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Arquitectura

en la Argentina
· del s~iglo XX
La construcci6n
de la modernidad
Presentaci6n

El Fondo Nacional de las Artes presenta este libro de Jorge Francisco Liernur. Lo presenta muy conten-
to por la importancia que tiene haber registrado con rigor y entusiasmo el trayecto de nuestra arquitectura
durante cien arios.

Para una persona que este por cumplir noventa arios va a ser interesantfsimo ver en imagen y leer el
analisis de los edificios que vio crecer con naturalidad a lo largo de tanto tiempo.

Seguramente los mas j6venes lo recibiran con el mismo interes y tal vez ese paso de uno a otro edificio
en el tiempo no parecera natural pero sf curioso.

Reitero la importancia del libro y la sati~facci6n del Fondo por presentarlo.

Clorindo Testa
Comenta rios pre Ii mi na res

Arquitectura en la Argentina de/ siglo XX representa un esfuerzo extraordinario que abarca desde las
obras arquitect6nicas de fines del siglo XIX hasta las realizaciones mas recientes y desde las obras de indi-
vidualidad mas destacada a los aspectos mas generales de la problematica socioecon6miCa y urbanfstica
de ayer y de hoy. Quienes han intentado esfuerzos de pa recida generalidad pod ran aquilatar lo que esta ta-
rea ha demandado, tanto por lo que se refiere a la constataci6n de los hechos como a la investigaci6n de
los antecedentes y al esclarecimiento de las actitudes creadoras y los pensamientos qu(!'anidan en las obras.

Si bien en un principio Liernur pensaba presentar en un volumen diversos ensayos, redactados a lo lar-
go de su trayectoria de crftico, lo cual hubiera estado perfectamente justificado, en el intento de relacionar-
los en un orden secuencial comprendi6 que resultaba necesario ensamblarlos de un modo mas coherente
y cefiido. Tuvo entonces la idea de componer un relato continue que entrelazara los distintos t6picos trata-
dos y redondeara una visi6n de "la construcci6n de la modernidad".

Aun cuando nos ha ensefiado y i;iensamos que el objetivo del historiador debiera ser el ambicionado por
Ranke, es decir, "escribir sobre los hechos tal como ello~ realmente fueron" (wie es wircklich gewesen ist),
cada siglo y cada generaci6n tiene su visi6n del pasado y por lo tanto de la Historia. Asf, una era de la visi6n
que de Alejandro se tenfa en sus dfas, otra despues de Cesar y una bien distinta la que se t uvo de ellos des-
pues de Napole6n y de los tres despues de Hitler. El objetivo de Ranke no debiera ser descartado por ello.
Cuando es tornado seriamente, incluye una selecci6n y evaluaci6n segun c~iterios propios de la epoca que se
estudia .con preferencia a los criterios actuales, pero obviamente el objetivo se hace mas borroso cuando el
objetivo del estudio es la arquitectura, el arte o la historia contemporanea. No podemos suscribir la idea ex-
puesta por Hayden White, segun la cual "el pasado no existe, se lo construye con la imaginaci6n y, por lo tan-
to, la historia no es el pasado sino s61o una fantasia carente de verdadera objetividad". Si asf fuera, el estu-
dio de la historia dei_arfa de pertenecer por entero al campo de las ciencias humanfsticas y pasaria a formar
parte de la novelfstica. Pero, en ese caso, estarfa en juego no s61o el caracter de la Historia del Arte y de la
Arquitectura, sino inclusive el de la Historia Econ6mica, siendo, sin emba'rgo, que de ella se nutre la Econo-
mfa misma como disciplina basica'.

En el campo de la Historia del Arte es obvio que la experiencia y la atm6sfera cultural que definen cada epo-
ca y que marcan cada uno de los nuevos comienzos son diferent~s. La actividad artfstica configura un dialogo
entre generaciones y, en ese intercambio, cada generaci6n aporta entre otras cosas su visi6n del pasado. Es mas,
I

esa visi6n del pasado se articula.fntimamente con el proyecto de acci6n que cada generaci6n se propane.

Creo que Liernur otorga una importancia exagerada a mi Arquitectura Argentina Contemporanea adjudican-
dole el caracter de versi6n oficial del "movimiento moderno", fuerte y homogenea. Resulta interesante verificar
que perspectivas le adjudica a la visi6n que por entonces (en los cincuenta) tenfamos tanto los arquitectos de la
generaci6n de Austral luego de que se hubiesen agotado las instancias que habfan dado origen al grupo, cuan-
to aquellos que, por entonces, hacfamos nuestras primeras armas, algunos en la revista Nueva Vision.
De cierto modo, al inmovilizar el pensamiento de algunos protagonistas en un momento clave establece
un punto referencia claro a partir del cual la evoluci6n posterior puede visualizarse con mayor claridad.

La lectura que hace de la crisis del modernismo puede no compartirse, pero resulta sumamente inte-
resante y una de las mas importantes contribuciones de Liernur bien puede ser la apertura de un amplio
debate respecto de la evoluci6n hist6rica de nuestra arquitectura, de la crftica arquitect6nica y del planea-
miento o evoluci6n urbanos.

A traves de un minucioso analisis de los factores que rodearon la conc reci6n de las obras, no s61o co-
mo realizaciones artfsticas, sino tambien como artefactos constru idos y que prestaron una utilidad especffi-
ca, Liernur revive la atm6sfera que suscit6 los objetos de su estudio ya sus autores.

Por primera vez, quizas, el interior, especialmente C6rdoba y Rosario, recibe un tratamiento acorde con
la importancia de las realizaciones llevadas a cabo allf por personalidades relevantes. Liernur ha introduci-
do ademas la producci6n de los argentinos en el exterior, particularmente en los EE.UU. y Francia, lo cual
resulta tanto mas explicable en un mundo mas globalizado y, por ende, el libro puede, con justicia, intitu-
larse Arquitectura en la Argentina del siglo XX.

Con este libro, el Fondo Nacional de las Artes prosigue en un camino sumamente interesante, al difun-
dir los escritos y realizaciones mas significativas de la arquitectura nacional.

Francisco J. Bullrich, Arq.

La modernidad como problema, lo que equivaldrfa a decir el siglo XX como problema: nada menos
se pr9pone este libro, ubicado en el tramo fina l de una serie de investigaciones hist6ricas y cultura les
que dominaron las ultimas dos decadas, de las que Liernur fue protagonista y este libro, a su modo, es
tambien heredero. Asimismo, podrfa definfrselo como la modulaci6n de un Gialogo y la exposici6n de los
conflictos entre modernismo y conservatismo, innovaci6n y prudencia, estetica y tecnica, ideas y condi-
ciones materiales, arquitectura y Estado, ensenanza y practica, cosmopolitismo y nacionalismo. Esta
enumeraci6n sumaria alcanza para descubrir que se trata de una historia de disidencias, desconfianzas
y malentendidos.

Pero, en primer lugar, es una historia continuada a lo largo de un siglo. Narraci6n poco habitual en una
epoca de incisiones monograficas y construcciones fragmentarias. La exposici6n del tiempo y de los hechos
que suceden en el tiempo sorprende con el aliento desmedido, desacostumbrado, del relato. Sin embargo,
no hay nada en este libro que no haya sido tocado por las corrientes ultimas de la disciplina hist6rica.

En segundo lugar, entonces, se trata de una visi6n social, cu ltural, institucional, ideol6gica y tecnica de
los hechos representados. Asf estamos frente a una historia de la profesi6n arquitect6nica, cruzada con his-
torias de la enseiianza, de las instituciones, de las figuras de arquitecto y de los grandes estudios; una
historia de las tesis historiograticas precedentes, de las revistas y de los concursos, de la relacion de los
profesionales con el Estado y con el mercado. Liernur encuentra su trama en la multiplicidad de las pre-
siones que la sociedad y el Estado ejercen sobre la arquitectura; esas presiones se llevan a cabo en una
atm6sfera cargada de ideas proyectuales, legales, esteticas, polfticas.
Cuando parecra ya muy diffcil que un solo individuo se propusiera sostener un largo argumento conti-
nua, que atravesara todo un siglo, cuando empresas de este tipo, si se encaran, lo hacen adoptando una
estrategia fragmentaria que tiene un fundamento te6rico tanto coma metodol6gico, Liernur sigue un cami-
no excepcional, consciente, claro esta, de que todo el proyecto descansa sabre dos pivotes: la fuerza de las
hip6tesis y la acumulaci6n exhaustiva de casos.

Una de las hip6tesis es la fuerza motriz de todo el relato: el modernismo argentino es plural y conflicti-
vo, inclinado tempranamente a ser una ret6rica que puede ser usada sin suscribir del todo sus principios.
Podrfa argumentarse facilmente que esta no alcanza a ser una particularidad nacional, ya que los moder-
nismos noratlanticos exhiben el mismo o mas alto grado de conflicto. Pero Liernur le da nacionalidad yes-
pecificidad local a esta tesis comprensiva. No la reitera sino que la despliega.

Asf, el conflicto de la modernidad se vuelve especffico. En cada uno de los perfodos en los que Liernur
parte el siglo XX hay un nudo ideol6gico y material particular que define el choque entre los modernismos
o la forma en que se impuso una hegemonfa. A veces se trata de un edificio, otras de una tipologfa; en oca-
siones es el Estado el que define la direcci6n, en otras el mercado disef'ia, desde la oficina del capitalista, lo
que sucede sabre el tablero del arquitecto.
\
Con agudeza, Liernur capta los desfasajes entre Proyecto y Ley, es decir entre el impulso productivo y
las condiciones publicas de su implantaci6n. lndica en que circunstancias el deseo proyectual y el elan tec-
nico encontraron un. lfmite en el desarrollo peculiar del capitalismo argentino.

Definido tematicamente, este libro es el capftulo argentino (y no s61o de Buenos Aires, sino tambien de
sus ciudades chicas y grandes) del proyecto moderno en arquitectura. Definido metodol6gicamente, es una
srntesis de todas las dimensiones que ha explorado la disciplina hist6rica en las ultimas decadas: historia in-
telectual, de las ideas esteticas, de las instituciones, de un campo profesional y sus figuras, de la tecnica.
Pero esta lectora quisiera senalar aquello que le ha provocado el mayor placer intelectual: su aspecto crfti-
co, esos parrafos, frases, a veces algunos adjetivos diestramente encontrados, con los que Liernur hace
crftica de la arquitectura. Sus analisis tienen el don de la evocaci6n visual y de la representaci6n de un ob-
jeto en el espacio. En la capacidad crftica, Liernur prueba la fortaleza de sus hip6tesis hist6ricas y su agu-
deza es el suplemento estetico de su relato.

