You are on page 1of 4

CAP X: LA CARRERA ABIERTA AL TALENTO

En este capítulo, Hobsbawm nos habla de la nueva lógica burguesa del self-made
man.

En primer lugar, el resultado principal de la revolución en Francia fue el poner fin a


una sociedad aristocrática, es decir, la nobleza de sangre. Las sociedades
construidas sobre una carrera individual acogen gustosas esas tradicionales - y
visibles- marcas del éxito. Advierte Hobsbawm: el fin de una sociedad
aristocrática no significa el fin de la influencia aristocrática.

Por otra parte, una cultura tan profundamente formada por la corte y la aristocracia
como la francesa no perdería sus huellas. Aun así, el antiguo régimen había muerto.
La geografía política de la moderna Francia rural ya era claramente reconocible. La
sociedad de la Restauración fue la de los capitalistas y hombres de carrera de
Balzac o del Julien Sorel de Stendhal → la sociedad de la Francia
posrevolucionaria era burguesa en su estructura y sus valores. Era la
sociedad del hombre que se hacía a sí mismo.
Este dominio de la nueva sociedad no era peculiar de Francia. En Inglaterra, por
ejemplo, los grandes chefs de cocina seguían siendo los que trabajaban para los
nobles.

El efecto de la revolución industrial sobre la estructura de la sociedad burguesa fue


menos drástico en la superficie, pero de hecho fue más profundo. Creó nuevos
bloques de burgueses que coexistían con la sociedad oficial, demasiado grandes
para ser absorbidos por ella salvó una pequeña asimilación en el vértice, y
demasiado orgullosos y dinámicos para desear esa absorción si morra en sus
propios términos. Los mercaderes, los vaqueros e incluso los industriales del siglo
XVIII habían sido lo suficientemente pocos para ser asimilados por la sociedad
oficial; en efecto, la primera generación de millonarios del algodón fue tory.
Los hombres nuevos de las provincias constituían un formidable ejército tanto más
cuánto que cada vez adquirían mayor conciencia de ser una clase que servía de
puente entre los estamentos superiores e inferiores. Además, aquellos hombres
nuevos no eran simplemente una clase, sino un combativo ejército de clase,
organizado al principio de acuerdo con el pobre trabajador contra la sociedad
aristocrática, y más tarde contra el proletariado y los grandes señores, como se
demostró en la constitución de la Liga Anti- Corn Law. Eran ricos que aumentaban
sus riquezas año tras año.

La economía política les dió cierta seguridad intelectual. Además, evitaban las
ideas poco prácticas o excesivamente sofisticadas, pues eran hombres cuya falta de
instrucción les hacía sospechar de todo lo que no fuera empírico.
Los filósofos radicales hicieron lo imposible por crear una red de institutos de
mecánica para adiestrar a los técnicos de las nuevas industrias basadas
científicamente. Por otra parte, los pequeños empresarios tenían que volver a
invertir en sus negocios gran parte de sus beneficios si querían llegar a ser grandes
empresarios. Las masas de nuevos proletarios tenían que someterse al ritmo
industrial del trabajo y a la disciplina laboral.

Podemos decir que, citando al nuestro autor, está época fue protagonizada por
aquellos hombres a los cuales "la aristocracia y los árboles genealógicos no les
rentaban demasiado al principio. Ellos mismos eran sus antepasados".

II.

Nuevamente el autor nos brinda otro de los resultados más importantes de la doble
revolución: la apertura de la carrera al talento, o por lo menos a la energía, la
capacidad de trabajo y la ambición. Ante el potencial self-made man se abrían
cuatro caminos: los negocios, los estudios universitarios, el arte y la milicia.
No obstante, ni los negocios ni los estudioa eran caminos abiertos a todos, no
siquiera entre los que estaban lo bastante emancipados de las garras de la
costumbre y de la tradición para creer que la gente como nosotros sería admitida a
ellos, para saber cómo actuar en una sociedad individualista o para admitir el deseo
de mejorarse. Había que pagar un portazgo para emprender esos caminos, el
cual era indudablemente demasiado alto tanto para los que emprendían el
camino de los estudios como el de los negocios, pues aún en los países que
tenían un sistema educativo público, la instrucción primaria estaba muy
descuidada, por lo general. Incluso en dónde existía se limitaba por razones
políticas, a un mínimo de gramática, aritmética y formación moral.
Por otro lado, la sabiduría clerical tenía un puesto respetable en la sociedad
burguesa. Tener un sacerdote, ministro o rabino en la familia, era quizá el mayor
honor al cual la gente modesta podía aspirar → Está admiración social pudo
transferirse, una vez que tales carreras de abrieron para todos, a los profesiones
seculares, funcionarios o maestros ← Con frecuencia, si se era profesor, se
ayudaba a sus semejantes a salir de la ignorancia y oscuridad que parecían
culpables de sus desventuras. Era más fácil crear una sed general de instrucción
que una sed general de éxitos individuales en los negocios, y la cultura más fácil de
adquirir que el difícil arte de ganar dinero.

