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Duranti Alessandro - Antropologia Linguistica
Duranti Alessandro - Antropologia Linguistica
A l e ss a n d r o D u k a n t i
SI C a m b r i d g e
I i # UNIVERSITY PRESS
P u b lic a d o p o r T h e P r e s s S y n d ic a t e o f t h e U n i v e r s i t y o f C a m b r id g e
T h e P ite B u ild in g ,T m m p in g t o n S treet, C a m b r id g e , U n it e d K in g d o m
C a m b r id g e U n iv e r s it y P r ess
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T ítulo original Linguistic (iiirhropology ISB N 0 521 44536 1
publicado por Cambridge University Press 1997
© C am bridge University Press 1997
Q uedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier m edio o procedimiento, comprendidos la reprografía
y el tratamiento inform ático, y la distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo público.
' M alinowski también utilizó el térm ino etnolingüística en sus primeras obras, donde
escribió explícitam ente que existía «una necesidad urgente de una teoría em olingüísdca, una
teoría que sirva de guía a la investigación lingüística realizada entre nativos y en contacto con el
estudio etnográfico».
colección de textos «exóticos» que ellos estudian, es decir, normalmente
producidos por miembros de sociedades no alfabetizadas y tecnológi
cam ente menos avanzadas4. El acto de haber escrito un ensayo sobre
algunos aspectos de la gramática oral de un pueblo que no conoce la
escritura — ya sea en la jungla brasileña o en el desierto del Kalahari—
no califica a alguien com o antropólogo lingüístico. Son más bien los
objetivos y los m étodos específicos los que distinguen un proyecto
antropológico de un estudio o investigación lingüística, por un lado, y
de un relato etnográfico, por otro.
Lo que distingue a los antropólogos lingüísticos de otros estudian
tes de la lengua no es solo el interés por el uso del lenguaje — una pers
pectiva que com parten con otros investigadores, especialm ente,
dialectólogos y sociolingüistas (H udson, 1980)— , sino su visión del
lenguaje com o un conjunto de estrategias simbólicas que form an par
ten del tejido social y de la representación individual de mundos posi
bles o reales. Esta perspectiva p erm ite a los antropólogos lingüistas
abordar de manera innovadora algunos de los temas y asuntos que cons
tituyen. el núcleo de la investigación antropológica, como las políticas
de la representación, la constitución de la autoridad, la legitimación del
poder y de las bases culturales del racismo y del conflicto étnico, el pro
ceso de socialización, la construcción cultural de la persona (o del indi
viduo), las políticas de la em oción, la relación entre la acción ritual y
las formas de control social, el dom inio específico del conocim iento y
la cognición, el hecho artístico y las políticas de consumo estético, el
contacto cultural y el cambio social.
Suele presentarse la antropología lingüística com o una de las cua
tro ramas tradicionales de la antropología (las otras tres son: la antro
pología arqueológica, la biológica o física y la sociocultural)5. Sin
embargo, ser un antropólogo y trabajar sobre el lenguaje son dos con
diciones que no cualifican necesariam ente a alguien com o antropó
4 En este punto mantengo una postura totalm ente opuesta a la definición de H oijer de
Lingüística antropológica com o «... un cam po de investigación dedicado principalmente a realizar
estudios sincrónicos y diacrómcos de los lenguajes de los pueblos que carecen de escritura».
3 Por lo que respecta a esta discusión, estoy obviando la distinción que en ocasiones se
ha hecho entre antropología social — que trata de la reproducción de sistemas sociales
concretos— y la antropología cultural — que es el estudio de las nociones de cultura desde una
orientación más cogniriva, que proponían Boas y sus discípulos.
logo lingüista. D e hecho, es perfectam ente posible ser antropólogo y
hacer una descripción gram atical de un lenguaje que aporte poco o
nada a la teoría y m étodos de la antropología lingüística. H ay que
entender la antropología lingüística como una parte del amplio campo
de la antropología, no porque sea un tipo de lingüística que se practi
que en los departamentos de antropología, sino porque examina el len
guaje a través del prism a de los intereses antropológicos, entre los
cuales están: la transm isión y reproducción de la cultura, la relación
entre los sistemas culturales y otras formas de organización social, y el
papel de las condiciones m ateriales de existencia en la com prensión
que los individuos tienen del m undo. Esta visión de la antropología
lingüística no significa, sin embargo, que sus líneas de investigación se
foqen siempre en el m olde de los otros campos de la antropología. Al
contrario, su misma existencia com o disciplina independiente se ju s
tifica solo en tanto en cuanto pueda establecer sus propios objetivos,
que se basan en las cuestiones de la antropología, pero que no tienen
por qué guiarse exclusivamente por ellas6. En particular, com o expli
caré más adelante, no todas las perspectivas de la cultura, dentro de la
antropología sociocultural, conducen de m odo idéntico a la compleja
noción de lenguaje que asum en actualm ente la mayoría de antropó
logos lingüísticos. M uchos antropólogos culturales continúan consi
derando que el lenguaje es principalm ente un sistema de clasificación
y representación, y cuando se utilizan formas lingüísticas en las etno
grafías, se suelen utilizar com o denom inaciones para algunos signifi
cados que se han form ado in d ep en d ien tem en te. Los antropólogos
lingüísticos, p o r otro lado, han hecho hincapié en una visión del len
guaje com o un conjunto de prácticas que desempeña un papel esen
cial en la m ediación de aspectos materiales e ideativos de la existencia
hum ana y, en consecuencia, en la creación de maneras singulares de
estar en el m undo. Esta visión dinámica del lenguaje es lo que otorga
a la lingüística antropológica su especial lugar en el cam po de las
humanidades y de las ciencias sociales.
'■ C on ello, estoy reformulando una antigua defin ición de H ym es (1964a: xxiii): «En un
sentido, [la lingüística antropológica] es una actividad característica, la actividad de aquellos cuyas
preguntas sobre el lenguaje se han forjado a la luz de la antropología... Puede que su enfoque
incluya problemas que quedan al margen del activo interés de la lingüística, y siempre incluye el
singular problema de la integración con el resto de la antropología.»
La antropología lingüística, en tanto cam po de estudio, parte del prin
cipio teórico de que las palabras im portan, y del hallazgo em pírico de
que los signos lingüísticos com o representaciones del m undo y cone
xiones con el m undo nunca son neutrales; se utilizan constantemente
para la construcción de afinidades culturales y de diferencias cultura
les. El gran éxito del estructuralismo en la lingüística, la antropología y
otras ciencias sociales puede explicarse de algún m odo por el hecho de
que una buena parte de la interpretación es u n proceso de com para
ción que supone, lógicamente, diferenciación. Lo que los antropólogos
lingüísticos añaden a esta intuición fundam ental es que las diferencias
no solo habitan los códigos simbólicos que las representan. Las dife
rencias no solo se deben a la sustitución de un sonido por otro (/so l/
frente a /sa l/) o a una palabra p o r otra (es una gran sorpresa frente a es
una gran tentación), sino que tam bién se manifiestan gracias a concretos
actos de habla, a la mezcla de palabras co n acciones y a la sustitución
de las palabras por la acción. D e los estructuralistas aprendimos a pres
tar atención a lo que no se dice, a las preguntas y respuestas alternati
vas, al a m enudo preterido y, sin embargo, posible y significativo silencio
(Basso, 1972; Baum an, 1983). C uando pensam os sobre lo que se dice
en oposición a lo que no se dice, establecemos u n fondo contra el que
evaluamos lo dicho (Tyler, 1978). Pero ¿qué am plitud y profundidad
debe tener nuestra investigación?, ¿cuántos niveles de análisis se consi
deran suficientes? Esta no es solo una pregunta acerca del núm ero de
enunciados, hablantes y lenguas que deberían estudiarse, sino acerca de
la función de la etnografía, sus méritos y límites. Es una pregunta sobre
el ám bito del fenóm eno que consideramos relevante, sobre lo que es y
hace la lengua, u n ám bito que es infinitam ente amplio, pero que está
constreñido deJacto por la acción y la com prensión humanas. N o pode
mos pensar el m undo entero de una vez, y una buena parte del trabajo
de los antropólogos lingüísticos trata de los m odos en que las palabras
que pronunciam os en un m o m ento determ inado proporcionan, p ri
m ero a los participantes y después a los investigadores, un punto de
vista, un m odo de reflexionar sobre el m undo y la naturaleza de la exis
tencia humana. C om o han señalado los grandes filósofos del pasado, los
seres hum anos son solam ente criaturas que piensan sobre sí mismas
pensando. Esta conciencia está estrecham ente vinculada a la represen
tación simbólica y, po r tanto, a la facultad del habla. Pero el lenguaje es
más que una herram ienta reflexiva con la que intentamos encontrar el
sentido a nuestros pensam ientos y acciones. A través del uso del len
guaje penetram os en u n espacio interaccional que ha sido en parte
construido a nuestra manera, un m undo en el que algunas distinciones
parecen importar más que otras, un m undo donde cada opción que ele
gimos es parcialmente contingente con lo que ocurrió antes y contri
buye a la definición de lo que ocurrirá después.
Consideremos los saludos, por ejemplo. E n muchas sociedades, los
saludos adoptan la forma de preguntas sobre la salud de una persona, por
ejemplo, el inglés o español «¿cómo estás?». En otras sociedades, el saludo
puede ser una pregunta sobre el destino inmediato de los participantes,
por ejemplo el pan-polinesio «¿adonde vas?», que estudia Firth (1972).
Hay muchas preguntas que podemos hacer e hipótesis que podemos for
mular, si querem os estudiar este fenóm eno. ¿Son estas preguntas fór
mulas? Y, si es así, ¿por qué im porta la manera en que respondemos?,
¿revela el contenido de estos intercam bios rutinarios algo acerca de
aquellos que los emplean, sobre sus antepasados, sobre la hum anidad en
su.conjunto?, ¿por qué la gente se saluda?, ¿cómo se sabe cuándo saludar
o a quién saludar?, ¿las semejanzas y diferencias en las formas de saludar
de las distintas variedades lingüísticas, de las comunidades de habla y de
los tipos de intercambios dentro de la misma com unidad revelan algo
interesante sobre los hablantes o a los hablantes?
Aunque la antropología lingüística también se define por sus m éto
dos etnográficos (véase el capítulo 4), estos m étodos no son en m odo
alguno únicos; hay otras disciplinas interesadas en la investigación
em pírica de la conducta hum ana que siguen procedim ientos simila
res, aunque no necesariam ente idénticos. Los antropólogos lingüistas
tam bién atribuyen una gran im portancia a las prácticas de escritura,
esto es, a los m odos en los que el habla y otras actividades simbólicas
se docum entan prim ero m ediante diversas convenciones de transcrip
ción y con la ayuda de nuevas tecnologías, para que luego sean acce
sibles al análisis y la argum entación (véase el capítulo 5). Sin embargo,
existen otras disciplinas cuya experiencia es superior en esta clase de
procedim ientos. A unque los m étodos pueden contribuir a crear una
tensión fructífera entre teoría y práctica, nunca pueden agotar ni defi
nir la singularidad de una disciplina.
La singularidad de la antropología lingüística reside en otra parte,
más concretamente, en su interés por los hablantes como actores socia
les, en el lenguaje com o condición y resultado de la interacción social,
en las comunidades de habla com o entidades simultáneamente reales e
imaginarias cuyas fronteras están constantemente rehaciéndose y nego
ciándose a través de miles de actos de habla. La antropología lingüística
se construye en parte sobre el trabajo de los lingüistas estructuralistas,
pero proporciona una perspectiva diferente de su objeto de estudio, que
es el lenguaje, y en últim a instancia construye un nuevo objeto. D e n
tro de este nuevo objeto cabe también «el instinto lingüístico», del cual
trataron los gramáticos formalistas, quienes subestim aron los funda
m entos biológicos de la facultad de hablar (Pínker, 1994), pero que es
tam bién una manifestación de un conjunto de problemas distintos y,
p o r tanto, de unos objetivos de investigación diferentes.
C om o estudiamos en los siguientes capítulos, los gramáticos están
acostumbrados a tratar con el lenguaje com o un sistema abstracto de
reglas para la combinación de elementos discretos pero carentes de sig
nificado (fonemas), que form an unidades significativas (morfemas), que,
a su vez, se combinan en unidades de más alto nivel (palabras, proposi
ciones, oraciones). La separación teórica que subyace a la lingüística
estructural cuando distingue entre el lenguaje com o sistema abstracto
y el lenguaje como sistema concreto restringe el ámbito del fenómeno
relevante a la teoría7. Este tipo de idealización ha hecho progresar enor
m em ente la com prensión de las propiedades formales de las lenguas.
Su objetivo último, sin embargo, no es la com prensión del papel y el
lugar que ocupan las formas lingüísticas y sus contenidos (incluida la
gramática) en la vida individual y colectiva de las personas, sino las pro
piedades universales de la m ente hum ana que se derivan de las propie
dades formales de los sistemas lingüísticos, cuando estas se infieren a
partir del estudio de las intuiciones. Desde esta perspectiva, los hablan
tes cuentan tan solo com o representativos de una abstracta especie
hum ana. Lo que un hablante o un dialecto determ inado puede o no
hacer en comparación con los demás es interesante solo en la m edida
en que revela algo de la m ente hum ana y de nuestra capacidad innata
para desarrollar algún tipo de lenguaje. Es la facultad del lenguaje más
que el lenguaje en sí mismo lo que constituye el objeto de estudio de
' Estoy pensando en la conocida distinción que trazó originalm ente Saussure (1959), y
que después refcrnuiló Chomsky, primero en térm inos de com petencia y actuación (Chomsky,
1965) y, posteriormente, com o lengua-1 y lengua-E (Chomsky, 1986).
una gran parte de la lingüística form al contem poránea. Por tanto, la
mayoría de los gramáticos formales estudian tan solo un muy abstracto
y rem oto homo sapiens, no los niños de un b arrio de Filadelña ni los
oradores akan de Ghana. Para la antropología lingüística, en cambio, el
objeto y el fin de su estudio es, tom ando prestada una sugerente m etá
fora de Toni M orrison (1994), el lenguaje como medida de nuestras vidas.
Esta es una de las razones por la cual los antropólogos lingüísticos tien
den a centrarse en la actuación lingüística y en el discurso situado. En
vez de concentrarse exclusivamente en lo que nos hace cognitivamente
iguales, se centran tam bién en cóm o el lenguaje perm ite crear y crea
distinciones entre los grupos, los individuos, las identidades.
El lenguaje es la herram ienta intelectual más flexible y poderosa
que los seres hum anos hem os creado. U n a de sus muchas funciones es
su capacidad para reflejar el m undo, incluida ella misma. El lenguaje
puede utilizarse para hablar sobre el lenguaje (véase el capítulo 3).
Desde un punto de vista más general, com o ha mostrado M ichael Sil
verstein (1976b, 1981, 1993), la posibilidad de hacer descripciones cul
turales y, p or tanto, el destino de la antropología cultural, depende de
la m edida en que un lenguaje determ in ad o perm ita a sus hablantes
articular en un sistema lo que hacen co n las palabras en la vida
corriente. C om o bien supieron desde el principio Boas, M alinowski
y otros fundadores de la antropología m oderna, el lenguaje es el encar
gado de proporcionar las interpretaciones de los hechos que observa
el etnógrafo; de hecho, sin él no es posible describir los hechos. M ucho
antes de que los antropólogos de la interpretación propusieran pensar
en la cultura com o un texto, lo que los etnógrafos se. llevaban consigo
cuando regresaban a sus casas eran principalm ente textos, es decir, cua
dernos llenos de descripciones, historias, listas de nombres y objetos,
algunos dibujos, y diversas extrañas tentativas de traducción. Lo que
realmente im portaba eran las historias que los etnógrafos habían oído
y las descripciones que recogían de las personas, las relaciones, los luga
res, los sucesos ocurridos. Este aspecto de su trabajo hace que para todo
etnógrafo sea aún más apasionante convertirse en un experto analista
del discurso.
Pero una cultura no solo se manifiesta en las historias que oímos
contar una y otra vez. Tam bién se encuentra en los intercam bios que
hacen posible dichos relatos, en las form as de organización que per
m iten participar a unos y segregar a otros, ser com petentes o incom
petentes, dar órdenes o ejecutarlas, h acer preguntas o responderlas.
C om o se postula en los siguientes capítulos, ser un etnógrafo del len
guaje significa ten er instrum entos para oír, y luego, para escuchar
aten tam en te lo que las personas d icen cuando se reúnen; significa
aprender a com prender qué pretenden los participantes en una inte
racción, qué es lo que ellos consideran significativo, a qué prestan aten
ción y con qué fines. Las grabadoras y las cámaras de vídeo son de
gran ayuda, no cabe duda, pero tam bién nos hace falta un com plejo
instrum ental analítico. El estudio de las unidades de análisis en esta obra
se guía por la idea de que el análisis significa dividir el flujo continuo
de la experiencia, que caracteriza la percepción propia del m undo, en
fragm entos operativos que puedan aislarse para la disección, en for
mas que no sean del todo ad hoc, pero sí reproduciblés. U na aproxi
m ación antropológica al problem a de establecer unidades de análisis
ha de interesarse en si la segm entación que proponem os com o ana
listas es coherente con lo que creen los propios participantes. D es
graciadam ente (o afortunadam ente, depende del punto de vista que
se adopte), no podem os p reg u n tar a la gente si tiene sentido para
nosotros analizar lo que ellos hacen en térm inos de las ideas que han
creado los analistas del lenguaje. C onceptos tales como morfemas, ora
ciones, juegos de lenguaje, pares adyacentes, marcos de participación,
no suelen tener m ucho sentido fuera de un determ inado paradigma
de investigación. El problem a, entonces, es cóm o encontrar concep
tos analíticos que sean coherentes co n la perspectiva de los partici
pantes sin convertir a cada inform ante en un antropólogo con nuestras
propias preferencias analíticas.
La búsqueda por parte de los antropólogos lingüísticos de dim en
siones relevantes, de criterios de relevancia, para la comprensión del ser
hum ano ha conducido a prestar especial atención a los detalles de las
situaciones comunicativas cara a cara, lo que, al.parecer de algunos teó
ricos sociales, implica una separación entre las interacciones que se estu
dian y las fuerzas sociales que operan desde fuera de dichas interacciones.
Así, Pierre Bourdieu (1990; B ourdieu y W acquant, 1992) sostiene que
algunos análisis realizados por analistas de la conversación y antropólo
gos lingüistas caen en lo que él llama la «falacia ocasionalista» de creer
que los encuentros surgen de la nada. P or su parte, Bourdieu argumenta
que el m undo de cada encuentro está predeterm inado por relaciones
más amplias de raza, género y clase.
Sin embargo, ningún antropólogo lingüístico estaría en contra de
la relevancia potencial de «relaciones más amplias» y, de hecho, una
buena parte del trabajo em pírico de la disciplina se orienta a diseñar
fórmulas que conecten el fenóm eno analizable a u n nivel-micro, a tra
vés de grabaciones y transcripciones, con el casi siempre invisible telón
de fondo de las relaciones entre las personas, mediadas como están por
sus propias historias, incluyendo las institucionales. El hecho de que
algunas veces sea difícil establecer dichas conexiones — y en este
terreno queda aún m ucho camino por recorrer— no significa siempre
una debilidad teórica ni una ingenuidad política. Lo que podría pare
cer a los antropólogos so ció culturales com o una laguna teórica, se debe
de hecho a su renuencia a abrazar teorías y categorías surgidas de un
dudoso trabajo em pírico. C o n frecuencia, la sola aceptación de que
«todo intercam bio lingüístico contiene la potencialidad de un acto de
poden» (Bourdieu yW acquant, 1992:145) significa que los analistas pue
den ignorar los detalles de cóm o dichos actos de poder se producen
realmente. C on frecuencia nos encontram os con fenómenos que pare
cen extraídos de u n guión basado en el conocim iento político del
m om ento. Este conocim iento supone tam bién observar qué hacemos
como analistas. Si una de las preguntas básicas de los etnógrafos es «¿a
quién le im porta esto?», debemos estar preparados para contestar que
en algunos casos algo es solo im portante para nosotros, que nosotros
somos el contexto, tal como hemos aprendido de los antropólogos crí
ticos contemporáneos (Clifford y Marcus, 1986), Pese a la reflexión que
todo ello conlleva, nuestra búsqueda epistemológica no puede desem
bocar en este reconocim iento. E n otras ocasiones debemos aprender a
desenfocar, suspender el juicio y, por tanto, «sustraernos», a ser capaces
de oír los enunciados de los hablantes’de un m odo que, si tenem os
suerte, se aproxime — aunque en absoluto sea idéntico— al m odo en
que ellos los han escuchado. El conocim iento de la clase social de los
participantes, de la historia familiar, del género, nos proporciona tan
solo una parte — aunque virtualm ente im portante— de la historia que
se está construyendo. C om o ha indicado Susan Gal (1989); los recien
tes trabajos sobre el lenguaje de las mujeres rechazan de raíz cualquier
idealización esencialista de «una voz de mujer» y de la noción implí
cita de una cultura separada, y avanzan la hipótesis de «prácticas lin
güísticas más contradictorias y ambiguas, que difieren de m ujeres de
unos grupos étnicos y clases sociales a otras, en un espectro que va de
la adaptación a la oposición, la subversión, el rechazo o la reconstruc
ción de definiciones culturales hegemónicas» (Gal, 1989: 4). Si quere
mos hablar de género, habla y poder, sostiene Gal, lo prim ero que
necesitamos hacer es averiguar qué es lo que se entiende po r p od er y
discurso de poder en las distintas culturas. D ebem os estar preparados
para la posibilidad de que el poder signifique distintas cosas en cultu
ras distintas. Para los antropólogos lingüísticos, una noción de poder
diferenciada significa aceptar que posiblem ente encontraremos prácti
cas lingüísticas distribuidas de m odos distintos en función de las coor
denadas de género, clase o etnia. Pero no podrem os determ inar esta
distribución con rotundidad, si nos basamos exclusivamente en el cri
terio de dom inación o hegem onía y hacem os abstracción del lenguaje.
Los antropólogos lingüistas p arten del presupuesto de que hay
dimensiones del habla que solo pueden captarse si estudiamos lo que
la gente hace realm ente con el lenguaje, relacionando las palabras, los
süencios y los gestos con el contexto en que se producen estos signos.
U na consecuencia de esta postura program ática ha sido el descubri
m iento de las muchas formas en que el habla es acto social y, com o tal,
sujeto a las restricciones de la acción social. Asimismo, nos ha p erm i
tido entender cóm o el habla produce acción social y tiene consecuen
cias para nuestros modos de estar en el m undo y, en última instancia,
para la hum anidad.
D urante las últimas décadas hay tres áreas teóricas principales que se
han abierto camino dentro de la antropología lingüística. Cada una de
estas áreas se dedica a la com prensión de una de las siguientes nocio
nes analíticas: (i) la actuación; (ii) la deixis, y (iii) la participación. Estas
tres nociones están relacionadas entre sí, tal y com o clarificaremos en
los siguientes apartados.
1.4. í. Actuación
El concepto de actuación procede de diversas fuentes y puede inter
pretarse, en consecuencia, de diversas formas. U n uso del térm ino tiene
su origen en el trabajo teórico de N o am C hom sky y en la distinción
que estableció en Aspectos de la teoría de la sintaxis (1990) entre co m
petencia y actuación. Esta distinción se inspiró, en parte, en la que
Saussure había establecido a su vez entre langue y parole (Saussure, 1959),
'* Véanse Hymes (1971), Jourdan (1991), Miililhnüsler (19S6), Rom aine (1986, 1994: cap.
6),T hom ason y Kaufman (1988). Para un estudio de la estructura de las lenguas pidgin y criollas,
véase H o lm (1988. 1989).
donde la prim era correspondía al sistema en su conjunto, con inde
pendencia de los usos particulares que hicieran los hablantes, y la
segunda al uso concreto que los hablantes hacían del sistema. D entro
de este contexto, la competencia describe la capacidad del lenguaje, esto
es, el conocim iento — en su m ayor parte inconsciente— que un
hablante nativo posee de los principios que perm iten una interpreta
ción y un uso de un-lenguaje particular. Actuación, en cambio, es el uso
real de una lengua que, según C hom sky se basa en la competencia, pero
que se rige tam bién por principios com o la atención, la percepción y
la m em oria, a los cuales no es necesario apelar para la noción de com
petencia, ya que es el conocim iento abstracto que los hablantes tienen
de la lengua con independencia del uso que hagan de ella1". La com
petencia en este caso es el conocim iento ideal que un hablante tiene
de una lengua". Actuación, en cambio, es la aplicación de ese conoci
m iento al acto de hablar.
La noción de actuación es diferente de la que utilizó el filósofo
j. L. Austin (1962) para su categoría de verbos realizativos que hacen
explícito el tipo de acto que un determ in ad o enunciado pretende
lograr (véase el capítulo 7). En el enunciado Te ordeno que salgas de la
habitación, em itido p o r una persona que tiene la autoridad de dar una
orden a otra que está en la posición de ejecutarla, el verbo ordeno no
describe lo que el hablante cree que es cierto sobre una realidad inde
pen diente. Se trata más bien de u n in ten to de alterar la realidad,
haciendo que esta concuerde con los deseos, y expectativas del
hablante. Este es un ejemplo del m odo en que las palabras hacen cosas.
Para Austin, todos los enunciados hacen algo, incluso aquellos que pare
cen simplemente describir un estado de cosas (el cielo es azul), que cum
plen la función de informar.
En los artículos más recientes de Chomsky, la distinción entre com petencia y actuación
se ha recuparado mediante otra distinción: la que se establece entre «lengua interna» (lengua-I)
y «lengua externa» (lengua-E) (Chomsky, 1986) (véase el epígrafe 3.5.1).
n La noción de com petencia de C hom sky fue criticada por D ell Hym es (1972b), quien
introdujo la noción alternativa de c o m p e te n c ia c o m u n ic a tiv a , que es el conocim iento que
un hablante necesita para funcionar c o m o miem bro de un grupo social. A unque la noción de
H ym es intenta resolver algunos de los problemas inherentes a la noción de Chomsky, comparte
con este último los mismos presupuestos epistemológicos. Algunos de ellos han sido cuestionados
por perspectivas teóricas recientes c o m o la teoría de la práctica y la cognición distributiva (véase
el capítulo 2).
N o hay duda de que a los antropólogos les interesa lo que los
hablantes hacen con el lenguaje. E n este sentido, puede verse su tra
bajo tanto com o u n desarrollo de la noción de C hom sky de actuación
o «uso del sistema de la lengua», com o de la n o ció n de actuación de
Austin o «hacer cosas con palabras». Sin em bargo, cualquiera de estas
dos visiones del interés de los antropólogos lingüísticos en la actua
ción excluiría un tercer sentido, igualm ente im portante, que proviene
de los estudios del folclore, la poética y, en general, de las artes (Bau
m an, 1992b; B aum an y Briggs, 1992; P alm er y Jankowiak, 1996).
A ctuación se refiere en este sentido a una zona de la acción hum ana
donde se presta especial atención a la fo rm a del mensaje; es lo que
R o m án Jakobson (1960) llamó la «función poética» del habla (véase el
epígrafe 9.2). A ctuación es «algo creativo, actuado, logrado» (Hymes,
1981: 81). Es una dimensión de la vida hum ana que tiene un lugar pre
ponderante en la música, el teatro y otras m anifestaciones públicas de
la creatividad artística. Se encuentra, p o r ejem plo, en los debates ora
les, en la narración de historias, en las canciones, y en otras activida
des orales donde lo que los hablantes dicen se evalúa de acuerdo con
cánones estéticos, esto es, por la belleza de su elocuencia o de su eje
cución, o de acuerdo con el efecto que tiene sobre el auditorio, con
cretam ente, p o r su capacidad para «em ocionar» al auditorio (Briggs,
1988). Pero esta noción de actuación tam bién puede describir lo que
solem os observar en las situaciones com unicativas más corrientes,
cuando los actores sociales dem uestran p o n e r su habilidad o su cui
dado en la elocuencia del mensaje. Subrayar y centrarse en esta otra
n o ció n de actuación es algo más que el m ero reconocim iento del
hecho de que el habla tiene siem pre una dim ensión estética, com
prendida com o un cuidado en el m odo de decir lo que se dice. Signi
fica tam bién subrayar el hecho de que el habla p o r sí misma significa
siempre una exposición al juicio, reacción y cooperación de un audi
torio, que interpreta, confirma, aprueba, sanciona, engrandece o subes
tim a lo que se ha dicho (D uranti y B renneis, 1986). Bajo este otro
sentido de actuación subyace, además de una dim ensión de responsa
bilidad, una dim ensión de riesgo y de desafío (Bauman, 1977). Incluso
el hablante más com petente puede decir la palabra equivocada en el
m om ento equivocado, igual que el m ejor de ios actores puede om itir
una pausa o un cantante de ópera puede co m eter un error al m odu
lar su voz. Distintas perspectivas de las ciencias sociales han recono
cido esta dim ensión dramática de la actuación verbal, incluyendo el
uso de las metáforas dramatúrgicas, que utiliza Goffman, com o actor,
escenario, proscenio, entre bastidores, marco, o la crítica de B ourdieu (1977)
a la objetividad de los paradigmas en antropología, cuando pretende
descifrar la «lógica» de la acción hum ana sin contar con la im portan
cia de «lo desconocido», que es la tensión y la incertidum bre que rei
nan en las diferentes fases de u n intercam bio (véase la sección 2.1).
En este sentido, actuación es una dimensión om nipresente del uso
del lenguaje porque es una dimensión omnipresente de la evaluación del
lenguaje y no hay uso sin evaluación. Estamos siendo constantem ente
evaluados por nuestros oyentes y p o r nosotros mismos com o nuestros
propios oyentes.
Finalmente, la noción de actuación implica una noción de creati
vidad (Palmer y Jankowiak, 1996) y de improvisación (Sawyer, 1996),
que se encuentran en toda clase de actividades com unicativas y de
eventos comunicativos, desde el más ritualizado y formal al más ordi
nario y casual. En la tradición del norte de Yemen, que ha estudiado
Steven Catón, la habilidad del poeta en su alocución consiste no solo
en recitar versos de m em oria, sino en «situar su discurso en u n escena
rio concreto, ofreciendo pequeñas referencias de lugar y tiem po»
(Catón, 1990:106). Esto significa que el poeta debe saber cóm o conec
tar los versos tradicionales con el aquí y el ahora. Esto puede decirse en
general de cualquier práctica discursiva oral. U no de los atributos que
debe tener un gran orador en la sociedad de Samoa es saber qué incluir
y qué dejar fuera de su discurso, al mismo tiem po que relaciona m etá
foras conocidas y proverbios con el m om ento en que pronuncia su dis
curso y con los nombres y títulos de los asistentes.
Hablar con fluidez una lengua significa ser capaz de entrar en cual
quier conversación sin alterar la misma y hacerlo del m odo apropiado.
Esta habilidad conversacional, que solemos dar por supuesta (hasta que
encontram os a alguien que no la tiene, o que ignora sus implicaciones
sociales), no es m uy distinta de la form a en que un experim entado
m úsico de jazz puede participar en la com posición de otro músico,
embelleciéndola con su entrada, jugando con el m otivo musical prin
cipal, poniendo de relieve unos registros de la m elodía frente a otros,
citando otras versiones de la misma pieza por otros músicos, o probando
conexiones armónicas diferentes, todo ello sin perder de vista lo que
hace el resto de miembros de la banda (Berliner, 1994).
1.4.2. La deixis
Los filósofos han reconocido desde hace tiempo que hay diferentes tipos
de signos. Immanuel Kant, en su Antropología desde un punto de vista prag
mático ([1798], 1974), distinguió entre signos a r b itra rio s y n atu ra les.
Las letras que representan sonidos lingüísticos serían un ejemplo de soni
dos arbitrarios. N o hay una relación necesaria entre la forma de una letra
particular y la calidad del sonido o sonidos que representa, como demues
tra el hecho de que pueda representarse el mismo sonido mediante letras
distintas en el mismo alfabeto o por símbolos distintos de otras tradicio
nes ortográficas (i. e. latín Érente a cirílico). Una letra representa un sonido
y puede evocar ese sonido en un lector porque se ha establecido una con
vención y ha sido aceptada por la comunidad. Por otro lado, el hum o que
nos alerta de que hay fuego es un signo no establecido p o r una conven
ción, sino por el conocimiento de un fenómeno natural recurrente. Existe
una relación de contigüidad entre el signo (humo) y el fenóm eno que
representa (fuego). Basándose en la creencia de que «si hay humo, enton
ces fuego», un persona que advierte el hum o puede inferir que hay un
fuego cerca. El hum o no «representa» el fuego, del mismo modo en que
la palabra fuego podría servir para contar una historia sobre un suceso ocu
rrido. El hum o real está en conexión espacio-temporal y física con otro
fenóm eno relacionado y adquiere «significado» p o r m edio de la cone
xión espacio-temporal y física12. Partiendo de observaciones similares, el
filósofo americano Charles Peirce llamó al hum o índice y lo distinguió
de otros signos arbitrarios (símbolos) y signos que intentan reproducir
algún aspecto de su referente (iconos) (véase la sección 6.8). Los índices
(o deícticos, como muchos estudiosos prefieren llamarlos actualmente)
son signos que guardan algún tipo de relación existencial con su refe
rente (Burles, 1949).Esta categoría puede extenderse a expresiones lin
güísticas com o los pronombres demostrativos, los pronombres personales
como yo y tú, la expresiones temporales como ahora, entonces, ayer, y expre
siones espaciales como arriba, abajo, debajo, encima. A la propiedad de estas
expresiones se la ha llamado deixis y se ha demostrado que afecta a gran
parte de la comunicación lingüística.
i: El filósofo Paul Grice (1 9 57 /19 7 1) a este tipo de significado lo denom inó «natural», y
al significado establecido por la convención, «no natural». Para Grice, el significado no natural se
caracteriza por la intencionalidad (véase el epígrafe 7.3.2).
El uso del lenguaje está lleno de ejemplos de expresiones lingüís
ticas que están en conexión o señalan en la dirección de aspectos del
contexto sociocultural.
En una imagen topológica, la deixis es por definición lo que yo llamo
un concepto basado en un parámetro radial o polar de relación semió
tica: los vehículos-signos indicíales parten de un origen establecido por
y hacia su suceder, como si del «centro» o cola del aquí y el ahora de una
flecha semiótica se tratase. Al final de su recorrido radial, o punto de lle
gada de la flecha, se encuentra su objeto indicial, con independencia de
cuales sean las dimensiones perceptivas y conceptuales, o las propiedades
de las cosas indicadas. Unicamente mediante la semiosis indicial, el
«espacio» que rodea el vehículo-signo indicial es ilimitadamente grande
(o pequeño), caracterizable de ilimitadas maneras, y su establecimiento
indicial (por haber sido originado) casi ilimitadamente revocable.
(Silverstein, 1992: 55)’
Así, pues, una expresión com o esta mesa lleva implícita una flecha
im agin aria13 hacia algo reconocible, m uy posiblem ente accesible al
cam po perceptivo del em isor y del receptor. N o es necesario, sin
em bargo, que esta accesibilidad sea inmediata. Por ejemplo, una pala
bra o expresión puede utilizarse para indicar una experiencia pasada o
futura. La alternancia de códigos suele utilizarse a m enudo com o tipo
de índice. Al enunciar una palabra en otra lengua, los hablantes pueden
estar señalando hacia otro tiempo o lugar, donde ellos o sus copartici-
pantes han estado o estarán. E n las com unidades bilingües, donde la
alternancia de códigos es m oneda corriente, la elección de una lengua
particular en vez de otra puede indicar la etnia a la que pertenece un
hablante o una determ inada posición política en relación con la len
gua y la etnicidad. Este es el caso, p o r ejem plo, de Q uebec, Canadá
(Heller, 1982,1995). En la siguiente conversación telefónica, por ejem
plo, la elección del francés por un paciente que llama a un hospital para
concertar una cita se interpreta com o un elem ento deíctico de la pre
ferencia del paciente por el francés frente al inglés:
Salvo en los casos en que ya existe una traducción al castellano — que se indica en la
Bibliografía— y en algunas excepciones, todas las demás citas de autores han sido traducidas por
n ií. (N. del T.)
E n ocasiones, «la flecha» no es tan imaginaria, debido a que el uso de demostrativos
co m o este, esta, esto suele venir acompañado de gestos.
(1) Asistente: Central Booking, may I help you?
Central de reservas, ¿en qué puedo ayudarle?
Paciente: Oui, alió?
¿Sí, óigame?
Asistente: Bureau de rendez-vous, est-ce queje peux vous aider?
Central de reservas, ¿en qué puedo ayudarle?'-1
(de Heller, 1982:112)
IJ En una nota a pie de página, H eller señala que esta expresión, tan corriente en
situaciones donde hay contacto lingüístico, parece ser un calco palabra por palabra de la fórmula
inglesa inay I help yon?, en vez de la expresión francesa (o española) que corresponde al efecto
que se pretende conseguir.
taura oficialm ente com o interlocutor hasta que se dirigen a él o ella
como tú /usted (mientras que la mesa ya está ju n to al hablante antes de
que diga «esta»). La lenguas que tienen pronom bres de tratam iento de
segunda persona (i. e. la clásica distinción que hacen muchas lenguas
europeas, el francés tu/vous , el español tú/Usted, el alemán du/Sie, el ita
liano tu /V o i o tu /L eí) am plían las propiedades deícticas de los pro
nombres personales utilizándolos en contextos socialmente relevantes
como parámetros de igualdad/desigualdad, solidaridad/poder (Brown
y Gilman, 1960). Estos son deícticos que Silverstein llamó «de máxima
eficacia realizativa o creativa». Los modos con que definimos el m undo
que nos rodea form a parte de la constitución de ese m undo. Este
aspecto creativo y realizativo de la deixis es el que utilizan los hablan
tes para construir su identidad étnica o de género (Gum perz, 1982a,
1982b; Hall y B ucholtz, 1995). D ecir que hay palabras que están rela
cionadas deícticam ente con algún «objeto» o aspecto del m undo signi
fica reconocer que las palabras llevan consigo un poder que va más allá
de la descripción e identificación de la gente, los objetos, las propieda
des o los acontecim ientos. Significa tratar de identificar los m odos con
los que la lengua se convierte en una herram ienta a través de la cual
nuestro m undo social y cultural se describe, evalúa y reproduce cons
tantem ente.
