Professional Documents
Culture Documents
Weiss, J. El Postcolonialismo Medieval. Líneas y Pautas en La Investigación de Un Problema Histórico
Weiss, J. El Postcolonialismo Medieval. Líneas y Pautas en La Investigación de Un Problema Histórico
JULIAN WEISS
King’s College London
——
Á
« FRICA EMPIEZA EN los Pirineos», dijeron (o si no lo dijeron lo pensaban) Alexandre
Dumas père, Stendhal, Napoleón y un largo etcétera de escritores, artistas y viajeros
europeos, en pleno auge de la fascinación romántica con España. Para ellos, España
constituía un territorio cuya historia, razas y ruinas les brindaban la oportunidad de contem-
plar el auge y caída de los imperios, el choque de civilizaciones, y un genio nacional tan
noble como bárbaro. También era el lugar idóneo para disfrutar, como revela el epistolario
privado de Prosper Mérimée, el turismo de sexo. En parte, la función del tópico no tiene
nada de sorprendente: «coloca –o descoloca– a España fuera de los ámbitos soberanos de
la modernidad industrial», según Vilarós y Ugarte (2006: 201). No obstante, por su
misma naturaleza apócrifa el aforismo se presta a varias interpretaciones. Fija y conserva
en la memoria colectiva la imagen de una España híbrida, una frontera ideológica más
que puramente geográfica, un espacio que abre una brecha entre Europa y África, Occi-
dente y Oriente. Pero a la vez, la retórica del aforismo produce un efecto paradójico,
porque al decir «África empieza en los pirineos» se cierra la brecha, se suprime España,
y con ella la hibridez que se evoca en el mismo acto de recordarla. La fusión, o confu-
sión, de España y África es síntoma de la ausencia de un vocabulario y un marco concep-
tual adecuado para captar la complejidad del lugar, y enfrentarse a los problemas que
planteaba –y plantea– para las categorías históricamente fluidas de nación, Europa, Oriente,
Occidente, o los conceptos más recientes de «cultura» y «civilización» cuyos significados
y terminología se venían discutiendo desde la Ilustración.
Huelga decir que la visión romántica de España no surge ex nihilo: la idea de España
como un «enigma histórico» (según el marbete polémico de Claudio Sánchez Albornoz)
tiene una genealogía larga y compleja que se remonta a la Edad Media y continúa en múlti-
ples variantes a lo largo de siglos posteriores. Por muy trillado que sea, el problema de
177
JULIAN WEISS
situar las culturas ibéricas en un marco «europeo» sigue siendo un tema muy vigente, sobre
todo para los que han estudiado la Península con el propósito de poner en entredicho las
definiciones simplistas de la Europa occidental. El ejemplo más conocido de esta tendencia
en los últimos veinticinco años son las numerosas publicaciones de María Rosa Menocal,
en las cuales (entre otras muchas cosas) se investiga, según el título de un estudio provo-
cador, «And How “Western” was the Rest of Medieval Europe?»1. La cultura e historia
de Iberia no solo desafían y enriquecen nuestra comprensión de las fronteras entre el Oeste
y el Este, sino también la construcción de los mismos como espacios ideológicos, tanto la
autoimagen de la Europa occidental como la imagen que proyecta de su supuesto «Otro»,
el Oriente. No deja de extrañar, por tanto, la ausencia de Iberia en el libro más famoso
(o infame, si se quiere) sobre el tema, Orientalismo de Edward Said (1978; reimpr. con un
nuevo prefacio, 2003; trad. española, 2002). No es difícil –y de hecho se ha convertido en
un tópico– poner reparos a un libro tan canónico como este, incluso para los que acep-
tamos algunos de los móviles y postulados básicos de su proyecto de conectar la cultura
y el imperialismo2. En este contexto, sus principales deficiencias son su visión simplista
de la Edad Media, la contradicción entre su concepto del orientalismo como un fenó-
meno a la vez producto del imperialismo decimonónico y un hecho transhistórico que se
puede rastrear en Homero, y, principalmente la ausencia de España en su análisis de la
construcción ideológica del binario Oriente/ Occidente. Estos reparos no son nada origi-
nales. Pero aunque se ha comentado hasta la saciedad los primeros dos defectos, la tercera
–la laguna ocupada por España– ha recibido mucha menos atención. Poco antes de su
muerte, Said se esforzó en remediar esta laguna, publicando dos ensayos –el prefacio a la
traducción española de su libro, y un artículo popular intitulado «Andalusia’s Journey»,
ambos de 2002– en los que reflexiona sobre el significado histórico de España, concreta-
mente Al-Andalus y sus periodos de convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos.
Para Said, Al-Andalus suministra un modelo diferente de trato entre Europa y el mundo
islámico, una relación basada no en el imperialismo sino en la posibilidad de la coexis-
tencia. En este contexto, no me interesa tanto su visión histórica de Al-Andalus y las
lecciones que nos ofrece hoy en día como una posible consecuencia de insistir en la
singularidad excepcional de España. Al negar que España tenga algo que ver con el
patrón dominante del colonialismo europeo, «Europa» sigue intacta, España «diferente».
De esta forma se pierde la oportunidad de matizar nuestra comprensión de las conexiones
históricas entre imperialismo y colonialismo y de analizar cómo la historia y las culturas
ibéricas contribuyen a, y problematizan, la construcción no solo del Oriente sino de la
Europa misma3.
Edward Said nunca se afiliaba explícitamente con los estudios postcoloniales, a pesar
de su influencia manifiesta y formativa en el desarrollo de este movimiento crítico durante
los últimos veinte años. No obstante, se podría decir que los estudios postcoloniales comparten
1. Publicado en un volumen dedicado al pensamiento de Américo Castro (1988). Ver también Menocal (1987,
reimpr. 2004); o los estudios reunidos en el volumen colectivo editado por Blackmore y Hutcheson, bajo el título
expresivo Queer Iberia (1999).
2. La crítica más contundente es la de Irwin (2006). Aunque corrige varios errores históricos cometidos por
Said, su crítica es frecuentemente tendenciosa y ad hominem.
3. Sobre este detalle, son de sumo interés los comentarios de Domínguez (2006: 425-426).
178
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
dos dificultades conceptuales y metodológicas que su libro no logra resolver: cómo evitar
la reificación de una ideología (orientalismo) y reconocer que forma parte de un proceso
histórico; y cómo evitar la reificación de Europa y reconocer no solo su heterogeneidad
interna, sino también el hecho de que Europa es también el producto de un proceso colo-
nizador. En palabras de Robert Bartlett (1993: 314):
The European Christians who sailed to the coasts of the Americas, Asia and Africa in the
fifteenth and sixteenth centuries came from a society that was already a colonizing society.
Europe, the initiator of one of the world’s major processes of conquest, colonization and
cultural transformation, was also the product of one.
179
JULIAN WEISS
«después». Volveré sobre el detalle, pero nada más hojear una de las primeras y mejores
introducciones al tema, The Post-Colonial Studies Reader, un volumen colectivo editado
en 1995 por Bill Ashcroft y otros, para ver que casi el cien por cien de los numerosos estu-
dios en él incluidos tratan de textos y contextos modernos.
Muy pronto los medievalistas se pusieron a cuestionar el supuesto anacronismo de
recurrir a los métodos y planteamientos teóricos de los estudios postcoloniales para analizar
los procesos y efectos del imperialismo y colonialismo premodernos. Antes de enumerar
sus razones, debo confesar que personalmente soy muy partidario del anacronismo meto-
dológico, que en contextos como este siempre me ha parecido un falso problema –a fin
de cuentas, metodológicamente nada más anacrónico que escribir artículos sobre las
metáforas del Cantar de mio Cid, o recurrir a la filología moderna para editar un texto
medieval–. En su artículo-reseña «Can the Middle Ages be Postcolonial?», Gaunt observa
atinadamente que el desajuste entre un marco conceptual moderno y un texto premoderno
puede resultar muy productivo a la hora de reflexionar sobre la especificidad histórica
tanto de la teoría como del texto. Además, como han puesto de manifiesto varios estu-
diosos –y pienso por ejemplo en Jeffrey Jerome Cohen (2000), Patricia Ingham y Michelle
Warren (2003) y más recientemente Simon Gaunt (2009)– los modernistas sobre todo nece-
sitan de una Edad Media reedificada, que hace las veces del «Otro» para la modernidad y
defender sus propios intereses disciplinarios4. Los que niegan la relevancia de los estudios
postcoloniales para épocas premodernas arriesgan confundir el anacronismo metodológico
con el anacronismo histórico, perdiendo así la oportunidad de llegar a una comprensión
matizada del colonialismo en sus distintas formas y modalidades históricas. Evidentemente,
hay que poner texto y teoría en una relación dialéctica: el problema no es si se puede o
no aprovechar los debates y planteamientos de los estudios postcoloniales, sino cómo.
