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“Todo Está Guardado en la Memoria”

La Evidencia y la Credibilidad en la Evaluación


Testimonial en Cámara Gesell
Lic. Jorge Garaventa*

Con un criterio impecable, Eva Giberti advertía sobre una verdad


altamente preocupante. Ya no se trata tanto de los criterios de
detección, de coleccionar indicadores, sino de pensar seriamente
que se hace con los abusadores de niñas, niños y adolescentes, y
que se hace con tantos jueces que no creen en la palabra, el
testimonio, el decir desesperado de quienes transitaban el mundo
en busca de amor y protección y se encontraron con la irrupción
perversa de la sexualidad adulta sobre su cuerpo, su psiquis y su
psicosexualidad en formación.

No cito textualmente a la Licenciada Giberti, tomo el concepto que


nos sitúa el problema en su justo centro.

Pero como es necesario saber de qué hablamos, pretendemos


definir en primera instancia, de que se tratan la evidencia, la
credibilidad y el testimonio. Ahí vamos.

Evidencia, dice el diccionario, es una certeza clara y manifiesta de


una cosa, de tal forma que nadie puede dudar de ella ni negarla-

Credibilidad es la cualidad de creíble (que puede o merece ser


creído).

Testimonio, Declaración en que se afirma o asegura alguna cosa

Definidos estos tres conceptos desde distintas versiones de


diccionarios consagrados, pretendemos puntualizar las razones de
convocarlos, la interrelación entre ellos y su importancia en el
proceso judicial que nos convoca, sin dejar de señalar por cuerdas,
los buenos servicios que presta la Cámara Gesell, pero a su vez
algunas de las complicaciones que nos lega. Es decir, si colocamos
este instrumento en el lugar de la infalibilidad estamos tan perdidos
como cuando renunciamos a su uso o delegamos la dirección de la
misma en quienes no tienen formación ni capacitación adecuada
para dirigir la entrevista a niños, niñas o adolescentes victimizados,
y que por la característica misma del delito a investigar llegan al
recinto en un modo de alta confusión emocional y tensión psíquica.
Cabe la advertencia freudiana: estamos trabajando con pólvora.

Si a nadie en ningunas de las instancias de lo judicial se le ocurriría


enviar a alguien que no fuera experto en explosivos para examinar
un paquete sospechoso, nos preguntamos ¿Qué se cruzará en la
cabeza de aquellos funcionarios que suponen que cualquiera de
ellos está en condiciones de recepcionar el relato y proceder a las
intervenciones pertinentes que faciliten el camino a un fallo justo.

Pero en el mismo sentido necesitamos preguntarnos, porque


también ocurre, ¿Qué se cruzará en la cabeza de aquellos colegas
que, luego de la sanción de la ley que propicia que la administración
de la Cámara Gesell esté a cargo de profesionales de la psicología
formados en la materia, sostengan que esa tarea no es inherente al
rol profesional, renegando de una de las funciones asignadas por
ley en las leyes de ejercicio?

Porque aquí es imprescindible poner en claro una cuestión central.


Ninguna de las instancias corporativas que intervienen en un
proceso de detección, denuncia y juicio del delito de abuso sexual
contra niñas, niños y adolescentes pueden rasgarse las vestiduras y
presumir inocencias ya que todos padecemos el entrecruzamiento
de haber sido cocidos en el caldo de una cultura patriarcal que
llama a la indulgencia en la mirada sobre algunos delitos que
padecen mujeres, niñas y niños.

Cuando un niño o una niña llegan a una Cámara Gesell, lo hacen


generalmente después de un largo recorrido, y es una cuestión que
quién tiene a su cargo el desarrollo de la misma no puede ignorar.

Como bien se sabe, el develamiento de haber padecido abuso


sexual puede llegar por vía de la palabra o por esas huellas
instaladas en el cuerpo y la conducta que llamamos indicadores
emocionales.
El entrevistador ha de tener en cuenta estos datos para no invalidar
el relato del entrevistado cuando su discurso ha tenido que
atravesar larga y trabajosamente trama adulta, y angustia adulta.