D e acuerdo con Gum perz, este trabajo interaccional se realiza por
medio de una amplia gama de in d icio s co n te x tu a liz a d o re s, una sub
clase de signos deícticos que perm iten saber a las personas qué está ocu
rriend o en una situación dada y cóm o se espera que continúe la
interacción (véase la sección 6.8.2.2). Puesto que las indicios de con-
textualización no se distribuyen uniform em ente en una com unidad
dada, la deixis es u n aspecto im portante para gestionar las relaciones de
poder y las dinámicas de poder en situaciones comunicativas donde un
grupo m inoritario se enfrenta a un nuevo grupo de deícticos:
1.4.3. La participación
C om o hem os m encionado anteriorm ente, los antropólogos lingüísti
cos com parten con otros científicos sociales su interés p o r los hablan
tes com o actores sociales. Esto significa que ven el habla sobre todo
com o una actividad social donde interviene algo más que expresiones
lingüísticas. Esta perspectiva epistem ológica se refleja bien en el
siguiente fragm ento que escribió Hym es para responder críticamente
a la noción de com petencia de Chom sky:
Debemos... considerar el hecho de que un niño normal adquiere
el conocimiento de las oraciones, no solo por medio de la gramática,
sino también por medio de su inserción en un contexto. El o ella
adquiere la competencia sobre cuándo hablar, cuándo no, de qué hablar
y con quién, dónde y de qué manera. En suma, un niño puede llegar
a dominar un repertorio de actos de habla, tomar parte en eventos
comunicativos y evaluar la conducta comunicativa de otros. Además,
esta competencia se integra con sus actitudes, valores y motivaciones
en relación con los rasgos y uso del lenguaje, y con su competencia y
acritudes para entender la interrelación del lenguaje con el otro código
de conducta comunicativa.
(Hymes, 1972b: 277-278)
U n o de los principales puntos de este fragm ento es el reconoci
miento del hecho de que ser hablante de una lengua significa pertene
cer a una com unidad de hablantes, algo que, por otra parte, significa
estar inm erso en un ámbito de actividades y usos del lenguaje. Ser un
hablante com petente de una lengua significa ser capaz de hacer cosas
con ese lenguaje como parte de un conjunto de actividades sociales que
están organizadas culturalm ente y que han ser interpretadas a la luz de
la cultura. Las nociones de evento comunicativo, evento de habla y acti
vidad de habla son algunas de las que se utilizaron en el pasado para dar
cuenta de esta idea básica. El concepto que suele utilizarse habitual
mente para hablar del hecho de que el habla form a parte de activida
des más amplias es el de p a rtic ip a c ió n . Esta noción subraya la cualidad
inherentem ente social, colectiva y distributiva de cualquier acto de
habla. Hablar una lengua significa ser capaz de utilizar sonidos que nos
perm iten participar en una interacción con otros, evocando un mundo
que suele ser más am plio de lo que nadie puede ver y tocar en un
m om ento dado. La conexión, ya sea real o imaginaria, con este m undo
más amplio se produce p o r medio de la habilidad de las palabras para
hacer cosas, por su poder realizativo (véase más arriba el epígrafe 1.4),
algo que en parte se convierte en realidad gracias a su habilidad para
señalar hacia algo más allá de ellas mismas, po r m edio de sus propieda
des deícticas (véase más arriba el epígrafe 1.4.2).
La participación parte del presupuesto de que la cognición gestiona
el volumen de inform ación y perm ite predecir la acción que los demás
realizarán para la resolución de un problema. También parte de un ele
m ento corporal, un cuerpo con vida que interactúa con el entorno no
solo físicamente (mediante el tacto, por ejemplo), sino también creando
un sentido. Ser un ser hum ano significa estar com prom etido en un pro
ceso continuo de interpretación de nuestras relaciones espaciales y tem
porales con el m un d o que nos rodea (Umwelt). Este m undo incluye
objetos materiales — herram ientas y artefactos— , así com o otros cuer
pos vivos (C. G o o d w in , 1981; G oodw in y G oodw in, 1996; Hanks,
1990;Heidegger, 1962; M erleau-Ponty, 1962). Participar implica com
partir los recursos materiales e ideacionales (las lenguas incluidas), pero
no necesariamente al m ism o nivel de control ni conocim iento. U na de
las razones para analizar la noción de participación en el estudio de las
prácticas culturales ha sido la característica singularidad de todo grupo
hum ano o com unidad (véase el capítulo 2). Finalmente, la participa
ción com o concepto analítico reemplaza las viejas dicotom ías com o
hablante-oyente o em isor-receptor. C om o descubrirem os en el resto
de este libro (especialm ente en el capítulo 9), cualquier texto puede
representar sim ultáneam ente a varios autores; y el significado se cons
truye con frecuencia m ediante la yuxtaposición de voces distintas, cada
una de las cuales se realiza m ediante el uso de lenguas distintas, dialec
tos y estilos comunicativos.
1.5. C onclusiones
' Keesing (1974) y O rtner (1934) hacen un repaso de las distintas teorías de la cultura.
se aprende de los parientes y otros miembros de la comunidad, así como
de varias formas materiales como libros y programas de televisión. No
has nacido con una cultura, sino con la habilidad de adquirirla por
medios tales como la observación, la imitación, el ensayo y el error.
(Oswalt, 1986:25)
2.2. L a CULTURA CO M O c o n o c i m i e n t o
•' Para una exposición de la teoría de los campos semánticos en el análisis léxico, véase
Lehrer (1974). Tyler (1978) condene una detallada exposición de los diferentes m odelos de
análisis léxico dentro de la lingüística.
herencia cultural, debe consistir en el producto final del aprendizaje,
que es el conocimiento, en un sentido más general y relativo. Obsér
vese, según esta definición, que la cultura no es un fenómeno mate
rial; no trata de las cosas, la gente, la conducta o las emociones, sino
de una organización dé todas ellas. Lo que la gente guarda en su
cabeza son las formas de las cosas, modelos para percibirlas, relacio
narlas y, en todo caso, interpretarlas.
(Goodenough, [1957] 1964:36)
4 Una de las com plicaciones aquí es que los zafimaniri tienen la misma palabra (Imzo)
para árbol (ente vivo) y madera (ente n o -v ivo ). Véase, no obstante, la forma que tiene B loch
(1993: 116) de escapar de este aparente embrollo.
ha proporcionado otra perspectiva sobre la cultura como conocimiento,
para estos investigadores, el conocim iento ya no es algo que resida
exclusivamente en las operaciones mentales de las personas. C om o ha
definido de m anera sucinta Jean Lave (1988: 1), cuando observamos
cómo resuelven sus problemas los individuos en su cotidianidad, encon
tramos que la cognición está «distribuida — no dividida, sino exten
dida— entre la mente, el cuerpo, la acción y los escenarios organizados
culturalmente (lo que incluye a otros actores)». D ecir que el conoci
miento cultural está distribuido socialmente significa reconocer que (i) el
individuo no es siempre el p u n to final de los procesos de adquisición,
y (ii) no todo el m undo tiene acceso a la misma inform ación ni utiliza
las mismas técnicas para conseguir ciertos objetivos. El prim er punto
implica que el conocim iento no se encuentra del todo en la m ente del
individuo; también reside en las herramientas que la persona utiliza, en
el entorno que perm ite que sean posibles determinadas soluciones, en
la actividad conjunta de varias m entes y cuerpos que persiguen el
mismo objetivo, en las instituciones que regulan las funciones de los
individuos y sus interacciones. Esta es la posición que adopta el antro
pólogo cognitivo Edw in Hutchins, quien al estudiar la navegación que
se practica en el puente de m ando de un barco de la M arina Real, llegó
a la conclusión de que la unidad apropiada de análisis para hablar de
cómo tiene lugar el proceso de cognición incluye los recursos hum a
nos y materiales que perm iten resolver el problema.
DENSA (intensidad) a
DIFUSA
NO ELABORADO crudo
ELABORADO cocinado
Para Geertz, las «tramas» de las que nace la cultura deben desvelarse
mediante cuidadosas investigaciones etnográficas y reflexiones que pon
gan de manifiesto las diferentes perspectivas sobre lo que en un princi
pio parece un mismo significado. El concepto de descripción densa — que
toma prestado de Gilbert Ryle— es una metáfora fundamental en la teo
ría de la cultura de Geertz: un etnógrafo vuelve sobre ios mismos m ate
riales y va añadiendo «capas» — este sería el sentido de «denso», el de la
concentración o espesor de una «sopa espesa». Tal com o G eertz con
templa la cultura, esta es un producto de la interacción humana: «la cul
tura... es pública... no existe en la cabeza de alguien...» (ibíd.). A la vez
que los seres hum anos crean la cultura, están obligados a interpretarla.
Decir que la cultura no está en la cabeza de alguien significa abundar en
el hecho de que la cultura está ahí fuera, com o producto de los seres
humanos y es susceptible de ser interpretada. Según esta perspectiva, las
manifestaciones culturales son actos de comunicación. Cuando observa
mos a alguien que participa en un debate público, asiste a un funeral,
acude a u n partido de fútbol, o presencia una pelea de gallos, le vemos
participar en conductas coordinadas que no solo implican, sino que tam
bién producen, visiones del m undo, además de nociones locales de per
sona (o selj), un concepto que es central en la obra de Geertz y en gran
parte de la antropología cultural. H acer cola para entrar en un teatro no
implica únicam ente una serie de presupuestos (y por tanto de conoci-
niientos) sobre cóm o acceder al asiento para ver la representación — un
tema que los antropólogos cognitivos pusieron sobre la mesa— , también
es una acto que com unica ideas de orden público, de derechos indivi
duales, de cooperación social; y comunica también una cierta noción de
persona al tiem po que la produce. Por las mismas razones, el hecho de
rechazar ponerse en cola tam bién es u n acto comunicativo que m ani
fiesta públicamente u n desafío de las normas públicas y una crítica de los
derechos y los deberes que esas norm as conllevan.
" Véam e Silverstein (1976b; 1981; 1985b; 1987; 1993); Hanks (1990; 1996); Lucy (1993),
M ertz y Parmencier (1985), Parmentier (199 4 ),W ertsch (1985a).
rasgos contextúales (por ejemplo, quién es el receptor de lo que se dice,
una cierta relación social que se establece entre hablante y oyente) que,
pese a no estar necesariam ente descritos en el mensaje (o significado
denotado), se entienden. Este tipo de significado cubre tanto los llama
dos términos deícticos como aquí, allí, ahora, ayer, yo, tú, etc., que deben
interpretarse de acuerdo con el contexto espacio-tem poral d e l enun
ciado en el que se utilizan, como los aspectos de marcado carácter ideo
lógico del lenguaje y la cultura, el establecimiento de las categorías de
autor y receptor (por medio del uso de las formas pronominales y el dis
curso indirecto) o el status relativo de los participantes (por m edio de
una selección de rasgos léxicos y morfológicos) (véase el epígrafe 6.8.2).
Dentro de este marco, el uso de los elementos deícticos de un lenguaje
proporciona una teoría de la acción humana, o una metapragmática
(Silverstein, 1985a. 1985b. 1993').
Lakoff y Johnson han estudiado este concepto (1980). Véase también Lakoff (1987).
los prototipos contradice la «teoría de los rasgos distintivos», que intenta
definir la pertenencia a una clase (ya sea palabra, acto o acontecimiento)
en términos de un grupo de rasgos discretos o propiedades — por ejem
plo, un soltero se describe utilizando los siguientes rasgos: (i) masculino,
(ii) adulto y (iii) no casado. Frente a quienes aplican la palabra soltero a
ciertos hombres no casados, los teóricos de la teoría de los prototipos
señalan la dificultad de postular una taxonomía popular del m undo en la
que la gente se case a una cierta edad y una única vez (Fillmore, 1977b),
cuando en el m undo real, más complejo, hay personas que no se casan
(sacerdotes) y personas que son demasiado jóvenes o viejas, y hay quie
nes se han casado y divorciado demasiadas veces para que se pueda con
siderarlos solteros. E n esta misma línea se expresa Sweester (1987: 44),
para quien el significado de la palabra mentir «está inherentem ente fun
dado en un esquema prototípico de ciertas áreas de la experiencia
humana». Este esquema simplificado abarca principios morales com o
(i) Intenta ayudar, no hagas daño, y (ii) El conocimiento es beneficioso.
La vida es, por supuesto, más complicada, y pueden presentarse casos de
conflicto entre los dos principios. C uando informar de algo pueda herir
la sensibilidad de las personas, estas recurrirán a reservarse la inform ación
o incluso mentir (por ejemplo, por cortesía)lu.
2.4. L a cultura c o m o u n s is t e m a d e m e d ia c ió n
Para las teorías populares o Jo!k c o m o m od elos culturales, véanse los ensayos de Holland
y Q u in n (1987), y D ’Andrade y Strauss (1992).
dades mecánicas, físicas y químicas de las cosas para utilizarlas, conforme
al fin perseguido, como instrumentos de actuación sobre otras cosas...
Y la propia tierra es un medio de trabajo, aunque exija para ser cultivada,
para poder ser utilizada como instrumento de trabajo, toda otra serie de
instrumentos y un desarrollo de la fuerza de trabajo relativamente grande.
(Marx, [1946]: 131-132)
Según esta idea, «los medios de trabajo» son cualquier cosa que los
seres humanos utilicen para controlar el entorno y producir recursos.
Por definición, estos medios están siempre «entre». Están entre las per
sonas y sus alimentos (i. e. un tenedor), entre las personas y el tiem po
(i. e. un paraguas), entre las personas y el objeto físico (i. e. un hacha),
entre las personas entre sí (gestos, enunciados) y entre las personas y sus
propios pensamientos íntim os (habla privada, representación mental).
La figura 2.3 ofrece una representación preliminar del papel media
dor de las herramientas.
Figura 2.3. Las herramientas median entre los seres humanos y su entorno.
¿En qué consisten estos otros «actos más importantes» a los que se
alude? Probablemente son las formas de hablar, las maneras de estar en
el m undo que sugieren estos modos de hablar acerca del m undo y en el
m undo. El lenguaje es «una guía» para la vida social, porque nos impide
actuar de una manera determinada (i. e. dándole un empujón a la puerta
para que se abra), esto es, sugiere y pone en práctica modos alternativos
de relacionar a las personas con los objetos (véase el epígrafe 3.2).
2.5. L a c u l t u r a c o m o u n s i s t e m a d e p r á c t i c a s -
2.6. L a c u ltu r a c o m o u n s is t e m a
D E P A R T IC IP A C IÓ N
2.7. P r e d e c ir e in t e r p r e t a r
U n rasgo básico que perm ite distinguir tanto entre las distintas teorías
de la cultura com o entre las distintas teorías del lenguaje — algunas de
las cuales examinaremos con más detalle en los siguientes capítulos—
es la m edida en que cada una de ellas considera que teorizar significa
p ro porcionar predicciones de la incidencia de fenóm enos sobre el
individuo, en vez de una interpretación de los acontecimientos, accio
nes, diálogos, actos de habla, enunciados y hasta sonidos individuales14.
La tensión entre estas dos perspectivas no es única en la antropología y
N Dejo al margen de este tema el m étodo particular que ha de usarse en cada una de estas
corrientes. Por tanto, no estudio las ventajas o los problemas de. digamos, los métodos inductivos
frente a los deductivos. Cada m étodo puede usarse para seguir un interés universalista o particularista.
sigue tiñendo una gran parte del debate m etateórico actual dentro de
las ciencias sociales. U na tensión que, desde luego, no es nueva. Los pro
pios comienzos de disciplinas com o la sociología y la antropología en
el ám bito universitario del siglo X[X se caracterizaron por u n debate
respecto a si una ciencia social debía adoptar, y en qué medida, los
métodos del m undo físico. ¿Podemos predecir la conducta humana del
mismo m odo que podemos predecir el movimiento de los cuerpos sóli
dos en física? ¿Deberíamos prestar mayor interés a la singularidad de un
grupo de personas o a los rasgos de su lenguaje o cultura que los con
vierten en miem bros de una más amplia especie humana? ¿Podemos
hablar de «leyes» científicas cuando tratam os con acciones humanas?
Cada uno de los antropólogos que hem os m encionado más arriba
(Boas, Malinowski, Goodenough, Lévi-Strauss, Geertz, etc.) ofrecen una
respuesta más o m enos original a estas cuestiones. Tengo desde luego
mis propias preferencias, que se irán haciendo evidentes a medida que
avancemos y entremos a tratar el resto de los temas de este libro. Antes
de concluir este capítulo, sin embargo, quiero ofrecer algunos princi
pios generales implícita o explícitam ente asumidos p o r la mayoría de
los científicos sociales contem poráneos que piensan y escriben sobre
lenguaje y cultura:
2.8. C o n c l u s i o n e s
La cultura es una noción bastante compleja y un campo m uy contro
vertido dentro de la teoría antropológica contem poránea. M uchos de
los supuestos básicos que guiaron la investigación antropológica hace
tan solo unas décadas, han sido juzgados críticam ente p o r las nuevas
generaciones de investigadores. Las teorías actuales han intentado evi
tar una noción globalizadora de cultura, y apoyan las prácticas o formas
de participación específicas o dependientes de un contexto determ i
nado. Sin embargo, en todas las teorías de la cultura que se presentan
aquí el lenguaje desempeña un papel importante. Para la noción de cul
tura com o modelos aprendidos de conducta y de prácticas de inter
pretación, el lenguaje es decisivo, porque aporta el más complejo sistema
de clasificación de experiencias. El lenguaje también es una im portante
ventana al universo de pensamientos que interesa a los científicos cog-
nitivos (véase el epígrafe 2.2). C om o han estado repitiendo los psicó
logos y lingüistas durante varias décadas, el desarrollo cognitivo y
lingüístico está íntim am ente conectado, y un complejo sistema com u
nicativo — ya sea basado en el habla o en los signos— es una condición
necesaria para una vida intelectual plena. Los lenguajes hum anos tam
bién son poderosos metalenguajes (véase el epígrafe 9.3), es decir, sis
temas comunicativos que pueden usarse para hablar sobre otros sistemas
com unicativos, ellos mismos incluidos (¡como dem uestra cualquier
manual de lingüística!).Además, las lenguas im plican o expresan teorías
del m undo y, por tanto, son objetos ideales de estudio para los cientí
ficos sociales.
Hasta tal punto nuestra vida social se rige y evalúa p o r los patrones
de la comunicación lingüística, que no debería sorprendernos que cien
tíficos sociales com o Lévi-Strauss utilizaran conceptos creados por los
lingüistas como herramientas para el estudio de la cultura (véase el epí
grafe 2.3). El lenguaje proporciona, además, u n vínculo útil entre el
p en sam ien to interno y la conducta pública. Incluso el acto de articu
lar nuestros pensamientos en nuestra m ente es solo parcialmente algo
«privado», pues ello no sería posible sin un conjunto de recursos cul
turales (que abarcan la categorización, la teoría y las estrategias para la
resolución de problemas) que no nos pertenecen solamente a nosotros,
sino a la comunidad. La naturaleza pública del lenguaje es la condición
de existencia de la etnografía (véase el capítulo 4). U n etnógrafo uti
liza el lenguaje tanto com o un recurso para el conocim iento (lo que
dice la gente, lo que la gente dice que piensa, lo que la gente dice que
hacen, lo que hacen diciéndolo, etc.) y com o herramienta para la repre
sentación de dicho-conocim iento (véanse los capítulos 4 y 5).
El lenguaje tam bién es una herram ienta prototípica para la inte
racción con el m undo y hablar es la acción de m ediación prototípica.
El control sobre los medios lingüísticos suele traducirse en control sobre
nuestras relaciones con el m undo, al igual que la aceptación de las for
mas lingüísticas y las normas para su uso nos obligan a aceptar y repro
ducir ciertas formas de ser en el m u n d o (véase el epígrafe 2.5).
Finalmente, la perspectiva del lenguaje com o un conjunto de prácticas
subraya la necesidad de ver la com unicación lingüística como parte de
una com pleja red de recursos semióticos sobre los que discurre nues
tra vida y que nos vinculan a las historias sociales concretas y a sus ins
tituciones representativas.
C ada una de las teorías que he presentado hasta ahora pon e de
relieve u n aspecto específico de los sistemas lingüísticos. En este sen
tido, cada teoría contribuye a nuestra com prensión de la cultura como
un fenóm eno complejo y señala hacia el estudio de un conjunto dis
tinto de propiedades. Cada teoría supone un plan de investigación pro
pio, pero todas ellas juntas forman u n amplio mandato para el estudio
de la cultura y para el análisis de la lengua com o herram ienta social y
conceptual, a la vez producto e instrum ento de la cultura. Los capítu
los siguientes tratarán detalladamente algunas de las bases m etodológi
cas y teóricas de este proyecto de investigación.
o
J
Diversidad lingüística
3.1. E l l e n g u a je e n la c u l t u r a :
LA T R A D I C I Ó N B O A S IA N A
Es conveniente entender el relativismo cultural de Boas dentro del contexto de los tipos
de m odelos evolucionistas de las sociedades, que era algo habitual en su tiempo. También es
importante recordar que la cultura para él era un concep to mental o psicológico. Por tanto, él
era especialm ente relativista co n respecto a los logros intelectuales (criticaba la visión de que
hubiese seres humanos vivos que fuesen m enos inteligentes que otros) y a los valores morales
(ridiculizaba el uso del térm ino «salvaje)» cuando se hablaba de. personas, com o las tribus
amerindias que él estudiaba y a las que, en m uchos aspectos, c om o por ejemplo en la hospitalidad,
consideraba m u ch o más preparadas que los europeos «civilizados».
C om o manifiesta Laura M artin (1986), las «palabras que designan
nieve en esquimal» se convirtieron en una socorrida cita de referencia
en debates científicos y populares sobre la relación entre lengua, cul
tura y pensamiento, y el núm ero de palabras fue creciendo paulatina
mente hasta llegar al centenar'. A unque ciertamente no tendría nada de
particular que una lengua tuviera más palabras que otra dentro de un
área determinada de experiencia, Boas apuntaba a una causa más gene
ral: la aparición de las distinciones léxicas podía tener una m otivación
cultural. Sapir y W h orf modificarían posteriorm ente esta intuición. Ellos
argüían que si una lengua codificaba una experiencia particular del
mundo, su uso podría predisponer a los hablantes para ver el m undo de
acuerdo con la experiencia codificada en ella. Antes de examinar algu
nas de las implicaciones de esta intuición, es necesario presentar algunas
de las ideas de Sapir y W h o rf que son relevantes para esta discusión.
■' Martin muestra que las palabras «esquimales» mencionadas por Boas se derivan en
realidad de dos raíces, y tam bién señala que no existe una lengua «esquimal», sino una serie de
variedades de lenguas que pertenecen a las ramas yupé e inuí o ínupiac (véase W oodbury, 1984).
Esto significa que «el esquimal» diferencia tanto co m o el inglés o el español, que distinguen entre
nieve y copo (Martin, 1986: 422—123).
"* Para una crítica reciente del trabaio sobre lenguas «primitivas», véase W ierzbicka
(1994).
primero que evolucionó hacia formas desarrolladas, y que su perfección
esencial es una condición necesaria para el desarrollo global de la cultura.
(Sapir, 1933:155)
3.2. E l r e l a t i v i s m o l i n g ü í s t i c o
U n a de las afirmaciones que co n más ím p etu postulan que nuestro^
m odo de pensar el m undo está influido por el lenguaje que usamos para
hablar sobre él se encuentra en el artículo de Sapir de 1929 «El esta
tuto de la lingüística com o ciencia», donde sostiene que los seres huma
nos se encuentran a m erced de la lengua que emplean para hablar.
Figura 3.1. Diagrama de iuw de los ejemplos de liliort sobre las causas de incendios
(Lucy. 1992a: 50).
vismo lingüístico (Hill y M annheim , 1992; Koerner, 1992; Lucy, 1992a).
Las ideas de W h o rf siguen siendo atractivas, aun después de algunos estu
dios que demuestran que algunas de sus tesis concretas sobre el lenguaje
hopí son cuestionables em píricam ente o sencillam ente incorrectas.
Malotki (1983), por ejemplo, ha demostrado que en hopí los verbos tie
nen tiem po (presente, pasado y futuro) (W horf, 1956d: 144), y no se
emplean metáforas espaciales para hablar sobre el tiempo.
A pesar de algunos de los problemas empíricos que ha tenido que
vencer el análisis lingüístico de W horf, el problem a de si el lenguaje
influye o no, y en qué. medida, sobre el pensamiento seguirá siendo pro
bablemente un tem a im portante dentro de la antropología lingüística,
tanto más cuanto que una nueva generación de estudiosos se han sen
tido seducidos por la posibilidad de ratificar las intuiciones de W h o rf
sobre cóm o «las categorías gramaticales, en cuanto que obligatorias y
habituales, y relativam ente inaccesibles a la conciencia m edia del
hablante, constituyen un lugar privilegiado para transmitir y reprodu
cir las categorías sociales y culturales» (Hill y M annheim , 1992: 387).
Esta es una idea atractiva p o r m uchos motivos, especialm ente por el
hecho de que trata de temas epistem ológicos que son centrales en el
estudio de las prácticas culturales.
" Esto es a lo que los lingüistas y filósofos del lenguaje se retí eren c om o «función
denocacional» o Drooiedad de las expresiones lingüísticas (véase 6.11.
Para Cassirer, así puede escaparse a «la prisión del lenguaje».Tanto
el arte com o el mito, cada uno a su m odo y manera, tienen vida pro
pia, independiente del loóos, que es el pensamiento racional articulado
por medio del lenguaje. Gracias al arte y al m ito los seres humanos tie
nen una forma de representar y percibir, comprender y actuar los aspec
tos de su ser psicosocial que no puede objetivarse en el lenguaje.
A un qu e Cassirer establece una tajante división entre el lenguaje del
mito, el del arte y el de la lógica, y term ina reduciendo el lenguaje (en
tanto que opuesto al m ito y al arte) a u n pensam iento lógico e inde
pendiente del contexto*, sus ideas son útiles porque él pretende hacer
lo que la mayoría de los lingüistas evitan, concretam ente, estudiar las
formas lingüísticas y las funciones dentro de la categoría más general
de la conducta expresiva del ser hum ano.
Parece diferente desde mi punto de vista. Ahora tengo una imagen total.
Esa £úe una observación brillante. El argum ento es claro. ¿Podrías acla
rar tus com entarios?» (ibíd., pág. 88).
" Para una crítica a la distinción de Cassirer enere pensam iento m ítico y lógico, véase
Tambiah. [1968] 1 9 8 5 :3 3 —34. E! propio Tambiah, sin embargo, termina haciendo una distinción
similar cunndo opon e categóricam ente el lenguaje a la acción no-verbal (I9S5: 53).
Estos conceptos metafóricos de carácter general nos perm iten rea
lizar conexiones entre campos experienciales y encontrar coherencia en
hechos no relacionados o no necesariamente similares. Lo que Lakoff y
Johnson llam an «metáforas estructurales», por ejemplo, pueden «inducir
a percibir semejanzas» (1995:190). Por ejemplo, la metáfora de que l a s
IDEAS S O N C O M ID A establece semejanzas entre dos campos (las ideas y la
T B erlin y Kay introducen una serie de criterios para pod er identificar un color com o
«básico», entre los cuales incluyen las siguientes características: (i) el térm ino es m o n o lex ém ico ,
esto es. el significado no se deriva del significado de sus partes, (ii) su significado no se incluye
en cualquier otro térm in o de color, {iii) su aplicación no debe restringirse a una pequeña serie
de objetos, y (iv) debe ser psicológicam ente «prominente» para los inform antes (Berlin v Kav,
1969: S).
g r a n a te ■
v e r d e r o sa
B lan co
< [rojo] < < [a zu l] < [m a rró n ] <
a m a r illo n a r a n ja
N eg r o
g ris
3.4. E l r e p e r t o r io l in g ü ís t ic o
“ Las frases (1)’ a (3)’ no son de hecho fa ses pasivas estándar, ya que, de otra forma, la
proposición sujeto [what tim e it is] estaría situada antes del verbo principal, com o en ( l ) ” [what
tim e it is] was asked. Sin embargo, esto es algo extraño en inglés y se ha aplicado otra regla para
«mover» el sujeto al final y sustituirlo por el pronom bre «vacío» it.
" V éase el capítulo 6.
se adopta como la principal fuente de inform ación sobre lo que signi
fica conocer una lengua o incluso una pequeña parte de ella. Labov
(1972b: cap. 8) ha sistematizado algunos de estos problemas: el ámbito
lim itado de inform ación extraída p o r trabajar solam ente co n las in ,
tuiciones propias o de unos pocos inform antes, la dificultad de tener
intuiciones sobre la variación y su significado para los hablantes, y las
lim itaciones teóricas de asum ir que p ueden resolverse las diferencias
entre las intuiciones si se atribuyen a diferentes «dialectos». Desde una
perspectiva antropológica, Hymes (1972b) señaló que la propia defini
ción de aceptabilidad es problemática, puesto que saber una lengua no
solo significa saber lo que es aceptable gramaticalmente, sino también
saber lo que es social y culturalm ente aceptable. D e nuevo, este tipo de
inform ación es difícil cuando no im posible de ob ten er im aginando
sim plem ente ejemplos o situaciones. A estas objeciones, los gramáticos
formales suelen replicar que hay una incom prensión fundamental en
este debate. Hablan de un tipo diferente de «lengua» de la que estudian
los sociolingüistas y antropólogos. Lo que les interesa a los gramáticos
form ales no es el producto sociopolítico o el proceso, sino una abs
tracción, construida p o r el lingüista para plantear hipótesis sobre la
m ente hum ana. Chom sky (1966) utiliza el térm ino «lengua interiori
zada» (o «lengua-I») para este tipo de constructo, y lo distingue de la
«lengua externa» (o «lengua-E»), que estudian aquellos a los que les
interesa el uso del lenguaje.
Conviene subrayar que desde una perspectiva sociológica y antro
pológica el problema de este enfoque no es la idealización per se, sino
algunas de sus implicaciones y consecuencias. Ú nicam ente m encionaré
aquí dos áreas problemáticas. La p rim era es las connotaciones de
purism o lingüístico que com porta una teoría lingüística exclusivamente
basada en la idealización. Chom sky (1986:17) dice explícitamente que
una com unidad lingüística en la cual la gente utiliza una mezcla de las
dos lenguas, por ejemplo, francés y ruso, no sería lo bastante «pura» para
constituir un objeto ideal de estudio para la lingüística teórica. Pero esta
presuposición podría excluir a la mayoría cuando no a todas las com u
nidades reales del mundo.Todas las comunidades de habla que han sido
estudiadas en profundidad manifiestan algún grado de diferenciación
lingüística, sociológica .y cultural. Los sociolingüistas y antropólogos lin
güísticos creen que hay siempre algún tipo de «mezcla», ya sea en forma
de dos variables muy diferentes (francés e inglés), ya en la forma de dife
rencias «dialécticas» o «estilísticas» (véase más abajo el estudio de la hete-
foglosia). Sin m e te rn o s en las connotaciones negativas del uso del tér-
jnino «puro», el program a de idealización significa en la práctica que,
¿1 menos por ahora, no deberíamos estudiar ninguna comunidad donde
percibamos un grado considerable de «mezcla» o «impureza». Aunque
este tipo de enfoque se presenta com o el m étodo más racional, lo que
se deja para ser estudiado «más adelante» podría no llegar nunca, si todos
los recursos humanos existentes se siguen utilizando para probar y revi
sar modelos de comunidades «puras», en vez de detenerse a considerar
si la extensión de estos modelos es aplicable a situaciones de la vida real
donde la mezcla «impura» es la norm a. Esto es ciertam ente lo que ha
ocurrido en la lingüística teórica que crearon C hom sky y sus discípu
los. En cuarenta años de intensa investigación, y estudios por parte de
esta productiva corriente apenas se ha dicho algo nuevo sobre cóm o
relacionar el conocim iento abstracto de los m iem bros ideales de las
comunidades «puras» con los actos lingüísticos concretos de los indivi
duos que habitan las comunidades reales.
D entro de este contexto de debate, el certero com entario de Toni
M orrison (cita de este epígrafe) viene a recordarnos los orígenes del
mito de la pureza lingüística. ¿Por qué no usamos nuestra posición teó
rica, nuestra experiencia científica, para abandonar la creencia de que
sería m ejor y más fácil si todos hablásemos la misma lengua, el mismo
dialecto o el m ismo estilo? ¿Por qué no abrazamos, en cambio, la idea
de que la variedad form a parte de las culturas y de la naturaleza
humana? ¿Por qué no aceptamos que en todo grupo social, e incluso
en todo individuo, hay siempre fuerzas en conflicto? Si reconociése
mos esto, se abriría el camino a un proyecto distinto para el estudio del
ser hum ano y del lenguaje. Nuestro punto de partida sería aceptar que
la variación es la norm a, y buscaríamos las formas de documentarla, con
el fin de entender el lenguaje com o parte de la condición humana.
Esto es lo que sugiere el trabajo de m uchos teóricos contem porá
neos, además de a los que ha inspirado la obra del crítico literario, lin
güista y filósofo ruso Mijail Bajtín, quien sostuvo que la homogeneidad
lingüística que han asumido la mayoría de los lingüistas, filósofos y filó
logos es una construcción ideológica, vinculada históricamente al desa
rrollo de los Estados europeos y a los esfuerzos p o r establecer una
identidad nacional p o r m edio de una lengua nacional que recibe un
único nom bre: alemán, francés, ruso, italiano. Esta noción de una len
gua unificada no guarda relación necesariam ente con el uso real del
lenguaje. En la realidad de la vida cotidiana (así com o en el atento tra
bajo de grandes artistas, como los novelistas que estudia Bajtín), el habla
de una persona está llena de muchas voces diferentes o personas cons
truidas lingüísticamente, una cualidad que B ajtín llamó raznorecie, un
térm ino que ha sido traducido al español com o heteroglosia:
Esta afirmación no debería interpretarse bajo ningún concep to en el sentido de que los
hablantes no cum plen un papel en la futura definición de una concreta variedad lingüística.
V éase K ulick (1992) para el estudio del papel de las creencias locales en la adopción del tok pisin
en N ueva G uinea Papua.
o étnica. En virtud de la resistencia de los hablantes a la lengua o varia
ble mayoritaria, oficial o estándar, aquellos m antienen identidades alter
nativas, y a m enudo paralelas11.
Para otros puntos de visca sobre el papel de los lingüistas en la preservación de las
lenguas indígenas, véanse Hale et al. (1992), Ladefoged (1992), D orian (1993).
Véase H ud son (1980:25-30) para una útil revisión del debate basta finales de los años 80.
Los estudios más recientes se mencionarán en el resto de este epígrafe.
En los im portantes estudios de Labov (1966, 1972a, 1972c) sobre
la variación lingüística en la ciudad de N ueva York, la com unidad de
habla se define com o «la participación en un conjunto de normas com
partidas» (Labov, 1972c: 120). Estas son normas para el uso del lenguaje,
así com o para la interpretación de la conducta lingüística.
14 «... parece plausible definir una comunidad de habla c o m o un grupo de hablantes que
comparten un conjunto de actitudes sociales respecto al lenguaje. E n la ciudad de Nueva "York,
aquellos que crecieron fuera de la ciudad durante sus años de form ación n o muestran ningún patrón
de las reacciones subjetivas que caracterizan a los autóctonos cuando se trata de la pronunciación
de una variable de N ueva York com o la vocal de lost» (Labov, 1972a: 248, nota 40).
norm as del habla fluida del resto de la comunidad» (D orian, 1986:26)'
A pesar del h echo de que su form a de hablar es bastante distinta del
habla bilingüe fluida y son insensibles a muchas quiebras de las normas
gramaticales, estos semihablantes se consideran a sí m ism os parte de la
com unidad de habla escocesa-gaélica. Su percepción de sí mismos se
apoya en su capacidad para entender lo que se dice y cóm o han de
interactuar en gaélico:
(Dorian, 1982:29)
[una comunidad lingüística es] un grupo social que puede ser m ono-
lingüe o m ultilingüe, que se mantiene unido por la ¡frecuencia de
m odelos sociales de interacción, y que resalta de las zonas circundan
([1962:29] 1968:463)
A unque en ocasiones la cortesía podía dictar la elección de una lengua (i. e. sobre la
base de la lengua del padre del receptor), otras veces, describe Jackson, la alternancia de lengua
se debe sencillam ente al placer de utilizar diferentes variables: «He estado con mujeres que dicen:
“hablem os tucano”, y así lo h ad an durante algún tiempo, aunque el tucano no fuese k lengua
paterna de ninguna de ellas y todas hablasen dos lenguas más» (Jackson, 1974: 59).
ha dem ostrado la experiencia em pírica de varios decenios de investi
gación sociolingüística— , la diferenciación y la alternancia de códig0s
podrían haberse extendido más de lo que tiende a creerse. Lo que en
algunas com unidades provocaría una alternancia de una lengua a otra
(i. e. del inglés al español, de una lengua vernácula a una pidgin), en otras
comunidades podría resultar en una alternancia de u n estilo o registro
a otro (i. e. del autoritario al igualitario, del distante al familiar, del ritual
al inform al). E n otras palabras, incluso en com unidades monolingües
los diferentes grupos e individuos pertenecientes al grupo pueden usar
o cambiar de lo que Hym es (1974) llama formas de hablar, u n término
inspirado en los modos de hablar de W horf. U n a gran parte de la inves
tigación antropológica trata de esos m odos diferentes de hablar, de su
distribución, su función, y de las ideologías que se asocian a su uso,
incluido un núm ero cada vez mayor de trabajos sobre las diferencias
de género en el uso del lenguaje (i. e. Hall y B ucholtz, 1995; Philips,
Steele yTanz, 1987;Tannen, 1993a).
