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Annino, A. & Guerra, F. X. (Comps.) - Inventando La Nación. Iberoamérica, Siglo XIX
Annino, A. & Guerra, F. X. (Comps.) - Inventando La Nación. Iberoamérica, Siglo XIX
Inventando
la nación
Iberoam érica. Siglo xix
Antonio Annino
Fran^ois-Xavier Guerra
4 (coordinadores)
H3
¡m entando la nación
Iberoamérica. Siglo X7X
A ntonio Aiinino y Fran^ots-Xavier Guerra (coordinadores)
A n t o n io A n n in o
F han ^ o ih - X a v ie r . G uerra
{coordinadores)
lilffiHHIl
20900017296
h t t p s : / / t i n y u r l . c o m /y 7 9 4 d g g v
h t t p s : / / t i n y u r l . c o m /y 9 m a lm m m
g a n z l9 1 2
INTRODUCCIÓN
F r a n <;<)[h-X a v ik k G u e r r a
Universidad de París I
i
1.0 INTRODUCCIÓN
I[
ORÍGENES IMPERIALES
¡i
t
i
t
I
I
)
1
I, LA MONARQUÍA CATÓLICA
D avid A. B radino
Universidad de Cambridge
L O S C O N Q U IS T A D O R E S Y E L IM P E R IO
I...I le hizo Dios escogido para la suprema dignidad del mundo e república
cristiana y el segundo gladio (y el vicario de Dios el primero) I... |Así se debe
esperar que lo que está por adquirir y venir al colmo de la monarquía univer
sa] de nuestro César I...1 para que se conquiste el resto de) mundo en lo pon
ga Dios todo y toda la infidelidad debajo de la vandera de J. Hesu C hristoy
obediencia y servicio de tan Christianisimo monarca 1. ,.|
2 Oviedo, Historia general, vol. i, pj>. 10, 80; vol. n, p. 90; vol. m, p. 199; vol. iv, p. 391;
vol. v, p. 14; Berna! Día/, de! Cantillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, Joaqu/o Ramírez Cnhimmi (comp.), 2 veis., México, 1968, vol. o, pp. 366-307
y 378.
18 ORÍGENES IMPERIALES
s -luán do Palafox y Mendoza, Obras, J3 vola, Madrid, 1762, vol. x, pp. 37-4».
Palalox, Obras, vol. v, p. 3 2 4 ; vol. IX, pp. 1 8 7.40 9,586-S95; vol. i, pp. 356. ¡>41-545,
650-635; .luán <U> Curaimtol Lobkowitz, Arekiiectura civil, recta y nbliitiitt. Vertieren.
1678, pp. 19-26. 49-52.
I,A MONARQUIA CATOLICA '¿A
Juan de Soltírzano Pcreiru, Política ¡ndiotia. Miguel Ángel Ochoa Brun (comp.),
24 ORÍGENES IMPERIALES
naturales de ellos (las Indias) ó por lo menos hayan servido tantos años
en sus audiencias”.13
En vista de su elogio sobre el tacto del rey David en el gobierno de
las 12 tribus de Israel, no sorprenderá que Juan de Palafox, que había
servido con Solórzano en el Consejo de Indias, adoptara también una ac
titud favorable hacia los criollos, aconsejando a su sucesor como virrey
“honrar a la nobleza”, y recordándole los diferentes rescriptos reales
en favor del nombramiento para puestos oficiales de los descendientes
de los conquistadores y do los primeros pobladores. Él ya había nom
brado a varios criollos alcaldes mayores y, como obispo, había favoreci
do también el nombramiento, como canónigos y párrocas, de españoles
americanos. Pero como virrey interino había decretado que todos los
peones de una hacienda que tuvieran deudas con sus “dueños” estaban
obligados a permanecer en la hacienda basta haber saldado sus deu
das, lo que suponía una concesión a la nobleza rural.14 Como convenía
al servidor de una monarquía absoluta en la época barroca, Palafox des
cribía a los reyes de España gobernando sus diversos reinos a través
de una doble jerarquía, la eclesiástica y la secular, con ministros y ma
gistrados que fueran “imágenes de sus príncipes”. La división esencial
era la que existía entre gobernantes y gobernados; los derechos de los
súbditos eran descritos secamente como la obediencia debida a sus su
periores, es decir a los cerrados rangos de reyes y príncipes, obispos y
prelados, el clero, los ministros y magistrados, los generales y los no
bles. Si Palafox afirmaba que “ unas mismas virtudes gobiernan las je
rarquías, porque se parece mucho entre sí lo eclesiástico y seglar” era,
en parte, porque sin duda esperaba que la nobleza dominara las capas
superiores de cada Estado. En una distinción explícita entre una “re
pública libre” y una monarquía declaraba que, en la segunda, las obli
gaciones de un noble eran para con Dios, el rey, su padre y su país.
Mientras que en una “república” el primer deber de lealtad de todos los
ciudadanos era con la patria, “en las monarquías y reinos e I buen va
sallo no nace en su patria sino en el corazón de su rey”. Estas distincio
nes se aplicaban sólo a la nobleza, pues mientras que los plebeyos y los
súbditos son gobernados por la razón y el apetito, la nobleza obedece a
los dictados de la razón y la vergüenza, lo que quiere decir que estaban
inspirados por el honor, “el cual es en el hombre de sangre la esencia
13 Solórzano, Política indiana, vol. m, pp. 295-307, 413-42;!; vol. i, pp. 443-445; vol. iv,
pp. 70-71, 248-251.
1,1 Jüun de Palafox ,y Mendoza, Tratadas mejicanos, Francisco Sánchoz-Caslañer
(coiup), 2 vols., Madrid 19(18; vol. i, p, 12Í); Fuentes para la historia dtd trabajo en Nueva
España, Silvio Zavala y María Gástelo, ed. 8 vols., México, 1039-1945, vol. vil,pp, x-xi,
457-460.487-488.
LA MONARQUÍA CATÓI ,10A 27
Palafox, ()brax, vol. v, pp. 297, 314-315; vol, x, pp. 7-H; vol, i, p.361.
l<’ Gonzalo Gómnz do ( íorvuntos, La trida económica .y Norial de. Ntmtm España ni fina
lizar al siglo xvi, AUkm'(,o Marta Carrefio 'com pj, México, 1944, pp. 32,77-82, 91-94,101,
117-118, 128, 182, 184-185.
28 ORIGENES IMPERIALES
’ AIuhmío
M Voahtálay Toxcih. pp. 289-296.
27 Ucrntircl Lavallé, Le Marqni« el le Marciiund: lea l tilles de pouuoir rtti Cuzco
1700-170, l'ni ís, ímijtasxiin.
Antonio Rubial García, Una monarquía criolla: la provincia agustino de México en
el siglo xvn, México, 1990, pp. 46-103.
LA MoNAUQUlA CATÓLICA ;i¡i
por sencillos principios, que forma la razón natural, e impera en los co-
ttmni.es de los hombres”. Aunque sabía bien que, desde el punto de vista
const itucional, las Indias formaban parte de la corona de Castilla y que,
on consecuencia, Los españoles no podían ser calificados de extranjeros,
el oidor mexicano argumentaba, sin embargo, que la mayoría de los es-
pu uoLes fueron al Nuevo Mundo para enriquecerse y que nunca identi
ficaron el Perú o.México como su patria”.'18
Que Gálvez fue en un principio el responsable de la política de exclu
sión era de sobra conocido, lo que explica que Juan Pablo Vizcardo y
Guzmán, un exiliado jesuita peruano, atacara al ministro por su “ma
nifiesto y general odio a todos los criollos”.47 Igualmente, las medidas
lomadas contra la Iglesia provocaron una enérgica protesta. Por encar
go del obispo y del cabildo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo atacó
el decreto que había abolido el privilegio de inmunidad de jurisdicción
del clero haciendo observar que “las inmunidades del clero español for
man parte de nuestra constitución monárquica, y no pueden reducirse
con exceso sin peligro de alterarse”. Y para reforzar su argumento el
clérigo asturiano no dudó en citar directamente a Montesquieu que
afirma en L’Eaprit des Zois:“Quitad en una monarquía las prerrogati
vas de los señores, del clero y de la nobleza, y tendréis bien pronto un
estado popular... luego el fuero clerical es el único vínculo especial que
los estrecha al gobierno”.48
Y fue el arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana, quien en
1809 se quejaba a la corona: “se han puesto muchas nuevas sucesivas
trabas al ejercicio de la jurisdicción eclesiástica desde la mitad del si
glo xvur” y llamaba la atención de Madrid acerca de que “los america
nos han sido y son fieles a Dios y al Rey por medio principalmente del
clero secular y regular.... el que tiene los curas tiene las Indias”.40
Los ministros y funcionarios que se esforzaban en restaurar el poder
y la prosperidad de la monarquía española desplegaron un intolerante
desprecio con respecto a la cultura postridontina de la casa de Habsbur-
■>«“ Representación humilde que hace la imperial, nobilísima y umy leal ciudad de Mé
xico ea favor de sus naturales”, 1,771, en Colección de documentáis tHuxi la historia de la
guerra de independencia de México de 1808 a 1821, Juan Ti. Hernández y Dávalos
(comp.), 6 vola., México, 1877, vol. i, pp. 427-455; véase Burkholder y Chandler, From
7tapolen.ee. to Aulhorily, p, 98.
17 Los escritos de Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, precursor de la Zw lqw A 'iKW /tis*
pa noamericitna, Merle E. Stmmons (comP.)> Caracas, 1988, pp. 285-289, .190, 200-201.
<# Manuel Abad y Queipo, “Escritos”, impresos cu José María Luis Mora, Obras suel
tas, 2 vola., París, 1887, vo.L n, pp. 0, 3.2, 22, 82-88, 64.
,|,) Archivo General de ludias, Audiencia de México, iegs. 1892 y 2256, .Arzobispo a la
Corona, 24 de octubre de 1804, 10 de abril de 3.809.
42 ORÍGENES IMPERI ALES
go, que había sidr> hasta entonces el sostén de la autoridad real. Cam-
pomanes, a pesar de su regalismo autoritario, saludaba a Carlos III
como u “ un Rey Patriota" y “Director Supi-cmo de la República" y era
muy dado a invocar “el Estado” y “el Poder Soberano”, identificándose
a sí mismo como “vasallo y ciudadano”.50 El nuevo vocabulario político
no era sino In expresión ele un espíritu secularizado y utilitario que
desechaba la antigua tesis de la misión providencial de España en el
mundo como una “ilusión” que había contribuido a la decadencia del país.
Lo que Campomanes y sus colegas no llegaron a comprender es que, sin
esa base ideológica, la pretensión española, el título de España a ejer
cer su dominio en el Nuevo Mundo, descansaba únicamente en hechos
materiales: la conquista y la posesión. Pero considerar los reinos de
Atnéricu como simples colonias, comparables a las islas azucareras del
('aribe que poseían la Gran Bretaña y Francia, era preparar la destruc
ción del Imperio trasatlántico. Por mucho éxito que tuvieran las re
formas administrativas y económicas al aumentar el comercio y la pro
ducción coloniales, la exclusión de los criollos de los al tos puestos do
gobierno, conjugada con los ataques contra los privilegios y in propie
dad de la Iglesia, no podía sino conducir al fia de la dominación espa
ñola en Amóricu.
La antigua constitución tanto más poderosa cuanto que, sin liase es
crita, presuponía la consulta previa en materia de impuestos y una con
cordancia de intereses entre el rey y el pueble, fue socavada por el nuevo
método de gobierno a base ele decretos ejecuti vos y de sanciones milita
res,1’1 Según Moatesquieu, una monarquía se diferencia del despotis
mo por el sentimiento del honor que la anima más que |>or el temor que
pueda inspirar. Iai que venía a decir que ésto descansaba en la colnlxi-
ración activa ele la nobleza y que esa autoridad se veía reforzada por la
consagración eclesiástica. Pero si nobleza y clero apoyaban In corona
era porque, a su vez, ambos esperaban que la corona protegería y man
tendría la propiedad y sus privilegios. Y cuando los ministros de Gar
los 111 deciden excluir a los criollos de los puestos importantes de g o
bierno y atacar a la Iglesia, no hacen sino socavar los fundamentos en
que se sustentaba la monarquía. Fue ésa la razón por la que Simón
Bolívar (leíiaió al Imperio español del Nuevo Mundo como despotismo
oriental, mús opresivo que los regímenes de Turquía y Persia, donde al
menos los monarcas disponían de ministros nativos. La “activa tiranía”
de España había reducido a los criollos al estado de tutela perpetua,
r‘ " Cui)i|)0)iim)(:n. iliiivio imptwcktl, p. 18!); Discursos, pp. 2.‘J, M8.
nl rJoliti Lc<ldy Plinlmi, 'The ilw/ífe and tile Ring. 'The Comunero Reiniliit.ion in Colom
bia, 1781, Mndison. IP78, pp. 181.-184.
k.
1.A MONAKÍ/ÜIA CATOLICA ■13
H acia i *a independencia
sa Simón llolívav, Obran ro/ii/ió'íiw. Vicenta I.ucuoiih (comp), 3 vols., Caracas, 1964,
vol. i,pp. 161-166. ,
as Colección documental de ht ¡ndePendeneui, tom o ni, vol. 7, M anuel A pa ricio Vega
(com p.), Lim a, 1974, pp. 261-270.
44 ORÍGENES IMPERIALES
C oncllisionks
fil1 Luis Herreros <le'hijuela, El Tulliente General IX Jone Manuel de Goyeneclw, Primer
Cunda de Gnat/iii, Huicobna, 1923, pp. 466-468, 485-48!),
s? Manuel l.nmizo de Vidunrre, “Plan de Perú y otros escritos”, en Colección docu
mental de la independencia. L os ideólogOH, Alberto Tauro (ct)m|0, Lima, 1971, tomo i,
vol 5, pp. 217-227, L7IS-18Í5, 300-306, 245-262,275,292,309.
46 ORÍGENES IMPERIALES
HORST P lE ’reCKMANN
Universidad de Iíamburgo
H istokíociraf Ia , m é t o d o s y C’ONOSPTOS
1 Para n o abundar en títulos y citas, me n i hito, a nuís de las ultras generalmente cono
cidas, a los Induljas <|ue se i-eneren u h éporn colonial en el volumen v. Vázquez de Prada
e Ignacio Olabarri (comps.l, Haitíuro de (ti historiografía •nJire. Ifs^mttno'rira. Actas délas
IV Conversaciones Internticioiutleii de Historia. ('entro de 111ves I¡gai-lo iic.-= de Historia
Moderna y Contemporánea, Universidad de Navarra, Pamplona, 10-12 de marzo de 1988,
Pamplona, 1989. también mi manual: IIim-hI PieUcImiann, Pie dantliche Oiganisatúm
des kolonialen Ibenxuneriha. SluUgart, 1.980. Los li'nlmjns principales do los autores
mencionados están recogidos en ambas obras. Posteriormente So lian publicado don com
pilaciones importantes do la obra dispersa do AH’onsn G urda Gallo y de Ricardo Zorta
quín Becú: Alionan García Gallo, [ jis orígenes es/xulolen tle las instituciones americanas.
Estudios de derecho indiano, Madrid, 1987; Ricurdo Zornuium Beca, Estudios d e historia
del derecho, 3 vols., Buenos Aires, 19118-1992.
47
■iJi ORÍGENES IMPERIALES
Valladolid, 1977, 7 pp. + 4 tablas (resumen de un estudio más extenso publicado en ale
mán en el vol., 10 [19731 del Jahrbuch... late inama ¡.has).
li Horst Pietschmann, Staat und gtaaWehe Eniwiclúung am Begian dar sponische-n
KoloniscUionAmeríkas, Münster, 1980; la versión castellana que añade, además, el artículo
sobre “burocracia y corrupción” (cf. nota núm. 7) es: El Estado y su evolución al principio de
la colonización española de América, ñas, México, 1989,
7 Horst Pietschmann,“Burocracia y corrupción en Hispanoamérica colonial. Una aproxi
mación tentativa”, en Nova America na, Tarín, núm. 5, 1982, pp, 11-37. Para el concepto
de “Estado colonial”, cf- la nota núm. 4 y véase Carlos Malamud Rikles sobro concepto de
“Estado colonial” en la América hispana, Revista de Occidente, núm. lili, enero de 1991,
pp. 114-127, El problema de la corrupción Jue además ampliamente tratado en distintos
estudios publicados en los años ochenta. Eduardo Saguier lo abordó de forma más siste
mática en varios artículos, cf. “La corrupción administrativa como mecanismo de acumu
lación y engendrados de una burguesía nativa”, en Anuario de Estudios Americanos,
Sevilla, v o l. x l v .i, 1989, pp. 269-303,
8 Cf. por ejemplo Fernando Muro Romero, “La reforma del pacto colonial en ludias,
Notas sobre instituciones ele gobierno y sociedad en el siglo xvn", en Jahrbuch... lateina-
merikas, nota núm. 5, vol. 19,1982, pp. 17-68, Es imposible referirnos aquí a todos Jos
autores que emplean el término pació colonial, pero, hasta donde podemos alcanzar, nos
parece cpie este concepto es uno de tantos manejados con frecuencia sin haber sido cla
ramente definidos.
LOS PRINCIPIOS RECTORES DE ORG ANIZACIÓN ESTATAL SI
11 Sobre Los grupos do poder existo uno bilí] ¡ogndíu abundante; Tilomas Calvo, Circuios
de poder en. la Gmukdajnra del niuto xvtu y lo. Nueva Calida en ios siglos xvi y xvu,
México, 1989; Susun. 13. Ramíitv,, Laúd Teuuiv. nml th.a Ecwiamics of Power in Colonial
Pera., Albuquerque, Nuevo México, 1985; H e rrm rd Lavado, Le Marques et le Marcharul.
54 ORÍGENES IMPERIALES
Lea ¿uítes de ponvoir ttu Cuzco (1700-1730), París, 1987. El autor tiende, no obstante, ¡i
present.nr su crujo como ejemplo del antagonismo criollo-peninsular, aunque, según su pro
pia definición, ol mercader es también un criollo, un criollo de nueva “estirpe'1, Conven
dría, pues, presentar el caso como el de la lucha por un ascenso social frente a intereses
oligárquicos ya establecidos: ¿problema de mentalidad soci al o problema de origen geográ
fico? Nos cedimos a mencionar los ejemplos antes mencionados entre la multitud de es
tudios ncerca dd fenómeno de las luchas do grupos de poder.
Para el caso de los indios, rf. Marcello CÍarmagnani, El regreso de (osdiosas. E lpro
ceso de recmxtítuvión de la identidad étnica en Oasaca. Siglas xvm y xt.x, México, 1988,
Menos claro es el caso de las castas — los grupos con mezcla de sangro— , poro huy Indi
cios de quo se sirven, según la oportunidad, de sistemas de valores diferentes pañi in
tentar mejorar su posición social; ef. el caso referido en ei real de minan do Ziniapiin, a lines
del siglo xvm, on I lorst Pietschmnnn, Estado colonial, y mentalidad social: ct ejercicio del
poder frente a. distintos sistemar <h valores, siglo xvm, en Antuvio Annino, Mimadlo Cur-
maprnani.,, (campa.), America Entino, Bulto Sitato Coloniale alio Stato Nazione, val, 2,
pp, 427-447,
1-11 ha afirmación de ser “ indio puro, hijo de otro tal” se encuentra, con ligeras varian
tes, en retire.st'ntacionti.H de indios uovohispanos a las autoridades administrativas.
Habría, sin embargo, que rastrear si ese tipo de afirmación étnica proviene (le indio,s de
com unidad, nobles o no nobles, o de indios integrados a la sociedad colonial urbana y
l o s p r in c ip io s arscroutós i >k o r g a n iz a c ió n e s t a t a l 55
lín Lodo caso, lo cierto parece ser que la época en que todos estos pro
cesos se incubaron es el siglo xvu o, más concretamente, los años entre
el comienzo del reinado de Felipe IV y el final del reinado de Carlos II.
En osle lapso se pueden observar, por un lado, un cambio en la política
de la corona y, por otro, las primeras manifestaciones, bastante bien de
finidas, del espíritu criollo, la aparición de estructuras socioeconómicas
coloniales consolidadas y el inicio no sólo de la recuperación demográ
fica indígena, sino también de su reafirmación étnica.
lín suma, todos los procesos que, de un modo u otro, hay que tener en
cuenta al analizar el desarrollo de la formación estatal sobre la base
de una mayor compenetración entre estructuras y procesos coloniales
,v ile las superestructuras imperiales que se inician en aquella época. Por
otra parte, hay que afirmar que, a pesar de todos los progresos de la
investigación histórica de los últimos tiempos, el siglo xvu hispanoame
ricano se resiente todavía del largo olvido al que fue relegado por los
historiadores. A pesar del inicio de una corriente historiográfica dedi
cada a l siglo xvii desde los años setenta y robustecida después durante
los ochenta, la masa de la producción historiográfica sobre la Hispano
américa colonial todavía está centrada en el siglo xvi y la segunda mitad
del siglo xvm. Es forzoso concluir que la época que a l parecer represen
ta el inicio del auge y de la afirmación de lo propiamente hispanoame
ricano y, al mismo tiempo, el inicio del declive de las estructuras imperia
les, es todavía la menos conocidu, al menos relativamente, de todo el
periodo colonial hispanoamericano. Esto dificulta enormemente la po-
ci iolla. Parece que. en esle contexto, existió toda una variedad de mentalidades y afir
maciones distintas. Asi, |>or ejemplo, en el Archivo General de Indias (a<jk). Audiencia de
México, legajo 685, se encuentra un expediente sobre las monjas del convento de Santa
Clara para indias nobles, en el cual se discute, entre otras cosas, la religiosidad y la ca
pacidad intelectual de las monjas indim. lín d expediento se encuentran varice expedien
tes de indios que se erililican como miembros de 1» “nobleza do esta nación mexicana” , y
que reclaman, no sólo yn en la primera mitad del siglo xvm, para si el status de nobles,
sino también el de ser representante» de la “nación mexicann”, cuan do ya entre los criollos
también existe una conciencia diferente de “nación mexicana” . En la representación
de dos frailes franciscanos y de la monja fundadora del convento, sor María Teresa de
San Joseph, se lee como rechazo n los detractores del convento entre otras cosas:"!...] qiffe
dichos curas hablarán do las I ndias Agrestes, montaraces y que no están criadas e n lu
gares políticos; nosotros hablamos de Ludias líel ¡glosas a quien dio Dios N. S. la vocación
de Religión, criadas entre españoles y tan limadas, que tilín en el idioma castellano no se
rozan y comunican su interior en el Confesonario como la más discreta española. Sucede,
Señor, en esta Nación lo que en toda» se experimenta, que según el mayor o menor culti
vo y trato con g a d o limada en lo rucíonnl, se adelantan en la discreción más o menos, y en
este-punto sólo decimos ¡pie con sola una llorado trato d e dichas Religiosas experimenta
el menos cuerdo su discreción y racionalidad junta con In edificación y honestidad religio
sas que le será notoria por vista y oydu”. Paitan, desde luego, estudios que analicen el signi
ficado del término “nación", que aparece cen frecuencia en textos coetáneos.
