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LAS LEYES DE

LA NATURALEZA
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Coordinación de Humanidades

SEMINARIO DE PROBLEMAS
CIENTÍFICOS Y FILOSÓFICOS
Director: Dr. Eli de Gortari
Coordinador técnico: M. en A. Alonso de Gortari
PROBLEMAS CIENTÍFICOS Y FILOSÓFICOS

LAS LEYES DE
LA NATURALEZA
R.E. Peierls
COLECCIÓN FOLIOS UNIVERSITARIOS
Director de la colección: Eduardo Mosches
Diseño e ilustración déla portada: Fabián González Negrín

Primera Edición en inglés: 1955


Segunda Edición en inglés: 1956
Primera Edición en español: 1958
Segunda Edición en español: 1988

©R.E.Pierls
©Universidad Nacional Autónoma de México
©Plaza y Janes, S.A. de C.V. y/o Plaza y Valdés

Derechos exclusivos de edición reservados para todos los pafses


de habla española. Prohibida la reproducción total o parcial por
cualquier medio, sin autorización escrita de los editores.
Editado en México por Plaza y Valdés Editores.
Calle Río Guadiana, Num. 19-A; Colonia Cuauhtémoc,
C.P. 06500, México, D.F.
ISBN: 968-856-145-2 HECHO EN MÉXICO

i l
Al
Tesorero del Somerville College, Oxford,
y al
Tesorero del Gonville and Caius College, Cambridge,
sin cuya cooperación no se habría
escrito este libro.
PRÓLOGO
La idea de escribir este libro nació después de la segunda
guerra mundial, cuando frecuentemente daba yo confe-
rencias sobre la energía atómica ante un variado público.
Fue entonces cuando pensé en el hecho de que, además
de las preguntas obvias acerca de la naturaleza y peli-
gros de las armas atómicas, siempre había quienes inqui-
rían sobre los fundamentos de la física. ¿Qué relación
existe entre el principio de incertidumbre y esto o aque-
llo? ¿Qué es lo que mantiene unido a un núcleo atómico?
¿Qué es un mesón y cuál es su relación con las fuerzas
nucleares si el núcleo carece de suficiente energía para
producir un mesón?
Evidentemente, algunos asistentes a las conferencias su-
frían de la curiosidad científica que impulsa a los inves;
ligadores a estudiar las leyes de la naturaleza; por mi
parte, yo estab,a ansioso de contestar sus preguntas. Los
científicos sirven a la comunidad tratando de resolver pro-
blemas sobre las leyes de la naturaleza. Si las preguntas
abundan, su deber es contestarlas. Al mismo tiempo^ siem-
pre es un placer el poder informar a quienes están deseo-
sos de aprender.
No obstante, es muy poco lo que se puede hacer en los
escasos minutos disponibles para contestar preguntas. Una
consulta podría tener relación con alguna parte de la teo-
ría cuántica y es imposible suponer que el formulante es-
tuviese familiarizado con ella. Aun si hubiera habido
tiempo para explicar los principios de la teoría cuántica, lo
menos que se podría esperar serian ciertos conocir/iientos
sobre los átomos o acerca de las ondas. La contestación a
una pregunta derivaría en una serie de . conferencias.
También descubrí que en los casos en que se podía dar
una contestación sin tener que retroceder demasiado hasta
los comienzos, no era un obstáculo emplear un lenguaje
sencillo y evitar las matemáticas. Muchas veces me di
10 PRÓLOGO

cuenta de que, al exponer un tema en términos simples,


libres de tecnicismos, lo comprendía yo más claramente
que cuando lo enfocaba en su forma matemática.
Esto fue lo que dio origen a la idea de exponer los
principios de la física moderna en un lenguaje sencillo y
sin esperar conocimientos previos. Mi experiencia me hizo
pensar que era posible realizar esto dentro de un espacio
razonable y que, al hacerlo, aclararía yo mis propias ideas.
No me he equivocado en lo que respecta a lo último; en
cuanto a lo primero, lo dejo a juicio del lector.
Este libro pretende ser inteligible para quien no tiene
especialidad alguna. No se requieren conocimientos cien-
tíficos especiales, pero aquellos que sepan algo de física lo
entenderán fácilmente, sobre todo en lo que respecta a
los primeros dos capítulos. Puesto que muchos lectores
están familiarizados con la mecánica y con la electricidad,
me he extendido en los temas que cubren dichas materias,
dando ejemplos del tipo de razonamiento que, más. ade-
lante, debe tratarse en forma más superficial. Posiblemen-
te, algunos lectores menos acostumbrados al razonamiento
del físico se confundirán un poco con algunas partes de
los primeros dos capítulos. Les aconsejo que continúen
leyendo y que, de ser necesario, retrocedan para aclarar
cualquier punto que les parezca esencial.
Pudiera ser, también, que algunos lectores tengan co-
nocimientos más amplios de matemáticas de los que yo
estoy empleando; pero, a no ser que se espere una com-
prensión absoluta de las ecuaciones diferenciales, no es
de gran utilidad introducir más términos matemáticos. Es
preferible que el que domine las matemáticas a tal grado
recurra a libros más técnicos. Sin embargo, ni aun al es-
tudiante de física le seria perjudicial que se le presenta-
ran los temas en forma descriptiva sencilla. Yo he usado
ventajosamente algunas de las ilustraciones que presento
en este libro con estudiantes de cursos avanzados.
Mi esfuerzo al escribir este libro estaría ampliamente
recompensado si tuviera éxito en dar a conocer a algunos
lectores ajenos a la ciencia parte de los anhelos, de los
PRÓLOGO 11

métodos y de las conclusiones del científico. En estos tiem-


pos de educación especializada se habla mucho de la men-
talidad estrecha del científico o del técnico, cuya educa-
ción ha omitido todos los valores humanos junto con las
artes y las humanidades. Posiblemente tal individuo exista,
pero seria totalmente distinto de los científicos y técnicos
que yo conozco. Estoy seguro de que también existe el
otro extremo, la persona cuya educación se ha concen-
trado en las artes y las humanidades, y cuya mente no
reacciona ante la ciencia. En realidad, aún hay muchos
educadores que conceden a la ciencia poco valor educa-
tivo. Sus ideas tendientes a ampliar las bases educativas
de un estudiante de humanidades incluyen materias tales
como la historia de la ciencia o la filosofía de la ciencia,
y las consideran de mayor importancia que la enseñanza
de la ciencia como tal. Naturalmente, estas materias son
fascinantes, pero no creo que sea de provecho estudiarlas
si no es sobre la base de la comprensión de los principios
de la ciencia misma. De otra manera, es como intentar en-
señarle la historia del arte a una persona que nunca ha
visto un cuadro, o la teoría de la música a un sordo. Por
consiguiente, creo que el sistema que he elegido en este
libro seria adecuado en cualquier intento que se hiciera
para introducir algunos aspectos de la ciencia en la edu-
cación de quien no es científico.
Al revisar el trabajo que he realizado, me doy cuenta de
todo lo que se ha omitido. Aparte de las limitaciones
de la materia tratada, el espacio me ha impedido tratar
más detalladamente las herramientas del físico y los pro-
blemas prácticos que siempre nos recordarán lo que es la
ciencia experimental. El lector debe tener presente que
todas las conclusiones a las que hemos llegado están basa-
das en el conocimiento empírico y en la experimentación.
Este libro no describe la vida real de un experimentador
ni lo que sucede en su laboratorio. Indudablemente al-
gunos de mis colegas, cuyo mayor interés en la física ra-
dica en el desarrollo y uso de un nuevo equipo ingenioso,
pensarán que mi énfasis está fuera de lugar.
12 PROLOGO

También fue necesario describir el desarrollo de las


ideas en forma más directa que en el caso de la historia.
Yo sólo podía describir las ideas comprobadas con los
ensayos y no las ideas mucho más numerosas que fueron
refutadas o aprobadas en forma poco constructiva y que
tuvieron que ser abandonadas. Igualmente, tampoco podía
yo intentar transmitir ninguna de las sensaciones que se
experimentan al observar cómo estos nuevos conceptos
crecen y se comprueban, experiencia que ha sido satisfac-
toriamente ilustrada en las recientes conferencias de Reith
sustentadas por el doctor J. R. Oppenheimer y a quien, a
sus vez, muchos críticos reprocharon por no llevar a la
práctica lo que se intenta hacer en este libro.
Finalmente, deseo expresar mi reconocimiento a muchas
personas. Las ideas contenidas en este libro no son origi-
nales ni personales, sino que representan los conocimien-
tos normales de un físico moderno. No las puedo exponer
sin recordar a muchos maestros, incluyendo a Heisenberg,
a Pauli y sobre todo, a Niels Bohr, como también a nume-
rosos colegas que me han ayudado a familiarizarme con la
materia y a lograr cierta claridad. Muchos amigos, jóve-
nes y viejos, han cooperado haciendo las veces de conejillos
de Indias al ensayar ciertas partes del libro y todos han
hecho valiosos comentarios. También deseo expresar mi
agradecimiento al profesor Lancelot Hogben por su cri-
tica constructiva del texto.
I
INTRODUCCIÓN

De todas las ramas de la ciencia, siempre ha sido fasci-


nante el estudio de la estructura de la materia y de las
leyes que determinan los fenómenos naturales. Después,
de todo, el espíritu de la investigación científica tiene su
origen en la curiosidad de un niño que lo impulsa a des-
armar un reloj para enterarse de su funcionamiento; y,
en la búsqueda de las leyes básicas, esta actitud es justa-
mente llevada a sus conclusiones lógicas.
Habiendo dominado el mecanismo del reloj, nos pre-
guntamos qué es lo que determina el comportamiento de
los engranes, de los resortes o de los números luminosos
de la esfera, y esto nos enfrenta en forma directa con pro-
blemas relativos a la estructura de la materia. En un prin-
cipio dichos problemas preocupaban tanto al físico como
al químico, pero desde que la teoría atómica moderna
ha demostrado que las leyes químicas son consecuencia
de las leyes físicas, los físicos son los encargados de seguir
investigando acerca de las leyes básicas.
Cuando hablamos de materia, sólo nos referimos a ma-
teria inanimada. Las leyes de la naturaleza que se discu-
tirán en este libro no incluyen una descripción de la' vida
ni de los seres vivos. No estamos tratando el problema de
si es posible o concebible que, en el futuro, el comporta-
miento de la materia viviente pueda ser descrito por leyes
tan completas y cuantitativas como las que ahora des-
criben el comportamiento de los relojes o de los átomos.
En este libro trataré de bosquejar lo que hemos apren-
dido acerca de la estructura de la materia y sobre las leyes
físicas fundamentales, y trataré de demostrar el tipo de
evidencia que nos hace sentir seguros de que nuestras ideas
son correctas.
En cualquier reseña breve que se haga de una rama de
la ciencia existe un riesgo que merece consideración.
14 INTRODUCCIÓN

Para simplificar las cosas, muchas veces es necesario, como


lo será en este libro, citar solamente uno o algunos hechos
para comprobar una nueva y quizás sorprendente idea
teórica. En consecuencia, el argumento adquiere cierta
analogía al de un relato detectivesco, en el que precisa-
mente hay un único punto importante que identifica al
asesino y sin el cual el problema no tendría solución.
En realidad; el autor de un relato detectivesco incita
al lector a encontrar una solución alternativa que encaje
en todas las pistas ofrecidas; y este mismo ánimo es el que
impera en los lectores de textos científicos populares al
inventar, ocasionalmente, una teoría que aparentemente
concordaría con los puntos clave de evidencia en forma
tan exacta o quizás mejor que la opinión de un físico co-
rriente. Esto es muy frecuente cuando se trata de desarro-
llos tales como la relatividad o la teoría cuántica, que
aparentemente contradicen el sentido común. Es natural
que el lector trate (como lo han tratado todos los físicos)
de encontrar una teoría menos revolucionaria que se adap-
te a los datos.
Pero los datos constan de muchos más ejemplos típicos
de los pocos a que debe limitarse una relación tan breve
como la presente. En la física nunca se considera válido
un argumento basado en una sola experimentación. A
veces, un solo experimento es de vital importancia para
hacer patente la necesidad de revisar nuestras opiniones.
Puede ser suficiente para sugerir una nueva explicación,
pero ésta debe ser considerada imparcialmente hasta que
nuevos hechos concuerden con ella y hasta que nuevas pre-
dicciones, basadas en la nueva hipótesis, sean confirmadas
en tantas formas como para convencernos de que se puede
confiar en ella.
Por lo tanto, quien se interese en conocer los métodos
de la ciencia no sólo debe familiarizarse con algunos ejem-
plos, sino que debe conocer suficientes evidencias detalla-
das para poder juzgar con conocimiento de causa.
El lector de este libro está en posición similar a la de
quien lee un reportaje periodístico sobre un proceso legal.
INTRODUCCIÓN 15

Éste le demostrará la clase de testimonio en, que se basó


el veredicto; pero, si desea reclamar que el jurado come-
tió un error, debe revisar todos los tecnicismos de la evi-
dencia en que éste se basó para pronunciarlo.
El lector, posiblemente, dirá: ¿si los físicos son real-
mente tan cuidadosos para formar sus opiniones, cómo es
posible que sus juicios sobre las leyes fundamentales estén
sujetos a cambios tan radicales como en el caso de la re-
latividad, que destruyó los resultados de la mecánica de
Newton, o en el de la teoría cuántica de la luz que susti-
tuyó a la teoría ondulatoria? ¿Gimo pudieron creer los
científicos, durante siglos, en teorías que posteriormente
fueron consideradas incorrectas?
Este es un punto importante y la respuesta es que la
física (o cualquier otra ciencia empírica) no puede pre-
tender que sus resultados sean absolutos y definitivos. Lo
que sí se puede decir es que tenemos una concepción que
en muchos aspectos está muy cercana a la verdad; en rigor,
tan cercana que, para muchos propósitos, las discrepancias
carecen de importancia. A medida que transcurre el tiem-
po, las leyes de la física que hemos formulado son someti-
das a pruebas de mayor precisión o son probadas en regio-
nes mucho más amplias que aquellas para las cuales la
ley fue desarrollada originalmente. De esta manera, a ve-
ces se descubre la necesidad de una revisión y la ley debe
ser ampliada para incluir fenómenos imprevistos anterior-
mente; sin embargo, para todo propósito práctico, sigue
siendo una ley válida del fenómeno para el que fue for-
mulada en un principio.
Al analizar en los últimos capítulos los cambios .revo-
lucionarios más recientes veremos que, en realidad, éstos
no refutan las leyes antiguas como incorrectas sino que,
más bien, reconocen que están incompletas.
El proceso de corregir gradualmente las leyes con las
cuales describimos los fenómenos naturales es un aspecto
muy importante de la naturaleza de la ciencia. Quizás
una simple analogía pueda ayudar a ilustrarlo. Si mirá-
ramos una fotografía de un paisaje nevado, que muestre
l6 INTRODUCCIÓN

una parte iluminada por la luz del sol y otra parte a la


sombra, diríamos que la fotografía está dividida en una
región de color gris muy claro, casi blanco, y otra región
uniforme de un color gris ligeramente oscuro. Al estudiar
la fotografía más minuciosamente, mediante un micros-
copio, descubriríamos que, en realidad, las regiones grises
están compuestas de pequeños puntos negros —los granos
de plata del proceso fotográfico— sobre un fondo blanco,
difiriendo la región oscura de la más clara por tener ma-
yor cantidad de puntos negros.
En cierto sentido, este descubrimiento ha demostrado
que la primera descripción era incorrecta, pero es más ra-
zonable decir que la nueva descripción perfecciona a la
anterior y que la sustituye al enfocar la cuestión con más
detalle. La primera descripción aún es válida cuando se
trata de tomar una fotografía o de mirarla. Concretando,
es más valiosa y simple para tal propósito. Si siempre pen-
sáramos en las fotografías como colecciones de puntos
negros sobre un fondo blanco, carecerían de todo valor
como retratos.
En igual forma, las leyes mecánicas de Newton y la
teoría ondulatoria de la luz conservan su valor para la
mayoría de los problemas prácticos de nuestra experien-
cia diaria, a pesar de que no ignoramos que su veracidad
no es absoluta.
En este libro trataré de demostrar cómo los descubri-
mientos de los últimos cincuenta años nos han hecho am-
pliar y corregir nuestras ideas sobre las leyes de la na-
turaleza, y también trataré de mostrar la etapa a la que
ahora hemos llegado.
Al hacer la narración, no intentaré seguir el desarrollo
en estricto orden histórico. Naturalmente, en muchos ca-
sos se darán al lector los mismos razonamientos empleados
en el desarrollo de la física, pero en otros casos será más
sencillo introducir nuevas ideas en las etapas más primiti-
vas o ahorrar tiempo eliminando rodeos.
II
MOVIMIENTO Y FUERZA

1. Leyes de Newton

La mecánica es la rama más antigua de la física. Gran par-


te de ella se estudia en las escuelas y es probable que
muchos lectores estén familiarizados con las leyes de la
mecánica. Frecuentemente se olvida que la mecánica es
una rama de las ciencias naturales y que sus leyes se
derivan de la observación. Por experiencia y educación
estamos tan acostumbrados a estas leyes que tenemos la
tendencia a tomarlas como algo natural. En Inglaterra, par-
ticularmente, la mecánica es considerada a menudo como
una rama de las matemáticas.
No obstante, será provechoso hacer en este capítulo un
breve análisis de sus principios, tanto porque representan
el ejemplo más sencillo y primario de la aplicación del
estudio cuantitativo a los fenómenos naturales, como tam-
bién porque más adelante tendremos que explicar los cam-
bios que se han hecho necesarios en estos principios, para
poder aplicarlos al movimiento de objetos muy pequeños
y al movimiento a grandes velocidades. Entonces, será
necesario revisar las ideas que a primera vista nos pare-
cen obvias e inalterables y, por lo tanto, deberemos com-
prender los hechos en que están basadas.
La mecánica tiene relación con el movimiento de los
cuerpos y con las fuerzas que lo causan. Cuando decimos
que un cuerpo se mueve, expresamos de otra manera que
cambia de posición e, inmediatamente, surge la idea de
un ritmo en el cambio. Así, la velocidad o rapidez con
que se mueve una partícula es la proporción en que
cambia de posición. En el caso especial de un cuerpo que
se mueve uniformemente, o con una velocidad constante,
la velocidad es la relación entre la distancia cubierta y el
tiempo requerido para cubrirla; como, por ejemplo, en
l8 MOVIMIENTO Y FUERZA

una carrera, en donde la rapidez de un corredor, de un


caballo o de un avión se determina, generalmente, mi-
diendo el tiempo en que recorre una distancia específica
por medio de un cronómetro. Sin embargo, si la velocidad
no es constante, los resultados serán diferentes, de acuerdo
con la duración del intervalo de tiempo en que determi-
nemos la carrera. En tal caso, para definir la velocidad
en algún instante, debemos imaginar que por" medio de
una observación muy aguda medimos con precisión la pe-
queña distancia cubierta por el cuerpo en un pequeñísimo
intervalo de tiempo. Como diría el matemático, la velo-
cidad es el límite para un intervalo de tiempo infinita-
mente pequeño de la relación entre la distancia y el inter-
valo de tiempo.
La definición de dicha proporción del cambio es el con-
cepto básico del cálculo diferencial, y la mayoría de las
leyes cuantitativas de la física pueden ser expresadas en
forma de ecuaciones que incluyen derivadas, o sea, con
ecuaciones diferenciales. Sin embargo, no pretendo que
el lector de este libro domine el cálculo a la perfección y
evitaré utilizarlo; aunque para ello tenga que plantear un
argumento con palabras cuando sería mucho más sencillo
hacerlo por medio de ecuaciones, puesto que sin el cálculo
algunas ideas son ininteligibles.
Aunque podemos evitar hasta cierto punto las fórmu-
las del cálculo, no podemos prescindir de la idea de una
tasai del cambio. Sin embargo, en esta época mecánica es
familiar la idea de la velocidad instantánea de un cuerpo.
Aunque signifique un esfuerzo mental pensar en el método
de "medición de kilómetros con cronómetro" que se rea-
liza con un intervalo de tiempo extremadamente corto, el
lector se irá acostumbrando si observa el cambio de veloci-
dad de un automóvil registrado por el velocímetro.
Por consiguiente, la ley de inercia de Galileo es la más
fundamental de las leyes mecánicas, ya que expresa que
cuando un cuerpo es abandonado a su propio movimiento,
se moverá a una velocidad uniforme en una y la misma
dirección.
LEYES DE NEWTON 19
Actualmente esta ley parece casi obvia, pero se contra-
dice con la experiencia diaria al observar que, en general,
los cuerpos tienden a dejar de moverse cuando cesa de
actuar la fuerza que causa su movimiento. Naturalmente,
esto puede explicarse diciendo que, por regla general, los
cuerpos están sujetos a fuerzas de fricción con otros cuer-
pos o a la resistencia del aire y que, si éstas fueran elimi-
nadas, los cuerpos continuarían moviéndose.
Si reducimos las causas de fricción haciendo que los
objetos de ensayo se deslicen o rueden sobre superficies
muy lisas y disminuimos la resistencia del aire dando una
forma adecuada a los cuerpos o haciendo el vacío en el
espacio en que se mueven, es fácil demostrar que se acer-
carán más al ideal de la ley de Galileo. Esto comprueba
que estamos en lo cierto al juzgar que la tendencia de los
cuerpos a cesar de moverse no es algo inherente a ellos,
sino que se debe a causas secundarias.
Cuando cambia la velocidad de un cuerpo, es decir,
cuando su movimiento es acelerado, decimos que esto tiene
que deberse a alguna fuerza, y la "segunda ley" de Newton
(la primera es el principio de Galileo) describe la relación
que existe entre fuerza y aceleración, a saber, que la fuerza
es igual a la masa por la aceleración.
Por aceleración nos referimos nuevamente a la relación
del cambio, pero, en este caso, a la relación del cambio de
la velocidad con el tiempo. El automóvil nos puede servir
otra vez como ejemplo. Todos conocemos la sensación que
produce la aceleración rápida de un automóvil (o su en-
frenamiento brusco, que es una aceleración en sentido
opuesto); no es difícil pensar en esta aceleración como
algo que puede expresarse de modo cuantitativo.
A veces se discute si la segunda ley de Newton es «na
definición de fuerza o de masa, o si expresa un hecho
objetivo. En realidad, es una mezcla de todas estas cosas
y, como esto es característico en una ley física, vale <la
pena aclarar el punto.
La ley de Newton establece, ante todo, que la acelera-
ción de un objeto dado por una fuerza dada es siempre
2O MOVIMIENTO Y FUERZA

la misma, independientemente de la rapidez con que se


mueva el objeto o de otras circunstancias, tales como la
posición geográfica, la época del año, la temperatura, etc.
Es la expresión de un hecho que podría ser probado o re-
futado por la observación. La ley de Newton estable-
ce, además, que si se aplica la misma fuerza a objetos
diferentes, sus aceleraciones siempre estarán en la misma
relación. Por ejemplo, si un objeto A es acelerado dos
veces más que otro objeto B por cierta fuerza, entonces,
si aplicamos otra fuerza cualquiera, ocurrirá siempre que
A recibirá una aceleración doble de la de B. Ésta es la ex-
presión de otro hecho. De esta manera podemos atribuir
a cada cuerpo una cantidad que podemos llamar inercia
y por medio de la observación podemos determinar la re-
lación de inercia entre cualesquiera objetos. Si hacemos
esto, descubriremos que la inercia es aditiva; es decir, que
si combinamos dos objetos, el cuerpo resultante tendrá
una inercia que será la suma de la inercia de los objetos
separados. Por consiguiente, en lugar de inercia, será ra-
zonable emplear el término masa, que hemos definido
de este modo. Sin embargo, tal término está definido
sobre una escala arbitraria, es decir, que debemos especi-
ficar algún objeto y decir que su masa es una libra o un
kilogramo; y, entonces, las masas de otros objetos pueden
ser expresadas como múltiplos o fracciones de esta unidad.
Todo esto se refiere a una fuerza dada y el lector cui-
dadoso habrá notado que, para los fines de mi argumento,
es necesario poder aplicar fuerzas iguales a objetos diferen-
tes. Esto sería difícil sin la tercera ley de Newton, la cual es-
tablece que la acción es igual a la reacción o, en otras pala-
bras, que si un objeto A ejerce cierta fuerza sobre otro
objeto B, entonces B ejerce sobre A una fuerza opuesta e
igual a la primera. Esto se puede considerar como parte
de la definición de una fuerza, ya que sin ello sería muy
difícil hacer cualquier comparación de fuerzas. Usando
esta ley se nos presentan muchas ocasiones en que cuerpos
de masas muy diferentes actúan entre sí, lo que permite
que se hagan las comparaciones que hemos expuesto.
LEYES DE NEWTON 21

También descubrimos que las fuerzas diferentes son


aditivas, en el sentido de que si dos fuerzas actúan conjun-
tamente y en la misma dirección sobre un cuerpo dado,
entonces la aceleración será la suma de las aceleraciones
producidas sobre cada cuerpo separadamente. Por ejemplo,
si dos caballos tiran de un carretón con la misma energía,
le impartirán el doble de aceleración de la que le daría
uno. Nuevamente éste es un hecho observable que ayuda
a demostrar lo razonable de la definición de fuerza.
Hasta ahora no hemos considerado para nada la direc-
ción y el sentido; pero, en realidad, la velocidad, la acele-
ración y la fuerza son cantidades con direcciónry sentido o
"vectores". Cuando hablamos de fuerza, debemos especi-
ficar su magnitud, su dirección y su sentido; y cuando ha-
- blamos de sumar dos fuerzas —que no necesitan actuar en
la misma dirección o en el mismo sentido— nos referimos
a la fuerza resultante que se obtiene cuando ambas fuer»
zas actúan sobre un objeto simultáneamente.
El lector debe tener presente que la fuerza resultante
puede ser construida dibujando primero una flecha con
la dirección y el sentido de .la primera fuerza, de una
longitud correspondiente a su magnitud; y, luego, desde
su extremo se dibuja otra flecha con la dirección y el
sentido de la segunda fuerza, de una longitud correspon-
díante a la magnitud de ésta. La línea que une el principio
de la primera flecha y el final de la segunda nos da tanto
la dirección como el sentido y la magnitud de la fuerza
resultante. Esta construcción, ilustrada en la figura i, es
conocida a veces como el triángulo de fuerzas. Dibujando
-otras dos líneas para completar el paralelogramó, tenemos
la versión de esta regla llamada el "paralelogramó de
fuerzas".
Se aplica el mismo principio para sumar dos velocida-
des y tomando una en sentido opuesto* podemos, igual-
mente, obtener la diferencia entre dos velocidades.
De esta manera debemos interpretar la rapidez ¿el cam-
bio de velocidad que, como aceleración, está incluida
en la ley de Newton. Por lo tanto, un cuerpo también
22 MOVIMIENTO Y FUERZA

Figura i. Composición de fuerzas.

está en movimiento acelerado si su velocidad es cons-


tante en cuanto a magnitud pero varía en dirección. En-
tonces, se requiere una fuerza para hacer que una partícu-
la se mueva a lo largo de una trayectoria curva con
velocidad constante. Tomemos otro ejemplo: el pasajero
de un automóvil que toma una curva velozmente se da
muy bien cuenta de la fuerza ejercida sobre él por el
asiento o el costado del coche.
La aceleración de un objeto que se mueve en una curva
Va
con velocidad constante es — en donde v es la velocidad
r
y r el radio de curvatura. Se puede llegar a este resultado
tomando las velocidades de la partícula en dos instantes
sucesivos y calculando su diferencia por medio de la regla
del triángulo o del paralelogramo; pero esto es plausible
por el hecho de que una aceleración debe ser igual a la
relación de la velocidad con el tiempo, o sea, que debe
ser una distancia dividida entre el cuadrado del tiempo.
Ahora bien, — es la única combinación de velocidad y ra-
r
dio de curvatura que cumple con este requisito. La direc-
ción de esta aceleración está en ángulo recto con la di-
GRAVEDAD Y OTRAS FUERZAS 23
rección del movimiento en el mismo instante y su sentido
es hacia el centro de curvatura.
Para que una partícula se siga moviendo a lo largo de
la curva, se requiere, pues, una fuerza en la misma direc-
ción y sentido de una magnitud , en donde m es la ma-
sa del objeto.
Aunque el sentido de esta fuerza está dirigido hacia el
centro, a veces se habla de una "fuerza centrífuga". Esto
sucede porque, según la tercera ley de Newton, la fuerza
ejercida por el objeto sobre aquello que la obliga a seguir
la curvatura tiene sentido hacia el exterior. Por eso, aun
cuando el asiento de un coche que hace un viraje brusco
hacia la izquierda ejerce sobre nosotros una fuerza que nos
empuja hacia la izquierda, nuestra reacción sobre el asien-
to es la de empujar hacia la derecha, o sea, alejándonos
del centro de curvatura.
Con esta explicación de lo que significa la aceleración
hemos completado nuestro resumen sobre las leyes básicas
de la mecánica. Naturalmente, para cualquier problema
práctico, debemos agregar a estas leyes generales una es-
pecificación de las fuerzas que actúan y de cualquier li-
mitación que pueda aplicarse al movimiento de los obje-
tos a que nos referimos.
2. La gravedad y otras fuerzas

La fuerza de la gravedad, que actúa sobre todo objeto


verticalmente y hacia abajo, es una de las más importantes
en los problemas mecánicos de la vida diaria. Dicha fuerza
es proporcional a la masa, de modo que bajo la sola in-
fluencia de la gravedad todo objeto cae con la misma
aceleración.
Éste es otro caso en que una simple ley general de la
naturaleza parece contradecir el sentido común. Por in-
tuición estamos familiarizados con el hecho de que una
piedra cae con mayor rapidez que un pedazo de papel, y
no podemos aceptar la ley general hasta no comprender
24 MOVIMIENTO Y FUERZA

que la causa por la cual el papel cae con menor rapidez


radica en la resistencia del aire, que lo afecta en mayor
grado que a la piedra. En otras palabras, el conocido fe-
nómeno de los objetos que caen a través del aire, es
complicado; esperamos que una ley simple sea válida en
el caso de los objetos que caen en el espacio vacío, al
cual nos podemos aproximar observando la caída de dichos
objetos en un tubo en el cual se ha hecho el vacío.
En esta etapa es sólo una coincidencia sorprendente el
que la fuerza de gravedad sobre cualquier cuerpo —es
decir, su peso— sea exactamente proporcional a su masa
o inercia. Más adelante veremos que en la teoría general
de la relatividad se da un nuevo significado a este hecho,
que tiene relación con la naturaleza de la gravitación.
Newton también reconoció que la fuerza que hace que
los objetos caigan hacia la tierra es sólo un caso especial
de la atracción general entre dos masas, y que esta misma
atracción es la que mantiene a la tierra y a los otros plane-
tas girando alrededor del sol. Nuevamente es contrario
a la intuición el pensar que una gran fuerza de atracción
no haga caer a la tierra en el sol o a la luna en la tierra,
porque no estamos acostumbrados a tratar con cuerpos
sujetos a tan escasa fricción que puedan retener su velo-
cidad durante millones de años. En efecto, vemos que es
posible que un objeto gire en una órbita circular alrededor
de un centro de atracción, siempre que la fuerza de atrac-
ción sea precisamente de la magnitud debida para darle
la aceleración correspondiente a la curvatura de la órbita.

Recién hemos visto que esta fuerza es . Entonces, para


un radio r dado y para una fuerza de atracción dada, siem-
pre existe una velocidad para la cual dicho movimiento
estable es posible.
Las órbitas de los planetas no son círculos perfectos y
se requeriría más matemática de la que usaremos para
dar una descripción total de sus movimientos, pero se
asemejan mucho a círculos y la diferencia no altera la
GRAVEDAD Y OTRAS FUERZAS 25
naturaleza del problema. Si comparamos el período de re-
volución de diferentes planetas y las distancias que los
separan del sol, las observaciones demuestran que» el cua-
drado del período varía como el cubo del radio. Si recor-
damos que la velocidad v es igual a la circunferencia del
círculo (2* π r) dividida entre el tiempo de revolución t,
deducimos de esta observación que la fuerza varía como el
inverso del cuadrado de la distancia al centro.
Razonamientos como éste condujeron a Newton a for-
mular la ley de la gravitación universal^ de-acuerdo con
la cual dos cuerpos cualesquiera de masas m y M, «entre
los cuales hay una distancia r, se atraerán con una fuerza
, donde γ es la constante de la gravitación. Newton
demostró que, para el movimiento de los planetas, está ley
podía explicar las reglas de Kepler sobre la naturaleza de
las órbitas. Esta misma ley, con la misma constante, da la
fuerza de gravedad correcta en la superficie de la tierra.
Trabajos posteriores demostraron también que las pe-
queñas desviaciones de las órbitas exactas de Kepler po-
dían explicarse por la atracción mutua entre los planetas,
particularmente cuando ocurre un mayor acercamiento
Todo esto implica una confirmación muy amplia de la
ley del inverso del cuadrado.
En esta ley no se determina fácilmente la constante γ,
puesto que no contamos con ningún método directo para
conocer la masa del sol o de cualquiera de los planetas. La
única manera de determinar y es midiendo directamente
la fuerza de atracción debida a un objeto grande, cuyo
peso se conozca con precisión. Cavendish logró esto, ob-
servando la desviación de una balanza sensible al colocar
unas grandes esferas de plomo cerca de una de las pesas,
y es así como conocemos la cantidad y, con la que podemos
deducir la masa del sol o de la tierra, basándonos en las
órbitas de los planetas-
Hemos discutido la ley de la gravitación en forma ex-
tensa, porque fue muy importante pata el desarrollo de
26 MOVIMIENTO Y FUERZA

la mecánica de Newton y también porque es el ejemplo


más antiguo de una fuerza que obedece a una ley simple
y general.
Pero hay muchas clases de fuerzas. Si éste fuera el co-
mienzo de un texto sobre mecánica, tendríamos que dar
detalles de las fuerzas que tienen importancia en las apli-
caciones mecánicas. Como ejemplos están las fuerzas que
se ejercen entre cuerpos en contacto, incluyendo la pre-
sión por contacto y la fricción entre ellos; las fuerzas elás-
ticas, que tienden a restituir los cuerpos a su tamaño y
forma normales, incluyendo la fuerza del resorte que
impulsa a un reloj. Igualmente, hay fuerzas debidas a la
presión de líquidos o de gases, incluyendo la fuerza de pre-
sión hacia arriba que mantiene a un barco a flote, y la
presión del vapor en una locomotora, o la de los gases
calientes de la combustión en el motor de un automóvil.
Pero posteriormente veremos que todos estos tipos de
fuerza relacionados con la estructura de la materia no son
de por sí básicos, sino que pueden ser establecidos si co-
nocemos los principios de la estructura de la materia.
Puesto que la materia consiste en átomos, todas estas fuer-
zas son, en último extremo, consecuencias de las fuerzas
entre los átomos.
Aparte de éstas, las únicas otras fuerzas que juegan un
papel en la experiencia diaria son las fuerzas eléctrica y
magnética, que serán discutidas en el siguiente capítulo.

3. Cantidad de movimiento y energía

En la discusión que sigue será conveniente referirse a


algunas otras leyes de la mecánica, que son consecuencia
de las leyes de Newton. Una de éstas es la ley de la con-
servación de la cantidad de movimiento. Por cantidad de
movimiento de un objeto debemos entender el producto
de su masa por su velocidad. Por consiguiente, la ra-
pidez del cambio en la cantidad de movimiento es igual
a la masa por la rapidez del cambio en la velocidad, que
es exactamente la fuerza que actúa sobre el objeto.
CANTIDAD DE MOVIMIENTO Y ENERGÍA 87

Consideremos a dos objetos A y B, que ejercen fuerzas


entre sí, es decir, que pueden atraerse mutuamente. En-
tonces, la rapidez del cambio en la cantidad de movimien-
to de A es la fuerza ejercida por B sobre A, mientras que
la rapidez del cambio en la cantidad de movimiento de B
es la fuerza ejercida por A sobre B. Según la ley de la
acción y la reacción, ambas son opuestas e iguales; por
lo tanto, en cualquier momento dado, las cantidades de
movimiento de A y B cambian en cantidades opuestas, o
sea, que la suma de sus cantidades de movimiento es
constante. Por supuesto que aquí la suma debe entenderse
en el sentido de la ley del triángulo o del paralelogramo
de fuerzas.
Es fácil notar que este resultado puede hacerse extensivo
a cualquier número de cuerpos, siempre que las únicas
fuerzas presentes sean las interacciones entre esos cuerpos,
sin que haya fuerzas exteriores.
En el caso particular de dos pequeños cuerpos de
igual masa, la suma de sus cantidades de movimiento es:
. La expresión
entre paréntesis del último miembro es sü velocidad me^
dia, que es lo mismo que la velocidad de un punto que
siempre esté equidistante entre los dos objetos. En conse-
cuencia, en este caso particular podemos decir que cuales-
quiera que sean las fuerzas por las cuales estos dos objetos
se atraen o se repelen, el punto equidistante entre ellos
siempre se moverá con velocidad uniforme en una línea
recta. Si las partículas tienen masas diferentes, esta afir-
mación sigue siendo válida para un punto que llamamos el
centro de masa. Se puede calcular su posición de la si-
guiente manera: si los dos objetos se mueven a lo largo de
una línea recta y están, respectivamente, a distancias xα y
x2 de un punto fijo, entonces el centro de masa está a una
distancia del mismo punto de referen-,
cia. Fácilmente se puede ver que este centro de masa es-
28 MOVIMIENTO Y FUERZA

tara más cerca del más pesado de los dos objetos. En la


misma forma se puede definir el centro de masa de más
de dos objetos, y la cantidad de movimiento total es siem-
pre igual a Mv, donde M es la masa total de todos los ob-
jetos y vc es la velocidad de su centro de masa.
El otro concepto importante que trataremos es la ener-
gía. Para comprenderlo, tomemos primeramente a un cuer-
po que cae libremente bajo la acción de la gravedad, su-
poniendo que su fricción en el aire es insignificante. Nos
preguntamos qué relación existe entre la distancia a través
de la cual ha caído el objeto y la velocidad que ha ganado
al caer. Sería un error creer que la velocidad debiera au-
mentar uniformemente con la distancia. Esto es incorrecto;
puesto que la fuerza de la gravedad es constante y, según
las leyes de Newton, la velocidad del objeto aumenta uni-
formemente con el tiempo. En otras palabras, el aumento
de la velocidad en cada segundo es el mismo, pero si la
velocidad aumenta, también aumenta la distancia cubierta
en cada segundo y, por consiguiente, se obtiene el mismo
aumento de velocidad en una distancia mayor. O sea, que
la velocidad aumenta en una proporción menor que la
distancia. Se puede hacer un análisis cuantitativo de la si-
guiente manera. Supongamos que en un instante t1 el ob-
jeto tiene la velocidad vx y que un poco más tarde, en el
instante t2, tiene la velocidad v2. La segunda ley de Newton
establece que , donde g es la constante
de aceleración de la gravedad. Ahora, si en el primer ins-
tante la distancia desde el punto de partida es s1 y en el
segundo instante es s2, tenemos . ¿Cuál
es la velocidad v que debemos usar en esta ecuación? Pues-
to que la velocidad de la partícula no es constante, ya
que es menor al principio y mayor hacia el final, es razo-
nable tomar el promedio de la velocidad sobre este inter-
valo de tiempo, que es . Este argumento
siempre es válido en forma aproximada para intervalos de
tiempo muy pequeños, y resulta ser exacto para cualquier
valor del intervalo de tiempo en el caso de una aceleración
uniforme, que es lo que hemos supuesto. Expresando, por
CANTIDAD DE MOVIMIENTO Y ENERGÍA 29

Jo tanto, en nuestra ecuación original, en función


de la distancia recorrida, tenemos:

o multiplicando los primeros dos paréntesis:

En otras palabras, no es la velocidad sino la mitad del


cuadrado de la velocidad la que aumenta en la misma can-
tidad, si la partícula nuevamente ha cubierto la misma
distancia. Basándonos en el hecho de que la fuerza es el
producto de la masa por la aceleración, se puede escribir el
mismo resultado como
donde F es la fuerza. Consideremos, entonces, algún inter-
valo de altura particular y muchos objetos que caen en
dicho intervalo partiendo desde distintos niveles. Los que
han hecho un recorrido mayor y tienen, por lo tanto, velo-
cidades más altas, aumentarán sus velocidades en grado
más pequeño al pasar por este intervalo particular, pero
la cantidad aumentará en la misma proporción
para cada uno de ellos.
De esto se pueden hacer inmediatamente algunas deduc-
ciones útiles. Supongamos, por ejemplo, que lanzo un ob-
jeto verticalmente hacia arriba y espero a. que regrese.
¿Con qué velocidad llegará a mí? La respuesta es —hacien-
do a un lado la resistencia del aire— que llega con la
misma velocidad con que lo lancé, pero naturalmente en
sentido opuesto. Esto puede verse de la siguiente manera:
puedo imaginarme que sigo su ascenso y marro cada cen-
tímetro que sube; al elevarse a través de un centímetro
en particular, la cantidad habrá disminuido en cier-
ta proporción (a saber, F veces un cm.) y a su regreso por d
mismo centímetro, la cantidad aumentará nuevamente
en la misma proporción. De ahí que, cuando regresa al
punto de partida, ha aumentado tanto como dis-
minuyó al elevarse y volvió] a adquirir su valor original.
MOVIMIENTO Y FUERZA

La cantidad se llama energía cinética. El origen
de tales nombres para los términos mecánicos es algo arbi-
trario, y no se debe tratar de atribuirles ningún signifi-
cado que no sea el empleo técnico de la palabra. Por
ejemplo, la expresión "una persona muy enérgica" pro-
bablemente tiene más analogía con el concepto mecánico
de potencia que con el de energía.
Hemos aprendido que la energía cinética de un objeto
que cae libremente aumenta en Fs, donde F es la fuerza
y s la distancia recorrida por el objeto al caer; o, si se
eleva a una altura h, su energía cinética disminuirá en Fh,
de manera que si la partícula se eleva o cae, la suma
permanece constante. Éste es un caso espe-
cial de la ley de la conservación de la energía. Nos refe-
rimos a la primera parte como energía cinética y a la
segunda parte, Fh, se le llama energía potencial.
¿En qué forma cambian estos resultados cuando no se
trata de la gravedad, sino de alguna otra fuerza? En pri-
mer lugar notamos que, por lo general, otras fuerzas no
son iguales en todos los puntos, sino que su intensidad
varía. Por el momento sigamos limitándonos a un obje-
to que se mueve en una línea recta y supongamos a la vez,
que la fuerza que actúa sobre el objeto es igual en cual-
quier punto dado de esta línea, no importa cuándo ni a
qué velocidad pasa el objeto por este punto. Entonces
podemos usar la relación
para un intervalo muy pequeño en el que la fuerza pueda
ser considerada como constante. El segundo miembro se
llama entonces el trabajo realizado por la fuerza F y, si
un objeto cubre una distancia dada, debemos obtener el
. trabajo total realizado por esta fuerza, sumando el trabajo
realizado en los diferentes intervalos. Esto nos confirma
que, cuando el objetó regresa al punto de partida, ha
pasado dos veces por cada intervalo en sentidos opuestos,
y que el aumento de energía cinética en un trayecto se
anula con la disminución en el otro, de manera que el
objeto regresa con su velocidad original.
Las fuerzas a las cuales se aplican estos hechos se llaman
CANTIDAD DE MOVIMIENTO Y ENERGÍA 31

fuerzas conservativas, porque para ellas rige la ley de la


conservación de la energía. Nuevamente podemos deter-
minar la energía potencial, sumando el trabajo total reali-
zado por la fuerza a medida que el objeto se mueve desde
el punto en cuestión hasta un punto de referencia dado.
Puesto que el único propósito por el cual la energía po-
tencial interviene en estas consideraciones es el de compa-
rarla en dos ocasiones diferentes, está claro que sólo las
diferencias en energía potencial tienen un significado uní-
voco, y que podemos medir la energía potencial desde un
punto de referencia arbitrario, siempre que lo hagamos
consecuentemente.
Sin embargo, evidentemente existen fuerzas que no son
conservativas, en particular todas las fuerzas que dependen
de la velocidad del objeto. Por ejemplo, la fricción es una
fuerza no conservativa, ya que siempre se opone al sentido
del movimiento del objeto. Si deslizamos un objeto sobre
una mesa, perderá algo de velocidad al moverse a travos
de cierta distancia; si posteriormente y continuando su
movimiento, el objeto regresa sobre la misma distancia, no
recuperará la energía cinética que ha perdido sino que,
por el contrario, perderá aún más. Es, en realidad, evi-
dente que ninguna fuerza que depende de la velocidad
puede ser conservativa (para un objeto que se mueve a lo
largo de una línea recta) porque como el objeto bien pue-
de pasar por el mismo punto en distintos sentidos y con
velocidades diferentes, los cambios de la energía cinética
no se anularán entre sí.
Las fuerzas que no son conservativas pueden conducir
tanto a un aumento neto como a una disminución neta
de la energía cinética. Un ejemplo de este tipo es la fuer-
za del vapor en el émbolo de una máquina térmica. La
máquina térmica está controlada en tal forma que el
vapor hace presión sobre el émbolo cuando éste sale fuera
del cilindro, pero al retroceder el émbolo se impide la
entrada del vapor y, por tanto, no hay una presión con-
traria de igual magnitud. <>
Cuando pasamos del caso limitado del movimiento en
32 MOVIMIENTO Y FUERZA

una línea recta al caso más general, ya no es válido el que


una fuerza que sólo depende de la posición sea necesaria-
mente conservativa. Esto se puede ver con el siguiente
ejemplo. Consideremos a un objeto expuesto al viento que
sopla sobre una llanura, viento que no sopla a ras de
tierra sino que aumenta su velocidad con la altura. Su-
pongamos, también, que tenemos un objeto sobre el cual
el viento ejercerá una fuerza y que esta fuerza sólo depende
de la velocidad local del viento, o sea, en este caso es-
pecífico, sólo del lugar donde se encuentra el objeto.
Ahora, unimos el objeto al extremo de una cuerda y lo
hacemos girar en un círculo vertical, de modo que en la
parte superior del círculo su sentido es viento abajo. Lue-
go, en la parte superior del movimiento circular, el objeto
se mueve en el mismo sentido que la fuerza del viento y
el trabajo realizado por el viento es positivo; en otras
palabras, aumenta la energía cinética del objeto. En la
parte inferior del círculo, el objeto se mueve en sentido
contrario y, lógicamente, el viento se opondrá a su mo-
vimiento; pero, según nuestra suposición, el viento sopla
más débilmente abajo que arriba y, por lo tanto, la con-
siguiente pérdida de energía cinética no compensará el
aumento en la mitad superior. Bajo condiciones ideales,
el objeto ganaría energía en cada vuelta y su velocidad
aumentaría hasta hacerse comparable a la del viento; en-
tonces ya no sería razonable suponer que la presión del
viento sólo depende de la posición y no de la velocidad
del objeto.
En consecuencia, una fuerza no es conservativa aunque
sólo dependa de la posición del objeto, si al describir una
vuelta completa el objeto efectúa algún trabajo. Esta can-
tidad, el trabajo realizado al describir cierta vuelta cerra-
da, se llamará la circulación. La distinción entre las fuerzas
conservativas y las no conservativas adquirirá importancia
más adelante.
Así, siempre que nos limitemos a consideraciones pura-
mente mecánicas, la ley de conservación de la energía
solamente es válida en algunos casos muy especiales y ra-
CANTIDAD DE MOVIMIENTO Y ENERGÍA 33

ramente en algún problema práctico real en el cual, por


lo general, están implicadas las máquinas o seres vivientes
como fuentes de energía mecánica, y las fricciones y otras
resistencias que consumen energía mecánica.
Pero esta situación sufre un cambio profundo si acepta-'
mos el hecho de que la energía mecánica es sólo una de
las muchas formas diversas de la energía. Por ejemplo,
cuando se usan los frenos para hacer parar a un automóvil,
destruyendo así su energía cinética, se descubre que se
genera calor en el sistema de frenos. Cuando la ciencia
del calor, que será analizada en un capítulo posterior, fue
puesta sobre bases cuantitativas, de modo que se hizo posi-
ble medir una cantidad de calor, se descubrió que el calor
producido al destruir una cantidad dada de energía me-
cánica era siempre el mismo. Esto sugiere que sólo estamos
haciendo una simple transformación de energía mecánica
en calor, en una proporción determinada. Si definimos el
equivalente de calor de cierta cantidad de energía mecá-
nica justamente como energía térmica, entonces la fric-
ción tampoco destruye a la energía, sino que simplemente
convierte la energía mecánica en energía térmica.
A la inversa, una máquina a vapor convierte la energía
térmica en energía mecánica, pero, como veremos más
adelante, esto no es todo lo que hay que decir del proble-
ma, ya que resulta más fácil convertir la energía mecánica
en calor que viceversa.
Hay otras formas de energía. Una de ellas es la energía
química. Al quemar carbón —por ejemplo, combinando
carbón y oxígeno en anhídrido carbónico— aparentemente
de la nada surge energía térmica. Este fenómeno cae
dentro de la ley de conservación de la energía, si supone-
mos que la materia contiene energía química de acuerdo
con s.u estado químico y que la emergía del carbón y del
oxígeno, separadamente, es superior a la del producto, el
anhídrido carbónico. En otras palabras, la combustión con-
vierte la energía química en calor. De la misma manera,
una batería eléctrica convierte energía química.en energía
eléctrica; un motor transforma energía eléctrica en meca-
34 MOVIMIENTO Y FUERZA

nica, y un calentador eléctrico convierte en rgía eléctrica


en calor.
Todas estas formas de energía pueden ser medidas cuan-
titativamente y, para todos los procesos que se han estu-
diado, la energía siempre se equilibra. Cuando exponga-
mos los más recientes desarrollos de la física, nos encon-
traremos con muchas nuevas formas de energía, pero no
nos será necesario abandonar el principio de conservación
de la energía; aunque trataremos un caso particular en
que el problema aún deja lugar a dudas. Existe, pues, la
probabilidad de que la conservación de la energía sea una
ley universal y válida de la naturaleza; aunque, como
ocurre con cualquier otra ley empírica, debemos estar pre-
parados para revisarla si se descubren nuevas evidencias
que la contradigan. Sólo que, tratándose de una ley de tan
amplia validez, cualquier evidencia contradictoria debe
ser muy poderosa y muy convincente para poderla aceptar.

4. Colisiones

Las leyes de conservación de la energía y de la cantidad


de movimiento son particularmente útiles para discutir un
tipo de proceso mecánico: las colisiones o choques. Como
más adelante tendrá importancia el estudio de las colisio-
nes entre partículas atómicas, ahora veremos cómo se apli-
can estas leyes de conservación en casos simples.
Primero tomemos un objeto, digamos una bola de billar,
de masa m y que se mueve con velocidad v, la cual cho-
ca de frente con otra bola de la misma masa y que antes de
la colisión estaba en reposo. Ahora bien, tal colisión signifi-
ca que los objetos entran en contacto por un tiempo muy
pequeño que depende del grado al que cederán a la pre-
sión, o sea, de su elasticidad. Por un momento, imagine-
mos que no se trata de bolas de billar sino de globos. Si
observamos la colisión entre dos globos, notamos que des-
pués del primer contacto siguen acercándose el uno al
otro; las partes de su superficie sometidas al contacto
se achatan y esta zona de contacto crece de modo que los
COLISIONES 35

globos tienen una porción de superficie en común. Por


lo tanto, la presión del gas en esta superficie de ambos
globos tiene un efecto cada vez mayor y de ella resulta una
fuerza entre ellos que reduce su velocidad mutua y final-
mente los obliga a separarse.
La situación, en el caso de las bolas de billar, es exacta-
mente igual excepto que, como son mucho más duras, la
zona de contacto será muy pequeña y la duración del con-
tacto será realmente muy corta. Como resultado, la fuerza
entre ellas, que deberá ser capaz de cambiar su movimien-
to en un tiempo muy pequeño (o sea, que debe producir
una muy alta aceleración), es en realidad una fuerza muy
potente. Siendo éste el caso, por lo general es posible ol-
vidarse de cualquier otra fuerza, como la de la gravedad, a
la que podrían estar sujetos estos objetos durante este
corto período de contacto, puesto que serán pequeños los
cambios de velocidad que pueda producir en tan corto
tiempo. En consecuencia, podemos considerar su movi-
miento durante este pequeño intervalo como si la única
fuerza actuante fuera la presión de contacto entre los dos
objetos.
Así tenemos una situación a la que se puede aplicar la
conservación de la cantidad de movimiento, puesto que
la única fuerza es la interacción entre las dos bolas de bi-
llar. La cantidad de movimiento inmediatamente antes de
la colisión, que es mv, debe ser igual a la cantidad de mo-
vimiento total después de la colisión, que es m(ui -f- "2),
si Mi y u2 son las velocidades de las dos bolas después del
impacto. Como se trata de una colisión de frente, están
en la misma dirección. En otras palabras, para este caso,
la conservación de la cantidad de movimiento indica
que la suma de las velocidades después de la colisión es
igual a la velocidad de la primera bola antes de la colisión.
Claro que la naturaleza de cada colisión es muy diferente,
según que en este proceso la energía mecánica se convierta
o no en calor. Esto depende de las sustancias de las cuales
están hechos los objetos. Las bolas de billar se aproximan
mucho al ideal de las colisiones perfectamente elásticas,
36 MOVIMIENTO Y FUERZA

en las cuales no se produce calor. Entonces, esperamos


que la energía mecánica sea constante y esto requiere que
la energía cinética sea, precisamente antes de la colisión,
igual a la energía cinética justamente después de ella.
(Entretanto, parte de la energía se convierte en energía
elástica y luego nuevamente en energía cinética, pero no
es necesario discutir esto en detalle). En consecuencia, po-
demos escribir la ecuación
Ahora, omitiendo el factor común y utilizando el re-
sultado obtenido de la conservación de la cantidad de
movimiento, esta ecuación puede ser escrita como -f-
. Usando una conocida regla algebraica
para el segundo miembro, tenemos

y esto es posible únicamente si el producto es nulo.


El producto de dos números puede ser igual a cero sola-
mente cuando por lo menos uno de estos números es igual
a cero. Luego, debe ser igual a cero y, por lo tanto,
cualquiera de las dos bolas debe estar en reposo después
de la colisión. Como deben sumar v, la otra bola
debe seguir moviéndose después de la colisión con la velo-
cidad v. Claro que no puede ser la primera bola la que
se mueva en esta forma, porque para ello tendría que
pasar a través de la segunda. Deducimos, pues, que la pri-
mera bola debe detenerse y que la otra se moverá con una
velocidad v.
Es evidente que nos ha sido indispensable recurrir al
hecho de que las masas eran iguales; así, podemos probar
si las masas de dos bolas de billar son realmente iguales,
observando si la colisión lleva a la primera bola al reposo.
Ésta es una ilustración del enunciado general que hice an-
teriormente, de que la tercera ley de Newton, que exige
la conservación de la cantidad de movimiento, nos permite
comparar el efecto de la misma fuerza aplicado a dos ob-
jetos diferentes, haciendo aií una comparación de las ma-
sas sin medir la fuerza,
COLISIONES 37
Otro caso extremo es el de cuerpos perfectamente inelás-
ticos, en los cuales toda la energía utilizada en la defor-
mación elástica se convierte en eador y nada de ella es
restituida a energía mecánica. Está claro, pues;, que lafi
bolas seguirán acumulando deformación elástica sólo hasta
que haya cesado su movimiento relativo, o sea, hasta que
se muevan con la misma velocidad. En el caso de dos
objetos iguales perfectamente inelásticos, de los cuales son
buenos ejemplos las bolas de nieve o los terrones de atici-
11a, esperamos que después de la colisión sus velocidades
sean iguales y, por el principio de la conservación de la
cantidad de movimiento, que su valor sea la mitad de la
velocidad inicial v.
Hasta ahora sólo hemos hablado de colisiones "de fren-
te", en las que esperamos que ambas bolas se moverán a
lo largo de la línea recta por la que llegó la primera bola.
Consideremos, ahora, una colisión más general, como se
ilustra en la figura 20. Está claro que en este caso la fuer-
za que impulsa a la bola 2 no la proyectará en la dirección
que aparece vertical en el dibujo, sino que la empujará
más hacia la derecha y que la bola i será desviada hacia
la izquierda, como lo indican las flechas de arriba. La
conservación de la cantidad- de movimiento aiin indica,
como antes, que la suma de las velocidades después de la
colisión debe ser v, pero ahora esto se debe entender en el
sentido de sumar cantidades con dirección y sentido o
vectores, o sea, en el sentido de la regla del triángulo de
fuerzas. Esto está ilustrado en la figura 2b, que muestra
cómo debemos considerar ux y u2 para obtener la resultante
v. Si nuevamente las bolas son perfectamente elásticas,
resulta que otra vez debemos tener el
triángulo de la figura 2b debe ser tal que elxuadrado de un
lado sea igual a la suma de los cuadrados ...de los otros
dos lados. Esto es lo que afirma el teorema de>Pitágoras
para un triángulo rectángulo y solamente es válido^para
un triángulo rectángulo. Por lo tanto, forman un
ángulo recto entre sí. De aquí que las leyes de conservación
de la energía y la cantidad de movimiento demuestren
g8 MOVIMIENTO Y FUERZA

que si un objeto en movimiento choca en forma perfecta-


mente elástica con otro en reposo, de la misma masa, en-
tonces, después del impacto, los dos cuerpos se mueven en
ángulo recto entre sí.
Antes de terminar con el tema de las bolas de billar,
deseo mencionar que nuestros argumentos no se pueden
aplicar sin advertir lo que pasa en una mesa de billar,
ya que en ese caso las bolas están rodando, o sea, que giran
a la vez que se mueven. Esto complica un poco el pro-
blema y puede causar ligeros cambios en el resultado.

Figura s {a). Bolas de billar en colisión oblicua.


Figura s (b). Triángulo de velocidades en la misma colisión.

5. Momento de la cantidad de movimiento

Otra idea importante que necesitaremos usar en la me-


cánica es el momento de la cantidad de movimiento, y
para ello tendremos que explicar primero lo que significa
un momento. Los momentos aparecen de una manera
sencilla en la mecánica de los cuerpos rígidos y, en otro
sentido, los cuerpos rígidos no tendrán interés para nos-
otros.
Se sabe que, para hacer girar un cuerpo rígido sobre un
gozne, la misma fuerza será más efectiva si actúa a mayor
distancia del gozne.
Un ejemplo importante de esto es la palanca, ilustrada
en la figura 3, que muestra dos pesas A γ B suspendidas
con cuerdas de una barra, a distancias a y b, respectiva­
mente, del gozne O. Se sabe, entonces, que las fuerzas se
MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 39

equilibran, es decir, que no tienden a desnivelar la palan-


ca, si el peso de A multiplicado por su distancia a del gozne
es igual al producto Bb correspondiente al otro peso. Por
lo tanto, la fuerza por la distancia es una medida de la
efectividad de una fuerza para hacer girar un cuerpo alre-
dedor de un eje fijo. Para designar este producto se usa
el término momento. Este método de comparar pesos dife-
rentes se usa en un tipo de báscula.
La ilustración de la figura 3 es un caso especial, porque
ambas pesas tiran de la palanca horizontal en una direc-
ción vertical, es decir, en ángulo recto con la palanca. Una
fuerza que actúa en otra dirección siempre puede ser con-
siderada como compuesta de una parte en ángulo recto
con la palanca y de otra parte en la misma dirección de
ésta. Es evidente que la parte que actúa en la dirección
de la palanca no tiende a hacerla girar alrededor del eje.
La figura 4 muestra un dispositivo en el cual la cuerda
que suspende a la pesa corre por una polea que está alinea-
da con la palanca. Está claro que la fuerza ejercida por la
cuerda sobre la palanca no tiende a hacerla girar. Por, lo
tanto, definimos el momento de una fuerza respecto a un
eje, como la distancia desde el eje hasta el punto de aplica-
ción, multiplicada por la componente transversal de la
fuerza. La componente transversal es la que se encuentra
en ángulo recto con la distancia desde el eje.
Esto se ilustra nuevamente en la figura j, donde la fle-

Figura 3. Palanca.
4o MOVIMIENTO Y FUERZA

Figura 4. No hay momento.

cha F indica la magnitud, la dirección y el sentido de la


fuerza que actúa sobre algún cuerpo en el punto P, a
una distancia a desde el eje O. El teorema del paralelo-
gramo de las fuerzas nos indica que la fuerza F es equiva-
lente a la composición de una fuerza transversal Ft en
ángulo recto a OP y una fuerza longitudinal F1. Entonces,
el momento de esta fuerza respecto a
Esta figura también muestra otra manera de expresar
el mismo momento. Consideremos la línea interrumpida
PQ que es la línea prolongada a través de P en dirección
de la fuerza. Por lo general, ésta se llama la linea de acción
de la fuerza F. Sobre esa línea hemos dibujado la perpen-
dicular desde O, que se une a ella en D; esta perpendicu-
lar tiene una longitud d. En este caso, el momento de la
fuerza es igual a Fd.
Para aquellos lectores que recuerden algo de geometría,
será evidente que esto es así porque el triángulo ODP es
semejante al triángulo de las fuerzas y, por lo tanto, d

Figura 5. Momentos en general.


MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 41

está en la misma relación con a, que Ft con F. Espero que


otros lectores aceptarán el resultado de que las dos expli-
caciones del momento significan lo mismo. De ahí que
podamos decir que el momento de una fuerza respecto a
un eje es el producto de la magnitud de la fuerza por la
distancia de su línea de acción al eje.
Habiendo definido el momento de una fuerza, defini-
mos en forma similar el momento de la cantidad de mo-
vimiento de un objeto, o cantidad de movimiento angular,
como también se le conoce. Éste se define como el momen-
to de una fuerza, pero sustituyendo la fuerza por la can-
tidad de movimiento. Expresamos nuestra definición en la
siguiente forma. El momento de la cantidad de movimien-
to de un pequeño objeto P respecto a un eje O, es api,
donde a es la distancia entre el objeto y el eje, p su canti-
dad de movimiento (recordamos que es igual a su masa
multiplicada por su velocidad) y pt es la parte de la canti-
dad de movimiento que se encuentra en ángulo recto con
OP.
Al igual que para el momento de una fuerza, también
podemos usar la forma equivalente que nos expresa el
momento de la cantidad de movimiento por dp, donde d
es ahora la distancia desde el eje O, de la línea de movi-
miento del objeto, o sea la línea recta que pasa por P en
la dirección del movimiento.
Usando estas definiciones, podemos deducir de la se-
gunda ley de Newton que la rapidez de cambio del mo-
mento de la cantidad del movimiento de un objeto res-
pecto a un eje, es igual al momento de la fuerza que actúa
sobre el objeto, respecto del mismo eje.
Si tenemos más de un objeto y sj algunas partes de
nuestro sistema ejercen fuerzas entre sí> entonces se puede
demostrar que estas fuerzas no afectan al momento total
de la cantidad de movimiento, de la misma manera en
que habíamos encontrado anteriormente que podían ser
ignoradas al considerar la conservación de la cantidad de
movimiento. Esto está ilustrado en la figura 6. P y Q son
dos objetos que ejercen. fuerzas entre sí. La figura describe
42 MOVIMIENTO Y FUERZA

estas fuerzas como de atracción y, por lo tanto, hay una


flecha en P apuntando hacia Q y viceversa. Según la ter-
cera ley de Newton, deben ser opuestas e iguales. Es evi-
dente que estas dos fuerzas tienen la misma línea de acción
y por consiguiente la misma d. Tienen, pues, momentos
opuestos e iguales y, por ende, el momento de la cantidad
de movimiento de P disminuirá, debido a esta fuerza, en
la misma proporción en que aumente el de Q. Esto tam-
bién es cierto si las fuerzas son repulsivas y si hay más
de dos objetos.

Figura 6. Conservación del momento de la cantidad de movimiento.

Esto nos conduce a la ley de la conservación del momen-


to de la cantidad de movimiento: si en un sistema mecá-
nico con libertad para girar alrededor de un eje, las únicas
fuerzas son las ejercidas por partes del sistema entre sí,
entonces el momento de la cantidad de movimiento del
sistema respecto al eje permanece constante. Esto sigue
siendo cierto si hay fuerzas externas que actúan sobre el
sistema, siempre que estas últimas fuerzas no tengan mo-
mento alguno respecto al eje, es decir, que actúen sobre el
eje mismo o en cualquier otro punto hacia el eje o apar-
tándose de él.
Con este razonamiento hemos deducido de la ley de
Newton, en forma incidental, la regla sobre el equilibrio
de una palanca, que hemos tomado como base para nues-
tras definiciones, ya que los momentos de todas las fuerzas
MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 43

deben equilibrarse para que la palanca no empiece a mo-


verse. Como la fuerza en el gozne no tiene momento al-
guno, aA-bB debe ser igual a cero.
La ley de la conservación del momento de la cantidad
de movimiento es una herramienta útil para resolver mu-
chos problemas dinámicos. Es de especial importancia en
los problemas que implican cuerpos en rotación alrededor
de sus ejes, como, por ejemplo, en el caso de un trompo
o en la mecánica del juego de boliche, pero es difícil ex-
plicar estas aplicaciones sin recurrir a las matemáticas y,
de todos modos, no entra en el plan de este libro. La con-
servación del momento de la cantidad de movimiento
también es útil para describir el movimiento de un objeto
en un campo de fuerza, v. g., un planeta moviéndose al-
rededor del sol. De hecho, permite mostrar en forma sen-
cilla la estabilidad de tal movimiento. Supongamos que en
algún instante el planeta está a cierta distancia r del sol
y que se mueve con una velocidad v en dirección trans-
versal, o sea, en una dirección que forma ángulo recto con
su distancia al sol. Entonces, según la primera definición,
el momento de su cantidad de movimiento respecto al
sol es mrv. Ahora, en este caso, el momento de la cantidad
de movimiento debe ser constante, puesto que la atracción
del sol está dirigida hacia él y, por lo tanto, no causa nin-
gún momento respecto al sol.
Supongamos que, más tarde, el planeta llega a un punto
mucho más cercano al sol, digamos a una distancia a de
éste. Entonces, por la conservación del momento de la
cantidad de movimiento tenemos donde
es la componente transversal de su velocidad en el segundo
punto; en otras palabras, y como la velocidad to-
tal no puede ser inferior a su componente transversal,
entonces la velocidad del planeta debe ser mayor que su
velocidad en el primer punto, por lo menos en la propor-
ción A medida que el planeta se acerque más y más al
sol, su velocidad tendrá que aumentar por lo menos inver•
44 MOVIMIENTO Y FUERZA

sámente a la distancia, y su energía cinética —que contiene


el cuadrado de su velocidad— por lo menos como el cua-
drado del inverso de la distancia. Pero esto es incompati-
ble con la conservación de la energía. Si deducimos la ener-
gía potencial debida a la atracción del sol, o sea el trabajo
desarrollado por la fuerza de gravedad sobre el planeta a
medida que se mueve de un punto a otro, encontramos
que la energía potencial, que es negativa en este caso, sólo
varía como el inverso de la distancia. En otras palabras,
el principio de la conservación de la energía demuestra
que el planeta, a distancias muy pequeñas del sol, no pue-
de tener tanta energía cinética como se lo exigiría la con-
servación del momento de la cantidad de movimiento si
lograra llegar hasta ahí, de lo que se deduce que en el
curso de su movimiento el planeta no se acercará mucho
al sol y, particularmente, nunca caerá en él. Esto rige siem-
pre que los acercamientos a otros planetas o las fricciones
con materia en el espacio interplanetario no hayan pro-
ducido fuerzas cuyos momentos alteren notablemente el
momento de la cantidad de movimiento.
Otra manera de exponer el mismo hecho es decir
que a medida que el planeta se acerca más al sol aumenta
su velocidad transversal, conjuntamente con la fuerza cen-
trífuga que se opone a su movimiento circular alrededor
del sol. Como la fuerza de atracción no aumenta en una
proporción comparable, en realidad el planeta no se mo-
verá en un círculo sino que la curvatura de su órbita será
menor que la de un círculo alrededor del sol, y por lo
tanto, nuevamente aumentará su distancia al sol.

6. Condiciones iniciales y grados de libertad

Quiero llamar la atención hacia otra característica de las


leyes de la mecánica. Las leyes de Newton nos permiten
expresar la aceleración, o sea la rapidez del cambio de la
velocidad de cualquier objeto, en función de las fuerzas
que actúan sobre él. No nos indican dónde debemos bus-
car el objeto, ni cuál es su velocidad, dirección o sentido
CONDICIONES INICIALES Y GRADOS DE LIBERTAD 45

de su movimiento. Sólo si conocemos la posición del ob-


jeto y su velocidad en algún punto inicial, será que las
leyes determinen cómo cambiará su velocidad de ahí en
adelante o cómo había cambiado anteriormente. En esta
forma se determina su movimiento por entero. Por ¡lo
tanto el planteamiento compíeto dé un problema mecá-
nico incluye dos tipos de información: las leyes generales,
—es decir las leyes de Newton— junto con una descrip-
ción de qué fuerzas actúan y cómo dependen de la
posición y velocidad del objeto. Generalmente a esta in-
formación se le llama las ecuaciones del movimiento. A
ellas debemos agregar, por ejemplo, algún conocimiento
de la posición y movimiento al principio; por regla gene-
ral se hace referencia a esto como las condiciones iniciales.
En otras ocasiones, los problemas mecánicos se especifican
en función de cierto conocimiento respecto a cómo se
inicia el movimiento y alguna información sobre cómo
termina. Por ejemplo, podemos preguntarnos en que di-
rección debe dispararse un fusil desde un punto dado,
para que la bala dé en el blanco. En este caso, conocemos
el punto de partida y la magnitud de la velocidad inicial.
No especificamos la dirección inicial, sino solamente el
punto al cual debe llegar la bala. Todo esto, junto con
las ecuaciones del movimiento, nuevamente determina el
problema en forma completa. La información que no se
refiere al punto de partida, es generalmente designada
como condiciones en el limite. En todas las ramas de la
física, se distingue entre las ecuaciones del movimiento y
las condiciones en el límite.
Podemos preguntarnos entonces cuántos datos de ésos
deben ser especificados para determinar nuestro problema.
En el caso de un cuerpo en movimiento, se necesitan tres
números para especificar su posición. Esto equivale a de-
cir que el espacio tiene tres dimensiones. Por ejemplo,
podríamos especificar un punto cercano a la tierra por su
longitud y latitud geográficas y por su altura sobre el
nivel del mar. Para determinar la velocidad de! üñ cuerpo
también se requieren tres números. Podría ser expresada,
46 MOVIMIENTO Y FUERZA

por ejemplo, tomándola como la composición de cierta


velocidad en la dirección este-oeste, otra componente nor-
te-sur y una velocidad vertical. Igualmente, podríamos
dar su velocidad resultante y el sentido en que se mueve;
en el espacio, una dirección se especifica con dos cifras,
por ejemplo, el ángulo que forma con la vertical y el
sentido del plano vertical en que ocurre el movimiento.
Si nuestro problema mecánico tiene que ver con el mo-
vimiento de n objetos, necesitamos números para es-
pecificar sus posiciones y otros para sus movimientos.
Pudiera ser que algunos de estos objetos estuvieran conec-
tados en forma rígida y no pudieran moverse indepen-
dientemente. Esto siempre será el resultado de algunas
fuerzas que actúen entre sí, pero, en la práctica, por ejem-
plo, las fuerzas que mantienen unidas las diferentes partes
de una varilla de acero siempre actúan de tal modo que
la varilla prácticamente conserva la misma forma. Siempre
que no se trate de las fuerzas internas de la varilla, no
necesitamos considerar las leyes mecánicas para cada parte
de la varilla. En tal caso, para tener una especificación
completa de la posición de un objeto rígido necesitamos,
de hecho, seis números, tal y como lo veremos a conti-
nuación: primero especificamos la posición de un punto
extremo de la varilla, para lo cual se necesitan tres nú-
meros. La posición del otro punto extremo necesitaría
otros tres números si no fuera por el hecho de que sabemos
cuál es el largo de la varilla y, por lo tanto, sabemos de
antemano que el otro punto debe estar a una distancia
fija del primero. Con esto, sólo nos quedan por especificar
dos datos independientes (la dirección y el sentido en el
espacio del eje de la varilla, para lo cual se necesita tener
conocimiento de dos ángulos). Habiendo fijado en esta
forma los puntos extremos aún podemos hacer girar la
varilla alrededor de la línea que los une, y para especificar
este ángulo de rotación se necesita otro número. En con-
secuencia, se dice que un objeto rígido, como lo es la
varilla de acero, tiene seis grados de libertad; para espe-
cificar su movimiento inicial se necesitarían otros seis nú-
CONDICIONES INICIALES Y GRADOS DE LIBERTAD 47

meros adicionales; y con estos doce datos y las ecuaciones


del movimiento se podría esclarecer la historia posterior
(o anterior) de la varilla.
La ciencia de la mecánica, sobre la que hemos hecho un
breve resumen en este capítulo, fue la primera rama de las
ciencias naturales que pudo ser reducida a unas cuantas
leyes básicas y simples, de las que se puede deducir todo
lo demás, en caso necesario, con argumentos matemáticos.
El éxito de su multitud de aplicaciones a la astronomía, la
balística y a muchos problemas de ingeniería, no dejó lugar
a dudas respecto a la validez de las leyes básicas. Como
resultado del éxito de la mecánica, cuando se estudiaban
nuevos fenómenos naturales se tenía la tendencia a des-
cribirlos o explicarlos por medio de modelos mecánicos.
Como veremos, esto es posible en algunos casos (por ejem-
plo en el estudio del calor) pero no en todos, y ahora
comprendemos que, para un estudio completo de la na-
turaleza inanimada, debemos agregar a las leyes básicas
de la mecánica nuevas leyes de la naturaleza, algunas de
las cuales nos son ahora bien conocidas, mientras que aún
quedan otras por descubrir.
III
ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

1. Ley de Coulomb

Se requiere un mayor esfuerzo mental para describir los


fenómenos eléctricos y magnéticos que para describir los de
la mecánica. En la mecánica hablamos sobre el movi-
miento de objetos, que es algo que se puede ver, y sobre
fuerzas que podemos sentir. Por regla general, la electrici-
dad y el magnetismo no tienen un efecto directo sobre
nuestros sentidos. Ciertamente podremos tener una fuerte
sensación de lo que es electricidad, si introducimos dos
dedos en las terminales de un contacto eléctrico, pero na-
turalmente éste no es el mejor método de estudiar las
características del circuito eléctrico.
Sin embargo, es difícil que en esta época haya un lector
que por lo menos no esté familiarizado con algunas de las
manifestaciones de la electricidad, o que no sea capaz de
conectar Una lámpara eléctrica o reponer una batería. Por
lo tanto, podemos dar por supuesta la existencia de la elec-
iricidad y del magnetismo, si bien no la de todas sus carac-
terísticas.
Entre los conocimientos más antiguos acerca de la elec-
tricidad está el de que por medio de la frotación se pueden
electrificar varillas de vidrio, de caucho y de otras sus-
tancias, las que entonces ejercerán atracción sobre peque-
ños pedazos de sustancias muy livianas y, a veces, esta
atracción será suficiente para levantarlos en contra de la
gravedad. El juego de salón consistente en frotar un globo
sobre una tela de lana y ver cómo se adhiere al techo, es
una versión moderna de aquello. Sabemos ahora que por
medio de la frotación provocamos una acumulación de
carga eléctrica en las varillas y que dos cargas semejantes
ejercen fuerzas entre sí que son similares a la fuerza do
gravitación entre dos masas. Mientras que las fuerzas
48
LEY DE COULOMB 49

de gravitación son siempre de atracción, las fuerzas entre


las cargas eléctricas a veces son de repulsión y otras veces
de atracción. Comparando las fuerzas entre cuerpos de
carga diferente se puede descubrir que hay dos clases
de cargas, que se denominan positivas y negativas, y que1
las cargas de la misma clase se repelen, mientras que
aquellas de tipo diferente se atraen. Como en el caso de
la gravitación, la magnitud de la fuerza está regida por la
ley del inverso del cuadrado de la distancia y también es
proporcional al producto de las magnitudes de las cargas
presentes en los cuerpos en cuestión.
Cuantitativamente tenemos, pues, una fuerza repulsiva
de una magnitud , dada por la ley de Coulomb, don-
de son las dos cargas, r es su distancia y a es una
constante. Puesto que hasta ahora sólo hemos definido la
cantidad de carga eléctrica pot medio de esta ley, la unidad
de carga puede elegirse arbitrariamente y, por lo tanto,
podemos hacer que a sea igual a I. En otras palabras, la
unidad de carga es aquella que ejercerá una fuerza unita-
ria sobre otra carga igual, a un centímetro de distancia.
Esta unidad es la dina, o sea la fuerza que aumentará la
velocidad de una masa de un granio en un centímetro por
segundo, en un segundo. La ley de Coulomb también in-
terpreta en forma correcta el signo de la fuerza; si
son ambas positivas o ambas negativas, su producto es po-
sitivo y así tenemos una fuerza positiva. Si una es negativa
y la otra positiva, su producto es negativo y obtenemos una
fuerza de signo contrario a la anterior, o sea una atracción.
Una ley similar rige en el magnetismo para la interac-
ción entre dos polos magnéticos. Por lo general', encontra-
mos en los extremos de una varilla de acero magnetizada
lo que se denomina polo magnético. También éstos son
de dos clases, que llamamos polo norte y polo sur, según
sea el que apunte hacia el norte si el imán está suspendido
libremente como la aguja de una brújula. Como en el caso
anterior, dos polos iguales se repelen mientras que los po-
los opuestos se atraen mutuamente. La ley de Coulomb
también da la magnitud de esta acción sustituyendo las
cargas por la intensidad de los polos.
Sin embargo, el magnetismo difiere de la electricidad
por el hecho de que nunca podemos separar los polos en
forma absoluta. No podemos producir un polo norte en un
pedazo de hierro sin producir a la vez, en otra parte del
mismo, un polo sur. Si se parte por la mitad una aguja
de tejer magnetizada, entonces cada mitad adquiere un
nuevo polo en el extremo cortado y así cada una de ellas
tiene un polo norte y un polo sur con sus correspondien-
tes intensidades. Más adelante aclararemos la razón de
esto.
Hasta aquí hemos descrito las fuerzas eléctricas refirién-
donos a las dos cargas que ejercen una fuerza entre sí. En
los problemas prácticos, el interés radica en la fuerza sobre
una de dichas cargas, sin que necesariamente se desee sa-
ber si ésta se debe a otra carga cercana o quizás a una
carga mucho mayor que esté a mayor distancia, o a un gran
número de cargas diferentes que de alguna manera se
hallen dispersas en las cercanías. En consecuencia, es con-
veniente expresar la fuerza sobre un pequeño objeto car-
gado como donde q es la carga del objeto (positiva o
negativa) y £ se denomina la intensidad del campo eléc-
trico. E es un vector porque debe indicar tanto la direc-
ción como el sentido y la intensidad de la fuerza.
Si además del objeto en cuestión sólo hay otra carga
presente, según la ley de Coulomb tenemos donde
(? es la magnitud de la otra carga y r es la distancia. Na-
turalmente que la dirección de este campo eléctrico está
a lo largo de la línea que une a las dos cargas. En cambio,
si tenemos muchas cargas, entonces E representaría la su-
perposición de las intensidades de campo debidas a cada
una de las cargas.
E dependerá, desde luego, de la posición del objeto sobre
el cual actúa. Ahora bien, en cualquier sistema de cargas
podemos determinar la intensidad de campo E en cual-
quier punto, sin considerar si en este punto hay en reali-
LEY DE COULOMB 51

dad un objeto cargado sobre el cual el campo ejerce- una


fuerza. E es entonces aquella fuerza que actuaría sobre un
objeto que tuviera una carga unitaria, cuando juera colo-
cado en esa posición particular.
En forma similar nos referimos a la intensidad de un
campo magnético, generalmente denominada H, y la fuer-
za magnética sobre un polo de intensidad p será enton-
ces pH.
Siempre que sólo se trate de la electrostática o magnetos-
tática, o sea de los campos de cargas y polos que perma-
necen fijos, entonces las fuerzas que actúan sobre un ob-
jeto son fuerzas conservativas, en el sentido en que hemos
definido este término en el capítulo anterior. Esto significa
que si .movemos el objeto desde un punto A a otro punto
B, la fuerza realiza cierta cantidad de trabajo sobre el
objeto. Si ninguna otra fuerza actúa sobre él, su energía
cinética aumentará en esa cantidad. Si luego el objeto re-
trocede al punto A, ya sea por el mismo camino o de otra
manera, el trabajo realizado por las fuerzas.será opuesto
e igual al primero, de modo que el trabajo total realizado
al mover el objeto desde A hasta B, haciéndolo retroceder
hasta A, será nulo. También podemos decir que la fuerza
no tiene circulación, en el sentido en que definimos este
término en el capítulo II.
Esta afirmación es correcta por lo siguiente: Si la fuerza
se debe a una sola carga, tenemos una ley del inverso del
cuadrado, exactamente como en la ley de gravitación de
Newton discutida en el capítulo anterior. Ya habíamos
visto que éste es un campo conservativo. Si se trata de
más de una carga, el trabajo realizado sobre el objeto es
la suma del trabajo realizado por cada carga. Puesto que,
después de completar un circuito, ninguna de las fuerzas
debidas a cualquiera de las cargas ha realizado trabajo
alguno, el campo combinado de todas ellas debe ser con-
servativo.
Esto nos lleva a la importante conclusión de que en el
campo electrostático siempre existe un potencial que lla-
mamos V y que varía de lugar a lugar. Este potencial se
52 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

define en tal forma que si un objeto con carga q se mueve


desde un punto A hasta un punto B, el trabajo realizado
sobre el objeto por la fuerza eléctrica es en
otras palabras, el paréntesis representa la diferencia entre
los potenciales en A y en B.
Como el trabajo es el producto de la fuerza por la dis-
tancia, es fácil ver que si conocemos el potencial podemos
determinar la intensidad del campo eléctrico, por la ra-
pidez de cambio del potencial con la distancia, o sea la
diferencia de potencial entre dos puntos adyacentes divi-
dida entre su distancia.
En el caso de las varillas de vidrio o de caucho que to-
mamos como punto de partida, se ha descubierto que una
vez que se coloca una carga sobre una parte de sus super-
ficies, allí permanecerá. Sin embargo, hay otros materiales
conocidos como conductores de electricidad. Éstos inclu-
yen a todos los metales y, en menor grado, a muchas otras
sustancias sólidas, soluciones de sales en agua, etc. Por
tales conductores pueden moverse las cargas eléctricas. Si
en ambos extremos de uno de estos conductores se colocan
dos cargas opuestas e iguales, una se moverá hacia la otra
debido a su atracción y finalmente se unirán en un mismo
lugar. La sustancia perderá entonces su carga, porque los
efectos de las cargas opuestas se anulan mutuamente. En
realidad, sabemos que tales conductores siempre contienen
tanto la carga positiva como la negativa, de las cuales al-
gunas por lo menos tienen libertad de movimiento. (Sa-
bemos que en un metal las cargas negativas son las que
se mueven).

Figura 7. Un alambre entre dos cargas.

Si se coloca uno de estos conductores en un campo eléc-


trico, como por ejemplo en la figura que muestra un
alambre ubicado entre una carga positiva y una negativa,
los campos eléctricos de dichas cargas atraen a las cargas
positivas del alambre hacia la derecha y a las negativas ha-
LEY DE COULOMB 53

cia la izquierda. Esto, a su vez, afecta al campo eléctrico


vecino- El movimiento de las cargas en el alambre debe
continuar hasta que no quede ningún campo eléctrico a, lo
largo del alambre, que pueda conducir a un mayor movi-
miento de cargas en su interior. Se llega a este estado final
cuando el potencial eléctrico es igual en todo el alambre.
Si hubiera una diferencia de potencial entre dos puntos
cualesquiera en el alambre, también tendría que haber
un campo eléctrico entre esos puntos que causaría un mo-
vimiento adicional de las cargas. De lo que se desprende
que, en un campo estático, o sea cuando no hay cargas
en movimiento, el potencial sobre cualquier conductor
debe ser uniforme.
Por la misma razón, si se coloca cierta cantidad de carga
en un conductor, sus diversas partes se rechazan entre sí
y por lo tanto se separan lo más posible, hasta que el po-
tencial eléctrico en el conductor es otra vez igual en todo
lugar. Esto significa que la carga sólo cesará en la superficie
del conductor, ya que cualquier qarga dentro del conductor
estaría rodeada por un campo eléctrico que conduciría a
un potencial variable. La distribución de la carga sobre la
superficie del conductor depende de su forma; en el caso

Figura 8. Electroscopio.

de un conductor esférico es completamente uniforme. Esto


explica el famoso experimento de la "jaula de Faraday",
que demuestra que el interior de una caja de cualquier
forma, con paredes metálicas, está absolutamente exento
de fuerzas eléctricas, pese a las cargas o campos eléctricos
que actúen en el exterior de la caja.
54 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

Los potenciales eléctricos se pueden medir directamente


con un dispositivo llamado electroscopio. El modelo más
sencillo consiste en dos hojas metálicas muy delgadas, L,
(figura 8) suspendidas de una varilla de metal, que pueden
entrar en contacto con el conductor cuyo potencial se va
a medir. Por lo general tienen una cubierta de vidrio para
protegerlas. Supongamos que se conecta la placa P del
electroscopio con algún objeto cuyo potencial es más alto
(más positivo) que el de los alrededores, entonces desde
la placa P y desde la varilla y hojas metálicas debe proyec-
tarse un campo eléctrico hacia abajo, lo que causará una
variación de potencial a lo largo de la varilla y de las ho-
jas, a no ser que alguna carga se redistribuya para que el
potencial sea constante. Como resultado, las hojas adquie-
ren carga, y como ahora ambas tienen carga positiva, deben
rechazarse entre sí. En consecuencia, cambian su posición
vertical en una forma similar al ángulo ilustrado en la
figura 8. El ángulo es determinado por la intensidad de su
repulsión, en relación con su peso, que tiende a mante-
nerlas en posición vertical. Por lo tanto, se puede deducir
el potencial observando el ángulo.