Sugiero que definamos una comunidad de habla com o el producto de
las actividades comunicativas en las que participa un grupo de personas. Esta defi
nición tom a la noción de comunidad de habla com o un punto de vista
en vez de un objeto de investigación ya constituido. R econ oce la natu
raleza constitutiva del habla com o una actividad hum ana que no solo
asume, sino que construye «comunidad». D e acuerdo con esta definición,
involucrarse en una investigación lingüística antropológica significa, en
prim er lugar, observar los intercambios y los recursos comunicativos que
emplean cotidianamente un grupo de personas entre sí. Esta definición
se inspira en la definición de Rossi-Landi (1973), pero evita el presu
puesto de la existencia de un «lenguaje» ya definido:
La totalidad de mensajes que intercambiamos hablando una lengua
determinada constituye una comunidad lingüística, o sea, la sociedad
entendida globalmente y considerada bajo el aspecto del habla.
(Rossi-Landi, 1970:32)
O tro aspecto de la teoría de R ossi-Landi que m erece considera
ción es la intuición de que las formas lingüísticas y los contenidos que
usan los miembros de una comunidad tienen un valor, igual que lo tie
nen las mercaderías en el contexto de un mercado. Para Rossi-Landi,
estudiar una com unidad de habla significa estudiar la circulación de los
signos lingüísticos com o productos del trabajo hum ano, que satisfacen
determinadas necesidades al tiempo que sugieren o im ponen otras nue
v a s . C o m o artículos de consumo, las palabras tienen poder sobre sus
3.6. C o n c l u s io n e s
Én los dos próximos capítulos presentaré una revisión crítica de las téc
nicas de recogida de datos y de los procedimientos analíticos que prac
tican habitualm ente los antropólogos lingüistas profesionales1. C o n la
excepción de referencias ocasionales a cuestiones prácticas, este capí
tulo pondrá el énfasis en la lógica de los hábitos de investigación y en
los procedim ientos, en vez de en las soluciones técnicas que se requie
ren para resolver habituales problemas de investigación. E n algunos
casos hablaré brevem ente de lo que, considero, son algunas de las for
mas más innovadoras e interesantes de docum entar el rol de la com u
nicación en la form ación de la cultura. En el capituló 5 abordaré de un
modo más específico la práctica de la transcripción.
Los antropólogos lingüistas emplean m étodos de la etnografía tra
dicional, com o la observación participante y el trabajo con hablantes
nativos, a fin de que consten sus com entarios interpretativos sobre el
material com unicativo que recogen. También utilizan técnicas de reco
gida similares a las que em plean los lingüistas tipológicos interesados
en m odelos gramaticales. R ecientem ente, estos m étodos se han inte
grado con nuevas formas de docum entación de prácticas verbales, que
se han aplicado en algunos campos com o la sociolingüística urbana, el
análisis del discurso y el análisis de la conversación. El advenim iento de
las nuevas tecnologías para la grabación electrónica de sonidos y accio
nes ha ensanchado el campo de los fenóm enos de estudio, ha aum en
tado nuestro arsenal analítico y, ai m ism o tiem po, ha m ultiplicado el
4.1. E t n o g r a f í a
; Lo que sigue no es de ninguna manera una introducción tocal a los m étodos etno
gráficos, sino un estudio que resume lo que considero son algunas de las cuestiones centrales que
atañen al proceso de ejercer la etnografía y producir descripciones etnográficas. Para otras
descripciones más informadas sobre los m étodos etnográficos actuales en la antropología cultural
y campos afines, véanse Agar (1980). Spradley (1980). Jackson (1987), así com o las valoraciones
criticas de Clifford y Marcus {1986). Geertz (1988), R osaldo (1989). Sanjek (1990a).
una identificación suficiente o empatia con los miembros del grupo, a
fin de poder obtener una perspectiva interna, lo que los antropólogos
llaman «el punto de vista émico» (véase el epígrafe 6.3.2).
Hay que decir algunas palabras sobre el uso del térm ino «objetivi
dad», que ha sido criticado duram ente en trabajos recientes sobre la
experiencia etnográfica (Kondo, 1986; Rosaldo, 1989) y, desde una pers
pectiva general, en los debates actuales en el seno de la ciencias socia
les y a propósito de ellas (Manicas, 1987). C on respecto a la etnografía,
los problemas con el térm ino «objetividad» surgen de su identificación
con una form a de escritura positivista pensada para elim inar la subje
tividad inherente a la posición del observador, tanto a sus em ociones
como a sus actitudes teóricas, morales, políticas. U na supresión así, en
su form a más extrema y pura, no es solo imposible de conseguir, sino
que tam bién es un dudoso objetivo, ya que no daría com o resultado
más que un pobre reflejo de la experiencia del etnógrafo (De M arti-
no, 1961). ¿Cóm o se puede decir lo que en realidad hacen los indivi
duos sin estar m ínim am ente identificado con su punto de vista? Se
acabarían diciendo cosas com o «la gente se agacha en el suelo, coge la
comida con las manos y se la lleva a la boca, y a esto lo llaman “ com er”».
Es obvio que un relato com o este, más que ser «objetivo» e imparcial,
puede entenderse com o una evaluación negativa de las prácticas loca
les. Poco verosímil sería tam bién una descripción que se identificase
com pletam ente con una perspectiva autóctona, y que no reflejase de
alguna manera la percepción de los investigadores sobre los eventos des
critos, am én de su propia conciencia sociohistórica de las peculiarida
des (o, p o r el contrario, de la predecibilidad) de tales eventos y, p or
tanto, de su valor en térm inos comparativos. C on todo, lo im portante
es tratar de controlar o poner entre paréntesis el propio juicio de valor.
A unque esto podría verse com o un paso que los antropólogos com
parten con filósofos fenom enólogos com o Husserl y con sociólogos
interpretativos com o W eber, la práctica de evitar pensar lo obvio es un
ingrediente im portante de cualquier ciencia, aunque, claro está, no es
suficiente. Una ciencia de los individuos, una ciencia humana, no puede
dejar de aprovecharse de la capacidad de los investigadores para iden
tificarse y empatizar con los individuos a los que estudian. Esto implica
que en la etnografía existe un factor en juego que consiste en cambiar
lo familiar por lo extraño y, viceversa, lo extraño por lo familiar (Spiro.
1990) (véase el epígrafe 2.1 sobre la noción de cultura de Hegel).
núm ero de problemas técnicos, políticos y morales a los que debe hacer
frente u n investigador de campo. En el um bral de esta nueva era tec
nológica es urgente la creación de un lugar de debate en el que se exa
m inen los pros y los contras de las nuevas herram ientas dentro de un
debate general sobre la metodología que se emplea para el estudio de
la conducta comunicativa de los seres humanos.
4 .1 . E t n o g r a f í a
- Lo que sigue no es de ninguna manera una introducción total a los m étodos etno
gráficos, sino un estudio que resume lo que considero son algunas de las cuestiones centrales que
atañen al proceso de ejercer la etnografía y producir descripciones etnográficas. Para otras
descripciones más informadas sobre los m étodos etnográficos actuales en la antropología cultural
y campos afines, véanse Agar (1980). Spradley (1980), Jackson (1987), así com o las valoraciones
críticas de Clifford y Marcus (19S6). Geertz (1988), R osaldo (1989). Sanjek (1990a).
una identificación suficiente o empatia con los miembros del grupo, a
fin. de poder obtener una perspectiva interna, lo que los antropólogos
llaman «el punto de vista émico» (véase el epígrafe 6.3.2).
Hay que decir algunas palabras sobre el uso del térm ino «objetivi
dad», que ha sido criticado duram ente en trabajos recientes sobre la
-experiencia etnográfica (Kondo, 1986;Rosaldo, 1989) y, desde una pers
pectiva general, en los debates actuales en el seno de la ciencias socia
les y a propósito de ellas (Manicas, 1987). C on respecto a la etnografía,
los problemas con el térm ino «objetividad» surgen de su identificación
con una form a de escritura positivista pensada para elim inar la subje
tividad inherente a la posición del observador, tanto a sus em ociones
como a sus actitudes teóricas, morales, políticas. U na supresión así, en
su form a más extrem a y pura, no es solo imposible de conseguir, sino
que tam bién es u n dudoso objetivo, ya que no daría com o resultado
más que un pobre reñejo de la experiencia del etnógrafo (De M arti-
no, 1961). ¿Cóm o se puede decir lo que en realidad hacen los indivi
duos sin estar m ínim am ente identificado con su pun to de vista? Se
acabarían diciendo cosas com o «la gente se agacha en el suelo, coge la
comida con las manos y se la lleva a la boca, y a esto lo llaman “com er”».
Es obvio que un relato com o este, más que ser «objetivo» e imparcial,
puede entenderse com o una evaluación negativa de las prácticas loca
les. Poco verosímil sería tam bién una descripción que se identificase
com pletam ente con una perspectiva autóctona, y que no reflejase de
alguna manera la percepción de los investigadores sobre los eventos des
critos, am én de su propia conciencia sociohistórica de las peculiarida
des (o, p o r el contrario, de la predecibilidad) de tales eventos y, p o r
tanto, de su valor en térm inos comparativos. C on todo, lo im portante
es tratar de controlar o poner entre paréntesis el propio juicio de valor.
A unque esto podría verse com o un paso que los antropólogos co m
parten con filósofos fenom enólogos com o Husserl y con sociólogos
interpretativos com o Weber, la práctica de evitar pensar lo obvio es un
ingrediente im portante de cualquier ciencia, aunque, claro está, no es
suficiente. U na ciencia de los individuos, una ciencia humana, no puede
dejar de aprovecharse de la capacidad de los investigadores para iden
tificarse y empatizar con los individuos a los que estudian. Esto implica
que en la etnografía existe un factor en ju eg o que consiste en cambiar
lo familiar por lo extraño y, viceversa, lo extraño por lo familiar (Spiro,
1990) (véase el epígrafe 2.1 sobre la noción de cultura de Hegel).
Puesto que existen distintos grados de distancia o acercamiento res
pecto a una realidad etnográfica, para la mayoría de los etnógrafos la
descripción adecuada está en algún punto medio. Geertz (1983) adoptó
el contraste psicoanalítico entre «experiencia-próxima» y «experiencia-
distante» para ilustrar este punto:
Poco más o menos, un concepto de experiencia próxima es aquel
que alguien — un paciente, un sujeto cualquiera o, en nuestro caso, un
informante— puede emplear naturalmente y sin esfuerzo para definir
lo que él o sus prójimos ven, sienten, piensan, imaginan, etc., y lo que
podría comprender con rapidez en el caso de que fuese aplicado de
forma similar por otras personas. Un concepto de experiencia distante
es, en cambio, aquel que los especialistas de un género u otro —un
analista, un experimentalista, un etnógrafo, incluso un sacerdote o un
ideólogo— emplean para impulsar sus propósitos científicos, filosófi
cos o prácticos. El «amor» es un concepto de experiencia próxima,
mientras la «catexis objetual» lo es de experiencia distante. La «estra
tificación social», y tal vez para muchos pueblos del mundo incluso la
«religión» (y ciertamente un «sistema religioso»), son conceptos de
experiencia distante; en cambio, la «casta» y el «Nirvana» son de expe
riencia próxima, cuando menos para los hindúes y budistas... La ver
dadera cuestión... reside en los papeles que desempeñan ese par de
conceptos en el análisis antropológico. O, más exactamente, en cómo
deben desplegarse esos conceptos en cada caso para producir una
interpretación de la forma en que vive un pueblo que no sea prisio
nera de sus horizontes mentales, como una etnografía de la brujería
escrita por una bruja, ni se mantenga sistemáticamente sorda a las
tonalidades distintivas de sus existencias, como una etnografía de la
brujería escrita por un geómetra.
(Geertz, 1992:75)
— lo que hace la gente en su vida diaria (i. e. las actividades en las que
participan, cómo se organizan, por quién y para quién)
— qué fabrican y qué usan (artefactos)
— quién controla el acceso a los bienes (productos de la tierra) y tecnologías
— qué sabe la gente, qué piensa y siente
— cómo se comunican unos con otros
— cómo toman las decisiones (i. e. qué está bien o mal, qué se permite, qué
resulta raro, insólito, qué es verdad)
— cómo clasifican los objetos, los animales, las personas, los fenómenos
culturales
— cómo organizan la división del trabajo (en géneros, edades, clases
sociales, rangos, etc.)
— cómo se organiza la vida de la familia/el hogar, etc.
4.2. D os C LASES D E L IN G Ü ÍS T IC A D E C A M P O
Los antropólogos lingüistas no son los únicos que atraviesan largas dis
tancias con el fin de establecerse en una comunidad de hablantes y des
cribir su lengua, porque los lingüistas lo han hecho también desde hace
bastante tiem po, y los cursos de m etodología de la investigación de
campo son una parte im portante del aprendizaje de cualquier lingüista,
al menos en los Estados Unidos. Hay, sin embargo, algunas diferencias
im portantes entre el m étodo de trabajo de campo que em plean los
antropólogos lingüistas y el de la mayoría de los lingüistas. La práctica
de la etnografía que he esbozado más arriba es una de ellas. Para los lin
güistas interesados exclusiva o principalmente en la gramática, el motivo
de trasladarse a un lugar rem oto y vivir en una com unidad de hablan
tes suele radicar en participar del privilegio de poder tener acceso, vir
tualm ente ilimitado, a hablantes de diferentes edades, género y status
social, cuyos testimonios proporcionan una base de datos m ucho más
fidedigna y variada que la que resultaría de una entrevista con uno o
dos hablantes nativos entre cuatro paredes de un despacho de una ins
titución académica occidental. A unque podrían participar ocasional
m ente de la vida de una com unidad, la mayoría de los lingüistas no
consideran que una ubicación in situ les brinde ninguna oportunidad
de captar el uso que los hablantes hacen del lenguaje en su interacción
con otros. Por el contrario, la experiencia de campo es una excusa para
convertir a algunos hablantes nativos en consultores lingüísticos, quie
nes, con un entrenam iento previo, aprenderán a usar sus intuiciones
para ofrecer criterios de aceptación de las diversas formas gramaticales.
«¿Puede decirse...?» — pregunta el o la lingüista— ; y anota enseguida la
reacción del hablante nativo a la expresión propuesta; y se presenta la
siguiente proposición: «¿Qué m e dices de...?», seguida de una serie de
cuestiones: ¿cuál es mejor?, ¿por qué esta no funciona?, ¿qué dirías en
vez de esto otro?, etc. Estas técnicas son im portantes para descubrir
regularidades en el sistema lingüístico y para tener acceso a formas que
podrían no ser com unes en el uso cotidiano. Al mismo tiem po, el uso
exclusivo de estos m étodos evita sistemáticamente involucrarse en lo
que convierte precisamente al lenguaje en una institución social y una
práctica cultural.
Los antropólogos lingüistas, por otro lado, realizan abundantes gra
baciones audiovisuales de las interacciones cotidianas. Estas formas de
docum entación se com plem entan con la observación participante y
demás técnicas afines para el trabajo de campo, que tienen com o obje
tivo el estudio de la com petencia oral, entre otras: notas etnográficas,
dibujos, mapas, entrevistas y fotografía fija. Estas técnicas se usan con el
fin de revelar la existencia de prácticas orales locales, así com o las con-
ceptualizaciones locales de dichas prácticas y del lugar que ocupan en
la organización social de la com unidad (véase la tabla 4.2).
4.3. L a o b s e r v a c ió n p a r t ic ip a n t e
' Esco no significa que en Samoa las mujeres nunca den discursos ceremoniales ni
participen en complejas negociaciones. H e con ocid o y oído a oradores fem eninos con m ucho
talento. Sin embargo, casi siempre se prefiere co n m ucho que sean hom bres, especialm ente si
ostentan títulos (matai), los que cumplan co n el papel de oradores. Esta preferencia no reza para
las actividades que dirigen y organizan mujeres.
cuestiones esenciales, como... la construcción de un clímax de sonido,
hasta el día que compuse una canción sobre la marcha de Bosavi
[E. Schieffelin] y Bambi [Schieffelin], que llenó de lágrimas los ojos de
Gigio, uno de sus amigos más antiguos e íntimos. También yo lloré, y
en esa intensa y momentánea experiencia testimonial, sentí por pri
mera vez la emoción de cómo sería habitar aquella realidad estética en
la que sentimientos como aquellos se encuentran en el mismo corazón
del ser humano.
(Feld, 1982:236-237)
4.4. L a s e n t r e v is t a s
Gossen m enciona tam bién los lugares del esquem a taxonóm ico que
representaban «un acuerdo razonablemente general» y aquellos en los que
«el acuerdo de los inform antes no era tan com pleto» (1974: 54). Estas
afirm aciones son im portantes no solo desde u n p u n to de vista factico
— puesto que dejan al conocim iento de otros investigadores la valoración
de la in fo rm ació n que m uestran las tablas— , sino m etodológicam ente,
porque previenen a los lectores del riesgo de enfatizar excesivam ente la
realidad psicológica y fenom enológica de la clasificación.-Esto significa
que una tax ono m ía co m o la que reproduce la figura 4.1 es u na de las
maneras posibles de organizar la inform ación que pro po rcion an los dis
tintos hablantes nativos. N o hay que olvidar q u e este tip o de clasifica
ciones es de poca utilidad sin una do cum entación de la actuación de los
géneros de habla. E n m i trabajo.sobre la oratoria de Sam oa, p o r ejemplo,
m e e n c o n tré c o n q u e lo so ra d o re s d is c re p a b a n e n a lg u n a s -d e su s a firm a -
ciones sobre las distintas partes del tradicional discurso cerem onial. Algu
nas de estas discrepancias, no obstante, podían explicarse en térm inos de
variaciones y restricciones sobre el habla que terna lugar en situaciones
de la v id a real. La recreació n de estos géneros en co n tex to s aislados
(i. e. exclusivamente para la grabación del investigador) no consiguió crear
las m odificaciones necesarias para acom odarse a u n auditorio co n o ce
dor, exig ente y dispuesto a la in teracció n (D uranti, 1994a). Asim ism o,
T edlock (1983:292) descubrió que, cuando se encontraba presente una
grabadora, la v ersión de la historia contada p o d ía n o ser tan explícita
com o la que los m iem bros de la familia se contarían unos a otros ante u n
investigador de cam po desprovisto de grabadora.
Estos eventos nos dicen que los investigadores d eb en contrarrestar
la posible variación en la actu ación de cualquier fo rm a verbal co n
u n a va ria ció n de los tipos de p articip ación , lo cual supone tam
b ién altern ar entre una participación pasiva y una com pleta, y entre la
presencia y la ausencia de u n aparato electró n ico de grabación. A u n
que fo rm u lar preguntas es u n háb ito profesional del investigador, hay
ocasiones en que, co m o nos recuerda M yers (véase más arriba), escu
char lo qu e se dice a nuestro alrededor es sencillam ente la m ejor estra
tegia para aprender, p o r supuesto, siem pre que el investigador de cam po
sea capaz de en ten d e r lo que la gente esta d icien d o 5.
4 .5 . I d e n t if ic a r y u s a r la l e n g u a
o lenguas lo c a l es
Es tam b ién im p o rtan te que, al elegir la lengua que será objeto de nues
tro estudio etnográfico, no creem os una «separación» en lo que G u m
p erz llam a la «m atriz com u n icativa», es decir, la to talid ad de los
papeles com unicativos dentro de una sociedad (G um perz, 1968: 464).
E sto significa q u e no deberíam os excluir el inglés del estudio de u n a
co m u n id ad u rbana de la India, com o tam poco sería acertado desde u n
p u n to de vista m etodológico, excluir el español del estudio del inglés
qu e em plea la p o b lació n hispana del sur de C alifo rn ia o de Texas. La
relevancia de u n código en u n m o m en to particular de una interacción
__puede_ uno^preguntarse,¿cuántos-europeos-yamericanos-conocen-en-
realidad nuestra lengua, más allá de las traducciones corrientes que cal
can literalmente de los diccionarios, que convierten en caricatura tér-
minos nativos y expresiones hechas, y confunden los significados loca
les y las expresiones? No he conocido ninguno todavía, y ciertamente
no se encuentra entre nuestros respetables «expertos» etnográficos y elí
deos. Y lo que resulta todavía más perturbador de esta acritud general
es que no paran de escribir doctas monografías y ensayos sobre las cul
turas africanas sin que les preocupe seriamente que sus deficiencias lin
güísticas puedan degradar la calidad de los datos recogidos. La mayor
parte de las veces los editores no pueden garantizar, o no les importa,
que los términos nativos hayan sido correctamente transcritos.
" «El térm i n o “ sincrético ” (si hablam os del m exicano^ es una e le c c ió n más apropiada _que.
la palabra “ m ix ed ” . e n parte porque el pueblo m alinche tien e una o p in ió n negativa de la m ezcla
en la lengua, y en parte porque, p or ser un tecnicism o, el térm in o “ sin crético ” sugiere algo de la
obra y de la creatividad d e los hablantes m exican os del M alinche» (H ill y H ill. 1986: 1).
labor utilizánd o la y, luego, cam biar p au latin am en te a la lengua local.
La ex periencia de diversos investigadores co n los que he hablado a lo
largo de los años indica que es una estrategia de investigación eficaz
para las p rim era s sem anas o m eses, p ero q u e d eb iera ser so lam en te
parte incidental o com plem entaria del proceso interpretativo en el tra
bajo de cam po. E l objetivo del investigador tiene que ser el de moverse
con rapidez para in tera ctu ar lo más posible c o n los hablantes m o n o -
lingües (cuando estos constituyan la m ayoría de la población) o en la
lengua de uso. frecu ente, que suele ser la lengua q u e hablan los niños,
au n q u e las cosas se p o n e n más com plicadas c u a n d o se habla más de
una len g u a e n u n a co m u n id ad , o cu an d o los n iñ o s n o a p re n d e n la
m ism a len g u a q u e ap ren d iero n sus padres c u a n d o eran n iñ o s (véase
Kulick, 1992). H ay que guardar ciertas reservas tam bién ante u n exceso
de co nfian za en los hablantes bilingües. E x c e p to c u a n d o se trata de
com unidades en las que casi todo el m u n d o es bilingüe, suelen existir
razones de peso para que algunos individuos sepan una segunda len
gua; esto es, suelen ser personas que han vivido y trabajado fuera de la
com unidad d u ra n te u n p erío d o de tiem po o q u e tie n e n parientes en
otra región o en o tro país. Esto significa que son más capaces de adop
tar el p u n to de vista del investigador y c o m p re n d e r sus necesidades
pero, al m ism o tiem po, n o son los individuos típicos de esa co m u n i
dad. Esta es u n a de las paradojas con que han de convivir los investi
gadores de cam po, es decir, que la gente que nos en tie n d e m e jo r y a
los que en ten d em o s m ejo r suelen ser n o rm a lm e n te los que se aproxi
m an más a n u estra fo rm a de ser (D uranti, 1996). U n a de las dificulta
des del trabajo de cam p o es p o d e r b en eficiarse de los hallazgos que
esas perso n as p u e d e n b rin d a rn o s sin que la facilid ad de ese acceso
redunde en d e trim e n to de la com unicación co n otros m iem bros de la
com unidad.
C o m o v erem o s en la pró x im a sección, los an tro p ó lo g o s lingüis
tas in te n ta n superar estos obstáculos m ediante la grab ació n directa de
interacciones espontáneas, no solo en tre ellos y sus sujetos, sino tam
bién y, p rin c ip a lm e n te , en tre los sujetos m ism os. La g ra b ació n elec
tró n ic a y el p lay-ba ck p e rm ite n al in v estig ad o r ayudarse de los
m iem b ro s de la c o m u n id a d local para tra n sc rib ir y tra d u c ir la in te -
racdóji_hngüística_a_sujyeloíidadJnormal,_y_son,_además,vehículos^de
inestim able v alo r para en tre n ar el oído del in v estig ad o r en las sutile
zas de las form as de hablar del lugar.
4.6. Escribir la interacción
1C 'l
pular y rep ro d u cir in fo rm a c ió n sobre la interacción com unicativa no
solo ofrece nuevas soluciones a viejos problemas, tam bién abre la posi
bilidad de nuevas preguntas analíticas (véase el apéndice sobre pautas
prácticas para grabar interacciones comunicativas).
Esto era lo qu e le interesaba a S oIW orth cuand o fa cilitó cámaras a los navajos para qu e
h iciesen sus propias películas (W orth y Adair, 1972).
sociales (i. e. etnógrafos) o aparatos (i. e. cámaras, grabadoras, cuadernos, cuestio
narios) desempeñan un papel en la actividad que es objeto de estudio, y las dis
tintas transformaciones que cada uno de esos medios y técnicas producen. Por
ejem plo, no hay duda de que nuestra presencia co m o observadores es
más p ertu rb ad o ra en unas situaciones que en otras. H ay una diferencia
entre entrar con una cámara en las m anos en una hab itació n donde dos
personas m an tien en u n a conversación, y entrar co n u n a cám ara en u n
acon tecim ien to público con docenas de personas presentes. Al m ismo
tiem p o , el m o d o en q u e nos presentam os a n o so tro s m ism os, lo que
hacem os, así com o la actividad que ocupa a nuestros anfitriones, tiene
m u ch o que ver co n el im pacto de nuestra presencia y la de la cámara
en lo observado. La film ación en v ídeo plantea las m ism as preguntas
que cualquier otra técnica de docum entación, co m o la entrevista (véase
el epígrafe 4.4.1).Tenem os que crear formas de evaluar el m o d o en que
lo q u e vem os a n uestro alrededor cam bia c u a n d o in c o rp o ra m o s una
cámara de vídeo o cualqu ier otro artilugio de g ra b ació n a u n a situa
ció n dada. Al m ism o tiem po, no debem os o lv id ar que, tal vez con la
excepción de las consabidas conductas ante la cám ara (i. e. ciertos
reco n ocim iento s de la presencia de la cám ara o m uecas co m o m irarla
fijam ente y sonreír), n o rm alm en te la gente n o crea d e la nada la co n
ducta social ni el lenguaje. P or el contrario, sus acciones fo rm a n parte
de u n re p e rto rio q u e poseen con in d epend encia de la presencia de la
cámara. Podría aducirse que es posible utilizar de excusa la presencia de
la cám ara co n el fin de realizar determ inadas acciones sociales que se
hab rían h e c h o de cu a lq u ie r m odo, co m o c u a n d o alg u ien señala a la
cámara para justificar que deben ser educados y generosos. C reo que la
m ayor parte del tiem po las personas están dem asiado ocupadas con sus
propias vidas com o para alterarlas p o r causa de u n n uevo aparato o de
una nueva persona. M uchos investigadores h an d em o strad o una y otra
vez que, incluso co n el objetivo de un a cám ara apuntándoles, los par
ticipantes se las arreglaban para discutir entre ellos, dejarse invadir p o r
las em ociones, revelar aspectos íntim os de sus vidas privadas, o lanzarse
a c o n ta r sus im p resio n es sobre las vidas privadas de otras personas
(jincluida la del investigador!).
U n a com prensión del im pacto de la cámara en u n co n tex to deter
m in ad o ^ im plica tam bién una_com ^ rH ¿i6 n d e l tipo“de“inform ación-que~
representa. U n a cinta de vídeo condene una versión filtrada de algo que
o cu rrió m ientras la cinta corría. Sin em bargo, posee el p o d e r de cap tu -
rar de m o d o sobresaliente las acciones sociales. P or tanto, com o he m en
cionado a n terio rm en te (véase el epígrafe 4.6), las cámaras p u ed e n lle
var la co n tab ilid ad de una in tera cció n que m a n tien e algunas de sus
características tem porales y kinésicas11. Luego, distintas personas p o d rán
ver dicha grabación y analizarla de diversos m odos, m odos distintos del
que perm itiría la narración del m ism o evento p o r u n observador. C o m o
en cualquier otro artilugio de grabación, en lugar de rechazar sin palia
tivos el uso de una cámara p o rq u e podría influir en las personas, o aco
gerla co m o la tecn o lo g ía que nos p e rm itirá con seg u ir los m ejores
resultados, debem os esforzarnos p o r en tend er qué es lo que una cámara
p u ed e aportar a nuestros objetivos teóricos y m etodológicos.
¿Q u’est on est venu faire ici? ¿Dans quel espoir? ¿A quelle fin?
Lévi-Strauss, Tristes Tropicos
4.9. C onclusiones
5.1. La escritura
Los sistemas de escritura han sido im portantes para el desarrollo del aná
lisis lingüístico, al m enos, por dos razones: para que entendam os el cam
bio de los sonidos lingüísticos a lo largo del tiem po (lingüística histórica),
y para poder segm entar fragmentos sonoros significativos en unidades de
análisis com o las oraciones, y estas a su vez en palabras con sus co m p o
nentes (morfemas, fonemas) (véase más adelante y ei capítulo 6). Los regis
tros escritos han perm itido a los lingüistas acceder a etapas iniciales de las
lenguas (egipcio antiguo, hitita, sánscrito, turco antiguo, maya antiguo).
M ediante la com paración de aquellos registros iniciales con las lenguas
actuales — las llamadas «lenguas hijas» de las antiguas ya extintas— , en los
siglos xvili y XIX los lingüistas pudieron elaborar hipótesis de cóm o las
lenguas habían cambiado en el tiem po y en el espacio (Bynon, 1977; Leh-
m ann, 1973; Keiler, 1972). Las teorías desarrolladas sobre la base de tales
registros escritos han sido empleadas para reconstruir etapas iniciales (lo
que en lingüística se conoce com o «proto-lenguas») de lenguas habladas
en la actualidad que no disponen de tradición escrita propia.
E n cualquier caso, en todo sistema de escritura hay una serie de reglas
que p e rm ite n relacionarla co n la estructura de la lengua. U n o de los
mejores casos para ilustrar este punto es el análisis de M ark A ronoff (1985)
a propósito de la ortografía desarrollada por los masoretas para el hebreo
bíblico entre el año 600 y el 800 d.C. A ronoff muestra que las conven
ciones para m arcar el acento se basan en un análisis sintáctico del texto
que recuerda, en algunos aspectos, a la form alización adoptada p o r los
m odernos estructuralistas y los teóricos de la gramática generativa.
La"escritiira^^más”B'pecífícaméricé7la escritura alfabética— fue esen
cial para la noción y práctica de la transcripción, tal y com o la desarrolló
Boas originalm ente para su operación de «salvamento» del lenguaje y la
cultura indígena americana, que desaparecía rápidamente (véase el epígra
fe 3.1.). Habida cuenta de que la escritura de los sonidos de la lengua nos
invita a enfrentarnos a importantes decisiones sobre las estructuras lingüís
ticas y sobre la organización de un sistema lingüístico dado, Boas y sus inter
locutores indios no solo estaban realizando un registro del pasado, también
estaban ofreciendo un análisis de la lengua que estaban transcribiendo.
La escritura es una form a de clasificación m uy poderosa, porque rea
liza una serie de distinciones al tiem p o que ignora otras. Por ejemplo,
en inglés usamos la letra «s» para representar el plural de palabras a pesar
de que cuando lo hacem os estam os de hecho fundiendo sonidos dis
cretos: la s de ccits (gatos) no es la m ism a que la 5 de dogs (perros)* (véase
epígrafe 6.3). Los angloparlantes nativos «conocen» la diferencia aunque
es posible que no la tengan presente, m ientras para los angloparlantes
cultos pero no nativos suele ser causa de confusión el que se em plee la
misma letra para lo que en realidad son sonidos diferentes.
E scribir una lengua que n u n ca antes ha sido puesta p o r escrito
constituye una prim era descripción de esa lengua. Por m edio de la visua-
lización de lo que oímos, esto es, transform ando un fenóm eno acústico
en un o visual, la escritura facilita una distinta m anipulación de los sig
nos lingüísticos, distintas abstracciones y conexiones. Pero com o cual
quier otra h erram ienta analítica de g ran im pacto, la escritura no solo
pone de relieve ciertas propiedades (G oodw in, 1994), sino que tam bién
esconde otras (Irvine y Gal, en prensa). E n p rim er lugar, la representa
ción que utiliza convenciones ortográficas de cualquier tipo (ya sean
alfabéticas o süábicas, po r ejemplo) reproduce una ideología de la inter
pretación según la cual creem os saber lo que significa algo, pues sabe
mos que existe una relación de equivalencia térm ino a térm ino entre
palabras y significados. Esta es, sin duda, la teoría de interpretación que
representan los desarrollos pasados y futuros de la lógica proposicional
aplicados a lenguajes naturales. C o m o verem os más adelante y en capí
tulos posteriores, esta teoría presenta algunos problemas, especialm ente
cuando tratamos con el habla que se em plea en la interacción propia
m ente dicha y no bajo condiciones controladas.
E rejem plo presentado responde al so n id o «s» del inglés don de las palabras cats y dogs sí
presentan diferencias de so n id o en su mism a grafía final. (N. de! T )
E n segundo lugar, dado que cualquier sistema de escritura contiene
ana teoría parcial de los sonidos y de las unidades del lenguaje que aspira
a representar, cuando escribim os los sonidos de un lenguaje que nunca
antes ha sido transcrito, proyectamos sobre él una historia de las formas
de pensar los sonidos lingüísticos y su finalidad. La escritura tam bién
está asociada co n tradiciones gramaticales concretas. Así, los prim eros
misioneros en Africa, Asia, A m érica del N o rte y del Sur y O ceanía usa
ron las distinciones que se encuentran en las gram áticas latinas co m o
principios rectores para sus descripciones gramaticales, que se tradujo
en la im posición de distinciones morfológicas com o los casos nom ina
les (nominativo, dativo, ablativo, vocativo) incluso en lenguas d onde el
nom bre no se m odificaba p o r su posición en la oració n (A nderson,
1985a: 197-198; C ardona, 1 9 76:37-42).
Al p o n er p o r escrito una lengua tam bién se instaura com o le n g u a
e s tá n d a r u n dialecto o registro particular de entre aquellos de uso
co rrien te en ese m o m en to . Está práctica acarrea im portantes co n se
cuencias no solo para el devenir del resto de dialectos locales que difie
ren del que ha sido elegido com o lengua estándar, sino tam bién p o r el
tipo de idealización que llevan a cabo los estudiantes de lengua (F ine-
gan, 1980; M organ, 1994). H asta el nacim iento de la sociolingüística
urbana en los años 60, el interés p o r los temas de la representación o rto
gráfica en la cultura occidental estaba fundam entalm ente restringido a
los escritores de ficción que deseaban reproducir (o sim plem ente dar
una im presión) de algunos dialectos no estándar izados, generalm ente
en un diálogo. C o n la excepción de fonetistas y fonólogos, los g ram á
ticos occidentales (especialistas de sintaxis y semántica) que trabajaban
sobre su propia lengua n o parecían ten er dudas acerca del m o d o d e
representar los ejem plos que creaban para su argum entación. A u n hoy
día, al abrir un m anual o una revista especializada de lingüística form al
se descubre que los especialistas en sintaxis del inglés asum en que n o
existe ninguna relación problem ática entre la representación gráfica de
las oraciones en u n escrito y su correlato en el habla. E n otras palabras,
la ortografía estándar está im plícitam ente asociada a la idealización del
habla, que es fundam ental para las teorías form ales de gram ática c o n
tem poránea. La ad opción acrítica de u n sistema concreto de represen
tación no es, p o r tanto, una sim ple estrategia teórica (i. e. tenem os que
“admitir~de-aIgún_modo~la~existencia~de un“sistema~abstracto~básico-que-
explique la adquisición de la lengua y el hecho de com partir in terp re -
taciones semánticas), sino tam bién una táctica ideológica que term ina
reforzando los presupuestos dom inantes sobre lo que cualquier hablante
debería decir. Esto significa q ue au nq ue la escritura nos ofrece buenas
o portunidades para el análisis, tam bién reduce el ám bito de los fenó
m enos que estudiamos, y los contam ina con consideraciones ideológi
cas. P or tanto, es im prescindible que, si querem os servirnos de la
escritura com o herram ienta analítica, evaluem os de m anera crítica el
uso de la representación ortográfica en el análisis lingüístico, al m ismo
tiem p o que ensancham os las fronteras analíticas que en el pasado han
establecido su uso.
Finalm ente, ex p erim en to s recientes sugieren que la fam iliaridad
c o n un sistema de escritura (en concreto con la práctica de la lectura)
p u ed e ser fundam ental para desarrollar una capacidad de segm entar el
habla en rasgos distintivos (fonemas) o unidades más extensas (m orfe
mas) (véase el capítulo 6). N o podem os presuponer, p o r ejem plo, que
cualquier hablante del español puede ser capaz de separar sonidos que
la lingüística considera com o elem entos constituyentes de una palabra
co m o caro o carro\ En una serie de experim entos denom inados supre
sión de fonemas en los que a los participantes se les propone suprim ir un
determ inado sonido de alguna palabra concreta, la mayoría de los adul
tos analfabetos funcionales no pudieron llevar a cabo el ejercicio. Selló
les y Willis, tras una revisión de la literatura existente y de sus propios
trabajos en esta área, han escrito que:
V éase el epígrafe 6 . 3 . 1 para el uso analítico qu e hace Sapir de las in tu icion es de los
hablantes de lenguas no escritas.
ciones dentro de una misma frase (aunque, a este respecto, las lenguas
y los tipos de palabras varían co n siderablem ente d en tro de cada len
gua), p ero los elem entos de las palabras (morfem as) no pueden alterar
su posición con facilidad. Por tanto, de igual m anera que en oraciones
latinas co m o las que aparecen en (1) podem os cam biar el orden de uni
dades tales com o lupus, vulpem y arguebat, y, no obstante, conseguir fra
ses co n sentido (el latín es especialm ente flexible con respecto al orden
de las palabras), no podrem os decir lo m ism o con respecto a las partí
culas co n sentido de cada palabra.
4 E n estos ejem plos, el apostrofe indica que la vocal final de la palabra se suprim e, i. e. la
«o» del nom bre de Kato, cuando la palabra siguiente com ienza p or una vocal; el acento agudo
indica un ton o alto, el circunflejo un to n o de subida y bajada, y la ausencia de acento un ton o
bajo (véase Duran ti y B yarushengo, 1977: 63).
