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Agresividad

El comportamiento agresivo

Barraca, (2008, p. 135) El 24 de julio de 2005 Juan Martinez, un agricultor de Almeria, moría en la
Comandancia de la Guardia Civil de Roquetas de Martras un largo y duro forcejeo con varios
agentes de la benemérita. Este suceso, conocido como El caso Roquetas, que fue portada de los
periódicos nacionales de mayor tirada durante muchos días del siguiente mes de agosto, levanto una
airada polémica entre la ciudadanía y los políticos acerca de los límites del uso de la violencia por
parte de las fuerzas de orden publico. Aunque existen distintas versiones de los hechos, que, en
cualquier caso, resultaron muy confusos, se va a reproducir ahora el testimonio de uno de los
agentes en prácticas que estuvo presente durante los acontecimientos. De acuerdos con su
declaración ante la jueza instructora los acontecimientos se sucedieron así.

Esa tarde, en torno a las 16:30, iba a recoger a un detenido a la Policia Local cuando vimos a las
puertas del cuartel a un grupo de personas de etnia gitana profiriendo amenazas de muertes contra
un individuo agarrado al mástil de la bandera. Dos agentes intentaban tranquilizar a Juan
Martinezm, quien había tenido un incidente de tráfico por el que lo perseguían. Juan se soltó del
palo y volvió a engacharse, momento en el que llego el teniente. (…). Consiguen que entre en la
oficina de denuncias donde lo detienen por desobediencia a la autoridad en medio de una fuerte
resistencia. El arrestado dice que los va a matar y pide ir al baño. Le sueltan una de las esposas y lo
acompañan, mientras que al guardia en practicas le ordenan traer un vehículo para trasladar al
detenido a la Policía Local. (…). En la puerta del cuartel se produjeron sucesivos forcejeos entre el
arrestado y varios funcionarios y durante los cuales Juan se golpeo con un zócalo de la parte trasera.

El detenido pide que le echen agua y promete que dejara de dar golpes si acceden. Pero no fue así,
sino que salió corriendo, tropezó y se cayó. En ese instante, llega el teniente con un objeto en la
mano, una defensa extensible, no vi ninguna eléctrica, pero no se si la llevaba. El mando ordena a
sus subordinados que se aparten y golpea con el bastón al detenido en las piernas, mientras los otros
agentes sujetan al arrestado. (…) El teniente me pidió que fuera a buscar a un medico para que le
administrara un tranquilizante. Al mismo tiempo se le intenta poner unos grilletes de uso único en
los pies. La declaración recoge como sujetaron a Martinez entre cuatro agentes de los brazos, los
pies y los costados y cómo otros dos compañeros también emplearon defensas mientras le aplicaban
puntos de presión en el cuello para inmovilizarlo.(…) Le puse la planta del pie en el pecho para que
no se moviera, pero no le golpeé. Asi mantuvieron al detenido entre 15 y 20 minutos. Entonces se
dan cuenta de que el hombre ha perdido el conocimiento e intentan reanimarlo. Poco después llego
una ambulancia con el equipo de descarga, que no tenía batería.

El cadáver de Juan Martinez fue examinado por varios médicos forenses que redactaron diferentes
autopsias, pues resultaba difícil emitir un juicio definitivo sobre las causas de su muerte. No
obstante, coincidían en la descripción de las lesiones:

Golpes en la cara: En la región fronto-facial son evidentes numerosos golpes, apareciendo


hematomas externos bien visibles sobre la frente, el pómulo y el ojo derecho.
Presión en el cuello: En la región cervical observamos una excoriación submandibular que indica
que se ha ejercido presión directa sobre el cuello.
Rotura en el esternón: Aparece una zona extensa infiltrada de sangre que rodea a una fractura
transversal en el esternón. El mecanismo más probable de producción es ejerciendo una contusión

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sobre pecho o espalda.
Lesiones en el tórax: A nivel lateral izquierdo del tórax aparecen lesiones (equimosis y hematomas)
con la forma de una defensa (porra), con un numero de golpes entre tres y cinco.
Daños en las extremidades: A nivel de extremidades, aparecen lesiones que indican forcejeo, caída
en codos y rodillas y arrastre por el suelo.

Aunque resulte imposible determinar si estas lesiones fueron la causa directa de la muerte del
agricultor, y aun si él mismo tuvo la culpa de ellas por su resistencia a la autoridad, evidencian de
forma irrefutable la contundencia con que se emplearon los guardias. Y aquí reside uno de los
elementos interesantes de este caso: porque cuando se habla de violencia se suele pensar en aquella
ejercida por sujetos agresivos y no en la que llevan a cabo los agentes del estado. Es difícil admitir
que la policía pueda hacer un uso ilegitimo y extremo de la violencia, pues tal cosa supondría un
descalabro del sistema de valores admitido y arrojaría a los ciudadanos a un tenebroso mar de
dudas. Nada resulta más a los ciudadanos a un tenebroso mar de dudas. Nada resulta más
inquietante que darse cuenta de que aquellos en quienes se confía el uso de la fuerza para que
salvaguarden a los ciudadanos puedan convertirse en sus agresores. De hecho, un punto interesante
de este suceso trágico estriba en que la actuación de la Guardia Civil dirigida a controlar al detenido
fue observada desde fuera del cuartel por varios testigos que se mostraron incapaces de adoptar
ninguna medida, ni reaccionar de ningún modo para persuadirles de que cesasen en su actitud. Esta
parálisis se explica porque se supone,, de entrada, que la acción de las fuerzas de orden publico es
justa, profesional y acorde con el nivel de resistencia del detenido, y que nunca hay en ella un
ensañamiento cruel.