2. Lineas de fuerza

Hemos hecho una descripción completa de las leyes elec-


trostáticas, en su aplicación a cualquier sistema conductor
que tenga forma arbitraria y que contenga cualesquiera
cargas. Sin embargo, no es siempre fácil resolver un pro-
blema estático de tal naturaleza, o sea, determinar la dis-
tribución de una densidad superficial de carga eléctrica
sobre los diversos conductores, para igualar los potenciales
de cada uno. Para resolver dichos problemas y también
para ilustrar en forma gráfica la naturaleza de un campo
eléctrico, se recurre con éxito al concepto de las líneas
de fuerza.
He mencionado anteriormente que se puede definir la
intensidad del campo eléctrico en cualquier punto del es-
LÍNEAS DE FUERZA 55
pacio y que tiene dirección y sentido, a la vez que magni-
tud. Por lo tanto, podemos ilustrar la naturaleza de un
campo eléctrico dibujando pequeñas flechas en muchos
puntos del espacio; el sentido de cada flecha indicaría el
sentido de la intensidad del campo eléctrico en ese punto.
En la figura 9a se da un ejemplo, para el caso de dos cargas
iguales y opuestas. Cerca de la carga positiva, las flechas
apuntan en sentido opuesto a ésta, porque aquí un objeto
con carga positiva sería repelido por la carga. Cerca de
la carga negativa las flechas apuntan hacia ésta, y en otros
lugares se puede obtener el campo eléctrico resultante
buscando la resultante de los dos campos debidos a las
cargas individuales; cada uno de estos campos es expresado
por la ley de Coulomb. Ahora bien, la línea de fuerza es
una línea que se traza uniendo una sucesión de estas fle-
chas en tal forma que, en cualquier punto, la línea tenga
la dirección de la flecha, o sea, del campo eléctrico en ese
punto. Esto es lo que se ha hecho en la figura 9b. Proba-
blemente los lectores han visto ilustrada esta situación, al
esparcir limaduras de hierro cerca de los polos norte y sur
de un imán. Las limaduras de hierro siempre toman la di-
rección del campo magnético; aunque el resultado es del
mismo tipo que el de la figura 9a, los ojos tienden a unir
las líneas, como se muestra en la figura 9b.
Parecería que, en esta forma, las líneas de fuerza sirvie-
ran para ilustrar la dirección, pero no la intensidad del
campo. Sin embargo, resulta que si seguimos esta pauta,
también se determina la variación de la intensidad del
campo. El campo es más intenso en los puntos en donde
las líneas de fuerza se acumulan y es más débil donde éstas
se encuentran más separadas. En otras palabras, la densi-
dad de las líneas de fuerza —o sea, el número de líneas
que cruza una pequeña área de una magnitud dada y co-
locada en ángulo recto a la dirección de las líneas^- es
una medida de la intensidad del campo.
Evidentemente, esta exposición es correcta para el cam-
po de una carga puntual. Analicemos la figura 10. La carga
está en Qj las líneas de fuerza son líneas rectas que emanan
56 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

Figura 9 (a). El campo trazado con flechas,


(b). Líneas de fuerza.

desde Q, puesto que la fuerza en todas partes está en direc-


ción opuesta a Q. Examinemos el haz de líneas de fuerza
que pasa a través del pequeño anillo cuya distancia
de si lo seguimos hasta la distancia necesitare-
mos un anillo de mayor área, A2 para rodearlas. La figura
nos demuestra que los diámetros de los anillos están en
la proporción de en otras palabras, si es dos
veces más grande que entonces el diámetro del anillo
es dos veces más grande que el de El área de un
anillo varía como el cuadrado de su diámetro y, por lo
tanto el área de es cuatro veces mayor que la de lo
que significa que el área ocupada por el mismo haz de lí-
neas de fuerza a la distancia es cuatro veces mayor que
el área que este mismo haz ocupa a la distancia y el
número de líneas de fuerza por unidad de área es cuatro
veces más pequeño. Generalizando, el número de líneas de
fuerza por unidad de área varía, por lo tanto, como el
inverso del cuadrado de la distancia desde Q, o sea, de la
misma manera en que varía la intensidad del campo eléc-
trico según la ley de Coulomb.
No se puede demostrar con la misma facilidad que esta
afirmación no es válida solamente para una carga, sino
que también lo es para cualquier combinación general de
cargas eléctricas; y espero que el lector lo aceptará como
una afirmación de un hecho plausible. Generalmente se
le conoce como teorema de Gauss.
LÍNEAS DE FUERZA 57

Las líneas de fuerza que se tracen en esta forma parti-


rán siempre de una carga positiva y terminarán en una
carga negativa; en el caso de un sistema abierto, que no
esté rodeado por ninguna superficie metálica cerrada, al-
gunas líneas vienen desde una distancia infinita (como
cuando se trata de una sola carga negativa), o se dirigen
a una distancia infinita (como cuando se trata de una sola
carga positiva).

Fácilmente se ve que el número total de líneas de fuerza


que parten desde cualquier carga positiva de magnitud Q,
es Esto resulta así porque si dibujamos una esfera de
radio r alrededor de la carga, el área de su superficie es
El número de líneas de fuerza por unidad de super
ficie debe ser igual a la intensidad del campo eléctrico a
esta distancia de la carga, que es y, por lo tanto, el nú-
mero total debe ser
Hemos visto, pues, que un campo electrostático tiene
dos características importantes. Primero, que puede ser
descrito con líneas de fuerza, tanto en lo que respecta a la
dirección como al sentido y la magnitud. Un campo dé
esta naturaleza se dice que está libre de divergencias. En
el sentido correcto de la palabra, un campo libre de diver-
gencias es aquel en que las líneas de fuerza no empiezan
58 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

ni terminan en ningún lugar. Por lo tanto, debemos agre-


gar que de cualquier carga positiva (o negativa), de mag-
nitud Q deben nacer (o terminar) líneas de fuerza.
Segundo, el campo eléctrico da origen a un campo de
fuerza conservativo. A veces estos campos son denominados
irrotacionales, ya que no se realiza ningún trabajo al
llevar una carga alrededor de cualquier circuito cerrado
y, en consecuencia, la fuerza no tiende a hacer girar en
círculos a los objetos. Un campo irrotacional es un campo
sin circulación.
Ahora bien, el punto importante es que estas dos pro-
posiciones, de que el campo está libre de divergencias y
de que es irrotacional, pueden sustituir completamente a
la ley de Coulomb. Si sabemos de dónde parten las líneas
de fuerza y dónde terminan y conocemos que dan origen
a un campo irrotacional, todo su curso queda determinado
unívocamente.
La figura 11 demuestra cómo es posible encontrar, en la
práctica, distribuciones de carga y campos. Se muestra una
sección entre dos láminas metálicas paralelas, separadas a
una distancia d y mantenidas a diferentes potenciales,
y Dicha disposición es conocida como un condensador.
Para este caso, consideremos el modelo de las líneas de
fuerza. Sólo hay cargas en la lámina superior, que supone-
mos sea la positiva, y cargas negativas en la lámina infe-
rior. Por lo tanto, las líneas de fuerza pasarán desde la
lámina superior a la inferior. Si, como en el caso de esta
figura, el ancho de las láminas es grande comparado con
la distancia, entonces casi todas las líneas partirán desde la
parte inferior de la lámina / e irán hasta la parte superior
de la lámina 2. Su partida desde una lámina y su llegada
a la otra es perpendicular a éstas. Esto es así porque el
potencial en cada lámina debe ser constante y, por lo tan-
to, no debe haber componente del campo eléctrico en la
dirección de la lámina. Por consiguiente, la intensidad del
campo debe estar dirigida en ángulo recto a éstas.
Supongamos ahora que, después de su partida desde la
lámina, las líneas de fuerza tienden a combarse, como ocu-
LÍNEAS DE FUERZA 59

Figura 11. Condensador de láminas paralelas:


(a). Las líneas de fuerza deben ser rectas,
(b). Las líneas de fuerza deben estar uniformemente
espaciadas.

rre en la figura Tomemos dos líneas de fuerza adya-


centes que parten de la lámina desde A y D y que se com-
ban. Entonces, si una carga se moviera desde A hasta B
a lo largo de una línea de fuerza, el campo eléctrico efec-
tuaría un trabajo sobre ella. Al moverla a través de la
otra línea de fuerza, desde B a C, no se realizará trabajo
alguno, porque el movimiento se efectúa en ángulo recto
a la dirección de la línea de fuerza y, por ende, en ángulo
recto a la fuerza eléctrica. La componente del campo en
la dirección del movimiento es, pues, nula. Luego, move-
mos nuestro cuerpo desde C hasta D a lo largo de la se-
gunda línea de fuerza, o sea, en sentido opuesto a la fuerza,
de modo que nuestra carga realiza trabajo contra el cam-
po. Pero la distancia entre las líneas de fuerza que hemos
ilustrado, permanece casi constante, es decir, la intensidad
del campo es constante, pero, como hemos recorrido una
menor distancia en el viaje de regreso, el trabajo perdido
es inferior al trabajo ganado en el viaje de salida. Final-
mente, en el regreso desde D hasta A estamos en un po-
tencial constante, de modo que no se realiza ningún traba-
jo. De ahí que las líneas de fuerza curvas de la figura ná,
necesariamente tendrían circulación.
6θ ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

De esta manera, se pueden descartar otras posibles for-


mas de las líneas y llegamos a la conclusión de que en todas
partes, excepto cerca de los bordes de las láminas, las lí-
neas de fuerza deben ser rectas. Su densidad también debe
ser uniforme, ya que si fueran más densas en un punto
que en otro, como en la figura entonces habría una
circulación a lo largo de la trayectoria cerrada A B C D A.
De lo que se deduce que las líneas de fuerza son rectas
y están igualmente espaciadas. El campo es vertical en
cualquier lugar y tiene la misma magnitud. En tal caso,
el trabajo realizado yendo desde la lámina / a la lámina 2
es Ed, donde E es la intensidad del campo, el cual debe
ser igual a por lo tanto, la intensidad del campo
es
El número de líneas de fuerza por unidad de área, que
comienzan en una lámina, es E y, por lo tanto, la magnitud
de la carga por unidad de área es , o sea - . Éste
es el resultado correcto para la carga por unidad de área,
en la lámina de un condensador. Podría haber sido obte-
nido sin recurrir al concepto de líneas de fuerza y sin
tomar en cuenta las reglas sobre la naturaleza irrotacional
y libre de divergencias del campo, pero para ello se habría
necesitado emplear más matemáticas.

3. Leyes de campo o acción a distancia

He descrito este ejemplo con tanto detalle con el ob-


jeto de demostrar cómo pueden usarse estas características
del campo para describirlo. Pero hay algo más que la con-
veniencia de resolver problemas. Hemos sustituido la ley
de Coulomb por la ley de que el campo está libre de di-
vergencias y es irrotacional, y de que las líneas de fuerza
se originan y terminan en las cargas. Con esto hemos sus-
tituido una ley sobre acción a distancia, por una ley que
se refiere al cambio del campo de uno a otro punto. Al
LEYES DE CAMPO 6l

establecer las leyes básicas de la física, siempre ha existido


la tendencia a rechazar la idea de que la presencia de un
cuerpo en un lugar podría tener una influencia directa
sobre otro cuerpo situado en otra parte. Tomemos como
ilustración sencilla una campanilla mecánica para llamar
en una casa. Tirando de una manilla colocada en la puerta
logramos que la campanilla suene en otro lugar de la casa.
No nos satisface describir esto como una fuerza ejercida
por la manilla sobre la campanilla, hasta no comprender
que ambas están conectadas por un alambre y que la ma-
nilla simplemente ejerce una fuerza sobre dicho alambre.
Cada sección del alambre adquiere una tensión cuando
se tira de ella, y ésta tira de la sección adyacente del
alambre, lo que se repite hasta que el arranque ha sido
transmitido a la campanilla ubicada en el otro extremo.
Las leyes pertinentes de *la física son las leyes de la me-
cánica y de la elasticidad; estas últimas establecen que una
sección de alambre opondrá una gran fuerza a cualquier
intento que se haga para estirarlo. Por lo tanto, las leyes
mecánicas y las de la elasticidad son leyes locales, en lo
concerniente al comportamiento del alambre en cualquier
punto.
La diferencia entre esta situación y una acción real a
distancia, adquiere mucha importancia cuando se trata de
un alambre muy largo, como en el caso del alambre de se-
ñales a lo largo de una vía ferroviaria. Entonces, la peque-
ña extensión del alambre sometida al electo de tensión
que se le aplica es acumulativa y, como resultado, la pa-
lanca de señales en el otro extremo no empieza a moverse
inmediatamente que el guardavía administra la fuerza; de-
bido a su elasticidad, el alambre sólo transmite la acción
a una velocidad finita.
El descubrimiento de la electricidad presentó una situa-
ción diferente, en la que aparentemente, como lo demos-,
traban las leyes de Coulomb, una carga en un punto podía-
ser influida en forma directa por- la presencia de otra
carga en otro lugar. Por lo tanto, es obvio preguntar si no
habría también un mediador que transmitiera esta 'acción.
62 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

Al principio se pensó en un medio mecánico que pudiera


transmitir tales acciones y se le denominó el "éter".
El éter debía tener algunas cualidades muy peculiares
para este propósito. Debía llenar todo el espacio, ya que
las fuerzas eléctricas pueden ser transmitidas desde cual-
quier punto a otro punto del espacio. Igualmente, tenía
que atravesar todo cuerpo material, ya que las acciones
eléctricas también pueden ser transmitidas a través de
todos los cuerpos sólidos que no son conductores de elec-
tricidad. Si hubiera sido un medio elástico que pudiera
transmitir perturbaciones eléctricas, tales como las ten-
siones y los desplazamientos, entonces hubiera tenido que
ser extremadamente rígido para permitir la transmisión
de acciones con gran rapidez y, a la vez, hubiera tenido
que permitir que lo atravesaran cuerpos sólidos, sin que
se produjera ninguna resistencia o fricción.
Semejante éter sería muy distinto a cualquier sustancia
elástica conocida por nosotros. Por lo tanto, era difícil
intentar explicar las fuerzas eléctricas de esa manera, y
hasta se consideró absurdo cuando se reconoció que las
leyes de la elasticidad no son leyes básicas de la naturaleza.
Como veremos en capítulos posteriores, el comportamiento
de los cuerpos elásticos puede entenderse en función de los
átomos que los componen y de las fuerzas entre esos áto-
mos. También veremos que estas fuerzas interatómicas se
deben, en último análisis, a fuerzas eléctricas y, por eso,
si tratáramos de explicar las fuerzas eléctricas en función
de la elasticidad, sencillamente nos meteríamos en un
círculo vicioso.
Pero aun cuando los físicos decidieron abandonar la
idea de un medio mecánico, todavía pudieron conservar
la idea de las leyes locales. Estas leyes atañen al comporta-
miento del campo eléctrico y relacionan el campo en un
punto del espacio con los puntos adyacentes. No podemos
explicar lo que es este campo eléctrico de mejor manera
que los conceptos de masa o de fuerza-. Cada uno repre-
senta algo abstraído de nuestra experiencia y es un con-
cepto que hemos considerado necesario para describir las
ELECTROMAGNETISMO 63

leyes de la naturaleza. La diferencia es que la experiencia


que tenemos sobre la masa y la fuerza es accesible a nues-
tros sentidos, mientras que el concepto de un campo eléc-
trico se deriva de la experiencia del científico cuando in-
vestiga las leyes de la naturaleza. No es sorprendente
que, a primera vista, lo uno parezca más natural y cono-
cido que lo otro.
Hasta ahora sólo nos hemos preocupado de la electros-
tática o magnetostática, o sea de las cargas o imanes en
reposo. En esta etapa, la distinción entre las ecuaciones de
campo y la idea de acción a distancia es sólo cuestión
de elección. Hemos encontrado leyes para el campo eléc-
trico, que son el completo equivalente de la ley de Cou-
lomb, y podemos usar unas u otra. Sin embargo, más
adelante veremos que, al igual que con el ejemplo de en-
viar una señal tirando de un alambre, también en el caso
de la electricidad la acción es transmitida con una velo-
cidad finita, pero muy grande, y para poder explicar esto
debemos usar el concepto de campo.
4. Electromagnetismo
De la etapa de los campos estáticos debemos pasar, pri-
mero, al. examen de las corrientes eléctricas. Ya' hemos
aceptado la posibilidad de una carga eléctrica que se mueva
a.lo largo de un conductor, pero hasta ahora sólo hemos
considerado el resultado final, cuando cesa el flujo de car-
ga. La corriente eléctrica se manifiesta cuando una carga
eléctrica se mueve a lo largo de un conductor y su inten-
sidad se mide por la cantidad que pasa por el conductor
cada segundo. Podemos obtener estas corrientes por cortos
períodos si conectamos, por medio de un alambre, dos
conductores que originalmente estén a potenciales dife-
rentes, por ejemplo, las dos láminas de un condensador
como el mostrado en la figura / / . Pero, como en tal caso
el suministro de carga es limitado, la corriente no durará
mucho tiempo. Se pueden obtener corrientes más estables
de una pila electrolítica o batería, cuyo principio no dis-
cutiremos. Basta señalar que, como resultado de la acción
64 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

química en la batería, ésta tiende a establecer cierta dife-


rencia de potencial entre sus dos terminales.
De esta y de muchas otras maneras, es posible mantener
un flujo estable de electricidad a través de un conductor
durante un período razonable. Se descubre entonces que,
para mantener una corriente estable, se requiere una di-
ferencia estable de potencial entre los extremos del alam-
bre. Existe, pues, un campo eléctrico dentro del alambre
que ejerce una fuerza sobre sus cargas internas. Por lo
tanto, en dicho campo las cargas serán aceleradas continua-
mente y aumentará su velocidad, a no ser que haya alguna
fricción o resistencia que se oponga a su movimiento. To-
dos los metales comunes tienen una resistencia finita, que
siempre se opone al movimiento de las cargas y, por ello,
iepresenta una fuerza no conservativa. En el flujo de elec-
tricidad a través de conductores de resistencia finita, la
energía es convertida en calor, y esto es lo que se aprove-
cha en los calentadores eléctricos y en las lámparas eléc-
tricas de filamento. En la mayoría de las otras aplicaciones
de la electricidad, esta conversión es un mal necesario que
se trata de reducir al mínimo, como se hace con el efecto
de la fricción en las máquinas.
En cuanto experimentamos con corrientes en los con-
ductores, advertimos un nuevo fenómeno, a saber, que
una corriente eléctrica también da origen a un campo
magnético. La observación (colocando la aguja de una brú-
jula cerca de un alambre portador de corriente) muestra
que el campo magnético de una corriente, en un alambre
largo y recto, es como el ilustrado en la figura 12. En este
caso, el alambre se ha colocado perpendicularmente al
plano del dibujo, de modo que el círculo negro de en-
medio representa una sección del alambre. Las líneas de
fuerza son los círculos dibujados alrededor del alambre. La
intensidad del campo decrece inversamente a la distancia
r al alambre. El campo magnético es proporcional a la
intensidad de la corriente en el alambre y podemos expre-
2i
sarlo por H = —, donde i es la intensidad de la corriente
re
ELECTROMAGNETISMO 65
en el alambre (es decir, la cantidad de carga que pasa por
él en una unidad de tiempo) y c es una nueva constante
que puede ser determinada en forma experimental. Esta
constante resulta ser de 30 000 000 000 de centímetros por
segundo. Cuando usamos números tan grandes como éste,
no es conveniente escribir tantos ceros y entonces se usa
la abreviación: , Esto es razonable, ya
que el cuadrado de 10 es 100, o sea, el número con dos
ceros, la tercera potencia de 10 es un y tres ceros y, simi-
larmente, la décima potencia de diez es un seguido de
10 ceros.

Figura i!. Campo magnético alrededor de una corriente.

Evidentemente, este campo magnético ya no es irrota-


cional. Si tomáramos un polo magnético alrededor de uno
de los círculos concéntricos, estaríamos siguiendo una lí-
nea de fuerza, y la fuerza magnética en el polo siempre
estaría en dirección del movimiento, de modo que todo el
tiempo la fuerza realizaría un trabajo sobre el polo. Como
el trabajo es el producto de la fuerza por la distancia,
fácilmente se puede ver que la circulación, en un círculo
de radio alrededor del alambre, es , puesto que la cir-
cunferencia del círculo es Por lo tanto el resultado es
el mismo, independientemente del círculo que se siga y,
en realidad, se puede demostrar que es el mismo aunque
no sigamos un círculo exacto sino cualquier otra trayecto-
66 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

ria que rodee al alambre. La circulación de la fuerza


magnética alrededor de un alambre conductor de corrien-
te es
También se puede demostrar que no hay circulación
si la trayectoria no rodea al alambre, tal como se ilustra
con la línea interrumpida de la figura La razón es que,
en este caso, el polo necesariamente debe recorrer parte
del camino en el sentido del campo y otra parte en con-
tra del campo. Si el sentido del campo y el sentido del tra-
yecto del polo son como lo indican las flechas, el polo reco-
rrerá una mayor distancia en el sentido del campo que en
contra de éste, pero cuando hace el recorrido en contra del
campo, el campo es más intenso en el interior de la curva.
Por lo tanto, para todo el espacio situado fuera del alam-
bre, el campo aún cumple con las leyes simples que hemos
encontrado anteriormente. Está libre de divergencias y
es irrotacional. Sólo en el mismo alambre el campo no es
irrotacional y, en consecuencia, la segunda de nuestras
leyes debe ser modificada.
Podemos resumir en la siguiente forma lo que hemos
aprendido hasta ahora, sobre las leyes de los campos eléc-
trico y magnético: en cualquier lugar donde no existan
cargas ni corrientes eléctricas, los campos eléctrico y mag-
nético son irrotacionales y están libres de divergencias, o
sea, que pueden ser descritos con líneas de fuerza que no
tienen comienzo ni fin y que carecen de circulación. En
una región en donde hay cargas, el campo eléctrico ya no
está libre de divergencias; el número de líneas de fuerza
que parte desde esta región, menos el número de líneas que
entra, es igual a multiplicado por la carga neta en ella,
o sea, la diferencia entre las cargas positiva y negativa.
Cuando hay corriente eléctrica, el campo magnético ya no
es irrotacional. La circulación magnética alrededor de una
trayectoria es igual a multiplicado por la magnitud
de la corriente que pasa a través de la trayectoria.
ELECTROMAGNETISMO 67

Así las leyes son válidas siempre que los campos no cam-
bien con el tiempo. Éste es el caso cuando no tenemos
cargas eléctricas acumulándose, o esparciéndose, en ningún
lugar del espacio, y cuando las corrientes son estacionarias.
Advertimos, en particular, que el campo magnético siem-
pre se conserva libre de divergencias, o sea, que las líneas
de fuerza magnéticas nunca empiezan o terminan en nin-
gún lugar. Forman espiras cerradas o llegan desde una dis-
tancia infinita y se alejan a una distancia infinita. Esto no
sería cierto si existieran realmente polos magnéticos, por-
que en éstos las líneas de fuerza magnéticas tendrían que
tener un punto de partida y un fin. Sin embargo, jamás
hemos visto polos magnéticos libres y, como notaremos
más adelante, todas las características de los imanes (por
ejemplo, los hechos de acero) se pueden explicar en fun-
ción de pequeñas espiras de corriente dentro del acero.
Debemos imaginarnos las líneas de fuerza que parten desde
el polo norte de una barra magnética y que van al polo
sur, cerrándose en el interior del imán al continuar desde
el polo sur al polo norte. La figura muestra las líneas
de fuerza externas de un imán. La figura muestra una
bobina de alambre, por la que corre una corriente que
tiene las mismas líneas de fuerza externas, pero que se
cierran al retornar a través del interior de la bobina. Sin
embargo, no debemos imaginarnos un imán como una
sola corriente, sino más bien como un gran número de es-
piras muy pequeñas de corriente, distribuidas a lo largo
del cuerpo de acero.
El efecto magnético de una corriente es de la mayor im-
portancia práctica, porque significa que una corriente
eléctrica ejerce una fuerza sobre un imán, o sobre una sus-
tancia tal como el hierro, que se magnetiza ante la pre-
sencia de un campo magnético. Esto se utiliza en una gran
cantidad de inventos prácticos y también proporciona el
método más conveniente para medir la intensidad de una
corriente eléctrica.
El dispositivo que se utiliza para medir una corriente
eléctrica de esta manera, se llama galvanómetro. En su
(a) (b)

Figura 13 (a). Imán de barra.


(b). Campo magnético de una bobina.

forma más simple, la corriente pasa a través de una bobina


de alambre, para aumentar su efecto magnético, y una
aguja magnética se suspende como una aguja de brújula
ya sea en el interior o cerca de la bobina. La deflexión de
la aguja mide entonces la intensidad delcampo magnético
y, en consecuencia, de la corriente.
En realidad, es tanto más fácil medir una corriente de
esta manera, en vez de buscar directamente la carga que
ha tenido en determinado tiempo, que muchas veces se
considera este efecto magnético como la definición de la
intensidad de la corriente. Esto condujo a la llamada uni-
dad electromagnética de corriente. Como en la fórmula
para el campo magnético, la corriente aparece en la combi-
nación , algunas veces se ha decidido considerar a
como una cantidad que indica la intensidad de la corrien-
te. En este libro no emplearemos dichas unidades elec-
ELECTROMAGNETISMO 69
tromagnéticas. Solamente las he mencionado, porque los
lectores que tienen conocimientos de electricidad pueden
recordar las leyes basadas en unidades electromagnéticas
y podrían intrigarse ante la aparente diferencia de nues-
tros resultados.
De la ley de la acción y la reacción se desprende que,
si una corriente ejerce una fuerza sobre un imán, éste
también debe ejercer una fuerza sobre la corriente. En
otras palabras, debe haber una fuerza sobre una corriente
expuesta a un campo magnético. Este argumento basta
para determinar la intensidad y la dirección de esta fuerza.
No analizaremos este razonamiento en detalle, sino que
solamente daremos el resultado: la fuerza sobre un alam-
bre de un largo /, por el que corre una corriente de in-
tensidad i, en un campo magnético de intensidad , está
en ángulo recto respecto al campo y también en ángulo
recto respecto a la dirección de la corriente. Su intensidad
es . donde es la componente transversal del
campo magnético, o sea la componente de la intensidad
del campo magnético en la dirección perpendicular al
alambre.

Figura 14. Principio del motor eléctrico.

Esta fuerza sobre un conductor colocado en un campo


magnético, se utiliza en el motor eléctrico. Consideremos,
por ejemplo, el dispositivo esbozado en la figura 14. Un
alambre por el que pasa corriente eléctrica da varias vuel-
tas alrededor de un marco rectangular, el cual tiene li-
bertad para girar alrededor del eje Se ha proporcio-
nado un campo magnético uniforme, que suponemos está
7O ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

en dirección vertical. Entonces, si la corriente está en la


dirección de O a O', la fuerza sobre los alambres en el
borde superior del marco, estará en ángulo recto respecto
al plano del dibujo y, para nuestros propósitos, la supon-
dremos dirigida hacia adelante. En la parte inferior del
marco, la corriente fluye en dirección opuesta y, por lo
tanto, la fuerza empujará hacia atrás. En consecuencia,
el resultado neto es una tendencia a hacer que el marco
gire alrededor del eje OO'. Este movimiento continúa
hasta que el •marco ha girado un ángulo recto y, entonces,
la fuerza ya no ayuda a hacer girar el marco. Si por su
inercia el marco continúa girando, el borde que lleva la
corriente de izquierda a derecha estaría debajo de la otra
arista y, ahora, la fuerza trataría de hacer girar el marco
en sentido opuesto. Por esta razón, el motor cuenta con
un dispositivo conocido como conmutador. Éste es un sis-
tema de cambiar los contactos, por medio de los cuales se
invierte el sentido de la corriente cuando el marco pasa
por la posición horizontal. Cuando el marco está nueva-
mente en posición vertical, la corriente fluye otra vez de
izquierda a derecha en el borde superior de éste y la
fuerza sigue teniendo acceso en la misma dirección. El
campo magnético necesario para el funcionamiento del
motor puede obtenerse ya sea por medio de un imán per-
manente o con una bobina fija por la que pase una corrien-
te eléctrica.
En la práctica, un motor no está compuesto de una sola
bobina rotatoria, sino de muchas de ellas, y está provisto
de un núcleo de hierro que aumenta los efectos mag-
néticos.

5. Inducción. Generadores y transformadores

De las ilustraciones prácticas, regresamos a las leyes bá-


sicas. Cuando se trata de campos o corrientes inestables,
aparecen nuevos fenómenos que cambian con el tiempo,
ya sea porque la fuente de suministro de corriente eléc-
trica sufra alteraciones, o por algún movimiento del imán
INDUCCIÓN 71

o del alambre por el que pasa una corriente.- Faraday


descubrió el hecho más importante que ocurre entonces.
Si se coloca una espira de alambre en un campo magné-
tico, una corriente circulará alrededor de la espira, cuando
el campo magnético cambie con el tiempo o cuando la
espira del alambre se mueva. Habíamos visto que, para
que se origine el flujo de una corriente por el alambre, o
sea para mover las cargas eléctricas contenidas en él, debe
existir un campo eléctrico a lo largo del alambre. La ob-
servación muestra que, en el caso de una espira de alambre
circular, la intensidad del campo eléctrico es el producto
de por la rapidez de cambio del flujo magnético
o sea la rapidez de cambio del número de líneas de fuerza
magnética que pasan a través de la espira. Este resultado
es correcto cuando la espira está en reposo y el campo
magnético es el que cambia, debido quizás al movimiento
de un imán cercano o porque estemos suministrando o in-
terrumpiendo la corriente en la bobina inmediata. Tam-
bién es correcto este resultado cuando la espira de alam-
bre se mueve en un campo estacionario.
El segundo caso es de especial importancia para el gene-
rador eléctrico, cuya construcción es semejante a la del
motor eléctrico de la figura 14. Si una fuerza exterior
hace girar a la bobina rectangular de la figura 14 alrededor
del eje, el número de líneas de fuerza magnética que pasa
a través de ella variará continuamente. La cantidad será
mayor cuando el marco esté en posición horizontal y ba-
jará a cero cuando esté en posición vertical. Cuando vuelva
a la posición horizontal, pero orientado en sentido opues-
to, las líneas de fuerza magnética pasarán por la espira
de alambre en sentido opuesto. Por consiguiente, el
número total de líneas de fuerza, o flujo, que pasa por él,
varía desde un máximo positivo para una posición hori-
zontal, hasta una cantidad igual y opuesta para la otra po-
sición horizontal, repitiéndose esto nuevamente. Su rapi-
dez de cambio es mayor en las posiciones verticales y el
contacto móvil del conmutador conectará la bobina con
72 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

el circuito externo, precisamente cuando casi esté en la


posición vertical. Por lo tanto, la bobina giratoria suminis-
trará una pulsación que siempre impulsará la corriente
a través del circuito externo en el mismo sentido. Si se
conectan muchas bobinas en ángulos diferentes, siempre
habrá una que en un instante dado actúe en el sentido
correcto.
Sin embargo, con el objeto de obtener una exposición
simple de las leyes fundamentales, nos interesa más el caso
en que la espira de alambre está ubicada en un campo
magnético variable. Vemos entonces que el campo eléctrico
que impulsa la corriente alrededor de la espira, es de di-
ferente naturaleza a cualquier campo eléctrico que haya-
mos encontrado anteriormente; ya que antes el campo eléc-
trico era irrotacional, es decir, que no se realizaba ningún
trabajo sobre una carga que recorre una espira cerrada
en el campo. Ya hemos visto que el campo siempre actúa
en el mismo sentido alrededor de la espira y, entonces, el
trabajo realizado sobre una carga es igual a la distancia
cubierta alrededor de la espira —o sea la circunferencia
del círculo— multiplicada por la intensidad del cam-
po eléctrico en cada punto; lo cual da por resultado el pro-
ducto de por la rapidez de cambio del flujo magnético.

Esta conclusión es independiente de la forma de la es-


pira y, entonces, podemos explicar el fenómeno de la in-
ducción electromagnética, modificando nuestra ley anterior
sobre el campo eléctrico de la siguiente manera: el campo
eléctrico es irrotacional cuando no existen campos magné-
ticos variables; de otro modo, su circulación alrededor de
una espira es igual al producto de por la rapidez de cam-
bio del flujo magnético a través de la espira.
En muchas aplicaciones prácticas de importancia, tam-
bién se explota el efecto eléctrico de un campo magné-
tico variable. Una de ellas es el transformador, cuyo prin-
cipio se ilustra en la figura Se colocan dos bobinas de
INDUCCIÓN 73

alambre A y B, tan cerca una de la otra que las líneas


de fuerza magnéticas producidas por A (o, por lo menos,
algunas de esas líneas) pasen a través de la bobina B. Una
corriente pasa a través de A desde y se hace que
su sentido se invierta pasando por un ciclo completo n
veces por segundo. (Por lo general, la frecuencia n para
la corriente que proviene de las terminales eléctricas es
de 50 ó 60 ciclos por segundos). Cuando esta corriente
cambia de sentido, el campo magnético que produce tam-
bién varía y, por consiguiente, el flujo que pasa a través
de la bobina B. Esto, como lo hemos visto, da origen a un
campo eléctrico a lo largo de la bobina B, que también
cambia de sentido n veces por segundo y que causará el
flujo de una corriente si las terminales están co-
nectadas por medio de un circuito que, por lo general,
también podrá incluir una resistencia.
La corriente que pasa a través del circuito externo es
igual a la que resultaría si se aplicara a las terminales
una diferencia oscilante de potencial, cuya mag-
nitud nuevamente es dada por el campo eléctrico a lo
largo de la bobina, multiplicado por la longitud total
del alambre en la bobina. Es por esto que, a veces, nos
referimos a la diferencia de potencial o voltaje generado
por el transformador; pero este término se debe usar con
cuidado, puesto que hemos visto que la idea de potencial
sólo se puede aplicar a un campo eléctrico irrotacional. En
realidad, los estudios elementales sobre la electricidad, que
empiezan con el concepto de potencial, pueden confundir
al estudiante cuando se pregunta cómo varía el potencial
a lo largo de un circuito que incluye una bobina de trans-
formador o un generador eléctrico. Para evitar esta difi-
cultad, se usa el término de fuerza electromotriz para desig-
nar el producto del campo eléctrico por el largo del
alambre o, lo que es lo mismo, la diferencia de potencial
equivalente que tendríamos que aplicar a las terminales
para obtener la misma corriente en el circuito
externo.
Si se especifican la corriente y la forma de la bobina
74 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

primaria A y, por ende, su campo magnético y la rapidez


en que varía, entonces la fuerza electromotriz en la bo-
bina secundaria B es proporcional al número de vueltas
en ésta. Si hacemos un gran número de vueltas en la bo-
bina secundaria, podemos obtener una elevada fuerza elec-
tromotriz; pero, entonces, sólo podemos tomar una co-
rriente muy débil del circuito secundario, porque si ésta
fuera muy potente produciría, al fluir a través de muchas
vueltas, un campo magnético de gran intensidad que reac-
cionaría sobre la bobina primaria A. Por lo tanto, los
transformadores se usan para obtener, de una corriente
alterna dada en otro circuito, una corriente que es mucho
más débil pero que tiene un voltaje equivalente muy su-
perior, lo que le permite fluir con más facilidad a través

Figura 15. Principio del transformador.


INDUCCIÓN 75
de altas resistencias. Si, a la inversa, se hacen menos vueltas
en la bobina secundaria B que en la primaria, se puede
utilizar el transformador para hacer fluir una corriente
cuya intensidad es muy superior a la corriente máxima
que podríamos obtener del circuito primario.
El mismo fenómeno de la inducción también puede
tener importancia cuando se trata de una sola bobina. En
la figura 16 tenemos un circuito formado al conectar la
bobina C en las terminales de la batería B, por medio de
un interruptor S. Si el interruptor está cerrado, a través
de la bobina fluirá una corriente, produciendo un campo
magnético cuyas líneas de fuerza son como las trazadas
en la figura 13b. Por lo tanto, pasarán a través de las
espiras de la bobina. Si se interrumpe el circuito abriendo
el interruptor, cesa de fluir la corriente y el campo magné-
tico desaparecerá. De aquí que el flujo a través de la bobina
C varíe sustancialmente en un corto tiempo y, por ende,
la ley de la inducción requiere un campo eléctrico de gran
intensidad a lo largo del alambre de la bobina. Esto pro-
duce una intensa fuerza electromotriz, generalmente sufi-
ciente para causar el flujo de carga a través del aire de la
abertura del interruptor S, que produce una chispa visible.
La inducción de las fuerzas eléctricas en una bobina, de-
bida al campo magnético de la corriente en la misma
bobina, se conoce como autoinductancia. Para obtener la
chispa de la ignición en los tipos más comunes de motores
para automóviles, se usa un circuito muy parecido a la
figura IJ6.
Hay otra forma instructiva de enfocar la situación. Como
veremos más adelante, tanto el campo eléctrico como el
magnético almacenan energía, y una bobina como la de

Figura 16. Autoinductancia.


76 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

la figura 16, que produce un intenso campo magnético,


contiene una gran cantidad de energía magnética cuando
fluye la corriente. Según la ley de conservación de la ener-
gía, la energía almacenada solamente puede ser destruida
cuando se transforma en otros tipos de energía. Cuando
interrumpimos el circuito, debe realizarse trabajo en otra
parte del sistema. La chispa visible indica claramente dón-
de se realiza el trabajo; la luz de la chispa indica que
alguna parte del aire se ha calentado mucho, y se puede
resumir el proceso diciendo que hemos convertido en
calor la energía magnética de la bobina. Por consiguiente,
la energía magnética de dicha bobina provoca una tenden-
cia a que la corriente continúe, justamente como la ener-
gía cinética de un gran volante hace que éste tenga una
poderosa tendencia a seguir girando.

6. Integración de las leyes

Volvemos ahora a nuestra descripción de las leyes fun-


damentales. Tal como están hasta aquí, son adecuadas para
tratar cualquier problema de los que enfrenta corriente-
mente el ingeniero electricista, siempre que no tenga rela-
ción con frecuencias demasiado altas. Pueden describir en
forma adecuada lo que pasa en circuitos eléctricos corrien-
tes, digamos en la frecuencia de los aparatos terminales,
generadores, motores, transformadores, etc. Sin embargo,
Clerk Maxwell, quien formuló estas leyes en forma clara
y completa, descubrió que no son del todo consistentes
tal y como han sido expresadas hasta ahora, y que es po-
sible deducir predicciones contradictorias de ellas. Para
demostrar esto, consideremos la situación ilustrada en
la figura 17. Suponemos que una corriente alterna fluye
a lo largo del alambre recto AB: cuando la corriente fluye
desde A hasta B, lleva carga de izquierda a derecha. Te-
nemos, por lo tanto, acumulación de carga positiva en B
y de carga negativa en A. Esto no puede continuar inde-
finidamente porque la carga dará origen a un campo eléc-
trico que tratará de invertir la corriente, pero podemos
imaginarnos que la corriente fluye en este sentido por
corto tiempo, luego cambia de sentido y sigue alternando
de esta manera. Por el momento, no tenemos que consi-
derar exactamente cómo se produce esta corriente alterna.

Figura 17 (a). Corriente alterna en un alambre.


(b). Una aparente contradicción.

Ahora consideremos el campo magnético producido por


esta corriente, según nuestras leyes actuales, esperamos en-
contrar un campo magnético cuyas líneas de fuerza son
circuios alrededor del eje del alambre. En realidad, ima-
ginémonos una espira trazada en el espacio como
entonces debe de haber una fuerza magnética actuando
alrededor de esta espira, ya que una corriente eléctrica
pasa a través del plano de la espira. No estamos tan se-
guros de lo que sucede en el caso de la espira porque
un plano a través de esta espira pasa justamente por la ter-
minal B del alambre, o sea el punto donde cesa la corrien-
te. Pero si consideramos la espira no hay corriente a
través de ella y, por lo tanto, no debemos esperar que
haya una fuerza magnética a su alrededor. Por consi-
guiente, de la expresión actual de las leyes llegaríamos
a la conclusión de que debe de haber una fuerza magné-
tica actuando alrededor de la espira pero no así alre-
dedor de la espira Sin embargo, esto no es permisible,
y para comprobarlo examinemos la figura iηb, que mues­
tra las espiras aumentadas. Podemos imaginarnos
una espira cerrada en el espacio aluda y podemos1 pregun-
78 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

tamos cuál es la circulación magnética alrededor de esta


espira. Cuando movemos un polo desde a hasta b, una
fuerza magnética actúa sobre él. No se realiza ningún
trabajo entre b y c, o entre d y a, porque aquí el movi-
miento es en dirección paralela al alambre, y las líneas
de fuerza magnética del campo causadas por la corriente
siempre están en planos perpendiculares al alambre. Por
último, no se realiza trabajo alguno entre c y d porque
aquí estamos siguiendo la espira L3, a lo largo de la cual
no esperamos encontrar una fuerza magnética. Llegamos,
pues, a la conclusión de que hay una circulación alrede-
dor de la pequeña espira abcda, pero esto contradice
nuestra ley para el campo magnético, ya que a través de
esta espira no pasa corriente alguna. Este argumento de-
muestra que nuestras leyes fundamentales aún carecen
de algo. Maxwell hizo ver que la única manera de evitar
esta contradicción era suponiendo que hay una circula-
ción magnética no sólo cuando existe una corriente eléc-
trica, sino también cuando hay un campo eléctrico
variable.
Esto suprime la discrepancia porque en la disposición
de la figura 17 tenemos, en cualquier instante, una carga
en A y una carga opuesta e igual en B. Digamos, para los
fines de la argumentación, que en B la carga es positiva.
Entonces las líneas de fuerza irán desde B hasta A en la
forma ilustrada en la figura gb; algunas de ellas irán ha-
cia el exterior a través de la espira L3, y otras regresarán
a través de la espira Lx. Ahora bien, cuando la corriente
es mayor, mayor es la rapidez con que se acumula la carga
en la terminal del alambre y por consiguiente la rapidez
de cambio de las cargas; de aquí que el campo eléctrico
resulte de la corriente. Si un flujo eléctrico variable causa
una circulación en el campo magnético, entonces la cir-
culación magnética alrededor de la espira L3 ya no es
cero, la de alrededor de la espira hx disminuye, y también
hay una fuerza magnética alrededor de la espira abcda.
Para que todo esto sea correcto, debe postularse que la
circulación magnética alrededor de cualquier espira es
INTEGRACIÓN DE LAS LEYES 79

igual a la suma de dos partes, siendo la primera parte,


como antes, igual a multiplicado por la corriente to-

tal a través de la espira, y la segunda parte por la ra-


pidez de cambio del flujo eléctrico, o sea, del número de
líneas de fuerza eléctrica que pasan a través de la espira.
No daremos el razonamiento cuantitativo, que demues-
tra que este término solamente corrige la discrepancia, ni
haremos ver que, si incluimos este término en nuestras
leyes, ahora éstas siempre son consecuentes.
Al discutid la afirmación de que un flujo eléctrico va-
riable produce el mismo efecto magnético que una corrien-
te, Maxwell usó el término corriente de desplazamiento,
lo que implica que una clase de corriente que no trans-
mite carga alguna fluye en el espacio vacío dondequiera
que el campo cambia con el tiempo. Esta idea pertenece
a un concepto del campo electromagnético que ya está
en desuso, y no la emplearemos.
Estamos, pues, en condiciones de establecer las ieyes
completas del campo electromagnético en la siguiente for-
ma: El campo magnético siempre está libre de divergen-
cias. El campo eléctrico está libre de divergencias siempre
que no haya cargas, y el número de líneas de fuerza que
empiezan en un volumen específico menos el número de
líneas que terminan en él es dado por la carga neta en
dicho volumen. El campo eléctrico es irrotacional, excepto
cuando hay campos magnéticos variables. La circulación
alrededor de una espira es igual a multiplicado por la
rapidez de cambio del flujo magnético alrededor de la es-
pira. El campo magnético es irrotacional, excepto cuando
hay corrientes o campos eléctricos variables. La circulación

alrededor de una espira es - multiplicado por la corrien-

te que pasa a través de la espira, menos multiplicado


8θ ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

por la rapidez de cambio del flujo eléctrico que pasa a


través de ésta.
La nueva parte que hemos agregado a las leyes no tiene
importancia siempre que se trate de frecuencias bajas y de
sistemas de tamaño moderado, porque para las intensida-
des del campo eléctrico que normalmente nos interesan y
para su rapidez de cambio usual, el cambio de flujo eléc-
trico es tan pequeño en la práctica que la intensidad del
campo magnético a que da origen es insignificante.
Sin embargo, esto es diferente para frecuencias altas, y es
posible entender lo que sucede entonces si retrocedemos a
la figura ija. Ya hemos visto que el campo magnético debe
extenderse ahora más allá de las terminales del alambre,
porque debe de haber una fuerza magnética alrededor de
la espira Por supuesto que ésta es una fuerza magné-
tica alterna, ya que, en nuestro ejemplo, tanto la corriente
como todo lo que contiene cambia de sentido muchas ve-
ces en cada segundo. Por lo tanto, a lo largo de la espira
hay un campo magnético variable, el que a su vez, y
de acuerdo con la ley de inducción, da origen a un campo
eléctrico. Por ejemplo, si examinamos la pequeña espira
circular de la figura lηb, vemos que ahora rodea una
línea a lo largo de la cual el flujo magnético cambia, y
encontramos que un campo eléctrico actúa alrededor de
ella. Siguiendo las líneas de fuerza electromagnéticas, des-
cubrimos que esta fuerza eléctrica a lo largo de la espira
no puede deberse completamente a las líneas de fuerza
eléctrica que conectan A con B. Debe de haber líneas de
fuerza adicionales, y como sólo hay cargas en A y en B,
aquéllas deben de ser espiras cerradas.
Por esta razón, el campo eléctrico se extiende más allá
de la espira magnética y según nuestra nueva ley, el
campo eléctrico variable debe de producir campos magné-
ticos más allá de las terminales del alambre. De acuerdo
con la ley de inducción, éstos, a su vez, producen campos
eléctricos; y como resultado vemos que los campos eléctri-
cos y magnéticos se extienden en el espacio más allá de
lo que lo harían en el caso estático. Con nuestros toscos
ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS 8l

métodos, que evitan la descripción matemática, no pode-


mos determinar fácilmente la forma que tomarán los cam-
pos, pero con un tratamiento matemático completo se llega
al resultado de que son ondas. Por lo menos podemos com-
probar que dichas ondas concuerdan con nuestras leyes
fundamentales, o sea con las ecuaciones de Maxwell.

7. Ondas electromagnéticas

La figura 18 ilustra una onda típica. La onda se mueve


en la dirección de OX y el campo eléctrico es el mismo en
cualquier instante, o sea que tiene la misma dirección y
magnitud en cada plano en ángulo recto a esta línea. En
otras palabras, si elegimos cualquier punto en la línea OX,
el campo eléctrico en ese punto es igual que en cualquier
punto que esté encima, delante o detrás de aquél, y lo
mismo rige para el campo magnético. Por lo tanto, sólo
necesitamos indicar cómo varían los campos eléctrico y
magnético a lo largo de esta línea, lo cual se ha hecho
trazando flechas para indicar el campo en determinado
instante. Tal y como se muestra, el campo eléctrico siem-
pre es vertical, pero ascendente en algunos puntos y des-
cendente en otros. El campo magnético está en ángulos
rectos, tanto del campo eléctrico como de la dirección del
recorrido; a veces hacia adelante y otras veces hacia atrás.
A medida que pasa el tiempo, todo el esquema viaja en
el sentido de O a X.
Fijemos ahora nuestra atención en algún punto P y con-
sideremos una pequeña espira rectangular de altura l cerca
de este punto, como lo ilustra la figura ifla. Ahora hay
una fuerza eléctrica que actúa alrededor de esta espira en
el sentido de las manecillas del reloj, porque el campo
eléctrico que actúa en forma ascendente a lo largo del bor-
de izquierdo es más intenso que el del borde derecho y no
hay campos eléctricos horizontales en los otros bordes. De
aquí que si levantamos una carga desde a hasta b, se realiza
un trabajo que no queda totalmente cancelado por el
trabajo negativo que se efectúa al regresar la carga desde
02 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

c hasta d. Este resultado concuerda con las leyes básicas,


•porque a través de esta espira también pasa un flujo mag-
nético creciente, ya que el sentido del campo magnético
parte desde la parte posterior del dibujo a la anterior y su
intensidad aumenta con el tiempo a medida que todo el
esquema se desplaza hacia la derecha. En un punto tal
como Q el flujo magnético disminuye, ya que este punto
casi ha sido alcanzado por el nodo en que se desvanece
el campo magnético, pero también en este caso el campo
eléctrico aumenta de izquierda a derecha, y así la fuerza
eléctrica alrededor de una espira similar tiene el sentido
contrario al de las manecillas del reloj. Si dibujamos pe-
queños rectángulos horizontales, también podemos verifi-
car que la fuerza magnética alrededor de una espira ce-
rrada concuerda con la rapidez de cambio del flujo eléc-
trico a través de la espira, tal y como debiera ser. Vemos,
pues, que dicha onda tiene, cualitativamente, la forma co-
rrecta que concuerda con nuestras leyes. Sin embargo, la
concordancia sólo será correcta cuantitativamente si la ve-
locidad a que viaja la onda es correcta.

Figura 18. Onda electromagnética:


(a). Cerca del punto P.
(b). Desde A hasta B.
ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS 83

Para comprobar esto introducimos la longitud de onda


después de la cual la forma de la onda se repite comple-
tamente. Esto significa la distancia desde A hasta C. Con-
sideremos ahora una espira rectangular vertical cuyo largo
es la mitad de la longitud de onda, o sea que se extiende
desde A hasta B; su altura es nuevamente Entonces la
circulación eléctrica alrededor de dicha espira es 2EI, don-
de E es la intensidad máxima del campo eléctrico, ya que
el trabajo sobre una carga eléctrica unitaria es El ascen-
diendo por el borde izquierdo y nuevamente El descen-
diendo por el lado derecho de la espira. Esto debe ser
igual a multiplicado por la rapidez de cambio del flujo
magnético a través de la espira. Este flujo magnético es
cero en el instante considerado, ya que corre hacia ade-
lante a través de la mitad de la espira y hacia atrás a través
de la otra mitad. Sin embargo, estará variando. Por
ejemplo, en un instante de tiempo anterior al indi-
cado, donde t es el tiempo de recorrido de una longitud
de onda, los puntos A y B fueron dos nodos del campo
magnético y, por consiguiente, el campó magnético común
entre el campo magnético medio entre dos
nodos. En aquel instante el flujo a través de nuestra espira
fue, pues multiplicado por la sección de la espira,
Por otra parte, en un instante posterior
al considerado, A y B nuevamente son nodos, pero el cam-
po magnético tiene el sentido opuesto. En consecuencia,
podemos decir que en un intervalo de tiempo de dura-
ción el flujo a través de la espira ha variado en
y, por lo tanto, el promedio de su rapidez de cambio du-
rante este intervalo de tiempo es
No nos preocupa el promedio de la rapidez de cambio
durante dicho intervalo de tiempo, sino la máxima rapidez
de cambio, porque el instante para el cual hemos trazado
la onda es el instante en que es mayor el cambio de flujo
a través de la espira. La variación, con el tiempo, de esta
84 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

rapidez de cambio tiene el mismo esquema que el campo


magnético, y por consiguiente obtenemos la máxima rapi-
dez de cambio si para nuestra ecuación tomamos el campo
máximo H en vez del campo medio Por lo tanto,
igualando la fuerza eléctrica alrededor de la espira a
por la rapidez de cambio del flujo magnético, encontramos
que el resultado e¡
Habíamos definido como el tiempo durante el cual la
onda recorre una longitud de onda por consiguiente,
es la velocidad v de la onda. Tenemos, pues,
En la misma forma podemos aplicar la otra ley, que
relaciona la circulación magnética alrededor de una espira
con el cambio de flujo eléctrico, y el resultado es
En otras palabras, de acuerdo con una de las leyes, E y H
están en la misma proporción de de acuerdo con la
otra ley, están en la proporción de Claramente se ve
que esto sólo es posible si son iguales.
Así hemos llegado al resultado de que en una onda
electromagnética las intensidades de los campos eléctrico
y magnético son iguales, que están dirigidas en ángulos
rectos entre sí y en ángulos rectos a la dirección de pro-
pagación y que la onda viaja con la velocidad c.
Poco después de que Maxwell obtuvo estas conclusiones
de las leyes del campo electromagnético, H. Hertz con-
firmó con experimentos la existencia de dichas ondas, lo-
grando en esta forma que se confiara en las deducciones
de Maxwell. Estas ondas electromagnéticas se utilizan como
ondas de radio para transmitir señales, voces e imágenes.
Nuestra primitiva figura 77 describe el principio de la más
sencilla antena de radio. En la práctica se le debe agregar
algún dispositivo para que realmente origine el flujo de
corriente eléctrica de alta frecuencia a lo largo del alambre.
Nuestro argumento también demuestra que las ondas
ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS 85

electromagnéticas son ondas transversales, es decir, que


los campos eléctrico y magnético deben estar en ángulos
rectos a la dirección del recorrido. Si tratáramos de modi-
ficar nuestra figura colocando a uno o a ambos campos en
forma paralela a la dirección OX, no lograríamos que
concordaran con las leyes básicas.
Si consideramos tal onda transversal, podemos averiguar
su estado de polarización. Por ejemplo, en las ondas
que se ven en la figura 18 el campo eléctrico siempre está
en una dirección vertical. En la misma forma podríamos
haber considerado una onda que viajara a lo largo de OX,
pero con un campo eléctrico horizontal y con su campo
magnético en la dirección vertical. Éstos son distinguibles.
Por ejemplo, un receptor de radio con antenas recta y
vertical reaccionaría a una de ellas, pero no a la otra. Se
obtiene otra posible forma de onda combinando dos ondas
de la misma longitud de onda y de la misma dirección de
propagación, una con campo eléctrico vertical y la otra
con campo eléctrico horizontal, sucediéndose en tal forma
que los nodos de una sigan en un cuarto de longitud de
onda detrás de los de la otra. Consideremos entonces un
punto tal como A en la figura 18, en el cual, en ese ins-
tante, una de las ondas tiene el campo • eléctrico hacia
arriba. Cuando esta onda haya recorrido un cuarto dé lon-
gitud de onda, su campo eléctrico en dicho punto habrá
disminuido a cero, pero para entonces el de la Otra onda
habrá alcanzado su máximo y, digamos, apuntará hacia
adelante. El nodo de la onda horizontal habrá llegado
después de otro cuarto de onda, y en este punto no ha-
brá componente horizontal alguna al campo eléctrico, pero
para entonces la primera onda contribuye con un campo
eléctrico en dirección hacia abajo y así sucesivamente. Sé
puede demostrar que en dicho caso el campo eléctrico
siempre es de magnitud constante, pero su dirección gira
con velocidad constante alrededor del eje de propagación,
moviéndose desde Ja posición vertical, pasando por la de-
lantera y luego hacia abajo, y así sucesivamente.
Esto es lo que llamamos una onda con polarización
86 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

circular dextrógira. En una onda levógira, el campo eléc-


trico gira en el sentido opuesto. Así como podemos ob-
tener una onda de polarización circular combinando dos
ondas de polarización plana, como en la figura 18, a la
inversa podemos construir una onda polarizada plana com-
binando en forma adecuada dos ondas de polarización cir-
cular opuesta.

8. Energía de campo

Un último comentario sobre las leyes electromagnéticas


tiene relación con el problema de la energía. Considere-
mos dos cargas eléctricas a una distancia finita entre sí.
Tales cargas se rechazan y, por lo tanto, al reunirías tra-
yéndolas desde largas distancias, hemos realizado un tra-
bajo contra esta fuerza repulsiva. Podemos recuperar este
trabajo permitiendo que las cargas se separen nuevamente.
Como en todos los problemas mecánicos, pensamos que
esta energía recuperable está almacenada en la forma de
energía potencial. Siempre que sólo se trate de dicho pro-
blema estático, no importa si suponemos que esta energía
potencial está almacenada en las cargas mismas o distri-
buida a lo largo del campo, pero el aspecto cambia cuando
se trata de fenómenos ondulatorios, puesto que las ondas
pueden transmitir energía desde un transmisor de radio a
un receptor. Como su velocidad es limitada, el transmisor
agota la energía antes de que llegue al receptor y, para
conservarla, tiene que haber estado mientras tanto en al-
gún otro lugar. Sólo puede haber estado en la onda que
viaja desde el transmisor hasta el receptor y, por lo tanto,
debemos pensar que la energía reside en el campo. Pode-
mos determinar la cantidad de energía de campo calculan-
do cuánta energía fue agotada por las cargas y corrientes
que originaron el campo, y dar tolerancia para cualquier
trabajo que el campo pueda haber realizado sobre otras
cargas o corrientes.
No llevaremos adelante este argumento en forma cuan-
ENERGÍA DE CAMPO 87

titativamente detallada, sino que enunciaremos el resul-


tado, el cual es que la densidad de energía, o sea, la energía
por volumen unitario, es igual a
Puede verse que ésta es una fórmula razonable para la
energía si se aplica al ejemplo particular de un condensa-
dor de láminas (figura n). Habíamos notado que en este
caso el campo eléctrico entre las láminas es uniforme y de
magnitud . El volumen del espacio entre las
láminas es dA, donde A es el área de una lámina, y por
consiguiente la energía total, que es la energía por volu-
men unitario, multiplicada por el volumen, es
También habíamos visto que la carga por unidad de área
es y por ende la carga total es
Nuestra expresión de la energía implica, pues, que la
energía total es A primera vista se podría
pensar que la energía debiera ser el doble de esta cantidad
porque podemos imaginarnos el estado final del condensa-
dor, al que se llega empezando con las láminas en posición
neutra y luego moviendo la carga desde una lámina a la
otra. Como la energía que se requiere para esto es la can-
tidad de carga por la diferencia de potencial, la energía pa-
recería ser Sin embargo, debemos recordar que
cuando las láminas no tienen carga tampoco tienen dife-
rencia de potencial y, en consecuencia, si movemos las car-
gas gradualmente, empezamos moviendo carga contra di-
ferencia de potencial cero, y la diferencia de potencial
crece de la nada a la cantidad de La diferencia
promedio de potencial contra la cual trabajamos es, pues,
precisamente y esto demuestra que nuestra
expresión de la energía es correcta.
En nuestra discusión sobre la auto-inducción aclaramos
que cualquier campo magnético debe estar asociado en
igual forma con una densidad de energía.
88 ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO

Los lectores que tengan alguna experiencia en electri-


cidad y magnetismo quizás se sorprendan de que en todo
este capítulo sobre el electromagnetismo no hayamos men-
cionado el concepto de constante dieléctrica y permeabili-
dad magnética, o sea la inducción eléctrica D y la induc-
ción magnética B. La razón de ello es que no aparecen en
las leyes fundamentales y solamente se necesitan para des-
cribir el comportamiento de objetos materiales en campos
eléctricos y magnéticos. En principio, este comportamiento
puede explicarse ahora en términos de su estructura ató-
mica y, desde este punto de vista, estos conceptos son sim-
plemente construcciones matemáticas convenientes que
ayudan a describir cómo reaccionan los sistemas que con-
tienen grandes cantidades de átomos ante un campo eléc-
trico o magnético. Son consecuencias de las leyes básicas
de la física y no parte de ellas.
IV
LUZ

1. Espectro. Interferencia. Ondas

Newton, quien creó las bases de la ciencia de la mecánica,


también tenía gran interés en las propiedades de la luz.
Entre otras- cosas, estudió el fenómeno del espectro, o sea
la banda de color que se obtiene cuando un angosto rayo
de luz blanca pasa a través de un pedazo de vidrio o de
algún otro objeto transparente cuyas superficies no son
paralelas. El mejor ejemplo de esto es el arco-iris, que se
lorma cuando la luz del sol pasa a través de gotas de lluvia
en el aire. La manera más común de observar este fenó-
meno en el laboratorio es utilizando un prisma, o sea un
pedazo de vidrio con una sección triangular según se ilustra
en la figura 20.
En ambos casos vemos, en vez de una luz blanca, una
banda con "todos los colores del arco-iris", empezando con
el rojo en un extremo y variando desde los colores na-
ranja, amarillo y verde hasta el azul y finalmente el violeta.

Figura 19. Refracción:


89
go LUZ

Nevvton reconoció que esto significa que la luz blanca


es, en realidad, una mezcla de todos estos colores, y que
la gota de agua o el prisma es simplemente un medio de
separar los diferentes colores.
Esto se debe al fenómeno de la refracción, es decir, al
hecho de que cuando la luz pasa oblicuamente a través
de una superficie que separa a dos diferentes sustancias
transparentes, como el vidrio y el aire o el agua y el aire
que hemos puesto como ejemplos, el rayo de luz se desvía
y cambia de dirección. Esto se puede demostrar más fácil-
mente si se observa que una vara colocada con un extremo
en el agua y que no está en posición perpendicular a la
superficie del agua, parece estar doblada allí donde entra
en el agua (véase la figura 19). El espectro aparece por-
que los rayos de luz de diferentes colores en la luz blanca
se refractan en distintos ángulos. Esto está ilustrado en
la figura 20, donde las líneas interrumpidas indican la tra-
yectoria de la luz roja y las líneas continuas la de la luz
violeta.

Figura 20. Prisma.

No explicaremos aquí lo que es la refracción, puesto


que esto tiene que ver con la estructura atómica de la
sustancia transparente, pero es importante comprender que
podemos encontrar leyes simples para la luz sólo si obser-
vamos una luz de color puro, no una luz blanca corriente.
Esto se puede lograr, por ejemplo, haciendo que la luz
pase a través de un prisma (figura 20) y luego intercep-
tando su curso con una rendija angosta que solamente per-
mita el paso de un intervalo angosto del espectro, de color
particular. Dicha luz de color puro es conocida como luz
ESPECTRO, INTERFERENCIA, ONDAS gi

monocromática, y el dispositivo que logra separar un color


puro de la luz blanca corriente se llama monocromador.
Una manera más sencilla de obtener luz de color puro
consiste en utilizar una fuente de suministro directo de
dicha luz. Para este propósito podemos recurrir a una
llama de gas que no dé mucha luz, como la llama azulada
del gas de una estufa corriente, y colocar en ella una sus-
tancia que contenga sodio, por ejemplo sal corriente. Esto
produce una luz amarilla brillante, que resulta ser prácti-
camente monocromática. También se obtiene la misma
clase de luz de los tubos de descarga eléctrica que contie-
nen sodio y que a veces se utilizan como faroles para ilu-
minar las calles. Más adelante aclararemos la razón de
esto.
Newton también observó la interferencia de la luz.»
Tenemos un caso típico al observar una fuente de luz mo-
nocromática, o sea una llama de sodio, reflejada en una
delgada placa de vidrio con superficies planas de gran
precisión. En este caso vemos que el reflejo de la luz no
es uniforme y que consiste, en forma alternada, en rayas
brillantes y oscuras, las llamadas franjas de interferencia.
Newton no encontró una explicación para la interferencia,
pero Huygens y Fresnel la lograron en trabajos posteriores.
Ellos demostraron que precisamente dichas franjas de in-
terferencia podían aparecer si la luz consistía en ondas.
Las ondas son conocidas en diferentes ramas de la física

longitud de onda

Figura 21. Onda.


92 LUZ
y siempre aparecen cuando un medio extendido es pertur-
bado por una fuerza externa. Las ondas superficiales en el
agua, que se producen cuando el viento perturba la su-
perficie del mar o cuando lanzamos una piedra en un es-
tanque, representan el ejemplo más común en nuestra ex-
periencia diaria. En el caso del estanque tienen, por lo
general, la forma de una onda corriente, y la figura 21
podría ilustrar una parte de ella mirándola desde cierta
distancia del punto en que fue lanzada la piedra. En la
figura 21 la línea horizontal recta indica la superficie del
agua antes de que se formara la onda y la línea ondulada
indica la perturbación, que consiste en crestas de ondas
que se suceden a intervalos regulares y que tienen depre-
siones o "valles" entre sí. La distancia entre dos crestas de
onda sucesivas se conoce como la longitud de onda, que
por lo general se designa con la letra griega λ. El número
de crestas que pasa por un punto fijo en un segundo se
llama la frecuencia y equivale a la velocidad de la onda di-
vidida entre la longitud de onda. En el sonido aparece otra
forma de movimiento ondulatorio. Cuando el sonido viaja
por el aire, sabemos que también se debe a la formación
de ondas. Si el sonido es el de una nota musical pura, tene-
mos una onda simple como en la figura 21; en este caso la
curva representa los cambios de presión en el aire en vez
de la elevación de la superficie del agua. El aire se com-
prime en las crestas de la onda y se dilata en las depresio-
nes, es decir, a una presión inferior a la normal. A medida
que pasa la onda, las crestas y depresiones de la onda se
mueven; por lo tanto, cuando la mitad de una longitud
de onda ha pasado, lo que antes era una depresión se con-
vierte en una cresta. Lo que significa que el aire en este
punto, que en un principio estaba dilatado, ahora se ha
comprimido y cierta cantidad de aire debe de haberse
movido hacia este punto. Cuando otra mitad de longitud
de onda ha pasado, la misma cantidad de aire se mueve en
sentido contrario. De lo que se deduce que, en este caso,
el movimiento del aire se efectúa en el sentido en que
viaja la onda, o sea, de izquierda a derecha y nuevamente
ESPECTRO, INTERFERENCIA, ONDAS 93

hacia la izquierda, como lo ilustra la figura 2I. En tal


caso, nos referimos a ondas longitudinales. Por otra parte,
en la onda acuática la superficie se levanta y decae; pol-
lo tanto, el movimiento se efectúa principalmente en una
dirección perpendicular a. la trayectoria que recorre la
onda y, por lo tanto, se tratará de una onda transversal.
En el capítulo anterior ya nos habíamos ocupado de las
ondas electromagnéticas; más adelante" veremos que éstas
están estrechamente relacionadas con la luz.
Para poder exponer cómo se presenta la interferencia,
no necesitamos indagar sobre la naturaleza de la onda; lo
único que interesa es que tengamos alguna cantidad que
oscile en la forma bosquejada en la figura 21.
Consideremos una onda tal reflejada desde una placa de
vidrio, como en la figura 22. Aquí las líneas inclinadas
S1 y S2 indican las superficies de la placa de vidrio. Las
ondas llegan desde la izquierda y las regiones sombreadas
representan las crestas de la onda. Parte de esta luz se
refleja en la superficie delantera de la placa de vidrio. En
la posición que se ilustra en la figura, una cresta recién
está pasando sobre esta superficie y, por lo tanto, una cresta
de onda empieza a reflejarse hacia arriba. Cuando la onda
incidente estaba atrás, a una distancia de sólo una longitud
de onda, la cresta anterior había pasado la superficie S1 y
había originado otra cresta reflejada, que desde entonces
ya ha viajado una longitud de onda hacia arriba. Ésta se
ve ahora en la posición c1 y la anterior como c2, etc.
Sin embargo, sólo una pequeña parte de la luz se refleja
en la superficie de la placa de vidrio y el resto sigue via-
jando (en realidad, en una dirección ligeramente distinta
debido a la refracción, pero pasaremos esto por alto en
bien de la simplicidad) hasta llegar a la parte posterior del
vidrio, marcada S2. En las condiciones que se han elegido
para la figura, en este instante una depresión recién pasa
por la superficie posterior y, según el mismo razonamiento
de antes, la onda reflejada que pasa hacia arriba también
tiene una depresión en este lugar. La última cresta pasó
en un momento en que la onda incidente estaba media
94 LUZ
onda más atrás, y desde entonces ya ha viajado una mitad
de longitud de onda hacia arriba.
En esta forma reconocemos que en las ondas reflejadas,
la una proveniente de la parte anterior del vidrio y la
otra de la parte posterior, las crestas están escalonadas; las
de la primera onda tienen la misma altura que las depre-
siones de la otra. En realidad, las ondas se sobreponen. La
onda incidente y las dos ondas reflejadas han sido dibuja-
das muy angostas, ya que de otra manera el dibujo se
haría confuso, pero, en la realidad, tanto la onda incidente
como las ondas reflejadas tienen una extensión transversal
considerable; por consiguiente, las ondas reflejadas que
viajan hacia arriba de hecho coinciden y, puesto que en
cualquier lugar sus efectos son opuestos, produciendo una
de ellas una cresta donde la otra produce una depresión,
el resultado neto será que se cancelen mutuamente. En la
posición ilustrada en la figura 22 no observaríamos, por lo
tanto, ninguna luz reflejada.
Evidentemente, el resultado depende de una compara-
ción precisa entre la trayectoria de la onda a través de la
placa y la longitud de la onda. Si la placa hubiera sido un
poco más gruesa, habríamos tenido una posición en que

Figura 22. Interferencia en una placa de vidrio.


ESPECTRO, INTERFERENCIA, ONDAS 95

la llegada de una cresta de onda coincidiría con la lle-


gada de una cresta a S2. En este caso, las dos ondas refle-
jadas se habrían reforzado mutuamente en vez de cance-
larse entre sí. El resultado también depende del ángulo
en el que la onda llegue a la placa. Si movemos la placa
hacia la dirección vertical, acortamos la trayectoria de
la onda a través de la placa y nuevamente tendremos una
posición en que las ondas se refuerzan entre sí. Ésta es
precisamente la situación que tenemos al observar una
llama de sodio reflejada en una placa de vidrio. Vemos las
diferentes partes de la llama reflejadas en ángulos ligera-
mente diferentes en la placa y, si la luz consiste en ondas,
entonces en algún ángulo esperamos encontrar un reflejo
brillante y en otros ninguno.
Todos los detalles de tales franjas de interferencia, o
sea la forma en que dependen del espesor de la placa
y de los ángulos y la forma en que varía la intensidad
desde una banda brillante a una oscura, concuerdan com-
pletamente con las predicciones de la teoría ondulatoria.
Comparando el espacio entre las franjas para un ángulo
y un espesor dados, podemos encontrar la longitud de
onda de las ondas.
Así encontramos que la longitud de onda de la luz visi-
ble es algo inferior a una diezmilésima parte de centí-
metro. Por ejemplo, la longitud de onda de la luz de
sodio es cerca de (Aquí hemos usado una
extensión de la abreviación mencionada anteriormente.
Por io"5 queremos decir ,,o sea, i dividido entre i
con cinco ceros, o en forma decimal o.ooooi, una fracción
decimal en que se suceden 5 ceros). También podemos
entender ahora cuál es la diferencia entre los diferentes
colores. Cada color pertenece a una longitud de onda
particular. La luz roja tiene las ondas más largas y las lon-
gitudes de onda disminuyen a lo largo del arco-iris; la
longitud de onda más corta, la de la luz violeta, es apro•
ximadamente la mitad de la de la luz roja.
Si observamos la interferencia usando luz blanca en vez
96 LUZ

de luz monocromática, entonces las ondas de la parte roja


del espectro tendrán sus franjas oscuras en lugares distintos
a los de, digamos, la luz azul, y en esta forma obtenemos
franjas de color que son difíciles de ver. Son mucho más
claras si, en lugar de una placa de vidrio, usamos una pe-
lícula delgada, cuyo espesor no es muy diferente al de la
misma longitud de onda de la luz. En ese caso, las franjas
son más anchas y los colores aparecen más claramente. Esto
explica los colores de las burbujas de jabón o de las pelícu-
las de aceite sobre el agua.

2. Difracción, polarización, velocidad

Otra manera importante de demostrar la interferencia


es mediante el uso de una rejilla de difracción, o sea una
serie de líneas paralelas espaciadas a distancias iguales.
Podrían ser, por ejemplo, líneas rayadas en la superficie
de un espejo o alambres muy finos estirados paralelamente
entre sí. Si las ondas de luz caen sobre dicha rejilla de
difracción, logramos una situación como la de la figura 23,
en que los círculos muestran las líneas de la rejilla en corte
transversal, además de una onda incidente cuya dirección
de recorrido forma un ángulo con el plano de la rejilla
Las crestas están representadas nuevamente con sombras.
De cada línea de la rejilla obtenemos una onda reflejada.
Las pequeñas partes sombreadas muestran a las ondas
reflejadas en alguna dirección particular. Todas estas on-
das reflejadas se combinan y el resultado dependerá de que
las ondas reflejadas de las diferentes líneas tengan las cres-
tas en la misma posición y por lo tanto se refuercen mu-
tuamente, o de que se cancelen entre sí. La figura 23a
muestra un caso donde se cancelan y la 23b muestra la
misma rejilla para una luz de la misma longitud de onda,
pero con las ondas reflejadas en una dirección ligeramente
diferente; aquí las distintas ondas se refuerzan entre sí.
El problema difiere del de las franjas de interferencia
en una placa de vidrio, por cuanto combinamos no sólo
dos sino muchas ondas reflejadas, y en general tenemos
DIFRACCIÓN, POLARIZACIÓN, VELOCIDAD 97

ondas con sus crestas en toda clase de posiciones, que por


lo tanto deben cancelarse entre sí excepto en el caso de
ángulos muy excepcionales donde todas estas ondas tienen
sus crestas en el mismo lugar o, como se dice, están en
fase una con otra. Por consiguiente, dicha rejilla de di-
fracción sólo refleja luz monocromática en direcciones mar-
cadamente definidas, o convertirá la luz blanca en un es-
pectro coloreado bien definido.
Si el espacio entre las líneas de la rejilla es mucho mayor
que la longitud de onda, se obtienen las líneas más marca-
das cuando la onda incidente y la dirección en que busca-
mos la luz reflejada son casi paralelas a la superficie de la
rejilla. Podemos recurrir a esto para demostrar con facili-
dad la difracción sin tener que usar ningún aparato. Sólo
basta observar el reflejo de una pequeña fuente de luz
(por ejemplo el de un foco de luz eléctrica corriente), en
un disco de gramófono, sosteniendo el disco en tal forma
que lo veamos casi sobre su borde. En este caso, las ranuras
del disco sirven como una rejilla de difracción y vemos
varias imágenes luminosas, cada una convertida en un es-
pectro de colores. Esta sencilla demostración nos da el prin-
cipio del espectrógrafo de difracción, un instrumento con
el cual los físicos pueden determinar con gran exactitud
la longitud de onda de la luz.
El hecho de que es necesario observar el disco de gramó-
fono casi sobre su borde demuestra que la longitud de
onda de la luz es mucho más pequeña que la distancia
entre las ranuras del disco. Por lo general éstas están se-
paradas en aproximadamente 1/40 de centímetro, y calcu-
lando el ángulo a que aparecen los diferentes espectros de
difracción, es fácil ver que la longitud de onda de la luz
es varios centenares de veces más pequeña que el espacia-
miento, según la figura en que nos hemos basado.
El estudio de la luz también revela que ésta consiste en
ondas transversales. Esto es así porque podemos producir
dos ondas de luz del mismo color que viajan en la misma
dirección y que, sin embargo, son diferentes por cuanto
que la dirección de la vibración en la onda es distinta.
98 LUZ

Figura 23 (a). Difracción de una rejilla.


(b). La misma en una dirección diferente.

Nos referimos entonces a luz polarizada en forma dife-


rente. Actualmente, la forma mejor conocida para obtener
esto es por medio de filtros polaroides. Éstos son láminas
de plástico lo suficientemente transparentes para polarizar
la luz de una manera particular, pero son opacos para la
luz polarizada en ángulos rectos a esta dirección. Si dos de
DIFRACCIÓN, POLARIZACIÓN, VELOCIDAD 99

estos filtros son colocados uno encima del otro y se hace


girar a uno en relación al otro, podemos encontrar una
posición en la que el par permite la entrada de casi tanta
luz como en el caso de cada filtro por separado. En este
caso los filtros están en la misma posición. Al girar uno
de los filtros en ángulo recto, prácticamente cesa la entrada
de luz. Este efecto se utiliza en una clase de película tri-
dimensional, en la cual la ilusión de profundidad se pro-
duce haciendo que ambos ojos del espectador vean imá-
genes ligeramente distintas, como lo hacen cuando miran
objetos reales en el espacio. El espectador usa anteojos po-
laroides de modo que el ojo izquierdo sólo ve luz cuya
polarización es vertical, y el ojo derecho luz con polari-
zación horizontal. La luz proyectada en la pantalla de cine
está compuesta de dos imágenes, cada una de luz pola-
roide y cada una fotografiada con una cámara ubicada en
la posición del ojo izquierdo o derecho, respectivamente.
Todos estos resultados demuestran que la luz consiste
en ondas transversales. Su alta velocidad ha sido medida en
distintas formas.
La primera determinación de la velocidad finita de la
luz derivó de una observación hecha por el astrónomo
danés quien había observado la trayectoria del
satélite (o luna) del planeta Júpiter cuando la tierra estaba
bastante cerca de Júpiter. Rφmer predijo a partir de esto
que un poco más tarde el satélite pasaría frente al pla-
neta mismo y, por consiguiente, su sombra sería visible.
Esto sucedió, pero un poco después de lo predicho. Parecía
imposible justificar la discrepancia a base de errores en el
cálculo o en la observación de la órbita del satélite. Rφmer
vio que esto podría significar que la luz requería un tiem-
po finito para viajar desde Júpiter hasta la tierra; puesto
que Júpiter ahora estaba más distante que al principio,
el paso del satélite se vería aquí más tarde. Rφmer deter­
minó la velocidad de la luz que debería suponerse para
justificar la discrepancia, y su resultado no quedó lejos
de la cifra correcta: cerca de 3 x 1C,11> c m • P o r segundo,
que desde entonces ha sido confirmado por medio de ob-
100 LUZ

servaciones similares más precisas y también con experi-


mentos de laboratorio.
Habíamos visto que las ondas electromagnéticas tienen
una velocidad precisamente de esta magnitud y también
son ondas transversales. Por lo tanto, es natural considerar
las ondas de luz como una forma de ondas electromag-
néticas.

3. La luz consiste en ondas electromagnéticas

Esta idea fue confirmada por investigaciones subsiguien-


tes, y la apoya el hecho de que si las ondas de luz son en
realidad ondas electromagnéticas, debemos esperar que en
general los buenos conductores de electricidad sean opacos
para la luz. Esperamos esto porque una onda electromagné-
tica contiene campos eléctricos y éstos harían mover a las
cargas móviles en el conductor. Ya habíamos visto que el
movimiento de dichas cargas está sujeto a la fricción o re-
sistencia y, por lo tanto, a medida que se mueven conver-
tirán la energía en calor. De acuerdo con la conservación
de la energía, ésta debe provenir de alguna parte y sola-
mente puede ser causada por la energía que lleva la onda
electromagnética, lo cual debe producir el debilitamiento
de dicha onda. Por lo tanto, semejante onda no puede
viajar una gran distancia a través de un conductor antes de
que casi toda su energía haya sido convertida en calor. De
hecho, todo metal absorbe luz. Un estudio más cuidadoso
de lo que sucede cuando una onda electromagnética llega
a la superficie de un conductor nos lleva a la conclusión
de que, en realidad, la mayor parte de la onda será refle-
jada; y nuevamente se verifica que las superficies limpias
de los metales actúan como reflectores de luz, es decir,
como espejos.
La confirmación final de que la luz consiste en ondas
electromagnéticas se desprende del hecho de que nuestro
conocimiento de la estructura de la materia nos conduce
entonces a una comprensión completa de la emisión y ab-
sorción de la luz, y también de la refracción y reflexión
ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS 101

de la luz por diferentes materiales. Volveremos a este


punto cuando discutamos la estructura atómica.
Este es, por lo tanto, uno de los casos en que toda una
rama de la física puede ser reducida a las leyes básicas de
la naturaleza deducidas de otra rama. Las leyes del campo
electromagnético resumidas en el capítulo anterior con-
tienen todas las leyes fundamentales requeridas para la
propagación de la luz. Esto no significa que la óptica, o
ciencia de la luz, sea menos importante hoy que antes,
sino que ahora tiene relación con la aplicación de la» leyes
básicas conocidas, con el estudio de la reacción de varios
metales a la luz y con el diseño de instrumentos ópticos y
el funcionamiento del ojo humano. Ya no encierra ningún
misterio respecto a las leyes de la naturaleza con excepción
del fenómeno del cuanto, al que nos referiremos nueva-
mente en el Capítulo VIII.
Las ondas de luz son, pues, de la misma naturaleza que
las ondas electromagnéticas que se usan en las comunica-
ciones por radio. La única diferencia que existe entre estos
dos casos es la diferencia de longitud de onda, ya que la
longitud de onda de las ondas de luz es cerca de un millón
de veces menor que la onda más corta que se usa, por
ejemplo, en las difusoras de televisión.
Entre estas dos regiones también se pueden producir
ondas electromagnéticas de cualquier longitud de onda,
pero éstas no son visibles a simple vista. El calor radiante
contiene longitudes de onda desde cerca de un centesimo
de centímetro para abajo. El calor que sentimos cuando
colocamos las manos cerca de una estufa caliente se debe
a que cualquier objeto caliente emite ondas de calor, que
son ondas electromagnéticas de una longitud de onda mu-
cho mayor que las de la luz, pero más cortas que las ondas
de radio.
Ondas de calor de longitud de onda algo menor y lige-
ramente mayores que las de la luz roja, son conocidas como
radiación infrarroja. Estas son emitidas con gran inten-
sidad por objetos calientes casi al rojo vivo, o sea, no lo
suficientemente calientes para producir luz visible.
1O2 LUZ

Si un objeto, por ejemplo un alambre, es sometido a


mayor calor, se pone rojo, y a una temperatura todavía
mayor se pone blanco, es decir, produce luz que cubre todo
el espectro visible. También empieza a producir luz de
una longitud de onda demasiado corta para ser visible, y
dichas ondas, cuya posición en el espectro está exactamente
más allá del extremo violeta, son conocidas como luz ultra-
violeta. Es particularmente fácil producir esta luz ultravio-
leta en un tubo de descarga eléctrica, y un tipo común de
este tubo se utiliza en la lámpara a vapor de mercurio,
que da radiación ultravioleta bastante intensa.
Si aumentamos aún más la diferencia de potencial entre
los extremos de dicho tubo de descarga, podemos producir
luz ultravioleta de longitud de onda más y más corta. En
longitudes de onda unos cuantos miles de veces menores
que las de la luz visible, las ondas nuevamente tienen
características diferentes y se llaman rayos X; las ondas con
una longitud de onda unos cuantos millares de veces más
corta aún que la de los rayos X se conocen como rayos
gama, de los que también nos ocuparemos más adelante.
Los distintos nombres mencionados sólo indican que las
ondas de tan diferentes longitudes de onda se distinguen
por las fuentes de las cuales pueden ser producidas en for-
ma conveniente, por sus efectos sobre diferentes sustancias
y por los métodos mediante los cuales son descubiertas.
Sin embargo las mismas leyes básicas, o sea las del campo
electromagnético, rigen en forma uniforme sobre todas las
longitudes, desde el radio hasta los rayos gama.
Se puede decir entonces que en este capítulo no hemos
aprendido nada nuevo acerca de las leyes de la naturaleza.
Simplemente hemos encontrado un nuevo campo de apli-
cación para las leyes que ya conocíamos. Sin embargo, y
como lo veremos, la luz y otras radiaciones electromagné-
ticas han resultado ser de gran importancia para ampliar
las leyes de la naturaleza. Su estudio era esencial tanto
para comprender la estructura de la materia como para
demostrar que se necesitan refinamientos en las leyes fun-
damentales de la mecánica y del campo electromagnético.
TEORÍA DE LA EMISIÓN IO3

4. Teoría de la emisión. Óptica geométrica


Es interesante comparar la teoría ondulatoria de la luz
con las ideas anteriores. La imagen más obvia era la de que
un foco u otra fuente de luz emitía pequeñas partículas
que viajan a gran velocidad en línea recta hasta alcanzar
nuestro ojo, una placa fotográfica, o algún otro disposi-
tivo mediante el cual pueden ser descubiertas. Esto expli-
caría por qué la luz viaja en línea recta. Si hubiera fuer-
zas adecuadas actuando sobre estas partículas diminutas
en el momento en que cruzan la frontera entre el aire
y el vidrio, o dos medios transparentes cualesquiera, se
podría explicar la refracción. Por ejemplo, si jugáramos
a los bolos sobre un campo de bolos que tuviera dos ni-
veles diferentes, una mitad más elevada que la otra y am-
bos niveles unidos por una orilla corta y bastante empina-
da, cada bolo que partiera desde el nivel superior describi-
ría una trayectoria que se vería exactamente como un rayo
de luz pasando desde el aire al vidrio. Su dirección en
el nivel inferior no sería igual a la dirección en que llegó
sobre el nivel superior, pero haría un ángulo mayor con
la orilla. Por consiguiente, la teoría de la emisión de la luz
puede explicar el comportamiento de los rayos de la luz al
pasar a través de prismas y lentes. También se podría
entender el hecho de que un prisma separa los colo-
res si creyéramos que la fuerza que actúa sobre las par-
tículas de luz en la superficie tiene un efecto diferente
sobre las de la luz azul y las de la luz roja.
La interferencia y la difracción, que claramente estable-
cen la naturaleza ondulatoria de la luz, señalan las limi-
taciones de esta teoría de la emisión.
Sin embargo, los efectos de la interferencia y de la di-
fracción sólo son importantes cuando se trata de distancias
no muy largas en comparación con la longitud de onda
de la luz. Por lo tanto, en la mayoría de los casos prácti-
cos no notamos estos efectos a no ser que desviemos nues-
tra atención para hacerlo. Es verdad que hemos hablado de
hacer visible la difracción por medio de un disco de gramo-
104 LUZ

fono, aunque la distancia entre las ranuras es todavía muy


grande comparada con la longitud de onda. No obstante,
en ese caso tendríamos que observar el disco en una forma
especial, a saber, a un ángulo tan pequeño que las ranu-
ras parecieran estar separadas por sólo unas cuantas lon-
gitudes de onda de la luz.
La teoría ondulatoria de la luz nos permite un cono-
cimiento más profundo de su naturaleza, pero no sería
satisfactoria a no ser que conservara las características sen-
cillas de la teoría de la emisión dondequiera que éstas se
puedan aplicar, es decir, cuando sólo se trata de objetos a
muy grandes distancias en comparación con la longitud
de onda de la luz. Es importante notar que la teoría on-
dulatoria predice para tal caso precisamente el mismo
comportamiento de la luz que resultaría de la sencilla
teoría de la emisión.
Para ver cómo sucede esto consideremos, primeramen-
te, la situación más sencilla, a saber, luz que aún consiste
en ondas planas; en otras palabras, que se extiende muy
lejos en ángulos rectos a la dirección en que viaja pero
sólo dura un corto tiempo. Esto rige, por ejemplo, para
el chispazo de un foco de magnesio a una gran distancia.
Si trazamos una línea en la dirección en que viaja la luz
y consideramos, en un instante, la intensidad del campo
eléctrico a lo largo de esta línea, obtenemos un esquema
como el de la figura 24a. OX es la línea a lo largo de la
cual medimos el campo, y en cada punto el campo eléc-
trico ha sido dibujado en forma vertical. La curva difiere
de la que hemos ilustrado anteriormente en que no sigue
oscilando indefinidamente, sino que se limita a una región
bastante pequeña, dentro de la cual muestra oscilaciones
regulares como la de la figura 21.
Una onda de esta naturaleza se conoce como tren de
ondas o paquete de ondas y puede formarse con mu-
chas ondas extendidas de longitudes de onda ligeramente
diferentes. Para ver esto, analicemos primero la figura 24b,
en la que las líneas delgadas representan dos ondas perió-
dicas perfectas de longitud de onda ligeramente diferente;
TEORÍA DE LA EMISIÓN 105

Figura 24 (a). Tren de ondas:


(b). Combinación de dos ondas regulares.
(c). Combinación de cuatro ondas regulares.

la curva gruesa se ha obtenido sumando las dos para re-


presentar así el efecto combinado de ambas ondas. Esta
curva muestra los llamados pulsos, es decir, las oscila-
ciones que son fuertes en ciertos lugares en que las dos
ondas originales se refuerzan mutuamente y débiles donde
trabajan en direcciones opuestas. Estos pulsos son bien co-
nocidos, por ejemplo, en la música, donde el efecto com-
binado de dos notas ligeramente diferentes da como resul-
tado un tono melodioso.
En este ejemplo, mediante el uso de sólo dos ondas pe-
riódicas hemos obtenido una onda que aún tiene regiones
106 LUZ

repetidas de gran intensidad. La figura da los resulta-


dos que se obtienen mediante el uso de cuatro ondas pe-
riódicas, y ahora encontramos muchas menos regiones en
las cuales hay una intensidad apreciable, porque en algu-
nos lugares en que dos de las ondas se refuerzan mutua-
mente, las otras dos tiran en dirección opuesta. Sin embar-
go, aún quedan muchas regiones de fuerte intensidad. Po-
demos continuar de esta manera y, agregando más y más
ondas periódicas que cubran siempre la misma extensión
total de longitud de onda, podemos hacer una mayor sepa-
ración de las regiones donde hay intensidad, de modo que
podemos considerar el tren de ondas de la figura 24a
como un caso extremo.
Ahora es fácil calcular la diferencia entre la onda más
corta y la más larga que deben estar contenidas en el con-
junto de ondas periódicas, del cual se puede formar un
tren de ondas como el de la figura 24. Únicamente debe-
mos recordar que si es la distancia desde el centro
hasta el final del tren de ondas, como en la figura, enton-
ces todas las ondas deben estar en fase en el centro para
dar la intensidad más fuerte, y a una distancia de
deben cancelarse completamente entre sí. Ahora, si
son, respectivamente, las longitudes de onda más corta
y más larga que hemos usado, entonces la distancia
contendrá ondas completas de la una y • de la
otra. Como en este punto las ondas deben cancelarse, estos
números deben diferir por lo menos en Por lo tanto, la
formación de nuestro tren de ondas debe ser posible siem-
pre que las ondas periódicas que estemos usando cubran
una extensión tal de longitudes de ondas que —
Se puede expresar este resultado en forma más sen-
cilla si en vez de la longitud de onda usamos el número
de onda k, que es igual a el recíproco de la longi-
tud de onda, o el número de ondas por centímetro. La
regla es entonces En otras palabras,
cuanto más corto sea el tren de ondas que queramos for-
TEORÍA DE LA EMISIÓN 107

mar, mayor es la diferencia en número de ondas que de-


beremos usar.
En el espacio vacío todas las ondas periódicas que com-
ponen nuestro tren de ondas viajan con la misma veloci-
dad y, por lo tanto, todo el tren de ondas viaja sin alterar
su longitud o su naturaleza. Sin embargo, si pasa a tra-
vés de un medio refractor, o sea un prisma, en el cual
la luz de diferente color, es decir, de diferente longitud
de onda, sufre una difracción ligeramente diferente, el
tren de ondas será deformado. Siempre que esto no suce-
da, se conserva como la partícula de luz supuesta por
la teoría de la emisión; sin embargo, cuando pasa a través
de un sistema de lentes, entonces la diferencia en longitud
de onda de sus partes componentes deriva en complica-
ciones no previstas por la teoría de la emisión.
Hasta ahora sólo hemos considerado una onda que está
limitada en su dirección de propagación e ilimitada al
través, pero por una extensión del mismo argumento po-
demos formar un paquete de ondas que también tiene
un ancho limitado. Esto se explica en la figura 25, en la
que hemos indicado con sombras un número de ondas
periódicas de direcciones ligeramente diferentes; las som-
bras indican las crestas y las depresiones se han dejado
en blanco. El resultado es que las regiones blancas y muy
oscuras se alternan pronunciadamente a lo largo del centro,
con el resto del esquema de un gris uniforme. Esta figura
fue construida usando cinco ondas periódicas, las que nue-
vamente conducen a regiones de fuerte intensidad sobre
y debajo del campo ilustrado en el dibujo, pero todas es-
tas ondas pueden ser canceladas si se agrega un mayor
número de ondas con direcciones intermedias.
Sin embargo, aquí se presenta una nueva característi-
ca. Las ondas han sido trazadas en tal forma que todas sus
crestas coinciden exactamente a lo largo de la línea cen-
tral, lo que significa que las más inclinadas a la línea
central deben tener una longitud de onda más corta. Co-
mo resultado, las ondas tienen frecuencias diferentes, y si
después de un tiempo consideramos el mismo paquete
lθ8 LUZ

de ondas, las diferentes ondas habrán cambiado de apa-


riencia en cantidades diferentes y ya no se reforzarán mu-
tuamente en forma tan nítida a lo largo de la línea cen-
tral. Entonces obtenemos una oscilación más débil espar-
cida en forma más oblicua. En otras palabras, un rayo de
luz angosto no permanecerá angosto indefinidamente, sino
que se esparcirá gradualmente. Este esparcimiento es im-

Figura 25. Paquete de ondas de ancho limitado.