(5) A; dove posso trovare Mario?
«¿dónde puedo encontrar a Mario?»
B; puoi chiamarlo a casa verso le tre.
poder:2.asing. llamar-lo a casa sobre las tres
«puedes llamarle a casa sobre las tres».
E n opinión de Berlín, las palabras simples que nom bran tipos gené
ricos son los prim eros elem entos del léxico etnobotánico en todas las
lenguas. El siguiente estadio lo conform an nom bres producidos p o r ana
logía (por m edio de expresiones que significan «como» o «relacionado
con»), despues de los cuales aparecen procesos de adición de m odifica
dores (i. e. El adjetivo «auténtico» o «genuino») con distinciones que
eventualm ente son lexicalizadas y pierden la conexión con el nom bre
genérico original. En este tipo de estudio de evolución, la palabra es a la
vez el pu n to de partida y el objetivo de la clasificación lingüística.
V V éase Irv in e f 1995) para una critica de ln ideo logía qu e interviene en el uso de la
n o c ió n de «familia» en las clasificaciones genealógicas, especialm ente en aquellas que atañen a
los estudios d e c im o n ó n ic o s de las lenguas africanas.
Proto-austronesia
Figura 5.1. Una estructura de árbol o de familia de lenguas, (pie representa las
hipótesis sobre la relación entre las cuatro lenguas austronesias (PawleyÍ974),
" Para una recopilación d e artículos más recientes sobre apología del lenguaje, véase
Shibatani y B y n o n ( I 9 l)5).
ción y el discurso m ostraron que, contrariam ente a lo que defendían los
gramáticos formales que trabajan sobre foses aisladas, es posible realizar
un estudio sistemático del lenguaje de la interacción conversacional.
D entro de la psicolingüística, los teóricos de la adquisición del len
guaje se habían basado en el discurso y en las interacciones que se p ro
ducían entre los niños y los adultos, pero se consideraba que era un
m étodo que im ponían las circunstancias (pues era m uy difícil, si no
imposible, llevar a cabo experim entos con niños m uy pequeños) más
que una elección consciente y acertada de los investigadores. Sin
embargo, en los años 70, a raíz de la influencia de los analistas conver
sacionales sobre los investigadores del lenguaje infantil, estos iniciaron la
investigación de nuevos tipos de unidades, p o r ejemplo, algunas rutinas
interaccionales que abren el tu rn o de palabra (i. e. you know what?, look!
en inglés, ¡mira!* en español), proponen el tem a y construyen una cohe
rencia (Ervin-Tripp, 1973; E rvin-T ripp y M itchell-K ernan, 1977; G ar-
vey, 1984; McTear, 1985; O chs y Schieffelin, 1983). C om o consecuencia
de estos nuevos vientos intelectuales, el análisis del discurso adquirió,
impulso, se estableció com o un cam po de investigación legítimo, con la
celebración de diversos congresos y la aparición de recopilaciones de
artículos y revistas especializadas. A unque hacía ya tiem po que los antro
pólogos lingüísticos, dado su interés p o r los textos originales, la narra
tiva y la actuación, venían haciendo análisis del discurso, existía un vacío
teórico, y fue una buena ocasión para que algunos de ellos se reincor
poraran a la principal corriente de investigación lingüística, sin p o r ello
perder su identificación con la lengua com o parte de la cultura.
E n próxim os capítulos, abordaré algunas de estas contribuciones a
la com prensión de la lengua com o práctica cultural. Por el m o m en to
m e concentraré en cóm o p u ed e n recogerse y representarse los frag
m entos del discurso.
5.4. E s t á n d a r e s d e a c e p t a b il id a d
7 Por ejem plo, los solapam ientos n o pueden ocurrir cuando un diálogo es reproducido
por un hablante.
dem ostrado de m anera convincente los analistas de la conversación, las
pausas y los solapam ientos son im portantes en cualquier interacción
(Sacks, Schegloff y Jefferson, 1974). E l lugar exacto que ocupan y su
duración relativa aportan in fo rm ació n útil para que los participantes
interpreten lo que está sucediendo, decidan si se prolonga la conversa
ción y, si así se hace, qué naturaleza tendrá esta (capítulo 8). Igualm ente
im portantes son las reanudaciones, los cortes y otras correcciones que
los hablantes realizan durante la conversación. U n a transcripción que
refleje los llam ados falsos in ic io s y otros aparentes «errores» b ien
p u ed e revelar una org an izació n re c u rre n te de estos hechos que sea
relevante para que los participantes entiendan cuáles han sido las accio
nes pasadas de los demás y cuáles sus expectativas futuras (G oodw in,
1981). Así, p o r ejem plo, S ch eg lo ff (1979b) ha dem ostrado que n o r
m alm ente las personas se au to co rrig en (usa el térm in o au tocorrec-
c ió n para este fenóm eno) cuando introducen u n nuevo tem a durante
la conversación. La posición del elem en to c o rreg id o (o reparado)
está norm alm ente en la palabra que marca el nuevo tem a.V algan estos
dos ejemplos*:
' Los segm entos relevantes qu e introd ucen la nueva tem ática que se presenta son los
siguientes (tic forma simplificada):
(6) ' B: H ey did yo u see V - (0.3) tat ol'V ivian
-¿H as-vuelto-a-ver-a-la-gorda-de-V ivian?-
(7) ’ B: D id you have any e l-Y o u have a class w ith B illy tliis term?
; H ü s tenido alguna clase con B illy este trimestre?
B: • [Is shej
aroun’ (with) Bo:nny?
¿sigue saliendo (con) Bonny?
'' «Fue difícil persuadir a los inform antes de que representaran situaciones de saludo p a n
m í, c o m o tam bién lo fue registrar los saludos en cinta m agn etofónica (por tanto, el saludo
«habitúa)» que muestro en la pág. 171 es un constructo a partir de m i propia experiencia, y no
un te x to grabado)» (Irvine, 1974: 168).
5.5. F o r m a t o s y c o n v e n c io n e s d e la t r a n s c r ip c ió n
Emplearé desde ahora el térm ino transcripción para referirme tanto al pro
ceso de inscribir la acción social com o para indicar el resultado final,
aunque no definitivo, de este proceso. H ay que considerar el acto de ins
cribir com o u n proceso p o r el cual, siguiendo la form ulación de R i -
co eur (1971), algunas características de una acción en tiem po y espacio
real (i. e. algo que alguien dijo) quedan fijadas en un registro o docum ento
que sobrevivirá al efímero m om ento de la actuación en tiem po real.
(8) Okay.The niovie seemed very [.25] soitnd oriented [.4j Euen thouglt
there weren’t [.6] there was no dialogue. [3.5] [í.5]A -nd [Í.3] theJirst
[. 75] thiug I noticed ... was ... the soitnd o f the man picking ... pears.
Vale. La película parecía muy (.25) orientada hacia el sonido (.4)
Incluso aunque no había (.6) existían diálogos. (3.5)(1.5)Y- (1.3)
la primera (.75) cosa de la que te dabas cuenta ... era ... el sonido
de un hombre recolectando ... peras.
(Chafe, 1980: 304)
En inglés original: Nonstandard N egro English (N N E ) y Standard English (SE). (N. del T.)
” «El uso de la ortografía estándar se basa en la suposición de qu e los enunciados son
fragmentos de in form ación , y esta, en cam bio, supone que el lenguaje se usa para expresar ideas.
En- e r s o u n d - p I a ^ F “destacaT ñ áriírform a que el con ten id o de ¡as palabras, y la fu n ción del
lenguaje es alegre y tatica... más que informativa» (O chs. 1979: 45).
de esta m anera excluye la posibilidad de que estos fenóm enos se gene
ralicen (Ochs, 1979:45).
Los alfabetos que han sido inventariados p o r los fonólogos tienen la
ventaja de basarse en la ortografía tradicional, pero favoreciendo la pro
nunciación actual. E n principio, no están preconcebidos para señalar qué
p ro nun ciación es la estándar o no m arcada. La A sociación Fonética
Internacional (AFI) desarrolló uno de estos alfabetos, que dispone de
símbolos suficientes com o para cubrir sistemáticamente todo el abanico
de sonidos de las lenguas naturales (PuUum y Ladusaw, 1986). Cualquiera
que esté fam iliarizado con los símbolos de la AFI debe estar capacitado
para leerlos sin disponer de ningún conocim iento de la lengua que ha
sido transcrita12. Gracias a la tecnología inform ática que p erm ite des
plegar en la pantalla distintas fuentes de caracteres de letras, el acceso a
estos alfabetos se ha simplificado, aunque su uso esté todavía restringido
a aquellos que hayan disfrutado de una com pleta form ación en fonética
o lingüística. C o m o se muestra en el ejem plo (10), no basta con co n o
cer el alfabeto latino o la ortografía inglesa (¡aunque algo ayuda!) para
adivinar lo que representan los símbolos (Ladefoged, 1975: 161).
(10) aeplslemansantjeriz
Esto n o significa que solam ente con los sím bolos un lector está preparado para
pronunciar c o m o un hablante nativo o c o m o la persona cuyo habla está sien do representada.
Todavía existen lim itaciones considerables sobre la cantidad de inform ación que pu ed e ser
codificada en la representación alfabética de los sonidos.
consideramos com ún en las lenguas en general y en una lengua en par
ticular.
(11) Ken : Hey yuh took my chair by the way an’ I don’t think that
was very nice.
Eh, tú, me has cogido la silla y creo que no ha estado
bien.
Al: I didn’t take yer chair, it s my chair.
No te cogí tu silla, es la mía.
(de Sacks, Schegloff y Jefferson, 1978: 28)
15 «La acción (es), de algún m od o, eí lenguaje del cuerpo» (véase Graf. 1992: 53).
(D arw in, 1965), los antropólogos, los etólogos hum anos y otros cien
tíficos sociales se h an fascinado p o r la c u e stió n de la universalidad
frente al relativism o cultural de los gestos y las expresiones (Brem m er
y R o o d e n b u rg , 1992; E ibl-E ibesfeldt, 1970; P o lh em u s, 1978). Los
antropólogos se h an sumado a este debate p o r numerosas razones, entre
ellas, la necesidad de ofrecer una d escripción ajustada de los hechos
com unicativos.
Los an tro p ólogos socioculturales y lingüísticos son conscientes
desde hace tiem po de la necesidad de am pliar la etnografía tradicional
basada en la observación a simple vista c o n descripciones precisas y
detalladas basadas en formas de d o cu m en tació n más fiables. G regory
B ateson, p o r ejem plo, en su «Epílogo 1936» a N aven — una etnografía
del p u eb lo iatm ul de N ueva G uinea que se ha convertido en u n clá
sico de la antropología social— lam enta haber tenido que em plear des
crip cion es inadecuadas y poco precisas para el co m p o rtam ien to
expresivo o «tono», com o lo denom ina él, de los actores sociales: «hasta
que no desarrollem os técnicas precisas para registrar y analizar la pos
tura, el gesto, la entonación, la risa, etc., de los seres hum anos, ños ten
drem os qu e c o n te n ta r con esbozos p erio d ístico s del “ to n o ” de la
conducta» (Bateson, 1958:276).
Gracias a la labor de los antropólogos visuales, de los docum enta
listas etnográficos, de los etólogos y los an tro p ó lo g o s lingüísticos de
o rie n ta c ió n visual, el registro y análisis de los gestos hum anos se ha
hecho cada vez más y más frecuente en los estudios antropológicos.
H o y en día está universalmente aceptado que, en la interacción cara
a cara, lo que los hum anos se dicen unos a otros tien e que entenderse
c o n ju n ta m e n te co n lo que hacen co n su cu e rp o y con d ónde están
ubicados (i. e. Birdwhistell, 1970;Eam ell, 1995; G oodw in, 1984; G ood
w in y G o o dw in , 1992a, 1992b; Hall, 1959,1966; K endon, 1973,1977,
1990,1993; K endon, H arris y Key, 1975; Leach, 1972; Schegloff, 1984;
Streeck, 1 9 8 8 ,1 9 9 3 ,1 9 9 4 ; Streeck y H artge, 1992). Esto significa que
uno de los grandes retos de la representación gestual no es solo la repro
ducción de u n gesto o m ovim iento concreto, pues esto se puede hacer
por m edio de algunos dibujos, sino m antener la correlación de la página
con el habla en m ovim iento. La perm anente interpretación de la com u
nicación verbal y visual durante la interacción cotidiana ha estado en
“eLpüriRTde^nlifsrde“trabajos recien teslréáliiad ó rp o r antropólogos lin
güísticos que trabajan con registros audiovisuales.
E n un in te n to de expandir los lím ites del análisis conversacional
más allá de la com unicación verbal, G o o d w in (1979,1981) incorpo ra
una serie de convenciones .que fu ero n diseñadas explícitam ente para
in teg rar la in form ación sobre los m odelos de m irada co n las secu en
cias de turno s de palabra. E n el siguiente ejem plo, G o o d w in (1979,
1981: 131—133) intenta captar visualm ente la relación entre la re co n
figuración de u n enunciado y los m ovientos de la m irada entre u n par
ticipante y otro.
J o hn : ............................ Don...................Don______
(unión)
taha
PT
kak'en 0
a c a n t il a d o
néc'en <1
1
maktapi
* a
a "
t'^kt'^ksc' ^
_L ™ GRANDES
^Á
5 ^ -n
<
X
w *
zec' %
C> rocas
a*
n- %_
lyq. zec \ t ‘qkt ‘qkac‘ nniktapi néc‘en kak ‘en tahq, en.
R ocas allí grandes acantilados (cortadas a pico) éste allí en
«Hay grandes rocas que form an u n acantilado, allí.»
J'iguxAj5.4.Jr(itiscripción~eiLcó(iigO-Lúbúti-del‘-Lei¡gitqje-de-SigHos(ie-los~Iticíios^
de las Llanuras (Farnell, 1 9 9 5 : 94 ).
Birdwhistell, un pionero de la kinesiología (el estudio del uso del
cu erpo para com unicarse), creó otro sistem a de transcripción para el
m o vim ien to del cu e rp o y para aspectos prosódicos y p aralin g ü ísti-
cos del habla. Estas convenciones gráficas son particularm en te valio
sas para los analistas a la h o ra de o b serv ar m odelos en sus datos,
au nqu e sigue siendo difícil de descifrar sin ú n intenso aprendizaje y
u na práctica.
Los investigadores de la gestualidad, q u e se lam entan c o n fre
cuencia de la poca atención que han recibido los gestos en com para
ción con el habla en la investigación de las com unicaciones hum anas,
lo atribuyen a la tradición que identifica las estructuras básicas de los
actos com unicativos co n unidades gram aticales. Esto es una co n se
cuencia parcial de las lim itaciones tecnológicas o del reco no cim ien to
de la centralidad del habla en las sociedades hum anas, pero tam b ién
se debe a un a ideología de los eventos com unicativos que considera
la escritura (y p o r tanto los textos) co m o la fo rm a más desarrollada
de com unicación hum ana en contraposición a la representación icó -
nica, que considera m en o s elaborada (F arnell, 1995: cap. 2). S in
em bargo, la escritura (sobre todo la alfabética) es más apta para el aná
lisis estructural de secuencias de sonidos segm entables (véase el epí
grafe 5.1) que para otras formas de com unicación, especialm ente para
los gestos.
Figura 5.5 .E l hombre de pie en la parte izquierda (M) escucha, como participante
periférico, la historia de R.
R
A N N \ \ S S V \ V \ N \ \ \ \ V \ V S S \ N \ \ \ V \ \ \ \ S 's S \ V ,i \
.\\SSSSSV\\N\\NVSS\\SV\%S\SSVSVVSS's\\SS
D
&
Investigador
con la cámara
X =&
A =O A = )S í
I R
A =O A =0 A
D M P
5 .7 . T r a d u c c i ó n
Lo que se hace patente en este ejem plo es que, incluso cuando solo
se ofrece una traducción, la visualización de lo que el texto expone es
im portante para el m odo en que debe interpretarse el material. E n este
caso, el form ato sugiere una n o ció n de lín e a y una n o ción de v e rs o .
C om o com enta Sherzer en un capítulo aparte, «las líneas están marcadas
gramaticalmente por m edio de u n elaborado grupo de afijos de línea ini
cial y final, de palabras y oraciones», así com o p o r paralelismos sintácti
cos y semánticos y modelos de entonación (Sherzer, 1983:41). Los versos
se indentifican — en las narraciones orales de los indios am ericanos y
cuna— «no p o r el núm ero de sus sílabas, sino p o r una reconocible repe
tición dentro de un marco, o lo que es igual, p o r la relación m utua entre
las unidades elegidas dentro de una unidad» (Hymes, 1981:318). E n otras
palabras, textos com o el del ejemplo (16) presuponen una compleja teo
ría de poética local, que el investigador debe poner los medios para hacer
-expKtarya-en^el-mismo-textorya-en-otro-diferenterEn-algunos^casosrlos-
antropólogos lingüísticos han experim entado con convenciones tip o -
gráficas con el fin de incluir en la traducción algunas de las característi
cas prosódicas de la exposición oral original (unas convenciones que han
sido empleadas p o r otras perspectivas), guiones largos o vocales repetidas
para indicar longitud, y diferentes alturas para transm itir la estructura
tonal, con una «cascada de letras» para indicar un glisscmdo:
E n esta variación de form ato, «cada una de las partes de las líneas
del u n o al tres y del cuatro al seis son en sí mismas una sola línea p o é
tica» (ibíd.).
Estos form atos siguen asum iendo la n o ción de la «num eración de
líneas» (véase más arriba) y se adaptan bien al habla poética o ritual, pero
son inadecuados o más arbiu'arios para el habla com ún. Las cosas se com
plican más en aquellos casos en que la lengua original es polisilábica y de
m orfología compleja. En estos casos, los traductores se ven obligados a
dividir las palabras de m anera arbitraria y no se puede m antener el para
lelismo entre el bloque derecho y el izquierdo de la m isma página:
(20) S76 Neh, solamente nimo- En lo relativo a mí, estoy triste solo por
yólcocoa para ce, para ce este, por este tipo de demanda, por uno
demanda, para ce crrecla- que reclamaría algo de su propiedad,
maróz ce cosa Thuáxca, que dirá «bien, mira, ellos
quihtóz, ‘Pos xiquitta se llevaron mi burro»,
ónechcuiiihqueh in noax- «Bien, ¿cómo te
noh\ ‘Pos ¿quén io quitaron?» Bien, de esta manera
6mitzcuilihqueh?>Pos ih- y de esta otra, uno está triste en
quín liuan ihquln su alma porque se lo quitaron
[etc.] [etc.]
(Hill y Hill, 1986: 86)
A quí la lógica de los autores es que quieren que los lectores vean
el texto original, pero no esperan que descifren qué palabras se corres-
“p o n d en entre’sratendiendo”soT óirlírtranscripaaoT C uando el objetivo
es ese, deben cambiar a u n form ato diferente.
Formato III.Tmducción libre en paralelo y glosar el original
morfema a morfema 17
H ill y H ill usan este form ato cuando estudian procesos gram atica
les co n cretos. E n el siguiente ejem p lo es im portante apreciar q u e la
palabra tlaxcal «tortilla» ha entrado a form ar parte del verbo, es decir, ha
sufrido el proceso gramatical denom inado incorporación morfológica (M it-
hum , 1986; Sadock, 1980):
(21) ni-tlaxcal- chlchua «Estoy haciendo tortillas»
YO TORTILLA HACER
(Hill y Hill, 1986:251)
5.9. S u m a r i o
Al igual que otros científicos sociales, los lingüistas son sum am ente crea
tivos al inventar térm inos nuevos con el único fin de describir. Esto le da
autoridad a su trabajo y al mismo tiem po lo hace impenetrable para quie
nes son ajenos al campo de la lingüística. En este capítulo presentaré algu
nas de las unidades de análisis que utilizan los gramáticos para estudiar
formalmente la estructura de las lenguas naturales (fonemas, morfemas).
Después de referirm e a algunos principios básicos de la lingüística estruc-
turalista, abordaré la form a en que los acontecim ientos y los papeles de
los participantes en una situación com unicativa aparecen m arcados
mediante la m orfología nom inal y verbal. En particular, m ostraré cóm o
el distinto tratam iento que reciben los diferentes tipos de referentes en
una lengua y en otras está relacionado con elem entos contextúales tales
com o los gestos, la persona y el nivel de im plicación. Se verá q u e las
estructuras y las elecciones gramaticales están relacionadas con diversos
parám etros, entre ellos la naturaleza de la acción y el grado en q u e la
inform ación ayuda a que se cum plan los objetivos com unicativos del
hablante. Posteriorm ente, presentaré el concepto de conciencia m etalin
güística y mostraré que ciertos aspectos del significado que 110 se pueden
ver al analizar las intuiciones de los hablantes, se aprecian con claridad
cuando examinamos el uso espontáneo del lenguaje, especialmente el dis
curso conversacional. La relación entre lenguaje y género se abordará
cuando hablemos de la deixis, una propiedad que tienen ciertos signos.
6 .1 . E l m é t o d o f o r m a l e n el a n á l is is l i n g ü í s t i c o
La'rñayoríalAerloY¥ñalisislie~ro~que“aquHlamo-«formas-Hngüístieas»-se—
han basado en el m é to d o fo rm a l de investigación (C arnap, 1942),
según el cual las expesiones lingüísticas se estudian sin tom ar en cuenta
sus correlatos no lingüísticos. E l analista se centra en las form as lin
güísticas sin tratar de relacionarlas co n los sucesos u objetos del m undo
que describen (lo que los filósofos llam an designata). E n general, quie
nes estudian la fonología, la m orfología y la sintaxis suelen estar más
interesados en las relaciones entre los diferentes elem entos del sistema
de la lengua (sonidos, partes de palabras, frases y oraciones) que en las
relaciones entre esos elem entos y el «m undo exterioi*» al que supues
tam en te representan. E n el m éto d o form al, los signos lingüísticos son
extraídos de su contexto natural — com o parte de actos com unicativos
y, p o r lo tanto, com o actos sociales— y exam inados com o elem entos
de u n sistema abstracto.
El m étodo formal se basa en varios supuestos, uno de los cuales dice
que las formas lingüísticas son com partidas p o r grupos determ inados de
hablantes; sin embargo, no se suelen considerar los procesos políticos o
culturales que hicieron eso posible o necesario (B ourdieu, 1982: 26),
Asim ism o, estructuralistas y generativistas desarrollan sus análisis com o
si la relación form a-contenido se m antuviera constante ind ep en d ien
tem en te del tiem po, del espacio y de los hablantes — esto es parte del
en fo q u e sin crón ico de su d esc rip ció n lingüística— , y com o si las
im plicaciones o consecuencias sociales, culturales y psicológicas de
d eterm inad a elección lingüística n o fueran im portantes para tal des
cripción. U na versión más actual de este enfoque es la perspectiva de
autonom ía sintáctica que defienden varios formalistas contem poráneos,
especialm ente C hom sky y sus discípulos.
A l analizar las estructuras, los gram áticos ven las palabras, las o ra
ciones y sus com ponentes com o elem entos simbólicos que p u ed en ser
fácilm ente m anipulables (es decir, m odificados y com binados de fo r
mas diversas con otros elem entos del sistema) con el fin de establecer
las reglas que determ in an su uso y co m p ren sió n p o r p arte de los
hablantes. Este tipo de trabajo presupone una concepción del lenguaje
sobre to do com o in stru m en to de in fo rm a c ió n o de descripción del
m u n d o (para una perspectiva distinta, véase el capítulo 7). E n otras pala
bras, aunque a los gramáticos les im porte el significado, no suelen tom ar
en consideración más que lo que los lógicos y los estudiosos de la
sem ántica llaman significado referencial o denotativo (Lyons, 1969,
1977), es decir, respectivam ente, la propiedad que tienen las expresio
nes lingüísticas de identificar d eterm in a d o s objetos del m u n d o (p o r
ejemplo, el uso del sintagma la guitarra roja en el enunciado Juan quiere
la guitarra roja) o una clase particular de objetos, cualidades o sucesos
(por ejemplo, el uso de guitarra en la oración Juan acaba de comprarse una
guitarra)'. G eneralm ente, los gram áticos n o hacen ninguna afirm ación
acerca de los otros aspectos del significado, llamados sociales, afectivos,
em otivos o indicíales, todos los cuales, sin embargo, son de gran in te
rés tanto para los sociolingüistas co m o para quienes se dedican a la
antropología lingüística (véanse R o m a in e , 1984; Silverstein, 1979,
1985b).Tam bién dan p o r hecho que, excepto en el caso de los deícti
cos com o yo, tú, aquí, ahora, etc. (véanse las secciones 1.4.2 y 6.8.2), el
significado denotativo se com parte, es decir, se m antiene sin m odifica
ciones aunque cam bien los hablantes, pase el tiem po o se esté en otro
lugar. P o r últim o, el análisis form al se basa en el supuesto (planteado
p o r el lógico alemán G otdieb Frege) de que el significado de una p ro
posición surge del significado de las palabras que la constituyen (D um -
m ett, 1973: 4).
C o m o verem os más adelante en este m ism o capítulo, la inclusión
de otro tipo de significados en el estudio de las unidades gramaticales
perm ite, a los antropólogos lingüísticos y a los analistas del discurso,
desvelar toda una nueva serie de fenóm enos del lenguaje.
6.2. E l s ig n if ic a d o c o m o p r o d u c t o d e
la r e l a c i ó n e n t r e s i g n o s
- Por ejem plo, en el TnicttUus Logia*-Philosophiais, W ittgen stein dice: «3.3. Solo las
.propj3sicionesjien en -sen tido;.solo-en-el-n exo de-una^proposición-un-nom bre tien e significado»- -
(1961: 14). El térm in o inglés proposición es aquí, c o m o en tod os los dem ás escritos ló g ic o -
filosóficos del período, una traducción del térm ino alem án S a tz (véase W illard. 1972).
Si busco a Pablo entre u n grupo de gente, excluiré a aquellos que
son pequeños o altos pero delgados. La idea del estructuralism o es que el
significado de lo que utilizam os viene dado en parte p o r aquello que
no utilizam os.-La elección de grande debe verse no solo en contraste
con su an tó nim o, pequeño, sino tam bién en contraste con otras palabras
que son próxim as y, sin embargo, distintas, com o gran. Los estructualis-
tas dirían que para entender lo que quiere decir grande debem os tom ar
en consideración el hecho de que el sistema tiene tam bién la palabra
gran. Sabem os que un gran hombre es diferente de un hombre grande, de
aquí la im portancia de lo que no se dice (Tyler, 1978).
C om o Lévi-Strauss dem ostró al introducir los m étodos estructura-
listas en la antropología cultural, esta idea de significado-por-oposición
y de variaciones posibles dentro de una clase puede aplicarse a cualquier
sistema de clasificación, pero especialm ente a aquellos que se caracteri
zan p o r oposiciones duales o binarias: h o m b re y m ujer, las relaciones
sanguíneas o similares, nobles y plebeyos, dioses y mortales, ciudadanos y
esclavos, animales terrestres y animales marinos, seres vivos y seres que no
tienen vida, alimentos cocidos y alimentos crudos (véase el capítulo 2).
En cada caso, el significado de uno de los m iem bros se obtiene p o r opo
sición con el otro. Es el hecho de que haya personas que no son nobles
(es decir, plebeyos) lo que da a los nobles su status especial. Desde la pers
pectiva estructuralista, las relaciones de dom inación no solo se im ponen
desde arriba (por ejemplo, m ediante la fuerza o la ley), sino que tam bién
se apoyan en los de abajo, en aquellos que actúan com o «inferiores». Esta
postura ignora deliberadamente las condiciones sociohistóricas que deri
varon en una determ inada situación y destaca el factor de elección que
está im plícito en todo sistema de clasificación.
D e form a más general, la perspectiva estructuralista de lo que es el
significado resulta potencialm ente útil para cualquiera que esté interesado
en la forma en que las personas interpretan su entorno, incluidas las accio
nes de los demás. Si sustituimos las «palabras» p o r «actos», podem os apli
car esta concepción del significado ya no al lenguaje, sino a cualquier
interrelación hum ana. Podemos, p o r ejemplo, analizar la donación de un
regalo — que puede o no ir acompañada de palabras— com o un acto que
debe ser interpretado tanto sintagm áticam ente (secuencialmente) com o
..paradigmáticamente.(e;n o posición a otros actos posibles). Si el ofreci
m iento de comida se realiza tan pronto com o los platos llegan a la mesa,
se interpreta de una form a distinta que si se hace después de que otros
comensales ya han sido servidos. Además, el significado del ofrecimiento
m ism o tam bién depende del rango de los platos. Si la mesa está llena de
guisos hum eantes y se nos brinda el contenido de una lata, considerare
mos que el ofrecimiento no es suficientemente generoso e incluso podría
parecem os ofensivo.Tal reacción se basaría en la creencia de que noso
tros sabemos lo que los comensales aprecian más, así com o las formalida
des locales relativas a cóm o tratar a los invitados a una mesa. En este caso,
para saber realmente cómo interpretar el significado del m om ento en que
se hace un ofrecim iento (el cuándo) y de lo que se ofrece (el qué), debe
m os conocer lo que es relevante para la gente que hace el ofrecimiento,
es decir, lo que ellos aprecian. La comida enlatada, cuando es im portada
y más cara, debe considerarse de mayor valor que la com ida recién hecha
(esto es lo que ocurre generalmente en Samoa O ccidental, p o r poner un
ejemplo). Para ilustrar m ejor la idea estructuralista de que cualquier inter
pretación debe tom ar en cuenta lo que im porta en u n determ inado sis
tem a de elecciones posibles, echem os una ojeada a la form a com o se
utilizan los sonidos individuales para expresar significados. C o m o vere
mos, los principios que originalm ente se desarrollaron com o parte del
estudio de los sistemas fonéticos se aplicaron posteriorm ente al estudio
del com portam iento hum ano (véase el epígrafe 6.3.2).
La idea del significado com o producto de las relaciones entre los sig
nos (in pmesentia e in absentia) ha sido utilizada para el estudio de toda clase
de sistemas de com unicación, especialmente en el campo de la semiótica
(Barthes, 1968; Eco, 1976).Jakobson (1956,1968), p o r ejemplo, vio en las
relaciones sintagmáticas y paradigmáticas la base para com prender una
amplia gama de fenómenos, tales com o la afasia, la facilidad de palabra, las
novelas realistas, el arte pictórico y el cinematográfico. Señaló, p o r ejem
plo, que en las canciones líricas rusas los autores preferían explotar las rela
ciones paradigmáticas y, p o r lo tanto, favorecían las construcciones
metafóricas, mientras que autores realistas com o Tolstói acudían más a las
relaciones sintagmáticas al emplear figuras metonímicas com o la sinécdo
que (la parte p o r el todo): «En la escena del suicidio de A nna Karenina, la
atención artística de Tolstói se centra en el bolso de la heroína: y, en Gue
rra y p a z, el autor utiliza las sinécdoques “cabello en el labio superior” u
“hom bros desnudos” para referirse a los caracteres fem eninos a los que
tales rasgos pertenecen» (Jakobson, 1956:78). En pintura, el cubismo favo- .
recio las metonimias y el surrealismo las metáforas. E n cine, los prim erí-
simos planos son m etonim icos porque perm iten el uso de u n detalle en
lugar del todo, m ientras que el m ontaje paralelo es m etafórico porque
yuxtapone las acciones de dos personajes y, p o r lo tanto, fuerza al público
a pensar en uno en función de las acciones del otro'.
' Pnra una revisión del papel de las relaciones m etafóricas y m etoním icas en la gramn-
ticalización. véase H ein e. Claudi y H ün nem eyer (1991).
Los seres hum anos tam bién deben ser capaces de sintonizar y de
analizar, a una velocidad francam ente rápida, los sonidos particulares
que p ro d u c en otros hablantes. Las personas p u e d e n d ec o d ificar el
habla n o rm a l a una v elocidad de entre 20 y 30 seg m en to s p o r
segundo, a pesar de que el o ído h u m an o g e n e ra lm e n te n o p u ed e
identificar sonidos a una velocidad m ayor de entre 7 y 9 segm entos
p o r segundo (Liberm an, 1970), y a pesar tam bién de que los sonidos
transm itidos a una velocidad de 20 segm entos o más p o r segundo se
perciben com o u n «tono» indiferenciable (L ieberm an, 1975: 7). Los
sonidos del lenguaje «se deslizan» unos sobre otros, afectan d o a, y
siendo afectados por, los sonidos vecinos. Esto es lo que en fonética se
conoce com o coarticu lación . Lo que se considera una m ism a co n
sonante p u ed e ser bastan te diferente en fu n c ió n de la vo cal q u e la
siga. El so n ido / k / de la palabra car [coche] se articu la en la boca
m ucho más atrás que la / k / de key [llave]. Las tres consonantes de la
palabra spoon [cuchara], / s / , / p / y / n / } se a rtic u la n c o n los labios
redondeados, u n o de los rasgos característicos de / u / , la única vocal
de la palabra (D aniloff y H am m arberg, 1973). Los oyentes re cu rre n a
diversas claves, tanto acústicas com o contextúales, para analizar en uni
dades discretas una sucesión de sonidos que de h ec h o no son clara
m ente separables, ni en térm inos de sus señas acústicas ni en térm inos
de su articulación.
L ieberm an y otros expertos en fonética se basan en estas p ro p ie
dades de los sonidos del lenguaje para afirm ar que los oyentes realizan
un trabajo im presionante (y en gran parte inconsciente o autom ático)
para descifrar la señal del habla (L ieberm an, 1975). Ese trabajo
requiere que los oyentes idealicen o regularicen una inform ación audi
tiva bastante variable. D e hecho, la variación parece ser la n o rm a en la
p roducción de los sonidos, n o solo p o rq u e el m ism o hablante nunca
pron u ncia una palabra exactamente igual, sino tam b ién p o rq u e hay
variaciones en la fo rm a en que cada hablante configura su p ro p io
repertorio de sonidos lingüísticos. Los fonetistas han dem ostrado expe
rim entalm ente que dos hablantes distintos pueden utilizar sonidos con
diferentes propiedades acústicas para expresar el «mismo» sonido lin
güístico. Lo que para u n hablante suele producir el sonido [e], para otro
pu ede rep resen tar el so n id o [i] (Lieberm an y B lum stein, 188: 177).
Esto significa no solo que los hablantes pued en utilizar partes diferen
tes de su tracto vocal para producir lo que se percibe com o el m ism o
sonido, sino que quienes escuchan se adaptan con stan tem en te a esas
variaciones, siem pre que ciertos parámetros y diferenciaciones se m an
tengan más o m enos constantes4.
Los lingüistas han planteado la hipótesis de que los hablantes-oyen
tes se apoyan en unidades teóricas, es decir, abstractas, que pueden enca
jar fácilmente en las características particulares de los sonidos que emite
cada persona. Estas unidades son los fonem as, clases de sonidos com o
/ t / , / i / , / p / o / 0 / , que pueden ser com binados en una secuencia para
form ar unidades con significado com o / t i p / , / p l t / o / ti0 /, es decir, tip
[propina], p it [hoyo] y teeth [dientes]5.
6 .3 .1 . E l fonem a
El concepto de fonem a se creó para expresar el hecho de que n o todas
las variaciones en la p ro n u n c ia ció n de un d eterm in a d o so n id o dan
com o resultado significados distintos. Sin em bargo, en inglés no es lo
m ism o pronunciar, p o r ejem plo, / p / o / b / , com o m uestra la siguiente
lista de palabras (de H ym an, 1975: 61):
/p / /b /
pin [alfiler] bin [caja, cubo]
rapid [rápido] rabid [rabioso, fanático]
rip [desgarrón] rib [costilla]
J «Los hablantes n o tratan de producir las mismas frecuencias absolutas para las “ mismas”
vocales. En vez de ello, producen una serie de frecuencias adaptadas al largo de su tracto vocal»
(Lieberm an y B lum stein, 1988: 178—179).
, H o y en día todavía no está claro si hablar de las palabras en térm inos de secuencias de
unidades diferenciadas — de fonem as— es expresar co n acierto la form a en que los hablantes en
realidad perciben los sonidos del lenguaje. Fowler (1985) ha señalado que si pensam os e n términos
de segm entos marcados, cada un o co n su posición (ideal), hablar consistiría sobre tod o en «trcmirsc
a ellos. A rm strong, S to k o e y W ilc o x (1994) partieron de esta afirm ación para plantear que
articular sonidos debía n o ser m uy distinto de articular gestos en los lenguajes d e signos. Es
~"PTobable-que4a-capacidad de.pensar_en.términos de tales unidades no sea tanto un rasgo universal
del procesam iento del lenguaje c o m o una sofisticadísima forma d e analizar el habla a pam Fcltf ün'
constructo teó rico igual que los sistemas alfabéticos de escritura (véase el epígrafe 5.1).
nan oclusivas) — , la form a en que se utilizan las cuerdas vocales para
producirlas es distinta. E n / b / , v ib ran (razón p o r la cual se la llam a
sonora), m ientras que en / p / p erm an ecen quietas (y se p ro d u ce un
sonido sordo) ’. El uso de las cuerdas vocales es, pues, el rasgo crucial
— el rasgo distintivo — que hace que / p / y / b / sean fonemas distin
tos; ahora bien, existen otros rasgos que / p / y / b / muestran (o tom an) en
determ inados contextos, los cuales n o se consideran relevantes para su
diferenciación. Así, p o r ejem plo, / p / en inglés es aspirada7 cuando está
al principio de una palabra, p ero n o al final; de tal form a que la pala
bra p in se pronuncia en realidad [phin], m ientras que la palabra rip se
pronuncia [rip] — y no [rip1']. Pero puesto que la aspiración de p no da
lugar a una palabra de significado distinto ([riph] sería sim plem ente una
pronunciación inusual que incluso podría pasar desapercibida), los fonó-
logos consideran que [p] y [p1’] p erte n ece n a la m isma clase: el fonem a
/ p / . N o obstante, esta clasificación tiene sentido solo en el in te rio r de
un sistema particular — en este caso en el sistema fo n o ló g ico del
inglés— , pues existen otras lenguas en las que la aspiración de una oclu
siva bilabial sí da lugar a u n cam bio de significado. E n el coreano, p o r
ejem plo ,p u l y p'"itl no son variantes de la misma palabra, sino dos pala
bras distintas con diferente significado: «fuego» y «césped», respectiva
m ente. E n casos com o este se considera que la p aspirada y la p n o
aspirada son dos fonem as — / p 1’/ y / p / , respectivam ente— y n o u n o
(véase Finegan y Besnier, 1990: 66—68).