El bueno el feo y el malo

Debido al impacto emocional que produce la conducta agresiva (sin duda la gran protagonista de los
telediarios) y la alarma que suscita en toda la sociedad, se ha convertido en el reclamo más
importante del cine de masas. Pero hay muchos tipos de cine violento o, mejor, muchos modelos de
personas agresivas en el celuloide. Se partirá de cuatro ejemplos cinematográficos para ilustrar, a
partir de ahora, los distintos modelos teóricos formalizados para explicar el origen de la conducta
agresiva en el hombre. Esos ejemplos representan cuatro prototipos de hombre violento; los
nombres de los personajes no son conocidos en todos los casos: HannibalLecter, Benjamin Martin,
William Munny y Alex Delarge, pero el lector los reconocerá mejor cuando sepa que son los
protagonistas de El silencio de los corderos, El patriota, Sin perdón y La naranja mecánica.
(Barraca, 2008, p. 141)

La bestia humana

Muchos autores han defendido que los seres humanos son instintivamente violentos. Para etólogos
como Konrad Lorenz 1966, (citado por Barraca, 2008, p.142) el comportamiento agresivo sería
consecuencia de la selección natural y, por tanto, producto de un instinto desarrollado con funciones
adaptativas. Los modelos etológicos no reducen toda la conducta agresiva humana a una expresión
de ese instinto, sino que afirman que su fuente primigenia se encuentra en los genes y que se ha
manifestado en la especie a lo largo de milenios. Los defensores de este modelo ven en la
pervivencia de las guerras, en la continua hostilidad de unos contra otros, en el desprecio hacia la
vida de millones de congéneres una evidencia de ese instinto.

Barraca, (2008, p. 142) Lo cierto es que si se traza la historia de la dispersión del Homo Sapiens

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desde su cuna en África hasta todos los lugares del globo, y se observa su ímpetu arrollador para
adaptarse a los ambientes más hostiles, poblados por fieras mucho más grandes y fuertes, así como
su supervivencia frente a otras especies con las que compartió territorio (como el Homo
Neanderthalensis o el Homo Floriensis), cabe preguntarse si su agresividad natural fue un elemento
clave en esa expansión y dominio.
También resulta muy interesante descubrir que el cerebro humano, que está estratificado en capas
desde las más primitivas a las más modernas, en su núcleo, sobre el tallo encefálico, alberga una
estructura similar al cerebro de los reptiles, el denominado Complejo R; quizás algo lógico si se
tiene en cuanta que se evoluciono desde los reptiles antes de pasar por los mamíferos. Lógicamente,
en el curso de esa evolución no se podía cambiar o sustituir un cerebro por otro de forma repentina,
se hizo necesario para las nuevas estructuras desarrollarse sobre las y existentes, sosteniendo así, en
la transición, el funcionamiento biológico. Es justo en ese Complejo R, en lo más profundo del
cerebro, donde se localizan aspectos como la territorialidad, el ritual, la jerarquía social y, como no,
la agresividad. Rodeando el Complejo R se halla el Sistema Límbico, propio ya de los mamíferos
primigenios (no primates) y de él dependen los estados de ánimo y las emociones, la preocupación
y el cuidado de las crías. Por ultimo, el Córtex, la zona más superficial y de evolución más reciente
(ya presente en lo antepasados primates), alberga el pensamiento abstracto, el lenguaje, la lectura, la
planificación, la intuición, el análisis critico, el arte (pintura, literatura, música, etc.) y es la sede de
la consciencia; es decir, de las capacidades que se consideran propias y exclusivas de la especie
humana. Cuando estas ultimas se ponen en funcionamiento para templar y encauzar al reptil que se
agazapa en lo más hondo, aparece la cooperación, se superan los prejuicios, se abomina de la guerra
de la esclavitud, de la explotación y del abuso de unos seres humanos sobres otros. Pero cabe otra
posibilidad aterradora: que las extraordinarias capacidades superiores e pongan al servicio del reptil
interior y que, así, se acabe inventando las más horribles armas de destrucción, ideando los más
perversos métodos de tortura, diseñando las cámaras de gas, engendrando a monstruos como el Dr.
HannibalLecter: Se invoca ahora al siniestro protagonista de El silencio de los corderos para
ponerlo como ejemplo de que la inteligencia más brillante no anula necesariamente los más bajos
instintos, por eso es percibido como alguien tan peligroso; su refinamiento y sibaritismo pueden
subyugar; pero su falta completa de humanidad lo convierte en alguien aborrecible que produce el
espanto de una bestia irracional. Todos los espectadores de esa ficción cinematográfica consideran
que Hannibal Lecter es instintivamente agresivo ya que sus acciones, tan espantosamente violentas,
no son fruto de la autodefensa o las frustraciones previas, sino algo gratuito.
No obstante, es peligroso (y falso) establecer una relación lineal entre estructuras biológicas (como
el Complejo R) y conductas humanas (como el comportamiento agresivo) y acabar concluyendo
que el ser humano es, en el fondo, instintivamente agresivo. La conducta humana es muy compleja
y multideterminada (siempre es un fruto bio-psico-social), mientras que la instintividad humana es
algo puesto en cuestión por la mayoría de los teóricos de la Psicología moderna y no cabe duda de
que se ha debido de desdibujar en la especie con el paso de los milenios, una vez que su supuesta
capacidad adaptativa quedó en entredicho. También los seres humanos tienen deseos de
reproducirse, pero los trascienden y convierten la biología sexual en actos de amor; nadie llega a la
conclusión de que el violador se comporta así porque su instinto sexual está exacerbado.
Igualmente, la instintiva necesidad de nutrirse es transformada en el ser humano cuando se sienta a
la mesa y el acto de comer se convierte en algo completamente distinto (y humano), en arte
culinario; por eso, tampoco nadie reduce el problema de la obesidad a un problema de sobre
desarrollo del instinto de alimentarse, ni la anorexia a una disfunción de ese mismo instinto. Comer
en exceso o menos de lo necesario, o cometer una violación son conductas afectadas por multitud
de variables. Además, el hecho de que algo fuese adaptativo en el pasado no implica necesariamente
que siga siéndolo, todo lo contrario: las conductas instintivas son muy poco flexibles, no se adaptan
a los cambios situacionales, por eso llegan a ser inoperantes y hasta perjudiciales cuando el entorno
se ha transformado. Como el Consejo Internacional de Psicólogos concluyo en 1991, ese
científicamente incorrecto afirmar que la guerra o cualquier otra conducta están programadas en

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nuestra naturaleza (cit. En León Rubio, Gómez Delgado y Cantero Sánchez, 1996).

