Un hablar de Dios, sensible
a la teodicea
Johann Baptist Metz’
1. Circunstancias
1. Pertenezco a aquella generacién de alemanes que fue-
ron aprendiendo poco a poco a comprenderse como una ge-
neracién «después de lo de Auschwitz», y traté de reflejarlo
asi en mi manera de cultivar la teologia. Auschwitz sefialé
para mf un horror més alld de toda la teologia que me resul-
taba familiar, un horror que hacia que todo hablar —desli-
gado de la situacién— acerca de Dios pareciera vacto y cie-
go. iExiste un Dios, me preguntaba, a quien pueda adorarse
* El texto que aqut ofrezco recoge mis reflexiones sobre el tema de la teodi-
ea, segiin las he ido presentando durante estos tiltimos afos, desde Theologie als
Theodizee?, en: W. Oclmiiller (ed.), Theodizee - Gott vor Gericht (Mtinich 1990),
pasando por ‘Die Rede von Gott angesichts der Leidensgeschichee der Welt’, en
Stimmen der Zeit, mayo de 1992, y Plidoyer fiir mehr Theodizee-Empfindlichkeit
in der Theologie, en: W. Oclmiiller (ed.), Wortiber man nicht schweigen kann
(Manich 1992), 125-137, 138-159, hasta Ilegar a los pasajes pertinentes en E.
Schuster / R. Boschert-Kimmig, Trotzdem hoffen. Mit Johann Baptise Metz und
Elie Wiesel im Gesprich (Maguncia 1993). Sobre el trasfondo biogréfico de la
orientacién de mi teologia hacia la teodicea, véase mi trabajo In der Spur des Le-
ens, en: A. Angenende / H. Vorgrimler (eds.), Sie wandern von Kraft 2u Kraft.
FS Lettmann (Kevelaer 1993). Sobre la nueva teologia politica como teodicea
véase infra, nota 3.8/ El clamor de la tierra
de espaldas a semejante catistrofe? Y una teologia que me-
rezca este nombre, sin sentirse afectada por tal catéstrofe,
spodré seguir hablando sin més, seguir hablando de Dios y
iPPtos hombres, como si ante semejante catéstrofe no hu-
biera que examinar a fondo la supuesta inocencia de nuestras
palabras humanas? Mediante tales preguntas, Auschwitz no
deberia estilizarse hasta llegar a convertirse en un «mito ne-
gativoy que hubiera sustraido de nuevo esa catdstrofe a
uestra responsabilidad teoldgica ¢ histérica. Se trataba pri-
mariamente de la inquietante pregunta: ;Por qué en la teo-
logia se ve y se escucha tan escasamente 0 no se ve ni se es-
cucha en absoluto esa catdstrofe y, en general, la historia de
los sufrimientos de los hombres? Me sentfa inquieto por la
evidente apatia de la teologfa, por su notable firmeza para
resistir al asombro, y —como dirfa en jerga teolgica— por
su falta de sensibilidad a la teodicea.
Al concienciarme de la situacién de «después de lo de
Auschwitz», me asediaba el problema de Dios en su més
notable, en su mas antigua y discutida versién, en la forma
precisamente del problema de la teodicea, y no ciertamente
en su talante existencialista, sino —en cierto modo— en su
talante politico: el hablar de Dios como clamor por la salva-
cién de los otros, de los que sufren injustamente, de las vic-
timas y de los vencidos en nuestra historia. ;Cémo seria po-
sible, ‘vela yo con claridad, que «después de lo de
Auschwitz», se ponga uno a indagar acerca de la propia sal-
vacién, sin formularse esa pregunta! El hablar de Dios, 0 es
el hablar de la visién y de la promesa de una gran justicia,
que afecta incluso a esos suftimientos pasados, o es un ha-
blar vacio y carente de promesas; incluso para los que ahora
viven. La pregunta inmanente a este hablar de Dios es ante
todo y primordialmente la pregunta acerca de la salvacién de
los que sufren injustamente.