. El fonem a com o unidad de análisis pretende expresar la distinción
entre las variaciones que im portan y las que no, así com o los rasgos que
son distintivos y los que no lo son. C uando analizamos la form a en que
Para aquellos que n o están fam iliarizados con la distinción entre sonidos sordos y
sonoros, conviene experim entar la diferencia c o n otras dos consonantes, I z f y / s / , qu e se
distinguen por la misma oposición — sonora/sorda— , aunque en ninguna de las dos se obscruye
totalm ente el paso de! aire, sino que so lo se estrecha, por lo que el flujo es con tin u o y más fácil
la percepción de su diferencia: ponga las m an os sobre sus oídos y pronuncie las palabras eyes [ojos]
y ¡cc [hielo], extendiendo el ú lá m o sonido d e cada una; sentirá la vibración en la s de cyes porque
fonéticam ente es una sibilante soiiom, / z / , y n o en -ce de ice porque esta es una sibilante sorda / s / .
[En español, la i. que en principio p u ed e ser sorda o sonora, a m enudo se pronuncia c o m o sonora
delante de otra consonante sonora, c o m o en asma o desde. (N. del T.)\
" Esto significa que después de la / p / d e p in sale una corriente de aire más fuerte que
después de la / b / de biti. Los fonetistas d efin en la. aspira c iá n _ C Q in Q _ u n - ruido-sordo-de-m ayor
extensión que se escucha después de la articulación d e una oclusiva y antes de la vocal siguiente
(Ladefoged, 1975: J3 y 124).
los diversos órganos de la fonación se m ueven para producir un sonido
o la frecuencia de las ondas sonoras en una articulación determ inada
(com o p u ed e apreciarse en u n espectrogram a; sobre este tem a, véase
Ladefoged, 1975), observamos que son innumerables las variaciones que
puede haber entre u n ejem plo y otro de lo que los hablantes perciben
com o u n m ism o sonido. Sin em bargo, desde el pun to de vista de los
cambios en el significado, muchas de esas variaciones pueden ser igno
radas, co m o las relativas al volum en, al tono (en las lenguas 110 tonales
com o el inglés [y el español]), a si la voz es entrecortada o si los soni
dos tien en una prolongación enfática. Asimismo, variaciones co m o la
que existe en tre u n a oclusiva sorda aspirada y otra no aspirada en el
inglés ([p] vs. [p1']) tam bién p u ed e n ser ignoradas porque son previsi
bles, es decir, dependen de los sonidos contiguos y no alteran el signi
ficado de la palabra en que aparecen.
El concepto de fonem a es sum am ente atractivo para cualquiera que
esté interesado en la form a com o las m entes hum anas procesan el flujo
de los acontecim ientos y los fenóm enos en que tom an parte. Especial
m ente en la prim era m itad de este siglo, ios antropólogos lingüísticos y
los antropólogos culturales intercam biaron diversas hipótesis para ju s
tificar el p rincipio general que señala que existen patrones abstractos,
o formas, que p u ed en ser psicológicam ente reales pero difíciles de ver
u oír. Para Sapir, la necesidad de form ar clases abstractas para ordenar
casos co ncreto s de sonidos p roducidos p o r hablantes nativos se veía
fu ertem en te apoyada p o r el trabajo de cam po que había realizado en
com unidades con lenguas sin escritura. O bservó que los hablantes nati
vos de esas lenguas encontraban grandes dificultades para transcribir los
m atices de las diferencias acústicas que no percibían com o significati-
vas. C u and o se les pedía que dividieran alguna palabra, frecuentem ente
producían formas que estaban más cerca de una representación abstracta
o de una reconstrucción etim ológica que de lo que habían dicho unos
segundos antes en el co n tex to de u n a palabra entera o de una frase.
Sobre la base de estos hechos, Sapir reivindicaba la realidad p sic o ló
g ica d el fo n em a . Ilustrem os su postura con u n ejem plo: en cierto
m o m en to , m ientras enseñaba a su inform ante de payuté del sur, Tony
T illohash, a escribir fonéticam ente su lengua, Sapir eligió la expresión
pa:$al<, «en el agua», que está form ada p o r una oclusiva bilabial sorda
([p])7úña íilarga”y~tensa~[a:]7una-fricativa-bilabiahsonora.([J3]) ,.una.íi_
corta y relajada ([a]) y una aspiración final (pj).
Le dije a Tony que dividiera la palabra en sílabas y que, escuchando
con atención, descubriera de qué sonidos estaba compuesta cada una
de ellas, y en qué orden, para luego tratar de escribir el símbolo que
correspondiera a los elementos fonéticos identificados. Para mi sor
presa,Tony dijo: pa, pausa, pah.Y digo «sorpresa» porque reconocí de
golpe lo paradójico que era que Tony no estuviera «escuchando» en
términos de sonidos reales (la bilabial sonora |5 era objetivamente muy
distinta de la oclusiva inicial), sino en términos de una reconstrucción
etimológica: pa, «agua», más la «posposición»*-^'', «en». La leve pausa
que aparecía después del tema fue suficiente para desviar a Tony de la
forma meramente fonética de la «posposición» hacia una forma teóri
camente real pero inexcusablemente inexistente.
(Sapir, 1949d: 48-49)
6.4. R e l a c io n e s d e c o n t ig ü id a d :
D E LOS FO N E M A S A LOS M O R FE M A S
C o m o señalamos más arriba, los signos, incluidos los sonidos del len
guaje, m antienen, además de las relaciones de oposición, relaciones de
contigüidad. C uando los fonem as se com binan en secuencias, form an
m orfem as, que son las unidades sonoras mínimas con significado. Por
ejem plo, los sonidos / p /, / i / y / n / no tienen significado propio, pero
si se unen en la secuencia /p i n /, dan p o r resultado la palabra inglesa pin
[alfiler]. Los sonidos / i / y / q / form an la term inación verbal / i q / (que
se deletrea -ing), com o en liv-ing [viv-iendo] o jo k-in g [b ro m e-an d o ].
U na sola / s / expresa la idea de «plural» cuando se añade a book [libro],
seat [asiento] o lip [labio].
Para aislar un m orfema, los gramáticos deben poder determ inar que
un sonido o una secuencia de sonidos regularmente expresan u n signifi
cado particular. Q uienes se dedican a la morfología norm alm ente ig no
ran los problem as con que uno se topa cuando trata de describir con
precisión el significado de u n m orfem a y se sienten satisfechos cuando
u n hablante nativo intuitivam ente reconoce que una form a dada «más o
m enos significa lo mismo» en diferentes palabras, por ejem plo un- [in-]
en unorthodox [no ortodoxo] o en tmiisual [inusual], o -ism [-ism o] en
M arxism [marxismo] y en Cubism [cubism o]. Sin embargo, las intuicio
nes de los hablantes a veces pueden contradecir la evolución de las len
guas y ver similitudes etimológicas en palabras que no están relacionadas,
com o p o r ejemplo en el -ust de nuist [moho], rust [oxidación], crust [cor
teza] ,/wíf [olor a encerrado] y dust [polvo], considerando que, a grandes
rasgos, guardan relación con una «form ación en superficie» (Bolinger,
1950:120). Igualmente, la palabra ambush [emboscada] suele suscitar en
los hablantes la idea de que alguien se esconde en los matorrales [bushes]
(ibíd., pág. 128). Las diferentes teorías lingüísticas varían en el grado de
validez que otorgan a tales intuiciones en sus análisis m orfológicos.
Sobre la base del m ism o ti^ÓTle arguñlentos‘utilizados^panrhablar-
de los alófonos (sección 6.3.1), los estudiosos de la morfología hablan de
alom orfos, que serían las variantes de lo que podría considerarse com o
el m ism o morfema. El ejemplo clásico en inglés [como en español] es el
del plural, que puede tener tres concreciones fonéticas distintas [en espa
ñol, dos: -5 tras vocal átona, y -es tras consonante o vocal tónica]:
(11) (La hija del jefe se dirige a uno de los jóvenes presentes)
Hija: ice chest en patoh-sang mwo eri
hielera aVLoc[HUM]-desde ahí y así
«quita la hielera de ahí para que»
(12) (El jefe, así como varios nobles y otras personas, están sentados en
círculo, antes de una ceremonia sakau)
JEFE: ahpivmake mihmi me
pero si tú quedar cerca-de-mí
«¿Qué tal si te quedas aquí?»
N a lik .: ahpw ma e patoh-long me
pero si ella VLoc[HUM]-dentro cerca-de-mi
«¿Qué tal si ella viene adentro?»
SOU.: ah kowe patoh-sang men
y tú VLoc[HUM]-de donde-estás
«y tú muévete de ahí»
L a m p e i n .: solí i pahn patoh-di-wei men
no yo futuro VLoc[HUM]-abaj o-hacia-en-
torno-tuyo
«no bajaré hasta allá»
6.5. D e LA M O R F O L O G Í A A LA C O N T E X T U A L I Z A C I Ó N D E L O S E V E N T O S
1,1 Véanse tam bién G ruber (1965), Chafe (1970) y Jackendoff (1972). La form a c o m o los
gram áticos generacivistas utilizan los casos se discute en J. G rim shaw (1990) y K adford (1988:
3 7 3 ). Para un análisis más detallado de los roles sem ánticos y para c o n o c er una lista más amplia
d e casos, véase Andrews (1985). Para una descripción diferente de los casos, llamada de
«relaciones temáticas», véase Jackendoff (1 987, 1990).
" Esto significa que todas las proposiciones finitas necesitan siempre un sujeto, aunque este
— no-cenga-un referente-claro-tfn el niundo-PoiLciem ulo. en .in glés uno debe decir it milis fllueve|,así
co m o it is important to vote [es importante votar]. En ninguno de los dos casos queda claro qué
significa «it», y en muchas lenguas (el japonés, el español) esas oraciones no llevarían sujeto explícito.
en el nivel de superficie (com o en the woman opened the door [la m ujer
abrió la puerta]). Si estuvieran presentes el instrum ento y el objeto, el ins
trum ento sería el sujeto (the key opened the door [la llave abrió la puerta]),
y si el agente y el instrum ento estuvieran ausentes, el o b je to 12 sería el
sujeto (the door opened [la puerta se abrió]).
Fillm ore destacó que las lenguas varían con respecto a qué casos
pueden ejercer la función de sujetos. Fillm ore (1977a) se apoyó en el
trabajo de Susum o K uno (1973) para señalar que en algunas lenguas
com o el japonés no pueden existir oraciones com o (23) y (24), en las
cuales el sujeto es u n instrum ento no hum ano:
• '■ La confu sión entre «objeto» c o m o cliso sem ántico y «objeto» c om o categoría sintáctica
que se opon e a «sujeto» llevó a algunos lingüistas a preferir otras denom inaciones, c o m o «paciente»
o «tema».
1 ’ «El FLUJO DE A TEN C IÓ N [attanioii //iui'] determ ina el orden linea! de los sintagmas
_ n o n iia ales,, que-se-pres e n tan,- e n - n n a - o ració n r e n -e 1- o rden - e n - qu e j el- h ablance“desea“ qu e“s e a n ~
escuchados» (DeLancey, 1981: 632). Este co n c ep to se relaciona, aunque es diferente, c o n la
n o ción de iconicidad de Hainian (1980) (véase e l epígrafe 6.8.1).
C u alq u ier teo ría gram atical que parta de conceptos sem ánticos,
como la gram ática de casos de Fillmore, parece más útil para analizar
lenguas ergativas co m o el chirbal, puesto que para estas lenguas no está
claro qué sintagm a nom inal — si el que está en caso ergativo o el que
está en caso absolutivo— debe ser considerado su je to 14. P uesto que,
com o vim os en los ejem plos en chirbal, el sintagm a nom inal c o n el
agente (el caso ergativo) p o r lo general necesita u n sufijo m ientras que
el sintagma nom inal en caso absolutivo norm alm ente no se marca (es
decir, que tiene sufijo «cero» o «morfología-cero»), algunos gram áticos
consideran que las lenguas ergativas tratan las proposiciones transitivas
como las oraciones pasivas en las lenguas nominativo-acusativas (Hale,
1970). Esto significa que la oración (21) se traduciría com o «la m ujer
fue golpeada p o r el hom bre» (siendo la preposición por la traducción
del m orfem a del caso ergativo). N o obstante, para otros esta conclusión
no es más q ue reflejo de la visión eurocéntrica de la gramática, pues se
estaría tratando de que las lenguas ergativas se ajustaran al patrón no m i
nativo-acusativo «traduciéndolas» a estructuras sintácticas (las pasivas,
por ejemplo) que tienen sentido para los hablantes de las lenguas nom i
nativo-acusativas (D ixon, 1972:136-137; Silverstein, 1976a: 114—115).
Fillmore ofreció una atractiva solución para este problema: propuso que
las lenguas ergativas sim plem ente carecen de procesos de subjetivación,
es decir, que expresan directam ente los casos (o papeles) semánticos, en
vez de decidir en cada ocasión qué sintagma nom inal es el sujeto (Fill
m ore, 1968: 53—54).
La gram ática de casos tam bién parecía m uy adecuada para explicar
el hecho de que las lenguas puedan seguir uno de los sistemas (el erga-
tivo-absolutivo, p o r ejem plo) en algunas partes de su gramática, y otro
—— -L a -d isrin ció n -iiiclu siva -exclu siv a^ se representa aquí únicam ente en la form a d u al
(«nosotros» inclusivo exclusivo), pero no en el «nosotros» plural (más de dos). Para contrastar con
un sistema don de la distinción se hace tam bién en el plural, véase el epígrafe 9 .3 .2 .
m ed ian te cuatro rasgos: [ + /- yo], [ + /- tú], [+ /~ plural] y [ + /- restrin
gido]. U n a vista general de este sistema la tenem os a continuación (Sil
verstein, 1976a: 117)lf’:
A B C D E F G H Í J K
a. [+ /- ego] + + + + + -
b. [+ /- tú] + + - - - + + + - - -
c. [+ /- plural] + + + + - + + - + + _
d. [+ /- restringido] 4- - - - (+■)+ - (+)+ - (+)
E n este sistema, la prim era persona del singular (nuestro yo) sería
una co m b in ac ió n de los rasgos [+yo, -tú , -plural] y la segunda p er
sona del singular (el alemán du o el español tú), la com binación [+yo,
+ tú , -plural], m ientras que la tercera persona del plural (el inglés they
[o el español ellos/as]) sería [-yo, -tú , + plural]. E l rasgo [ + / - restrin
gido] in d ica si los individuos a los que se refiere el p ro n o m b re son
ú n ico s y num erables. Se utiliza para expresar la d istin c ió n e n tre la
fom a dual ([+restringido]) y la form a m ás-d e-d o s ([-restringido]), y
Cada colum na representa una com b in ación de rasgos. Sin em bargo, no todos los rasgos
son ind ep en dientes ni se vinculan librem ente. He dejado fuera una colum n a entre B y C. la cual,
aunque considerada como una com bin ación, se excluye por relaciones de im plicación entre los
rasgos (Silverstein la marca con asterisco). Esa colum na representaría un sintagma nom inal con
esp ecificación positiva para )’<’ y para fií, y especificación negativa para el rasgo plural. Esto no es
posible, dado quc.por_defivució.n,_cualquienproiiQmbre.qu¿.uicluva.al.hablante-v-al-ovence es plural.—
El rasgo posirivo para «restringido» esrá entre paréntesis (+ ) cuando es redundante, es decir, cuando
la form a es singular: con [-plural].
el rasgo [ + / - plural] indica la distin ció n en tre plural y singular. Así
pues, la p rim era persona dual inclusiva es resultado de la c o m b in a
ción [+yo, + tú , +plural, + restringido], lo que significa que incluye al
hablante, al oyente, es plural y restringe el n ú m ero de participantes a
una cifra específica, que es dos17.
Al examinar varias lenguas, Silverstein descubrió que, aunque había
sutiles diferencias en térm in o s de qué com b in ació n exacta de rasgos
sería la correcta en determ inados casos (a veces [+tú] parecía más alto
que [+yo] en la jerarquía), había, sin duda, patrones recurrentes. Así,
los pronom bres que contaban con los rasgos [+yo] y [+ tú] ten d ían a
estar más altos en la jerarquía y, p o r ende, seguían más el sistema n o m i
nativo-acusativo. E n cam bio, los pronom bres que tenían valores nega
tivos para esos dos rasgos estaban más abajo en la jerarquía y tend ían
a seguir el sistema ergativo-absolutivo, com o los nom bres en general.
Añadiendo unos cuantos rasgos más para incluir a participantes en ter
cera persona, co m o [ + / - hu m an o ] o [ + / - p ro pio ], Silverstein p u d o
abarcar m uchos más tipos de sintagmas nom inales. Su hipótesis era que
estos rasgos podían organizarse en una secuencia tal que si una lengua
usaba la m orfología ergativa en u n determ inado pu nto de la jerarquía,
era posible prever que usaría esa misma m orfología para todos los tipos
de sintagm as nom inales q u e estuvieran debajo de ese pu nto . Si, p o r
otro lado, una lengua utilizaba el patrón acusativo en un p u n to dado,
podía preverse que siguiera utilizándolo en los puntos más altos. Esta
jerarquía de doble sentido la podem os ver en la figura 6.1, d o n d e las
líneas verticales señalan las posibles divisiones entre la m orfología acu
sativa y la ergativa en una misma lengua. La predicción consiste en que
una vez que la d istinción en el sistem a para m arcar el caso se ubica
entre dos valores de u n mismo rasgo (po.r ejemplo, entre [+yo] y [-yo]),
todos los rasgos de la izquierda funcionarán de la m isma form a, que
será diferente de la de los rasgos que se u b iq u e n a la derecha de esa
línea vertical1”.
17 C on k lin (1962) propuso una matriz similar con tres rasgos (hablante, oyente y m iem bro
no marcado (nm iiim l manlwrshipl co n el fin de explicar los pronom bres personales del hanunó.
Sin embargo, su sistema no funciona co n lenguas australianas c o m o el gim uingú yim idiro. que
tiene diez pronombres. Bean (1978) hizo una adaptación del sistema de C onklin a los pronombres
del kannada.
U na versión simplificada de la mism a jerarquía la presentó D ix o n (1 9 7 9 :85)~sobí¿ un
eje horizontal.
Ac Erg
+tú -tú
+humano -humano
+an¡mado -animado
La idea fundam ental que presenta esta jerarquía es que cierto tipo
de p articip an tes en el discurso, com o el hablante, el o yente y otros
p artic ip a n te s hum anos, tie n e n más probabilidades que otros de ser
agentes, y que este g ru p o se com plem enta con otro co m p u esto por
participantes que tienden más a ser objetos. Las lenguas ergativas m ar
carían co n una desinencia especial (con u n m orfem a ergativo) aque
llos participantes que tienen m enos probabilidades de ser agentes, es
decir, a los referentes del lado derecho del esquem a 6.1: nom bres en
tercera persona, referentes inanim ados. A la inversa, las lenguas n o m i
nativo-acusativas tenderían a m arcar con el acusativo aquellos n o m
bres q ue se refirieran a participantes que tienen m enos posibilidades
de- ser objetos, o sea, los pronom bres de prim era y de segunda p erso
nas. E sto significa que si una lengua tiene una m orfología ergativa, es
m ás probable que la utilice en los nom bres que en los p ro n o m b res, y
m ás pro b ab le aún para el p artic ip a n te en tercera p erso n a q u e para
aquellos en prim era o en segunda personas. La hipótesis de Silverstein
to m a en consideración varias dim ensiones gramaticales, sem ánticas y
pragm áticas, entre ellas el tipo de sintagm a n o m in al (si el referen te
aparece con su n o m b re co m p leto o con un p ro n o m b re ), la persona
(o el tip o de participante en el acto de discurso) y el grad o de an i
m a c ió n (C roft, 1 9 9 0 :1 1 2 —113). La validez de estas d im en sio n es ha
sido corroborada en num erosos estudios efectuados con otras lenguas
e in clu so c o n otras fam ilias de lenguas (D ixon, 1994), y m u estra la
-im portancia-de-dirigir~una-m irada~m ás-am plia-a4a-m orfologíar una“
m irada que incluya las opciones que la lengua p o n e a disposición del
hablante para asum ir un determ inado p u n to de vista y representarlo
en su discurso (véase más adelante). E n las últim as dos décadas, la
jerarquía de Silverstein y sus im plicaciones han sido revisadas desde
diversas perspectivas teóricas, y algunos autores han propuesto m o d e
los alternativos (véase, p o r ejem plo, Jelinek, 1993). Su idea principal
sigue siendo, no obstante, una hipótesis central en la antropología lin
güística: si encon tram os que u n sistema gram atical es «mixto» o que
sigue criterio s aparentem ente contradictorios, debem os atender a los
factores sem án ticos y pragm áticos q u e p u d ie ra n estar involucrados.
Aquello de lo que los participantes hablan suele desem peñar u n papel
definitivo en la organización de la gram ática.
Los verbos causativos son aquellos que describen sucesos que involucran a un agente
cuyas accion es producen algún cam bio en el estado de algo o de alguien. Ejem plos típicos de
verbos causativos son kill, opat [abrir], tlrop [dejar caer|. hity [com prar]. D esd e la perspectiva de la
gramática generativa, los verbos causativos co n tien en el predicado sem ántico abstracto «CAUSAR»
{las m ayúsculas se utilizan para destacar la naturaleza abstracta, no léxica, del predicado). D e este
m od o, imitar se representa co n una estructura léx ico -sem á n tica del tipo CAUSAR (x. l l e g u e a
e s t a r ( n o ( v i v o (y)))). Este tipo de análisis pretende expresar la inferencia )> no « f ií vira a partir
de .v mató a y. Para este y otros análisis formales vé rb o s^ a u sa tiv o srv é a se ‘ Ghierchia-~y—
M c C o n n e ll-G in e t (1990: 350-370).
can de igual m anera tanto en los casos no causativos com o en los cau
sativos (The balloon b u rst/I burst the balloon [El globo estalló/Yo estallé
el globo]» (Talmy., 1985: 84). E n algunas lenguas, la m ism a distinción
puede hacerse añadiendo u n m orfem a para transm itir la idea de causa
o añadiendo otro para especificar el uso no causativo. E n sam oano, la
prim era opción es la com ún. Los verbos causativos suelen derivarse de
otros no causativos a los que se añade el prefijo fa 'a - ([fa?a]), com o se
puede observar en (29) y (30): paYi, «caen> se convierte e n fa 'a -p a 'i 7, que
significa «dejar caer» (o «causar-caída»)2t'.
> El prefijo fa 'a n o siem pre conlleva el significado de causa e n el sam oano. T am bién
puede utilizarse para producir adjetivos y adverbios de m odo, c o m o en fa 'a SSinoa, «al m od o
samoano».
Tabla 6.3. Algunas sutiles distinciones semánticas expresadas por la morfología
verbal en la lengua atsugeuñ (deTalmy, 1985: í 08—109).
- ic t «por un líquido»
- c is «dentro dei fuego»
- is p -u- + «a través de un conglomerado» (por ejemplo, de arbustos, una
muchedumbre o ía caja torácica)
- w a m «en ei fondo de un contenedor» (como una cesta, las manos'en
forma de cuenco, un cuenco mismo o un bolsillo)
- w a m m «en un recinto ampíio» (por ejemplo, un corral, un campo, el
área ocupada por un estanque)
- i p s n u + «(horizontalmente) en un recinto (como una casa, un horno, un
desfiladero o el estómago de un ciervo)
-tip - u - + «hacia abajo, en un recinto grande bajo tierra» (como un
sótano o una trampa para atrapar ciervos)
- ik n + «sobre el borde de un hueco (por ejemplo, el agujero de un
■roedor o una boca)
-ikc «en un pasadizo, de modo que obstaculice el paso» (por
ejemplo, al atragantarse, al cerrar el paso o a! erigir un muro)
-ik s u + «en una esquina» (por ejemplo, la esquina de una habitación o
la juntura entre el suelo y las paredes)
- m ík - «en el ojo o en la cara (o en la cabeza) de alguien»
- m i c «en la tierra»
-cisu + «hacia abajo, en un objeto que está sobre la tierra» (por
ejemplo, en la parte superior del tocón de un árbol)
-iks «horizontalmente, en un objeto que está sobre la tierra (por
ejemplo, un lateral del tocón de un árbol)
(33) ch-oq-ha-maka
ASP-nos-tú-golpear
«nos golpeas» (Craig, 1979:31)
(34) ch-ach-cu-maka
ASP-ti-nosotros-golpear
«te golpeamos»
Estos ejem plos tam bién hacen pensar que, com o afirm aron H o p
p e r y T hom p son (véase más adelante), la transitividad no es una p ro
piedad de los verbos en sí, sino de las proposiciones. El m ism o verbo
ner-, «comer), adquiere una m orfología diferente dependiendo de si hay
o no un objeto en la proposición.
La estrecha relación que existe en tre la m orfología no m in al y la
m orfología verbal tam bién puede apreciarse m ediante u n «continuum»
Para evitar confu sion es, reem plazo la abreviatura «REL» (caso relativo) d e W oodb ury
— con-«E rg»-(ergativo),a-pesar-de-que-*‘rebtivoi>-es-quÍ 2á-una-cacegoría-general-i]iás-apropiada_
para las lenguas esquim ales. Los dos puntos (:) in d ican un significado adicional del m ism o
m orfem a.
gramatical para los verbos, similar a la jerarquía de rasgos elaborada por
Silverstein y otros lingüistas para la m orfología nom inal. M oravcsik
(1974) revisando el fenóm eno de la concordancia en varias lenguas des
cubrió que ciertos tipos de referentes requerían, más que otros, la con
cordancia con el verbo. Si, en una lengua, el verbo ha de concordar con
solo un tipo de argum ento, será con el sujeto (este es el caso del latín,
com o vim os más arriba). Si ha de co n co rd ar con dos tipos de argu
m entos, será con el sujeto y el objeto definido (es el caso de la m ayo
ría de las lenguas bantúes, en las que una restricción adicional para la
concordancia es que el objeto sea hum ano). Si debe haber concordan
cia con tres tipos de argum entos, estos serán el sujeto, el objeto defi-
nito y el objeto indefinido.
6 .5 .3 . La jerarquía de topicalidad
G ivón (1976) propuso reordenar estas tendencias en lo que llam ó una
jerarquía de topicalidad, según la cual se podrían predecir los tipos
de referentes con mayores probabilidades de som eterse o desencadenar
reglas gramaticales co m o la concordancia verbal. Se eligió el térm in o
«topicalidad», que se deriva de «tópico», porque al parecer los asuntos
que se localizan en lo más alto de la jerarquía son tam bién aquellos que
suelen ser la m ateria de la. que se habla.
La figura 6.2 reproduce la jerarquía de topicalidad com o u n co n
ju n to de relaciones en tre niveles claram ente diferenciados pero de
alguna form a vinculados:
- D e ninguna manera quedan cubiertas codas las p osibilidades qu e tien en las lenguas de
codificar a los participantes co n los dos tipos de sistem as abordados aquí. E xisten , por ejem plo,
las llamadas «lenguas activas», qu e distin guen entre los su jetos qu e son activos y los que no lo
son (D ix o n , 1994: cap. 4; M ith u n , 1991). D u r ie (1 9 8 7 , 1988) analizó el achenés. una lengua
austronesia qu e se habla en la provincia in d on esia de A c eh , la cual tiene dos relaciones
gram aticales fundam entales a las que llama, sig u ien d o a Fovvley y a Van Valin (1984). actor y
tem a (uiidcrooer), térm ino, este últim o, qu e reemplazaría al «objeto». Los verbos intransitivos
_um bién_tittjwn_3Ctor__D_t.em a,-dependiendo-de-$u-sem ántica.-Eara-m ás4nform ación-sobre-las—
lenguas de «transitividad-parcial», véanse D eL a n cey (1 9 8 1 ), G arrett (1 9 9 0 ). M erlán (1985) y
Van Valin (1990).
6 .5.4 . Tipos de oraciones y ¡a estructura argumenta! preferida
John D u Bois (1987) estudió cóm o las lenguas nominativas y las ergati-
vas presentan la inform ación en narraciones y concluyó que las formas
típicas de organización del discurso pueden aparecer en cualquiera de los
dos sistemas, dependiendo de a qué factores favorezca cada cual. D u Bois
destacó que, en las narraciones, la tendencia es que solo un participante
(o, en los términos de la gramática lógica, u n «argumento» del verbo) sea
expresado m ediante un nom bre com pleto (esto es a lo que llama la «res
tricción del argum ento léxico único»). Este participante no suele ser el
agente — circunstancia que se resum e en la «restricción del agente [Ag]
n o léxico»— , sino el sujeto de una proposición intransitiva o el objeto
de una proposición transitiva. Los agentes, en general, aparecen antes, en
otro tipo de papeles, y se hace referencia a ellos vía anáfora, es decir, p o r
u n pronom bre o con u n m orfem a cero. A este patrón discursivo lo ha
llamado la «estructura argum ental preferida» (o EA P)-\ Según D u Bois,
en el discurso se pueden ver numerosas razones en conflicto a favor de
u n sistema gramatical y no de otros. La distinción, en el discurso, entre
sujeto y objeto, p o r u n lado, y agente, por otro, podría favorecer el desa
rrollo de u n sistema ergativo-absolutivo; sin em bargo, los agentes y los
sujetos están vinculados p o r otros motivos, entre ellos, los factores que
los llevan a ocupar un lugar alto en la escala de topicalidad (véase la figu
ra 6.2). Los agentes y los sujetos suelen ser humanos, tópicos y definidos.
Los objetos tienden a no ser hum anos ni tópicos y sí indefinidos.
(37) . The boy ate the fish [£7 niño se comió el pescado]
(38) The boy ate [El niño comió}
(39) The boy likes fish [El niño gusta del pescado]
(41) na ai le tama
Pasado comer Art niño
«El niño comió»
(43) (Pesio, libro 16; una madre le habla a su hija, refiriéndose a la inves
tigadora Elinor Ochs, que. tiene una cámara)
Madre: kfi i higa e siva se''i pu'e le aka o"oe
ponerse Prep arriba a bailar y-así hacer la foto de ti
«Párate a bailar para que (ella) pueda hacerte una foto.»
(45) («La guardia»; tres jefes hablan sobre las virtudes de varios oradores
a los que conocen bien, y recuerdan las ocasiones en que cada uno
de ellos actuó)
Fipu'itpu'u le langa a le kamaloa 'o Púa.
corto el discurso de el hombre Pred Púa
(literalmente) «el discurso del hombre Púa (fue) corto» o
«el hombre Púa dio un discurso corto».
6 . 6 . L a A D Q U IS IC IÓ N D E l a - g r a m á t i c a e n l o s e s t u d i o s
S O B R E L A S O C I A L I Z A C IÓ N P O R EL L E N G U A JE
-(48)-----(De-Jacquement—l-994f-307-reon-algunas-convencionesdetrans-“
cripción levemente modificadas y con traducción.)
01 LM:= non deviare i ragionamenti, 01 LM: no desvíes el asunto
02 Pan: non sto 02 Pan: no lo estoy desviando
devian-do=
03 LM:=non girare attorno,= 03 LM: no le des vueltas
04 Pan: non sto- deviando ( ? ? ) 04 Pan: no me estoy desviando
05 LM: nii vuoi portare ■ 05 LM: quieres hacerme
06 a dimenticare le cose, 06 que olvide cosas,
07 se tu parli 07 si tú hablas
08 é giusto? 08 ¿no es cierto?
09 di fiancheggiatori- 09 de los colaboradores
10 Pan: nía scusi- ma lei m i- 10 Pan: discúlpeme, pero ¿usted
11 mi ha mai conosciutoa me? 11 ya me conocía?
12 LM: a te? (..) mai,— 12 LM: ¿a ti?, no,
13 Pan: e allora pecché da del tu,= 13 Pan: ¿entonces por qué me trata de tú?
6 .8 . D e l o s sím b o l o s a los ín d ic e s
Para Peirce, in clu so una fórm ula algebraica p u ed e ser un ic o n o . En este caso, el
parecido con el «objeto» qu e representa se interpreta m edian te reglas c o n v e n c io n a le s .«... una
fórm ula algebraica es un ic o n o , qu e ha sido convertido en tal m ed ian te las reglas de
con m u tación , asociación y d istrib u ció n de los sím bolos. P u ed e parecer a prim era vista que es
una clasificación arbitraria llam ar ic o n o a una expresión algebraica; qu e podría ig u alm en te, o
más adecuadam ente, ser considerada c o m o un signo co n v en cio n a l c o m p u esto . M as n o es asi.
Porque una gran propiedad distintiva del ic o n o es que m edian te su observación directa se
pu ed en descubrir otras verdades c o n c er n ien te s a su ob jeto que n o son las q u e bastan para
determ inar su co n stru cció n . A sí, p u ed e trazarse un mapa por m e d io de fotografías, etc. D ad o
un signo c o n v en cion a l (o de otra ín d o le) de un objeto, para d ed u cir cu alqu ier otra verdad de
la que exp lícitam en te significa es n ecesario en tod os los casos reem plazar el sign o p o r un
ico n o . Esta capacidad de revelar una verdad im prevista es precisam ente aqu ello en qu e
consiste la utilidad de las fórm u las algebraicas, d e m o d o q u e su carácter ic ó n ic o resulta el
predom inante" (Peirce, 1 9 8 8 , pág. 146).
tratan de reproducir algún aspecto del sonido que representan o de los
efectos sonoros provocados p o r la actividad que describen (en español,
pío-pío, pum ; tam-tam , ronronear, etc.; en inglés, ding-dong para el sonido
de las campanas, splash para el golpe de un cuerpo contra el agua, ivhack
para u n golpe seco o una bofetada, o plop, el-equivalente a nuestro plaf;
m ientras que en japo n és, gacha-gacha es el «castañeteo », shabu-shabu es
el ruido de u n cuerpo al caer en el agua y kasa-kasa cualquier crujido
suave, p o r ejem plo, el del papel o las hojas de un árbol). Estos fenóm e
nos form an parte de una larga serie de propiedades icónicas que tienen
los sonidos del lenguaje y que se suelen englobar bajo la denom inación
más general de fon osim b olism o (o sim bolism o fónico). Además de
las onom atopeyas, algunos consideran que entre los fenóm enos icó n i-
cos deben contarse tam b ién la entonación, la duración y el v o lu m en
que se utilizan para destacar determ inados estados em ocionales o acti
tudes, así com o la correspondencia entre algunos sonidos y ciertos sig
nificados (Berlín, 1992; C ardona, 1976: 161-163; H in to n et a i, 1994;
Samarin, 1971; Swadesh, 1972). Esos aspectos icónicos pueden ser espe
cíficos de una lengua o universales. En inglés, p o r ejem plo, las palabras
que em piezan con / s i-/ suelen asociarse a experiencias desagradables
(com o slime [fango], slíther [culebrear], slug [puñetazo], sloppy [desali
ñado]) (Crystal, 1987:174); p o r su parte, en hausa, los sonidos /kw , gw,
lk w / — todos los cuales requieren que se redondeen los labios— se aso
cian a objetos redondos (G ouffé, 1996), y, en japonés, la sílaba / r a / se
halla en los nom bres de m o n stru o s de gran tam año (Beatty, 1994).
Según Swadesh (1972: 141), en m uchas lenguas una vocal palatal o
anterior com o [i] tiende a ser utilizada para expresar cercanía, m ientras
que vocales velares o posteriores com o [u] se utilizan más para la dis
tancia. B rent Berlín, que estudió el fenóm eno de la no arbitrariedad de
los nom bres de plantas y anim ales en varias lenguas, descubrió que en
el jíbaro huam bisa los nom bres de los pájaros tenían m uchas más voca
les anteriores o palatales que los nom bres de los peces. El m ism o B er
lín puso a prueba la hipótesis deYakov Malkiél de que los nom bres para
«rana» en las lenguas indoeuropeas contenían casi siempre el sonido [r],
y constató que tan to el sonido [r] com o el sonido [1], que fo n ética
m ente es m uy cercano a aquel, eran los más com unes en los nom bres
de ranas y sapos en treinta y dos lenguas no indoeuropeas (Berlín, Í992:
250)7Hays~(1994)“revisó“estos~datos~nñadiendo-un-espectro-mayor-de--
lenguas, y concluyó que ciertam ente hay bases que sustentan la h ip ó -
tesis de Berlín, pero que existe todavía una m ayor presencia de / g / y
de los sonidos afines ( / k / , [x], [q]) en los nom bres que se asignan a las
ranas en lenguas de todo el m undo.
A unque no se ha elaborado ninguna teoría general acerca de las
razones p or las que sucede el sim bolism o fónico, varios expertos coin
ciden en que algunas lenguas com o el coreano, el japonés, el beya o el
quechua hacen u n considerable uso icónico de los sonidos y que pres
tan mucha más atención a estos fenóm enos (véase H in to n , N ichols y
Ohala, 1994). El fonosim bolism o se ha asociado frecuentem ente a fami
lias lingüísticas particulares. Así, las lenguas bantúes son b ien conocidas
por sus ideófonos, al m enos desde que D oke (1935) creó ese térm ino
para referirse a la gran cantidad de palabras onom atopéyicas que no se
ajustaban a categorías gram aticales ya conocidas3 .
Más recientem ente, etnom usicólogos com o Steven Feld (1982) y
antropólogos socio culturales co m o Ellen Basso (1985) h an estudiado
el simbolismo fónico en actuaciones orales y musicales en vivo. P or su
parte, Nuckolls (1992,1995), que lo ha estudiado en las narraciones en
el quechua que se habla en la región del Pastaza, en lugar de buscarlo
en palabras aisladas, ha destacado que las palabras fono sim bólicas no
deben ser estudiadas solo co m o signos icónicos, puesto que tam bién
com parten características co n otro tipo de signos, com o los sím bolos y
los índices (véase más adelante).
