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Material - El Derecho Natural y de Gentes en Los Siglos XVII y XVIII - ERG
Material - El Derecho Natural y de Gentes en Los Siglos XVII y XVIII - ERG
Fecha: 28/8/2016
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idea de la razón situada en lo “humano”, mientras se atenuaba su relación con
la divinidad. Las pautas para juzgar todas las acciones individuales y colectivas
en un remozado derecho natural debían hallar justificación en ella. Se
presentaba así la ocasión –dice E. Fernández- para establecer “un nuevo
marco de convivencia social ideado y sólidamente asentado en nuevos valores
y normas.”
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Intentando identificar a través de este ejercicio abstracto el principio que da
legitimidad al poder político, hallaron en dicho poder la clave para efectuar la
distinción entre estado de naturaleza y estado civil. El poder político era
asumido, a su vez, como el objeto principal de una transferencia, el elemento
de un derecho soberano cuya titularidad reside en los individuos. Sólo éstos
pueden trasladarlo a través de un contrato a la autoridad para que lo ejerza, y a
la cual le prometen su obediencia. Bajo este esquema teórico, S. Pufendorf
estimaba que el estado de naturaleza del hombre en relación con sus
semejantes sería aquel en el cual “ellos no tienen amo común, y no [se] está
sujeto a otro, y no se conocen entre ellos por la bondad o la injuria. En ese
sentido, el estado natural se opone al estado civil”. El estado de naturaleza
resultaba así un tema de reflexión compartido entre jusnaturalistas, deseosos
de responder a las cuestiones dell fundamento y origen de la sociedad civil;
una indagación que no será abandonada incluso después del siglo XVIII.
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también enriquecidas al responder a las críticas de los teóricos del derecho
divino de los reyes cuya premisa fundamental era que ciertos hombres -por
circunstancias de herencia- eran más aptos por naturaleza que otros para
gobernar. Sosteniendo que la naturaleza no crea lazos de subordinación y el
ser humano era libre, resultaba indispensable que éste al someterse al poder
político diese siempre su consentimiento.
Asumida esa libertad del ser humano, aparecía la cuestión: ¿no existe un
vínculo con los otros de su especie que vaya más allá de aquél que ha sido
creado por el pacto? Como sucedía con H. Grocio y S. Pufendorf, los
jusnaturalistas racionalistas del siglo XVIII, oponiéndose a Th. Hobbes,
asumirían que el contenido del derecho natural iba íntimamente ligado a la idea
de la humana sociabilidad. Este planteamiento resultaría de suma importancia
para estos autores al considerar como un imperativo que el origen de la vida
social sólo podía deducirse al atenderse a la propia naturaleza del ser humano.
En función de ello, era posible hallar una inclinación natural que llevase a los
individuos a vivir en sociedad.
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Europa, los Países Bajos, los estados alemanes e incluso de ciudades como
Ginebra. Compartían tesis semejantes y una voluntad de ruptura con la
escolástica, optando por recurrir sistemáticamente a la interpretación
racionalista, axiomática y resueltamente subjetivista de los textos. En suma,
pusieron en práctica “una filosofía moderna” cuyas fuentes podían remontarse
al nominalismo, al voluntarismo y al individualismo ockhamiano que, al
prolongarse en las ideas del siglo XVIII, absorbió también parte de la herencia
jurídica favorable a la laicización de los humanistas católicos.
A partir del siglo XVII dos ramas de la escuela de derecho natural fueron
definiéndose como resultado de la proximidad de planteamientos –
especialmente de la afinidad personal- que existía entre sus autores vinculados
a las propuestas teóricas de H. Grocio y S. Pufendorf. La identificación entre
los jusfilósofos como seguidores de cada uno de estos pensadores se haría
aún más perceptible a lo largo del siglo XVIII. Los jusnaturalistas de ese
periodo, discrepando incluso con algunas de las propuestas de los iniciadores,
convergían en cuanto al método para fundamentar el derecho natural y de
gentes. Entre ellos, Jean Barbeyrac y su amigo Jean-Jacques Burlamaqui se
declararían seguidores de S. Pufendorf; mientras E. de Vattel tomaría partido
por Christian Wolff, discípulo de Gottfried W. Leibniz, posicionándose más
cerca de las tesis grocianas.