Al recogerse asi de nuevo el tema de la teodicea en la
teologfa, no se trata (como el término y la historia del tér-
mino pudieran insinuar) del intento de una tardfa y, en
cierto modo, obstinada gustificacién de Dios» por la teolo-
gfa, en vista de los males, de los suftimientos y de la maldad
gue hay en el mundo, Sino que se trata —y, por cierto, ex
clusivamente— del problema sobre cémo se puede hablar deUn hablar de Dios, sensible a la teodicea | 9
Dios en vista de la abismal historia de sufrimientos del
mundo, que es «su» mundo, el mundo de Dios. Tal es a mis
ojos «el» problema de la teologia; ni la teologia debe eludirlo
ni debe darle una respuesta a ultranza. Es «el» problema es-
catolégico, el problema para el que la teologia no clabora
una respuesta que lo reconcilie todo, sino para el cual anda a
la busca de un lenguaje incesantemente nuevo, a fin de ha-
cerlo inolvidable.
2. Me permitiré formular con toda brevedad otro diag-
néstico de la época. La «situacién espiritual de nuestro tiem-
po» esté caracterizada, a mi parecer, por una crisis funda-
mental. Yo la llamo la «crisis de Dios». Ahora bien, esa crisis de
Dios no es facil de diagnosticar, porque actualmente —tanto
dentro como fuera del cristianismo— est inmersa en una
nueva atmésfera hostil a la religién. Vivimos en una especie
de crisis de Dios, que adquiere forma religiosa; vivimos en
cierto modo en una era de la religién sin Dios. Por tanto, la
frase clave podria ser ésta: «Religién, sf; Dios, no!», pero sin
que ese «no» se entienda a su vez categéricamente, como lo
entienden los grandes atefsmos. Ya no hay grandes atefsmos.
La «polémica sobre la trascendencia» parece estar ya fuera de
lugar; se ha apagado definitivamente el rescoldo del més alli.
Si'en los afios sesenta se lo trasladé, polémicamente, al futu-
ro, vemos que ahora, en sentido terapéutico, se lo traslada a
la psique. Y, asf, hoy dia puede volverse a pronunciar —
distraida 0 serenamente— el nombre de Dios, sin referirse
realmente a El: entendiéndolo como una metéfora colgada
del aire, en las conversaciones de las tertulias 0 sobre el sofa
del psicoanalista, en el discurso estético 0 de cualquier otra
manera. La religidn como nombre del ensuefio de una feli-
cidad sin sufrimientos, como hechizo mitico del alma, como
juego postmoderno de abalorios:jsi! Pero zy Dios, el Dios de
‘Abrahan, Isaac y Jacob, el Dios de Jestis?
Me parece que esta observacién es rica en conscuencias
para nuestro estudio del tema. En efecto, mientras se trate
de la religisn —en un sentido sumamente general ¢ impreci-
so—, no habré propiamente problema de fa teodicea, £2 re-
ligidn, en este caso, sirve precisamente para eludir o impedir
ese problema. La religién, en este caso, como lo formuld
muy significativamente Hermann Liibbe, es la «practica para10/ Elclamor de la tierra
hacer frente a la contingencia». Ahora bien, con Dios llega o
regresa el riesgo y llega o regresa el peligro a la religion. En
todo caso, las tradiciones accesibles a nosotros y que nos re-
sultan familiares, acerca de la manera de hablar de Dios co-
nocen también actitudes del no hacer frente a la contingen-
cia, de la no aceptacidn de la situacién de la vida, conocen
expresiones de contradiccién, de lamento, de clamor: en el
profetismo, en las tradiciones del éxodo, en la literatura sa-
piencial’, Cualquiera que hable de Dios, esta cargando con
el problema de la teodicea’,
3. Las respuestas de la teologfa, en sentido estricto, no
tienen propiamente la forma de solucién de problemas (asf
como tampoco se puede definir sencillamente a Dios como
respuesta muestras preguntas). Las respuetas que da ln
teologia, no hacen que enmudezcan sencillamente » que de-
saparezcan las preguntas a las que dan respuesta. Por ejem-
plo, el que escuche el lenguaje teolégico acerca de la resu-
rreccién de Cristo de tal manera que, en ese lenguaje, no sea
audible el clamor del Crucificado, ese tal no escucha teologia
sino mitologia, no escucha el Evangelio sino un mito sobre
el vencedor.