TEORÍA DE LA EMISIÓN lθg

perceptible si el ancho del rayo es muy grande en compa-


ración con la longitud de onda, ya que entonces solamen-
te tenemos que usar en la figura 25 ondas cuyas direccio-
nes difieren por ángulos extremadamente pequeños.
Aquí nuevamente, la teoría ondulatoria conduce a com-
plicaciones que la teoría de la emisión no previo, y en es-
te caso, aun sin el uso de prismas de vidrio u otros instru-
mentos ópticos. Para un rayo marcadamente limitado, tal
como el borde de la sombra de algún objeto visto en luz
muy paralela, la teoría ondulatoria predice que a gran-
des distancias su borde no debe permanecer bien defini-
do, sino que debe difundirse debido al esparcimiento de
las ondas.
Para todo propósito práctico, por ejemplo, con fuentes
luminosas de las que se usan diariamente, y para objetos
de un tamaño razonable, esta deformación de la sombra
carece de importancia y, por lo tanto, podemos pensar en
paquetes de ondas limitadas de un largo y ancho razona-
blemente pequeños, que viajan como si fueran partículas.
La rama de la óptica que sólo considera rayos lumino-
sos, o sea el trayecto recorrido por tales paquetes de ondas,
se conoce como óptica geométrica y es suficiente para el
diseño de instrumentos ópticos, siempre que se trate de cir-
cunstancias en que la difracción y la interferencia carez-
can de importancia.
Desde nuestro punto de vista, estos hechos son intere-
santes por dos motivos. En primer lugar, porque demues-
tran la manera en que el avance de nuestros conocimien-
tos sobre las leyes de la naturaleza permite que las ideas
antiguas sigan siendo útiles y aproximadamente válidas en
situaciones adecuadas, pero nos indica a la vez cuándo
es esencial recurrir a las nuevas ideas que surgen de una
mayor investigación.
En segundo lugar, la importancia de la relación entre
las ondas periódicas extendidas y los paquetes de ondas
la veremos más adelante cuando discutamos la naturaleza
ondulatoria de la materia.
V
ÁTOMOS Y ELECTRONES

1. La química y la hipótesis atómica

Hasta ahora, en nuestra discusión sobre las leyes de la


naturaleza solamente hemos mencionado las propiedades
de la materia en forma algo accidental. En la mecánica
nos hemos referido a cuerpos livianos y a cuerpos pesa-
dos, a sustancias blandas que se someten a la presión y
a cuerpos rígidos que se oponen fuertemente a cualquier
cambio de forma; a sólidos, líquidos y gases. Nos hemos
referido a sustancias conductoras de la electricidad y a
otras que pueden ser magnetizadas; a sustancias que trans-
miten luz y a su refracción; a metales que sirven de espe-
jos y a objetos de color. Podríamos llenar un capítulo
sólo con enumerar las varias características que se presen-
tan entre los objetos que nos da la naturaleza o que nos-
otros podemos fabricar.
La clasificación de estas características y el descubri-
miento de algunos principios sencillos que las rigen for-
man parte de nuestra investigación sobre las leyes de la
naturaleza. La primera parte de esto corresponde a la cien-
cia de la química. En el transcurso de los siglos, los quí-
micos han descubierto que todas las sustancias conocidas
son combinaciones de otras más sencillas llamadas ele-
mentos químicos, y de los cuales 92 existen en la natu-
raleza.
De las sustancias que se usan a diario muy pocas son
elementales. Muchos elementos metálicos son familiares
para el lector: aluminio, cobre, hierro (aunque el hierro
que se emplea en la práctica es, por lo general, muy im-
puro), estaño, plata, oro, plomo, etc. El gas hidrógeno es
un elemento; se usa para inflar globos y está contenido,
junto con otros gases, en el gas que. en tanques o por
tuberías, utilizamos para cocinar y para calentarnos. El
QUÍMICA E HIPÓTESIS ATÓMICA 111

hollín es en gran parte carbono, otro elemento. Pero la


mayoría de las otras sustancias que usamos son com-
puestos o combinaciones de los elementos químicos, o
mezclas de ellos. El aire es una mezcla de nitrógeno y oxí-
geno; el agua, un compuesto de hidrógeno y oxígeno; la
sal "común", un compuesto de sodio y cloro, etc.
Por lo general, las mezclas se comportan casi en la mis-
ma forma que sus componentes. El nitrógeno y el oxíge-
no son gases, como también lo es el aire, que es una mez-
cla de ambos, pero al utilizar los gases hidrógeno y oxíge-
no para la composición del agua obtenemos un líquido.
Para formar estos compuestos, la química moderna em-
pezó con la aplicación de métodos de medición, sobre
todo de peso.
Dos reglas surgen inmediatamente de esto: Primero,
que si cantidades conocidas de dos elementos, digamos
hidrógeno y oxígeno, son convertidas en su compuesto, o
sea agua, la masa del compuesto es exactamente igual a las
masas combinadas de los elementos originales. Por ejem-
plo, es posible combinar un gramo de hidrógeno con ocho
gramos de oxígeno, y el resultado será exactamente nue-
ve gramos de agua. Esta regla se conoce como la ley de
conservación de la masa.
La segunda regla es la ley de las proporciones constan-
tes, según la cual la proporción de las cantidades de los
elementos que se combinan siempre debe ser la misma.
Por ejemplo, la cantidad de oxígeno que se requiere pa-
ra combinarla con una cantidad específica de hidrógeno
siempre es ocho veces mayor. Si mezclamos un gramo de
hidrógeno con más de ocho gramos de oxígeno e infla-
mamos la mezcla, todo el hidrógeno se habrá combinado
con el oxígeno, pero sobrará algún oxígeno. Si empezamos
con un gramo de hidrógeno y menos de ocho gramos de
oxígeno, sobrará algún hidrógeno.
Esta regla de proporciones constantes condujo a la hi-
pótesis atómica. Esta hipótesis, que ya ha sido confirma-
da con pruebas abrumadoras, establece que toda la ma-
teria consiste en átomos y que diferentes elementos quími-
112 ÁTOMOS Y ELECTRONES

eos contienen diferentes clases de átomos que, en particu-


lar, tienen diferentes pesos. Para la mayoría de los pro-
pósitos podemos suponer que todos los átomos, digamos
de oxígeno, deben ser similares entre sí y tener la misma
masa. (Esta afirmación tendremos que cualificarla poste-
riormente).
Dichos átomos pueden conectarse para formar molécu-
las. Una molécula de agua consiste en un átomo de oxí-
geno al que están unidos dos átomos de hidrógeno. Esto
está indicado por la fórmula química para el agua, H2O.
De acuerdo con lo que dijimos sobre las proporciones de
hidrógeno y oxígeno en el agua, es pues evidente que
la masa del átomo de oxígeno debe ser 16 veces mayor
que la del átomo de hidrógeno.
Por lo tanto, una molécula es la porción más pequeña
de una sustancia compuesta, como el agua, que tiene las
características químicas del agua como tal. No puede sub-
dividirse más sin separar el hidrógeno del átomo de oxí-
geno, causando con esto un cambio químico.
Hablando en general, las ramas de la física que exa-
minamos en los capítulos anteriores, y otras varias, están
afectadas por cambios que dejan a la molécula intacta.
Si sometemos el agua a fuerzas que la hagan fluir o si
hacemos pasar ondas de sonido a través de ella, si la colo-
camos en un campo magnético o proyectamos luz sobre
ella (aunque no siempre si hacemos que pase electricidad
a su través), si la evaporamos o la congelamos, la estruc-
tura de sus moléculas no cambia. Incumbe al químico el
considerar cambios mediante los cuales se eliminen áto-
mos de una molécula o se agreguen nuevos átomos para
formar diferentes compuestos.
Ahora sabemos que esta división está algo simplifica-
da y que particularmente en las sustancias sólidas no es
muy preciso el límite entre la física y la química. Afortu-
nadamente, ésta es solamente una cuestión de terminolo-
gía, puesto que ahora sabemos que la física y la química se
derivan de las mismas leyes básicas y son ramas de la mis-
ma disciplina, que sólo se separan por razones prácticas.
QUÍMICA E HIPÓTESIS ATÓMICA 113

Mucho antes de que la hipótesis atómica adquiriera su


importante lugar en la química, el especular sobre lo que
pasaría si dividiéramos la materia en partes más y más
pequeñas, fue pasatiempo favorito de los filósofos. Siem-
pre hubo dos corrientes de opinión: los que afirmaban
que la materia podría dividirse indefinidamente y los que
consideraban que había unidades finales de la materia: los
átomos. El nombre átomo por sí mismo, que significa algo
indivisible, se deriva de estas especulaciones, pero aunque
la tradición ha conservado el nombre veremos que no
hay nada indivisible respecto a los átomos de la física
moderna.
Sin embargo, la idea de átomos no desempeñaría papel
alguno en el desarrollo de nuestros conocimientos si no
estuviéramos en posición de examinar su veracidad, de
confirmarla o de refutarla. Esto sólo es posible si rela-
cionamos las consecuencias de dicha hipótesis con las ob-
servaciones y experimentos del comportamiento real de las
sustancias. Estas observaciones pueden ser puramente cua-
litativas, pero son terminantes cuando se les puede dar
una forma cuantitativa y relacionarlas con mediciones
precisas. El desarrollo de la hipótesis atómica en la quí-
mica es un excelente ejemplo de cómo las mediciones
exactas y cuantitativas, en este caso el peso de productos
químicos reactivos, pueden demostrar regularidades que
sugieren un nuevo concepto y pueden confirmarlo.
No examinaré aquí el razonamiento mediante el cual
se decidió que el agua contiene solamente un átomo de
oxígeno y dos de hidrógeno; en otras palabras, que la fór-
mula para el agua es y no, por ejemplo, que
requeriría que el átomo de oxígeno tuviera la misma
masa que 8 átomos de hidrógeno en vez de 16. En gene-
ral, este problema se soluciona con la existencia de com-
puestos en los que uno de los dos átomos de hidrógeno es
reemplazado por un átomo de algún otro elemento.
La aplicación de la hipótesis atómica en la química
demostró ser provechosa y conveniente y el resultado fue
que, sin excepción alguna, se pudo expresar cualquier
1 14 ÁTOMOS Y ELECTRONES

composición atómica en términos de átomos por medio


de una fórmula adecuada.
Sin embargo, aun en esa etapa la existencia de los áto-
mos sólo era una hipótesis plausible y conveniente, pero
no confirmada. La teoría cinética del calor, a la que vol-
veremos a referirnos, dio un mayor apoyo a la hipótesis
atómica. Pero para demostrar que los átomos eran una
realidad fue necesario encontrar métodos para determi-
nar el tamaño o la masa de un átomo. El razonamiento
químico sobre las proporciones en una reacción sólo im-
plica la comparación entre los pesos del hidrógeno y el
oxígeno, y en ello no influye para nada nuestra suposi-
ción de que el peso de ambos átomos (y por consiguiente
de la molécula completa) sea diez veces mayor o diez veces
menor. Hacia fines del siglo xix, cuando se llegó a esta
etapa, aun habían algunos científicos distinguidos que se
oponían a la aplicación de la hipótesis atómica, calificán-
dola como prematura y sin bases sólidas. Entre ellos estaba
E. Mach, quien hizo importantes contribuciones en rela-
ción con los fundamentos de la mecánica y de la rela-
tividad.
Indudablemente que Mach tenía razón al recalcar en
que no podíamos tener seguridad sobre los átomos has-
ta descubrir la manera de establecer su tamaño, pero, mi-
rando retrospectivamente, podríamos decir que los que
apoyaron la teoría demostraron tener más imaginación
al reconocer la validez de la evidencia circunstancial que
favorecía la idea y al esperar que eventualmente se obten-
dría una confirmación definitiva. De todos modos no hay
duda alguna de que si Mach y otros distinguidos oponen-
tes de la teoría atómica vivieran hoy, admitirían de inme-
diato que el caso ha sido comprobado.

2. La dimensión del átomo. Iones

Ahora existen diversos métodos para pesar los átomos,


para medir su tamaño y para contarlos. Muchos de estos
métodos dependen de ciertas partes de la física a las que
DIMENSIÓN DEL ÁTOMO 115

aún no nos hemos referido en este libro, pero hay uno muy
importante que puede ser discutido en esta etapa, cual es
la difracción de los rayos X. Ya hemos mencionado que
los rayos X son ondas electromagnéticas como la luz, pero
con una longitud de onda varios millares de veces más pe-
queña que la de la luz. Al presente, no nos preocupa
cómo son producidos los rayos X, pero la mayoría de
los lectores habrá visto un tubo de rayos X ya sea en un
laboratorio, en un hospital o en una zapatería.
Von Laue fue el primero en descubrir que cuando los
rayos X pasan a través de materia sólida, sufren una mar-
cada desviación en dirección de ciertos ángulos y nin-
guna en otras direcciones. El modelo resultante es igual
al modelo de difracción de una rejilla, al que nos refe-
rimos en el capítulo sobre la luz. La conclusión obvia es
la de que los átomos de la materia sólida están dispuestos
en un modelo regular, con igual espacio entre sí, de
modo que la reflexión de los rayos X proveniente de los
diferentes átomos sustituye a la reflexión de la luz desde
las diferentes líneas de la rejilla. Esta idea tiene un resul-
tado preciso, y del modelo de la difracción de los rayos X
que hemos observado se puede deducir cuál es la reji-
lla, o sea, la disposición atómica. Las, direcciones hacia
las cuales se desvían los rayos X dependen, en particular,
de una comparación entre las distancias entre sí de áto-
mos adyacentes y de las longitudes de onda de los rayos
X. Por medio de estudios sobre rayos X podemos, pues,
medir las distancias atómicas en materias sólidas en tér-
minos de longitudes de onda de rayos X.
Esto no resuelve nuestro problema a no ser que po-
damos medir longitudes de onda de los rayos X, lo que
es posible midiendo la difracción de los rayos X en una re-
jilla, y esto se hace trazando líneas finas sobre una su-
perficie metálica. Naturalmente, las líneas más finas que
podamos trazar en esta forma serán mucho más anchas
que las longitudes de onda de los rayos X, pero aún po-
demos obtener un esquema de interferencia si usamos
ángulos pequeños en la misma forma en que observamos
Il6 ÁTOMOS Y ELECTRONES

la difracción de la luz desde un disco de gramófono a


ángulos pequeños.
Éste es el principio de una de las determinaciones pre-
cisas de distancias interatómicas. Con este método, por
ejemplo, podemos descubrir cuántos átomos hay en un cen-
tímetro cúbico de alguna materia sólida, digamos sal co-
mún. Puesto que también conocemos el peso de un centí-
metro cúbico de sal, en esta forma obtenemos el peso de
un átomo.
La distancia entre los átomos en un sólido resulta ser va-
rias veces ; en otras palabras, unos cuantos millares
de veces menor que la longitud de onda de la luz visi-
ble. Está claro, por lo tanto, que nunca podremos ver los
átomos en forma directa por muy poderosos que sean los
microscopios que construyamos, puesto que en el micros-
copio sólo obtenemos imágenes claras de los objetos cuan-
do el contorno del objeto puede ser trazado mediante los
métodos de la óptica, que discutimos al final del último
capítulo. Esto requiere que el objeto sea grande en com-
paración con la longitud de onda de la luz, mientras que
para los átomos rige lo contrario.
El peso de un átomo de hidrógeno resulta ser
gm., número tan pequeño que es difícil de imaginar. Qui-
zás lo que sigue pueda darnos una idea de la pequenez
de los átomos: si extraemos el aire de un recipiente por
medio de una poderosa bomba, generalmente supondre-
mos que hemos producido un alto vacío si hemos redu-
cido la cantidad de aire en el recipiente en veces (mil
millones). Sin embargo, aun entonces cada milímetro
cúbico contiene todavía cerca de veinte millones de
átomos.
Más adelante veremos otros métodos para contar los
átomos o para medir sus dimensiones, pero lo fundamen-
tal es que todos ellos dan el mismo resultado y confirman,
en esta forma, que un átomo no es sólo una invención
conveniente sino un objeto que realmente se puede medir
y pesar.
Para aprender más sobre los átomos se debe estudiar
DIMENSIÓN DEL ÁTOMO 117

su estructura interna. El origen de esto derivó de traba-


jos que se realizaron sobre el paso de la electricidad a
través de líquidos y gases. Faraday había estudiado el paso
de corrientes eléctricas a través de ciertos líquidos, par-
ticularmente a través de agua en que se había disuelto
cierto tipo de sal, y se descubrió que a medida que una
corriente eléctrica pasa a través de tales soluciones desde
una lámina metálica a otra, algunos de los constituyentes
químicos de la sal se acumulan en la lámina mantenida a
un potencial positivo y otros se acumulan en la lámina ne-
gativa.
Este proceso, conocido como electrólisis, se usa en gal-
vanoplastia y también tiene estrecha relación con lo que
sucede cuando se carga el acumulador o "batería" de un
automóvil.
También se descubrió que la cantidad de cada sustan-
cia depositada en esta forma depende directamente de la
cantidad de carga eléctrica que se haya hecho pasar a tra-
vés del líquido.
Según la teoría atómica, estas regularidades se interpre-
tan como una tendencia de cada uno de los átomos de la
sal a adquirir una carga eléctrica definida, positiva o nega-
tiva. Por ejemplo, la sal común es un compuesto de so-
dio (símbolo químico Na) y cloro (símbolo Cl) que con-
tiene igual cantidad de átomos de cada uno de acuerdo
con la fórmula química NaCl. En una solución de ésta
en el agua, algunas de las moléculas de NaCl son separa-
das en sodio y cloro en tal forma que el sodio contiene
una cantidad fija de carga eléctrica positiva y el cloro una
cantidad igual de carga negativa. Estos átomos cargados
se llaman iones. Si se aplica un campo eléctrico a tra-
vés de las láminas metálicas en la solución, los iones de
sodio son atraídos por la lámina negativa y los iones
de cloro por la lámina positiva. Al llegar a las láminas se
neutralizan, o sea, pierden su carga. Átomos neutros de
cloro o de sodio permanecerán en alguna combinación con
el agua.
Está claro que si cada átomo de sodio siempre lleva la
Il8 ÁTOMOS Y ELECTRONES

misma cantidad de carga eléctrica, la carga total que ha


pasado desde una lámina a otra estará en relación defini-
da con la cantidad de sodio que ha sido suprimida de la
solución.
De esta manera, podemos descubrir cuánta carga co-
rresponde a un gramo de sodio. Como ya sabemos el peso
del átomo de sodio, podemos deducir cuánta carga lleva
un ion de sodio al pasar la electricidad a través de la so-
lución. El resultado es que la carga contenida por un ion
de sodio y la de un ion de cloro son opuestas e iguales y
que la misma cantidad ocurre en todas las demás sales
y en todos los otros procesos electrolíticos.
Algunos iones contienen el doble o el triple de carga
básica y aun un múltiplo mayor.
Estas conclusiones sugieren que no sólo la materia, sino
también la electricidad, tienen una estructura atómica y
que existe una carga eléctrica mínima.
También llegamos a conclusiones análogas cuando es-
tudiamos el paso de la electricidad a través de gases, como
en los tubos de descarga muy conocidos ahora en los anun-
cios luminosos o en las lámparas fluorescentes. Aquí en-
contramos nuevamente que los iones conducen la carga
eléctrica. El tubo de descarga de baja presión tiene la ven-
taja de que el problema mecánico del movimiento de ta-
les iones es ahora cosa sencilla. En un líquido, el ion está
siempre muy cerca de otros átomos y moléculas, y su paso
es muy similar al de una persona que se abre paso a em-
pellones en una multitud. En un tubo de descarga de
baja presión el ion puede viajar un largo trayecto sin en-
contrarse con otros átomos o iones. Por lo tanto, es posi-
ble aplicar, por ejemplo, fuerzas eléctricas a estos iones
y observar cuánto se desvían de su camino. Si conociéra-
mos la velocidad de un ion tal, la desviación nos indica-
ría cuál sería su aceleración oblicuamente y, por lo tanto,
nos daría la fuerza dividida entre la masa o, puesto que co-
nocemos la intensidad del campo, la cantidad o sea
la carga eléctrica dividida entre la masa.
EL ELECTRÓN 119

En la práctica, no conocemos la velocidad de los iones;


pero también la podemos determinar si aplicamos un
campo magnético, por ejemplo, si colocamos el tubo de
descarga entre los polos de un imán de intensidad cono-
cida. Una carga eléctrica en movimiento representa una
corriente eléctrica, y en el Capítulo III hemos visto que
un campo magnético ejerce una fuerza sobre la corriente
que es mayor mientras más poderosa sea la corriente. De
lo que se deduce que las partículas cargadas en un cam-
po magnético están sometidas a una fuerza perpendicular
a la dirección del movimiento y cuya intensidad aumenta
con la velocidad de la partícula.

3. El electrón

Éste es un esquema aproximado de la idea contenida en el


método de J. J. Thomson para medir para varios
iones en una descarga de gas. Se descubrió que había mu-
chos iones con cargas positiva o negativa, para los cuales
la relación entre carga y masa era exactamente la misma
que la encontrada en las observaciones de la electrólisis,
pero además, y de hecho en forma más conspicua, apare :
cían rayos que parecían consistir en partículas que, para
la misma carga eléctrica, eran cerca de dos mil veces más
livianas que el átomo más liviano, o sea el de hidrógeno.
Su carga eléctrica siempre era negativa. Estas partículas
fueron llamadas electrones. Los rayos que consisten en
electrones rápidos en un tubo de descarga, son conoci-
dos como rayos catódicos porque provienen del cátodo
(nombre de la parte metálica del tubo que se mantiene
a un potencial negativo).
Investigaciones posteriores sobre el paso de la electri-
cidad a través de gases demostraron que, si en un prin-
cipio el gas sólo contiene átomos eléctricamente neutros,
es decir, que no poseen carga eléctrica, es posible produ-
cir en él electrones e iones positivos, de lo que se dedujo
que estos átomos contienen electrones; un átomo que ha
120 ÁTOMOS Y ELECTRONES

perdido un electrón negativo tiene entonces una carga


positiva neta y se convierte en un ion positivo. En forma
similar se forman los iones negativos, cuando un electrón
se adhiere a un átomo neutro. Por consiguiente, los iones
siempre contienen una carga, ya sea igual en cantidad a
la carga de un electrón (pero positiva o negativa) o pue-
den contener una carga múltiple perdiendo o adquiriendo
dos o más electrones.
Comparativamente, es fácil medir la carga de un elec-
trón, que por lo general se expresa con la letra e. Millikan
ideó la manera más elegante de hacer esto. A través de un
microscopio horizontal observó una fina niebla de aceite
compuesta de gotitas microscópicas de aceite. Dichas go-
titas caen por su propio peso, pero en forma extremada-
mente lenta debido a su pequeño tamaño. Esto es así
porque el peso de dicha gota es proporcional a su volu-
men, es decir, a la tercera potencia de su diámetro, mien-
tras que la resistencia del aire a su movimiento varía igual
que su sección transversal, es decir, como el cuadrado
de su diámetro. Por lo tanto, para una gota muy peque-
ña la resistencia del aire es mucho más importante en
relación con el peso, que para una gota grande. En el apa-
rato de Millikan, las gotas de aceite yacían entre dos lá-
minas horizontales que podían ser cargadas eléctricamen-
te, como en un condensador. Se descubrió entonces que
las gotas contienen una carga eléctrica y, por lo tanto,
caerían más o menos rápidamente y aun se elevarían a
medida que se aplicara el campo eléctrico, de acuerdo con
la magnitud y signo de su carga. Observando con el mi-
croscopio el movimiento de alguna gota en particular,
con y sin campo eléctrico, fue posible deducir la carga
eléctrica sobre ella y conocer la magnitud de la carga me-
diante el conocimiento de la intensidad del campo eléc-
trico.
Se descubrió entonces que esta carga era siempre un
múltiplo exacto de una carga más pequeña. Ésta se inter-
preta como la carga de un electrón, puesto que la manera
más fácil para que la gota adquiera carga es perdiendo u
CONSTITUCIÓN DE LOS ÁTOMOS 121

obteniendo un electrón adicional. La carga del electrón


resulta ser extremadamente pequeña, cerca de en
términos de las unidades empleadas en el Capítulo III.
En lenguaje más sencillo, esto significa que la corriente
de un amperio representa el paso de electrones
por segundo.
El conocimiento de la carga del electrón nos propor-
ciona otra forma de determinar las masas atómicas. Ha-
bíamos visto que en el paso de la electricidad a través
de los líquidos, la relación de la carga que pasó con la
cantidad de material depositado era constante y depen-
día de donde e es la carga de un ion y m su masa.
Como los iones más simples sólo contienen una carga elec-
trónica, conociendo esta carga podemos determinar su
masa.
El descubrimiento del electrón a fines del siglo xix ini-
ció el estudio de la estructura del átomo, ya que evidente-
mente el electrón era uno de sus componentes.

4. ¿De qué están constituidos los átomos?

Se necesitó bastante tiempo para descubrir algo más sobre


el interior del átomo y la participación precisa en él del
electrón. El próximo avance provino del trabajo de Ru-
therford, en sus estudios sobre la radiactividad, y debemos
dedicar algunas palabras a este fenómeno para poder apre-
ciar la nueva evidencia obtenida por él respecto del áto-
mo. Por el trabajo de Becquerel se supo que existen
minerales, particularmente la llamada pechblenda, que
emiten rayos muy penetrantes. Éstos pueden oscurecer las
placas fotográficas, pueden hacer que el aire se trans-
forme en conductor de la electricidad y pueden ser descu-
biertos en diversas formas. De la pechblenda, Marie y
Pierre Curie lograron aislar el radio, el cual es una fuen-
te particularmente poderosa de tales radiaciones. Tam-
bién demostraron la existencia de varias otras sustancias
radiactivas.
122 ÁTOMOS Y ELECTRONES

Rutherford estudió con mayor detalle la naturaleza de


las radiaciones emitidas por estas sustancias. Podían divi-
dirse en tres tipos principales, clasificados por Rutherford
con las tres primeras letras del alfabeto griego como ra-
yos alfa, beta y gama. Rutherford demostró que los rayos
alfa podían ser desviados por un campo eléctrico o mag-
nético en la misma forma que los torrentes de partículas
con carga positiva; los rayos beta se comportaban como
partículas con carga negativa, y los rayos gama no eran afec-
tados en absoluto por los campos eléctrico o magnético.
Se descubrió que los rayos gama consisten en ondas
electromagnéticas aún más cortas que las de los rayos X.
Los rayos beta consisten en electrones y los rayos alfa con-
sisten en partículas pesadas con carga positiva. Al medir
su desviación en el campo se encontró que, en realidad, su
carga estaba en la misma proporción a su masa que en los
iones del gas helio, que es el elemento más liviano des-
pués del hidrógeno. Ahora sabemos que las partículas alfa
son en realidad iones de helio.
Éstos son emitidos por el radio y por sustancias simila-
res con muy altas velocidades, algunas tan grandes como
de la velocidad de la luz, y pueden pasar a través de
hojas delgadas de sustancias sólidas, por ejemplo, una ho-
ja de papel o de aluminio. Más adelante volveremos so-
bre el asunto del origen de estos rayos.
Rutherford se preguntó hasta qué punto se desviarían
estos rayos alfa de una trayectoria recta, al pasar a tra-
vés de materia. Por lo tanto, dirigió un fino rayo de dichas
partículas hacia una hoja delgada. El resultado, algo in-
esperado, fue que la mayoría de estas partículas no sufrió
una •desviación notable. Continuaron en línea recta. Sólo
algunas se desviaron en forma notoria de su dirección
original y una cantidad menor aún se desvió a través de
ángulos grandes.
Este resultado fue sorprendente. Sabemos que la ma-
teria sólida debe estar absolutamente llena de átomos,
puesto que ni siquiera las presiones muy altas reducirán
CONSTITUCIÓN DE LOS ÁTOMOS 123

sus dimensiones en forma apreciable. Por lo tanto, las


partículas alfa de Rutherford debían de haber pasado jus-
tamente a través de una cantidad de átomos, y era de es-
perarse que chocaran con parte de éstos. En tales coli-
siones, serían desviadas de su trayectoria recta. Sin duda
que un jugador de billar se llevaría una gran sorpresa
si, sobre una mesa completamente llena de bolas de bi-
llar, lograra disparar otra bola desde un extremo y que
ésta fuera a dar en línea recta directamente al otro ex-
tremo. De hecho, esto sólo sería posible si hubiera sufi-
ciente espacio entre las diferentes bolas para que la bola
disparada pudiera pasar.
Rutherford llegó, pues, a la conclusión de que el áto-
mo estaba casi vacío y que todas las partes pesadas que
contiene, incluyendo a las partículas alfa que hicieron las
veces de la bola disparada, debían de ser muy pequeñas
comparadas con el tamaño de un átomo.
Aún se podría decir algo más. Evidentemente que las
pocas partículas alfa que fueron desviadas pasaron cerca
de alguna parte del átomo donde fuerzas relativamente
poderosas actuaron sobre ellas. Como las mismas partículas
alfa tenían carga eléctrica, era natural suponer que fue-
ron las fuerzas eléctricas las que causaron esta desvia-
ción.
Por medio de un análisis brillante y sencillo, Ruther-
ford demostró que el número de partículas alfa que fue
desviado a través de diferentes ángulos correspondía a lo
que se esperaría si cada átomo contuviera una carga eléc-
trica muy concentrada, cuya fuerza sobre la partícula alfa
siguiera la ley del inverso del cuadrado, como en el Ca-
pítulo III. Esta carga eléctrica concentrada tenía que estar
adherida a una masa más pesada que la de la partícula
alfa, puesto que de otra manera la partícula alfa la habría
echado a un lado sin sufrir ella misma una desviación
muy grande.
Estos argumentos sugirieron la siguiente imagen del
átomo: En su centro, el átomo contiene un pequeño nú-
cleo con carga positiva, rodeado de electrones. La can-
124 ÁTOMOS Y ELECTRONES

tidad de electrones es tal que el átomo, como un todo,


es eléctricamente neutro. En este caso, los electrones se
moverían bajo una fuerza de atracción siguiendo la ley
del inverso del cuadrado, como' los planetas en el campo de
atracción del sol, y el modelo de átomo propuesto por
Rutherford parecía un sistema solar en miniatura. En
realidad, el átomo está casi tan vacío como el sistema solar,
o sea que el núcleo atómico es tan pequeño en compara-
ción con el tamaño del átomo, como lo es el sol en com-
paración con las órbitas de los planetas .
Por consiguiente, la masa de un núcleo es aproxima-
damente la masa de todo el átomo; aun en el caso del
átomo más liviano, es cerca de dos mil veces la masa de
un electrón.
Si por lo general el átomo no debe tener ninguna car-
ga eléctrica neta, la carga eléctrica del núcleo debe equi-
librar a la de los electrones. Si el núcleo tiene una carga
de donde nuevamente e es la carga electrónica y
Z es un número entero, debe tener Z electrones negativos
para equilibrarlo.
Este número Z encuadró en seguida con algunas sor-
prendentes regularidades descubiertas en la química. Men-
deleiev había encontrado que si los elementos químicos
conocidos eran colocados en el orden de sus pesos atómi-
cos (determinados a base de sus proporciones en las reac-
ciones químicas) aparecía una repetición periódica de cier-
tas características químicas típicas.
Por ejemplo, la lista contendrá en diferentes lugares los
gases "nobles" o inertes, helio, neón, argón, etc., que per-
manecen gaseosos a temperaturas bastante bajas y no for-
man compuesto alguno con otros elementos. Ahora, el
elemento que sigue a un gas noble es siempre un alcalino,
v. g. después del helio sigue el litio, después del neón
sigue el sodio, después del argón el potasio, etc. Todos
éstos son metales químicamente muy activos y reaccionan
aun con el agua, formando sales; en una solución fácilmen-
te forman iones positivos, o sea que fácilmente pierden un
electrón.
¿POR QUÉ NO SE DESINTEGRAN? 125

Por otra parte, los elementos que preceden a los gases


inertes (con excepción del primero) son todos del tipo quí-
mico conocido como halógenos: son flúor, cloro, bromo,
etc., elementos que, combinados con hidrógeno, forman
ácidos y en una solución forman iones negativos, o sea que
fácilmente adquieren un electrón adicional. Estas regula-
ridades condujeron a Mendeleiev a construir el sistema
periódico de los elementos.
Ahora bien, resulta que el número Z, que es la carga
del núcleo en unidades de la carga del electrón, en la tabla
de Mendeleiev también es igual al número de serie del
elemento.
El elemento más liviano, hidrógeno con contie-
ne por lo tanto un núcleo positivo y un electrón de igual
carga negativa. El átomo del segundo elemento, helio,
tiene el doble de carga eléctrica en su núcleo y, cuan-
do el átomo es neutro, contiene dos electrones. En esta
lista llegamos hasta el elemento más pesado que se conoce
en la naturaleza, el uranio, con o sea un núcleo
que contiene 92 veces más carga eléctrica positiva que el
cíel hidrógeno y está rodeado por 92 electrones.
5. ¿Por qué no se desintegran los átomos!
Basándonos en la descripción anterior, tratamos ahora de
entender el comportamineto de un átomo. Tomemos el
caso más simple, el del átomo de hidrógeno, que contiene
el núcleo de hidrógeno o protón y un electrón. De acuerdo
con la ley del inverso del cuadrado, ambos se atraen, y el
problema mecánico es pues igual al del sol y un planeta.
Esperaríamos entonces que el electrón girara alrededor del
protón. Siempre que no hubiera influencias que causa-
ran perturbaciones, el estado sería perfectamente estable;
la forma y el tamaño de la curva descrita por el electrón,
su órbita, no serían alterados, del mismo modo que la
órbita de un planeta alrededor del sol permanece igual
siempre que no haya perturbaciones.
Sin embargo, en el caso de un átomo todo nos induce a
pensar que debería haber perturbaciones, y dos influencias
126 ÁTOMOS Y ELECTRONES

son de particular importancia. La primera es la influencia


de otros átomos, especialmente en sólidos y líquidos, en los
cuales los átomos están estrechamente agrupados. Las fuer-
zas entre los átomos adyacentes representan pues una fuerte
perturbación; cada electrón ya no seguiría la órbita estable
ideal y el resultado sería el de lograr, gradualmente, un
mayor acercamiento de todos los electrones con sus proto-
nes respectivos, de modo que por medio de la fuerza de
atracción se emitiría más y más energía; al mismo tiempo,
el tamaño de la órbita del electrón y, por ende, el tamaño
del átomo, disminuirían, lo que conduciría a una desinte-
gración completa de la sustancia sólida o líquida. Natural-
mente que esto no coincide con el comportamiento de las
sustancias reales, y por lo tanto hay algo decididamente
incorrecto en nuestra descripción.
Aunque sólo pensáramos en un átomo, lo cual podría-
mos hacer en el caso de un gas en el que los átomos están
bastante separados uno del otro la mayor parte del tiempo,
siempre habría otra causa de perturbación para el simple
movimiento de los electrones, a saber, la emisión de luz
u otras ondas electromagnéticas. Un electrón, o sea una
partícula cargada que gira en una órbita, produce un cam-
po eléctrico oscilante que conduce a la emisión de ondas
electromagnéticas, exactamente como en el caso de la ante-
na sencilla que discutimos en el Capítulo III (figura 17).
La radiación producida de esta manera se lleva parte de la
energía del átomo. De acuerdo con la ley de conservación
de la energía, se deduce que la energía mecánica del elec-
trón siempre debe disminuir, lo que significa que la órbita
del electrón debiera contraerse gradualmente hasta que el
electrón haya "caído" dentro del núcleo. Este argumento
demuestra nuevamente que las leyes de la naturaleza, tales
como las conocemos hasta ahora, no pueden explicar la
existencia de átomos de tamaño definido y con propiedades
que no sufran alteraciones con el tiempo.
Estos dos argumentos son ejemplos de las dificultades
que se encontraron cuando se intentó explicar la estruc-
tura del átomo en términos de las leyes de la física cla-
HECHOS QUE SE PUEDEN ENTENDER 127

sica, o sea las leyes mecánicas de Newton y las leyes elec-


tromagnéticas de Maxwell. En un capítulo posterior vere-
mos que esta y otras evidencias hacen necesaria una minu-
ciosa revisión de las leyes fundamentales, no tanto respecto
a un cambio como a un refinamiento, y a esto nos referi-
mos en la teoría del cuanto.

6. Son muchos los hechos que se pueden entender

Sin embargo, a pesar de estas contradicciones, aun en la


etapa actual de conocimiento, incompleto a que hemos
llegado, muchos hechos sobre el comportamiento de la
materia pueden entenderse en términos del átomo. Por
ejemplo, si los átomos contienen, como hemos visto, elec-
tricidad positiva y negativa, entonces, si se coloca un átomo
en un campo eléctrico, éste influirá en una forma sobre
las cargas positivas y en otra sobre las cargas negativas;
por lo tanto, desviará a la una respecto de la otra. En tér-
minos de electrones que giran en órbitas alrededor de un
núcleo positivo, podemos decir que las órbitas serán des-
viadas de modo que los electrones ya no estén distribuidos
uniformemente alrededor del núcleo. Ahora bien, si no
se trata de un solo átomo, sino de un pedazo de materia
sólida que contiene muchos átomos, lo mismo regirá para
cada átomo. El resultado neto es que toda carga positiva
en este pedazo de materia sufre un pequeño desplazamien-
to en una dirección, y lo mismo sucede con la carga nega-
tiva en la misma magnitud pero en sentido opuesto. Como
en el interior del pedazo de materia cualquier volumen
pequeño contiene cantidades iguales de cargas positiva y
negativa, su desplazamiento no altera la intensidad de
carga en el interior, pero sí habrá una diferencia cerca
de la superficie; el resultado final es una capa de carga
positiva en un lado y una capa de carga negativa en el
otro. La figura 26a muestra una plancha de material que
contiene cargas eléctricas positiva y negativa. En la figu-
ra 26b ésta ha sido colocada entre dos láminas de metal
cargadas positiva y negativamente, como en el caso del
128 ÁTOMOS Y ELECTRONES

condensador ilustrado en la figura II. Todas las cargas


positivas se mueven hacia arriba y todas las cargas negati-
vas hacia abajo, y el resultado neto es un exceso de carga
positiva en un extremo y un exceso de carga negativa en
el otro. Estas capas de carga inducida producen un cam-
po eléctrico que contrarresta al producido por las láminas.
Como resultado, el campo entre las láminas de un conden-
sador disminuye si la plancha que queda entre las láminas
se llena con un material no-conductor adecuado. Esto sig-
nifica, a su vez, que la diferencia de potencial para una
carga dada es reducida o que el condensador contiene más
carga a la misma diferencia de potencial.

Figura 26 (a). La materia contiene carga positiva y negativa.


(b). Desplazamiento de cargas por un campo externo.

Decimos que su capacidad ha aumentado. La tenden-


cia de un material a contrarrestar en esta forma un campo
aplicado exteriormente tiene relación con su constante
dieléctrica. Al formular en el Capítulo III las leyes del
campo electromagnético no me he referido a la constante
dieléctrica, aunque en la práctica es importante cuando
tratamos con los campos internos de sustancias densas o
cercanos a ellas. La razón por la cual no lo he hecho es
porque no forma parte de las leyes fundamentales, sino
que refleja la estructura de estas sustancias y el efecto del
campo sobre los átomos contenidos en ellas.
HECHOS QUE SE PUEDEN ENTENDER 129
De la misma manera podemos entender que los campos
magnéticos deben tener influencia sobre el movimiento
de los electrones, aunque la forma precisa en que las órbi-
tas son afectadas no es cosa sencilla.
También es comprensible el que algunos materiales pue-
dan conducir electricidad, siempre que logremos creer
que en tales sustancias los electrones pueden separarse de
algunos o de todos los átomos y moverse libremente den-
tro del cuerpo. Esto está confirmado por el hecho de que
los conductores de electricidad son, generalmente, elemen-
tos conocidos por los químicos como electropositivos, es
decir, en los cuales fácilmente se forman iones positivos
si se suprimen uno o nías electrones. También se ha obte-
nido una evidencia directa de que la corriente eléctrica
en un metal es conducida por el movimiento de las car-
gas negativas y no por el de las positivas, y que su masa
corresponde más bien a la de los electrones que a la de
los átomos.
Aparte de estos problemas eléctricos y magnéticos, el
concepto de átomo también puede darnos luz respecto a
la estructura y a las propiedades mecánicas corrientes de la
materia, pero como éstas dependen de la temperatura, no
podemos decir mucho sobre ellas hasta que no hayamos
hecho una exposición acerca de las ideas principales del
nexo que existe entre el calor y el movimiento de los
átomos.
VI
MULTITUDES DE ÁTOMOS
EL CALOR COMO MOVIMIENTO IRREGULAR

I. Cantidad de calor. Calor y desorden

Este capítulo tratará sobre el calor, una rama de la física


que, a diferencia de la electricidad, tiene relación con los
cambios directamente accesibles a nuestros sentidos y con
los cuales nos hemos familiarizado en nuestra vida diaria.
Dos conceptos básicos en el estudio del calor son: la
temperatura y la cantidad de calor. Todo lector sabe lo
que significa temperatura, puesto que no le habrá faltado
oportunidad de observar un termómetro y de experimen-
tar las diferentes sensaciones de molestia causadas ya sea
por una temperatura muy alta o muy baja. La idea de la
cantidad de calor es menos obvia.
Cuando se calienta algún objeto, digamos una cacerola
llena de agua, o sea cuando se le eleva a una temperatura
mayor, decimos que contiene una mayor cantidad de calor.
No obstante, si se someten diferentes cuerpos a la misma
temperatura, éstos contienen diferentes cantidades de ca-
lor. En primer lugar, si dos marmitas contienen diferentes
cantidades de agua, entonces la más llena requerirá mayor
cantidad de calor para llegar al punto de ebullición que
la que contiene menos agua. El calor se mide en térmi-
nos de calorías. Una caloría es la cantidad de calor que se
necesita para aumentar la temperatura de un gramo de
agua en un grado centígrado. Alternativamente, una Uni-
dad Térmica Británica (B.T.U.) es la cantidad de calor
que se requiere para aumentar la temperatura de una
libra de agua en un grado Fahrenheit.
Sin embargo, si en vez de aumentar la temperatura de
un gramo de agua en un grado, se trata de aumentar la
temperatura de un gramo de otra sustancia, digamos plo-
130
CANTIDAD DE CALOR 131

mo, se necesita una cantidad de calor diferente (en este


caso una cantidad menor). Esto queda demostrado por la
siguiente observación: Tomamos dos vasijas que contienen
la misma cantidad de agua fría. En una de ellas ponemos
cierta cantidad, digamos un kilogramo, de agua hervida y
revolvemos la mezcla para que llegue a una temperatura
uniforme. En la otra vasija ponemos un kilogramo de plo-
mo que ha sido calentado a la temperatura del agua hir-
viendo y esperamos hasta que el agua y el plomo tengan
la misma temperatura. Después, medimos la temperatura
de ambas vasijas y descubrimos que la primera está más
caliente que la segunda. Lo cual significa que el agua tenía
una mayor cantidad dé calor que el plomo. Deducimos,
pues, que el plomo tiene un calor especifico menor que
el agua.
Habiendo definido en esta forma la cantidad de calor,
podemos relacionar esto con el hecho (mencionado en el
Capítulo II) de que el calor es una forma de energía. Si
detenemos el movimiento de un automóvil aplicando los
frenos, el tambor del freno se calienta. Si medimos este
aumento de temperatura en circunstancias en que el en-
friamiento de los frenos por el aire y por su contacto con
otras partes del coche carece de importancia, y damos to-
lerancia para la cantidad de metal contenida en el tambor
de los frenos y para su calor específico, podemos encon-
trar la cantidad de calor producida. Comparamos ésta con
la cantidad de energía cinética que el coche ha perdido y
resulta que el calor generado es exactamente proporcional
a la cantidad de energía mecánica perdida. Por lo tanto,
es razonable decir que la energía mecánica es transforma-
da en calor.
Ya hemos subrayado el hecho de que es posible trans-
formar entre sí, de varias maneras, las energías mecánica,
eléctrica, magnética, química y calorífica. Pero hay algo
peculiar respecto al calor, cual es el carácter irreversible
de muchos procesos relacionados con el calor. Por ejem-
plo, es fácil convertir la energía mecánica en calor, como
en el caso de la fricción, pero no es tan sencillo hacer lo
132 MULTITUDES DE ÁTOMOS

contrario. Ninguna cantidad de calor que se aplique al


tambor del freno de un coche logrará poner nuevamente
en marcha al coche. Es fácil convertir la electricidad en
calor permitiendo que una corriente pase a través de una
resistencia de alambre, pero es muy difícil transformar di-
rectamente el calor en electricidad; el hecho de calentar
un alambre no producirá una corriente; aunque conoce-
mos las pilas termoeléctricas, que son combinaciones de
diferentes metales que producen una diferencia de poten-
cial eléctrico al ser calentados, éste es un efecto muy
pequeño. Es fácil convertir la energía química en calor,
como cuando quemamos carbón, o sea obtener anhídrido
carbónico de la combinación de carbono y oxígeno, pero
es difícil transformar nuevamente el anhídrido carbónico
en carbono y oxígeno.
Todo esto difiere bastante de la transformación de la
electricidad en energía mecánica por medio de un motor,
ya que hemos visto que un motor eléctrico también puede
ser usado como generador. Y es diferente de la transforma-
ción de energía química en energía eléctrica en un acu-
mulador, ya que al volver a cargar el acumulador conver-
timos la energía eléctrica en energía química.
Volvemos a encontrar la misma clase de irreversibilidad
en el proceso de conducción del calor. Cuando dos obje-
tos, uno caliente y el otro frío, entran en contacto uno con
el otro, el calor fluirá desde el más caliente al más frío,
hasta que sus temperaturas sean iguales. Hay buenos y
malos conductores de calor, que sólo difieren en la velo-
cidad con que se igualarán las temperaturas. Los metales
están entre los mejores conductores de calor (ésta es la
razón por la cual los metales se sienten más fríos al tacto,
porque toman el calor de nuestra mano más rápidamente).
Nuevamente aquí, el calor fluirá del cuerpo más caliente
al más frío pero nunca en sentido opuesto, de modo que el
proceso no puede ser invertido; cuando las temperaturas
de dos cuerpos en contacto llegan a igualarse, no podemos
lograr que vuelvan a ser diferentes a no ser que aplique-
mos o quitemos calor a uno de los cuerpos.
CANTIDAD DE CALOR 133

Por esta razón, no basta conocer la energía total conte-


nida en un cuerpo o en una pieza de maquinaria, inclu-
yendo su energía calorífica, para determinar la utilidad de
dicha energía en la práctica. Por ejemplo, si yo tengo
un gran trozo de materia que está muy caliente, digamos
sobre el punto de ebullición del agua, y otro trozo que
está frío, entonces ésta es una fuente de energía útil por-
que puedo utilizar el calor si echo agua sobre el objeto
caliente para producir vapor. Esto puede mover a una
máquina de vapor, y el vapor que emerge de la máquina
puede condensarse en agua nuevamente y volver a usar-
se. Por otra parte, si permito que los trozos caliente y
frío igualen sus temperaturas por medio de la conducción
del calor, entonces seguirán conteniendo la misma canti-
dad de energía, pero ésta no será de utilidad alguna. Tene-
mos la tendencia a pensar que el calor, por ejemplo el
de una caldera, basta para producir vapor y para impul-
sar una máquina, pero damos por supuesto que además,
tenemos una fuente de suministro de agua a temperatura
corriente. Esta diferencia de temperatura es esencial. Si
viviéramos sobre la superficie de un planeta tan caliente
que toda el agua se evaporara, esto no nos permitiría con-
vertir dicho calor en energía mecánica por medio de una
máquina de vapor o por ningún otro medio.
Por lo tanto, además de la energía, usamos otra magni-
tud llamada energía libre. Ésta es una medida de aque-
lla parte de la energía total de un objeto o de una cantidad
de objetos, que puede ser convertida en otras formas útiles
de energía. Las energías mecánica, eléctrica y magnética
siempre se consideran íntegramente como energía libre
pero en cuanto a la energía calorífica debe incluirse sólo
parte de ella. En nuestro ejemplo de los trozos caliente y
frío, es obvio que la energía libre es mayor cuando aque-
llos tienen diferentes temperaturas que cuando sus tem-
peraturas son iguales. A medida que por medio de la
conducción se transfiere el calor del cuerpo más caliente
al más frío, el cuerpo caliente pierde tanto calor como él
que recibe el cuerpo frío, pero puesto que la energía libre
134 MULTITUDES DE ÁTOMOS

es reducida, el cuerpo caliente debe perder más energía


libre que la que recibe el cuerpo frío. La diferencia entre
la energía total y la energía libre, es, pues, una medida de
qué cantidad de calor está almacenada en una forma prác-
ticamente inútil. Esta cantidad, la diferencia entre las
energías total y libre, está estrechamente relacionada con
lo que se conoce como entropía. Para nuestros propósi-
tos, no es necesario explicar en forma precisa lo que
significa entropía o cómo se mide, pero sí es importante
recalcar que está estrechamente relacionada con la diferen-
cia entre la energía total y la libre.
Si perdemos energía libre sin haberla aprovechado, como
en el caso de conducción del calor o en el proceso de de-
tener el movimiento de un objeto por medio de la fricción,
aumenta la diferencia entre las dos clases de energía y con
ello la entropía. En realidad, es un hecho que en cualquier
cambio que ocurra en un grupo de objetos que no son
perturbados por influencias externas la entropía sólo pue-
de aumentar y nunca disminuir. Un cambio en el que la
entropía no sufre alteración es un cambio reversible, y
generalmente podemos lograr que ocurra en el sentido
opuesto. Ningún cambio en el cual la entropía haya
aumentado puede ser invertido.
Esta afirmación sobre la entropía creciente resume la
llamada segunda ley de la termodinámica, o sea de la cien-
cia del calor. La primera ley es simplemente la de la con-
servación de la energía, incluyendo el calor, a la que ya
nos hemos referido.
La entropía es muy similar al desorden. Lo fácil que es
permitir que las temperaturas de dos cuerpos lleguen a
igualarse, pero lo difícil que es hacerlas diferentes, es muy
similar a lo fácil que es convertir el orden en desorden y
lo difícil que es invertir el proceso. Por ejemplo, es muy
fácil barajar los naipes, pero cuesta mucho más volver a
colocarlos en su secuencia correcta. Es fácil convertir un
estado ordenado de cosas, como cuando tenemos azúcar
en una jarra y sal en otra, en un estado desordenado como
aquél en que el contenido de ambas jarras ha sido mez-
CALOR Y MOVIMIENTO ATÓMICO 135

ciado. Es prácticamente imposible volver del estado des-


ordenado al ordenado. Una metáfora familiar es la impo-
sibilidad de volver a separar los huevos en una tortilla de
huevos. Al barajar los naipes, al mezclar el azúcar con la
sal o al revolver un huevo, aumentamos la entropía. Más
adelante veremos que la entropía y el desorden no sólo
son similares, sino una y la misma cosa.

2. Calor y movimiento atómico

Ahora surge la pregunta de si el calor, al igual que la


electricidad, es algo básico que debemos incluir en nues-
tra exposición de las leyes básicas de la naturaleza, o si
puede ser explicado en términos de otras cosas conocidas.
Resulta que puede ser explicado completamente en tér-
minos de átomos y sus movimientos. Esto se logra con lo
que generalmente se llama teoría cinética del calor, o me-
cánica estadística, que fue desarrollada en el curso del
siglo xix.
En el capítulo anterior ya hemos visto que la materia
consiste en átomos que pueden estar separados entre sí o
reunidos en forma de moléculas. Los gases más comunes
consisten en moléculas. Por ejemplo, el aire contiene mo-
léculas de oxígeno y nitrógeno, y cada una de éstas con-
tiene dos átomos de oxígeno y nitrógeno, respectivamente.
¿Cuál es la diferencia, entonces, entre el aire frío y el
caliente? De acuerdo con la teoría cinética, la diferencia
radica en que, en el aire caliente, las moléculas se mueven
con mayor rapidez. *
Si a través de un microscopio mucho más potente que
cualquiera de los que tenemos actualmente pudiéramos
observar un pequeño espacio lleno de aire, veríamos que
dicho espacio está repleto de moléculas que se mueven
rápidamente de manera irregular, como un enjambre de
insectos que haya sido perturbado. Sin embargo, mientras
que los insectos pueden evitar el chocar entre sí, cada mo-
lécula, según las leyes de la mecánica, viaja en línea recta
a una velocidad uniforme hasta que choca, ya sea con otra
136 MULTITUDES DE ÁTOMOS

molécula o con una pared del recipiente que encierra el


aire. En el aire, a una presión normal, hay una cantidad
regular de espacio entre las diferentes moléculas. Puesto
que mediante los métodos indicados en el capítulo anterior
podemos calcular el tamaño y el peso de una sola mo-
lécula, podemos deducir que en el aire la distancia entre
cualquier molécula y su vecina más próxima es de aproxi-
madamente diez veces su diámetro, y por lo general puede
viajar una distancia de unas mil veces su diámetro antes
de que se produzca una colisión. En una colisión que, en el
sentido discutido en el Capítulo II, debemos considerar
como elástica, las dos moléculas que chocan cambian su
dirección y generalmente sus velocidades, pero en tal for-
ma que su energía total sigue siendo la misma.
Por lo tanto, el trayecto de cualquier molécula es suma-
mente complicado. Viaja en línea recta sólo distancias
muy cortas del orden de unos cuantos diezmilésimos de
centímetro como promedio. Entonces choca con otra mo-
lécula, su velocidad y dirección sufren cierta alteración,
prosigue hasta que ocurre la próxima colisión, y así suce-
sivamente. En principio, si a través de un microscopio
imaginario pudiéramos determinar la posición y el movi-
miento exactos de todas las moléculas, podríamos saber
cuáles de ellas chocarán y dónde, y cual será su movimien-
to después de la colisión. Si recordamos que, en realidad,
estamos tratando con una enorme cantidad de moléculas,
en la práctica ésta sería una empresa casi imposible, aun-
que poseyéramos instrumentos lo suficientemente precisos
para hacer las observaciones necesarias. Pero precisamente
porque la cantidad es tan grande, no nos interesamos en la
suerte de una sola molécula. Para explicar el comporta-
miento físico del aire, sólo necesitamos saber lo que sucede
en promedio a grandes cantidades de moléculas.
Por ejemplo, la presión es una de las magnitudes im-
portantes en el comportamiento de un gas como el aire.
Todo gas ejerce una presión sobre las paredes que lo con-
tienen y que impiden su mayor expansión. En el caso del
aire normal, no se nota la presión sobre una pared porque
CALOR Y MOVIMIENTO ATÓMICO 137

por lo general al otro lado de la pared también hay aire,


que ejerce exactamente la misma presión en la dirección
opuesta. Sin embargo, si el espacio en un lado de la pared
está vacío, es decir, si el aire ha sido suprimido por medio
de una bomba de vacío, entonces hay una fuerza unilate-
ral capaz de romper la pared si ésta no es lo suficiente-
mente resistente. Como es bien sabido, esta fuerza en el
aire normal equivale al peso de un kilogramo por cada
centímetro cuadrado de superficie de pared.
En la imagen molecular, esta presión se debe al hecho
de que la pared sufre el bombardeo continuo de las mo-
léculas. Estas moléculas rebotan después de chocar con la
pared, lo que significa que cambian su velocidad. De
acuerdo con las leyes de Newton, debió, pues, de haber
una fuerza sobre ellas al entrar en contacto con la pared;
y, según la ley de la acción y la reacción, también debió de
haber una fuerza igual y opuesta en la pared. Esta fuerza
puede ser calculada si sabemos cuántas moléculas chocan
contra la pared por unidad de tiempo y cuál es su ve-
locidad. Si aumentamos la velocidad de las moléculas,
aumenta la fuerza ejercida por cada una de ellas en la
colisión, y también aumenta el número de colisiones por-
que aquéllas pegarán contra la pared con mayor frecuen-
cia. Por consiguiente, la presión es proporcional al cua-
drado de la velocidad de la molécula. También depende
de su masa; las moléculas más pesadas necesitarán una
mayor fuerza. Por lo tanto, la presión es proporcional a la
masa por el cuadrado de la velocidad o, en otras palabras,
a la energía cinética de la molécula. Se sabe que, para una
cantidad dada de gas, la presión aumenta con la tempera-
tura, lo que equivale a decir que la tendencia de expan-
sión de un gas aumenta con la temperatura. Por cierto que
si tapamos con un corcho una botella "vacía", es decir,
una botella que sólo contiene aire, y la calentamos, llegará
un momento en que la presión del aire sobre el corcho
excederá a la del aire exterior tanto como paxa hacer sal-
tar el corcho. O sea, que las moléculas se mueven con
mayor velocidad a una temperatura más alta.
138 MULTITUDES DE ÁTOMOS

Podemos hacer esta exposición más cuantitativa. De


acuerdo con la conocida ley de Gay-Lussac, la presión
de una cantidad dada de aire en un volumen dado y
a una temperatura de t grados centígrados es
— donde es la presión de la misma can-
tidad de gas a cero grados centígrados y es una cons-
tante que equivale a aproximadamente 273 grados. Por lo
tanto, si enfriáramos el aire a grados debajo del punto
de congelación de modo que fuera igual a —273, enton-
ces el gas no ejercería presión alguna. En realidad, si tratára-
mos de enfriar el aire normal hasta tal punto, éste se con-
vertiría en líquido mucho antes de que se alcanzara dicho
punto, pero si no se trata de aire normal sino de aire que
ha sido reducido en cantidad por medio de una bomba de
vacío, o sea, que tiene una menor, podemos llegar a una
temperatura más baja sin que se convierta en líquido.
Por consiguiente, en principio podemos aproximarnos
bastante al estado de carencia de presión. En consecuen-
cia, la temperatura es, de acuerdo con nuestro razo-
namiento anterior, la temperatura a la que todas las mo-
léculas cesarían de moverse. Generalmente este punto se
conoce como el cero absoluto de la temperatura. Es conve-
niente usar una nueva escala de temperatura, llamada tem-
peratura absoluta, que emplea las mismas divisiones que
la escala de los centígrados, pero que cuenta desde el cero
absoluto en vez de contar desde el punto de congelación
del agua. La temperatura absoluta es , si se
cuenta t desde el cero usual.
Entonces, en términos de la temperatura absoluta, la

ley de Gay-Lussac sería o sea que la presión

es proporcional a la temperatura absoluta. Puesto que vi-


mos que para una cantidad dada de gas la presión es pro-
porcional a la energía cinética de las moléculas, deducimos
que la energía cinética de las moléculas en un gas-es pro-
porcional a la temperatura absoluta.
CALOR Y MOVIMIENTO ATÓMICO I39

Hasta ahora, nuestro razonamiento no ofrece posibilidad


alguna ya sea de confirmar o de refutar la teoría cinética,
puesto que solamente hemos usado la relación entre tem-
peratura y presión que hemos observado para relacionar la
temperatura a la velocidad con que se mueven las molécu-
las, pero la hipótesis sufre la primera prueba cuando com-
paramos gases diferentes. Se sabe que, para la misma pre-
sión, la masa de gas contenida en un volumen dado es
proporcional al peso molecular del gas. Por ejemplo, a la
misma presión un litro de oxígeno pesa 16 veces más que
un litro de hidrógeno, y la masa de la molécula de oxí-
geno, que consiste en dos átomos, es 16 veces mayor que
la de la molécula de hidrógeno, que consiste en dos áto-
mos de hidrógeno. Esto significa que, para la misma pre-
sión y temperatura, gases diferentes contienen exactamen-
te el mismo número de moléculas en un volumen dado.
Como ya hemos visto, la presión sólo depende del número
de moléculas multiplicado por su energía cinética, y así, a
la misma temperatura, las moléculas de gases diferentes
también deben tener la misma energía cinética.
¿Qué dice nuestra teoría sobre esto? Para dar una res-
puesta tenemos que considerar lo qué sucede si en el
mismo depósito hay moléculas de diferentes clases, particu-
larmente de diferentes masas. Si todas tuvieran la misma
velocidad, este estado de cosas no persistiría. Por ejemplo,
en una colisión frontal entre una molécula pesada y otra
liviana con la misma velocidad, la molécula pesada sólo
sufrirá un leve cambio de velocidad, mientras que la mo-
lécula liviana rebotará y con ello su velocidad aumentará
considerablemente. Tenemos que generalizar este resul-
tado considerando no sólo colisiones frontales, sino en
todos los ángulos. Cuando se hace esto, resulta que la
mayoría de dichas colisiones aumenta la velocidad de los
átomos más livianos y disminuye la de los más pesados, y
esto continúa hasta que se llega a un estado estable en el
cual, como promedio, las moléculas tienen la misma ener-
gía cinética. Por consiguiente, en este respecto, la teoría
cinética concuerda con las leyes observadas para los gases.
140 MULTITUDES DE ÁTOMOS

Vemos, pues, que de acuerdo con la observación y con


la teoría cinética, la energía cinética promedio de cual-
quier clase de molécula es una constante multiplicada por
la temperatura absoluta, y generalmente se expresa como
, donde es conocida como la constante de Boltz-

man. El factor en esta definición de la constante de


Boltzman es sólo para simplificar otras fórmulas en las
que aparece la misma constante.

3. La certeza y las leyes de la probabilidad

Naturalmente, no debe suponerse que todas las molécu-


las en el gas tienen la misma energía. Ya hemos recalcado
anteriormente que la trayectoria de una sola molécula es
sumamente complicada e irregular. Sin embargo, la teoría
cinética nos permite hacer predicciones firmes acerca de
cómo se comportará una gran multitud de moléculas. En
el ejemplo que hemos discutido hasta ahora, podemos
hablar con toda confianza respecto a la energía cinética
media de un gas de moléculas y la presión ejercida por
éstas. La razón de esto reside en la ley de promedios. Al
estudiar el comportamiento de un gas, estamos en situa-
ción similar a la de la administración de un casino en el
que se juega a la ruleta. El movimiento de la bola sobre la
rueda de la ruleta es demasiado complicado e irregular
para que alguien pueda prever dónde caerá, pero a la
larga se puede estar seguro de que, como promedio, cada
número ocurrirá con igual frecuencia. La administración,
cuyos planes dependen de que esto sea verdad, a la larga
puede contar con una ganancia sistemática. Probablemen-
te una serie sucesiva de treinta o cuarenta "negras" podría
hacer saltar la banca si hubiera un jugador que se arries-
gara al negro y dejara que sus ganancias se acumularan
como nueva apuesta, pero la posibilidad de que tales series
sucedan es tan remota que ni siquiera se debe tomar en
CERTEZA Y PROBABILIDAD 141

cuenta. El riesgo de que el Casino de Montecarlo sufra


una bancarrota debido a una jugada excepcional de este
tipo, es menos serio que la posibilidad de que lo derrum-
be un terremoto o alguna otra catástrofe de la naturaleza.
Siempre que tratemos con grandes cantidades de nú-
meros, podemos recurrir a las leyes de probabilidad para
hacer predicciones seguras. En nuestro último ejemplo,
el número grande es el de las vueltas de la ruleta a través
de los años. Otro ejemplo familiar es el de los seguros de
vida. La supervivencia de una compañía de seguros depen-
de de su conocimiento acerca de cuántos de sus asegurados
morirán dentro de los próximos años. Aunque no pode-
mos pronosticar la muerte de nadie, sabemos que, cuando
se trata de un gran número de personas, se puede predecir
el porcentaje que morirá dentro de un tiempo dado (ex-
ceptuando las guerras, epidemias y casos similares que
cambian las probabilidades de vida para todos). Al des-
cribir esta situación, es difícil mejorar la famosa frase de
Sir Arthur Eddington: "La vida humana es proverbial-
mente insegura; hay pocas cosas tan seguras como la sol-
vencia de una compañía de seguros de vida".
Es característica de la teoría cinética del calor el que
todas sus expresiones son de este tipo estadístico, pero esto
no las hace menos ciertas. Las moléculas son infinitamente
más numerosas que el número de clientes de la más grande
compañía de seguros, y no están sujetas a desastres impre-
vistos como las guerras y epidemias, puesto que su com-
portamiento no es controlado por instituciones creadas por
el hombre sino por las leyes de la naturaleza.
Por ejemplo, es perfectamente compatible con las leyes
de la mecánica que en un momento dado no haya molé-
culas que golpeen contra las paredes de una vasija, porque
podría ser que todas estuvieran en una parte diferente de
la vasija, de modo que la presión sobre la pared desapa-
recería. También podría suceder que el doble del nú-
mero normal de moléculas golpeara contra la pared en
cualquier momento dado, o que aquellas que la golpearan
tuvieran el doble de su velocidad normal y tal exceso de
142 MULTITUDES DE ÁTOMOS
presión rompiera la vasija. Pero en la práctica no necesi-
tamos preocuparnos por que esto pudiera suceder, ya que
la probabilidad es enormemente más pequeña aún que
aquella de que el mismo número ganara cien veces con-
secutivas en un juego de ruleta, o de que todos los asegu-
rados de una compañía de seguros murieran el mismo día.
En realidad, las leyes de probabilidad expresan que la
incertidumbre con que podemos prever el número de ve-
ces que ocurrirá algún suceso es proporcional a la raíz
cuadrada del mismo número. Por ejemplo, si basándonos
en la natalidad de determinada ciudad calculamos que,
como promedio, nacen 100 niños cada semana, debemos
agregar a esta cifra una incertidumbre de aproximada-
mente la raíz cuadrada de 100, o sea 10. Por lo tanto, de-
bemos suponer que el número de nacimientos en dicho
pueblo durante muchas semanas será de 90 ó 110, y no
nos debemos sorprender si resultaran 120 u 80 nacimien-
tos en cualquier semana, pero es más que improbable que
ocurrieran 200 ó 50 nacimientos en cualquier semana.
Volviendo a las moléculas en el aire, el número que en
cualquier instante dado está golpeando precisamente con-
tra un centímetro cuadrado de superficie de pared, o sea,
que en dicho instante está realmente en contacto mecánico
con la pared, es alrededor de 1o12 ó un billón. Nuevamen-
te se puede aplicar la ley de la raíz cuadrada y, por consi-
guiente, en distintos instantes este número difiere por una
cantidad del orden de su raíz cuadrada, que es 106 o un
millón. En otras palabras, la presión de un centímetro
cuadrado de superficie expuesta al aire varía en aproxi-
madamente una parte en un millón. En realidad, no exis-,
ten instrumentos mediante los cuales se podría descubrir
un cambio tan pequeño en la presión instantánea.
Sin embargo, existe una manera de hacer que estos cam-
bios se manifiesten, que es la de observar la presión no so-
bre un centímetro cuadrado de superficie de pared, sino
sobre una partícula de polvo muy pequeña, que sólo puede
ser vista a través de un microscopio muy potente. Desde ha-
ce mucho se sabe que partículas tan pequeñas se mueven
CERTEZA Y PROBABILIDAD 143

irregularmente, y a este fenómeno se le ha dado el nombre


de movimiento browniano. Supongamos que nos ocupa-
mos de una partícula de polvo cuyo tamaño es una milé-
sima de milímetro, de modo que el área de su superficie
es de centímetros cuadrados. En ese caso, el número
de moléculas de aire que la golpean desde un lado en
cualquier instante dado, es alrededor de diez mil. Según
la regla de la raíz cuadrada esperamos que, en distintos
tiempos, este número varíe en la cantidad de 100 ó en uno
por ciento. Por la misma razón, la presión del aire en di-
ferentes lados de la partícula de polvo puede diferir en
casi uno por ciento; a veces la fuerza será mayor desde
un lado y otras veces desde el otro. El resultado será, cla-
ramente, un movimiento irregular de la partícula de pol-
vo, y esto es precisamente lo que se observa. Podemos com-
parar tal partícula pequeña con el negocio de una peque-
ña compañía de seguros que cuenta con muy pocos asegu-
rados; las ganancias variarán notablemente de un año a
otro porque la cantidad de clientes nuevos en diferentes
años, y también la cantidad de defunciones, tienen que
variar considerablemente.
La teoría cinética se puede aplicar al problema del mo-
vimiento browniano y los resultados serán confirmados
nuevamente por la observación. Una forma particular-
mente sencilla de enfocar este fenómeno consiste en decir
que la partícula de polvo en sí puede ser considerada
como una molécula de tamaño enorme, y el resultado de
que la energía cinética de cualquier molécula será la mis-
ma en promedio es también válido para dicha "molécula"
gigante. Por lo tanto, y como promedio, la energía ciné-
tica de la partícula de polvo debe ser ; y para el
tamaño especificado anteriormente, esto resulta en una ve-
locidad un poco menor que un centímetro por segundo.
En realidad, toda la teoría fue desarrollada mucho an-
tes de que hubiera alguna prueba definitiva sobre la exis-
tencia de los átomos. Aunque muchas de sus conclusiones
144 MULTITUDES DE ÁTOMOS

concordaban con los hechos conocidos, no incluían in-


formación alguna sobre cuan grandes o pequeñas eran
las moléculas, hasta que se llegó al estudio del movimien-
to browniano. La comparación que acabo de ofrecer per-
mite determinar la constante de Boltzman directamente
a partir del movimiento browniano, y de esto podemos
deducir el número de átomos en un gas. Puesto que la
teoría cinética es mucho más antigua que nuestro conoci-
miento sobre la estructura de los átomos, este capítulo
debió preceder, si es que deseábamos seguir la secuencia
histórica, al que se refiere a los átomos. He elegido el
orden inverso porque la evidencia respecto al tamaño de
los átomos deriva del movimiento browniano, y otras apli-
caciones de la teoría cinética requieren un razonamiento
más complicado y de menos fácil descripción que los otros
métodos.
4. Más ensayos y algunas dificultades
Hasta ahora sólo nos hemos referido a los conocimien-
tos de la teoría cinética, y aun sus aplicaciones más im-
importantes son demasiado numerosas para describirlas
aquí. Ella nos da, por ejemplo, la posibilidad de explicar
el calor específico de los gases. Consideremos un gas mo-
noatómico, o sea un gas en el que cada átomo se mueve
por sí mismo sin formar una molécula, como en el caso
del helio, gas "noble". Al calentarlo, todo lo que hacemos
es aumentar el movimiento translatorio de los átomos, y,
por lo tanto, la energía cinética es el total de la
energía calorífica que hemos impartido al gas. Por consi-
guiente, para saber qué cantidad de calor contiene dicho
gas, multiplicamos ' por el número de átomos. El
calor específico que es el aumento de energía cuando eleva-
mos la temperatura en un grado, es por átomo.
Sin embargo, si tomamos un gas en el que las moléculas
ALGUNAS DIFICULTADES 145

contienen más de un átomo, entonces aquéllas, aparte de


moverse de un lado a otro, también son capaces dé girar
alrededor de sus centros. Como resultado de las colisio-
nes, las moléculas generalmente están en üh estado de ro-
tación. También hay energía cinética asociada con esta
rotación. Para encontrar cuánta de esta energía está bajó
la forma de rotación, tenemos que aplicar consideraciones
estadísticas a las colisiones de dichas moléculas entre sí y
al intercambio de energía rotacional con la de translación
de toda la molécula. La respuesta a este problema podría
ser que la energía cinética es la misma para cada gradó
de libertad. Al final del Gapítulo II introdujimos la idea
de grados de libertad y descubrimos qué el'movimiento
de un cuerpo, incluye la rotación, salvo tres grados de
libertad, la de una varilla delgada incluye cinco si no"
contábamos la rotación de la varilla alrededor de su e'p,
o seis si la contábamos, etc. Por lo tanto, debemos deducir
que la energía cinética por grado de libertad es
Una molécula diatómica, como la del oxígeno o el nitró-
geno, es similar a una varilla rígida, pero sin la posibili-
dad de girar alrededor del eje de la varilla, puesto que
esto significaría que los átomos giraran alrededor de sus
propios centros. Tiene, por consiguiente, cinco grados de
libertad y su energía debe ser . En otra palabras,, el

calor específico del oxígeno o del aire debe ser del helio,
y se ha encontrado que esto es lo correcto.
Este argumento dependía de que la molécula de oxíge-
no fuera perfectamente rígida, o sea de que sus dos átomos
se mantuvieran a una distancia fija. En realidad, espe-
raríamos más bien que esta distancia fuera tal que equi-
librara las fuerzas de atracción y repulsión. De acuerdo
con las leyes de la química, dos átomos de oxígeno se
atraerán mutuamente, pero si se aproximan demasiado,
es decir, si entran en mutuo contacto mecánico, habrá una
146 MULTITUDES DE ÁTOMOS

repulsión, ya que los átomos son más o menos impenetra-


bles entre sí. En consecuencia, habrá una distancia a la
cual la repulsión y la atracción se equilibrarán mutua-
mente, y a. dicha distancia los átomos están en equilibrio
mecánico, en igual forma que una pesa suspendida de un
resorte en contra de la gravedad. Si la tiramos demasiado
hacia abajo, la creciente tensión del resorte compensará
en exceso la fuerza de gravedad hacia abajo sobre la pesa;
si está demasiado alta, la tensión en el resorte se relajará
y habrá una fuerza descendente neta. Hay solamente un
punto en el que las fuerzas se equilibran.
Ahora bien, si colgamos una pesa de un resorte y la gol-
peamos, oscilará hacia arriba y hacia abajo hasta que la
fricción detenga su movimiento. En la misma forma debe-
mos suponer que, cuando ocurren colisiones, se perturba
la distancia entre los dos átomos de oxígeno que forman
una molécula, y desde luego se producen oscilaciones en
que las distancias entre uno y otro aumentan y disminu-
yen periódicamente.
Si aplicamos nuestra teoría a la manera en que las coli-
siones causarán tales vibraciones, encontramos nuevamen-
te que, en promedio, hay una energía cinética de
asociada con este nuevo grado de libertad, la cual corres-
ponde a la vibración. Pero en este caso, la energía puede
presentarse tanto en forma de energía cinética como en
forma de energía potencial. Volviendo a nuestro ejemplo
del resorte y la pesa, cuando el resorte ha sido estirado o
cuando la pesa ha sido levantada en su mayor amplitud
posible contra la gravedad, esto es, en los extremos del
movimiento, ésta se hallará en reposo y por consiguiente
su energía cinética será cero; por lo tanto, el total de la
energía será potencial. Puede demostrarse que, en pro-
medio, ambas son iguales y, en consecuencia, la vibración
también corresponde a una energía potencial media de

. De lo que se deduce que una molécula de oxígeno,


ALGUNAS DIFICULTADES 147

incluyendo su posible vibración, no contiene sino

, γ esto no concordaría con los hechos. Aquí vemos


una contradicción entre las conclusiones de la teoría ci-
nética y la observación. La discrepancia no siempre está
presente. Algunas moléculas si muestran esta esperada
contribución de sus vibraciones internas. Esto se da gene-
ralmente en moléculas pesadas y a elevadas temperatu-
ras. Veremos más adelante que la teoría cinética rio es
culpable de esta discrepancia, sino que ésta es una de las
indicaciones de que las leyes básicas de la mecánica em-
piezan a fallar en la escala atómica.
La misma dificultad surge en forma más grave si recor-
damos que cada átomo contiene un núcleo y electrones.
Por ejemplo, cada átomo de oxígeno contiene ocho elec-
trones, y, si se da tolerancia a su movimiento, entonces la
molécula de oxígeno debiera tener cincuenta y cuatro
grados de libertad y no cinco o seis. Si las colisiones cau-
saran un movimiento irregular de los electrones en el in-
terior de los átomos, encontraríamos cantidades mucho
más grandes de calor que las que se encuentran en la
práctica. Por lo tanto, la conclusión debe ser que, en el
movimiento de un gas como el oxígeno, el movimiento
interno del átomo no es afectado por las colisiones. Esto
es muy diferente de lo que tendríamos que esperar si al-
guna vez otra estrella y sus planetas se acercaran a nuestro
sistema solar; aquí encontramos otra confirmación del re-
sal tado que ya hemos visto en el último capítulo: que hay
diferencias importantes entre el comportamiento de un
átomo y el del sol y los planetas.
Por consiguiente, como al presente nos es imposible in-
tentar una descripción mecánica de lo que sucede en el
interior del átomo, estos resultados nos obligan a conside-
rar al átomo, para la mayoría de los propósitos, como una
estructura rígida cuyo movimiento interno no es fácil-
mente afectado por fuerzas exteriores.
148 MULTITUDES DE ÁTOMOS

5. Sólidos y líquidos
Hasta ahora hemos aplicado la energía cinética al com-
portamiento de los gases, pero también puede utilizársela
para comprender la estructura de los sólidos y los líquidos.
Empezaremos con los sólidos: ya habíamos visto que, en
algunos casos, la química requería fuerzas atractivas entre
los átomos, pero también que esta atracción se convertía
en repulsión cuando los átomos entraban realmente en
contacto entre sí. Entonces, si tenemos una gran cantidad
de átomos en un pequeño espacio, las fuerzas tratan de
juntar los átomos lo más posible sin que éstos se sobre-
pongan; y en general esto conduce a un modelo más bien
regular. Por ejemplo, si imaginamos que los átomos se
comportan como esferas duras de igual tamaño que se
atraen todas entre sí, entonces tenderán á acomodarse en
un "paquete compacto", como en la figura 27. Si llena-
mos una caja poco profunda o una bandeja con pequeñas
esferas de igual tamaño, por ejemplo con canicas o con
bolas de acero de un balero, y sacudimos la caja para
permitir que las bolas se acomoden en la forma más
compacta, éstas lo harán en capas, cada una en la misma
forma que indica la figura 27.

Figura 27. Esferas en formación compacta.