Peirce distinguía o rig in alm en te entre varios tipos de iconicidad,
entre ellas las que H aim an (1980) llama «imágica» y «diagramática». Los
ejemplos que se han m en cio n ad o hasta el m om ento so n todos m á g i
cos, ya que el signo se parece en alguna característica al referente. La ico
nicidad diagram ática se refiere a cierto orden entre los signos «cuyas
relaciones reflejan las relaciones entre sus referentes» (H aim an, 1980:
515). U n ejemplo clásico de esto es la secuencia de enunciados en una
narración. En la famosa frase de Julio C ésar veni, vidi, vid, «vine, vi,
vencí», el orden en que las acciones se m encionan refleja el o rd e n en
que ocurrieron (H opper y T rau g o tt, 1993:26). Esta clase de iconicidad
ha sido estudiada p o r tipólogos y otros lingüistas interesados en las razo
nes de que existan semejanzas estructurales entre lenguas sin ninguna
relación (Croft, 1990:164-192; H aim an, 1 9 8 0 ,1985a, 1985b).
*’ Véase tam bién Saim rin (19 67 ). Sobre el tenia de si los ideófon os en las lenguas bantúes
y en otras lenguas africanas deben considerarse adverbios, véase M osh i (1993).
D esde una perspectiva antropológica, es im portante preguntarse si
la abundante iconicidad que existe en ciertas lenguas está vinculada a
algún rasgo o práctica culturales. Algunos investigadores han em pezado
a trabajar en esta dirección. P or ejem plo, M annheim (1991) asoció la
gran cantidad de expresiones icónicas del quechua peruano con la iden
tificación cultural entre palabras y objetos.
«C uando qu ien habla, sea varón o mujer, utiliza la partícula no, respalda lo que dice coa
el parecer del grupo; es decir, que el (o la) hablante y su gru p o sostien en qu e lo que. él (o ella)
dice es verdad» (C o o k , 1987: 128).
Para algunas consideraciones m etodológicas sobre c ó m o recoger y utilizar muestras
cuantitativas en investigaciones sobre diferencias d e género, véase la revisión crítica que hicieron
James y Clarke (1993) del uso de las interrupciones entre varones y m ujeres.
suele indicar que q uien habla es una m ujer po rq u e se supone que las
mujeres japonesas son más «suaves» que los varones. E n tre los oficiales
de policía que estudió B o n n ie M cElhinny (1995), las m ujeres confesa-
ron que al ingresar en ese trabajo decían muchas expresiones soeces por
que querían sonar más «masculinas», aunque reco n o cían que quizá
habían exagerado — tenem os aquí un caso de lo que Labov (1972) llama
«hipercorrección». E n las entrevistas pudo apreciarse que ellas habían
equiparado decir palabrotas con ser duro, y era precisam ente la supuesta
dureza de los hom bres lo que ellas querían alcanzar. D ecir palabrotas se
convirtió en u n m arcador lingüístico utilizado para construir una iden
tidad social particular, identidad que contiene el rasgo de «ser duro», y
ser duro, á su vez, se utiliza para construir la «masculinidad» en esa com u
nidad determ inada. E n el poblado tamil que estudió S tephen Levinson,
las palabrotas las utilizaban más los m iem bros de la casta d o m in an te
(Brown y Levinson, 1979: 306). E n ese caso, las palabrotas dan idea de
«fuerza», que a su vez es una característica de la casta más alta.
E n cada u n o de estos casos, es m ejo r considerar la id en tid a d de
género (o cu alq u ier o tro tip o de identidad) com o u n c o n ju n to de
diversos rasgos, cada u n o de los cuales no se asocia necesaria o exclu
sivam ente con varones o con mujeres. Es la com binación de esos ras
gos y su vinculación existencial a determ inadas actitudes y valores lo
que da lugar a la id en tid ad de género de. cada cual. E l estudio de la
constitución lingüística de las identidades de género nos obliga a tra
tar de en te n d e r las actitudes culturales respecto de ciertas form as de
ser y de estar en el m un d o . Estas actitudes frecu en tem en te refuerzan
la visión hegem ónica de las jerarquías sociales (es decir, los hom bres
son duros y fuertes y las m ujeres son suaves y débiles), pero otras veces
m uestran resistencia a esas concepciones estereotipadas. Si revisam os
los textos de etnografía que hablan de los rasgos que generalm ente se
asocian a la form a de com unicación de las m ujeres (el silencio, la indi-
rección, la cortesía, la pasividad), verem os que los m ism os rasgos que
en un contexto indican sum isión, en otro indican resistencia, rechazo
o protesta (Gal, 1991). D e igual m odo, en su trabajo sobre có m o se
expresan el po d er y la solidaridad en el discurso, D eb o rah T annen nos
advierte contra la identificación de ciertas formas lingüísticas con una
voluntad de dom inación. E l silencio, p o r ejem plo, no siem pre indica
que "se sieñtéTálta~de poder: a veces es un instrum ento de p o d e r (Tan
nen, 1993b: 177)..
6 .8.2.2. Indicios contextualizadores
C uanto más aprendem os de la deixis, más nos damos cuenta de que
hablar es u n proceso continuo de contextualización. Si hablar nos ayuda
a saber qué ocurre, de qué trata una conversación en particular, quié
nes son los interlocutores o quiénes les gustaría ser, los indicios son las
herram ientas básicas con que cuentan los participantes para negociar
esos temas. Se utilizan para aclarar preguntas implícitas com o: ¿A donde
nos lleva eso? ¿D e q ué form a es relevante para lo que acabam os de
decir? ¿Q u ién debe hablar a continuación? ¿Cuál es la respuesta apro
piada? ¿Estamos de acuerdo o en desacuerdo?
E n su análisis de los encuentros m ulticulturales, d o n d e gentes de
procedencias étnicas diferentes se reúnen y hablan el «mismo» idiom a,
Jo h n G u m p erz ha identificado una serie de índices a los q u e ha lla
m ado indicios contextualizadores, «a través de los cuales los hablantes
señalan y los oyentes in te rp re ta n de qu é tipo de ac tiv id ad se trata,
cóm o debe en ten d erse el co n ten id o sem ántico y de qué manera cada
oración se relaciona con lo que la precede y con lo que la sigue (...)
Estos rasgos (...) se usan y perciben h abitualm ente, pero rara vez de
form a consciente y casi nunca se habla de ellos directam ente. P o r eso,
d eb en ser estudiados d en tro de un co ntexto, más que en abstracto»
(G u m p erz, 1982a: 131). C u an d o las indicios co ntextualizadores del
hablante son m alinterpretados o no se captan, ia com unicación se haya
en peligro y los participantes p u ed en term in ar hablando sin e n te n
derse en absoluto. A esto es a lo que G um perz llama m a len ten d id o
o crosstalk.
S egún G u m p erz (1992), los indicios contextualizadores p u ed e n
operar a varios niveles de producción del discurso, incluidos los aspec
tos de gram ática de que hem os hablado en este capítulo (fonología,
morfología, léxico, sintaxis), así com o (i) los rasgos prosódicos — el tono,
la intensidad, el ritm o — , (ii) los rasgos paralingüísticos — si se susurra,
si se habla con la respiración agitada, si la voz es ronca o chillona— ,
(iii) los marcadores del tempo, com o las pausas y las vacilaciones, (iv) los
solapam ientos (véase el capítulo 8), (v) las risas y (vi) las frases hechas.
D ado el énfasis que la lingüística teórica ha puesto en la sintaxis y en la
fonología, y la dificultad para representar la inform ación prosódica o la
paraHngüística con la escritura tradicional, la mayoría de estos rasgos del
'habla" q ü e d ^ f iie r a dellinalisisiin'güísdcorEl_estiidio“de-Guniperz-sobre-
los éxitos y los fallos en la com unicación interétnica ha co ntribuido a
p o n er de relieve estas características del lenguaje en in teracció n que
estaban tan descuidadas (véase C ouper-K uhlen y Selting, 1996).
Gum perz vincula el estudio de las estructuras lingüísticas a la varia
ción cultural. E n su opinión, la posibilidad de que un inmigrante obtenga
un trabajo o acceda a otras fuentes económicas depende de su capaci
dad para interpretar y utilizar las indicios contextualizadores adecuados.
Su investigación relaciona la gramática con la cultura porque la contex-
tualización es un proceso universal que produce e implica u n saber cul
turalm ente específico. Es universal porque se basa en la división del
trabajo, «que de una form a u otra es característica de todos los grupos
humanos» (G um perz 1996: 403), y es culturalm ente específica porque
división de trabajo implica la exposición diferenciada a prácticas com u
nicativas particulares; de ahí que algunos sectores de la población no ten
gan acceso a los recursos com unicativos necesarios para poder ocupar
puestos m ejor pagados. La separación económ ica entre grupos sociales
es a un tiem po causa y consecuencia de las diferencias culturales que se
aprecian en el uso de una lengua (véase el epígrafe 1.3).
6.9. C o n c l u s i o n e s
7.1. M a l in o w s k i: el l e n g u a je c o m o a c c i ó n
•' M alinow ski no se libró de caer en algunas de las trampas que habían atrapado a
antropólogos anteriores, y a los que tan duram ente había criticado Boas. En concreto, además de
la repetición de palabras c o m o «primitivo» y «salvaje», a M alinow ski se le escapaban el m ism o tipo
de co n cep to s prejuiciosos sobre las lenguas «exóticas» que había caracterizado el trabajo de los
prim eros viajeros que carecían de preparación en antropología o en análisis lingüístico: «El tipo
de estructura gramatical de una lengua prim itiva carece de la precisión y la defin ición qu e es
— propia-de-nuestra-kngua.-aunque-en-algunos.easos-concretos.es^niuy .expresiva» (1923: 300).
4 El segundo volumen se titula The L n iff uyfe o f Magic and G m h tin g (El !ei>giu]je de Li nmgia y k
jiinlinníti). Comienza con la «parre IV»: «Una teoría etnográfica del lenguaje y algunos coralarios prácticos®.
car los procesos mentales,, sino desem peñar u n papel activo en el lado
pragm ático de la conducta humana» ([1935] 1978, vol 2 :7 ). Este es un
gran cam bio con respecto a sus anteriores escritos, y especialmente con
respecto a lo que había manifestado en «The Problem o f M eaning in P ri-
m itive Languages» (1923) («El problem a del significado en las lenguas
primitivas», 1978), donde introducía la noción de contexto de situación.
Allí, establecía una gran diferencia entre lenguas «civilizadas», caracteri
zadas p o r estar principalm ente dedicadas a la com unicación de los pen
sam ientos, y lenguas «primitivas», cuya función era hacer cosas5. P or el
contrario, en Los jardines de coral y su magia ([1935] 1978) se reconocía
que el uso pragm ático de enunciados es típico de cualquier lenguaf'.
Los escritos de M alinowski sobre la visión etnográfica del lenguaje
anticipan m uchas de las ideas que más tarde se convertirían en los pila
res fundam entales de los que surgiría la pragmática com o estudio inter-
disciplinar (Levinso, 1983). E n realidad, estas ideas eran m oneda corriente
en los círculos intelectuales de la época. La idea de M alinowski de «acto
verbal» ([1935] 1978, vol. 2: 9) se parece a la n o c ió n de A ustin sobre
«acto de habla», que nació aproximadamente en la m isma época; el énfa
sis en una traducción que englobe «contextos enteros» es una rem inis
cencia del pensamiento de W ittgenstein sobre el lenguaje, en los años 30,
y de su em p eño en utilizar u n m éto d o interpretativo que ubicase las
palabras sueltas dentro de u n conjunto más am plio de «juegos de len
guaje» (véase el epígrafe 7.4). Incluso el m arcado tono conductista de
M alinow ski7, que parecía tan anacrónico durante «la revolución cogni-
tiva» de los años 60, cuando estaba en boga com parar la m ente con una
com putadora, podría reformularse hoy día bajo una nueva luz, y consi
derarse una anticipación de algunas preocupaciones recientes con res
7.2. P e r s p e c t iv a s f il o s ó f ic a s d e l l e n g u a j e
c o m o A C C IÓ N
Austin señaló que hay m uchos otros usos del lenguaje además de los
asertivos"’. Al igual que Malinowski, él tam bién creía que el lenguaje no
se utiliza solam ente para describir u n estado particular de cosas (i. e. la
nieve es blanca), sino para hacer cosas, es decir, para realizar alguna acción:
14 Sin em bargo, este no es el caso de tod os los teó ricos del acto do habla. Bach y Harnish
(1979), por ejem plo, han rechazado las con d icion es d e sinceridad para aquellos actos qu e ellos
denom inan reconocimientos, tales co m o : pedir disculpas, expresar condolencias, saludar y agradecer.
Estos form an parte de la categoría que Searle llama expresivos (véase más arriba): «Porque,
—en_de terminadas, ^ocasiones, se espera el r eco n o cim ien to , n orm alm en te estos actos n o se utilizan
para expresar un sentim iento genuin o, sino para satisfacer la expectativa social de que se exprese
este sentim iento.»
los actos de habla no son ni verdaderos ni falsos, sino, dicho en térm i
nos del propio Austin, afortunados o desafortunados (Searle intro
duciría más adelante el térm ino «felices»). Por tanto, para que u n acto
de habla se realice ^felizmente» (o con éxito), deben respetarse algunas
condiciones (de Austin, 1962:14—15):
Las dos condiciones B significan que para que u n acto de habla sea
afortunado todos los participantes deben com pletar correctam ente la
tarea qu e les haya sido encom endada com o p arte del p ro ced im ien to
convencional. Los ejem plos de A ustin in tro d u ce n el im p o rtan te ele
m ento de la aceptación (uptake) , esto es, el papel que desem peña el
in terlo cu to r en la fortuna o el infortunio del acto ilocutivo.
~ M ‘e~h‘e“vi$to'obligadcrarerralgunos-casos7Suprimir-verbosry-<;ii-ocros,-¿\daptnrlos,-ya-que—
la taxon om ía d e Searle de verbos en inglés qu e aquí reproduce el autor no tiene un correlato
directo en español. fiV. d c ¡T )
to s, esto es, los enunciados que, sin adoptar la form a gramatical de un
imperativo o de una orden, poseen la fuerza convencional de u n acto
directivo (véanse los artículos de C olé y M organ, 1975).
7.3. L a t e o r í a d e lo s a c to s d e h a b la
y l a a n tr o p o lo g ía lin g ü ís tic a
Para las primeras críticas de los supuestos culturales que se encuentran en la teoría de
los actos de habla y de los paradigmas a los q u e hace referencia, véanse K eenan [O chs] (1974),
Silverstein (1977).
17 M ichelle R osaldo m u rió el 11 d e octubre de 1981, al caerse por un acantilado mientras
dirigía un trabajo de cam po en Filipinas (R . R osaldo, 19S9: 9).
que cualquier clasificación de los actos de habla en una sociedad debe
observar estos dentro de las prácticas culturales p o r m edio de las cu a
les se representa y re p ro d u ce u n tipo de ord en social d eterm in a d o .
E n otras palabras, cualq u ier análisis de los actos de habla d eb e des
cansar y, a su vez, basarse en el análisis de los pensamientos, sentim ien
tos y creencias que las personas tie n e n acerca de cóm o se organiza el
m undo.
D esde una perspectiva q ue se acerca bastante a las teorías postes-
tructuralistas de la acción social (O rtn e r, 1984), la o p o sic ió n de
R osaldo a la teoría de los actos de habla representaba u n debate entre
dos nociones radicalm ente diferentes del significado y, p o r tanto, dos
nociones radicalm ente diferentes de los objetivos de la in terp retació n
lingüística. Para Searle y otros teó rico s del acto de habla, el objetivo
es p ro d u cir u h m éto d o que alcance las condiciones necesarias y sufi
cientes de la co m u n icació n h u m an a. Esta es la tarea que, al p arecer,
cum plen las condiciones de sinceridad y fortuna, ju n to con u n a serie
de principio s de inferencia,.com o los postulados conversacionales o
las im plicaturas conversacionales de G rice (véase más abajo, y L ev in
son, 1983: cap. 3). Para R o sald o y otros antropólogos lingüistas, el
objetivo es co m p re n d er có m o a través de los usos particulares de la
lengua se m antienen, reproducen o desafían las distintas versiones par
ticulares del o rd e n social, y la n o c ió n de persona (o yo) que fo rm a
parte de tal o rd e n 1*. P artiendo de esta premisa y basándose en su tra
bajo de cam po con los ilon go tos, R o sald o criticó los siguientes ras
gos de la teoría de actos de habla:
r' A ustin y Searle reconocen qu e es posible qu e un acto sea satisfactorio, incluso aunque
el hablante sea insincero. Sin embargo, am bos m an tien en que la sinceridad es una cualidad
esencial del habla. Este rasgo de la teoría se m an tiene en los desarrollos más recientes: «un acto
de habla insincero es defectivo, pero no necesariam ente insatisfaccorio. N o obstante, la
__realizacíón._dc_un_acto-ilocutivo-satisfactorio-requiere-necesarianiente-k-expresión-del-estado
p sic o ló g ic o que las condiciones de sinceridad de d ich o acto exigen» (Searle y Vanderveken.
1985: 18).
maban como «verdad» dependía menos de «lo que había acontecido»
que de la naturaleza de la interacción, donde lo que contaba realmente
era quén se atrevía a hablar y reclamar el privilegio de revelar u ocul
tar un secreto público que hasta ese m om ento había permanecido
arropado en el silencio.
(Rosaldo, 1982: 214)
R osaldo tam bién m antiene que los ilongotos carecen del acto de
promesa en su repertorio conceptual, tal com o lo estudia Searle (1965,
1969). La prom esa en el sentido occidental (léase «inglés») im plica sin
ceridad p o r parte del hablante. Esta, a su vez, implica la noción de «sig
nificado com o algo derivado de la vida interior» (Rosaldo, 1982: 211;
véanse D u Bois, 1993; D uran ti, 1988b; 1993a, 1993b). La crítica de la
cuestión de la sinceridad esta, así, estrecham ente vinculada a la crítica
del papel central que ocupan las intenciones en la interpretación de la
acción social (véase el epígrafe 7.3.2) y de la noción de persona im plí
cita en él (véase el epígrafe 7.3.3).
G eneralm ente, incluso cuando hay m iem bros de la sociedad que
reco n ocen el acto de prom esa, o com o queram os llam ar a u n cierto
grado de com prom iso en una acción futura, puede estar separado del
cum plimiento del acto. R a p p o p o rt (1974) ha llamado la atención sobre-
este p u n to en su estudio de los rituales. Los m areng danzan ju n to s en
un ritual llamado kaiko, que parece co m p ro m eter a los participantes a
ser com pañeros de lucha en el futuro, pero no hay garantías de que ese
com prom iso haya de satisfacerse. Tendríam os que reconocer que, para
que una promesa se corresponda con un acto futuro, han de existir otros
actos que h abrán de satisfacerse en el futuro, algunos de los cuales
podrían conocerse con anticipación y, p o r tanto, enum erarse co m o un
conjunto de condiciones de fortuna, pero puede que otros no sean pre
decibles. El estudio de B ourdieu (1977) sobre el intercam bio subraya el
papel que desem peña el elem en to de lo desconocido en una acción
futura com o sustrato que otorga significado a la interacción social. Si
decim os que un intercam bio significa q ue si A da a B, entonces B da
a A, se pierde la dim ensión tem poral entre los dos actos, con sus aspec
tos emocionales y éticos.Tanto si algo equivale o no a una promesa — o
a un intercambio, regalo, retribución— está determ inado en parte por lo
que ocurre después del acto, y depende de lo que hagan otros para con
solidar o m inar su fuerza. La sinceridad de los sentimientos de una parte"
hacia la otra parte podría ser (o hacer que sea) bastante irrelevante.
M o e rm a n (1988:108) lo explica cuando escribe:
«Verdad», «exactitud», y otras formas de cartografiar lo que se dice
y su referente dependen de su contexto local. Aun si restringimos nues
tra atención a hablar sobre el mundo exterior, la verdad y la exactitud
no son siempre los patrones relevantes o apropiados, pues a veces lo
que importa es ser divertido, emocionante o cortés.
7 .3 .2 . L a s intenciones
A unque, com o hem os visto, para Austin tener ciertas intenciones forma
p arte de las condiciones de fortuna necesarias para que un enunciado
cu en te co m o acción, es en la versión de Searle sobre la teoría de actos
de habla donde las intenciones asum en u n papel central en la defini
ción de com unicación:
Para ilustrar cóm o funciona esta definición, G rice traza una distin
ción entre una situación en la que intentam os sacar a un hom bre m uy
avaricioso de una habitación lanzando u n puñado de dinero p o r la ven
tana, y otra en la que intentásemos lo mismo, pero indicándole la direc-
ción de la puerta o dándole un pequeño em pujón. Solo en este últim o
caso, p ued e decirse que el significado (no-natural) de nuestra acción es
que querem os que el hom bre avaricioso salga de la habitación. La dife-
ren d a es que, en el p rim er caso, podem os conseguir que salga sin que
recon ozca nuestras intenciones, mientras que en el segundo caso nece
sitaremos que reconozca antes nuestras intenciones para que salga.
R osaldo opina que este m odo de considerar la com unicación está
relacionado co n una serie de problem as. El p rim ero , sostiene ella, es
que, al hacer hincapié en el reconocim iento p o r el receptor, se subra
yan excesivam ente las acciones individuales y los logros individuales.
Esto significa que cualquier form a de acción es principalm ente (o sim
plem ente) «el logro de nuestros yoes autónom os», cuyos actos no están
significativam ente constreñidos p o r las relaciones y expectativas que
definen nuestro m undo local (1982:204). Esta visión de la acción social
es una con d ición previa para aceptar la lógica de la argum entación de
Grice y Searle, pero no solemos tomarla en cuenta cuando leemos sobre
las intenciones de los hablantes en la literatura sobre actos de habla, y
olvidamos hacernos preguntas que po drían am pliar el co ntexto de la
interacción y obligarnos a explorar más otras dim ensiones que suelen
quedar fuera del debate. E n esta línea, Elizabeth Povinelli (1995) señala,
en su estudio sobre el papel de los relatos sobre el sueño en los tribu
nales australianos, que la visión que tienen los aborígenes de las rocas y
otros objetos com o seres intencionales capaces de sentir, oír y oler, es
incom prensible para el comisario delegado que representa a la co m u
nidad no-aborigen. Lo único que este puede hacer es clasificar los rela
tos de sueños com o «creencias nativas» co n las que pretenden probar la
autenticidad de sus dem andas de tierra, pero, sostiene Povinelli, estas
declaraciones son m ucho más que creencias religiosas. Ellas señalan un
conjunto de relaciones con la naturaleza y con u n conjunto de prácti
cas con y dentro de en tornos naturales, que contrastan con la n o ció n
occidental (capitalista) de «trabajo». Las m ujeres belyuen con las que
Povinelli vivió asum en que
Estas preguntas son más com plejas que las que h ab itu alm en te se
hacen los teóricos del acto de habla. ¿D eberíam os concluir, pues, que
cualquier encuentro entre filósofos y antropólogos está destinado a fra
casar? N o necesariam ente. H a h abido intentos, dentro de la filosofía
occidental, de crear una teoría del lenguaje com o acción que se apro
xime más en espíritu a la que practican la mayoría de los antropólogos
lingüistas. U n a teoría así es la q u e elaboró W ittg en stein d u ra n te los
años 30 y 40, después de su regreso a C am bridge.
7.4. Los J U E G O S D E L E N G U A J E C O M O U N ID A D E S
D E A N Á L IS IS
:i La lectura que hÍ2P Searle de W ittgen stein adolece, ai parecer, de los m ism os defectos
que le atribuía Tambiah a la falca de com prensión de M alinow ski respecto de los conjuros
m ágicos (véase el epígrafe 7.1 ).
nos en hacia dónde apunta la m etáfora, más que en cuál es la diferen
cia obvia entre estas dos actividades-. Lo que propone W ittgenstein con
la m etáfora del ajedrez es que com prender una palabra en una oración
es co m o com prender u n m o v im ien to en una partida. Parte de este
co nocim iento es lo que los psicólogos llam an conocimiento procedimental
(el saber cóm o) (véase el capítulo 2), pero que posee un alcance mayor.
T enem os una com prensión de lo que es u na palabra cuando la em pa
rejam os co n otras palabras y co n otros contextos y proyectam os su
im p acto en palabras futuras y en enunciados, igual que proyectam os
u n m o vim iento de ajedrez contra el itin erario de m ovim ientos pasa
dos y futuros. La metáfora del ju e g o tam bién implica que los usuarios
los entienden de m odo distinto. U n ex perto jugador de ajedrez com
prende u n movimiento de m odo diferente a u n principiante o a alguien
que nunca haya jugado*. D e form a parecida, no todos com prendem os
una palabra o un enunciado del m ism o m odo. M ientras que los obje
tivos de A ustin y Searle de en c o n trar u n co n ju n to finito de conven
ciones y condiciones da la im presión de u n conocim iento lingüístico
universal y compartido, en la realidad, los distintos hablantes, sean veci
nos o am igos íntimos, pu eden ten er distinta com prensión de las mis
m as expresiones lingüísticas. R e c u e rd o h aber contado a u n am igo
artista que yo había com prado una guitarra eléctrica Fender. «¿De qué
color?», m e preguntó. «Blanco», dije yo. C u an d o la saqué de la funda,
la m iró y, con una m ueca de d ecep ció n en la cara, se quejó: «¡Dijiste
q u e era blanca!, y ]es co lo r marfil!» La diferencia al caracterizar lin
gü ísticam en te el color de la g u itarra im plicaba, com o habría dicho
W ittgenstein, una diferente «forma de vida» («... e im aginar u n lengua
significa im aginar una form a de vida» [W ittgenstein, 1988:8]). Las dife-
11 La teoría de las diferencias de género de M altz y B orker (1982) sigue una lógica similar:
hom bres y mujeres utilizan el lenguaje de m o d o diferente, porque chicos y chicas aprenden a
usar el lenguaje e n co n tex to s diferentes, en otras palabras, se han socializado de form a distinta,
o, com o diría W ittgen stein . utilizan las m ism as palabras pero experim entan distintas «formas de
.... _vida».Tannen (1990) m antiene una o p in ió n similar.
’4 Para una discusión sobre el desarrollo de la n o c ió n de ju e g o de lenguaje en los escritos
de W ittgen stein , véase Baker y H acker (1 9 8 5 :4 7 —56).
separadas por un abismo de las nuestras, más complicadas.Vemos que
podemos construir las formas complicadas partiendo de las primitivas
mediante la adición gradual de formas nuevas.
7.5. C o n c l u s io n e s
Austin afirm ó que «el acto de habla total en la situación de habla total
es el único fenóm en o real que, a fin de cuentas, estamos em peñados en
dÜucidar» (Austin, 1962:147). Esta afirm ación es casi u n program a para
una teoría del lenguaje com o acción. E n este capítulo he presentado
tres propuestas diferentes para ese program a: la teoría de los actos de
habla, una perspectiva de corte etnográfico del habla com o acción, y el
programa de W ittgenstein para una filosofía del lenguaje orientada a la
actividad. Estos paradigmas diferentes tienen algunos puntos en com ún
y otros opuestos. H e revisado y com parado algunas de estas sem ejan
zas y diferencias, no únicam ente con el fin de buscar lazos históricos y
deudas intelectuales, sino con la esperanza de establecer u n fructífero
diálogo basado en ideas extraídas de la investigación em pírica.
A ceptar la com plejidad de u n tem a así no es lo m ism o que aban
donar la esperanza de encontrarle u n sentido. Asimismo, la aceptaciórT
de la historicidad de nuestro propio m étodo y de nuestras teorías no es
lo m ism o que aceptar la opin ión de que cualquier teoría es válida o de
que cualquier interpretación es aceptable. C ualquier interpretación es
ciertam ente posible, incluso la que sostiene que este capítulo ha sido
escrito en su totalidad por u n program a de ordenador. Pero, com o seres
hum anos, tenem os la capacidad de entablar diálogos do nd e se com pa
ran y evalúan distintos puntos de vista. D e una disciplina se espera que
proporcione a sus practicantes u n conjunto de criterios para implicarse
en estas evaluaciones y, cuando sea necesario, revisarlas. U n a de las
m edidas de evaluación de la antropología lingüística es el grado en que
u n paradigma para el estudio del lenguaje com o acción puede con tri
b u ir a que com prendam os las actividades lingüísticas com o prácticas
culturales. C o m o hem os visto en este capítulo, la teoría de actos de
habla es un buen lugar para com enzar esa tarea, pero queda confinada
en una práctica de análisis que privilegia a los hablantes individuales,
los enunciados individuales y las intenciones individuales. Esta pers
pectiva es vulnerable a la crítica basada en razones puram ente teóricas
(W ittgenstein) y en una investigación em pírica qu e com pare las dife
rentes culturas (R osaldo).W ittgenstein aborda aspectos del significado
lingüístico y del proceso de interpretación en m odos que están clau
surados a un estudio etnográfico de las prácticas lingüísticas, pero no
debate si u n estudio así haría aguas si se le confrontase con datos tom a
dos del m undo real. La reiterada invitación de W ittgenstein a que nos
fijemos en cóm o se usa el lenguaje, si queremos com prender lo que sig
nifican las expresiones lingüísticas, nunca se llevó to talm en te a cabo
dentro de la filosofía, donde la argum entación aún sigue com parando
contextos im aginarios. Algunas de estas ideas se han incorporado pos
teriorm ente al estudio sistemático de las actividades del lenguaje a par
tir de situaciones de la vida real.Veremos algunos de estos intentos en
los próxim os dos capítulos, d onde exam inaré las unidades de interac
ción y las unidades de participación.
Intercambios conversacionales
1 «[En las conferencias d e Sacks de 1% 4—1965] hay un claro y profundam ente crítico
r ec o n o c im ien to ... de que puede exam inarse el habla c o m o u n objeto de estudio por derecho
propio, y n o m eram ente com o una pantalla sobre la que pudieran proyectarse otros procesos, ya
friesen los problemas del sistema Baleasiano, o las estracegias interpretativas de Schutz, o los
m é to d o s d e sen tido com ún de Garfinkel. El habla p or sí m ism o era acción, y detalles que antes
habían pasado desapercibidos eran una fu en te d e recursos críticos sobre lo q u e tenía.lugat..en..v.
p or m e d io del habla; y todo esto dentro d e even tos que ocurrían naturalm ente, sin haber sido
•m anipulados de ningún m od o para convertirlos en objeto de estudio» (Schegloff, 1992a: xviii).
continuado creciendo, a pesar de la m uerte trágica de Harvey Sacks en
accidente de autom óvil en 1975. A unque los sociólogos de las co rrien
tes dom inantes aún perciben su trabajo con ciertas reticencias — espe
cialmente aquellos que consideran que la interacción verbal cotidiana es
una variable independiente y que, p o r tanto, está condicionada p o r co n
textos y fuerzas que supuestam ente tien en m ayor envergadura (i. e. es
tructuras económicas, instituciones políticas y legales)— , la investigación
de los analistas de la conversación ha ten ido u n im pacto considerable
entre aquellos a los que les interesa el m o d o de uso del lenguaje en la
interacción social, incluidos los antropólogos lingüísticos. Los térm inos
de análisis de la conversación com o alternancia de tumos, tomar la palabra,
par adyacente, reparación, preferencia, se han convertido en parte del bagaje
de los investigadores interesados en unidades de análisis más amplias que
las oraciones o los actos de habla de u n solo individuo. En este capítulo
revisaré algunas de las unidades básicas que han introducido los analis
tas de la conversación, y debatirem os sus presupuestos epistem ológicos
en relación con los de los gramáticos y etnógrafos. Al igual que co n otras
perspectivas y paradigmas que hem os visto en este libro, tampoco en este
caso p o dré hacer justicia a las abundantes aportaciones que se h an rea
lizado durante los últimos veinte años p o r parte de un grupo pequeño
pero m u y productivo de especialistas a los que se considera el «núcleo
duro» de los analistas de la conversación2. E n vez de ello, me lim itaré a
tratar dos temas: (i) las «unidades de análisis» que introducen los analis
tas de la conversación y (ii) la valoración crítica que hacen los an tro
pólogos y otros científicos sociales sobre el análisis de la conversación,
a cuyo juicio adolece de «estrechez de miras» y de una falta de adecuada
aplicación de los m étodos etnográficos.
8.1. L a n a t u r a l e z a s e c u e n c ia l d e las
U N ID A D E S C O N V E R S A C I O N A L E S
•' «En 1963, Garfinkel preparó el cam ino para que Sacks se trasladase a Los Á ngeles. Le
esperaba una cita c o m o Profesor Asistente de la cátedra de S o cio lo g ía en U C L A , c o n un prim er
año sabático. D urante ese año, 1 9 6 3 -1 9 6 4 , Garfinkel y Sacks recibieron una beca de investigación
en el C entro para el E studio C ientífico del Suicidio, en Los A ngeles, bajo el patrocinio de su
director, E d w in Schneidtm ann» (Schegloff, 1992a: xv).
(1) A: Helio
Hola
B: Helio
Hola
8. i A . Pares adyacentes
U n par adyacente es una secuencia de dos enunciados, uno ju n to (i. e. ad
yacente) al otro, que producen dos hablantes distintos (Schegloffy.Sacks,
[1973] 1984:74). Los pares adyacentes pueden clasificarse en térm ino s
de (i) los tipos de enunciados qu e constituyen sus dos partes (prim era
parte del par; segunda parte del par) y (ii) el tipo de par que las dos par
tes constituyen juntas. Así, vem os en el ejemplo (1) más arriba, repetido
más abajo en (6), u n par adyacente donde cada una de las dos partes es
un mismo saludo (hola), y d onde el par en su totalidad es un in tercam
bio de saludos (véase desarrollado en esta sección).
* Este y los siguientes ejem plos de conversaciones telefónicas italianas han sido extraídas
de un conju nto de grabaciones d e audio realizadas por el autor en Italia en 1987 y 1988.
Ri: gmzie. puré a voi. tutti.
gracias, también a todos vosotros.
í
Ro: gmzie.
gracias.
—^ cicio.
adiós.
[ .
Pregan ta/Respuesta:
(9) A: Wliat’s the ñame o f that color?
¿Cómo se llama ese color?
B: Bine.
Azul. (Merritt, 1982:235)
" Este solapam iento de la despedida final pu ed e explicarse por m edio del sistem a de
alternancia de turnos del que h em os hablado anteriorm ente. E n este caso, puesto qu e el grazie
de R o es una unidad de turno de una sola palabra, el a<it> d e R i se habría producido despues de
u n adecuado espacio para la transición relevante, siem pre y cuando R o no hubiese d ecidid o
__ seguir-coü.su,piopio_>Lp.ersonaLf/(W>__
7 Para un estudio general sobre los tipos de saludos y la inform ación bibliográfica al
respecto, véase Duranci (1992).
B: na:j inta:s sei\jaj khap
Título N AP Partícula*
«Nai Intaa Saengjaj.» (Moerman, 1988:157)
Ofrecimiento/Aceptación:
(11) A: How about carrots?
¿Te apetecen unas zanahorias?
B: Yeah.
Sí. (Merritt, 1982: 234)
Ofrecim lento / Rechazo:
(12) A: You wanna sandwich?
¿Quieres un sándwich?
B: No thanb.
No, gracias. (Pomerantz, 1978: 87)
Halago /Agradeciinien to:
(13) A: It's very pretty.
Es muy bonito.
B: Thanks.
Gracias. (Pomerantz, 1978: 84)
Valoración/ Acuerdo:
(14) A: That’s fantastic.
Es fantástico.
B: Isn’t thatgood.
No es tan bueno. (Pomerantz, 1978: 94)
Valoración /Desacuerdo:
(15) A: Good shot.
Buen tiro.
B: Not very solid though.
No creo que aguante. (Pomerantz, 1978:99)
Iniciado n / Réplica:
(16) A: I called the tractor a «mmm...»
Al tractor le llamé «mm...»
B: Machine.
Máquina.
L JR .ecientem ente,_eii_su_discusión_de_la-<iintencionalidad-colectiva»,-.Searle-(-l-990)-ha-
introd ucido su idea d e tipos de «actos» colectivos y más com p lejos, pero los ve c om o casos
especiales, distintos de cosas tales c om o preguntas, respuestas y ofrecim ientos, etc.
Las condiciones que se encuentran en la definición de Searle y Van-
derveken son im portantes para distinguir entre los halagos y otros tipos
de actos de habla relacionados, com o la alabanza, por ejemplo, pero su
m odo de analizar los halagos es casi exclusivam ente en térm in o s de
(i) una evaluación del valor positivo de la «cosa» que se alaba y (ii) la rela
ción preexistente entre la «cosa» y el oyente. Sin embargo, el exam en de
los halagos com o parte de los pares adyacentes p erm ite m irar de otra
forma lo que aquellos hacen. C om o m uestra Anita Pomerantz (1978) en
su estudio de los halagos en la conversación, estos no solo «expresan apro
bación», tam bién crean un «problema» para los oyentes, que se enfrentan
con u n conflicto entre dos principios generales de interacción que han
identificado los analistas de la conversación, a saber: la preferencia por el
acuerdo y la evitación del autoelogio (sobre el concepto de «preferen
cia», véase el epígrafe 8.2). A ceptar el halago significa seguir la prefe
rencia general p o r el acuerdo con nuestro interlocutor, pero viola la
dispreferencia p o r alabarse a u n o m ism o. R ech azar u n halago crea la
situación opuesta, esto, es, sigue la preferencia p o r evitar el autoelogio,
pero viola la preferencia por el acuerdo. Al observar qué hacen los hablan
tes ante este conflicto en una conversación, P om erantz identifica dos
estrategias: los atenuadores d e co r tesía (véanse más arriba los ejem
plos [14] y [15]) y los c a m b io s de referen te. «Cambiar de referente»
significa que el receptor del halago responde desviando la cortesía:
" Sobre la n o c ió n de «marco» («frame»), véanse Baceson (1972), Goffinan (1974), K endon
(1992).