En este sentido, es muy revelador el dictamen pronunciado por la eminente medieva-
lista Gabrielle Spiegel. En un artículo-reseña de The Shock of Medievalism (1998), Spiegel
critica a la autora, Kathleen Biddick, por su uso aparentemente indiscriminado de una
mezcolanza de teorías postmodernas:
The indiscriminate melding of otherwise often incompatible theories drawn from a wide
variety of available fields –whether Freudian or Foucauldian, psychoanalytic or postcolo-
nial– tends to evacuate the power of such theories by superimposing them on periods and
persons for which they were never designed and to which they simply do not apply (2000,
249-50; énfasis mío).
Como ejemplo de este fallo, Spiegel destaca la aplicación de la teoría postcolonial: «One
would have thought, for example, that the application of postcolonialism would logically
necessitate some discussion of medieval society as a postcolonial world (which clearly it
isn’t) or at least a “colonial world”» (2000: 246; énfasis mío). En los pasajes subrayados
Spiegel declara sin ambages que el «postcolonialismo medieval» es, por así decirlo, un
4. Cohen critica a los que hacen de la Edad Media «a field of undifferentiated alterity against which modern
regimes of power have originated» (2000: 3). Según Ingham y Warren, «medievalists in particular have long noted
“modernity” as a loaded term, defined by and through its medieval opposite» (2003: 1); por su parte, Altschul
observa que «in much postmodern theory the Middle Ages is homogenized to function as that against which moder-
nity and postmodernity emerge» (2008: 593); ver también Gaunt (2009: 161).
180
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
oxímoron5. Esta postura ha sido criticada por varios estudiosos, concretamente Bruce
Holsinger (2002: 1206) y Nadia Altschul (2008: 589-90), en parte porque adoptan una defi-
nición más amplia del fenómeno, en parte porque argumentan que históricamente el colo-
nialismo (y con ello el postcolonialismo) no es privativo del imperialismo europeo moderno
(ver abajo). Pero para evaluar justamente la postura de Spiegel, hay que desentrañar los
distintos elementos de su crítica, porque en los pasajes citados creo que se confunden dos
problemas: por una parte, el uso indiscriminado de una gama ecléctica de teorías supues-
tamente incompatibles, aplicadas sin criterio, y por otra, el problema de la historicidad.
La falta de juicio, criterio, o discriminación debe ser censurada dondequiera que se halle,
no cabe duda. Pero la calidad de un análisis no disminuye necesariamente ni la relevancia
ni el poder de sus patrones conceptuales o metodológicos6. No obstante cierta circularidad
en sus argumentos (la relevancia de una teoría o método depende en gran medida en nuestra
evaluación de los resultados que se producen; ver también Holsinger, 2002: 1206, n. 40),
no debemos olvidar el contexto de los reparos que pone Spiegel: es una reseña equili-
brada de un libro particular, que no implica el rechazo global de las teorías postmodernas
aplicadas a la Edad Media –todo lo contrario, pues Spiegel declara que en principio abren
nuevas perspectivas sobre el pasado–. Concretamente, lo que le molesta no es la teoría sino
el método, y en el caso de Biddick «a fundamental tendency [...] to think by means of
analogy, transferring insights from one domain to another without demonstrating the vali-
dity of the transference»7. Como consecuencia (y siempre al parecer de Spiegel), Biddick
hace caso omiso de uno de los presupuestos fundamentales de la historiografía postmod-
erna, que es investigar «the conditions of possibility and contexts in which and by which
historical events and persons came to be constructed, understood, and enacted in histor-
ically determinate ways, to see them as products not of nature but of history, language,
discourse, and ideology» (2000: 248; énfasis mío). Como se verá, creo que esta dimensión
de su crítica –su insistencia en entender las condiciones de posibilidad de un fenómeno
histórico– no ha sido justamente valorada; ha resultado más fácil, y en su momento más
necesario tal vez, censurar la forma tajante en que Spiegel niega la aplicabilidad del post-
colonialismo al mundo medieval, cuando asevera rotundamente que dichos acercamientos
«simply do not apply».
Por otra parte, Spiegel (entre muchos otros) pasa por alto el papel formativo de los
medievalistas en el desarrollo de los estudios postcoloniales. Bruce Holsinger, en su
denso y bien documentado artículo publicado en 2002, pone de relieve «the vital role that
medieval studies performed in the emergence and shaping of postcolonial studies as a field
of critical inquiry» (2002: 1207). Según Holsinger, el interés en el «subalterno» –uno de
los temas predilectos del postcolonialismo– recibió un gran impulso de parte de los estu-
dios sobre el campesinado medieval, realizados por Gramsci, la escuela de los «Annales»,
5. «Medieval colonialism [is] oxymoronic, indeed anachronistic», según Benedict Anderson, en su famoso
libro Imagined Communities (1983); citado de Cohen (2000: 4).
6. Como dice Altschul: «Evaluating the degree of finesse or overreach with which intellectual tools such
as postcolonial theory are handled is a different matter from positing the inadequacy of a postcolonial outlook
for Medieval Studies or the medieval period» (2008: 594).
7. «Analogies generate a rhetorically inflated and emotionally laden terminology that performs the func-
tion and takes the place of reasoned argument backed up by evidence» (2000: 247).
181
JULIAN WEISS
y los historiadores marxistas británicos de posguerra, entre otros (2002: 1210)8. Además,
aparte de investigar las formas medievales de colonialismo, Holsinger destaca otros puntos
de contacto entre los estudios postcoloniales y medievales, y consisten en desvelar el papel
del medievalismo y la persistencia de las fantasías medievalizantes tanto en los discursos
orientalistas de los siglos diecinueve y veinte como en el capitalismo global posterior.
Aunque se podría multiplicar ejemplos, la relación entre los discursos del orientalismo y
el medievalismo ha sido objeto de una monografía importante de John Ganim (2005), mien-
tras que la deuda del postcolonialismo para con la Edad Media es el tema de una colec-
ción de ensayos que acaba de salir, editada por Kathleen Davis y Nadia Altschul (2010),
y cuyo objetivo es analizar cómo la Edad Media ha sido apropiada y manipulada tanto en
la construcción como en la deconstrucción del poder imperialista moderno. Desde un punto
de vista conceptual y metodológico la colección en sí no es novedosa (contamos con nume-
rosos estudios sobre el tema: por ej., D’Arcens, 2000, con bibliografía sobre el medieva-
lismo victoriano), aunque se destaca por la riqueza y amplitud de sus contribuciones.
Estos estudios ejemplifican cómo no se debe reducir la relación entre pasado y presente
a la mera secuencia lineal de causa y efecto. Como acabo de sugerir, el prefijo «post» en
postcolonial no debe tomarse en sentido estrictamente literal. Para algunos teóricos, lo
postcolonial comienza ya con lo colonial: según Bill Ashcroft, el postcolonialismo «does
not mean “after colonialism” since it is colonialism’s interlocutor and antagonist from the
moment of colonization» (1999: 14). Un buen ejemplo de esto se encuentra en un estudio
de Roland Greene. Al igual que Ashcroft, Greene asevera que «this kind of thinking
often takes place in colonial writings, especially where an empire is obliged to observe its
contradictions, confront its limits, or address its critics», y basándose en un fino análisis
de ciertos episodios de Celestina y Los comentarios reales del Inca Garcilaso, concluye que
esta postura «postcolonial» se manifiesta en «an awareness of the colonial process and a
reflection upon it, a mode that is often constructional and critical at the same time»
(2004: 425).