Beatriz Sarlo
lntroducci6n

1.
Numerosos estudios muestran que la transformaci6n de las instituciones, la sociedad, la cultura, el
territorio y los procesos productivos iluminada por una concepci6n del mundo desencantada y antropo-
centrica comenz6 en la Argentina a finales del siglo XVIII. Asimismo, la mayorfa de los historiadores com-
parte la ~dea de que fue recien a partir de 1880 cuando, concluidas las luchas por la reorganizaci6n po-
lft1ca de la regi6n, el proceso de modernizaci6n cobr6 su impulso mas poderoso. Desde entonces, con la
incorporaci6n del pars a la economia-mundo, hegemonizada por Gran Bretana, se aceler6 el reemplazo
del sistema tradicional, rural y artesanal, con parcial ocupaci6n del territorio y pequenos nucleos aldea-
nos o urbanos, por un sistema secular, de base industrial creciente, espacialmente expandido, y con aglo-
meraciones de escala metropolitana.
Las modificaciones territoriales, de los insumos, de las practicas sociales, de las instituciones, de las
formas de vida y de los paradigmas culturales provocadas por estos procesos de modernizaci6n marca-
ron profundamente a la Arquitectura, y el prop6sito de este libro es tratar de reconocer y comprender esas
marcas y el papel de la propia Arquitectura en esos cambios.
Pero, i.que se entiende aquf por Arquitectura?
En definiciones generales -la de la Enciclopedia Britanica, por ejemplo- se la identifica como el arte
y la tecnica de proyectar y construir. Para la misma fuente, la mera acumulaci6n de pericias constructi-
vas constituye la edilicia.
Para ser mas precisos deberfamos decir que la arquitectura es una actividad orientada a producir cobi-
jos, procurando mediante esa organizaci6n, de manera consciente, comunicar un sentido singular (perso-
nal o colectivo). En e_§te registro antropol6gico, la arquitectura constituye una practica que distingue a los
hombres de otros animales constructores de cobijos, sin barreras de lugar o de tiempo. Esta practica difie-
re en las sociedades por su forma y grado de organizaci6n, los que dependen de habitos y tradiciones, y del
nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas y de sus formas polfticas. No siempre ni en todas partes, por
ejemplo, la arquitectura supone o supuso la existencia de un individuo creador, el arquitecto: la arquitectu-
ra g6tica o la de los templos budistas en'el Jap6n carecen de esa figura. La idea misma de "proyecto" (pre-
figuraci6n de una totalidad), subyacente en la primera definici6n citada, no puede generalizarse. Nose com-
padece ni con el ejercicio de la arquitectura durante el medioevo, cuando el edificio se iba componiendo
a lo largo de los anos, ni con la practica de numerosas obras creadas de manera colectiva y sin responder a
una idea Onica, inicial y constante. En referencia a otros aspectos, algunos grupos humanos -los occiden-
tales de comienzos del siglo XX o los musulmanes del siglo XIV- han utilizado o utilizan intensamente la de-
coraci6n aplicada, m1entras que otros -los japoneses del siglo XVIII, los campesinos castellanos o algunos
modernistas del siglo XX- la 1gnoran. Unos, han transmitido saberes tecnicos y c6digos comunicativos de
padres a hijos y, otros, los han fijado en textos como normas eternas. Hay quienes han organizado a sus
constructores en comu~idades claramente diferenciadas, pero tambien quienes han considerado a esos sa-
beres como pa rte de otras profesiones -el sacerdote, el hombre de letras, el agrimensor, el artista, el carpin-
tero-. Buenas o malas, de acuerdo con sus propios sistemas, todos han producido obras de arquitectura.
Llama mos "Arquitectura", en cambio, a una manera particular de organizar la producci6n de esos co-
bijos que se construyen procurando comunicar de modo consciente un sentido. Esa manera particular,
INTRODUCCION

ese singular sistema, comenzo a ex1stir en la Florencia en el siglo XV, para luego extenderse lentamente
a otras zonas de Occidente y experimentar una profunda crisis en la primera mitad del siglo XIX. No ha-
bfa Arquitectura en la lnglaterra preisabelina, y en Alemania se emple6 la palabra Architektur, en reem-
plazo de Baukunst (arte de construir), recien en las al bores del siglo XX.
De modo que "Arquitectura" sera para nosotros un cierto sistema de pericias tecnicas, conceptos y
definiciones te6ricas, estrategias de ideaci6n, reglas compos1tivas, jerarqufas organizativas. En otras pa-
labras: un precise conjunto de valores. Dentro de estos lfmites tendra sentido referirse a la edilicia popu-
lar o a la arquitectura de origen arabe en Espaiia, pero no solamente sera anacr6nico y esencialista sino
que carecera de sentido aludir a una Arquitectura americana prehispanica.
El sistema que ha permitido a este conjunto funcionar coma una unidad constituye una lnstituci6n.
liene, coma tal, mecanismos de definici6n de sus actores legftimos (custodies de las valores) en relaci6n
con el resto de la sociedad, y ha establecido dispositivos de reconocimiento, transmisi6n, control y califi-
caci6n de esos valores.
Asi, estudiar de que manera la Arquitectura atraves6 las procesos de modernizaci6n debera llevarnos
a rastrear, en sus distintos registros, las cambios producidos en la lnstituci6n en su conjunto.
Como es habitual en libros coma este, el relato que sigue es una historia de obras consagradas -de
acuerdo con canones institucionales cambiantes- a lo largo del perfodo. Pero el lector encontrara, ade-
mas, otras h1storias: las de las procesos de la profesi6n, las de las formas de ensenanza, las de las pu-
blicaciones, las de las ideas, las de las materiales de construcci6n.
Es que serfa extremadamente limitado interesarnos par esas obras can6nicas sin intentar compren-
der sus relaciones con las procesos territoriales o urbanos.
La Arquitectura ha establecido a lo largo de su Historia de casi cinco siglos relaciones complejas con
el resto de la masa construida. En ciertos mementos y condiciones, estas relaciones han sido de repro-
ducci6n y mimesis; en otros, de contraste. Son estas ultimas las que en el tiempo de la Modernidad, ba-
jo la determinaci6n de hierro de la bOsqueda permanente de lo nuevo, han sido dominantes. como vere-
mos a lo largo del libro.
Los modernistas construyeron miradas interesadas hacia las producciones masivas, con una intensi-
dad no comparable con ningOn sistema estetico precedente. Par distintos motivos. En primer lugar, por-
que mirar hacia la producci6n popular era una forma de contestar la exclusividad del sistema academico
'
(de elite) coma generador/custodio de normas. En segundo lugar, porque -aunque de manera diacr6nica
y no sincr6nica- la producci6n masiva, generalmente an6nima y mayoritariamente popular, constitufa una
forma de producci6n seriada, cuesti6n decisiva a la hora de considerar los complicados problemas susci-
tados por el imperio de la "reproducibilidad tecnica". En tercer lugar, porque las formas sencillas de
buena parte de la edilicia popular aportaban fuentes de legitimidad a aquellas posiciones modernistas que
proclamaban la necesidad de formas puras y abstractas, y la eliminaci6n de toda decoraci6n superflua. En
cuarto lugar, yen sentido contrario, porque, a lo largo del siglo, otros modernistas vieron en la producci6n
popular precisamente una alternativa humanizada y muchas veces misteriosa a las formas "enajenadas"
de la producci6n industrial moderna.
Parece obvio, par otra parte, que las obras de Arquitectura funcionan a su vez como modelos para la
edilicia en general y para la producci6n popular en particular, y mucho mas aOn en la epoca de la acele-
raci6n geometrica de la ci rcu laci6n de la informaci6n y de las medios de comunicaci6n de masas.
Debido a esto, la consideraci6n de temas de la edilicia y del estado de las relaciones entre estos y la
Arquitectura se hace indispensable a la hora de intentar comprender aquella parte de la definici6n pro-
puesta al principio, referida al "intento consciente de comunicar un sentido". LComunicar que cosa?, LCO-

municar a quienes?, son preguntas que s61o pueden contestarse en la Historia, puesto que las respues-
tas varfan a lo largo del tiempo.
En un registro similar, es necesario comprender que las obras de Arquitectura son artefactos: una
suerte de maquinas gigantescas que deben insertarse y funcionar a su vez coma piezas de los circuitos
que conforman la gran fabrica urbana. No s61o por las relactones con su entorno inmediato, sino tambien
por su funci6n como nOcleos de comunicaci6n de sentido en el conjunto de esa fabrica. Los.cambios en
la estructura del territorio y las ciudades deben ser tenidos en cuenta si se quiere comprender no sola-
mente de que manera, en tanto d1sposit1vos ffsicos activos yen tanto emisores de mensajes, los nuevos
INTRODUCCl6N

artefactos vendran a potenciarlos o a ponerlos en crisis, sine tambien el mode en que los ya existentes
condicionaron a su vez la d1recci6n de esos cambios.
La gran transformaci6n que seguiremos a traves del libro consiste, en sfntesis, en el pasaje del mun-
do urbane al mundo metropolitano. Su comprensi6n es decisiva para entender a su vez los cambios en
los modes de representaci6n adoptados por la Arquitectura. Si bien en la Argentina ese pasaje se produ-
jo centralmente en Buenos Aires yen las grandes ciudades come C6rdoba o Rosario, tambien afect6 al
comportamiento de las ciudades medianas y pequenas -e incluso de rec6nditos asentamientos- en todo
el territorio del pafs. Con el pasaje del munda urbane al mundo metropolitano, las sociedades de va lores
relativamente permanentes, con profundos anclajes a lugares y tradiciones y con s61idas redes de rela-
ciones interpersonales intransferibles, fueron reemplazadas, de manera paulatina y combinada, por cons-
telaciones de flujos, bienes, personas e ideas. En estas. nuevas constelaciones metropolitanas los valores
de larga duraci6n tienden a ceder su lugar a un inestable conjunto de enunciados equivalentes, para los
cuales, a la manera de las mercancfas, el unico nucleo duro es el dinero, en tanto medida de las cosas,
las acciones y los seres.
Parad6jicamente, esa equivalencia es a la vez perdida y avance, puesto queen esa misma puesta en
cuesti6n de valores presuntamente eternos se asienta el pasaie de los sistemas aristocraticos caracterfs-
ticos del mundo antiguo a los sistemas democraticos e igualitarios caracterfsticos de la Modernidad.
Resabios de ese mundo antiguo, la Arquitectura come lnstituci6n de resguardo de valores y la arqui-
tectura come acto tecnico y comunicativo singular resultaron poderosamente afectadas por la nueva con-
dici6n metropolitana, y atravesaron el siglo XX conmovidas por siempre renovadas formas de crisis. Unas
veces siendo daminadas par nostalgias regresivas, otras dejandose llevar con docilidad par las fuerzas y
las ideologfas del Capital, y otras, las menos, actuando cpma piezas resistentes o pianos de conflicta.
La Arquitectura en la Argentina del siglo XX, vale decir la arquitectura de la modernizaci6n, es -o de-
berfa ser- considerada, por definici6n, una Arquitectura moderna. Sin embargo, come enseguida veremos,
la historiograffa y el sentido comun identifican come moderno solamente a un sector de la producci6n de
esta etapa. Ha side habitual referirse come mementos distintos a la "Arquitectura del Liberalismo" (1880-
1920) y la "Arquitectura Moderna" (1930-2000). Se consideraba que los arquitectos de finales del siglo
XIX no s61o no habfan side "modernos" sine que no habfan hecho otra cosa que oponerse a la moderni-
dad desde la Academia. Como contrapartida, habrfan side los ingenieros quienes habrian actuado, sin sa-
berlo, come una suerte de precursores de la "Arquitectura Moderna".
Por mi parte creo, con Marshall Berman, que es mas apropiado referirse a "modernismos" para iden-
tificar con mayor claridad las distintas formas de representar a la modernidad ya los procesos de moder- .,
nizaci6n. Trataremos entonces de reconocer con mayor precisi6n que significa hablar de "Arquitectura
Moderna", pero acepta remos, en el marco de esa definici6n el uso de esa designaci6n para referirnos en
genera l s61o a ciertas lfneas que se hicieron daminantes a lo largo de buena parte del siglo. El libro las
tendra en el centre de su enfoque, aunque tambien daremos cuenta de otras lineas habitualmente no
identific;;idas come "modernas", porque tambien las consideramos come manifestaciones de problemas
propios de la modernidad.
Se habra advertido que no he estado utilizando la palabra "Argentina" con minuscula, en su forma
adjetivada. Es que no creo en la existencia de una esencia que perm1ta suponer la posibilidad de identi-
ficar mediante ciertos rasgos una expresi6n local inefable de la cuesti6n mas general que estamos enun-
ciando. Es mas, en la idea de una "Arquitectura Moderna argentina" parece subyacer una parad6jica for-
ma de autodiscriminaci6n: existirfa una "Arquitectura Moderna" a secas, patrimonio, seguramente, de los
parses centrales, mientras que los restantes parses del planeta estarfan condenados a unas practicas de
algun mode bastardas y, por eso mismo, adjetivadas. Por el contrario, dado que la construcci6n de la mo-
dernidad afect6 a todo el globe, tambien afect6 -come no podfa ser menos- a la Argenti na, de una ma-
nera que fue determinada por sus propias circunstancias. Por tales motives considero err6nea la cons-
trucci6n de la historiograffa can6n ica de la "Arquitectura Moderna", centrada excl usivamente en ambita
noratlanticocentrico. En este sentido el Ii bro quiere ser la descripci6n de un episodic -con muchas expre-
siones insig,.ificantes, pero tambien con algunas de gran valor- de esa gran Historia mundial de la Arqui-
tectura de la modernidad que todavfa esta por escribirse.
INTRODUCCl6N