Para aclarar un poco más estas cuestiones voy a retomar algunos


desarrollos de un escrito mío, “La Palabra Contaminada, otro Mito
Perverso- La Revictimización Maliciosa en el Abuso Sexual Infantil”
que puede ser consultado en mi página web.

El cachorro humano, nace en absoluta indefensión y dependencia.


Su supervivencia dependerá exclusivamente de los adultos
responsables y su capacidad y predisposición para brindarle
herramientas idóneas para habitar el mundo. Estos irán “prestando”
pies, manos y soporte para que el niño finalmente pueda pararse,
sostenerse, caminar; andar por el mundo.

Paralelamente, va haciendo su ingreso al universo simbólico, el plus


de la cultura al que se accede a través del lenguaje. Serán los
adultos significativos quienes irán dotando de sentido a los sonidos
que luego serán las palabras. No hay lenguaje sin vocabulario
posible si no es a través del otro. También se le van prestando las
palabras. La clínica es testigo de lo que ocurre cuando el estímulo
amoroso está ausente en esta etapa crucial. No hay maduración sin
el otro, no hay crecimiento sin el otro. No hay lenguaje sin el otro.

¿Cómo fue que este acto de amor pasó a ser manipulación?


¿Cómo es que la buena palabra pasó a ser mala? ¿Cómo fue que
al acto de asistir al niño para que venza el miedo y hable de sus
angustias y sus padeceres devino contaminación? ¿Cuándo fue que
el acto fundante de la comunicación humana pasó a ser delictuoso?
¿Porqué ocurrió que esos grandulones, jueces, fiscales, abogados,
psicólogos, se ensañaron tan salvajemente con las palabras de los
niños que revelan abuso sexual?

Discurso adulto o contaminado son categorías que deberían


desaparecer de las evaluaciones judiciales. Son constructos
tendenciosos que están al servicio de obturar la palabra infantil pero
que además hacen alarde de ignorancia acerca de cómo es el
ingreso al universo simbólico y cuál es el derrotero del lenguaje
infantil. Pero el fin último es, además, intentar reducir al niño en la
absoluta soledad una vez que empieza a dar cuenta directa o
indirectamente del abuso que ha padecido o está padeciendo.

Estas inclinaciones fueron apareciendo en la medida que las


defensas de los abusadores se fueron sofisticando. O que se
rompió el mito y “en las mejores familias” se empezó a hablar y
denunciar el tema.

Pero el problema se complejizó cuando este mito se filtró en las


campañas de visibilización, aconsejando a los adultos responsables
no hablar con los niños acerca de lo que denuncian. Allí donde la
palabra y la actitud adulta deberían actuar como contención y
reaseguro se establece un escotoma. El silencio para no
contaminar. Llama la atención que semejante mentira pueda
haberse establecido e impuesto de manera tan contundente, aún en
los bien pensantes.

No hay que sesgar la comunicación entre adultos protectores y los


niños padecientes, sino capacitar adecuadamente a los
profesionales intervinientes para que puedan separar la paja del
trigo.

¿Se puede ignorar tan burdamente que los niños se alimentan de la


fuente especular que le brindan las personas más cercanamente
significativas? Niños y niñas forman un lenguaje plagado de
palabras prestadas. Pero ya en el balbuceo mismo hay a la vista un
guturalismo propio. Desde ese universo de palabras prestadas, con
ese universo de palabras ajenas, el niño va construyendo sus
lenguajes y sus verdades.

