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Sobre La Escuela y El Aprendizaje Escolar
Sobre La Escuela y El Aprendizaje Escolar
Si la transmisión del saber supone a alguien que posee ese saber y a quienes van a
aprenderlo, la escolarización resolverá el punto poniendo a muchas personas que “no
saben” al comando de unas pocas que “sí saben”. Dicho de otro modo: la
escolarización masiva de la población exige una instancia colectiva de trabajo, la
organización de las poblaciones según cierta economía de esfuerzos. La masividad es
una condición de la escuela moderna, y en tal sentido, estar en la escuela obliga a
quienes asisten a ella en calidad de estudiantes a aprender a “vivir en una masa”
(Jackson, 1991) y obliga a quienes se desempeñan en ellas como docentes a aprender a
controlar grandes grupos. Todos los intentos por individualizar la enseñanza, por
personalizarla, tropiezan una y otra vez con este rasgo estructural de la escuela: en ella
se concentran muchas personas para hacer al mismo tiempo las mismas cosas al
comando de unas pocas. Para completar el análisis, debemos señalar que, sin
embargo, el carácter masivo de la escuela no exige la enseñanza simultánea sino
que ésta, en todo caso, se impuso entre otras formas posibles. Digamos que la
cuestión se resolvió de un cierto modo, que no era necesario, pero que tiene
efectos enormes en el modo en que se produjo en adelante el proceso pedagógico.
Entre los conceptos más poderosos que se han generado para analizar y desnaturalizar
la escuela se encuentra el de gramática de la escolaridad, hoy muy difundido en el
campo pedagógico (entre otros, Tyack y Tobin, 1994). La idea de gramática de la
escolaridad remite a un conjunto de reglas –que han llegado a ser tácitas– sobre la
manera en que las escuelas dividen el tiempo y el espacio, califican y asignan a
estudiantes a diversas aulas, estructuran el conocimiento que debe ser enseñado y las
formas de acreditación de lo aprendido. La elección de la expresión gramática para
referirse a las reglas y estructuras que organizan la escolarización es deliberada, como
lo muestra la comparación que proponen Tyack y Cuban:
“Prácticas como las aulas graduadas por edades estructuran las escuelas de una
manera análoga al modo en que la gramática organiza el significado en la
comunicación verbal. Ni la gramática de la escolaridad ni la gramática del habla
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necesitan ser comprendidas a conciencia para operar como debe ser” (Tyack y Cuban,
2001: 168).
Tal vez recuerden aquella vieja definición escolar del contexto como “todo
lo que rodea a un texto”. La noción
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maneja en este curso (por ejemplo, cuando hablamos del
contexto escolar de aprendizaje) no se plantea en esos términos, no se
propone como una relación "contenedor/ contenido".
En tercer lugar, es un aprendizaje basado en la presencialidad. La manera que
encontró la escuela de poner al alcance de todos y todas unos saberes que antes
circulaban de una manera muy restringida ha sido reunir grupos grandes de aprendices
al comando de quien detenta el saber que debe aprenderse. Si la presencialidad se
rompe, la enseñanza escolar tal como fue históricamente desarrollada se desbarata.
Por eso el ausentismo (de estudiantes pero también de docentes) es un problema que
preocupa tanto al sistema escolar. Hoy en día tenemos condiciones tecnológicas que
nos permiten superar con cierto éxito la exigencia de presencialidad (por ejemplo,
ustedes están leyendo ahora una clase que ha sido escrita en otro tiempo), pero por
ahora la lógica del sistema escolar es la lógica de la presencialidad y nuestro saber
pedagógico, nuestro saber didáctico, no están del todo preparados para sostener los
aprendizajes de quienes por la razón que fuere no asisten a la escuela. Podemos dar
cuenta de esta dificultad en este momento histórico en que por razones excepcionales,
una pandemia, tenemos que producir diversas propuestas de continuidad pedagógica
no presenciales para todos los niveles del sistema educativo.
Pero hay más complicaciones en lo que acaban de leer. En primer lugar, es discutible el
tan mentado desarrollo “natural”. Las características que hoy le adjudicamos a la niñez
o a la adolescencia son resultado de una construcción histórica. La categoría infancia,
la categoría adolescencia (como la categoría escuela) están históricamente
determinadas. Por caso, siglos atrás, una de las características salientes que hoy
atribuimos a la infancia (la necesidad de cuidado y protección) en modo alguno se
asociaba a niños y niñas. Nuestro “sentimiento de infancia” (Ariès, 1986, en Baquero y
Narodowski, 1994) tiene un origen histórico relativamente reciente y, por lo tanto,
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poco de “natural”.