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presencia consolidada de la escolástica en España, y a su vez, con una
cerrada postura eclesiástica en Francia. En este último país, el reclamo de los
Ilustrados fue notorio ante la ausencia de cátedras de derecho natural en
universidades o el apego a una educación limitada al dogma religioso. Sólo los
sectores instruidos hallaron material para su ocasional formación sobre el
nuevo derecho en los trabajos de autores afincados en la corriente
jusnaturalista desarrollada en Suiza. Por ello, Philippe Meylan al respecto
afirmaba: “Durante aproximadamente un siglo, el Grocio y el Pufendorf de
Barbeyrac representan en Francia, con Burlamaqui, la filosofía del derecho y su
función propia será introducir a la juventud en la jurisprudencia.”
El estado absoluto, ya consolidado en toda Europa a inicios del siglo XVIII fue
materia de la reflexión filosófico-política y jurídica desde los presupuestos del
nuevo jusnaturalismo. El despotismo ilustrado se sirvió de los filósofos para
diseñar la centralización administrativa que debía permitir el orden, reflejo de la
razón universal, racionalizando al mismo tiempo al propio estado. Sin embargo,
a través de la valoración de la ley como el instrumento racional del que se
servían los príncipes para organizar la sociedad, se conseguirá que una norma
general y abstracta se convierta, a su vez, en un mecanismo que debía
paulatinamente ir regulando el ejercicio del poder, limitándolo con sus reglas.
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investigación por sus aportaciones a la teoría de la guerra justa, consagraron
su reflexión a trazar dichos límites a partir de su concepción del contrato social
que se basaba en las tesis de S. Pufendorf. Para J. Barbeyrac, el contrato de
asociación según el cual un conjunto de individuos acordaban fundar una
sociedad política era considerado, en principio, temporal; sólo posteriormente
insistiría acerca de su importancia al realizar las últimas traducciones de las
obras del profesor de Heidelberg. Si bien es cierto -como precisa A. Dufour-
que en la obra del hugonote, y de otros autores de su época, no se ha
presentado una exposición sistemática o una verdadera doctrina en materia de
contrato social, un rasgo común en todos estos pensadores es que se habrían
conformado con la visión del doble contrato propuesto por el maestro alemán.
Para los jusnaturalistas suizos la soberanía nacía del contrato que concretaba
un acuerdo de voluntades. A partir de ese momento dos actores aparecen para
ponerse en relación: el pueblo, que trasciende a los sucesivos pactos y está
conformado por individuos que acuerdan como portadores originales del
derecho de mandar, y el soberano, instituido por los contratos. Dicha relación
se configura con las respuestas a cuestiones como estas: ¿Ha alienado el
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pueblo definitiva e irrevocablemente su derecho natural? ¿Se reserva una parte
de soberanía incluso con posterioridad a la constitución de la autoridad
política? ¿El soberano posee un derecho de mandar absoluto? ¿Existen
deberes hacia el pueblo fuente del poder legítimo? El criterio de distinción entre
el absolutismo de los fundadores del jusnaturalismo “moderno” y la vertiente
liberal acogida por los jusnaturalistas suizos estaba vinculada a la transferencia
de la soberanía que afectaba en el fondo a la propia estructura del poder, ya
que según las respuestas brindadas a las cuestiones: a quién transfiere el
poder y para qué, la concepción misma de la soberanía -tal como se entendía
hasta entonces- podía resultar trastocada.
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volvería a plantear con matices su posición acerca de la irrevocabilidad del
contrato de sujeción al señalar que si bien el pueblo se despojaba
definitivamente del ejercicio de la soberanía mediante tal convención, éste
“puede reservarse el derecho de reasumirlo”. Al realizar tal matización,
introducía en su teoría -influyendo en sus continuadores- las tesis del derecho
de resistencia, tema que constituyó materia privilegiada del hugonote, a
diferencia de sus predecesores.