G(S ORIGENES IMPERIALES
i>j|li creado a i el siglo xvi, es puesto en tela de juicio por la simple diñó
l o # do los procesos históricos. Todo ello contribuía a que, en determi-
•(júas regiones y jerarquías de la pirámide institucional, se concentrá
is Un poder superior al legalmente vigente.
Un este contexto hay que afirmar que el menosprecio que gran parte
dó la historiografía ha mostrado durante mucho tiempo hacia los con-
lllotns de competencia entre jerai*quías burocráticas ha sido un grave
error, lin cuanto se conocen mejor los mecanismos de funcionamiento
3 t los grupos de poder y sus intentos de influir en la burocracia para
‘ flgrnr decisiones burocráticas o legales en su favor, resulta evidente
9Ufl estos pleitos de competencia no eran sólo originados por el capricho
Bt funcionarios demasiado apegados a promover su propia posición so
plo I, sino que en muchos casos se trataba de luchas de poder en el seno
de lu misma burocracia, concl usión que, dicho sea do paso, salta a la vis
to si ano se molesta en leer la documentación, a veces enorme.
1 os historiadores de las instituciones no se ocuparon de esta problema-
tic; .1 durante mucho tiempo y, si no fuora por historiadores que prove
nían más bien de la historia social, el problema no se habría abordado.21
l£l niguificado político de este fenómeno se ha analizado, sin embargo,
poco hasta el momento. Con respecto al término de .ssuperior gobierno,
en lodo caso, se puede observar que las facultados que se derivan de él
son, a partir del siglo xvu, disputadas con mucha frecuencia a los virre
yes por parte de los presidentas de audiencias, que son al mismo tiempo
capitanes generales y gobernadores de una circunscripción determina
da, y hasta por simples capitanes generales y gobernadores. En algu
nos casos los virreyes lograban imponerse; en otros no. Son este tipo de
pleitos los que determinan el mayor o menor grado de autonomía admi
nistrativa y [política de unas u otras regiones. Hasta la fecha se sabe muy
|xk:o de los criterios según los cuales falló la corona en última instan
cia en tales casos, a pesar de tratarse de un problema de importancia
política primordial, lis con base en tules conflictos que hemos ido deli
neando el esquema antes expuesto de entidades administrativas con
mayor o menor grado de autonomía o de entidades en conflicto. Sin
141 No hay estudios, t|uo nosotros suplimos, sobro el origen del rom-opto “superior go
bierno”. l o humos diuiaitidu en el contexto de las reformas borbónicas en nuestro libro
sobre Ias intendencias (citado un la nota !>). Ya en 1628 altóle el martilles de Guadulcazar,
virrey del Perú, il los tíos tipos de gobierno tpiu le incumben, al decir t|ue tai una región
determinada ejerce el virrey el “gobierno universal”, mientras <|ue un territorio mucho
aula extenso tu o» asignada lu “imporintendencin’'. (Ion este segundo término no so refiere,
aparentemente, a u n cargo determinado, sinu a l i i m ei-speric tic superioridad poca defini
da. Cf. Horst Pietschmnnn, “Anlceetlt’iilcs". vil, cu la notin 16. El sii.miíicndo de los pleitos
de compoUmciüH aparece tic forma indirecta ni muchos de los estudios sobre los grupos de
poderle/,', por ejemplo, Vi bibliografía citada en la nota 11,
«2 OHlCENHS IMPEIUAUW
22 Cf. Pcter Ucrlmrd, Geografía histórico tic la N ticen España. 1519-1821, M éxico,
1986, y también sum ios libros posteriores sobro el distrito tic la audiencia de Guadalnja-
ra y la 2011a deTabusco, Campeche y Yucutiui.
23En estudios sobre golicrnacioncs individuales, obispados (falermínados y la admi
nistración de rentas reales fie encuentran n menudo datos d eín dole hisUirleo-gcográfica.
t e amplia bibliogrnfín sobre pleitos fronl:eiv.<>Ki-ii el siglo xix incluye tamílico documen
tación c información sobre estos asnéelos. Los intentos de construcción de atlas históri-
cn-geográfieos sueleo, 110obstante, ericen-:ir muchos defacto,*, u omiten entrar en deta
lles. Cf. Cathryn L. Loinbutdi, John V. Lomburdi, Catín Auwricun llistory. A Teaching
Atlas, Madisou. lílHít; Kntnniscn M orales Padrón, Atlas histórico cultural de América.
2 vols., Las Palmas de Gran Canaria, 1968: Enrique [•"lorcscano (coord.), Atlas histórico
de México, U)83. (.Ion frecuencia se encuentra no la bibliografía In distinción entre pro
vincias mayores V monoixjs, pero, generalmente, quedan muy vagos los criterios que se
utilisan para distinguir unas de otras y, frecuentemente, no corresponden a jurisdiccio
nes administrativos concretas. También I11 tendencia a buscar el ungen de estas provin
cias en el proceso (le la conquista purocc diociltibln, puesto que hay fuertes indicios que
indicien que se reapetnbun mucho más do lo quu se pensaba las divisiones indígenas pre
hispánicas, (¡(Inter Vollmer, “M.cxiUimiaslm Itcqioaalliczcic11ti u1ig'e ti’’, en 16 Jnhiiuui-
deit, 611 Jahrtmch... Iti.leiiiauirrihtu:, vnl. !) (1972), pp. 40-101.
- l Esta visión está liicilituda aboca, por lo que respecta a las comunicaciones, por el
libro de Ramón S eñ era:. Trófica terrestre, y red tñul en las hitlitts españolas, Madrid,
1992.
«4 ORÍGENES IMPERIALES
y muy distantes los unos de los otros, (il número de f uncionarios realefjj
bastante escaso frente a una población no muy numei-osa, pero enorme-1
mente dispersa en los enormes espacios del imperio,28 con lo cual ü]0
margen de libertad individual c incluso el de los organismos de autogoí
bierno — los cabildos de españoles e indios— era bastante grande,';.-
Y ello a pesar de estar controlados por u n representante del rey —correal:
gioor o alcalde mayor— qu 3 por su aislamiento y lejanía de las instituí
cienes superiores tampoco podía actuar de modo muy riguroso en los
casos normales. De esta suerte, la realidad del espacio americano y de
la distribución demográfica, además de las dificultades de transporte y'
de comunicaciones, contribuía decididamente a reducir el impacto inme
diato del aparato burocrático imperial.21*
Finalmente, los mecanismos típicos de funcionamiento de este aparato
suavizaban considerablemente su propia influencia. Los mecanismos
obligatorios de instruir expedientes con opiniones y testigos diversos, de
pedir consulta a muchas autoridades de distintas jerarquías, de infor
mar a los superiores, de estudiar una realidad legal frecuentemente
confusa o contradictoria y, en suma, el sistema casuista predominante,
—es decir el estudio de cada caso y problema en forma individual— , pro
longaba muchísimo la solución de pleitos v problemas. Dicho sistema
daba lugar a que las distintas jerarquías administ rativas o judiciales
opinaran de forma diversa, lo cual provocaba muchas interpretaciones
abiertamente opuestas entre ellas y la realidad legal, y contribuía en
tonces a Hexibilizar la rutina administrativa y a hacerla menos tajante
y ejecutiva para las sociedades coloniales y sus miembros. Y casi siempre
que la Corona imponía norman generales a raíz de un problema con
creto, o por afán de reformar determinadas realidades que a Madrid le
parecían poco adecuadas, surgían protestas que, basadas en hechos di
ferentes a los referidos en los textos legales provenientes de la metrópoli,
clamaban por la no aplicación de las normas nuevamente impuestas.
Esto, a su vez, causaba nuevas indagaciones, testimonios y pleitos, de
modo que la aplicación de un mandato legal podía postergarse indefini
damente. Y, en el último de hxs casos, el famoso mecanismo del “obodéz-
case pero no se cumpla” permitía otra vez postergar la aplicación de
una orden legal metropolitana.
Este sistema funcionaba con más eficacia si cabe frente a los órde
nes virreinales, ya que prolongar un debate de este modo permitía en
muchos casos dejar algún asunto indeciso hasta el f inal del mandato
*** Nicolás Sánchez Albornoz, La población de América Latina. !)<-sde Ion tiempos pre
colombinas al aña 2000, Madrid, 19711 y ediciones posteriores.
29 Cf. el libro de Ramón Serrera, Tráttro terrestre.
LOS PRINCIPIOS HECTORES 1)E ORGANIZACIÓN ESTATAL 67
ilc l;i persona del virrey que había dado una orden determinada y, fre
cuentemente, el sucesor, asesorado por otras personas, opinaba de
manera distinta.110Estos procedimientos se basaban en la norma gene-
i íiImente aceptada de que el rey y sus representantes no podían fallar
ii ordenar algo sin previo conocimiento detallado del caso y sin consul
tar a las autoridades de cada región af ectada. Kn esta norma, entre
otras, se ha fundado el concepto ya referido del “ pacto colonial”. Sin
embargo, tales normas valían también para la Península, formaban
[jarte de los principios de gobierno de la época y eran, en gran medida,
el soporte del reconocimiento de la autoridad neutral del *ey.
De ahí que cuando, a Unes del siglo xvm, los reformadores ilustrados
ile la metrópoli quisieron cortar de raíz tales prácticas, alegando que la
ley se aplica y después jjosiblemente se discute, su actitud se consideró
como una forma despótica de gobierno y provocó una lücrte reacción que
tendía a conseguir mayor autonomía frente al rey y a la metrópoli en
manto tal. Una autonomía que, finalmente, se pretendía jijar legalmen
te, como puede observarse en muchos ejemplos de Unes de la época co-
•ionial y del inicio del movimiento de las juntas, después do la abdicación
forzada de Carlos IV y Fernando VII por presión de Napoleón. Con todo,
no era ésta la primera oporti nidad en la cual la Corona, mediante cam
bios en la práctica legislativa, intentaba imponer una mayor uniformi
dad y normatividad legal en el imperio americano, como demuestra el
ordonancismo que tanto auge cobró durante el reinado de Felipe II y
en distintas épocas posteriores. Dicho ordenancismo era la expresión de
una nueva forma de gobierno inspirada por ciertas ideas que, en gene
ral, suelen calificarse como absolutismo monárquico, esfuerzos que, sin
embargo, tuvieron siempre un impacto limitado, según parece, pues no
se han estudiado todavía en su conjunto. A lo largo de toda la época co
lonial so pueden observar los esfuerzos periódicas de la Corona por im
poner y homogeneizar las normas de gobierno en América y por lograr
una aplicación inmediata do los nuevos principios gubernativos. El me
canismo de enviar cíclicamente visitadores a algunas regiones del Im
perio con amplias facultades para reformar la administración es buena
prueba de estos esfuerzos.'11
:l" basta revisar las memorias de gobierno (le los virreyes paru ver lo cantidad de pro
blemas y cnnllicldM <|ue dejaban pondientes al abandonar el cargo. Loa casos se eiiaicn-
trun luego on Imt momorian (lo gobierno do sus sucoxores. Lowíh ITanko, Loa virnyur
españoles' en Amónica tlurautu vi gahivnut da la Casa de Austria. Partí, 7 vols., Madrid,
lí)7IL198t), (Umike exilió tnmbión las memorias do loo virreyes navahíspanoB en lu mis
ma Biblioteca de A uIoivh Expelióles en 5 vols.)
:>l Cf. Ismael .Sánchez Bolla, Derecho indiano. Estudios, 2 vols.. Ramplona, 1991, val. 1:
Im s visitas generales en la América espolíala (siglos xvi-xvn).
68 ORÍGENES IMPERIALES
l 'l í l U O n i Z A C t Ú N
ila Cf. John Eisher, Altan .), Kuelho y Anthony McFurlune (campa.), Ri.form and Irisar-
i-adían ín linarIxm New (¡ranada and Perú. Halón Rouge y London. 1990. En Rea eral
son bastante conocidos los conflictos del siglo xix en Colombia. En este aspecto, sería
quizás instructivo el comparar México y Nueva Granadn/Colombia. teniendo en cuenta
las diferentes estructuras geográñeus, demográficas y económico-sociales.
70 ORÍGENES IMPERIALES
1f Real CYulniu cb Felipe II, Miinwm, 27 di: septiembre ik¡ en Uval Academia de
la H ixltiid i. C o lecció n S o l a z a r y Cuntni, n tin i. 22, h o ja 106.
”** F/- Jimii López He Velasen, Geogmfia y descripción iinlnvrxal de lux itulirts, edición
de clon Mareos Jiménez de la Espada, Biblioteca de A u loiv» Españoles, lomo rexi.vin.
Madrid, 1971.
U >S PRINCIPIOS KlXrl’t »lílíS lili ORGANIZA» ‘K>N KSTATAL 7»
" Este trabuj'o recoge algunos frutos do conversaciones mantenidas con Antonio Annino
y Fran?ois X. (juerra Asimismo, agradezco los comentarios «le bVmando Devoto y Noeiní
Goldman. Parte de este capítulo fue publicado por el autor en su libro Ciudades, Provin
cias, Esuafaet. Orígenes de la nación argentina (1800-1846), Ariel, Buenos Aires, 1997.
** Instituto de Kislorin Argentina y Americana Doctor Emilio Kavignani, Facultad «le
Filosofía y bet.ras, Universidad de lineaos Aires/Conscjo Nacional de investigaciones
Científicas y Técnicas.
1 U n id aiW goneralmnnte enrrespond¡entes al espacio do la .jurisdicción do una ciu
dad, como ya había ocurrido en Ja mismu España: a raíz de que algunas ciudades se ne
garon a obedecer Inri órdenes recibidas de lo» regidores «le las <iue tenían voto e.n Cortes,
en 1608 se promulgó la líeal Cédula “ordenando se obedecieran las órdenes transmitidas
por cada ciudad en su respectivo distrito. Desde entonces estos distritos se convirtieron
85
86 ORÍGENES IMPERIALES
T endencias puehokiiónícas
1Igimciu N úite rememora. en lo» primeros días d e l» revolución do Muy», <]uo*i>a sos
tenía n! principio de quo al puebla había reasumido la soberanía desde que el amparador
de les íi'imooNtiH había cautivado la de los reyes, que el pueblo tenía derecho pura darse la
constitución que mejor asegurase su existencia, y que In majar constitución era la que
garantía a ludan los ciudadanos, ton excepción, sus derechos do lihortnd, de igunldiiil y de
propiedad, invocándose en apoyo el Contrato Social del ('¡nebrina Rousseau, el Mentido
común del inglés Ruine, la cavilación .solitaria del francés Vulney”, Ignacio Nudez, "Noti
cias históricos...", on Senado de lo Noción, Biblioteca de Mayo, tomo i, p. 449.
MODlHCAOlONKf» Dl’.l, PACTO IM1 ’KIUAI,
ñJobo Lynch. Kl siglo xvm, Critica, BurccUimi, 1991, j j . (i Contrasta con ante juicio el
de Gonzalo Anos, que observa ünn evolución continua do lo tüodniciu eentralizadura de lu
monarquía moderna, desdo los Hoyos Católicos en adelanto: Gonzalo Anos, E l Antiguo
Régimen: Los íiorixiues, t>“ ed. Alianza, Madrid, 1983, pp. 295 y ss.
(i Domínguez OrÜz, El Antiguo Régimen..., p, 208.
90 ORÍGENES IMPERIALES
10“Recuperar le» hiles que con indepondenci» de Iti metrópoli movían desde hacía más
ilc un siglo los mecanismos económicos, político» y administrativos de la colonia, colocar
los bajo la dirección y vigilancia do hombres adeptos * la niolró)>oti, y hacerlos senil' a
ésta por sobre cualquier otra consideración. j\«l fui; el triple propósito de estas reformas
Iborbónicasl”. Dos |>áginas antes se leía en la misma obra, también con referencia a la Nue
va España, que en d siglo xvu... “los Habsburgos implantaron definitivamente el abso
lutismo y la centralización administrativa, mediante la creación de una extensa red de
agentes dependientes del favor real y recompensados con privilegios y prebendas”. El Co
legio de México ieompj. ¡Untaría finiera! de México. lomo u, pp. 2 0 2 y 204.
11 (Jeorges Baudot, l a i corana y la [taaUtcián de los minan americanas. Asociación Fran
cisco López de (Jónmra, Madrid, 11)92, p. 147: “lie hecho, la institución municipal de lo»
reinos americanos se inspiró, en sus principios, dircctumunlo do la fórmula del dejo mu
nicipio castellano de la Edad Media que arrancaba del siglo xi y había sido un ejemplo de
régimen municipal”.
13 “Desde el punto do parlidn de la ley, incluso aquello:! colonos españoles de las In
dias que vivían en el campo existían solamente en relación u hu comunidad urbana. Eran
vecinos del asentamiento urbano unís próximo, y ei'u la ciudad la que definía su relación
con él estado, listo estaba en la líntiu de lita tradiciones del mundo mediterráneo . . J. H.
tólliol, “España y América en los siglos xvi y xvil” , en I,eslíe Bethell (comp.), ¡Untaría de
América Latina, vol. 2: América iMtina colonial: Kuro/ia y América en los siglos xvi, xvu,
xvni, Crítica, Barcclonn, 1990, p 12.
!:
92 ORÍGENES IMPERIALES
El sistema que los Borbolles del siglo xvm encontraron en las pascsíoix’s de la ;
América española — comenta Elliot— podría ser descrito, pues, como de auto- ■'
gobierno a la orden del rey. Las oligarquías de las Indias habían alcanzado .
un nivel de autonomía dentro de un esquema más amplio de gobierno centra- •
lizudo y dirigido desde Madrid.
i
Dicho sistema reflejaba un equilibrio tácito entre la metrópoli y los
colonos, con peijuicio de los indios. Pero j
Hacia comienzos del nuevo siglo, entonces, si los efectos de las refor
mas podían complacer a la Corona, no ocurría lo mismo con sus súbditos
americanos. Efectivamente, hacia 1.808 la corona podía «star satisfecha
de los resultados de su política: hasta 1790 España y sus colonias habían
disfrutado de una prosperidad sin precedentes y luego de esa fecha, al
estallar el conflicto con Inglaterra, fue la metrópoli más que sus colo
nias la afectada por las consecuencias. Pero fue justamente la fuerza
demostrada por la Corona lo que constituyó el factor de irritación para
los americanos que hubieran podido tener acceso a los diversos niveles
de la administración. Los apetitos despertados por la misma prosperidad
para ocupar cargos en la burocracia colonial no sólo no fueron satisfe
chos sino que se retrocedió respecto del periodo anterior a las reformas,
como efecto de la política de limitur el poder directo o indirecto de las
familias locales en el gobierno colonial. El máximo de miembros ame
ricanos de las audiencias, por ejemplo, logrado mediante la compra de
cargos, se había alcanzado en 1750: de los 93 ministros (oidores, alcal
des mayores y fiscales) 51 eran entonces americanos nativos. Sólo en
la audiencia de Guatemala no había funcionarios americanos. Por otra
parte, en seis de ellas existían ministros nativos de la jurisdicción, de
las que la de Lima era la que contaba con más cantidad de estos casos,
pues entre sus integrantes se contaban 13 peruanos.2'*
A partir de entonces, en cuanto la política borbónica tendió a supri
mir la in fluencia que las principales familias criollas habían conseguido
en la justicia mediante la venta de cargos, comprados por miembros de
esas familias, y de la práctica corrupta de los funcionarios que dispen-
Tullo Hnlporiii Donghi, Reforma y disolución de los imperial i-heneo,s, IM H -/IW Í
Alianza, Madrid, U)85, p. 60.
“,! Jbidtun, |i|). 126 y 128.
MODIFICACIONES DEL PACTO IMPERIAL 97
Y añadía:
(')ida colonia era una entidad separada, con su propio gobernador, consejo y
asamblea. Cada una hizo sus propias leyes, sujetas a la aprobación del go
bernador en su capacidad de representante y guardián de los derechos del
soberano. En su forma más rudimentaria el gobierno colonial constó de dos
rumas. 13e un lado estaba el gobernador y su consejo, representando las prerro
gativas de la Corona y actuando como el poder ejecutivo; del otro estaba la
legislatura colonial, con una cámara alta que constaba del Consejo del go
bernador y de tina Asamblea elegida, por y entre los propietarios libres de la
colonia.40
IUUm remplazar las autora lacles seguidas por los jesuítas por las de
•fin Agustín y santo 'romas:
si --por esta razón, loa libros de loóos ion autores ríe los Regulares expulsos deben Que
dar suspendidos y no ensenarse por ellos cu la Universidad ni en los estudios particula
res...” “Comunicación Idcl Consejo Kxlnim'diiuirio) ni gobernador de Buenos Aires",
Madrid, 7 de junio do 17(>B, cu francisco dnvler Biabo (campó, (■olección de Documentos
reiatiuos «•la <;ximlsirmiir Utujemiilm de la /írpiíWin» ArflaiUÍJt-ay del Paraguay en el reina■
da de Carlos Madrid, I.H72, p. 99. Natal Aloxnndiro fue luí teólogo dominico galicano,
que se adhirió a los Cuatro Artículos del clero íruneós. l)nniel Concina era un famoso
teólogo antiprubuhilistu.
52 Cf. Bemord Ploiigerop, al l’alitatue un Sléela des ¡Miniares (1770-1820),
Droz, París, 1973, p. V¿.
lio O R ÍG EN ES IM PERIALES
Identidad e identidades
5:1 Cim roKinietn u México, véanse laa agudas observaciones (le Octavio Paz: “ En el si
glo xvu loa criollos descubren que tienen una patria. Esta palabra aparece lauto en los
escritos d e sor .luana como en ios (le Sigüenza y en limbos designa invariohlemmite a la
N ueva España. El patriot ismo d e los criollos no contradecía su fidelidad al Imiiei'io y
a la Iglesia: eran dos órdenes de lealtades diferentes. Aunque los criollos del seiscientos
sienten un intenso antíe-spañolisioo, no hay en ellos, en el sentido moderno, nurionn lia n a
Son buenos vasallos del Rey y, sin contradicción, patriotas de) Aoábuac”. (Octavio Paz, pre
facio a .Jaeques Lafaye, Quetza leiiall y Ciindalupe. L a formación de la conciencia n a c ió
nalen México, México, f c k , 11)77, pp. 15 y M, la cita en p. 1!).
r’ 1 Mnrin-Géngora, Ensaya klHlúrko nohi'd la noción de /hi/talo en Chile en Ion nielan x/x
y x x , til Universitaria, Santiago d e Cirilo, 1986, pp, :)7 y .*18.