En suma, la interpretación que se puede hacer de las situaciones cambia radicalmente la visión de
las cosas, por eso es una vulgarización afirmar que el más agresivo sencillamente tiene más instinto
agresivo. Berkowitz (1996) ha sostenido de forma elocuente que es una enorme simplificación
suponer que porque los animales tengan instintos territoriales los seres humanos actuarán de forma
similar, pues esto comporta olvidar toda la cultura desarrollada por el hombre. Algunas personas
sostienen que el prejuicio contra los emigrantes (y más aún la agresión hacia ellos) proviene de la
defensa territorial instintiva de los lugareños; sin embargo, es bien tolerado que extranjeros
millonarios se acomoden en el país e incluso se facilita que compren extensos territorios: toda una
demostración de que la valoración social y la distinción cultural impide equiparar a los hombres y a
los animales.
Es cierto, no obstante, que determinadas enfermedades, alteraciones y sustancias pueden hacer a la
gente más agresiva, aunque esto, obviamente, no quiere decir que se manifieste un supuesto instinto
agresivo. Se sabe que el consumo de alcohol y de ciertas drogas puede llevar a la gente a exhibir
conductas violentas, y también que determinados niveles hormonales (en particular, de la
testosterona) son causa de una mayor excitación, que puede transformarse que, por esas
circunstancias, el instinto agresivo quede concluirse que, por esas circunstancias, el instinto
agresivo quede desinhibido. De hecho, en el último de los capítulos de este libro se repasa la
ambigua influencia de las drogas en la agresividad.
Sigmund Freud 1920 (citado por Barraca, 2008, p.144) también sostuvo que la agresividad humana
es instintiva. De acuerdo con su modelo de motivación humana existen dos fuerzas contrapuestas: el
Eros (o fuerza erótica, de creación, de vida) y el Tánatos (o fuerza de muerte, de aniquilación y
destrucción). Para Freud la pulsión tanática podía dirigirse hacia uno mismo (causando el
autocastigo, que en el extremo máximo se traduce en suicidio) o hacia el exterior (lo que llevaría a
la agresividad hacia otros, la destrucción de cosas y el asesino). Para el psicoanálisis freudiano, las
pulsiones tienen que descargarse de algún modo, encontrar una salida, sobre todo cuando alcanzan
determinados limites, por eso se afirma que se trata de una teoría hidráulica (en analogía delo que
sucede con la presión del agua que va aumentando en un recipiente hasta que escapa por algún lugar
o lo acaba rompiendo). Según Freud, la sociedad establece una serie de mecanismos para descargar
esa agresividad (chistes, deportes, caza, determinadas expresiones artísticas, fantasías o actos
simbólicos, etc.); y las acciones mediante los cuales las personas se desprenden de la agresividad se
denominan actos catárticos.
El modelo freudiano ha sido contestado repetidamente, aunque por la naturaleza de su formulación
(no científica o construida a partir de hipótesis contrastable), resulta difícil de falsar
experimentalmente; sin embargo, favorecer la catarsis no parece disminuir la agresividad de las
personas, antes al contrario: dar golpes a un saco de boxeo, disparar una pistola, romper con un
martillo un coche o una casa, o pelearse puede resultar agotador, pero las investigaciones más
rigurosas parecen demostrar que, en vez de eliminar los sentimientos agresivos, estas acciones
tienden a incrementarlos (Aronson, 1997). Por lo que se sabe experimentalmente, ni los
participantes en actividades duras, ni los espectadores de las mismas aprecian una disminución de
sus deseos de agredir. De hecho, Patterson (1974) demostró que el colectivo de jugadores de fútbol
americano (no profesional) era más agresivo al final de la temporada que al principio; y Russell
(1981) comprobó que los espectadores de partidos de hockey sobre hielo son más hostiles durante el
trascurso del encuerto.

Un honrado patriota

Barraca, (1998, p.145) Carolina del Sul, 1775. Benjamín Martin se dedica a cuidar de su plantación,
atiende solicito a sus numerosos hijos y, en los ratos libres, confecciona una sencilla mecedora de

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madera que, por su incompetencia como ebanista, acaba siempre rota bajo su peso. Benjamín
Martin es para su comunidad un ejemplar ciudadano y un hombre de bien. Pero la paz se rompe y,
en contra de la opinión conciliadora de Martin, las colonias americanas declaran la guerra a Gran
Bretaña. El hijo mayor de Martin se involucra en la contienda y los soldados británicos le arrestan.
En un principio su padre parece resignado, pero a las pocas horas, junto con otros dos de sus hijos
menores, coge sus viejas armas, toma un atajo y se aposta en el bosque a la espera de los soldados
que llevan preso a su hijo. Justo cuando estos, despreocupados, pasan frente su posición, comienza
a dispararles y les ataca hacha en mano con una violencia inusitada. Se produce una autentica
carnicería y en menos de un minuto acaba con todos los soldados antes la mirada estupefacta de sus
otros dos hijos. El más joven de ellos, un niño de poco más de diez años, no puede creer lo que ha
sucedido, la transformación de s u padre en un sanguinario le espanta y rechaza con miedo su
contacto.