El entrevistador, en la capacitación previa ineludible ha de estar


muy atento porque las construcciones que apuntan a descalificar la
palabra de la pequeña víctima, roza lo razonablemente correcto. Y
sin embargo se trata de un caballo de Troya. Dicen: “No hay una
inculcación maliciosa, no se han llenado con relatos, lagunas de la
memoria ni se ha alienado su personalidad como en el SAP. Hasta
se puede suponer buena voluntad en quienes “contaminan” su
palabra. La angustia adulta los lleva a interrogar al niño sobre lo
ocurrido, a intentar profundizar sobre lo acontecido, a poner
palabras en aquello para lo que el niño aún no las tiene, y hasta
angustiarse por la angustia de los hijos” Todo eso dicen los
difusores del nuevo invento, ensucia la palabra del niño por lo tanto,
no hay que preguntar, no hay que decir, no hay que abrazar
demasiado, nada que le dé una dimensión distinta. Si un niño ha
denunciado abuso en su familia, hay que ser práctico y distante. El
paso siguiente será el especialista, que advertido de los peligros de
la contaminación, tendrá la suficiente abstinencia y pondrá todos los
test y juguetes entre el niño y él, porque…”que catástrofe si algo
sugiere y le da el sentido exacto a lo que el niño ha sufrido”…
porque se sabe, los representantes de la ley y del discurso puro
indagarán, entonces sí, todo lo que sea necesario…y pobres del
niño, la niña, la madre, el padre, la psicóloga o el psicólogo si llega
a aparecer la esperada respuesta: “me lo dijo”, pero peor aún si por
lo que fuere se advierte en los dichos del niño alguna huella que
indique “que lo ha hablado con algún adulto”

Cuando un niño o una niña revelan haber sido sometidos


sexualmente por un adulto, rara vez ese momento, lejos de lo
esperado, se constituye en el fin de sus padecimientos, sino
precisamente lo contrario.

El afán por pesquisar lenguaje contaminado, huellas de discurso


adulto en cualquiera de sus variantes desvía la atención de quien
tiene a su cargo la Cámara Gesell y cuya única atención debería
estar centrada en escuchar la verdad de ese niño, la relate con las
palabras que fuere.

Otras cuestiones que no pueden soslayarse: La Cámara Gesell es


un momento al que el niño llega ya con un camino recorrido. Ha
develado el abuso en otros escenarios, ha hablado o ha callado
pero padecido la presión de su palabra o su silencio. Ha sido
conducido a un especialista que pondrá en juicio su palabra,
transitará la entrevista previa que le dirá si está o no capacitado
para finalmente llegar a ese escenario donde se supone que al más
puro estilo charla TED en 15 minutos deberá proveer a la Justicia
de un discurso coherente, limpio, claro, armónico y propio de punta
a punta.
Ese niño ha sufrido amenazas para no hablar, presiones para
hablar y sabe que detrás de ese vidrio se encuentran quienes
esperan una u otra definición.

El niño y la niña develarán su verdad en ese espacio, como


decíamos antes, con palabras, con gestos o con diversos
indicadores. El psicólogo o la psicóloga que esté a cargo requieren
tener la capacidad de traducir lo que aquellos traen para lo cual
necesitan conocer profundamente desarrollos cronológicos
esperables y manifestaciones psicodinámicas profundas.

Hemos presenciado algunos episodios que culminaron con la


sentencia: el niño no habló, cuando en realidad deberá leerse, el
entrevistador no escuchó.

No será la Cámara Gesell la que determine si un niño fue abusado.


Pero una actitud de credibilidad basada en la evidencia del
testimonio, no necesariamente verbal, permitirá dar cuenta de
signos compatibles con el abuso sexual infantil. El resto es tarea de
los jueces y el debido proceso.

Hay que tener un desconocimiento muy grande acerca de la niñez y


su conformación psíquica para suponer que un niño o una niña
pueden atravesar semejante selva sembrada de amenazas para
intentar sostener algo que jamás sucedió, o solo ocurrió en sus
fantasías. Más me inclino a pensar que lo que ha fallado son, previo
al Juicio, todos los auxiliares de la justicia, que no supieron , no
pudieron o no quisieron escuchar la palabra de la niñez…porque
niñas y niños no mienten cuando relatan haber padecido un abuso.
Y esto no es una apreciación ideológica o principista sino una
evidencia basada en una verdad de Perogrullo. No están en
condiciones de relatar aquellas situaciones que no han padecido.
No están en condiciones de sostener aquello que se les ha
inculcado. En esta batalla, Freud y Piaget juegan para este lado. Y
algo sabían de la psiquis de niños y niñas.

*Psicologo

Buenos Aires, 20 de Octubre de 2017

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