55 Véase un análisis del problema mi nuestro trabajo El mito de los orígenes en ta his-
torioffrafla latinoamericana, Instituto de Historia Argentina y Americana “ Doctor Emi
lio Ravignani", Rueños Aires, 1991.
MODIFICACIONES Mil, PACTO IMl'KHIAI. I
El U’rrilorio
lian encarar las reibrmas en el marco tic; las un liguas Cormas represen-
tni.i vas que, como la del apoderado— más comúnmente llamado dipu
tólo, pero correspondiendo a la antigua figura del procurador de las
ciudades en las cortes— , ocupará un lugar central en las primeras de
nudas de vida independiente,
I
S k g u n d a P artk
UN INCIERTO NACIMIENTO
i
i
¿ F r a n q o is -X a v ie k G u erra
\
I Universidad de París 1
cias básicas. Por una parte, se deja de lado ia existencia de ese únidn
conjunto político que era la Monarquía hispánica que precede a la plura
lidad de Estados independientes—entre ellos la España peninsular-
desaparecen así como objeto de estudio — puesto que las historias “mié
clónales” son, por su misma naturaleza, fragmentarias— las cazones y
la manera como se desintegró este conjunto político. Por otra, no se
considera el carácter simultáneo que tiene en todo el mundo hispánico
la adopción de los principios de la modernidad política, es decir, el pasq |
del antiguo al nuevo régimen, ii'
IÍs Liih carencias se explican por varios! factores. El primero, la timrgi'i, j
níjíiwidón hasta hace poco de Jil historia política, paralelamente al augd.:
de estudios de carácter socioeconómico, centrados esencialmente eüj
las estructuras. Sin historia política es imposible entender un proccsu-y
revolucionario, puesto que éste concierne precisamente a la esencia-JB
misma del fenómeno político: ¿quién debe ejercer el poder'?, ¿dónde?,' 9
¿cómo?, ¿en nombre de qué u de quién? ..,'1*
El segundo, por las condiciones en que fueron elaborados los esquemas
explicativos clásicos de la Independencia de Hispanoamérica, fiunna
parte de las interpretaciones de las revoluciones de independencia, en
su doble vertiente de paso a la modernidad política y de separación de ese:J
conjunto original que fue la Monarquía hispánica, se íbrjaron en pleno i
siglo xix. Aquellos eran tiempos de liberalismo combatiente, en los que i
los nuevos países hispanoamericanos estaban empeñados en la difícil
construcción de lo que aparecía entonces como el modelo político ideal:
un Estado-nación fu ndado sobre la soberanía del pueblo y dotado de un ■ ■
régimen representativo. La necesidad de legitimar dicho modelo político \
hizo que estas interpretaciones se caracterizaran por dos rasgos com
plementarios que privilegiaban la evolución y no la ruptura. El prime
ro consistía en presentar el proceso revolucionario como la consecuencia 1
casi natural de fenómenos de "larga duración”; el segundo, en conside- '
rar que la época y modo en que se produjeron no podían ser distintos
de lo que fueron. Partiendo del hecho de que al final del proceso apare
cieron nuevos Estados y de que éstos fundaron su existencia legal en la
soberanía de los pueblos o de la nación, se supuso que este punto de lle
gada era un punto de partida. Es decir, que la aspiración a la “emanci
pación nacional”5 y el rechazo del “despotismo español” fueron las cau
sas principales de la independencia. Jí
1 Para 1m il islsy i-l renacimiento tle la historia política,«;/•' nuestro artíciilo “El renacer
de la hinlenit jwliticu: cazones y prepuestas''’, en New [lixtory, NouueUu ItiNiáve, Hacia
una Nueva IUntaría, Actas. Madrid. 1993, |ip. 221-245.
Una variedad de esta interpretación es la que concille com o principal causo de la
W. OCASO OB t,A MONARQUIA HISPANICA 121
indepeiulcncia ti» eximiamente ta existencia tic ia nación, sitia la rivalidad entre criollos
y peninsulares y la Ibrmaciónde ('nortes identidades culturales americanas.
6 Las interpretaciones sobre el origen de esa nación pueden muy variadas. En el caso de
México, ia principal divergencia 0|x>ne la visión d e una nación mexicana que existe des
líe antes de la Conquista a la de una nación que se ha conformado a lo largo d e ! a Colonia.
7 De ahí nace la búsqueda obsesiva do los “ precursores” y Iti asimilación de las revuel
tas y rebeliones del un t.iguo régimen, como la dcT úpac Anuuu o tu de los Comuneros do
Socorro, a los prolegómenos de la indepoiidenciu.
;í Estos aspectos son bien conocidos jaira el caso d e México, poro también han sido
puestos dn relieve para el reino de Q uilo por Maric-| laido lie I Jeinclm- e Yves Saint-
Geours, en <férastilfin et Babytone. PnfUique et religión mi Amtiriqtte. d u C E q u a t e . u r
xvur-xíx? siédvs, une, París. 1989.
122 UN INCIERTO NACI MIENTO
U n a c r is is in js s pk r a d a k in é d it a
11Son muy ¡jocos los estudios clásicos (ol d<> .Julio V. (¡onzález, Filiación histórica del
gobierno representativo cirMcntino, 2 I... BuenosAires. I937.es una excepción que confirma
la regla) que ponen ele manifiesto Eu continuidad entre el liberalismo español y Ja moder
nidad mnon'caim. El resto de los est udios que abordan el parentesco ideológico entre
América y Espada, lo hacen ¡Jara Poner d e manifiesto el carácter triulu-ional d éla s inde-
jjendencins, identificando lo tradicional con “ lo español”.
10 “Carta de Jamaica, Kingston, 0 de septiembre de 1815”, en Simón Bolívar, Escritas
políticos, presentación de (¡ruciela Suriano. Alianza, Madrid, 1.Í)7Í>, p. 72.
11 íhidmu.
15L OCASO Dli LA MONARQUIA HISPÁNICA 123
' - “A los muy ilustres y nobJes caballeros de Ciudad Reíd”,Diar/u d.n Mtíxiro, mim. 11,141,
14 de noviembre de 1808, pp. 567-568,
Ofrecimiento del cabildo de México del 26 de m a m do 18ÓÍ) y respuesta tle la .Imita
Central el 1“ de enero de 1810, en Oazala da México, 28 de marzo do 1810, pp. 24H-247.
124 UN INCIERTO NACIMIENTO
muy probable que todo hubiese sido diferente puesto que la Monarqífm
no hubiera tenido que enfrentar lo que fue su problema central durante
toda esta época: ¿como conservar un poder central legítimo reconocido
por todos los “pueblos”?
Las reacciones ante este acontecimiento inaudito que fueron las afo
dicununes regias son sobradamente conocidas, pero teniendo en cuetítu
que oslamos aquí en el punto de partida de todo el proceso revolucii*
nano, es necesario examinar cuáles f ueron sus principales actores y cqji»
les sus refere milis mentales.
Lii la España peninsular el actor principal fue el pueblo de las ciuda
des. El fue, dirigido ciertamente por una porción ele las élites urbana^
el que impuso a las autoridades establecidas —que tendían a aceptar
¡'i'fait uíttffuji/i— el rechazo del nuevo monarca, la proclamación doíii
fidelidad a Jamando V fL eH Iescadoy La formación do juntas inmuTCC*'
clónales encargadas de gobernar en su nomine y de luchar contra ql
invasor. El clima de la insurrección es el de un patriotismo exaltado)
que, una vez pasada la sorpresa do los primeros días, so expresa en
sinnúmero de impresos: periódicos, proclamas, manüiestos, cartas, ho
jas volanderas..., escritos por toda clase de individuos y cuerpos de lgf
sociedad del antiguo régimen. f
Y lo mismo ocurrirá en América ruando — con los inevitables desfase';'
temporalea— van llegando las noticias do la península; niclinzu del inva-
soi‘ manifestaciones nunca vistas de fidelidad al rey, explosión (le pa*
triol,ismo español, solidaridad con los patriotas españoles., temas todoá;
que aparecen no «rilo on los impresos más variopintos producidos por
toda dase de individuos y cuerpos, sino también en rogativas, procesio
nes cívicas, ceremonias dejara, etc. A pesar de que no había allí ni Lmpns
francesas ni autoridades que abiertamente pretendieran colaborar con i
el invasor, hubo incluso VenLili vos de formación de juntas que. por razo
nes que explicaremos luego, no llegaron a formalizarse. Aquí, también, los1*
principales aeturcw fueron las élites y el pueblo de las ciudades Capi
tales, pero, u diferí'oda de la península los patriciados urbanos desem
peñaron el papel principal y dirigieron o controlaron siempre las ma
nifestaciones clel pueblo. 14
Las semejanzas entre España y América son, pues, considerables,
tanto en lo que ateñe a los actores — las ciudades principales como ca
beza de su reino o de su provincia, con sus élites y su pueblo— como en lo
11 Para una tipología (fe las juntas españolas y fu {'enera! d eja primera |:un? ¿ c la re
volución e s p a ñ o l a , e l novedoso estudio ele Richard I [íh-¡pN'llol, IffiKiatitmv <■) remifitlioit
dnmnl 1’uctiiHi/ioii MtPotéanicnue en Üi-.pafSnc 1808.1812, íji Boutiuuo di- rhistnire
Paria, 2001, !HS7 pp.
El, OCASO DE LA MONARQUÍA 11ISPÁNIOA 125
minos, cotonas. Los mismos hechos acababan de mostrar que eran és
to»* precisamente los actores políticos del levantamiento. La diferencia
pfono de que los americanos añaden a esta visión plural y preborbónica
9 » la Monarquía una visión dual de ella, puesto que agrupan a los rei-
|íi>h de los dos continentes en dos unidades: los “ dos mundos de Fer-
lilundo VII", los “dos pilares de la Monarquía” o, incluso, “los dos pue
blan”, el europeo y el americano, que forman juntos la nación española.
&Klc es el marco que permite comprender la independencia de la que
•o habla en América, en México'*' o en Buenos Aires, por ejemplo, antes
tít> que lleguen las noticias de los levantamientos peninsulares. No se tra
ta —en esta época de pat riotismo hispánico exaltado— de una precoz
Imitativa de emancipación, sino de una manifestación de ese patriotis
mo: salvar el pilar americano de la Monarquía, pues se piensa que se
lia perdido el europeo.
"<> La <k> 1834, (i ln vuelta <k; Femando Vil, se explica, además de por el contexto inter
nacional, iior el eanriiK! pi'OBÜKín popular de que gozaba mía la porsonu roída. La «le 1823,
cjuo pone lia a la revolución lilieral d e .1820. tiene su explicación en la intervención f'rnnoo-
aa decidida por la tilinta Alianza y en los enfrentamientos intui-noa provocados por el ra
dicalismo (fe La segunda revolución liberal.
HL IICASlH llí l,A MIJNAlOtl'lA HISPANICA l'2!>
21 Con excepción ilo lo» cisl.nl uto» particulares manten idos o l í las provincias vascas y
en Navarra. , .
22 para n,¿ s detalles, i;/:' in/'ru. cap. vi: “bus nuilaciiuies do la identidad en la America
hispánica”.
130 UN INCIERTO NACIMIENTO 1
I... I la Junta Suprema Control Gubernativa del .Reyno, considerando que los
vastos y precisos dominios que España posee un las Jadías no son propia
mente colonias o factorías como las de las otras naciones, sino una parte
*® 1.a (fecha simbólica del principio de esta época se coloca, haliítuahoente, en la época
de Cal los V,con la derrota de los Comuneros en Villalar.
,¿u III empleo del término es muy corriente en Unenos Aires y un Nueva Granada.
27 Habí1*'esta tea m ,o/ Federico Fktárez., Klpraeenvdt convocatoria de las Coiias, 1808*
J8W, JüLin.sa, Pamplona, 1982,528 pp.
El. OCASO DE LA MONAlUJUlA 11 l&l'ÁN IOA 103
L a MUTACIÓN IDEOU'lUICA
Si alguno hubiera dicho a principios de Octubre pasado, que antes de tuunp] ir-
se un año tendríamos la libertad de escribir sobre reformas de gobierno, pJa
nes de constitución, examen y reducción del poder, y que apenas no se publica
ría escrito nlfiimo en España que no se dirigiese a estos objetos importante^-
hubiera -sitio tenido por un hombre falto de aeso.'1^
D in á m ic a s dk desintegración
í
Todo lo que había ido gestándose en estos dos primeros años cruciales,
estalla bruscamente en 1810. Igual que en 1808, sus causas inmedia-:
tas son también de orden externo: en diciembre de 1809 Andalucía efl;
invadida por los ejércitos franceses. A finales de este año la situación
es crítica en España. La ofensiva francesa tiene múltiples consecuen
cias; provoca acusaciones de traición contra los miembros de la Junta
Central, la formación de una junta independiente en Sevilla y la husdá
a Cádiz de una parte de los miembrus de 1a Junta Central. El 27 de ene-?
ro de 1810 los miembros del Consulado de Cádiz toman el poder en la ^
ciudad mediante una nueva junta y ponen bajo su tutela los restos de*'
la Junta Central, Hará falta la presión inglesa para que se fórme, a pur-
tir de ellos, el 29 del mismo mes, un Consejo de Regencia que proclame
asumir la autoridad soberana, mientras que las tropas francesas mar
chan hacia Cádiz.
El mismo día de su autodisolución la Junta Central fija las m odali
dades de la convocatoria do las Cortes y redacta un manifiesto a los .
americanos para pedir el reconocimiento del nuevo poder. Poro el recono-,
cimiento que América había otorgado, por patriotismo y por sorpresa^,
a los poderes provisionales [leninsulares en 1808 será ahora negado al
Consejo de Regencia por casi toda América del Sur. Para la mayoría de >
los americanos, que siguen muy de cerca la situación militar, la penín
sula estaba irremediablemente perdida y el Consejo de Regencia no era
más que un espectro destinado a durar muy poco o a gobernar Inyo la
tutela de la Junta do Cádiz, del Consulado y de sus corresponsales de
América. Más aún: fuera cual fuera su suerte, carecía de la más elemen
tal representatividad y del consentimiento de los pueblos de los dos
continentes.
Frente a este poder precario, dotado de una muy incierta legitimidad,
Caracas primero, Buenos Aires y la mayoría de las capitales de Améri
ca del Sur después,4 1 se lanzan a constituir juntas que no reconocen el
nuevo gobierno provisional peninsular. Conscientemente, los america
nos se refieren al precedente peninsular de 1808:
Don arios luicíu que arrebul.ndo deJ trono nuestro cautivo monarca por un
pórfido enemigo, habían recobrado las provincias de Espuria sus derechos
ai Uns únicas excepciones en oí Mulicontiniaite son el BnjuPerú y nlftLinn (¡lio olía dudad
en las demás regíanos, Por el momento, ni México ni América central participan en el
movimiento.
EL OCASO Uld LA MONARQUÍA HISPÁNICA 141
una Soberanía provisional en esta Capital, para olla y los demás Puy
blos de esta Provincia, que se le unan con su acostumbrada fidelidad e|l
Señor' Don Fernando V il ”.45
Aunque la constitución de juntas no equivaliera para sus autores a la
separación total y definitiva de la España peninsular, su formación
abría el camino tanto a la desintegración territorial en América como (i
la ruptura definitiva con la península.
La desintegración territorial surge no sólo de la diversidad de posi*
dones adoptadas por las diferentes regiones de América, sino también
de la lógica misma de la reversión de la soberanía a los “pueblos”. La dfr
versidad de actitudes hacia el Consejo de Regencia era práctica menté;
inevitable. En efecto, aunque la decisión tomada por los partidarios de loé
gobiernos independientes pudiera justificarse plenamente, también po
día justificarse la posición contraria: reconocer de nuevo, como un mal
menor, a la recién formada regencia y esperar que la España peninsular
no sucumbiese enteramente ante las ofensivas francesas. Las autori
dades regias tle regiónos tan importantes como la Nueva España, Amé-'
rica Central o el Perú propiamente dicho escogieron, por razone» dife
rentes, esta última solución.
En las regiones en las que las ciudades capitales eliminaron a las auto
ridades regias y constituyeron juntas (Venezuela, Nueva Granada, llío
de la Plata, Chile), la decisión no podía ser unánime. Los principios uti
lizados para justificarla —la reversión de la soberanía a los “ pueblos”—
llevaban consigo la desaparición de las autoridades regias que «segu
raban la unidad política de las diferentes circunscripciones adminis
trativas. Cada “ 1)1101) 10”, cada ciudad principal, quedó de hecho libre de
definir su propia actitud: r conocer o no a la regencia, pera también reco
nocer o no la primacía que querían ejercer sobre ellas las ciudades ca
pitales. Se vuelve así a plantear en América el mismo problema que opo
nía hasta entonces ios “pueblos” americanos a los españoles: ¿cuáles
eran los “pueblos” que tenían derecho a constituir sus propias juntas?
o, dicho de otra manera, se suscitaba el problema de la igualdad de loa
“pueblos” americanos entre sí.
Por eso de inmediato bis ciudades capitales tuvieron que enfrentar
se con otras ciudades importantes que no aceptaban su pretensión de
preeminencia. Caracas tuvo que enfrentarse con Coro y Maracaibo;
Buenos Aires, no sólo, como antes, con Montevideo, sino también con Ins
ciudades del interior; Nueva Granada se fragmentó en múltiples jun
tas rivales. Como en España en 1808, se planteaba la necesidad urgente
Para el problema <Ib cómo constituir unn nación n partir dolos pueblos,c f. para
Venezuela, Veronique t léltrnrd, !.(■ VriU-zin-hi ¡itdépeiidnnt. Une nnlitm par le díxmurs,
181,8-18!¡0, L’HanmdUui, Paria, íi)9(i, 4(i() pp., y para el Kín de 1» 1’luta, (lenovievo Verdo,
/-es "ProelUces Déftiinie*'' itu Rio tle la Plata. Stmoeruincté rl representativa paliliqne
danx rindépendwue arpentiñe i IROS-1821), toaia de doctorado. Universidad de Parió t,
1998,2 tomos, 905 pp.
17 Convocatoria n lúa provincial* do ln .Junta do Santa Ke, 29 de .julio de 1810, en Ho
mero, hnisamíentn..,, p. 152.
I!t í-jf. «m i ocie m pin de !<w tóemimiwcii <|uo no plantea esta Polémica en Nueva Granada,
el escrito de Antonio Niu'iim, “CpiiHidcrnciunirK sobre Ion inconveniente» de alterar la
invocación hecha per la ciudad do Runta Ko” , 19 do septiembre do 181(1, enfltoimini, Pen-
luunieiito..., pp. 154 ss.
Es significativo <|iio el virreinato donde no se implantaron los intendentes. Nueva
H ‘1 UN INCIERTO NACIMIENTO
lis preciso, Exorno, Señor, que se tenga presente de que los Cabildos de las
capitales de provincias mandan a los demás pueblos de ella, como podría’
hacerlo un Capitán General en su distrito, a pesar de que haya pueblos dg
mayor centro que el de la residencia del Cabildo, de modo que no es un Cuerpo;
de Ayuntamiento para una población, sino un gobierno para todo un térmi
no o Provincia”.50
Granuda, fuese precisamente aquel duneta In autonomía de les puebles fue en nuestra
época !u más glande, hasta el punto de que muchos de ellos publicaron muy temprana
mente su» propias constituciones.
«o Do lAiblo Morillo al Ministre de la Guerra, 1816, en Luureaiui Valleuilla han/, Obras
completas, t. u, Curacas, 1984, p. 171.
51 fíl (deludo ele. Cundituunumi practicó ampliamente lo que so llamó púdicamente
“lúa agregaciones” no sólo de pueblos sino incluso de provincias.
M Véanse, por ejemplo, los múltiples cnsoH de este tipo en los que deberá arbitrar el
Congreso: Acta de Federación de los Provincias Unidas do Nueva Granuda, 27 de noviem
bre de 1811, en Diego Gribe Vargas, /-os roriat.ituvioiies tic Colombia, Kd. (luítura Hispá
nica, Madrid, 1977,1.1,pp. 365 y ss., arte. 44.45,46, 47.
EL OCASO DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA 145
v¡i a enfrentar cada vez más a los dos continentes, España y América,
y, dentro de ésta, a los peninsulares contra los criollos. La gran ruptura
se produce en este campo en el año que sigue al establecimiento de las
juntas, en la primavera-verano de 1810, en fechas variables según las re
giones. La formación de ésas estaba fundada en gran parte, en su derecho
¡il autogobierno, y, además, en dos hipótesis: la inexistencia de un verda
dero gobierno central en la metrópoli y la probable derrota tof.nl de la
ílspaña peninsular. Pero pocos meses bastaron para mostrar la fragili
dad de ambas hipótesis. No sólo existía realmente el Consejo de Regen
cia y había sido reconocido por las juntas españolas supervivientes y por
una buena parte de América, sino que la España peninsular seguía re
sistiendo conla ayuda inglesa; más aún, en septiembre de 1810 se reunían
en Cádiz las Cortes generales y extraordinarias de la Monarquía, a las
que poco a poco iban llegando los diputados americanos elegidos por las
regiones que habían reconocido al Consejo de Regencia...c:) Tal situa
ción, en gran parte inesperada, complicaba aún más la situíltióikal obli
gar a las juntas americanas a reconsiderar su actitud hacia ella y, ocasio
nalmente, a ver la posibilidad de una negociación.
Ésta, como bien se sube, no tuvo nunca realmente lugar, pues el Con
sejo de Regencia reaccionó violentamente ante las noticias de América,
sin intentar lo que tantasveces había hecho antes la. -Junta Central, o ella
misma en la España peninsular: negociar con las juntas provinciales.
En julio de 1811 esta vía se cerró definitivamente con el rechazo por las
cortes de la mediación inglesa, que había intentado evitar una guerra
que no podía menos que debilitar el combate común contra Napoleón / ’1
Si muchas veces se lia puesto de relieve la importancia del no reconoci
miento al Consejo de Regencia por las juntas americanos, se hace me
nos hincapié en el fenómeno inverso: el rechazo que él hizo de la legiti
midad de las juntas americanas. Desde el principio la regencia las
consideró como provincias desleales, rebeladas contra su. soberano.
Las razones de esta actitud intransigente hay que buscarlas sin duda
en la influencia que el comercio de Cádiz ejercía y en el hecho también
de que la regencia se mostraba tanto más celosa de su autoridad cuanto
más precaria era su legitimidad .66 Pero, sobre todo, porque desde la in
dependencia de las colonias inglesas de América del Norte las élites
gobernantes españolas consideraban inevitable la futura independencia
ele la Améi ica española. Los agravios americanos y las justificaciones djjj
las .juntas fueron considerados mera retórica destinada a cubrir propó
sitos independentistas. Se trataba, pues, de un movimiento separatis
ta que había que reprimir por la fuerza: el miedo a la independencia
contribuyó a precipitarla.