Estas es una descripción sucinta del inicio de la película El patriota, protagonizada por el conocido
actor australiano, Mel Gibson. Nadie que haya visto el film pensara que la agresividad del
protagonista es semejante a la del Dr. Lecter, pues en este caso no se trata de una violencia
instintiva o gratuita, sino provocada por una gran frustración previa. Es cierto que en la película se
explica más tarde que Martin fue un feroz soldado en una guerra previa, donde ganó destreza con
las armas, pero, precisamente, esa experiencias de violencia lo convirtieron en enemigo de cualquier
contienda. En el momento en que suceden los hechos, el protagonista es, en realidad, un hombre
pacifico, que se ve obligado a tomar las armas y luchar para rescatar a un hijo que acaban de
arrebatarle.
La teoría de que la frustración es la fuente originaria de la agresividad humana posee muchos más
partidarios en la Psicología actual que la teoría instintiva. Y, aunque existen otras situaciones
aversivas que también pueden funcionar como un resorte para la conducta agresiva (el dolor, el
aburrimiento, la ira, etc.), es la frustración la que más aval experimental ha reunido. Dollard y
suequipo de colaboradores (Dollar, Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939) establecieron esta teoría
en su forma más acabada y presentaron varios experimentos para demostrar su validez. Según su
formulación tradicional cualquier acto agresivo viene precedido siempre de una situación frustrante.
Esto no significa que la agresión se dirija hacia otra persona u otra situación, pero, como quiera que
sea, si ha habido frustración no dejara de producirse algún tipo de agresión (más o menos explicita).
Así tarde de la oficina por tener que terminar un engorroso trabajo no programado, no
necesariamente insultará a su superior, pero sí es posible que la tome con cualquier conductor que
se le cruce molestamente camino a casa. Como puede observarse, es esta una posición teórica
diametralmente opuesta a la de la teoría instintiva: mientras que en la ultima lo importante es la
naturaleza agresiva consustancial al hombre (es decir, algo interno), para la teoría de la frustración-
agresión lo crucial es algo externo, que les sucede a las personas en un contexto social.

Aunque casi todo el mundo reconoce que la teoría de la frustración-agresión supone una aportación
fundamental para explicar el comportamiento agresivo, hoy en día no se cree que la frustración sea
la única causa de la agresión o que toda frustración vaya a conducir inevitablemente hacia un acto
agresivo. Es posible que determinadas frustraciones, por ejemplo, una critica acera dirigida al
propio trabajo por parte de un profesor sirva de acicate y estimulo para hacerlo mejor en la próxima
ocasión. También se ha demostrado que es mucho más probable que se produzca la agresión si,
gracias a ella, se contrarresta la frustración. Por ejemplo, si en una tienda se niegan a cambiar un
producto, es más probable que se actúe de manera agresiva cuando se piensa que adoptando es
actitud habrá mayores posibilidades de que se admita la reclamación.
Para Berkowitz (1969) la frustración debería concebirse más bien como una fuente de activación.
Por tanto, de acuerdo con su corrección al modelo, la frustración puede producir agresión, pero
indirectamente, pues lo que genera realmente es activación, que predispone a agredir, aunque solo si
se reúnen determinadas circunstancias; esto es, si el sujeto se encuentra frente a una configuración

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estimular que permite o alienta la descarga por medio de la acción agresiva. Por tanto, en su
formulación más acabada habría que hablar de frustración-activación-agresión. Más modernamente,
Berkowitz (1983) ha defendido que lo que produce la frustración no es una activación
indeterminada, sino una cargada de afecto negativo, es decir, un sentimiento displacentero
provocado por condiciones avesivas. Esta posición abre un mayor número de opciones, porque la
probabilidad de encontrar condiciones que generen afectos negativos (el calor, el ruido, el dolor, el
hambre, el aburrimiento, etc.) son mayores que las de ser frustrado por otra persona o por n
acontecimiento concreto.
Hace un momento se comentaba que la configuración estimular guarda relación con el hecho de que
la frustración se transforme en un acto agresivo. Existen elementos del medio que parecen
contribuir a que esto acaezca pero, en cualquier caso, depende sobre todo de la historia de
aprendizaje de cada sujeto. Desde luego, las armas facilitan esa configuración estimular (más
adelante, al hablar de la influencia que puede jugar el tener a la vista objetos agresivos, se retomará
este punto), pero hay también otros elementos más sutiles. El siguiente experimento lo ilustra muy
bien Berkowitz y gee, 1996 (citado por Barraca, 2008, p.147). Los participantes veían un film muy
violento (una película sobre boxeo titulada Campeón) protagonizada por el actor Kirk Douglas.
Posteriormente, eran frustrados y, finalmente, tenían la posibilidad de elegir la intensidad de las
descargas eléctricas que administraban a un compinche del experimentador (que, como ya se
explico, finge recibirlas). La víctima era presentada a los participantes del experimento de dos
formas: a unos de les decía que se llamaba Kirk Anderson y a otros que su nombre era Bob
Anderson. Así pues, un dato accesorio, que no guarda ninguna relación con la culpa o
responsabilidad de un sujeto, pueden llevar a la gente a comportarse de forma más agresiva con él.

Se sabe que la intensidad de la frustración está en función de distintas variables. Una muy
importante es la inmediatez de la meta: cuando la frustración llega en el último momento, justo
antes de que se consiga lo que se anhela, su potencial de frustración es mayor y, por tanto, se
vuelve más probable la respuesta agresiva (Harris, 1974). En el ejemplo que se incluía al principio
de este apartado, es fácil imaginar que el empleado se tomará peor tener que quedarse en la oficina
si se lo dicen cuando ya está a punto de salir por la puerta y se imagina descansando en casa, que si
ha sido informado desde por la mañana temprano. En general, parece ser que cuanto menos y espera
la frustración y cuando se vive de forma más ilegitima, mayor es su potencial agresivo.

