de la Pascua».

Esta profunda relación del domingo con la resurrección del Señor es puesta de relieve

con fuerza por todas las Iglesias, tanto en Occidente como en Oriente. En la tradición de las
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 12

Iglesias orientales, en particular, cada domingo es la anastásimos heméra, el día de la

resurrección, y precisamente por ello es el centro de todo el culto.

A la luz de esta tradición ininterrumpida y universal, se ve claramente que, aunque el

día del Señor tiene sus raíces —como se ha dicho— en la obra misma de la creación y, más

directamente, en el misterio del «descanso» bíblico de Dios, sin embargo, se debe hacer

referencia específica a la resurrección de Cristo para comprender plenamente su significado.

Es lo que sucede con el domingo cristiano, que cada semana propone a la consideración y a

la vida de los fieles el acontecimiento pascual, del que brota la salvación del mundo.

Según el concorde testimonio evangélico, la resurrección de Jesucristo de entre los

muertos tuvo lugar «el primer día después del sábado» (Mc 16,2.9; Lc 24,1; Jn 20,1). Aquel

mismo día el Resucitado se manifestó a los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) y se

apareció a los once Apóstoles reunidos (cf. Lc 24,36; Jn 20,19). Ocho días después —como

testimonia el Evangelio de Juan (cf. 20,26)— los discípulos estaban nuevamente reunidos

cuando Jesús se les apareció y se hizo reconocer por Tomás, mostrándole las señales de la

pasión. Era domingo el día de Pentecostés, primer día de la octava semana después de la

pascua judía (cf. Hch 2,1), cuando con la efusión del Espíritu Santo se cumplió la promesa

hecha por Jesús a los Apóstoles después de la resurrección (cf. Lc 24,49; Hch 1,4-5). Fue el

día del primer anuncio y de los primeros bautismos: Pedro proclamó a la multitud reunida

que Cristo había resucitado y «los que acogieron su palabra fueron bautizados» (Hch 2,41).

Fue la epifanía de la Iglesia, manifestada como pueblo en el que se congregan en unidad,

más allá de toda diversidad, los hijos de Dios dispersos.


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 13

El domingo adquiere entonces un carácter de memorial, en el cual, la comunidad de los

orígenes se reúne, se fortalece en medio de la crisis y ve como horizonte salvífico el acontecimiento

mismo de la resurrección de su Señor. El día del Señor se vuelve así en el espacio propicio para

tener un triple aspecto celebrativo: celebra el pasado (los acontecimientos de una historia de

salvación), se actualiza su propia historia y se construye la esperanza futura, en la que el triunfo

del Resucitado es la garantía.

La asamblea litúrgica del Apocalipsis no se reúne por iniciativa propia, la convoca el

Resucitado y allí se ve llamada a la renovación a partir de un fuerte examen de conciencia que la

lleve a la conversión. Este movimiento de metanoia se ve reflejado en el esquema de las siete

cartas iniciales. dirigidas a las comunidades del Asia Menor y en ellas a la Iglesia entera. Esto es

lo que U. Vanni (2005, p. 105) llama la purificación – tonificación interior.

A modo de conclusión:

Una revisión pastoral sobre el día del Señor a la luz del Apocalipsis

La comunidad joanea se vio avocada a permanecer como comunidad, en medio de los ataques

externos e internos, pero fue la idea del amor y de la fe como adhesión permanente al Señor, lo

que le hizo perseverar y lo que le dio las fuerzas para dar testimonio a pesar de la persecución. El

paso de la historia y la Pax constantiniana trajo a la Iglesia las masas de personas que no confesaban

necesariamente su fe al estilo joaneo, sino que profesaron una doctrina y se adhirieron a la Iglesia

de manera jurídica, desvirtuando así lo que habían sido los lazos fuertes del amor y la unidad y

trayendo un régimen de cristiandad que terminaría en la piedad intimista y en el desconocimiento

del valor de la comunidad y de la reunión.


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 14

En los últimos años, se ha hecho un llamado fuerte a la construcción de pequeñas

comunidades4 que vivan centradas en los principios que constituyen una verdadera comunidad

cristiana: La oración común, la escucha de la Palabra, la eucaristía y la caridad fraterna. Este

llamado se vuelve imperativo en medio de un extraño interés de algunas personas por celebrar a

su manera y lejos de la comunidad los misterios de la fe.

Se constata que mientras la Iglesia ha sido perseguida y en los lugares donde hoy se hace

más difícil profesar la fe, las comunidades cristianas son más compactas. El dolor y la persecución

acrisolan la comunidad y la fortalecen, quizás porque hay una mayor configuración e identificación

con la figura del Siervo y allí la fraternidad hace que la comunidad se sostenga.

Muchos fieles se lamentan de la celebración del día del Señor en sus parroquias por el número

escaso de ministros que sirvan la comunidad y la monotonía que termina influenciando la

celebración de la fe, por la despersonalización y casi anonimato que se vive en dichas

celebraciones; parece que la masa hace olvidar la persona. De igual manera los pastores terminan

lamentando la poca participación de los fieles y la premura en el tiempo que hace que no se puedan

tener celebraciones que generen espacios de comunión y lleven a fortalecer las comunidades.

Es prioritario recuperar el sentido del día del Señor en medio de una cultura del weekend y

ello no será posible si no hay un proceso previo de evangelización, porque no podemos pretender

que se recupere el domingo sin un serio proceso de iniciación y reiniciación cristiana que traiga a

hombres y mujeres a una comunidad eclesial y los inserte en una vivencia profunda del misterio

pascual de Cristo.