La guerra, por tanto, sigue muy de cerca a la fundación de las juntad
en Sudamérica y, poco después en México, al levantamiento de Hidalgo $-
a la gran explosión social que lo acompañar™ Guerra que es doblemen
te una guerra civil: por un lado, guerra interna entre las regiones y
ciudades que aceptan el nuevo gobierno provisional español y las que
lo rechazan; y, por otro, guerra exterior contra el gobierno central de lá;
Monarquía. A.partir de ahora, la guerra —y una guerra tanto más cruel,
puesto (pie civil— va a ser la causa principal de la evolución de Améri^
ca. La oposición amigo-enemigo tiene su propia lógica y va a provocar
progresivamente una redefinición de las identidades americanas y la
ruptura moral de la hasta entonces única nación “espalióla ”.57
R k v o í . i ic io n b s p o u t k ias
1,4 Cf. infra, cap. vi: “Las mutaciones do la identidad i;n la América hispánica”.
M ibidem.
<MAntes d e e s a focha, algunas coiistitucioneu (como la doCumllnnmnrcnde- 1811) .pre
vén una .monarquía conw.ifuuiotml con Fernando V il como soberano.
n(i Sobre este éoma.F.-X. (¡unrru, “l,u identidad republicana on la opaca de lit indepen
dencia'’ , en Gomado Huacho/. ( líimu/, (comp.), Milano, lunnorki y tuición, Museo [íaciima I do
Colombia, Bogotá, 21100, pp, 25:1-28:1.
De ahí. el carácter utáidco do los proyectos en Sudaméricn de una mAmirqumcui' un
rey descendiente de los incas y, en México, el fracaso rápido del imperio de lturbide.
UN INC) RUTO NACIMIENTO
(WCfi por ejemplo, para América Central, Mano RocIrÍRae/, íü c.rperimento da Cádiz
en Cenlrotimdriet.t, 1808-1826', roo, México, .1.984. (od. ingl. 1978), 31(> pp,
,;l*IVicenl.e KocniueiTel, Btm/ucjo lig e r ís im o d e la R e v o lu c ió n da Mixteo, den-de el g r ito
d e Ig u a la h a sta la p r o d a m a c ió ii im p eria l d e I t u r h id e , por un verdadero americano, imp.
de 'IVracronefy Nnroajeb, FiladcHin, 1822.
151
lil, OCASO DE DA MONARQUÍA HISPÁNICA
(liar, así como los ritmos, las especificidades regionales y los modelos
ntil izados.69
A n t o n io A jnninó
Universidad de Florencia
152
SOBfü «ANÍAS l'M LUCHA 153
t ortes, sino a una junta que se definía soberana. Sin embargo, la sobera
nía de este organismo nunca fue reconocida plenamente ni en la pe
nínsula ni en América. Además de las razones políticas, la debilidad de
la Junta dependía también del hecho de que la ligura del procurador no
implicaba una delegación de la soberanín sino un mandato imperativo
en representación de intereses específicos y concretos, definidos en las
instrucciones. Reconstruir sobre estos presupuestos la soberanía cen- S
tral del Imperio para suplir la doble ocicatia, la del rey y la de las leyes,
resultaba así muy difícil,y de ello se dio cuenta Jovellanos. Éste defen
dió el proceder de la Junta en su famosa Memoria, pero fue también el
protagonista del debate en que se decidió la convocatoria de las cortes
constituyentes de 1810.
El año 1809 representa una etapa decisiva por muchas razones: una
de ellas fue que tras la crisis dinástica y el primer intento de instaurar
la representación política moderna con la Constitución de Cádiz de
1812 el Imperio sufrió un cambio radical: el debilitamiento de la sobe
ranía central y el reíorzamicnto de la provincial*. Ninguno do los dipu
tados electos llegó a España antes de la caída do la Junta Central, pero
los procesos electorales habían cambiado el status de las élites que
controlaban los cabildos cabecera de provincia. De hecho, la retroversión. /
de la soberanía había respetado las jerarquías territor iales de cada
“reino” , legitimando con los elecciones a la Junta el principio de la re
presentación virtual de las provincias. Eos cabildos cabecera eran así
los representantes legítimos de todos los intereses de su ámbito teiTÍ-
toriqil. Este principio fue común a todos los antiguos regímenes eurojjeos;
la diferencia notable estaba en que los fu ero s de las ciudades america
nas no tuvieron nunca los límites de las europeas, porque la gran pro
piedad rural no tuvo en lus Indias un fu ero comparable con el vigente
en Europa, con excejx-ión del Marquesado del Valle en Nueva España y
de las encomiendas, que en 1808 todavía eran fuertes cu Centroamérica,
en Chile, y en algunas zonas de Nueva Granada. Pero los encomenderos
dominaban los cabildos y así ni siquiera en las zonas periféricas se dio
aquella tensión entre áreas urbanas y rurales que tanto peso tuvo en la
evolución del Viejo Mundo. Las instrucciones a los diputados ponen de
manifiesto que los cabildos hablaban en nombre de su respectiva pro
vincia o, en todo cuso, de su territorio. Esta diferencia se pone de mani
fiesto en el hecho de que después de 1809 y 1810 en las áreas donde
todavía no se había procedido a la designación de los diputados a la
Junta aumentó el número de cabildos que participaban en la votación. 11
porque, como sostuvieron en una memoria los diputados criollos, “la Iím'«
ma de gobierno no es esencial a la nación”.*1*Contra la nueva idea fibpnil
de nación abstracta y totalizante, los americanos defendieron la con*
cepción tradicional de la nación como un conjunto de cuerpos pultíiiym
tintúrales, o sea, cabildos, provincias y territorios, mientras que el Un
tado era un cuerpo artificial, fruto de un pacto entre entidades sobera
nas. La amalgama doctrinaria americana era un híbrido de terminolo
gía roussoniana y de ideas corporativistas del iusnaturalismo de loa
siglos xvi y xvu, pero en la coyuntura de Cádiz podía no aparecer tan
conservadora porque formalizaba los cambios de 1809.
¿En qué medida la postura de los diputados americanos era compar
tida por las élites criollas"/ La respuesta debe tener evidentemente en
cuenta los cambios en el pensamiento político que tuvieron lugar en las
provincias de ultramar durante los trabajos de las constituyentes. Pelo
resulta difícil valorar el fenómeno cuando se observan las élites, sobro
todo las de los cabildos provinciales. En 1814, cuando Fernando VII re
gresó al trono y abolió la Constitución, el entonces ministro de las
(lias, el mexicano Lnrdizábnl y Uribe, convenció al monarca de que tú;
viera en cuenta las instrucciones que los diputados americanos habían
recibido de sus cabildos;. La lectura de este Corpus documental, 17 harta-
completo, permito comparar las instrucciones de 1812-1814 con las de
18 09 enviadas a la Junta Central. Los temores, las peticiones, las acti
tudes mentales que se mnnifesl-aron no son distintas; si acaso se notab
an interés más explícito por institucionalizar las autonomías provin
ciales mediante la concesión de audiencias, obispados, o sin más, en al
gunos casos, nuevos virreinatos. Explícitas declaraciones en favor de la
Constitución, no las hay.
La distinta postura de los diputados americanos sobre la soberanía
tuvo importantísimas consecuencias para el asunto de la representación
política. Los americanos continuaron defendiendo en el aula el princi
pio del mandato imperativo, implícito en el derecho de los cabildos de ,i
enviar instrucciones. Los liberales españoles lograron imponer en la i
Constitución la idea moderna de la representación, pero sigue abierta
la cuestión de 1ti medida en que este principio su había afirmado real
mente en el pensamiento político de la propia España. El 28 de abril
de 1820, tras la restauración d é la carta gaditana, el consejo de Estado
lamentó que “nunca puede inculcarse suficientemente la saludable
“LiuiU'iwnrilittChíii dirigida a latí Corte» por cuatro individuos do ht Comisada (lo Cons
titución, cuiilni un articulo (le ésta”, Diario de las sentones do. tus Cortes gcncntles y ICx-
(raanliiiiiritut, Madrid. 1870, vol. 2“, p, 5.
17 Archivo General de Indias ( a h í !, Indiferente General, 1854.
SOBERANIAS UN l.UCIIA 1.71
nos decretos gaditanos reconocieron a los pueblos con 500 hubi tarden
el derecho a elegir su ayuntamiento. ^
^ En íln, deben recordarse algunos aspectos determinantes dol mnrlcjtk
electoral gaditano. Como se sabe, fue indirecto de segundo grado pura
las cortes y diputaciones, y de primer grado para los nuevos ayunlfi-
mientos. Pudieron votar incluso los indios, j>ero lo más importantOms
que las mismas normas electorales delegaban a las sociedades localó»
algunos trámites decisivos. Se podía votar en cuanto ciudadano y *f1
condición de no ser negro, vagabundo o servidor doméstico. No existía
ninguna indicación explícita sobre la edad, a menos que se aplicase al
“ciudadanos avecindados y residentes” del artículo 25 el criterio de no
toriedad de la tradición hispánica, según el cual eran vecinos loa propiV
tarios de un solar, y por tanto mayores dt¿ edad, padres de familia o, on
cualquier caso, socialmente responsables. En 1.820 el consejo do Estado
madrileño estimó el cuerpo electoral americano en dos millones de
padres de familia y no más.21 Oualquie a que fuese en 1812 el signifi
cado atribuido al concepto de “vecino’*, la existencia de un cr iterio de
notoriedad con respecto a la comunidad se deduce del otrotrnquisito
del voto, “tener modo honesto (le vivir” ,y del hecho de que el voto no p.r¿;
secreto sino público. En fin; se nxnnoció a las juntas parroquiales, o scaj
a la asamblea de los vednos-elcclores, la facultad inapelable de decidir'
los requisitos del voto: “la misma junta decidirá pii d acto lo que le pa- ■
rezca y lo que decidiera se ejecutará sin recurso alguno por esta vez ya
para este solo electo” (articulo 501. El proyecte {lenlrnlisLi de la Onnsti-:-
tución fue, por tanto, notablemente ntomuido por la normativa sobre el-;;
voto: todos los trámites más importantes quedaron en manos de las '
,/ comunidades locales. Esto valía tanto pura las olecciones a cortes como
para las de los nuevos ayuntamientos, aunque estos últimos debían '■ •
llevar a cabo una tarea mlministl'jifivn y no política. j
^ Un primer clamoroso ejemplo de lo que podía provocar en América el
modelo electoral gaditano fue la elección del nuevo ayuntamiento de la
ciudad de México, que tuvo lugar el 29 de noviembre de 1812.22 Los i
criollos lograron controlar el voto y no dejaron que se eligió a a ningún-
peninsular. La audiencia y el vi rey intentaron anular la elección por la
vía legal, pero no pudieron negar la total autonomía de las juntas parro- j
quiaies garantizada por la (Ymatitucióii, y debieron aceptar el resultado :
del voto. El aspecto más im|Xjrbinto fle'estn elección fue que los distintos
debe también tenerse presente que todos los habitantes de la cabecera como
de las demás citadas hablan el idioma mnzaluiu, por lo que es muy difícil
que se vele en su prosperidad y comodidad... todo se facilita con el ayunta
miento que se instale en Santiago, donde reunidos los demás pueblos pue
dan elegir de cada lugar respectivamente individua que comj»nga la corpo
ración mencionada [las cursivas son nuestrasJ.
los espacios provinciales, En* fin, el tipo de prácticas y de ideas que rede-
linieron la nueva representación radicalizaron la fragmentación de la
soberanía. En el lenguaje pol ítico de aquellos años el anti uo término so-
Ixranías de los pueblos adquirió un valor nuevo, y permitió a los pue
blos-ayuntamientos reivindicar una soberanía propia, en contraposi
ción no sólo a la del Estado, sino también a la de las ciudades de 1809.
La transferencia de poderío* ilri Estado a los pueblos, sobre todo en ■
materia de justicia, no se consideraba en el proyecto gaditano, pero
gracias a esto adquirió en la mentalidad colectiva pueblerina una fiso
nomía de fuerte legitimidad, que acabó por alcanzar la esfera fiscal. La
multiplicación de los íuicvoh ayuntamientos creó nuevos sujetos fisca
les y la posibilidad do inipnpm- nuevas contribuciones locales. Pero ni la
Constitución ni los decretos de las cortes lograron resolver a tiempo
cómo debía función o v e f nuevo régimen lineal. El resultado fue que los
ayuntamientos recaudaban pero sin transferir dinero a las cajas cen
trales, sobre todo a partir de 1820, La autonomía municipal se había /
transformado en autogobierno político, y esto creó un filtro liscal entre
los centros y la» periferias que debilitaría rápidamente a los primeros
y reforzaría a las segundas. Esta fue una de las pesadas herencias que ¡s-
los primeros gobiernos republicanos lieledniim de la crisis del Imperio.
En realidad, un unálisib que favorezco el nivel local lleva a la conclusión
de que cuando las élites libérales elcl siglo xtx imputaban a la “herencia
colonial” la ingobemabilidad republicana, inventaban una imagen fic
ticia. La verdadera “herencia '1 será la do la crisis del Imperio. El papel
de la Constitución de Cádiz cambiará los términos de la problemática
liberal tras la independencia. El desalío más diíícil para las élites, una
vez rechazado el contraataque conservador, no se dará entre “civiliza
ción” y “barbarie”, entre un reducto constitucional urbano y una socie
dad rural todavía no conslitncianalizada; los conflictos se darán dentro f
de un único espacio constitucional izado, pero con valores, prácticas e j
ideas extremadamente diferenciados.
La fuerza de esta dinámica tan peculiar, que permite captar todo el
peso que las representaciones colectivas tuvieron a la hora de determi
nar los múltiples itinerarios de la soberanía, se puede, por otra parte*
captar también en aquellas úreas donde no se aplicó la Constitución de
Cádiz, pero que intentaron por su cuenta [experimentar las primeras
formas de la representación moderna. En el Río de la Plata, con un
perfil étnico muy distinto al de las zonas andinas y centroamericanas,
lu crisis de los ámbitos provinciales tuvo lugar durante los mismos
años. La Revolución de Mayo de 1810 desencadenó un proceso comple
jo: a los conflictos ínter provinciales que le impidieron a Buenos Aires
178 l.!N INCIERTO NAOIMIKNTO
m n\
les, como han puesto de muniñesto los estudios de José Carlos Chiara*
I¥i
monte. Es interesante observar que tampoco en el Río de la Plata hub
continuidad entre la antigua y las nuevas sotieranías, porque estas úl
timas se consolidaron progresivamente tras la crisis del orden provin
cial afirmada en el periodo 1809-1810. En los años del Congreso de Ti
cumán la representación se constituyó mediante elecciones indirecta
controladas por los cabildos provinciales, en los cuales participaban d
forma minoritaria, determinada a priori, algunos representantes d
las zonas rurales. El predominio de los cabildos fue ratificado por lo
procedimientos de compilación de las instrucciones, en las cuales n
participaron los representantes de las zonas rurales. La representad
vidad deTucumán fue una tentativa de “modernizar” el modelo virtua
de la tradición [jara consolidar los ámbitos provinciales. '<
La aparición de movimientos que reivindicaban las .soberanías d
los pueblos en el sentido unívoco de comunidad local lucen el Río de 1;
Plata bastante precoz, y entro los factores desencadenantes habría qu
citar los límites impuestos por los cabildos a la representación. C^uiz.
no fue casual que la crisis del ámbito provincial comenzara precisa
mente en Buenos Aires. Inmediatamente después de la Revolución d
Mayo, Mariano Moreno analizó en un escrito la cuestión de la retrovei
sión de la so b era n ía ,a n a liza n d o tres posibilidades: que recayese ei
cada individuo; en los pueblos; o en entidades mayores, ospeciulmcnt
en aquellas que por su perfil político-administrativo estuviesen en con
diciones de ejercitarla. Moreno descartó las dos primeras |>osibilidade
y defendió la última: que el virreinato era una unidad indestructible
sul>ordinada a Buenos Aires. Jísta doctrina fue aceptada por todo» io
- grupos porteños que se disputaban el poder, pero no lo fue por los otro
T cabildos previ nciales. Los años de Tucumán estuvieron marcados po
'jestas concepciones opuestas de la soberanía.
Junto a estas vicisitudes conocidas, merece una reflexión la que lloví
a la crisis del espacio provincial porteño. Si se leen las netas del cabild
J de Buenos Aires de 1810, se puede comprobar que en ios pueblos de 1:
Banda Oriental que se .sublevaron con Artigas Injusticia era admires
trada por los alcaldes de hermandad nombrados por el cabildo porteií
y no por el de Montevideo. El movimiento artiguista fue, pues, un¡
./ a,‘ M. Moren», “"A quien rol ruvierU; le soto-irania", Gaa-tn de Ruenns Airea, jueves IUde
agosto (le 18.10, míni. 1 1, |i. llií).
SOBKKANÍAS UN LUCI IA 179
'¿l Olido de Jim* Artigas a lo -Inula del ftiragimy del 7 de. dmambra de 1811, Archivo
(ieiicral de la Nación. Montevideo, fondo ex Archivo y M unco I lisfóneo, c u ja 8, c a r p e t a 2.
llüdem.
1111 Kl padrón en A. Bera/.n. Hl pueblo reunido y armado, Montevideo, 1967, pp. 48-51.
ISO UN [NCUftRTO NACIMIENTO
vi
SOIMKANIAS 15N MIOMA 183
rencia colonial fue sólo parcial, tuvo que ver esencialmente con los va*'
lores y las prácticas déla justicia local que, como sabemos, resultó lo máfí-
difícil de controlar por los gobiernos nacionales. <1 ,
La doble naturaleza de la tensión centro-periferia en las l'Opülilicas^
hispanoamericanas creó vínculos tortísimos en el liberalismo dt^cimonó*’
nico, e hií::o de él una especie de Jano biíronte: por un lado, modificó laí
ideología de una parte de las élites en sentido moderno, empujándolas a .
buscar un nuevo orden político. Por otro lado, abriendo nuevos espacio.^ •
de lilmrtarl a un conjunto muy diversificado de agentes colectivos, favores
ció también la inestabilidad política que, no obstante— y éste es el pun-.’
to más relevante— , se originó siempre dentro del cuadro constitucional.:
VI. LAS MUTACIONES DE LA IDENTIDAD
EN LA AMÉRICA HISPÁNICA
1.81»
ISO UN INCIKKTO NACIMIENTO
■' IHecioiituía lia la lengua castellana en <pie se extilitui el verdadero sentí*lo de las vo
ces, su natuniltuxt. y calidad, con las phrases o modos de hablar, tos proverbios n refranes,
y oirás fiwtd van wnientvs al ust) da la lengua..., Madlrid, 1.737; «ti. luctiimiini', Diccionario
de Autoridades, (¡rodos, Madrid, 1369, i, it, p. 644.
r>Partí la polisemia de nación y patria, cf. infrxt, M. Quijada, cap. Ix: “¿Qué nación?...”
LAS MUTACIONES 1JK LA IbliN TIIiA f) EN LAAMftlUOA HISPÁNICA 187
Éste «8 ol prowipuosto implícito de Itx ol.ru de ÜVic Uc.bsbuvm, Natíons and Natía-
nahsm stiicf' 17M). Irotinanim. Mylli, livality, Cambridge U n m xsitv Press, iggo en
dónele, precisamente, no se trata un absoluto de la formación de las naciónos hispano-
amencanas, que cundntn tan mal con un esquema cuUurnUsto.
188 UN INC] 10UTO NACI M JUNTO
4
régimen, v é a * nuestro trabaja "De la pnlitirn antigua a la política moderna. I,a revolu
ción de lo soberanía", en E-X. (juerm, A. Lempétiéto el al.. I ms cnpoelos /JtHilieox en /be-
ror.'.mún'cn, Amlng/hfliith’x y ¡¡rohltmiux. St'glm sviinxix. i <a-j-t Vinca, México, pp, lOÍM.'ia.
111 Dotados ambos tic jmdertHH jmitidiccionnies, fiscales, militaros, de gobierno político,
etcétera,
11 Est<>« grandes municipios castellanos son veicladL.Tiw señoríos colectivos, domina
dos |>or til ayuntamiento fia la eludí id capital, hn p a la b ra /n ovm.eia. no designa en ei
siglo xvii otra cosa t|ne las circunscripciones, sobre todo con contenido fiscal, do las ciu
dades con voto et) Corles. C/i t^lbiniri I lomínguez Ortiz, Inslkneioncx y suriedad cu la
Ex/>w>a ile los Aimlriax. ArÍel„Harce|ona, 1985, y M iguel ArLolti. Antiguo [{¿gimen y
ílevolucitin libeful, Madrid, T979.
,a Estas observaciones valen para las^nm * centrales tic las fililí.ih. La excepciones
más notables nrilo so encuentran —salvo [>l señorío tle C.loriésy el más tardío ducado de
Atlixco en Nueva España— en regiones perTÍéricn.-,. Allí subsistieron mucho tiempo las
encomiendas o se constituyeron, como en eln oi'tode México en el xvm grandes mayoraz
gos con privilegios jurisdiccionales. E s UiiUbidn en estas joma* donde tvita la mayor par
te tle las reducciones que pueden ser asimiladas n señorío» eclesiásticos.
I.,AS MUTACIONES DE DA IDENTIDAD EN LA AMERICA HISPÁNICA 191
1!l loren zo de SailtaVuna Bastillo, Gobio ¡ntUüeo <U\ Ion ¡tuchlm da España (1742),
reed. Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, Í979, cap. i, p. 1. Que la
frase citada sea seguida de otra en la que se añade que “De éstos se derivó tt los magis
trados y a los príncipes, sin cuyo imperio no puede sostenerse o! gobierno de los pueblos-8
no impido esa primera y lapidaria afirmación, reforzada poco después por la afirmación
“los príncipes lian dejado a Ion pueblos el gobierno político de los mismos’’.
H Cf. Marie-Clautie Cabos, Mémoire et twcidtunUion tilma les Andes. Guam n Poma
de Ayala et les influencié emvpéeiuies, LTlurmuttan, París,2000, 275 pp,
m UN INCIERTO NACIMIENTO
se dijo por los Reyes de Armas en altas voces las siguientes Palabras (silen
cio, silencio, silencio,oygan, o.ygan, oyga n, atiendan, atiendan, atiendan) I...1
y el señor solí-delegado recibió el Pendón de manos del Alférez Real y po
niéndose con él tas manos a la orill a del tablado clixo en voz alta: Por las
Españas, por México y por Muoxocingo El Señor Don Fernando séptimo
Nuestro Católico Monarca viva-vivn-viva— y enseguida en señal de rego
cijo se levantaron muchas voces de todo el concurso repitiendo lo misino.2'5
las Indias serán hasta el final como el último bastión de la antigua vi
sión plural de la Monarquía y de las antiguas concepciones pactistas,
muy atacadas ya por el absolutismo en la península.