Hacia el siglo XVIII, los derechos naturales del hombre, alegados como
fundamento para limitar el poder real, se insinuaron en el ámbito de las
relaciones internacionales. Ello fue posible gracias a un ejercicio de proyección
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en el derecho de gentes del individualismo ya presente en las teorías del
contrato social. Si bien la concepción individualista se hallaba recogida en la
obra de E. de Vattel,-y en especial en su Droit des Gens ou principes de la loi
naturelle-, dejando en claro que el fin perseguido por la sociedad es tender al
perfeccionamiento de cada uno de los miembros que integran el cuerpo social,
también para este autor la sociedad de las naciones debía favorecer
ampliamente que cada estado atendiese a su propia perfección y felicidad.
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manifestaron. Una mantenía la síntesis grociana entre derecho natural y
derecho positivo; la otra privilegiaba uno u otro. En esta última, la corriente
jusnaturalista incluía a S. Pufendorf, J. Barbeyrac, J.-J. Burlamaqui, Ch. Wolff y
E. de Vattel, entre otros; y la positivista -entendida en sentido amplio pues sus
representantes no descartaban la existencia de un derecho natural-
consideraba a Alberico Gentili y sus seguidores Richard Zouche, Cornelius van
Bynkershoek y Johan Jacob Moser.
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sometidos a un orden de principios comunes donde lo bélico debía someterse a
criterios del bellum justum.
En los hechos, a partir del siglo XVIII, las guerras europeas comenzaron a ser
libradas por fuerzas armadas profesionales, financiadas por estados capaces
de asegurar su existencia y procurar sus necesidades así como de formar una
oficialidad hábil en la conducción de acciones militares. Los oficiales llegaban a
ser funcionarios dotados de empleo y tratamiento estables contando con
perspectivas de carrera. Ese desarrollo de los ejércitos imprimió un nuevo
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enfoque a los conflictos armados ya que se ingresa a una época de
“mesuradas e indecisas contiendas”. Hacia finales de aquel periodo, cuando las
estructuras sociales, económicas y políticas fueron cuestionadas por el influjo
de las ideas ilustradas, los estados contaban ya con fronteras en gran medida
delimitadas y gobiernos soberanos. Dentro de ese esquema, los términos de
sus relaciones estaban orientados por un protocolo diplomático que seguía las
pautas del derecho entre las naciones de la época; en ese sentido, las guerras
se hacían de conformidad con ciertas reglas establecidas como usos y
costumbres que debían ser observadas por los soberanos. En la evolución del
derecho de gentes de esa época contribuyeron los juristas suizos Jean-
Jacques Burlamaqui y Emer de Vattel.
La idea del Derecho, y más aún la del Derecho Natural, son manifiestamente
ideas relativas a la naturaleza del hombre. Es así, de esta naturaleza propia del
hombre, de su constitución y de su estado, de donde hay que deducir los
principios de esta ciencia.
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proveía ese rasgo tan inherentemente humano. Debe destacarse que el
pensamiento del académico estuvo sustentado en un amplio conocimiento
filosófico que se reflejó en el contenido de su producción intelectual, ello le
permitió elaborar las líneas maestras de sus teorías jurídica y política. Como
resultado de sus estudios fue capaz de diseñar un sistema de derecho y de
gobierno combinando elementos prestados de H. Grocio, S. Pufendorf, J.
Locke y Ch. Wolff, e inyectando a sus ideas un novedoso tratamiento en su
afán de hacerlos más efectivos.
Resultaba, a partir de todo ello, que su teoría del derecho natural se basaba en
un utilitarismo racional que consideraba la búsqueda del bien común
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sustentado en presupuestos filosóficos del protestantismo de su tiempo; entre
ellos: el deber, la virtud, la religión, los derechos, la libertad o la autoridad civil.
En su obra principal -Principios de derecho natural-, J.-J. Burlamaqui se
planteaba enlazar tales presupuestos con un sistema elaborado en función de
su idea del hombre ubicado en diferentes estados -estado natural y estado de
sociedad, entre otros-; así, se trata de un ser capaz de entablar relaciones a
través de acuerdos. Tales acuerdos tienen sus propias características, un
contenido y una estructura que varían según los diversos estados. El ginebrino,
además, sostuvo la existencia de un conjunto de relaciones entre las
sociedades políticas; éstas se hallaban reguladas por el derecho de gentes.