La frustración, como se ha podido comprobar por los ejemplos empleados, tiene mucho que ver con
las expectativas no cumplidas. Por tanto, es más fácil frustrar a las personas que elevan su nivel de
expectativas. Adviértase, en consecuencia, que la privación que conduce a la frustración es siempre
relativa (relativa a las propias expectativas). En esta sociedad, al ascender en la escala social, los
sujetos tienden a compararse con los que están por encima de uno mismo en privilegios o dinero y
no con los que se quedan por debajo, los cuales, hasta entonces, eran el patrón de medida. Esta
manera de actuar puede suponer verse permanentemente frustrado en alguna medida. Es algo harto
contrastable el hecho de que las resueltas y las revoluciones no las emprenden los pobres de
solemnidad o las clases más marginadas, sino aquellos que, al estar más cerca de las clases de
poder, observan sus beneficios, se compran y concluyen que se comete una injusticia. Lenin, Marx,
Castro o el ‘che’ Guevara no eran indigentes, sino burguese con estudios.

¿Quieres verme cabreado?


A veces, frene a determinadas personas, se tiene la impresión de que es mejor no molestarlas mucho
si se quiere salir bien parado; se aprecia un gran potencial de activación en equilibrio inestable y
desasosiega la posibilidad de que se rompa. El héroe del cómic La Masa (o, en el original inglés.
Hulk) responde de forma extrema a este modelo: si no se enfada es un educado y afamado científico
(el Dr. Banner), pero como se irrite en exceso puede convertirse en un ser brutal, un trasunto del
más antiguo Mr. Hyde que Stevenson contraponía al Dr. Jeckyll. Sin embargo, para retomar la

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secuencia de tipos cinematográficos, se va a evocar ahora a otro personaje de ficción: William
Munny, el protagonista de Sin perdón, un magnifico western crepuscular estrenado en 1992. Munny
es un antiguo pistolero a sueldo. Tras un pasado de asesino frio y sin escrúpulos, trata de rehacer su
vida como granjero; sin embargo, sus problemas económicos por la enfermedad de sus bestias y el
deseo de sacar adelante a sus dos hijos le llevan a aceptar un último trabajo criminal. Durante todo
el film, Munny trata de convencerse a si mismo que ya no es aquel ser inicuo, pues, según él mismo
se dice, su difunta mujer le ha regenerado. Pero en una última secuencia antológica el antiguo
pistolero, excitado por sentimientos de venganza, al calor de las primeras muertes y tras unos tragos
de güisqui, saca a relucir una crueldad inaudita, que acongoja a todos los que le rodean. Aunque
Munny no quería creerlo, la posibilidad de que volviese actuar como el más desalmado de los
hombres se encontraba alojada en su interior; y sólo hacía falta una secuencia de sucesos
activadores para que renaciese su antiguo carácter, en el último plano de la película, queda claro que
todos se dan cuenta del peligro que encierra esta persona. El actor que encarna al pistolero (que es
también el director de la cinta). Clint Eastwood, transmite magistralmente, en este y en otros
papeles, ese potencial de peligro; un hombre de apariencia dura e insensible, que quiere actuar bajo
la ley y contenerse, pero que alberga una acusada disposición hacia el arrebato. Este tipo de hombre
servirá para presentar otra conocida teoría de la agresividad, una teoría que considera el papel tanto
y lo interno del sujeto como de los factores externos a él (no en vano se considera un modelo
mixto), que se ha denomina modelo de excitación-transferencia Zillman, 1979; Zillman y Bryant,
1974, (citado por Barraca, 2008, p.149).

Barraca, (2008, p.149) De acuerdo con este modelo teórico, los sujetos tienen la capacidad de
transferir su excitación de un acontecimiento a otro, produciéndose así un efecto intensificador.
Dependiendo de a qué atribuyan la excitación, existirá una mayor tendencia a actuar de forma
agresiva. Y esas atribuciones se harán dependiendo de la fuente de excitación que predomine o que
uno sienta que predomina. El sujeto puede excitarse por dolor, por ejercicio físico vigoroso, por la
bebida, por material erótico, por criticas interpersonales que le dirigen, etc., y puede transferir esta
excitación a conductas agresivas si se dan determinadas circunstancias y atribuciones. Por ejemplo,
si un joven acaba de vivir una situación muy activadora al montarse en una montaña rusa y, justo al
bajar de la atracción, se choca con otro chico, es posible que la excitación de la montaña rusa se
sume a la del encontronazo; si esta excitación doble es etiquetada como agresión (es achacada al
encontronazo y es calificado este de agresivo) es posible que ambos se enzarcen en una pelea.

Barraca, (2008, p.149) La teoría mixta no supone directamente que haya personas innatamente más
agresivas y que sean estas las que acaban metidas en actos violentos, y no era en ese sentido en el
que se incluía el ejemplo de William Munny; lo que supone es que la excitación intensa es
fácilmente transferible a conducta agresiva, sobre todo en un entorno donde la respuesta agresiva es
habitual. Así, el protagonista de Sin perdón ilustra este modelo porque transfiere su activación,
causada por el dolor, la bebida y el ataque interpersonal (a él y a un compañero), a conducta
violenta cuando se encuentra en una situación muy tensa y familiar al protagonista que ha sido un
pistolero. Es fácil que en ese marco contextual la etiquetación que hace de la excitación sea cólera y
responda de forma agresiva esa ha sido la forma habitual de actuar.
Por otro lado, parece cierto que determinadas personas pueden responder más probablemente de
forma agresiva cuando son atacadas. En una serie de investigaciones dirigidas por Roy Baumeister
en la Universidad de Case Wesatern Reserve (Baumeister, Smart y Boden, 1996); Bushman y
Baumeister, 1998) (citado por Barraca, 2008, p.149) se demostró de manera inapelable que, en
contra de lo que afirma una creencia muy extendida, las personas más agresivas no son aquellas con
baja autoestima, sino justo todo lo contrario. Más exactamente, los sujetos que reaccionaban de
forma más violenta (siempre que fuesen criticados previamente) eran aquellos cuyo alto narcisismo
favorecía el que enseguida sintiesen una amenaza sobre su egocentrismo. Este tipo de critica puede
considerarse como un tipo de frustración pero, como se comprobó en estos estudios, solo las

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personas más pagadas de si mismas lo viven así. En consecuencia, existe un tipo de personas más
propensas a transferir su activación en forma de agresividad.