Los átomos pueden formarse de distintas maneras por-


que las fuerzas entre ellos son diferentes. Pueden ser más
blandos (semejantes a bolas de caucho en vez de canicas)
SÓLIDOS Y LÍQUIDOS 149

y las fuerzas de atracción pueden tener una influencia


importante. En un compuesto, los diferentes átomos pue-
den tener diferentes tamaños, y esto también afecta a la
distribución. Pero el punto interesante es que ésta siem-
pre resulta ser una distribución regular en la cual algún
grupo básico de átomos se repite periódicamente. Dicha
distribución regular de átomos es conocida como una re-
jilla, y la mayor parte de las sustancias sólidas están hechas
de tales rejillas de átomos. Esta repetición regular las
convierte en rejillas de difracción perfectas para la di-
fracción de los rayos X que ya hemos discutido en el ca-
pítulo anterior; de hecho, la difracción de ltís rayas X se
puede utilizar para determinar la distribución de átomos
en la rejilla de cristal.
Una distribución regular como la de la figura 27 favo-
rece a algunas direcciones sobre otras. Por ejemplo, si una
estructura tal es dividida en dos partes, es más fácil hacer-
lo a lo largo de una línea como la AB, CD o EF. Por
consiguiente, dichos cristales tendrán la tendencia a divi-
dirse en tal forma que sus caras formen ciertos ángu-
los definidos entre sí. Este comportamiento es familiar en
el caso de ciertos minerales y piedras, y en particular e.n el
caso de (oda piedra preciosa; los granos de sal o de azúcar
también demuestran esta tendencia en forma clara. En
metales como el acero o el aluminio no es evidente, por-
que normalmente éstos consisten en un mosaico de piezas
muy pequeñas, cada una con una distribución como la de
la figura 27, pero la distribución de cada pieza tiene direc-
ciones diferentes. A dicha estructura se le llama micro-
cristalina, compuesta de pequeños cristales; y, en los me-
tales, la naturaleza y el tamaño de estos microcristales son
de gran importancia tecnológica.
Es una consecuencia inmediata de la mecánica el que
los átomos con fuerzas de atracción y repulsión entre s¿
tiendan a formarse en tales modelos regulares, pero no po-
demos prever cuál será el modelo en cualquier caso dado
sin adquirir un mayor conocimiento del que ahora tene-
mos respecto a las fuerzas. ¿Qué sucede ahora si la sus-
150 MULTITUDES DE ÁTOMOS

tancia está caliente? En ese caso, los átomos nuevamente


están en movimiento, pero en el sólido no pueden apar-
tarse unos de los otros debido a las fuerzas que hay entre
ellos. El resultado es que los átomos vibran alrededor de
sus posiciones normales. Para descubrir cuan fuerte es esta
vibración, nuevamente tenemos que aplicar la teoría ci-
nética, y resulta que la regla sobre la energía cinética
media aún es correcta. Si hay N átomos en nuestra sus-
tancia sólida, entonces cada uno tiene tres grados de li-
bertad y, por lo tanto, su energía cinética debe resultar
en un promedio de y otra vez su energía poten-
cial media es igual a la cinética, de modo que la ener-
gía total de la vibración resulta ser La forma de
comprobar esto por medio de la teoría cinética o la mecá-
nica estadística es algo abstracta, pero también se puede
confirmar considerando las colisiones de moléculas de gas
con la superficie de dicho cristal. Resulta entonces que,
como promedio, las moléculas de gas ni pierden ni ganan
energía en dichas colisiones si el promedio de su energía
cinética es igual a la energía cinética de cada uno de los
átomos en el cristal.
Como resultado, llegamos a la conclusión de que la can-
tidad de calor contenido en una sustancia sólida a una
temperatura es donde N es el número de áto-
mos. El calor específico es Esta "ley de Dulong y
Petit" concuerda perfectamente con las observaciones he-
chas en la mayoría de los sólidos, siempre que la tempe-
ratura no sea muy baja, pero falla en todos cuando los
enfriamos demasiado. La cantidad de calor contenida en
un sólido cerca del cero absoluto es mucho menor de la
que corresponde de acuerdo con la ley. Por lo tanto, su
comportamiento a bajas temperaturas es otra contradic-
ción que advierte que nuestra expresión de las leyes de
la naturaleza está aún incompleta.
En forma similar se puede ver que la elasticidad de los
sólidos, o sea el hecho de que se requiere fuerza para
alterar su forma y que ellos tienden a recuperar su forma
SÓLIDOS Y LÍQUIDOS 151

normal, puede entenderse en términos de átomos y de las


fuerzas entre ellos.
Su resistencia, o sea la fuerza requerida para romperlos
o deformarlos permanentemente, representa un problema
más difícil, y sólo en los últimos veinte años, más o me-
nos, ha sido posible entender esto en términos cuantita-
tivos.
Podemos entender que las sustancias sólidas se derriten,
es decir, se transforman en líquido cuando son calentadas
a una temperatura adecuada. A medida que aumenta la
temperatura, las vibraciones de cada átomo se hacen más
violentas alrededor de sus posiciones normales. También
los vecinos de cualquier átomo dado se desvían más y más
de las posiciones regulares que ocupan dentro de la dis-
tribución. Ahora bien, la posición regular de cada átomo
sólo es determinada por las fuerzas de sus vecinos, y si
éstos sufren perturbaciones en sus posiciones regulares,
entonces también se debilita la tendencia del mismo áto-
mo a permanecer en el lugar correcto. Por lo tanta, a
medida que aumenta la vibración de los átomos alrededor
de sus posiciones normales, disminuye su tendencia a for-
mar un modelo regular, hasta que se llega al punto en
que el orden regular se desbarata totalmente y la dispo-
sición de los átomos se hace irregular.
Quizás podamos comparar esto con una larga columna
de soldados que marchan acompasadamente. A medida
que se cansan, algunos pierden el paso. Esto no influirá
en el orden de la columna hasta que se llegue al punto
en que, dentro del límite visual de cada soldado, habrá
muchos que hayan perdido el paso mientras que otros lo
mantendrán, y entonces el orden habrá desaparecido.
En esencia, éste es el proceso de fusión. Del cuadro ató-
mico también podremos entender cómo un líquido ó un
sólido pueden convertirse en gas. Consideremos los áto-
mos cercanos a la superficie de un sólido o de un líquido.
Estos átomos están vibrando, pero siguen bajo la fuerza
atractiva de sus vecinos (espaciados regular o irregular-
mente), pero la velocidad con que se mueve él átomo no
152 MULTITUDES DE ÁTOMOS

es siempre igual; algunas veces será knta, otras veces el


átomo vibrará más intensamente debido a que el movi-
miento de todos sus vecinos se combina para empujarlo en
una dirección determinada. De cuando en cuando puede
suceder que un átomo logre una velocidad suficiente co-
mo para separarse de sus vecinos y viajar hacia el espacio
vacío. De esta manera, el espacio sobre el líquido o el só-
lido contendrá algunos átomos que se mueven libremente
de un lado a otro al igual que un gas. Ocasionalmente,
dicho átomo de gas golpea la superficie líquida o sólida
y comparte su energía cinética con los átomos que ya están
ahí. Como resultado, no retiene la suficiente energía para
retirarse nuevamente. Si sólo empezamos con el sólido o
el líquido y sin gas alguno, entonces los átomos siguen
escapando de la superficie para aumentar la cantidad de
gas, hasta que el número de átomos que golpean la su-
perficie y que son atrapados iguala al número que se des-
prende. Es evidente que el número de átomos que se
desprende de la superficie depende de la temperatura.
Mientras mayor sea la vibración de los átomos, más pro-
babilidades habrá de que un átomo pueda adquirir sufi-
ciente energía para desprenderse, y vemos, por lo tanto,
que la presión estable de vapor sobre el sólido o el líqui-
do, o sea aquella presión mediante la cual se evaporan
tantos átomos como vuelven a condensarse, aumenta con
el incremento de la temperatura.
Estos ejemplos bastan para demostrar que todo el com-
portamiento de la materia puede, en el último de los ca-
sos y según nuestros conocimientos, ser reducido al com-
portamiento mecánico de los átomos y a las leyes de
probabilidad o estadísticas aplicadas a gran número de áto-
mos. Huelga decir que en este capítulo no hemos llegado
a una etapa que nos permita predecir las verdaderas ca-
racterísticas mecánicas de cualquier sustancia dada basán-
donos en los principios originales, puesto que no estamos
en posición de saber en forma exacta cuáles son las fuer-
zas entre los átomos. Pero lo importante es que vemos es-
tos problemas reducidos al problema de la estructura ató-
CALOR RADIANTE 153

mica y las fuerzas recíprocas entre los átomos, de modq


que podemos reconocer que el comportamiento de la
materia es una consecuencia de las leyes fundamentales
que rigen sobre la estructura y el comportamiento de los.
átomos.
Aunque nuestro razonamiento basado en la mecánica
de Newton y en la teoría cinética ha sido confirmado en
varias formas, persisten a la vez importantes contradic-
ciones, y no podremos decir que hemos entendida la es-
tructura de la materia hasta que éstas hayan sido aclara-
das.

6. Calor radiante

Una contradicción de este tipo, particularmente impor-


tante, surge cuando consideramos la emisión de ondas
electromagnéticas por un cuerpo caliente, tal como la ra-
diación de calor o la luz. En la práctica, estamos fami-
liarizados con este proceso y, por ejemplo, podemos obser-
varlo cuando conectamos un calentador eléctrico y per-
mitimos que el elemento se caliente gradualmente. Al
principio no produce luz visible, pero si acercamos nues-
tra mano sentimos que emite calor radiante que, como
ya hemos visto, consiste en los llamados rayos infrarrojos.
A medida que se calienta más y más, aumenta la intera»
sidad de esta radiación y eventualmente aparece un brillo,
rojo. Decimos entonces que el elemento está "al rojo
vivo". A medida que sigue aumentando la temperatura, el
brillo se hace más intenso y a la vez su color se hace más
amarillo. Para un calentador eléctrico corriente, ésta es la
temperatura más alta a que se puede llegar, pero pode-,
mos pasar a observar el filamento de un foco eléctrico, que
tiene el mismo tipo de alambre que el calentador eléctri-
co, pero aún más caliente. Aquí la luz es mucho más in-
tensa y casi tiene el mismo color que la luz del sol. Deci-
mos que el alambre está "al rojo blanco". En el arco
todavía más caliente de una lámpara de arco, la luz tiene
un tinte azulado, o sea, que el color se ha desviado aún
154 MULTITUDES DE ÁTOMOS

más hacia el extremo azul y violeta del espectro que en el


caso de la luz del sol. Un arco de carbón puede estar más
caliente que la superficie del sol. De hecho, se ha descu-
bierto que el color y la intensidad de la luz no dependen
mucho de la naturaleza del cuerpo caliente que la ha pro-
ducido, sino principalmente de su temperatura. El caso
ideal es el del llamado cuerpo negro, y el explicar la can-
tidad de radiación emitida por un cuerpo negro de cierta
temperatura, y su color, es uno de los problemas princi-
pales en la ciencia del calor.
Este problema también se puede explicar en la siguien-
te forma. Imaginémonos a dicho cuerpo negro contenido
en un espacio cuyas paredes son espejos perfectos que, por
ende, reflejan la radiación sin absorber nada de ella. En-
tonces, a medida que el cuerpo caliente emite más y más
radiación, más y más de esta viajará hacia atrás y hacia
adelante entre las paredes reflejantes, excepto que parte
de ella volverá a caer en el cuerpo y será absorbida. Esto
continuará hasta que se llegue a un estado estacionario, en
que el cuerpo absorbe tanta radiación como la que emite.
Si sabemos cuánta luz de un color dado hay en este estado
estacionario, también podemos deducir de ello cuánta
emite el cuerpo en cualquier tiempo dado.
Ahora bien, la aplicación de la teoría cinética a este
problema nos da una respuesta perfectamente sencilla,
pero sorprendente por sus consecuencias. A saber, nueva-
mente la respuesta es que las energías eléctrica y magné-
tica de las ondas de luz deben ser, por separado, el prome-
dio de para cada grado de libertad. Pero, en un re-
cinto'semejan te, ¿cuántos grados de libertad deben estar
incluidos en el campo de radiación o en el campo electro-
magnético? Puesto que para especificar el campo eléctrico
en forma completa debemos conocer su intensidad y di-
rección en cualquier punto del espacio, y puesto que no
está limitado el número de puntos en nuestro recinto
sobre el que hacemos la pregunta, resultaría que existe
un número infinito de grados de libertad y por lo tanto
CALOR RADIANTE 155

no se podría llegar nunca a un estado estacionario. Esto


contradice a la observación.
La figura 28 ilustra en mayor detalle esta situación. És-
ta es una gráfica d« la intensidad a diferentes temperatu-
ras para luz de algún color particular. La temperatura
está dada horizontalmente y la intensidad de la luz ver-
ticalmente. La línea recta interrumpida es el resultado ob-
tenido del sencillo teorema de la teoría cinética, que pre-
dice que la intensidad radiante de cualquier:color debe
aumentar en proporción con la temperatura. Las varias
curvas completas indican cómo varía, en realidad, la in-
tensidad de la luz para luz de diferentes colores. A tem-
peraturas muy altas, cada curva avanza paralelamente a
la de la sencilla teoría cinética y sólo se queda corta por
una cantidad relativamente pequeña. Pero a bajas tem-
peraturas, la intensidad real es muy diferente de la pre-
dicha. Por ejemplo, a la temperatura que corresponde a
la línea vertical marcada a prácticamente no hay ninguna
luz visible, aunque la teoría cinética predice una can-

Figura s8. Radiación calorífica.


\tj6 MULTITUDES DE ÁTOMOS

tidad apreciable. En /; hay una regular cantidad de luz


roja, pero mucho menos luz verde y nada de violeta. En
c todos los colores tienen una intensidad comparable.
Aquí nuevamente tenemos un caso en que falla la pre-
dicción aparentemente cierta de la teoría cinética. Sen-
cillamente, podríamos incluir esta discrepancia en la lista
que ya hemos anotado, pero ésta, en particular, es de una
importancia histórica especial, porque pensando en esta
discrepancia Planck introdujo la hipótesis del cuanto de
acción que abrió el camino hacia la solución de la ma-
yoría de estas dificultades.
Estas ideas ocuparán una gran parte de lo que nos que-
da de este libro, pero en el curso de nuestras discusiones
será conveniente referirnos a los resultados de otro im-
portante avance del siglo xx, la teoría de la relatividad.
VII
RELATIVIDAD

1. Consideraciones generales

En este capítulo nos encontraremos con la primera revo-


lución en el pensamiento científico, producida por los
descubrimientos del siglo xx. Para el físico lo tratado en
los capítulos anteriores es considerado como la física clási-
ca, para diferenciarla de las teorías modernas.
Al principio, las ideas de la relatividad encontraron
fuerte oposición tanto entre los físicos como entre los
filósofos. Los físicos recibieron la nueva hipótesis con el
espíritu crítico con que acostumbran considerar cualquier
idea nueva hasta que ésta ha pasado por la triple prueba
que ellos exigen. En primer lugar, no debe perturbar los
éxitos de los trabajos anteriores y no debe causar tras-
torno alguno en las explicaciones de las observaciones
que sirvieron para apoyar las ideas anteriores. En segundo
lugar, debe explicar en forma razonable la nueva eviden-
cia que hizo surgir dudas respecto a las ideas anteriores
y que sugirió la nueva hipótesis. En tercer lugar, debe
predecir nuevos fenómenos o nuevos nexos entre diferen-
tes fenómenos, que eran desconocidos o que no se com-
prendían lo suficientemente bien cuando surgió la hipó-
tesis. Este proceso demoró un poco porque la relatividad
sólo es importante para objetos que se mueven con una
rapidez comparable a la de la luz. Como no era fácil dis-
poner de dichos objetos, las oportunidades de experimen-
tación eran pocas y en muchos casos los ensayos requerían
observaciones muy difíciles de alta precisión. Desde enton-
ces las partículas que se mueven a alta velocidad se han
hecho comunes en cualquier laboratorio de física. Ya no
nos preocupan las pequeñas correcciones en el comporta-
miento de estas partículas, que requieren mediciones de
alta precisión, pero las características relativistas de sus
157
158 RELATIVIDAD

movimientos tienen efectos tan grandes que es casi im-


posible pasarlas por alto. Expongamos el punto en su
forma más imperfecta: al inventar máquinas para la in-
vestigación física, en las cuales las partículas son acelera-
das a muy altas velocidades, los ingenieros tienen que
agregar dispositivos que cuestan cientos de miles de pesos
y que se necesitan sólo debido a las características rela-
tivistas del movimiento de la partícula. A los ingenieros
les es difícil considerar tales características como el re-
sultado de una especulación ociosa o equivocada. En la ac-
tualidad, ningún físico que haya trabajado con partículas
rápidas puede dudar de los principios relativistas.
La oposición de los filósofos surgió porque la teoría
de la relatividad ponía en tela de juicio afirmaciones que
se consideraban de la incumbencia de los filósofos. Se
dudaba que el físico tuviera el derecho de poner en tela de
juicio las ideas que los filósofos habían considerado como
evidentes y de una verdad indisputable.
Aparentemente, ahora se ha logrado el reconocimiento
de que nuestras ideas sobre el espacio y el tiempo derivan,
en su esencia, de nuestra experiencia sobre el mundo exte-
rior, y que muchas afirmaciones que consideramos eviden-
tes sólo son ciertas dentro de las limitaciones de nuestra
experiencia práctica. Puede resultar que sean prejuicios
injustificados si se hacen extensivas a situaciones que nor-
malmente no nos son familiares.
En la historia de la física tales situaciones son comunes.
El descubrimiento de que la tierra giraba alrededor de
su propio eje y alrededor del sol se oponía a la intuición
mecánica basada solamente en la experiencia. Cuando
aprendemos en la escuela acerca de la oposición que en un
principio encontró esta idea, tendemos a juzgar a los sa-
bios de la Edad Media que se negaron a aceptarla como
gente de una mentalidad increíblemente estrecha, pero
la única razón por la cual nosotros mismos hemos acep-
tado esta idea con más facilidad consiste en que nos he-
mos familiarizado con ella desde nuestra educación ele-
mental y la hemos aceptado antes de que nuestro criterio
CONSIDERACIONES GENERALES 159

se desarrollara lo suficientemente como para ponerla se-


riamente en duda.
La idea comprendida en la ley de Galiko, de que un
cuerpo en movimiento tiende a continuar su movimiento,
se opone a la experiencia diaria, y en un principio los
científicos de aquella época con todo derecho la pusieron
en duda. Sólo fue aceptada con reticencias por los pen-
sadores que generalizaban las ideas abstractas sobre el mo-
vimiento.
El hecho de que la luz viaja con una velocidad finita
también se opone a nuestra intuición. Incluso es difícil
acostumbrarse al hecho de que la velocidad del sonido es
finita, y aun la sencilla experiencia de observar desde la
distancia cómo un hombre corta madera, cuando el sonido
del corte nos llega después de la visión de la caída del
hacha, requiere una adaptación consciente de nuestrossen-
tidos a una situación que no nos es familiar. Hemos apren-
dido, aún más firmemente, a confiar en lo que nos dicen
nuestros ojos sobre lo que ocurre en el mundo exterior y
a considerar lo que ellos captan como una información
verídica de lo que pasa en el instante en que lo vemos.
No hay nada en nuestra experiencia diaria sobre la super-
ficie de la tierra que contradiga esta ilusión, pero trescien-
tos años de experiencia astronómica, y los métodos más
recientes para medir tiempos con enorme precisión, nos
han hecho aceptar la velocidad finita de la luz.
La naturaleza ondulatoria de la luz causa a nuestra in-
tuición dificultades similares. Sólo un esfuerzo para razo-
nar en forma consciente nos hace aceptar el hecho de que
la difracción de las ondas de luz en un borde afilado puede
hacer que la luz viaje alrededor de una arista.
De esta manera todo nuevo avance científico nos hace
abandonar algún prejuicio arraigado, pero quizás todos los
primeros desarrollos, exceptuando la ley de Galileo, se
nos hicieron más fáciles por el hecho de que podíamos
explicarlos en términos de modelos mecánicos familiares.
Por ejemplo, la experiencia de la velocidad finita del
sonido nos preparó para aceptar la velocidad finita de la
l6o RELATIVIDAD

luz. El comportamiento de las ondas de luz puede ser


representado por las observaciones de las ondas en una
laguna, siendo la diferencia únicamente de escala, pero
la ayuda de tales recursos nos falla para acostumbrarnos
a las ideas sobre la relatividad.
La aceptación de la relatividad probablemente sufrió
demora debido a su mismo nombre, que sugería un nexo
superficial con el concepto filosófico de la relatividad, de
acuerdo con el cual toda verdad era considerada relativa.
Como veremos, nada está más lejos de lo que significa este
nuevo avance. En la relatividad, las leyes de la física tienen
una forma precisa y absoluta; sólo ciertas afirmaciones
específicas que nuestra intuición nos lleva a considerar
como absolutas resultan ser prejuiciosas.

2. Movimiento y reposo

Mucho antes de los adelantos que condujeron a Einstein


a formular la teoría de la relatividad, se sabía que muchas
de las leyes de la naturaleza, particularmente las leyes me-
cánicas, no variaban en su forma si el observador, en vez
de permanecer inmóvil, se movía con velocidad y direc-
ción uniformes.
Es bien sabido que el pasajero de un tren no se percata
del movimiento del tren a no ser que la vibración del
coche debida a la aspereza del riel, o la aceleración causada
por el arranque o por la disminución de la velocidad, o por
la curvatura del riel, le hagan sentir que el tren se mueve.
Muy frecuentemente, cuando desde la ventanilla vemos
otro tren en la estación, se nos presenta la confusión de
si es nuestro tren o el otro el que empieza a moverse.
Esto se aclara cuando damos un vistazo a los edificios de
la estación o a otros objetos que, por experiencia, sabemos
que permanecen en su lugar. Si un compañero de viaje
asegurara que, en realidad, es la estación la que se mueve
junto con el riel y todo el paisaje y que el tren permanece
quieto, no nos sería fácil convencerlo de su equivocación
si no le impresionara el argumento de que por lo general
MOVIMIENTO Y REPOSO l6l

las estaciones y los paisajes no se comportan de esa ma-


nera. Cualquier experimento mecánico que efectuáramos
dentro del compartimiento se realizaría precisamente en
la misma forma que si el tren no se moviera (aparte las vi-
braciones y curvas a que ya nos hemos referido), y este
hecho por lo general se expresa diciendo que las leyes
mecánicas son las mismas para dos observadores que se
mueven relativamente entre sí con velocidad uniforme.
Por fortuna es así, porque de otro modo hubiera sido
mucho más difícil desarrollar las leyes mecánicas tomando
como base la superficie de la tierra, puesto que sabemos
que, de hecho, la tierra no permanece inmóvil, sino que
gira alrededor de su eje junto con nosotros, con nuestro
laboratorio y con todos nuestros aparatos de medición, y
nos mueve a través del espacio a una velocidad de aproxi-
madamente i 600 km., por hora. Éste no es, un movimien-
to uniforme, sino un movimiento, circular y, por lo
tanto, como hemos visto en el Capítulo V, también nos
da una aceleración. Sin embargo, como el período de re-
volución es de 24 horas, el cambio de-dirección es lento.
Aunque la velocidad es muy alta, comparada con las velo-
cidades a que estamos acostumbrados en la práctica, la
aceleración es muy pequeña. La aceleración puede demos-
trarse mediante observaciones, por ejemplo, del llamado
péndulo de Foucault; pero la velocidad misma no tiene
efecto alguno sobre ningún proceso mecánico.
Aparte de esto, toda la tierra se inueve en su órbita
alrededor del sol aun con mayor velocidad, y el mismo
sol, con todos sus planetas, se mueve en relación a otras
estrellas.
Si bien las leyes mecánicas, no nos permiten, por lo
tanto, hacer distinción entre el movimiento uniforme y el
reposo, la situación habría de parecer diferente cuando
nuestra descripción de la naturaleza incluye a la electri-
cidad y a la luz. Al discutir las leyes del campo electro-
magnético en el Capítulo III encontramos que las ondas
electromagnéticas, (pie incluyen las ondas de luz, siempre
viajan con una velocidad fija, que llamamos c. Por lo tanto,
102 RELATIVIDAD

y debido a que nosotros mismos nos movemos, se esperaría


encontrar una diferencia en la velocidad aparente de la
propagación de la luz. Por ejemplo, si el único movimien-
to se debiera a la rotación de la tierra, la luz de una lám-
para colocada al este de nosotros debería llegar a nuestra
vista más rápidamente, porque en realidad nuestra vista
se mueve hacia la lámpara, o sea que va al encuentro de
las ondas de luz. De manera similar, la luz de una lám-
para colocada al oeste debería parecer que viaja más len-
tamente porque tiene que alcanzar a nuestra vista, que
se va alejando. Si u es la velocidad con que se mueve la
superficie de la tierra, la velocidad aparente desde una
fuente de luz al este debería ser, en realidad, y
aquella desde una fuente de luz al oeste debería ser c — u.
Naturalmente, la diferencia es muy pequeña porque u es
cerca de un millón de veces menor que c, pero un expe-
rimento cuidadoso debería revelarnos la diferencia.
Este resultado esperado fue llamado, a veces, el viento
del éter, porque se pensaba entonces que todo el espacio
estaba lleno de una sustancia hipotética llamada éter, que
actuaba como conductor de ondas electromagnéticas. El
efecto de nuestro movimiento a través del éter sobre la
propagación de la luz era similar al efecto de un viento
fuerte sobre la propagación del sonido, donde es bien
sabido que el sonido parece viajar más rápidamente viento
abajo que viento arriba.
En su famoso experimento, Michelson y Morley se dis-
pusieron a descubrir este "viento del éter". Para evitar la
dificultad de medir distancias y tiempos con la gran pre-
cisión que se requería, ellos usaron un haz de luz partido
en dos. Una parte viajaba, digamos, en dirección este-
oeste y retrocedía después de reflejarse en un espejo; la
otra parte viajaba en dirección norte-sur a otro espejo y
de regreso. Al ser combinados nuevamente, estos dos rayos
de luz formaban franjas de interferencia como las que
hemos discutido en el Capítulo IV. La posición de estas
franjas depende de la cantidad de oscilaciones a que ha
sido sometida cada onda de luz durante su viaje. No es
CONTRACCIÓN DE LORENTZ 163

difícil calcular los tiempos que requieren ambos rayos


de luz para el viaje de regreso. Este cálculo, que aquí
omitiremos, demuestra que el efecto del movimiento de
la tierra es el mismo que si se alargara la palanca este-
oeste del aparato en razón inversa de Es difícil
medir el largo de las trayectorias de la luz con la preci-
sión requerida, pero el razonamiento de Michelson era
que al hacer girar su aparato a través de un ángulo recto,
de modo que entonces la otra palanca apuntara en direc-
ción este-oeste, esto tendía a alargar el tiempo de Viaje
de uno de los rayos de luz y a acortar el del otro, con
una consiguiente desviación de las franjas de interferen-
cia. Como la tierra no sólo gira alrededor de su eje, sino
que también gira en su órbita alrededor del sol, la velo-
cidad efectiva con que nos movemos también debería
alterar su dirección entre el día y la noche. Por consiguien-
te, aunque el aparato estuviera inmóvil, las franjas debe-
rían cambiar su posición en el curso de un día.
El resultado de este experimento fue completamente
negativo. No se observaba desviación alguna en las fran-
jas a pesar de la dirección en que se hacía girar al aparato
o del tiempo en que se observaba. En forma similar fra-
casaron todos los demás intentos de observar el "viento
del éter". Así fracasó el experimento que parecía hacer
posible establecer una distinción entre el movimiento y
el reposo.

3. La contracción de Lorentz

Se tardó mucho en llegar a una comprensión cabal de


lo que este resultado implicaba. Se recurrió a varias ex-
plicaciones. Se sugirió, por ejemplo, que la velocidad de
la luz podría depender del movimiento de la fuente sumi-
nistradora de luz. Como en el experimento de Michelson
se utilizó una lámpara asegurada sobre la superficie de la
tierra, era de esperarse que la luz viajara con una velo»
cidad dada en relación con la fuente de suministro, es
164 RELATIVIDAD

decir, en relación con la superficie de la tierra. Sin em-


bargo, cuando se reflexionó sobre este asunto, fue preciso
abandonar esta explicación ya que sabemos, por ejemplo,
que la luz del sol realmente proviene de átomos en la
atmósfera del sol que, de acuerdo con los resultados del
capítulo anterior, se mueven irregularmente y a gran velo-
cidad. Por lo tanto, si esta explicación fuera correcta, la
luz proveniente de los diferentes átomos debería tener
diferentes velocidades. Si en vez del sol observáramos una
estrella distante, similar al sol pero más distante aún, ve-
ríamos esta estrella no como un punto sino como una
raya, puesto que la luz proveniente de diferentes átomos
de la estrella habría llegado hasta nosotros con distintas
velocidades y, por lo tanto, habría partido cuando la es-
trella estaba en posiciones bastante diferentes respecto a
nuestro telescopio.
También se sugirió que, en las vecindades de la tie-
rra, el éter debía de tener alguna participación en el mo-
vimiento de ésta, de modo que habría una "atmósfera"
de éter a nuestro alrededor que se movería en la misma
forma que la tierra. Tampoco se podía sostener esta hi-
pótesis porque, de ser cierta, en algún lugar fuera de la
tierra habría una zona de transición en donde la veloci-
dad del éter cambiaría de la tierra a la del espacio libre.
Esto conduciría a una refracción de rayos de luz y a un
desplazamiento aparente en la posición de las estrellas,
lo cual no ha sido observado.
Se consideraron muchas otras alternativas, que tampoco
tuvieron éxito. La que más se aproximó a la verdad fue
una sugestión de H. A. Lorentz que, a primera vista,
parece muy rebuscada. Lorentz sugirió que todo objeto
en movimiento se contrae en la dirección del movimien-
to en la razón de 1, si u es su velocidad. Si el
brazo del aparato de Michelson que apunta en la direc-
ción del movimiento se hubiera contraído de hecho en
tal cantidad, esto compensaría el efecto del "viento del
éter". Cuando por primera vez se oye hablar de la con-
CONTRACCIÓN DE LORENTZ 165

tracción de Lorentz, ésta parece sumamente artificial e


irrazonable. En realidad, parece como si la naturaleza
hubiera conspirado para ajusfar sus leyes en una forma
tal que nos dificultara la observación del viento del éter.
En la mecánica parecía no haber razón alguna para que
los cuerpos sufrieran esta peculiar contracción.
No obstante, la sugestión estaba fundada sobre bases
más sólidas de lo que parecía a primera vista, porque
Lorentz ya sabía que toda la materia consiste en átomos,
como lo hemos visto en el Capítulo V, y que los átomos
contienen partículas con cargas positivas y negativas que se
mantienen unidas por las fuerzas eléctricas. Ahora bien, en
las leyes de la electricidad y del magnetismo la velocidad
de la luz ocurre como una constante. Si las partículas car-
gadas se mueven a una velocidad no muy pequeña, compa-
rada con la de la luz, entonces sus campos eléctricos se ha-
cen más complicados. Por ejemplo, una carga puntual
como la de un núcleo tiene un campo eléctrico en el cual
el potencial sólo depende de la distancia desde la car-
ga, de modo que todos los puntos sobre una esfera con-
céntrica a la carga aún están al mismo potencial. Si la
carga se mueve, no sólo produce un campo eléctrico, sino
también uno magnético, porque el transporte de cargas
eléctricas significa lo mismo que una corriente eléctrica.
Además, los campos eléctrico y magnético de cualquier
punto del espacio, cerca de los cuales pasa la carga, varían
con el tiempo. En el Capítulo III vimos que se presentan
complicaciones en las leyes de los campos eléctrico y mag-
nético si éstos varían con el tiempo. Este problema mate-
mático más complicado puede ser resuelto, y el resultado
es que las superficies a potencial constante ya no son esfé-
ricas, sino que se achatan en la dirección del movimiento
justamente en la misma cantidad que requeriría la con
tracción de Lorentz.
Indudablemente que este cambio en las fuerzas eléctri-
cas causaría un cambio en el tamaño y en la forma de un
átomo y en las distancias entre diferentes átomos. En ese
entonces aún no se sabía lo suficiente sobre la estructura
166 RELATIVIDAD

atómica como para estar seguros de cuál sería el efecto


total, pero surgió la posibilidad de que esta contracción
de Lorentz pudiera ser una consecuencia del efecto del
movimiento sobre las fuerzas eléctricas que mantienen
unidos a los átomos.
Si esta idea de la contracción de Lorentz fuera confir-
mada, explicaría el resultado negativo del experimento
de Michelson, pero a primera vista daría lugar a una
nueva posibilidad de descubrir si un cuerpo está en repo-
so o en movimiento. En bien de la simplicidad considere-
mos, nuevamente, sólo el movimiento debido a la rota-
ción de la tierra y tomemos un cubo medido en forma
muy exacta que tiene uno de sus bordes en dirección
norte-sur. Si lo hacemos girar un ángulo recto, el borde
que antes estaba en la dirección norte-sur y que ahora está
en dirección este-oeste habrá sufrido la contracción de
Lorentz mientras que el otro borde horizontal, que an-
tes estaba en dirección este-oeste y por lo tanto contraído,
se habrá extendido. En la nueva posición la medición
nos debería mostrar, por lo tanto, que el cuerpo ya no
tiene la forma de un cubo. Ahora bien, y antes que
nada, la magnitud de la contracción de Lorentz es tan
pequeña que sería extremadamente difícil percibir el cam-
bio, pero podemos imaginar que contábamos con instru-
mentos de medición lo suficientemente exactos para poder
hacerlo.
Nos encontraríamos entonces, sin embargo, con una
dificultad mucho más fundamental. La única forma de
medir una longitud es comparándola directa o indirecta-
mente con una varilla o cinta de medir. La misma varilla
de medir, como cualquier otro cuerpo rígido, estaría su-
jeta a la contracción de Lorentz y, por lo tanto, al colocar-
la primero contra un borde y luego contra otro, seguiría
a la contracción de Lorentz. En términos de los signos de
la varilla de medir, los dos bordes aún parecerían tener
el mismo largo.
Por consiguiente, si aplicáramos el postulado de Lorentz
en forma consecuente a todos los cuerpos sólidos sin ex-
COMPARACIÓN DE LONGITUDES Y TIEMPOS 167

cepción alguna, entonces, en principio, sería imposible


percibir la contracción por medida directa alguna.

4. Cómo comparear longitudes y tiempos

Sin embargo, se podría pensar que la contracción de


Lorentz aún sería una forma adecuada para descubrir
cuál de los dos trenes en movimiento relativo, con los
cuales iniciamos esta discusión, es el que está inmóvil
y cuál el que está en movimiento. Supongamos que los
coches de ambos trenes son de idéntica construcción; en-
tonces, el del tren en movimiento debería haberse con-
traído y, por lo tanto, sería más corto que el del tren in-
móvil. Para facilitar las cosas imaginemos, por el momen-
to, que la velocidad del tren en movimiento no era de
una millonésima, sino de una tercera parte de la veloci-
dad de la luz; entonces, como sería fácil de ver, la con-
tracción de Lorentz la acortaría en un cinco por ciento.
De suerte que todo lo que tendríamos que hacer sería
observar muy cuidadosamente cuando dos coches se cru-
zan entre sí para ver cuál es el más largo.
No obstante, esto es más complicado de lo que parece
si recordamos que estamos tratando con velocidades muy
altas y con tiempos muy cortos. Para aclarar este punto,
examinemos la figura 29. A representa al coche inmóvil y B
al que está en movimiento. Si B es realmente más corto,
entonces, en el instante en que su extremo delantero B1
esté alineado con el extremo A1 del coche inmóvil, su ex-
tremo posterior B2 ya habrá pasado el extremo A2 del
coche inmóvil. Pero para estar seguros de esto, debemos
estar muy seguros de nuestro tiempo. Si observamos a B2
con un poco de anticipación, no habrá pasado aún a
A2, y entonces pensaríamos que el coche es demasiado
largo. En otras palabras, de la comparación del largo de
ambos coches resulta la posibilidad de determinar con
gran exactitud el tiempo en que ambos extremos se cruzan
entre sí. El eoche en movimiento es más largo o más cort-
l68 RELATIVIDAD

to que el otro si su extremo pasa al después o antes


que el extremo pase al

Figura 29. Trenes en movimiento relativo.

Naturalmente que podemos observar ambos extremos


simultáneamente, pero entonces nos veríamos envueltos
en complicaciones debido a la velocidad finita de la pro-
pagación de la luz. Supongamos que nos paremos en A¡.
En el momento en que veamos pasar a B¡. también ve-
remos el extremo B2, no como está en ese instante, sino
como estaba poco antes, a saber, un poco antes respecto
a la cantidad de tiempo en que la luz viajó desde Bt a
A1. Es cierto que podemos corregir esto, ya que conocemos
la velocidad a que se propaga la luz, pero para realizar
esta corrección primero debemos saber cuál es el largo
de nuestro propio coche, es decir, debemos suponer que
éste está inmóvil y, por lo tanto, no habría que aplicar
la contracción de Lorentz, y que la luz viaja a velocidad
normal, por lo que no se requiere tomar en cuenta el
viento del éter.
En alguna otra forma podríamos tratar de establecer
una señal de tiempo desde A2 hasta Ax. Podríamos supo-
ner que un ayudante apostado en A2 presiona un botón
cuando pasa B2 y que esto transmite cierta señal a Ax, pero
dicha transmisión debe hacerse ya sea por medios mecá-
nicos o por una corriente eléctrica o algún otro disposi-
tivo y, en realidad, todos estos medios de comunicación
son más lentos que la velocidad de la luz. Encontramos
COMPARACIÓN DE LONGITUDES Y TIEMPOS 169

la misma dificultad al calcular su velocidad de propaga-


ción con la exactitud requerida.
Limitémonos, pues, a señales de luz y consideremos
cómo se vería todo el proceso desde el punto de vista de
un observador que estuviera en el otro tren y tratara
de hacer la misma prueba. Él también observaría cómo
A 2 pasaba a y también transmitiría una se-
ñal de luz desde un extremo del coche al otro y aplicaría
una corrección para el tiempo que esto ha tomado. Su-
pondría, naturalmente, que su tren estaba inmóvil y no
aplicaría corrección alguna para el viento del éter o para
la contracción de Lorentz. El resultado interesante al
calcular esto en detalle es que él llegaría, sobre la misma
base, a la conclusión de que nuestro coche ha sido acor-
tado por la contracción de Lorentz, o sea, que
están alineados antes de que esté alineado con
Lo importante es comprender que las observaciones de
ambos observadores son complentamente intercambiables.
Estamos llegando a la conclusión de que el coche B se
está moviendo y por lo tanto está acortado por la con-
tracción de Lorentz, mientras que el otro observador, su-
poniendo que su coche esté inmóvil, llegaría a la conclu-
sión de que nuestro coche A está moviéndose y por lo
tanto acortado. Sin duda criticaremos su medición porque
él ha hecho suposiciones respecto del largo de su coche
y de la ausencia de una corriente de éter, lo que a nos-
otros nos parece incorrecto; pero él objetaría diciendo
que desde su punto de vista se le podría hacer- la misma
crítica a nuestro método.
La esencia del argumento, que es una versión simplifi-
cada del de Einstein, es que el largo de un objeto no
tiene un significado absoluto, sino que depende del estado
de movimiento del observador que lo determina. Simi-
larmente, el problema del tiempo, o sea cuál de dos acon-
tecimientos en dos puntos distantes es el primero, no tiene
un significado absoluto sino que depende del punto de
vista del observador.
Por cierto que estas ideas se oponen a nuestra intuición,
170 RELATIVIDAD

que considera el largo de un objeto o el tiempo en que


algo acontece como conceptos absolutos, no necesariamen-
te relacionados con algún proceso verdadero de medi-
ción. Debemos acostumbrarnos a comprender que la cer-
teza con que damos por sentadas estas cosas solamente se
deriva de la experiencia diaria. En la práctica, cualquier
duda respecto al significado del largo exacto de un objeto
en movimiento, tal como un coche ferroviario, es com-
pletamente insignificante dentro de los límites de error
de cualquier determinación práctica. Asimismo en la prác-
tica nunca nos vemos en dificultades al suponer que cual-
quier acontecimiento que podemos ver ocurre cuando lo
vemos, ya que, para fines prácticos, la velocidad de la luz
puede considerarse infinitamente grande.
' Uno de los méritos de la teoría de Einstein consiste en
haber establecido en forma clara que nuestras ideas sobre
el espacio y el tiempo son abstraídas de la experiencia, y
que al aplicarlas a situaciones que comprenden mayores
velocidades o tiempos más cortos que aquellos a los que
normalmente estamos acostumbrados, no podemos dar por
sentado su significado sin especificarlo en forma precisa.
Esto sólo se hace formulando preguntas que, en principio,
pueden ser contestadas por medio de una observación real.
Hasta ahora encontramos, pues, que el postulado de la
contracción de Lorentz es compatible con el principio
de que las leyes de la física son precisamente las mismas
para dos observadores que se mueven uniformemente uno
respecto al otro, y que no hay ninguna observación de
acuerdo con la cual se pueda preferir el punto de vista
de un observador al del otro.
El nexo entre las observaciones de diferentes observa-
dores puede expresarse por medio de diagramas. La fi-
gura 50 muestra un tipo de gráfica en que las distancias
se han proyectado honzontalmente y el tiempo vertical-
mente. La línea horizontal OX muestra alguna línea, por
ejemplo el riel ferroviario que discutimos, en un instante
particular que tomamos como tiempo cero. A lo largo
de ésta hemos marcado distancias iguales con "mojone-
COMPARACIÓN DE LONGITUDES Y TIEMPOS 171

ras" La línea vertical indica el paso


del tiempo en el punto de partida O, y se han marcado
intervalos de tiempo iguales.en Las líneas hori*
zontales subsiguientes muestran nuevamente el riel en épo-
cas posteriores, y las líneas verticales subsiguientes el paso
del tiempo en las varias mojoneras. De hecho, tales dia-
gramas se usan para planear itinerarios, puesto que en ellos
se puede indicar el paso de un tren por medio de una
línea inclinada como y entonces basta un vis-
tazo para poder decir a qué hora pasará el tren por un
punto determinado o dónde se cruzarán dos trenes. En
nuestro caso, con pretendemos mostrar los dos
extremos de un coche del tren en movimiento.
Si el observador en el tren en movimiento también es-
tablece marcas de distancia en el tren y registra los tiem-
pos, ¿cómo se compararían sus hallazgos con los nuestros?
Por lo que se refiere al caso de un tren verdadero, en el
que todas las velocidades son pequeñas comparadas con
la de la luz, y por. lo tanto la relatividad carece de impor-
tancia, esto está representado en la figura 31a. Las líneas
inclinadas indican, ahora, puntos que para el observador
en el tren parecen estar inmóviles y que él considera que
marcan distancias; en efecto, para él el extremo de cada

Figura 30. Gráfica distancia-tiempo.


172 RELATIVIDAD

coche es una marca fija. Nuestras propias mojoneras se


ven ahora, para efectos comparativos, como líneas inte-
rrumpidas; las marcas del tiempo son las mismas para
ambos ya que, aparte de la relatividad, el tiempo es el
mismo para todos los observadores.
Comparemos esto con el cuadro relativista que surge
cuando tratamos con velocidades realmente altas. Para ello
debemos tomar una escala diferente, y la situación se des-
cribe nuevamente en la figura suponiendo que nues-
tras mojoneras están tan separadas que la luz solamente
pasará de una a otra durante un intervalo de tiempo. (Por
ejemplo, si el intervalo de tiempo es un segundo, la dis-
tancia entre las mojoneras debe ser de 300 000 kilómetros).
En esta escala, el movimiento de cualquier tren real prác-
ticamente aparecería como una línea vertical, pero en el
dibujo hemos mostrado el caso de un "tren" que se mueve
a la mitad de la velocidad de la luz. Nuevamente y
muestran el movimiento de los extremos posterior y
anterior de un coche. ax no coincide ahora con mi porque,
debido a la contracción de Lorentz, parece que el coche
se hubiera acortado y en un instante de tiempo ocupa
menor distancia que la existente entre Sin em-
bargo, las marcas del tiempo del observador que está en
movimiento se dan ahora con las líneas inclinadas
etc., y, por lo tanto, para encontrar el largo de
nuestro coche, el observador que está en movimiento ve-
ría qué cantidad de esta línea está interrumpida por las
líneas que muestran los extremos de nuestro coche, o sea
las dos líneas verticales interrumpidas a través de
La segunda línea vertical pasa a la izquierda de y, por
consiguiente, el observador que está en movimiento en-
contrará que nuestro coche es más corto que esto.
Hasta aquí el diagrama sólo repite en forma gráfica lo
que ya hemos discutido con palabras, pero también per-
mite llegar a otra conclusión. Examinemos la línea de
puntos Ésta muestra el paso de una señal de luz, ya
que un movimiento a lo largo de esta línea describe un
movimiento que sólo requiere uno de nuestros intervalos
COMPARACIÓN DE LONGITUDES Y TIEMPOS 173

Figura 31 (a). Observador en movimiento; baja velocidad.


(b). Observador en movimiento; un medio de la velocidad
de la luz.

de tiempo para viajar a la próxima mojonera, y esto, por


convención, representa precisamente la velocidad de la
luz. Por el experimento de Michelson sabemos que para
el observador en movimiento, la velocidad de la luz debe
parecer la misma, y, por lo tanto, la línea también
debe pasar a través de las aristas de su red. El diagrama
ha sido dibujado de acuerdo con esto, y vemos que las
marcas de tiempos posteriores del observador en movi-
miento, tales como intersectarán nuestra marca de
tiempo entre
De esto podemos deducir el efecto del movimiento en
la medición del tiempo, v.g. en un reloj. Si el observador
lleva un reloj que pasó por nuestro reloj inmóvil en O y
en ese momento fue sincronizado con éste, "tocará", es
decir, indicará el transcurso de exactamente un intervalo
de tiempo en pero para nosotros esto es más tarde
que Deducimos, en consecuencia, que el reloj que lleva
el observador en movimiento está atrasado. Partiendo de
la simetría de la figura, está atrasado en comparación con
el nuestro en la misma razón en que las distancias han
sido reducidas por la contracción de Lorentz. Este efecto
174 RELATIVIDAD

sobre relojes en movimiento es conocido como la dilatación


del tiempo. Nuevamente es cierto que el observador en el
tren, con el mismo derecho exactamente, llegará a la con-
clusión de que nuestro reloj está atrasado, puesto que
su "toque", yace encima de la línea o sea que, des-
de su punto de vista, ocurre después de que finaliza el
primer intervalo de tiempo.
Como veremos en el Capítulo XII, esta dilatación de
tiempo pronosticada puede tener una relación muy directa
con el comportamiento conocido de las partículas rápidas.

5. Composición de velocidades
Esta nueva relación entre los registros de tiempos y dis-
tancias llevados por diferentes observadores debe ir acom-
pañada de una nueva regla para la composición de veloci-
dades. Si un hombre en un tren que se mueve con veloci-
dad u dispara un fusil hacia adelante, lo que da a la bala
una velocidad con respecto al tren, entonces la velocidad
total de la bala vista desde el riel sería Pero en la
relatividad debemos descifrar el trayecto de la bala, que
para el observador en el tren es simplemente movimiento
con velocidad , corrigiendo la diferencia entre los puntos
de vista sobre tiempos y distancias; si esto se efectúa, ve-
mos que el resultado es . Si tanto u como v son pe-
queños comparados con c, que es la velocidad de la luz,
entonces la segunda parte del denominador es muy peque-
ña comparada con r y nuevamente el resultado es que las
velocidades simplemente se suman. Pero si u y v no son
tan pequeños, entonces el resultado es diferente. Por ejem-
plo, si u y v son, cada uno, la mitad de la velocidad de la
luz, el efecto combinado de las dos velocidades es % c. Se
puede ver fácilmente que, si tanto u como v son menores
que la velocidad de la luz, por muy cerca que estén de
ella la velocidad resultante aún será menor que c.
Esta regla es correcta solamente cuando las dos veloci-
OBJETOS EN MOVIMIENTO RÁPIDO 175

dades están en la misma dirección. Para casos más genera-


les, la regla es más complicada y no la explicaré aquí.
Una consecuencia particular de esta ley de composición
de velocidades se hace evidente. Si v = c, o sea, si el hom-
bre que está en el tren envía una señal de luz en vez de
disparar un fusil, entonces nuevamente la velocidad com-
binada es igual a c y esto nos hace retroceder al punto de
partida, es decir, que para los dos observadores la luz
aparentemente viaja con la misma velocidad.
Este principio de la velocidad constante de la luz es la
ley básica de la relatividad. Para evitar malentendidos,
debe recalcarse que en todo esto, cuando hemos hablado
de la velocidad de la luz realmente debiéramos haber
dicho "la velocidad de la luz en el espacio vacío". De
la refracción de la luz, discutida en el Capítulo IV, hemos
aprendido que en cualquier medio material —aun en el
aire y en mayor grado en sustancias tan densas como el
agua o el vidrio— la velocidad de la luz es diferente. Esto
es causado por el efecto de la onda de luz sobre las cargas
eléctricas contenidas en los átomos. Por lo tanto, a dife-
rentes observadores no les parecerá que un rayo de luz
que pasa a través de un vidrio se propaga con la misma
velocidad. Esto no es sorprendente, puesto que las situacio-
nes que ven los dos observadores son entonces diferentes.
Para uno, el vidrio o el agua están en reposo, mientras
que para el otro están moviéndose. Fue en realidad un
estudio sobre la propagación de ondas electromagnéticas
a través de cuerpos en movimiento lo que, por primera
vez, condujo a Einstein a una clara comprensión de los
argumentos que he bosquejado anteriormente.

6. Mecánica de los objetos en movimiento rápido

Esta nueva aplicación de las propiedades de las distan-


cias y los tiempos requiere que cambiemos las leyes de la
mecánica al aplicarlas a cuerpos en movimiento rápido;
para ver qué modificaciones se necesitan, se puede razonar
en la siguiente forma: veamos la segunda ley de Newton en
176 RELATIVIDAD

la forma de que la fuerza es igual a la rapidez de cambio


de la cantidad de movimiento. Antes de que podamos ge-
neralizar esta ley, debemos comprender que tanto las ideas
de la cantidad de movimiento como de la fuerza pueden
necesitar una revisión; la forma que tomará la ley mecá-
nica dependerá, en cierto grado, de cuál de las dos —si
no ambas— deseamos mantener inalterables.
Resulta que se obtiene la expresión más clara de las
leyes si conservamos la ley de la acción y la reacción, que
establece que las fuerzas ejercidas por dos objetos entre
sí deben ser opuestas e iguales. En consecuencia, la interac-
ción entre dos objetos no cambia la cantidad de movi-
miento total. Si se trata de una colisión elástica, también
deseamos conservar la ley de la conservación de energía,
particularmente de la energía mecánica. Consideremos en-
tonces la colisión entre dos objetos elásticos idénticos, por
ejemplo dos bolas de billar. Si éstas chocan con velocida-
des iguales y opuestas su cantidad de movimiento com-
binada debe ser cero, y si ha de conservarse la cantidad
de movimiento ésta debe ser cero aun después de la coli-
sión. Lo que significa que, después de la colisión, las dos
bolas de billar aún deben viajar con velocidad opuesta e
igual.
En la figura 32 mostramos la colisión de dos bolas tales,
con las flechas indicando su velocidad inicial de acerca-
miento; el largo igual de las flechas indica que sus velo-
cidades son iguales. Supongamos ahora que han chocado
en tal forma que se vuelven a separar en una dirección
en ángulo recto a la original. Esto se indica en la figura
con las flechas interrumpidas. Las velocidades nuevamente

Figura 32. Colisión de dos objetos.


OBJETOS EN MOVIMIENTO RÁPIDO 177

deben ser iguales. Aún más, la conservación de la energía


requiere que la velocidad con que se separan las bolas sea
igual a aquella con que chocan: Si la velocidad de acerca-
miento es u, la energía cinética total antes de la colisión
es el doble de la energía cinética de una bola que se mueve
con velocidad u, y si nuevamente se separan con velocidad
u, ésta también será la energía final. Debe notarse que
este argumento es válido independientemente de cómo
dependa la energía cinética de la velocidad.
Llegamos a la conclusión de que la situación esbozada
en la figura 32 es posible mecánicamente, o sea que con-
serva la cantidad de movimiento y la energía. Si las leyes
mecánicas han de ser las mismas para todo observador, las
leyes de la conservación de la energía y de la cantidad de
movimiento también deben parecer satisfactorias si este
mismo proceso es visto por un observador en movimiento.
Supongamos que el observador en movimiento viaja con
velocidad v desde la derecha a la izquierda, de modo que
a él le parecerá que la bola A viaja más rápidamente y la
bola B más lentamente que antes; después de la colisión,
ambas bolas aparentemente no viajarán en ángulos rectos
a la línea original, sino más hacia la derecha. Esto está de-
mostrado en la figura 33. Lo importante es que, de acuerdo
con la ley de composición de las velocidades, podemos
calcular las direcciones y magnitudes de todas las veloci-
dades tales y como son vistas por este observador, o sea, las
direcciones y largos de todas las flechas de la figura 33
Ahora bien, la cantidad de movimiento y la energía aún
deben conservarse, y esto nos dice algo sobre la cantidad
de movimiento y la energía de objetos que se mueven con
varias velocidades. No daré aquí los detalles de este cálculo,

Figura 33. La colisión de la figura 32 vista por un


observador en movimiento.
178 RELATIVIDAD

que requiere un poco más de matemáticas de las que


estamos usando, pero de él se puede determinar sin equí-
voco alguno cómo dependen la energía y la cantidad de
movimiento de la velocidad de una partícula.
El resultado es que la cantidad de movimiento p de
un objeto de masa m que se mueve con velocidad u es
. Esta relación entre p y u se muestra en

forma gráfica en la figura 34. La línea continua muestra


la relación relativista, mientras que la línea interrumpida
representa la ley de la mecánica newtoniana, donde
Se nota que la cantidad de movimiento relativista
para pequeñas u es prácticamente la misma que antes, pero
para velocidades aproximadas a la de la luz es mucho ma-
yor que la cantidad de movimiento de la mecánica new-
toniana. Este mismo resultado se puede expresar, en forma
diferente; aún podemos retener la definición de cantidad
de movimiento como masa por velocidad, siempre que este-
mos preparados para considerar la masa del objeto como
variable. Si con M definimos la cantidad

entonces ciertamente la cantidad de movimiento es


Para distinguir las dos definiciones de masa, a veces lla-
mamos a m i a masa en reposo del objeto, o sea la masa
que determinamos con mediciones dinámicas cuando el
objeto está en reposo o se mueve muy lentamente. Aun
trabajando con esta idea de una masa variable tenemos
que recordar, sin embargo, que no debemos expresar la
ley dinámica en la forma de que la fuerza es igual a la
masa multiplicada por la aceleración. La fuerza debe to-
marse como la rapidez de cambio de la cantidad de movi-
miento, o sea la rapidez de cambio de Ja masa multiplicada
por la velocidad. Estos dos productos no son iguales cuan-
do la masa también cambia en el curso del movimiento.
OBJETOS EN MOVIMIENTO RÁPIDO 179

Figura 34. Cantidad de movi- Figura 35. Energía cinética y


miento y velocidad. velocidad.

Este resultado indica que, a medida que aumenta la ve-


locidad de un objeto aproximándose a la de la luz, se
hace más y más difícil acelerarlo. En realidad, se necesita-
ría una fuerza infinitamente poderosa para lograr que al-
canzara la velocidad de la luz en cualquier tiempo finito.
Por lo tanto, es evidente que es imposible que un objeto
material jamás alcance la velocidad de la luz y menos que
la exceda. Este resultado es satisfactorio para la consisten-
cia de nuestras opiniones. Si fuera posible aplicar nuestras
consideraciones sobre las relaciones entre diferentes obser-
vadores, a un hombre en un tren que viaja con velocidad
mayor que la de la luz, inmediatamente nos veríamos en-
vueltos en paradojas.
En lo que respecta a la energía cinética, el argumento
que he esbozado indica que

Esta relación está demostrada en forma gráfica en la figura


35, donde nuevamente la línea continua representa la re-
lación relativista entre la energía cinética y la velocidad, y
la línea interrumpida la relación Al igual
que antes, la ley newtoniana es adecuada a bajas velocida-
18θ RELATIVIDAD

des, pero a altas velocidades la energía del objeto es mucho


mayor de lo indicado por la mecánica antigua, y un cuerpo
animado de la velocidad de la luz tendría que tener una
cantidad infinita de energía.
Usando la definición de la masa variable, M, podemos
expresar nuestro resultado para la energía cinética como
o sea, que a medida que aumenta la
masa del objeto, aumenta la energía cinética. La cantidad
es exactamente el aumento de la masa multiplicado por
el cuadrado de la velocidad de la luz. Esto sugiere una
estrecha relación entre masa y energía, aunque hasta aho-
ra sólo la energía cinética ha participado en esto. Se pue-
de probar fácilmente que cualquier otra forma de energía
debe conducir a un aumento en la masa de precisamente
la misma cantidad. Para ver esto, sólo es necesario consi-
derar la colisión no de dos objetos elásticos, sino de dos
objetos completamente inelásticos, digamos dos terrones de
arcilla de la misma masa. Si éstos chocan con velocidades
iguales y opuestas, simplemente se mantendrán unidos. Co-
mo la cantidad de movimiento total es cero, el terrón amal-
gamado no tiene cantidad de movimiento alguna y por lo
tanto permanece inmóvil. Podemos considerar este proceso
desde el punto de vista de un observador en movimiento
y requerir nuevamente que se conserve la cantidad de mo-
vimiento. Si calculamos las velocidades aparentes para el
nuevo observador, encontramos que no se conservaría
la cantidad de movimiento si el terrón amalgamado sim-
plemente tuviera la masa en reposo combinada de los
terrones separados, sino que sólo se conservaría si su masa
en reposo hubiera aumentado precisamente en la cantidad
de energía convertida en calor, dividida entre c*. Por lo
tanto la relación entre masa y energía también incluye
energía calorífica, y puesto que podemos disponer que el
calor cause alguna reacción química o que genere electri-
cidad por medio de un mecanismo interno, lo mismo debe
regir para cualquier otra forma de energía.
Por lo tanto encontramos la equivalencia de masa y ener-
gía en la forma de que, para cualquier cambio de energía
APLICACIONES Y CONFIRMACIÓN l8l

desde la masa también cambiará desde


de modo que
Si esto es cierto para todos los cambios en la masa, es
natural especular si la masa en reposo m de un cuerpo no
es también equivalente a alguna forma de energía. Ahora
bien, en todas nuestras discusiones hasta este momento, la
energía siempre ha aparecido sólo a través de la ley de
conservación de energía, que compara la energía antes y
después de un proceso. Por lo tanto, nada cambia si se
agrega una constante a todas las energías, a condición
de que esta cantidad constante siempre aparezca en ambos
lados de la ecuación. Siempre que los objetos no desaparez-
can o surjan de la nada, es indiferente si incluimos o no
en la ecuación del balance de las energías una cantidad
como su energía en reposo, y es conveniente hacerlo
así puesto que entonces podemos establecer, en forma ge?
neral, que toda masa es equivalente a energía y viceversa.
Pero esta afirmación general implica algo más que conve-
niencia, ya que más adelante veremos que es posible crear
electrones y otras partículas materiales y que la energía
requerida para esto es dada, en efecto, por me2.

7. Aplicaciones y confirmación

De la lectura de este capítulo hasta este punto, el lector


se habrá formado la impresión de que hemos creado una
elaborada forma de razonamiento sobre un hecho experi-
mental, a saber, el resultado negativo del experimento de
Michelson. Por más digno de confianza que sea el experi-
mento y por más atractivo que sea el principio general de
la independencia de todas las leyes físicas del estado de
movimiento del observador, no habríamos aceptado con-
clusiones de tan largo alcance sin contar con una mayor
cantidad de pruebas. En efecto, otros físicos han sostenido,
de tiempo en tiempo, que al repetir el experimento de
Michelson encontraron un resultado positivo; pero, entre-
tanto, otra evidencia para la teoría de la relatividad había
adquirido tanta fuerza que no tendríamos motivo para
182 RELATIVIDAD

cambiar nuestras opiniones si en el razonamiento de Mi-


chelson se descubriera algún defecto fundamental.
Tales pruebas provienen prácticamente de cualquier ob-
servación que se haga del comportamiento de las partículas
que se mueven a alta velocidad. Históricamente, las pri-
meras observaciones fueron hechas sobre los electrones, ya
que, como son las partículas más livianas, pueden ser ace-
lerados muy fácilmente a velocidades aproximadas a las
de la luz. Por ejemplo un electrón alcanza una velocidad
de o.8c después de pasar a través de un campo eléctrico
con una diferencia de potencial de cerca de 300000 vol-
tios, lo que ahora es algo corriente en cualquier laborato-
rio moderno. A esta velocidad su energía cinética es casi
dos veces mayor de lo que sería en la mecánica no rela-
tivista, y la diferencia en su comportamiento es muy mar-
cada.
Experimentos anteriores, que fueron realizados con vol-
tajes mucho más bajos y en los que se hicieron mediciones
exactas de la desviación de los electrones en campos eléc-
tricos y magnéticos, demostraron la masa variable y por lo
tanto confirmaron la mecánica relativista. Quizás la demos-
tración más notable del comportamiento relativista pro-
viene de una colisión entre una partícula rápida y una en
reposo. Supongamos que un electrón ha sido acelerado de
algún modo a una velocidad aproximada a la de la luz y
que al pasar a través de materia choca con otro electrón
inmóvil. Como las dos partículas tienen la misma masa y
como generalmente en tales colisiones ninguna energía me-
cánica es convertida en cualquier otra forma de energía,
nuestra discusión del Capítulo II sobre colisiones elásticas
es aplicable. Por lo tanto, deberíamos llegar a la conclusión
de que, después de las colisiones, los dos electrones se
moverían en direcciones perpendiculares entre sí. Por
otra parte, la mecánica relativista establece que ambos
electrones aún deberían viajar hacia adelante, formando
sus líneas de movimiento sólo un pequeño ángulo entre
sí, el cual se reduciría más y más a medida que la velocidad
del electrón incidente se aproximara a la de la luz. Más
APLICACIONES Y CONFIRMACIÓN l8g

adelante discutiremos las técnicas modernas que han hecho


posible fotografiar la trayectoria de un solo electrón. La
figura 36 nos da un croquis de dicha fotografía, el cual nos
muestra cómo un electrón liviano es desviado de repente
de su trayectoria y desde este punto se origina la trayecto-
ria de un segundo electrón. Todas las trayectorias son cur-
vas debido a que se aplicó un campo magnético para de-
terminar la velocidad de los electrones. Después de la
colisión, las trayectorias forman un ángulo muy pequeño
entre sí. Esta figura es un croquis de una fotografía lo-
grada por el Dr. F. C. Champion.

Figura 36. Trayectoria de un electrón rápido que choca, con


uno casi inmóvil.

Otro ejemplo decisivo se obtiene por medio de los mo-


dernos aceleradores de partículas, cuyos principios y obje-
tivos serán discutidos más adelante. En éstos tenemos par-
tículas que se mueven ya sea a lo largo de una línea recta o
(bajo la influencia de un campo magnético) en un círculo,
y a los que se les aplican impulsos eléctricos a intervalos
adecuados. El funcionamiento de dichas máquinas depen-
de, pues, del conocimiento de la velocidad de las partículas
de modo que se pueda aplicar el impulso eléctrico justa-
mente cuando la partícula pasa por un punto adecuado.
Existen, por ejemplo, máquinas en que se puede dar a los
electrones una energía de 300 MeV. Por un MeV, o sea
un millón de electrón voltios, significamos la energía que
adquiriría un electrón al pasar a través de una diferen-
cia de potencial eléctrico de un millón de voltios. La
energía en reposo de un electrón es de cerca de ½ Mev, y,
por lo tanto, estamos refiriéndonos a electrones cuya ener-
gía es cerca de 600 veces su energía en reposo. Un poco
de aritmética nos muestra que esto hace que su velocidad
184 RELATIVIDAD

sea menor que la de la luz sólo en poco más de una parte


en un millón. Sin relatividad, los electrones de tal energía
deberían moverse a una velocidad de 35 veces la de la
luz, y evidentemente es imposible confundir una con la
otra.
Éstos son solamente unos pocos ejemplos de las muchas
pruebas a que ha sido sometida la mecánica relativista en
años recientes, y el resultado combinado de estas pruebas
es suficiente para que tengamos tanta confianza en las le-
yes de la relatividad para partículas de movimiento rá-
pido, como la que tenemos en la validez de las leyes de
Newton para el campo de las pequeñas velocidades.
Vale la pena notar una consecuencia particular de la me-
cánica relativista, ya que nos referiremos a ella en el pró-
ximo capítulo. Si consideramos las expresiones dadas ante-
riormente para la cantidad de movimiento y la energía,
un poco de álgebra nos muestra que podemos expresarlas
en la forma de una relación directa entre las dos cantida-
des, a saber, , si E representa la energía
total de una partícula en movimiento, incluyendo su ener-
gía en reposo me2. Si para una partícula de cierta cantidad
de movimiento p la masa en reposo m es tan pequeña que
me es insignificante en comparación con p, esta ecuación re-
sulta en aproximadamente. ». Podemos con-
siderar el caso extremo de una partícula sin ninguna masa
en reposo. Para ésta, la última equivalencia es exacta y
su energía es igual a su cantidad de movimiento multiplica-
da por la velocidad de la luz. Tal objeto siempre se movería
con la velocidad de la luz, cualquiera que fuera su canti-
dad de movimiento. La primera expresión para la energía,

, falla porque tanto la masa en reposo m

como la raíz cuadrada son cero, y cero dividido entre


cero no tiene significado alguno. Pero la relación entre
energía y cantidad de movimiento sigue siendo válida aun
en este caso excepcional. En el próximo capítulo veremos
PRINCIPIO DE EQUIVALENCIA 185

la importancia de este resultado para las propiedades


de la luz.

8. El principio de equivalencia

El terreno que hemos cubierto en este capítulo pertenece


a la llamada relatividad especial. Antes de abandonar el
tema sobre la relatividad debemos mencionar, en forma
breve, el tema más amplio de la relatividad general, aun-
que no podremos hacerle justicia.
Hasta ahora hemos tenido cuidado de comparar sola-
mente los puntos de vista de observadores que se mueven
relativamente entre sí con velocidad uniforme. La relati-
vidad general tiene que ver con las leyes de la física con-
forme podría apreciarlas un observador que estuviera su-
jeto a aceleración. Es claro que en este caso el observador
en movimiento verá la naturaleza en forma diferente. Un
pasajero de un tren que acelera o frena violentamente
notará, sin lugar a dudas, el efecto de esta aceleración.
¿Cuál es la naturaleza de su sensación? Ya hemos discu-
tido esto en el Capítulo II, donde vimos que esto era una
manifestación de la ley de Newton de que la masa multi-
plicada por la aceleración es igual a la fuerza. Para que po-
damos seguir moviéndonos junto con el tren que acelera,
el asiento o el piso del coche deben ejercer una fuerza
sobre nosotros. Sin esta fuerza todos los objetos tendrían
la tendencia a seguir moviéndose uniformemente y, por
lo tanto, en relación con el tren adquirirían «na acele-
ración en sentido opuesto. Esto es lo mismo que si el
tren permaneciera inmóvil pero hubiera un campo de
fuerza, como la gravedad, que nos empujara hacia atrás.
En efecto, en un tren que acelera en forma estable fácil-
mente nos hacemos la ilusión de que el coche se inclina
y de que, por lo tanto, nuestro peso nos empuja hacia
atrás.
Cualquier aceleración produce el mismo efecto que la
gravedad. Imaginemos que estuviéramos en una caja ce-
rrada como la cabina de un ascensor, colocada en algún
l86 RELATIVIDAD

lugar del espacio libre a una gran distancia de la tierra o


de otros cuerpos, de modo que no hubiera gravedad. En-
tonces todos los objetos dentro de esta caja flotarían li-
bremente. Si con los pies tocáramos levemente el piso, esto
nos impulsaría hacia arriba hasta que diéramos con el
techo. Por medio de los libros y de las películas sobre via-
jes en el espacio, ya nos hemos familiarizado con este estado
de cosas. Supongamos ahora que de: repente volviéramos a
sentir nuestro peso y que viéramos caer los objetos al
piso. Habría dos formas de interpretar esto: podríamos
decir que nuestra caja realmente era la cabina de un as-
censor y que había empezado a acelerar hacia arriba, o
podríamos decir que el compartimiento aún permanecía
inmóvil (o que se movía con velocidad uniforme) pero
que ahora estábamos cerca de la tierra, o cerca de algún
planeta, y que la gravedad actuaba sobre nosotros.
No podríamos resolver la cuestión aunque tuviéramos
una pequeña ventana en el techo y viéramos a través de
ella que había un cable sujeto a la parte superior del
compartimiento y que el cable evidentemente estaba en
tensión. Esto sería de esperarse en ambos puntos de vista,
ya sea para producir la aceleración o para que el comparti-
miento se mantuviera suspendido contra la fuerza de gra-
vedad.
A la inversa, si viajáramos en un ascensor ordinario y
se rompiera el cable de suspensión, lo cual causaría la
caída libre de la cabina junto con todo su contenido, ten-
dríamos la sensación de ausencia de peso debido a que la
fuerza de gravedad nos aceleraría justamente a la misma
velocidad de la cabina y no se requeriría fuerza alguna
para hacernos conservar nuestra posición en relación con la
cabina. No sabríamos, pues, si en efecto nuestra cabina
iba cayendo o si de repente había cesado la fuerza atractiva
de la tierra (naturalmente que esta duda perduraría hasta
que chocáramos con el fondo del pozo).
Éste es uno de los pocos casos en que la imaginación de
Julio Verne, por lo general tan digna de confianza, lo con-
dujo a un serio error. En su Viaje a la Luna los pasajeros
RELATIVIDAD GENERAL 187

sólo experimentan la sensación de falta de peso en el punto


en que la gravedad de la luna y la de la tierra simple-
mente se compensan. Deberían haber experimentado la
misma sensación durante todo el trayecto, a partir del
momento en que el mecanismo de propulsión hubiese ce-
sado de actuar y su nave del espacio hubiese dejado de
estar sometida a la fricción de la atmósfera terrestre y, por
lo tanto, hubiese empezado a moverse libremente en el
campo terrestre.
Llegamos a la conclusión de que el movimiento acele-
rado altera las leyes de la física y produce el mismo efecto
que un campo gravitacional. Este principió de equivalen-
cia, que es una característica esencial de la teoría gene-
ral de la relatividad, depende esencialmente del hecho —ya
indicado en el Capítulo II— de que los pesos de dos ob-
jetos son exactamente proporcionales a sus masas, de modo
que la gravedad les da la misma aceleración. La teoría ge-
neral de la relatividad está basada en la opinión de que
una aceleración de todas las mojoneras a las que referimos
nuestras observaciones en la práctica, no es solamente
indistinguible del efecto de un campo gravitacional, sino
que, en esencia, ambas son una y la misma cosa y, en prin-
cipio, no se puede hacer distinción alguna entre ellas.
Esto no quiere decir, por ejemplo, que podríamos insta-
lar nuestro laboratorio en forma tal como para poder des-
hacernos de toda la atracción gravitacional de la tierra,
porque para esto sería necesario distribuir observadores
alrededor de la tierra dentro de cabinas que cayeran li-
bremente, y éstas naturalmente muy pronto chocarían con
la tierra, a no ser que ya antes chocaran entre sí. Sólo
en una pequeña parte del espacio, y por corto tiempo, po-
dríamos ver el movimiento de objetos desde el punto de
vista de un observador para el cual no existe gravedad
alguna.
9. Relatividad general
Si tratáramos de hacer nuestra descripción de la natu-
raleza en esta forma, elaborando nuestra mecánica en una
l88 RELATIVIDAD

cabina que cayera libremente, llegaríamos a la conclusión


de que el espacio tiene propiedades curiosas. Por ejemplo,
supongamos que nuestra cabina llega con alta velocidad
desde grandes distancias y la velocidad es tan grande que
la atracción de la tierra no sería suficiente para que la
hiciera chocar con la tierra, sino que sólo la haría desviar-
se a través de un pequeño ángulo. En la figura 37., E es la
tierra y la línea marcada B podría ser el trayecto de nuestra
cabina. Supongamos también que cerca de nosotros una
segunda cabina C, con otro observador, viajara paralela-
mente a nosotros y a la misma velocidad. Hasta que nos
aproximáramos a la tierra, C estaría a una distancia cons-
tante de nosotros, pero al estar más cerca de la tierra su
cabina sufriría una mayor desviación, como se ilustra en
la figura; en consecuencia, después estaríamos viajando en
diferentes direcciones y separándonos. Ambos viajamos li-
bremente y por lo tanto no experimentamos ninguna sen-
sación de aceleración. Basándonos en las ideas de la
relatividad general, ambos tendríamos razón para conside-
rarnos en reposo, pero entonces veríamos que la distancia
entre nosotros empezaba a aumentar de repente sin que
aparentemente ninguno de nosotros empezara a moverse.

Figura 37. Dos observadores al pasar por la tierra.

En otras palabras, sin aclarar el problema de reposo o


movimiento y eligiendo como puntos de referencia cual-
quier objeto que pueda moverse libremente, podemos en-
contrar, por medio del comportamiento de las distancias
entre diferentes puntos, un campo gravitacional y por
ende la presencia de materia pesante en la vecindad. Éste
RELATIVIDAD GENERAL l8g

es el principio de una descripción de un campo gravita-


cional en términos de las propiedades del espacio y el
tiempo. Se requeriría demasiada matemática para conti-
nuar esta descripción en mayor detalle, pero haré mención
de dos conclusiones que se derivan de ella.
Una de ellas es que en un campo gravitacional la luz
no viaja en línea recta, sino que se desvía. En efecto, esto
ya se habría podido deducir del hecho, confirmado en
la relatividad especial, de que la masa y la energía son
iguales. Un rayo de luz lleva energía y por lo tanto masa,
y si toda masa es atraída por un cuerpo pesado como el
sol o la tierra, esto también debe ser cierto en lo que res-
pecta a un rayo de luz. Sin embargo, este simple argumen-
to no da la cantidad de desviación correcta porque la
fuerza de gravedad sobre un objeto que se mueve depende
de su velocidad. Esto carece de importancia para las bajas
velocidades que se encuentran normalmente en la práctica,
pero la cosa cambia cuando se trata de la velocidad de la
luz. Por consiguiente, cuando la luz pasa muy cerca del sol
debería ser desviada en una cantidad que puede ser calcu-
lada, y por eso una estrella que vemos cerca del borde del
sol debería aparecer ligeramente desviada de su posición
normal. Naturalmente, no es siempre posible ver una es-
trella cuando está cerca del sol, pero se presenta una opor-
tunidad para ello durante un eclipse total del sol, cuando
la luna cubre su disco de modo que su luz no nos impide
ver a las estrellas. Aun entonces se requiere una observa-
ción muy exacta para descubrir el desplazamiento, ya que
la cantidad esperada es inferior a dos segundos de arco, es
decir, casi del tamaño de un penique visto a tres kiló-
metros de distancia. Sin embargo, observaciones astronó-
micas muy precisas han hecho posible descubrir tales des-
plazamientos, y aunque los astrónomos aún recurren a los
eclipses solares para que el resultado sea más exacto, es
un hecho que el desplazamiento existe y su tamaño es
aproximadamente el pronosticado por la relatividad ge-
nera! .
Otra conclusión importante es que el carrípo de grave-
190 RELATIVIDAD

dad debería afectar a la escala de tiempo o, más precisa-


mente, que un reloj ubicado cerca de una estrella muy
pesada donde hay un potencial de gravitación negativo
(v.g. atractivo) muy fuerte, debería parecemos atrasado.
También esto puede ser sometido a prueba, puesto que la
luz de una estrella caliente contiene radiación de colores
muy precisos, o sea de ciertas frecuencias definidas, que
sabemos se debe a la tendencia de algunos átomos que
están en la atmósfera de la estrella a causar oscilaciones
eléctricas con una frecuencia definida, en forma muy simi-
lar a la de un transmisor de radio en miniatura. En con-
secuencia, tales átomos pueden ser considerados como relo-
jes standard en el sentido de que el período de vibración
es una característica natural del átomo y no depende de
circunstancias externas. Ahora bien, se sabe que estos rayos
característicos provenientes de ciertas estrellas muy pesadas
no tienen los mismos colores que los de estrellas más li-
vianas, sino que su color más bien tiende al rojo.
Esto concuerda con las predicciones de la relatividad
general. Debemos suponer que, desde el punto de vista de
un observador que está en la superficie de la estrella, el
"reloj" atómico estaría correcto, pero para nosotros, que
observaríamos desde vina distancia, y debido a que la es-
cala de tiempo depende del potencial de gravitación, los
relojes nos parecerían atrasados, la frecuencia de la luz
más pequeña y su color enrojecido.
También es interesante esta influencia del potencial de
gravitación sobre el comportamiento de los relojes, debido
a su relación con una paradoja que ilustra la estrecha
conexión que hay entre las ideas de la relatividad especial
y las de la general.
Algunas veces se objeta que la relatividad especial es
inconsecuente en su predicción de la dilatación del tiem-
po. Supongamos que dos observadores se cruzan a alta
velocidad y que se aseguran de que, al cruzarse, sus relojes
marcan el mismo tiempo. Ahora bien, si consideramos
que nosotros permanecemos inmóviles, llegaríamos a la
conclusión de que el reloj del otro observador tendría que
RELATIVIDAD GENERAL ígi

estar atrasado. Él, a su vez, diría que el atrasado debería


ser nuestro reloj porque nosotros nos movíamos a alta velo-
cidad. Admitimos que esto no puede controlarse en tanto
estemos a una gran distancia el uno del otro, puesto que
hemos visto que no podemos comparar sin ambigüedad
los tiempos de los acontecimientos que ocurren en distintos
lugares. Sin embargo, suponiendo que nos volvemos a en-
contrar más tarde con el otro observador, entonces pode-
mos comparar nuestros relojes y saber cuál de ellos está
atrasado respecto del otro, y en consecuencia quién es el
que ha estado moviéndose.
Dentro de la relatividad especial, la respuesta correcta
a esta objeción es que, siempre que los dos observadores
sigan moviéndose relativamente entre sí a velocidad uni-
forme, no pueden volver a encontrarse. Si han de encon-
trarse nuevamente, por lo menos uno de ellos debe haber
invertido su movimiento o cambiado su dirección, estando
por lo tanto sujeto a aceleración, de modo que ya no
puede suponer que ha estado inmóvil todo el tiempo.
La relatividad general nos da una respuesta más com-
pleta. En bien de nuestros argumentos, supongamos que
nos hemos estado moviendo sin aceleración mientras que el
otro observador, después de haber recorrido cierta distan-
cia, se detuvo y regresó De acuerdo con la relatividad
general, él aún podría suponer que había estado inmóvil
todo el tiempo pero que había un campo gravitacional.
Esto explicaría las fuerzas que él sintió que actuaban so-
bre él (que nosotros atribuiríamos a su aceleración). Ahora
bien, y como hemos visto, los campos gravitacionales afec-
tan a los relojes, y si aplicamos esto en detalle a la situación
que discutimos, la respuesta es que nuevamente en ambos
puntos de vista la lectura de los dos relojes sería com-
parable.
Después de esta discusión muy incompleta, abandonare-
mos el interesante tema de la relatividad general. Un
estudio más amplio pertenecería, por cierto, a una expli-
cación completa de las leyes de la naturaleza, y nuestro
propósito aquí es el de presentar las leyes que se relacio-
192 RELATIVIDAD

nan en forma particular con la estructura de la materia.


La relatividad general tiene consecuencias importantes pa-
ra problemas en gran escala, incluyendo la estructura del
universo. Es posible que en el futuro surja alguna relación
que también conecte estas ideas con las características de
pequeña escala, es decir, con los problemas atómicos, pero
esto aún nos es desconocido.
VIII
CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

1. La hipótesis del cuanto. Los fotones

En los Capítulos V y VI ofrecimos una reseña de los he-


chos elementales sobre los átomos. Vimos que la materia
está compuesta de átomos cuya masa y tamaño podían
determinarse, que el calor deriva de sus movimientos, que
la rigidez de materias sólidas es causada por sus fuerzas
mutuas y que la presión de un gas se debe a su impacto
sobre las paredes. Hemos visto que cada átomo consiste
en un núcleo pesado de carga positiva en el centro, ro-
deado por electrones livianos de carga negativa. Pero aun-
que en muchas formas este cuadro describía las propieda-
des de la materia, continuamente encontramos contradic-
ciones, siendo la más notoria el hecho de que los átomos
eran siempre de un tamaño definido y no se desintegraban
bajo la atracción de un núcleo positivo sobre el electrón
negativo.
No examinaremos aquí toda la lista de tales contradic-
ciones, tanto porque es demasiado larga como también
porque más adelante tendremos que volver a referirnos a
algunas de ellas para demostrar cómo las resuelven los
principios de la nueva mecánica. Sin embargo, los ejem-
plos que ya hemos explicado deberían ser suficientes para
mostrar cómo se hizo patente que las leyes de la natura-
leza que hemos descrito hasta ahora no son adecuadas para
describir el comportamiento de los átomos.
Evidentemente, lo que sé necesita es algo que determine
la escala de los fenómenos atómicos. Con esto queremos
decir lo siguiente: si consideramos el problema de un elec-
trón que se mueve alrededor de una carga positiva bajo
la influencia de fuerzas sujetas a la ley del inverso del
cuadrado, entonces la partícula puede moverse, por ejem-
plo, en un círculo de cualquier radio que pudiésemos ele-
ig4 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

gir, siempre que su velocidad esté ajustada d modo que la


fuerza centrífuga equilibre precisamente la fuerza eléctri-
ca atractiva. En el Capítulo II hemos descrito en detalle
dicho movimiento circular. Lo mismo rige en el sistema
solar. Nada hay en las leyes mecánicas que diga que el
tamaño de la órbita en que gira la tierra deba ser justa-
mente el que es. Mecánicamente, sería perfectamente po-
sible que fuera cien veces más pequeña o más grande, sólo
que la velocidad de la tierra tendría que ser diez veces
mayor o menor, respectivamente. En el caso de la tierra,
el movimiento actual es el resultado de una historia mu-
cho más antigua. En un tiempo muy remoto, la tierra y el
sol formaban parte de la misma masa, probablemente de
gas muy caliente, a partir de la cual la materia se unió en
grandes pedazos. Fueron la velocidad de rotación de aque-
lla masa de gas y la forma particular en que la materia se
condensó, lo que determinó las posiciones actuales de la
tierra y del sol. Pero en el caso del átomo, sabemos que
su tamaño no es un accidente de su historia anterior. Po-
demos, en muchas formas, expulsar al electrón fuera de
un átomo de hidrógeno y permitir que el núcleo de hidró-
geno o protón que queda recupere un electrón; cuando
éste vuelve nuevamente a un estado estacionario, el átomo
de hidrógeno no se distingue de ningún otro.
Sólo por medio del cuanto de acción, introducido por
Planck en una hipótesis muy osada, fue posible explicar
esto. Planck estudiaba la radiación del cuerpo negro que,
como hemos visto en el Capítulo VI, también presentaba
características en conflicto con las leyes de la física "clá-
sica"; veamos, por ejemplo, la figura 28. La idea de Planck
podía dar razón de la cantidad de radiación a partir de
un cuerpo caliente y de su composición en colores.
Él postuló que la luz llevaba su energía en cantidades
definidas o cuantos, de modo que la energía de la onda
siempre tenía que ser uno, o dos o cualquier otro número
entero de dichos cuantos. La energía de cada cuanto de
cualquier color dado tenía que ser la misma y proporcio-
nal a la frecuencia de la luz. Para luz de frecuencia v (o
HIPÓTESIS DEL CUANTO 195

sea, para una onda en que el campo eléctrico en cualquier


punto del espacio pasa a través de v ciclos por segundo)
cada cuanto tiene, por lo tanto, la energía hv, donde h es
una nueva constante llamada la constante de Planck o
el cuanto de acción, que es de en unidades
métricas, aproximadamente.
Lo importante es que, cuando un átomo emite radia-
ción de cierta frecuencia (o color), puede, de acuerdo
con esta hipótesis, producir uno o más de dichos cuantos,
pero nunca una fracción. En forma similar, un átomo ex-
puesto a la luz puede absorber uno o más cuantos, pero
no una fracción.
Esta regla parece muy irrazonable, y así le pareció a
Planck. Éste intentó usarla en varias formas modificadas
que la hicieran parecer menos extrema, y sólo desarrollos
posteriores demostraron que únicamente la regla completa
podía aplicarse. En cierta forma parecía que con esto se
retrocedía a la antigua teoría de la emisión de, la luz. Si
la luz realmente consistía en pequeñas partículas, emitidas
por la fuente de luz y que viajaban hasta alcanzar el ojo,
una placa fotográfica o algún otro instrumento que reac ;
cionara con la luz, entonces no sería irrazonable creer que
las partículas pertenecientes a una luz de un color particu-
lar, es decir, de una frecuencia particular, siempre deberían
contener una energía fija. El rayo de luz de ese color
siempre contendría entonces un número entero de dichas
partículas. Pero ¿cómo explicaríamos la evidencia al de-
mostrar que la luz consiste en ondas electromagnéticas?
Esta aparente contradicción la resolveremos más adelante.
Una de las lecciones más importantes de la física moderna
que tendremos que aprender es cómo se pueden conciliar
estas afirmaciones aparentemente contradictorias, o sea,
que la luz consiste en ondas y que consiste en cuantos
distintos de energía determinada.
Por el momento sólo notamos el hecho de que, si se
hace esta osada hipótesis, entonces la qurva de la figura
28, que indica la intensidad de radiación de un cuerpo
negro de un color dado a cualquier temperatura, se deriva
196 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

naturalmente de ella. Sería necesario hacer uso de las ma-


temáticas para demostrar esto en detalle, pero por lo
menos es posible ver que la hipótesis cambia el resultado
en el sentido correcto. Consideremos una frecuencia v
y tomemos una temperatura T, tal que kT sea considera-
blemente menor que hv. Entonces el argumento del Ca-
pítulo VI habría conducido al resultado de que la energía
contenida en la onda debería ser igual a. kT y, por lo
tanto, sería una pequeña fracción de la energía de un
cuanto hv. Ahora bien, de acuerdo con la hipótesis de
Planck, esto no es posible. La energía debe ser nula o
un cuanto entero (o más). En el Capítulo VI hemos
visto la naturaleza fortuita del movimiento calorífico, de
modo que la energía disponible de una onda de luz a veces
será mayor y otras veces menor. Algunas veces bien podría
llegar a un cuanto y otras veces a nada, pero la posibilidad
de que llegue a un cuanto entero es muy pequeña porque
esto sólo puede suceder si por casualidad uno o más áto-
mos en el cuerpo caliente que produce la radiación están
en movimiento excepcionalmente violento, o sea, si el mo-
vimiento calorífico llega a ser mucho más violento de lo
que es generalmente.
Usando una analogía imperfecta, supongamos que ad-
ministramos un negocio en el que la cantidad promedio
de efectivo es 100 pesos. Entonces, al finalizar cada día,
mi caja registradora contendrá un promedio de 100 pesos
en efectivo. Pero si, en lugar de caja registradora tengo
una caja fuerte en la que, como regla, sólo se me permite
depositar dinero en cuantos de i ooo pesos a la vez, en-
tonces la mayor parte del tiempo la caja fuerte estará
vacía. Sólo al término de un día muy excepcional, cuando
haya habido muchos clientes y ninguna cuenta por pagar,
podría yo hacer un depósito en la caja fuerte. Esto suce-
derá con mucho menor frecuencia que cada diez días y,
por lo tanto, el contenido promedio de la caja fuerte será
muy inferior a 100 pesos.
Siempre que no hubiera otra evidencia que apoyara la
hipótesis de Planck, ésta habría sido considerada con mu-
HIPÓTESIS DEL CUANTO 197

cha reserva porque en la física frecuentemente es posible


explicar un cierto número de observaciones por medio
de una hipótesis creada para tal propósito, y ésta no nece-
sita tener un significado real. Pero inmediatamente surgie-
ron otras dos observaciones que anteriormente no habían
sido explicadas y que ajustaron muy bien con la idea de
Planck. La primera de éstas fue el efecto fotoeléctrico.
Si la luz cae sobre una superficie metálica en un tubo
de vidrio al vacío y a través del cual hay un campo eléc-
trico, una corriente eléctrica puede fluir a través del tubo,
llevando carga negativa desde la placa iluminada a otra.
Se demostró que, en efecto, esta corriente consiste en elec-
trones removidos de la placa metálica por la acción de la
luz. Esto, de por sí, es perfectamente natura! si recordamos
que la luz consiste en ondas electromagnéticas. Se sabe que
un metal contiene electrones y que el campo eléctrico dé
la onda debería ejercer una fuerza sobre ellos. Si esta
fuerza fuera lo suficientemente intensa, podría bastar para
expulsar a los electrones fuera del metal. Pero desde este
punto de vista, sería de esperarse que el llamado efecto
fotoeléctrico requiriera una luz poderosa. Si la luz fuera
muy débil, entonces el campo eléctrico asociado sería muy
débil, y una fuerza eléctrica débil no bastaría para superar
las fuerzas de atracción que normalmente mantienen al
electrón dentro del metal. También sería de esperarse
que, si se aumentara la intensidad de la luz, entonces au-
mentaría la velocidad con que son expulsados los electro-
nes, porque éstos serían extraídos por una fuerza más in-
tensa. Finalmente, la dependencia de este efecto respecto
de la frecuencia de la luz podría no ser sencilla, pero, en
conjunto, sería de esperarse que la luz, de más alta fre-
cuencia fuera menos efectiva. Si la fuerza invierte su sen-
tido después de un período muy corto, no tendrá, oportu-
nidad de extraer un electrón fuera del metal antes de
empezar a empujarlo nueyamente en el sentido opuesto.
Pero la observación dio resultados muy diferentes. Antes
que nada, se mostró que para un color de luz dado, es
decir, para una frecuencia de luz dada, los (electrones varían
198 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

en velocidad hasta un máximo que: era igual para la luz


débil que para la intensa. Si la luz era más débil, menos
electrones salían. El número de electrones varía directa-
mente con la intensidad de la luz, o sea, que si se reduce
la intensidad en diez veces, se obtienen diez veces menos
electrones, pero no hay umbral, es decir, ninguna inten-
sidad mínima definida por debajo de la cual no hubieran
electrones. Por otra parte, existe una relación muy defini-
da con la frecuencia de la luz, o sea con su color. La ener-
gía cinética E del electrón más rápido expulsado del metal
puede ser expresada como E = hv — W, donde h nueva-
mente es la constante de Planck y W una cantidad de
energía que varía de metal a metal, pero que es igual
para cada elemento independientemente de la intensidad
o frecuencia de la luz que se emplee. Si hv es menor que
W, no hay efecto fotoeléctrico, puesto que la energía ci-
nética no puede ser negativa.
Einstein indicó que esto era precisamente lo que de-
bería esperarse sobre la base de la hipótesis de Planck. Si
la luz consiste en cuantos definidos, entonces, cuando
uno de tales cuantos toca la superficie metálica puede ser
absorbido, es decir, desaparecer deli rayo de luz de modo
que su energía esté disponible. Si esta cantidad de energía
hv es transferida a un electrón, el electrón puede ser libe-
rado del metal y además obtener alguna velocidad. Si W
es la cantidad de energía necesaria para remover un elec-
trón del metal, entonces está claro que quedaría la canti-
dad hv — W para su energía cinética.
Si aumentamos la intensidad de la luz, simplemente cam-
biamos el número de cuantos que toca la superficie metá-
lica durante cada segundo y, en consecuencia, el número
de electrones producidos.
Por lo tanto, este resultado indica que hay algo construc-
tivo en la idea de Planck, puesto que conduce automática-
mente al comportamiento correcto de los electrones en el
efecto fotoeléctrico. Es de particular importancia que apa-
rezca la misma constante h que ya había sido determinada
a partir dé la radiación del cuerpo negro.
HIPÓTESIS DEL CUANTO 100,

Un segundo experimento que demuestra en forma con-


vincente que hay algo real acerca de la idea de los cuantos
de luz, es el efecto Compton. Este consiste en el descu-
brimiento de que cuando rayos X o rayos gama (v.g. radia-
ción electromagnética de una longitud de onda similar o
más corta que las dimensiones atómicas) pasan a través
de la materia, se observa que una parte de la radiación
se dispersa, o sea que se desvía en todas las direcciones po-
sibles. Esto, de por sí, es nuevamente lo que se esperaría
de las ideas más antiguas. La onda electromagnética ejerce
una fuerza sobre los electrones en algunos de los átomos,
haciendo que oscilen rápidamente, y estas cargas eléctricas
que oscilan rápidamente actúan como pequeños transmiso-
res para las ondas electromagnéticas y por lo tanto produ-
cen radiación en todas direcciones. Sin embargo, sería de
esperarse entonces que la frecuencia de la radiación dis-
persa fuera la misma que la del rayo original. Compton
descubrió que la frecuencia de la radiación esparcida era
siempre inferior a la de la radiación que llegaba. Cuanto
mayor la frecuencia de la radiación incidente y él ángulo
al cual se observa la radiación esparcida, mayor es esta
disminución en frecuencia.
Basándose en la idea de Planck, Compton formuló una
teoría de este resultado. El proceso de dispersión -debería
considerarse, entonces, como la desviación de un cuanto
de luz en una dirección diferente. Ahora bien, un cambio
de dirección también debe cambiar la cantidad de movi-
miento del cuanto de luz, de manera similar a la de un
objeto mecánico (como una bola de billar) qué no puede
ser desviado de su trayectoria recta sin una fuerza y por
lo tanto sin que algún otro objeto adquiera él cambió
de la cantidad de movimiento. Si un cuanto de luz tiene
energía su cantidad de movimiento debe ser
Esto se deriva del resultado a que llegamos al final del
Capítulo VII. Un cuanto de luz evidentemente debe mo-
verse con la velocidad de la luz y no puede tener ninguna
masa en reposo. Por lo tanto, es aplicable el resultado
200 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

obtenido en el Capítulo VII, de acuerdo con el cual la


cantidad de movimiento de un cuerpo tal es su energía
dividida entre c. El mismo resultado puede deducirse de la
teoría ondulatoria. Si tomamos una onda electromagnética
que viaja en una dirección dada y que lleva cierta canti-
dad de energía E, podemos calcular la cantidad de movi-
miento asociada a ella y obtenemos el resultado
Si ahora suponemos que el cuanto de luz en el efecto
Compton ha estado interactuando con un electrón den-
tro de algún átomo cerca del cual pasó, entonces es de
esperar que el electrón retroceda, o sea, que cambie su
cantidad de movimiento en una magnitud tal como para
equilibrar el cambio de cantidad de movimiento del cuan-
to de luz. Para discutir esto en forma cuantitativa, supon-
gamos que el cuanto de luz ha sido desviado por un ángu-
lo recto. Entonces tendremos la situación bosquejada en la
figura 38, en la cual la flecha marcada representa
la cantidad de movimiento del cuanto de luz antes de la
colisión, la flecha m a r c a d a r e p r e s e n t a la cantidad des-
pués de la colisión, y la flecha interrumpida marcada p la
cantidad de movimiento del electrón después de la coli-
sión. Estas tres flechas deben formar un triángulo, como
se indica, para cumplir con la ley de conservación de la
cantidad de movimiento. Aquí hemos tomado el ángulo
entre las dos primeras flechas como un ángulo recto, y
entonces, de acuerdo con la regla de Pitágoras, tenemos

q u e , Además, l a energía debe


ser conservada y, por lo tanto, debe ser igual a
la energía cinética del electrón que, de acuerdo con el
Capítulo VII, es la diferencia entre la energía total
y la energía en reposo De estas
dos ecuaciones, algunas operaciones algebraicas llevan a:
o, introduciendo la longitud de onda
HIPÓTESIS DEL CUANTO 2OJ

, tenemos , En otras palabras, la lon-


gitud de onda de rayos X dispersados a través de un ángulo
recto aumenta en , donde m es la masa en reposo del
electrón.