Greene confiesa ser agnóstico a la hora de precisar las fronteras cronológicas del post-
colonialismo, y así refuerza implícitamente la idea de que el estudio de este fenómeno no
debe limitarse a un periodo particular, porque es fundamentalmente un fenómeno trans-
histórico. A mi modo de ver, las mejores reseñas de los debates en torno al problema de
cómo poner el postcolonialismo en su marco histórico son la introducción al volumen
colectivo editado por Patricia Ingham y Michelle Warren (2003) y el artículo-reseña de
Nadia Altschul (2008) al que ya me he referido arriba. Entre otros argumentos a favor
de un postcolonialismo medieval, nos recuerdan cómo los mismos pioneros de este movi-
miento –como Homi Bhabha en su libro influyente The Location of Culture (1994)– cues-
tionaron la identificación del colonialismo con la modernidad, señalando que una de las
estrategias ideológicas del colonialismo es la idea misma de la modernidad. La existencia
de formas premodernas de colonialismo es un presupuesto básico del volumen pionero
editado por Jeffrey Jerome Cohen en 2000. En su «manifiesto» introductorio (2000: 1-8),
8. Del mismo modo, Barbara Fuchs, comentando el colonialismo del Nuevo Mundo, llama la atención a
varios estudios que anticipan los temas centrales y objetivos del postcolonialismo (2003: 79). Vuelvo abajo a su
importante artículo.
182
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
sostiene que los estudios medievales constituyen un campo privilegiado para explorar el
postcolonialismo porque la ambivalencia ontológica de la Edad Media (un periodo suspen-
dido entre la alteridad y la familiaridad) nos obliga a reconocer el carácter histórico de las
categorías que solemos usar para estudiar tanto el pasado como el presente: la raza, el
género sexual, la religión, la nación, Europa, etc. De ahí que Cohen acuñe el término
«midcolonial» con el doble propósito de descentrar dichas categorías y de resaltar el carácter
transhistórico del colonialismo: «Just as there never was a time before colony, there has
never yet been a time when the colonial has been outgrown». Lo midcolonial es «the
time of “always-already”, an intermediacy [sic] that no narrative can pin to a single moment
of history in its origin or end» (2000: 3). Para Nadia Altschul, esta formulación tiene sus
ventajas y desventajas. Por un lado, lo que Cohen llama «temporal interlacement» nos anima
a analizar el legado colonial, «the sediments of colonial contact», de una cultura determi-
nada (2009: 7); pero por otro, enfatizar la supuesta universalidad del colonialismo puede
considerarse una postura ahistórica, porque tiende a homogeneizar el pasado y reducir la
complejidad de la historia humana a un efecto de la colonización (2008: 591; 2009: 7). Los
reparos que pone Altschul me parecen sensatos y lúcidos, aunque personalmente haría más
hincapié en otra debilidad que no es necesariamente conceptual, sino metodológica o prác-
tica. A nivel teórico el mismo Cohen se da cuenta de los riesgos de resaltar la atempora-
lidad del postcolonialismo, porque también subraya cómo los estudios postcoloniales exigen
una perspectiva local, contextualizada: en términos parecidos a los de Spiegel, hay que insistir,
dice, en la especificidad cultural, histórica y textual (2000: 4-5, 6). Pues bien, para que tengan
solidez estas declaraciones de principio, y para que no sean mera retórica, se esperaría alguna
reflexión crítica, con apoyo bibliográfico, sobre las distintas formas históricas del imperia-
lismo y colonialismo, sus estructuras de poder político, económico y territorial. Y esto es
precisamente lo que falta en la lista de sus propuestas metodológicas.
Aunque esta deficiencia me parece sintomática de una tendencia general, no disminuye
en absoluto las posibilidades de un encuentro fructífero entre los estudios medievales y
postcoloniales: no solo porque los medievalistas pueden aprovecharse de algunos de los
métodos y conceptos elaborados en el ámbito del postcolonialismo moderno para reorientar
y enriquecer el estudio de ciertas áreas de investigación bien establecidas, sino también
porque contribuyen a situar el colonialismo moderno en su marco histórico. Además, los
medievalistas también pueden hacer una contribución metodológica –no son en absoluto
incompatibles los estudios filológicos y postcoloniales–. Al contrario, los conocimientos
codicológicos, paleográficos, y lingüísticos siguen siendo herramientas fundamentales, y por
muchos motivos. Estas disciplinas constituyen la base imprescindible de cualquier acerca-
miento histórico a los textos, y nos permiten apreciar las condiciones materiales de su
producción y recepción, e investigar las implicaciones del multiculturalismo y multilin-
güismo de la Edad Media. Varios son los estudiosos que han insistido en la importancia de
la filología, sobre todo Michelle Warren (2003) y Simon Gaunt (2009), aunque cabe decir
que no manejan necesariamente la misma definición de lo que es el método filológico9.
9. Ver también Altschul (2008: 597-598). El título de artículo de Warren, «Post-philology», es síntomatico
de lo polémico que es hablar sin más de «el método filológico» sobre todo cuando se trata de forjar una alianza entre
la filología y los estudios postcoloniales. Por su parte, Gaunt delata cierta ansia al insistir en los conocimientos
183
JULIAN WEISS
Si bien es cierto que este planteamiento tiene la ventaja de evitar la reificación de Europa,
no nos ayuda en absoluto a comprender la naturaleza de esta heterogeneidad interna, cómo
se constituyen los centros, ni las relaciones históricamente fluidas entre ellos11. Como acabo
de sugerir, Cohen carece de los recursos metodológicos para investigar la relación entre la
construcción ideológica y los medios y estructuras de poder que contribuyen a la territo-
rialización sea de Europa, la cristiandad o el occidente. Su perspectiva localista solo
tendrá sentido en relación dialéctica con una perspectiva más amplia.
«tradicionales», temiendo que se le acusen de conservador. Además, parece distinguir entre la filología que se prac-
tica en las universidades británicas y norteamericanas, donde es una herramienta supeditada al análisis cultural o
ideológico, y las universidades italianas y francesas (no conoce España) donde parece ser un fin en sí mismo. Gaunt
no entra en detalles y se limita a lo anecdótico.
10. Entre otros estudios sobre la noción de Europa en la Edad Media, se destaca un artículo de William Chester
Jordan (2002). Aunque no se refiere a la tesis de Bartlett, hace más hincapié en las variedades regionales de todo
tipo (economía, cultura, política, etc.) que producen una tensión persistente entre el localismo y los ideales
universalistas de las élites.
11. Su planteamiento delata el sesgo anglófono del volumen criticado por Gaunt, que nos insta a resistir la
insularidad cultural y disciplinaria (Gaunt, 2009: 167).
184
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
185
JULIAN WEISS
means the practice, the theory, and the attitude of a dominating metropolitan centre ruling
a distant territory; “colonialism,” which is almost always a consequence of imperialism,
is the implanting of settlements on distant territory» (1993: 8). La utilidad de esta defini-
ción dependerá de determinadas condiciones materiales, económicas y políticas: y en el
contexto del feudalismo medieval (si se me permite hablar por el momento de «el feuda-
lismo medieval»), que se caracteriza por la fragmentación del poder territorial y jurídico,
¿hasta qué punto nos sirve hablar de «un centro dominante metropolitano»? La distancia
–otro elemento clave en esta definición– también es un concepto muy relativo, dadas las
diferencias tecnológicas y materiales en distintos periodos, incluso dentro de la Edad Media.
Además, el campo semántico del término medieval imperium es notoriamente elástico, y
aunque no debemos limitarnos a la manera en que los juristas medievales o auctores como
Isidoro teorizaban sobre el poder –sus teorizaciones son una representación ideológica
de una realidad material– tampoco podemos permitirnos el lujo de prescindir de dichas
teorías12. Aunque Spiegel se muestra demasiado reacia a aceptar la aplicabilidad del colo-
nialismo a la Edad Media, creo que es perfectamente válida su insistencia en investigar
las condiciones de posibilidad de un fenómeno determinado, los determinantes materiales
de «[the] period-specific modalities of knowledge, power, thought, epistemologies, and
technologies [that] are put into play in the societies analyzed» (2000: 246). Al reseñar
los estudios pioneros sobre el postcolonialismo medieval, creo que se suele privilegiar
la investigación de ciertas modalidades históricamente específicas de poder (sean episte-
mológicas, discursivas, o ideológicas) a expensas de las estructuras y mecanismos del
poder político y económico, cuestiones de dominio territorial y soberanía, o la teoría
política y jurídica13.