Este viejo problema de la identidad política de América se ve incluso
reforzado en el siglo xvio por la manera nueva que tienen las élites pe
ninsulares de considerar a los reinos y provincias americanos como
“colonias”,2,1 es decir, como territorios que no existen más que para bene
ficio económico de su metrópoli e — implícitamente— carentes de derechos
políticos propios. Esta nueva visión implicaba igualmente que América
no dependía del rey, como los otros reinos, sino de una metrópoli, la
España peninsular... Que este vocabulario no fuera empleado en los
documentos oficiales, en los que seguían utilizándose las viejas apela
ciones de reinos y provincias, no era óbice para que el término enloman
— u otros equivalentes, como establecimientos— se utilizasen con fre
cuencia creciente, primero, en los documentos internos de lu alta admi
nistración de Madrid y en la correspondencia privada de los funciona
rios reales, y, en los últimos lustros del siglo xvtir, en la prensa y en los
. libros.
Todo ello provocó un descontento difuso en América por lo que con
llevaba de desigualdad pol ítica, descontento tanto mayor cuanto que el
peso humano y económico de ésta no hacía más que aumentar en el
seno de la Monarquía. La vieja identidad americana fundada en la rei
vindicación de la singularidad de los reinos americanos — de sus “ fue
ros y privilegios”— se expresa ahora en el rechazo do la condición polí
tica suhordjnada> implícita en su designación como colonias, y en una
reivindicación de igualdad con los reinos peninsulares. Cambio impor
tante, pues, pero que no fue de urgente actualidad hasta 1808, puesto
que tanto la España peninsular como la americana están sometidas a
un común “ absolutismo”.
dad europea del antiguo régimen, cada grupo humano, ya sea informa
o institucionalizado, elabora siempre por medios muy diversos una iden-J
tidad cultural. En el caso de los grupos familiares, y, sobre todo, de Ion
grandes linajes, dicha identidad se funda principalmente en la memo
ria, La obsesión por las genealogías — recuento de los antepasados y tío
su alcurnia, real o imaginaria— tan extendida entre los criollos, penií.
también, entre la nobleza india, es una manera de distinguirse de los.
grupos sociales considerados inferiores. Sin embargo, esa elaboración do.
la identidad no se limita a estos grupos; cada cuerpo —cofradías, gre*;
mios, corporaciones diversas— construye también la suya, en la que des-,
empeña a menudo un papel central la veneración de un santo patrón y.,
las fiestas y ceremonias que sirven para afirmar la cohesión del grupo,
Dentro de la multiplicidad de grupos que constituyen la sociedad déf
antiguo régimen, las identidades territoriales ocupan un lugar funda-
mental en la medida en que tienden a englobar a las demás, aunque si- .
gan existiendo otras, ligadas a los estamentos — nobleza, clero, peí tenen
cia a la república de los indios o a la de los españoles— , que sobrepasan
el ámbito territorial. Sin embargo, para el tema que nos ocupa ahora
son las identidades culturales territoriales las que conviene examinar.
En el nivel más elemental de la sociedad están las identidades locales
de los pueblos, villas y ciudades ■—e incluso de los barrios que existen a
veces en ellas— . Es ahí, en estas células de liase de la sociabilidad*
donde se construyen y expresan las identidades culturales más fuertes
y sentidas, fundadas en el afecto al suelo, a sus costumbres particulares,
al cuite de las santos patnmas y a sus imágenes; basadas también en una ■_
memoria compartida, tanto religiosa como profana. h
Identidades que se expresan de manera privilegiada en las ceremo- ...
nias públicas que por motivos religiosos o profanos reúnen a los dif'o- í
rentes cuerpos y estamentos y afirman la unidad do todos como partes de í
una misma comunidad. Aquí también, como en el cuso de las identida- ¿
des corporativas, el culto del santo patrón y la protección que éste otorga i;
a sus fíeles desempeñan un gran papel, sobre todo en los pueblos. En
localidades más importantes se añaden otras festividades múltiples.
En estas fiestas se mezclan íntimamente las manifestaciones religio
sas y profanas. Todas las localidades y, sobre todo, las ciudades, veneran
a su santo patrón, lloran al rey difunto y juran al nuevo rey, celebran las
bodas y cumpleaños de la familia real, reciben a un virrey o a un pre
lado, festejan la canonización de un nuevo santo . . . 25
2r>Cf., por ejemplo, Thoraaa Calvo, “ ‘ Sólo México es corte’; la íete liispaniiiue unimée
par le créolisme mexicain (1792-1740)”, en E X. Guerra ívomp.), Méinoires en devenir.
Améríque Latine. .vvr-.vx° siedes, Maítion de» Paya ibériques, Burdeos, 1904, y Carolo
I AS MUTACIONES D E i A IDENTIDAD EN J A AM fililCA IIISJ’ANU !A 199
La Muy Noble, Insigne, y siempre Leal Ciudad de Tlaxcala 1...1 dice: Que
entre las diversas gracias, honras y mercedes con queda Real Piedad de
nuestros Monavcas lia querido distinguirla en todo tiempo, se comprende la
de haberla declarado por primera y principal de osla América, según consta de
una de las Leyes del Ruyno
Tlaxcala desde el momento feliz de la gloriosa conquista de este basto
Imperio [,..lha savido conservar sujenltad y obediencia l...| que ha inclina
do el piadoso animo de nuestros solvíamos, pura enriquecerla de las exquisi
tas gracias y privilegios q ue no goza otra C íudad l,, ,|.
Serán enltnnibumni más ricun y tipa lentas, pemTIitxcsita, a pesar de sumi-
seria, a que le ha reducido la vicisitud de los tiempos, ella será riempra céle
bre en los fastos de América: cunaei'vurá el i i'nembm de Auxiliar y protectora
de la conquista de esto» lteynos 1 .. ,1 !¿1
tria, pero, ante todo, como en Europa, fueron elaborando una historia, y
sea religiosa o profana. Una historia religiosa en la que se exalta la espe...
cial providencia de Dios hacia cada comunidad, manifestada, sobre todo,',
por una especial protección de la Viigen bajo sus diferentes advocaciones
regionales o locales, o de los santos. Una historia profana, también, esi
crita o representada en fiestas y ceremonias, que poco a poco debía in
cluir a las civilizaciones precolombinas, tanto para dignificar al reino'
por la antigüedad de su pasado como para integrar en la misma unidad
a las dos “repúblicas”, la de los españoles y la de los indios. El pactisnio
suministraba aquí los instrumentos conceplunlert y simbólicos necesa
rios al hacer de la Conquista una tmnstatio r/riprni, origen de un nuevo
pacto fundador por el cual los reinos indígenas se incorporan, como lo
hicieron en su tiempo los reinos m usulmanes, a la Corona de Castilla.
En este sentido, el rey de España es el descendiente del Inca .29
Empresa ardua a pcaiur-de todo, en la que se podía privilegiar la gloria
de los vencedores o la dignidad de los vencid<w.:MTDe maneras diversas
y complejas, y aún en buena parte por estudiar, cada reino siguió su
propia vía. ha Nueva España, sobro todo, la religiosa, oscogiendo como
héroes más a los cvimgclixudorcs que a los conquistadores, y congre
gándose alrededor de la Virgen de Guadalupe.1" El virreinato del Perú
se inclinó simultáneamente por la continuidad con el imperio inca32 y
por la protección de Santa Rosa de Lima .33 Más tardíamente, y como
consecuencia del interés por la ciencia del xvni, se apela también a la
naturaleza y a la geografía3'’ y se elabora una geografía “patriótica”
que insiste en las riquezas y los dones con que la Naturaleza o la Pro
videncia han dotado a cada región.
,mPor eso, en las fiestas del ftirti mitini»), el papel del Inca está representado |n/r lo*
autoridades regias, cf. Curios K. Fspi nona Fernández de Córdoba, “I,n Mascarada del
inca: Una investigación sobre e[ Ten[td Político de [a Colonia", Miscelánea Histórica
Ecuatoriana, Quito, núm. 2, iiJH!l.
:,u Un Chile, la exultación de Jos vencidos, emi La Araucana de Alonso de Jíreilln, p,-o-
|kire¡ot>iüMt a les criollos un elemento esencial de su identidad.
í ' f David Brading, Loe orígenes del nactartalutrao mexicano. Era, México, 1968.
•” De ahi In im|x>rlmicia ile las gcneahigj.gi y de las utopías hispanoincnicns. Cf, so
bre «•hU» lemas. Maric-Diinielle Ik'inét»», Lineen tiv't polil¡une. Itidivie. Kutiíifeitc, Póiiiit
«« xix' «ice c, une, I’tirÍH. 1ÍW2, y, para la imnngmfín. Tq-cs.1 Oísbcrt, leaikigntfia y ¡nihm
ind(f{cnam:n el arte., La h a , 1980. f'uni los lenta ivasmexiconusen este misino registro,
cf. Anthony Pagdon, El imperiutisnm t'irjmQid y la- inuisimn'ifin política, Madrid, 1991,
caji,'lFn, n y ni. ^__ _ _
:|'Jf / . por ejemplo, jaira su popel eri tjuica, [Hade-Daniel Ir Domtilna u YvenFíaint-
OtmnCH, Jertumién.y llalút'intn. fínligiúny luJiiiman el Ecuador. tJtttl INHO, (juil;o, 1988.
;i 1(¡orno on lu F bjmíV.i peninsular, los periótUacm y las divcirsiis sociedailes eruditas
dedican un gran papel a esas descripciones gwgráfiáis*regionales. C f , por ejemplo, deán
Fierre ( ’lémeiU, El Mercurio Centono. i79tl-!7}lS, Ve rvni;rt-l borona lorien na. ['’ranktcirt-
Madrid, 1997,2 veis.
LAS MUTACIONES UK l,A IbKNTIOAO EN l,A AMl'Uilí ’A HISPANICA 21)1
El Com uario de Santiago del Río con los demás naturales se presenta a VSS
con sus personas, bienes y vidas para que les manden en quanto sea servicio
de nuestros Católicos Soberanos que supimos con dolor de nuestro corazón
haverlos engañado un traidor. Nunca el pueblo do Dios de Israel le pidió
algo a su Divina Mag. para mejor servirle que no mandase hasta a sus ange
les para exterminar a sus enemigos, y esto que no tenia una Nra Sra de
Guadalupe que vino cuando nuestros soberanos nos tragerou la Santa Fe
Católica, obligación que no pagaremos ni con mil vidas. Esperamos y obede
ceremos como líeles vasallos sus más obligados quanlas ordenes se sirvan
VSS imponernos y rogamos a nuestra Madre y Sra de Guadalupe por mies-
tros soberanos quo Dios nos gíie (guarde).36
L as m u t a c io n e s nií l a i í i w a u e v o l u u o n a iu a
Sí, lu jos míos, lu patria, lu amable patria, no es otra cosa que ht dulce unión
que atu u un ciudadano con otro por Los indisolubles vínculos do un misino
suelo, una misma lengua, unas propias leyes, una religión inmaculada, un
LAS MUTACIONES 1)15 I.A IDENTIDAD EN LA AMIÍ11KIA HISPÁNICA 200
gobierno, un Uey, un cuerpo, un espíritu, uim le, una esperanza, una cari
dad, un bautismo y un Dios, padre universal de todos I...I.42
Carta do doña TbrHKi María Joscln Miiklonndo » sus hijos, publicada en el Diario
de México, L xi, míin. 1460, K) de septiembre do 1H0!>, p. 20ft.
Sobre este tipo de püt.riiit.isnm, c/.‘ Uohnhuwm, N a ilo n » e l N tdíom t femó, pp. 67 y bs.
La colaboración so refiere ante lodo n lo península, y las vacilaciones sobre todo a
América.
*r. Cf., para más detalle, mientra obra M o d e r n id a d e m d ein m d en cia s. Knxayv»robre
¡ax ivmlucbiu!» liix)K-nie<i.s. da. eil., México, 2000.
206 UN INCIlílW) NACIMIENTO
Sontos hijos, sontos descendientes de los que hf»n di-namado su sangre por
adquirir estos nuevos dominios a la corona de España 1..,] Tan españoles
sontos como los descendientes de Don Eelayo i tan acreedores, por esta
razón, a las distinciones, privilegios i prerrogativas del resto de la nación
l...] con esta diferencia, si hai alguna, que nuestros padres, como se ha
dicho, por medio de indecibles trabajos i fatigas descubrieron, conquistaron i
poblaron para España este Nuevo Mundo.48
« £ r ,n i,o T o m ** de (tftmima..., p. 9.
•/- mtpra, cap. iv: “lil oca*» ño la Monarquía hispánico''.
2UA UN INCUMITO NACIMIENTO
¿Puede considerarse que la formación de estas juntas sea ya, como Iqjf
conmemorará después la mitología patria, el principio de la Indepen-í;
dunda y del nacimiento de nuevas naciones? Ibdo depende del sentido*
que se dé a las palabras. Si por independencia se entiende “un gobier^'.
no supremo independiente de los demás”, e I hecho es evidente, pero no,|í
suficiente, puesto que también las juntas españolas de 1808 habían
constituido el mismo tipo de gobierno. Ciertamente, la unidad de go- (
bienio de la Monarquía se ha roto, pero todo depende de que se conciba1,;?
esa ruptura como provisional o como definitiva; es decir, en último tér-¿
mino, de la manera de entender el conjunto de la Monarquía o de la \
nación. Aunque existan ya entonces entre los principales actores ame- ¡:
ricanos muchos partidarios de la ruptura definitiva, tal aspiración per- ;;
manece todavía en círculos privados, sin que pueda aún ser expuesta ■
públicamente. En efecto, el análisis de los documentos públicos mués- (,
tra que durante casi un año las juntas “independientes” no cesaron de ’l
presentarse como “conservadoras de los derechos de Fernando V il”, vis- ■!
to como su legít imo soberano, y, también, que la palabra nación siguió [
designando al conjunto de la Monarquía y no a los territor ios que ellas :
gobernaban ,'’11 ■>:
Aliara bien, a pesar de estas observaciones destinadas a evitar ana- <
cromamos ideológicos, es obvio que la nueva situación originaba pro
blemas de tan difícil solución que puede considerársele como un jalón
esencial en el proceso de redcfinición de las identidades americanas.
El no reconocimiento mutuo de los poderes americanos y f>eninsulai*es
provoca la guerra en América con la doble vertiente do guerra civil
entre americanos y do guerra “exterior” contra los peninsulares.
La guerra civil entre los americanos era la consecuencia inevitable
de la dispersión de la soberanía provocada por la desaparición de la
Junta Central.1*1 Cada reino, cada provincia, cada ciudad tuvo entonces
que definir autónomamente su posición ante el nuevo vacío del poder:
asumir la soberanía u obedecer al Consejo de Regencia. Curiosamente,
las regiones que poseían las identidades culturales más marcadas
(México o Perú), los viejos reinos, fueron las que escogieron la lealtad
al gobierno peninsular, mientras que las regiones periféricas, con iden
tidades culturales mucho menos elaboradas (Buenos Aires o Venezuela),
adoptaron la posición autonomista. Prueba lo anterior la no concordan
cia entre un a fuerte identidad cultural y la búsqueda do la soberanía.
La explicación de esta paradoja reside en la mucho mayor cohesión
'i] Ln cronología de la desaparición do este sentido global de la nación os variable
según las regiones y representa un hito fundamental en el proceso de ruptura.
61 C'/l para este toma,Mí/mi, Anninn, cap. v: “Soberanías en lurliu".
LAS MUTACIONES 1)15 l,A IDENTIDAD EN LA AMÉIÜC1A HISPÁNICA Ü09
Torre Villar, La. ConstUuciiin de AixUzingdn y los emulares del listado nie.xlcano, unasj,
México. 1964, p, 178.
11:1 Lnx rcvdidoiifK de ñu* Ciiriirro multiplican durante el periodo: Londres, 1812; Bo
gotá, 1818; IHiClpla en 1822, México y dos ediciones en París en 1822, nluilcni.
u<l Para Jas etapas de esta evolución,e/1 Michéle Uaubard. L'imtinintiire pulhique de
l'indéjien danee chilienne: une éiittle nur tAurora de. Chile tlUÍS- IW ’IJ. U;«i& de maestría
<le lo Universidad de París I, 1988, }>p. 68 y ss.
<w Esta versión rupturistu i|u<¡ borra los tres siglos de la Colonia, muy presente en Iiik
iwrilns do HustaiVnitUi- desde los uiios 1812-1818, comí áte cotí ot ra Ventióil gnuiunlinta,
iiispirmla do lJv Priult, que presente le independencia como lejcinnncLp.trión del hijo Lie-
gado a Ui mayoría de edad.
I!li A pesar de este esfuerzo para dar a la nmericanidud una hase.quu jxidrlatnoslla
mar ¡ud’iye rusta, Cinu'lndu on la l'iiíilón rotórica de todos los que habían nacido un e] mismo
socio, era evidente que su principal rundamento no era étnico sino guipo vi [fui, piles les
criollos que la reivindicaban fundaban su identidad precisamente sobeo sll diferencia
con los indios y las castas.
I.AS MUTACION!® DIO LA IDENTIDAD 35N LAAMitlilCA HISPANICA ’i l;!
L a vmm-iL c o n s t iíu c c ió n d e n u d v a s “n a c io n e s ”
(i,< tón Luis Marinas Otero, Lttx CwMlittK'ioms de Venezuela, Mudrid, Iflfift, p, iy.tí.
/V'tn de Oribe V «n^i*_ Los ConstitueitMex de Colombia, Madrid. 15)77, i, p. 365-
70 Ibitlem. p, 366.
71 0<inütií.ucí<m de la república do fu n ja , 9 do diciembre de .1811, on l,a.i LVtfjntitiwin-
nes da Colombia, p. 392.
L/\í¿ MUTACIONES nt*¡ LA IDENTIDAD líN la AMKKICA HISPÁNICA ¡41íi
74 Cf-, sobre esta visión común a la mayoría d« los diputados americanos en las Cortea
Joaquín Varóla Suances-Caipegna, Lo teoría del listado en tos orígenes del constitucio
nalismo hispánico, (Las Cor tes de Cádiz), Madrid, 1983.
218 UN INCIERTO NACIMIKNTO
este sistema tenía grande analogía con el que había regido en América antes
déla constitución [...1 cada una de la.s grandes sea-iones de aquel continente
venía a ser como una monarquía separada, con todos los elementos necesa
rios para su régimen interior, a semejanza de los establecido» en España
para la monarquía toda y ahora loque se proponía era sólo reducir estos ele
mentos al orden representativo [. ..1.7C
C/,. sobro tísliis diputncione.s, N<4tie Lee Honson, La tli¡wl(w.ión provincial y <‘J jviln-
ralismo nit’xkttna, México, !.!)!>(>, y I liunnofc, „/>, c U., f)j>. 1IÍ4-]
7* Lucas Alemán, tUntaría. <h Mítcko <Ui4».m2>, tía ed., Jas. México, 1ÍJ72, |. v, j,p. 127
y s s „y p. ÜÍU.Liii>m|io,ik'irtn Juo Nniaeiitadn u lúa Corten, el ¡¿Sdejuniodo I«2L oU cxlo
déla proposición en Alnnmn, Historia..., Apéndices,documento ntim. 19.
77 Lo imlxirtiinto ikluí nosnn las Iunciones, esencialmente administrativas y no políli-
I.AS MUTACIONES OH LA IDEN TIDAD EN LA AMÉRICA HISPÁNICA 219
™ Allí está una de las rasónos que facilitarán el hacer de las nuevas naciónos las
“hijas” de la Revolución francesa.
80 En el Area grancolombiana, ,v en los dos 1Vrós, fueron los ejércitos de los libertado
res los que impusieron provisionalmente la unidad, mientras que el Itíode la Plata oscila
durante vnriun décadas entre gttrmiN en las que se enfrentan las aoherauias provincia
les e intentan lidíalos de anión entro los “pueblos”. C f. sobra estos temas, a»p(vj.unp. í¡,
"MiMlilíriicáiiHV-del pacto imperial", y ( Jemmeve Verdo, U'x "P/'nvi.iwcü /WrnwM’ f/« M i
de la Píala. Swti>t>rttiiielt: el repriUtuntalion potitique duna Hndépendutttia tifymtiiie
tesis da (indurada, Universidad de París l, 1999, 2 vals., 9013 pp,
81 K-su explica qut.» los límites territoriales de futuros Estados coincidan con diversas
circunscripciones administrativas <k> lo época colonial.
VIL DEL IMPERIO LUSOBRAS1LEÑO AL IMPERIO
DEL BRASIL (1789-1822)
^ Fernando A. Nováis. Portugal r Hrws'tl na crine (lo aiUíga duerna colonial., Hucltec,
Sao Pimío, 1981.
221
un inui ruto n a c im iu n ti i
*
colonia explotada y la metrópoli expoliadora, o como una consecuencia
f
natural de los anhelos de un pueblo subyugado en busca de su pi'opia so*
beranía. Al recurrir a vastas fuerzas impersonales que determinaban
la conducta de los actores, ambas corrientes apuntaban a una misma ló
gica explicativa, y ninguna de ellas supo plantear como un problema el
paso del imperio portugués al brasileño.
Dos estudios recientes, no obstante, dieron inicio a la revisión de este
marco, a partir de una asimilación más profunda de la dinámica del
antiguo régimen. O hn/u'iio hf.so-brasHeiro 1750-1822, publicación colee*
tiva coordinada por María Beatriz Nizza da Silva, aunque no se opon
ga directamente a los resultados alcanzados por la corriente a la que
Prado «Júnior dio origen, amplía la perspectiva, volviendo a insistir en los
factores políticos y culturales, y abre así nuevos horizontes de investi
gación / 1 Por otro lado, mediante un minucioso e innovador análisis de
las balanzas de comercio, en que se fundaron los estudios de Fernando
Nováis y sus seguidores, el investigador portugués Manuel Valentón F.
Alexandre, con una tesis presentada «n 1988, hace indispensable una
reevaluacién radical de las ideas vigentes acerca del funcionamiento
del Impel ió portugués y su disgregación/'
La,s páginas siguientes, al situar las últimas décadas del Imperio luso-
brasileño, procuran precisamente tener en cuenta las contribuciones
que esas nuevas leon as nos ofrecen. De este modo, en relación con una
perspectiva globalizante, derivada de las ciencias sociales, en ia cual el
destino de los individuos está previamente establecido a partir de una
perspectiva Ideológica, estas |)ág¡nas ofrecen una alternativa en la que
d futuro surge como potencialidad, enmarcada por los acontecimien
tos, pero elaborada, a cada momento, por los personajes y tendencias
dominantes — inclusive las de larga duración— en el tablero de la polí
tica. Kn suma, al caracterizar la trayectoria que los agentes concretos
doíinieron, con su actuación cotidiana, para dar origen al Brasil como
país independiente en 1822, este texto pretende, con un punto de vista
más histórico, considerar el periodo como un problema.
t
c
DEL, IMPERIO UíSO UHASILEÑO AL IMPERIO DEL ÍUÍASIL 227
lt; Luís do» Santo» Vilhtmn.A tiahiu no sécula xviu, 2“ ixi., (lupu&, Bahía, I9(i9,3 vals., y
Revinki do Inatfloto Ifistóricae Gcogtxiftro tirasileiro. Río do Janeiro. 65 ( I), pp. 275-335;
19<fó, pp. 291-292.