Sospecho que tenemos demasiada cristologia pura del
Domingo de Pascua y muy poca cristologia de Viernes
Santo. En la cristologia, si me es permitido hablar asf, se nos
han ido de las manos el camino y el tiempo que median en-
+ Me baso aqui principalmente en los correspondientes trabajos de J. Ebach
yE. Zenger.
+ En este sentido he trarado también de desarrollar la nueva teologia politica,
que desde un principio se concentra en torno a la memoria pastionis, como teo-
dicea, como pregunta que interroga acerca de Dios en vista de la historia de su
frimientos del mundo: la confrontacién con el marxismo fue una confrontacién
con la dramatizacién de critica social del problema de la teodicea; Auschwitz, me
obligé cada vez més claramente a formularme la pregunta de por qué se ven y se
escuchan tan poco en nuestra tcologfa cristiana los horrores de la historia de los
sufrimientos humanos; y la integracién del mundo curopeo, que hasta ahora se
denominaba Tercer Mundo, en el enfoque de esta teologia politica acercé mu-
cchisimo al logos de la teologia el suftimiento social y también el suftimiento por
la alteridad (culeural y étnica). Sobre el tema de la teodicea como centro de la
nueva reologia politica véase préximamente mi articulo: Religion und Politik auf
dem Boden der Moderne, en: H. J. Hohn (ed.), Krise der Immanenz. (Francfort
1996), que se ha publicado previamente en cuanto a sus puntos esenciales en la
ER del 10 de junio de 1995.Un hablar de Dios, sensible a la teodicea | \\
tre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua. Creo que hay
tue narrar también, dentro mismo de la cristologia, la at-
mésfera del Sébado Santo. Lo que quiero decir es: Forma
arte de la cristologia una historia del tiempo y del camino;
forman parte de ella las experiencias del Sdbado Santo e in.
cluso un lenguaje de la cristologfa que suene a Sébado Santo,
que no sea, como en el mito, un puro lenguaje de vencedor.
ui dormita la distancia entre la tcologfa y la mitologia. En
el mito sc olvida la inquietante pregunta; por eso, el mito es
también més apropiado que la fe para la terapia, para tran-
quilizar la ansiedad y, como quien dice, «para hacer frente a
a contingencia».
2. El «clamor de Ia tierra»
La historia de la humanidad ha sido siempre también
historia de la religién. En el Shema Israel —en el «Escucha,
Israel, tu Dios es Uno solo», de Deuteronomio 6,4— vemos
au, Por vex primera y de manera singularfsima en la historia
religiosa de la humanidad, se pone sobre los hombres el
nombre de «Dios» como Dios suyo que es. Aqui irrumpe la
confesién de Dios en la historia de la humanidad, aquella
manera de hablar de Dios a la que también Pablo se adhiere
expresamente (cf. 1 Cor 8,4). Y he aqui que el Israel biblico
se muestra como una marcada regién de teodicea, se muestra
—por decirlo asi— como un pueblo con especial sensibili-
dad a la teodicea. Pues, ante el sufrimiento experimentado,
Isracl —en su ser més intimo— permanecié mudo en el
sentido mitico ¢ idealista. Israel no conocfa aquella «riqueza
en el espiritu» con la que él —por medio de la mitizacién 0
la idealizacin de los contextos existenciales, por medio de
una especie de pensamiento compensatorio— pudiera ele-
varse sobre las propias angustias, sobre la extrafieza del des-
ticrro y sobre {is histories de sufrimiento que irrumpian
constantemente, y de esta manera pudiera consolarse a si
mismo. Israel era y siguié siendo «pobre en el espfritu». In-
cluso en las ocasiones en que, con alienacién cultural y poli-
tica, import a montones ofertas de mitos y conceptos de
idealizacién, Isracl no se consolé nunca definitivamente con121 El clamor de la tierra
ellos. El don que Israel habfa recibido con respecto a Dios,
su capacidad de Dios, se mostraba en la indole especial de su
incapacidad, a saber, de su incapacidad para dejarse consolar
por mitos o ideas alejados de la historia. Frente a las grandes
Culturas de su época, que florecian esplendorosamente —en
Egipto, en Persia y en Grecia—, Israel prefirié finalmente su
«clamor de la tierra» (Nelly Sachs), una tierra de recuerdos y
expectativas, como lo prefirié también el cristianismo pri-
mitivo, cuya biografia termina igualmente —como es bien
sabido— con un clamor, con un clamor agudizado ahora
cristoldgicamente, el cual mientras tanto se ha hecho enmu-
decer muchas veces en sentido mitico o con una hermenéu-
tica idealista. También la cristologta de los cristianos no deja
de estar sin inquietud escatolégica. Claro que no son pre-
guntas vagas y difusas, sino apasionadas preguntas aclarato-
Tias las que forman parte de aquella Pasién de Dios, sobre la
que los cristianos —segiin Pablo— tendrfan que entenderse
con las tradiciones judfas. La forma salvifico-dramatica del
problema de la teodicea como «la» pregunta escatolégica que
és, ano tendrfa que ser y seguir siendo hoy dia «la» pregunta
de fa teologfa cristina? Sin embargo, parece que esta pre-
gunta, a pesar de todo, ha perdido hace mucho tiempo su
peso o se ha tranquilizado. ;Es el mensaje cristiano mismo o
es la manera en que ese mensaje se convirtié en teologta lo
que ha hecho que enmudezca esa pregunta aclaratoria, esca-
olégicamente tensa, ditigida a Dios, ese clamor dentro del
cristianismo? Sé que esta pregunta, tan grande y tan funda-
mental, ayuda poco, pero zpuede evitarse realmente?
