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De lo que pasa cuando te mira una rosa

No se podía ver, todo era terco,


oscuramente terco y apagado.
¿Sería, por fin, ese el principio?
¿Era ese el final?
¿Se sale por aquí?
¿O por aquí se entra?

No se podía saber.
Y salió a brillar,
como el sol del mediodía,
en su balcón.

Se entretenía mirando las nubes


hasta que él, todas las tardes,
calmara su sed.
Y lo esperaba para compartir
la sorpresa, casi cotidiana del atardecer.

Conoció sus lunes, tuvo frío.


Aprendió que los sábados
se le fugaban con pena,
que los domingos
no sabía qué hacer.
Lo vió llevarse la mano a la cabeza,
querer pensar pero no tener tiempo.

Y de repente se llenó de miedo.

¿A donde fueron a dar


tantas hojas de aquél árbol?
¿A dónde iran sus palabras sucias
de sangre de Abril?
¿Por dónde estarán las angustias
que desde sus ojos saltaron ante mi?

¿A dónde irán sus cosas comunes,


lo de todos los días?
¿A dónde irán la mesa y el té?
¿A dónde irán los pequeños terribles
encantos que tiene este hogar?

¿Acaso nunca volverán a ser algo?

Se supo breve.
¿A dónde iré yo?

Repitamos la historia, le dijo a sus raíces.


Quiero volver.
Estoy enamorada de ese hombre.

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