En segundo lugar, la comunidad debe ser un espacio que testimonie la presencia de Cristo y

que fortalezca el testimonio de cada uno de los miembros para ser verdaderos discípulos. Esto no

4
El documento de Aparecida en el n. 307 constata el florecimiento de una espiritualidad de comunión e insiste en
llevar ese espíritu a la formación de pequeñas comunidades que aseguren un espacio a los alejados.
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 15

será posible mientras las comunidades sigan apoltronadas en sus seguridades y cerradas en sí

mismas, porque sólo cuando se sientan vulnerables y necesitadas del Señor se podrán fortalecer.

Una Iglesia que no es perseguida ni tiene peligros se vuelve anquilosada y puede terminar por ser

un grupo de personas que profesan doctrinas pero que no viven de su fe.

Otro de los elementos que no puede dejarse de lado es la invitación permanente a la

conversión. La asamblea litúrgica es una asamblea en proceso de conversión y el domingo debe

posibilitar ese camino, porque la Palabra escuchada en comunidad es un llamado permanente a

volver y la fuerza recibida en la Eucaristía hace que la comunidad sea enviada y se convierta en

misionera.

La recuperación del domingo como día del Señor y día de la Iglesia no puede quedarse en

elementos simplemente innovadores de la celebración o en catequesis y pedagogía en la misma

celebración eucarística. Se necesitan comunidades para que puedan celebrar, se necesitan procesos

serios de evangelización que lleven a celebrar dignamente el día del Señor bajo los diversos

aspectos que ya insistió san Juan Pablo II (1998): Dies Domini (celebración de la obra del

Creador), Dies Christi (Día del Señor resucitado y el don del Espíritu), Dies Ecclesiae (La

asamblea eucarística, centro del domingo), Dies hominis (El domingo día de alegría, descanso y

solidaridad) y Dies dierum (El domingo fiesta primordial, reveladora del sentido del tiempo).

Frente a los desafíos de la sociedad actual y los retos de una cultura cada vez más cambiante,

tenemos que repetir como los primeros cristianos que sin el domingo no podemos vivir, tal como

nos recuerda Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (2007, 95)

A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades

imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar

el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no
Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 16

les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus. Que

estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía

el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con

Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de

nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que

celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué

tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el

misterio de la Eucaristía?

Para concluir, el prefacio dominical X titulado “día del Señor” (2008, p. 392) nos ofrece

una síntesis de lo que debe ser la vivencia y celebración del día del Señor:

Hoy, tu familia,

reunida en la escucha de tu Palabra,

y en la comunión del Pan único y partido,

celebra el memorial del Señor resucitado,

mientras espera el domingo sin caso

en el que la humanidad entera entrará en tu descanso.

Entonces contemplaremos tu rostro

y alabaremos por siempre tu misericordia.


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 17

Referencias

Alegre, X. (s.f). La figura de Jesús en el Apocalipsis. Revista latinoamericana de teología,

recuperado de

http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/2297/1/RLT%2088%20A.pdf., el 20 de

julio de 2018

Benedicto XVI (2007). Sacramentum Caritatis: Exhortación Apostólica Postsinodal sobre la

Eucaristía fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Librería

Editrice vaticana.

Doglio, C. Introduzione all’Apocalisse di Giovanni. En: Ghiberti, G., et al. Opera Giovannea,

Torino: Elledici, 555 p.

Foulkes, R. (2007). Apocalipsis. En: Levoratti, A., et al. Comentario Bíblico latinoamericano.

Nuevo Testamento, Navarra: Verbo Divino, 1120 p.

Gaitán, T., Jaillier, K. (2014). Apocalipsis: fe y resistencia. Cuestiones Teológicas, vol. 41 (95),

pp. 97-131.

Goulder, M.D. (1981). The Apocalypse as an Annual Cycle of prophecies. New Testament

Studies, 27(3), 342-367.

Juan Pablo II (1998). Carta Apostólica Dies Domini. Ciudad del Vaticano: Librería Editrice

vaticana. 95 p.

Leikam, R. (2000). ¿Cuándo celebramos?. En: Aranda, A., et al. Manual de liturgia. La

celebración del misterio pascual. Introducción a la celebración litúrgica I. Santafé de

Bogotá: CELAM, 253-320.

Maggioni, B. (2001). Liturgia y culto. En: Rossano, P., et al. Nuevo Diccionario de Teología

Bíblica. Madrid: San Pablo, 2025 p.


Una comunidad en crisis celebra el día del Señor 18

Mans, F. (1981). Traces d’une Haggadah pascale chrétienne dans l’Apocalypse de Jean?, Ant

56/2-3 265-295.

Conferencia Episcopal de Colombia (2008). Misal Romano Edición típica para Colombia, según

la Tercera Edición Típica Latina. Bogotá: Quad/Graphics, 1184 p.

Rojas, I. (2013). Los símbolos del Apocalipsis, Navarra: Verbo Divino, 244 p.

Suetonio, Caes. VIII, 57

Vanni, U. (2001). Apocalipsis. En: Rossano, P, et al. Nuevo Diccionario de Teología Bíblica,

Madrid: San Pablo, 2025 p.

Vanni, U. (2005). La asamblea litúrgica se purifica y discierne en el «Día del Señor» (Ap. 1,10).

En: Lectura del Apocalipsis. Hermenéutica, exégesis, teología. Navarra: Verbo Divino,

2005. 454 p.

You might also like