Una excepción importante es la contribución de Barbara Fuchs al volumen colectivo
de Ingham y Warren (2003). Fuchs, autora de numerosos estudios importantes sobre los
moriscos, propone una nueva categoría para investigar la historicidad del postcolonialismo:
«Imperium Studies». Aunque reconoce los peligros de acuñar un nuevo marbete crítico,
sostiene que tiene ciertas ventajas en el contexto de la expansión colonialista de los regí-
menes absolutistas del Quinientos, en parte porque el término «imperium» tiene cierta
especificidad histórica, y nos recuerda la importancia ideológica de Roma en la genealogía
de las identidades imperiales. Para preparar el terreno para su discusión de los casos de
España e Inglaterra, remite a la tesis de Bartlett sobre la «europeización de Europa» durante
la Edad Media. Fuchs echa mano de la tesis de Bartlett para sentar las bases de una serie
enjundiosa de propuestas metodológicas y conceptuales. Primero, arguye que Bartlett nos
ayuda a rellenar una laguna en el estudio del imperialismo de la primera modernidad, que
12. Es enorme la bibliografía sobre el término imperium, pero recomiendo el sucinto resumen de Julia
Smith (2005: 272-277, 341-342). Véase también el volumen dedicado a nociones de imperio en la temprana Edad
Media editado por Lees y Overing (2004). Su ensayo introductorio (1-16), escrito a la luz de la teoría postcolo-
nial, subraya la importancia de reconocer los distintos modelos y conceptos de imperio y sus variedades histó-
ricas y geográficas. En su conjunto, el volumen corrige el desiquilibrio en el medievalismo postcolonial que
tiende a privilegiar la alta o baja Edad Media.
13. El hecho de que el término «feudalismo» brillara por su ausencia tal vez se debe en parte a la influencia
en ciertos sectores del medievalismo del libro de Susan Reynolds (1996). Es aun más curioso, por tanto, en vista
de la genealogía de los estudios postcoloniales según Holsinger, que propone como influencias el marxismo y la
escuela de los «Annales».
186
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
14. En el caso de Fuchs, esto es comprensible, dado que describe formas quinientistas de la relación entre
el imperialismo y la construcción del estado nacional. No obstante, todavía tengo mis dudas sobre la utilidad del
término «metrópolis» en este contexto, a no ser que se tome en sentido ideológico. Ver Pagden: «There never was,
of course, a “Spanish Empire”. Although contemporaries sometimes referred to the territories over which first
the Hapsburgs and then the Bourbons ruled as an empire, and although in many respects the administration of
those territories was an imperial one, there were always, in theory and generally in legal practice, a confedera-
tion of principalities held together in the person of a single king. [...] The Americas [...] were never colonies, but
kingdoms, and –in this they were unique– an integral part of the crown of Castile» (1990: 3).
187
JULIAN WEISS
15. La metáfora de la reproducción celular anticipa el planteamiento más retórico de Cohen, citado arriba:
«A postcolonial Middle Ages has no frontiers, only heterogeneous borderlands with multiple centres». Ya he indi-
cado por qué prefiero la formulación de Bartlett.
188
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
16. Incluso se nota un creciente interés en la Iberia medieval de parte de los que se dedican a la literatura
francesa, como Ramey (2001), Reichert (2006), y Kinoshita (Medieval Boundaries y «Political Uses», ambos
de 2006). Quizá no iría tan lejos como Menocal, que opina «But now “medieval Spain” has become relevant,
even chic, in some quarters, [it] has come out of its traditional obscurity and into something that is practically
a limelight» (2006: 8).
17. Para una crítica de su lectura orientalista de El cantar de mio Cid, ver McIntosh (2006). A pesar de
muchos reparos pertinentes, McIntosh cuestiona de una forma demasiado tajante la relevancia del postcolonia-
lismo en sí, aduciendo argumentos que (por razones de acabo de aducir) no me convencen.
189
JULIAN WEISS
perspicacia y elegancia de su análisis textual –el sine qua non de toda interpretación ideo-
lógica– me parece que sus lecturas tienden a veces a producir resultados un tanto unidi-
mensionales. No quiero decir que no tenga en cuenta las contradicciones y paradojas de
los textos: todo lo contrario, constituyen el eje de su análisis. Pero tiende a soslayarlas
para reproducir estereotipos del moro teñidos por el orientalismo decimonónico. A grandes
rasgos, lo mismo podría decirse de la lectura orientalista de dos romances fronterizos
(«Álora» y «Abenámar») realizada por Jan Gilbert (2003), o el estudio anterior de Louise
Mirrer sobre el moro y judío feminizados y dóciles en la épica y romancero (1994, 1996:
47-65)18. En cuanto a Burshatin, es de sumo interés una nota teórica en su artículo sobre
El Abencerraje. Partiendo de unas observaciones de Hayden White sobre la naturaleza
doble del discurso, sugiere que El Abencerraje reproduce algunas de las características del
moro exótico y domesticado que se encuentran en el discurso orientalista, según Said. La
lógica de este discurso permite la contradicción, incluso la necesita, pero la presenta bajo
la forma de mito, fantasía, o estereotipo como una antítesis ya resuelta, «already analyzed
and solved», en palabras de Said. Burshatin es demasiado inteligente como para aplicar esta
teoría de una forma irreflexiva: «The Abencerraje measures up to only some of these criteria
[...]. The radical antitheses are grouped into now complementary, now opposing referen-
tial levels, but they are not entirely analyzed and solved –hence, perhaps, the work’s
enduring allure» (204-205: nota 31). Esta última observación, por muy provisoria que sea,
es muy atinada. Como veremos a continuación, anticipa la teorización del estereotipo ambi-
valente elaborada en la década siguiente por Homi Bhabha.
Aunque comparten premisas parecidas –la representación estereotípica del moro media-
tiza una relación desigual de poder– se notan diferencias interesantes entre estos artículos
y los de Hanlon, Blackmore y Wacks. Estas diferencias son principalmente teóricas y
facilitan interpretaciones que, a mi modo de ver, captan mejor el significado de las ambi-
valencias o contradicciones de los textos. En un trabajo innovador, David Hanlon (2000)
se propone analizar el estereotipo del moro y la noción de raza en la historiografía caste-
llana de los siglos XIII y XIV: la biografía de Mahoma que se encuentra en la Primera crónica
general y la leyenda épica de los Siete Infantes de Lara. Hanlon comienza con la imagen
familiar del moro, que es por una parte «domesticado» o dócil, y por otra, temible, agre-
sivo, o el paragón de las virtudes caballerescas. Reconoce que dicha contradicción había
sido analizada por Burshatin (1986) y Mirrer (1996), pero asevera que su interpretación
carecía de una base teórica adecuada. Recurre por tanto a la noción del estereotipo elabo-
rada por Homi Bhabha (1994: 94-120), cuyas ideas al respecto se desarrollaron en diálogo
crítico con Edward Said19. Según Hanlon, Bhabha subraya que el estereotipo se estructura
en torno a una ambivalencia, y es precisamente la estructura ambivalente del estereotipo lo
18. Para las limitaciones del orientalismo aplicado al romancero fronterizo, ver Yiacoup (2004). Yiacoup hace
hincapié en la importancia de conservar la ambivalencia de los textos, y no resolverla, adoptando así una postura
muy similar a la de Menocal. Para esta, la comprensión histórica de las complejidades culturales de la Iberia
medieval consiste «in fully accepting the “yes-and-no”-ness of the thing, of becoming so comfortable with the
paradoxes that we can just assume they will be there and assume that at least part of our job is to dwell on them
and what they might mean. This we do not necessarily [have] to resolve or explain away» (2006: 10-11).
19. Es curioso que aunque se refiere a uno de los artículos de Burshatin, Hanlon no tome en cuenta sus plan-
teamientos teóricos, un precedente claro y significativo para sus propia investigación, a la hora de criticar lo que
se complace en llamar «our disciplinary myopias» (2000: 501).