Figura 38. Equilibrio de cantidades de movimiento en el eíecto


Compton.
El problema puede ser resuelto en forma igualmente
fácil para un ángulo de dispersión diferente. Este resul-
tado concuerda en forma excelente con la observación, y
vemos que la idea del cuanto de luz adquiere ahora una
forma aún más tangible. Debemos pensar en éste como
una partícula que no sólo tiene energía, sino también can-
tidad de movimiento, y que es capaz de chocar con los
electrones de la misma manera exactamente en que un
electrón podría chocar con otro. También es posible ob-
servar no sólo la radiación dispersa, sino además los elec-
trones que, de acuerdo con nuestra explicación, deberían
ser proyectados cada vez que hubiera dispersión de rayos X
o rayos gama, y éstos se encuentran nuevamente. La velo-
cidad de los electrones proyectados en cualquier dirección
dada confirma, exactamente otra vez, la predicción de la
teoría.
Los cuantos de la energía luminosa, que han adquirido
una forma muy tangible con los últimos resultados, tam-
bién se conocen frecuentemente como fotones.
Si embargo, debemos reconocer que estas nuevas ideas
se apartan radicalmente de las ideas más antiguas sobre la
luz y otras radiaciones. Aunque es notable su éxito en
la explicación de ciertas observaciones, parecen estar, como
202 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

ya hemos recalcado, en completa contradicción con otros


hechos conocidos respecto a la naturaleza ondulatoria de
la luz, particularmente con la interferencia y difracción
de las ondas de luz.

2. Difracción de electrones. Ondas: estacionarias

Esta dificultad no es peculiar del caso de la luz. En tanto


que la luz, la cual habíamos demostrado que consiste en
ondas, pareció adquirir repentinamente, en algunos aspec-
tos, las características de un torrente de partículas, poste-
riormente se encontró que también los torrentes de par-
tículas, tales como los electrones, tienen características
ondulatorias. La demostración más notable de esto consis-
te en la difracción de electrones, pronosticada por la teoría
cuántica antes de que fuera descubierta por medios expe-
rimentales. Si un torrente de electrones rápidos con velo-
cidad uniforme incide sobre la superficie de una sustancia
cristalina, se observa que los electrones se reflejan sola-
mente en ciertas direcciones. Los ángulos de reflexión
intensa son exactamente los mismos que para la difracción
de rayos X de una longitud de onda particular desde el
mismo cristal, de acuerdo con lo discutido en el Capítulo
V. En la práctica, el experimento es algo más difícil que
con rayos X, ya que los torrentes de electrones son des-
viados más fácilmente de su trayectoria recta por cargas
eléctricas accidentales o por materia a través de la cual
pasen; de modo que para obtener las mejores condiciones,
el experimento debe efectuarse en el vacío y con otras
precauciones importantes.
Ahora bien, la difracción de la luz y de rayos X había
sido la evidencia más importante paira convencernos de que
éstos consistían en ondas; si descubrimos que los electro-
nes también están sujetos a la difracción, resulta entonces
que los electrones también son ondas. La longitud de onda
que puede explicar el modelo de difracción para un to-
rrente de electrones de velocidad v resulta ser —, donde h
P
DIFRACCIÓN DE ELECTRONES 203

es nuevamente la constante de Planck y p la cantidad de


movimiento del electrón. Cuando la velocidad v del elec-
trón es mucho menor que la velocidad de la luz, también
podemos expresar la cantidad de movimiento como masa
por velocidad, y entonces la longitud de onda es
La afirmación de que la longitud de onda es la constante
de Planck dividida, entre la cantidad de movimiento hö
sólo es válida para los electrones sino también paira la luz.
En efecto, ya habíamos visto que la cantidad de movi-
miento de un cuanto de luz es donde v es la
frecuencia de la onda de luz a la que pertenece; en otras
palabras, la longitud de onda que es igual a nueva-
mente es igual a
Esta analogía entre electrones y fotones fue, en realidad,
el punto de partida del trabajo de De Broglie, quien su-
girió, antes del descubrimiento de la difracción de los
electrones, que el electrón podría tener propiedades ondu-
latorias. Comparando los electrones con los fotones, predi-
jo que la onda del electrón debería tener una longitud de
o n d a . . - . , . .
Todo esto no resuelve al problema de cómo es posible
que la luz pueda mostrar todas las características ondula-
torias y, al mismo tiempo, comportarse como si consistiera
en partículas separadas. De la difracción de los electrones
podemos aprender tan sólo que la misma paradoja rige
para los electrones. En efecto, esto es válido para partícu-
las u objetos de cualquier otra clase. Por lo tanto, no de-
bemos buscar una explicación que esté relacionada en
forma particular con la naturaleza de la luz. Esta dificul-
tad nos enfrenta con una de las partes más importantes
y a la vez más difíciles de la física moderna. Antes de
abordarla, es conveniente considerar algunas otras conse-
cuencias del modelo ondulatorio.
204 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

Aceptemos, pues, por el momento el hecho de que los


electrones están asociados con las ondas, aunque debemos
recordar que aún deben aclararse muchos puntos.
Una característica de las ondas que será de la mayor im-
portancia, es que una onda que esté confinada a un espa-
cio limitado sólo puede tener ciertas longitudes de ondas
selectas que quepan en el espacio disponible. Las ondas del
sonido quizás nos den ejemplos más conocidos de este tipo
de comportamiento. Cualquier instrumento musical pro-
duce notas de cierto tipo, o sea, ondas de cierta frecuen-
cia y longitud de onda. Como ejemplo simple tomemos
un tubo, cerrado en el fondo y abierto en la parte superior.
Esto permite que el aire dentro de él se mueva con un
movimiento ondulatorio en el cual permanece inmóvil
en el fondo y adquiere su mayor velocidad en el extremo
superior, ocasionando por lo tanto un nodo en el fondo
y una cresta de onda en el extremo superior. En otras pa-
labras, la onda más larga posible es; de una longitud cuatro
veces mayor que la del tubo, de modo que el tubo re-
presenta un cuarto de onda. Esto da la nota más baja o
fundamental de un tubo, que es también la más fácil
de producir. Queda ilustrada en la figura _jp. Sin embargo,
también es posible un movimiento en el que haya una
depresión intermedia en la onda de modo que el tubo
corresponda a tres cuartos de una longitud de onda. En
forma similar, puede ser de cinco cuartos, y así sucesiva-
mente. (En la práctica, estas armónicas no siempre se
producen por sí mismas tan fácilmente, pero en la mayo-
ría de los instrumentos dé viento se emplean para las notas
más altas, o sea las de longitudes de onda más cortas). En
otras palabras, en tales casos las ondas dentro del instru-
mento pertenecen a una longitud de onda dentro de una
secuencia de longitudes de onda marcadamente definida
y peculiar.
Similarmente, en el movimiento ondulatorio de una
cuerda de violín, la longitud de onda debe ser tal que
tanto el extremo inferior de la cuerda como el punto en
que descansa el dedo del violinista representen nodos, y
DIFRACCIÓN DE ELECTRONES 205

Figura 39. Movimiento de aire en un tubo.

las longitudes de onda posibles son tales que ya sea media,


una, una y media... ondas quepan entre esos dos puntos.
Lo mismo rige para otras clases de ondas. Tenemos un
ejemplo típico de ondas de agua en una bañera, donde la
longitud de onda puede ser, por ejemplo, el doble del
largo de la tina, de modo que el agua se levante en un ex-
tremo y descienda en el otro. Si una persona que está
sentada en una tina de baño se mueve varias veces in-
2O6 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

advertidamente hacia adelante y hacia atrás, con la fre-


cuencia correspondiente a esa precisa longitud de onda,
puede provocar tal fuerza en esa onda particular que el
agua se levante, en un extremo, sobre el borde de la tina.
Si los electrones son ondas, lo mismo rige para ellos. Si
imaginamos un electrón encerrado en una pequeña "caja",
de modo que se mueva hacia atrás: y hacia adelante entre
las paredes de la caja, entonces no podría ser capaz de
realizar este movimiento con cualquier velocidad, es de-
cir, con cualquier longitud de onda, sino únicamente
con una de las comprendidas en la secuencia de longitudes
de onda marcadamente fijas que quepa dentro de la caja.
Por lo tanto, el electrón debe moverse con una velocidad
de una secuencia marcadamente definida. Su energía ci-
nética también debe ser igual a una de las energías com-
prendidas dentro de una secuencia de energías selectas.
En tal caso, las posibles energías de un electrón son
conocidas como sus niveles de energía. Por lo tanto, de
acuerdo con la teoría ondulatoria, un electrón que se
mueve en un espacio confinado tiene una secuencia de ni-
veles de energía marcadamente definidos.
Ya hemos mencionado en el Capítulo V que es de espe-
rarse que un electrón que se mueve hacia atrás y hacia
adelante en un espacio confinado, cause una radiación
electromagnética, o sea, que emita luz, y en esta forma, a
medida que la radiación se lleva la energía, la energía del
electrón debe disminuir. De acuerdo con la mecánica clá-
sica, el período de la onda de luz será igual al período
del electrón en su caja, o sea el tiempo empleado por el
electrón para cruzar la caja y retroceder. Si el electrón
pierde energía, su movimiento se hará más lento y mayor
será el tiempo que tardará en su viaje de regreso. De ahí
que, en el curso de su movimiento, el electrón deba pro-
ducir radiación de todas las frecuencias, desde la más
alta, que corresponde al comienzo ele su movimiento, hasta
la frecuencia cero. Por otra parte, en la imagen ondulato-
ria el electrón sólo es capaz de ciertas energías. Si em-
pieza, digamos, con una energía Ex debe perder, si es
DIFRACCIÓN DE ELECTRONES 207

que pierde alguna energía, por lo menos la cantidad que


lo llevará al próximo nivel más bajo, digamos y si
alguna luz es emitida, debe llevar una cantidad de ener-
gía Como la luz consiste en cuantos, la cantidad
de energía que ha perdido el electrón debe ser igual a un
cuanto de la radiación que ha sido producida; Por lo
tanto, es la frecuencia de la luz emi-
tida. En otras palabras, el electrón sólo puede producir luz
de f r e c u e n c i a . Ahora bien, el electrón está en
el nivel de energía E2 y aún puede perder energía si pasa,
al próximo nivel bajo, digamos, E3¡, lo cual puede produ-
cir sólo luz de frecuencia . Alternativamente, des-
de el primer nivel E¡. el electrón podría pasar directamente
a , produciendo luz de frecuencia más alta
Por consiguiente, la imagen ondulatoria nos conduce al
resultado de que la radiación de un electrón sólo conten-
drá frecuencias marcadamente definidas, cada una de las
cuales, al ser multiplicada por h, representa la diferencia
entre dos de estos niveles de energía.
En forma inversa, el electrón puede ganar energía si
absorbe luz proveniente de una fuente luminosa externa,
pero nuevamente sólo será capaz de absorber luz de las
mismas frecuencias.
Estas conclusiones concuerdan completamente con lo
que desde mucho tiempo se sabía acerca del comporta-
miento de los átomos. Desde el descubrimiento hecho por
Fraunhofer de las líneas delgadas contenidas en el espectro
de la luz solar, indicando que la luz de ciertas frecuen-
cias marcadamente definidas no estaba en el espectro, los
físicos estudiaron la apariencia de dichas líneas cuando
la luz era emitida o absorbida por gases. También habían
encontrado que las frecuencias de estas líneas pueden re-
presentar las diferencias de cantidades que eran caracterís-
ticas para cada átomo y que ahora sabemos son sus niveles
de energía, divididos entre h.
2O8 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

Otra consecuencia importante para un electrón dentro


de una caja es que su nivel de energía más bajo pertenece
a una longitud de onda finita, de aproximadamente el
doble del ancho de la caja (aunque esto depende ixn poco
de su forma), y esta longitud de onda mayor representa
una velocidad menor. Una vez que el electrón tiene la
energía de esta velocidad mínima, está claro que no puede
perder más energía porque no es capaz de tener menos
energía. Por lo tanto, deja de perder energía antes de
dejar de moverse. Este movimiento se llama movimiento
de "punto cero". Está claro que aquí tenemos un resultado
que se ajusta a la explicación de que los átomos no si-
guen perdiendo energía antes de desintegrarse.

3. Longitudes de onda variables

Antes de poder ver que todas estas conclusiones son


aplicables a átomos reales, debemos apartarnos de la idea
algo artificial de una caja, que fue introducida sólo para
enfocar el problema en su forma más simple. ¿En qué
sentido es similar el movimiento de un electrón, bajo la
influencia de la fuerza atractiva de un núcleo, al movi-
miento en una caja? Una diferencia entre estos problemas
es que, en una caja, el electrón siempre se mueve con la
misma velocidad, cambiando de dirección sólo cuando
rebota desde una pared, mientras que sabemos que, al mo-
verse alrededor de un centro de atracción, la velocidad
del electrón cambia, siendo mayor cuando está más cer-
ca del centro y menor cuando está más distante de él. En
el Capítulo II vimos la relación de esto con la conservación
de la energía. La energía total E del electrón se compo-
ne de la energía potencial y de la cinética. A medida que el
electrón se acerca al núcleo, disminuye su energía poten-
cial (como resultado de la fuerza atractiva), y por lo tanto
debe aumentar su energía cinética. Conociendo la energía
total E, podemos determinar cuál debe ser la velocidad y,
en consecuencia, la longitud de onda del electrón cuando
pasa por cualquier punto particular en el espacio.
LONGITUDES DE ONDA VARIABLES 20g

Cuando introdujimos la energía potencial en el Capítulo


II, encontramos necesario medirla en forma tal que sea
cero para una partícula que está a gran distancia del cen-
tro de atracción. Entonces, cerca del centro, la energía po-
tencial es negativa; esto significa que debemos trabajar
contra la fuerza de atracción para sacar al electrón de las
vecindades del núcleo.
De aquí que la energía total E esté compuesta de la
energía potencial negativa V y de la energía cinética posi-
tiva , La energía puede ser positiva o negativa, según
cuál de las dos partes sea mayor. Consideremos el caso
cuando es negativa. La órbita del electrón calculada por la
mecánica newtoniana es entonces cerrada, limitada.a una
pequeña vecindad del núcleo, puesto que la energía ciné-
tica nunca puede ser negativa y por lo tanto el electrón
no puede llegar a un lugar donde V exceda a E. Por consi-
guiente, la energía negativa corresponde a una órbita ce-
rrada como la de un planeta alrededor del sol. De ahí
que, aunque en este caso no estamos considerando ninguna
caja, en realidad el electrón está confinado en un lugar
limitado. Las únicas características nuevas del problema
son: primero, que el tamaño de la región en que está el
electrón no se da una vez por todas como en el caso de la
caja, sino que depende de su energía; segundo, qué no es-
tamos tratando con un caso de longitud de onda constante,
sino con una longitud de onda que varía dé lugar a lugar.
El método preciso de describir ondas de longitudes de
onda variables es por medio de ecuaciones diferenciales.
La ecuación particular apropiada a la onda,que representa
un electrón cerca de algún campo de fuerza es la ecuación
de Schrödinger. No la transcribiremos aquí, pero tratare-
mos de comprender su contenido y las consecuencias que
se derivan de ella.
El resultado más importante es que, al igual que para
una partícula encerrada en una caja, el electrón en un
átomo tiene una secuencia de posibles niveles de energía,
y que el menor de éstos aún tiene una energía; finita, con
la onda extendiéndose a una distancia finita del núcleo.
210 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

Para demostrar cómo se aborda un problema como el


de las longitudes de onda variables, consideremos el caso
más simple de un electrón que sólo se mueve en una línea
recta bajo la influencia de una fuerza atractiva que lo
jala hacia un punto fijo O en esa línea. La figura 40a
ilustra cómo podría ser la energía potencial de dicho
electrón en un caso simple, al ser representada gráfica-
mente por la distancia x desde O. La energía potencial es
mínima en O, ascendiendo hacia cualquiera de los dos la-
dos porque tendría que hacerse un trabajo contra la atrac-
ción para mover la partícula desde O a cualquier otro
lugar. Supongamos que la energía sea E, como se indica
en la figura con la línea interrumpida. En otras palabras,
E es mayor que la energía potencial en O, pero menor que
la energía potencial a gran distancia. Si consideramos esto
como un problema en la mecánica clásica, el electrón sólo
se movería entre los puntos marcados A y B, porque fuera
de ellos la energía potencial es mayor que E y, puesto que
la energía cinética es la diferencia E — V, tendría que ser
negativa, lo que es imposible. En cualquier punto entre
A γ B podemos encontrar la energía cinética E — V como
la altura de la línea interrumpida sobre la curva continua
en este punto. Es evidente que la energía cinética aumen-
ta desde A hasta O y luego disminuye nuevamente hasta
que es cero en B. En la teoría ondulatoria o mecánica on-
dulatoria no debemos, pues, pensar en una onda de longi-
tud de onda constante sino en una onda corta cercana a
O, la cual crece progresivamente a medida que vamos
hacia A o B.
Evidentemente, debemos ampliar un poco nuestra idea
de longitud de onda. Ya no podemos pensar que la longi-
tud de onda es sólo la distancia desde una cresta de onda
a otra. La extensión correcta se obtiene tomando nota de
que el contorno de una onda corta (figura 40b) está, en
todos los puntos, marcadamente curvada hacia el eje hori-
zontal, mientras que el de una onda más grande (figura
40c) y de la misma altura tiene mucho menos curvatura.
En efecto, una onda de longitud de onda infinita estaría
LONGITUDES DE ONDA VARIABLES 211

representada por una línea recta que no tiene curvatura.


Por lo tanto, es de esperarse que la curva que representa
al electrón, en un problema como el de la figura 40a, deba
ser marcadamente curva cerca de O; su curvatura debería
disminuir más y más, ya sea hacia A o B; esta curva debería
ser casi una línea recta en A o en B. Más allá de estos
puntos, donde en el movimiento clásico la energía poten-
cial excedería a la total, es de esperarse una curvatura en
la dirección opuesta.
Es de esperarse, pues, que la onda sea como en la figura
41a. Desde el centro hacia A y B, la curvatura disminuye
más y más; más allá de los puntos A y B, está fuera del
eje. En esta forma podemos tener una curva que se apro-
xima al eje desde gran distancia, de modo que la onda es
insignificante a largas distancias. Por lo tanto, en este
caso la onda que representa al electrón se extiende algo
más allá de A y B hasta la región que, de acuerdo con la
mecánica clásica, no sería accesible para un electrón con
la energía citada. Volveremos a referimos a este resultado.
Ahora imaginemos que en lugar de la energía E toma-
mos una que sólo es ligeramente más baja. Entonces los
puntos A, B se acercan un poco y en toda la región que hay
entre ellos se reduce la energía cinética; esto significa
longitud de onda aumentada o curvatura reducida del
contorno de la onda. Por otra parte, a grandes distancias
aumenta la curvatura alejándose del eje X. En ese caso
es imposible obtener una curva parecida a la figura 41a,
en razón de su acercamiento al eje X por ambos lados.
En lugar de eso, si tratamos de construir tal curva par-
tiendo desde la derecha y disponiendo que allí se comporte
como la figura 41c, obtenemos algo parecido a 41a, en la
que, a la izquierda, la curva se aleja del eje X más y más
rápidamente, dando por lo tanto una onda que tendría
una altura infinita a una gran distancia. Ésta no es una
solución razonable para nuestro problema.
En efecto, una curva como la de la figura 4 id, es ló que
generalmente debemos esperar si elegimos la energía en
forma casual; y sólo niveles de energía muy especiaies
212 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

corresponderán a curvas como la de la figura 41c, en las


que podemos obtener un comportamiento razonable en
ambos extremos. Se puede probar que el más bajo de estos
niveles de energía corresponde a una onda sin nodo al-
guno, o sea una curva como la de la figura 41a, que no
cruza el eje. La próxima tiene un nodo, la que sigue dos,
etc. La figura 41a-c muestra una secuencia de dichas fun-
ciones que, en realidad, fueron obtenidas resolviendo la
ecuación de Schrödinger para el potencial ilustrado en la
LONGITUDES DE ONDA VARIABLES 213

figura 40a. Lo importante es que aun la primera de ellas,


que corresponde al nivel de energía más bajo, necesaria-
mente debe tener una región en la que el contorno esté

Figura 41 (a hasta c). Posibles ondas en el potencial de la


figura 40.
(d). Un ejemplo de onda imposible.
214 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

curvado hacia el eje. En esta región, la energía E pertene-


ciente a esta onda debe ser en definitiva mayor que la
energía potencial; en otras palabras, el nivel de energía
más bajo de este problema está a mayor altura que la
energía potencial en el centro de atracción O.

4. El átomo de hidrógeno

Vemos, por lo tanto, que la onda del electrón se com-


porta en un campo de atracción de fuerzas en forma muy
similar a la de un electrón encerrado en una caja, siempre
que la energía del electrón no sea suficiente para que éste
logre escapar totalmente a la atracción. La situación es
precisamente similar en el caso real de la fuerza atractiva
debida a un núcleo, por ejemplo, a un núcleo de hidró-
geno o protón. Aquí, la onda del electrón cubre una
región espacial alrededor del protón. Para especificarla
completamente, necesitaríamos poder mostrar dónde están
los picos y crestas en cualquier lugar del espacio, y esto
hace imposible que especifiquemos la onda en términos
de diagramas simples como en la figura 41. Pero, por ana-
logía con el caso más simple, los siguientes resultados por
lo menos no son sorprendentes: para un electrón que se
mueve cerca de un átomo de hidrógeno, los posibles ni-
veles de energía son donde h es la constante de
Planck, R es la llamada constante de Rydberg, que tam-
bién puede expresarse como ,yn puede ser

2, 3 . . . o cualquier otro número entero. Fuera de estos ni-


veles, no existen ondas para ninguna energía negativa.
Para el estado base, o sea el nivel de más baja ener-
gía , sólo existe una onda, pero para el segundo nivel
de energía hay cuatro ondas de diferentes formas, y
para el enésimo nivel hay generalmente ondas diferen-
tes. Volveremos al problema de qué es lo que distingue a
estas diferentes ondas unas de otras.
EL ÁTOMO DE HIDRÓGENO 215

Para el estado base , la onda del electrón está con-


centrada alrededor del protón y decae con la distancia. Se
extiende aproximadamente sobre la distancia
Esto es aproximadamente ., o seaque corres-
ponde al tamaño de un átomo según se deriva de los argu-
mentos del Capítulo V.
En esta forma, la mecánica ondulatoria nos lleva a la
conclusión de que, para un electrón que se mueve bajo
la atracción de un protón, existe una secuencia de niveles
de energía, y el electrón sólo puede cambiar su energía
yendo desde uno a otro de estos niveles; por lo tanto, sólo
puede recibir o perder energía en cantidades que sean
iguales a la diferencia entre dos de estos niveles. Junto
con lo que sabemos sobre la naturaleza cuántica de la luz,
esto demuestra, por lo tanto, que la luz u otra radiación
electromagnética emitida o absorbida por un átomo de hi-
drógeno siempre debe pertenecer a frecuencias que sean
iguales a una de estas diferencias, divididas entre la cons-
tante h de Planck. Esto concuerda en forma exacta con la
observación. Desde hace mucho se sabe que la mayoría
de los átomos, incluido el de hidrógeno, dan origen a un
espectro lineal, o sea, que si se hace pasar la luz pro-
ducida por gas hidrógeno muy caliente a través de un
espectroscopio, el cual separa las diferentes frecuencias en-
tre sí, aparecen líneas delgadas. Si, a la inversa, se pasa luz
blanca a través de un espacio que contiene átomos de hi-
drógeno, el espectro de la luz muestra líneas oscuras en
los mismos lugares, lo que demuestra que la luz de estas
frecuencias particulares ha sido absorbida por los átomos.
Para el hidrógeno, la susodicha fórmula para los niveles
de energía da exactamente la posición observada de las
líneas.
Al explicar esta situación hemos invertido, hasta cierto
grado, el desarrollo histórico. Se sabía desde hace mucho
que las frecuencias características que ocurren en el espec-
tro de un átomo podían obtenerse como diferencias entre
una secuencia de números; Niels Bohr combinó esto don
2l6 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

la teoría de Planck sobre la naturaleza cuántica de la luz


y descubrió que esto indicaba niveles bien definidos de
energía del átomo. Bohr desarrolló entonces sus reglas
cuánticas, que le permitieron predecir cuáles de las mu-
chas órbitas que se podían calcular de acuerdo con la me-
cánica de Newton, deberían ser identificadas con los ni-
veles de energía del átomo dé hidrógeno. No nos referire-
mos en detalle a estas reglas cuánticas porque ellas im-
plican argumentos más sutiles y complicados que el cuadro
mecánico-ondulatorio que posteriormente las reemplazó.
Pero sí hacemos notar que, a partir de estas reglas cuán-
ticas Bohr pudo dar la fórmula correcta para los niveles
de energía del átomo de hidrógeno. Este éxito de la teo-
ría, y muchas otras predicciones que concordaban con la
observación, no dejaron lugar a dudas en cuanto a que
las condiciones cuánticas de Bohr eran esencialmente co-
rrectas; pero la posición no era lógicamente satisfactoria
porque estas condiciones fueron superpuestas a las antiguas
leyes mecánicas seleccionando simplemente, entre las ór-
bitas mecánicas, aquellas que se ajustaban a las nuevas
condiciones.
Y así, aunque algunas consecuencias de la mecánica an-
tigua fueron conservadas, las nuevas reglas cambiaron com-
pletamente la naturaleza del problema mecánico. Por ejem-
plo, de acuerdo con la mecánica antigua, la energía de
un electrón sólo debería cambiar gradualmente bajo la
influencia de una onda de luz. De acuerdo con las reglas
de Bohr, la energía sólo podría ser igual a una u otra de
ciertas cantidades especificadas, de modo que parecía im-
posible describir cómo pasaba el electrón de una órbita
a otra. A pesar de estas dificultades, las ideas de Bohr fue-
ron aplicadas a un gran número ele problemas y en mu-
chos casos dieron los resultados correctos, aunque para
otros problemas daban resultados incorrectos o simple-
mente no daban ninguno. Esta situación no cambió hasta
que De Broglie llevó la analogía entre la luz y los electro-
nes hasta la predicción de que los electrones también
debían estar asociados con ondas, y reconoció que en algu-
PARTÍCULAS Y ONDAS 217

nos casos este cuadro conducía a ontlas estacionarias y, por


lo tanto, a frecuencias o energías selectas. Está idea £ue
estudiada y ampliada por Schródinger, quien dio un tra-
tamiento completo de dichas ondas y demostró que con-
ducían al mismo resultado obtenido por las reglas cuánti-
cas de Bohr en todos los casos en que estas reglas fueron
confirmadas por la observación. Pero también dieron re-
sultados precisos en muchos casos en que las reglas de
Bohr no fueron aplicadas en forma directa.
Este avance encajaba con las ideas que Heisenberg había
desarrollado poco antes, basadas más íntimamente en las
reglas de Bohr; pero implicaba un intento de transfor-
marlas en leyes mecánicas más completas y de hacerlas
aplicables a problemas para los cuales anteriormente no
se habían utilizado. Se demostró entonces que, en realidad,
las ideas de Heisenberg eran iguales a las de 'Schrodinger,
pero de forma diferente; y yo he presentado aquí los
resultados en la forma de Schrodinger porque son más
fáciles de explicar en un lenguaje no matemático.
Poco después se obtuvo una confirmación directa dé
la hipótesis sobre las ondas del electrón, cuando G. P.
Thompson, e independientemente Davison y Germér, des-
cubrieron la difracción de los electrones, que hemos to-
mado como punto de partida para explicar nuestro cono-
cimiento actual.

5. Partículas y ondas

Lo que hemos aprendido sobre las ondas del electrón y


su comportamiento en campos de fuerza, constituye una
serie de leyes definidas incluidas en la ecuación ondulato-
ria de Schrodinger. Para, estas ondas, la ecuación mencio-
nada tiene la misma importancia que las leyes de Maxwell
para las ondas electromagnéticas o para la luz, pero per-
siste la paradoja que nos causó inquietud al principio de
este capítulo; a veces los electrones tienen el comporta-
miento característico de las ondas, como en la difracción
o en las resonancias definidas de un átomo de hidrógeno,
2l8 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

y otras veces las características de partículas indivisibles,


demostradas por el hecho de que cuando observamos a los
electrones siempre vemos un electrón entero o más de uno,
o ninguno, pero nunca la mitad de un electrón. Esto
coloca a los electrones en la misma condición de los cuan-
tos de luz, acerca de los cuales también encontramos que
tenían una naturaleza ondulatoria y una naturaleza cor-
puscular. ¿Cuál es la relación entre estos dos aspectos y
cómo podemos reconciliar estas dos clases de comporta-
miento?
Para una mejor comprensión de esto, consideremos al-
gún proceso que implique la propagación de la luz. En
bien de la brevedad, empleamos aquí el término "luz",
pero no tiene importancia si nos referimos a la luz visible
o a cualquier otra clase de radiación electromagnética,
desde las ondas de radio hasta los rayos X y los rayos gama.
Supongamos por ejemplo que, como en la figura 42, la
luz proviene de una fuente en A, tal como una lámpara o
una llama de sodio, pasa por encima de una rejilla de
difracción en C y es registrada en una placa fotográfica, P.
Si la longitud de onda es escogida adecuadamente, sabemos
que debemos esperar encontrar franjas oscuras y claras en
la placa, como se han descrito en el Capítulo IV; éstas
han sido dibujadas en la figura que se ve debajo de P.
En los Capítulos III y IV hemos aprendido cómo se
obtienen tales modelos de difracción a partir de las leyes
de las ondas electromagnéticas. La placa fotográfica reaccio-
na ante el campo eléctrico, y las líneas oscuras, donde la

Figura 42. Difracción.


PARTÍCULAS Y ONDAS 219

placa ha sido afectada por la luz, son lugares donde el


campo eléctrico es intenso, El oscurecimiento de la placa
(o la sensibilidad de nuestro ojo) depende del cuadrado
de la intensidad E del campo eléctrico, la cual también es
una medida de la densidad de la energía eléctrica.
Ahora bien, de acuerdo con la teoría cuántica, sabemos
que la onda de luz consiste en cuantos de luz, o fotones, y
por lo tanto el oscurecimiento de la placa es el resultado
de la acción de un gran número de fotones. Podemos estar
seguros de que, durante su trayecto, estos fotones no se
influyen entre sí. Esto es así porque, aun cerca de una
moderada fuente de luz brillante, no es muy grande el
número de cuantos que pasa en cualquier momento dado
por un espacio dado. (A una distancia de un metro de
una fuente de luz de un vatio, sólo hay 1 000 fotones
en cada cm. cúbico). Por lo tanto, en la escala atómica
sus distancias entre sí deben ser, como promedio, muy
grandes. Esto concuerda con el hecho observado de que, el
modelo de difracción no cambia si reducimos el brillo de
la luz, siempre que expongamos la placa fotográfica du-
rante un tiempo correspondientemente mayor. ¿Qué vería-
mos si debilitáramos la fuente de,luz en tal forma que re-
gistráramos, en realidad, el paso de un solo fotón? Esto
sólo puede darnos un punto negro en la placa. Si repe-
timos esto con la suficiente frecuencia, todos los puntos
negros reunidos se combinarán para formar el modelo de
difracción predicho por la teoría ondulatoria. Podemos
comparar esta situación con un tirador que dispara a un
blanco lejano. Cada disparo deja una pequeña marca en
el blanco. Todos ellos no aparecen en el mismo lugar por
errores de la puntería, inexactitudes en el rifle, en la carga
y en el efecto del viento sobre la bala. No podemos pre-
decir dónde irá a parar un solo disparo, pero sabemos que
muchos disparos construirán un modelo que, si el tirador
sabe su oficio, será más denso cerca del centro y sólo habrá
unas pocas marcas en los bordes del blanco. Decimos en-
tonces que cada disparo tiene bastantes probabilidades de
acertar cerca del centro.
220 CHANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

En la misma forma podemos decir que, para un solo fo-


tón, el modelo de difracción representa la probabilidad
de que aquél baga una marca en un lugar particular de la
placa fotográfica. Puesto que descubrimos que el oscure-
cimiento de la placa fotográfica depende del cuadrado de
la intensidad del campo eléctrico, llegamos a la conclu-
sión de que esta magnitud medida en la onda luminosa
en cada punto determina la probabilidad de que un fotón
actúe en ese punto en la placa fotográfica, y esta conclu-
sión nos ayuda a establecer la relación entre la descripción
ondulatoria y la corpuscular.
Nada hay de nuevo ni de sorprendente en el hecho de
que, al estudiar la propagación de los fotones, tengamos
que ver con probabilidades. Tal como en el caso del dis-
paro del rifle, en la práctica no es posible verificar el blan-
co o investigar con la suficiente exactitud las varias fuentes
de error para anticipar el resultado en forma precisa; en
la práctica jamás podríamos tener la esperanza de seguir
la huella de un solo fotón con absoluta precisión.
Pero hay algo sorprendente en este punto de vista sobre
la difracción. Al referirnos a la difracción en el Capítulo
IV vimos que, para obtener la onda dispersada desde muchas
líneas de una rejilla de difracción, teníamos que sumar los
campos de las ondas dispersadas por cada línea. Si éstas
actuaban en direcciones opuestas, se podían anular entre
sí, y esto era esencial para formar las franjas de interfe-
rencia. En otras palabras, si el campo eléctrico de la onda
dispersada desde una línea en un lugar dado es E11 y aquel
dispersado desde otra línea es E2, entonces el campo com-
binado es . Por lo tanto, la energía eléctrica de la
onda combinada es
y por consiguiente bastante diferente de lo que obtendría-
mos sumando los efectos de las ondas separadas, que re-
sultaría ser En un lugar entre dos franjas de in-
terferencia pueden ser bastante grandes separada-
mente, pero una positiva y la otra negativa, de modo que
se anulan entre sí.
Esta posibilidad de anulación por interferencia no tiene
PARTÍCULAS Y ONDAS 821

equivalente en la mecánica clásica de las partículas. Si la


bala de un rifle puede llegar al blanco en dos formas, diga-
mos directamente o bien rebotando desde una roca, el
número de veces que da en cualquier parte del blanco
puede obtenerse investigando cuántos llegan en forma di-
recta (aunque la roca no esté allí) y sumando el número
que llega por conducto de la roca (aunque la línea directa
esté bloqueada). Sería absurdo esperar que pudiéramos
reducir el número de impactos en cualquier parte del
blanco disponiendo de ambas trayectorias. Sin embargo,
esto es lo que sucede en la formación de un modelo de in-
terferencia.
Por lo tanto, lo nuevo y poco familiar acerca de la
teoría cuántica es que la probabilidad aparece directa-
mente en las leyes fundamentales y no es simplemente el
resultado de nuestra falta de conocimiento de los detalles
mecánicos, y que las probabilidades de acontecimientos al-
ternativos separados no siempre se suman en la forma
sencilla a que estamos acostumbrados.
En el caso de los electrones, existe la misma relación
entre las descripciones ondulatoria y corpuscular. Un solo
electrón no es divisible, y si lo buscamos, siempre'lo en-
contramos en el mismo punto, pero no podemos predecir
dónde aparecerá. Todo lo que podemos deducir del estudio
de las ondas del electrón es la probabilidad de encontrar el
electrón en cualquier lugar dado. Puesto que el modelo
de difracción que observamos en la difracción de electro-
nes es bastante similar al encontrado en la difracción de la
luz o de rayos X, nuevamente la probabilidad debe ser el
cuadrado de una cantidad que puede ser positiva o negati-
va, para que la interferencia sea posible. Esta cantidad; que
para los electrones juega el mismo papel que los campos
eléctrico o magnético para los fotones, es conocida como
la amplitud de onda (o, usando un término más matemá-
tico, como función de onda y se describe generalmente
con la letra griega Φ (psi). Esta amplitud está descrita
gráficamente en nuestras figuras, 40 a 41. La probabilidad
de que un electrón aparezca en algún lugar es, pues, igual
222 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

al cuadrado de la amplitud de onda Φ en dicho lugar. Por


ejemplo, en el caso en que el electrón se mueve en el cam-
po de fuerza atractivo de la figura 40, hay más probabilidad
de que esté cerca del centro si su energía es la del más
bajo nivel de energía, lo que corresponde a la figura 41a.
Si está en el segundo nivel de energía, que corresponde
a la figura 41b, es improbable que esté precisamente en
el centro (donde la amplitud de onda llega hasta cero),
sino un poco alejado hacia cualquier lado, etc.
Aquí, nuevamente, el hecho de que la probabilidad sea
inherente a las leyes fundamentales y que no se deba a
nuestra falta de conocimiento de los detalles, puede expli-
carse si consideramos un caso sencillo de interferencia, co-
mo por ejemplo el que se ilustra en la figura 43.
Un torrente de electrones proveniente de la izquierda cae
sobre una pantalla S que detiene a los electrones, pero en
la cual hay dos ranuras s1 y s2. Detrás de la pantalla te-
nemos, otra vez, una placa fotográfica P, en la que nueva-
mente observamos un modelo de difracción debido a la
interferencia de las ondas que han pasado a través de las
dos ranuras. Consideremos en forma particular un punto
p1 en la placa, en el cual hay un mínimo de difracción, es
decir, en el cual no encontramos ningún electrón. Si se nos
permitiera usar la mecánica "clásica" del Capítulo II pen-
saríamos que, para llegar a la placa, el electrón tiene que
pasar a través de la ranura s1 O de la s2. Si por ejemplo
bloqueáramos s1 esto detendría a los electrones que iban
a pasar a su través pero no afectaría a aquellos que pasaran
a través de s2 Supongamos, por lo tanto, que repetimos
nuestro experimento, primero con s1 bloqueado y s2 abierto
y luego con el mismo torrente de electrones y durante el
mismo intervalo, con S1 abierto y s2 bloqueado. De acuerdo
con las ideas comunes de la mecánica, deberíamos, pues, ob-
tener el mismo resultado que si lo hiciéramos de una vez
con ambas ranuras abiertas, pero de hecho obtenemos un re-
sultado diferente. Con cualquiera de las ranuras abiertas,
los electrones podrán llegar al punto p1 y en cada experi-
mento separado la placa fotográfica se oscurece en p1 pero
PARTÍCULAS Y ONDAS 228
con ambas ranuras abiertas no se registra ningún electrón
en este punto. Esta discusión aclara que no podemos ex-
plicar las expresiones de probabilidad de la teoría cuán-
tica si aplicamos las leyes de probabilidades a cualquier
clase de movimiento mecánico corriente. La afirmación
de que la probabilidad combinada de que un electrón lle-
gue a p,. con ambas ranuras abiertas es cero, es uno de los
hechos básicos peculiares de la nueva situación.

Figura 43. Interferencia desde dos ranuras.

En este punto el lector probablemente dirá que, si el


cerrar una ranura arruina nuestro modelo de difracción,
podríamos tratar de ser menos tajantes. Podría haber
otros medios de descubrir si el electrón pasó por una u
otra ranura sin que su movimiento fuera afectado. Si tu-
viéramos un microscopio lo suficientemente potente, bas-
taría con observar el trayecto del electrón a través de la
pantalla y ver si pasó a través de una u otra ranura. Sería
sorprendente descubrir que la suerte de todos los electro-
nes que pasaron a través de la ranura 5X estaba influida por
la presencia o ausencia de la otra ranura.
Esto es fácil en lo que respecta a la escala de la vida dia-
ria, pero difícil en la escala atómica, no sólo por razones
técnicas sino por razones de principio. Al hablar sobre
la luz ya hemos notado que, debido a la naturaleza; ondú-
224 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

latoria de ésta, sólo podemos "ver" un objeto en la forma


corriente cuando podemos considerar la longitud de onda
de la luz como insignificantemente pequeña; a través de
un microscopio de un aumento tal que hiciera visibles a
los objetos menores que la longitud de onda de la luz visi-
ble, éstos, debido a los efectos de la difracción, aparecerían
como pequeñas burbujas del tamaño de una longitud de
onda. Esto significa que, para nuestros propósitos, tendría-
mos que elegir "luz" de una longitud de onda menor que
la distancia entre las ranuras s1 y s2 para poder distinguir
los electrones que pasaran cerca de una y cerca de la otra.
Pero esta distancia también tiene que ser comparable con
la longitud de onda del electrón para poder obtener los
efectos de difracción a que nos referimos, y, para velocida-
des del electrón de interés práctico, esto significa "verlos"
por medio de rayos X o rayos gama. En esa región, la na-
turaleza cuántica de la luz es importante. Sólo podemos
ver un objeto si parte de la luz ha sido desviada hacia
nuestro ojo o hacia algún otro instrumento y, por lo tan-
to, el electrón debe haber desviado por lo menos un cuan-
to de luz. Pero entonces el electrón mismo habrá sido
desviado, o sea que su velocidad habrá cambiado debi-
do al efecto Compton, lo cual cambiará su longitud de
onda lo bastante como para destruir el efecto de la difrac-
ción. Este es sólo un método posible mediante el cual
podríamos tratar de descubrir a través de cuál ranura pasa
el electrón. Podríamos discutir otros métodos posibles,
pero en todos ellos se necesitan efectos cuánticos de natu-
raleza similar, y el resultado siempre viene a ser el mismo:
no podemos decidir a través de cuál ranura pasa el elec-
trón sin perturbar su movimiento y, por consiguiente, sin
destruir el modelo de difracción en la placa fotográfica.
Podemos resumir la situación diciendo que para poder
obtener un modelo de difracción, es esencial que el elec-
trón no sea perturbado; de modo que no nos será posible
decidir a través de cuál de las dos ranuras ha pasado.
En la mecánica antigua habría sido razonable argumen-
tar que: si el electrón pasa a través de s¡, podemos calcular
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE 225

las órbitas posibles. Si pasa a través de s2, obtenemos dife-


rentes movimientos posibles. Para conseguir el resultado
completo, debemos agregar el oscurecimiento de la placa
fotográfica producido por electrones que viajan en una di-
rección al de los que viajan en las otras. Este razonamiento
falla en la mecánica ondulatoria porque, en esta situación,
es de vital importancia el que no hayamos realizado obser-
vaciones que nos permitirían decidir por dónde ha pasado
el electrón a través de la pantalla. Por lo tanto, el problema
de determinar a través de cuál ranura ha pasado el elec-
trón no puede ser resuelto por ninguna observación física.
No es fácil acostumbrarse a argumentos de esta clase
porque difieren demasiado de lo que experimentamos al
observar el movimiento de objetos en una escala mayor,
objetos que podemos ver o sentir en forma directa. Cuando
observamos un partido de tenis, podemos ver que la
pelota describe un arco en el aire. Podemos ver cuando un
rifle dispara sobre un blanco y, aunque no vemos la bala,
estamos acostumbrados sin embargo a pensar que su movi-
miento sigue un arco similar (aunque mucho menos cur-
vado) con mucho mayor rapidez; puesto que una cámara
fotográfica de alta velocidad u otro instrumento nos puede
confirmar esto, en dicho caso se justifica que extendamos
nuestra imagen de la pelota de tenis visible a la bala
invisible. Existe la tendencia a generalizar esto para todos
los objetos, aunque signifique que aplicamos las lecciones
de nuestra experiencia a los movimientos en una escala
varios millones de veces más pequeña y para objetos cuya
masa es io27 veces más pequeña que la de una bala. Pero
no debe sorprendernos si más allá de nuestra experiencia
práctica nos encontráramos, en algún lugar, con una nueva
situación.

6. El principio de incertidumbre

Este problema da lugar, por primera vez a las consi-


deraciones expresadas en el principio de incertidumbre
formulado por Heisenberg y elaborado en mayor detalle
226 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

por Bohr. Este principio expone que hay v i límite en la


exactitud con que podemos estudiar el m< vimiento de todo
objeto pequeño. Es posible descubrir donde está ubicado
el objeto en cualquier momento particular. Supongamos
que hacemos cualquier observación que localiza al objeto
dentro de una distancia d. En principio, podríamos lograr
que d fuera tan pequeña como quisiéramos, es decir, po-
dríamos localizar la partícula con la exactitud que deseára-
mos por medio del uso de un "microscopio" que funcio-
nara con ondas de "luz" de una longitud de onda lo sufi-
cientemente pequeña. Pero al hacer esto, necesariamente
expondríamos al objeto a que chocara con cuantos de luz,
lo que cambiaría su cantidad de movimiento en una can-
tidad que podría ser tan grande como h/d, donde h es la
constante de Planck. Mientras más pequeña la distancia d,
mayor es este disturbio. Por lo tanto, aún si hubiéramos
conocido con anterioridad la cantidad de movimiento pre-
cisa de la partícula, ahora nos será desconocida en una
cantidad de h/d y (si la relatividad no es importante) su
velocidad nos será desconocida en h/md, si m es su masa.
En forma inversa, desde un principio sabemos dónde está
ubicada la partícula y hacemos una observación que nos
da su velocidad con gran precisión, esto necesariamente
debe implicar un disturbio tal de su movimiento, que al
final su posición será incierta en una cantidad corres-
pondiente.
El principio de incertidumbre expone que generalmente
es imposible llegar a conocer jamás la posición de un obje-
to dentro de una distancia d y, a la vez, su cantidad de
movimiento con una mejor precisión que el error posi-
ble h/d.
El principio de incertidumbre limita nuestro posible
conocimiento del estado de movimiento de una partícula a
los datos que pueden ser expresados en términos de una
onda. Aquí cabe la discusión sobre los paquetes de ondas
contenida al final del Capítulo IV. Un paquete de ondas
como el esbozado en la figura 24a tiene una extensión limi-
tada en el espacio, y si recordamos que el cuadrado de la am-
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE 227

plitud de onda nos dio la probabilidad, esto significa que la


partícula está seguramente en un pequeña zona de extensión
Al mismo tiempo, el paquete de ondas es una mezcla de
ondas de diferentes longitudes de onda que corresponden a
diferentes velocidades corpusculares, ya que sabemos que
la cantidad de movimiento de una partícula varía entre
donde son, respectivamente, las longitudes
de onda más larga y más corta. En el Capítulo IV vi-
mos que sólo se podría construir tal paquete de ondas si

era, por lo menos, aproximadamente la unidad.

Si recordamos que es la cantidad de movimiento, vemos


de inmediato que la magnitud es la misma que la del prin-
cipio de incertidumbre.
De lo cual se desprende que una órbita marcadamente
definida de cualquier partícula, por ejemplo de un elec-
trón, nunca puede tener una realidad física. Si tratamos
de observar la posición del electrón con perfecta exacti-
tud, esto daría por resultado una incertidumbre completa
de su cantidad de movimiento y, por lo tanto, una incer-
tidumbre completa respecto a dónde estaría un poco más
tarde, y aun respecto a la dirección en que viajaría. Esto
debe regir para cualquier objeto, aun para una pelota
de tenis, pero, naturalmente, nunca intentaríamos ubicar
una pelota de tenis con tan extrema precisión. Aunque
conociéramos su posición en, digamos, un millonésimo
de centímetro (lo que nunca podríamos lograr) y su velo-
cidad en un millonésimo de centímetro por segundo (lo
que también es imposible), la precisión combinada aún
dejaría un enorme margen disponible en comparación
con el principio de incertidumbre. Por lo tanto, aquí po-
demos referirnos a una órbita sin caer en ambigüedades.
Sin embargo, para una partícula tan liviana como lo es un
electrón, y dentro de las dimensiones atómicas, el proble-
ma es diferente. Si ubicamos un electrón a la distancia de
228 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

un átomo, o sea, a cerca de io 8 cm., entonces la incertidum-


bre correspondiente en su velocidad es de aproximadamente
io8 cm./seg., que es más o menos la velocidad normal de
un electrón atómico. Si fijamos, aun aproximadamente, un
punto de una órbita atómica, estamos perturbando e] mo-
vimiento lo bastante como para alterar la órbita en forma
apreciable. En efecto, podemos mostrar que para distin-
guir, por medio de la posición y la velocidad, dos órbitas
que tuvieran las energías de dos niveles de energía adya-
centes al átomo, se requeriría una exactitud no permitida
por el principio de incertidumbre. Esto es interesante por-
que subsana la dificultad que encontramos al tratar de en-
tender cómo, en la absorción o emisión de luz, el electrón
podría cambiar de un estado cuántico a otro y cómo debería
imaginarse su movimiento durante el período intermedio.
La respuesta que ahora es posible dar a este problema
es que podemos imaginarnos este movimiento en la forma
que deseemos, pero que tal imagen constituiría una es-
peculación inútil puesto que no hay manera de observar
los detalles del movimiento durante dicho período. Cual-
quier observación de la órbita que fuera lo suficientemen-
te exacta como para distinguir un nivel cuántico del si-
guiente, causaría una interferencia enorme con el proceso
mismo.
Vemos, por lo tanto, que las contradicciones que encon-
tramos al tratar de conciliar los aspectos corpuscular y on-
dulatorio tanto de la luz como de lai materia, surgen siem-
pre que tratamos de hacer preguntas cuyas respuestas no
pueden ser dadas por ninguna observación que, por sí mis-
ma, no viole las leyes de la teoría cuántica. Las dificultades
persistirían si insistiéramos en hacer preguntas tales como
si en la difracción de electrones (figura 43) los electrones
"realmente" pasaron a través de una u otra ranura. La
creencia de que tal pregunta debe tener necesariamente
una respuesta razonable deriva de nuestra experiencia con
objetos mucho más grandes, cuyo movimiento podemos se-
guir visualmente o en otras formas sin perturbarlo. Para
lograr que las leyes de la teoría cuántica sean consecuen-
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE 229

tes, es importante aceptar el hecho de que tal pregunta


puede no tener respuesta objetiva alguna, del mismo mo-,
do que aprendimos que en la relatividad puede no haber
una respuesta objetiva a, la pregunta de cuál de dos acon-
tecimientos distantes fue el primero.
Una de las consecuencias del principio de incertidum-
bre es que altera nuestra perspectiva sobre la ley de la
causalidad. Por ley de la causalidad nos referimos gene-
ralmente a la afirmación de que las leyes físicas determi-
nan completamente el comportamiento de un sistema fí-
sico, siempre que se conozcan en un momento particular
todos los datos pertinentes. Como vimos en el Capítulo
II, esto es cierto respecto a cualquier sistema puramente
mecánico. Si en e' sistema solar, por ejemplo, observamos
en un día con perfecta exactitud las posiciones y velocida-
des de todos los planetas en relación con el sol, en cual-
quier fecha pasada o futura podríamos calcular su mo-
vimiento completo. En efecto, en este caso, los astrónomos
—aunque no logren una exactitud perfecta— pueden cal-
cular las posiciones de los planetas durante períodos ver-
daderamente largos. Lo mismo rige para las leyes de la
electricidad. Supongamos que conocemos en un instante
el estado preciso del campo electromagnético y el movi-
miento de cualquier carga que contenga; entonces las leyes
de Maxwell explicadas en el Capítulo III nos permitirían
predecir su comportamiento futuro. La teoría cuántica
no refuta la afirmación de que podríamos determinar el
comportamiento de nuestros átomos o de otros sistemas me-
cánicos en todo momento si obtuviéramos toda la infor-
mación para un instante particular, pero demuestra que
carece de todo significado porque esta suposición jamás
se puede realizar; nunca podremos conocer el estado del
sistema con mayor exactitud que la que permite el prin-
cipio de incertidumbre.
Esto no significa que en la teoría cuántica las leyes de
la física hayan venido a ser ni menos ciertas ni menos
absolutas, sino solamente que la información a la que se
refieren las leyes tiene una naturaleza diferente. En algu-
23O CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

nos casos, ellas todavía permiten que algunas observacio-


nes sobre partículas individuales sean pronosticadas con
exactitud. Éste siempre es el caso cuando se trata de una
ley de conservación. Por ejemplo, si se aisla un sistema
mecánico y se impide que interactúe con otros y que emita
radiación, su energía permanece constante. Por lo tanto
si observamos su energía en un instante y lo encontramos
en uno de sus posibles niveles de energía, y luego medimos
la energía en un instante posterior, podemos tener la segu-
ridad de encontrarlo en el mismo nivel. Pero en general
tratamos sólo con probabilidades y, por lo tanto, una onda
electrónica nos da la probabilidad con que encontramos
el electrón en cualquier parte del espacio. No obstante,
ésta es .todavía una afirmación precisa porque podemos
reproducir el mismo estado del electrón muchas veces, y si
cada vez buscamos la posición del electrón y llevamos un
registro de ello, después de un gran número de observa-
ciones, las veces que el electrón ha sido encontrado en
diferentes partes corresponderá exactamente a lo pronosti-
cado por la onda electrónica. Para ¡probar las leyes de la
teoría cuántica no sólo necesitamos una observación, sino
muchas, y en ese respecto las leyes son similares a las de la
teoría cinética del calor, aunque por una razón diferente.
En principio, las leyes de la teoría cuántica rigen para
todos los objetos, por más pesados que sean, pero, como
ya lo hemos mencionado, las correcciones a la antigua
mecánica de Newton carecen de importancia cuando se
trata de objetos grandes. Esto puede expresarse diciendo
que podemos tener un paquete de ondas lo suficientemente
pequeño como para que su tamaño sea insignificante y
que, sin embargo, consistirá en ondas de longitudes de
onda lo bastante similares como para que se muevan con
velocidad uniforme sin esparcirse. En el Capítulo IV he-
mos visto que, en el caso de las ondas de luz, cuando se
trataba de dimensiones mucho mayores que la longitud
de onda, podíamos pensar en rayos de luz y señales de luz
que viajaban en trayectorias definidas; esta forma de con-
siderar la luz ha sido llamada óptica geométrica. Vemos,
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE 231

por lo tanto, que la antigua mecánica de Newton tiene la


misma relación con la mecánica ondulatoria, que la que
tiene la óptica geométrica con la óptica ondulatoria. Debi-
do a esta analogía se pensó en un tiempo que se podía con-
siderar a las ondas electrónicas como físicamente reales, de
modo que un electrón era precisamente lo mismo que un
paquete de ondas. Sin embargo, después de pensarlo un mo-
mento, se comprende que esto no puede ser así. En las
condiciones en que se puede aplicar la óptica geométrica,
los paquetes de onda viajarán como pequeñas partículas
en órbitas o trayectorias definidas. Pero el hecho de que
tienen una extensión definida, por pequeña que sea, y de
que contienen una propagación de diferentes longitudes
de onda, por pequeña que sea la diferencia, significa que,
si aguardamos lo suficiente, dicho paquete de ondas puede
difundirse, y, por lo tanto, si una partícula material, como
lo es un electrón, relamente consistiera en un paquete
de ondas tan estrechamente limitado entonces después de
cierto tiempo las ondas se difundirían. Entonces, en un
experimento, podríamos separar la mitad de un electrón
de la otra mitad, en completa contradicción con su com-
portamiento real. De ahí que nos vemos obligados a sos-
tener la idea de que las ondas sólo determinan la proba-
bilidad, y, por lo tanto, la difusión del paquete de ondas
no significa que el electrón se ha difundido, sino simple-
mente que nuestro conocimiento de su paradero se ha
hecho más incierto. Después de mucho tiempo esto no es
sorprendente, ya que necesariamente hubo cierta incerti-
dumbre en su posición y velocidad iniciales.
Hasta aquí hemos discutido el principio de incertidum-
bre sólo en lo que se refiere a posibles mediciones de la
posición y la velocidad de una partícula. Éstas no son las
únicas observaciones que podemos realizar. Otras obser-
vaciones nos dan las respuestas a otras preguntas que pu-
diéramos hacer acerca del movimiento. Una observación
importante es la medición de la energía de una partícula
que se mueve en un campo de fuerza conocido, por ejem-
plo, un electrón en un átomo de hidrógeno. De acuerdo
232 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

con la mecánica de Newton, podemos imaginar que hemos


observado la posición y la velocidad de la partícula y en-
tonces podemos calcular, de la primera, la energía poten-
cial, y de la segunda, la energía cinética, y sumar ambas.
Sabemos que, de acuerdo con la mecánica cuántica, esto no
nos dará jamás un resultado exacto de la energía, puesto
que necesariamente habrá inexactitud, ya sea en nuestro
conocimiento de la posición o de la velocidad, o de am-
bas. Sin embargo, también podemos encontrar la energía
directamente.' Por ejemplo, puesto que conocemos los ni-
veles de energía del átomo de hidrógeno y la frecuencia
de la radiación emitida en el curso de la transición de
uno a otro, podemos considerar un átomo que sólo ha
emitido un fotón correspondiente a la diferencia de ener-
gía entre el nivel de energía con n = 2, y el nivel de ener-
gía con n = 1, o sea entre el primer nivel de excitación y
el estado base. Podemos haber observado al fotón después
de permitir que pasara a través de un prisma, de modo que
conocemos su longitud de onda y su frecuencia. Sabemos,
entonces, que el átomo ha realizado la transición desde el
primer estado de excitación a su estado base y, por lo tan-
to, si lo protegemos de mayores influencias perturbadoras,
entonces ciertamente estará en su estado base, del cual se
conoce la energía.
En tales situaciones, el principio de incertidumbre tam-
bién impone una limitación que puede expresarse di-
ciendo que e t debe ser mayor que h, o sea la constante
de Planck, donde e es el límite de error en nuestro co-
nocimiento de la energía y t es un tiempo cuyo significado
será explicado más adelante. A veces se dice que, en esta
regla, t es la incertidumbre en nuestro conocimiento del
instante de tiempo al que se refiere la observación. En
otras palabras, la idea es que sabemos que, en algún ins-
tante, la partícula tuvo cierta energía, pero no sabemos
cuándo sucedió esto, y esta incertidumbre deberá ser ma-
yor si la energía se especifica en forma más exacta. No
obstante, y como puede verse de inmediato en nuestro
ejemplo del átomo de hidrógeno en su estado base, esta
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE 233

interpretación no es correcta. Aquí hemos encontrado la


energía en forma precisa, o sea que el posible error e es
extremadamente pequeño, y sin embargo, como el átomo
permanecerá en este estado siempre que no haya influen-
cias perturbadoras, podemos elegir cualquier tiempo pos-
terior que deseemos y decir que en este instante conoce-
mos la energía.
Hay, en efecto, dos formas correctas de interpretar la
regla. La primera es: si la partícula, o el átomo, cambia
su energía bajo influencias externas o porque puede emitir
radiación, y si por lo tanto su energía permanece cons-
tante sólo por un intervalo de tiempo t, entonces única-
mente se determina su energía con un margen e tal, que
e t es mayor que h. En esta forma, la regla sí es aplicable
a un átomo de hidrógeno. La energía del estado base es
determinada en forma exacta porque cuando el átomo no
sufre perturbaciones conservará la misma energía indefi-
nidamente. Pero en cualquier estado de excitación, el áto-
mo tiene la posibilidad de emitir luz y, por lo tanto, sólo
permanecerá en ese estado durante un período limitado.
No se puede predecir con exactitud la duración de dicho
período, porque aquí entran nuevamente las leyes de la
probabilidad, pero sí se conoce el tiempo promedio. Por
consiguiente, la energía de cualquier estado de excitación
o de cualquier nivel de energía del átomo, que no sea el
más bajo, no está establecida en forma precisa, sino que se
conoce con un error de aproximadamente —-, donde t es
la duración media del estado de excitación o el tiempo des-
pués del cual, en promedio, un cuanto de luz será emitido.
Puesto que la energía del cuanto de luz debe ser la di-
ferencia entre las energías del átomo antes y después de
la emisión, esto también debe ser incierto, de modo que la
luz que se observa en un espectrógrafo no debería ser
marcadamente difusa sino que debería cubrir una peque-
ña extensión de frecuencias. Un sencillo argumento nos
demuestra que esto es correcto. Si tenemos un gran nú-
mero de átomos de hidrógeno y provocamos un disturbio,
234 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

por ejemplo haciendo pasar a través del gas de hidrógeno


una intensa descarga eléctrica que excita a un gran nú-
mero de átomos al primer estado de excitación, el gas se
hace luminoso y emite luz. Sin embargo, esta luz sólo
dura un corto período, porque después de un tiempo, t,
la mayoría de los átomos han vuelto a su estado base y
han dejado de irradiar. Por lo tanto, la luz que observamos
es un tren de ondas o un paquete de ondas de duración
limitada, como en la figura 24, y en el Capítulo IV hemos
visto que semejante tren de ondas está compuesto de ondas
de muchas longitudes de onda o frecuencias, y la disper-
sión de las frecuencias es exactamente —, donde í es la
duración. Esto da la dispersión de energías correcta para
los fotones asociados. En realidad, es verdad que las líneas
espectrales siempre tienen un ancho. En un experimento
ideal, donde se evitan otras influencias perturbadoras, en-
contramos el "ancho natural' precisamente de la magnitud
que corresponde al argumento anterior.
La regla de que ε t no es menor que h también puede
ser interpretada en otra forma. Consideremos un electrón
que se mueve en un átomo de hidrógeno dentro de una
órbita muy grande, de modo que podemos describirlo
como un paquete de ondas, con una extensión pequeña
comparada al radio de la órbita y sin embargo con una
velocidad de dispersión lo suficientemente pequeña para
que todo el paquete se mueva en una órbita sin que se
disperse de inmediato. Entonces también es cierto que, si
conocemos la energía con un posible error ε, el paquete
de ondas por lo menos debe estar disperso sobre una
distancia vt, donde v es la velocidad del centro del paquete
de ondas. En otras palabras, el tiempo en que el electrón
pasaría por cualquier punto dado, en su órbita, es incierto
entonces en t, y nuevamente es verdad que ε t debe ser
por lo menos igual a h. Ahora bien, para una órbita gran-
de, el tiempo de revolución, o sea el tiempo que reque-
riría el electrón —de acuerdo con la mecánica clásica—
para regresar a su punto de partida, también es igual al
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE 235

período de la luz que, en la física clásica sería emitida


por tal electrón. Puesto que en el caso de órbitas muy
grandes las leyes cuánticas llegan a las mismas conclusiones
de la física clásica (éste es el contenido del principio de
correspondencia, de gran interés histórico en el desarro-
llo de las leyes cuánticas), aún es cierto que la frecuencia
de la luz emitida es o la energía de los cuantos de luz

Por lo tanto, la diferencia de energía entre niveles de


energía adyacentes, que es la misma que la energía de los
cuantos de luz emitidos en una transición entre ellos, es
aproximadamente donde es el período de revolución.
Por lo tanto, se deduce de nuestra regla que la posición
del electrón en su órbita debe ser completamente desco-
nocida si se conoce la energía del electrón lo bastante co-
mo para distinguir un nivel de energía del otro. Esto nos
demuestra nuevamente que no debemos intentar descri-
bir, en términos del movimiento clásico, el paso del elec-
trón desde una órbita a otra.
Resumiendo el contenido de este capítulo: hemos visto
que tanto los cuantos de luz como los electrones deben
ser considerados como partículas, pero que no podemos
seguir el movimiento o el comportamiento de estas par-
tículas desde un punto a otro, como nos habíamos acos-
tumbrado a hacerlo en capítulos anteriores. Por el contra-
rio, su comportamiento está descrito por ondas, de las
cuales podemos deducir las probabilidades de los resul-
tados de observaciones realizadas sobre estas partículas. En
esta forma, aprendemos que no hay contradicciones entre
las propiedades corpusculares y ondulatorias de la luz o de
la materia, y para ambas existe una evidencia sencilla y di-
recta; al mismo tiempo, vemos que la naturaleza ondula-
toria de los electrones explica la estabilidad de los átomos
que tienen ciertas energías, el tamaño de un átomo normal
y las líneas espectrales de la luz emitida por gases o ab-
236 CUANTOS, ONDAS Y PARTÍCULAS

sorbidas en parte al pasar a través de un gas. En capítulos


subsiguientes seguiremos viendo cómo estas nuevas leyes
dan una explicación completa del comportamiento de los
átomos y de los sistemas de átomos en todas las circuns-
tancias concebibles.
El precio que debemos pagar para resolver estos pro-
blemas es aceptar la limitación de los conceptos de posi-
ción, velocidad y movimiento, a los que nos han acostum-
brado la experiencia diaria y varios siglos de física clásica,
y reconocer que estos conceptos sólo pueden ser usados sin
ambigüedad en la medida en que pueden ser relacionados
con observaciones reales que, en principio, no contradicen
las leyes de la teoría cuántica. En particular, nos vemos
obligados a renunciar a la posibilidad de una descripción
completamente causal de los procesos mecánicos, o sea, de
jamás llegar a conocer el estado de un átomo con una
exactitud tal que su comportamiento subsiguiente pueda
ser pronosticado en la forma en que un astrónomo pue-
de predecir la posición futura de un planeta en el cielo.
Esto no nos impide predecir con exactitud el comporta-
miento de cuerpos que contienen grandes sistemas de áto-
mos, puesto que las leyes de la probabilidad, junto con
las leyes cuánticas de la probabilidad, hacen posible tales
predicciones con la exactitud que podamos requerir, como
en el caso de la teoría cinética del Capítulo VI.
IX
EL COMPORTAMIENTO DE LOS
ÁTOMOS

1. Hidrógeno y helio

El capítulo anterior bosquejó las nuevas leyes cuánticas,


a las que nos condujeron las muchas contradicciones apa-
rentes que encontramos al aplicar nuestro conocimiento
de las leyes de la naturaleza al interior de un átomo. Las
principales ilustraciones que usamos fueron: la evidencia
de la existencia de los cuantos de luz obtenida del efecto
fotoeléctrico, del efecto Compton, y de la luz emitida por
un cuerpo caliente; la evidencia de la naturaleza ondula-
toria de los electrones ( y otras partículas), obtenida de la
difracción de los electrones; y el hecho de que los átomos
son de un tamaño definido y no se desintegran.
No debe olvidarse, sin embargo, que éstos son sólo ejem-
plos elegidos entre un gran número de evidencias que, a
cada paso, indicaron el fracaso de las leyes antiguas, y que
las nuevas leyes no fueron aceptadas definitivamente hasta
que se comprobó que podían dar cuenta, en forma natu-
ral, de casi todos los hechos conocidos acerca de los átomos
y podían predecir nuevas regularidades, las que fueron
confirmadas por nuevas observaciones.
El precio que tuvimos que pagar para obtener este nue-
vo conocimiento fue el de abandonar la descripción del
átomo en términos de imágenes simples basadas en una
comparación con el movimiento de los cuerpos en una es-
cala mucho mayor. Tuvimos que reconocer que ideas tales
como la posición y el movimiento de los objetos eran pre-
juicios a los que nos condujo nuestra experiencia en el
manejo de objetos en la vida práctica. Tuvimos que acep-
tar contradicciones aparentes, como la de que el electrón
era en un sentido una partícula, y en otro sentido una
onda; y tuvimos que aprender que éstas realmente no
238 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

eran contradicciones, siempre y cuando no insistiéramos


en hacer preguntas a las cuales ninguna observación o me-
dición posibles nos podría dar jamás una respuesta en una
u otra forma.
El último capítulo describió los principales principios
de las nuevas leyes, pero, a fin de ser breves, omitimos
varios refinamientos. En el presente capítulo tendremos
que agregar estos otros puntos, y también tendremos que
describir algunas conclusiones muy generales que se pue-
den sacar de las leyes cuánticas. Esto nos dará un conjunto
completo de leyes que ahora pueden ser usadas cuidado-
samente para estudiar el comportamiento de los átomos.
Este capítulo describirá los resultados de tal estudio. Ve-
remos, entonces, que todo el comportamiento de los áto-
mos y de la materia que consiste en átomos encaja en el
cuadro, y que las leyes cuánticas cubren estos problemas
tan completamente como la mecánica antigua cubrió el
movimiento de los planetas o el mecanismo de un reloj,
y como las leyes de Maxwell del campo electromagnético
explican un generador eléctrico, un receptor de radio o la
propagación ondulatoria de la luz.
Para empezar, discutiremos algunos de los problemas
que se presentan cuando, en vez de considerar un átomo
de hidrógeno, que sólo contiene un electrón, pasamos a
átomos más grandes que contienen mayor cantidad de
electrones. No es fácil hacer esto en forma adecuada, y se
requieren algunas ideas nuevas que serán explicadas más
adelante, pero por el momento enfocaremos el problema
como si los electrones no ejercieran fuerza alguna entre
sí, sino como si cada uno se moviera independientemente
del otro en un campo de fuerza. Esto es similar a la forma
en que podemos hablar sobre el movimiento de la tierra
o de algún otro planeta alrededor del sol, como si sólo el
sol y dicho planeta estuvieran presentes y nos olvidáramos
de la existencia de los otros. Sin embargo, en la mecánica
del sistema solar las razones para hacer esto tienen más
peso que en la del átomo, porque la fuerza gravitacional
entre dos cuerpos depende de sus masas. Puesto que el so)
HIDRÓGENO Y HELIO 239

es mucho más pesado que cualquiera de los planetas, la


atracción del sol sobre la tierra es, por ejemplo, mucho
mayor que, digamos, la atracción de Marte o Venus sobre
la tierra, aun a distancias similares. Por otra parte, en el
átomo las fuerzas son eléctricas y dependen de la carga
de las partículas. Ahora bien, la carga eléctrica de todos
los electrones en un átomo, tomada en conjunto, es de
igual magnitud (aunque de signo opuesto) que la carga
del núcleo. Por lo tanto, las fuerzas en un electrón, debi-
das a los otros electrones, no son realmente débiles. No
obstante, será útil empezar con el problema simplificado
porque surgirán algunos puntos importantes, y más ade-
lante veremos cómo se pueden mejorar los resultados.
Consideremos entonces al átomo que sigue al hidrógeno
en la lista de elementos. Éste es el helio, cuyo núcleo tiene
una carga positiva de doble intensidad a la del electrón
o protón. Un átomo de helio eléctricamente neutro con-
tiene dos electrones. Si olvidamos entonces el hecho de que
cada electrón puede perturbar al otro, es de esperarse
que cada uno de los dos electrones sea representado por
una onda de la naturaleza que ya hemos discutido. Ca-
da una de esas ondas pertenece entonces a algún nivel de
energía clasificado por el número cuántico n; el estado
de energía más baja, en que los electrones están más es-
trechamente unidos, se obtiene tomando para cada elec-
trón el nivel de energía más bajo, o sea, aquel con
En el capítulo anterior dimos la energía de este nivel para

el hidrógeno como , donde m era la masa


del electrón, e la carga eléctrica del electrón y del protón
y h la constante de Planck. El signo negativo indica que
la energía es negativa, o sea que se debe efectuar un trabajo
para separar al electrón. La aparición de en esta fórmu-
la deriva de la ley de Coulomb, que dio la fuerza como

En el helio, donde el núcleo tiene una carga positiva

de ae la fuerza es ahora y, por lo tanto, el nivel más


240 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

bajo de energía de un electrón cerca de un núcleo de


helio es ahora Éste es cuatro veces mayor
que para el hidrógeno. En otras palabras, la energía re-
querida para separar un electrón de un átomo de helio
debe ser aproximadamente cuatro veces mayor que para
el hidrógeno. En realidad, estos números son exagerados
porque no hemos tomado en cuenta la repulsión entre los
dos electrones, pero en forma aproximada la respuesta es
correcta; es mucho más difícil separar un electrón de un
átomo de helio o ionizar un átomo de helio. Por ejem-
plo, si llenamos con gas helio un tubo del tipo que se usa
en letreros de propaganda, una corriente eléctrica pasará
a través de él solamente si el voltaje eléctrico entre los ex-
tremos es considerablemente mayor que el que bastaría
para un tubo que contuviera hidróg;eno. El mecanismo de
dicha descarga consiste en que algunos electrones libres
son acelerados por el campo eléctrico aplicado y, al chocar
con algunos de los átomos, les arrancan electrones. Esto
deja iones positivos, que viajarán hacia el extremo nega-
tivo del tubo mientras que los electrones arrancados via-
jarán hacia el extremo positivo. Al adquirir suficiente ve-
locidad pueden, a su vez, ionizar más átomos. La descarga
puede mantenerse solamente si, en el curso de su trayec-
toria, los electrones tienen la oportunidad de adquirir su-
ficiente energía para ionizar más átomos en colisión y, por
lo tanto, el voltaje con que se iniciai la descarga puede ser
usado como una medida de la energía requerida para la
ionización.
También podemos observar los niveles de energía más
altos del átomo de helio. Por las discusiones del último
capítulo sabemos que la luz puede hacer subir la energía
del átomo a uno de los niveles de energía más altos, siem-
pre que la energía del cuanto de luz simplemente iguale
la energía entre el nivel antiguo y el nuevo. Ahora, en el
sencillo cuadro que hemos trazado, todos los niveles de
energía de un electrón en el helio deben ser superiores
ÁTOMOS LIVIANOS. PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN 241

en cuatro veces a los del hidrógeno. Para elevar un átomo


de helio a su nivel superior o, como decimos, para exci-
tarlo, necesitaríamos cuantos de luz de una energía apro-
ximadamente cuatro veces mayor. Puesto que la energía
del cuanto de luz es la constante de Planck por su frecuen-
cia, necesitaríamos luz de una frecuencia cuatro veces ma-
yor de la que necesitamos para excitar el hidrógeno. Nue-
vamente el número cuatro es una exageración debido a la
repulsión entre los electrones, pero es cierto que las lineas
espectrales del helio, es decir, las frecuencias de luz que
pueden excitar el gas y que por lo tanto son fuertemente
absorbidas durante su trayecto por éste, están mucho más
hacia el ultravioleta, o sea, hacia frecuencias más altas
que las del hidrógeno. Hasta aquí, por lo tanto, nuestra
imagen concuerda con los hechos.

2. Otros átomos livianos. El principio de exclusión

Pero esia sencilla explicación deja de ser válida si avan-


zamos más. Consideremos ahora el átomo de litio, que
tiene un núcleo con una carga positiva de je y tres electro-
nes en el átomo neutro. Según nuestro razonamiento an-
terior, sería de esperarse que los electrones en el litio
estuvieran cerca de nueve veces más fuertemente unidos
que en el hidrógeno, que debería ser más difícil ionizar el
vapor del litio que el hidrógeno o helio, y que la clase
de luz que puede ser absorbida por el litio debería estar
aún más hacia el ultravioleta que en el caso del hidrógeno
o helio. Estas afirmaciones no son verídicas. Es más fácil
ionizar el litio que el hidrógeno y, por lo tanto, más fácil
que ionizar el helio. Basta un voltaje muy pequeño para
iniciar una descarga eléctrica en un tubo que contiene
cierta cantidad de vapor de litio, y si la luz que ha pasado
a través de vapor de litio fuera analizada con un espectros-
copio, las líneas de absorción empiezan en el rojo en vez
de empezar solamente en la parte ultravioleta del espectro.
En efecto, una llama en la que hemos colocado cierta can-
tidad de sal de litio muestra un color rojo muy caracte-
242 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

rístico que se debe a la emisión de la misma línea. Aquí


el mecanismo consiste en que, en la colisión de átomos de
movimiento rápido en la llama caliente, algunos átomos
de litio se han excitado a su primer nivel de energía sobre
el estado normal y pueden deshacerse de esta energía adi-
cional emitiendo cuantos de luz cuya frecuencia es la de
la luz roja.
Por consiguiente, el átomo de litio no muestra el com-
portamiento que esperaríamos de: acuerdo con nuestro
cuadro sencillo, y por lo tanto se hace necesario que am-
pliemos nuestras leyes. Esta dificultad sólo tiene relación
con la presencia del tercer electrón. Una vez que lo ha-
yamos separado, es decir, cuando consideremos un ion de
litio que sólo contenga dos electrones en lugar de tres, su
comportamiento concordará absolutamente con lo que es-
peramos. En particular, la energía requerida para separar
un electrón adicional es, en realidad, considerablemente
más alta que la que se necesita para separar un electrón
de un átomo de helio natural.
Habíamos notado que nuestro modelo daría el compor-
tamiento correcto del átomo de litio si hubiéramos dado
por supuesto que el tercer electrón no ocupa el nivel de
energía más bajo (n = I), sino el próximo más alto con
En primer lugar, en las ecuaciones del Capítulo
VIII la energía de cada nivel contenía el cuadrado del
número cuántico, n, en el denominador. En otras palabras,
la energía para sólo debería ser una cuarta parte
de la energía para Asimismo, el radio de la esfera
sobre la cual se dispersa la onda del electrón varía como
n%, de modo que la onda del tercer electrón se dispersaría
sobre una región mucho mayor que aquella de los prime-
ros dos electrones. Por consiguiente, debemos pensar en
el tercer electrón como si se moviera en un campo eléc-
trico producido por el núcleo circundado
muy estrechamente por los primeros dos electrones que
entre sí llevan una carga de Por lo tanto, su com-
portamiento debería ser similar al caso de un electrón
cercano a un pequeño centro con sólo una carga positiva.
ÁTOMOS LIVIANOS. PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN 243

En consecuencia, su energía debería ser aproximadamente


igual a la de un átomo de hidrógeno en el estado en que
En otras palabras, la energía requerida para se-
parar el último electrón de un átomo de litio debería ser
sólo una cuarta parte de la energía de ionización del hi-
drógeno. En realidad, sólo es dos o tres veces menor que
la del hidrógeno, pero debido al cuadro imperfecto que
estamos utilizando en este momento, esta discrepancia no
debe sorprendernos.
De esto se deduce, pues, que el estado normal del átomo
de litio es un nivel de energía que deberíamos haber es-
perado que existiera, pero no que fuera el más bajo. Pa-
recería que el último electrón n© sería capaz de llegar al
estado en que si en éste ya hay dos electrones.
Pasemos ahora a los átomos aún más grandes. El siguien-
te es el berilio, con cuatro electrones, y los hechos nue-
vamente apoyan la idea de que el cuarto electrón, al igual
que el tercero, sólo puede pasar al segundo nivel, o sea
Si agregamos, sucesivamente, cargas positivas adi-
cionales al núcleo y electrones adicionales para que el áto-
mo sea neutro, de modo que, a su vez, consideremos los
átomos de boro, carbono, nitrógeno, oxígeno, flúor y neón,
encontramos que todos se comportan como si sólo tuvieran
dos electrones en el estado en que y, el resto, en que
Al seguir esta secuencia de átomos, la fuerza atrac-
tiva del núcleo se hace más y más intensa y, como resul-
tado, la onda que representa a los electrones externos se
reduce más y más en extensión, de modo que el tamaño
del átomo se reduce y la energía de ionización aumenta
progresivamente con la onda electrónica más concentrada
en el campo más intenso. En particular, el gas noble neón,
el último en esta secuencia, es también muy difícil de
ionizar. Su energía de ionización es casi tan grande como
la del helio y mayor aún que la del hidrógeno; sus líneas
de absorción sólo empiezan en el ultravioleta.
El siguiente átomo es el de sodio, con un núcleo que
contiene once veces la carga eléctrica del protón y está
rodeado por once electrones; aquí se repite la situación
244 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

que encontramos en el litio. El sodio es fácil de ionizar, en


realidad más fácil que el litio, y el comportamiento del
último electrón sugiere en todo y por todo que se encuen-
tra en el tercer nivel, aquel en que n = 3. Si seguimos
con la serie de los elementos, encontramos que esta situa-
ción se repite.
¿Cómo podemos explicar este comportamiento? Al prin-
cipio se creía que la razón por la cual no podemos colocar
más de dos electrones en el nivel más bajo, y más de ocho
en el próximo, etc., se debía a las fuerzas repulsivas entre
los electrones, pero un estudio matemático más minucioso
refutó esta idea. Si, por ejemplo, enfocamos el problema
de tres electrones en el campo de un núcleo de litio en su
forma exacta y sin simplificaciones, la respuesta definitiva
es que el estado de la energía más baja sería que los tres
electrones tuvieran n = i, aunque la energía atractiva en
este estado sería reducida en parte por la repulsión de
los electrones. ¿Por qué entonces no se encuentra este es-
tado en la naturaleza?
Pauli reconoció que este hecho constituye un nuevo
dato de información básica que tiene gran importancia
y que no puede ser una consecuencia de las leyes cuánti-
cas que hemos explicado hasta ahora. Por lo contrario,
debemos considerarla como una regla nueva e indepen-
diente que debe ser agregada a estas leyes.
Para encontrar la naturaleza precisa de esta regla, recor-
demos que en el Capítulo VIII se dijo que hasta el nivel
enésimo de un electrón en el átomo de hidrógeno, hay n2
diferentes ondas electrónicas. En otras palabras, sólo hay
una para n = 1, cuatro para n — 2, nueve para n = 3, y
así sucesivamente. Ahora bien, hemos visto que en la es-
tructura del átomo parece haber cabida para dos electrones
en el nivel más bajo (n = 1), para ocho electrones en el
próximo (n = 2), y así sucesivamente; por lo tanto, parece
que hay cabida para precisamente el doble de electro-
nes que de ondas electrónicas posibles para una n dada. No
puede haber más de dos electrones en el estado descrito por
la misma onda. Podemos decir que no puede haber más
ÁTOMOS LIVIANOS. PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN 245

de dos electrones en el mismo estado de movimiento. En


otras palabras, debe excluirse cualquier posible distribu-
ción de electrones que, por sí misma, fuera compatible
con las leyes de la mecánica ondulatoria pero que con-
tuviera más de dos electrones en el mismo estado de mo-
vimiento. En esencia, éste es el contenido del principio
de exclusión sugerido por Pauli, que ahora constituye
una parte importante de la física atómica.
La razón por la cual son precisamente dos electrones
los que pueden moverse en la misma forma, sé relaciona
con un nuevo descubrimiento que discutiremos más ade-
lante en mayor detalle, a saber, el spin* de un electrón.
De acuerdo con esto, debemos imaginarnos al electrón
girando alrededor de su propio eje mientras se mueve en
el átomo, más o menos en la forma en que la tierra gira
alrededor de su eje al seguir su órbita alrededor del sol.
Como veremos más adelante, en cualquier onda electró-
nica o en cualquier estado de movimiento del electrón,
hay dos posibles maneras en que puede girar. Esto sugiere
que, por ejemplo, los dos electrones en el estado normal
del helio giran en sentidos opuestos, y lo mismo regirá para
los dos electrones que, en conjunto, ocupan cualquier otro
estado en un átomo más grande. Si tomamos en cuenta el
spin, el principio de exclusión afirma, por lo tanto, que
si el estado es especificado por el movimiento y el spin,
sólo puede haber un electrón en el mismo estado.
Como ya he hecho notar, este principio de exclusión
no puede derivarse de las leyes cuánticas, sino que es un
hecho independiente para el cual encontramos, más ade-
lante, una gran cantidad de evidencias convincentes. Cuan-
do nos refiramos a la teoría del electrón positivo, veremos
que el principio de exclusión está fundamentalmente rela-
cionado con las otras leyes en el sentido de que, sin él, las
otras leyes conducirían a consecuencias más bien miste-
riosas e irrazonables.