Debe de ser divertido apalear a un mendigo

Barraca, (2008, p.150) En Inglaterra, en 1971, se estrenó La naranja mecánica. Se tenia por
innegable que en su ultimo trabajo el excéntrico Stanley Kubrick volvería a sorprender, pero lo que
nadie suponía entonces eran los afectos perversos que, en un primer momento, tendría la visión del
film sobre ciertos jóvenes. Los actos agresivos que sucedieron tras el estreno provocaron tal
escandalo que varios meses después el mismo director pidió a la productora que lo retirase de todas
las salas comerciales del país. En la primera parte de esta película, una banda de descerebrados
delincuentes, capitaneados por el sádico y vicioso Alex DeLarge, cometen una serie de vilezas con
el único objeto de divertirse y excitarse. En sus correrías apalean a un mendigo anciano, luchan
contra otras pandillas, provocan accidentes de trafico, violan a una mujer, dejan paralitico a un
hombre, destrozan propiedades…aunque la película era también un alegato contra ciertos sistemas
inhumanos de control de la agresividad practicados por el Estado y una satira a la superficialidad y
el interés personal con que los políticos afrontan los problemas de violencia social, lo que llevo a
Kubrick a prohibir la proyección de la cinta no fue tanto la contestación a su critica al sistema, sino
la imitación que de las fechorías presentadas en la pantalla llevaron a cabo varias padillas juveniles.
Es este uno de los más claros casos en que, como afirmo Oscar Wilde, la vida imita al arte. Si los
protagonistas de La naranja mecánica parecían gozar de lo lindo dejando a un pobre borracho medio
muerto en la calle ¿por qué no divertirse de la misma manera? El temor a que ciertos jóvenes no
distinguiesen entre ficción y realidad provoco que la película no volviese a distribuirse en el Reino
Unido hasta treinta años después.

Lo expuesto en las líneas anteriores el hecho de que se imite la conducta violenta, ha llevado a
suponer que otra gran fuente de la agresividad podría estar en la capacidad humana para aprender
vicariamente; esto es, por observación e imitación de lo que hacen otras personas semejantes. Albert
Bandura (1973) es el autor que ha formulado una teoría más completa sobre este particular. Su
planteamiento es que hay un aprendizaje social de la agresión. En un principio hay que entender que
todos loa animales superiores, y el ser humano de forma mucho más evidente, aprenden multitud de
cosas por observación, y la violencia no tiene por qué escapar a este principio general. Igual que los
niños quieren chutar el balón tras ver un partido de futbol, dar con la raqueta a la pelota tras ver a
los jugadores de tenis o, incluso, agitar una talla citando al toro de la casa (habitualmente, el perro)
tras la corrida, tienden a pelear tras ver una película de artes marciales o de boxeo. Estos datos de
observación natural fueron corroborados por Albert Bandura en una serie de experimentos
controlados (Bandura, Ross y Ross, 1961, 1963). (citado por Barra, 2008, p.152) En el más celebre
de ellos, unos niños veían en una pantalla de televisión a un hombre que o bien jugaba
calmadamente con un muñeco (llamado Bobo), bien le daba golpes, lo pisoteaba y destrozaba; los
niños que habían visto tratar con delicadeza al muñeco actuaron de forma similar cuando se les
coloco ante el mismo juguete; en cambio, los que contemplaron la conducta violenta copiaron los
golpes y los malos tratos. De aquí se desprende de forma inequívoca la importancia de ofrecer en
las series de televisión, en los dibujos animados u en los cuentos modelos que resuelvan las cosas de
forma inteligente y pacifica y no recurriendo siempre a los puños o las armas. Hay que añadir que
Bandura también demostró que la conducta imitativa no es necesariamente inmediata: las imágenes
observadas pueden archivarse en la memoria hasta que se da la situación adecuada para ponerlas en
prácticas.

Sin embargo, el mismo modelo de Bandura de aprendizaje social defiende que la conducta
observada no necesariamente será imitada si no obtiene un refuerzo. En otras palabras, la conducta
duplicada tiene que seguirse de algún premio, pues de lo contrario no se mantendrá en el tiempo y

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se extinguirá. En un principio, ese premio es vicario: el imitado parece encontrar reforzante
dedicarse a su actividad agresiva (en el ejemplo cinematográfico, la pandilla de La naranja
mecánica realmente encontraba satisfacción con sus acciones); pero al cabo debe ser directo: es
decir, el que imita también tiene que divertirse u obtener algo por el hecho de actuar de forma
agresiva. Por desgracia, la sociedad actual refuerza de forma natural muchos comportamientos
agresivos (aunque, por supuesto, hasta ciertas intensidad) ya que, ciertamente, parecen conseguir
más cosas quienes se plantan, se enfrenta, se ponen duros, exigen, se defienden, etc. No obstante, es
igualmente verdad que el exceso de una agresividad suele, a la carga, pasar factura social. Así
mismo, si probable que se generalice en su uso y, por tanto, si ponga en practica en situaciones muy
diversas; es lo que llevaría a calificar como agresivas a ciertas personas.

La limitación se refuerza si son varias las personas implicadas y, en el mismo momento en que se
observa la acción, se puede copiar. Al igual que en otras situaciones sociales, es habitual fijarse en
cómo actúan los que están alrededor para deducir qué es lo más adecuado hacer en ese momento.
Por eso, resulta difícil ser el primero en atender a alguien que está tirado en la calle, pero normal
acercarse con curiosidad si otros ya lo han hecho. Del mismo modo, si un sujeto se encuentra en un
grupo de personas con las que se identifica y estas comienzan a actuar de forma agresiva es más
probable que las secunde. En parte la actuación de los de alrededor ofrece una clave sobre lo
adecuando o pertinente que puede ser actuar de esa manera.