He aquí uno de los efectos del modo en que el dispositivo escolar moderno resolvió la
masividad: la escuela trabaja sobre un supuesto de homogeneidad y, por ello, para la
mejor adecuación del alumnado a sus métodos, procura reducir las diferencias iniciales
a un estado que permita un tratamiento homogéneo de la población escolar. Esto no
sucede porque las escuelas “funcionen mal” sino, en todo caso, porque han sido
concebidas para funcionar así.
En la mente de una maestra, esto es mucho más que un dato: la lleva a suponer ciertas
características de alumnas y alumnos de determinada edad teórica, una cierta
homogeneidad de tales características, y por tanto la posibilidad de acudir a criterios
conocidos para organizar la enseñanza según tales características. En general, los
métodos que ha desarrollado históricamente la Didáctica, apoyados en parte por la
mirada clasificadora de la Psicología del Desarrollo, presuponen homogeneidad y se
dirigen a un/a “alumno/a medio” con las características atribuidas a la edad teórica.
Este funcionamiento se hace solidario de la constitución de un saber pedagógico “por
defecto” (Terigi, 2010). Nos referimos al saber pedagógico que estructura nuestros
modos de mirar el mundo de la educación escolar y que inclusive nos impide pensar en
direcciones novedosas. El saber pedagógico “por defecto” apoya el funcionamiento
estándar del sistema y este funcionamiento permite la organización de las poblaciones
para la escolarización según cierta economía de esfuerzos. Por ejemplo, la clasificación
por edades permitiría alguna reducción de la diversidad posible del alumnado, aun
cuando se sepa que los niños y niñas de una misma edad no son idénticos en sus
intereses y capacidades y aunque la estadística y la evidencia cotidiana muestren en
“el aula de primero” a alumnos y alumnas en un rango más extenso de edades que la
“edad teórica”.
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población escolar no ha sucedido sin problemas. Por el contrario, se advirtió
tempranamente la existencia de niños y niñas que no aprendían según lo esperado. El
fracaso escolar, como fenómeno masivo, se relaciona con las prácticas
homogeneizadoras que adopta el dispositivo escolar. Frente a la masividad del
fracaso, la interpretación de la situación podría haber volcado la sospecha sobre la
escuela. Rasgos esenciales de la organización pedagógica de la escuela, como la
simultaneidad o la presencialidad, podrían haber sido puestas bajo observación. Sin
embargo, la sospecha se volcó sobre los sujetos. “Para algunos niños”, señala Lus: “la
escuela es una prolongación natural del hogar: les ofrece libros, papeles, lápices,
formas de expresión lingüística y hábitos que ya les son conocidos, pero representa un
corte abrupto para otros niños que provienen de los sectores más desfavorecidos (…)
La cultura escolar presupone el grupo homogéneo y, al aflorar la diversidad, interpreta
las diferencias entre los niños como deficiencias y transforma así la diversidad en
patología” (Lus, 1995: 57-58).
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GLOSARIO
● Gramática de la escolaridad
● Aprendizaje escolar o aprendizaje pedagógico
● Cuatro características del contexto escolar donde se produce el
aprendizaje:
─ Cronosistema
─ Descontextualización
─ Presencialidad
─ Enseñanza simultánea
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Además, como es una herramienta de estudio, un glosario no se hace de una
vez y para siempre, crece a lo largo del aprendizaje de un tema. Por ejemplo,
definir “gramática de la escolaridad” o “aprendizaje escolar”. Ello debería
reflejarse en su glosario, con añadidos, precisiones, ejemplos, que Ud.
Incorpore a medida que aprende.
En el primer rectángulo del gráfico se lee “las 3 R”. Esta fórmula es la referencia
sintética que se encuentra en la bibliografía (por ejemplo, en Pineau, 1999) a la
expresión inglesa ‘Reading, wRiting and aRithmetics’, que se traduce en la literatura
pedagógica castellana como ‘lectura, escritura y cálculo’. Lo que expresan las 3 R en el
gráfico es que, hacia la
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primera mitad del siglo XIX, si chicos y chicas iban a la escuela, era para aprender
lectura, escritura y cálculo. No es que no existiera otra educación: podemos recuperar
aquí – entre otras- la imagen de la institutriz que proveía una educación más amplia a
hijos e hijas de los sectores sociales más acomodados. Pero esta otra educación no era
para todos, y no ocurría en las escuelas. Los niños y niñas de otros sectores sociales, si
asistían a alguna clase de institución, iban a la escuela, e iban para aprender
lectoescritura, cálculo elemental, en fin, saberes tenidos como “instrumentales” y cuyo
dominio se propiciaba sólo hasta el punto que se juzgaba necesario para manejarse en
ciertos aspectos de la vida cotidiana.