* Cantidad de movimiento angular de una partícula elemental.


(N. de la T.)
246 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

3. Momento de la cantidad de movimiento

Para comprender los hechos relativos al spin del electrón


y también otras características importantes de los átomos,
debemos comprender el papel que (desempeña el momento
de la cantidad de movimiento en la teoría cuántica.
Ya nos habíamos referido al momento de la cantidad
de movimiento en el Capítulo II como a un concepto útil
en la mecánica. Éste medía el movimiento alrededor de
un eje, en oposición al movimiento efectuado hacia él o
alejándose de él. El momento de la cantidad de movimien-
to era constante si el objeto se movía bajo una fuerza
central, es decir, una fuerza que actuara en dirección de
un centro fijo. Esto nos ayudó a obtener en forma fácil
algunos datos sobre su movimiento subsecuente. Si varios
objetos ejercían sus fuerzas entre sí, esto no afectaba al
momento de la cantidad de movimiento total.
Para discutir el momento de la cantidad de movimien-
to en la mecánica cuántica, consideremos primero un pro-
blema académico muy sencillo: el de un electrón que tiene
libertad para moverse sólo en un círculo de radio r, como
una cuenta ensartada en un alambre circular. Si no hay
fricción, es de esperarse que su energía cinética sea cons-
tante. Si introducimos una onda, como en el último capí-
tulo, su longitud de onda será constante. Como la trayec-
toria es cerrada, una onda sólo puede caber si la circun-
ferencia del círculo contiene un número entero, digamos
m, de ondas completas. En la figura 44 hemos dibujado
una línea tenue en tal forma que su distancia desde el
círculo indica la amplitud de onda.
Usando la ley de De B r o g l i e , d o n d e p es la canti-

dad de movimiento del electrón; encontramos, pues, que


Este resultado en similar al que se en-
cuentra para el caso de una caja en cuanto que solamente
velocidades selectas, y por, consiguiente energías privilegia-
MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 247

das, son posibles en este movimiento. Para m = O, el elec-


trón no se mueve en absoluto; la amplitud de onda, y por
lo tanto la probabilidad de encontrar el electrón, es la
misma en todo el círculo. Para cualquier otro m el electrón
puede estar moviéndose de un lugar a otro, ya sea en uno
u otro sentido, y para distinguir estos casos usamos nú-
meros positivos y negativos para m.
Supongamos que el círculo es horizontal y tomemos un
eje vertical a través de su centro. Entonces el momento de
la cantidad de movimiento es, de acuerdo con el Capítulo
II, la distancia desde el eje r multiplicada por la cantidad
de movimiento de la partícula en una dirección perpendi-
cular a esta distancia. En nuestro caso ésta es toda la canti-
dad de movimiento, de modo que el momento de la can-
tidad de movimiento es pr o . El momento de la

cantidad de movimiento resulta ser un múltiplo de ,


o un múltiplo de la unidad de momento de la cantidad de
movimiento.
El punto interesante sobre este resultado es que el radio

Figura 44. Ondas en un círculo.


248 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

r ha desaparecido, y el resultado es el mismo si el círculo


es grande o pequeño, aunque, naturalmente, en un círculo
más pequeño las partículas deben moverse con una canti-
dad de movimiento mayor, o sea una mayor velocidad,
para tener el mismo momento de la cantidad de movimien-
to. Esta independencia del radio sugiere que este resultado
puede ser cierto aun cuando la partícula no esté limitada
a moverse en un círculo. Y en realidad esto resulta cierto,
aunque para probarlo tendríamos que recurrir al aspecto
matemático del problema. Para facilitar el dibujo, conside-
remos primero el caso de una partícula que se mueve en
un plano; entonces todavía es cierto que, si determinamos
su momento de la cantidad de movimiento, siempre encon-
traremos que es un múltiplo de „ y la onda que describe
a la partícula será, pues, algo simular a la dibujada en la
figura 45. Aquí hemos ilustrado el caso de un momento
de la cantidad de movimiento de o, como decimos
para ser breves, de tres unidades. Las partes sombreadas
indican dónde la amplitud de onda es positiva, y entre
ellas es negativa. Si seguimos cualquier línea cerrada que
rodea el centro, la onda cambiará tres veces de positiva a
negativa y viceversa. A cualquier distancia que vayamos al-
rededor del centro, siempre pasamos a través de tres ondas
completas.

Figura 45. Onda en un plano, tn = 3.

Este resultado —que la medición del momento de la can-


tidad de movimiento siempre da en forma exacta un nú-
mero completo de unidades o un múltiplo exacto de —
MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 849

es un resultado de la naturaleza ondulatoria de la partícu-


la, lo mismo que el hecho establecido en el capítulo an-
terior de que cualquier medición de la energía siempre
indicará que es exactamente uno de los niveles de energía
del átomo en cuestión. Más adelante veremos, en relación
con el experimento de Stern y Gerlach, que tal medición
de un momento de la cantidad de movimiento es la posi-
ble en la práctica y que no sólo se trata de un ejercicio
académico.
Consideremos ahora el caso real de un electrón que no
está limitado a un plano, sino que se mueve en el espacio
en la vecindad de un centro atractivo, como en el átomo
de hidrógeno. Todavía resulta que una medición del mo-
mento de la cantidad de movimiento alrededor de cual-
quier eje arbitrario a través del centro, solamente puede
dar un número entero de unidades. A primera vista, pare-
cería que esto representa una contradieción, a saber, que
de acuerdo con las definiciones del momento de la canti-
dad de movimiento del Capítulo II, se puede demostrar
que si conocemos el momento de la cantidad de movi-
miento de una partícula alrededor de tres ejes perpendicu-
lares entre sí, v.g. alrededor de un eje vertical, de uno de
este a oeste y de uno de norte a sur, también conocemos
el que existe alrededor de cualquier otra línea interme-
dia. Por ejemplo, si el momento de la cantidad de movi-
miento es grande alrededor de un eje vertical y es cero
alrededor de dos ejes horizontales diferentes, entonces tam-
bién debe ser cero alrededor de cualquier otro eje hori-
zontal. Para cualquier línea inclinada respecto a la vertical,
dependerá de su inclinación, siendo cero cuando la línea es
horizontal y máxima cuando es vertical. La situación que
describimos aquí toma forma real cuando la órbita de la
partícula es horizontal.
Pero es evidente que este resultado, o sea que, al variar
la dirección de medición, el momento de la cantidad de
movimiento debería variar gradualmente entre cero y la
cantidad máxima, no puede coincidir con la conclusión
de que siempre debe ser igual a un número entero de uni-
250 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

dades. Si no es cero sólo puede ser una unidad, o más,


pero no puede cambiar gradualmente desde cero a uno.
Nuevamente se resuelve esta paradoja con el principio
de incertidumbre. Si estudiamos posibles métodos para
medir el momento de la cantidad de movimiento, encon-
tramos que cualquier medición del momento de la canti-
dad de movimiento alrededor de un eje debe alterar en
forma imprevista a la que se haga alrededor de otro eje, de
modo que nunca podemos conocer a la vez el momento
de la cantidad de movimiento alrededor de varios ejes. La
relación de este resultado con el principio de incertidum-
bre en su forma más sencilla es clara cuando mencionamos
que el conocimiento del momento de la cantidad de mo-
vimiento en toda dirección establece el plano de la órbita
de la partícula. Esto sería incompatible con el principio
de incertidumbre ya que, suponiendo que el plano sea
horizontal, nos daría inmediatamente un conocimiento de
la altura de la partícula (a saber, la misma altura que el
centro atractivo alrededor del cual gira) y de su velocidad
vertical, a saber, cero, puesto que la partícula permanece
en el mismo plano horizontal. Pero ya hemos visto con
anterioridad que es incompatible conocer tanto la posición
como la velocidad de la partícula en la misma dirección.
Sólo hay una situación en la que podemos conocer el
momento de la cantidad de movimiento en toda dirección,
que es cuando éste es cero. Éste sería el caso, en la mecá-
nica clásica, de una "órbita" que simplemente es una línea
recta a través del centro atractivo, y en la cual una partícu-
la se mueve hacia atrás y hacia adelante, pero entonces la
dirección de esta línea sería desconocida; en todo caso,
este cuadro del movimiento no debe ser considerado en
forma demasiado literal.
Una magnitud importante de la mecánica clásica es la
resultante del momento de la cantidad de movimiento,
M, definida por la afirmación de que su cuadrado es igual a
la suma de los cuadrados de los momentos de la cantidad de
movimiento alrededor de tres líneas perpendiculares entre
sí, M2 = M12 + M22 + M32. Tenemos que esta resultante
MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 251

del momento de la cantidad de movimiento no depende


de la dirección de los tres ejes siempre que estén en án-
gulos rectos entre sí; si los elegimos en tal forma que
Mi y M2 son cero, entonces M = M 3 . Esto es así cuando el
tercer eje está en ángulo recto al plano de la órbita. En la
mecánica cuántica resulta que la resultante del momento de
la cantidad de movimiento aún puede ser definida en la
misma forma y su cuadrado resulta ser, en las mismas uni-
dades, siempre igual a 1(1 + i), donde / puede ser o, i, 2,
o cualquier otro número positivo. El principio de incerti-
dumbre no nos impide conocer tanto la resultante del mo-
mento de la cantidad de movimiento (y por lo tanto l)
como el momento de la cantidad de movimiento alrede-
dor de un eje particular, que debe ser un número entero
m de unidades. El momento de la cantidad de movimien-
to no puede exceder a la resultante y, por consiguiente, m no
puede exceder a l.
Si conocemos la resultante del momento de la cantidad
de movimiento y medimos el momento de la cantidad de
movimiento a lo largo de un eje particular, podemos en-
contrar cualquiera de los resultados
unidades en todas las posibilidades Por ejemplo,
si
Podemos pensar en los diferentes estados con la misma
resultante del momento de la cantidad de movimiento co-
mo de órbitas de la misma forma pero con diferentes
orientaciones, como las que se ilustran en la figura 46. No-
tamos que, para el momento de la can-
tidad de movimiento alrededor del eje dado es aún menor
que la resultante, que es la raíz cuadrada de o sea
de modo que nunca encontraremos que la
órbita tenga su máximo momento de la cantidad de movi-
miento en la dirección dada. Esto es lo que debería ser,
puesto que, si lo lográramos, conoceríamos el plano de la
órbita, lo cual ya hemos visto que es imposible. Ésta es la
razón por la cual las órbitas para en
la figura 46 han sido dibujadas girando alrededor de un
eje oblicuo. El que éste esté inclinado con relación a la lí-
252 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

nea dada, a la derecha o izquierda, hacia adelante o hacia


atrás, debe quedar sin especificación.

Figura 46. Así debemos imaginarnos las órbitas con para el


movimiento alrededor de un centro.

Ahora podemos describir con mayor detalle las ondas


que pertenecen a los estados más bajos de un electrón en
un átomo de hidrógeno. Para n = i, sólo hay una onda, y
ésta pertenece a l=o, y consecuentemente también m=o.
En este caso no hay momento de: la cantidad de movi-
miento. Por consiguiente, si seguimos cualquier línea que
circunde el centro, no seguimos ninguna oscilación de la
onda; ésta es la misma en todas las direcciones. Sin em-
bargo, la onda depende de la distancia desde el centro, y
en la figura 47a hemos bosquejado la amplitud de onda
a lo largo de alguna línea que cruza el centro del átomo.
Recordemos que el cuadrado de la onda es la probabi-
lidad de la posición del electrón. En otras palabras, en la
figura 47a el cuadrado de la altura de la curva nos indica
cuan probable es que encontremos al electrón en algún
punto a lo largo de esta línea. En la figura 47b hemos mos-
trado, en forma similar, una sección transversal de la onda
para n = 2 todavía sin momento de la cantidad de movi-
miento. Aquí la onda tiene un nodo, o sea que es negativa
a grandes distancias y positiva cerca del centro, y en ge-
neral se dispersa a mayor distancia del centro, como co-
MOMENTO DE LA CANTIDAD DE MOVIMIENTO 253

Figura 17. Ondas en el átomo de hidrógeno.

secciones radiales
254 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

rresponde al mayor radio medio o al hecho de que el


electrón está unido con mucho menos fuerza.
Además de este estado, otros tres estados pertenecen a
la misma energía, también con n = 2 pero con I = 1.
Uno de éstos está ilustrado en la figura 47c. Ahora bien,
la amplitud de onda es positiva hacia un lado del centro
y negativa hacia el otro lado. En la figura 47a se ilustra
una sección que pasa por el centro, para la misma onda,
donde las líneas indican líneas de amplitud de onda cons-
tante, como las líneas de nivel en un mapa. La línea a
través del centro pertenece a la amplitud cero, a la dere-
cha de ésta la amplitud es positiva, a la izquierda es ne-
gativa. Otros dos estados para los mismos n y I también
son similares, pero tienen diferentes sentidos.

Figura 47 (d). n = 2, l = i
Lineas de amplitud constante.

4. El experimento del haz atómico. El spin


El momento de la cantidad de movimiento de tal estado
de un electrón puede, en realidad, ser descubierto en la
práctica porque un electrón que gira alrededor de un
centro lleva una carga eléctrica de un lado para otro y,
por lo tanto, se comporta como una pequeña corriente
eléctrica en una pequeña bobina. Como vimos en el Ca-
pítulo III, los campos magnéticos ejercen fuerzas sobre
dicha bobina. Vimos que la corriente en una pequeña
bobina produce el mismo campo magnético que un pe-
queño imán, hecho éste que se utiliza en el "galvanómc-
HAZ ATÓMICO. SPIN 255

tro de bobina móvil". En el que la aguja magnética ordi-


naria, descrita en el Capítulo III, es reemplazada por
una pequeña bobina que puede girar libremente y que
lleva una corriente eléctrica. Ahora, dicha bobina tiene
una tendencia a girar en un sentido tal que su campo
magnético contrarresta al del imán exterior. Deducimos,
por lo tanto, que su energía es alta cuando está en sentido
paralelo al campo externo, y baja cuando está en sen-
tido opuesto. Por consiguiente, si el campo magnético,
no es uniforme,, sino más intenso en un lugar y más dé-
bil en otro, una bobina que apunte en el mismo sentido
que el campo experimentará una fuerza hacia el campo
más débil, mientras que una que esté en sentido opues-
to al campo magnético será atraída hacia donde el campo
es más intenso.
Lo mismo rige para los átomos, y a esto se refiere el
experimento de Stern y Gerlach que, en principio, apa-
rece ilustrado en la figura 48. Se vacía un tubo cuidado-
samente de modo que prácticamente no quede nada de
aire en él, con excepción de una pequeña cantidad de gas,
que se permite que escape desde la cámara C a través de
orificios muy finos en las pantallas S. La presión del gas
se mantiene tan baja que cada átomo viajará en una línea
recta, puesto que tiene muy poca oportunidad de chocar
con otro átomo. Por lo tanto, sólo aquellos que viajan por
la línea que une a los dos orificios emergerán y viajarán
por el centro del tubo a lo largo de la línea interrumpida
que aparece en la figura. Un rayo tan angosto de átomos
es conocido como un haz atómico. Pasamos ahora este haz
entre los polos de un gran imán, M, y éstos tienen tal
forma, que el campo magnético es mucho más intenso

Figura 48. Experimento del haz atómico.


256 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

cerca del polo superior, cuyo extremo tiene la forma de


la hoja de un cuchillo, que cerca del amplio polo inferior.
Por lo tanto, cualquier átomo en el cual el electrón gire
en el mismo sentido que la corriente en el electro-imán,
será atraído hacia el campo más débil, o sea hacia abajo,
y si gira en el sentido opuesto, será atraído hacia arriba. Si
la rotación del electrón se efectúa alrededor de un eje
horizontal, entonces el átomo no sufrirá desviación alguna.
Podemos ver que la desviación que se espera del átomo
depende justamente del momento de la cantidad de mo-
vimiento alrededor de la línea vertical. Por lo tanto, si
tomamos un átomo en el que hay un electrón con una
resultante del momento de la cantidad de movimiento
correspondiente a / = /, entonces> el momento de la can-
tidad de movimiento alrededor del eje vertical puede ser
1, o, ó —1 unidades, y esperamos pues que algunos átomos
serán desviados hacia arriba, algunos hacia abajo y que
otros no sufrirán desviación alguna, como se puede notar
en las tres líneas interrumpidas ilustradas en la figura.
Los átomos son interceptados en la placa P, y se continúa
el experimento hasta que se acumule allí una cantidad
suficiente de átomos como para ser visibles, o para descu-
brir su presencia por medio de otros dispositivos. Por
consiguiente, en este caso esperamos encontrar tres mar-
cas en esta placa, una arriba, una abajo y otra en la línea
central. Por otra parte, si se trata de un átomo para el
cual I = o, o sea, sin momento de la cantidad de movi-
miento, éste no puede llevar ninguna corriente circular y
por lo tanto no sufrirá desviación. Entonces esperamos
encontrar sólo una marca en el centro.
Ahora bien, en algunos casos los resultados son los es-
perados. Por ejemplo el helio, que tiene, como ya hemos
visto, dos electrones en estados en que n = 1 y por lo
tanto / = o, como es de esperarse no sufre desviación.
Pero los átomos de hidrógeno, que tampoco deberían te-
ner desviación, sí muestran dos marcas, y éstas correspon-
den a la desviación que se esperaría para m = / y
ni = — /; pero no hay ninguna línea central.
HAZ ATÓMICO. SPIN 257

Como ya lo hemos mencionado, la explicación de esto


es que aparentemente el electrón es capaz de girar alre-
dedor de su propio centro aparte de su movimiento al-
rededor del protón. Hemos visto que, si la resultante del
momento de la cantidad de movimiento es
unidades, entonces hay estados posibles, de modo
que para el átomo tiene 1, 3, 5 . . . esta-
dos posibles. Puesto que del hidrógeno obtenemos dos
rayos, el spin sólo debería tener dos estados posibles, y
esto se logra si hacemos que l sea . Entonces, el momen-
to de la cantidad de movimiento del electrón alrededor de
cualquier línea también debería ser o bien pero,
como imán, el efecto del spin del electrón debe tener el
doble de rendimiento que su revolución en su órbita, por-
que el experimento demuestra que, cuando el momento
de la cantidad de movimiento en el sentido del campo es
la fuerza es la misma que aquella debida a una órbita
con m = 1.
Históricamente, la sugerencia de la existencia del spin
del electrón la hicieron por vez primera Goudsmit y Uhlen-
beck, no sobre la base de los experimentos que se des-
criben aquí, sino de un estudio del efecto Zeeman, que
consiste en el cambio de las líneas espectrales de un gas
cuando se aplica un campo magnético intenso. La base
del argumento fue muy similar a la que exponemos aquí,
pero su descripción requeriría más matemáticas.
Por lo tanto, el átomo de hidrógeno tiene, después de
todo, un momento de la cantidad de movimiento debido al
spin del electrón, pero el helio no lo tiene porque los dos
electrones que se mueven en la misma onda deben tener,
de acuerdo con el principio de exclusión de Pauli, spin
opuesto, y por ende sus momentos de la cantidad de movi-
miento deben anularse.
Ahora nos referiremos al litio. Los dos electrones inter-
nos aún tendrán spin opuesto, y el momento de la cantidad
de movimiento del conjunto dependerá ahora de cuál de
las cuatro órbitas posibles con n = 2 seleccionemos para
258 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOM )S

el tercer electrón. Aunque para el hidróge 10 los cuatro


estados con n = 2 tienen la misma energía, esto no rige
para el litio ni para cualquier otro elemento. Encontrare-
mos la razón si observamos la figura 47. Si comparamos las
figuras vemos que, en la primera, la onda está
notablemente cerca del centro y, por lo tanto, en este
estado el electrón tiene muchas probabilidades de acer-
carse al centro. La curva de la figura 47c atraviesa el eje
horizontal en el centro, lo que significa que la onda, y
por ende su cuadrado, es nula en el centro. Aquí, el elec-
trón tiende a mantenerse alejado del centro. No hay duda
de que esto es así, según la mecánica clásica, para una
partícula con momento de la cantidad de movimiento
debido a la fuerza centrífuga, como ya lo hemos visto en
el Capítulo II; y ahora vemos que también rige en la
teoría cuántica. La atracción sobre el electrón es más fuer-
te cerca del centro, en comparación con el átomo de hidró-
geno, porque cerca del centro el efecto de pantalla debido
a la fuerza de repulsión de los dos electrones interiores es
menos efectivo. Por lo tanto, si los dos estados tienen justa-
mente la misma energía en el hidrógeno, el primero, con
l = o, mostrará una mayor atracción y en consecuencia ten-
drá una energía más baja cuando haya electrones internos.
De ahí que esperemos que el último electrón del litio esté
en el estado en que y, como en el hidrógeno, su
momento de la cantidad de movimiento es sólo el del
spin del electrón. Un haz de átomos de litio en el apa-
rato (figura 48) nuevamente debe partirse en dos, y la
fuerza de desviación debe ser la misma que en el caso del
hidrógeno como efectivamente sucede.
El siguiente átomo, el berilio, tiene un segundo elec-
trón adicional en el estado Para concordar
con el principio de exclusión, su spin debe ser opuesto
al del primero. Por lo tanto, es nulo su momento de la
cantidad de movimiento y el rayo no debe partirse. Esto
también lo confirma el experimento.
Ahora llegamos al boro. Puesto que los niveles con
están ocupados, el electrón debe
HAZ ATÓMICO. SPIN 259

pasar al próximo nivel en que n = 2, l = I. El momento


de la cantidad de movimiento del átomo dependerá, en-
tonces, del sentido del spin del electrón en relación con
su órbita. Aquí, otra vez, es complicado determinar cuál
disposición es la más favorable," ya que ello depende del
hecho de que tanto la revolución del electrón en su ór-
bita como su spin producen campos magnéticos. Si se
calcula la interacción en forma apropiada, resulta que el
estado de energía más baja, y por lo tanto el estado normal
del átomo, se obtiene cuando el spin está casi paralelo al
momento de la cantidad de movimiento orbital como
pudiera estarlo en conformidad con el principio de incer-
tidumbre. Por consiguiente, los momentos de la cantidad
de movimiento se suman y, puesto que la órbita puede
tener, a lo sumo, una unidad alrededor de cualquier eje
dado y el spin puede tener, a lo sumo, media unidad, el
resultado es un máximo de y en consecuencia el átomo
normal de boro tiene = 4 estados posibles,
siendo el momento de la cantidad de movimiento alrede-
dor de cualquier eje Un haz de átomos de
boro en el aparato de Stern-Gerlach debe partirse en cua-
tro; esto nuevamente es cierto. También se puede predecir
la potencia de la fuerza de desviación. Los detalles son algo
complicados porque el spin es dos veces más efectivo por
lo que a su interacción magnética se refiere que el de la
órbita, pero se puede calcular el resultado, que los expe-
rimentos confirman una vez más.
Ahora le toca el turno al átomo de carbono. Aquí te-
nemos dos electrones en el estado / = /. Nuevamente
ocurre que los electrones se dispondrán en tal forma, que
tanto sus momentos de la cantidad de movimiento como
sus spin se sumarán; dos órbitas de l = / y dos spin
pueden sumar hasta un máximo de tres. Por lo tanto, un
haz de átomos de carbono se partiría en siete (2 X 3 •+ 0
partes. De hecho, esto no se ha efectuado porque en la
práctica el vapor de carbono no es fácil de producir, pero
no hay duda alguna de que el experimento daría nueva-
mente el resultado correcto.
26θ COMPORTAMIENTO DE I.OS ÁTOMOS

Podemos continuar en esta forma hasta llegar al flúor,


en el que, exceptuando uno, todo» los lugares con n = 2
están ocupados. En vez de calcular en forma laboriosa lo
que hace cada electrón, es más fácil decir que, si agregá-
ramos un electrón adicional, llenaríamos todos los luga-
res y entonces los momentos de la cantidad de movimiento
en cualquier dirección dada tendrían que anularse, puesto
que siempre habrían dos electrones con m = 1, dos con
m = o y dos con m = I, mientras que tres electrones
deben tener un spin de y los otros tres de alre-
dedor del mismo eje. Por lo tanto, como el agregar un
electrón adicional anularía completamente el momento de
la cantidad de movimiento, el momento angular del flúor
debe ser opuesto e igual al de un solo electrón en el estado
/ = /. En otras palabras, obtenemos el mismo resultado
que en el caso del boro, con la excepción de que, para
un momento de la cantidad de movimiento dado, el sen-
tido de la corriente eléctrica equivalente, y por lo tanto
el sentido del campo magnético, es opuesto. Esto no se
muestra en el experimento de Stern y Gerlach, pero puede
verificarse mediante el estudio de los espectros de dichos
gases en un campo magnético.
En el gas noble neón, el último lugar con nz=.2 está
ocupado; nuevamente el átomo no tiene momento de la
cantidad de movimiento. En el siguiente átomo, de sodio,
el último electrón tiene que entrar en el estado en que
n z= 3, Iz=o, dándole características muy similares a las
del litio.

5. Capas de electrones. Moléculas iónicas

Vemos entonces que, a medida que revisamos la tabla


periódica de los elementos, los diferentes niveles de energía
se llenan sucesivamente. Se ha hecho un hábito usar abre-
viaciones para los estados con los números cuánticos 1,
respectivamente, y generalmente nos referimos a
ellos como a las capas
La figura 49 ilustra cómo estas capas se van llenando
CAPAS DE ELECTRONES. MOLÉCULAS IÓNICAS 261

gradualmente a medida que agregamos más y más elec-


trones. Esto empieza con los niveles de energía del hidró-
geno y muestra a un electrón ocupando el nivel más bajo.
La parte sombreada en el extremo superior indica energías
lo suficientemente altas como para separar al electrón del
átomo; por consiguiente, la distancia desde el nivel más
bajo hasta donde comienza la parte sombreada es la ener-
gía requerida para ionizar el hidrógeno. En los diagramas
que siguen para otros átomos, es importante recordar que
no han sido dibujados a escala. Si así fuera, cada diagrama
debería ser más grande que el anterior y, por ejemplo, en
el caso del sodio, la distancia del nivel más bajo desde
que comienza la ionización debería ser cien veces superior
que la del hidrógeno, y la distancia del último electrón
desde donde comienza la parte sombreada debería ser casi
tan grande como todo el cuadro para el hidrógeno.
Las flechas sobre el símbolo para los electrones indican
el sentido del spin. Para cualquier electrón individual
no tiene importancia en qué sentido apunta el spin, pero
el diagrama ilustra que los electrones en el mismo estado
de movimiento deben, necesariamente, tener spin opuestos.
Por lo tanto, debemos imaginarnos la absorción de luz
por un átomo en la siguiente forma: Si llega un cuanto
de luz cuya energía es precisamente la adecuada para
cambiar a uno de los electrones a un nivel de energía
más alto, el átomo puede utilizar la energía del cuanto
de luz, que entonces desaparece. El átomo está en un es-
tado de excitación y se liberará del exceso de energía ya sea
emitiendo otro cuanto de luz, o bien,, si otros átomos
están cerca, la energía puede ser compartida entre varios
átomos y por último se convertirá en calor.
Los espectros de todos los átomos, o sea los colores pre-
cisos de la luz que son capaces de emitir o de absorber,
forman un catálogo voluminoso que ha sido compilado
mediante trabajos espectroscópicos de gran precisión. Des-
cribir esto en detalle estaría fuera del alcance de este
libro, pero es importante saber que ahí se encuentran
muchas evidencias que apoyan nuestras leyes generales:
262 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

En la práctica no es posible calcular de acuerdo con estas


leyes la posición precisa de cada línea espectral de cada
elemento, porque cuando se trata de muchos electrones los
problemas matemáticos son demasiado complejos. Pero en
todos los casos que son lo suficientemente sencillos como
para permitirnos resolver las ecuaciones, y en todos aque-
llos casos en que podemos obtener de las leyes cuánticas
algunas reglas generales sobre la naturaleza de los espec-
tros, los datos concuerdan con la teoría.
Los mismos conceptos pueden ser utilizados para inter-
pretar el comportamiento de los iones, o sea de los átomos
que carecen de un electrón o que tienen un electrón adi-
cional. En particular, sabemos que el último electrón del
sodio no está muy fuertemente unido porque, estando
ocupadas las capas K y L, tiene que pasar al nivel M
con n — 3, y por lo tanto sólo tiene la mitad de la energía
de enlace que el electrón que lo precede. Por otra parte,
el flúor tiene una vacante en la L y aunque el átomo ya
es eléctricamente neutro, es posible: agregar otro electrón y
éste estará unido con una energía considerable.
En efecto, si un átomo de sodio y un átomo de flúor
se juntan, el último electrón del sodio puede ser transfe-
rido al átomo de flúor, de modo que tenemos un ion po-
sitivo de sodio y un ion negativo de flúor que se atraerán
entre sí. Éstos, por lo tanto, se mantendrán unidos y for-
marán lo que los químicos llaman una molécula de fluo-
ruro de sodio. Al formarse dicha molécula de dos átomos
neutros, la energía es liberada. Se necesitó energía para
separar un electrón del átomo de sodio, pero la energía
se recupera colocando al electrón en el flúor, y aún más
por medio de la atracción mutua de los dos iones. Eviden-
temente, lo mismo sucede si en vez de sodio se tratara de
cualquier otro álcali, o sea cualquier otro átomo que con-
tenga un electrón en el exterior de una capa cerrada. Este
es el caso para cualquier elemento que, en la tabla perió-
dica, esté en orden inmediato a un gas noble. En la peque-
ña lista que hemos estudiado en detalle, el litio es otro
ejemplo. También lo es el potasio, que ocupa el siguiente
CAPAS DE ELECTRONES. MOLÉCULAS IÓNICAS 263

lugar en ¡a tabla periódica después del gas noble argón.


Igualmente, podemos reemplazar el flúor por cualquier
elemento al que sólo le falte un electrón para completar
una capa y que, por lo tanto, precede a un gas noble en la
tabla periódica. Otro ejemplo de esto es el cloro, que pre-
cede al argón. Por consiguiente, el cloruro de sodio, co-
múnmente conocido como sal corriente, es un ejemplo
típico de esta clase de compuesto.
Debido a que los átomos de un elemento como el sodio
fácilmente pierden un electrón para convertirse en iones
positivos, se les conoce como electro-positivos, mientras
que los átomos como los del flúor son conocidos como
electro-negativos. El hidrógeno juega un papel doble, pues-
to que es tanto electro-positivo como electro-negativo. Pue-
de perder un electrón, quedando solamente el núcleo de
hidrógeno o protón, y entonces forma compuestos con un
elemento electro-negativo como el cloro. Dichos compues-
tos tienen una .fuerte tendencia a reemplazar al hidró-
geno por un elemento más electro-positivo, porque se re-
264 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

quiere más energía para separar el electrón del hidrógeno


que para, por ejemplo, separarlo del litio o del sodio. La
combinación de hidrógeno y cloro es, en realidad, cono-
cida como ácido clorhídrico, y podemos comprender su
naturaleza corrosiva si sabemos que, por ejemplo, el clo-
ruro de sodio y el hidrógeno neutro tienen en conjunto
una energía más baja que el ácidd clorhídrico y el sodio
neutroi Por otra parte, el hidrógeno también es capaz de
aceptar otro electrón, ocupando en esta forma la capa K,
y esto conduce a compuestos tales como el hidruro de litio,
que se logra con hidrógeno de carga negativa y con litio
de carga positiva.
En esta forma las leyes cuánticas para el átomo también
explican algunos de los procesos en que los átomos se
unen para formar moléculas y en que, por lo tanto, los
elementos pueden formar compuestos. Así, se reconoce
que algunas de las leyes de la química derivan dé las leyes
cuánticas.

6. Otros tipos de moléculas

Sin embargo, no todos los compuestos pueden explicarse en


esta forma. Los compuestos en que cada molécula tiene un
ion positivo (o más) y un ion negativo (o más) unidos por
fuerzas eléctricas, son conocidos como compuestos iónicos.
El ejemplo más simple de diferente formación molecular
es la molécula de hidrógeno, que contiene dos átomos
de hidrógeno. Como mencionamos en un capítulo anterior,
el gas de hidrógeno natural no contiene átomos indivi-
duales, sino unidos en pares para formar moléculas. Éstas
no consisten en iones, y en realidad hay pocos motivos
para suponer que de los dos átomos de hidrógeno en una
molécula, uno debería tener carga positiva y el otro carga
negativa. Entonces ¿cómo se mantiene unida una molécula
de hidrógeno? Para comprender esto, consideremos dos
átomos de hidrógeno que se van juntando lentamente
como se ilustra en la figura 50. En la figura 50a los átomos
aún están bien separados; los pumos indican los núcleos
OTROS TIPOS DE MOLÉCULAS 265

o protones y los círculos indican la extensión de la onda


electrónica alrededor de cada uno. En realidad, la onda
del electrón no tiene una orilla definida, sino que dismi-
nuye gradualmente, pero basta para los propósitos del
presente cuadro. Como cada uno de los átomos es eléctri-
camente neutro, no produce ningún campo eléctrico exte-
rior y no hay fuerzas, ya sea atractivas o repulsivas, entre
los átomos en esta etapa. En la figura 50b los átomos em-
piezan a tocarse y en la figura 50c ya se han unido.

Figura 50. Molécula de hidrógeno.

En el capítulo anterior vimos que la energía del estado


base del átomo de hidrógeno es una transacción entre la
energía potencial negativa (atractiva) y la energía cinética
positiva. Si la onda del electrón estuviera más dispersada
cubriría regiones de atracción más débil, reduciendo el po-
tencial atractivo medio, pero también la onda tendría que
contener longitudes de onda más cortas y, por consiguiente,
velocidades más altas y mayor energía cinética. Ahora bien,
si tenemos la posición c, entonces la región en que el po-
tencial es fuertemente atractivo es más grande, y por lo
tanto cada electrón tiene una mayor dispersión y para la
misma atracción puede tener una longitud de onda más
larga y por ende una menor energía cinética. Por con-
siguiente, el caso c permitiría una energía más baja.
Sin embargo, debemos recordar el principio de exclusión
de Pauli; y su efecto es muy diferente, pues depende de
que los spin de los electrones sean paralelos u opuestos.
Consideremos primero el caso de ios spin opuestos. En tal
266 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

caso, el principio de Pauli no impide que los electrones


se muevan en la misma onda o en ondas muy similares y,
por lo tanto, ambos pueden mil izar la región atractiva
que se ilustra en la figura 50c. Deducimos que, en dicho
caso, la energía de los electrones en c es más baja que en
a; en otras palabras, que la energía de los dos átomos de
hidrógeno es mucho más baja cuando están muy juntos
que cuando están muy separados, y de ahí que se atraigan
entre sí.
Pero consideremos lo que sucede cuando los spin de los
electrones son sinérgicos. En ese caiso, y de acuerdo con el
principio de Pauli, los electrones no deben moverse en la
misma onda, y en la región atractiva de 50c sólo un elec-
trón puede estar en la onda que ocupa toda la región.
Para expresar esto en otra forma, podemos decir que en
este caso debemos dividir la región en dos partes, cada
una de las cuales pertenece a uno de los dos electrones.
Esto ha sido ilustrado en la figura 50a, donde la región
atractiva ha sido dividida. Ahora bien, es evidente que
dentro de la región donde el potencial es fuertemente
atractivo, cada electrón dispone de: menos espacio que en
un átomo individual. En este caso, esperamos pues que la
energía sea más alta que en atoraos separados. De esta
manera vemos que dos átomos de hidrógeno se atraerán
mutuamente si los spin de los electrones son opuestos, y
se repelerán si los spin electrónicos; son sinérgicos.
Esto explica por qué obtenemos una fuerte atracción
sólo entre dos átomos a la vez. No podemos formar una
molécula de hidrógeno que contenga tres átomos, puesto
que sólo hay dos posibles sentidos del spin. Suponga-
mos que empezamos con una molécula normal de hidró-
geno, como en la figura 51, en la que hemos visto que los
spin del electrón deben apuntar en sentidos opuestos. Si
se acerca un átomo de hidrógeno adicional, entonces el
spin de este último debe ser paralelo al del otro electrón
en la molécula, y por lo tanto el espacio ocupado por los
dos electrones en la molécula está completamente bloquea-
do, de acuerdo con el principio de Pauli.
OTROS TIPOS DE MOLÉCULAS 267

Estas ideas concuerdan muy bien con el concepto de


valencia química, que fue introducido para describir el
comportamiento químico de los átomos. De acuerdo con
este concepto, cada átomo tiene cierto número de valen-
cias o posibles enlaces, y podemos describir los posibles
compuestos juntando un enlace de cada átomo con el de
otro. La regla puede exponerse como si cada átomo tu-
viera un número de cuerdas que colgaran hacia su exte-
rior y una molécula se formara amarrando dichas cuerdas
para unir a los átomos. Entonces, una molécula estable es
aquella en que no quedan extremos sueltos. Los químicos
escriben fórmulas en las que estas valencias o enlaces están
indicados con líneas, y una fórmula correcta debe tener el
número correcto de líneas empezando desde cada símbolo.

Figura 51. Bastan dos átomos de hidrógeno.

El hidrógeno tiene uno de estos enlaces y, en este sentido,


el símbolo para una molécula de hidrógeno es H -H. De
acuerdo con la regla, ésta es una molécula completa, sin
enlaces sueltos, y no debe ser químicamente activa. Esto
concuerda tanto con el comportamiento del hidrógeno en
la práctica, como con nuestras conclusiones derivadas de la
teoría cuántica.
Un caso más interesante es el de los compuestos del car-
bono (símbolo químico C), que tiene cuatro de dichos en-
laces, ya que el átomo de carbono tiene cuatro electrones
en la capa L. Éstos pueden moverse, en cuatro ondas
electrónicas diferentes (caracterizadas, por ejemplo, por
respec-
tivamente), y por lo tanto todos sus spin están libres para
girar en uno u otro sentido sin violar el principio de
Pauli. En consecuencia, cada uno de estos electrones puede
compartir parte de su "espacio vital" con el de otro
268 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

átomo cercano, siempre que sus spin estén debidamente


ajustados. La figura 52 ilustra el símbolo químico para el
metano, un gas que se encuentra frecuentemente en las
minas de carbón y en los pozos de petróleo y que también
está contenido en el gas de suministro comercial. En la
figura 52 se han dibujado cuatro enlaces que empiezan
desde el átomo de carbono y cada uno de los cuales se une
a otro de un átomo de hidrógeno, de modo que no quedan
extremos sueltos.
Los compuestos que contienen carbono e hidrógeno en
esta forma son de particular importancia en el campo de
la química orgánica. El nombre indica que los compuestos
de esta naturaleza ocurren en gran variedad en la inte-
gración, como también en el consumo de alimentos y des-
perdicios de los organismos vivos. No se exagera mucho
al decir que los componentes iónicos, los primeros que
discutimos, forman la base principal de la química inor-
gánica, y que los que se relacionan con electrones que
comparten su campo atractivo, forman la estructura de la
química orgánica.

Figura 52. El símbolo químico para el metano.

El hecho de que gases nobles como el helio son bas-


tante inactivos químicamente, se hace obvio de inmediato.
Un átomo de helio no pierde un electrón fácilmente, por-
que éste tendría que ser separado del nivel más bajo, K,
y tampoco acepta fácilmente un electrón adicional por-
que éste tendría que entrar en la capa L, donde prácti-
camente no quedarían fuerzas atractivas, puesto que los
dos electrones K que rodean al núcleo estrechamente, neu-
tralizarán su campo casi por completo. Así, el helio no
SÓLIDOS, METALES, LÍQUIDOS 269

puede formar compuestos iónicos, pero tampoco puede


compartir su campo atractivo con los electrones de ningún
otro átomo, puesto que ya contiene dos electrones de spin
opuesto que utilizan el campo atractivo, de acuerdo con
el principio de Pauli. En el caso de los dos átomos de helio
(o, lo mismo da, dos átomos cualesquiera de gas noble),
siempre encontramos fuerzas repulsivas cuando se acercan
mucho debido a que, al hacer que dos átomos se unan, de
hecho reducimos la cantidad de espacio disponible para
cada electrón y, por lo tanto, forzamos a los electrones a
estados de longitudes de onda más cortas y de mayor ener-
gía cinética. Lo mismo rige para el caso de iones como el
sodio y el flúor. Un ion positivo de sodio y un ion negativo
de flúor tienen los electrones en los mismos estados que
dos átomos de neón. Cuando están tan separados que las
ondas electrónicas no se juntan, la única fuerza que existe
entre ellos es la fuerza atractiva entre una carga eléctrica
negativa y otra positiva; pero cuando se acercan tanto que
las ondas electrónicas llegan a unirse, esto es contrapesado
por una fuerza repulsiva de la misma naturaleza que entre
dos átomos de neón.

7. Sólidos, metales, líquidos

Por lo tanto, estas consideraciones conducen naturalmen-


te a una comprensión de cuando menos una forma típica
de materia sólida. Consideremos una sal como la sal co-
rriente, cloruro de sodio, que, como hemos visto, consis-
te en iones positivos de sodio e iones negativos de cloro.
La difracción con rayos X muestra que deben formar un
modelo regular de iones, del que damos, un ejemplo en la
figura 53. Una parte básica de esto es un cubo, como se
ilustra en la figura, con un ion en cada esquina, dispuestos
en tal forma que dos vecinos cualesquiera son de signo
opuesto. Este cubo se repite, entonces, indefinidamente de
manera regular. Por cierto que ésta es una distribución
favorable porque en esta forma cada ion negativo está
estrechamente rodeado por seis iones positivos y viceversa,
270 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

de modo que el ion se encuentra en un campo atractivo.


Si sólo tomamos en cuenta la atracción eléctrica, toda la
estructura se desintegraría de inmediato porque la atrac-
ción tiende a acercar más y más cada átomo a sus vecinos.
Sin embargo, esto cesará cuando lo¡¡ átomos empiecen a su-
perponerse porque entonces empieza a actuar la repulsión
de las capas cerradas. El estado normal del cloruro de sodio
sólido tendrá los iones a tal distancia que las ondas del
electrón sólo empezarán a superponerse. Al darle mayor
compresión, tendríamos que vencer las fuerzas repulsivas
debidas a la superposición; al darle un mayor volumen de
expansión tendríamos que vencer la atracción eléctrica en-
tre los iones. De acuerdo con nuestro conocimiento del
tamaño de la onda del electrón en cada átomo es posible,
por lo tanto, encontrar cuál es la distancia entre los iones
y en consecuencia cuál debería ser el tamaño de una
cantidad dada de cloruro de sodio, y nuevamente encon-
tramos que este resultado es correcto. También podemos
comparar la energía de la estructura ilustrada en la figura
53 con alguna otra distribución complicada de los iones.
Dondequiera que se haya hecho esta comparación, ella
demuestra que la figura 55 da la energía más baja posible
y por lo tanto debe de ser la forma que ocurre en la na-
turaleza.
Sin embargo, éste no es el único tipo de materia sólida.
Otro tipo debe su existencia a los enlaces o valencias quí-
micas que hemos discutido en relación con las figuras
50-52. Un ejemplo típico de esto es el diamante, que es

Figura 53. Estructura del cloruro de sodio (sal corriente).


SÓLIDOS, METALES, LÍQUIDOS 271

carbono puro. Aquí, los átomos de carbono están distribui-


dos en un modelo regular y cada uno de ellos comparte
cada uno de sus cuatro enlaces con uno de sus vecinos. Un
sólido como el diamante ofrece un problema más difícil al
matemático que el cloruro de sodio, pero nuevamente
tendríamos que entrar en detalles para comprender su
comportamiento.
Hay aún otra forma interesante de materia sólida que
ocurre en metales como el sodio, el aluminio, el cobre, la
plata, etc. Todos éstos son elementos electro-positivos, es
decir, que sus átomos fácilmente pierden uno o más elecr
trones. Entonces los electrones ya no están adheridos a
átomos particulares, sino que pueden moverse libremente
a través de toda la pieza de metal, por grande que sea. El
resultado neto es que nuevamente los electrones pueden
compartir el espacio disponible. Cuando se expresa este
argumento en forma cuantitativa, los cálculos indican que
esto conduce a una atracción que mantiene firmemente
unidos a todos los átomos del metal en una pieza sólida.
Al hacer este cálculo, es necesario desde luego considerar
nuevamente al principio de exclusión. Su cumplimiento
puede ser explicado simplificando el problema lo más
posible. Ignoremos las fuerzas que actúan sobre los elec-
trones a medida que se mueven a través del metal y pasan
junto a los varios átomos (que ahora sólo consisten en los
núcleos y en sus capas cerradas de electrones), y consi-
deremos así que los electrones se mueven libremente en
una "caja" grande. Entonces cada electrón debe ser repre-
sentado por una onda de una longitud de onda tal, que
sólo cabrá en la caja o bien un número entero de ondas
o uno y medio números. Nuevamente hay un estado de
energía más baja para un electrón, para el cual la longitud
de onda es el doble que las dimensiones de la caja, y de
acuerdo con el principio de exclusión sólo dos electrones
pueden estar en ese estado. El estado siguiente es aquel
en que la longitud de onda es igual al largo de la caja, y
en éste puede haber dos electrones, y así sucesivamente.
Para encontrar el estado de movimiento de todos los elee-
COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

trones, debemos seguir ocupando codos estos estados hasta


que hayamos acomodado a todos los electrones. Como re-
sultado, los electrones más rápidos contenidos en el metal
tienen una longitud de onda aproximadamente igual a la
distancia entre dos átomos adyacentes.
Fermi y Dirac fueron los primeros que indicaron que
aun en un volumen tan grande como lo es una verdadera
pieza metálica, y aun para un número muy grande de
electrones, el principio de exclusión debe tomarse en cuen-
ta de esta manera; y el estudio estadístico de un gran nú-
mero de partículas que están sujetas al principio de ex-
clusión se conoce ahora como estadística de Fermi-Dirac.
A primera vista, es sumamente, sorprendente que se pue-
da aplicar dicho principio a este casio porque, podemos apli-
car nuestro razonamiento, digamos, a un pedazo de alam-
bre de pocos centímetros de largo, Es difícil creer que un
electrón en un extremo de este alambre no pueda tener
exactamente la misma velocidad que la de un electrón en
el otro extremo (a no ser que tuvieran spin opuestos),
porque es irrazonable que dos electrones tan separados pu-
dieran influirse mutuamente en cualquier forma. Esta
paradoja se resuelve por sí misma si recordamos el princi-
pio de incertidumbre. El conocimiento de la posición de
un electrón, aun hasta el grado de saber en qué mitad de la
pieza metálica está, necesariamente incluye cierta incerti-
dumbre respecto a su velocidad. Se puede mostrar que esta
incertidumbre es justamente la suficiente para impedir
que sepamos si el electrón está en una de las ondas que
cabe en la caja dada, o en la siguiente. Por lo tanto, en
este caso nunca se podría encontrar una violación del prin-
cipio de exclusión. En realidad, en vez de decir que las
velocidades de ambos electrones están definidas en forma
exacta y deben ser diferentes, podemos especificar el mo-
vimiento de los electrones dando su velocidad en forma
aproximada y además alguna información aproximada res-
pecto a la ubicación de cada uno de ellos. La exactitud
de estas afirmaciones debe ser tal que concuerde con el
principio de incertidumbre. En ese caso, podemos decir
SÓLIDOS, METALES, LÍQUIDOS 273

que si los electrones están en diferentes lugares, el prin-


cipio de exclusión no restringe sus velocidades. Sólo si es-
tuvieran en el mismo lugar (con la exactitud con que
hemos determinado sus posiciones), sus velocidades debe-
rían ser mensurablemente diferentes.
Este hecho —que los electrones en un metal son gober-
nados por el principio de exclusión o por la estadística
de Fermi-Dirac— resolvió uno de los mayores obstáculos
para entender el comportamiento de los metales. Debido a
la alta conductividad eléctrica de los metales, ya se había
comprendido hace mucho tiempo que éstos deben con-
tener grandes cantidades de electrones que pueden moverse
libremente de un lado a otro. Ya vimos en el Capítulo VI
que si se calienta un espacio que contiene una gran can-
tidad de partículas, su energía debe ser aumentada en
por partícula, donde k es la constante de Boltzmann
y T es la temperatura absoluta. Si el número de electrones
en un metal es comparable al número de átomos, como lo
es en la realidad, los electrones por lo tanto deberían con-
tribuir en mayor proporción al calor específico del metal;
pero, en los hechos, el calor específico de un metal es muy
aproximado al de un sólido no metálico y puede ser expli-
cado únicamente en razón del movimiento de los átomos.
La misma dificultad se presentó en "el Capítulo VI res-
pecto a los electrones dentro de cualquier átomo, pero
ahora hemos aprendido que tales electrones están restrin-
gidos a niveles de energía marcadamente definidos y, a
temperaturas ordinarias, la distancia entre tales niveles es
muchísimo mayor que Por consiguiente, el átomo sen-
cillamente no puede aceptar la cantidad de energía que
debería tener de acuerdo con la teoría cinética, si ésta
está basada en la mecánica clásica. Esto no ocurre en el
metal porque, como se trata de una caja muy grande, los
niveles sucesivos de un electrón en dicha caja están suma-
mente cercanos entre sí. Sin embargo, los electrones ocu-
pan completamente todos estos niveles de energía •hasta
un punto medianamente alto. En la figura las líneas
completas indican los niveles ocupados y las interrumpidas
274 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

los niveles vacantes. Ahora bien, si se calienta el metal, es


muy posible que cada electrón adquiera una energía adi-
cional de cerca de kT, pero sólo unos pocos electrones pue-
den sacar ventaja de esto. Un electrón que esté cerca de
la parte superior de los niveles ocupados, digamos en el es-
tado marcado A, puede pasar a un estado B si la distancia
es de aproximadamente kT. Pero, por ejemplo, el electrón
én el estado marcado C no puede ser elevado por la
misma cantidad porque esto lo llevaría a un nivel que ya
está ocupado; y para que el electrón ganara alguna ener-
gía, se necesitaría un mayor aumento de energía. Se deduce
de este argumento que sólo una fiacción muy pequeña de
los electrones, los comprendidos en la energía kT desde
la parte superior de los niveles ocupados, pueden contri-
buir al calor específico, y, en general, su número es de-
masiado pequeño para tener importancia. No obstante, en
circunstancias particularmente favorables, se puede obser-
var este calor electrónico específico.

Figura 54. Muchos electrones en una caja (Estadística de Fermi).

Éste es sólo un ejemplo tomado de la teoría cuántica


de los metales, que se ha convertido en un campo amplio
e interesante en el que la teoría cuántica ha sido utilizada
en muchas formas para ordenar una lista aparentemente
inconexa de hechos observados. Sin embargo, este campo
también contiene uno de los mayores problemas que no
ha sido resuelto y que trata del Eenómeno de la super-
SÓLIDOS, METALES, LÍQUIDOS 275

conductividad. Se ha encontrado que algunos metales pier-


den su resistencia eléctrica en forma súbita y espectacular
cuando son enfriados por debajo de cierta temperatura,
que por lo general se halla sólo a pocos grados del cero
absoluto. Cuando están a temperaturas más bajas que
ésta, su comportamiento también es distinto en otras for-
mas. Éste es uno de los pocos fenómenos en el comporta-
miento de la materia para los cuales no se ha encontrado
una explicación lo suficientemente satisfactoria, aunque en
los últimos años se han ofrecido sugerencias que por lo
menos parecen contener una parte esencial de la verdad.
Sin embargo, es muy probable que no se trate aquí de una
falla en las leyes de la teoría cuántica, sino más bien que
este problema, que necesariamente involucra la presencia
de grandes números de átomos y electrones y que depende
mucho de su interacción mutua, sea tan complicado que
todavía no hemos tenido el suficiente ingenio para en-
contrar la forma correcta de enfocarlo.
Otro problema interesante acerca de los sólidos es su
calor específico a temperaturas bajas. Hemos visto en el
Capítulo VI que el calor específico de la mayoría de los
sólidos a temperaturas ambientes y superiores es de jA
por átomo, de acuerdo con la ley de Dulong-Petit que se
derivó de la teoría cinética. Pero, a medida que estos só-
lidos son enfriados a temperaturas más bajas, el calor es-
pecífico disminuye y se aproxima a cero cuando la tem-
peratura tiende al cero absoluto. La figura 55 ilustra el
comportamiento característico del calor específico en un
sólido. Esto también puede entenderse ahora.
De acuerdo con lo expresado en el Capítulo VI, este
calor específico representa el hecho de que los átomos pue-
den vibrar alrededor de sus posiciones de equilibrio. En
el modelo regular cada átomo pertenece a cierta posición
y la fuerza de los átomos vecinos tiende a mantenerlo
allí, de modo que cuando sufra perturbaciones oscilará
alrededor de dicha posición. Ahora bien, si aplicamos la
mecánica cuántica a este problema, tenemos una situa-
ción como la ilustrada en la figura 40, y nuevamente es-
276 COMPORTAMIENTO DE LOS Ál DMOS

peramos encontrar niveles de energía definidos y precisos.


Mientras que la teoría cinética requeriría que el átomo vi-
brara, como promedio, con una energía de kT, la energía
mínima que realmente puede aceptar es aquella que lo lle-
varía al primer nivel de energía de excitación. Si ésta es mu-
cho menor que kT, es decir, a bajas temperaturas, la opor-
tunidad de tomar tal cantidad de energía es muy pequeña.

Calor
especifico

temperatura absoluta
Fieura 55. Calor especifico de un sólido.

La situación aquí es muy similar a la de la radiación


de un cuerpo negro, que ya hemos discutido en mayor de-
talle; por la razón explicada para ese caso, la energía ca-
lorífica es mucho menor que la predicha por la mecánica
clásica. Esta sencilla explicación del calor específico de los
sólidos la debemos a Einstein. El cuadro que presentamos
aquí ha sido simplificado al máximo porque he hablado
como si cada átomo se moviera independientemente de sus
vecinos. En un tratamiento preciso también deberíamos
tomar en cuenta el movimiento de todos sus vecinos. La
descripción más exacta, hecha por vez primera por Debye,
da buena cuenta de los hechos conocidos.
Hemos hablado de gases y de sólidos, pero aún no del
estado líquido. La explicación general para la fusión fue
dada en el Capítulo VI, y la teoría cuántica no altera
mucho el cuadro que ya describimos. El tratamiento ma-
SÓLIDOS, METALES, LÍQUIDOS 277

temático de los líquidos es más difícil que el de los gases


o el de los sólidos. El problema de un gas se simplifica
por el hecho de que las moléculas se mueven indepen-
dientemente una de otra la mayor parte del tiempo y sólo
chocan ocasionalmente. El problema del sólido se simpli-
fica por el hecho de que cada átomo no se mueve a mucha
distancia de su posición apropiada en el modelo regular
o celosía. Ninguna de estas afirmaciones puede ser aplicada
al líquido, y confrontamos la tarea de tener que tratar
el movimiento complicado de muchísimos átomos que con-
tinuamente tropiezan entre sí. En consecuencia, la descrip-
ción detallada del estado líquido es menos completa que
la de los gases o los sólidos.
Un caso muy excepcional de un líquido es el del helio
líquido. En nuestra descripción de los líquidos, en el Ca-
pítulo VI, habíamos atribuido la fusión, o sea la descom-
posición del modelo regularmente ordenado del sólido,
al movimiento calorífico del átomo, pero el helio se
conserva líquido hasta el cero absoluto y nunca se solidifica
a no ser que se le aplique una alta presión. Sabemos cuál
es la razón de esto. Los átomos de helio son muy livianos,
de modo que para una velocidad moderada su longitud de
onda es muy grande; las fuerzas de atracción entre ellos
son extremadamente débiles porque el helio es un gas
noble, en el que no existe ninguno de los tipos de atrac-
ción química que hemos discutido anteriormente, siendo
ésta la razón por la que el helio se conserva como gas aun
a temperaturas extremadamente bajas y sólo se condensa
a una temperatura de aproximadamente 5 grados sobre el
cero absoluto. Esto significa que una curva como la de la
figura ffoa tiene que dar una idea muy superficial de la ener-
gía potencial de un átomo de helio, y la, pequeña masa
significa que se requiere una mayor energía cinética para
que la onda se abra paso en una zona atractiva de tamaño
dado. Por lo tanto, no es sorprendente que la atracción
pueda ser insuficiente para dar un estado de enlace y que,
aun para la energía más baja posible, los átomos no se
fijen en ningún modelo regular. En otras palabras, la for-
278 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

mación de un modelo regular no la impide aquí el movi-


miento calorífico, sino la energía de punto cero. En con-
secuencia, el helio líquido es de naturaleza diferente a la de
cualquier otro líquido, y su estudio es fascinante tanto
experimental como teóricamente, pero una vez más el
problema es tan complicado que todavía se carece de un
análisis completo de su comportamiento.
Estos ejemplos deberán bastar como ilustraciones de la
manera en que la mecánica cuántica ha eliminado las difi-
cultades y ambigüedades encontradas anteriormente al tra-
tar de comprender la estructura de la materia. Por lo
que toca al comportamiento de los átomos en casi todas las
situaciones que encontramos en la vida diaria o en el la-
boratorio, las leyes que hemos descrito hasta este punto
han demostrado ser aplicables y han dado resultados que
concuerdan con la observación. Al mismo tiempo, el físico
práctico puede usarlas para desarrollar o mejorar dispo-
sitivos en los que las propiedades de la materia o de los
átomos son utilizadas para objetos prácticos o para ma-
yores mediciones.

8. Paso a través de una barrera de potencial

Para finalizar este capítulo discutiremos una aplicación


más, no por sí misma, sino porque nos ayudará a com-
prender un resultado de la mecánica cuántica que desem-
peñará un papel importante en capítulos subsiguientes.
Para referirnos a este punto retrocedamos, por un ins-
tante, al caso de una partícula que se mueve bajo una
fuerza atractiva como en el problema ilustrado en la figura
40a donde, para un caso típico, la onda del electrón fue
ilustrada en la figura 41c. Ya hemos; notado a este respec-
to que, para un movimiento con energía E, en la mecánica
de Newton la partícula tendría que estar confinada entre
los puntos A y B, ya que, fuera de estos puntos, el potencial
excedería su energía total de modo que la energía cinética
tendría que ser negativa. Ahora bien, es cierto que a la
derecha de B y a la izquierda de A la amplitud de la onda
BARRERA DE POTENCIAL 279

disminuye muy rápidamente, y, teniendo presente el sig-


nificado de la onda como probabilidad, resulta que es muy
poco probable encontrar la partícula mucho más allá de A
o B. Sin embargo, lo importante es que existe una pequeña
probabilidad de que llegue hasta allí, es decir, de que pe-
netre en una zona para la cual, en la mecánica antigua, su
energía sería insuficiente. ¿Significa esto que la ley de con-
servación de la energía no es válida en la mecánica ondula-
toria, o significa que, en realidad, la energía cinética de
una partícula puede ser negativa?
La respuesta a esta paradoja la da nuevamente el prin-
cipio de incertidumbre. No podemos aplicar la ley de
conservación de la energía a ninguna situación real mi-
diendo las energías cinética y potencial con exactitud y
sumándolas, porque para una debemos conocer la posición,
y para la otra, la velocidad de la partícula, y el principio
de incertidumbre establece que no podemos conocer ambas
cosas con exactitud. Si tratáramos de encontrar la partícula
en la zona clásicamente "prohibida" a la derecha de B,
tendríamos que determinar su posición con bastante exac-
titud (ya que no pasa mucho más allá de B), y esto reque-
riría un sistema de medición capaz de alterar la energía
de la partícula lo suficiente para que, cuando hayamos en-
contrado la partícula, ya no estemos seguros de que su
energía es en realidad menor que la energía potencial en
el punto en que ha sido hallada.
En las condiciones ilustradas en la figura 40a el pro-
blema es, por lo tanto, algo académico, pero adquiere una
forma mucho más práctica cuando el potencial excede a
la energía real de la partícula sólo en una corta distancia
y luego disminuye nuevamente. Esto nos conduce a la si-
tuación ilustrada en la figura 56, que describe un caso
en el que una cierta región repele a la partícula. Aquí
tenemos una barrera a través de la cual, en la mecánica
clásica, la partícula no podría pasar si su energía fuera
menor que la altura de la barrera, por ejemplo, si'SU ener-
gía fuera dada por la línea horizontal interrumpida de la
figura. Sin embargo, de acuerdo con la mecánica cuántica,
28θ COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

hay una pequeña probabilidad de que la partícula penetre


en la barrera y llegue al otro lado. Habiendo llegado al
otro lado, puede seguir pasando. La figura 57 ilustra una
onda que llega desde la izquierda, a la barrera indicada
en la figura 56. Como en casos anteriores, nuevamente hay
un punto B donde las energías potencial y total son iguales
y donde la curvatura de la onda está invertida. En esta
forma, la onda disminuye rápidamente como lo hiciera
a la derecha de B en la figura 41c, pero esto continúa sólo
hasta que se llega al punto A, donde el potencial otra vez
es menor que la energía total, y de ahí en adelante una
onda oscilatoria es posible nuevamente, aunque ésta es
mucho más débil que la de la izquierda. Este cuadro de-
muestra, por lo tanto, que la partícula tiene una pequeña
probabilidad de pasar a través de la barrera de potencial.
La probabilidad de que esto suceda disminuye rápida-
mente con la altura y el ancho de la barrera. Solamente es
perceptible cuando el ancho de la Ibarrera, o sea la distan-
cia desde B hasta A, no es mucho mayor que la longitud
de onda de una partícula cuya energía cinética es preci-
samente igual a la deficiencia, o sea a la altura de la ba-

Figura 56. Barrerar d<: potencial.

rrera por encima de la línea interrumpida ilustrada en la


figura 56. Si el ancho de la barrera, es decir, la distancia
desde B hasta A es precisamente igual a esta longitud de
onda, se podría apostar medio millón contra uno en con-
BARRERA DE POTENCIAL 281

tra de la posibilidad de que la partícula pasara a través


de Ja barrera; y la probabilidad disminuye rápidamente
con el aumento del ancho y de la altura. Por lo tanto,
está claro que dicha trayectoria a través de una barrera
de potencial sólo se puede considerar seriamente en la es-
cala atómica. Para objetos más grandes, cuando se trata
de longitudes de onda más cortas y distancias mayores, la
probabilidad llega a ser fantásticamente pequeña.

Figura 57. Onda en la barrera de potencial de la figura 56.

Un caso típico en que se manifiesta este proceso es la


llamada emisión fría de electrones por metales. Hemos
mencionado que un metal ordinario contiene electrones
que son responsables de su capacidad para conducir elec-
tricidad. En circunstancias normales, una fuerza atractiva
impide que estos electrones abandonen el metal, y sería
necesario realizar un trabajo en contra de esta fuerza para
arrancar un electrón. Los electrones pueden escapar si se
calienta el metal a una alta temperatura, porque entonces,
debido a su movimiento calorífico, algunos electrones pue-
den tener suficiente energía para contrarrestar la atrac-
ción. Esto se utiliza en el filamento caliente de una válvula
corriente de radio, que es calentada con el objeto de faci-
litar el escape de los electrones. Pero alternativamente, los
electrones pueden escapar si se coloca el metal en un in-
tenso campo eléctrico, por ejemplo, si se usa una de las
dos placas de un condensador, según se ilustra en la figura
/ / . La energía potencial de un electrón aparecerá entonces
como en la figura $8, que ilustra una sección a través de
la superficie del metal. A la izquierda de la superficie S la
energía potencial es constante, y un electrón que tenga
la energía indicada por la línea interrumpida puede mo-
282 COMPORTAMIENTO DE LOS ÁTOMOS

verse libremente de un lado a otro. Sin embargo, cuando


se acerca a la superficie S, la energía potencial sube rápi-
damente porque hay una fuerza atractiva que impide su
escape. En el exterior del metal el potencial disminuye
nuevamente debido al efecto del campo eléctrico atractivo,
y más allá del punto A nuevamente es posible el movi-
miento de un electrón de energía E. Aquí, otra vez, hay
una pequeña probabilidad de que el electrón pase a través
de la barrera de potencial desde S n A. Esta probabilidad
es mayor si se aplica un campo más intenso, porque la
línea que representa el potencial externo tiene mayor
inclinación y el punto A se acerca más a S. Esto reduce
el ancho de la barrera. La probabilidad también es mayor
para un metal para el cual la barrera es menos alta, es
decir, para el cual se requiere menos energía a fin de
arrancar un electrón.

Figura 58. Emisión fría d<: electrones.

Esta emisión fría ha sido objeto de cuidadoso estudio,


y la variación de la rapidez con que escapan los electrones
con la intensidad del campo concuerda con las prediccio-
nes de la teoría.
Otra forma adecuada de enfocar esta situación consiste
en expresarla en términos de la relación de incertidum-
bre entre energía y tiempo, a lo que nos referimos al final
del Capítulo VIII. Mencionamos allí que no se podía
determinar la energía con exactitud en un tiempo corto.
Por lo tanto, si la energía de la partícula, en vez de ser
constante, variara en una pequeña cantidad solamente du-
rante un tiempo corto, nunca podriíamos descubrirlo. Ex-
BARRERA DE POTENCIAL 283

presándonos burdamente, una partícula puede pedir ener-


gía "prestada", y si la cantidad t que consiguió prestada
por el tiempo t, después del cual devuelve el préstamo,
resulta menor que h, ninguna medición puede mostrar
directamente la falta de equilibrio. En este sentido, po-
demos interpretar el paso de un electrón a través de una
barrera de potencial si pensamos que el electrón pidió
prestada la cantidad de energía necesaria para pasar a tra-
vés de la barrera; si la barrera es angosta, de modo que
la trayectoria sea corta, puede devolver el préstamo con la
suficiente rapidez como para que nadie lo advierta.
Esta posibilidad de pedir energía "prestada" adquirirá
importancia en discusiones posteriores y es un argumento
correcto para todos los problemas de la mecánica cuántica.
Al discutir cambios posibles en el estado de un electrón o
de otras partículas, debemos permitir la posibilidad de
un cambio tal aun donde parezca violar la ley de conserva-
ción de la energía, siempre que este estado no dure mucho
y que las partículas puedan, después de un corto tiempo,
regresar a otro estado en que la energía pueda ser equi-
librada.
Por lo general nos referimos a un estado que sólo puede
existir por corto tiempo como estado virtual. Dichos es-
tados virtuales desempeñarán un papel más adelante.
X
ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

1. Energías negativas. Una dificultad

Al desarrollar las leyes de la mecánica cuántica en el Ca-


pítulo VIII, igualamos la cantidad de movimiento al
producto de la masa por la velocidad. Esto es correcto
en la mecánica newtoniana, pero no para altas veloci-
dades, donde debemos tomar en cuenta los refinamientos
de la relatividad. Ahora bien, para un electrón que se
mueve en un átomo liviano, por ejemplo en el hidrógeno,
esto no tiene importancia puesto que su velocidad es mu-
cho menor que la. de la luz. Vimos que la energía de enla-
ce del electrón en un átomo de hidrógeno normal es
, y se puede demostrar que la energía cinética del

electrón equivale a esto. La energía cinética también es


igual a y, por lo tanto, la velocidad media del elec-

trón es . Comparando la velocidad v del elec-

trón con la de la luz, c, tenemos

Esta cantidad es un número puro, es decir, no depende


de que midamos la velocidad en centímetros por segundo
o en kilómetros por hora, puesto que representa una ra-
zón entre dos velocidades. Si incluimos en esa expresión la
carga conocida del electrón, así como la velocidad de la luz
y la constante de Planck, el resultado es de aproximada-
mente ¼37. Vemos, por consiguiente, que la velocidad del
electrón en un átomo de hidrógeno es inferior a una
centésima parte de la velocidad de la luz, y las correcciones
debidas a la relatividad son, pues, bastante pequeñas.
Sin embargo, existen problemas de diferente naturaleza.
384
ENERGÍAS NEGATIVAS 285

Uno de ellos es el movimiento del electrón en la capa K


de un átomo pesado, v.g., de plomo, en el cual la carga
en el núcleo es 82 veces mayor que la carga de un protón.
La energía de enlace de un electrón K en el plomo es, por
lo tanto, veces mayor que la de un átomo de hidró-
geno. En consecuencia, el mismo cálculo de sería
82/137. El electrón en este caso se mueve con más de la
mitad de la velocidad de la luz y la relatividad resulta
importante.
También es posible acelerar los electrones en el labo-
ratorio a velocidades similares o más altas. De acuerdo
con las conclusiones del Capítulo VII, es fácil demostrar
que si un electrón se moviera con una velocidad aproxi-
mada a la de la luz, su energía cinética sería mayor que
donde m es su masa en reposo. Si el electrón fuera
acelerado a tal energía por un campo eléctrico, la diferen-
cia de potencial eléctrico sobre la trayectoria del elec-
trón debería ser , que resulta cercano al medio millón
de voltios. Es costumbre expresar la energía de un, elec-
trón especificando la diferencia de potencial eléctrico que
lo aceleraría a esta energía, y decimos que la energía,.de
un electrón puede ser, tantos electrón voltios o tantos mi-
llones de electrón voltios (MeV). Un electrón acelerado
a varios MeV se moverá con una velocidad aproximada a
la de la luz.
Esto se puede lograr ya sea pasando una descarga, eléc-
trica a través de un tubo vacío que contenga algunos elec-
trones y aplicando un voltaje de varios millones de voltios,
o bien por medio de dispositivos más ingeniosos que serán
mencionados en el próximo capítulo; también se encuen-
tran electrones de energía similar entre los rayos beta
de radio y de otras sustancias radiactivas. Si queremos
describir las ondas pertenecientes a dichos electrones, de-
bemos emplear la ley relativista correcta que relaciona
a la energía con la cantidad de movimiento y que era, se-
gún vimos en el Capítulo , donde
286 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

E representaba la energía, incluyendo la energía en repo-


so, y p la cantidad de movimiento. La figura 59 ilustra esta
relación.

Figura 59. Energía y cantidad de movimiento.

Aquí nos encontramos con unat dificultad peculiar. El


cuadrado de un número negativo es positivo. Puesto que
nuestra relación sólo especificó E2, podemos elegir que E
sea positiva o negativa. En otras palabras, las dos curvas
de la figura 6o son igualmente compatibles con nuestra
relación entre energía y cantidad de movimiento.
¿Podría tener, también, la rama inferior alguna rela-
ción con la realidad? Ella describe una situación en que
la energía total de una partícula libre es negativa y dismi-
nuye aún más a medida que aumenta la cantidad de movi-
miento de la partícula, o sea a medida que es acelerada.
Dicha partícula se comportaría de manera realmente muy
extraña. Se comportaría como si tuviera una masa nega-
tiva; su aceleración sería en sentido opuesto al de la fuerza
aplicada. Si tratáramos de atraerla, escaparía. Si tal elec-
trón estuviera cerca de un electrón normal, lo rechazaría,
y por lo tanto el electrón normal se alejaría, pero al mismo
tiempo la fuerza repulsiva del electrón normal haría que
esta partícula hipotética se moviera en dirección a él. En
consecuencia, ambos continuarían acelerados en el mismo
ENERGÍAS NEGATIVAS 287
sentido y la creciente energía cinética del electrón nor-
mal sería equilibrada por la gran energía negativa del
otro.

Figura 6o. Energía y cantidad de movimiento; ¿que significa


la rama inferior?

Este comportamiento es diferente a todo lo que hemos


visto hasta ahora, y si en realidad existieran tales partícu-
las, la materia nunca alcanzaría ningún estado estable,
puesto que estas partículas podrían siempre crear grandes
disturbios al empezar a moverse rápidamente y, en conse-
cuencia, liberar energía.
Ahora bien, siempre que no se trate de la mecánica
cuántica, esta dificultad no es seria. Bajo la influencia de
cualquier fuerza razonable, la energía de una partícula
sólo cambia gradualmente; por lo tanto, será imposible que
un electrón salte desde la curva superior de la figura 6o
a la curva inferior. Siempre que podamos estar seguros de
288 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

empezar sólo con electrones normales, la existencia de la


curva inferior no tiene importancia.
Pero en la mecánica cuántica las cosas son distintas. Ya
no podemos decir que la energía debe cambiar gradual-
mente, puesto que la energía no puede ser medida con
exactitud en un instante corto. En efecto, sabemos que un
átomo que sólo es capaz de niveles de energía selectos,
puede pasar de un nivel a otro con la absorción o emisión
de luz y no sabemos en detalle lo que hizo durante el trans-
curso. Por la misma razón, si en principio las leyes de la
mecánica cuántica permitieran ondas que correspondieran
a la curva inferior de la figura 6o, no debería extrañarnos
que el electrón saltara desde la curva superior a la infe-
rior, en la misma forma en que puede saltar desde un
estado de excitación al estado base del átomo de hidrógeno.
En general, la diferencia en energía se delatará en forma
de luz.
En realidad, un salto desde la curva superior a la infe-
rior de la figura 6o no podría efectuarse con la emisión
de un solo fotón, puesto que la energía de que se dispone
es siempre mayor que c veces el cambio de la cantidad de
movimiento, mientras que la energía de un fotón es sola-
mente c veces su cantidad de movimiento. Sin embargo,
es posible equilibrar la energía y la cantidad de movi-
miento para la emisión de dos fotones. Aún más, desde
cualquier estado dado en la curva superior el electrón
puede llegar a cualquier punto arbitrario en la curva infe-
rior, y esto se hace extensivo a cantidades de movimiento
infinitamente altas en uno u otro sentido. Si intentamos
calcular la probabilidad por unidad de tiempo de este
acontecimiento en cualquier instante dado, el resultado
es infinitamente grande. Esto significaría que el electrón
sólo podría permanecer en la curva superior durante un
instante infinitamente corto e inmediatamente caería a la
curva inferior. Por lo tanto, nunca veríamos electrones
normales sino solamente electrones raros, de masa ne-
gativa.
SPIN. POSITRONES 289

2. Spin. Positrones

Dirac intentó resolver esta dificultad. Con la esperanza


de encontrar una ley que sólo permitiera la curva supe-
rior de la figura 6o y no la inferior, se dispuso a buscar una
ley para las ondas electrónicas que fuera diferente a la
generalización de la ecuación de Schrodinger. A la vez,
trató de suprimir algunas dificultades matemáticas que
habían sido molestas para la interpretación de la ecuación
ondulatoria relativista.
Así, llegó a considerar la descripción del electrón en
términos de cuatro ondas en vez de una. Esto es análogo
al caso de las ondas electromagnéticas que, como vimos en
el Capítulo III, son descritas por las intensidades de los
campos eléctrico y magnético, cada uno de los cuales tiene
dirección, sentido y magnitud y por lo tanto pueden ser
especificados por sus proyecciones en tres ejes diferentes,
de modo que una onda electromagnética es especificada
en forma total sólo por seis números.
Las consecuencias de este nueva ecuación ondulatoria
cuádruple fueron de gran interés. Resultó que también
daban al electrón además del momento'de la cantidad
de movimiento debido a su movimiento, un momento de
la cantidad de movimiento adicional que podía ser de me-
dia unidad o menos de media alrededor de algún eje.
En esta forma se comprobó que el spin del electrón
cabía normalmente en este cuadro relativista. Además,
también resultó que la acción magnética de este spin era
doblemente eficaz que la del movimiento, de modo que
la acción magnética de un spin con media unidad de mo-
mento de la cantidad de movimiento es tan grande como
la debida a un electrón que gira en una órbita con una
unidad. Ya en el Capítulo IX habíamos tomado nota de
esto como un hecho experimental.
Es evidente ahora que esta ecuación ondulatoria cuá-
druple da una descripción mucho más natural del elec-
trón, y estudios adicionales han demostrado que la disper-
sión de rayos X por electrones rápidos (el efecto Compton
290 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAJ

del Capítulo VIII), la expulsión de electro íes de los áto-


mos por medio de rayos X o rayos gan a (el efecto foto-
eléctrico a alta energía), la desviación de electrones rápi-
dos por los átomos y muchos otros fenómenos, resultaron
de la ecuación de Dirac en completo acuerdo con los ex-
perimentos.
Pareció, por un tiempo, que la ecuación de Dirac era la
única forma consecuente de describir una partícula car-
gada. Si hubiera sido así, podríamos haber pronosticado
que el electrón debe tener un spin, aunque nunca lo hu-
biéramos notado. Ahora sabemos que este juicio es inco-
rrecto. Es posible utilizar la ecuación ondulatoria para par-
tículas sin spin y, como veremos en el Capítulo XII, exis-
ten partículas cargadas sin spin.
Sin embargo, aún existía la dificultad respecto a estados
de energía negativa. Al igual que la. sencilla ecuación ondu-
latoria, la ecuación de Dirac también admite energías que
corresponden tanto a la curva superior como a la curva
inferior de la figura 6o. Mientras persistió esta dificultad,
era evidente que faltaba una pista vital.
Dirac reconoció, entonces, que el principio de exclusión
de Pauli podría ayudarnos a subsanar la dificultad. Un
electrón podría saltar a un lugar sobre la curva inferior
sólo si este lugar no estaba ya ocupado por dos electrones
con spin opuestos. ¿Qué sucedería si todos estos estados
estuvieran ocupados en forma normal? Por supuesto que
esta osada sugerencia implica que el espacio vacío está
lleno de tales electrones en estado de energía negativa y,
en realidad, su densidad debería ser aún infinitamente
grande puesto que estos electrones pueden tener un nú-
mero infinito de cantidades de movimiento. Por lo tanto,
podríamos esperar una densidad infinita de carga eléctrica
negativa, lo cual no tendría sentido. Pero supongamos que
esta densidad de carga negativa es contrarrestada, en algu-
na forma, por una densidad de carga positiva debida a
alguna otra causa, de modo que todavía no hay campos
eléctricos en el espacio vacío a pesar de todos estos electro-
nes hipotéticos, y que la carga real solamente es causada
SPIN. POSITRONES 291

por desviaciones de esta situación. Entonces, no sería fácil


la presencia de estos electrones en estados de energía ne-
gativa. Vimos que, en principio, existía la posibilidad de
que un electrón saltara desde la curva superior a la infe-
rior si había un estado vacante y si se disponía de la ener-
gía y de la cantidad de movimiento necesarias. Debería ser
igualmente posible que uno de estos electrones hipotéticos
saltara de la curva inferior a la superior, que normalmen-
te está vacante, si pudiera recibir la energía y cantidad de
movimiento necesarias.
Del mismo modo que el salto hacia abajo podría reali-
zarse con la emisión de dos fotones, un electrón podría ser
elevado por la absorción de dos fotones. Pero en cir-
cunstancias corrientes, nunca tenemos suficiente cantidad
de cuantos de luz de alta energía presentes como para que
existiera una oportunidad razonable de que dos de éstos
fueran absorbidos conjuntamente. Otro mecanismo es que
un cuanto de luz pase cerca de un átomo pesado, con su
campo eléctrico intenso. En este caso, basta un fotón para
elevar un electrón. La figura 61 ilustra este caso en
forma esquemática. Después del salto, tenemos ahora un
electrón en la curva superior y también una vacante en
la curva inferior. ¿Qué significa esta vacante? Puesto que
supusimos que la carga negativa de todos los electrones en
la curva inferior estaba contrarrestada, la ausencia de uno
de ellos representaría la ausencia de carga negativa, y eso
es lo mismo que carga positiva. La ausencia de una partí-
cula con energía negativa significa que la energía ha sido
aumentada y si la vacante u "orificio" está en un estado
con mayor cantidad de movimiento, de modo que el elec-
trón que originalmente estaba ahí tiene una gran energía
negativa, entonces tendría que haberse utilizado más ener-
gía para crear esta vacante. Por lo tanto, la energía de un
orificio aumenta con el aumento de su cantidad de movi-
miento.
Vemos, pues, que estos orificios se comportan en todo
sentido como electrones con energía positiva y con carga
eléctrica positiva. Si el cuadro es correcto debemos es-
292 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

perar, por lo tanto, que en la naturaleza existan, además


de electrones corrientes, electrones positivos que, excepto
por lo que se refiere al signo de su carga, se comportan
en todo sentido como electrones.

Figura 61. Creación de un par.

Hemos visto que un fotón que pasa por un átomo pe-


sado debe ser capaz de producir la transición bosquejada
en la figura 61, o sea producir un par de electrones, uno
positivo y el otro negativo. La energía mínima que debe
tener el cuanto de luz a este fin equivale al salto desde
el punto más alto en la curva inferior al punto más bajo
en la curva superior, y esto es o aproximadamente
1 MeV.
En forma inversa, si hay un encuentro entre un electrón
y un electrón positivo, que en términos de nuestro cua-
dro significa relámeme un electrón en la curva superior
SPIN. POSITRONES 293

y un orificio en la curva inferior, entonces el electrón


puede caer en este orificio y habremos vuelto al estado
normal de espacio vacío. Esto puede suceder ya sea cerca
de un átomo con la emisión de un fotón o, si el encuen-
tro entre el electrón y el orificio se realiza en el espacio
libre, con la emisión de dos fotones. Si los dos electrones
se mueven muy lentamente, los dos fotones tienen una
cantidad de movimiento opuesta e igual, es decir, salen
en sentidos opuestos, cada uno con la misma energía
de cerca de medio millón de electrón voltios.
Estas ideas fueron confirmadas cuando el electrón posi-
tivo fue descubierto en el laboratorio. Si rayos gama de
más de i MeV de energía pasan a través de una hoja
delgada de, digamos, plomo, en un tubo de vacío, se ob-
serva cómo emergen los electrones de la hoja, algunos de
los cuales son desviados por un campo magnético en un
sentido y otros en el sentido opuesto, de modo que
se deduce que algunos tienen una carga eléctrica positi-
va. Si los electrones positivos son detenidos en la materia,
se observa cómo emergen rayos gama del lugar donde se
detuvieron, y se ha descubierto que estos rayos gama tie-
nen energías de i/% MeV cada uno. Se pueden utilizar con-
tadores modernos que reaccionan con un fotón para pro-
bar que siempre son dos los cuantos de luz que salen a la
vez en sentidos opuestos.
Por sí mismos, estos electrones positivos o positrones,
como ahora se les llama, se comportan precisamente como
electrones negativos, pero no perduran mucho en la ma-
teria porque hay demasiados electrones negativos con los
que pueden unirse y ser aniquilados, convirtiéndose su
energía en radiación. Por lo tanto, no es sorprendente que
normalmente no se les encuentre, excepto donde hay ra-
diaciones de alta energía capaz de producirlos.
Efectivamente, si imagináramos un estado de cosas en
el que hubieran grandes cantidades de electrones positivos
y negativos, pero con un pequeño exceso de una cíase de
ellos, entonces, siempre que hubiera un encuentro entre
dos de clase opuesta, serían aniquilados y reemplazados
294 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

por radiación hasta que, finalmente, sólo quedarían elec-


trones de una clase, o sea un caso extremo de la regla
de la mayoría.
Un aspecto interesante de la creación y aniquilamiento
de pares de electrones es que confirma la idea de Einstein
respecto a la equivalencia de masa y energía, en el sen-
tido de que en este caso la masa en reposo de las par-
tículas también se transforma en otra clase de energía.
Si un positrón de movimiento lento se encuentra con
un electrón, ambos pueden, bajo la. influencia de su atrac-
ción eléctrica, empezar a girar uno alrededor del otro
antes de su aniquilamiento. Durante este tiempo forman,
entonces, un átomo como el del hidrógeno, excepto que
el protón es reemplazado por un positrón que tiene la
misma masa que el electrón. En vez de que el electrón
gire alrededor de la partícula más pesada, ambos girarán
alrededor de su centro de gravedad. Esta combinación
que, naturalmente, sólo puede existir por un instante muy
corto, se llama un átomo de positronio. A pesar de
su corta vida, se tuvo éxito en probar, por medio de há-
biles experimentos, no sólo su existencia y duración de
ésta, sino también en determinar con bastante detalle sus
niveles de energía.
A pesar de todos los éxitos de la teoría del "orificio" de
los positrones, se podría decir que el modelo de una den-
sidad infinita de electrones en estados de energía nega-
tivos no es muy satisfactorio. Sin embargo, la razón es
que este modelo sólo se utiliza para ayudarnos a enfocar
el problema en la forma correcta. Cuando describimos en
detalle una situación que incluye electrones y positrones,
en realidad no tenemos que introducir en lo absoluto di-
chos electrones en estados negativos, sino solamente espe-
cificar cuántos "orificios" o positrones hay y cómo se
mueven. Lo importante es que tenemos leyes para des-
cribir estas partículas, que no predicen ninguna transi-
ción de un electrón o positrón a un estado del comporta-
miento irrazonable que anteriormente hemos discutido.
Antes al contrario, las leyes predicen la posibilidad de la
FUERZAS A ALTAS VELOCIDADES 295

creación y aniquilamiento de pares. Sin estos procesos


sobre los pares, no habría sido posible suprimir el tipo
irrazonable de transiciones, y el modelo sencillo de la
figura 61 ayuda a explicar cómo sucede esto.