DHL 1MPEKIO LU.SOHKASIhKÑO Al. IMinSKln |)KL BRASIL ü:)l
Cuando el habitante do los campos y ele las breñas sea filósofo, cuantía el filó
sofo sea habitante! de las breñas y do los campos, so habrá encontrado el hom
bre adecuado para la gran empresa del descubrimiento de la naturaleza y de
sus tesoros*, el ministro do la religión, el párroco de los campos y de las breñas,
sabio e instruido en las ciencias naturales, ese es el hombre que se desea.18
Iliilmuin, Niieionol. Silo .Punió, líKili, (>. 212. Of. también G. I.’ Noves, O MHniuttrío tic
(Hindú: «(¿wufñu, cultura <•l>t>líl¡fa ntut tcinjXM mothrnnx, Ivais tle mueutii.i pi’osentucla
en la Univevsidaiie I'Vderal PlimiiiHm.su, Niterói, 1984,2 vola., iniineonja(imla.
19 Jiinn Lilia Liaban, Cühuñtte palilim: Icr nos finai* do Autijjo Rcginu’, inio, Lisboa,
1991, eslioei.il oionto pn. 73-83.
D15L IMPERIO 1.USOBKASILKN0AL lMI'lilUO OKI, BRASIL
2ÜApitd José L. Cardos», OpenxanituUo ecMiáituvoen Portugal nos jiña do sik tdi> xvm,
Estampa, Lisboa, 1989, p. 186.
234 UN INClItllTO NACIMIENTO
Bha s il e n 1808
■-’ 1 M.V, f. Alcxiuultxi,OhxwUdtw.. pp, 147-164 y, pura la inunción (interior, pp, 14 1-130,
M Cf. II. Ornhnm, PatnmiWt andpnUtiet in Ni/ietmUh-Cvuluty tírazit, Kl imliird Uní-
v em ly Prosa, Htnnlbril, 15)90. C/. también L. Costa Lima, “Naturulezn o liíatrtriii nos tró
picos", en O i m lm k do ititnuirmriti, HruRlienae, Sao Paulo, 15)84, pp. 130-157.
Dlil, IMI'GHIO I.USolUUSIIJf.NOAL IMIMSKIO LUI, BRASIL, 2.%
11,1 (!/'■ J. J. tía 0. de Azcredo Cni.il.inhn, ínicirma<;ao de 12 tío Mwvo do I8(K!, Anexo H,
{i 'rbiuffrixidu Famldade de iiilmiH'úi) da Universidadíiib' Hila l'tm/a. micrn{ihx¿s. rollo 12.
Cfi Ijunbtfn L. de Mello c Botina, Ikndansiftcadosdaoura, (¡riml, Itío do .Janeiro, 1982.
“ (.lientos de un per Antojo <|ue viven luyo su m ism o lecho. IN. dol TI
DEL IMPRUIO LUSOBRASILKNO AL IMBUIDO DEL BRASIL 297
28 Peter Laslett, O inundo (fue nós perdemos. Cosmos. Lisboa, 1975, pp. 47-85. Cf. tam
bién P. Moraüi, “Listudanlcíi (la Urtiveraidade Je ( ’ oiinhra imsctdos no Brasil”, Bras ilia,
Coimbru, 4-(suplemento), pp, 1-599, 1944 y K. M. tío Mattoso, “Aa rcla^áes soduifi”, en
Bullía: a ciduda r si'it- nirrcmlu no sáculo xtx, llueiLoc/sMr'.o, Sao l’uulo/Sulvndor, 1978,
pp. 201- 2 : 18.
27 Lucia M, Bustos y (¡, P. Nevos, “Comercio (le libros e censura de jdéiais: a utividnde
dos livreirus fraileóse» no Brasil e a vigilando da Mesa do Desembargo do Pato (1795-
1822)”, Ler Historia, 28, Lisboa, pp. 61-78,1992.Cf. igualmente M. B. Nizza da Siva, Cul
tura lio Brasil (-olóitui. Vok.'r Petrópolis.1981.
338 UN INCIERTO NACIMI.I.3NTO
Yo ya no puedo estar todos los días respondiendo a los cabildos, como si fue
se una disputa de verduleras (...]; todas las cosas aquí se hacen por casuali
dad, porque no hay sistema en cosa alguna y lo peor es que los Cabildos no
quieren que se Ies dé ninguna providencia, porque d icen que esto atenta a
sus privilegios, cuando todos saben que solo defienden sus intereses y los de
sus amigos [..,] Vuesas Mercedes y todo el mundo saben que estas doctrinas
de que nada str puede hacer con respecto a los pueblos sin que los pueblos
quieran, ha sido un engaño con el que los Egoístas enemigos del bien púb li
co han arruinado todo el orden social y hecho de los miserables pueblos el
instrumento de su misma destrucción.:i08
88 C f . «I. Marcado, /'Vid Manuel do Cenáculo Vitas Bous, Fund. Calou$te Cullu-nkiai»,
Paría. 1978; J. R. do A khivaI Lapa, Liaro de visitando do Santo Oficio da inr/uisiyño ao
estado do Gráo-Pará: l7ti'.Rt7C&. V imos, Petrópolis, 1978; José Refe, A m orte ó tuna fiesta,
Companhia das Letra», Sao Paulo, .1991.
asl Joao Capistrano do Abren, “Trés soculos.,,”, p. 212.
80 Parecer do láspo de Pernambuco sobre o procedí monto das Cámaras, 13 fevereiro
1802. B i b l i o t e c a N a c i o n a l d o R i o d e J a n e i r o , S e p t o d e M a n u s c r i t o s , 7 , 4, 57, iiúiri. 1. C f. tam
bién AL Cardóse, ‘'Don .l o s é Joaquim de Cunha de Azeredo Continúo, Governador ¡uterino
e hispo de Pernambuco, 1798-1.802”, H e r i r l a do I n s t i t u t o H i s t ó r i c o e G e o g r á f i c o B r a s i l d r o ,
Itl» de Janeiro, 282, pp. 3-45, onero-mam> de 1989.
DEL IMPERIO LUSOBRASILEÑO AL IMPERIO DEL BRASIL 239
dios que pueden ser así carácter izados, dos no tienen ninguna signifi
catión. La llamada Conjura Carioca de 1794 no pasó de ser el efecto qi;
la colonia del temor a los jacobinos que se tenía en la metrópoli de#
pues de la Revolución francesa con la prisión de algunos individué
ilustrados que se reunían para debatir acerca de los acontecimiento^
de Europa y de las ideas en boga. La Conjura dos Suassunas en Pernann
buco (1801), a su vez, se reveló tan poco importante que ni la corona llevó
adelante el proceso. De otra naturaleza fue la Inconfidencia Minera de
1789, en la que se discutió, a pesar de la fragilidad de su organización
militar, la proclamación de una república y la independencia de Portu
gal. Con todo, en el movimiento estaba comprometido un grupo bastan
te reducido, ligado a la élite económica local, endeudada con la crisis
de la minería, y aunque sea un indicador de que era posible pensar, en
la colonia, en el rompimiento con la metrópoli, es muy poco probable que
expresara los sentimientos dominantes de la población. De la misma
forma, sí la Inconfidencia de Bahía de 1798, la llamada Conjura$ao
dosAJ.faiates, os muy significativa de la desesperación en que vivían los
estratos más humildes de la población, especialmente cuando adquirían
algún barniz cultural que les permitía expresa]' su propia condición,
no por ello presentó programa alguno concreto ni contó con el apoyo de
sectores más vastos,1!;t
En realidad, con baria mente a lo que suponía la historiografía tradi
cional, es cada vez más diíícil analizar esos movimientos como una crisis
del sistema colonial. Desde el ángulo del comercio atlántico, la obliga
toriedad de lu exclusiva metropolitana no implicaba un régimen de flo
tas o de puertos únicos, a no ser por razones de seguridad en periodos de
guerra. Además de Río de Janeiro y Salvador (Bahía), Reclfe (Pernam-
buco),Sáo Luís y Bclém do Paró mantenían contactos importantes con
los puertos portugueses, jiero, excepto los dos últimos, también tenían
contacto con la costa de África, en el marco del tráfico de esclavas, ade
más de que servían de escala en la ruta de Asia. La fuente más accesi
ble para el análisis de ese movimiento mercantil son las balanzas de
comercio, de las que se conoce una serie casi completa a partir de 1796.
Sin embargo, según el autor de Os sentidas do imperio, los estudios
realizados sobre ellas no han sido sensibles a la semántica histórica ni
a la lógica par tica lar que presidió a su sistematización. Así, por ejem
plo, en el rubro general muntimentos, entraban, en realidad tanto los
géneros importados de .Hampa — por ejemplo la harina “del norte” y
,3;1 C¡', (í. P, Nevos, “Ualiín, 171)8: lino Indure colonista d e Ir Révolul.ioa l'Ymiuuüo", en
M Vovt‘lle((lii\). L'inw/S' de tu Húvuhtütm Fmnyalse, Pergfunun. París, líiSf). pp, 400-40!),
y K. R. JV) uxwoll. Con/tidn und Cambridge Universit.y P rtm ( ¡ambridgi-, |!)7,'i.
DEL IMPEUIO I.USOHKASlI.Hf-JO AI, IMPERIO 1)EI, BRASIL 241
lo» productos lácteos— como los que eran la base de la economía portu
guesa: el vino o aceite; en un mismo rubro —como “hilados”— se contaba
tanto la materia prima como el producto acabado; el rubro “productos
de las fábricas del reino” no englobaba todos los productos manufac
turados portugueses, que figuraban también en otros. Al ignorar esas
y otras peculiaridades, acabó escamoteándose el peso respectivo de
cada uno de los dos papeles desempeñados por la metrópoli, es decir:
servir de almacén a productos ajenos, o ser exportadora de bienes pro
ducidos en Portugal, apenas se insistió en el primero. Por otro lado,
también hizo imposible una evaluación precisa del peso de Brasil en el
conjunto del Imperio.
Para Valentín! Alexandre, las exfxirtuciones portuguesas de productos
industriales y víveres para el Brasil, 00% de las cuales correspondían
a Lisboa, crecieron durante lu mayor parte del periodo de 1796 a 1807, a
pesar de que los primeros habían presentado síntomas de malestar en
1805 y una recesión general en 1,800)* 1807. En sentido inverso, de 1796
a 1799, correspondía a Bah ía lu mayor parto del valor de los productos
remitidos (36,8%, contra 27.2% de Úío, 22.6% de Pernambuco, 9.6% de
Maranhao y apenas 4% de Pará), mientras (pie, de 1804 a 1807, Per
nambuco asume el liderazgo, con un 27.4%, mientras que Bahía retro
cede a 27.1%) y Río a 26.8%, quedando Maranháo en 18.9% y Paró en
5.1%. Esa modificación de las posiciones es consecuencia de la baja de
los precios del azúcar y del tabaco, más que compensada, sin embargo,
en algunos casos, por el alza de los cueros, del café, de las cantidades de
arrozy, sobre todo, por la valorización del algodón, lo que muestra el peso
de cada género en la economía de las diferentes regiones.
Tradicionalmente se creía que Brasil, en ese periodo, tendió a tener
superávits en relación con la metrópoli, con saldos crecientes acumula
dos a su favor a partir de 1800, lo que denotaría la crisis del sistema
colonial. Con todo, eso sólo se podría verificar si todas las remesas de
metal precioso fueran contabilizadas como operaciones autónomas, o
sea, como remesas que no se destinaban a cubrir el déficit resultante
del saldo comercial. Valentím Alexandre, al contrario, argumenta, de
manera convincente, que la mayor parte de las remesas de metal pre
cioso del periodo, registradas en las balanzas, se referían exclusiva
mente a los particulares, consistiendo el resto en pesos españoles, car
gados en los navios que se dirigían a Asia. So articulaban así, “dos
circuitos mercantiles: el que ligaba Río de Janeiro a las colonias espa
ñolas de América, por el contrabando en Buenos Aires, fuente de pesos y
otro, triangular, que ponía la plaza de Lisboa en contacto con la India
y la China, a través de Brasil |...]”.
'¿y¿ UN INClUKTQ NAC'lMlliNTO
Iifibían dado origen a un proceso curioso que María Odila da Silva l)ias,
c on mucha propiedad, denominó “interiorización de la metrópoli"
I,a saciedad que se había ['orinado durante los tros siglos de colonización no
tenía otra alternativa al finalizar el siglo xvm sino ia de transformarse en
metrópoli a fin de mantener la continuidad de su estructura política, admi
nistrativa, económica y social. Fue lo que los acontecimientos europeos, la
presión inglesa y el regreso de la Corte hici eron posible.38
41 Pinheiro Ferreira, oP . vil., |>. 569. Para Jas citas siguientes,cf tbidem, pp. 585,603 y
823, respectivamente. Cf también K tbmvtier,‘'Eepace social et íntngúmire sociables in-
tellectuels frustré» no xvn »MH.'V,vAmu<hv. Ecotunnieu, SocüHés, Cidtóutions, París,37 t‘¿),
pp. 389-400, marzo-abril de 1982.
250 UN INCUEJÍTO NACIMIENTO
<¡ü Schmilt, O amceild <in}mtUkn, trad. de A. I,. M. Valla, Vozos, 1Acrópolis, 1932.
ím IMIMú<lOI,USOBlé\SlLEÑOAl, IMI’KIUO DKI, BRASIL 251
G a MIIIOW KN I .A A W K A LN'l'KItSAt'loNAL
253
" f i-l UN INCllíH'l'O NAOJMIUNTO
4 .Julia II, l’arry, 'Trtttie antf Dominion, The Et tropean Oversea limpirre in llie Eipht-
eenth Ccntnry, Wt'klenídd mui Nimlaiai, I¿metros, 1971, pp. Ot-lOÍJ; O. II. Ndsnn, “Gnu-
truband Trado iiiidur l.lu-i Asienlo (,l.7;l0-:l7ít!))”, American Ifísloriettl. iiei.'irtti, 1.1: I (1949),
p p , 5 G-GV.
n Lu (kimmulri ilu eselnvoH ara tul <{uo duranle loa meses ea i|ue los bnukiicoo orara-
ron Calía, ea 17(12, vendieron 10 000 esclavos, Cf. P. líicbardKim, Empiro and Hltwny,
Harper & Itow. Nueva York, 1908, p. 19,
B Kmliuancl Hrandel, 7 '/ira Pirs/iri.üve ofWorld Civilization and CujiiUtiinnt in Uith•
7Hlh CruluO', I larper & Kovv, Nuevo York, 1979, p.261.
UNA DIFÍCIL ÍNKEKCIÓN EN EL U( INCIERTO DE LAS NACIONES 255
7 A pesar de las objeciones de Turgól, el (.•onde Charles Ventolines consideró que el ¡n-
lerés de ios reinos borbolles estaba en prolongar osa guerra para detenía1el expansionis
mo anglosajón. Fred Rippy. Lalin Americtt in World fítlilwn, Alfiw l A. Knopfi Nueva York.
1928, p 13; A. W_ Word y G. P. (iooch, The Camhrnlt'r líixtoiy af fíritisli Forvign Poliiy,
1783-1919, Cambridge Univcrsity Press, Cambridge. 1923. l. pp. 132-133.
x España trató de mediar entre los ciinLMidiouUwt, pero en abril do 1779, a pesar de su
aprehensión de que los americanos desplaxtirúmi n los europeos del hemisferio occiden
tal y del ejem plo que pudiera significnr poro sus posesiones, accedió a firmar una con
vención con Francia en la que nce| itabo participar en In guerra a condición de que no se
pactara la paz hasta que (¡¡limitar fuera recuperado. Fred Kippy.o/r. cit., pp. 12-13. Wiiliam
Kaufmann, La poíitiva britániea v Ut independencia de A tuertea Latina, 1804-1828, Uni-
versidad Central de Venezuela, Curaras, 19<>3, [i, t:l,
!l Loa Países Bajos se iiivokicraron, irrilados per lus l¡mil,oeioneH(lelas Actas de Nave
gación británicas, resistidas también por los pequeñon Estados come reíales y por Ca
talina de Rusia, que sostenían In doctrina i b l'msiu desde 1752 del derecho de los neu
trales a navegar libremente a lo lm'ij'o de las costas beligerantes ron mercancía que no
fuera contrabando. Ward y dandi, 7’/«: Conitirid/'c iiixlniy, i, p. 1.84.
L0 Félix Becker, “ Los tratados (lo amistad, comercio y navegación y la integración de los
estados independientes americanos en el sittemu internacional", en Inge Buisson, Gunther
Kahle. liaos Kenig y llorst PietHchmoon, La Ibriintrión del Rulado y la nación. enAméruu
Latina, Bohlau Vcrlag, Colonia /V irn o, 1984., pj>, 247-277,
25fi l.FN INCIELITO NACIMIENTO
de 1812 y libertad de comercio en la» colonias para tocias las naciones; rf “l'Wei n Office *Con-
fidcntinl Memorándum’, 20 de agosto de 1817", en Webster, flrilain..., n, pp. 352-358.
üü w illinm Spence ItoberLajii,“Metternich’s Attitude torvard Jtevolutions in Latín
America", Híspante American Histórica1 lievieur. xxi: 4 (1941), p. 538.
23 Webster, Briiam,,., i, p, ](i,y u, pp. 108-109.
tfl Nancy Níchol» liurlcer, 77tt> French Experimee in México, ÍH2I-I.86I: AHistory o f
Conxiaiú Misunderstandinif, Tile Uaiversity oi'Norlb Carolina Press, Chapel Hill, 1979,
'•* Oástlereagh le había «Augurado a Aclama: “Usted puede estar seguro de quo la
Gran 'Bretaña no tiene Intención ele aumentar sus posesiono» allí... los sudamericanos
deban someterse al gobierno do España como colonia», pues nosotros pensamos que tiene
el derecho de autoridad sobro ellas como madre patria, pero (|ue ñxtu debe permitir su
comercio con otras naciones”; cf. Memoírs o f John Quine y Adame Editad by Charles
Francia Adams, J. B. Leppincott y Co., Filadelfia, 1894, tu, pp. 290-292.
J
una porción tan grande del mundo no puede, por mucho tiempo, sin pertur
bar profundamente las relaciones entre la sociedad civilizada, continuar sin
unas relaciones reconocidas y fijas; pues el Estado que no puede ni por sus
consejos ni por las armas realírmar efectivamente sus propios derechos
sobro sus dependencias para ejercitar obediencia... debe, tarde o temprano,
estar preparada para ver que, de iraa u otra forma, usas relaciones fíe esta
blezcan, por la necesidad imperiosa del caso.aT
:n ‘‘Memoran clu ni on the Spanish Coloides of America”, 24 tle noviembre tle 1822;
r/.'Web«teiy/Jró<t<»..., vol, u, pp. 76-78.
:iil “Monioranduin oía Conferenco between the Prinee orPoliguac und Mr. Cunninff,
Mi*j fin» Thui'Hiluy. October 9th> and Concluded Sunday, October 12th, 1826", en Wcbater,
Uritaüi..., u, lip, I l,T-.: 20.
iHlí Puní 13, Uiicidwúi.‘‘íriit¡atinS tJniled States Rolations wit.li Arpentinn”, un T. Kny
Hlmrbutt, ftnitvit SkUen-Laiiti American lle.latuma, 1800- iSSO, The Univei'Hity of Alalm-
mu IVesn, TuHculooHa, 1991, pp. 113.116,
,u' Miiekii ! n Cunninm, 28 de noviembre de 1822, Public Record Office, IjntjdrftigJán'eitfn
Office 611(México), exp. 1,1-3. En adelante, PO 5Ó.
1,1 Canning a I Tinvoy (1 y 2, secreto), 10 de octubre de 1923, en Welutrh-, Jiritciin..., i,
pp. 2,33-4; 38.
UNA DlfíCIL INSERCIÓN l'',N 101, CONCIERTO I)l< LAS NACIONES 263
i
•294 U N IN C H -I It T O N A C I M I E N T O
I
266 UN INCIERTO NACI MIENTO
jura propio posee oí dísredio de nombrar obispos, es así en razón de los privile-tj
gios rvciliidoK do la Satlta Sede... así pues, prevale el derecho de la Santa)
Sede; poique la imposib ilidad doj ejercicio de dichos privilegios redunda ensu;
propio daño |y)... si el ius patronato no se ejercita dentro del término pres-:
erito regresa a la potestad ordinaria.05
T r a t a d o s í’ a k a u ik iu la k L a u b i c u t a d nt: c o .m k r c io
L a .S HEJ,ACIONI3S INTEUAMEIÍIOANAS
74 Citarlo ik-Carlos A. Villumiovn, "I'Wnmido VII y los miovos Ií u U u Iok ” , en Luis OJuívoz
Orozco,Historia de Mé.xwi, IHOS-Jfi.'Hi. Ediciones de Cultura Popular, México, 1970, p, 412.
715Oriutn Kokliin Oqucndo. fxtx relacione* entre México y Colombia. ¡8 1 0 . I8fí2, Socnv
taría de Relaciones Exteriores, México. 1974, P. 39.
UNA DIFÍCIL INSERCIÓN EN 101, CONCIERTO Olí LAS NACIONES 273
L a s amenazas b x t r a n . iu ir a .s
del cónsul en Veracruz en 1832 y del <le Tampico en 1838 en las robellones.La* del vico-
cónsul en San Blas, rico hacendado, comerciante e industria], que defendió abiertamente
el contrabando, y la clel comerciante-usurero, cónsul en México en la década de 1840, se
pueden inferir. Vázquez, México y el mundo, u.pp. 122-123.
UD L. A. Clnyton, “Steps o f Considerable Uelícncy: Eariy Relatums with Pera”, en
Sliiivbuü, United States.. , p. 47.
M Como ejemplo esté el cuso de un asalto a una mina. El ministro en México pidió
instrucciones ai conde d e Aben leen y éste le contestó que no parecía procedente que el
gobierno de su majestad tuviera derecho a exigir una indemnización del gobier no, pues
era claro que había sido cometido por una banda de ladronea. Abérdeen a Pakenham, 4
de marzo de 1836, FO r»(>,52.15-17.