La organización de los pares adyacentes es, por tanto, un marco ele
mental a través del cual los participantes en una conversación desarro
llarán inevitablemente algún tipo de análisis de las acciones de otros.
Dentro de este marco de conducta recíproca, la acción y la interpreta
ción están inextricablemente ínter relaciona das. Cada participante debe
analizar el curso de las acciones de los demás con el fin de producir
recíprocamente una acción apropiada.
C u ando los hablantes pro d u cen la p rim era p arte de u n par adya
cente, crean u n m arco interpretativo dentro del cual lo que va a o c u
rrir a co n tin u ac ió n no será con toda p ro bab ilid ad u n a «respuesta» o
un «segundo m ovim iento», sino una dem ostración de cóm o ha en ten
dido el re c e p to r la p rim era p arte del par. Los pares adyacentes son,
pues, m ecanism os para establecer la ín te r s u b je tiv id a d , es decir, la
com p ren sió n m u tu a y la c o n c e rta c ió n de u n a activ id ad c o m ú n 111.
S chegloffy Sacks (1984), p o r ejem plo, han m ostrado q ue las o b e rtu
ras y cierres de las conversaciones telefónicas son u n típico ejem plo
de form ato de par adyacente. ¿Por qué es así? P o rq u e al prod ucir un
segundo enunciado, los hablantes pu ed en m ostrar su com prensión de
lo que el an te rio r en unciado hace y de su v o lu n tad de seguir co n el
plan que im plica, cualquiera que sea este (i. e. em pezar una conversa
ción, cerrarla, am pliar la inform ación, cam biar de tem a) (ScheglofFy
Sacks, 1984: 75). El m ecanism o de par adyacente p u e d e ser m uy útil,
especialm ente en aquellos casos donde se tom a u n a decisión sobre la
co ntinuidad o la term in ac ió n de una interacción . Al cerrar una co n
versación, los participantes deben estar de acuerdo en que-no hay nada
más sobre lo que m erece la pena hablar, ya que de o tra form a una de
las partes quedaría «descolgada» o cortada en seco. P o r este m otivo,
au n q u e los saludos p u e d e n usarse para realizar el trabajo de cerrar
(una persona dice «adiós» y la otra persona responde co n otro «adiós»
o algún d p o de saludo de cierre), es im p ortante llegar a ese m om ento
de u n m o d o suave y agradable. N o p o d e m o s d e c ir «adiós» en una
conversación sin preparar a nuestros socios conversacionales, incluso
cuando sentim os q u e se ha dicho todo. Las p rim eras conversaciones
(19) Dorinne: Uh-yoit know, it’s just like bringin the-blood up.
Bien, ya sabes, es como cuando te sube la sangre.
Theresa: Yeah u'ell T h i n g s u h a l w a y s w o r k o u r f o r t h e b e s t .
Sí, bien. L a s c o s a s s i e m p r e a c a b a n s a l i e n d o b i e n .
Dorinne: Oh certainly.
Claro, por supuesto.
—> Alright Tess. (pre-cierre: p rim e ra p a rte del par)
Vale,Tess.
[
Theresa: U h huh,
—> Theresa: Okay. (pre-cierre: segunda parte del par)
Bueno.
Dorinne: G ’bye. (cierre: p rim e ra p arte del par)
Adiós.
Theresa: Goodnight, (cierre: segunda p a rte del par)
Buenas noches,
(20) Johnson: ... and uh, uh we'regonna see if we can't uh tie in ourplans
a little better.
esto, eh, vamos a ver si podemos coordinar nuestros pla
nes un poco mejor.
Baldwin: Okayfine.
Bueno, bien.
[
Johnson: ALRIGHT?
¿Te parece?
Baldwin: R1GHT.
Sí.
—> Johnson: Okay boy. (pre-cierre: primera parte del par)
Bueno, chico.
—> Baldwin: Okay. (pre-cierre: segunda parte del par)
Sí.
Johnson: Bye bye. (cierre: primera parte del par)
Vale, adiós.
[
Baldwin: G ’ night. (cierre: segunda parte del par)
Buenas noches.
(24) G: pronto,
hola,
S: Giorgio?
¿Giorgio?
—> G: ah ciaou. (saludo de apertura: primera parte del par)
oh hola.
" C o m o suele ocurrir durante el intercam bio de saludos, estos suced en sim ultáneam ente
— con-otros-m ateriales.lingüísticos c o m o la ah en este ejem plo, qu e parece similar al inglés c/f. que
se utiliza para indicar el éx ito d el reco n ocim ien to (véase Schegloff, 1979a). Para más discusión
sobre este ejem plo, véase más abajo.
—> S:ciao.(saludo de apertura: segunda parte del par)
hola.
(...)
8.2. La n o c ió n d e p r e fe r e n c ia
8 .2 .1 . Reparaciones y correcciones
Los analistas de la conversación llaman reparación a u n conjunto de fenó
m enos donde funciona la n o ció n de preferencia. El térm in o «repara
ción» tiene u n foco más amplio que el térm in o «corrección», dado que
por este térm ino suele entenderse la subsanación de u n «error» o «falta»
m ediante lo que es «correcto» (SchegloffJefferson y Sacks, 1977: 363).
El fenóm eno que los analistas de la conversación llam an «reparaciones»,
sin em bargo, no son contingentes al erro r en sentido tradicional; son
intentos de resolver lo que se percibe y /o define com o u n «problema»
o «trastorno» en el curso de una interacción. La n o ció n de reparación
está estrecham ente relacionada co n la naturaleza secuencial de la in te-
raccioirconvFrsTclcjnálrPara“h"ábl'a'rn'0'S"'ün'os-a"Otros"necesitamos~un-
m ecanism o q u e perm ita m a n te n e r la c o n tin u id ad en la in teracció n
mientras hacem os frente a cualquier problem a que pueda surgir durante
la conversación12. P or ejem plo, en ocasiones puede ser difícil para una
persona encontrar la palabra adecuada o el sentido a algo que alguien
ha dicho; otras veces, u n participante puede sencillam ente considerar
que lo que se ha dicho no se ajusta a la realidad o necesita reform u-
larse, corregirse o am pliarse. E n otras palabras, hay veces en que una
perso n a p u ed e necesitar «arreglar» lo qu e se ha dicho o h ech o . Este
«arreglo» p u ed e hacerlo el m ism o hablante, com o en (26) más abajo,
donde el hablante rectifica su anterior descripción haciéndola más espe
cífica (mi hijo se convierte en mi hijo mayor):
Esta continuidad no necesita ser temática. Podría ser sobre c ó m o m an tener la atención
de un interlocutor, c o m o muestra G o o d w in (1979. 1981).
(28) (Miembros de una grupo de rock hablan sobre cómo organizar
su actuación)
Will: That might be kinda iveird to do th a:t.
Pues sería un poco raro hacer eso.
(0.8)
—> R.uss: Do what?
¿Hacer qué?
[
Joy: Forget the inikes:step o:ut step oitt infront
Pasar de los micros: salir ahí fuera, hasta el borde del
escenario
[
Will: Tryin ta do ((gestos con la guitarra))
Prueba a hacerlo
(Keating, 1993: 418)
' Una nota final. Cuando se empiezan a analizar los fenómenos socia-
_les,-y-las-cosas-parece-que-empiezan-a-ocur-rir-con-el-grado-de-inme-
diatez que encontramos en algunos de estos intercambios, entonces,
sí que hay que hacer un análisis elaborado de todo ello [i. e. el modo
en el que Sacks lo hace]... pues uno se imagina que no pueden haber
pensado tan rápido. Lo que quiero sugerir es que hay que olvidarse de
eso completamente. N o le preocupe saber lo rápido que piensan; en
primer lugar no se preocupe de si «piensan». Intente averiguar cómo
han sucedido las cosas del modo en el que lo han hecho, porque com
probará que sí pueden hacerlo. Fíjese en otros campos de las ciencias
naturales y verá, por ejemplo, lo rápido que actúan las moléculas; y
ellas no tienen muy buen cerebro. Simplemente deje que los m ate
riales caigan por su propio peso. Observe cómo las personas siguen
•produciendo lo que producen.
(Sacks, 1992a: 11)
Y l a c u e s t i ó n d e l «c o n t e x t o »
Algunos sociólogos están tan absorbidos por las palabras que olvi-
uun renovar su relación con los contextos reales. Hay que admitir que
es fascinante descubrir la riqueza del habla, cuando esta proviene de
una disciplina que la ha negado, pero es absurdo tratar de transcribir
cintas de interacción como si fuesen los Rollos del Mar M u erto .'
Cuando una sociedad deja de existir, hay que espigar tantos datos
como se pueda a partir de los textos reminiscentes y, al contrario de
lo que algunas opiniones sostienen, es un trabajo que resulta arduo,
disciplinado y casi siempre revelador. Pero, de nuevo, resulta absurdo
inventar una filología amateur para tratar con la vida que se halla al otro
lado de la puerta. He leído elaborados análisis de interacción verbal
que pasaban por alto otros aspectos basados en la interacción de unos
con otros, y que atribuían a las complejidades de las palabras lo que
podía haber dependido del contacto visual; o que imputaban a las
intenciones y la construcción dejando a un lado la entonación (como
muchos gramáticos seguramente) y sin considerar o consultar las inter
pretaciones de los propios participantes.
(Hymes, 1974a: 81)
Pero véase G o o d w in (1979, 1981) sobre ln adecuada interacción entre los m ovim ientos
de ojos y la construcción de turnos (véase el epígrafe 8.3.2).
lo que Goffinan ([1976] 1981:32) denom inaría más adelante «pecados
de la no-contextualización», es decir, «partir de la idea de que los frag
m entos de conversación p u ed e n analizarse p o r sí m ism os, co n inde
pendencia del m om ento y lugar en que ocurrieron»14. Para G offm any
H ym es, sería presum iblem ente «pecaminoso» estudiar un par adyacente
com o el (9), m encionado más arriba, aquí repetido com o (30), sin decir
que A es un profesor y que B es u n estudiante:
(30) Profesor:¿Cómo se llama ese color?
Estudiante: Azul.
(Merritt, 1982:235)
Si no se ofrece la inform ación contextual de que el que form ula la
pregunta es un profesor, ¿cóm o se podría explicar el hecho de que una
perso na realiza una preg u n ta sobre algo que ya conoce? Igualm ente
problem ático resultaría el debate sobre el resto de pares adyacentes. El
intercam bio en (10), p o r ejem plo, ha sido extraído de u n ju ic io cele
brado en N an, una provincia al norte de Tailandia. U n abogado formula
una pregu n ta a su cliente, siendo su destinatario ú ltim o el ju e z , que
registrará la inform ación en u n particular form ato: T ítu lo + N om bre
+ Apellido (M oerm an, 1988: 58). Este form ato, po r tanto, esta diseñado
para una tercera persona. Sin saber quién es la tercera persona o cuáles
son las convenciones, no podrem os responder a la pregunta.
Los ejemplos de saludos — en (7) y (8)— deben entenderse dentro
del contexto de posibles saludos en una com unidad. Puesto que no todo
el m u n d o se saluda de la m ism a form a, ya sea Italia o Kenya — y de
hecho M ilton (1982) sostiene que los saludos en Kenya son estrategias
im portantes para definir la afiliación propia a u n g ru p o particular den
tro de una misma com unidad de habla— , ¿cómo podem os estudiar los
saludos sin referirnos a la relación que se establece en tre los partici
pantes? A estas alturas nuestra línea de razonam iento debería ser ya evi-
" Goffinan había sido profesor de Sacks en B erkeley y, sin duda, tuvo ascendente sobre él
durante sus años de licenciatura (ScheglofF. 19 8 9 :1 9 4 , 1992a: xxiii—x x iv ),p e r o criticó c o n dureza
el enfoq ue de Sacks e n e l estudio de la conversación, y rehusó firmar su tesis doctoral, qu e sería
finalm ence aprobada por un tribunal presidido por Aaron C icourel (ScheglofF, 1992a: xxiii fn
18). La relación de Goffinan con el análisis de la conversación se hizo aún más com pleja por la
aparente contradicción entre su defensa del estudio de la condu cta cotidiana y su gran desinterés,
cuando no aversión, por la.grabacióii..electrónica-deJa-int£racción-verbal.-com o-m uestra.-por-
ejem plo. el hecho de que, en un principio, se opusiera a q u e M arjorie G o o d w in grabara en audio
las conversaciones de niños (M . H . G o o d w in . com u n icación personal).
dente: los pares adyacentes (o cualquier otra unidad que propongan los
analistas de la conversación) no o cu rren en el vacío. Por tanto, su estu
dio debe incluir el «contexto» en el que ocurren.
¿C ó m o han respondido a esta crítica los analistas de la conversa
ción? E n prim er lugar, de dos formas distintas. M e referiré a ellas com o
(i) la afirm ación de autonom ía y (ii) la cuestión de la relevancia.
8 .3 .1 . La afirmación de autonomía
La p rim era form a de rechazarla es una afirm ación que da la vuelta a la
crítica acerca de la «no-contextualización». Los analistas conversacio
nales afirm an qu e lo que para los antropólogos y sociólogos com o
H ym es y G offm an es u n problem a, es, de hecho, un pun to fuerte del
análisis conversacional. Su posición se-articula claramente en la siguiente
declaración program ática que Sacks hizo en una de sus conferencias:
Ahora, lo que voy a hacer es tomar los pequeños fragmentos de una
cosa y construir otra con ellos, porque las partes pequeñas se pueden
identificar y se puede trabajar con ellas con independencia de la cosa
mayor de la que forman parte.Y pueden funcionar dentro de diversas
partes mayores que aquella en la que están funcionando. No hago esto
por una cuestión de simplicidad, sino que... la imagen que tengo de
esta maquinaria es la de un objeto multiusos que pudiera funcionar
aquí y allí, dentro de diversas máquinas.Y se puede ir al almacén y esco
gerlas para construir una determinada cosa que uno desee construir.
■ Así que estos componentes más pequeños han de identificarse antes de
nada, porque son componentes útiles tal vez para realizar muchas otras
tareas además de para la que se utilizan.
(Sacks, [19651 1992a: 159)
Esta cita expone lo que en otros lugares he llam ado la naturaleza
«autónoma» del análisis de la conversación (Duranti, 1988a: 223). Para
dójicam ente, al subrayar la autonom ía de los mecanismos conversacio
nales se alinea a los analistas en las filas de los gramáticos generativos y
de otros lingüistas estructuralistas que se centran en la gramática e igno
ran el uso (véase el capítulo 6)15. Sin em bargo, com o hem os visto ante-
15 Esta es una sim ilitud paradójica, porque existe un contraste entre la insistencia de los
analistas conversacionales en fijarse solam ente e n la conversación en sí misma para construir
-hipócesis-sobre-la-conduota-reglamentada,-y-eUexcepticismo-d¿-Chomsk.y-.respc:ctO-a_este_tipo_de.
m etod o lo gía (véase, por ejem plo, Chom sky, 1965, 1986). Para una discusión de las diferencias
entre gram ática generativa y análisis conversacional, véase B ilm es ( 1988b).
n ó rm e n te , el h ec h o de que una pregunta de pie a u na respuesta, una
afirm ación (preferiblem ente) a u n acuerdo, y u n saludo a otro saludo,
es solo u n p u n to de partida. Lo que hacen los investigadores con estas
observaciones d ep en d e de su creatividad y del tipo de preguntas que
les interesan. Si los m ismos mecanismos interaccionales pueden usarse
para hacer diferentes cosas, quedan aún p o r resp o n d er e investigar
muchas preguntas y cuestiones distintas, algunas de las cuales han sido
form uladas p o r Sacks en sus brillantes conferencias, aunque no siem
pre acom pañándolas de respuestas convincentes. P u ed e verse, pues, la
posición «autónoma» com o una estrategia para desvelar estructuras con
versacionales recurrentes, que pueden conectarse co n contextos más
«amplios» o sim plem ente «diferentes» (Schegloff, 1987 y 1992a). Esta
idea ha en co n trad o continuidad en los hallazgos de los analistas con
versacionales en algunas comunidades fuera de los Estados U nidos. Este
es el caso de la investigación de M ichael M o e rm o n (1977,1988) sobre
las conversaciones en thai, el estudio de N iko B esnier (1989) sobre la
reparación autoiniciada en la conversación tuva, y el artículo de E linor
Ochs sobre la práctica de la «clarificación» entre los sanadores samoa-
nos (Ochs, 19 8 4 ,1 9 8 8 :1 3 0 -1 4 3 ). Schegloff (1987) m enciona estos tres
estudios, entre otros, com o ejemplos de conceptos del análisis conver
sacional aplicado a la investigación intercultural.
Si observam os co n detalle estos estudios, nos darem os cuenta de
que las afirm aciones que en ellos se hacen descansan sobre u n amplio
trabajo etn o g ráfico realizado en los pueblos cuya habla es o bjeto de
análisis. E n cada caso, la etnografía ofrece una inm ejorable palanca inte
lectual para el análisis de los mecanismos de reparación, y es la base del
tipo de preguntas que form u lan los investigadores. Los antropólogos
lingüísticos que analizan los mecanismos de reparación tienden a inte
resarse no solo en cóm o las reparaciones se organizan secuencialmente,
sino tam b ién en qué fu n ció n cum plen para los p articipantes com o
m iem bros de u n a concreta com unidad de hablantes. B esnier (1989),
por ejemplo, analiza el m odo en que los hablantes tuvaluanos de N u k u -
laelae (Polinesia) «suelen reservarse una parte esencial de la inform ación,
o realizar una referencia ambigua o problemática en determ inados pun
tos estratégicos de las interacciones basadas en el cotilleo, con el fin de
suscitar en el a u d ito rio una iniciativa de reparación» (Besnier, 1989:
"325). E n (31), más abajo, se ofrece u n ejem plo d o n d e el hablante F
estima que el enunciado del hablante K carece de suficiente inform a
ción para saber de quién habla. Este tipo de am bigüedad se hace posi
ble p or la estructura gram atical del lenguaje que, a través de la llamada
anáfora cero (véase el capítulo 6 ),perm ite que una oración o cu rra sin
un Sujeto1'’.
«Manono.»
(Besnier, 1989: 325)
8 .3 .2 . La cuestión de la relevancia
Para tratar co n la acusación de «no contextualídad», los analistas de la
conversación em plean una estrategia diFerente: abordar directam ente la
cuestión de cuál es el contexto. Esto es lo que ha hecho, p o r ejem plo,
ScheglofF co n su estudio de lo que él llama «el problem a de la relevan
cia» (ScheglofF, 1 991:49—52).
U na de las respuestas recurrentes de ScheglofF a aquellos que lo cri
tican a él y a sus colegas por n o tom ar el «contexto» (o «suficiente co n
texto») en consideración ha sido transformar la cuestión de «¿quién tiene
más contexto?» en otra: «¿de qué m odo decidimos qué contexto importa?».
Este m ism o argum ento puede extenderse a los rasgos del en torno
y a las definiciones de la situación. P o r ejem plo, ¿cóm o podem os decir
p o r adelantado qué condiciones contextúales son relevantes para aque
llo sobre lo q u e hablaré cuando estem os cen an d o esta noche? ¿Será
relevante q u e haya pasado varias horas trabajando con m i ordenador
portátil, que no lleve zapatos, que haya escuchado hablar en español en
el piso de abajo?
P uesto que, en la mayoría de los casos, n o podem os decir a priori
qué aspectos del contexto serán relevantes, los analistas de la conversa
ció n com o Schegloff han sostenido que la única form a em píricam ente
apropiada de evocar un contexto es atend er a lo que los propios parti
cipantes hacen relevante p or m edio de sus acciones lingüísticas, a tenor
de la idea de que «la b ú s q u e d a d el c o n te x to e m p ie z a en re a lid a d
al a n a li z a r e l h a b la u o tra s c o n d u c ta s » (Schegloff, 1992b: 197,
énfasis en el original). Por tanto, no podem os decidir a priori si la iden
tidad social de una persona com o «primo» o «doctor» o «amigo» cuenta,
sim plem ente sobre la base de la inform ación de que disponem os sobre
esa persona o su interlocutor. Es ciertam ente posible que, incluso en su
propia oficina, un doctor se dirija a su paciente com o «doctor» en un
m o m en to , y com o «amigo» en otro. P or esta razón, en cualquier tipo
de análisis del m aterial interaccional debería haber alguna justificación
sólida del m otivo de haber preferido una caracterización o descripción
—deter-minada'de-la-situaeión-frente-a-otras‘posibles7~
Hay, sin embargo, una debilidad potencial no en el problem a de la
relevancia misma, pero sí en los métodos por los que se establece. En par
ticular, si la relevancia significa que entre diversos contextos o rasgos del
contexto se escogen algunos (se m encionan, discuten, etc.) y se obvian
otros (porque se piensa que son conocidos o se afirm a que son irrele
vantes), la cuestión sigue siendo el acceso al o el descubrimiento de los ras
gos contextúales relevantes. E n otras palabras, necesitam os m odos de
recuperar la inform ación contextual que podría quedar fuera del habla,
por ejemplo, con el fin de pensar sobre si u n participante es (o «se hace»)
«doctop>, necesitaremos saber si lo es realmente, o si la conversación tiene
lugar en una institución médica. A unque no podem os esperar que ios
doctores hablen de una form a que se identifique fácilmente, hay situa
ciones donde es posible que tengamos que concretar más y averiguar si
alguien es u n experto en enfermedades infecciosas o es el jefe de un labo
ratorio (Cicourel, 1992). Los participantes pueden o no referirse especí
ficam ente a sus cualificaciones profesionales. P o r este m otivo, a fin de
ofrecer u n anáfisis contextual real, necesitaremos usar m étodos etnográ
ficos que nos faciliten la mayor cantidad de datos posibles sobre la situa
ción y su ám bito espacial y tem poral (véase el capítulo 4).
A lgunos analistas de la conversación han sostenido que, en p rin
cipio, n o p o d em o s descartar u n análisis, sim p le m e n te p o rq u e n o se
haya m encion ado o registrado adecuadam ente algún aspecto del con
texto. Sin em bargo, a m enos que haya alguna form a de ampliar el con
texto de u n intercam bio verbal determ inado, será difícil saber qué otros
aspectos son relevantes. Así, aunque no debe ignorarse el análisis de
algo que se ha dicho en una interacción cara-a-cara, sim plem ente po r
que carecem os de inform ación suficiente sobre el m ovim iento de ojos
o sobre las posiciones de los participantes, nunca sabremos si esos ras
gos fueron relevantes a m enos que tengam os la o p o rtu n id ad de acce
der a la m irad a o a la p o sició n de cada u n o de los p articip an tes. Se
trata, com o siempre, de una cuestión de enfoque. Al igual que un a gra
bación en audio de una interacción espontánea nos perm ite observar
regularidades que no podían haberse im ag in ad o co n an terio rid ad
(véase la sec ció n 8.1), las grabaciones en v íd eo tam b ién am plían el
ám bito de fenóm enos que pueden exam inarse. G o o d w in (1981), por
ejem plo, m uestra que, al m enos, algunas au to rrep aracio n es p u ed en
conectarse co n la in ten ció n de tranquilizar a u n receptor. G o o d w in
"(í 9 81~)~ánaliza~el~ej em plo -(-26) rmás-ar-r-iba,-co m o -p axte_de_una_inteJ1.
racción d o n d e el hablante pierde la m irada de su recepto r a m itad del
enunciado. «C uando la recupera, el hablante repite la oració n nom i
nal que dijo, cuando el recep to r no le atendía, esta vez añadiéndole un
nuevo adjetivo» (G oodw in, 1981:130). El ejem plo (26) se repite aquí
con el núm ero (32), añadiéndole inform ación adicional sobre la mirada
(una línea recta indica que el participante m ira al otro, una com a marca
el p u n to de pérdida de m irada, el p erío d o m arca el m o v im ie n to de
pérdida, y la X m ayúscula m uestra el lugar exacto d o n d e la mirada
encuentra al otro participante):
(Goodwin, 1981:130)
G: pronto,
hola,
S: Giorgio?
¿Giorgio?
G: ah dao.
oh hola.
S: dao.
hola.
(...) («Giorgio 3»)
_(3S)— C: Helia.
Hola.
M: Helio, Charlie?
¿Hola, Charlie?
—^ C: Oh , hi.
Ah, hola.
(Schegloff, 1979a: 52)
Schegloff (1979) catalogó inform alm ente este oh inglés com o un mar
cador de «éxito inmediato» al haber reconocido al que llama. Q u e el oh sea
en realidad este tipo de m arcador se hace evidente porque algunas veces
aparece después de que el que pregunta haya intentado «falsificap> el reco-
(39) A: Helio
Hola
B: Hi:
Qué tal
A: Hi: (0.3) Oh H/ Robín
Qué tal, Ah, Hola, Robín
(Schegloff, 1979a: 43)
P ued en encontrarse ejem plos similares entre mis transcripciones
del italiano, com o se m uestra en (40), donde el ah aparece después de
una pausa significativa de u n segundo, seguida p o r una serie de «mar
cadores reactivos ascendentes», p o r los que el que responde parece que
rer com pensar p o r su tardo reconocim iento del que llama:
(40) MLuisa: pronto,
hola,
Franco: pronto Marialuisa?
hola Marialuisa?
(1.0)
MLuisa: ah Franco ciao bello come va?
Oh Franco, hola guapo, ¿qué tal te va?
(«MLuisa»)
8.4. E l s ig n if ic a d o d el h a b l a
'* B lo ch hizo esta crítica (1976), que M oerm an (1 9 8 8 :1 1 ) reiteró. Lus cosas han cambiado
considerablem ente en la últim a década, a m edida qu e los estudiantes del análisis conversacional
y de otros géneros han em pezado a interactuar más cou la antropología lingüística. Sin embargo,
m uchos antrop ó lo g os culturales contin úan registrando únicam ente el habla ritual y político y
pierden la oportunidad de exam inar cuidadosam ente el m o d o en el q u e el lenguaje se usa en IñF
interacciones cotidianas más corrientes.
inglés de alternancia de tu rn o s n o se basaban en los registros actuales
(Godard, 1977; R eism an, 1974).
Pero hay otros factores que convierten la utilización de los hallaz
gos y m étodos analíticos conversacionales en una cuestión problem a-
tica para algunos antropólogos lingüísticos y culturales. Los analistas de
la conversación consideran esta com o u n a serie de estructuras donde
se producen m odelos recurrentes de ciertos tipos de «actos» o «movi
mientos». Lo que m ueve a la m ayoría de ellos es un interés en la lógica
(o «sintaxis») de dichos m ovim ientos y en la m edida en que m uestran
preferencias u orientaciones sistemáticas, i. e. ponerse de acuerdo, evi
tar la sim ultaneidad de habla, p e rm itir a los hablantes corregirse a sí
mismos. El análisis suele em p ezar con los datos de la conversación y
term inar con algunas generalizaciones sobre cóm o se organiza la con
versación. Esta constituye tanto u n m o d o com o u n fin del análisis.
Por otro lado, m uchos antropólogos se interesan en las conversa
ciones com o un m o d o de co m p re n d er otros tipos de estructuras. Por
ejemplo, se interesan en cóm o lo que u n grupo de personas dice en un
contexto particular se relaciona con lo que las mismas personas dicen
en otro escenario. Esto significa que es im portante registrar la interac
ción de los mismos participantes en distintos escenarios. Esta afirmación
implica, además de un estudio lo ng itud inal, u n dilatado com prom iso
con un grupo de personas (una familia, una organización, una unidad
política) com o com unidad de hablantes qtie com parten recursos ver
bales y económ icos. Sus m ovim ientos, encuentros, elecciones de vida
se convierten en algo im po rtan te para el investigador, que desa seguir
les la pista en sus desplazam ientos y actividades. E n vez de las secuen
cias conversacionales per se, son los actores sociales los que im portan.
E sto explica en parte p o r qué los intercam bios rituales y el lenguaje
que los acompaña son más im portantes para los antropólogos lingüís
ticos que para los analistas conversacionales. Los rituales m arcan
m om entos im portantes de la vida de la com unidad.T am bién requieren
unidades de anáfisis, com o la actividad o evento, que son diferentes de
las secuencias conversacionales (véase el capítulo 9).
Los antropólogos lingüísticos y culturales usan unidades lingüísticas
y métodos con el fin de revelar el papel que desempeñan los recursos lin
güísticos en la constitución de un m arco interpretativo, com o el estable-
■Gimiento-de-un-contexto'institu'ciona'l'crla expresTÓrfcle una ideología
determ inada del yo y del otro. E n últim a instancia, los antropólogos lin-
<7Íiísticos creen que si deseamos com prender lo que las personas quieren
decir con, por m edio de y, algunas veces, a pesar de, sus palabras, hay que
ir más allá de los m étodos lingüísticos. Los mecanismos del habla no aca
rrean por sí mismos el peso de la intencionalidad, la responsabilidad y ia
verdad. Los enunciados, palabras, m orfem as, y rasgos prosódicos y para-
Jincüísticos son herram ientas poderosas para transmitir una idea e indi
car una cierta conexión. El lenguaje puede m uy bien ser la Casa del Ser
(Heidegger, 1971,1977), pero no es el Ser en sí mismo. Si observamos el
m odo en que se usa el lenguaje en las vidas de las personas, aprendem os
que el significado vive a través de las conexiones que el habla contribuye
a crear dentro de sí misma, al m ism o tiem po que más allá de sí m isma, a
través de los contextos. Esto significa que los antropólogos que estudian
las ceremonias de m atrim onio tienen en cuenta el papel que desem peña
el habla en dichos contextos, además de en el interior de la estructura
general del evento, en el cual se intercam bian objetos y no solo palabras
(Keane, 1994). El trabajo de los investigadores que estudian el Uso de los
deícticos y las interacciones conversacionales para entender cóm o u n sis
tema m orfológico particular indica la orientación espacial del hablante
y el acceso visual al contexto del entorno inmediato, puede tam bién verse
com o un presupuesto conceptual de u n más amplio espacio vital de la
com unidad (Hanks, 1990). Los etnom usicólogos que estudian los m itos
o la actuación musical intentan relacionar las historias que se cuentan en
las narraciones y canciones que registran con lo que destacan, asum en y,
en suma, im porta a u n g rupo d eterm inado de personas com o p arte de
su escenario y destino (Basso, 1985; Feld, 1982). Aquellos que estudian
los intercam bios ceremoniales cantados tratan de correlacionar la orga
nización social de tales intercam bios y la ideología local de las relaciones
sociales co n el exterior (Urban, 1988).
En su estudio de los consejos de hom bres Xavante, G raham (1993,
1995) vio la tendencia de este pueblo a solaparse habitualm ente unos
con otros al hablar, repitiendo o parafraseando lo que el «hablante p rin
cipal» dice, com o una práctica q u e oscurece la individualidad y cons
truye u n discurso p ro d u c id o colectivam ente — d o n d e los hablantes
hacen de eco unos de otros y, en ocasiones, inco rporan o refo rm ulan
lo que acaban de decir otros. G raham m antiene la hipótesis de que este
tipo de discurso polifónico representa e indica u n tipo de ideología más
"igualitaria que el^iscur'scrm on'oló'gico-característico-de-aqúellos-géne-
ros que controla un hablante particular.
La comparación de estos estudios con los estudios que llevan a cabo
los analistas conversacionales sugiere que las preguntas que plantean los
antropólogos lingüísticos y los analistas de la conversación pueden dife
rir porque la noción de significado im plícita en cada tradición no es la
m i s m a E n antropología, se considera que los significados están ubica
dos n o solo en el lenguaje, sino en los valores sociales, creencias, rela
ciones, y sistemas más am plios de intercam bio y apoyo, incluyendo la
estructura familiar y la organización social de la com unidad. La mayo
ría de los etnógrafos creen, claro está, que estos significados necesitan
del lenguaje y hacen uso de él para articularse, negociarse, probarse y
recrearse, pero que no residen solam ente en él. Este tema de la supre
m acía y autonom ía de la propia habla en el propio análisis social y cul
tural es lo que subyace bajo las cuestiones que se suscitan en este
capítulo. Estos investigadores de cam po, que subrayan el p o d e r de las
palabras y las estructuras interaccion ales que se sostienen gracias al
habla, tienden a tom ar el análisis de la conversación más seriamente que
los que ponen el énfasis en el papel de las instituciones sociales p o r con
siderar que el significado del habla está controlado y superado p o r ellas.
Estas cuestiones solo se resolverán cuando elevemos el listón de nues
tros criterios de claridad teórica y validez empírica.
8.5. C o n c l u s io n e s
9.1'. L a n o c i ó n d e a c t i v id a d e n l a p s ic o l o g ía
DE VYGOTSKY
1 Aunque no parecen existir indicios de ninguna relación directa entre Wittgenstein y los
psicólogos soviéticos de los que voy a hablar, sí hay algunos vínculos indirectos. Por algo.Vigotsky
leyó a Bühler, que estaba en Austria aproximadamente al mismo tiempo que Wittgenstein
~meditnba~sobre-su-«oportumdadtt-fvéas&-eLcapítulo_7^..También son posibles otras conexiones.
No erramos si decimos que la idea de «actividad» como unidad para el análisis de las facultades
mentales y lingüísticas «rondaba» los círculos académicos en los años 20 y 30.
gravitaba el debate de M arx y Engels sobre la ideología, y la crítica de
M arx a las teorías materialistas previas (véanse los artículos de Wertsch
1985a). E n su Tesis sobre Feuerbach, M arx subraya la im portancia de man
ten er una relación entre la conciencia y la actividad práctica y senso
rial de los seres hum anos en el m undo:
■' Pero véanse Newman, Griffin y Colé (1989), R-ogotF (1990). Rogoff y Lave (1984),
Wertsch (1985a. 1985b).
¿e alcanzar u n objeto (véase tam bién Cassirer, 1 9 5 5 :1 8 1 ). El m o v i
miento del brazo del n iño se convierte en u n acto com unicativo (un
signo) cuan do la m adre lo in terp reta co m o una m anifestación del
intento del niño de hacer algo.
El prim er paso real que dieron los gramáticos hacia el estudio del habla
subordinada a unidades sociales fue la in troducción de u n m odelo en
el que tanto el hablante com o el oyente desem peñaban un papel deci
sivo. E n el C ongreso de Style, que organizó la U niversidad de Indiana,
en 1958, el lingüista ruso R o m á n Jakobson, en u n trabajo que ampliaba
los hallazgos del psicólogo austriaco Karl B ühler4, propuso u n m odelo
de eventos com unicativos com puesto de seis «factores constitutivos»,
cada u n o de los cuales «determ ina una función diferente del lenguaje»
(Jakobson, [1960] 1974:353). La figura 9.1 reproduce los seis factores,
y la figura 9.2 las seis funciones, tal com o las representaba esquem áti
cam ente Jakobson.
CONTEXTO
MENSAJE
DESTIN ADOR ......................................... DESTINATARIO
CONTACTO
CÓDIGO
REFERENCIA!.
POÉTICO
EMOTIVO CONAT1VO
FÁTICO
METALINGÜÍSTICO
4 Karl Bühler fue una psicólogo austriaco que se interesó por el lenguaje y escribió un
tratado fundamental. Spmcluheorie, que se publicó en 1934-, y que fije muy influyente en los
círculos lingüísticos europeos, incluyendo la Escuela de Lingüística de Praga, a ía que pertenecía
Jakobson. El modelo de lenguaje de Bühler (cuya primera versión puede encontrarse en uno de
sus artículos de 1918) contemplaba tres factores: (a) representación (Darsteüuug), (b) expresión
(Aiisilriick) y (c) llamar la atención (Appcl) (Bühler, [1934] 1990). A cada uno de estos tres factores
_correspondtL-una.fimciÓD-Las-funciones-referencÍ3l.-emotiva~y-conatiyj-de-Jakobson-se-basan-en-
el modelo de Bühler (Jakobson, 1960: 355). Para una perspicaz revisión de la vida intelectual y
social de Bühler, véase Eschbach (1990).
C om o m uestra el hecho de que los ejem plos de Jakobson consis
ten en enunciados aislados, en este m odelo el «evento de habla» ha de
interpretarse co m o equivalente a la noción de acto de habla de Austin
y Searle. La idea de observar los enunciados co m o «eventos» nos per
mite exam inar có m o los distintos factores desem peñan u n papel en la
configuración del m ensaje y de su interpretación.
Para Jakobson, concentrase en u n aspecto del evento de habla sig
nifica priv ileg iar la fu n c ió n correspondiente del lenguaje. Así, pues,
un mensaje verbal en el que el contexto sea prim ordial es equivalente
para Jakobson a u n m ensaje donde el hablante privilegia la fu n ció n
re fe re n c ia l del len g u aje5. U n mensaje que va dirigido pred o m in an
temente a describir u n a situación, objeto o estado m ental es un ejem
plo de esta fu n c ió n del lenguaje, que engloba las declaraciones
descriptivas y las descripciones (i. e. la nieve es blanca; a los niños les gusta
creer en Santa Claus), así com o enunciados co n deícticos com o yo, tú,
aquí, allí, ahora (i. e. A licia vive aquí; yo dormía). Este m o d elo eleva la
función referencial (que incluye tam bién la «denotativa», que hem os
definido a n te rio rm e n te ) a predom inante en la m ayoría de los m e n
sajes, pero n o en to d o s :«... pero incluso si... una o rien tació n hacia el
CONTEXTO... es el h ilo co n d u c to r de m uchos m ensajes, el lingüista
atento no pu ed e dejar de tom ar en cuenta la integración accesoria de
las demás fun cio n es en tales mensajes» (Jakobson, [1960] 1974: 353).
El m odelo tam b ién p erm ite que sea relevante más de u n factor y, p o r
tanto, más de u n a fu n ció n al m ism o tiem po dentro del m ism o evento
de habla.