A veces es el gatillo quien tira el dedo

Barraca, (2008, p.153) En el estudio de la conducta agresiva se ha analizado repetidamente qué


papel pueden jugar ciertos elementos, como la cercanía de armas, una determinada temperatura, la
presencia o no de otras personas, el ruido, etc. Y en muchos casos se han encontrado relaciones
significativas. A continuación se expondrán algunas de ellas.
La presencia de los llamados objetos agresivos (pistolas, escopetas, cuchillos, bates de beisbol,
espadas, trozos de cristal cortantes, clavos, etc.) parece guardar una relación con la e licitación de la
conducta agresiva. Y no es sólo que portar estos objetos favorezca su empleo, sino que varias
investigaciones han demostrado que su mera visión hace que se actué de forma más agresiva. Así,
por ejemplo, distintos estudios evidenciaron que los sujetos actuaban de forma más agresiva
verbalmente o con la administración de descargas eléctricas (ante los errores fingidos en una
supuesta practica de aprendizaje de silabas) por la presencia casual en la habitación donde se
llevaba a cabo el experimento de un arma Berkowitz y LePage, 1967. (Citado por Barraca, 2008,
p.153) Estos resultados se interpretan en el sentido de que la percepción de armas introduce la idea
de la agresión en el campo de posibilidades del sujeto, aunque este no sea consciente de ello. Si el
cuchillo está cerca, entonces se puede usar. Si se tiene la pistola en la mano, entonces es
componente cognitivo: la importancia de la interpretación de la situación; así, el trabajo de Turner y
Simons (19974) demostró que cuando la presencia de armas se interpreta como un signo de fuerza
atlética o masculinidad no tiene esa carga instigadora de agresión. Por tanto, al ver en una vitrina
del salón las escopetas de un aficionado a la caza no se evocan necesariamente actitudes agresivas.
Unas espadas cruzadas sobre la chimenea de una casa de campo no tienen por qué activar la
agresividad. Pero estudios como el Berkowitz demuestran que la confiscación de objetos
contundentes (y, por supuesto, de cuchillos, puños americanos o porras) a la entrada de los estadios
representa una alternativa de prevención eficaz para hacer menos probable la agresión. No es
ninguna casualidad el hecho de que los policías de Londres, en términos generales y considerando
su vasta población, es, de hecho una ciudad muy segura frente a la delincuencia común.

Ya se adelantaba al hablar del aprendizaje social de la agresión que el hecho de encontrarse solo o
acompañado influye sobre la violencia de las propias acciones. Los resultados más interesantes
sobre este particular indican que, aunque es verdad que cuando el sujeto que puede agredir está solo

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no inhibe su agresividad como haría en presencia de otros (Rogers, 1980), sin embargo, cuando son
varias las personas que se involucraran en la acción agresiva, entonces los sujetos actúan con mayor
ensañamiento y crueldad. Ahora bien, este efecto es particularmente importante cuando la unión de
varias personas favorece el anonimato o se arbitran medios para no ser reconocidos (ropa
semejante, más caras, etc.). en un experimento preclaro para demostrarlo, Philip Zimbardo (1969)
se sirvió de dos grupos estudiantes universitarias; en el primero, cada una de las chicas podía vestir
como quisiera, estaba en una habitación bien iluminada y llevaba una plaquita con su nombre, por
tanto, resultaban fácilmente identificables o personalizables; en cambio, las del segundo grupo
fueron vestidas de una manera que las hacia irreconocibles: se les puso una mascarilla de quirófano,
estaban en una habitación débilmente iluminada, vestían unas toscas batas con capucha y se las
llamaba siempre por grupos y de forma numérica. Los resultados mostraron que estas ultimas, las
despersonalizadas, actuaron de una forma mucho más cruel que las primeras.
Los ejércitos, los policías antidisturbios resultan muy amenazadores porque es difícil distinguir a las
personas que hay detrás de los uniformes, los escudos y los cascos. Si el agente de policía se sabe
visto de forma robótica o deshumanizada es más probable que actué con contundencia si llega el
caso de necesitarlo. También es algo contrastado el que los sujetos sumidos en una gran masa son
capaces de actuar con mucha violencia.

Otro factor también vinculado al disparo de la conducta agresiva radica en la temperatura. Anderson
(1987), con estadísticas de EE. UU. que cubrían los años 1971 a 1980, estableció una relación
lineal entre delitos violentaos violentos y calor. Sin embargo, cuando se ha tratado de replicar
experimentalmente estos resultados en el laboratorio no se han constatado relaciones tan claras. A
día de hoy, sobre todo por los trabajos de Bell y Baron (1977), se cree que la temperatura
efectivamente se relaciona con el aumento de la activación, pero no de forma lineal, sino curvilínea
(en concreto, en forma de “U” invertida); esto es: según se incrementa la temperatura hasta los 33°,
aproximadamente los sujetos experimentales parecen efectivamente tener más sentimientos
agresivos. No obstante, si la temperatura sigue aumentando, en vez de transferirse a agresión, la
mayoría de los sujetos tienden a dirigir su atención a escapar de ese malestar y, por tanto, las
posibilidades de actuar de forma violenta disminuyen (se da el efecto de huida).