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El siglo XX ha sido intenso en cuanto a la expansión de la escuela pero no ha mostrado
cambios semejantes a los que ocurrieron entre 1880 y 1920 en lo que se refiere a la
ideología de la escolarización. Sólo hacia fines del siglo XX, y con mayor fuerza a partir
de comienzos del siglo XXI, comenzó a formularse una nueva ideología de la
escolarización, que representamos en el gráfico con la expresión “nuevas
alfabetizaciones”. Éstas se refieren a sectores de nuestra cultura contemporánea que
no podía prever el curriculum básico, porque no eran parte de la perspectiva cultural
de fines del siglo XIX que fuera codificada en el curriculum básico, son producciones
culturales posteriores: el mundo de las tecnologías, el mundo de la imagen según se ha
extendido en la cultura del siglo XX (Dussel, 2006). Tienen esto de nuevo, y tienen de
“alfabetizaciones” la idea de que se trata de saberes básicos que las personas
escolarizadas (esto es, la humanidad entera) deberían tener para participar en la vida
social.
Esta revisión permite dejar planteadas algunas alertas sobre la escuela en el mundo
contemporáneo. Primero, que el curriculum básico, el que todavía podemos reconocer
hoy en día, refleja una organización del saber más propia de finales del siglo XIX que de
comienzos del siglo XXI; no debe extrañarnos entonces que conocimientos y
experiencias propias de la contemporaneidad no encuentren con facilidad su lugar en
la escuela. Segundo, que la enseñanza fue especializándose según la clasificación del
conocimiento que sostiene este curriculum básico, lo que lleva eventualmente a la
distinción y aún separación tajante de campos de conocimiento que podrían entrar en
relación en la formación del alumnado. Tercero, que aunque el modo de hacer las
cosas en el mundo de la escuela es un producto histórico, se encuentra lo
suficientemente consolidado como para que modificarlo presente dificultades.
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Los “nuevos formatos”
En un trabajo de finales del siglo XX, el español Antonio Bolívar pasaba revista a las
sucesivas oleadas de reforma basadas en la escuela -ocurridas en la segunda mitad de
ese siglo-, y caracterizaba el movimiento de la reestructuración de las escuelas, en
plena vigencia por entonces, como un movimiento de cambio que situaba el núcleo de
la reforma pedagógica en un nuevo diseño organizativo de las escuelas; la cuestión
estratégica en ese marco de ideas era determinar qué estructura organizativa podía
producir la reforma pedagógica que se esperaba (Bolívar, 1996). La apuesta al cambio
educativo a través del cambio institucional llegó a constituir un nuevo sentido común
acerca del cambio educativo y del papel de las instituciones en la reforma escolar,
formulado y difundido en nuestra región por las políticas educativas de la década del
noventa, con sus conocidas apelaciones a la “elaboración de proyectos
institucionales”, con sus estrategias de identificación de las escuelas “eficaces”, y con
la importancia concedida a la capacitación en “gestión escolar”. [iii]
Frente a tal estabilidad, la búsqueda de soluciones a las dificultades que tenemos para
concretar los derechos educativos de los niños, niñas y adolescentes de los sectores
más
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vulnerabilizados[iv] de nuestras poblaciones ha ido instalando en el discurso educativo
la idea de la necesidad de explorar “nuevos formatos” en la escolaridad. Un recorrido
por los documentos de las autoridades educativas y por la literatura reciente
contribuye a mostrar la instalación de la idea de “formatos” como modo de referirse a
aspectos estables de la organización escolar, y la propuesta de “nuevos formatos”
como cambio en tales aspectos y como solución posible a los problemas de la
escolarización. Son frecuentes las apelaciones a la reorganización interna de las
instituciones, a la flexibilización de tiempos y espacios, a la creación de nuevas
funciones en el ámbito institucional; estas apelaciones parecen sostenidas en la
expectativa de que la modificación en las estructuras organizativas de las instituciones
educativas hace posibles las transformaciones en el nivel de las prácticas.
La expresión “formatos” nos parece poco precisa desde el punto de vista conceptual
(Terigi, 2011). Por eso introduciremos una distinción, de elaboración propia (Terigi,
2008), entre lo que podemos llamar modelo organizacional y modelo pedagógico. Con
la expresión modelo organizacional, nos referimos a la clase de restricciones que están
determinadas por la organización escolar y que quien enseña encuentra predefinidas;
por ejemplo, que las aulas sean graduadas, que el alumnado se agrupe por edad, etc.