190
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
que permite «the maintenance of contradictory beliefs and ensures that they survive contact
with reality, for “it is the force of ambivalence that gives the [...] stereotype its currency”»
(Hanlon, citando a Bhabha, 2000: 500).
Esta reorientación teórica le permite a Hanlon defender la tesis de que la representa-
ción del moro mediatiza el estatus ambiguo del mudéjar, el «moro interno» tras la expan-
sión territorial del siglo XIII. Aquí, me interesan más sus métodos que los detalles de su
interpretación y sus conclusiones. Primero, me parece que su insistencia en conservar la
ambivalencia, en analizar sus efectos y función ideológica (en vez de resolverla como
síntoma de valoraciones o positivas o negativas del moro que lo sitúan en uno u otro lado
del binario «identidad/ alteridad»), constituye un avance importante con respecto a plan-
teamientos anteriores, incluso los inspirados por el orientalismo de Said. Pero no se trata
simplemente de aplicar unas cuantas teorías, sacadas de su contexto original. Diría yo que
sus métodos responden a las objeciones de Spiegel (que también son las mías) con respecto
a la consideración que se debe dar a las condiciones de posibilidad de un fenónemo histó-
rico: no solo intenta precisar la naturaleza histórica del discurso de la raza en esta coyun-
tura concreta, sino –y en esto me parece excepcional– toma en cuenta los mecanismos y
recursos materiales del poder feudal. Su ensayo combina la sofisticación teórica, la lectura
cuidadosa y sutil de los textos, y la consideración de los determinantes materiales de su
producción.
Por su parte, Josiah Blackmore (2006) también se centra en las contradicciones del
moro estereotípico, esta vez en la literatura medieval portuguesa (las cantigas de escarnio,
livros de linhagens, y las crónicas cuatrocentistas de Gomes Eanes de Zurara). Aunque no
se refiere al artículo de Hanlon, se aprovecha de los estudios postcoloniales para defender
una tesis similar: como construcción ideológica, el moro «resists easy categorizations as
an undifferentiated figure of otherness» (2006: 27); además, es a la vez un componente de
«an idealized reconquista mentality and [...] a more polysemous marker of difference and
contact» (2006: 32). Aparte de evitar simples taxonomías ontológicas, hay otra afinidad
metodológica y es que él también reconoce la importancia de indagar la especificidad histó-
rica de los discursos ideológicos que conforman los textos. Investiga, por tanto, la historia
semántica del término maurus y la teoría medieval de las facultades intelectuales, y reco-
noce también que sus textos no deben reducirse a la articulación ideológica de un colo-
nialismo medieval generalizado, pues «often competing or contrasting practices of empire
and colonization existed» (2006: 28).
La polisemia del estereotipo también sirve de inspiración para David Wacks en un
estudio publicado en el mismo volumen colectivo (2006). Wacks intenta rastrear la impronta
del colonialismo en las prácticas narrativas del Conde Lucanor de Juan Manuel, que lee
en el contexto de la expansión territorial del siglo catorce. También aboga explícitamente
por un acercamiento postcolonial, y se apoya en Hanlon para argumentar que «stereotypes
of Muslim characters in the C[onde] L[ucanor] served the double purpose of justifying
the Castilian-Aragonese conquest of al-Andalus and the medieval colonialism that was its
legacy» (2006: 95). Basándose en una lectura de los cuentos 30 y 41, sostiene que la repre-
sentación de los reyes musulmanes de Sevilla (Abenabet) y de Córdoba (Alhaquem) se
caracterizan por la ambivalencia. Mientras que en la parte narrativa de sus ejemplos Juan
Manuel se demora en retratar su materialismo y decadencia moral, en la conclusión del
191
JULIAN WEISS
cuento marco y, sobre todo, en los viessos sentenciosos, destaca la sabiduría política de
estos reyes musulmanes: a raíz de esta discrepancia Wacks concluye que «Andalusı̄ Muslims
are unfit to rule, yet worthy of both high praise and imitation» (2006: 100). La aparente
contradicción es un ejemplo de «border thinking», un modo de pensar fronterizo que
resiste programas ideológicos rígidos20. Aunque apoyo el proyecto de leer a Juan Manuel
en un contexto postcolonial, confieso que no me convencen del todo sus argumentos y
conclusiones, porque a mi juicio su interpretación se basa en un fallo metodológico (y no
teórico)21. Primero, sostener que estos reyes, por su supuesta debilidad moral, son «unfit
to rule» me parece una conclusión apriorística dado que estas debilidades no son priva-
tivas de los personajes islámicos en esta colección. Diría yo en cambio que incluso en los
exempla son modelos de esa sabiduría política –eminentemente experiencial y pragmá-
tica– ejemplificada por el musulmán que cierra la colección. Al igual que Abenabet y Alha-
quem, Saladín aprende una lección política transcendental: la importancia de la vergüenza,
entendida como la capacidad de conocerse a sí mismo. Si la representación estereotípica
del moro en El conde Lucanor sirve para justificar la reconquista o transformar al mudéjar
en sujeto colonizado, no es porque no es digno de ocupar una posición de poder –todo
lo contrario. Juan Manuel no marca una frontera vertical entre cristiano y musulmán
en lo que respecta a la legitimación del poder–. Estos reyes musulmanes sirven de
modelos para una aristocracia terrateniente que necesita (según Juan Manuel) de unos
valores y conocimientos pragmáticos para legitimar su señorío y conservar sus domi-
nios. Dicho de otro modo, Juan Manuel traza una frontera horizontal implícita entre
una élite de casta militar/política y el campesinado, compuesto también eso sí de musul-
manes y cristianos.
No se trata simplemente de una diferencia interpretativa. La interpretación de Wacks
me parece más bien parcial que errónea, y principalmente por razones metodológicas. El
análisis del estereotipo ambivalente tiene una sólida base teórica; pero para desentrañar la
naturaleza de esa ambivalencia, creo que Wacks debería haber prestado más atención a las
condiciones materiales y epistemológicas del discurso ejemplar (es, a fin de cuentas, uno
de los mejores expertos en este campo). Sitúa la ambivalencia en el desfase entre el exem-
plum (donde se recalca la decadencia del moro) y los versos sentenciosos del cuento marco
(donde el moro es modelo de conducta política). En vez de explicarlo únicamente en
términos del «border thinking», habría que explicarlo también según una epistemología
determinada por otra clase de frontera, asimismo porosa: la imbricación de la oralidad y
la textualidad. El conde Lucanor combina dos modalidades de pensar y dos formas de saber
que se aúnan para producir un discurso ejemplar específico. La representación ambiva-
lente del moro es condicionada por las exigencias de una ejemplaridad compuesta por un
20. Wacks explica que el término «border thinking» es un préstamo de los estudios postcoloniales latinoa-
mericanos, concretamente la obra de Walter Mignolo. Más tarde, Altschul pondría aun más énfasis en la relevan-
cia teórica de los estudios latinoamericanos para la cultura fronteriza ibérica (2007 y 2009).
21. Sería injusto criticar su inadecuada teorización del colonialismo, confeccionada en base a un verso del
Cantar de mio Cid. Cuando El Cid vence a los habitantes de Alcocer declara: «“posaremos en sus casas y dellos
nos serviremos” [...]. This is colonialism in a nutshell; Christians are not to deport or kill Muslims, but rather should
subjugate them politically and exploit them by occupying their space and appropriating their resources» (2006:
90). La generalización, desprovista de específicidad histórica, me parece legítima en su contexto retórico. Como
he dicho, el desinterés en las formas materiales del colonialismo me parece sintomático de una tendencia general.
192
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
22. Juan Manuel expone su teoría estilística en El libro de los estados, donde el desprecio hacia el campesi-
nado demuestra bien a las claras que el sujeto subalterno no se define únicamente por la raza o la religión.
193
JULIAN WEISS
cruzada que crea una dicotomía absoluta entre el mundo islámico y la Cristiandad. La
tesis, por atractiva y convincente que sea, me parece parcial, y por dos razones. Primero,
me parece que adopta una lectura bastante optimista o idealizada de las parias, que repre-
sentan una relación de poder no tanto horizontal como vertical –por pacífica que parezca
no deja de ser una forma de sumisión mantenida por la continua amenaza de la violencia–23.