Aunque sus propuestas acerca de este derecho se hallan dispersas al interior
de toda su obra, su elaboración forma parte de una estructura unitaria de
pensamiento, planteando esta definición:
[…] no es otra cosa que el mismo Derecho Natural, aplicado, no a los hombres
considerados simplemente como tales; sino a los Pueblos, a las Naciones, a
los Estados o a sus Jefes, en las relaciones que ellos tienen en conjunto, y en
los intereses que comparten.
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J. Burlamaqui acerca de la regulación de la guerra se inspiraron en buena
medida en lo tratado en el De iure belli ac pacis del autor holandés. Así, si las
contiendas son consideradas un mal, los estados están llamados a atenuar sus
efectos teniendo en cuenta la observancia del derecho natural; éste,
ciertamente, no prohibía su práctica. El derecho natural exige, en esa medida,
el establecimiento de un derecho de la guerra que se imponga a las sociedades
políticas. Pese a ello, el ginebrino, acogiéndose a una propuesta del gran
jurista protestante, consideraba necesaria una actitud compasiva al señalar:
Pero, incluso es necesario observar en esta situación, que aunque las máximas
sean verdaderas en virtud del derecho riguroso de la guerra, la ley de la
humanidad impone, sin embargo, límites a ese derecho, ella quiere que se
considere no solamente si tales o cuales actos de hostilidad pueden ser
ejercidos contra un enemigo sin que haya lugar a queja alguna, sino incluso si
ellos son dignos de un vencedor generoso. Así, en tanto sea posible, y en
cuanto a nuestra defensa y nuestra seguridad para el futuro nos lo permitan,
hay que atenuar los males que se hace a un enemigo a través de los principios
de humanidad.
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admitiendo, al mismo tiempo, que constituye una disciplina distinta. Esta es su
explicación:
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estrangero (sic), se gobiernan por sí mismas, bajo de cualquier forma que sea,
son un Estado soberano.” A partir de esta definición que establece un vínculo
entre el cuerpo político y la soberanía, se hace manifiesto un principio de
igualdad interestatal a partir del cual el derecho de gentes puede definirse
como la ciencia que tiene lugar entre las naciones o estados, comprendiendo
asimismo, las obligaciones previstas por ese derecho; concluyendo que “el
derecho de gentes es la ley de los soberanos.”
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procurarse la mayor parte de sus necesidades, la obligación de solidaridad no
es una necesidad; así, la soberanía permanece intacta y cada soberano
establece lo que considera mejor para el cumplimiento de sus deberes
internacionales.
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entre las naciones. En su propuesta teórica, en el fondo, el maestro de E. de
Vattel hacía suyas las nociones que contemplaba el derecho natural y
voluntario definido por el jurista holandés; asimismo, cuando configura el
derecho natural como un derecho civil de las naciones, recogía las reflexiones
que al respecto aparecían en los trabajos de S. Pufendorf. En definitiva, las
ideas de estos tres autores dieron cimiento a las elaboraciones del derecho de
gentes de J.-J. Burlamaqui y E. de Vattel.
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Burlamaqui, el derecho natural no constituiría el único contenido del derecho de
gentes; es decir, divide este derecho en dos variantes: el derecho de gentes
necesario, que es “el que consiste en aplicar a las Naciones el derecho natural”
y el derecho de gentes voluntario, basado en la consideración de las naciones
como “libres, independientes e iguales, y debiendo cada una juzgar en su
conciencia de lo que ha de hacer para cumplir sus deberes.”
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ambos tratadistas como expresión de las exigencias del derecho natural al cual
J.-J. Burlamaqui y E. de Vattel no renunciaron expresamente. Sin embargo,
resulta claro que una aproximación realista ganó el pensamiento del segundo
autor contribuyendo al desarrollo de un tratamiento orientado a la regulación de
los actos de guerra; en consecuencia, el derecho en la guerra resultó reforzado
en relación con el derecho de hacer la guerra. Su apuesta por la soberanía de
los estados admitía que éstos actuasen según sus intereses, que no debían ser
obstáculo para mantener las relaciones entre las naciones, y sus soberanos,
cuya finalidad era preservarse y asegurar la felicidad de sus miembros. Se
esbozaba así un desplazamiento en el enfoque del jus gentium decayendo el
derecho natural para dar paso a un derecho de la guerra expresado en reglas
positivas y convencionales.
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