2.
Ha sido frecuente a.similar la idea de "Arqu itectura Moderna " a las de Arquitectura Funcionalista, Ra-
cionalista, Contemporanea, Maquinista, Cubista, Purista, Futurista o Vanguardista. Sin embargo, es evi-
dente que estos adj~tivos no son sin6nimos y su empleo remite a muy distintos sign ificados.
Como venimos sosteniendo, el sentido mas amplio que puede atribuirse a la designaci6n "Arquitec-
tura Moderna" es el de aquellas transformaciones disciplinares e institucionales que resultaron de los pro-
cesos de modernizaci6n del pafs.
Pero esto no basta. En otro registro, la noci6n de "Arquitectura Moderna" se diferencia tambien cla-
ramente de la de Movimiento Moderno con la que con frecuencia se la ha confundido. En efecto, el
Movimiento Moderno constituye, ante todo, una creaci6n historiografica que fue consolidandose aproxi-
madamente entre 1927 y 1941, y que alude a determinadas expresiones de la arquitectura europea y
norteamericana en esos anos, fuertemente identificadas con los Congresos lnternacionales de Arquitec-
tura Moderna (CIAM). Con la idea de "un" Movimiento Moderno se instal6 una concepci6n puramente
estilfstica de la Arquitectura Moderna, y con ella - aunque con las habituales variaciones- un canon que
clausur6 un innumerable numero de experiencias. Y no s61o de otras alternativas europeas o norteame-
ricanas sino, sabre todo, de las ideas y formas modernas surgidas en otras regiones del mundo. La his-
toriograffa de nuestro pafs dio por existente "un" Movimiento Moderno, y con ello su correspondiente ca-
non. De este modo la Arquitectura Moderna ha sido habitualmente considerada en la Argentina coma un
derivado -correcto o incorrecto, segun su distancia con el canon- del "~ovimiento Moderno", y no como
una compleja articulaci6n de temas y problemas especfficamente locales, de multiples orfgenes en momen-
tos distintos, con ideas y modelos de igualmente multiples fuentes internacionales. Es por eso que, como no
podfa ser menos, la historiograffa local present6 a la "Arquitectura Moderna" como un "movimiento" que
debfa ser inevitablemente posterior al original, y por lo tanto ulterior a 1930. En rigor, el uso explfcito de
la noci6n de "Movimiento Moderno" pudo ingresar en la Argentina recien en 1939, cuando -por prime-
ra vez en dichos congresos- se efectiviz6 una representaci6n activa de la Argentina, en torno de las figu-
ras de Jorge Ferrari Hardoy, Juan Kurchan y Antonio Bonet.
En cuanto a la "Arquitectura Moderna", su existencia obtuvo una primera consagraci6n institucional
en nuestro pafs en enero de 1931, con la publicaci6n de un numero especial de la Revista de Arquitec-
tura, 6rgano de la Sociedad Central de Arquitectos, en el que se ilustr6 un conjunto de ejemplos de
Arquitectura Moderna en la ·Argentina, acompanado por un editorial y por la traducci6n de un debate
sabre el tema en la Asociaci6n de Arquitectos Britanicos. El hecho de que s61o uno de los arquitectos
allf presentados haya conservado su caracter de "pionero" en la historiograffa posterior de la "Arquitec-
tura Moderna" da cuenta de las muchas variaciones de significados que el concepto ha experimentado
desde entonces.
De todos modos, el concepto de "Arquitectura Moderna" no domin6 como referente excluyente el cam-
po arquitect6nico argentino hasta despues de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, s61o a finales de la
decada del '40, con el Estilo Internacional construido y difundido desde los Estados Unidos, nueva poten-
cia. central de Occidente, con la entrada en la modernidad de amplios sectores rurales hasta entonces
marginados y con la consolidaci6n de los sectores medios, la "Arquitectura Moderna " expuls6 a los restan-
tes estilismos de la disciplina arquitect6nica y de buena parte de las expectativas del publico. En adelan-
te, los debates se orientaron a definir el caracter de esa "Arquitectura Moderna" -mas o menos organica,
funcional, racional, popular, regional o historicista- pero sin poner en discusi6n su vigencia coma marco
excluyente de la disciplina.
Si la llegada de Le Corbusier a fines de 1929 suele ser considerada coma inicio de la "Arquitectura
Moderna" en la Argentina, podrfa indicarse la visita e Aldo Rossi, medio siglo mas tarde, en 1978; como
marca de la puesta en cuesti6n de la "Arquitectura Moderna" coma sistema de creaci6n siempre ex
nova, desprendido de toda normativa disciplinar. En los debates suscitados en torno de la vigencia del
termino se han manifestado desde entonces diversas posiciones; las principales son las..de defensa de su
continuidad, la de superaci6n en una condici6n "posmoderna" o la de la recuperaci6n "neomoderna" de
determinadas valencias del debate clausuradas desde la segunda posguerra.
INTRODUCCl6N

3.
Lo dicho hasta aquf nos permite proponer al menos tres grandes etapas en el desarrollo de la Arqui-
tectura en la Argentina durante la construcci6n de la mo.dernidad, en lo que podrfamos llamar el largo si-
glo XX. Son las tres partes en que esta dividido el libro.
La primera, q ue abarca desde 1880 hasta 1930, esta caracterizada por la instalaci6n del proceso de
modernizaci6n y por el desplegarse de dicho proceso con distintos niveles en la construcci6n del habitar
• metropolitano. Se trata de un perfodo de transiciones, en el que comienza a advertirse la magnitud de los
cambios que estan produciendose en todos los pianos de la edilicia, el arte de la Arquitectura y los per-
files de los actores, pero no alcanza a instalarse una representaci6n homogenea y consensuada de las
" formas modernas". Vivir en medio de cambios extraordinarios obligaba a tomar partido y para eso era
necesario reconsiderar las ideas tradicionales y l;)acerse cargo de nuevas formas de entender el mundo.
Se podfa "ser modernos" en multiples aspectos, desde el estilo de vida a la indumentaria, desde los sis-
temas de construcci6n hasta los lenguajes decorativos, desde los materiales hasta los programas de ne-
cesidades. He dividido esta eta pa, a la que he llamado "La tradici6n en jaque", en dos capftulos en los
que he separado una primera parte, en la que se trabaja aun dentro de las nociones y repertorios tradi-
cionales, de una segunda, en la que se difunden alternativas de renovaci6n.
,
He llama do a la segunda pa rte: "Un estilo moderno".
Transcurre entre 1940 y 1960, y se caracteriza por una conciencia de la modernidad como la condici6n
ineludible en que nos ha tocado vivir. Esta etapa se despliega en el tiempo que transcurre entre la aparici6n
y la desaparici6n del adjetivo: dura hasta que lo "moderno" logra una condici6n sustantiva y excluyente.
Durante la primera parte -la decada del '30, aproximadamente- se produjo la construcci6n de la condici6n
moderna de la disciplina y de sus certidumbres. Las clases medias, pero tambien las instituciones, comen-
zaron a adopta r unas formas despojadas de decoraci('.>n, y algunos profesionales alcanzaron con estos len-
guajes resultados que se pueden considerar maduros. Por razones especfficamente disciplinares, y como
consecuencia de transformaciones de orden hist6rico, la segunda posguerra estuvo signada por duras crfti-
cas a la, en cierto modo, ingenua producci6n del perfodo inmediatamente anterior. Esas crfticas llevaron en
algunos extremes a reivindicar la necesidad de un "verdadero" modernismo, yen otros a expresiones nos-
talgicas de las viejas certidumbres. En ambas direcciones, y con importancia creciente se incorpor6 al de-
bate la necesidad de considerar las tradiciones constructivas regionales .
Hacia 1960 ya nadie crefa necesario dar batalla por la "Arquitectura Moderna" , porque la condici6n
moderna de la Arquitectura del siglo XX -se pensaba- ya estaba fuera de toda discusi6n.
"Los dfas del diluvio" - la tercera parte- aluden a un perfodo de crisis cruzadas que afectan a la mo-
dernidad como postulado cultural, al pafs como unidad y proyecto, a la Arquitectura como instituci6n y,
en particular, a la Arquitectura en la Argentina. Las preguntas que comenzaron a ser formuladas en el pe-
riodo precedente, en muches casos no obtuvieron respuesta. Y con ello se generaliz6 la cafda y perdida
de toda certidumbre o fundament~ indudable. En estos afios, la Arquitectura Moderna fue cuest1onada
como paradigma disciplinar y comenz6 nuevamente a discutirse la pertinencia del uso del adjetivo para
referirse a la producci6n contemporanea. A la zaga de excitantes postulados ideol6gicos de distinto sig-
no, en la primera parte de esta etapa -aproximadamente entre 1960 y 1980- se verific6 una suerte de
"canto del cisne" de la Arquitectura Moderna en la Argentina, mientras que a partir de 1980 las cond i-
ciones polfticas, econ6micas, culturales y disciplinares permiten identificar un perfodo de creciente rle-
sarticulaci6n de modelos, instituciones y valores.
La divisi6n en estas etapas y capftu los obedece a una raz6n de orden de la argumentaci6n pero no
debe entenderse de manera rfgida. Aunque por mementos se entrelazan, dando lugar a los nucleos que
identifican a las partes del libro, las historias que he procurado narrar tienen inicios en tiempos diversos
y se cierran tambien en mementos no necesariamente coincidentes. Algunas inclusive siguen abiertas.

