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EL DESPIDO DE ALAN

(PRÓLOGO ¡CHOCA ESOS CINCO!)

¡DESPEDIDO! La palabra quedó marcada a fuego en su mente. El director de su sección lo


llamó reestructuración, adelgazamiento de niveles operativos, limitación de tareas repetidas y
añadió: -No es nada personal, Alan. No te lo tomes como una crítica a tu trabajo.

Pero Alan Foster sabía que todo aquello era palabrería. Sabía que todas aquellas bonitas
palabras sólo eran un rollo patatero. «Reestructuración» significaba «despido». A la calle. No lo
querían.

Habría una generosa indemnización y se le asesoraría para encontrar un nuevo trabajo, pero
Alan no estaba escuchando. Su mente rumiaba, intentando asimilar lo que estaba pasando.

Le acompañaron hasta su despacho y le dijeron que recogiera sus cosas. Veinte minutos más
tarde estaba de pie ante su coche, llevando una caja de cartón con fotos de su familia, libros,
plumas y dos latas de soda light que estaban en el fondo de su cajón.

-Adiós, señor Foster -le dijo el guarda jurado que le había acompañado hasta la puerta y
ayudado a llevar el cuadro que él y Susan habían comprado hacía dos años.

El guarda jurado retrocedió unos pasos, vaciló y dijo: -Lamento que se vaya. Siempre me ha
tratado bien. «Puñeta, es la verdad -pensó Alan cuando dejó la caja con sus cosas y el cuadro
en el asiento de atrás del coche-. Siempre he tratado bien a todo el mundo.»

COMO PARA CONFIRMAR SUS PALABRAS Y a la vez burlarse de él, los ojos de Alan
repararon en una placa que estaba en la caja, una placa que le habían regalado hacía cinco
años: el premio al mejor empleado.

Eso dolía. Hacía muy bien su trabajo. Cuando se le marcaba un objetivo lo cumplía. Sus
informes siempre estaban listos en el plazo fijado. Nunca se pasaba del presupuesto. Siempre
respetaba la política de la empresa y sus procedimientos. Incluso invitó a comer personalmente,
sí personalmente, a las siete secretarias de su sección el día de San Valentín.

Cerró de un portazo la puerta trasera del Ford. Aunque sabía que hay que mantener la cabeza
fría cuando vienen los problemas, Alan se sorprendió al darse cuenta de que se estaba
indignando. Había dado a la compañía diez años de su vida, y ahora lo echaban con la excusa
de que con la nueva reestructuración ya no lo necesitaban.

Estaba a punto de meterse en el coche cuando vio al nuevo presidente de la compañía, George
Burton, que aparcaba su Cadillac gris diez plazas más allá de la que hasta aquel día había sido
la suya. Burton había llegado hacía seis meses. Se quedaba mientras que, a él, después de
diez años, le despedían.

Sin saber muy bien qué hacía, Alan fue hacia él cuando Burton salía de su coche.

-Me acaban de despedir -le comunicó Alan en un tono de voz que dejaba traslucir tanto su
frustración como su Ira.
-Lo sé -dijo Burton.
-Pero yo soy bueno en mi trabajo -dijo Alan cada vez más frustrado.
-Sí lo es -reconoció Burton.
-Entonces, ¿por qué me han despedido? -se quejó Alan-. No lo entiendo.

Este texto pertenece al Prólogo del libro ¡Choca esos Cinco!


Blandchard, K. y S. Bowles (2001). ¡Choca esos Cinco!: La Magia de Trabajar en Equipo, Grijalbo,
págs. 4-6.
Burton miró a Alan como si fuera a endosarle el rollo de la reestructuración y el adelgazamiento
de estructuras, pero tras unos instantes de duda puso su mano en el hombro de Alan, lo miró
directamente a los ojos y, con una voz firme y amable, le dijo la verdad:

-No sabe trabajar en equipo. Necesito gente que trabaje bien, pero que sepa trabajar en equipo.

Alan iba a protestar cuando Burton añadió: -Piénselo Alan. Ustedes muy bueno por sí mismo,
pero su equipo no funcionaba. Usted es un individualista, Alan. Usted es un equipo de un solo
hombre y eso no funciona hoy en día. Necesito gente que sepa trabajar conjuntamente para
alcanzar nuestros objetivos. Quizá una persona en concreto no marque tantos puntos, pero el
equipo marcará muchos más. El hecho, Alan, es que usted le estaba costando dinero a la
empresa.

Dicho lo cual Burton agregó: -Buena suerte, Alan.

Cogió su maletín del asiento y con lo que podría haber sido una sonrisa de disculpa se volvió y
dejó a Alan allí plantado, solo y sin trabajo.

Alan caminó hasta su coche a pasos cortos y se fue a casa.

Susan era una santa.

-No te preocupes, cariño. Tú eres muy bueno. Pronto conseguirás otro trabajo. Incluso mejor.

Alan imaginó que podría encontrar otro trabajo sin problema. Pero ¿uno mejor? No estaba tan
seguro. Burton tenía razón. No sabía trabajar en equipo. No es que quisiera ser un individualista
y hacerlo todo solo como Burton le había dicho. Pero lo de hacer una asistencia para que otro
marcara el gol no era lo suyo. Nunca lo había sido.

Desde que se había ido de casa de sus padres a los dieciséis años siempre lo había hecho todo
solo. Había recibido su educación en las Fuerzas Aéreas y le habían enseñado a pilotar un
avión. A la tripulación le encantaba volar con él. Otros pilotos echaban un somero vistazo a la
nave antes de despegar. Alan lo inspeccionaba todo. Era una paradoja. La tripulación confiaba
en él porque él no confiaba en nadie. Incluso comparaba los informes meteorológicos de la base
con los de los servicios civiles.

Más tarde, como ejecutivo, Alan siguió yendo a lo suyo. Lo controlaba todo. Gracias a su
inagotable energía, el trabajo duro y una mente aguda, siempre superaba los objetivos
marcados, aunque su equipo no lo consiguiera. Su jefe le dijo más de una vez que tenía que
aprender a trabajar en equipo. Lo intentaba, pero al poco tiempo volvía a las andadas.

Pero Alan notaba que el mundo estaba cambiando. En todos los sectores se demandaban
profesionales que supieran integrarse en equipos. Los días de los lobos solitarios como Alan,
fueran brillantes o no, estaban acabando.

Este texto pertenece al Prólogo del libro ¡Choca esos Cinco!


Blandchard, K. y S. Bowles (2001). ¡Choca esos Cinco!: La Magia de Trabajar en Equipo, Grijalbo,
págs. 4-6.

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