278 UN JNCIIÍKTO NACIMIENTO
i,a Almiciintly a la látnngn Office, 20 (le julio tic 1844, FO 5 0 .174 ,0 -7; M cO og or a la
Korcign Olí íce, 17 (le agosto de 1844, PO Í50,182, 29-30.
(luodwin, Tnitíatmg United States...”, pp. 107-112.
UNA DIFÍCIL INSERCIÓN EN El, CONCIERTO DE LAS NACIONES 271)
una guerra entre Gran Bretaña y los Estados Unidos por Oregon, sí
esfuma cuando llegaron a un acuerdo, (irán Bretaña sólo ofreció su “tn|
terposición”90 y apoyó, como Francia, el proyecto monarquista español.*'1!
Tanto México como los Estados Unidos quisieron evitar la guerra. E|
primero, consciente de su debilidad, y el presidente James Polk, ante i
temor de que la guerra azuzara las tensiones regionales. Polk recurrid
al soborno al exiliado Santa Anua, pasando por explorar la alianza roí
el clero o la oferta de compra del territorio a través del envío de un comi|
sionado. Todo fracasó y Polk, impaciente, ordenó al general Zachary Tayloi|
avanzar hacia el río Bravo, territorio mexicano o, en el peor de los casos¿
en disputa. Al recibir noticia de un incidente sangriento en el Bravojí
Polk declaró la guerra y acusó a México de haberla provocado. s
El gobierno norteamericano estaba listo para la guerra. De inmediato!
se destacaron otros tres ejércitos para invadir por el norte y enviarle re-4
fuerzos a Taylor. Después se preparó otro para seguir la “ruta de Cor-s^
tés” de Veracruz a la capital. A las flotas del Golfo y del Pacífico se leaj
ratificaron las órdenes de bloqueo y que apoyaran intentos secesionis- í
tas, Se autorizó que Santa Anna cruzara el bloqueo, pero traicionó sus *
esperanzas al dedicarse a organizar la defensa. Un ejército de voluntar,
ríos con armamento obsoleto, sin entrenamiento, sin servicio de sanidad'^
e intendencia se enfrentó a uno disciplinado, provisto de armas modera>|
ñas y de todo lo necesario, lo que convirtió a la guerra en una carnicería.
En enero de 1847 se había consolidado la conquista de Nuevo México y <
California y la capital de la república era ocupada el 14 de septiembre.
México pareció desmoronarse, mientras el paroxismo del “destino ma
nifiesto” clamaba por anexarse todo el territorio.
El comisionado norteamericano, Nicholas Trist, recibió órdenes de
regresar a Washington para nuevas instrucciones, pero decidió quedar
se y firmar la paz, apegado a las órdenes originales que exigían toda
California y Nuevo México. El Tratado de Guadalupe se firmó el 2 de
febrero de 1848 y garantizaba los derechos de los mexicanos en los te-
rritorios perdidos. El artículo XI comprometía a los Estados Unidos a
impedir las invasiones indígenas, pero, al igual que las garantías a los
sibn en “el seno del gabinete y rogar a S, M, que presida un día el Consejo de Ministros,
rogandu asista ti. M. la Keyna Madre, pues se ha de tratar de una Hiimstirtn, si bien de
Estado..,, de la familia”, Pero sus escrúpulos no fueron compartidos por el Onusto-y sí
se puso en práctica. Memorándum del Presidente del Consejo de Ministros para S. M.,24 de
febrero, 1846, Archivo Histórico Nacional (aun ), Madrid, Estado, 5869, n.úm, 3.
ys Aberdeen a Bankhead, I o de octubre de 1845, FO 50, 182, 88-91
!n Francisco Martínez de la Rosa al claque de Sotomayor, Confidencial, 7 de febrero de
1846. FO 72 (España), 71.1,, 823; H. L. Bulwer a Aberdeen, Madrid, 28 de lebrero, 1.846,
FO 72, 696, 151 -154; Lord Cowley a Aberdeen, 27 de lebrero de 1846, FO 27 (Francia),
149. núm. 57.
UNA D1F ÍCO. INSERCIÓN EN EL CONCIERTO DE LAS NACIONES 283
A M A N E R A DE líVÍLOCiO
98 Citado por l'Yanklin W. Kniídit, “The State o f Soveriffttty and the SovereiKoty o f
States” , en Alfrod títcpnn, Amárteos. Naw IntaiytrctatiM! Essiiyn, Oxford U n iw ndty
Press, Nueva York, 1992. p. 20.
T ercera Parte
M u n id a Q u ij a d a
Consejo Superior do
Investigaciones Científicas
D urante las pkimkkak d ticia das del siglo xix, los dominios españoles en
A mélica se desmembraron y en el proceso de conformación de las nue
vas unidades políticas independientes actuaron dos claves fundaciona
les: por un lado, una voluntad de ruptura (con el antiguo régimen, con la
Corona de España); por otro, su inscripción consciente en el paradigma
¡lustrado del Progreso. Ui combinación de ambas llevó a preferir un mo
delo de organización sociopolítica coincidente con el que un segmento
significativo del pensamiento ilustrado y el ejemplo de las dos grandes
involuciones que precedieron a la emancipación hispanoamericana, ha
bían señalado como el más deseable y apropiado para garantizar el cum
plimiento de aquel paradigma: el Estado-nación fundado en la sobera
nía popular.
La acción emancipadora va asociada así a una nueva imagen de la so
ciedad política, imagen que tuvo como rasgos distintivos el sentimiento
republicano y la búsqueda de bases jurídicas que garantizaran la cons
trucción de un listado territorialmente unificado, idealmente moderno
y orientado hacia el progreso, sobre bases idealmente representativas,
cuya fuente última de legitimación era la nación soberana.1 De tal ma
nera, en la confluencia de aquellos tres conceptos —Estado, nación y
soberanía— , los hispanoamericanos legitimaron sus guerras de inde
pendencia apelando al derecho de restitución de la soberanía a la na
ción, y trasladando a esta última la lealtad colectiva, basta entonces
depositada en la autoridad dinástica.
Pero esta lealtad a la nación, fuente y elemento legitimador del poder
del Estado, era un planteamiento teóri co que de ninguna manera contri-
i
* Este -texto fue publicado en I'.-X. Guerra y M. Quijada (coords.),ímépina.r la muñón,
Cuadernos de Historia Lalimiatnerkuna, núra-2,1994.
1 J. L. Romero, “Prólogo” a Pen.ua miento p olítico de tu emancipación (1790-1825),
Biblioteca Ayacueho, Carneas, 1977, pp, 3x.-xr.in.
287
28 B UNA NU15VA IDUNTltlADCOI-KCTIVA
ceso francés.3 Elegiremos esa senda snñalndu por Monguió para co
menzar nuestro análisis, porque en la utilización por los independen-
listas de los términos mencionados asoman algunas de las claves que
permearían los procesos de construcción nacional hispanoamericanos
durante el siguiente centenio.
Es sabido que en el discurso de la Independencia, y en los sentimien
tos colectivos que ella movilizó, el término clave no fue tanto el de na
ción como el de patria. Dos pautas fundamentales subyacen a esta pre
ferencia: una práctica común y secular de identificación comunitaria, y
una connotación político-ideológica de acuñación moderna.
En el primer caso, es significativo que frente al concepto más ambi
guo y cambiante de “nación” — como veremos más adelante— el de
“patria” tenga una connotación precisa que se mantiene casi inmutable
a lo largo de la edad moderna, y que es recogida como tal por los distin-
to s diccionarios de la lengua española: “ Lu tierra donde uno ha nacido”
Kitwgjirubias, l f i l l ); “El lugar, ciudad o País en que se ha nacido” (Dic•
t urtutrio de Autoridades, 1726); “El país en que uno ha nacido” (Diccio-
■ Haría de Terreros y Pando, 1787). Ya en 1490, el Universal vocabulario
en Latín y en Romance de A Himno de l'nlcnciii recogía esta acepción del
término patria, y le incorporaba además una rHcraicin al sentimiento
de lealtad por ella suscitado: “Se llama ser común de todos los que en
ella nasi¿en. Por ende deuo se aun prefinir al propio padre, porque es mas
universal. Et mucho mas durable”.
Patria, aparece así, en la tradición hispánica, como una lealtad “filial”,)
localizada y territorializada, y por ello más fácilmente instruinentali-
zable en un momento de ruptura de un orden secular, de lo que permite
la pol ¡valencia del concepto de “nación”. La lealtad a la patria, a la tierra
donde se ha nacido, no es discutible; por añadidura, a diferencia de la
“comunidad imaginada” de la que habla Anderson,10 la patria es inme
diata y corporizabie en el entorno de lo conocido.
Pero hay una segunda pauta que subyace a la utilización preferente
del término: la identificación creciente, desde finales del siglo xvii , del
término patria con la idea de libertad; “no hay patria bajo el despotis
mo”, afirmaba La Bruyere un 1688." Como ha señalado J. Godechot, las
palabras patriota y ptttríoiismn fueron evocando cada vez más el amor
a la libertad, y patria se,aplicó a la tierra de hombres libres y por tanto
27 Decreto Constitucional pura ¡ti libertad de América dictado por el Congreso de An¡í.
huac en Apntóngáu, 22 de octubre de 1814:, en ftmsambntopolítico. .., voL n, p. 60.
Camilo Henríquoz, en Proclama (1811), val. i, p. 221.
** Camilo Hennque/,, escrito aparecido en ha Aurora. .Santiago (1812), p. 284.
an Otro ejemplo tem pranode este fenómeno aparece en un escrito de Mariano Moreno -
publícadoen tjet Gaceta de Buenos Aires en 1810: “Puedc-m pues estas provincias obrar ¡mr
oí solas su Constitución y arreglo; deben hacerlo, porque la naturalezn misma les im pre
fijado esta conducta, on Iuh producciones y límites de sus respectivos territorios; y todo :
empobo que los desvíe de este camino es un lazo con que se pretende paralizar el cntn- i
siasmo de los pueblos, hasta legrar ocasión de darle un nuevo señor*'. Si¿ji iíreutivnmente; '
el temor a un nuevo despotismo na hace referencia a un invasor externo, sino n un su-
puesto peligro que podría provenir riel propio ámbito americano: “Es una quimera preten
der que todos lus Amérims españolas lo m e n un solo Estado ¿Cómo concillaríamos 1
nuestros inleresos con los del reino de México? Con nada menos se contentaría éste, que
con tener oslas provincias en clase de colonias.. (Mariano Moreno, Sobre las miras del
Congreso para reunirse, val. I, p. 28:!),
DINÁMICAS Y DICOTOMÍAS DE LA NACIÓN 297
ñas de identidad local en las élites criolla.s de los virreinatos. Por otra
parte, desde una perspectiva distinta, un trabajo reciente de Suljingtlf
Alberro ha señalado la importancia de tomar en cuenta los procesos du
aculturación de los españoles y la sociedad criolla a las culturas nativas.
y a las circunstancias del entorno americano.41 Con ello, Alberro ha in
troducido una perspectiva muy prometedora, que no sólo rompe el mor
nopolio sobre el concepto de “aculturación” usualmente ejercido por lo"
estudios centrados en las sociedades indígenas, sino que proporciona.,
una nueva dimensión para comprender los procesos de “localización”, y*
por ende de particular.! zación, de las formas de identidad que surgen,
después de la conquista;
Esas formas de identidad temprana no implican, desde luego, que la
nación existiera en el imaginario colectivo con anterioridad a la inde
pendencia, o que fuera el destino inevitable del proceso abierto jjor ésta.
No obstante, ellas ejercieron un papel no desdeñable como sustrato de
identificación colectiva — aunque segmentaria— cuya mayor o menor
presencia entre las élites criollas determinó en parte la precocidad y la,';
enjundia de los procesos de configuración del imaginario nacional a par
tir de la independencia. En el caso de la Nueva España, por ejemplo, es
bien conocido el surgimiento de una “ identidad criolla”, parcialmente
edificada sobre la apropiación y adaptación de simlmlos de la identidad
indígena por parte de la élite “española americana”, auténticos “éxitos”
desde la perspectiva identitaria que se proyectaron sobre el proceso de
construcción de la nación en el xix y primera mitad del xx.
Además de esas formas de identidad grupal como sustrato de la sin-
gularización —que por lo demás, sólo conocemos bien en el caso mexi
cano—,4a las propias connotaciones del concepto de “patria” a que nos he-
Particulurism’’, UuUvtin de íluslitiit Frttn^ais d’Etudes Andinak. vol. 18. núni. 2, 1989,
pp. 289-298.
" S. Alhorre, íe s ¡Cs/iaM/tols daos le Mexique coloidal. Ilis!oiré, d'unc nmiltiirufitin,
Armnnct Coliii, París, 1992.
lJ Los procesos de aculturación indígena han sido el objeto de numerosísimas investi
gaciones. Desdo una perspectiva de la configuración del imaginario, es particularmente
interesante la propuesta de C. Cnillnvet sobre lo que ella denomina “le role de In Restadle
colariink", en “ liiluel Espngnot, platique indienne, l’nccidentnlmation du monde andio
par le spoctncle tica inslitutions coloniales”, en Siniclurus e.t cultures des soeiétéH ihéro-
nménmiiia. c n i i s . Burdeos, 1990, pp. 25-42. Véase también en e l mismo vol timón S , ( ti' u -
zinski, “Gueri'o don imanas ot cnlunisutioii de rimagimiire dan» le Mexliíiu: colonial”,
pp. d,'1.52: y. del minino autor, La eoluidsation de 1’iirKiMinaiiv, Gallimnnl, París. 1988.
1‘i M caso dol Por ti estudiado por l). Bruding (The EirstAinnrii'u...) parecería no ña lar
que en líinliitON ajenos ni incxiatnu In construcción do ¡n identidad criolla fue nula IVag-
montaria y desarticulad», No obstante, la ausencia de estudios puntuales pura otras
íiruas aconseja no generalizar las conclusiones obtenidas tras estudiar el caso de loa dos
grandes virreinatos.
DINÁMICAS Y DICOTOMIAS DE LA NACION MOI
ñas de identidad locai ea las élites criollas do los virreinatos. Por otrtf
parte, desde una perspectiva distinta, un trabajo reciente de Solangg
Al borro ha señalado la importancia de tomar en cuenta los procesos fia
aculturación de los españoles y la sociedad criolla a las culturas nativos
y a las circunstancias del entorno americano.41 Con ello, Alberro ha iñ\
troducido una perspectiva muy prometedora, que no sólo rompe el mo
nopolio sobre el concepto de “ aculturación” usualmente ejercido por lnn
estudios centrados en las sociedades indígenas, sino que proporciona
una nueva dimensión para comprender los procesos de “localización”, y’
por ende de particularización, de las formas de identidad que surgen
después de la conquista.42 j ■
Parlículurism” , lltillrltn de 1'Instituí Frangís d’Eludes Amíincs, vol. 18, mim. 2, IHHH
pp. 2(19-298.
n S. Al Sor ix), Jm í ftV>oR«u/.x dáñele Mcxitpte colonial, llixtoire tl'tutv accnlturalion,
Aromad Colín. París. 1992.
1ju.s procesos do nculturaoión indígena lian sido o! objeto d e numerosísimas invosti-
gacionus. Desdo ana perspectiva de la configuración del imaginario, ea pm Üculurnu'nto
interoannte ía propuesta do C. (búliuvot Bobre lo que ellu denomina “le ríilu de lu Kestuello
coloniale’ , en “Kiluel Espagiiol, prntique iiidioimc. i’occidentulisaüoii du monde «udiii
par io Hpeclactu don institutinns coloniales”, en Struclu/exel cnltu/vx rica xociMéx ibém-
amérirttiiir.. cni<m. Ilardeas, 1994), )*p. 25-42. Véase también en el mismo volumen S. (Int-
zinski. “ (inerre dos imuRi.fi e l colunisation de rimaginaii o duns k> Mcxique colon iar,
pp. 43-52; y, del mismo nulo)', La. colonisalían de l’imaginuire, (¿nllintunl. París, lí)B8.
-,:l El caso del Peni estudiado por D. Hradinií (The Fir.sf America...) ¡mi-em-íu ¿ituliiIni’
que en tlmhil.os líjenos al mexicano ¡a construcción de la identidad criolla fue más írn|¡-
mentaría y desiu-tiimhula, No obstante. la misoncia de estudios puntuales para utrns
áreas aconseja no gcnoralizar las conclusiones obtenidas lints est udiar el caso de los dos
si-andes virreinatos.
DINAMICAS Y DICOTOMÍAS 1)13 DA NAC1ÓX 301
ÍSf‘-J
nuevas formas de identificación colectiva, superpuestas a — y aümeni
tándose de— mentor as y espacios tradicionales.'17 Su fijación en un
“calendario cívico” promovía la regularidad del rito celebratorío, ase-.,
gui ando en su repetición periódica la continuidad de aquella inicial *
apropiación colectiva. De tal forma, esas imágenes y esos fastos se ofre- I1
cían como un ámbito simbólico en el que las élites y el pueblo llano uni
ficaban las lealtades, aunándose en el culto conu'm de la patria.
M U .-J, Kónig, “Símbolos nacionales y retórica política en ln Independencia; el caso rio
Nueva Granada”, en I. B u isson , G. Kalilc , I-i -J, Kónig II. PieUchman» (comps.), Proble
mas déla formación del Enfado y de la Nación en Ifixpttnoamórica, Colon új/Viena, 1984,
pp, 389-407; y, del mismo autor, “Metáforas y símbolos de legitimidad e identidad nacio
nal en Nueva Granada (1810-1830)”, en America Latina, dallo Slaio Cnlnmale alio Stato
NaJtianale, al cuidado de A. Annino, M. Oarmugnani, G. Chiurnmonte, A. Filipi, F. Fiorani,
$
A Gallo y G. Marchetti, Franco Angelí, Milán, 1987, vol. n, pp. 773-788; G. Lomné, “Ré'vo-
lutiou Franvaise Ot rites bolivariens, examen d’une trausposition de la symbolique répu
blioaine” , en Ca.hi.ers den Anulriquets Latines, vol. II), 1990, jifi, 109-178; del mismo autor
véaso también, “Les villes de Nuuvello Granado, théátres et objets des jnux conílictuels
de ln mémoire politique (1810-1830)”, Franfois-Xavier Guerra (co m p j, Mémoires en
devenir. L'Ámérit/ita latine. xvir-xxc síteles, Maison des Pays Ibériquea, liaidcHís. 1994.
,r’ Cl, Lomné, “Révoluliotl lVan?aisc et rites bulivariens.,,”; véase también J, K. linru-
cúa, A. JSuregui, L. Malosetti y M .L, M anilla,“ Influencia de los tipos iconográficos de la
Revolución francesa en los países dei Piala”, Ca/ders des AmérUjues I.tilines, vol. 10,
pp. 147-158.
,ll¡ Como han afirmado Burucúa, Jáurogui, Malosetti y Munida (en ‘'Influencia..,5’): “el
resurgimiento vigoroso lenAmérica del Suri de la figura de lul.i desde el comienzo del pro
ceso emancipador precipitó, también en el ámbito do lo visual, la adopción de un lengua
je relacionado con el mito solar”(p. 149).
47 Sobre la interacción necesaria entro elementos antiguos y modernos en los rituales
véase P, Ounneiton, líow Ht/eú'lies Remetn.bo.r, Cambridge LTnivwsity Press, Cambridge,
1989. (“A rite rovokingan mslitLiliim only makes acose by ¡nvertndly recalling (he other
rites that hítherlo confirmad that institution”: p. 9). Un análisis interesante de las (instas
y celebi-aci'ones patrias entendidas como "escenificaciones urbanas” que nr( iculabnn ele
mentos tradicionales y nuevos es el de G. I.omné, “Les villes de Nouvelle Grenade, thénlras
et objets,..”.
D I N A M I C A S Y D I C O T O M I A S D E 1,A N A C I Ó N 303
4S Otras vías de análisis muy prometedorus que iia abierta la labor investigadora en los
nltimos años son las relativas a la redefinición de los espacios urbanos vinculados a la
identidad comunitaria, y al papel desempeñado por las distintas advocaciones del culto
inariano. Sobre el primerease véase M.Hirckel ni al., Villes ct n a tiw is e n A m é r iq u e L a tin e,
«•Ñus, París, 1983; A. Annino, “1'rostidle a cule e libernliumo nell criai delloupará» urbano
coloniale", Q u a d e r n i S to r ic i, vol. 23, núm, 3, diciembre de 1988; P. González Bernaldo,
“L’urbanisntion de la mémoh-e, I’ olitique urbaine de l’Ktat de Buenos Aíres pendant les
dtx années de sécession (1852-1862)'’, M é m o ir e s en d e v e n ir .... Sobre el segundo tem a, I).
Brading, A un o r íg e n e s d el n u cin n u líem a m ex ica n o , Scpscteuta, México, 1983, esp. el cap.
i; llrarLinir, The First A ineriea! E. Klorescano, M e m o r ia n w x k o n a , c o n tr a p u n to s , México,
1987, esp. el cap. v; G. Lomné, “Les Villes de Non ve! le <¡rciUlLl*!...”
49 “En el culto de estos grandes hombres set refleja la adhesión n la nación. A través de
las grandezas del ayer, el pasado do la comunidad vive completa o intensamente. En su
genio se realiza el genio de la comunidad. En su creatividad reside ei impulso creativo
de su pueblo” (A. I). Smith, “History and hiberty", HUinic, and Racial Sludies, vol. 9,
núm. 1,1986, pp. 43-65; la cita en la p .5 6 ).
50 Sobre la fijación del panteón en Argentina y Venezuela desde una perspectiva com
parativa, véase Haas I’h. Vogel, “ hArgentino et le Venezuela, dea pays prisonniers de
leur passe?”, en Mémoires en devenir... Sobre Bolívar, véase G. Carrera Damas, El culto
a Bolívar, Caracas, nnucv, 1969; y el análisis particularm ente crítico y novedoso de
L. Castro Leyva, tht la patria (toba a la teología bolwariana. Monte Ávila Editores, Cara
cas, 1987.
51 La i mportanuin do este culto a loa próceros en la construcción del imaginario nacional
puede medirse no sólo por su desarrollo, ¡lino por et vacío creado en la ausencia de un
múdelo patriótico lo suíicientemente “apropiable” y merecedor de ser situado en las cimas
de) panteón. Tal es el caso del Perú, com o pone de manifiesto R. de ltntix l/í pez, “ Mémoire
patriotiquo et modelation dli tullir citoyen. Venezuela, Colombiu, Ecuador, Pérou, xuc»-
s ié c W , en Mémoims en (Invenir... Un conflicto singular en relación cen la mititicación
de personajes históricos es el que Se produjo en la Argentina en torno a la ligura de Ro
sas, considerado como próocr|K>runosy como una encarnación del “antipróccr" por otros;
cf. I). Quattrocchi-Woisson, Un nationalisme de déracinés. L ’Argentine, pays malade de
«o mémoire, ornts, Parts, 1992.