4.
Debo aclarar al lector que este libro no fue escrito obedeciendo a un plan definido de antemano.
Originalmente, pensaba publicar un conjunto de ensayos, poco difundidos o ineditos, sobre distintos
aspectos de la Arquitectura Moderna en la Argentina, escritos a lo largo de veinte afios. Fue por una su-
INTRODUCCION

gerencia editorial que comence a redactar un relate sencillo, que en un principio s61o tenfa la funci6n de
articular esos estudios. Me llevarfa, supuse, unas pocas semanas. Luego de varies meses de trabajo ad-
vertf que frente a mf habfa estado tornado vida algo distinto de las leves notas que habfa imaginado. Dis-
tinto y por ariadidura aut6nomo y de tan fuerte personalidad que comenz6 a exigirme una modalidad de
trabajo y a determinar sus propias caracterfsticas, con un rumbo de cuya seducci6n e imperative no he
logrado sustraerme desde entonces. Pude dedicarle la totalidad de mi tiempo du rante los dos primeros
anos de trabajo actuando como investigador del Consejo Nacional de lnvestigaciones Cientfficas y Tecni-
cas y en mi caracter de profesor con dedicaci6n exclusiva de la Facultad de Arqu itectura, Diseiio y Ur-
bani·smo de la Universidad de Buenos Aires. Recientemente volvf a concentrarme en conclu irlo y prepa-
rar la edici6n final gracias, especialmente, al marco de estfmulo, pero a la vez concentraci6n academica,
y al total apoyo con el que cuento en mi caracter de investigador de la Universidad Torcuato Di Tella.
Por supuesto que sentr una cierta inquietud cuando, para darle algun nombre a lo que estaba resul-
tando de mi trabajo, concluf que se trataba de una Historia de la "Arquitectura en la Argentina del siglo XX".
;_A quien puede ocurrfrsele en los tiempos que corren escribir una Historia con pretensiones de totalidad?
Y, sin embargo, era eso lo que estaba hacienda. Y lo mas inquietante es que comence a pensar que po-
dfa resultar util colocar en una serie cronol6gica y articulada por una interpretaci6n los acontecimientos
y obras que conocfa. En la menos simpatica de las circunstancias, para funcionar como piano que pu-
diera recibir el impacto de confutaciones, correcciones e ideas contrapuestas; en la mas favorable , como
estructura momentaneamente productiva para pensar el pasado y el presente de ese todavfa objeto de
deseo que, para amplias minorfas de compatriotas, es la Arquitectura.
Desde que comence a advertir su existencia, "el libro" me enseM muchas cosas, pero sobre todo me
ayud6 a advertir que todos estos aiios habfa estado tratando de comprender lo que estaba ocurriendo con
nuestra arquitectura a partir del estudio del pasado, y que ahora mis trabajos puntuales actuaban como las
piedras sueltas que trazan los caminos de jardfn, ayudandome a componer un relato. De ese relato debo
decir desde ya que constituye una suerte de narraci6n que me animo a asimilar a lo que los anglosajones
llaman non fiction. Nadie que describa el desplegarse de un sistema complejo como la Arquitectura, en la
que se articulan la cultura, las instituciones, las historias personales, la especulaci6n inmobiliaria, la polfti-
ca, la edilicia, y la tecnica, a lo largo de mas de un siglo, podrfa suponer que es posible utilizar los mismos
mecanismos de falsabilidad que los que se emplean en estudios parciales.
Cuando al escribirlo me angustiaba la imposibilidad de dar cuenta, con precisi6n documental y am-
plitud de detalles, de los acontecimientos que narraba, "el libro" me tranqui lizaba argumentando que su
credibilidad tenfa sustento en la ret6rica. Su verosimilitud dependerfa del empleo de datos ciertos yen la
articulaci6n de esos datos entre sf de manera organica, coherente. No estoy seguro de haberlo consegui-
do, pero ese ha sido mi prop6sito.
Resulta evidente que no creo que la Historia de la Arquitectura se construya exclusivamente con obras
maestras y creadores mas o menos geniales. Pero tampoco pienso que estas obras y creadores no exis-
ten o que no deben estar en el centro del interes de quienes trabajamos en este campo del conocimien-
to. Creo, simplemente, queen algunas ocasiones ciertas obras y ciertos autores consiguen dar cuenta de
problemas generales de la sociedad y de los hombres, y lo hacen de una manera particular. Estas obras
tienen la cualidad de abrirnos la entrada a universes inesperados y de hacerlo por una via que, para ha-
cerse productiva, debe incorporar tramas y pianos densos de otros objetos y acontecimientos.
Procure que mi analisis abarcara expresiones en todo el territorio del pafs, pero se observara un de-
sequilibrio a favor de la ciudad de Buenos Aires. No podria ser de otro modo, porque -nos guste o no-
ha sido en la Capital Federal donde la modernizaci6n y metropolizaci6n se produjo de forma mas plena
e intensa y donde a lo largo del siglo se concentr6 la mayor parte del volumen construido, de sus mani-
festaciones mas destacadas y de los estudios.
Cuando me preguntaba si encarar un trabajo como este no era un acto presuntuoso, fue "el libro" el
que me convenci6 de seguir adelante. Escribiendolo advertf que estaba reuniendo, bajo la aparente uni-
dad de un objeto, una multitud de ideas y estudios parciales que me preced fan y que eso deberfa ser util,
y era posible. No lo hubiera sido hace veinte anos. Pero en este tiempo, sobre los trabajos pioneros de
Bullrich, Gutierrez y ·ortiz y la compilaci6n de Marina Waismann se fueron agregando numerosas investi-
gaciones puntuales que han venido enriqueciendo el conocimiento de nuestra producci6n moderna, y de
INTRODUCCl6N

los que este trabajo es deudor. La oportunidad de acceder a los estudios realizados en el lnstituto de Ar-
te America no e lnvestigaciones Esteticas "Mario J. Buschiazzo", mientras fui su director, ha sido para es-
to de importancia nada menor. Desde entonces se han publicado numerosos trabajos y fueron conocien-
dose obras y figuras del interior del pals no consideradas previamente. Pero si disponer de estos estudios
ha sido la base sabre la que el relato pudo ir construyendose, nunca hubiera contado con el impulso, las
direcciones de analisis y muchas de las hip6tesis que lo estructuran de no haber compartido prop6sitos,
dudas y certidumbres, desde hace dos decadas, con mis companeros Fernando Aliata, Anahf Salient,
Mercedes Daguerre, Adrian Gorelik , Graciela Silvestri y, en los ultimas anos, Claudia Shmidt y Alejandro
Crispiani, a todos los cuales debo mucho masque un patrimonio intelectual.
Tambien es este el momenta de agradecer a los lectores, gracias a cuyas observaciones he corregido o
ampliado tramos importantes del libro: los ya citados Gorelik, Silvestri, Salient, Aliata y Shmidt, junta con
Ana Maria Rigotti, Alberto Varas, Fabio Grementieri, Carlos Bugni, Francisco Bullrich y Pablo Pschepiurca.
Desearfa que este libro fuera leido por arquitectos y, por supuesto, por estudiantes de arquitectura.
Tengo la expectativa de que pueda servirles para mirar de otro modo la profesi6n que han elegido y el
tiempo en que les toca actuar. Pero es tam bien mi prop6sito, y probablemente mi mayor deseo, que lo
lean "no arquitectos". Es habitual que un ingeniero, un cineasta o un musico sean juzgados con cierta
condescendencia por sus pares del mundo de la cultura si nunca jamas han lefdo un cuento, o un poe-
ma siquiera, de Jorge Luis Borges. Es inadmisible que cualquier persona de una cultura mediana ignore
quien fue Antonio Berni o la importancia del cine de Leopoldo Torre Nilson. Pero ninguno de ellos sentirfa
la menor incomodidad por desconocer los va lores del cine Gran Rex o el significado cultural universal
de la obra de Amancio Williams. Quisiera entonces que este libro actuara a modo de puente, recuperando
por un lado para la Arqu itectura una densidad cultu ral-crftica que le ha ido siendo despojada por el pro-
fesionalismo a lo largo del siglo, y contribuyendo, por otra parte, a que sea reconocida como una de las
mas significativas componentes de la cultura de la modernidad en la Argentina.
Por este motivo solicite el apoyo del Fonda Nacional de las Artes para su publicaci6n: mi prop6sito se
cumplirfa s61o si era posible producir una edici6n que, con la alta calidad que caracteriza a sus publica-
ciones, resaltara la dignidad estetica de lo que los argentinos supieron hacer en este rubro a lo largo del
siglo XX. Era imprescindible que la Arquitectura de los inicios de la modernidad se viera junta con la de
nuestro tiempo y la de los tiempos intermedios. Yuxtapuestas y por su propio peso, las imagenes son ca-
paces de hacer detonar extraordinarias cargas de preguntas y afirmaciones, de abrir agujeros de angus-
tia e de indicar direcciones posibles.
Debo por eso expresar mi enorme gratitud a las autoridades del Fonda, en primer lugar a su presi-
denta, Sra. Amalia Lacroze de Fortabat, a todos los integrantes del Directorio que me acompaf'iaron en el
proyecto y, muy especialmente, al Dr. Guillermo Alonso, su Director Gerente, quien actu6 con invalorable
calidez y eficiencia.
La preparaci6n del aparato grafico demand6 ocho meses de trabajo. No lo hubiera podido realizar s6-
lo con mis propias fuerzas. Afortunadamente conte con la colab6raci6n de varias j6venes, Florencia
Rauch y Barbara Moyano, en las primeras semanas, y luego con la de Valentina Liernur, quien -ademas
de confirmarme que es una hija adorable- se revel6 como una prolija, tenaz y efectiva archivista. Gracias
a ellas pudimos reunir en este volumen fuentes dispersas de ilustraciones de enorme cal idad: el Archivo
Gratico de la Naci6n, el Archivo del ex Ministerio de Obras Publicas y el del fot6grafo Manuel G6mez Pi-
neiro (a cargo del generoso Fabio Grementieri). A estos deben sumarse las incontables ilustraciones que
con enorme espfritu de colaboraci6n pusieron a nuestra disposici6n todos los estudios actualmente en
actividad que se presentan en el libro. La otra gran fuente ha s1do el archivo del gran fot6grafo de la Ar-
quitectura de las ultimas decadas en nuestro pafs, Alejandro Leveratto, a quien tambien estoy muy agra-
decido porque su compromiso con el proyecto fue mucho mas alla que el de un excelente trabajo profe-
sional. Hubiera sido imposible llevar a cabo su tarea, en los muy diversos sitios a los que esta lo condujo,
sin la inapreciable colaboraci6n de Fernando Aliata, Silvia Pampinela, Horacio Gnemi, Alberto Nicolini,
Julio Miranda y Marta Beatriz Silva.
Asimismo, debo destacar la participaci6n de Juan Lo Bianco y su estudio en el dise~o grafico del libro.
Hemos dedicado muchfsimo tiempo a buscar el equilibria de cada pagina y mucho mas a comprender, en
equipo, cual debfa ser la "forma" con que este objeto expresara mejor su prop6sito general y sus contenidos.
INTRODUCCION

No es el autor quien esta en condic1ones, ni habihtado, para dar un ju1c10 sobre el resultado, pero sf para des-
tacar su sat1sfacci6n por el enorme placer obten1do mediante la experiencia de la tarea compartida.
Durante mucho tiempo pense que el trabajo de los historiadores de la arquitectura no se diferencia-
ba - ni tenfa porque hacerlo- del de cualquier otro historiador. Es mas. nunca cref que los arquitectos tu-
vieran derecho a exigir productividad especffica alguna a un libro de historia. No he variado mi opini6n
sustancialmente: sigo pensando que un buen trabajo hist6rico debe seguir las reglas de esta disciplina,
y sigo tambien nega ndome a actuar como compaiiero de ruta, justificando la ultima moda o cua lquier co-
rriente con la que legftimamente se identifiquen los proyectistas. No es esa la tarea de la Historia.
Pero tampoco es acertado, me parece, pensar que la historia de la Arquitectura no existe, y que no
existen con ella metodos, enfoques, instrumentos, temas, construcciones de valor, condiciones especffi-
cas del hacer historiografico. A lo largo de nuestra historia moderna los historiadores y los arquitectos han
estado vinculados. Pero en buena medida la disoluci6n de la especificidad disciplinar de la Historia de la
Arquitectu ra contribuy6 a que se produieran desencuentros, cuya consecuencia ha sido doblemente gra-
ve: por un lado, impulsando a los arquitectos a llenar por sus propios medios -inaprop1ados a mi juicio-
los huecos en el conocimiento del pasado; por el otro, encerrando a los historiadores en un sofocante
espacio de pura academia o quitando a su trabajo toda vincu laci6n con la disciplina.
El libro que habra de leerse ha sido escrito con el prop6sito de comprender el presente y encontrar
en el pasado energfas para transformarlo. Su propia estructura, de algun modo desmedida tanto desde
parametros temporales como espaciales, supuso correr muchos riesgos: ausencias, lagunas de informa-
ci6n, 1mprecisiones, errores. Pero sobre todo los riesgos de la valoraci6n. El autor es parte de ese presen-
te y no una entidad neutra y eterea, por lo que su punto de vista esta limitado por sus propias carencias
e impregnado de sus propias pasiones. De todas esas debilidades, las verdaderamente graves son las que
afectan a las personas, sobre todo en la medida en que una publicaci6n de este tipo puede constituirse
en un referente. Aunque quizas sea una redundancia, es bueno insistir en que de lo que se trata es de
examinar representaciones y acontecimientos, y que estas representaciones y acontecimientos, y no las
personas, son los objetos de valoraci6n.
Tan incomprensible resulta que esa compleja malla de actores, normas. construcciones, cosas, ideas,
recuerdos y palabras, que es la Arquitectura, y esa particular y apasionante manera de interrogarse por
los Dioses, por la Tierra y por el Mundo, que tamb1en es la arquitectura se reduzcan a un pequeiio y mez-
quino universe de profesores, como lo es que su practica sea banalizada y limitada a unas pocas maiias
de oficio, en el mejor de los casos. o confundida con el leve espesor del shock publicitario. Yo espero que
este trabajo contribuya a recuperar para la disciplina dimensiones de cuya perdida tambien me conside-
ro en parte responsable.
Creo, como he dicho, que preguntarnos por los valores puede llevar a una nostalgia regresiva. Pero
creo tambien que, aunque no tengamos derecho adquirido a obtener una respuesta en el corto tramo de
nuestras vidas, es legftimo y necesario el trabajoso ejercicio de imaginar plataformas fijas - transitorias se-
guramente- que nos ayuden a resistir a las fuerzas tend1entes a una homogeneizaci6n que, en ultima ins-
tancia, esta en la base del caos. Despues de todo, la vida misma como forma fugaz de orden no es mas
que una "absurda" resistencia a la tercera ley de la termodinamica que rige al un1verso.
1 880