Segundo, creo que sería interesante situar su interpretación en la dinámica del colonialismo
medieval descrita por Robert Bartlett. Es decir, la Chanson de Roland –por lo menos en
su versión de Oxford– dramatiza la imposibilidad de mantener un equilibrio entre el centro
del imperio y los márgenes. Un imperio puede reproducirse de forma celular, como diría
Bartlett, pero todavía necesita un centro ideológico, representado al final del poema por
Aix la Chapelle, donde se retira Carlomagno tras su victoria en Roncesvalles, y donde
descubre a su pesar que lo que ocurrió en España se repite en otra parte de su Imperio.
España, por tanto, representa un trauma histórico: por más que se intente desplazarlo en el
tiempo y en el espacio, es un trauma destinado a repetirse al infinito. En breve, esta leyenda
carolingia nos ayuda a matizar la tesis de Bartlett sobre la naturaleza del colonialismo medieval.
Recuérdese que para Bartlett, la colonización medieval conlleva un proceso de «replica-
ción» y no «diferenciación», pero sin la subordinación política de la periferia al centro. A
nivel ideológico esta épica, en cambio, demuestra que las colonias no pueden reproducir el
centro sin la subordinación política, dada la naturaleza centrífuga del poder feudal24.
Mi hipótesis se basa en una reorientación del estudio de la representación del Islam que,
hasta la fecha, se ha centrado en el estereotipo del moro, hacia el concepto de espacio ideo-
lógico y geocultural. Corresponde por tanto al «giro espacial» en la historiografía literaria
contemporánea25. Las dos perspectivas no son incompatibles, pero creo que sería fructí-
fero estudiar cómo a partir de la alta Edad Media el término «España» se convierte en un
cronotopo: un espacio y un tiempo que se funden y se definen mutuamente para crear un
recurso de la memoria, una tecnología de saber, que en este caso concreto nos recuerda
que la colonización tiene una dimensión temporal, no solo territorial26. Lo que se recuerda
y lo que se sabe a través de este cronotopo depende, obviamente, de su función dentro de
cada poema. Acabo de sugerir que en algunos casos puede interpretarse como una forma
de conciliar a nivel ideológico las contradicciones inherentes en el colonialismo y señorío
feudales. Pero, evidentemente, España cumple otros cometidos en la poesía épica. En
muchos poemas España se convierte en el espacio del romance –el género romancesco–
un espacio liminal donde el héroe se somete a una serie de pruebas, para luego regresar a
23. Su caracterización de las parias, como fenómeno histórico, se apoya en Angus MacKay; le habría sido
útil también tomar en cuenta su representación literaria en, por ejemplo, el Cantar de mio Cid, donde su función
ideológica había sido analizada, más de viente años antes, por Burshatin (1984); ver también las nutridas notas a
los pasajes relevantes en la edición de Montaner (Cantar, 2007).
24. En este sentido, habría que investigar la afinidad ideológica entre la Chanson de Roland y las leyendas
de Alejandro (ver Weiss, 2006: 109-142).
25. Para un ejemplo, con buen soporte bibliográfico, ver Domínguez (2006). Muy pertinentes también son
los estudios realizados por Alberto Montaner sobre la épica de frontera y la geopolítica y geopoética en el Cantar
de mio Cid (2004, 2007). La representación del espacio, real y simbólico, en el Cantar de mio Cid, es un problema
que viene de antiguo. Para un repaso de la bibliografía y una interpretación novedosa, ver Haywood (2002).
26. La colonización del tiempo es ya un tópico en los estudios postcoloniales; para una buena síntesis, ver
las páginas que John Dagenais dedica al tema en la introducción al volumen Decolonizing the Middle Ages que
co-edita con Margaret Greer (2000: 431-438).
194
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
casa con una identidad nueva y más fuerte, como en el caso de la Spagna o L’Entrée en
Espagne, que nos retratan a un Rolando orientalizado, o la leyenda de Mainete, donde el
joven Carlomagno forja su identidad imperial en contacto íntimo con la cultura musul-
mana27. En otros casos, este espacio tiene un cariz claramente lúdico. Pienso por ejemplo
en el muy divertido Charroi de Nimes (Altmann y Psaki, 2006) o en la épica tardía provenzal
Rollan a Saragossa (Jewers, 2009): en ambos poemas la masculinidad, religiosidad e iden-
tidad de casta de los nobles francos se ven sometidas a toda una serie de subversiones
cómicas y satíricas, cuyas implicaciones deben ser investigadas tomando en cuenta el hecho
de que la acción se ubica en la España musulmana o en la marca hispánica. En algún caso,
España sirve de metáfora histórica: pienso en el Rolandslied del Pfaffe Konrad (el cura
Conrado), que en las últimas décadas del siglo doce adapta una versión de la Chanson de
Roland para celebrar la cruzada de Enrique el León contra los paganos del Báltico, que
resultó en la conversión y colonización de gran parte del noreste de Europa (Ashcroft,
1986).
Habría que investigar también las distintas vertientes tanto positivas como negativas
de «España» como una zona fronteriza, el punto de entrada de influencias diabólicas (el
Islam, la corrupción sexual, etc.) y productos culturales de lujo (como los tejidos árabes,
el ajedrez, caballos, cuero cordobés, etc.). No olvidemos que Parsifal de Wolfram von
Eschenbach sitúa el origen de la leyenda del Santo Gral en un manuscrito árabe descu-
bierto en Toledo. Es una frontera porosa y contradictoria, y las contradicciones se mani-
fiestan también en la representación simbólica del espacio físico. Es bien sabido que a
diferencia del supuesto «realismo» castellano, la épica transpirenaica carga las tintas sobre
los montes altos y los valles profundos y oscuros: dondequiera que ocurra la acción, nunca
nos alejamos mucho de la frontera simbólica de los Pirineos. Si bien el paisaje infunde
cierto miedo, los toponimios exóticos y palacios y castillos fabulosos con sus torres y pilares
de mármol producen asombro y deseo. La dualidad refleja la ambivalencia de una cultura
«europea» hacia una cultura urbana árabe ubicada en un territorio vecino pero insondable.
Estos y otros aspectos del significado de «España» en la épica medieval merecen un
estudio de conjunto, y huelga decir que este estudio comparatista no puede por menos de
realizarse a la luz de los restos de la épica castellana. Los lectores de este volumen conocen
de sobra los puntos de contacto (y los debates que han generado) entre la épica castellana
y la francesa, tradiciones gemelas, en palabras de Menéndez Pidal. El postcolonialismo nos
ofrece muchos motivos para volver al estudio comparatista de la épica, no para trazar rela-
ciones genéticas o influencias entre los poemas, sino por la luz que se puede echar sobre
la formación de Europa, producto de un proceso de conquista y colonización, y sobre la
naturaleza de las fronteras políticas, culturales, económicas e ideológicas, tanto internas
como externas, que se van creando en la alta y baja Edad Media28. Con respecto a las