Durante estos tiltimos afios me pregunto sin cesar qué
pas propiamente con cl cristianismo, cuando (por lo de-
mds, como la tinica de las religiones monotefstas) se convir-
tié en teologfa. En todo ello no me ditigfa el interés por una
des-diferenciacién del cristianismo, sino que me preocupaba
la pregunta de si en el modo de la teologizacién no se habia
reprimido algo, no se habia olvidado algo 0 no se habia pa-
talizado algo que fuera precisamente hoy dia irrenunciable
para la competencia lingiifstica y prictica del cristianismo. A
mi parecer, el cristianismo, en el proceso de esta teologizacién,
perdié su sensibilidad hacia el suftimiento 0 —hablando en
términos teolégicos— su especial sensibilidad para la teodi-
cea, es decir, el sentir inquietud por el problema acerca de laUn hablar de Dios, sensible a la teodicea | 13
justicia en favor de los que sufren inocentemente. Y en la
misma alentada perdié también su sensibilidad hacia los
tiempos, es decir, el sentir inquietud por el problema acerca
del plazo del tiempo.
El lenguaje cristiano acerca de Dios perdié muy pronto
su sensibilidad hacia el sufrimiento. Desde un principio
traté de zafarse del inquietante problema acerca de la justicia
en favor de los que sufren injustamente, trasformandolo di-
rectamente en el problema acerca de la redencién de los cul-
pables. El problema de la teodicea, el problema acerca de
Dios en vista de la abismal historia de sufrimicntos del
mundo, de «su» mundo, del mundo de Dios, se vio encerra-
do en un circulo soteriolégico. Fue codificado soterioldgi-
camente; y ello no sin consecuencias lamentables. El cris-
tianismo se trasformé de una moral del sufrimiento en una
moral del pecado extraordinariamente individualizada; cl
ctistianismo sensible al sufrimiento se convirtié en un cris-
tianismo harto sensible al pecado. La atencién primordial no
se dedicaba al sufrimiento de la criatura, sino a su culpa. La
predicacién cristiana se convirtié en una heuristica de los
sentimientos de culpa y de la angustia por el pecado. Esto
paralizé su sensibilidad hacia el sufrimiento de los justos y
oscurecié la visién biblica de la gran justicia de Dios, que
atiende a todos los que padecen hambre y sed.
3. Paralizaciones teoldgicas del problema de la teodicea
4) La paralizacién del problema de la teodicea en el marco de
Ja antropologia teolégica: la posicién cldsica de san Agustin
Si quetemos apreciar debidamente la posicién de san Agus
in, del gran doctor de la Iglesia, hay que tener en cuenta —a
mi parecer lo siguiente: cl eistanismo, desde la historia de
su fundacién, lleva consigo dos aporias constitucionales, que
han seducido constantemente a su teologia para que adoptara
soluciones dualistas, para que celebrara. un matrimonio
clandestino entre la teologia y la gnosis alejada de la historia
— desde Marcién hasta los gnosticismos tardios de nuestros