1 1 9 1 O

Construir el palS,
,

Imaginar la Nación

La construcción del país urbano

Una de las características del período fundacional de la Argentina moderna fue el proceso de urbaniza­

ción del pars: en 1869 sólo el 28,6% de los 1.737.000 argentinos vivía en ciudades; cuarenta y cinco años

más tarde estos pasaron a constituir el 52,7% de los 7.885.200 habitantes. Si se comparan los 496.000 ve­

cinos de 1969 con los 4.155.500 de 1914 resulta evidente que no se trató de apenas de un aumento de ta­

maño de las ciudades, sino que debió producirse lo que podemos llamar una revolución urbana. Revolución

que tuvo un doble impacto: por un lado, en la construcción de una trama de nuevos pueblos y ciudades en

varias regiones del país; por el otro, en la transformación de varios de los viejos centros en ciudades moder­

nas, y la radical metropolización de Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Lo primero se advierte si se tiene en

cuenta que, en 1869, 258.000 personas poblaban los 53 pequeños centros (2.000 a 20.000 habitantes) que

habia en el país, mientras que en 1914 a estos se habían agregado otros 258, alcanzando la cantidad de

1.557.000 habitantes. Las cifras que marcan la transformación de las ciudades son igualmente elocuentes:
Buenos Aires pasó de 187.100 habitantes en 1869 a 1.575.800 en 1914; Córdoba de 29.000 a 122.000;

Rosario de 23.000 a 226.000; La Plata, fundada en 1882, contaba con 101.000 pobladores en 1914.

Para construir una representación de lo que debió ocurrir en las ciudades conviene imaginarlas, ante to­

do, como gigantescos obradores en los que se estaban demoliendo los viejos edificios, cavando las calles,

edificando palacios en medio de quintas o baldios, montando galpones y talleres improvisados. En estas ver- 2. �;"''-':::!'''1il
tiginosas aglomeraciones los más pobres se acomodaban donde podían, en las viejas casas, en ranchos o

casillas, en tinglados en las terrazas o en los patios. Pero estas duras condiciones no eran la marca de un

descenso social inexorable. sino la opción por un presente de sacrificio que tenían por delante, e imagina-

ban un futuro promisorio. ¿Qué les ofrecían los centros urbanos' En primer lugar, trabajo en talleres o in-

dustrias, pero, sobre todo, en su propia construcción. Cuantas más obras -<Je funcionalidad, de salubridad

o de ornato- emprendía el poder público, más se elevaban los valores de las propiedades. Producto de su

propia expansión industrial, los excedentes financieros de las grandes potencias -especialmente Gran Bre-

taña, Bélgica, Alemania y Francia- eran un excelente estímulo para este proceso con momentáneos bene-

ficios a tres puntas: banqueros, propietarios y ciudadanos se favorecieron con estas gigantescas transforma-

ciones a las que la elite contribuyó con sus derroches. Sólo que ese enorme flujo de capital literalmente se

enterró en bulevares, plazas, parques, empedrados, teatros, palacios, bancos y juzgados; pero esto traeria

consecuencias en el futuro. Mientras tanto, esas transformaciones ofrecían trabajO, o mejor. medios de vi-

da, pero además la posibilidad de acceder gratuitamente a la escuela y al hospital, o de tener un curande-

ra o una partera a mano, de encontrarse con los compatriotas en las asociaciones nacionales, de descubrir

la pareja de los sueños o comprar un rato de placer, de compartir ideales, de robar, de escuchar y bailar la

música preferida, o divertirse en los circos, las riñas, las carreras o el parque japonés.

El primer factor que debe tenerse en cuenta para comprender estas transformaciones es el papel de las

ciudades en el sistema de transporte. Sabemos que la Argentina se articuló en este período, con el sistema

de división internacional del trabajo, mediante la exportaCión de sus productos agropecuarios, especialmen- 1. Congreso Nacional. Buenos Aires.
te los granos y el ganado vacuno de la pampa húmeda, y los ovinos que incorporaron al sistema a la región 2. �Como cambian los liemposff. Caras y

1 patagónica. La explotación en las restantes regiones cumplia especialmente papeles subordinados: el tanino Caretas, 1913.
CONSTRUIR EL PAl s. IMAGINAR LA NACiÓN

del noreste vinculado a los cueros, el azúcar, la vitivinicultura y los algodonales de Tucumán, Cuyo y el Cha-
,
ca, al consumo interno; los quebrachales, a la construcción. Consecuencia de la disponibilidad financiera, y

de la necesidad de construir un sistema de extracción de esas materias primas. el sistema ferroviario experi­

mentó un desarrollo vertiginoso desde los 2.400 kilómetros de red en 1880 hasta los 33.700 en 1915. Las

ciudades, gr¡¡ndes o pequeñas, fueron, ante todo, nudos de esa red, y todas, en distintos niveles, experimen­

taron las consecuencias. Desde la simple partición en dos zonas a ambos lados de la vía, en los pueblos más

pequeños, hasta los complejos problemas estructurales de las metrópolis. El papel de las ciudades en la red

de transportes determinó el carácter de sus transformaciones. Buenos Aires y Rosario, a escala nacional, y

--en menor medida- Córdoba, a escala regional, experimentaron los impactos mayores, porque funcionaron

como polos de extracción y. simultáneamente, de introducción de mercaderías. Mientras que ciudades como

Mendoza, San Juan o Tucumán asumían un papel terminal a escala nacional y los puertos de Bahla Blanca,

Puerto Deseado, Ensenada, San Nicolás o Campana actuaban como nudos regionales de intercambio, Bue­

nos Aires y Rosario se convirtieron en las dos grandes cabeceras nacionales del sistema. en la medida en que

en ellas se articulaba la mayorla de los ramales de la red ferroviaria con sus puertos de ultramar. Por este mo­

tivo, el rasgo saliente de estas dos ciudades fue el lugar físico que en ellas ocuparon las infraestructuras que

materializaban la red, y los problemas estructurales que de esto derivaban.

Cabecera nacional y regional, Rosario inició las grandes obras del puerto en 1902 ocupando el fren­

te fluvial de la ciudad. Las principales líneas ferroviarias, hacia el oeste (Córdoba) y hacia el norte, deter­

minaron la ubicación de grandes playas de rnaniobras y talleres en el extremo norte del puerto, mientras

que otras conexiones con el suroeste y el sur dieron lugar a una especie de pinza que entraba por el nor­

te y el sur del puerto estableciendo una suerte de cerco vial de la ciudad. De este modo, entre 1871 y

1895 se ubicaron las principales estaciones ferroviarias, Gran Central Argentino (1871), Sunchales
(1886), Oeste Santafecino (1883), Provincial de Santa Fe (1891) y Central Córdoba (1891), Estas gigan­
tescas marcas sobre el territorio generaron lo que sería la estructura funcional de la ciudad, en la zona

enmarcada por los brazos de la pinza ferroviaria, el centro cultural y de negocios; hacia el norte, en los

intersticios de los ramales, los barrios más pobres; más allá, en la franja que quedaba libre entre la vía y

la costa, los nuevos barrios residenciales, completados con los pueblos nuevos al oeste; y en el sur los

servicios que requerían de alguna marginación: el matadero público, el mercado público, el asilo de men­

digos y la cárcel de mujeres.

La necesidad de mejorar las condiciones del puerto de Buenos Aires comenzaron a hacerse eviden­

tes ya en la década del setenta, y fueron varios los proyectos que se sucedieron con este fin, como el del

ingeniero Bateman, de 1871. Pero, todavía en 1881, un barco de 500 toneladas requerla 100 días para

su descarga, cuando en otros puertos esta actividad demoraba sólo 10 o 12. Hasta la década del '90 las

principales funCiones portuarias fueron realizadas utilizando para este fin el Riachuelo, debiéndose, pa­

ra ello, dragar un canal de entrada para los barcos de mayor tonelaje. De este modo, en ambas márge­

nes del Riachuelo fueron asentándose barracas, frigoríficos y una parte de las incipientes industrias. El

nuevo puerto fue construido entre 1886 y 1889, según el proyecto de Eduardo Madero, ocupandO una

zona de gran tamaño adyacente al centro histórico de la ciudad. Al igual que en Rosario el ejido urbano

fue atravesado por los ramales ferroviarios procurándose no interferir en la zona central de la ciudad y to­

mando al puerto por el norte y por el sur. Y también, al igual que en Rosario, el trazado ferroviario defi­

nió un precinto que no sería afectado por la lógica técnica, delimitado -en este caso- aproximadamente

por las calles Pueyrredón, Jujuy y el borde del rlo. Salvo Plaza Constitución, las grandes terminales eran

externas o tangenciales a este precinto, como en el caso de Chacarita, Once o Retiro. Más allá de ese li­

mite, el territorio urbano era atravesado por los ramales de las distintas líneas y marcado por las grandes

superficies, como en Sola, junto al Riachuelo, y en torno de Retiro, Palermo y Constitución definían ver­

daderas porciones urbanas con absoluta autonomfa.

También externo, como en Rosario, fue el destino de los programas marginales, el complejo asistencial

y los mataderos, en el sur; el cementerio de la Recoleta, en el norte.