27. Para la representación del imperio en L’Entrée en Espagne ver Sunderland (en prensa).
28. Huelga decir que el interés en la «épica de frontera» no es, y no tiene por qué serlo, el monopolio de los
estudios postcoloniales. Ahora contamos con el panorama fundamental de Montaner (2004), que abarca las tradi-
ciones románica, bizantino-eslava e islámica, y cuyo propósito es preparar el terreno para una investigación
comparatista sobre el significado histórico y función poética de la frontera en las zonas indicadas. El artículo
contiene una riquísima bibliografía y unas sólidas observaciones metodológicas, por ej., cómo explicar las simi-
litudes entre zonas y culturas diferentes, la importancia de fundamentar el análisis en una sólida base histórica y
195
JULIAN WEISS
fronteras internas, entre otras cosas, el postcolonialismo nos permite reorientar el estudio
del antagonismo entre castellanos y franceses, tan bien documentado en la épica y histo-
riografía castellanas desde los estudios clásicos de Jules Horrent (1951), Ramón Menéndez
Pidal (por ej., 1960), o Barton Sholod (1963). Además de (o, tal vez mejor, en vez de) estu-
diar esta rivalidad en términos de un incipiente nacionalismo, se podría adoptar una pers-
pectiva más amplia e investigar las leyendas de Bernardo del Carpio, el desenlace de las
Mocedades del Cid, o la reescritura castellana de Roncesvalles (que ha provocado un debate
sobre si es un ejemplo de francofobia o francofilia) en el contexto de la diáspora de los
francos analizada por Bartlett; como ya indiqué, según Bartlett «the extremities of Europe
experienced the process of homogenization as a process of polarization» (1993: 312). Es
decir, estas leyendas épicas son a la vez una forma de mantener una afiliación transna-
cional, y reproducir el legado cultural de los francos, y una forma de diferenciarse. Pero
¿en qué sentido «diferenciarse» y para qué? El postcolonialismo nos proporciona no solo
un marco histórico para aventurar algunas hipótesis, sino también un vocabulario y unas
herramientas conceptuales, como pueden ser la descolonización, la aculturación, la trans-
culturación, o la mímica («mimicry»). De hecho, Nadia Altschul sugiere que los conceptos
de transculturación y la mímica, elaborados para el estudio del colonialismo latinoameri-
cano, pueden servir para explicar mejor la situación de los mozárabes y judíos arabizados
de Al-Andalus (2009: 12-13). Aunque todavía no lo he comprobado, se me ocurre que el
concepto de la mímica podría adaptarse también al análisis de la reescritura castellana de
motivos épicos franceses, puesto que «mimicry is not merely an appropriation but a form
of mis-imitation; and in contrast to imitation it shows ambivalence between deference and
defiance» (Altschul, 2009: 12)29. La lista de posibilidades podría prolongarse. Pero no nos
engañemos en pensar que hay que empezar desde cero. A veces algunos estudiosos dan la
impresión de querer escribir sobre una tabula rasa. Los trabajos de críticos anteriores, o
los que se acercan a los textos con postulados teóricos distintos, incluso a veces antité-
ticos a los objetivos de los estudios postcoloniales, pueden proporcionar datos o ideas de
sumo interés y relevancia. No es necesario aceptar los móviles y metas de Menéndez
Pidal ni renovar los viejos debates entre neotradicionalistas e individualistas para aprove-
charse de su contribución seminal a los estudios de la épica medieval. El postcolonialismo
medieval, como práctica académica, necesita reconocer la porosidad de sus propias fron-
teras y sus distintos estratos históricos30.
evitar la simple descripción de parallelismos: «Hacer filología es explicar textos y contextos» (2004: 39). Claro está
que la naturaleza de esa explicación dependerá de los planteamientos teóricos, visión histórica, y objetivos de cada
investigador.
29. Exploro esta ambivalencia, aunque desde un enfoque teórico distinto, en un estudio sobre la versión castel-
lana de Roncesvalles (2011).
30. Agradezco a César Domínguez y Alberto Montaner el haberme proporcionado valiosos datos biblio-
gráficos. Huelga decir que no son responsables por la manera en que los uso, ni a fortiori por las deficiencias del
presente artículo.
196
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
BIBLIOGRAFÍA
AKBARI, Susan Conklin, «From Due East to True North: Orientalism and Orientation», en Cohen,
(2000), pp. 19-34.
——, «Alexander in the Orient: Bodies and Boundaries in the Roman de toute chevalerie», en
Williams y Kabir (2005), pp. 105-126.
ALTMANN, Barbara. K., y F. R. Psaki, «Considering Holy War in Le Charroi de Nimes», Medium
Aevum, LXXV (2006), pp. 247-272.
ALTSCHUL, Nadia R., «On the Shores of Nationalism: Latin American Philology, Local Histories
and Global Designs», La corónica, XXXV, 2 (2007), pp. 159–172.
——, «Postcolonialism and the Study of the Middle Ages», History Compass, VI, 2 (2008), pp. 588-
606.
——, «The Future of Postcolonial Approaches to Medieval Iberian Studies», Journal of Medieval
Iberian Studies, I (2009), pp. 5-17
ASHCROFT, Bill, «Modernity’s First-Born: Latin America and Post-Colonial Transformation» en El
debate de la postcolonialidad en Latinoamérica, ed. Alfonso de Toro y Fernando de Toro,
Iberoamérica, Madrid, 1999.
ASHCROFT, Bill, Gareth Griffiths, y Helen Tiffin (eds.), The Post-Colonial Studies Reader, Rout-
ledge, Londres, 1995.
ASHCROFT, Jeffrey, «Konrad’s Rolandslied, Henry the Lion, and the Northern Crusade», Forum
for Modern Language Studies, XXII (1986), pp. 184-208.
BANCOURT, Paul, Les Musulmans dans les Chansons de geste du Cycle du roi, 2 vv., Université de
Provence, Aix en Provence, 1982.
BARTLETT, Robert J., The Making of Europe: Conquest, Colonization, and Cultural Change 950-
1350, Princeton UP, Princeton, 1993; trad. española Ana Rodríguez López, La formación de
Europa: conquista, colonización y cambio cultural, 950-1350, Universitat de València, Valencia,
2003.
BHABHA, Homi K., The Location of Culture, Routledge, Londres 1994; trad. española de César
Airas, El lugar de la cultura, Manantial, Buenos Aires, 2002.
BLACKMORE, Josiah, «Imagining the Moor in Medieval Portugal», en Martín y Pinet (2006), pp. 27-
43.
BLACKMORE, Josiah, y Gregory S. Hutcheson (eds.), Queer Iberia: Sexualities, Cultures, and Cross-
ings from the Middle Ages to the Renaissance, Duke UP, Durham, 1999.
BURSHATIN, Israel, «The Docile Image: The Moor as a Figure of Force, Subservience, and Nobility
in the Poema de Mio Cid», Kentucky Romance Quarterly, 31 (1984), 269-280.
——, «Power, Discourse, and Metaphor in the Abencerraje», Modern Language Notes, XCIX (1984),
pp. 195-213.
——, «The Moor in the Text: Metaphor, Emblem, and Silence», en «Race», Writing, and Differ-
ence, número especial, Critical Inquiry, XII, 1 (1985), pp. 98-118.
CANTAR DE MÍO CID, ed. Alberto Montaner Frutos, con un estudio preliminar de Francisco Rico,
Biblioteca Clásica, 1, Centro para la Edición de los Clásicos Españoles; Galaxia Gutenberg,
Barcelona, 2007.
COHEN, Jeffrey Jerome (ed.), The Postcolonial Middle Ages, St Martin’s Press, Nueva York, 2000.
DAGENAIS, John, y Margaret R. Greer (eds.), Decolonizing the Middle Ages, número especial, Journal
of Medieval and Early Modern Studies, XXX, 3 (2000).
197
JULIAN WEISS
DANIEL, Norman, Heroes and Saracens: An Interpretation of the «Chansons de geste», University
Press, Edinburgh, 1984.
DAVIS, Kathleen y Nadia Altschul (eds.), Medievalisms in the Postcolonial World: The Idea of «The
Middle Ages» outside Europe: Rethinking Theory, The Johns Hopkins UP, Baltimore, 2010.
DOMÍNGUEZ, César, «The South European Orient: A Comparative Reflection on Space in Literary
History», Modern Language Quarterly, LXVII (2006), pp. 424-449.
FUCHS, Barbara, «Imperium Studies: Theorizing Early Modern Expansion», en Ingham & Warren
(2003), pp. 71-90.
——, y David J. Baker, Postcolonialism and the Past, número especial, Modern Language Quar-
terly, LXV (2004).
GANIM, John M., Medievalism and Orientalism: Three Essays on Literature, Architecture, and
Cultural Identity, Palgrave MacMillan, Nueva York, 2005.
GAUNT, Simon, «Can the Middle Ages Be Postcolonial?» [artículo reseña de Cohen 2000, Huot
2007, Ingham & Warren 2003, Williams & Kabir 2005, Kinoshita 2006, y otros], Compara-
tive Literature, LXI (2009), pp. 160-76.
GILBERT, Jan, «Álora, Abenamar, and Orientalism», en Proceedings of the Twelfth Colloquium, ed.