3. Fuerzas a altas velocidades. Más dificultades

Vemos, en consecuencia, cómo la onda cuádruple de Dirac


puede dar cuenta del movimiento de electrones o positro-
nes y del movimiento de cualquiera de ellos en un cam-
po de fuerza estático. Pero nos encontramos con nuevos
problemas cuando tratamos de explicar la interacción
entre electrones que se mueven casi tan rápidamente
como la luz. Es importante recordar entonces que el cam-
po electromagnético que transmite las fuerzas desde una
partícula a otra produce disturbios sólo con la velocidad
de la luz, y si las partículas se mueven rápidamente, una
de éstas no experimentará la fuerza de la otra desde su po-
sición actual, sino desde donde estaba poco antes, en la
misma forma que si observamos el vuelo de un avión
rápido sentimos que el sonido viene desde un punto más
lejano que desde donde se encuentra el avión, o sea donde
estaba cuando emitió el sonido que ahora escuchamos.
Esta demora se conoce como la "retardación" de la fuer-
za, y para que pueda ser incluida en las leyes cuánticas
también debemos aplicar la teoría cuántica al campo elec-
tromagnético, o sea que debemos describirla en términos
de fotones.
Entonces, la fuerza de una partícula cargada sobre otra
se produce de la siguiente manera: una de las partículas
puede emitir uno o más fotones que pueden ser absorbi-
dos por la otra. Ahora bien, para la emisión de fotones
se requiere energía, y puede ser que las partículas no dis-
pongan de mucha energía sobrante, como por ejemplo
cuando casi están en reposo. Pero aquí podemos aplicar
la observación que hicimos al final del Capítulo IX: De
acuerdo con la mecánica cuántica se puede pedir energía
"prestada" durante instantes cortos o para distancias cor-
296 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

tas. Por lo tanto, si las dos cargas están muy cerca una de
la otra, entonces es posible conseguir prestada la energía
suficiente para producir fotones de longitudes de onda
largas o cortas, porque, como el fotón será reabsorbido
casi inmediatamente, el préstamo puede ser devuelto sin
demora. Por otra parte, si las partículas están más sepa-
radas entre sí, sólo se pueden conseguir prestadas canti-
dades más pequeñas de energía, y sólo tomarán parte los
fotones de longitud de onda más grande. Nos referimos a
fotones "virtuales" para distinguir estas partículas que exis-
ten "a crédito" de las verdaderas, que pueden escaparse.
En esta forma, se puede usar la teoría cuántica del cam-
po electromagnético para obtener la ley de Coulomb entre
cargas estacionarias, pero el mismo razonamiento puede
ser aplicado al caso más complicado de cargas en movi-
miento rápido. Las leyes sobre lia "virtual" emisión y
absorción de fotones que se requieren para este propósito,
son exactamente iguales a las que se necesitan cuando se
trata de la emisión y absorción reales de luz por átomos,
que mencionamos anteriormente.
En este punto aparece una nueva dificultad. Aun una
sola partícula puede emitir y reabsorber fotones. Puesto
que no hay problema de distancia, no se presenta el pro-
blema de un instante mínimo para el préstamo y por lo
tanto no hay, en realidad, límite alguno para la energía
de los fotones que una partícula puede emitir y reabsor-
ber. Si se suman todas estas posibilidades, el resultado
significaría un cambio infinito en la energía de la par-
tícula, generalmente descrito comí» su energía propia.
Esta dificultad no es inesperada. Aun desde el punto
de vista del Capítulo III, donde habíamos visto que la
densidad de energía del campo eléctrico es proporcional
al cuadrado de su intensidad, la energía del campo eléc-
trico cerca de una carga puntual sería infinitamente gran-
de. En efecto, si una carga e es esparcida sobre una pe-
queña esfera de radio a, se puede calcular que la energía
total contenida en el campo eléctrico es . Si reducimos
FUERZAS A ALTAS VELOCIDADES 297

el tamaño de la esfera, es decir, si hacemos que a sea muy


pequeña, entonces la energía eléctrica se vuelve extremada-
mente grande. Por consiguiente, no es sorprendente que la
teoría prediga una energía infinita en el campo que rodea
a una partícula cuya carga está concentrada en un punto.
Esta dificultad era conocida mucho antes que la me-
cánica cuántica, y la forma más natural de evitarla sería
considerando al electrón, no como un punto matemático,
sino como dotado de un tamaño finito. Tales ideas fueron
discutidas en particular por H. A. Lorentz, quien se hizo
famoso con su trabajo que preparó el terreno para la teoría
de la relatividad así como para el estudio del comporta-
miento de los electrones.
Sin embargo, también es difícil mantener esta idea so-
bre un electrón con extensión, y ésta es la razón por la cual
la relatividad no admite la posibilidad de cuerpos perfec-
tamente rígidos. Es fácil comprender la razón. Suponga-
mos que damos un fuerte golpe en un extremo de un
cuerpo rígido; entonces, como éste no puede ceder, su
otro extremo debe empezar a moverse de inmediato y,
en consecuencia, el golpe es transmitido desde un extremo
al otro en forma instantánea. Pero si este proceso es ob-
servado por otro observador que se mueve a alta veloci-
dad, entonces, de acuerdo con las leyes de tranformación
de Lorentz mencionadas en el Capítulo VII, el extremo
distante empezaría a moverse antes de que ocurriera el
golpe, de suerte que parecería que el efecto precedía a
la causa, lo cual es irrazonable. En efecto, es esencial en
las leyes de la relatividad la imposibilidad de que cual-
quier perturbación sea transmitida con una velocidad
mayor que la de la luz. Por otra parte, si el extremo cer-
cano del cuerpo puede moverse antes de que el extremo
distante empiece a hacerlo, entonces el cuerpo tiene que
ser por lo menos ligeramente compresible. Éste es el caso
para todos los cuerpos sólidos que se conocen, v. g., para
una barra de acero. Si golpeamos con un martillo un ex-
tremo de un barra de acero, ésta cederá ligeramente y
transcurrirá un breve tiempo antes de que esta compre-
298 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

sión viaje al otro extremo de la barra. La velocidad con


que esto sucede es la del sonido en el acero, que es del
orden de algunos millares de metros por segundo. Esto es
muy rápido para propósitos prácticos, pero todavía extre-
madamente lento en comparación con la velocidad de la
luz.
Esta consideración explica por qué es difícil describir
el comportamiento de cuerpos absolutamente rígidos sin
violar el principio de la relatividad. Todos los intentos
más recientes para considerar al electrón rígido pero con
extensión finita han fracasado, aunque, aun hoy, pocas
personas tendrían la certeza de que no puede haberse
omitido alguna posibilidad razonable.
Una alternativa obvia sería la de suponer que, en rea-
lidad, el electrón es compresible. Cualquier cuerpo com-
presible puede tener vibración interna. En el caso de
una barra de acero, esto se hace evidente al golpearla con
un martillo, lo cual produce una resonancia, que es siem-
pre el resultado de la vibración. Similarmente, si un elec-
trón es golpeado, como en el caso de una colisión con
otra partícula, es de esperarse entonces que entre en
vibración y que, por ende, puedat llevar otras energías
además de la energía cinética de su movimiento. Esto se
revelaría en los experimentos mediante la existencia de
estados de excitación del electrón, en igual forma que la
posibilidad de movimiento interno en un átomo es respon-
sable de los estados de excitación de los átomos. En el ex-
tenso estudio de las colisiones de electrones a energías muy
altas, jamás se ha encontrado evidencia alguna de tales es-
tados de excitación. Puede ser que existan a energías aún
más altas que las utilizadas hasta ahora. Pero mientras no
sepamos nada sobre la naturaleza de tales estados de exci-
tación, su introducción sería muy especulativa.
En realidad, como ninguno de los experimentos reali-
zados hasta ahora sobre los electrones ha mostrado carac-
terísticas que indiquen alguna clase de estructura interna
de un electrón, sigue siendo muy dudoso si el problema de
la estructura interna del electrón tiene algún significado
DESPLAZAMIENTO DE LAMB 299

razonable, es decir, si alguna vez podrá ser asociado con


cualquier observación real de su comportamiento.

4. Métodos nuevos. Desplazamiento de Lamb

Por mucho tiempo pareció que no se podrían hacer ma-


yores progresos en la teoría del electrón mientras estos
problemas no tuvieran una solución, ya que cualquier
descripción detallada de la interacción de los electrones a
través del campo electromagnético siempre conducía a un
sinnúmero de soluciones relacionadas con el hecho de que
el contenido de energía del campo alrededor de una carga
puntual es infinitamente grande. Sin embargo, al finalizar
la mitad del siglo, se produjo un nuevo avance que
demostró que, a pesar de esta dificultad, se podrían obtener
mayores datos. Para comprender esto, consideremos nueva-
mente y por un instante el caso de un electrón pequeño
pero finito, no obstante el hecho de que, como ya he men-
cionado, un modelo tal es incompatible con lo estipulado
por la relatividad. Entonces debemos esperar que, si tal
electrón está en reposo, estará rodeado por su campo elec-
tromagnético, y en consecuencia tendríamos que sumar la
energía de campo a la energía en reposo del electrón
donde es su masa en reposo. Debido a la equivalencia
entre masa y energía, aumentar la energía es lo mismo que
aumentar la masa y, por lo tanto, el electrón y el campo
tendrán en conjunto una masa
es la energía de campo dividida entre
Ahora bien, lo importante es que siempre que vemos
un electrón, éste está acompañado por su campo y, por lo
tanto, la masa total debe ser igualada a su masa real
observada. Esta masa real puede ser medida y es co-
nocida, mientras que las partes separadas son
desconocidas y puede ser que ni siquiera tengan un signi-
ficado físico bien definido. Si ahora reducimos el radio del
electrón, la parte del campo aumenta, como hemos
visto. Puesto que se conoce el total, esto significa que
debemos suponer que sea más pequeña mientras más
300 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

pequeño sea el radio del electrón. Si suponemos que el radio


es muy pequeño, la masa electromagnética m', puede exce-
der la masa real de un electrón real y entonces debe
suponerse que la masa "mecánica" sea negativa. Como
ya hemos visto antes, una partícula de masa negativa es,
por sí misma, algo muy extraño, pero ninguna consecuen-
cia irrazonable surgiría si la partícula está siempre unida
a un campo electromagnético, de modo que la masa total
sea positiva.
Por lo tanto, tratamos de describir el comportamiento
del electrón, no en términos de su masa mecánica m0 y su
masa electromagnética m', sino en términos de la masa
total m1. Se podría esperar, entonces, que esto siguiera
siendo válido aun cuando llegáramos al extremo de con-
siderar una carga puntual; aunque para ésta m', debe
ser infinita y, por ende, m0 infinitamente negativa.
Recordemos que la masa electromagnética, m', está re-
lacionada con la energía del campe» electromagnético alre-
dedor del electrón, lo cual, como hemos visto, está des-
crito en la mecánica cuántica mediante la posibilidad
de que el electrón pida energía 'prestada" para emitir
cuantos de luz durante períodos breves y para reabsorber-
los. Consideremos ahora a dicho electrón moviéndose en
la vecindad de un centro de fuerzas, por ejemplo, en un
átomo de hidrógeno. Entonces, en el lapso entre la emi-
sión y la reabsorción de un fotón, el electrón puede haber
cambiado su velocidad bajo la influencia de la fuerza apli-
cada. Por lo tanto, el proceso de emisión y reabsorción de
fotones, y por ende la masa electromagnética m'', cambia
debido a la presencia de las fuerzas. Pero este cambio
afectará, principalmente, a los fotones de larga longitud
de onda, porque los fotones de onda corta requieren una
alta energía y, de acuerdo con la relación de incertidum-
bre, sólo puede existir por un instante muy corto, durante
el cual la fuerza externa no puede haber dado mucha
aceleración al electrón. Mientras que la masa electromag-
nética total m', es infinitamente grande para un electrón
puntual, debido al efecto de los fotones de ondas muy
DESPLAZAMIENTO DE LAMB 301

cortas, la cantidad en que cambia en la vecindad de un


centro de fuerzas es en consecuencia finita aun para
un electrón puntual.
De tales consideraciones deriva una pequeña corrección
a los niveles de energía del átomo de hidrógeno. Éste di-
fiere desde un nivel a otro porque depende de la proba-
bilidad de que el electrón se acerque al protón, lo cual
es diferente para los distintos estados.
Es interesante tomar nota de que todo este desarrollo
no empezó como una especulación abstracta, sino que tuvo
como incentivo el descubrimiento de anomalías inexpli-
cables en los niveles del hidrógeno. Éstos habían sido me-
didos utilizando una nueva técnica experimental desarro-
llada por Lamb y sus colaboradores en la Universidad de
Columbia, Nueva York.
Para poder apreciar lo delicado del problema desde el
punto de vista experimental, debemos referirnos a los
niveles de energía del átomo de hidrógeno como, por ejem-
plo, en la figura 49. En ella discutimos las soluciones de
la ecuación no relativista de Schrödinger, en la cual la
energía simplemente dependía del número n, que era 1
para el estado base y 2 para el primer estado de excitación.
Para n = 2 hay, como hemos visto, dos diferentes clases
de movimiento del electrón: uno sin momento de la can-
tidad de movimiento, y el otro con un momento de la
cantidad de movimiento de una unidad. En el hidrógeno,
éstos deben tener exactamente la misma energía, que es
aproximadamente 10 electrón voltios mayor que la del
estado base. Este tratamiento no toma en cuenta el spin
del electrón. En realidad, debido al spin, la energía del
estado con una unidad de momento de la cantidad de mo-
vimiento es ligeramente diferente, y depende de que el
movimiento de rotación del electrón sea en el mismo sen-
tido que su revolución en la órbita o en el sentido opuesto.
La diferencia, la llamada estructura fina de los niveles del
hidrógeno, puede ser calculada con la ecuación de Dirac,
puesto que, como ya habíamos visto anteriormente en este
capítulo, ésta da un tratamiento adecuado del spin. En-
302 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

contramos una diferencia de aproximadamente 1/200000


de un electrón voltio. En el pasado, esta diferencia había
sido descubierta por medio de la presencia de dos líneas
adyacentes muy unidas en el espectro del hidrógeno. Está
claro que es necesario realizar un trabajo espectroscópico
muy cuidadoso para mostrar, y más aún para medir, la
pequeña separación entre estas líneas.
El nuevo método consistió en observar directamente la
transición entre dos niveles adyacentes tan cercanos. Como
entonces la diferencia de energía es tan pequeña, la fre-
cuencia de los cuantos de luz absorbidos en la transición
es respectivamente pequeña. En realidad, aquí no se trata
de luz en el sentido común, sino de ondas cortas de radio
de una longitud de onda del orden de 20 cm. Durante la
guerra hubo un gran desarrollo de equipos para producir
dichas microndas, debido a su relación con el trabajo
realizado por el radar. Tardaríamos mucho en analizar el
experimento en detalle. Por medio de dichas ondas de
radio fue posible producir la transición entre los dos ni-
veles del hidrógeno. La frecuencia con la cual esto ocurre
da entonces, directamente, la energía de los fotones que
ocasionan la transición y, por ende, la diferencia de ener-
gía. Esto no concordó con lo que se esperaba, puesto que
los dos estados de referencia deberían haber tenido exac-
tamente la misma energía, y los físicos empezaron a ex-
trañarse sobre la causa de esta discrepancia.
Esta contradicción condujo a nuevos estudios sobre la
manera en que el campo eléctrico de un electrón reacciona
contra su movimiento, y el desarrollo de los nuevos mé-
todos que ya he descrito se debe en gran parte a este in-
centivo. De acuerdo con estos nuevos métodos fue posible
entonces calcular en forma precisa la diferencia de energía,
y los resultados concuerdan con los experimentos más
exactos en una razón de varias partes en 10 000, lo que
representa un notable tributo tanto a la experimentación
como a los cálculos.
Poco después fue descubierto un efecto sutil muy si-
milar: se encontró que el campo magnético de un electrón
DESPLAZAMIENTO DE LAMB 303

en rotación difería en aproximadamente tres partes en un


millar de lo que estipulaba la sencilla ecuación ondula-
toria de Dirac, y Schwinger también explicó esto en
términos de la producción y absorción virtual de fotones.
La confirmación muy exacta de la teoría en esté y én
otros ensayos sugiere que nuestro sistema actual de enfocar
el problema de un electrón con su propio campo es correc-
to. No obstante, parece probable que por lo menos la for-
ma en que estas leyes han sido expresadas hasta aquí aún
no es definitiva, porque, como hemos visto, éstas parece-
rían anticipar resultados infinitos para la energía propia
de un electrón, los •cuales serían anulados con sólo suponer
una masa mecánica infinitamente negativa. Puede ser que
cualquier división semejante entre masa mecánica y elec-
tromagnética no tenga significado alguno, y que las mis-
mas leyes puedan ser expresadas en una manera en que
no aparezcan las dos partes de la masa. Podríamos imaginar
que dicha reformulación aún podría darnos exactamente
los mismos resultados que el procedimiento actual. Pero
esto aún está por verse.
Es importante hacer hincapié en que las complicaciones
que surgen de la interacción de un electrón con su propio
campo sólo dan lugar a correcciones muy pequeñas y que,
para ser advertidas, requieren experimentos muy exactos.
La razón para esto es que la importancia de este campo

propio está regida por el número (donde e es la


carga del electrón, h la constante de Planck y c la veloci-
dad de la luz) que, como ya hemos visto, es un número
muy pequeño, . Por ejemplo, este número aparece
cuando calculamos la probabilidad de emisión de luz en un
átomo excitado. Resulta que la probabilidad de emisión
de un fotón durante un lapso tan grande como un período
de revolución del electrón en el estado de excitación, es

de aproximadamente donde v es la velocidad


304 ELECTRONES DE ALTA VELOCIDAD

del electrón. Vimos que para el hidrógeno y para electrones

de energía similar en otros átomos, es nuevamente al-

rededor de . De ahí que el electrón tenga, en cada


revolución, sólo una oporutnidad en de emitir un
fotón; en promedio, se requerirán cerca de revolu-
ciones antes de que caiga, por medio de la emisión de
luz, a un estado inferior. Esto significa que podemos tratar
el movimiento del electrón, en forma muy aproximada,
como si no existiera la posibilidad de emitir luz. El mismo
número aparece nuevamente en el problema de emisión
y absorción virtual de fotones, de modo que, en el primer
caso, las correcciones debidas a dicha emisión y absorción
son absolutamente pequeñas. Aún más, al discutir estas
correcciones, podemos hacer caso omiso de la muy peque-
ña probabilidad de que un electrón emitiera un segundo
fotón antes de que el primero haya, sido reabsorbido, y así
sólo considerar un fotón a la vez. Las correcciones debidas
a la presencia simultánea de dos o más fotones represen-
tan, a lo sumo, el 1 por ciento de aquellas debidas a un
fotón.
El hecho de que la constante de estructura fina
sea tan pequeña, nos da, por lo tanto, una gran
ayuda para estudiar los problemas del electrón. En el Ca-
pítulo XII encontraremos una situación similar en la que,
sin embargo, el número correspondiente no es tan peque-
ño, y esto da lugar a dificultades que al presente causan
un serio retraso en el desarrollo del problema.
XI
EL NÚCLEO ATÓMICO

1. Radiactividad. Desintegración alfa

En todos los capítulos anteriores, nuestro propósito ha


sido encontrar las leyes de la naturaleza que rigen el com-
portamiento de objetos y de sustancias que se nos presen-
tan en la vida práctica. La búsqueda de estas leyes nos
ha dado a conocer la existencia de los átomos y nos ha
conducido al estudio de su estructura interna y de su
comportamiento. Las leyes de la mecánica cuántica, junto
con las antiguas leyes de la mecánica, de la electricidad
y del magnetismo, hicieron posible deducir todas las carac-
terísticas de los átomos partiendo del conocimiento de que
cada átomo contiene un núcleo con carga eléctrica po-
sitiva y que, normalmente, ésta sería compensada por la
carga negativa de los electrones que lo rodean. En esta
forma se logró describir a los átomos y, por ende, también
a la materia compuesta de átomos, en casi todos los deta-
lles. Esto no sólo nos permite comprender lo que sucede
en la materia ordinaria, sino también emplear nuestro
conocimiento para hacer uso de la materia para fines
prácticos.
Ahora podemos comprender por qué algunas sustancias
son pesadas y otras livianas, por qué algunas sustancias se
corroen fácilmente bajo la acción de productos químicos
y por qué algunas son estables, algunas duras y otras blan-
das. Sabemos por qué y cómo los metales conducen elec-
tricidad y por qué algunas sustancias son buenas conducto-
ras de calor, por qué algunas sales tienen color y otras
tienen un brillo de varios colores al. ser expuestas a la
invisible luz ultravioleta.
Sin embargo, algunos problemas no han sido resueltos.
El más evidente se refiere al núcleo del átomo. ¿Cuáles
son las diferencias entre los núcleos de aproximadamente
3°5
306 EL NÚCLEO ATÓMICO

92 clases distintas de elementos conocidos en la natura-


leza? ¿Cómo podemos explicar sus diferencias en peso,
es decir, por qué es el núcleo del oxígeno y por lo tanto
también el átomo del oxígeno, cerca de 16 veces más
pesado que el del hidrógeno y por qué pesa un átomo
de plomo más de 200 veces lo que uno de hidrógeno?
Estas preguntas nos llevaron naturalmente al estudio de
lo que sucede dentro del núcleo atómico. Ellas forman
parte de nuestra búsqueda de las leyes básicas de la na-
turaleza y deben ser contestadas antes de que podamos
afirmar que nuestra descripción del comportamiento de la
materia es completa. Sin embargo, en general, no ayuda-
rán a explicarnos cómo se comporta la materia en circuns-
tancias ordinarias. Podría pensarse que no nos ayudarán
a utilizar las leyes de la naturaleza para fines prácticos
puesto que, en todas las ideas prácticas del físico, del quí-
mico o del ingeniero, el núcleo atómico simplemente
juega el papel de una pieza fija e inalterable que, después
de cualquier proceso químico o cambio de temperatura,
después de cualquier tratamiento mecánico o cualquier
cambio eléctrico o magnético, permanece igual que antes.
Por lo tanto, el estudio del núcleo atómico se realizó
simplemente para satisfacer la curiosidad intelectual, pero,
como será del conocimiento del lector, resultó que había
circunstancias especiales en que era posible liberar gran-
des cantidades de energía de los núcleos atómicos. Por
medio del descubrimiento de lo que ahora se conoce como
energía atómica, el conocimiento de la estructura nu-
clear resultó tener, después de todo, consecuencias prácti-
cas de largo alcance.
A pesar de esta excepción, es verdad que en el estudio
del núcleo nos referimos a hechos que normalmente no se
manifiestan por medio de su efecto sobre nuestra expe-
riencia diaria. Al referirnos a los átomos, podíamos ilustrar
nuestras conclusiones en términos de la fusión del hielo
o de la ebullición del agua, de la acción de un imán o del
color de un tubo de neón. Los problemas del núcleo sólo
surgen en la experiencia del físico, con sus dispositivos
RADIACTIVIDAD. DESINTEGRACIÓN ALFA 307

especializados para hacer pruebas sobre el núcleo. El des-


cubrimiento de la energía atómica realmente no altera
esta posición, puesto que esperamos que ni el funciona-
miento de una planta de energía atómica ni la explosión
de una bomba atómica formarán parte, ni en un futuro
inmediato ni nunca, de nuestra experiencia común.
Por consiguiente, en este capítulo, más que en los an-
teriores, será necesario dar alguna indicación de los ex-
perimentos reales de los cuales han derivado nuestras
ideas sobre el núcleo, y referirnos a los dispositivos para
producir y descubrir partículas muy veloces, cuyo rápido
desarrollo en los últimos veinticinco años ha hecho posible
el estudio del núcleo.
Los comienzos de la física nuclear están relacionados con
la radiactividad. En el Capítulo V ya nos hemos referido
al radio, al uranio y a otros elementos extraídos de los
minerales que emiten tres clases de radiaciones, particular-
mente los rayos alfa utilizados por Rutherford en su
trabajo sobre la estructura del átomo. Vimos que los rayos
alfa eran torrentes de partículas con carga positiva, cuya
masa y carga eran iguales a las del núcleo del helio. ¿De
dónde provienen éstas? La purificación química del radio
que se utiliza nos da la seguridad de que no hubo mezcla
con helio; el único lugar donde podría existir dicha par-
tícula pesada de carga positiva, sin alterar las propiedades
químicas del átomo del radio, es dentro del mismo núcleo.
Esto fue confirmado mediante experimentos que demos-
traron que los cambios químicos que afectan el movi-
miento de los electrones externos no podían dar mayor
velocidad, ni retardar, ni alterar en forma alguna la ac-
tividad alfa.
Tan pronto como surgieron nuestras ideas actuales so-
bre la estructura del átomo, se hizo evidente que pre-
senciábamos aquí uña división del núcleo del átomo, en
que una parte era expulsada a muy alta velocidad. En
realidad, una observación cuidadosa demostró que con e\
tiempo disminuye la actividad, o sea la intensidad de la
radiación de una muestra dada de radio o de cualquier
308 EL NÚCLEO ATÓMICO

otro elemento radiactivo. En el caso del radio, esto es


algo lento, y la cantidad de radiación alfa disminuye a
sólo la mitad después de cerca de 1 600 años; pero, por
ejemplo, en el caso de la llamada emanación de radio, un
gas que se encuentra junto con el radio por razones que
veremos más adelante, la actividad disminuye a la mitad
después de cerca de cuatro días. Supongamos, entonces,
que extraemos cierta cantidad de emanación de radio
y que la introducimos en un tubo de paredes delgadas
que permite el paso de las partículas alfa y la observación
de los rayos. Después de cuatro días, sólo saldrá la mitad
de los rayos que salían en un principio; pero, en todo otro
aspecto, no hay manera de distinguirlos de aquellos que
obtenemos en la primera hora. La única forma de explicar
esto es diciendo que todos los núcleos de emanación son
iguales e indistinguibles, pero cada uno de ellos está ex-
puesto a dividirse al azar y, como promedio, esto les su-
cede solamente a cerca de dos en cada millón de núcleos,
en cada segundo.
Podemos imaginar esto en la siguiente forma. Suponga-
mos que construimos un gran número de cajas pequeñas,
cada una con un gran número de compartimientos unidos
por complicados corredores y con una sola salida, de modo
que cada una forme un laberinto. En cada una colocamos
un insecto que debe arrastrarse de un lugar a otro sin
saber el camino y sin poder recurrir a experiencias ante-
riores. Ocasionalmente y por casualidad, uno de ellos en-
contraría la salida y escaparía, pero los que no la encontra-
ron aún seguirían vagando, y sus posibilidades de escapar
no serían ni mayores ni menores que al principio. Si des-
pués de algunos días la mitad de ellos hubiera logrado sa-
lir, la otra mitad estaría en las mismas condiciones que al
principio; después del transcurso de un período igual, otra
mitad habría escapado, con lo que sólo una cuarta parte de
las cajas seguiría ocupada, y así sucesivamente. En forma
similar, nuestra cantidad de emanación de radio disminui-
rá a la mitad después del primer intervalo de aproximada-
mente cuatro días; al transcurrir otro período de tiempo
RADIACTIVIDAD. DESINTEGRACIÓN ALFA 309

igual, disminuirá a un cuarto, después a un octavo y luego


a una decimosexta parte de la cantidad con que empeza-
mos, y así sucesivamente. ¿Qué ha sucedido con los núcleos
de los cuales ha sido expulsada una partícula alfa? Sabe-
mos que tanto la carga eléctrica como la masa se conser-
van. Puesto que la partícula alfa tiene una masa cuatro
veces mayor que la masa de un protón y el doble de su
carga, lo que queda debe ser un núcleo con una carga in-
ferior en dos unidades a la de la emanación y cuya masa
es inferior en cuatro unidades. Dicho núcleo formará un
átomo que sólo contendrá 84 electrones en lugar de ios
86 de la emanación de radio, y esto le da diferentes pro-
piedades químicas. Por lo tanto, hemos presenciado la
transformación de un elemento químico en otro, lo cual
se confirma mediante ensayos químicos.
Esto significa que debemos abandonar completamente
la idea de que los átomos son objetos indivisibles e in-
mutables. Ya hemos visto, en capítulos anteriores, que
esta idea no tenía aplicación para el átomo en su conjunto.
Anteriormente no hemos encontrado cambios en el núcleo
mismo; pudimos alterar el número de electrones alrededor
de un núcleo, pero, finalmente, la carga eléctrica restante
permitía restaurar el número correcto y el átomo volvía a
su forma natural. Aquí, sin embargo, se trata de un cambio
permanente en la naturaleza del núcleo y, en consecuen-
cia, en la clase de átomo que formará.
En muchos casos, el núcleo que queda después del
proceso radiactivo es, por sí mismo, radiactivo, o sea
que a su debido tiempo emitirá otra partícula alfa o
alguna otra radiación de un tipo al que nos referiremos
más adelante. Esto se puede notar por el hecho de que,
por ejemplo, si empezamos con radio muy puro y extrae1
mos toda la emanación que pueda tener, después de un
tiempo se forma más emanación que aparece en las par-
tículas alfa que emite y que nuevamente puede ser ex-
traída como un gas. Deducimos, por lo tanto, que la ema-
nación del radio es el producto de la desintegración
del radio, o sea que su núcleo es lo que queda después
310 EL NÚCLEO ATÓMICO

de que un núcleo de radio ha perdido su partícula alfa.


El producto de la desintegración de la emanación es otra
vez radiactivo, y, en esta forma, han sido identificadas
tres "familias" de elementos radiactivos; en cada una de
éstas, un miembro es el producto de la desintegración
del anterior.
Son muy grandes las velocidades con que salen las par-
tículas alfa en estas reacciones. Es costumbre medir sus
energías cinéticas en millones de electrón voltios (MeV).
Un MeV es la energía que adquiere un electrón, o una
partícula con la carga eléctrica de un electrón, al pasar
a través de una diferencia de potencial de un millón de
voltios. Comparativamente, las energías de los electrones
externos en los átomos son, como hemos visto, de unos
pocos electrón voltios. Las energías de las partículas alfa
provenientes de sustancias radiactivas son de unos pocos
MeV; por ejemplo, en el caso del radio, ligeramente infe-
rior a 5 MeV. Si recordamos que la energía cinética es
donde m es la masa y y la velocidad, vemos que,
aunque la masa de una partícula alfa es más de 7 000
veces mayor que la de un electrón, su velocidad es más
de diez veces superior a la del electrón en un átomo de
hidrógeno. Por lo tanto, estamos tratando con energías
muy grandes en la escala atómica. Naturalmente, no debe-
mos olvidar que, para propósitos prácticos, éstas aún son
cantidades mínimas de energía, ya que no estamos acos-
tumbrados a manejar átomos individuales. Si pudiéramos
influir en la desintegración del radio en tal forma que
lográramos que se desintegraran todos los átomos del ra-
dio a la vez en, digamos, la desintegración de 20 gr. de
radio, esto liberaría una energía un millón de veces mayor
que la de un proceso químico ordinario con la misma can-
tidad de átomos, tal como la combustión de 1 gr. de
carbón. Pero ésta es una especulación inútil, puesto que
nada de lo que hiciéramos aceleraría la desintegración
del radio y, por lo tanto, esta energía no sería producida
inmediatamente sino en un período de muchos miles de
años. Cuando se trata de una sustancia de corta duración,
MECÁNICA ONDULATORIA 311

como lo es la emanación, la energía es producida en un


lapso más razonable, pero, justamente por esta razón, no
es práctico acumular gramos de emanación, porque ésta
únicamente se forma a partir del radio con extrema lenti-
tud y se descompone casi inmediatamente después de su
formación.

2. La mecánica ondulatoria resuelve otra paradoja

En cierto sentido, las energías de las partículas alfa no son


tan altas como se podría esperar, y en los primeros trabajos
de Rutherford esto se presentó como una dificultad. Si la
partícula alfa proviene del núcleo, entonces desde un prin-
cipio está sujeta a la repulsión eléctrica de cargas iguales
que la acelerarán. Si conocemos la distancia desde la cual
partió, la conservación de la energía nos puede indicar
cuánta energía cinética debe haber producido. Ahora bien,
de acuerdo con la ley de Coulomb, el potencial a una
distancia, r, de una carga formada por Z electrones es
, y la energía potencial de una partícula alfa, que
por sí misma lleva una carga positiva de debe ser por lo
tanto . Y ésta debe ser equivalente a la energía ciné-
tica adquirida por la partícula alfa en el trayecto. Puesto
que conocemos la energía con que finalmente sale, es de
suponer que no pudo haber iniciado su trayectoria desde
una distancia r más cercana que aproximadamente
cm., siempre que aun a una aproximación tal la fuerza
entre el núcleo y la partícula todavía concuerde con la
ley de Coulomb. Ahora bien, los experimentos originales
de Rutherford sobre la desviación de partículas alfa al
pasar a través de materia demostraron que, en efecto, la
ley de Coulomb es válida para distancias más cercanas que
ésa, y de acuerdo con versiones modernas y mejoradas dë
estos experimentos, ahora sabemos que aun el radio de los
núcleos más grandes es de sólo aproximadamente
cm.; en otras palabras, cerca de seis veces más pequeño que
312 EL NÚCLEO ATÓMICO

la distancia desde la cual la partícula alfa, en reposo, ini-


ció su salida con la velocidad a que realmente sale.
Esto es casi tan sorprendente como si viéramos caer
una pelota de golf a nuestros pies con un suave golpe y
al mirar hacia arriba para descubrir de dónde provino,
viéramos sólo un puente de 30 metros de altura. Aparente-
mente, no habría otro lugar razonable con una altura
menor de 30 metros desde donde pudiera haber partido, y
si hubiese caído desde el puente, debería haber aterrizado
con un impacto más violento.
Esta dificultad no fue resuelta hasta que se descubrieron
las leyes de la mecánica ondulatoria, y entonces Gamow,
Condón y Gurney demostraron q[ue éste era un simple
ejemplo del paso a través de una barrera de potencial, al
que nos referimos al final del Capítulo IX. La posición
está ilustrada en la figura 62, que muestra la energía po-
tencial de una partícula alfa respecto a su distancia del nú-
cleo. A distancias no muy cercanas al núcleo, la única
fuerza es la repulsión eléctrica y, por lo tanto, la principal
parte de la curva representa el efecto de la ley de Coulomb.
La energía potencial se eleva hacia el núcleo porque, al
mover una carga cerca del núcleo, debemos contrarrestar
la repulsión eléctrica. A distancias muy cercanas entrarán
en juego otras fuerzas, que discutiremos más adelante.
Estas fuerzas son atractivas. Por esta razón, vemos que la
curva cae nuevamente en declive. Por el momento, los
detalles de ésta dentro del núcleo no tienen importancia.
Ahora bien, si la energía real de la partícula alfa corres-
ponde a la línea interrumpida de la figura, A señala nue-
vamente el punto desde el cual la partícula, en reposo,
tendrá que partir para ser expulsada por la fuerza repul-
siva justamente con la debida energía cinética. No pudo
haber partido desde ningún lugar entre A y B, pero a la
izquierda de B también hay una zona donde pudo haberse
movido con la energía dada. Se notará que, en principio,
esta situación es igual a la de la figura 55 y que, por lo
tanto, tenemos una situación en la que la mecánica cuán-
tica predice una pequeña probabilidad de escape, a través
MECÁNICA ONDULATORIA 313

de la barrera de potencial, de una partícula que parte


desde el interior, es decir, hacia la izquierda de B, con la
energía indicada.
Por lo tanto, este argumento no sólo explica que las
partículas con una energía tan relativamente baja puedan
escapar de un pequeño núcleo, sino también que la pro-
babilidad de que lo hagan puede ser muy pequeña si la
barrera de potencial es lo suficientemente alta y ancha.
En .consecuencia, esto nos da la razón de por qué en un
corto instante sólo se desintegra una fracción extrema-
damente pequeña de los núcleos. En nuestra comparación
del insecto en un laberinto, la barrera de potencial toma
ahora el lugar del laberinto. Es evidente que la probabi-
lidad de escape es menor para partículas alfa de energía
más baja, porque si bajamos las líneas interrumpidas de
la figura 62, aumenta la altura de la barrera, o sea la altura
de la línea llena por encima de la línea interrumpida,

Figura 6a. Desintegración alfa.


314 EL NÚCLEO ATÓMICO

y con ella, el ancho de la barrera, o sea, la distancia desde


B hasta A. Es fácil calcular la vida media, es decir, el
tiempo que tenemos que esperar antes de que la mitad de
los átomos se hayan desintegrado y cómo varía ésta
de acuerdo con la energía disponible. Aunque las vidas
medias fluctúan entre millones de años y pequeñas frac-
ciones de segundos, los cálculos concuerdan con la observa-
ción, confirmando nuevamente una de las características
importantes de la mecánica cuántica y, a la vez, demos-
trando que es correcta la interpretación de la desintegra-
ción alfa.

3. División del núcleo

Hasta esta etapa, el papel del físico nuclear es algo si-


milar al de un astrónomo que puede observar y registrar
el comportamiento de las estrellas y de los planetas, pero
que tiene que considerarlos tal como son, sin poder in-
fluir en su destino. Rutherford se propuso dividir el nú-
cleo artificialmente.
Tuvo éxito en esto mediante la observación cuidadosa
del trayecto de los rayos alfa a través de la materia, por
ejemplo, a través del aire. Ya vimos que la mayor parte
del tiempo los rayos alfa pasan solamente a través de las
partes externas de los átomos, en las cuales no sufren una
desviación notable de su trayectoria recta. Ocasionalmente,
uno de ellos puede acercarse lo bastante a un núcleo como
para que la fuerza eléctrica lo desvíe notoriamente. Muy
raramente alguno puede chocar directamente con el nú-
cleo. Esto es raro porque disparamos a ciegas contra un
blanco que tiene un centro extremadamente pequeño. Ya
mencionamos anteriormente que aun el diámetro del nú-
cleo más grande es cerca de 10 ooo veces más pequeño que
el de un átomo y, por lo tanto, el área del núcleo expuesta
al proyectil es el cuadrado de 10000 o cien millones de
veces más pequeña que el átomo. En consecuencia, al
pasar por un átomo, una partícula sólo tiene una proba-
bilidad en cien millones de acertar un golpe directo.
DIVISIÓN DEL NÚCLEO 315

Es cierto que en el curso de su trayectoria la partícula


alfa pasará a través de muchos átomos y, por lo tanto, no
sólo tiene una, sino muchas oportunidades. Pero esto no
continúa en forma indefinida, porque al pasar a través
de las partes exteriores de los átomos, las partículas alfa
pasan cerca de los electrones y los perturban. Esto produce
una especie de fricción y, por lo tanto, la partícula ami-
nora su velocidad continuamente. Después de cierto nú-
mero de dichos pasos queda en reposo, y aun antes que se
detenga ya no tiene la suficiente velocidad para contrarres-
tar la fuerza repulsiva que actúa en su contra al aproxi-
marse al núcleo. La partícula pasa a través de aproxima-
damente 10 000 átomos antes de quedar en reposo, y esto
aumenta sus probabilidades de acertarle a un centro. La
posibilidad de que acierte por lo menos un golpe directo
es del orden de una en cien mil a una en un millón, de
acuerdo con la velocidad de partida y de la clase de materia
a través de la cual pase. Cuando realmente acierta un
golpe, por ejemplo, en un átomo de nitrógeno en el aire,
el resultado es que la partícula alfa queda adherida al
núcleo y un protón (núcleo de hidrógeno) es expulsado.
Este protón tiene una velocidad mucho más alta que la
partícula alfa original y, por lo tanto, viajará una mayor
distancia antes de detenerse. Ésta es la razón por la cual
fue posible descubrir estos escasos protones entre tantas
partículas alfa, ya que cubren distancias que sobrepasan
a las recorridas por la partícula alfa.
En aquel entonces, el trabajo de Rutherford fue realiza-
do con la ayuda de una pantalla de centelleo. Cuando las
partículas alfa provenientes dé una sustancia radiactiva
caen sobre una pantalla cubierta con una sal apropiada,
producen un brillo en ella, fenómeno que se utiliza en los
números y manecillas luminosos de un reloj. Si los rayos
alfa son numerosos la luz se hace irregular y, en efecto, se
puede distinguir el brillo débil o "centelleo" causado por
una partícula alfa.
Si se coloca una delgada hoja metálica entre la fuente y la
pantalla, se pueden suprimir los centelleos completamente
316 EL NÚCLEO ATÓMICO

porque todas las partículas alfa son detenidas en la hoja.


En un metal pesado, ninguna de las partículas alfa puede
acertar un golpe directo debido a las poderosas fuerzas
repulsivas del núcleo. Ahora bien., si el espacio entre la
fuente y la hoja contiene aire o nitrógeno puro, nuevamente
se observarán algunos centelleos. Esto se debe a los proto-
nes, que cubren una distancia mayor que la de las partícu-
las alfa originales y por lo tanto no son detenidos comple-
tamente por la hoja.
Rutherford llegó a la conclusión de que cada protón
era un fragmento del núcleo que había sido tocado. Al
capturar una partícula alfa, con sus dos unidades de carga
positiva, la carga del núcleo había sido aumentada en
dos, pero con la emisión de un protón se perdió una
carga de modo que, como resultado, la carga del núcleo
aumentó en uno convirtiendo así al núcleo de nitrógeno
en uno de oxígeno.
En aquel entonces, el trabajo realizado en este campo
era lento y laborioso debido a dos limitaciones. Las fuentes
de radiación disponibles para bombardear eran limitadas,
puesto que había que depender de las radiaciones radiac-
tivas proporcionadas por la naturaleza. Era difícil hallar
los resultados porque el empleo de una pantalla de cente-
lleo exigía que el observador se pasara largas horas en
completa oscuridad observando débiles llamaradas de luz
que sólo podían ser descubiertas por un observador pa-
ciente. Por consiguiente, la física nuclear fue revoluciona-
da por adelantos que nos han dado haces de partículas
mucho más poderosos y métodos de detección mucho más
convenientes y sensibles.

4. Equipo nuevo

Uno de los métodos de detección más espectaculares con-


siste en una cámara de niebla inventada por C. T. R.
Wilson. En ella se condensa el vapor de agua en pequeñas
gotas sobre los iones formados por una rápida partícula
cargada al expulsar electrones fuera de los átomos. Esto
EQUIPO NUEVO 317

produce una huella muy similar a las huellas familiares


de vapor producidas por los aviones que vuelan a gran
altura cuando las condiciones climáticas son las apropia-
das. La figura 63 da un diagrama de las huellas que se ob-
tienen en una fotografía de dicha cámara de niebla. Cerca
de la parte inferior de la imagen hay una fuente de
partículas alfa y se puede ver la trayectoria recta de mu-
chas partículas alfa. Una de éstas, en particular, ha cho-
cado con un núcleo de nitrógeno, como se ha descrito an-
teriormente. Se nota la huella más débil del protón
resultante (más débil porque se mueve a mayor veloci-
dad) y una línea más densa nos muestra al núcleo retro-
cediendo después de'la colisión. Blackett logró las pri-
meras fotografías de este tipo, en las cuales, és posible ver
una colisión nuclear. Más adelante discutiremos un mé-
todo similar, en el que se usan placas fotográficas.
En otro método de importancia se utiliza una abertura
entre las placas de un condensador eléctrico con lina dife-
rencia de potencial adecuada, de modo que los electrones
expulsados fuera de los átomos por el paso de una par-
tícula cargada, son atraídos por la placa de carga positiva.
En esta forma, un pequeño pulso de corriente se hace
pasar a través del condensador, es amplificado después por
dispositivos electrónicos y puede ser registrado por medios
puramente mecánicos o de otras maneras. Este dispositivo
se conoce como contador. Los más conocidos son el con-
tador Geiger y el tubo Geiger-Müller, en el cual el poten-
cial que se aplica entre un alambre y un tubo que lo rodea
está precisamente en el límite en el cual se produciría una
descarga eléctrica. Si una¡ partícula libera en su paso unos
cuantos electrones, esto^puede bastar para provocar una
descarga que está destinada a durar un corto instante, de
modo que el contador está preparado para registrar a la
siguiente partícula. Uno de los dispositivos más modernos
que está por producirse tiene como base la antigua idea
del contador de centelleos; pero combinando la antigua
pantalla de centelleo o, alternativamente, un gran cristal
transparente, con una versión moderna de la célula foto-
318 EL NÚCLEO ATÓMICO

eléctrica es posible registrar eléctricamente el destello lu-


minoso, de modo que ya no se necesita depender de la
vista del observador experimentado; con esto, la cuenta
se hace más fácil, más rápida y más digna de confianza.

Figura G3. Huellas de partículas alfa en una cámara de niebla, que


muestran la emisión de un protón por un núcleo de nitrógeno.
EQUIPO NUEVO 319

Junto con estos adelantos se hicieron grandes progresos


en la producción artificial de torrentes de partículas rápidas.
Los primeros que lograron esto fueron Cockcroft y Walton,
quienes diseñaron un circuito eléctrico en el cual, por
medio de transformadores y rectificadores, se aplicó una
diferencia de potencial de unos cuantos cientos de kilo-
voltios (i. e. unos cuantos cientos de miles de voltios)
entre los extremos de un tubo al vacío. En el extremo po-
sitivo de este tubo los protones u otros núcleos son sepa-
rados de sus electrones por medio de una pequeña des-
carga eléctrica y luego son acelerados por el campo
eléctrico del tubo, abandonándolo en el extremo negativo
con una energía de varios cientos de MeV. Con este apa-
rato, Cockcroft y Walton pudieron desintegrar el núcleo
atómico sin la ayuda de radiaciones radiactivas.
Una variación importante de esto es el generador Van
de Graaff, que cuenta con un tubo acelerador similar pero
que tiene un sistema diferente para generar un voltaje
constante. Ahora encontramos en muchos laboratorios de
física nuclear equipos de alta tensión, ya sea del tipo
Cockcroft-Walton o Van de Graaff, capaces de producir
partículas de varios MeV.
Sería difícil obtener energías más altas con dicho sistema
directo, puesto que una diferencia de potencial de un mi-
llón de voltios es capaz de producir una chispa en el aire
a través de una distancia de varios metros y, por lo tanto,
el tubo que lleve la diferencia de potencial debe ser de
gran longitud para evitar la descarga de chispas que im-
pediría que se obtuvieran altos voltajes. Se podría avanzar
aún más si se colocara el aparato en un tanque lleno de
aire o de otro gas a alta presión, lo que reduce la forma-
ción de chispas; pero con este método parece imposible
lograr más de unos pocos MeV.
Esta limitación se subsana mediante el uso de un sin-
número de máquinas que aceleran las partículas sin uti-
lizar una diferencia de potencial muy alta. De éstas, el más
fácil de describir es el acelerador lineal que, en principio,
se compone de una serie de cortos tubos metálicos coloca-
320 EL NÚCLEO ATÓMICO

dos en el orden que ilustra la figura 64. Se aplica a estos


tubos un voltaje alterno en tal forma que cuando el pri-
mero está en un potencial positivo, el segundo es negativo,
el tercero es nuevamente positivo y así sucesivamente. Con-
sideremos entonces una partícula de carga positiva (un
protón) que pasa del primer tubo al segundo cuando el
primero es positivo. Al pasar a través de la abertura que
hay entre ellos, la partícula se encuentra en un campo de
aceleración y aumentará su velocidad. El largo del tubo
está dispuesto en tal forma que, cuando la partícula ha
llegado al extremo del segundo tubo, el voltaje se invierte
de modo que ahora el segundo tubo es positivo y el tercero
negativo. Así, la partícula es acelerada otra vez. Si una
partícula pasa, de esta manera, a través de diez aberturas,
la energía que ha adquirido es diez veces mayor de la
que recibe en una sola abertura, y por lo tanto, la partícula
adquiere la misma energía que en el caso de que pasara
a través de una diferencia de potencial diez veces mayor
que la que hay entre dos tubos. En principio, este dispo-
sitivo puede ser alargado tanto como se desee, pero es
una complicación proveer energía eléctrica a un gran nú-
mero de aberturas de aceleración.

Figura 64. Acelerador lineal.

El ciclotrón inventado por E. O. Lawrence subsana


esta dificultad. En éste, se aplica un voltaje eléctrico al-
terno a dos cajas metálicas abiertas que se colocan con
sus lados abiertos enfrentándose. Aplicando un campo
magnético, es posible forzar las trayectorias de las partí-
culas cargadas a círculos. Ya hemos visto anteriormente
que en un campo magnético una partícula cargada se
desvía de su trayectoria recta y describe un círculo. El
radio del círculo aumenta a medida que aumenta la velo-
cidad de la partícula, pero, siempre que la relatividad no
tenga importancia, el tiempo de revolución es el mismo
EQUIPO NUEVO 381

para una partícula lenta que gira en un pequeño círculo


que para una partícula rápida en un círculo grande. Se
ajusta la frecuencia de la corriente alterna de modo que
pase a través de un ciclo completo cuando las partículas
completan una revolución. En esta forma, se puede dis-
poner que las partículas siempre pasen de una caja a
otra cuando la primera esté en un potencial positivo y la
segunda en uno negativo, y puedan regresar cuando se
invierta la diferencia de potencial. Así, tienen una doble
aceleración en cada revolución. Con este dispositivo es
posible llevar a las partículas a energías que corresponden
a muchos millones de voltios, mientras que la diferencia
alterna de potencial entre las cajas sólo es una fracción de
un millón de voltios. Para trabajos convenientes en la
física nuclear, el ciclotrón tiene energías que fluctúan de
unos cuantos a 20 ó 30 MeV.
En años recientes, se ha puesto interés en lograr ener-
gías aún más altas. Ahora hay ciclotrones que pueden
acelerar los protones hasta energías de 400 a 500 MeV.
Esto representa cerca de la mitad de la energía en reposo
del protón y, por lo tanto, los efectos relativistas ya no
son despreciables. Entonces, ya no es cierto que el período
de revolución de dicha partícula es la misma sea cual fuere
su energía, sino que el período empieza a aumentar nota-
blemente, y en máquinas de tan alta energía se necesita
un sistema algo más complicado. En vez de mantener
constante la frecuencia de la corriente alterna, se dispone
que disminuya la frecuencia a medida que se da mayor
velocidad a un grupo de partículas, para ir al mismo paso
del movimiento de éstas. Una máquina tal sólo acelerará
partículas que partan más o menos en el instante ade-
cuado, de modo que no produce un rayo continuo sino
una serie de "explosiones" de partículas. Cuando un grupo
de partículas ha sido acelerado a la energía máxima, la
frecuencia vuelve a subir y la máquina queda lista para
el siguiente grupo de partículas.
Con este principio, la energía que pueda alcanzarse es
ilimitada, con la excepción de que una partícula de muy
328 EL NÚCLEO ATÓMICO

alta energfa se mueve en un círculo de radú muy grande,


requiriendo por lo tanto un amplio can\po magnético, o
sea un gran imán. En consecuencia, estas máquinas se con-
vierten en piezas costosas de la ingeniería pesada. Para
no aumentar el tamaño del imán, se puede hacer que las
partículas se muevan en un círculo fijo en vez de hacerlas
partir desde un círculo muy pequeño que crece gradual-
mente. Esto se logra haciendo que el campo magnético
también varíe durante el tiempo en que se acelera cada
grupo de partículas, empezando con un campo muy dé-
bil y aumentándolo a medida que las partículas adquieren
mayor rapidez. En este caso, el campo magnético sólo
debe cubrir una zona que tenga forma de anillo, en la
cual la partícula permanece desde el principio hasta el
fin. Dicha máquina, en la que tanto el campo magnético
como la frecuencia varían para ir al mismo paso con la
aceleración de cada número de partículas, es conocida
como sincrotón; actualmente se han logrado con este
método partículas con energías de varios miles de MeV y se
proyectan nuevas máquinas para llegar hasta 20 ó 30 mil
MeV. Sin embargo, la discusión sobre dichas máquinas no
cabe en este capítulo, ya que se utilizan, principalmente,
para problemas que serán estudiados en el próximo ca-
pítulo.

5. Neutrones. Isótopos. Defecto de masa

Después de esta breve exposición sobre el equipo y los


métodos del físico nuclear, volvamos a los resultados de su
trabajo.
Un paso muy importante para entender la estructura
del núcleo fue el descubrimiento del neutrón, realizado
por Chadwick en 1932. Ésta es una partícula que tiene
aproximadamente la misma masa que el protón (en reali-
dad, es un poco más pesada) pero que se distingue de éste
porque no lleva carga eléctrica. Como lo indica su nom-
bre, es eléctricamente neutra. En general, los neutrones
son producidos en la misma forma que los protones en el
NEUTRONES. ISÓTOPOS. DEFECTO DE MASA 323

primer experimento de Rutherford, a saber, mediante la


colisión de alguna partícula cargada con el núcleo.
Cuando dichos neutrones pasan a través de materia, no
ejercen fuerza alguna sobre los electrones, y por lo tanto
pueden atravesar los átomos sin perturbarlos en lo más
mínimo y sin perder velocidad en el trayecto. En esta
forma continúan hasta chocar directamente con algún nú-
cleo atómico, y solamente pueden ser descubiertos a tra-
vés de los resultados de dichas colisiones. Esto convierte
a los neutrones en proyectiles muy adecuados para bom-
bardear los núcleos si se desea estudiar su comportamiento.
Mientras que una partícula cargada, como un protón o una
partícula alfa, normalmente es detenida por la fricción an-
tes de tener oportunidad de chocar directamente con un
núcleo, los neutrones siempre continuarán su trayectoria
hasta que haya una colisión. Sin embargo, como no existen
medios de acelerar los neutrones a altas energías, las fuen-
tes principales de neutrones de que dispone el físico (apar-
te de los reactores, a los que nos referiremos posterior-
mente) dependen del bombardeo de los núcleos por
partículas cargadas rápidas. Aunque casi cada neutrón
causa una colisión interesante, para producir un neutrón
tiene que haberse acelerado y desperdiciado un gran nú-
mero de partículas.
El hecho de que puedan ser expulsados de los núcleos
neutrones y protones como resultado de las colisiones, su-
giere que cada núcleo los contiene y, de hecho, sabemos
que los núcleos están compuestos en su totalidad de neu-
trones y protones.
Esto explica de inmediato un hecho que ha sido notado
por mucho tiempo, a saber, que los pesos atómicos de
muchos elementos eran casi múltiplos exactos del peso
atómico del hidrógeno. Por ejemplo, la masa de una par-
tícula alfa o núcleo de helio es aproximadamente cuatro
veces mayor que la masa del protón. Como su carga eléc-
trica es dos veces mayor que la carga del protón, esto su-
giere que consiste en dos protones y dos neutrones. En
forma similar, un núcleo de oxígeno, con 8 unidades de
324 EL NÚCLEO ATÓMICO

carga y 16 unidades de masa, consiste en 8 protones y 8


neutrones.
Antes de aceptar esta explicación, se debe comprender
por qué el peso atómico de algunos elementos no con-
cuerda con esta regla. Una excepción típica es el caso del
cloro, con un peso atómico de aproximadamente 35.5.
Soddy dio la explicación para esto hace mucho tiempo,
sugiriendo que dichos elementos eran, en realidad, mezclas
de distintas clases de átomos, de pesos diferentes y quími-
camente indistinguibles. En otras palabras, todos los áto-
mos de cloro no son idénticos. Algunos tienen núcleos
cuya masa es de 35 unidades y otros tienen núcleos con 37
unidades de masa. Ambos tienen la misma carga, o sea
17 veces la carga del protón, y por lo tanto ambas clases
de átomos contienen 17 electrones y esto determina su
comportamiento químico. Dichos átomos de la misma na-
turaleza química, pero de diferente masa, son conocidos
como isótopos, nombre derivado de palabras griegas que
indican que ocupan el mismo lugar en la serie de los ele-
mentos. Esta hipótesis fue confirmada por medio del espec-
trógrafo de masa inventado por Aston. Éste es un instru-
mento en el que haces de iones son desviados por campos
eléctricos y magnéticos. De la magnitud de la desviación
puede determinarse entonces su carga en relación con su
masa, tal y como vimos en el Capítulo V. Si un elemento
como el cloro es analizado en el espectrógrafo de masa, en la
placa receptora pueden verse dos líneas separadas. Una
representa la marca debida a átomos de masa 35 y la otra se
debe a átomos de peso 37, los que, por ser ligeramente
más pesados, sufren una desviación menos notoria de su
trayectoria recta. Este trabajo ha demostrado que, en rea-
lidad, la mayoría de los elementos son mezclas de isótopos,
pero en muchos casos uno de los isótopos es mucho más
abundante que los otros, de modo que el peso atómico
promedio medido por el químico es muy aproximado al
de un isótopo en particular.
Como sabemos que los núcleos atómicos consisten en
neutrones y protones, deducimos que diferentes isótopos
NEUTRONES. ISÓTOPOS. DEFECTO DE MASA 325

del mismo elemento deben contener el mismo número de


protones (a fin de tener la misma carga eléctrica) pero
diferente número de neutrones. Por ejemplo, los dos isó-
topos de cloro que han sido mencionados contienen 17
protones cada uno y, respectivamente, 18 y 20 neutrones.
Se ha descubierto que aun el elemento más simple, el
hidrógeno, posee un isótopo que ocurre naturalmente. Éste
es el llamado hidrógeno pesado de peso atómico 2, y evi-
dentemente su núcleo consiste en un protón y un neutrón.
Es escaso y forma solamente una parte en cinco mil de
hidrógeno natural. Existe aún una pequeña diferencia
en el comportamiento químico entre el hidrógeno común
y el pesado, y por esta razón al hidrógeno pesado se-le
ha dado un distinto nombre químico, deuterio, y su núcleo
es conocido como deuterón.
No nos referiremos a la causa dé esta pequeña dife-
rencia química, que tiene que ver con los efectos cuánti-
cos en la vibración del átomo de hidrógeno, o deuterio,
dentro de una molécula.
Podríamos esperar ahora que la masa de un núcleo en
particular o el peso atómico de un isótopo puro fuese
exactamente igual a la masa combinada de todos los neu-
trones y protones contenidos en él. Pero esto tampoco es
absolutamente cierto. Se ha descubierto que el peso ató-
mico de cada núcleo es algo menor que el de sus partes
componentes. Esto fue verificado tanto mediante observa-
ciones exactas por medio del espectrógrafo de masa como
mediante la comparación de los pesos atómicos medidos
por el químico, en aquellos casos en que solamente inte-
resaba un isótopo de cada elemento. Por ejemplo, aunque
el peso atómico del oxígeno debería ser 16 veces mayor
que el del hidrógeno (ya que un neutrón es ligeramente
más pesado que un protón), en realidad es menor que
éste en cerca del 1 por ciento.
Este defecto de masa fue explicado con la equiva-
lencia de masa y energía, que forma parte de las leyes
de la relatividad (véase el Capítulo VII). Para formar
un núcleo de oxígeno combinando 8 protones y 8 neu-
326 EL NÚCLEO ATÓMICO

trones, se debe liberar energía y, en forma inversa, se debe


suministrar energía antes de que se pueda dividir un nú-
cleo de oxígeno en partes. En otras palabras, el núcleo
contiene menos energía que 8 protones y 8 neutrones se-
parados entre sí, y puesto que energía y masa son la
misma cosa, la energía reducida significará una masa
reducida. Por las colisiones nucleares sabemos ahora cuán-
ta energía se requiere para que un núcleo expulse una
partícula y cuánta energía es liberada, por ejemplo, de
un deuterónen un núcleo de nitrógeno para formar un
núcleo de oxígeno.
Similarmente, podemos descubrir cuánta energía es li-
berada al crear nitrógeno de núcleos más livianos, y en
esta forma podemos ver que la energía de enlace total
de un núcleo de oxígeno es de aproximadamente 120
MeV. Si dividimos esto entre el cuadrado de la velocidad
de la luz deberíamos encontrar, de acuerdo con Einstein, la
reducción de la masa. Puesto que 1 MeV es la energía
equivalente a la masa de dos electrones, vemos, por lo
tanto, que el defecto de masa debería ser aproximada-
mente 250 masas electrónicas o un poco más del 1 por
ciento de la masa del átomo de oxígeno. La comparación
entre defectos de masa y energías de enlace concuerda en
forma excelente en todos los casos, confirmando así tanto
nuestro cuadro de la composición nuclear como los prin-
cipios de la relatividad.

6. Fuerzas nucleares

El siguiente problema fundamental que surge es el de


la naturaleza de las fuerzas que mantienen unidos a los
neutrones y protones en un núcleo. Evidentemente, no
son fuerzas eléctricas, porque todos los protones tienen
cargas iguales y por lo tanto deben de repelerse en lugar
de atraerse, y los neutrones no tienen carga eléctrica al-
guna.
También está claro que las fuerzas deben ser mucho
más potentes que las fuerzas eléctricas. Esto se puede ver
FUERZAS NUCLEARES 327

por el hecho de que un núcleo tiene un diámetro apro-


ximadamente roo ooo veces más pequeño que el de un
átomo. La energía potencial mutua de dos cargas eléctri-
cas varía en forma inversa a su distancia, y por lo tanto
deberíamos esperar que las energías eléctricas en el núcleo
fueran 100 ooo veces mayores que en un átomo. En este
último son del orden de pocos electrón voltios y, por con-
siguiente, debemos esperar que en el núcleo haya fuerzas
entre dos partículas cualesquiera del orden de menos de
un millón de voltios. Pero la energía atractiva que man-
tiene a cualquier partícula en el núcleo es, en general, del
orden de 6 a 8 millones de voltios. Estos dos argumentos
demuestran que dentro del núcleo deben de trabajar fuer-
zas de diferente naturaleza, y que actúan tanto sobre los
protones como sobre los neutrones. Las llamaremos fuer-
zas nucleares; uno de los principales problemas de un
físico nuclear, y que hasta la fecha no está totalmente
resuelto, es el de obtener las leyes precisas de las fuerzas
nucleares.
En este respecto, el desarrollo de la física nuclear es
muy diferente a la historia del átomo. En cuanto se des-
cubrió que el átomo contenía partículas con carga eléctri-
ca, nunca existió duda alguna de que las fuerzas principa-
les entre ellos se deben a su interacción electrostática y
que se rigen por la ley de Coulomb. La dificultad en ese
caso, surgió del hecho de que las leyes generales de la
mecánica tuvieron que ser refinadas antes de podérselas
aplicar al átomo, tal y como vimos en los Capítulos VIII
y IX. Por otra parte, toda la evidencia que existe hasta
ahora indica que las leyes generales de la mecánica cuán-
tica, tan satisfactoriamente confirmadas en el dominio ató-
mico, todavía pueden ser aplicadas en la escala más pe-
queña del núcleo. Pero no tenemos un conocimiento
preciso de las fuerzas, y todos los datos sobre ellas deben
ser deducidos de las observaciones sobre el comportamien-
to de los núcleos, por ejemplo, de sus colisiones.
En esta forma se han hecho evidentes algunas caracte-
rísticas muy generales de estas fuerzas. En primer lugar,
328 EL NÚCLEO ATÓMICO

ya hemos notado que, para dar cuenta de las energías de


enlace de los núcleos, las fuerzas deben ser muy potentes,
o sea mucho más potentes que las fuerzas eléctricas entre
cargas individuales sobre distancias correspondientes. Tam-
bién sabemos que las fuerzas deben ser de corto alcance,
es decir, que cuando aumenta la distancia disminuyen
mucho más rápidamente que las fuerzas electrostáticas.
En forma aproximada, esto ya se deduce de las antiguas
observaciones de Rutherford en el sentido de que las
desviaciones de las partículas alfa que pasan a través de
materia pueden ser explicadas por la fuerza de Coulomb
debida* a la carga eléctrica del núcleo. En realidad, experi-
mentos más minuciosos demuestran que la ley de Coulomb
es válida aun cuando la partícula alfa se acerca al núcleo
a una distancia en que ambos casi pueden entrar en con-
tacto. En otras palabras, si el núcleo y la partícula alfa
están separados solamente por una distancia muy pequeña,
la fuerza nuclear es insignificante en comparación con la
fuerza eléctrica. La misma conclusión se deriva del hecho
de que la barrera de potencial ilustrada en la figura 62 pre-
dice en forma muy exacta la duración correcta de la emi-
sión de partículas alfa si se elige que el punto B esté a un
radio igual al radio combinado de la partícula alfa y del
núcleo.
Un mejor cálculo cuantitativo del alcance de las fuerzas,
o sea la distancia sobre la cual éstas son capaces de actuar,
se obtiene observando la dispersión de los neutrones por
los protones. En la forma teórica más simple de este ex-
perimento, un torrente de neutrones pasa a través de gas
hidrógeno y se observa cuántos neutrones son desviados
de su trayectoria recta y en qué ángulo. Si se trata de
una fuerza de largo alcance, del tipo de la de Cou-
lomb, deberíamos esperar que aquellos neutrones que
pasan a una distancia regular de un protón sólo serán li-
geramente desviados, y que aquellos que pasan a menor
distancia sufrirán una mayor desviación. Por lo tanto, es-
peraríamos que muchas partículas fueran desviadas ligera-
mente y que sólo unas pocas lo fueran en grandes ángulos,
FUERZAS NUCLEARES 329

como en el experimento de Ruthérford sobre la disper-


sión de rayos alfa.
En realidad, observamos que muy pocos neutrones lo-
gran chocar con núcleos de hidrógeno, pero que aproxima-
damente una cantidad igual es dispersada tanto en
ángulos grandes como en pequeños. Éste es precisamente
el comportamiento que se espera para la dispersión de
ondas por una perturbación muy pequeña localizada, de
dimensiones más pequeñas que la longitud de onda. Po-
demos llegar a la conclusión de que «1 efecto de la fuerza
nuclear está limitado a una distancia algo menor que la
longitud de onda de los neutrones utlizados en estos expe-
rimentos, que llegan a unos cuantos MeV. De la propor-
ción de neutrones que son dispersados al pasar a través
de una cantidad dada de hidrógeno, y de la forma en que
varía esta proporción con la energía de los neutrones, po-
demos, en realidad, deducir que las fuerzas se extienden
solamente sobre una distancia de cerca de 2.10"13 cm., una
distancia pequeña aun en la escala nuclear.
Similarmente, podemos estudiar la trayectoria de los
protones a través de gas hidrógeno. Aquí sí obtenemos
muchas pequeñas desviaciones debido a la repulsión eléc-
trica entre el protón en movimiento y los protones en el
gas hidrógeno, pero a altas energías y a grandes ángulos
se obtiene una dispersión adicional debida a la fuerza
nuclear. El resultado interesante de este experimento es
que la fuerza nuclear entre dos protones parece ser pre-
cisamente la misma que entre un neutrón y un protón;
Puesto que un neutrón y un protón pueden mantenerse
unidos por su interacción mutua para formar un deuterón,
a primera vista este resultado sugeriría que el problema
análogo de la interacción mutua entre dos protones tam-
bién debería conducir a un estado de enlace en que los dos
protones están unidos. Entonces formarían un núcleo de
masa 2 y carga 2, en otras palabras, un isótopo de helio
de peso atómico 2. De hecho, esto no es cierto.
La razón se encuentra en el principio de exclusión de
Pauli, que discutimos en el Capítulo IX respecto a los
330 EL NÚCLEO ATÓMICO

electrones, y que también es válido para protones o neu-


trones. De acuerdo con este principio, dos protones no pue-
den estar precisamente en el mismo estado de movimiento
si sus spin también son paralelos. Por otra parte, los
neutrones y los protones son partículas diferentes y por lo
tanto el principio de exclusión no relaciona sus estados
en forma mutua. Resulta, pues, que el único estado de
enlace del deuterón es aquel en que dos partículas se
mueven en la misma dirección y tienen spin paralelos;
para dos partículas idénticas, o sea dos protones, dicho
estado violaría el principio de Pauli.
Todo hace suponer que la fuerza nuclear entre dos neu-
trones también sería la misma que entre dos protones o
entre un neutrón y un protón. Esto no puede ser probado
en forma directa porque, en la práctica, es imposible
observar la colisión entre dos neutrones (en la práctica
nunca disponemos de suficiente cantidad de neutrones co-
mo para usarlos como blancos contra los cuales se dispa-
rarían neutrones adicionales con alguna esperanza de lo-
grar un objetivo directo). Sin embargo, sabemos que las
fuerzas neutrón-neutrón y protón-protón deben ser muy
similares porque cada núcleo demuestra un comportamien-
to muy similar al núcleo que obtenemos si cambiamos to-
dos los neutrones por protones y viceversa. Por ejemplo, la
energía de enlace y el comportamiento en las colisiones del
isótopo de hidrógeno de masa 3 (que es sumamente es-
caso en la naturaleza, pero que puede ser producido en el
laboratorio) y que consiste en un protón y dos neutrones,
es muy similar al isótopo de helio de la misma masa, que
contiene dos protones y un neutrón. El enlace de este
último es menos fuerte, pero esta diferencia es exactamente
lo que esperaríamos de la repulsión mutua de los dos
protones. Esta y otras comparaciones similares demuestran
que las fuerzas nucleares son perfectamente simétricas en-
tre los neutrones y los protones.
Por lo tanto, encontramos la misma fuerza entre dos
neutrones, dos protones, o un neutrón y un protón, y
esta regla, llamada de la independencia de la carga de las
FUERZAS NUCLEARES 331

fuerzas nucleares, conduce a una valiosa simplificación del


problema. Se logran más detalles de la fuerza por medio
de experimentos a energías más altas, del orden de varios
cientos de MeV, que se han podido efectuar con las má-
quinas de alta energía a las que nos hemos referido. A
estas energías, la longitud de onda de las partículas en la
colisión es menor que el alcance de las fuerzas, y de ello
resultan modelos de difracción más complicados.
Una observación es de especial interés. A varios cientos
de Mev la energía cinética de las partículas es, de hecho,
mucho mayor que su energía potencial mutua a corto
alcance, que probablemente es de aproximadamente 30 a
a 50 MeV, y por lo tanto esperaríamos que la partícula
incidente sólo sufriera una leve desviación. En otras pala-
bras, al bombardear el hidrógeno con neutrones de ener-
gías tan altas, esperaríamos que la mayor parte de los neu-
trones dispersados viajaran casi en dirección hacia adelante,
desviándose sólo en pequeños ángulos.
Los experimentos muestran, en verdad, que muchos
de los neutrones desviados viajan casi exactamente hacia
adelante, pero un número igual es desviado en ángu-
los grandes, y el protón es lanzado casi exactamente en
dirección hacia adelante. Esto es razonable solamente si
las fuerzas son, en parte, fuerzas de intercambio. Con esto
queremos indicar las fuerzas que resultan cuando las par-
tículas intercambian su identidad, de modo que la partícu-
la que viaja hacia adelante se ha convertido en protón
y lleva la carga eléctrica, mientras que la partícula que
ha chocado y sólo retrocede levemente se ha convertido
en neutrón. En realidad, la existencia de dichas fuerzas
de intercambio ya había sido predicha, de acuerdo con el
giro de las energías de enlace de núcleos más pesados,
mucho antes de que fuera posible efectuar experimentos
a altas energías. El análisis del razonamiento que condujo
a esto nos llevaría demasiado lejos.
Hay mucha información detallada respecto a las fuerzas
que demuestra que éstas son de una naturaleza algo com-
plicada. Por ejemplo, se sabe que la fuerza nuclear entre
332 EL NÚCLEO ATÓMICO

dos partículas depende de que sus spin sean paralelos u


opuestos (ya se ha mencionado que el neutrón y el protón
se atraen entre sí lo suficiente como para crear un estado
de enlace, únicamente cuando sus spin son paralelos).
Cuando sus spin son paralelos, la fuerza entre ellos no
es, como en el caso de la fuerza eléctrica entre dos cargas,
una fuerza atractiva que impele a ambas partículas una
hacia otra, sino que actúa en una dirección diferente tra-
tando de alinearlas de modo que la línea que las une
quede paralela a la dirección de su spin. También hay
indicaciones de que la fuerza depende del sentido de la
cantidad de movimiento angular con que las partículas
giran una alrededor de la otra relativamente al sentido
de sus spin. También hay otras complicaciones.

7. Modelo de capas. Estados de excitación

Aunque conociéramos en forma precisa las leyes de la


fuerza nuclear, sería un problema difícil calcular el movi-
miento de los neutrones y protones hasta en los núcleos
más sencillos. Esta dificultad es similar a otra que tam-
bién se presenta en el caso de los átomos. Allí habíamos
descubierto que era posible clasificar los estados posibles
de un átomo si pensábamos que los electrones se movían
independientemente uno del otro. Se suponía, entonces,
que cada electrón se movía en un campo de potencial que
representaba la atracción del núcleo y la repulsión pro-
medio debida a todos los otros electrones. Similarmente,
podemos explicar el núcleo si pensamos que cada neu-
trón y cada protón se mueve independientemente de los
otros en algún campo de potencial, que representa la atrac-
ción promedio debida a todas las otras partículas juntas.
Nuevamente, como en el caso atómico, el estado más bajo
es uno que carece de rotación y, de acuerdo con el prin-
cipio de Pauli, podemos acomodar dos neutrones (con
spin opuestos) y dos protones. Si agregamos otra par-
tícula, ésta tiene que pasar al siguiente nivel y por lo
tanto no estará tan fuertemente enlazada. Por consiguien-
MODELO DE CAPAS 333

te, desde este punto de vista, un núcleo que consista en


dos neutrones y dos protones, que es precisamente una
partícula alfa, debería representar un grupo particular-
mente estable, de modo que se requiere una energía par-
ticularmente alta para sacar una partícula de éste, y se
adquiere mucha menor energía si se le agrega una par-
tícula adicional. "Esto concuerda con los hechos y da la
razón de por qué las partículas alfa ocurren en forma na-
tural como productos de desintegración del radio y de
otros núcleos radiactivos.
Los núcleos grandes pueden ser representados en forma
análoga, y esto nos conduce al modelo nuclear de capas
que ha sido de gran ayuda para comprender muchas re-
gularidades en la lista de núcleos. Sin embargo, sigue sien-
do un modelo bastante imperfecto, mucho más que para
el átomo, lo cual no es sorprendente. Debido al corto
alcance de las fuerzas nucleares, un neutrón que se mue-
ve en el núcleo no está, en la práctica, sujeto a fuerzas
ejercidas por todas las otras partículas, sino solamente por
unas pocas en la vecindad inmediata y, por ende, su mo-
vimiento sufre una mayor influencia que el de un elec-
trón atómico a causa de las reacciones de sus vecinos.
Esta influencia no se toma en cuenta en el modelo de
capas, que trata a las partículas como si se movieran inde-
pendientemente de las otras.
Hasta ahora nos hemos referido, en especial, a los nú-
cleos en su estado normal. Pero, al igual que un átomo,
un núcleo también puede estar en un estado de excitación
de mayor energía. Al igual que el átomo, en general, se
liberará de su energía en la forma de uno o más fotones y
volverá al estado normal. Por lo tanto, cada vez que los
núcleos sufran perturbaciones violentas, esperamos encon-
trar fotones de alta energía, o sea rayos gama.
Los núcleos son perturbados por la desintegración ra-
diactiva, como la emisión de una partícula alfa, y éste
es el origen de los rayos gama que, en algunos casos, se
descubrió que acompañaban a la desintegración radiac-
tiva. También pueden ser perturbados por bombardeos
334 EL NÚCLEO ATÓMICO

externos, y esto nos da la posibilidad de estudiar, en el


caso de casi todos los núcleos, la emisión de rayos gama y
por lo tanto las energías de sus estados de excitación.
Otra evidencia sobre estos estados de excitación proviene
de la pérdida de energía de las partículas en colisiones nu-
cleares (la energía perdida por la partícula pasa a excitar
al núcleo) y por el equilibrio de energías de reacciones
en que uno o más núcleos terminan por tener estados de
excitación.
El estudio de los niveles de energía nuclear o espectros-
copia nuclear ha hecho posible, en esta forma, que se logre
una enorme colección de datos que pueden ser utilizados
para una mayor comprensión detallada de los problemas
de las fuerzas nucleares y del movimiento nuclear.

8. Rayos beta

Hasta ahora no hemos mencionado a los rayos beta,


que también fueron conocidos desde los primeros trabajos
sobre la radiactividad. Con este nombre nos referimos a
los rayos emitidos por algunos núcleos y que Rutherford
demostró que consistían en electrones rápidos. ¿De dónde
provienen estos rayos? Podría pensarse que también son
parte de la estructura del núcleo, pero entonces esto con-
tradiría la conclusión de que los núcleos solamente con-
sisten en neutrones y protones, conclusión que ha sido
ampliamente confirmada de muchas maneras. Además, es
muy difícil creer que los electrones puedan estar confi-
nados en una región tan pequeña como el núcleo atómico,
puesto que, de acuerdo con el principio de incertidum-
bre, entonces tendrían que tener energías cinéticas equi-
valentes a muchos cientos de MeV, y si a pesar de esto
existieran fuerzas atractivas lo suficientemente poderosas
como para confinar a los electrones, habrían sido descu-
biertas en muchos experimentos.
Por lo tanto, debemos llegar a la conclusión de que
estos electrones son producidos cuando se efectúa la des-
integración beta de un núcleo, y que su carga negativa
RAYOS BETA 335

es equilibrada por un neutrón que se convierte en un


protón. Sin embargo, ésta no es la historia completó. Por
lo general se produce la desintegración beta en un núcleo
que no ha sido perturbado por mucho tiempo y que, por
lo tanto, debemos suponer que está en su estado de ener-
gía más bajo. En consecuencia, su energía está bien de-
finida. Sólo se puede realizar su desintegración beta si
el núcleo final, que tiene un protón más y un neutrón
menos que el original, tiene energía más baja. Este núcleo
también acabará por tener un estado bien definido, y en-
tonces la diferencia de energía E entre estos dos estados
estará disponible para el electrón. Si damos tolerancia para
la energía en reposo me2, el remanente, E—mc2, debe
aparecer como su energía cinética. En otras palabras, todos
los electrones que resultan de la desintegración beta de
un núcleo dado deben tener la misma energía.
Pero no encontramos tal cosa. Si medimos las energías
de los electrones que provienen de una sustancia radiac-
tiva dada, éstas varían, por lo contrario, durante todo el
trayecto desde nada a un máximo que, en cada ocasión
en que la diferencia de energía E pueda ser determinada
directamente de otras reacciones, es igual a la energía dis-
ponible que se esperaría: E—mc2. Por lo tanto, en cada
proceso de desintegración beta parece desaparecer una
cantidad variable de energía.
Se encuentra una contradicción similar si se considera
el momento de la cantidad de movimiento total, que no
debería cambiar en dicho proceso. Para los efectos de nues-
tro argumento, supongamos que el núcleo contiene un
número igual de neutrones y protones juntos. Como sa-
bemos, cada uno de éstos tiene un spin de media unidad.
En consecuencia, un número igual de dichas partículas
suma un número entero de unidades de cantidad de movi-
miento angular. Su movimiento recíproco también da un
número entero de unidades, como vimos en el Capítulo
IX, y por lo tanto, antes de la desintegración beta, tenía-
mos en conjunto un número entero de unidades de mo-
mento de la cantidad de movimiento. Lo mismo es cierto
336 EL NÚCLEO ATÓMICO

del núcleo que queda después de la desintegración. Pero,


además, hemos obtenido un electrón que, por sí mismo,
tiene un spin de media unidad. En otras palabras, del
balance resulta faltando media unidad, la que no puede
ser compensada con ningún movimiento de las partículas,
que siempre contribuirán con un número entero.
Teniendo presente estas dificultades, Pauli sugirió la
producción, junto con el electrón, de una nueva partícula
que no sufre desviación. Nuevamente, ésta debe ser neu-
tra (si llevara una carga eléctrica fácilmente sería descu-
bierta por cualquiera de los detectores usuales); también
debe tener un spin de media unidad. Esta suposición res-
tauraría de inmediato el equilibrio de la cantidad de mo-
vimiento angular, y es absolutamente razonable esperar
que en un proceso en que se producen dos partículas la
energía disponible será compartida entre ellas en una for-
ma que varía de caso en caso. A esta nueva y muy evasiva
partícula se le dio el nombre de neutrino.
Un estudio detallado de la forma en que la energía es
compartida entre el electrón y el neutrino demostró que
su masa puede ser mucho menor que la de un electrón.
Probablemente es cero, como la de un cuanto de luz. Al
principio pareció algo insatisfactorio inventar dicha par-
tícula nueva —que nunca se había observado directamen-
te— sólo para llenar una laguna. Luego adquirió un poco
más de realidad cuando experimentos cuidadosos acerca
del retroceso del núcleo que se desintegra en un pro-
ceso de desintegración beta, demostraron que tampoco
la cantidad de movimiento de un núcleo equilibraba
en forma exacta la cantidad de movimiento del elec-
trón producido, y que la falta de equilibrio nuevamente
concordaba con la hipótesis de que alguna partícula había
sido expulsada con una cantidad de movimiento justa-
mente igual al de una partícula q[ue viaja con la energía
que falta.
No obstante, nunca estaremos absolutamente seguros de
la existencia del neutrino hasta que hayamos logrado ob-
servar un proceso causado por esta partícula. En principio,
RAYOS BETA 337

esto es obviamente posible. Si es posible que un neutrino


sea emitido durante un proceso nuclear, lo inverso tam•
bien debe ser posible, a saber, que un neutrino que cho-
cara con un núcleo fuera absorbido, uniéndose a uno
de los electrones atómicos próximos, o bien, dando por
resultado la producción de un nuevo electrón. Pero
también se sabe que tales casos serían muy raros porque
la desintegración beta es por sí misma un proceso exce-
sivamente lento. La vida media de un núcleo en desin-
tegración beta puede ser de horas o semanas, o más de
acuerdo con la energía disponible, pero éste es un tiempo
extremadamente largo comparado, por ejemplo, con el
tiempo que demoraría un neutrino para pasan? por un
núcleo, ya que este último es del orden de •segundos.
Por consiguiente, en el proceso inverso, un neutrino ten-
dría que pasar cerca de muchos núcleos antes de que tu-
viera una oportunidad razonable de causar un -proceso
beta inverso. Se ha calculado, por ejemplo, que un neutri-
no podría pasar muchas veces precisamente a través del
!
interior de la tierra antes de que chocara una vez.
A pesar de estas tremendas singularidades, actualmente
se ha encontrado un indicio del proceso beta inverso. Sin
embargo, pasará mucho tiempo antes de que este descu-
brimiento pueda ser establecido sin lugar a dudas.*
La desintegración beta no está confinada a los elemen-
tos de radiactividad natural, sino que ocurre cada vez que
producimos, por medio de bombardeos o en otra forma,
un núcleo que relativamente tiene demasiados neutrones
en comparación con el número de protones, de modo
que su energía podría ser reducida en más de me2 si con-
vertimos un neutrón en un protón. Aun el mismo neu-
trón es radiactivo, ya que, como hemos mencionado an-
teriormente, es ligeramente más pesado que un protón
más un electrón. Se desintegra en un protón, un elec-
trón y en un neutrino con una vida media de cerca de 20
minutos.
* Experimentos recientes han confirmado la existencia del neutrino.
(N. de la T.)
338 EL NÚCLEO ATÓMICO

En forma inversa, si un núcleo contiene demasiados


protones, un protón se puede convertir en un neutrón, con
la emisión de un electrón positivo y un neutrino. Este
proceso fue descubierto por los Joliot-Curie y fue el primer
ejemplo de radiactividad artificial, es decir, de producir
por medio de bombardeo artificial nuevos núcleos inesta-
bles que emitían rayos beta.
La existencia de desintegración beta negativa y posi-
tiva explica por qué cada elemento de la naturaleza sólo
tiene unos cuantos isótopos estables. Si pensamos que los
neutrones y protones de un núcleo ocupan niveles de
energía separados, o capas, y si tenemos muchos neutro-
nes en un núcleo, el principio de Pauli requerirá que
coloquemos los últimos en estados de alta excitación, o
capas altas, mientras que los escasos protones sólo ocupa-
rán los niveles más bajos. En dicho caso, obviamente po-
demos ganar energía transformando un neutrón en un
protón, ya que esto nos permitiría hacerlo caer desde la
más alta capa neutrónica ocupada al nivel más bajo que
no está completamente lleno de protones. En otras pa-
labras, la energía puede ser liberada convirtiendo a un
neutrón en un protón, lo cual es posible por la desinte-
gración beta. En forma inversa, si hay más protones que
neutrones, podríamos liberar energía convirtiendo un pro-
tón en un neutrón por medio de la desintegración beta
positiva.
En efecto, si tomamos este argumento al pie de la letra,
se podría esperar que el núcleo solamente sería estable
si contuviera números aproximadamente iguales de neu-
trones y protones. Esto es positivamente cierto para los
elementos livianos. Por ejemplo, como ya hemos visto, la
forma normal del oxígeno contiene 8 neutrones y 8 pro-
tones, pero en el caso de núcleos pesados el número de
neutrones por lo general excede al de protones. En la for-
ma más estable del plomo, por ejemplo, hay 82 protones
y 126 neutrones. La razón de esto radica en la repulsión
eléctrica de los protones que da al núcleo una alta ener-
gía eléctrica, lo cual aumenta con el número de protones.
FISIÓN. FUENTES DE ENERGÍA

Esto cambia el equilibrio en el sentido de tenei menos


protones.
La proporción real neutrón-protón representa una tran-
sacción entre la tendencia a igualar los números para aco-
modar la mayor cantidad posible de partículas en las
capas más bajas y la tendencia a reducir el número de
protones para poder reducir la energía electrostática. De
acuerdo con este razonamiento, se puede explicar muy sa-
tisfactoriamente la tendencia verdadera de los núcleos
estables.