Aunque no existe ningún Plan elaborado o dibujado para ninguna de las dos ciudades, es evidente que

en ambos casos las acciones están presididas por una misma lógica o imagen urbana. Esta parece haber

consistido -y el primer intendente de Buenos Aires, Torcuato de Alvear, llegó a formularlo de modo explíci­

to- en preservar para la Forma -y, por lo tanto. como territorio de las principales inversiones públicas- a un
.
,
CONSTRUIR EL PAls , IMAGINAR LA NACiÓN

1. Puerto de Bahla Blanca. área relativamente pequeña, más allá de la cual no se imaginaba su extensión. Esla área coincidía con el
2. Plano de La Plata, nueva capital de la primer IImile pensado para la Capital, la avenida Pueyrredón y su continuación por Jujuy y luego la avenida
provincia de Buenos Aires. Sáenz hasla Puente Alsina. La diferencia de superficie enlre el ejido urbano total y el área de la "ciudad
3. Plano de avenidas de Antaine Bouvard.
ideal" se explica en la medida en que para esa franja periférica se prevefan funciones técnicas, de servicio
para Rosario.
y aprovisionamiento, o "marginales", inmersas en áreas no edificadas. Denlro del lerritorio señalado se per­
4. Plano de ampliación de Mendoza.
cibe con claridad una suerte de cuadrado central delimitado al norte y al sur por Santa Fe y Caseros-en
Benito Carrasco.
cuyo interior se legisló la apertura de las avenidas-, el triángulo del puerto y toda un área sur -la Boca y Ba­

C.a extensión masíva de fa red de transpor­ rracas- dedicada a actividades productivas o programas "marginales". Que se haya adoptado el proyeclo

te organizada ¡;lara la extracción 'f distribu­ de Madero y no el de Huergo es coherente con este criterio de ciudad pequeña: mientras este último esta­
ción de mercaderfas sobre el territorio 'de­ ba presidido por una lógica de crecimiento ilimitado, el de Madero lenia una forma final, acorde con la di­
terminó el crecimiento de los principales mensión acotada que se atribula al centro urbano. Y lambién es congruenle con esa imagen el trazado de
nudos de intercambio, y en especial de los
la avenida de Mayo y el temprano proyecto (1889) de la avenida Norte-Sur: entre ambas definían una cruz
portuarios. Bajo la presión de estas condi­
en cuyos punlos extremos se ubicaban las sedes de los poderes de la ciudad: el Congreso Nacional, el Mu­
ciones comenzaron a desarrollarse, desde
ñkipio, los Tribunales y la Casa de Gobierno. Atribuir a las elites dirigentes incapacidad de prever que la ciu­
distintas áreas del conocimiento, los instru­
dad alcanzarla en menos de un siglo una población diez veces mayor que la de 1914 es un anacronismo:
mentos para la comprensión 'f control de la

nueva totalidad metropolitana.


la ciudad capital se pensaba como un organismo relativamente pequeño (a la manera de Washington y no

de Nueva York), burocrático y comercial, cabeza de un territorio agrícola-ganadero cubierto por una exten­

sa red de pequeños pueblos. Serían eslos últimos, se pensaba, y no los núcleos urbanos dirigentes o por­

tuarios, los receptores de la corriente inmigratoria.


1 8 8 O - 1 9 1 O

las formas urbanas que hasta aqul venimos analizando expresan a grandes rasgos las características de

un modelo de gestión oli�rquica, basado en las relaciones de conveniencia entre las elites tradicionales,

propietarias mayoritarias del casco central y protagonistas de la gestión polftica, y las grandes companias de

transportes extranjeras, especialmente británicas. Pero sobre la ciudad intervenían, además, otros actores

que no necesariamente coincidlan con estos criterios. Por empezar, los propietarios de las tierras de la grue­

sa franja periférica, los que, a su vez, podían tener relaciones con la elite.

Hacia el Oeste de la "ciudad ide�I", en tierras del área de "servicios" (y en el caso de Buenos Aires,

también hacia el sur, sobre territorio provincial), comenzó a desarrollarse una creciente actividad de loteos,

fomentada por los altos precios de la propiedad y los alquileres que el mismo proceso de consolidación de

la "ciudad ideal" provocaba en su interior, expulsando hacia afuera a quienes no podlan.o no aceptaban

pagarlos. Pero, al menos hasta la primera década, 'estos loteos no consistlan sólo o principalmente en la

expansión de la cuadricula. Tanto en Buenos Aires como en Rosario la modalidad que caracterizó el cre­

cimiento en este período fue la creación de lo que se llamaron villas en la primera -como Devoto, Soldati,

Lugano-, y pueblos en la segunda -como Fisherton o Eloy Palacios-. Se trata de grandes porciones del te­

rritorio que un propietario organizaba en torno de un proyecto unitario, generalmente dominado por una

plaza central, loteando luego los terrenos. Como la operación no podla completarse sin una vinculación con

las redes de transportes, estos grandes propietarios también estableclan sus propias relaciones con las em­

presas que brindaban ese servicio, determinando desvíos de ramales, instalación de estaciones o trazados

de las redes tranviarias.

Las companlas de tranvías y de los restantes servicios internos urbanos constitulan otro tipo de actores.

Sus intereses no tenlan -como en el caso de las ferroviarias o las navieras, las acopiadoras, los frigoríficos y

las aseguradoras vinculadas a los puertos- nexos dominantes con los poderes nacionales. Y aunque deblan

mantenerlos, lo decisivo es que se conectaban mucho más estrechamente con los intereses ligados a los

3. .... .
�---�-="'i

4.
CONSTRUIR EL PAls , IMAGINAR LA NACiÓN

2.

factores locales, con los propietarios de las tierras, porque su presencia determinaba inmediatamente una

aumento del valor, y con los industriales, hacia cuyos establecimientos había que llevar o traer obreros o

mercaderías. Con tracción a sangre y de un elevado costo relativo que los hacia inaccesibles para los traba­

jadores, estos primeros trazados consolidaron barrios de sectores medios. En las dos ciudades que estamos

considerando, durante el período que analizamos las redes se desarrollaron principalmente en el interior de

la "ciudad ideal", con conexiones con las terminales ferroviarias y con ramificaciones externas hacia los pueM

bias periféricos más alejados (Alberdi, en Rosario, Belgrano y Flores, en Buenos Aires), o hacia las áreas de

producción (Villa Ortúzar, Nueva Chicago, Nueva Pompeya y Barracas, en Buenos Aires, Mataderos, en Ro­

sario). La electrificación de las redes se inició con fuerza en 1902 y se acentuó en Buenos Aires a partir de

la instalación de la Gran Usina de Oock Sur. Esto significó un quiebre y provocó una ulterior explosión del

proceso de urbanización: en primer lugar, al producir un brusco descenso en los preCios de los boletos, ha­

ciéndolos accesibles a los miles de trabajadores, y, en segundo lugar, porque fue consec�encia de la adop­

ción de una nueva fuerza motriz, la electricidad, que no era controlada por los capitales ingleses.

L-a electrificación introdujO así tres nuevos actores en la construcción de la ciudad: los propietarios de los

terrenos intersticiales, los habitantes de los nuevos vecindarios y las nuevas compañías. A los primeros les inM

teresaba la intervención del municipio en la valorización de sus tierras, a partir del trazado de las calles, a los

segundOS, la obtención de los servicios de salud y educación, pero también la ampliación de las redes.

De esta manera, en los primeros años del nuevo siglo las acciones urbanas contaban con un crecido

número de participantes que pugnaban cada uno por consolidar sus propios intereses. Pero además, y

sobre todo, el desarrollo real producida hasta el momento echó por tierra con el proyecto de la deseada

"ciudad ideal". Esta "ciudad ideal" que las elites habían imaginado y construido durante un cuarto de si­

glo no había sido otra cosa que la realización del proyecto rivadaviano para Buenos Aires: la "gran ciu­

dad" que tuvo en La Plata -fundada como capital de la provincia de Buenos Aires, en 1882- su expre­

sión más pura. Su fundador, el gobernador Dardo Rocha, defendía precisamente el proyecto de una "gran

ciudad", y debió enfrentar las posiciones de quienes, como el senador Juan Ortiz de Rozas, imaginaban

un centro pequeño y juzgaban más conveniente asentar las autoridades provinciales en alguna localidad

ya existente, como San Nicolás o Mar del Plata. Realizado por el Departamento de Ingenieros de la Pro­

vincia, el plano parece haberse originado a partir de una propuesta de Juan Martín Burgos y se caracte­

riza por su forma cuadrada, por la dominante presencia de los edificios públicos a lo largo de uno de los

dos ejes centrales, por la importante existencia de tres juegos de diagonales. Los devastadores efectos de

las pestes y los criterios higienistas determinaron su localización en una zona elevada y bien provista

de agua, asr como una abundancia de parques y plazas sostenida por la presencia de edificios públicos.

La importancia del eje, la dispersión de los edificios y la jerarquía similar de las plazas mayores contrade­

cran la centralidad aparente de la planta, dando por resultado un tejido urbano homogéneo. Asr, la "gran

ciudad" de Rocha no lo era por su tamaño, sino por la presencia de las Instituciones y por su republica­

na articulación del espacio público y del espacio ·privado sobre la totalidad del territorio urbano. Era

efectivamente una "ciudad", y no una "metrópoli", la sede de su ideal de una armonra y un orden, una ar­

monía y un orden sólo imaginables en la medida en que el organismo se concretara en dimensiones con-
'
\. trolabies y reducidas. Si se compara el plano de La Plata, con sus 5.000 metros de lado, con el de Buenos
1 8 8 O - 1 9 1 O

3. 4.

Aires, puede comprobarse que esa longitud es la que va del puerto a plaza Miserere y de Santa Fe a Ca­

seros, la "gran ciudad" de Rocha tenia exactamente la dimensión del recinto preservado a que antes

aludimos, la misma que la ciudad deseada por Alvear. No es de extrañar entonces que, también coin­

cidente en dimensiones, la cruz central de La Plata realizara el nunca concretado sueño de la cruz de

los poderes que observamos en Buenos Aires.

Pero, como vimos, más allá del proyecto de la elite porteña, junto y sobre su "ciudad ideal", el pro­

ceso real fue articulando simultáneamente las piezas descentradas del nuevo fenómeno metropolita­

no. Frente a la diversidad y multiplicidad de demandas característica de las metrópolis tendieron a es­

tablecerse dos corrientes: una, que sostenía que el territorio urbano debfa ser una pura expresión no

regulada del mercado, y otra, que comenzó a percibir la necesidad de establecer marcos regulatorios

y propuestas generales.

La contratación de Joseph-Antoine Bouvard por parte de los municipios de Buenos Aires (1907) y Ro­

sario (1909), con el objeto de confeccionar nuevos planos para ambas ciudades, constituyó la primera

manifestación de que en la administración comenzaba a pesar la segunda de las corrientes citadas. El

carácter progresista de estas propuestas está determinado por el intento de que, a partir de reconocer
1. Plano de la avenida de Mayo.
como inevitable la extensión de la ciudad a la totalidad del ejido y el fenómeno metropolitano, fuera el po­
2. Un tramo de la avenida de Mayo.
der públiCO el que decidiera la� principales tendencias de desarrollo de la ciudad. En los dos casos los
3. ViUalobos. "La tra nsformación de
proyectos procuraban diferenciar la franja periférica del casco central. Lo más destacable de la propues­
Buenos Aires". Caras y Caretas. 1913.
ta para este último era el intento de desplazar hacia el oeste las funciones hasta entonces concentradas
4. Fachada en la avenida de Mayo.
en el borde del río. Para la franja periférica el plan tenía un doble propósito, en primer lugar, el intento

de homogeneizar su territorio creando una red de espacios públicos -plazas y parques- que, se pensa­ Con su unidad de trazado, pero también

ba, podrían articular en su torno de los vecindarios nacientes; en segundo lugar, y vinculado a lo anterior, con la pluralidad estilistica que la identifi­

se trataba de morigerar la construcción radioconcéntrica de la ciudad, evitando en lo posible la relación ca, la avenida de Mayo constituye la pieza

urbana más expresiva de la autorrepresen­


periferia-centro como dirección dominante, para lo que se buscaba crear flujos transversales de tránsito.
lación de la elite dirigente en las primeras
En el caso de Buenos Aires debe notarse que la mayor parte de las avenidas propuestas vinculaban el
décadas de la modernización. Pero la ave­
norte y el sur del ejido capitalino, tratando de atravesar en sentido transversal a los grandes ramales fe­
nida es, además, un enorme tajo abierto en
rroviarios que habían segmentado en gajos este-oeste el territorio urbano. Sólo se destacaba un eje en
la trama que marca, por primera vez de ma­
esa dirección a la altura de Flores, cuya intención era procurar construir el centro geográfico de la me­ nera tan elocuente, la división entre el nor­
trópoli, mientras que no se proponla ninguna vía de penetración al antiguo casco de la ciudad. El Plano te rico y el sur pobre que caracterizará a

de Rosario constituyó un paso adelante en relación con el de Buenos Aires, y tomó como modelo la pro- Buenos Aires a lo largo del siglo XX.
CONSTRUIR EL PAls , IMAGINAR LA NACiÓN

puesta más avanzada del momento -no europea sino americana- conocida el mismo año de la contrata­

ción de Bouvard: el plan de Chicago, de Burnham y Bennet. Como en ese caso, la articulación transver­

sal se obtenla mediante un sistema radial de trama diagonal, que giraba en torno al triángulo del casco
---
original, vinculando los nuevos barrios periféricos con la costa del río, al norte y al sur de la ciudad.