El hecho de cen trar la atención en el destinatario p o n e de relieve
la función em otiva (tam bién llamada «expresiva» y, más recientem ente,
«afectiva»). El ejem plo clásico aquí es el de las in teleccio n es (en inglés,
oh, ah, ugh, pheiv; en español, oh, ah, a y f y de ciertas m odificaciones de
sonidos lingüísticos que no cam bian el significado denotativo de una
Juego de tiem pos verbales d e difícil traducción. U n a aproxim ación orientativa podría
ser: «N o solam ente estoy guay, soy un d p o guay. D e h ech o, he sido siem pre guay.» (N. del T.)
7 Sobre la relación entre B ühler y los miembros de la Escuela de Praga, véase Vachek (1966).
* El parecido con la teoría de la actividad no es tan accidental, ya que V igotsky con ocía
el trabajo d e B ühler y lo citaba c o n frecuencia en sus escritos.
de los intereses y m étodos de la antropología era visible en los tres pilares
del enfoque de Hym es (1964): (i) los m étodos etnográficos; (ii) u n estu
dio de los eventos de habla que constituyen la vida social de una com u
nidad; (iii) un m odelo de los diferentes com ponentes de los eventos.
H ym es (1972a: 51) reconoció diversas influencias de otro tipo, por ejemplo, de Kennech
Burke, quien, durante los años 40, elaboró una teoría de los nwtim s que descansaban en concep tos
com o agencialidad, acto, propósito y escena (Burke, 1945).
Cada un o de estos ocho com ponentes, con la excepción de «key» (clave) y «genre» género,
se subdividió en dos o más com ponentes: Situación (I. Lugar, 2. Escena); Participantes (3. Hablante,
4. Emisor, 5. O yente o receptor, o auditorio. 6. Destinatario); Fines (7. Propósitos-resultados, 8. Pro
pósitos-objetivos); Secuencia de actos (9. Form a del mensaje, 10. Contenido del mensaje): Clave (11.
Clave): Instrumentos (12. Canal, 13. Formas de habla): N orm as (14. N orm as de interacción; 15.
Normas de interpretación); Género (16. G éneros).V éanse H ym es (1972a, 1974} y Durajjri (1985).
Estos factores eran com ponentes del habla o com ponentes de los
actos de habla (Hymes, 1972a: 58). El térm ino original «evento com u
nicativo» (Hymes, 1964b) se abandonó más tarde a favor de «evento de
habla». Por eventos de habla se entendía, en sentido estricto, «aquellas acti
vidades o aspectos de actividades gobernadas directam ente por reglas o
norm as para el uso del habla» (Hymes, 1972a: 56); son ejemplos de even
tos de habla una lectura, una conversación telefónica, una oración, una
entrevista o un chiste. E n estas actividades el habla cum ple u n papel deci
sivo en la definición de lo que sucede, esto es, si suprim im os el habla, la
actividad no puede tener lugar. Las situaciones de habla, por otro lado,
son actividades en las que el habla desempeña u n papel m enor o subor
dinado, com o un partido de fútbol, un paseo con un amigo, un viaje en
autobús o una visita a un museo. Esta distinción analítica entre eventos
de habla y situaciones de habla es intuitivam ente sugerente, pero puede
ser problem ática, especialmente si, com o analistas, esperamos distincio
nes nítidas entre ambas, porque lo que encontram os en el m undo real
son situaciones o fragmentos de situaciones en las que el habla se usa de
form a constitutiva, es decir, com o un instrum ento para sostener o defi
nir ese tipo particular de situación. Este uso es lo que caracteriza una con
versación, pero puede tam bién caracterizar u n juego, o u n paseo con un
am igo. La ausencia de habla en estos casos podría ser tan im portante
com o su presencia en esas otras situaciones que hem os definido com o
eventos de habla (véase D uranti, 1985).
H y m es hizo hincapié en la n aturaleza h eu rística de su m odelo
SPEA K IN G , que él había pensado com o una guía útil (o red ética) para
el trabajo de campo y el análisis intercultural (se suponía que los etn ó
grafos del habla estudiaban el uso del lenguaje en distintas com unida
des del m u n d o y en fu n ció n de los co m p o n en tes que H ym es había
descrito) (véase S herzer y D arnell, 1972). La idea no parecía invitar
ta n to a hacer una serie de descripciones etnográficas de eventos de
habla que ilustrasen co n ejem plos cada u n o de los dieciséis c o m p o
nentes — la lectura de estas descripciones suele ser particularm ente abu
rrid a— com o a ofrecer una idea de los factores que intervienen en el
estudio del lenguaje en cuanto parte integrante de la vida social (por
tanto, el título de Hym es del artículo de 1972 «M odelos de la interac
ción del lenguaje y la vida social»). La auténtica novedad de la am plia-
-c ió n -q u e“Hymes"hizo"del'mo'del'o“de^ákobs'0'n~fiie“niD“tantb"él‘núm efcr
y tipos de com ponentes com o la naturaleza de la unidad de análisis.
Para Jakobson, la noción de evento de habla fue una form a de uni
ficar sus seis com ponentes y sus funciones correspondientes de lenguaje.
C o n el código lingüístico com o preocupación central de su m odelo,
Jakobson aportó sugerencias im portantes sobre la form a de relacionar las
distintas formas de participación con modelos gramaticales. Sin embargo,
Jakobson no estaba interesado en la organización sociocultural de los
eventos de habla ni en el papel que desem peñaban dentro de la co m u
nidad. P or otra parte, para H ym es la com unidad es el punto de partida,
y los eventos de habla están allí donde se form an y reúnen las com un i
dades. La unidad de análisis deja de ser una unidad lingüística com o tal,
y se convierte en una unidad social en la que se basa o integra el habla.
Por tanto, a Hymes le preocupan m enos las funciones del habla en el sen
tido, de Jakobson y más, en cambio, el m odo en que los diferentes aspec
tos de la interacción contribuyen a definir lo que se dice y cóm o se dice.
Los actos de habla y los eventos de habla son, pues, unidades de partici
pación para Hymes en, al m enos, dos sentidos: (i) son formas en que las
personas se vinculan a la com unidad; (ii) son formas de constituir una
com unidad. La com unidad, p o r su parte, puede entenderse a distintos
niveles. E n un nivel m icrointeraccional, la «comunidad» se refiere a un
grupo pequeño o grande de personas que se organizan alrededor de una
actividad com ún, que puede variar desde una conversación a dos bandas
a través del teléfono, un a cerem onia de iniciación con una docena de
participantes, hasta un m itin político con miles de personas. En u n nivel
m acrointeraccional, entiendo «la comunidad» com o u n grupo de refe
rencia, norm alm ente más amplio, real o imaginario (cfr. Anderson, 1983),
cuya constitución excede los límites del aquí y el ahora de una situación
determ inada, y que se establece sobre la base de uno o más criterios de
pertenencia de tipo geop olí tico, tribal, étnico, profesional y lingüístico.
9.3. L a p a r t ic ip a c ió n
9 .3 .1 . La estructura de participación
E n su trabajo con la actuación de los niños am erindios en la escuela,
Philips (1972,1983) presentó la noción de estructura de participación,
entendida com o u n tip o p articu lar de en cu en tro o de disposición
estructural de la interacción.
Los profesores emplean distintas estructuras de participación, o for
mas de gestionar las interacciones verbales con los estudiantes, con el
fin de comunicar distintos tipos de material educativo, y para que exista
variedad en la presentación del material escolar, con el fin de mante-
ner el interés de los niños.
D e acuerdo co n Philips, hay cuatro estructuras básicas de participa
ción en el aula, cada una de las cuales difiere de las demás en el núm ero
de estudiantes que participan en ella con el profesor, en la estructura no-
verbal de la atención, y en los principios que se utilizan para regular los
turnos de palabra de los estudiantes (Philips, 1983: 78). El p rim er tipo
de estructura de participación abarca la interacción de la clase entera
con el profesor y, p o r tanto, excluye cualquier otro tipo de interacción.
En este caso, el profesor selecciona para que hable a un estudiante con
creto o al conjunto de la clase. U na variante de este m odelo es la estruc
tura en la cual el estudiante se ha hecho con algunas de las prerrogativas
del profesor y se dirige a la clase, por ejemplo en un evento com o «Show
andTell» (M uestra y cuenta)* o en la presentación de u n inform e indi
vidual. E n esta variante, sin em bargo, los estudiantes c o n tin ú an d iri
giéndose al profesor en vez de a la clase en su conjunto, com o m uestra
el hecho de que los profesores deben advertir a los alum nos que se diri
jan tam bién al resto de sus com pañeros. El segundo tipo de estructura
de participación es el grupo reducido. E n este caso, «el profesor se cen
tra en la interacción con una parte de la clase, norm alm ente de cinco a
diez estudiantes» (1983: 80). A los estudiantes que no participan de la
interacción co n el profesor se les dan instrucciones para que trabajen
individualm ente en su pupitre. El tercer tipo de estructura de participa
ción es la relación personalizada entre el profesor y u n único estudiante.
«Estos en cuentros suelen producirse durante períodos en los que los
niños se hallan concentrados en tareas de pupitre. C uando uno de ellos
tiene una duda, levanta la m ano o se acerca a la m esa del profesor»
(1983: 81). El cuarto tipo es bastante distinto de los otros tres; es el «tra
bajo de pupitre», esto es, una situación en la que. el n iño trabaja con
materiales escritos en su pupitre y no interactúa con ningún otro com
pañero en la clase. La ventaja de pensar sobre los tipos de estructuras de
participación es qu e nos ofrecen u n m odo de evaluar las distintas con
secuencias de cada form ato. ¿Q ué tipo de form ato requiere más parti
cipación activa de los estudiantes? Por ejem plo, Philips descubrió que
los estudiantes de o rig en indio tienden a form ular más preguntas que
sus com pañeros ante las instrucciones que dicta el profesor, y lo hacen
dirigiéndose a am bos p o r igual. Estas preguntas suelen hacerse dentro
Ju ego tradicional infantil en el que los niños cuentan al resto de la clase una historia
acerca de algún objeto personal o de su interés. (N. del T.)
de una estructura de participación donde el profesor está presionado por
el tiempo o desea m antener la atención de la clase entera, y considera que
se distrae si los niños conversan entre ellos. Philips sostiene que los niños
amerindios están socializados para participar en interacciones con adul
tos y con otros niños en m odos que contrastan abruptam ente con las
estructuras de participación que organizan los profesores no-indios en el
aula. La autora sostiene la\hipótesis de que estas diferencias son parcial
m ente responsables de la pobre actuación de los niños am erindios12.
En su trabajo, Philips utiliza de base y referencia conceptos com o
«encuentro social» y «participante ratificado», que introdujo uno de sus
maestros, E rvin G ofím an. E n la próxim a sección, estudio el m odelo de
participación que desarrolló el propio Goffman.
9 .3 .2 . Marcos de participación
La distinción que realizó H ym es entre los distintos tipos de participan
tes (hablante, em isor, destinador, enunciador, p o r u n lado, y oyente,
receptor, destinatario, enunciatario, por otro) fue recogida (y ampliada)
en el estudio de Goffm an sobre el foo tin g (posicionamiento) (Goffman,
1979,1981) L\ Por «posicionamiento» Gofím an entiende la tom a de posi
ción que adopta un individuó al enunciar una expresión lingüística dada,
entre otras, una clave particular (uno de los com ponentes de Hym es)
con la que interpreta el habla o el papel de participante que desempeña
el hablante o el oyente (Levinson, 1988:163).
Con todo, lo que estoy sugiriendo, pues, es que lo que los hablan
tes se dedican a hacer no es proporcionar información a un receptor,
sino representar dramas ante un auditorio. De hecho, parece que pasa
mos la mayor parte de nuestro tiempo no dando información, sino
ofreciendo espectáculos.Y nótese que esta teatralidad no se basa en una
mera demostración de sentimientos o en una impostada exhibición de
espontaneidad ni en nada de los soplidos y resoplidos que podríamos
llamar, peyorativamente, teatrales. El paralelo entre el escenario y la
conversación es mucho, mucho más profundo que todo eso.
(Goffinan, 1974: 508)
Frame Analysis (1 9 74 ) n o ha sido aún traducido al español; sugiero: «Análisis del marco
— dcparticipación~com unicadva»~(N .~d¿'l-T}~-
14 Para una crítica del aparente rechazo de Goffinan a la m oralidad c o m o una tuerza coa
peso en las m otivaciones hum anas, véase A bu-L ughod (1 9 8 6 :2 3 7 ).
cel Mauss (1938) sobre la n o ción clásica de «persona», no debería inter
pretarse com o el recono cim iento de una ilusión social. Los hablantes
no pretenden solam ente ser personajes diferentes, se convierten en ellos
y son tratados como si lo fuesen; los seres hum anos existen en tanto que
seres sociales, precisam ente p o rq u e son entidades que pueden asum ir
diferentes personajes sociales y representar diversos puntos de vista. La
con stitu ció n de nuestro ser, n uestro m o d o peculiar y, sin -em b arg o -
sim ilar-a-otros seres, y a otras form as de actuar en el m undo, se co n
sigue p o r m edio del habla m ed ian te los sutiles cam inos p o r los que
asumimos los distintos tipos de status y posiciones con respecto a nues
tras propias palabras, así com o a las de los demás. G offm an utiliza el
térm in o status de p articip ación para denom inar la particular rela
ción que cualquier persona, en u n a situación dada, m antiene con lo
que se está diciendo, y m arco de p articip ación para la configura
ció n total de dichos status en u n m o m e n to determ inado (G offm an,
1981:127 y passim).
Por ejem plo, podría ser bastante equívoco asum ir u n m o d elo de
in teracció n lingüística en el q u e los pronom bres de p rim era persona
(«yo», en español) fuesen identificados con la categoría de «hablante»
(o «escritor»). E n su lugar, G offm an (1981) sostiene que el p ro n o m
b re «yo» puede referirse a (al m eno s) tres roles distintos, co n c re ta
m en te locutor, autor y p oderdante o responsable institucional.
El locuto r, al que en ocasiones se refiere co n el n o m b re de «caja de
resonancia», es el que em ite o da voz al m ensaje que se intenta trans
m itir. El au to r es el responsable de la selección de palabras y sen ti
m ien tos que se expresan. E l p o d e rd a n te (un té rm in o que G offm an
to m a prestado del discurso ju ríd ic o ) es la persona o in stitu ció n cuya
p osición o creencias se están rep resen tan d o .T am b ién es aquel sobre
q u ien recae la responsabilidad de cualquier posición que se presente.
A u n q u e los hablantes suelen asu m ir los tres roles al m ism o tiem po,
es necesario establecer diferencias en tre ellos con m ayor frecuencia
de lo que podríam os im ag in ar.T o d o el m u n d o sabe que el S ecreta
rio de Estado suele actuar có m o el lo c u to r de palabras cuya autoría
se atribuye a otra persona (u n o o más escritores de la Casa B lanca)
y q u e se d icen en n o m b re d el P re s id e n te (el p o d e rd a n te ). P ero
incluso en situaciones d o n d e p a rtic ip a n varias personas, los h ab lan -
tes entran y salen de los distintos roles cuando citan lo que otra p e r
sona dijo, com o en (2):
(2) C h o pper : Lemme-tell-ya. = Guess what. (0.8) We was com in’
h om e from practice, (0.4) and, three boys carne up
there (.) and asked-us-m oney-and-T ony-did-like-
this. (0.6) *hh ((raising hands up))
«i a i n ’t GOT n(h) (hh)pD*m(h)oney»
«... a nuestros efectos, llamaremos recepcor d escon ocid o a un receptor de quien se diga
—que-carece-de-una-inform ación-relevantequeel-hablante p osee,^ siel-recep torp osee inform ación—
que el hablante d escon oce, nos referiremos a él c o n el nom bre de receptor conocido»
(G o o d w in , 1981: 150).
par en el intercam bio. Esto es lo que o cu rre en el siguiente ejem plo,
citado p o r Levinson (1988: 166), d onde no se dirigen directam ente a
Karen, sino q u e la participación de esta se evoca p o r el contenido de
las palabras de M ark:
-11—Q tro -us o habitu al es el du e lo-verbaLdo nde el acto, de «significan tom a vida propia sob re
una secuencia extendida de turnos de palabra en los que dos hablantes tratan de anularse uno al
otro (véanse K ochm an , 1972, 1981; Labov, 1972b: cap. 8).
tar atención a los rasgos que se utilizan para ind icar el objetivo pre
tendido; en la n o ció n de «objetivo» (target, en inglés) es necesario dis
tin g u ir entre el re cep to r aparente del m ensaje («falso receptor») y la
persona hacia 3a que en realidad se dirige la observación. Vemos en el
siguiente ejem plo que, cuando M organ introd uce el tem a de los «días
de adolescencia», la observación de Ju d y sobre su p ro p ia m irada es
seguida p o r u n a serie de turnos de palabra a cargo de otros partici
pantes (Baby R u th , especialmente) que corrob oran la descripción que
Ju d y hace de sí m ism a com o alguien fabulosa, sin d irig irse directa
m ente a Judy. La am bigüedad con la que Baby R u th y R u b y cuestio
nan co n v in c e n te m e n te la prim era observación de Ju d y es típica del
acto de codificar.
hus:’s toble» [La mesa del R e y A rturo] y línea 10: «Was it row.nd?» [¿Era
redonda?]) que term ina com pitiendo co n la historia principal de Fran.
I!' Así. pu es, en algunas lenguas no ex isten pronom bres d e tercera persona (D ix o n , 1980;
L evinson, 1988: 1S3). La idea de la tercera persona c o m o «no-persona» se encuentra en B en -
veniste (1956).
'-“ Para" un análisis'T dm ponenC ial~de~un~siscenia—prononiinat—similar._el_iieL-hau.iin.Q_
(Filipinas), véase C o n k lin (1962). Para un estudio de algunas de las im plicaciones del análisis de
C o n k lin . véase B ean (1978).
Tabla 9.1. Pronombres personales en samoano.
Al escribir sobre B ou m a , en las islas Fiyi, D ix o n (1988: 53) sostien e que ía formas
denom inadas «criádicas» p u ed en referirse de hecho a más de tres personas.
bajo. C uando u n sam oano pregunta t á 6 «¿dos-de-nosotros» (inclusivo)
xr?» quiere decir «¿puedo ir contigo?». Si alguien dice m d o «¿dos-de-
nosotros (exclusivo) ir?» significa que el destinatario no está invitado.
La elección de un pronom bre puede ten er im plicaciones para el m o d o
de definir los participantes reales y potenciales, y de establecer la a u to
ridad o la posición m oral desde la que se habla. Pero estas dim ensiones
de la interacción hum ana y de la conceptualización de la participación
norm alm ente se construyen o se infieren a partir de una in fin itu d de
sutiles mecanismos indirectos y, con frecuencia, semióticos (véase el epí
grafe 5.4), algunos de los cuales son de naturaleza cinética o gestual.
U n o de los objetivos de la crítica de Goffman a propósito de los tér-
■m inos h ab lan te y oyente es el énfasis en el fa cto r sonido que estos
térm inos implican: «es evidente que, organizativam ente, la vista es m uy
significativa tam b ién, en ocasiones incluso el tacto» (1981: 129). H e
m encionado la im portancia de la docum entación visual en el capítulo 5
al estudiar la transcripción. Lo que la noción de participación nos p ro
porciona es un marco teórico dentro del cual usar la inform ación sobre
el acceso visual que p e rm ite n las nuevas tecnologías. Los investigado
res que han trabajado sobre el registro visual de las interacciones21 han
m ostrado que la postura visual y la m irada son im portantes para esta
blecer q u ién ha ratificado al receptor de la interacción. C o m o hem os
m encionado an teriorm ente, G oodw in (1981) estudió cóm o m ediante
; «la co m b in ac ió n de cam bios en la m irada con m odificaciones e n el
habla, la oradora tiene la capacidad de cam biar el foco del destinata
rio y, así, reorganizar a sus receptores con u n solo enunciado» (1981:
152). K en d o n (1992) partió de la n o ció n de G offm an (1974) de tra
yectorias de atención en las interacciones para enfatizar la im p o r
tancia de la org an izació n esp acio -o rien tativ a de las co n d u ctas de
interacción.
9 .3 .3 . Marcos participantes
En su estudio del habla de chicos y chicas de un barrio de Filadelfia, Mar-
jo rie H . G oodw in (1990) introdujo la n o ció n de marco participante (por
oposición a participación). A unque relacionada con la de GofFrnan, esta
noción tam bién parte de la relevancia de la organización secuencial de
la conversación en la constitución de una actividad hablada22:
____ " Con el fin d e m antener la diferencia analítica entre ?:is nnrinne< -de_r;nrhii:m_y,
G oodw in , cuando lo he estim ado con ven ien te he sustituido el térm ino marco de participación que
en ocasiones em plea G o o d w in por el de marco participante.
la historia para estructurar la relación entre las personas y la organización
social de una discusión em ergente (Goodwin, 1990: cap. 10).
U n o de los marcos participantes en una disputa que estudia G o o d
win es lo que ella llama pares contrapuestos (paireé counters). Son dos
secuencias de turnos en d onde lo que dice el p rim er hablante es refu
tado o replicado p o r otro hablante. H e aquí algunos ejemplos: .
(9) Tony: I’m a dingy your hea:d.= How would you like that.
Sucias tus narices. Chápate esa.
(0.4)
-» C hopper : No you won’t you little- *h guess what.
; y sabes qué
[
J aCK: (°foul) foul thing.
Va de farol.
(0.4)
C hopper : Lemme~tell~ya.= Guess what. (0.8)
We was comin5home from practice, (0.4)
and, three boys carne up there (.) and
asked~us~for~money~and~Tony~did~like~this.
(0,6) *hh ((raising hands up))
«IA I N ’T GOT n(h)(hh)j-o °m(h)oney»
(Os voy a contar. = No os imagináis. Volvíamos a casa del
ensayo, (0.4) y, tres chicos vienen pa* nosotros (.) y-nos-piden-
pasta-y-Tony-va-y-se-pone. (0~6Y*lih ((subiendo las manos))
«N O TE N G O ni un duro, bonitos»
P ete : Ah~hih~ha,
Ah, (risas).
*hh Hah~hah!
(M. H.Goodwin, 1990: 245)
V
(14) (La madre acaba de hacer sitio a la silla de R onnie [4; 11] junto a la
mesa)
M adre: (Oh) this chair? broke - today
Oh, esta silla se ha roto hoy
Pa d r e : I? know
Lo sé
((la madre vuelve a la cocina, se detiene junto a la silla
de Josh,Josh [7; 10J comienza a mirar la silla de la
madre y bajo la mesa))
MADRE: N o:: I mean it rca:?lly broke today
No, quiero decir que se ha roto de verdad hoy
Pa d r e : l? know
Lo sé
Madre:
Pa d r e :
M adre:
Pa d r e :
M adre:
Oh, ¿'3o habías hecho?
(0.4)
Pa d r e : I don’t know if I did? it but I saw that it wa:?s=
N o sé si lo había hecho Pero sí sabía que estaba...
[
M ad re: (oh)
((Josh se agacha bajo la mesa para inspeccionar la
silla))
R o n n ie ?: ( )
=[
M ad re: yeah I sat doum? in it and the whole thing split so-1 —
((inclinándose como para indicar en qué lugar de la
silla)) I tie:d
Sí me senté en ella y se partió completamente así que
la até
[
Pa d r e : ((entonación algo admonitoria))
(a)rea:l si:gn? that you need to go on a di:?et.
¿será un signo de que necesitas hacer régimen?
M ad re: hh ((se esfuerza en sofreír mientras se levanta de su
posición agachada junto a la silla de Josh))
9.4. A u t o r ía , in t e n c io n a l id a d ,y la c o n s t r u c c ió n
CONJUNTA DE LA INTERPRETACIÓN
Las sutiles distinciones y los ejem plos que hem os visto más arrib a no
im plican solam ente que las categorías de «hablante» y «oyente» sean
demasiado gruesas para el análisis lingüístico, sino tam bién qu e debe
reconceptualizarse la n o c ió n de autoríáTSi nuestro p u ñ tcrd e lír'r'á n -
que en el análisis del habla es la participación, en lugar de los hablan
tes individuales, debem os reconsiderar lo que significa codificar y des
codificar el significado. Los individuos están, p o r supuesto, im plica
dos en la c o n stru c c ió n d el significado, pero la responsabilidad en
cuanto a la fo rm a y el c o n te n id o de los m ensajes se traslada de los
hablantes individuales a determ in ad o s tipos de m arcos participantes.
U na vez que am pliam os el d o m in io de la investigación con el fin de
incluir la o rg anización social de cóm o los m ensajes se co n stru y en e
in terp re tan en co lab o ració n , tam b ién necesitam os ir más allá de las
no cion es trad icio nales de las relaciones en tre lengua y m en te. Las
investigaciones em píricas m u estran que m uchos actos (si no todos),
que en el m u n d o idealizado de las intuiciones y de las interacciones
im aginadas p o d rían verse co m o , el p ro d u c to de u n individuo, c o n
cretam en te el h ablante, son de h e c h o el trabajo co la b o ra tiv o de
diversos participantes24. Esta naturaleza colaborativa y colectiva de la
codificación y 'd esco d ificació n de los mensajes es real no solo en las
interacciones rituales d o n d e u n a persona habla en nom bre de o tra o
de u n g ru p o , sino ta m b ié n en los eventos de habla más c o rrie n te s,
donde los individuos parecen hablar y actuar p o r sí mismos.
Los prim eros relatos de actividades narrativas dentro del análisis de
la conversación (i. e. Sacks, 1992b: 222 y ss.;JefFerson, 1978) identifi
caron la existencia de roles bastante estrictos en la narración dentro de
la conversación. Se hizo una distinción, concretam ente, entre el narra
dor y el receptor de la historia. El narrador es el que ha de iniciar la
historia y o b ten er el perm iso del receptor para proseguir. Más recien
tem ente, Jen n ifer M an d eíb au m (1987) ha establecido algunas distin
ciones más sutiles en los marcos participantes que se encuentran durante
la narración de historias. Ella distingue entre historias guiadas por
el narrador e historias guiadas por el receptor. La prim era es una
serie de turnos largos de u n hablante que las dem ostraciones de aten
ción de los receptores in te rru m p e n p o r m edio de diversos tipos de
señales de respuesta (i. e. m hnih, ¿en serio?). La segunda es una activi
dad en la q ue «el n a rrad o r y el recep to r colaboran en lo que se está
contando en una historia y en cóm o ha de entenderse» (M andeíbaum ,
1987:238). P u ed e que esta distinción no funcione siem pre y, co n cre-
______ F.l té r m in o «colab ora tiv n ft_en.este_casoJiO -d eb ein terp retarse-cn -eL sexitidO -de-C O m partir_
una parce alícuota de recursos y derechos interpretativos (véase, por ejemplo, el estudio, más
arriba, sobre la conversación externa y «mi padre-sabe-mejor»).
tam en te, el trabajo de los relatos fam iliares que hem os m encionado
más arriba m uestra que
Para que funcione la interacción social, la m ayor parte del tie m p o '
debem os «perdernos en ella». C uando nos detenem os a pensar qué está
ocurriendo o qué ha ido mal, accionamos un determ inado tipo de con
trol sobre la acción social p o r el que apelamos a un conjunto de norm as
que nos expliquen qué ha salido mal o qué debería haber ocurrido (Gar-
finkel, 1967; Heritage, 1984). Este tipo de control o actividad reflexiva da
lugar tam bién al tipo de interpretaciones de las intenciones de los hablan
tes que pro p o n en los teóricos del acto de habla. El discurso de la in ten
cionalidad está así ín tim am ente conectado con el discurso de la
responsabilidad. Esto es cierto n o solo porque las intenciones se recons
truyen típicam ente para asignar la responsabilidad a algo que se ha hecho,
sino tam bién porque, en m uchos contextos, la responsabilidad es u n o de
los principales criterios que se utilizan para interpretar un acto. Los par
ticipantes no suelen preguntarse a sí mismos ni a otras personas «¿qué ha
querido decir?», sino «¿qué quiere decir esto?»; esto es, una vez p ro d u
cido, el acto se evalúa sobre la base de sus consecuencias sociales25. D e
9.5. L a p a r t ic ip a c ió n e n el t ie m p o y e n el e s p a c io :
LO S c u e r p o s h u m a n o s e n u n e n t o r . n o c o n s t r u i d o
-v’ Para Lawrence y Low (1990: 45 4 ), el en to rn o constructivo se refiere «en sentido lato, a
cualquier alteración física del en torn o natural, desde las aldeas a las ciudades, pasando por
cualquier construcción humana... incluye form as construidas... espacios definidos y lim itados, pero
no necesariam ente encerrados, c o m o la zonas abiertas de un recinto de casas, una plaza, o una
calle..., podría incluir lugares significativos, c o m o tem plos, santuarios, que no albergan ninguna
_actividad..,.elem entos_e5pccí6co.<Ldo,loi^edificios-(coiuo_puei:tai^\’eiitanas^cechos^pai;e_des._sueJo^
y chim eneas) o subdivisiones espaciales de los edificios... a las q u e se suele referir en térm inos
de sus planos».
m ediador decisivo en nuestra relación con el m u n d o de objetos que
nos rodea (M erleau-Ponty, 1962; Schutz, 1967). Las expresiones deíc-
ticas entran en este proceso m ed ian te la o rie n ta c ió n de enunciados,
miradas y m ovim ientos dentro del espacio y el tiem po, basándose en
u n conjunto de convenciones ya establecidas, y m ediante la construc
ción de u n m undo conceptual que no se distingue, sino que se basa en
nuestra com pren sió n co rp o ral del m u n d o fenom énico. D e cir «yo»'o
«tú», o elegir el uso de una expresión locativa frente a otra, significa
evocar, establecer, reafirm ar campos corporales, es decir, unidades de par
ticipación que descansan en m odelos socioculturales y en m o d o s de
corporeidad (Hanks, 1990: 262).
El cuerpo hum ano y el en to rn o construido son elem entos decisi
vos del análisis de cu alq u ier in teracció n d o n d e intervenga el m ovi
m iento a través del espacio y el tiempo. C o n frecuencia olvidamos que
el cu erpo h u m an o es el p rim e r in stru m en to de nuestra experiencia.
N uestra boca, m anos, ojos, pies y otras partes del cuerpo son los p ri
meros elem entos de m ediación en nuestra interacción con las personas
y objetos que nos rodean. Pero nuestro cuerpo no opera en u n espacio
vacío. N o s m ovem os d en tro de u n espacio que han m odelado otros
antes que nosotros, u n espacio que tiene historia, significado, esto es,
u n ám bito de posibilidades. C o m o ha señalado Frake (1975: 37) en su
análisis de cóm o entrar en una casa yucateca,
Parte B: [RESPUESTA]
frente
tala tala
trasera
A i— CUERPO El r e c ié n l l e g a d o se sien t a en la z o n a fr o n t a l
carretera principal
Figura 9.7. Trayectoria que sigue el jefe Agaiataua cuando llega a ¡a casa llena
de oradores de su subaldea (Duranti, Í992).
9.6. C o n c l u s io n e s
a ra -u n a -d iscu sió n -d e-la -d istrib u c-ió n -o o n tex tu a l-d e-lo s-d o s-reg istro s-íb n o ló g ico sr
«habla buena» y «habla mala», véanse Duranci (1 9 8 1 . 1990. 1994a), D uranti y O ch s (1986),
Sh ore (1982).
grupos— significa com prender no solo lo que una persona dice a otra,
sino cóm o los participantes que hablan y los que no hablan coordinan
sus acciones, incluyendo los actos verbales, para constituirse a sí m is
m os y a otros en particulares fluidos espacio-tem porales, aunque vin
culados en unidades. Los lingüistas, antropólogos y sociólogos nos han
proporcionado durante la últim a m itad de siglo una serie de unidades
de análisis que tratan de captar los sistemas dinám ico-fúncionales de los
que el habla form a parte. El m o d elo de evento de habla de Jakobson
debe m u ch o a la trad ición europea de la lingüística funcional q ue se
basaba en m odelos instrum entales de lenguaje (Bühler, la Escuela de
Praga). Su m odelo reform ula la fu n c ió n referencial del lenguaje — la
capacidad de hablar sobre el m u n d o — y la integra, entre otras, dentro
de u n a serie de funciones qu e realiza el habla en las interaccion es
hablante-oyente. El m odelo SPEA K IN G , de Hymes, amplía el esquema
de jakobson, añadiéndole sensibilidad ante las dim ensiones del habla y
la participación en eventos de habla que hacen del estudio de los even
tos com unicativos el p u n to de partida para el estudio de com unidades
enteras. La idea revolucionaria en este caso es el hecho de re c u rrir a
una u n idad social de análisis, el evento, que a su vez se define p o r el
habla que lleva aparejada. H ym es invita a los investigadores a conside
rar y, sim ultáneam ente, a estudiar co n detalle las diversas dim ensiones
del uso del lenguaje, incluyendo el escenario, el género, y los objetivos
del evento2*. A parte de la abundante lista de com ponentes en los que
H ym es desglosa los eventos de habla, h e decidido cen trarm e en los
«participantes», p o r una serie de m otivos. E n prim er lugar, al decons-
tru ir las categorías de «hablante» y «oyente», dos piedras angulares de las
corrientes lingüísticas contem poráneas, podem os reform ular el acto de
habla com o una actividad diferenciada que, a su vez, crea diferencias,
donde lo que aparece com o u n m ensaje fabricado por un individuo es,
en realidad, el logro de una unidad social organizada. E n segundo lugar,
las distinciones sutiles que estableció G offm an dentro de cada catego
ría nos perm iten pensar en los distintos m odos en los que el habla pro
pia p uede representar sim ultáneam ente las voces y las personas sociales
de diferentes.individuos o roles institucionales. Esto añade una. riqueza
10.1. E l l e n g u a je c o m o la c o n d ic ió n h u m a n a
10.2. A d q u i r i r u n l e n g u a je
10.3. L e n g u a je p r iv a d o y p ú b l ic o
10.4. L a len g u a e n la c u l t u r a
10.5. E l l e n g u a je es la s o c ie d a d
10.6. ¿Q u é c la se d e l e n g u a je ?
1. P r e p a r a t iv o s p a r a l a g r a b a c ió n
2. D ó n d e y c u á n d o g r a b a r
3. D ó n d e c o l o c a r la c á m a r a
C u an d o sea posible, es una buena idea observar las prim eras gra
baciones de vídeo con los colegas y discutir el uso de la cám ara y los
m odos en los que puede m ejorarse o adaptarse a los. objetivos especí
ficos del proyecto.
Suele hablarse m ucho de cóm o se sienten los participantes al verse
grabados en una situación dada. Es una preocupación lógica, pero hay
que considerar al mismo tiem po tam bién cóm o se siente el investigador
al estar allí grabando. Es im po rtan te que sienta que lo que hace allí'es
legítim o y no perjudica ni se m ete en la vida de nadie. Si hay m otivos
para no grabar, hay que estar dispuesto a apagar la cámara. Hay que recor
dar siem pre que la cámara es u n ojo más en el escenario, pero m uy
público, y que su presencia, com o la de cualquier otro participante, ha de
negociarse. E n un sentido, nadie, ni siquiera el investigador, puede saber
.realm ente.cóm o podría utilizarse una grabación de vídeo en el futuro.
Por este motivo, hay algunos principios básicos que es útil conocer:
1. Los participantes han de firm ar los docum entos de consenti
m iento inform ado con antelación (norm alm ente, las universidades tie
nen una oficina a estos efectos o un com ité que proporciona asistencia
para la redacción de estos escritos y es posible que exija su aprobación).
2. P u ed en surgir situaciones im previstas a la hora de escribir la
solicitud de beca' o de preparar el docum ento. El sentido c o m ú n y el
respeto p o r la privacidad de los demás debería guiar a los investigado
res en tod o m om ento. P or ejem plo, los investigadores deben estar pre
parados para dejar de grabar cuando estim en que están a p u n to o han
rebasado la línea de lo que debería ser apropiado exhibir para que lo
vean personas que están al m argen de la situación ocurrida.
3. Los investigadores de campo deben ser conscientes de si sus datos
serán utilizados en otros estudios. E n principio, mientras les sea posible,
los investigadores de campo .deben intentar m antener el control sobre las
cintas originales y sus copias, pero puede que esto no sea siempre posible.
Si se van a com partir datos con otros investigadores, dadas las condicio
nes originales de grabación (véase l,m ás arriba), es im portante asegurarse
en lo posible de que no serán malinterpretados ni se les dará u n uso ina
decuado, C onviene estar prevenido frente a posibles propuestas de cole
gas o fundaciones para participar en la creación de grandes bases de datos.
A unque suelen ser bien intencionadas, y en buena parte centrales a la
naturaleza científica de la investigación sobre la interacción hum ana, este
tipo de empresas pueden llegar a ser peligrosas en caso de datos que no
perm itan a los investigadores proteger enteramente la identidad de los par
ticipantes en la interacción (siempre que se estipulase com o una de las
condiciones de grabación). A pesar de su rica textura, las grabaciones visua
les no son inm unes a las interpretaciones, aunque los participantes o los
investigadores que las hicieron consideren que son inadecuadas. A menos
que se proporcionen notas etnográficas y marcos interpretativos, es per
fectam ente posible la mala interpretación del m aterial visual, al igual que
en cualquier otro tipo de datos de la conducta hum ana. E n últim a ins
tancia, no debería olvidarse que el tipo de grabación en vídeo o filmación
del que hablamos aquí form a parte de todo el proceso etnográfico, con
sus aspectos experienciales y morales. Los antropólogos lingüísticos no son
cineastas a sueldo de las fundaciones, las empresas, o los colegas bien inten
cionados pero m al inform ados de otras disciplinas; son anees que'nada
-etnógrafos-que-utilizan-la-doeumentaeión-visual-eomo-una-parte-impoi--
tante de su programa de investigación.
4. C uando los investigadores deciden exhibir públicam ente graba
ciones donde aparecen personas durante sus quehaceres cotidianos, ya sea
en su propia casa o en escenarios más públicos com o escuelas, hospita
les, tribunales, teatros o en la calle misma, han de ser conscientes de la
responsabilidad que dicha decisión acarrea y sopesar con antelación sus
posibles consecuencias.
Bibliografía
Indice onomástico
Indice de materias