oscuramente terco y apagado. ¿Sería, por fin, ese el principio? ¿Era ese el final? ¿Se sale por aquí? ¿O por aquí se entra?
No se podía saber. Y salió a brillar, como el sol del mediodía, en su balcón.
Se entretenía mirando las nubes
hasta que él, todas las tardes, calmara su sed. Y lo esperaba para compartir la sorpresa, casi cotidiana del atardecer.
Conoció sus lunes, tuvo frío.
Aprendió que los sábados se le fugaban con pena, que los domingos no sabía qué hacer. Lo vió llevarse la mano a la cabeza, querer pensar pero no tener tiempo.
Y de repente se llenó de miedo.
¿A donde fueron a dar
tantas hojas de aquél árbol? ¿A dónde iran sus palabras sucias de sangre de Abril? ¿Por dónde estarán las angustias que desde sus ojos saltaron ante mi?
¿A dónde irán sus cosas comunes,
lo de todos los días? ¿A dónde irán la mesa y el té? ¿A dónde irán los pequeños terribles encantos que tiene este hogar?