Otros experimentos también han demostrado que el dolor, el ruido y el hacinamiento pueden
funcionar como sensaciones instigadoras de la agresividad. En una de estas investigaciones,
Berkowitz (1983) comprobó que aquellos sujetos cuyas manos permanecieron unos minutos
sumergidas en agua helada molestaron a otras personas con un ruido desagradable en mayor medida
que las que habían metido las manos en agua tibia. No obstante, como en los casos anteriores
(armas, temperatura), no se pueden establecer causalidades simples (a más ruido, más hacinamiento
o más dolor, mayor posibilidad de agredir) pues en el mismo experimento Berkowitz comprobó que
informar previamente de que la experiencia iba a resultar desagradable mediatizaba el
comportamiento violento. Por tanto, las reacciones agresivas se ven influidas por todo el contexto
social, por las experiencia y aprendizajes precios y por la utilidad que pueda tener la violencia para
solventar el malestar que se está sintiendo.

Yo sólo obedecía órdenes


Durante el juicio de Nüremberg se planteo como tema crucial hasta qué punto los militares que
obedecían ordenes fueron culpables de los actos criminales que se perpetraron en la Alemania nazi.
Realmente, dirimir todas las responsabilidades es mucho más complicado de lo que a primera vista
puede parecer. Aunque todo el mundo está de acuerdo en que es inmoral y reprochable hacer daño a
alguien por cumplir una orden toda se ve de forma muy distinta cuando se actúa desde dentro de la
situación.
Un turbador experimento llevado a cabo por Stanley Milgram en los años sesenta (Milgram, 1965)

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ofrecio una luz singular (no precisamente esperanzadora) sobre el papel de la obediencia a la hora
de infligir castigos. Milgram hacia creer a los participantes, siempre personas completamente
normales y voluntarias, de distintas edades, estatus y profesiones, que iban a participar en una
investigación sobre los efectos del castigo en la memoria. En primer lugar, los sujetos
experimentales acompañaban a otro supuesto participante que le había tocado en suerte actuar como
aprendiz de la tarea (en realidad, un compinche del experimentador) a un aparato con forma de silla
eléctrica. Luego, eran conducidos frente a un panel donde se leía Generador de Descargas y en el
que había treinta interruptores, que iban desde los 15 hasta los 450 voltios (y que estaban agrupados
en etiquetas que rezaban Descarga leve para los primeros interruptores hasta Peligro: descarga
intensa, para los últimos; los dos interruptores finales estaban bajo la indicación XXX). A los
participantes se les explicaba que se tarea consistía en pulsar los interruptores cuando se lo indicase
el investigador responsable (un hombre de apariencia seria, profesional y vestido con una bata
blanca).
Cuando el experimento se pone en marcha el aprendiz-victima comienza a repetir las palabras que
el sujeto le lee. Al principio acierta la mayoría de las preguntas. Pero luego, de acuerdo con un plan
establecido, empieza a cometer errores. En cada equivocación, el investigador responsable pide al
participante que pulse uno de los interruptores e incremente así el voltaje. Según el guion prefijado
el aprendiz victima comienza a quejarse y gemir al alcanzar los 75 voltios; a los 150 pide abandonar
el experimento, pero el investigador no se lo permite; a los 180 afirma que no puede sopórtalo; con
el siguiente voltaje golpea la pared y suplica que le dejen salir; a partir del voltaje 300 deja de emitir
ninguna respuesta y no se vuelve a sabe de él.
¿Qué hacen los participantes? ¿Hasta dónde son capaces de tolerar estas protestas de la victima y
seguir obedeciendo? Aunque resulte terriblemente desasosegante, Milgram descubrió que un 62%
de los sujetos continúo administrando las descargas hasta el último interruptor. No obstante, muchos
sujetos preguntaron y dudaron, algunos exhibieron intensas reacciones emocionales (sudor,
temblores, tartamudeo, risa nerviosa), pero cuando el experimentador les conmino a seguir haciendo
su trabajo obedecieron.

Los test de personalidad aplicados por Milgram demostaron que los participantes que continuaron
hasta el final no eran más crueles o insensibles, ni tampoco que estos resultados puedan achacarse a
una particular idiosincrasia de los norteamericanos, el experimento ha sido replicado con similares
porcentajes en Australia, Jordania, Alemania y España (Milgram, 1974). Sin embargo, es verdad
que si se modifican ciertas condiciones los sujetos no siguen los dictados del investigador y cesan
de pulsar los interruptores, por ejemplo, si se lleva a cabo en un edificio algo viejo y cochambroso y
no en el laboratorio de una prestigiosa universidad, si hay mucha proximidad física con la victima,
si el investigador no es presentado como una figura de autoridad legitima, o si el participante no
está solo a la hora de pulsar los interruptores (Milgram, 1965).
El trabajo de Milgram supone una interesante reflexión sobre el comportamiento agresivo cuando se
produce en un marco de obediencia a una autoridad. Sus resultados, así como los de otras
investigaciones semejantes, demuestran que las personas actúan de una forma mucho más agresiva
si alguien a quien consideran con autoridad ordena serlo, y que esta situación debe tenerse en cuenta
para relativizar la atribución de culpabilidad de cualquier comportamiento violento.

Los golpes llegaban por todos los lados


Después de presentadas las principales teoría y los factores que pueden jugar un papel en la
conducta agresiva, parece quedar claro que se trata de un fenómeno complejo y multicausal. Como
casi todas las conductas del ser humano, es necesario recurrir a factores biológicos, sociales y
psicológicos. En realidad, esta es justamente la perspectiva cognitivo-social de la conducta agresiva
(Lopes Aguado, 2003); de forma más concreta, se puede afirmar que en todo comportamiento
agresivo intervienen aspectos genéticos, neuroanatómicos, psicológicos y socioculturales, y que su
manifestación tiene que ver con el contexto social especifico, la historia de aprendizaje de los

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sujetos que la practican y determinadas configuraciones o elementos ambientales, que se han ido
enumerando en los apartados anteriores.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Barraca, J. Bases Sociales de la Conducta. Editorial CCS 2008

Correa, A. Notas para una Psicología Social. Editorial Brujas 2003.

Rebolloso, E. Psicología Social. Mcgraw-Hill Interameriana- España.1998.

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