9. Fisión, Fuentes de energía

Como hemos visto recientemente, los núcleos más pesa-


dos tienen considerable energía electrostática debido a la
carga eléctrica de los protones que contienen, y por lo
tanto también podemos ganar energía si dividimos el nú-
cleo en dos, reduciendo en esta forma la carga en cada
parte. Cada parte producida en esta forma tendrá actividad
beta y cierto aumento de carga para lograr que el número
de protones y neutrones se acerque más a la igualdad.
Para la mayoría de los núcleos éste es sólo un experimento
hipotético, porque la división de un núcleo en dos es una
operación que no puede realizarse sin haber invertido una
gran cantidad de energía, aun cuando al final recuperare-
mos más de la que hemos utilizado. La forma más fácil
de llevar esto a cabo está ilustrada en la figura 65.
Normalmente el núcleo es casi una esfera, como en la
figura 65a. Si le damos una forma algo ovalada, como en
la figura 65 b, tenemos que realizar trabajo contra la atrac-
ción mutua de los neutrones y protones, que tratan de
conservarlo en la forma más compacta, o sea una esfera,

Figura 65. Fisión.


340 EL NÚCLEO ATÓMICO

al principio sólo ganamos un poco de energía al aumentar


la distancia entre los cargas eléctricas. Pero si hemos avan-
zado lo suficiente, el mayor aumento en la distancia com-
pensará en exceso la pérdida de densidad, y una vez que
hayamos logrado una forma como en la fig. 65c, la repul-
sión entre los extremos hará que el núcleo adquiera una
forma como en la fig. 65a y las dos partes acabarían por
separarse con considerable fuerza debido a la repulsión
eléctrica de los fragmentos.
Este proceso es conocido como fisión. Si la carga es lo
suficientemente alta, mayor quizá que 120 cargas protó-
nicas, todo el proceso, empezando con la fig. 65a, se reali-
zará con energía decreciente o, en otras palabras, se llevará
a cabo inmediatamente y sin ninguna intervención exter-
na. Dichos núcleos jamás podrían existir por mucho tiem-
po, ni siquiera para ser observados,,
Aun para una carga más pequeña hay una pequeña pro-
babilidad de que este proceso de fisión se realice en forma
espontánea. Esto se debe al fenómeno del paso a través
de una barrera de potencial, que hemos discutido al final
del Capítulo IX. En la mecánica cuántica un núcleo puede
pasar a través de un estado de alta energía pidiendo "pres-
tada" la energía que se requiere para esto, siempre que el
préstamo pueda ser devuelto después de un corto tiempo,
y por lo tanto existe una pequeña probabilidad de que el
núcleo consiga prestada la energía Suficiente para pasar
por las etapas a hasta d y dividirse. Este proceso de fisión
espontánea es medible aun en el uranio, el elemento más
pesado de la naturaleza. En éste, el proceso es algo raro,
mucho menos frecuente que la más bien lenta desintegra-
ción alfa, de tal manera que la mayoría de los núcleos
de uranio habrán emitido una partícula alfa antes de di-
vidirse por fisión. La fisión espontánea es una de las ra-
zones por las cuales los elementos más pesados no sobre-
viven en la naturaleza.
El bombardeo de neutrones ayuda al proceso de fisión.
Si un neutrón, incluso uno que sea lento, golpea a un
núcleo de uranio, es atraído por las otras partículas y por
FISIÓN. FUENTES DE ENERGÍA 341

lo tanto entra en el núcleo con considerable energía ci-


nética. Esta energía será compartida con todas las otras
partículas y tendrá por resultado un movimiento violento
e irregular de todo el núcleo. En el curso de este movi-
miento, el núcleo bien puede distorsionarse en formas
como las de las figuras 65b o 65c, y en ese caso se produ-
cirá la fisión.
Sin embargo, estas vibraciones del núcleo sólo conti-
núan durante un corto tiempo, porque cualquier sistema
vibratorio que contiene partículas cargadas emite radia-
ción electromagnética, igual que un átomo excitado, y por
lo tanto pierde energía. En consecuencia, el problema con-
siste en que haya o no oportunidad de fisión durante el
corto tiempo en que las vibraciones se mantengan. Esto
depende tanto de la violencia de la vibración (y esto a su
vez depende de la fuerza con que es atraído el neutrón
adicional) como de cuan fuerte sea la tendencia de fisión.
En este respecto, el isótopo más liviano de uranio, de 235
unidades de masa, es más propenso a la fisión que el isó-
topo más pesado y abundante, de masa 238. El primero
tiene un tamaño más pequeño para la misma carga, y por
lo tanto su tendencia a la fisión es mayor. Al mismo tiem-
po, su atracción sobre un neutrón extra es mayor y, por
ende, al capturar un neutrón entra en vibraciones más
violentas. Como resultado, si un.núcleo de uranio 235
captura un neutrón lento, casi siempre será sometido a
fisión. En el caso de un núcleo de uranio 238, esto casi
nunca sucederá. El uranio 238 puede ser dividido si uti-
lizamos neutrones rápidos, que aumentan la violencia de
las vibraciones. En varios otros elementos, la fisión puede
realizarse con suficientes neutrones rápidos.
Cuando los dos fragmentos se han separado como en la
figura 6$e, como resultado de la separación volverán a
entrar en violento movimiento interno, y esto es equiva-
lente al movimiento térmico de una gota de líquido, de
acuerdo con lo discutido en el Capítulo VI. En igual for-
ma que el movimiento térmico dé las moléculas en un
líquido causa su evaporación, o sea que emite algunas
342 EL NÚCLEO ATÓMICO

moléculas, el movimiento de los fragmentos de la fisión


puede causar que éstas emitan uno o más neutrones. La
importancia de ello es que estos neutrones pueden chocar,
a su vez, con otros núcleos de uranio, haciendo que se
dividan y que produzcan más neutrones. En esta forma, el
número de neutrones aumenta rápidamente. Si en bien
de la sencillez suponemos que cada fisión produce dos
neutrones y que la pérdida de neutrones debida a otras
causas que las colisiones con núcleos de uranio carece de
importancia, entonces la primera fisión produciría dos
neutrones. Cada uno de éstos causaría otra fisión y por lo
tanto otros dos neutrones, de manera que la segunda "ge-
neración" consistiría en cuatro neutrones, la siguiente en
ocho, la siguiente en dieciséis, y así sucesivamente. En esta
forma, el número total de neutrones, y por lo tanto la
energía total- liberada, aumentaría rápidamente a propor-
ciones catastróficas a no ser que se tomaran medidas para
controlar el proceso.
Es evidente la importancia de estos hechos para posibles
bombas atómicas y para reactores q[ue produzcan energía
atómica en forma controlada. Si hubiésemos tratado aquí
la importancia de la física nuclear para propósitos prác-
ticos, todo este capítulo habría sido considerado simple-
mente como preparatorio para describir la fisión nuclear,
pero como nuestro propósito es aprender acerca de las
leyes de la naturaleza, debemos considerar el descubri-
miento de la fisión como sólo un pequeño episodio de una
historia larga y continua.
No obstante, el descubrimento de la energía atómica
también contribuyó en forma importante al desarrollo de
nuestros conocimientos sobre el núcleo, no sólo porque
condujo a un interés mayor en la física nuclear. Los reac-
tores nucleares, en los que, como ya hemos visto, se libe-
ran grandes cantidades de neutrones y que por lo tanto son
poderosas fuentes de suministro de neutrones, deben ser
agregados a la lista de máquinas disponibles para producir
intensos haces de proyectiles para bombardear los núcleos
atómicos y estudiar su comportamiento.
FISIÓN. FUENTES DE ENERGÍA 343

La energía liberada en el proceso de fisión y utilizada en


los reactores atómicos y bombas atómicas proviene de la
división de los núcleos encontrados en la naturaleza, y
que, para fines económicos, son demasiado grandes, de ma-
nera que se gana energía al dividirlos.
En el otro extremo de la escala, se puede ganar energía
combinando núcleos muy livianos. Esta fuente de energía
también es de gran importancia práctica para nosotros
puesto que, en última instancia, es la fuente del calor del
sol (y de las estrellas), sin la cual la vida sería imposible
y de la que también derivan, directa o indirectamente,
todas las otras fuentes de energía de que disponemos. En
el interior del sol ocurren colisiones entre núcleos atómi-
cos, de las que resultan combinaciones de átomos livianos
en átomos pesados, que es como se forman los átomos de
helio y otros elementos a partir del hidrógeno. ¿Qué se
requiere para este proceso?
En la división de un núcleo pesado como lo es el uranio,
estamos tratando con uno que, por sí mismo, es explosivo
y que sólo requiere la leve perturbación causada por un
neutrón lento, que actúa como "gatillo". En la combina-
ción de dos núcleos livianos, es necesario juntarlos, a lo
cual se opone su repulsión eléctrica. Ya hemos mencionado
que, si tratamos de contribuir a este proceso usando pro-
tones u otras partículas cargadas que hemos acelerado en
el laboratorio, la mayoría de ellas habrán perdido veloci-
dad a causa de la fricción antes de haber tenido una opor-
tunidad de chocar; y una vez que son lentas, la repulsión
eléctrica impide mayores colisiones. En esta disminución
de velocidad, su energía es convertida en calor. La única
probabilidad de convertir una cantidad sustancial de ma-
teria por medio de dichas colisiones es aumentando la
temperatura a tal grado que el movimiento térmico irre-
gular de los núcleos les dé una velocidad lo suficiente-
mente alta como para chocar a pesar de las fuerzas repul-
sivas. A una temperatura tan alta los núcleos no pierden
su energía a causa de la fricción, sino que a medida que
pasan a través de materia tienden a ganar tanta energía
EL
344 NÚCLEO ATÓMICO

como la que pierden, conservando, como promedio, una


energía cinética de (k es la constante de Boltzman
y T la temperatura), tal y como lo vimos en el Capí-
tulo V.
En el interior del sol, la temperatura es de cerca de 20
millones de grados centígrados, y a dicha temperatura la
energía cinética de cualquier núcleo es de 3 000 electrón
voltios. Esto equivale a la energía potencial de dos pro-
tones o deuterones a una distancia de cm. Por lo
tanto, los protones fácilmente pueden acercarse a esta dis-
tancia a pesar de sus fuerzas recíprocas. Esto no es aún
lo suficientemente cerca para una colisión directa, ya que
el radio del ^núcleo más pesado es sólo ío^12 cm. y los
núcleos aún más livianos son cinco veces más pequeños.
No obstante, hay dos hechos que ayudan: primero, la
posibilidad, discutida al final del Capítulo IX, de que
las partículas penetren a través de una barrera de poten-
cial, cuya importancia en el proceso de desintegración
alfa también fue reconocida; y, segundo, que en el mo-
vimiento térmico irregular no todos los átomos tienen
la misma velocidad, sino que algunos son más rápidos y
otros más lentos. Por lo tanto, siempre habrá una frac-
ción de los átomos que tenga la suficiente velocidad para
una colisión a corta distancia.
Pero aun en las condiciones extremas del interior del
sol, dichas colisiones son muy raras. Quizás sólo un átomo
en un millón logre una colisión en el curso de un año;
de otro modo, actualmente el sol ya se habría "consumido".
Si deseamos producir tales procesos termonucleares
artificialmente, debemos producir por lo tanto tempera-
turas sustancialmente más altas que las del sol a fin de
obtener ganancias importantes dentro de un tiempo razo-
nable. Hasta donde podemos ver esto descarta cualquier
posibilidad de utilizar este proceso para liberar energía
en forma estable y controlada —como sí es posible hacerlo
con la energía proveniente de las fisiones— ya que no
existen materiales que puedan resistir estas temperaturas
extremas ni siquiera durante pocos segundos. El caso es
FISIÓN. FUENTES DE ENERGÍA 345

diferente con una liberación explosiva de energía en que,


de todos modos, las paredes de la vasija que contiene a
los ingredientes y el resto del equipo serán destruidos.
Mientras escribo este libro, se ha anunciado que tanto
los Estados Unidos como la Unión Soviética han tenido
éxito en lograr explosiones de dichas bombas termonu-
cleares. Aunque no se han revelado los detalles, el prin-
cipio puede consistir en que la energía liberada por una
bomba de fisión se utiliza para calentar una mezcla ade-
cuada de elementos livianos a una temperatura similar
o mayor que la del centro del sol, e iniciar con ello una
reacción termonuclear.
Al explorar la estructura de la materia eri nuestra bús-
queda de las leyes básicas, descubrimos que ésta consiste
en átomos. Descubrimos que la naturaleza del átomo de-
pendía de su núcleo^ cuya masa, en esencia, era la del
átomo, y cuya carga eléctrica determinaba el número de
electrones que llevaba normalmente, y, a través de esto,
su comportamiento químico al igual que sus características
físicas ordinarias. Vimos que los núcleos se componen de
neutrones y protones en proporciones conocidas, y adqui-
rimos ciertos conocimientos respecto al comportamiento
de los neutrones y protones en el núcleo y de sus fuerzas,
aunque este conocimiento dista mucho de ser completo.
Hemos convertido en realidad el viejo sueño del alqui-
mista de transformar un elemento químico en otro, por
lo menos en pequeñas cantidades, aunque el valor de
cualquier material precioso producido en esta forma es
eclipsado por la energía que hemos aprendido a liberar y
que, de acuerdo con nuestra sabiduría, podemos utilizar
para nuestro propio beneficio o para destruirnos los unos
a los otros.
Aún permanecen sin respuesta dos clases de preguntas.
La primera trata del origen de la materia. ¿Cómo se for-
maron los núcleos que constituyen la materia que nos
rodea? ¿Por qué algunos elementos son más comunes que
otros? ¿Por qué algunos isótopos de cada elemento son
más abundantes que otros?
346 EL NÚCLEO ATÓMICO

Estas preguntas están relacionadas con el origen de


nuestro planeta y con la historia del universo. Al presen-
te, no ocurren otros cambios en la composición atómica
de la materia que nos rodea, aparte de las pequeñas can-
tidades subsistentes de elementos inestables como el radio
y el uranio. Pero es posible que, en un pasado muy lejano,
la tierra y otros planetas fueran, junto con el sol, una
masa de materia muy caliente en la que, por medio de
reacciones termonucleares, de pequeñas cantidades se pue-
dan haber formado grandes núcleos. Las especulaciones
de lo que hubo antes de esto nos llevan al campo de la
cosmología, la ciencia de la estructura y el origen del
universo. No hay lugar en este libro para analizar los
problemas principales de la cosmología, y de todos modos
éstos aún no pueden considerarse como parte de las leyes
de la naturaleza ya firmemente establecidas, En el campo de
la cosmología abundan las especulaciones fascinantes, pero
son pocas las conclusiones que, hasta ahora, estén libres
de controversia.
Otro tipo de problema que no ha sido resuelto se refiere
a la naturaleza precisa de las fuerzas nucleares y a la pre-
gunta de qué otras partículas pudieran existir aparte de
las que ya conocemos, es decir, del electrón, el protón, el
neutrón, el fotón, el neutrino y sus combinaciones. Los
hechos que serán descritos en el último capítulo y que
nos llevarán al punto más avanzado en la búsqueda de
las leyes básicas, también nos orientarán con respecto a
estas preguntas.
XII
MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS
NUEVAS

1. Rayos cósmicos e instrumentos para su estudio

En este capítulo nos referiremos a otras clases de par-


tículas nuevas, la mayoría de las cuales sólo fueron des-
cubiertas en los últimos años. Hasta ahora, las leyes que
determinan su comportamiento son conocidas'en forma
muy incompleta, pero ya se ha hecho claro que hay im-
portantes nexos entre ellas y las leyes del núcleo. En efec-
to, es casi seguro que en un estudio más completo sobre
las partículas nuevas, podríamos encontrar claves para los
problemas aún no resueltos acerca de las fuerzas nucleares.
La mayoría de las partículas fueron descubiertas entre
los productos de la radiación cósmica. Por lo tanto, será
conveniente iniciar la exposición con una breve reseña de
este fenómeno.
Como hemos mencionado anteriormente, cuando las
partículas cargadas pasan a través de un gas, chocan con
los átomos del gas y expulsan electrones, de lo que re-
sulta la liberación de electrones e iones positivos, que
pueden conducir electricidad. La forma primitiva de de-
mostrar esto consiste en cargar un electroscopio como el
que ilustra la figura 8 y dejarlo en una posición en que
la placa exterior, P, esté cerca pero no en contacto con otra
placa metálica conectada a tierra. Si entonces se coloca
radio u otra fuente de partículas cargadas en un lugar
cercano, el electroscopio pierde su carga gradualmente.
Esto se hace aparente cuando las hojas toman gradualmen-
te la posición vertical. La razón es que la carga eléctrica
ha sido desviada a la placa de tierra por los iones en el
aire. Antiguamente, éste fue un sistema conveniente para
medir la cantidad de radiación presente. Todavía sé usa
casi en esta forma en instrumentos que registran la can-
347
348 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

tidad de radiación en un laboratorio, para mantener un


control de la radiación total a la. que puede haberse ex-
puesto el personal.
Para hacer que este método fuera más sensible, se trató
de mejorar la exactitud del electroscopio y también su
aislamiento, de modo que no hubiera confusión a causa
de la corriente transmitida a través de la pared del elec-
troscopio. Sin embargo, se encontró entonces que aparen-
temente aún había una pequeña pérdida de carga a pesar
de la ausencia absoluta de material radiactivo. El elec-
troscopio seguía perdiendo su carga a un ritmo lento pero
constante. Cuando estudiaba este fenómeno, Hess descu-
brió que esta ionización de fondo podía reducirse si se
rodeaba el electroscopio con pajedes gruesas, o si se colo-
caba bajo tierra o bajo agua. En cambio, la ionización
adquiere más intensidad, es decir, el electroscopio pierde
su carga más rápidamente si se lleva a una gran altitud,
ya sea en una montaña,, en un avión o en un globo.
Hess llegó a la conclusión de que lo que había descu-
bierto debía de representar una radiación que viene desde
arriba, y como es difícil imaginar que viniera desde la
atmósfera superior, debía de provenir del espacio exterior
y ser capaz de atravesar toda la atmósfera. Estas deduccio-
nes fueron completamente confirmadas por trabajos pos-
teriores. Como los detectores de partículas cargadas han
adquirido mayor sensibilidad y capacidad para distinguir
diferentes clases de partículas, ha aumentado también
nuestro conocimiento respecto a la naturaleza xle la radia-
ción cósmica, aunque todavía no sabemos con certeza de
dónde proviene ésta.
Al principio se aceptó de hecho que los rayos cósmicos
consisten en radiación electromagnética, o sea, que efec-
tivamente son rayos gama que durante su paso a través de
la materia pueden liberar electrones por medio del efecto
Compton o del efecto fotoeléctrico. Las partículas car-
gadas, al pasar a través del aire, pierden energía a causa
de la fricción. Para que puedan llegar al nivel del mar o
para que puedan atravesar paredes de concreto o placas
RAYOS CÓSMICOS 349

de plomo, a través de las cuales se sabía que pasaban los


rayos cósmicos, las partículas tendrían que tener energías
que, en ese entonces, parecían demasiado fantásticas para
tomarlas en serio. No obstante, ahora sabemos que los ra-
yos gama sólo causan una pequeña parte de la ionización
que observamos al nivel del mar y que la mayor parte se
debe a partículas cargadas.
Su existencia puede ser demostrada en muchas formas.
Un método típico es el uso de contadores del tipo descrito
en el Capítulo XI, que en esencia se compone de tubos
llenos de un gas adecuado y que contienen un alambre
con una diferencia tal de potencial eléctrico entre el
alambre y el tubo, que la pequeña cantidad de ionización
causada por una partícula al pasar es suficiente para pro-
vocar una pequeña descarga eléctrica. La descarga de dicho
contador solamente demuestra que una partícula ha pa-
sado a través de él, pero no indica mucho respecto a la
naturaleza de la partícula. Se obtienen mayores datos ai
se utilizan contadores "en coincidencia", lo- que significa
que se colocan a Corta distancia entre sí dos contadores
como A y B en la figura 66, y se dispone que el dispositivo
de registro solamente registre acontecimientos durante los
cuales ambos contadores son descargados al mismo tiempo
exactamente. Cuando esto sucede, una partícula ha pasado
a través de ambos contadores, o varias partículas han pa-
sado a través de uno. La segunda alternativa que da "pro-
bables coincidencias" por lo general rio tiene interés al-
guno. Si los tiempos son determinados con exactitud y si

Figura 66. Contadores.


35O MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

se aminora la rapidez con que pasan las partículas, se pue-


de reducir el número de dichas probables coincidencias.
En todo caso, se pueden ignorar sin que sufra menoscabo
el propósito principal.
En esta forma podemos estudiar si las partículas son
o no capaces de pasar a través de, digamos, un bloque de
plomo de un espesor dado. Para este propósito basta con
colocar el bloque de plomo entre los contadores, como se
indica en la figura, y observar cuánto disminuye el núme-
ro de verdaderas coincidencias. Técnicas más refinadas
especifican los acontecimientos en mayor detalle. Por ejem-
plo, podemos colocar tres contadores en línea recta, con
bloques de varias sustancias entre el primero y el segun-
do, y entre el segundo y el tercero. Si registramos entonces
el número de acontecimientos en que han funcionado los
dos primeros contadores, pero no así el tercero, esto
demuestra cuántas partículas han pasado a través del pri-
mer bloque pero se han detenido en el segundo.
Otro detector importante es la cámara de niebla, a la
que ya nos referimos en el Capítulo XI, y en la que se
puede fotografiar la trayectoria de las partículas que pa-
san. En general, la cantidad de rayos cósmicos que llega
es tan escasa que una cámara de niebla de tamaño razo-
nable debe ser expuesta por lo menos varias veces al nivel
del mar, para tener la oportunidad de ver siquiera una
trayectoria. Esta desventaja de tener que tomar muchas
fotografías por cada una que es útil puede evitarse com-
binando los contadores con la cámara de niebla. Veamos
la figura 6j. Los contadores A y B están colocados en tal
forma que una partícula que haya pasado en una línea
recta a través de ambos contadores también debe haber
pasado a través de la cámara de niebla, C, y la coinciden-
cia entre la descarga de ambos contadores es utilizada para
"disparar" el mecanismo de la cámara de niebla. Esto sig-
nifica que la cámara de niebla funciona, es decir, que las
gotas de agua se condensan en la trayectoria solamente
después que la partícula ha pasado, pero esto no constituye
un inconveniente puesto que los iones producidos por
RAYOS CÓSMICOS 351

la partícula no desaparecen muy rápidamente y hay tiempo


suficiente para producir y fotografiar la "huella de va-
por". En esta forma es posible asegurar que cada fotogra-
fía mostrará, cuando menos, una trayectoria de una par-
tícula capaz de penetrar a través de ambas paredes de
la cámara de niebla. Aún más, esta técnica tiene la gran
ventaja de permitirnos seleccionar tipos especiales de par-
tículas, o partículas que han sufrido ciertos acontecimien-
tos selectos. Por ejemplo, podemos colocar otro bloque de
plomo entre la cámara y el contador B, o debajo de B,
al que sigue otro contador, y de esta manera seleccionar
partículas que aún tienen suficiente energía para pasar
a través del bloque de plomo, o a la inversa, partículas
que sabemos se detienen en éste.

Figura 67. Cámara de niebla controlada por contadores.

Se pueden obtener mayores datos si se coloca la cámara


de niebla entre los polos de un poderoso imán de modo
que cada trayectoria se curva, y, entonces, de su curvatura
es posible obtener información respecto a la cantidad de
movimiento de la partícula.
Una tercera técnica importante utiliza placas fotográfi-
cas. Se sabe desde hace mucho que una partícula cargada,
por ejemplo una partícula alfa, que pasa a través de la
capa sensible o "emulsión" de una placa fotográfica que
posteriormente es revelada, deja una hilera de puntos ne-
352 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

gros. Esto se debe nuevamente a la ionización de algunos


átomos dentro de los pequeños granos de sal de plata que
contiene la emulsión fotográfica. Los electrones así libera-
dos en dicho grano causan cambios químicos que hacen
al grano "revelable", o sea, que se convierta en plata en
el proceso de revelado. Esto es precisamente igual al pro-
ceso normal de la placa fotográfica cuando se expone a la
"luz, con "la excepción ele que es e'l electo fotoeléctrico he
la luz el que libera a los electrones en vez de las colisio-
nes de las partículas alfa que pasan con los átomos.
En consecuencia, bajo un microscopio la trayectoria de
una partícula rápida es visible como una hilera de puntos
sobre una placa fotográfica corriente. Sin embargo, si se
aumenta la velocidad de una partícula, produce menos
iones en su camino, porque el disturbio eléctrico que causa
al pasar a través de un átomo es de tan breve duración
que hay mayor probabilidad de que el átomo no sufra
perturbación. De ahí que las partículas rápidas dejen muy
pocas marcas sobre una placa fotográfica normal y sus
huellas apenas si son visibles. No obstante, ahora hay pla-
cas especiales en las que quedan huellas visibles aun de
las partículas que prácticamente viajan con la velocidad
de la luz.
Al aplicarlo a los rayos cósmicos, este método tiene dos
ventajas obvias. Una de ellas es que las placas pueden ser
expuestas durante largos períodos, y así registrarán todas
las trayectorias de ese lapso a través de la emulsión.
Por consiguiente, la baja intensidad, o sea el pequeño nú-
mero de partículas que pasan a través de la placa por
minuto no significa desventaja alguna. Durante el tiempo
de exposición las placas no requieren atención alguna. La
otra ventaja es el pequeño peso, que hace posible que las
placas puedan ser transportadas en un globo o en un pro-
yectil a una gran altura, donde los rayos cósmicos son mu-
cho más numerosos y donde también hay tipos de radia-
ción que no pueden ser observados al nivel del mar. Más
adelante veremos que existe otra ventaja específica.
PARTÍCULAS CONOCIDAS 353

2. Partículas conocidas

Un más detallado estudio de los rayos cósmicos efectua-


do con todas estas técnicas ha mostrado su gran comple-
jidad. Algunas de las trayectorias que fueron encontra-
das resultaron ser de partículas de tipos conocidos, particu-
larmente electrones y positrones. Junto con los rayos gama
(o sea fotones de alta energía) éstas partículas forman lo
que se conoce como el componente débil de los rayos
cósmicos. Esto significa que son detenidas por espesores
comparativamente pequeños de material pesado tales co-
mo las placas de plomo. Sabemos que cualquier partícula
cargada, particularmente un electrón, al pasar a través de
materia pierde energía a causa de la fricción durante su
paso a través de los átomos. Pero si eso fuera todo lo que
pudiera suceder, la fuerza de penetración aún podría ser
muy grande para un electrón de muy alta energía, ya que
puede perder más energía. Además, los electrones tienen
la tendencia a perder energía debido a la radiación. Cuan-
do un electrón pasa cerca del núcleo de un átomo, es
desviado súbitamente por la intensa fuerza eléctrica, y en
el curso de esta desviación tiene la tendencia a perder
parte de su energía en la forma de radiación gama. Los
fotones que son producidos de esa manera pueden, al pa-
sar a través de los átomos, producir pares de electrones
y positrones, tal y como vimos en el Capítulo X. Por lo
tanto, el resultado neto es que parte de la energía del
electrón original ha sido convertida en uno o más pares de
energía correspondiente más baja. Éstos, además de dis-
minuir su velocidad por la fricción, pueden a su vez ra-
diar más fotones y más pares. Este proceso es conocido
como una cascada. A medida que aumenta el número
de partículas en la cascada, se reduce la energía de cada
una de ellas, de modo que el crecimiento de la cascada
se detiene cuando los electrones y positrones tienen una
energía tan baja que son detenidos por la fricción antes
de que puedan irradiar y, cuando los fotones tienen tan
baja energía, ya no son capaces de producir pares.
354 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NT.EVAS

Además de este componente débil, los rayos cósmicos


también contienen protones. También istos disminuyen su
velocidad a causa de la fricción, pero no producen rayos
gama en forma apreciable puesto que son más pesados y,
por lo tanto, sufren una desviación menos violenta debi-
do a las fuerzas eléctricas que encuentran al pasar a través
de un átomo. Por otra parte, el protón sí sufre una pertur-
bación violenta si choca de frente con un núcleo atómico.
Al pasar a través del aire la partícula viaja, en promedio,
unos cuantos centenares de metros antes de dar con un
blanco, es decir, de chocar directamente con el núcleo. Si
esto le sucede a un protón, el impacto rompe el núcleo
en fragmentos y el protón pierde una parte considerable
de su energía. Dichas colisiones de los protones con los
núcleos también dan origen a varios tipos nuevos de ra-
diaciones, a las que nos referimos más adelante.
De hecho, los protones forman la parte principal de los
rayos cósmicos que llegan a la tierra desde el espacio ex-
terior. El hecho de que esta radiación primaria consis-
ta en partículas cargadas puede demostrarse si compara-
mos los rayos cósmicos en distintos lugares de la tierra. Se
observa mucha mayor radiación cerca de los polos magné-
ticos que cerca del ecuador, y esto se debe a que, durante
su trayecto a través del espacio hacia la tierra, dichos pro-
tones, al igual que cualquier partícula cargada, son desvia-
dos por el campo magnético de la tierra y, a no ser que
tengan una energía muy alta, no alcanzan a llegar a la
tierra. Las partículas lentas sólo pueden llegar a la tierra
si su línea de acercamiento coincide con una línea de fuer-
za magnética recta. En tal caso no son desviadas, ya que la
fuerza de un campo magnético sobre una corriente de-
pende de la parte del campo magnético perpendicular a
esta corriente. Ahora, si comparamos a la tierra con un
pequeño imán, como en la figura 13a, advertimos que las
únicas líneas de fuerza rectas son aquellas que parten
desde cualquiera de los polos y se desvanecen en la con-
tinuación de la línea que une a los polos. Por lo tanto,
el protón lento sólo tiene oportunidad de llegar a la tierra
PARTÍCULAS CONOCIDAS 355

en los polos magnéticos. En cualquier otro lugar el protón


debe tener un mínimo de energía para poder llegar ahí
a pesar de la desviación magnética. Mientras más alejados
estemos de los polos, mayor es esta energía mínima. De
aquí que para estudiar los rayos cósmicos se utilice a la
tierra como un instrumento gigante para separar los efec-
tos de los protones primarios de diferentes energías. Si
nos interesamos en protones de baja energía, debemos pues
hacer nuestras observaciones cerca del polo magnético. Pa-
ra aislar el efecto de los protones de energía extremada-
mente alta, debemos trabajar cerca del ecuador magnético.
Se sabe que, además de los protones, la radiación que
llega a la superficie de la tierra desde el exterior tam-
bién contiene otros núcleos, que varían desde el helio
hasta por lo menos el nitrógeno, y quizás más allá. En
realidad, parecería que las proporciones en qué los pro-
tones, o sea el hidrógeno, y otros elementos están mezcla-
dos en la radiación cósmica, son muy similares a las
proporciones en que se encuentran en la atmósfera del
sol y en otras partes del universo. Ésta es una de las claves
importantes con que contamos respecto al origen de los
rayos cósmicos, pero hasta ahora no existe una teoría
completa.
Estos núcleos pesados sólo se encuentran a grandes altu-
ras, porque cuando un núcleo de tan alta velocidad choca
por primera vez con un núcleo atómico en el aire, es muy
probable que estalle en la forma de neutrones y protones
individuales que continúan su trayectoria separadamente,
junto con cualquier fragmento que hayan expulsado del
núcleo.
Como resultado de dichas colisiones, la radiación cós-
mica también contiene neutrones en su trayectoria des-
cendente a través de la atmósfera. Sabemos que los neutro-
nes no pueden formar parte de los rayos que llegan del
espacio exterior debido a su vida limitada, lo cual fue
mencionado en el Capítulo XI.
356 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

3. Mesones

Además de estos objetos familiares, los rayos cósmicos


también han mostrado contener partículas nuevas que an-
tes no se conocían. La primera evidencia de esto se obtuvo
a principios de la cuarta década, cuando se probó que
había partículas cargadas que podían atravesar gruesas
placas de plomo sin que aparentemente fueran desviadas
de su trayectoria recta o produjeran una cascada o cual-
quier otro tipo de huella adicional. No podían ser elec-
trones, ya que cualquier electrón con suficiente energía
para pasar a través de dicha placa de plomo debería pro-
ducir una cascada. No podían ser protones porque se en-
contró que algunas de ellas eran negativas (y, como ahora
sabemos, no producen fragmentos nucleares cuando la pla-
ca de plomo es lo suficientemente gruesa como para ase-
gurar que algunas de ellas deben haber pasado a través
de los núcleos).
Mediciones posteriores demostraron que estas partículas
eran más livianas que los protones, pero mucho más pe-
sadas que los electrones. ¿Cómo se puede pesar a dicha
partícula? Hay muchas formas de descubrir algo sobre
una partícula. Una de ellas consiste en observar su alcan-
ce, o sea la distancia en que la fricción la hace detenerse.
En esencia, ésta es una medida de su energía, ya que la
cantidad de energía que se pierde por causa de la fricción
al viajar una distancia dada es muy similar para diferentes
clases de partículas. (Esta afirmación constituye una sim-
plificación excesiva, puesto que la cantidad de energía
que la partícula pierde depende de la velocidad, pero
esta variación se puede ignorar). También se puede ob-
servar la desviación en un campo magnético intenso, ya
sea en una cámara de niebla o utilizando contadores, y esta
desviación depende de la cantidad de movimiento. Se pue-
de observar el número de iones que produce la partícula
a lo largo de su trayectoria, ya sea contando el número de
gotas de agua a lo largo de la huella en una cámara de
niebla, o el número de puntos que forma la huella en
MESONES 357

una placa fotográfica. Esto nos enseña algo respecto a la


velocidad de la partícula, ya que su probabilidad de ex-
pulsar un electrón fuera de un átomo depende del tiempo
que demora en pasar a través del átomo. Por último, se
pueden observar las desviaciones de una huella respecto
a una recta, ya que, al pasar a través de cada átomo, la
partícula sufre una leve desviación y por lo tanto, como
resultado de muchas desviaciones pequeñas en distintas di-
recciones, la trayectoria se hace ligeramente irregular. Esta
dispersión irregular depende esencialmente del producto
de la cantidad de movimiento y de la velocidad de la
partícula.
En principio, dos cualesquiera de esas observaciones,
por ejemplo, las de la energía y de la cantidad de mo-
vimiento, son suficientes para determinar la masa de la
partícula. Pero como en la práctica la posible exactitud
para estas diferentes observaciones depende de las circuns-
tancias, es necesario usar mucho ingenio para establecer
la masa con la exactitud deseada.
Se encontró que las nuevas partículas tienen una masa
cerca de 210 veces mayor que la de un electrón; en otras
palabras, poco más de un décimo de la masa del protón.
Dichas partículas son conocidas como mesones, de acuer-
do con un término griego que implica su posición inter-
media entre el protón y el electrón.
Se encontró que estos nuevos mesones descubiertos por
C. Anderson e, independientemente, por Blackett, tenían
una duración muy breve. Después de aproximadamente
dos microsegundos, o sea .2 millonésimos de segundo en
promedio, dicha partícula se desintegra y el único pro-
ducto visible es un electrón rápido. Este proceso nos re-
cuerda el proceso de la desintegración beta. Si en este
proceso se conservan la energía y la cantidad de movimien-
to, debe producirse por lo menos otra partícula, como
puede verse al considerar al mesón en reposo, o sea sin
cantidad de movimiento. Como el electrón sale con velo-
cidad considerable, o sea con cantidad de movimiento
considerable, la conservación exige que llevé consigo una
358 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

cantidad de movimiento opuesta e igual. En realidad, si


solamente se produjera otra partícula invisible, ésta siem-
pre tendría que tener la misma cantidad de movimien-
to que el electrón; por consiguiente, la energía disponible,
que es la energía en reposo del mesón, siempre sería
compartida en la misma proporción entre el electrón y
la otra partícula. Por ejemplo, si como ocurre, la ener-
gía disponible es mucho mayor que la energía en re-
poso tanto del electrón como de la otra partícula, ambos
viajarían casi exactamente a la velocidad de la luz, y la
energía de cada uno sería su cantidad de movimiento
multiplicada por la velocidad de la luz. En este caso, para
igual cantidad de movimiento deberían tener igual ener-
gía, y cada uno tendría exactamente la mitad de la ener-
gía disponible, o sea la mitad de la masa del mesón mul-
tiplicada por c2.
Sin embargo, los experimentos han demostrado que esto
no es así. A medida que los mesones se desintegran, el
electrón sale a veces con mayor energía y otras veces con
menor energía. Esto solamente puede suceder si, además
del electrón, se producen por lo menos dos partículas invi-
sibles. Al presente, la explicación más probable es que
de la división del mesón resultan dos neutrinos.
Esta conclusión hace que el proceso sea más similar al de
la desintegración beta. Al igual que en la desintegración
beta, el neutrón se convierte en tres partículas, a saber,
un protón, un electrón y un neutrino; también aquí el
mesón se convierte en un electrón y en dos neutrinos.
El lapso de vida también es similar. El lapso de vida
de un núcleo que sufre desintegración beta depende,
como se sabe, de la energía liberada durante el proceso
beta, y si se calcula cuál sería el lapso de vida de un estado
en que toda la energía en reposo de un mesón, aproxima-
damente 100 MeV, fuera liberada, se encuentra el resul-
tado correcto, que es de unos dos microsegundos.
Dichos mesones forman una parte sustancial de los rayos
cósmicos al nivel del mar. Debe de haber habido muchos
más a grandes alturas, los cuales se descompusieron du-
MESONES 359

rante el trayecto. Los electrones que resultan de esta des-


integración constituyen la fuente principal del compo-
nente débil de la radiación, que ya hemos discutido an-
teriormente.
Es evidente que, debido a este corto lapso de vida, los
mesones deben ser producidos en procesos de colisión en
la atmósfera. No pueden estar contenidos en la radiación
primaria que viene desde el espacio exterior, puesto que
entonces, con toda seguridad, se habrían desintegrado
durante el trayecto. En realidad, a primera vista podría'
mos llegar a la conclusión de que aun los mesones pro-
ducidos en colisiones cerca de la parte superior de la at-
mósfera nunca podrían llegar a nivel del mar, puesto que
aunque viajaran con la velocidad de la luz cubrirían, en
dos microsegundos, una distancia de sólo 600 metros, que
es mucho menor que la altura de la atmósfera.
No obstante, este argumento es incorrecto por una razón
muy interesante: muchos de los mesones tienen energías
cinéticas muy altas, de modo que viajan con una velocidad
bastante aproximada a la de la luz. Un observador que
viajara con la misma velocidad que las partículas, y al
cual, por lo tanto, le parecería que éstas estuvieran en
reposo, descubriría aún que su lapso de vida es de dos
microsegundos. Pero si los descubrimientos de dicho ob-
servador son comparados con los de un observador inmó-
vil, de acuerdo con las leyes de la transformación de Lo-
rentz (véase el Capítulo VII), tendríamos que tomar en
cuenta la dilación en el tiempo y, en consecuencia, a nos-
otros nos parecería que la partícula tiene una mayor vida,
siendo el aumento de la misma proporción que la energía
total de las partículas respecto a su energía en reposo.
Por ejemplo, mesones con una energía de 100 000 MeV,
que aún son corrientes, sobrevivirán, en promedio, 2 000
microsegundos en lugar de 2 y durante este tiempo cu-
brirán una distancia de 600 kilómetros.
Vemos, pues, que el resultado de la dilación en el tiem-
po puede ser muy tangible y no estar restringido a pro*
blemas académicos como aquellos de los observadores que
360 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

comparan sus cronómetros cuando viajan a velocidades


aproximadas a la de la luz. Incidentalmente, vale la pena
observar que, desde el punto de vista de un observador
que viaja con los mesones, parecería que la misma situa-
ción se debiera a la contracción de Lorentz de las distan-
cias; en tanto que dicho observador registraría que el
lapso de vida medio de los m ¡sones es de 2 microsegundos,
la altura de la atmósfera que, para él, se precipita a alta
velocidad, nuevamente es reducida por la contracción de
Lorentz en la razón de 1 a 1 000 en el ejemplo numérico,
y por lo tanto el lapso de vida del mesón es suficiente
para cubrir esa distancia.
Parecería curioso que la única forma en que estas par-
tículas pueden desintegrarse es por medio de un pro-
ceso tan complicado que produce tres partículas, pero
esto es más natural si suponemos, como parece razonable,
que el mesón, al igual que el electrón, tiene un spin de
media unidad. No puede transformarse en un solo elec-
trón, puesto que entonces la energía y la cantidad de mo-
vimiento no podrían equilibrarse. Tampoco puede desin-
tegrarse en un electrón y en un neutrino, puesto que dos
de dichas partículas juntas siempre tendrían un momen-
to de la cantidad de movimiento de un número entero de
unidades. Por lo tanto, la desintegración más simple
posible es en tres partículas.

4. La teoría de Yukawa. Más mesones

El descubrimiento de estos mesones parece haber dado un


fuerte apoyo a una sugerencia que había sido hecha ante-
riormente por el físico japonés Yukawa, sobre la base de
especulaciones teóricas respecto a la naturaleza de las fuer-
zas nucleares. Por lo tanto, en este punto es conveniente
revisar el argumento de Yukawa.
Éste trataba de encontrar una descripción más satisfac-
toria de la fuerza entre dos partículas nucleares, por ejem-
plo, un neutrón y un protón. Se sabe que esta fuerza es una
fuerza de corto alcance, es decir, que es muy débil si la
TEORÍA DE YUKAWA 361

distancia entre el neutrón y el protón excede a cerca de


2.1o-3 cm., pero sí actúa sobre distancias de este orden de
magnitud. Ahora bien, no podemos admitir la existencia
de fuerzas que unan a las partículas directamente a una
distancia, por pequeña que sea, porque el principio de la
relatividad, que ha demostrado ser una poderosa guía en
la física fundamental, no admite la posibilidad de que
ninguna acción sea transmitida instantáneamente o con
velocidad mayor que la de la luz. En consecuencia, debe-
mos suponer que la fuerza nuclear también eá transmitida
desde el protón al neutrón, o viceversa, a través de un
nuevo agente que, para estas fuerzas nucleares, desempeña
un papel similar al del campo electromagnético en la trans-
misión de fuerzas eléctricas. Así como vimos en el Capítulo
III que cada carga eléctrica causa una perturbación en, el
campo electromagnético, la cual es transmitida desde un
punto a otro hasta que finalmente alcanza a otra carga,
también debe de existir, en igual forma, un campo que
transmita las fuerzas nucleares.
Sin embargo, el hecho de que las fuerzas nucleares sólo
se extiendan sobre distancias muy cortas significa que las
leyes de este campo deben de ser, en detalle, algo diferentes
de las del campo electromagnético.
De acuerdo con estos razonamientos, Yukawa llegó a la
conclusión de que dicho campo también debe de estar aso-
ciado con partículas que, sin embargo, no son partículas
de masa en reposo cero, como los fotones, sino que deben
tener una masa varios centenares de veces mayor que la
del electrón.
Sin tener que recurrir a refinamientos matemáticos, po-
demos entender este argumento si recordamos el razona-
miento del Capítulo X, en el que habíamos relacionado
la fuerza eléctrica entre dos partículas con la emisión de
fotones virtuales o "prestados". Una carga puede emitir
un fotón como préstamo y éste puede ser absorbido por
otra carga cercana. Si la distancia es corta, en esta forma
se pueden intercambiar fotones de onda larga o corta, ya
que el préstamo puede ser devuelto inmediatamente, pero
362 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

si la distancia es grande, la devolución del préstamo puede


demorar y, de acuerdo con el principio de incertidumbre,
solamente un préstamo pequeño es posible. Lo que sig-
nifica que únicamente pueden sel' incluidos fotones de
una frecuencia respectivamente menor o de una longitud
de onda mayor. De este razonamiento podemos derivar
la ley del inverso del cuadrado.
Consideremos ahora, en forma comparativa, un proceso
en el que no se producen fotones, sino partículas nuevas
de una apreciable masa en reposo. Entonces, por muy lar-
ga que sea la longitud de onda o ¡por muy pequeña que
sea la cantidad de movimiento de estas partículas, su ener-
gía es, por lo menos, mc2, donde m es su masa en reposo.
En consecuencia, la cantidad de energía que se pide pres-
tada nunca es menor que me* y, de acuerdo con el princi-
pio de incertidumbre, el proceso sólo puede ocurrir si el

préstamo puede ser devuelto en un tiempo . Puesto

que la acción puede ser transmitida a lo sumo con la velo-


cidad de la luz, puede cubrir una distancia de, a lo sumo,
. Por consiguiente, la producción y absorción de dichas
partículas darán origen a fuerzas que actúan sobre distan-
cias de unas cuantas veces ío^13 cm., si es que suponemos
que la masa es varios centenares de veces mayor que la
masa del electrón.
El descubrimiento de mesones en los rayos cósmicos pa-
reció, pues, confirmar estas especulaciones de Yukawa, y
durante cerca de diez años se trató de identificar a los
mesones que normalmente se encuentran en los rayos cós-
micos con los de la teoría de Yukawa. Sin embargo, este
punto de vista produjo una serie de contradicciones, y la
más seria de ellas era que, aparentemente, los mesones po-
dían pasar a través de los núcleos atómicos sin que nada
notable les sucediera; mientras que, si la teoría de Yukawa
era correcta, debían ser fácilmente absorbidos por los nú-
cleos, convirtiéndose su masa en energía.
TEORÍA DE YUKAWA 363

Estas dificultades sólo fueron resueltas cuando Powell


y sus colaboradores descubrieron la existencia de dos di-
ferentes clases de mesones, que llamaremos mesones (pi),
y Los mesones μ. eran las partículas que anterior-
mente habían sido sometidas a estudios intensivos. Los
mesones eran nuevos. Éstos interactuaban fuertemente
con los núcleos y, en conjunto, se comportaban de acuer-
do con las ideas de Yukawa.
Powell efectuó su trabajo por medio de placas fotográ-
ficas. Al estudiar las trayectorias de las partículas de rayos
cósmicos en dichas placas, encontró, en algunas ocasiones,
trayectorias de partículas que perdían su velocidad y que,
finalmente, se detenían. Esto puede verse porque su tra-
yectoria se ennegrece más y más hacia el final (una par-
tícula lenta produce más iones; por lo tanto, y como ya
hemos visto, causa el ennegrecimiento de más granos en
la placa fotográfica) y, al mismo tiempo, se hace más
irregular (en las colisiones es más fácil desviar a una
partícula lenta). Pero en algunos casos, desde el extremo
de dicha trayectoria partía una nueva partícula rápida,
evidentemente con considerable energía. Ambas partículas
se movían con velocidades mucho menores que la de la
luz, como se podía ver por el número de granos a lo largo
de su trayectoria, y por lo tanto no podían ser electrones
ya que cubrían distancias mucho mayores que las que
podría cubrir un electrón de velocidad correspondiente.
La energía de la segunda partícula era mucho mayor que
la que podía ser liberada por medio de cualquier proceso
concebible que se realizara en cualquiera de los compo-
nentes de la emulsión fotográfica.
En consecuencia, la única explicación posible era que
la primera partícula se había convertido en otra de menor
masa y la diferencia de masa se había convertido en ener-
gía. Las masas de ambas partículas podían ser calculadas
estudiando la forma de las trayectorias.
Desde entonces ha sido posible producir estos nuevos
mesones en el laboratorio, lo cual ha facilitado su estudio,
364 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

y también ha hecho posible explicar la evidencia de su


comportamiento en forma más directa.
. Con esto ha sido más fácil determinar con exactitud
la masa del mesón que resulta ser aproximadamente
272 veces la masa del electrón (en comparación con 210
para el mesón También se ha descubierto que la vida
media del mesón es sólo de aproximadamente se-
gundos; en otras palabras, cien veces menor que la de un
mesón μ. Después de dicho tiempo el mesón se divide
en un mesón μ y en algunas otras partículas invisibles, sin
lo cual la cantidad de movimiento no podría ser equili-
brada. Aquí únicamente se produce una partícula neutra
(en comparación con las dos que se producen en la des-
integración del mesón μ); probablemente sea un neu-
frino, aunque esto aún no se ha probado.
El corto lapso de vida es la razón por la cual los meso-
nes no habían sido advertidos antes de que Powell los
descubriera. En el lapso de su vida media un mesón
aunque viajara con la velocidad de la luz, sólo cubriría
una distancia de aproximadamente seis metros y, con velo-
cidad más baja, una distancia respectivamente menor. Esto
significa que, en el aire o en una cámara de niebla, por
lo general se desintegrará antes de: que haya sido deteni-
do por la fricción, y si se desintegra durante su trayec-
toria es mucho más difícil saber qué es lo que sucede. En
todo caso, puesto que cada mesón se desintegra en un
y este último vive, como promedio, durante un lapso
cien veces mayor, se espera que los mesones sean mucho
más abundantes.
Por lo tanto, la placa fotográfica que muestra trayecto-
rias de partículas que se mueven a través de materia sólida
es ideal para el estudio de las partículas de corta vida, tanto
porque éstas llegan al estado de reposo en un tiempo mu-
cho más corto como porque, mediante la observación de
la placa bajo un microscopio, se pueden estudiar trayec-
torias mucho más cortas.
Volvamos ahora al proceso mediante el cual se producen
mesones a causa de las colisiones nucleares, ya sea en la
TEORÍA DE YUKAWA 365

radiación cósmica o en el laboratorio. En primer lugar


es evidente que este proceso requiere, por lo menos, una
energía igual a la energía en reposo de un mesón v, que es
de aproximadamente 140 MeV. Sin embargo, si un protón
rápido choca con otro estacionario, su cantidad de movi-
miento debe de conservarse y, por lo tanto, las partículas
que quedan después de la colisión tendrán conjuntamen-
te una considerable cantidad de movimiento. Esto sig-
nifica que también deben de tener energía cinética, la
cual debe ser sumada a su energía en reposo. En realidad,
la energía mínima que debe tener un protón para pro-
ducir un mesón π en una colisión con un protón esta-
cionario es de aproximadamente 300 MeV.
Los mesones w se producen en abundancia durante las
colisiones con protones o neutrones con núcleos superiores
a aproximadamente 300 MeV, y en la actualidad muchos
laboratorios cuentan con máquinas que pueden dar las
energías requeridas a las partículas. Un fenómeno similar
se produce cuando los rayos cósmicos primarios penetran
en la atmósfera. En sus colisiones con los núcleos producen
mesones π, que se desintegran casi instantáneamente en
mesones μ, y éstos se convierten en electrones.
Además de estos mesones cargados eléctricamente, exis-
ten también mesones sin carga, o neutros. Esto también
fue pronosticado en las especulaciones teóricas antes de
que los experimentos lo confirmaran. El mesón neutro «•
también es de interés, puesto que hasta ahora es la única
partícula nueva cuya existencia fue probada al ser pro-
ducido en una máquina antes de ser descubierto en la ra-
diación cósmica.
El razonamiento teórico a su favor era el siguiente: ya
vimos que las ideas de Yukawa explicaban la fuerza entre
el neutrón y el protón suponiendo que el protón, por
ejemplo, podía producir un mesón "a crédito", el cual
entonces era nuevamente absorbido por el neutrón, o vice-
versa. Ahora bien, si sólo existen mesones cargados, el
protón únicamente puede producir un mesón positivo, y
para equilibrar la carga se convierte en un neutrón. Un
366 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

protón debe ser el resultado de la absorción del mesón


positivo por el neutrón. El resultado neto es que el neu-
trón y el protón han intercambiado su carga, y efectiva-
mente, como hemos mencionado en el Capítulo XI, se
sabe que existen tales intercambios de fuerzas. Pero el
mismo mecanismo nunca podría causar una interacción
entre dos partículas iguales, por ejemplo, dos protones.
Si un protón produce un mesón positivo, éste no puede
ser absorbido por otro protón sin convertirlo en una par-
tícula con dos cargas positivas, la cual aparentemente no
existe. Alternativamente, un protón no podría producir
un mesón negativo sin que nuevamente quedara con dos
unidades de carga positiva. Por otra parte, se sabe que la
fuerza nuclear entre dos protones; es mucho más intensa
que la que existe entre un protón y un neutrón, y la
forma más fácil de explicarlo es postulando que no sólo
existen mesones cargados sino también mesones neutros.
En efecto, éstos fueron descubiertos en experimentos
con protones rápidos. Su descubrimiento requirió un sutil
trabajo detectivesco, puesto que resulta que su lapso de
vida media es aún menor que el de los mesones en
realidad, sólo viven durante aproximadamente se-
gundos. En consecuencia, aunque viajen con la velocidad
de la luz, sólo cubren aproximadamente ½ooo mm. antes
de desintegrarse. Cuando esto sucede, el resultado son dos
fotones que, en caso de que el mesón neutro se mueva len-
tamente, deberán salir en sentidos opuestos con energías
iguales, cada uno teniendo aproximadamente 70 MeV. A
su vez, estos fotones son descubiertos por medio de los
pares de electrones que producen al pasar a través de la
materia. Se notará, por consiguiente, que las observaciones
están bastante alejadas del mesón neutro. Pero, el expe-
rimento de Panovski y otros lo demostraron en forma con-
vincente. Posteriormente se demostró también la existen-
cia de las mismas partículas en la radiación cósmica.
La masa de los mesones neutros es ligeramente más
pequeña que la de los que tienen carga, y por lo tanto,
cuando un mesón cargado choca con un núcleo, el re-
TEORÍA DE YUKAWA 367

sultado puede ser un neutro con energía cinética ligera-


mente mayor.
Pero se ha probado que los mesones con carga y los
mesones neutros no tienen spin. La evidencia de esto es
demasiado técnica para explicarla aquí. Este resultado con-
cuerda con el punto de vista de Yukawa, ya que para esto
es esencial que un protón pueda convertirse en un neu-
trón más un mesón y viceversa. Puesto que el neutrón
y el protón tienen, cada uno, un spin de media unidad,
esto es posible si el mesón no tiene spin. De acuer-
do con este argumento, aún podría tener un spin de un
número entero de unidades, puesto que siempre podría
lograrse el equilibrio mediante el movimiento de las par-
tículas en sus órbitas, pero un spin de media unidad no
tendría este efecto.
Este resultado tiene cierto interés en relación con las
primeras dificultades que se presentaron para encontrar
una descripción ondulatoria para las partículas cargadas
que carecen de spin. Afortunadamente, mucho antes
de que se descubrieran los mesones, ya se había logrado
demostrar que la ecuación ondulatoria cuádruple de Dirac,
que requería un spin de media unidad, no era la única
ley relativista posible para ondas asociadas con partículas
cargadas en la relatividad, de modo que el descubrimiento
de partículas cargadas sin spin no presentó dificultades.
En la actualidad varios laboratorios están estudiando
el comportamiento de los mesones particularmente res-
pecto a sus colisiones con neutrones y protones. Este pro-
blema está pasando rápidamente, de la etapa del descubri-
miento de nuevos procesos, a una investigación cuantitati-
va detallada. Se podría haber esperado que estos descubri-
mientos, que en tantas formas confirmaron Jas ideas de
Yukawa para explicar las fuerzas nucleares, allanaran el
camino para poner las ideas de Yukawa en forma de leyes
cuantitativas. Sin embargo, es desalentador ver que se
haya hecho tan poco en ese sentido debido a nuevas e
inesperadas dificultades.
La dificultad principal se debe al hecho de que el campo
368 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

mesónico que rodea a un protón o a un neutrón es


mucho más intenso que el campo electromagnético que ro-
dea a un electrón. Se culpa de esto al hecho de que la
fuerza nuclear a distancias muy cortas es mucho más in-
tensa que las fuerzas eléctricas entre electrones o protones
a distancias respectivas, hecho sobre el cual ya hicimos
hincapié en el Capítulo XI. Esto complica cualquier des-
cripción detallada de lo que sucede. Por ejemplo, cuando
discutimos en el Capítulo X la interacción de un elec-
trón con los fotones que podía producir y reabsorber, po-
díamos tener la certeza de que, para la mayoría de los pro-
pósitos, era mínima la oportunidad de que hubieran 2
fotones a la vez. Similarmente, en las colisiones entre dos
electrones o entre un electrón y un protón, en la mayoría
de los casos no habría emisión de un fotón de energía,
sino sólo ocasionalmente uno, y muy raramente dos. Todo
esto tiene que ver con el hecho de que el número
que introdujimos en el Capítulo X y que medía la inter-
acción del electrón con el campo circundante es muy pe-
queño, aproximadamente El número correspondiente
para un mesón es mucho más grande, probablemente ma-
yor que 1. Como resultado, debemos esperar que un pro-
tón o un neutrón pedirán energía prestada tanto para
producir dos, tres o más mesones como para producir
uno. En realidad, en colisiones en las que hay la suficiente
energía disponible para producir más de un mesón, como
en los recientes experimentos realizados en el laboratorio
de Brookhaven con una máquina que produce protones a
3 000 MeV, se ven más casos en que una colisión produce
dos mesones en vez de uno.
Como resultado, el problema de las consecuencias que
deberían esperarse de alguna forma especial de leyes tipo
Yukawa sigue aún sin resolver. No sabemos si el próximo
paso será un ingenioso descubrimiento nía tenia tico que
nos dará más claridad en estos difíciles problemas, o al-
guna nueva clave derivada de los experimentos que nos
haga modificar las leyes mismas.
MÁS ALLÁ DE LOS MESONES 369

5. Más allá de los mesones. Empieza un nuevo capítulo

El descubrimiento de los mesones μ y de los mesones


neutros y con carga, concordó, en cierta forma, con lo que
esperábamos porque el mesón μ pareció ser, y el mesón
efectivamente era, la confirmación de una especulación
audaz pero muy convincente. No había ninguna razón
especial para suponer que se seguirían descubriendo nue-
vas partículas. Así sucedió, sin embargo, y las investiga-
ciones ya han mostrado una abrumadora variedad de par-
tículas nuevas, que parecen aumentar a medida que se
progresa en la exactitud e ingeniosidad de los experi-
mentos.
Una de estas partículas (de hecho, probablemente la
primera de este grupo que se haya descubierto) se conoce
ahora como la partícula A (lambda), la cual es neutra y se
desintegra en un protón y en un mesón negativo. En
esta desintegración se libera una energía de 37 MeV; en
otras palabras, la partícula A tiene una masa en reposo
igual a la de un protón más un mesón más 72 veces la
masa del electrón. Su vida media es de aproximadamente
segundos. Aparece en la radiación cósmica. El primer
ejemplo de este tipo fue encontrado en una fotografía
de una cámara de niebla al nivel del mar, pero esto es
muy raro y la mayoría de estas partículas se han visto
en fotografías de cámaras de niebla en la cima de altas
montañas.
Recientemente se ha descubierto que dichas partículas A
también pueden producirse artificialmente. Se las encuen-
tra cuando neutrones o mesones de alta energía (pro-
ducidos por la máquina de Brookhaven) pasan a través de
materia. Probablemente el proceso mediante el cual son
producidas es complicado; y existe evidencia de que, junto
con esta nueva partícula, se produce otra. Ésta es, por lo
menos en algunos casos, una partícula llamada
que también ha sido encontrada en los rayos cósmicos.
Ésta es otra partícula neutra, que también tiene una vida
media de aproximadamente segundos y que se divide
370 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

en dos mesones liberando una energía precisamente


superior a 200 MeV. En otras palabras, su masa en reposo
es un poco menor a 1 000 masas electrónicas. Una ter-
cera partícula nueva, la llamada está provista
de carga, y su lapso de vida es similar al de las otras. Se
descompone en tres mesones cargados, y la energía que
queda de este proceso es de aproximadamente 70 MeV.*
Existen otras, por ejemplo, la (kapa), una partícula
cargada que se descompone en un mesón μ y en una o
dos partículas neutras, y la llamada que se descom-
pone en un mesón π cargado y en una partícula neutra.
Actualmente se progresa bastante en la catalogación de
estas partículas y sus comportamientos, pero, fuera de
asignarles nombres, aún no hay mayor claridad respecto a
sus conexiones, ni tampoco se sabe hasta dónde se exten-
derá la lista.
Debe tenerse en cuenta que los lapsos de vida de
segundos, que parecen muy cortos en la escala de tiempo
a que estamos acostumbrados, aún son lapsos muy largos
en relación con las frecuencias asociadas con dichas par-
tículas. Por lo tanto, no sería sorprendente que existieran
muchas otras partículas nuevas de vida mucho más corta,
cuyo descubrimiento sería más difícil.
Tenemos un ejemplo de dicha partícula de corta vida,
el mesón neutro, que vive tan corto tiempo que el lugar
donde se produce y aquel en que se descompone sólo pue-
den distinguirse mediante las técnicas más refinadas. Por
lo tanto, su existencia sólo puede probarse por evidencia
circunstancial, pero esto fue especialmente fácil en el caso
del mesón neutro porque, como indicamos anterior-
mente, había razones teóricas para suponer que dicha par-
tícula existía y también habían indicaciones de su com-
portamiento.
La teoría ha pronosticado la existencia de una partícula
que aún no ha sido descubierta: el protón negativo, 11a-
• Yang C. N. y Lee T. D. han demostrado que las partfculas fl y r son
mesones K, en sus trabajos conducentes al descubrimiento del incum-
plimiento de la paridad en las interacciones débiles, publicados en ior
a jv
7.
(N. de la T.) '
MÁS ALLÁ DE LOS MESONES 371

mado a veces antiprotón.** Para comprender la razón


de esto, debemos recordar la discusión del Capítulo X
respecto a la aparente dificultad de los electrones en esta-
dos de energía negativa y la forma en que esto condujo a
la idea de electrones positivos o antielectrones. Éstos
eran la contrapartida del electrón en el sentido de que
un electrón positivo era, en cierto sentido, lo mismo que
la ausencia de un electrón corriente de un estado de ener-
gía negativa. Más prácticamente, un positrón junto con
un electrón corriente podrían desaparecer, convirtiéndose
su energía en radiación.
En cuanto al protón, la situación es muy similar. Las
leyes ondulatorias del protón no tendrían sentido y condu-
cirían a protones en estados de energía negativa con un
comportamiento bastante absurdo, a no ser que evitáramos
esto en la misma forma en que lo hicimos para los elec-
trones, es decir, a no ser que imagináramos la existencia
de antiprotones o protones con una carga negativa, que
pudieran aniquilarse junto con protones corrientes, con-
virtiéndose su masa en energía. (Es muy probable que
esta energía se produjera, por lo general, en la forma de
mesones). Para crear dicho par de protones se requiere
una energía de aproximadamente s ooo MeV. Si son crea-
dos por el impacto de un protón rápido sobre otro en
reposo, como ocurre normalmente tanto en experimentos
de laboratorio como en las colisiones de rayos cósmicos,
el protón incidente debería tener algo más de energía, ya
que las cuatro partículas que quedan después de la coli-
sión (los dos protones y el nuevo par de protones) deben
seguir moviéndose para conservar la cantidad de movi-
miento. Al hacer los cálculos, se encuentra que la energía
cinética del protón debe ser, por lo menos, seis veces
mayor que su energía en reposo; en otras plabras, cerca
de 6 000 MeV. Aún no se dispone de dichas energías en
los laboratorios, pero se están construyendo máquinas que

• • D e acuerdo con informes recientes, esta partícula fue descubierta en


el Laboratorio de Radiación de Berkeley a principios de 1956. (N.
de la T.)
372 MESONES Y OTRAS PARTÍCULAS NUEVAS

excederán este límite; éstas deberán dar una solución al


problema de si nuestra especulación respecto al protón
negativo es correcta o no.
En la radiación cósmica aparecen protones de energías
muy superiores y se habría podido suponer que éstos, en
realidad, debían producir algunas veces protones negativos.
Sin embargo, éstos muy raramente habrían sido vistos en
condiciones donde son fácilmente identificados. Por ejem-
plo, puesto que se producen en colisiones extremadamen-
te violentas, en la mayoría de los casos se moverían tan
rápidamente que no sufrirían una desviación apreciable
en ninguno de los imanes utilizados y, por lo tanto, no
serían fácilmente reconocidos como negativos. En conse-
cuencia, no veríamos nada irregular en la trayectoria de
dichas partículas, a no ser que se la descubriera muy cerca
del término de su trayectoria, cuando está por detenerse,
y esto no sucede frecuentemente. En consecuencia, el hecho
de que aún no se haya descubierto un protón negativo
en los rayos cósmicos no es una evidencia en contra de su
existencia.
Con estas breves observaciones tendremos que abando-
nar la inconclusa historia de la multiplicidad de partículas
nuevas. Con ellas hemos llegado a la frontera inexplorada
de la física. Su relación con las leyes de la naturaleza, que
ha sido nuestro tema principal, es más bien negativa en
el sentido de que muestran lo incompleto de las leyes de
la naturaleza tal y como las conocemos hasta ahora. No
hay duda de que, a medida que aumenta nuestra com-
prensión de estos descubrimiento!; recientes, tanto me-
diante mayores estudios experimentales como mediante la
comprensión de las leyes fundamentales que sirven de
base a resultados, encontraremos que nuestras actuales le-
yes de la naturaleza no son incorrectas, sino incompletas.
XIII
¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS?

Nuestro resumen de las leyes de la naturaleza nos ha


llevado desde el principio de la física como una ciencia
exacta hasta los descubrimientos más recientes; desde la
ley de la inercia hasta ías colisiones de los mesones.
Ya hemos hecho hincapié en que cada nuevo adelanto
no debe ser considerado como una refutación de lo que
se conocía anteriormente, sino como una ampliación y un
enriquecimiento, de suerte que, en general, el trabajo an-
tiguo conserva su valor dentro de su propio medio. Es
cierto que se probó que había error en ciertos trabajos
anteriores, debido a datos inexactos o a razonamientos im-
perfectos, o debido a hipótesis no confirmadas. En nuestra
breve reseña, dichos trabajos no han sido mencionados en
absoluto, aunque haremos bien en recordar que ni si-
quiera todas las ideas de un gran físico pueden resistir la
prueba, y que muchas deben ser sometidas a prueba antes
de que se llegue a comprobar una de ellas.
Otra experiencia general es la de que surgen nuevos
problemas y dificultades a medida que aumenta nuestro
conocimiento mediante la solución de algunos problemas.
Los problemas a que nos referimos en los últimos capí-
tulos ni siquiera podrían haber surgido como tales sin el
conocimiento derivado de los resultados de capítulos an-
teriores. Como consecuencia, a medida que se desarrolló el
tema, la magnitud de los problemas no resueltos pareció
a veces enorme y otras veces muy pequeña. En algunas
ocasiones los nuevos descubrimientos, que no encuadra-
ban en ningún modelo conocido, tuvieron una rápida su-
cesión, y en otras ocasiones parecía como si estuviéramos
muy cerca del conocimiento completo de las leyes de la
física. El éxito de la mecánica newtoniana nos condujo a
un panorama optimista de que todo el comportamiento de
la materia podría ser reducido, finalmente, a las leyes
373
374 ¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS?

de la mecánica, y aun Maxwell trató de apoyar sus fa-


mosas leyes del campo electromagnético en modelos me-
cánicos. Solamente después, cuando hubo tiempo de acos-
tumbrarse a las leyes de Maxwell y cuando las ideas de
la relatividad les dieron mayor claridad, se reconoció que
estas leyes eran de por sí tan simples como las leyes de la
mecánica y que no había necesidad de supeditar las unas
a las otras.
Cuando se aclararon las leyes mecánicas y electromagné-
ticas, algunos creyeron que las leyes de la física estaban
completas. En los libros de texto escritos a comienzos de
este siglo existía la tendencia común a referirse a la física
como una materia que en esencia estaba completa, sin
hacer referencia a los problemas por resolver. Natural-
mente que se sabía que las características de las diversas
sustancias no podían derivarse, en aquel entonces, de
ninguna de las leyes conocidas, pero esto no se consideraba
como parte de la tarea. El peso específico del plomo o la
resistencia eléctrica del cobre, la dureza del diamante o el
color del yodo, eran datos que el físico debía utilizar
como materia prima, pero que no trataba de explicar.
Sólo más tarde se comprendió que las leyes de la física
eran aplicables a la estructura de la materia y que las leyes
básicas eran responsables de toda esta variedad. En los
Capítulos V y VI vimos cómo estos problemas tomaron
forma gradualmente, y en los Capítulos VIII y IX la for-
mulación de la mecánica cuántica nos explicó casi en
forma completa la estructura de la materia, con la excep-
ción importante del interior del núcleo.
En consecuencia, también hubo un momento en que pa-
reció que el problema de las leyes básicas era sencillo y que
casi se había llegado a una comprensión completa. Se tenía
conciencia de que el cuadro no estaba completo hasta que
se pudiera entender el núcleo, pero en aquel entonces se
sabía tan poco sobre el comportamiento de los núcleos que
también parecía que no se requería mucho para explicar-
los. En aquel entonces (antes del descubrimiento del neu-
trón) se creía que los núcleos contenían protones y elec-
¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS? 3^5

trones. Se ignoraba, de hecho, cómo dicha combinación de


electrones y protones podía mantenerse unida, pero de
todos modos el estudio de electrones a alta velocidad pre-
sentaba dificultades y se esperaba una misma solución para
ambos problemas. Entonces sólo se conocían dos partículas
elementales, el protón y el electtón, y fuera del radio de
sus masas el único número puro (es decir, la única com-
binación de constantes naturales que es independiente de
las unidades en que las expresamos) era la constante de
estructura fina, . Quizás no se necesitaba un mayor
adelanto para poder explicar estos dos números, o sea,
explicar por qué todos los electrones y protones tenían
precisamente la cantidad de energía eléctrica que tienen,
y por qué los protones tienen precisamente un peso cerca
de i 840 veces mayor que el de los electrones. Quizás den-
tro de pocos años se puedan conocer todas las leyes básicas
de la física.
No quiero sugerir que este punto de vista era firme-
mente sostenido én aquella época por muchos físicos, y, de
hecho, la mayoría de ellos comprendía que un mayor co-
nocimiento traería consigo nuevos problemas. Pero era
un punto de vista que podía ser sostenido razonablemente,
de acuerdo con los hechos que se conocían. A partir de
entonces han transcurrido cerca de 25 años y la física bá-
sica, que parecía estar casi completa, nuevamente ha to-
mado un giro hacia un campo con más preguntas que
respuestas, como lo he tratado de demostrar en los dos
últimos capítulos. La lista de partículas nuevas crece con-
tinuamente, y con ella la lista de números (tales como las
relaciones entre sus masas, sus lapsos de vida y sus inter-
acciones), de modo que al presente no faltan datos para
someter a prueba cualquier teoría nueva. Pero, hasta
ahora, no existe una clave que haya ayudado a nadie a
proponer dicha teoría. El próximo paso para ordenar esta
aparente confusión puede que se dé mañana, como tam-
bién puede tardar muchos años. Cualquier especulación
de lo que vendrá después será solamente una conjetura
376 ¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS?

extravagante. Posiblemente algún tlía completaremos nues-


tro conocimiento sobre las leyes básicas de la física de tal
manera que la física se convierta en un tema consumado
basado en principios conocidos, en el sentido en que la
mecánica newtoniana, según se aplica a objetos de la vida
diaria, es en la actualidad un tema terminado. Pero tam-
bién pudiera ser que esta consumación final quedara siem-
pre fuera de nuestro alcance y que, a pesar de lo que pu-
diéramos avanzar mediante nuestros recursos, ingenio y
curiosidad, cada nuevo conocimiento nos revelara nuevos
problemas insospechados.
Aunque algún día encontráramos que nuestro conoci-
miento de las leyes básicas respecto a la materia inanimada
ya estaba completo, esto no significaría que hubiéramos
"explicado" toda la naturaleza inanimada. Todo lo que
habríamos hecho sería mostrar que todos los fenómenos
complejos de nuestra experiencia derivan de algunas sen-
cillas leyes básicas. ¿Pero cómo explicar las leyes mismas?
En aquellos días en que parecía que las únicas leyes básicas
eran las de la mecánica, se podía tener la ilusión que estas
leyes eran evidentes en sí mismas, aunque, en realidad, la
facilidad con que nuestra mente las acepta tiene como úni-
co origen el hecho de que estamos acostumbrados a utili-
zarlas en el comportamiento de objetos materiales en la
vida diaria.
La primera pregunta con que nuestra curiosidad nos
lanza al estudio de los objetos que nos rodean empieza
con un "por qué", y a medida que tratamos de profun-
dizar en cada caso, el "por qué" básico queda, al final, sin
contestación. No podría ser de otra manera, porque lo que
pretendemos con una explicación, con una respuesta a un
"por qué", es demostrar siempre que el punto que se in-
terroga deriva de una ley o de un principio aceptados. Por
lo tanto, todas las explicaciones de los fenómenos natura-
les consisten en reducirlos a algunas leyes básicas. El pedir
una explicación de estas leyes significaría simplemente que
habría que reducirlos a algunas otras leyes.
Algunas veces las personas inclinadas a generalizacio-
¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS? 377

nes filosóficas intentan demostrar que las leyes básicas,


tales como las de Newton, en realidad se hacen evidentes
en virtud de ciertos principios generales, de los que pode-
mos estar seguros aun independientemente de cualquier
conocimiento del mundo que nos rodea. Ésta es una em-
presa algo arriesgada, porque la más bella derivación de
una ley de la naturaleza a partir de principios abstractos,
debe derrumbarse si resulta que la ley misma debe ser
modificada de acuerdo con descubrimientos posteriores.
Si alguna vez llegáramos a completar nuestros conocimien-
tos sobre las leyes de la física,, entonces cualquiera que lo
deseara podría probar que no habría posibilidad alguna
de que éstas fueran diferentes de lo que son.
Pero para el científico seguirán siendo lo que hasta
ahora: leyes derivadas de nuestra experiencia, que se prue-
ban al ver que sus predicciones son ciertas en situaciones
nuevas; que se aceptan, pero quedando sujetas a mayores
revisiones cuando sea necesario y siempre que nos ayuden
a poner orden en lo que hemos observado.
Seríamos parciales al creer que, finalmente, las leyes
correctas deberían ser simples. Tenemos la tendencia a
obtener una satisfacción intelectual siempre que una ley
simple encuadra con los hechos, aunque lo simple y lo
complicado es, en parte, cuestión de hábitos de pensa-
miento, de modo que no hay prueba absoluta de la sim-
plicidad.
No puedo terminar este libro sin hacer hincapié, nue-
vamente, en las cosas importantes que han sido omitidas.
No se ha hecho referencia a la cosmología, es decir, al
problema de la estructura del universo como un todo, ni
a un campo conectado con la cosmología: el problema de la
historia y el origen del universo tal y como lo vemos. Ha
habido puntos de contacto. Al revisar las listas de núcleos
o isótopos que existen en la naturaleza, no se puede dejar
de pensar por qué algunos son más abundantes que otros,
y la respuesta reside, evidentemente, en el proceso me-
diante el cual, en algún tiempo anterior, estos núcleos se
formaron. O si, como lo afirman algunos autores, el uní-
378 ¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS?

verso permanece en un estado estacionario, entonces la


abundancia de varios elementos o isótopos debe depender
de la forma en que se conserva el estado estacionario. Al
utilizar los rayos cósmicos como una fuente de partículas
de la energía más alta, no podemos dejar de especular
acerca de cuál es su origen, aunque esto no es esencial
para estudiar su comportamiento.
La excusa principal para omitir cualquier referencia
sobre dichos problemas es la falta de espacio, además
del hecho de que estos tópicos aún no están relacionados
con el material que hemos analizado en el sentido en que
lo están la relatividad y la teoría cuántica. Aún más, es
justo decir que, en estos tópicos, existe más especulación e
hipótesis que hechos confirmados. Los muchos descubri-
mientos interesantes sobre el universo todavía no condu-
cen a leyes que puedan expresarse con tanta confianza
como las que han sido descritas en este libro.
Un campo mucho más amplio y al que no nos hemos
referido es el de la vida. Hemos hablado de la naturaleza
como si no tuviera plantas, animales ni seres humanos.
Podemos recurrir a la misma excusa de antes, y probable-
mente también es justo decir de las ciencias biológicas
que aún no han llegado a la etapa en que empiezan a
aparecer los problemas básicos sencillos, aunque los ex-
pertos en el campo biológico bien pudieran rebatir esta
afirmación.
Sin embargo, es conveniente especular acerca de cuál po-
dría ser la relación entre las leyes de la materia inanimada
que hemos discutido y cualquier ley respecto a la materia
viviente que pudiera ser desarrollada en el futuro.
De acuerdo con lo que se sabe, parece que la materia
viviente se rige por las leyes físicas generales donde quiera
que éstas puedan ser sometidas a prueba. El movimiento
de nuestros miembros parece seguir las leyes mecánicas
en igual forma que el movimiento de las piezas de una
máquina. El trabajo que realizamos y el calor que produ-
cimos parecen estar equilibrados por el valor de combusti-
ble de las materias primas de nuestros alimentos. Las reac-
¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS? 379

ciones químicas que pueden identificarse en el cuerpo vivo


actúan como lo harían en un tubo de ensayo.
Pero esto no quiere decir que las leyes de la física inani-
mada podrían ser capaces de dar cuenta completa de un
organismo vivo. A mí me parece probable que lo contrario
es lo correcto, y que en el ser viviente se manifiesta algo
que falta en nuestra descripción de la naturaleza inanima-
da. Estas características especiales pueden existir solamente
cuando se trata de materia viviente. Pudiera ser que siem-
pre estén presentes, pero que carezcan de importancia
para el comportamiento de la materia inanimada y, por lo
tanto, todavía no se hayan manifestado en ésta. Esta última
posibilidad sería similar a la forma en que, en principio,
también existen para los objetos lentos las correcciones
debidas a la relatividad. En principio, un ferrocarril sufre
una contracción de Lorentz y hay cierta ambigüedad res-
pecto a la correlación de los acontecimientos desde el
punto de vista de un pasajero del tren y de otro que per-
manezca inmóvil, pero las diferencias son tan pequeñas
que sería vano recordarlas al tratarse de trenes verdaderos.
Similarmente, las leyes cuánticas rigen, en principio, para
una pelota de tenis, pero las correcciones a que dan lugar,
tales como los efectos de la difracción, por lo general se-
rán tan pequeñas que sería irrazonable tomarlas en cuenta.
En forma análoga, podría ser que las nuevas leyes que he-
mos invocado para dar cuenta de la materia viviente, mo-
dificaran en principio nuestra descripción del ferrocarril,
de la pelota de tenis o del átomo, pero en estos casos sólo
causarían cambios insignificantes y únicamente tendrían
importancia en lo que se refiere a la materia viviente.
Todavía no podemos estar seguros sobre cuál punto de
vista es el correcto.
En todo caso, nuestras ideas acerca de las relaciones en-
tre la vida y la física no pueden escapar a la influencia
de los cambios que han tenido lugar en la física durante
los últimos cincuenta años. Antes de ello, era creencia
general que una descripción determinista completa sobre
la naturaleza era posible; que podíamos imaginarnos la
380 ¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS?

posición y la velocidad de cada átomo y de cada electrón


en cada átomo, especificados en algún instante. Entonces
las leyes de la mecánica y de la electricidad permitirían
que calculáramos el estado de cosas en cualquier otro ins-
tante. En dicho cuadro determinista, la existencia de la
materia viviente sería una complicación. Si siguiéramos, de
la misma manera, el comportamiento de las moléculas,
átomos y electrones dentro de un cuerpo viviente, ¿se mo-
verían exactamente en la forma descrita por las leyes físi-
cas ordinarias, y, de ser así, podría ser la vida solamente
un resultado complicado de las leyes físicas, como una má-
quina calculadora o una máquina a vapor? O, si algunas
moléculas o algunos átomos desobedecieran las leyes de la
física ¿por qué lo harían únicamente en el cuerpo viviente?
La mecánica cuántica nos enseña que estas preguntas no
tienen significado alguno. Jamás podremos adquirir sufi-
cientes conocimientos, ni siquiera acerca del movimiento
de un solo átomo, como para predecir con exactitud su
comportamiento futuro y, como hemos visto en el Capítulo
VIII, incurrimos en contradicciones al postular que las
preguntas tienen un significado si no especificamos las ob-
servaciones mediante las cuales podemos probar las respues-
tas. En la materia viviente, este razonamiento sobrepasa
las limitaciones del principio de incertidumbre de la me-
cánica cuántica.
Mientras más queramos saber sobre el estado de los áto-
mos dentro de un organismo vivo, más notables serán las
perturbaciones que causen nuestras mediciones; y más
allá de las incertidumbres que esto introducirá en otros
datos físicos, como lo requiere el principio de incertidum-
bre, existe la limitación aún mayor que puede ofrecer un
ser viviente con sólo una interferencia de cierta magnitud
antes de que deje de ser un ser viviente. Que esta limita-
ción no es académica en ningún sentido lo demuestra el
hecho de que los objetos más pequeños, y en parte más
simples, que estudian los biólogos, tales como los virus,
sólo son visibles por medio de un microscopio electrónico.
Lo que vemos entonces no es el virus viviente, ya que no
¿SOBRE QUÉ TERRENO PISAMOS? 381

puede sobrevivir al bombardeo de electrones rápidos a que


debe estar expuesto, sino sus restos. Éstos, naturalmente,
proporcionan datos importantes. Pero vemos lo inútil que
es tratar de observar el virus por medio de un microscopio
de tal potencia que pueda verse "cómo funciona".
Así, aunque los más nuevos adelantos de la física pro-
bablemente no ayudarán al biólogo en forma directa, por
lo menos son útiles para liquidar conceptos falsos debidos
a las ideas más antiguas de la mecánica y para ampliar las
posibilidades que se ofrecen a la imaginación.
Nunca es posible pronosticar adelantos científicos antes
de que tengan lugar, pero no es irrazonable esperar que
en el futuro cercano se produzca una nueva comprensión
respecto a la materia viviente que, como en el caso del
descubrimiento del átomo y del desarrollo de la teoría
cuántica coordine súbitamente muchos hechos que hasta
ahora parecen ser independientes e inexplicables.
LISTA DE SÍMBOLOS

Esta lista contiene solamente los símbolos que se usan


con frecuencia en el texto.

c velocidad de la luz.
e carga eléctrica, particularmente del electrón.
E intensidad del campo eléctrico en el (capítulo III).
energía.
F fuerza.
g aceleración debida a la gravedad.
h constante de Planck.
H intensidad del campo magnético.
i corriente eléctrica.
k constante de Boltzmann.
I momento de la cantidad de movimiento.
m masa.
también momento de la cantidad de movimiento
alrededor de un eje dado,
n número cuántico.
p cantidad de movimiento.
q, Q carga eléctrica.
r distancia, radio de curvatura.
T temperatura absoluta,
u, v velocidad.
V energía potencial o potencial eléctrico.
x coordenada.
Z número atómico,
λ lambda longitud de onda.
v nu frecuencia.
ÍNDICE
Prólogo 9

I. Introducción 13
II. Movimiento y Fuerza 17
1. Leyes de Newton 17
2. La gravedad y otras fuerzas 23
3. Cantidad de movimiento y energía 26
4. Colisiones 34
5. Momento de la cantidad de movimiento . . . 38
6. Condiciones iniciales y grados de libertad .. 44

III. Electricidad y Magnetismo 48


1. Ley de Coulomb 48
2. Líneas de fuerza 54
3. Leyes de campo o acción a distancia 60
4. Electromagnetismo , 63
5. Inducción. Generadores y transformadores .. 70
6. Integración de las leyes 76
7. Ondas electromagnéticas 81
8. Energía de campo 8G

IV. Luz ... 89


1. Espectro. Interferencia. Ondas 89
2. Difracción, polarización, velocidad 96
3. La luz consiste en ondas electromagnéticas.. 100
4. Teoría de la emisión. Óptica geométrica.... 103

V. Átomos y Electrones 110


1. La química y la hipótesis atómica 110
2. La dimensión del átomo. Iones . 114
3. El electrón 1 »9
4. ¿De qué están constituidos los átomos? 121
5. ¿Por qué no se desintegran los átomos? . . . . 125
6. Son muchos los hechos que se pueden en-
tender 127
383
384 ÍNDICE
VI. Multitudes de Átomos: El calor como movi-
miento irregular 130

1. Cantidad de calor. Calor y desorden 130


2. Calor y movimiento atómico 135
3. La certeza y las leyes de la probabilidad.. 140
4. Más ensayos y algunas dificultades 144
5. Sólidos y líquidos 148
6. Calor radiante 153

VII. Relatividad 157

1. Consideraciones generales 157


2. Movimiento y reposo 160
3. La contracción de Lorentz 163
4. Cómo comparar longitudes y tiempos . . . . 167
5. Composición de velocidades 167
6. Mecánica de los objetos en movimiento
rápido 175
7. Aplicaciones y confirmación 181
8. El principio de equivalencia 185
9. Relatividad general 187

VIII. Cuantos, Ondas y Partículas 193

1. La hipótesis del cuanto. Los fotones 193


2. Difracción de electrones. Ondas estacio-
narias 202
3. Longitudes de onda variables 208
4. El átomo de hidrógeno . . 214
5. Partículas y ondas 217
6. El principio de incertidumbre «25

IX. El Comportamiento de los Átomos 237

i. Hidrógeno y helio 237


2. Otros átomos livianos. El principio de exclu
sión 241
ÍNDICE 385

3. Momento de la cantidad de movimiento .. 246


4. El experimento del haz atómico. El spin . .. 254
5. Capas de electrones. Moléculas iónicas . . . . 260
6. Otros tipos de moléculas 264
7. Sólidos, metales, líquidos 269
8. Paso a través de una barrera de potencial. 278

X. Electrones de Alta Velocidad 284


1. Energías negativas. Una dificultad 284
2.£Spin. Positrones 289
3. Fuerzas a altas velocidades. Más dificultades. 295
4. Métodos nuevos. Desplazamiento de Lamb. 299

XI. El Núcleo Atómico 305


1. Radiactividad. Descomposición alfa 305
2. La mecánica ondulatoria resuelve otra pa-
radoja 311
3. División del núcleo 314
4. Equipo nuevo 316
5. Neutrones. Isótopos. Defecto de masa . . . . 322
6. Fuerzas nucleares 326
7. Modelo de capa. Estados de excitación .. . 332
8. Rayos beta 334
9. Fisión. Fuentes de energía 339

XII. Mesones y otras Partículas Nuevas 347


1. Rayos cósmicos e instrumentos para su es-
tudio 347
2. Partículas conocidas 353
3. Mesones 356
4. La teoría de Yukawa. Más mesones 360 *
5. Más allá de los mesones. Empieza un nue-
vo capítulo 369

XIII. ¿Sobre qué terreno pisamos? 373


Esta obra se terminó de imprimir
en febrero de 1988
en Programas Educativos, S.A. de C.V.
Calz. Chabacano No. 65-A
México, 06850, D.F.

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