Aunque fueron importantes las ideas y propuestas urbanas de arquitectos como Enrique Chanourdie o

Victor Jaescke, no debe pensarse que fueron los arquitectos los únicos o los primeros profesionales para los

que la ciudad generada por la modernización comenzó a ser considerada como un problema. Médicos co­

mo Emilio Coni, autor de El Urbanismo en la Argentina, economistas como Alejandro Bunge y, sobre todo,

numerosos abogados se hicieron cargo del "urbanismo" que, a caballo del cambio de siglo, no era entendi­

do todavía como una técnica, sino simplemente como la alarmante tendencia al crecimiento de los centros

urbanos. Así, fue en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires donde más tempranamen­

te se prOdujeron tesis sobre este tema, como la de Mana, El urbanismo. Morfologla de la ciudad moderna,
1. Parq ue de la Independencia. Rosario.
de 1913, o como las de Francisco Pondal, Francisco y Juan Carlos Lagos, y tuvo lugar la publicación de Ciu­
2. Carlos Thays. Trazado del Parque
dad. Revista de Urbanismo, dirigida por Enrique E. Garcla.
3 de Febrero.
3. Parque 3 de Febrero. Buenos Aires . Si la extensión indiferenciada de la trama y los loteos y las obras de las grandes empresas constituyeron

4. Arco de entrada al Paseo del Parque. las principales marcas de la acción privada en la construcción de las ciudades, el trazado de bulevares y,
La Plata. sobre todo, de los grandes parques fueron los instrumentos de la acción pública. Una acción no homogé­

nea, cuya complejidad, su iter tortuose de realizaciones y fracasos, da cuenta de la composición siempre
Junto con las grandes avenidas, los par·
móvil de la elite, pero también de la constitución paulatina de una escena pública.
ques urbanos fueron el instrumento más
Con Torcuato de Alvear, Buenos Aires inició la serie de esos bulevares mediante la construcción de la
poderoso con que contaron los municipios
avenida de Mayo y la pavimentación y ensanche de Entre Ríos-Callao y la avenida Alvear. De origen rivada­
para definir las tendencias de crecimiento
viano, la idea de la avenida de Mayo tuvo sus primeras expresiones en los proyectos de José Marcelino la­
de las ciudades. La construcción de estos

grandes equipamientos verdes fue un ras­ gos (1869) y Carranza-Solier (1872), pero fue instrumentada por Alvear, quien consiguió que el 31 de

go distintivo de casi todas las ciudades ar­ octubre de 1884 fuera aprobada por ley 1.583. El procese de esta avenida es una buena muestra de los
gentinas de este período. distintos puntos de vista que se enfrentaban en la construcción de esta forma del espacio público: favorables
1 8 8 O - 1 9 1 O

4.

3.

a la conveniencia global que la operación suponía, aproximadamente la mitad de los 172 propietarios con
fincas sobre la traza cedieron gratuitamente sus terrenos, mientras que el resto debió ser expropiado, en un
proceso que demoró la finalización de la obra hasta 1894.
En Rosario la idea de abrir dos nuevos bulevares, el Santafecino y el Argentino, fue concebida en 1868.
A diferencia de la avenida de Mayo, en este caso se trataba de la construcción de una suerte de bordes de
la ciudad existente, una operación que, como es obvio, otorgaba un extraordinario valor a terrenos hasta en­
tonces marginales. El prímero de ellos fue inaugurado en 1887.
El intendente Luis Lagomaggiore impulsó en Mendoza la construcción de la alameda, en la avenida San
Martín (1884-1888), como medio de unión de las ciudades "vieja" y "nueva". Y procedimientos similares
determinaron que se hiciera la avenida diagonal en Córdoba. Junto con las grandes avenidas, los parques
urbanos fueron el instrumento más poderoso con que contaron los municipios para definir las tendencias
de crecimiento de las ciudades. La construcción de estos grandes equipamientos verdes fue un rasgo dis­
tintivo de casi todas las ciudades argentinas de este periodo: en Buenos Aires, el parque 3 de Febrero
(1874); en La Plata, el paseo del Bosque (1882); en Corrientes, el parque Mitre (1887); en Paraná, el par­
que Urquiza (1895); en Mendoza, el parque General San Martín (1896); en Salta, el parque 20 de Febrero
(1900); en Rosario, el parque de la Independencia (1900); en Mar del Plata, la rambla, el bulevar marítimo
y el parque Camet (1903); en Tucumán, el parque 9 de Julio (1906).
La función de los parques fue cambiando. Sarmiento concibió el parque 3 de Febrero como un instru­
mento educativo y productivo. Las epidemias acentuaron su carácter higiénico; pero estos lugares fueron
también el escenario del nuevo fenómeno del tiempo libre de las masas. Sin embargo, ninguna de estas fun­
ciones fue tan decisiva como la capacidad de estos grandes espacios de generar una ruptura en la masa
más o menos indiferenciada originada por la extensión de la cuadrícula española. En ese territorio homogé­
neo los parques introdujeron núcleos, alteraciones, que si intentaron actuar al principio como barreras a la
expansión -en casos como Rosario, La Plata o Buenos Aires- se convirtieron luego en polos de agregación
de zonas diferenciadas -y, por ende, de distinto valor- de la ciudad.
CONSTRUIR EL PAls, IMAGINAR LA NACiÓN

1.

Pero el país urbano no se construyó exclusivamente en las grandes ciudades. Con sus artefactos, sus
demandas de nuevos consumos y, en consecuencia, con la expansión de los sistemas industriales y extrac­
tivos, las ciudades ocuparon también, jalonándolo, el territorio no urbanizado. Se crearon de este modo pue­
blos industriales, colonias agrfcolas, instalaciones turísticas, centros de salud.
Si por un lado la modernización determinó en las provincias la extinción de algunas de las formas de pro-
2. ducción tradicionales, por el otro introdujo transformaciones notables. Financiada con fondos nacionales, la
construcción del ferrocarril (1876) que unía Tucumán con Rosario permitió establecer un mecanismo de pro­
ducción y distribución del azúcar nacional destinado al consumo interno. De este modo, junto a las planta­
ciones de caña se construyeron los establecimientos para la molienda, y a su alrededor crecieron los más
tempranos poblados industriales del país. No estaban destinados a los zafreros, quienes habitualmente se ins­
talaban en ranchos provisorios que ellos mismos se construían, sino a los trabajadores permanentes de los
ingenios. El ingenio solfa ocupar el centro de una trama territorial constituida a su vez por colonias menores,
como resulta claro en el Bella Vista. En su programa se contaba, además de la fábrica, la mansión del pro-
3. pietario rodeada de parques (en San Pablo y Mercedes, proyectados por Carlos Thays), las casas para em­
pleadOS y obreros y, a veces. la escuela y la capilla. Con frecuencia, chalet patronal y fábrica ocupaban el re­
mate de una formación en la que los empleados habitaban en torno de una suerte de plaza sobre la que tam­
1. P.ropuesta de plan para Futura Ciudad y
bién se ubicaban las instalaciones principales, mientras que las viviendas obreras se alineaban a los lados de
Puerto de Samborombón.
las calles de penetración al lugar, como ocurre en La Florida (1894), San Juan y Bella Vista.
2. Resistencia. Esquema general. 1876.
Como en Tucumán, también Mendoza fue temprana cabecera de la otra gran línea del ferrocarril, y en ella
3. Planta de Formosa, 1893.
se instaló la industria vitivinícola, destinada igualmente al consumo de los grandes centros urbanos del litoral.
4. Ingenio Santa Ana. Tucumán.
5. Planta de Fontana. Pero aquí los vinedos y las bodegas generaron un tipo de poblado lineal, a lo largo de los caminos de borde de
las propieéiades. Como en los casos de San Martín y Rodeo de la Cruz, sobre ellos se extendían las viviendas
El país urbano no se construyó exclusiva­ patronales y de los trabajadores, los comercios y servicios y las instalaciones industriales propiamente dichas.
mente en [as grandes ciudades. Con sus ar­ Otra de las producciones favorecidas por el modelo de modernización adoptado fue la del tanino, desti­
tefactos, sus demandas de nuevos consu­
nado especialmente al tratamiento de los cueros y obtenido del quebracho. El principal protagonista de es­
mos y, en consecuencia, con la expansión
ta explotación fue la Campa nía Forestal del Chaco, de capitales internacionales, principalmente franceses.
de los sistemas industriales y extractivos,
Se construyeron en este caso distinto tipo de asentamientos: algunos, como Villa Guillermina, apelando al
las ciudades ocuparon también, jalonándo­
trazado en damero; otros, a la manera de los ingenios organizados en torno de la fábrica, como en Fonta­
to, el territorio no urbanizado. Se crearon

de este modo pueblos industriales, colonias


na; y otros sobre el modelo de la ciudad jardín pintoresca, como en La Escondida.

lCricolas, instalaciones turísticas, centros Especialmente en Santa Fe, Entre Ríos y el sur de Córdoba tuvo lugar la fundación de colonias, destina­
de salud. das en su mayor parte a producción agrícola: en 1895, la mitad de las 2.049.683 hectáreas sembradas con

,
trigo se localizaban en la primera de estas provincias. En sólo 21 años (1871-1890) se crearon 341 asenta­

mientos de este tipo en esta región; 201 en Santa Fe, 135 en Entre Rios y 54 en Córdoba. Esperanza, San

Carlos, San Jerónimo, en Santa Fe; San José y Villa Urquiza, en Entre Rios; San Francisco y Marcos Juárez,

en Córdoba, son sólo algunos pocos nombres de los más prósperos de esos intentos, caracterizados por sus

sencillas estructuras de damero en torno de una plaza central.

El principal organizador de la mayorfa de los nuevos asentamientos fue el ferrocarril, en tanto el pro­

pio sistema requeria de servicios instalados ritmicamente a lo largo de las lineas, pero, además, porque

parte de las concesiones consistla en las tierras que el gObierno cedia a las compañlas a ambos lados de

los trazados. De este modo los pueblos ferroviarios se configuraban con centro en la estación y divididos

en dos por la via. Villa Maria, en Córdoba, fundada por el Ferrocarril Central Argentino (1876); Sampa­

cho, en Mendoza, por el Ferrocarril Andino (1875), o Firmat, en Santa Fe, por Ignacio Firmat, sobre la

vla del Ferrocarril del Oeste Santafecino (1888), constituyen algunos ejemplOS de estas instalaciones. Asi­

mismo, el ferrocarril determinó la creación de pueblos en torno de sus.propios establecimientos destina­

dos a talleres o depósitos, como ocurrió con Tatí Viejo, en Tucumán; Pérez y Laguna Paiva, en Santa Fe;

Tolosa y Remedios de Escalada, en Buenos Aires.