Las realidades organizacionales tienen una materialidad que plantea restricciones a la
pedagogía y a la didáctica, surgidas y desarrolladas en aquellas realidades
organizacionales. El modelo pedagógico es entendido aquí como una producción
específica en respuesta a la pregunta sobre cómo promover los aprendizajes de un
número de alumnas/os agrupados bajo ciertas condiciones organizacionales. Al
sostener la distinción entre modelo organizacional y modelo pedagógico, estamos
afirmando que el segundo no se infiere del primero, ni lo espeja, sino que debe ser
producido.[v]
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Son ejemplos de distintos modelos organizacionales el aula monogrado,[vi] el
plurigrado, la clase «particular», las propuestas de aceleración, las escuelas no
graduadas, las tutorías, las clases de apoyo, el aula virtual, y muchos más. Decimos que
son distintos modelos organizacionales porque responden a las cuestiones del
agrupamiento de las poblaciones y la gradualidad de los aprendizajes con distintos
criterios de organización. Asistimos por cierto en los últimos años a la multiplicación de
modelos organizacionales, resultado de los esfuerzos que gobiernos, escuelas y
docentes llevan adelante. Cada uno de estos modelos establece formas específicas de
agrupamiento del alumnado, de selección de los contenidos, de determinación de la
progresión en los aprendizajes, entre otros análisis posibles, y quienes enseñan en
cada uno de ellos se mueven (aunque pueden no saberlo) dentro de las restricciones
que establecen esas formas.
Así, por ejemplo, el profesorado de enseñanza secundaria cuenta con una formación
pedagógico – didáctica que les ha preparado para trabajar en un modelo
organizacional preciso: el aula monogrado. Eso significa que sus saberes pedagógicos,
sus saberes didácticos, los facultan para desarrollar un programa unificado de
aprendizajes de contenidos de sus materias con un mismo grupo de adolescentes
durante un ciclo lectivo. Puestos en otros modelos organizacionales (tutorías, clases de
apoyo, cátedras compartidas, entre otros), se abre la pregunta por las modalidades de
enseñanza apropiadas, y se plantea la hipótesis razonable de que, en las prácticas
concretas de muchas y muchos profesores, se produce una extensión del modelo
pedagógico del aula monogrado (conocido debido a su biografía escolar, a su
formación, a los saberes institucionalizados a los que pueden acceder) a otros modelos
organizacionales; una extensión fallida, como cabe comprender, porque los criterios de
agrupamiento de alumnos y alumnas, la selección de los contenidos, la progresión en
los aprendizajes, son diferentes a lo que encontramos en el aula monogrado.
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innovaciones en las políticas produce modificaciones en aspectos organizacionales del
funcionamiento escolar, pero no logra con la misma frecuencia impactar en el modelo
pedagógico predominante. Cuando esto sucede, no es válido explicar el “fracaso” en el
impacto innovador de algunas medidas por la “resistencia” de las y los docentes a
introducir cambios en su trabajo. La conclusión debería ser bien diferente: muchas
propuestas de cambio organizacional encierran una gran complejidad didáctica que, si
no es debidamente considerada, reduce las iniciativas a arreglos formales o les hace
perder potencia en la resolución de los problemas analizados. En esta perspectiva, es
necesario tomar debida cuenta del desajuste que existe en las estrategias y recursos
pedagógicos con los que cuentan las y los docentes, visto el saber acumulado por la
tradición pedagógica.
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Notas
[i] Es importante aclarar que los cambios en las ideologías de la escolarización a los que
nos referiremos son los que han llegado a plasmarse a escala de los sistemas escolares.
En la construcción histórica de la pedagogía han existido muchas otras discusiones
sobre el sentido de la escolarización que dieron lugar a propuestas de cambio de
menor escala, frecuentemente identificadas en la literatura como alternativas
pedagógicas.
[ii] Hay una observación general sobre el término curriculum que conviene que las y los
docentes conozcamos. Curriculum es un término en latín, va sin tilde. El plural
es curricula (los curricula) y también va sin tilde. Por lo general, en la literatura
especializada aparece en cursiva y sin tilde. Por cierto, la expresión “la currícula” es
inadecuada.
[vi] El aula monogrado es el aula en la cual un/a maestra/o y/o profesor/a tiene que
desarrollar un programa unificado de aprendizajes con un grupo de niños, niñas y/o de
adolescentes que cursan un mismo grado de su escolaridad y que va a ser el mismo de
principio a fin del ciclo lectivo.
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BIBLIOGRAFÍA
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● Tyack, D. y Cuban, L. (2001). En busca de la utopía. Un siglo de reformas de las
escuelas públicas. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
● Tyack, D. y Tobin, W. (1994). The «Grammar» of Schooling: Why Has it Been
so Hard to Change? American Educational Research Journal, (31) 3, 453-479.
Créditos
Autor/es: INFD
INFD (2020). Clase Nro. 1: Sobre la escuela y el aprendizaje escolar. Curso: Enseñar en
Programas Socioeducativos: trayectorias escolares y trayectorias educativas. Buenos
Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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