Las comunidades compuestas de campesinos, pequeños comerciantes y


proletarios, sentían al mismo tiempo el afán de elevar a sus hijos al magisterio, y un
amargo resentimiento contra la riqueza.
No obstante, en cierto sentido la instrucción representaba la competencia
individualista, la carrera abierta al talento y el triunfo del mérito sobre el
nacimiento y el parentesco casi de manera tan efectiva como los negocios, y
ello a través del expediente de los exámenes y concurso.
El resultado de la educación abierta al talento fue paradójico, sostiene el autor → No
produjo la sociedad abierta sino la sociedad cerrada de la burocracia; pero ambas
fueron instituciones características de la era burguesa y liberal. Desde luego, la
competencia se transformó en ascenso automático una vez que el hombre de
mérito había ganado su puesto en el servicio; aún cuando el ascenso
dependiera (en teoría) de sus méritos, el igualitarismo social impuso el
ascenso por rigurosa antigüedad.
Incluso la rígida insistencia en el ascenso automático alcanzaba un rigor absurdo en
la organización verdaderamente burguesa tenía al menos la ventaja de excluir el
hábito típicamente aristocrático o monárquico del favoritismo. En las sociedades en
dónde se retrasaba el desarrollo económico, el servicio público constituía por eso
una buena oportunidad para la clase media en ascensión. Con el nacimiento de la
sociedad de la burocracia, el aumento de la población obligaba a mantener un
sistema judicial más amplio; el crecimiento de las ciudades y la acumulación de
problemas sociales urbanos requería un sistema administrativo municipal más
amplio. Nuevas o viejas, las funciones de gobierno eran desempeñadas cada vez
más por un verdadero servicio nacional de funcionarios de carrera.

Las funciones más elementales del Estado liberal, tales como la eficiente imposición
y cobranza de impuestos por un cuerpo de funcionarios asalariados o el
mantenimiento de una política rural regular y normalmente organizada.

Pocos de esos nuevos puestos burocráticos equivalían en realidad a la chatarrería


de oficial que el soldado napoleónico llevaba en su mochila como primer paso para
la obtención del bastón de mariscal. Los funcionarios que alcanzaban un nivel social
equivalente al de una buena carrera de la clase media eran pocos. En suma, para
numerosas familias trabajadoras para quienes todos los demás caminos de
mejora social estaban cerrados, la pequeña burocracia, el magisterio y el
sacerdocio eran himalayas que sus hijos podían intentar alcanzar.
Las profesiones liberales no estaban tan a su alcance; llegar a ser médico,
abogado o profesor u otra clase de persona culta de diferentes actividades
exigía largos años de estudios o excepcionales talentos y oportunidades.
Solamente existía una verdadera salida: la primera enseñanza seglar y
religiosa.
Además, la enseñanza no era simplemente una extensa, sino una creciente
profesión. Dice Hobsbawm que "era seguramente el hombre o la mujer cuya vida y
vocación era dar a los niños las oportunidades que sus padres nunca habían tenido:
abrirles el mundo; infundirles los sentimientos de moralidad y de verdad".

A este punto, la carrera más abierta al talento era la de los negocios ya que
múltiples empresas de pequeña escala, el predominio de los subcontratos de la
modesta compra y venta, los hacía relativamente fáciles. Sin embargo, reitera el
autor, ni las condiciones sociales ni las culturales eran propicias para el pobre:
primero, porque la evolución de la economía industrial dependía de crear
rápidamente más jornaleros que patronos; segundo, la independencia económica
requería condiciones técnicas, disposición mental o recursos financieros que no
poseen la mayor parte de la población.

III

NINGÚN GRUPO POBLACIONAL ACOGIÓ CON MAYOR EFUSIÓN LA


APERTURA DE LAS CARRERAS AL TALENTO QUE AQUELLAS MINORIAS
QUE EN OTROS TIEMPOS ESTUVIERON AL MARGEN DE ELLAS NO SÓLO
POR SU NACIMIENTO SINO POR SUFRIR UNA DISCRIMINACIÓN OFICIAL Y
COLECTIVA.

Antes de la emancipación que preparó el racionalismo del s. XVIII y trajo la


Revolución francesa, sólo había dos vinos de ascensión para los judíos: el comercio
o las finanzas y la interpretación de la ley sagrada. La doble revolución les había
otorgado lo más cercano a la igualdad que nunca habían gozado bajo el
cristianismo. La situación los hacía excepcionalmente aptos para ser asimilados por
la sociedad burguesa ya que eran completamente hombres urbanizados.

Había más que un sesgo meramente político en la insistencia sobre la libre


propiedad que caracterizaba a los gobiernos moderadamente liberales de 1830: el
hombre que no mostraba habilidad para llegar a propietario de algo no era un
hombre completo, ergo, no sería un completo ciudadano ← De allí proviene el
absoluto desprecio de los civilizados por los bárbaros, que descansaba sobre este
sentimiento de superioridad demostrada. El mundo de la clase media estaba abierto
para todos. Los que no lograban cruzar sus umbrales demostraban una falta de
inteligencia personal, de fuerza moral o de energía que automáticamente los
condenaba.
El período que culminó a mediados del s. XIX fue, por tanto, una época de dureza
sin igual, no sólo porque la pobreza que rodeaba a la respetabilidad de la clase
media eran tan espantosa que los nacionales ricos preferían no verla, dejando que
sus horrores causaran impacto sólo en los visitantes extranjeros, sino también
porque los pobres eran tratados como si no fueran seres humanos ((pretends to be
shocked)).
Sólo había un paso desde tal actitud al reconocimiento formal de la desigualdad que
era uno de los tres pilares de la sociedad humana. Así, pues, la sociedad jerárquica
se reconstruyó sobre los cimientos de la igualdad oficial. Pero había perdido lo que
la hacía tolerable en otros días: la convicción social general de que los
hombres tenían obligaciones y derechos, de que la virtud no era lo equivalente
al dinero y de que los miembros del orden inferior tenían derecho a vivir.

You might also like