Además de los asentamientos originados por razones productivas, la expansión de los grandes centros 5.

del litoral sobre el territorio se produjO mediante la instalación de núcleos turisticos, sanitarios o militares..

Las campañas de expropiación de los territorios indigenas, especialmente en la Patagonia y el Chaco de­

terminaron la fundación de pOblaciones a la manera de mojones, lo que ocurrió, algunas veces, mediante

la Instalación de la cuadricula en torno de la plaza y, otras, en esquemas lineares. El avance militar dio lu­

gar a centros urbanos del primer tipo, corno Guaminf, Trenque Lauquen y Adolfo Alsina, en el sur de la pro­

Vincia de Buenos Aires; General Roca, en Rio Negro; Junin de los Andes (junto al fuerte Cumcumniyen), en
el Chubut; General Acha (1883), en La Pampa. El tipo lineal se produjo en casos como Brougnes, en el Cha­

co, donde con el mismo propóSito se fundaron también Reconquista (1872), Formosa (1879), Presidencia

Roca (1885) y Puerto Expedición (1885), hasta la ocupación plena del territorio, ocurrida en 1911. En al-
1 8 8 O - 1 910

1. Club Canottieri Italiani. ligre.


2. Bristal Hotel. Mar del Plata.
3. Casa de fin de semana. Tigre.
4. Pl.3no para un centro lurlslico en Ostende.
5. Club de Pelota y Esgrima. Buenos Aires.
6. Hotel Termas. Rosario de la Frontera.

Inicialmente sólo al alcance de sectores de

la elite, la mayor disponibilidad de tiempo

libre y las nuevas teorías higiénicas estimu­

laron el desarrollo de programas arquitectó­

nicos y urbanísticos destinados a la práctica

de deportes y a la vida al aire libre.

Hoteles, clubes, balnearios, casinos, casas

de fin de semana y establecimientos ter­

males, comenzaron a constituirse en nue­

vos ámbitos intermedios entre el espacio

público y el de la intimidad.

gunos casos, como en Colonia San Justo, en Santa Fe, se procujo una combinación entre colonia agrícola

y fuerte; en otros, este último no evolucionó hacia una población, quedando determinado por sus funciones

militares, como Puerto Belgrano, en la Provincia de Buenos Aires.

Dominado y "civilizado", el territorio se convirtió entonces en paisaje. Objeto de la mirada o vehículo

de placer corporal, importantes áreas geográficas se constituyeron así en escenarios ¡nstalados por nue­

vas obras, el Parque Nacional Nahuel Huapi (1902), en el Neuquen; el Parque Nacional del Iguazú

(1903), en Misiones; el Cristo Redentor, en la Cordillera de los Andes. El ferrocarril permitió el acceso a
zonas con buenas condiciones climáticas y geográficas. En Córdoba se construyeron gigantescas instala­

ciones con este fin, entre 1895 y 1897, en el departamento de Punilla, el Hotel Edén, que a partir de

1912 dio lugar a la actual ciudad de La Falda; en 1908, en Alta Gracia, el Hotel Sierras, casino a partir
de 1912; en Traslasierra, el Hotel Yacanto. En la Provincia de Buenos Aires cumplieron este papel las sie­
rras de La Ventana y de Tandil, desarrolladas a partir de similares intervenciones de gran dimensión, co­

mo el Club Hotel Sierra de la Ventana (1911), una alargada construcción de carácter "pintoresco", y la

ciudad de Carhué, con sus aguas termales. La existencia de estas últimas dio lugar también a la cons-
CONSTRUIR EL P A l s , IM AGIN A R L A N ACION

l.

2.

trucción de complejos hoteleros en las provincias de Santiago del Estero y Mendoza, y en Salta el doctor

Antonio Palau edificó el Hotel Termas de Rosario de la Frontera (886). Pero no siempre estas instalacio­

nes fueron germen de desarrollos urbanos posteriores y, en ocasiones, las expectativas terminaron en es­

trepitosos fracasos. Esto ocurrió en el caso de la llamada Mansión de Invierno, en Empedrado (Entre Rlos,

1909), un complejo hotelero que no llegó a utilizarse; y, aunque en territorio uruguayo, en el de las ins­
talaciones que la Compañia MThanovich levantó en las afueras de Colonia, que al hotel sumaban casino,

plaza de toros, cancha de paleta e hipódromo.

Pero la capital del turismo fue Mar del Plata, un asentamiento hasta el que en 1886 se hizo llegar un ra­

mal del Ferrocarril Sur. A partir de ese momento, a las primitivas instalaciones del Grand Hotel comenzaron

a agregarse otras, de la que la más notable fue el Bristol Hotel (l888l. Las casillas precarias de madera de

los primeros tiempos fueron reemplazadas por cottages construidos a la inglesa o a la normanda, y las cons­

trucciones de madera de las primitivas ramblas y los balnearios La Perla y San Sebastián fueron reempla­

zadas por otras en vidrio y hierro, en 1906.

Una práctica conflictiva


1. Tarjeta postal. ParqueNacional
Nahuel Huapi.
A fines del siglo XIX, el campo de los operadores dedicados a las actividades edilicias se presenta­
2. Tarjeta postal. ParqueNacional Iguazú.
ba como un territorio en disputa. Si bien cualquiera podla construir y "hacer Arquitectura", podlan
3. Tapa de la revista de la Sociedad
distinguirse varios estamentos. Estaban los arquitectos que habían cursado estudios en los estableci­
Central de ArquItectos.
mientos oficiales europeos, los que lo hablan hecho en ateliers particulares, también en Europa, los

Dominado y "civilizado". el territorio se egresados como ingenieros en la Facultad de Ciencias Exactas local, los arquitectos extranjeros resi­
convirtió en paisaje. Objeto de la mirada o dentes en la Argentina y los que enviaban sus trabajos desde sus respectivos paises. A ellos había que
vehículo de placer corporal, importantes agregar los "idóneos", constructores, "empresarios", albañiles y todos los que se lanzaban a construir
áreas geográficas se constituyeron así en
sin experienCia alguna.
escenarios instalados por nuevas obras.
Según los censos, en 1895 se desempeñaban en el país 396 arquitectos y 1.481 ingenieros. En 1914
Instrumento decisivo del nuevo fenómeno. .
serían 4.746 los profesionales dedicados a la construcción, de ellos, 2.798 constructores, 1.405 ingenieros
el ferrocarril permitió el acceso a zonas
(sin especificación de ramos) y 623 arquitectos. Por otra parte, la relación entre arquitectos e ingenieros en
con diferentes condiciones climáticas y

geográficas. Con ello la llanura y el "desier­


Buenos Aires era de 33 a 121 en 1869, 120 a 559 en 1887, 209 a 794 en 1895 y 255 a 826 en 1904, va­

to" comenzaron a dejar de ser las únicas le decir que la proporción de arquitectos disminuyó del 21,5% en el '69 al 17,7% en el '87, para aumentar

formas de imaginar al pals. al 23,6% en 1904.


1880 - 1910

Con el objetivo de poner orden en una actividad que en los comienzos de la modernización se presen­
[l\RQVlTECTW
taba como un confuso amasijo de prácticas, creencias e ideas, se definieron e instituyeron formas legales, ,

hábitos, normas éticas, límites físicos, modelos, formas de reconocimiento, etc., que fueron acotando a la

ArqUitectura como disciplina rectora de la construcción del habitar.

Este conjunto, esta Institución, debía cumplir dos objetivos fundamentales, se constituiría en la única de­

positaria de los Valores en el campo de la edilicia, diferenciando lo normal de lo patológico, y permitirla, a

partir de la sujeción de las prácticas, la renovación que las circunstancias fueran exigiendo.

Para ello se avanzó en las distintas tareas que esta operaCión acarreaba,

1) Para la definición de los agentes que el cuerpo social habrla de reconocer como únicos poseedores
de ese saber especifico se actuó en dos direcciones, en 1903 se instauró una reglamentación por la

cual se bloqueaba el flujo de profesionales extranjeros, admitiendo como idóneos exclusivamente a los

graduados en el país y a los graduados en el exterior residentes hasta la fecha; y, en 1905, mediante

la ley nacional 4.560, que abarcaba a otras profesiones, se estableció el requerimiento de título uni- 3.

versitario para el ejercicio de la Arquitectura.

Por otra parte, en 1895 adquirió personerla jurídica la Sociedad de Arquitectos, y Constructores de

Obras y, en 1901, se fundó por segunda vez la Sociedad Central de Arquitectos (luego de un primer

intento fracasado, en 1866). Esto permitió ir estableciendo una ética de la profe�ión, al tiempo que

comenzaron a atenderse y regularse intereses particulares, como los aranceles profesionales o la re­

glamentación de los concursos.

En otro plano de legalidad, pero no menos importante, se inició la construcción de una genealogla vá­

lida de la profesión. En 1913, Christophersen dictó la primera conferencia sobre la Arquitectura Colo­

nial. Mientras tanto, con la incorporación de Kronfuss comenzaron a atenderse los antecedentes de la
,
arquitectura argentina en la Escuela de Arquitectura.
'
Para el Centenario, Juan Buschiazzo, como presidente de la SCA, propuso al gobierno la redacción

de un volumen de Arquitectura Argentina.

2) Para la validación y consagración de las prácticas se instauraron competencias de calidad y se orga­


nizaron medios de difusión de los productos y agentes consagrados.

Así, en 1902 se creó el premio anual Municipalidad de Buenos Aires, con el fin de fomentar la edifi­

cación privada de carácter arquitectónico, por el cual se señalaría a los profesionales que produjeran

el edificio de mejor "carácter arquitectónico y ornamental en su fachada".

Cuatro años más tarde, la propi� Sociedad Central de Arquitectos inició una serie de concursos con

premios de honor para estimular la creatividad de los profesionales.

En abril de 1904, comenzó a publicarse Arquitectura, como órgano de los arquitectos; en los prime­

ros años como suplemento de la Revista Técnica y, poco después, como una revista autónoma.

Como medios de mayor impacto públiCO se organizaron y promovieron expoSiciones, como la que tu­

vo lugar en la muestra de Bellas Artes realizada con motivo del Centenario, en el pabellón de Plaza

San Martín al que nos referiremos más adelante.

3) Para garan1izar la reproducción de los distintos actores e ideas se actuó en los tres niveles de ense­
ñanza. En el primario, se organizó el aprendizaje de dibujo en las escuelas públicas, pues se pensa­

ba que de este modo los �ectores populares elevarían el valor de su trabajp, pero, además, para que

pUdiera crearse un nivel intermedio entre la elite intelectual y la mano de obra obrera. Avanzando en

este sentido, en el nivel secundario se creó el curso de Maestros Mayores de Obras, con la instalación

del Colegio Industrial de la Nación. Por último, en el nivel terciario Luis A. Huergo, como decano de

la Facultad de Ciencias Exactas, creó en 1901 la Escuela de Arquitectura.

Sin embargo, llama la atención que el cuerpo profesional no actuó de manera homogénea. Por el con­

trario, los inscriptos en la Sociedad Central de Arquitectos constitulan sólo el 10% de la totalidad de los ar­

quitectos registrados en 1914 y, según recordaría años más tarde Alejandro Christophersen, en aquel

momento sus "colegas" no llegaban al centenar.

Teniendo en cuenta que el ingreso a la SCA era selectivo, resulta evidente que ésta representaba a

un grupo que buscaba separarse del conjunto de los operadores trazando en torno de sus integrantes un

circulo de exclusión, en su interior la Arquitectura, en su exterior la Ingeniería, las disciplinas subordinadas

o unas prácticas bastardas.

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