A. Deyermond y J. Whetnall, PMHRS 35, Queen Mary College, Londres, 2003, pp. 49-61.
GREENE, Roland, «Colonial Becomes Postcolonial», en Fuchs y Baker (2004), pp. 423-41.
HANLON, David. «Islam and Stereotypical Discourse in Medieval Castile and León», en Dagenais
y Greer (2000), pp. 479-504.
HAYWOOD, Louise M., «Symbolic Space and Landscape in the Poema de Mio Cid», en Mio Cid
Studies: «Some Problems of Diplomatic» Fifty Years On, ed. A. Deyermond, et al, PMHRS,
42, Department of Hispanic Studies, Queen Mary, Londres, 2002, pp. 105-127.
HOLSINGER, Bruce, «Medieval Studies, Postcolonial Studies, and the Genealogies of Critique»,
Speculum, LXXVII (2002), pp. 1195-1227.
HUOT, Sylvia, Postcolonial Fictions in the «Roman de Perceforest»: Cultural Identities and Hybridi-
ties, D. S. Brewer, Cambridge, 2007.
INGHAM, Patricia Clare, y Michelle R. Warren (eds.), Postcolonial Moves: Medieval through Modern,
Palgrave Macmillan, Nueva York, 2003.
IRWIN, Robert, Dangerous Knowledge: Orientalism and its Discontents, Overlook Press, Wood-
stock, NY, 2006.
JEWERS, Caroline, «Becoming Saracen: Seduction, Conquest, and Exchange in Rollan a Saragossa»,
Romance Studies, XXVII (2009), pp. 95-105.
JORDAN, William Chester, «“Europe” in the Middle Ages», en Pagden (2002), pp. 72-90.
KIBLER, William W., y Leslie Zarker Morgan (eds.), Approaches to Teaching the «Song of Roland»,
Modern Language Association of America, Nueva York, 2006.
KINOSHITA, Sharon, Medieval Boundaries: Rethinking Difference in Old French Literature, Univer-
sity of Pennsylvania Press, Filadelfia, 2006.
——, «Political Uses and Responses: Orientalism, Postcolonial Theory, and Cultural Studies», ed
Kibler y Morgan (2006), pp. 269-280.
LEES, Clare A., y Gillian R. Overing (eds.), Gender and Empire, número especial, Journal of Medieval
and Early Modern Studies, XXXIV, 1 (2004).
MARTÍN, Oscar, y Simone Pinet (eds.), Theories of Medieval Iberia, número especial, Diacritics,
XXXVI, 3-4 (2006).
MCINTOSH, Malachi, «The Moor in the Text: Modern Colonialism in Medieval Christian Spain»,
Journal of Romance Studies, VI (2006), pp. 61-70.
MENOCAL, María Rosa, «Why Iberia?», en Martín y Pinet (2006), pp. 7-11.
198
EL POSTCOLONIALISMO MEDIEVAL
——, The Arabic Role in Medieval Literary History: A Forgotten Heritage, reprinted with a new
afterword, University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 2004 [1987].
——, «And How “Western” Was the Rest of Medieval Europe?», en Américo Castro: The Impact
of His Thought (Essays to Mark the Centenary of His Birth), ed. R. E. Surtz, J. Ferrán, y D.
P. Testa, The Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison, 1988, pp. 183-189.
MIRRER, Louise, «Representing “Other” Men: Muslims, Jews, and Masculine Ideals in Medieval
Castilian Epic and Ballad», en Medieval Masculinities: Regarding Men in the Middle Ages, ed.
C. Lees, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1994, pp. 169-186.
——, Women, Jews, and Muslims in the Texts of Reconquest Castille, University of Michigan
Press, Ann Arbor, 1996.
MONTANER FRUTOS, Alberto, «Introducción a la épica de frontera (tradiciones románica, bizan-
tino-eslava e islámica)», en Ressons èpics en les literatures i el folklore hispànic = El eco de la
épica en las literaturas y el folclore hispánico, ed. P. Bádenas y E. Ayensa, The Acritans of
Europe, IV, Acrinet, Atenas; Reial Acadèmia de Bones Lletres, Barcelona, 2004, pp. 9-39.
——, «Un canto de frontera (geopolítica y geopoética del Cantar de mio Cid)», Ínsula, vol. 737
(noviembre 2007), pp. 8-11.
PAGDEN, Anthony, Spanish Imperialism and the Political Imagination: Studies in European and
Spanish-American Social and Political Theory 1513-1830, Yale UP, New Haven, 1990. Trad.
española de Soledad Silió, El imperialismo español y la imaginación política: estudios sobre
teoría social y política europea e hispanoamericana (1513-1830), Planeta, Barcelona, 1991.
—— (ed.), The Idea of Europe: From Antiquity to the European Union, Cambridge UP, Cambridge;
Woodrow Wilson Center, Washington DC, 2002.
RAMEY, Lynn Tarte, Christian, Saracen and Genre in Medieval French Literature, Routledge,
Londres, 2001.
REICHERT, Michelle, Between Courtly Literature and al-Andalus: Matière d’Orient and the Impor-
tance of Spain in the Romances of the Twelfth-Century Writer Chrétien de Troyes, Rout-
ledge, Londres, 2006.
REYNOLDS, Susan, Fiefs and Vassals: The Medieval Evidence Reinterpreted, Clarendon Press, Oxford,
1996.
SAID, Edward W., Orientalism, Pantheon Books, Nueva York, 1978; reimpr. con un nuevo prefacio,
Penguin, Londres, 2003; trad. española María Luisa Fuentes, Orientalismo, Debate, Madrid,
2002.
——, Culture and Imperialism, Chatto & Windus, Londres, 1993; trad. española, Cultura e impe-
rialismo, Anagrama, Barcelona, 1996.
——, «Andalusia’s Journey», Travel and Leisure (diciembre, 2002), pp. 178-94, <http://www.trav-
elandleisure.com/articles/andalusias-journey/1>.
SHOLOD, Barton, Charlemagne in Spain: The Cultural Legacy of Roncesvalles, Librairie Droz,
Ginebra, 1963.
SMITH, Julia M. H., Europe after Rome: A New Cultural History, 500-1000, University Press,
Oxford, 2005.
SPIEGEL, Gabrielle, «Épater les médiévistes» [artículo-reseña de Kathleen Biddick, The Shock Of
Medievalism, Durham, NC: Duke University Press, 1998], History and Theory, 39 (2000), pp.
243-250.
S UNDERLAND, Luke, «Multilingualism and Empire in L’Entrée d’Espagne», en Locating the
Middle Ages: The Spaces & Places of Medieval Culture, ed. J. Weiss y S. Salih, King’s College
London Medieval Studies, XXIII, Centre for Late Antique & Medieval Studies, King’s College
London, Londres, en prensa.
199
JULIAN WEISS
VILARÓS, Teresa M. y Michael Ugarte, «Cuando África empieza en los Pirineos», Journal of Spanish
Cultural Studies, VII (2006), pp. 199-205.
YIACOUP, Sizen, «Memory and Acculturation in the Late Medieval and Early Modern Frontier
Ballad», en Cultural Traffic in the Medieval Romance World, ed. S. Gaunt y J. Weiss, número
especial, Journal of Romance Studies, IV, 3 (2004), pp. 61-78.
WACKS, David A., «Reconquest Colonialism and Andalusı̄ Narrative Practice in the Conde Lucanor»,
en Martín y Pinet (2006), pp. 87-104.
WARREN, Michelle R., «Post-Philology», en Ingham y Warren (2003), pp. 19-45.
WEISS, Julian, The «Mester de Clerecia»: Intellectuals and Ideologies in Thirteenth-Century Castile,
Woodbridge: Tamesis, 2006.
——, «Reconfiguring a Fragment: Cultural Translation and the Hybridity of Roncesvalles», en
«La pluma es lengua del alma»: ensayos en honor de E. Michael Gerli, ed. J. M. Hidalgo,
Juan de la Cuesta, Newark, 2011, pp. 387-405.
WILLIAMS, Deanne y Ananya Kabir (eds.), Postcolonial Approaches to the European Middle Ages:
Translating Cultures, Cambridge UP, Cambridge, 2005.
200