>
i 1,
i r-
30(> UNA NUEVA IDENTIDAD í ¡OLECTJVA
ti
DINAMICAS Y DICOTOMÍAS M i I.A NACIÓN 307
junto de los pobladores del virreinato. Pocas décadas más tarde, Perú
proclamaba la independencia en nombre de la “ nación peruana”, englo
bando en ella a los nacidos en el término de su territorio. En ese enun
ciado quedaban borradas las diferencias de origen, y la proyección de
la nación se equiparaba a la de la patria.
Ixi que media entre uno y otro uso del término nación no es u n cambio
en la percepción de la heterogeneidad, sino la irrupción de una concep
ción nueva: el convencimiento por parte de los patriotas de la fuerza
modificadora del liberalismo, que había de subsumir las diferencias en
la categoría única de “nación de ciudadanos”.60 Más aún, esa “nación de
ciudadanos” era la puerta por la que se atisbaba un destino alumbrado
por el gran mito ilustrado del progreso.
El instrumento por el cual una yuxtaposición de elementos hetero
géneos y carentes de toda cohesión se transformaría en sociedades amal
gamadas y autorreconocidas como “peruanos”, “chilenos” o “bolivianos”,
era el diseño y puesta en vigor de un conjunto de instituciones y leyes
avanzadas y orientadas al bien común. Si el despotismo había generado
siervos, la libertad generaría ciudadanos libres, iguales en derechos,
artífices del progreso de la comunidad. De ahí lo que Charles Hale ha
llamado “la fe en la magia de las constituciones”, que preñó de optimis
mo los primeros años de la Independencia61 y que asoció la génesis del
criterio moderno de nación en 1lispanoamérica a una imagen volunta-
rista de “inclusión”. En ct imaginario independentista la patria era la
libertad, y la libertad se proyectaba sobre todos, fueran criollos, fueran
indígenas, fueran esclavos.
Pero la voluntad de ruptura contra las prácticas tradicionales de ser
vidumbre,62 y una confianza ilimitada en el poder de la educación — no
00 Uim de las visiones que se ha ¡mímenlo en lo» últimos aiios, es la que analiza las li
neas de continuidad entro el antiguo régimen y los Estados nacionales. Ademiis de los
trabajas de F.-X. Guerra untes ciliados, véanse M .-l), Domólas y F.-X Guerra, “Un proces-
sus révolutionnairc méconnu, l’mloption des Ibrmes representativos modernos en Eaixqmc!
et en Amérique (1808-1810)” , Caravtdlu, vel. 60, 15)93, pp. 5-58; M.-I). Démelas, E'ifwe/t-
tu») politlqm, BolUñu, E<tuotem\ l’úrou ati .v/.v dci-l», nuil, Parí», 1992, espcciali nenteln
primera parte. Otra perspectiva es la de la ruptura |WÍlililí con el niundo colonial como
un proceso de larga duración, cuino la que aparece en el interesa lité artículo do fi. R.
Hamnet, “La formación del Estarlo mexicano un la primera época liberal. 1812-1867*’, en
A. Aimine y R. Huve (cuordsj, El liberalismo en México, pp,103-120.
01 Oh, A. Hale, El Ubtn-alisim) mevkatw un la época do. Mora, iHÍJ-ÍSS'J, Siglo XXI,
México, 1977, p. 81.
nti Los propósitos de regeneración (le los ¡mlígcrms y de libo ti ldón de los esclavos son
recurrentes a lo largo de la Independencia. C.(■Pensamientopnlüicn de la independencia,
passim. Este tema Un atraído la atención do la investigación desde lince varias décadas.
Cfi, entre otros, R. Loveno, “Las revoluciones indígenas y las versiones a idiomas de los
naturales de proclamas, leyes y el Acta de la Independencia", Boletín de la Academia
308 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
sólo para instruir, sino para crear “espíritu publico”, modernizar las mor
talidades y formar las costumbres— hubieron de interactuar tanto con
prácticas sociales fundadas en intereses inconciliables, como con abismos
culturales difícilmente superables a golpe de decretos. Esta cnntrndicr
ción, que esta en la base de la especificidad de la construcción miuioim¡£V
hispanoamericana, plantea una interrogante aún no suficiente m c n t^ 1
atendida por la investigación: ¿por qué eligieron los liberales indepen^
dentistas un desiderátum de inclusión, en lugar de un sistema basado
en la aceptación ética y legal de la segregación?
La respuesta no está sino parcialmente en la propia ideología liberal,^
puesto que ésta ofrecía modelos de compatibilización de libertad y serví--,
dumbre. Ya Carlos María de Bustamante — para quien la población m exi-'
cana era “ heterogénea, compuesta de muchas clases de gente que tienq.í
mayor o menor civilización, con absoluta posibilidad ríe adquirirla”— ■;
afirmaba en 1817, haciendo referencia al liberalismo británico: “¡Qué
contradicción, predicar la libertad en el Támesis para sistematizar la,
esclavitud en el Ganges!”6,1 Tampoco explican esa elección las condicio
nes socioeconómicas que, por el contrario, en los años sucesivos impon
drían trabas a la consolidación de aquella voluntad inicial. Y se hace difícil
pensar en un acto de hipocresía colectiva, tan usual en ciertas perspec
tivas indigenistas poco matizadas. Más probable parece que una prácti
ca secular de relaciones interétnicas,jerárquicas pero relativamente flexi- 1
bles, en las que los cruces entre grupos eran una práctica cotidiana y la
situación social definía a veces la adscripción étnica, contribuyera a aso
ciar el voluntarismo liberal a una percepción incluyente de la nacionali
dad.BS En el caso de los indios es conveniente recordar también que la
Nocional de la Historia (Buenos Aires), veis, xx-xxff, 15)46-1917; K. Ixivene, “>Snn Murtío
y la libertad de los aborígenes de América", Revista de Historia {le América, vol. xxxn,
1953; J. V. tambardi, Tire Decline antlAUililion of Negro Slavery in Venezuela, IS20-I864,
Greenwood Press, Westport, Conn., 1973; .1. Chassin y M. Dauzier, “L’iinagi! do 1’mdien
dans l’ouvrc tic Bolívar", Caldera desAmériqttes Latines, vols. 29-30,15)84, pp. (i 1-74; O, D.
l-ara,"'L. i placo de Simón Bolívar daña le procos de destruction dn systcme osclavngisto
uux Cara'íixja", Cahicrtt <les Amériquex Latines, vols. 29-30,1984, pp. 213-240; A. Yacou
(coinp.), Bolívar el les pimples de Nuestra América, Presaos Univeraituires de Dorduuux,
París, 199(1,
li;l Carlita María de Hustiiinantc, Kl indio mexicano, o Avisos ai rey Fernatulu Séptimo
para la pacificación de la América Septentrional, Instituto Mexicano dol Seguro Social,
México, 1981, pp. 11-12.
8,1 Ih id e in , p. 6 1.
,,r’ Trabajos recicntim demuestran que la convivencia inten: t nica en la Hispanoamérica
colonial trio más Huida .y compleja de lu que suele pensarse, Ve-ñutí en ente sentido el mtig-
nitíco trabqjo do C. Bernatxl y S. Gruxiaski, ¡lintoiré du Nouveau Monde. Les méümtafíex,
Payard, París, 1993. En una perspectiva semejante, vénseC. M. Mncluehlna y J. K. Ro
dríguez O., The Forgitqt o f tive Cosinie Race. A Reinterprelation e[ Cidonial México, Uni-
versity o f California Press, Berkeley-fos Ángeles-Londre», 1980; sigue manteniendo su
DINAMICAS Y DICOTOMÍAS 1)K |,A NACION 309
judía”, Sixth Confernnee afthe Latín American ,/cwish Assoviation, Mnrylaod, 1991; M.
Marcene,"El Poní y la inmigración europea un la segunda mitad del siglo xix”, Histórica,
vol, xvi, nú]n. ], 1992, pp. 63-38; M, Quijada, “Do Perón a Alberdi, selectividad étnica y
construcción nacional en la política inmigratoria argentina", Revista <ic indias, vo!. lií,
míms, 195-196,1992, |ip. 8(57-888.
711 Juan Bautista Alberdi, Bases y punió* «fe partida para la organización- política, de la
Re,piíf)lit:a Argentina (18ÍÍ2), en Proyecto y coinstrucción de. ana nación (Argentina 1846-
1880), BiblioteeiiAyaeucho, Caracas, 1980, p. 110,
71 Idem, p. 93,
'u J. M. L. Mora, “México y sus revoluciones’’, p. 123,
7:1 Sobro el surgimiento de este concepto en México ante el temor producido por los le
vantamientos de tribus fronterizas y la Guerra de Castas, véase Ch. Hale, Kl lilxra /isnw
mexicano, pp. 244 y sa.
7-1 Un periódico de Veracroz, por ejemplo, elogió la política india de los angiosojones
porque por lo menos aseguraba la .supervivencia dei uno mismo, “que es la primera de las
312 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
vol. 72, tuím, l., pp, 23-4(1; M. Quijada, “ I.os ‘Incas A rios’ 1*. Para una reflexión general,
véase del misino autor, “Un torno al pensamiento racial en Hispanoamérica, una reflexión
bibliográfica”, Estudios Interdiseiplinwios tie América Latina y el Caribe, vol. 3, nú ni. 1,
1992, pp. 110-129,
77 Sobre la construcción de este paradigma por el jajlixanvieiilxl científico, y su consoli
dación en el imaginario occidental hacia mediados del siglo xix, existe una extensa biblio
grafía, Véanse, entre otros, K. Ilm seman, Raee and Manifést Destiny. The Origina of
American Racial Anglo-Saxonism, Harvard Univvrsily Press, Cambridge, Massachussets,
1981 ;Gr.L. Mosse, Toward Ihe Final Solulion. A Hisloryofifumpvan A k m i , Howard Rirt.ig,
Nueva York, 1978; W. Stanton, The Leopard?» Spots, /¿tttttíific Attitudm Toward Roce i.n
America, IHIHOHM), Tile Uoiversity o f Chicago Press, Chicago, 19(19; G M. Frodricksim,
The Black Imagc. in tile While Miad, T h e Debate on Afro-American Character and fVs-
tiny, IH17-.19.14, Harper Torchbooks, Nueva York, 1971; J. S. Hallar, Oalrusts f ivmKeolutkm.
Sdcntific Altitudes of Racial Jn/iriority, 1859-1900, Univcrsity t>rillinni* Press, Urbana,
J3ÍI? N, Stepan, The idea. of Hace in Science, O real Britain, 1800-1960, The Mactmllan
l’j-viíí. Londres, ] 982; M, Banton, Racial Theories, Cambridge Univers.ity Press, Londres*
Nueva York, 1987.
7li La convivencia e interacción de ambas concepciones ha sidoimratjijde manifiesto
en numerosos trabajos de investigación. Véase, por ejemplo, M. González Hjivari'o. *Jjuí
ideas raciales d élos Científicos, 1890-1910”, Ifislorin Mexicana, 4, 1988, pp. 56 5*583; T
G. Powel'l, “Mexiean Intellectuuls and the ladino Question, 187i.i-l.9U", Hispan ' •Ameri
can. Ilistorieal tteniew, 48,19(18, pp. 19-3(1; M. S- Stobb, “índigenism and Ttacism ¡n Moxican
Thougbt, 1857-19LI.”, Journal ofhder-American. Sindica, 1, 1959, pp. 405-423; A. Flores
Galindo, “República sin ciudadanos”, et\ Buscando un inca, identidad y utopía en los
Andes, Lima, 1.988, pp. 257-28(1; J, Tamayo, Historio, del indigenismo euaqueiio, instituto
Nacional de Cultura, Lim a, 1980; L. E, Torcí, El indio en. los ennuyistas peruanos 1848-
314 UNA NU VA IDENTIDAD COIJíClWA
1940, Editoriales Unidas, Unía, 1078; J. Pinto Kodn'guez, "Crisis económica”; «Í.-P. Jllac-
pain y M. Quijada, “De Perón a Albordi...”
79 Víctor Andrés Belaundo, “Los factores psíquicos de la desviación de la conciencia
nacional” (1917), en Obran cvinplrtns. Meditadones peruanas (val. n). edición de la Comisión
Nacional del Centenario. Lima, 1987, p. 156.
DINÁMICAS Y DICOTOMÍAS IMS LA NACION 315
80 l,u imngen cíe "nación homogénea” comenzó a conliguruiuc a finales del siglo xixLpero
sil traducción en acciones prácticas d e política y de gobierno no ulcíumpmíi una dimen
sión signilicntivn limsta las primeras décadas del xx. Para un urmUfli# más detallado de
este periodo, centrado en los casos comparados do México, Perú y Argentina, véase mi
trabajo “La reíoi inulación de la nación, 1.900-1930”, capítulo 24 fin In obra ccí.fgI lyu cení-
pilada por A. Anuino, L. Castro T,csyva .V P.-X, G-uarrn, Do. ion iin/ieriij* a ios naetonek Ibe
roamérica, [bem ija, Zaragoza, 1994. Desde distintas ]wr*|nivl$Yfl» han analizado algu
nos aspectos dn este proceso, entro otros, M.-D. Demélns, “ til sentido...”, y Nationctlismc
sans nation? ¡ a i íiolivie tutx xi.x'xxu xiécles, cnrs, París 1980; J. Deust a y J. L. Renique,
Intehietuulex, indigenismo y deseen tralismo en el Perú, ÍH97-1931, Centro de ICstudios
Rurales Andinos Bartolomé de LnH (tasas, Cuzco, 1984; A. Baaavc Benítez, México mesti
zo. AnáHxix tk‘l mi.ciona.Usma mexicano en torno a la inestizofUia de Andrés Molina Hnri-
que.z, Pondo (le Cultura liconóm ica, México, 1992; M, M, Murxtt], fiixtvráx de la an
tropología iiuiigaidsla, México y Pcm.AnLlmipos, Buree-Ion a. 19911, A. Lrmpíiriére, “D h a e
ten enairo de l’lndcpenderwe & l’autro (1910-19211, [.uw niiiifi de la mómoire eolLimHladu
Mexique contomporai ne”, coi Mémoirex en devenir...: D, Guiitti-occhi-Woisson, Un natío-
nalisme cU: t{éracincs...;M, liuriizqvii Victoriano, “¿Qué hacer con el indio? Un análisis de
las obras de l‘‘raoz Tamayo y Alcides Argueclas”, Reoixta de Indias, vol. l.u, núms. 195-196,
1992, pp. 559-588.
X. DE LA REPÚBLICA CORPORATIVA
A LA NACIÓN MODERNA. MÉXICO (1821-1860)*
ANNICK LE.Ur&KiftifK
Universidad de Poitiúr*
* Bsti; ununyo en In veraidn com y'kla y ampliada de “¿Nucida moderna o república ba- I
m ica? Música 182:1-1857” , cu Fnm<;o¡s-Xav¡t)r Guerra y M. Quijada (cnerda.), tmttiinw)
la nación. dumltinifiH d<i Historia Latinoamcrimna U lula), núm . 2, i .it Flnmburgo, ’¡
p[), 185-1.77, So apoya on umi inveatiéíacidii llevada a cubo en el archivo del ex ayunUn f
miento de la ciudad de Mdxico (aiiacm, ramo Festividades) y en el Arcbiva Guia ral de la '■
Nucida (aun, rama Gobomneidn).
1 K. Hobtdiuwm, NiUhim ct natUmtUsnui depuiv 1780. Vrogrttmwtt, mytk‘, nUdité.
(iiilltniard, París, lí)í)2, p. 25,
316
DE LA REPÚULIOA COKi’OKATIVA A LA NACIÓN MODERNA 317
£
[)E LA REPÚBLICA ('< Htl’OKATlVA A LA NACIÓN MC[HÍ1{ na 819
;! Esa tradición republicana no lo debía nada, obviamente, <d humanismo cívica anali
zado por Pocoek (The M achiavelian Mament, Princoton Umvcrsity Press, Princeton,
1975). Es más útil y apropiado un tiste caso leí'oi'imi al derecho medieval do las corpora
ciones, tal coma Lo uni.ilisn llrian Tiarney, Religión el tirad ilann l« déue.loppement de la
pensée canstitutionnclUi <1]50-.1(¡GO), rus, París, 1993,
4 Cf. Actas constitucionales mexicanas (1821-1824), Diario de las tH'lioncu dd Cmigivso
Constituyenlv de la jiideracíún mexicana, tomos vm y ix, Universidad Nacional Autóno
ma de México, México, J980.
322 UNA NUEVA I DENTIDAD COLECTIVA
l'i C f tú capítulo de A. Annitto, en este volumen, sobre la “revolución <lc los municipios”
permitida por la Constitución de Cádiz. Sobre los vínculos teóricos existentes entre los
orígenes del pcntimniciUii constitucional y las estructuras.jurídicas do los cuerpos, nf,
B. Tierney, ft'iiijjJrM el droU.
DE LA UEI’U l JUICA (¡O KVORATIVA A LA NACIÓN MODERNA 323
El consenso de 1824 no podía ser sino efímero. Pasados unos breves años
felices, la república corporativa entró en un periodo de inestabilidad gu
bernativa, de conflictos ideológicos y de guerras civiles. El sistema fe
deral desapareció entre 1835 y 1846, y de nuevo entre 1853 y 1855 para
renacer bajo u na forma renovada, nítidamente anti-corporativa, en la
Constitución de 1857. Fue hacia mediadas de la década de 1830 cuando
la cultura republicana de viejo curio empezó a dar señales inequívocas de
ocaso. Las leyes constitucionales do 1836, centralistas a medias pero
mucho más marcadamente liberales que la Constitución de 1824, son
uno de los síntomas de la aceleración de la crisis. Ibnto desde el punto
de vista institucional como de las representaciones públicas, el federalis
mo corporativo emprendió un combate de retaguardia. A partir del pro
nunciamiento de Ayutla (1854), ya no pudo resistir al empuje de un libe
ralismo que, después de sobrevivir durunte varias décadas bajo una ibrma
gaditana degradada, maduró hasta emprender exitosamente la revolu
ciónjurídica y social que llevó el nombre de Reforma. Este nuevo sistema
en el cual el federalismo formaba sólo una parte del programa liberal, lo
gró imponerae en 1860 al cabo de una sangrienta guerra civil.
¿Por qué se reveló la república corporativa como un régimen no via
ble? Una primera serie de explicaciones está en las debilidades propias
del sistema de 1823-1824. Primero, la constitución de la república cor
porativa llevó muy pronto a la situación siguiente: más pequeño era el
cuerpo político, más concreta y efectiva era la autoridad de su gobier
no. Durante toda la primera república el gobierno más débil, menos pro
visto de recursos y menos obedecido fue el gobierno general de la nación.
Según una lógica propia del federalismo extremo y radical que preva
leció en México en 1823 bajo la presión de los pueblos, el Ejecutivo
f<xleral quedó paralizado por la ampli tud de los poderes del congreso y la
parquedad de sus propias atribuciones.Jl>
10 Es posible <iuo est o disposición cuiwtilucioiml se deba o la idea según la cual el con-
326 UNA NUEVA 1I1R' l'IDAD COLECTIVA
111C/'. Annlck Jit’mpOievn, “Koíloxlones sobro los orígenes do )n terminología jiulítLcn '■
del lihornlismn”, en II. ( Innnnuglitnn, C. Jlindes, S, Pérez Toledo (comps.k Ctmalrttevióii (te ■
la lepUiiiiidad Puhíit'U ni México: sujetos, discurso y conducid política en el ripio xiKjify
uam-Iz.Iiij>
iiIi![m/UoIo(íío de México/Colegio de Michoacán/lnstitutn clu Investigaciones ’
Histéricas de la llnivei's'nlatl National Autónoma de México, México, 195)9.
V
DE LA REPÚBLICA C( JltJ’( ILATIVA A LA NACIÓN MODERNA 329
17 David Brading, Orbe indiano. De lu Miniarme/it vutñlini ala república criolla> 14D2-
.1867, Fondo de Cultura Económica, México, 1991.
m Sobre la dificult ad de conjugal' rotuiblluinimno y catolicitnno exclusivo, cf. F.-X.
Quvrn\.MürlcrnUlud a imhpcndciwiuti. KiOm.ytm Habré la.» nimiltieioites ht.»pánicMii, Mapire,
Madrid, 1992, p. 1.65.
11 li, M Martínez; do Codos, "El impacto de lu irumonerifn en. lu legislación Tvliirmixtii
de la primera generación de liberales mi México”. M liberaUwno en. México. Cuadernos de
Historia Latinoamericana ( a i i i i -A), n ú m . 1, 1 9 9 3 , ¡>)>- 7 9 - 1 0 1 .
ICIO UNA NUEVA IDENTIDAD COLKCTIVA
La religión católica como única del Estado encalieza todas las Consti
tuciones mexicanas, federalistas o centralistas, desde la de 1824 hasta
la de 1847. En la Constitución de 1807 se suprimió, después de debates
acalorados en el congreso constituyente,20 toda referencia a la religión,'
poro no se logró, sin embargo, incluir el artículo Ili del proyecto consti
tucional, que preveía la instauración de la libertad de cultos. A pesar
de ello, la Constitución fue decretada “en el nombre de Dios y con la auto
ridad del pueblo mexicano”, y fue promulgada además el 5 de lebrero,
día de San Felipe de Jesús, santo patrono de la ciudad de México. Has
ta la Reforma no se pudo pensar, constitucional mente hablando, en
una república neutral desde el punto de vista religioso. El calendario
oficial era congruente con los principios constitucionales. El decreto
del 4 de diciembre do 1824, por ejemplo, declaraba “fiestas religiosas
nacionales” el Jueves y Viernes santos, Corpus Christi y el 12 de di
ciembre (día de la Virgen de Guadalupe), distinguiéndolas claramente
de las “fiestas cívicas”: 16 de septiembre y 4 de octubre (día de la Cons
titución del 24).21 A pesar de no figurar en el calendario oficial, las de
más graneles fiestas católicas siguieron siendo celebradas, tanto por
los (leles como por las autoridades, a lo largo del periodo.
C.f F. Zarco, Cnituva del extmordinariu ftur.KlUityruhr (1856-1857), El
Colegí o de México, México, 1957, pp. 31!) os.
21 Decreto d e l Congreso nútn. 117. a u n . Gobernación s/s, vol. <>9, oxp 10.
DE REI’UKLK 'A CORPORATIVA A LA NACION MODERNA 331
•l4 Hablamos (le lus cominonius religiosas u lus cuales asisten las miembros del ayun
tamiento “por convenio o concordia con algunas distinguidas corporaciones”,c f “Ceremo
niales. La dudad de Guatemala pide un testimonio autorizado del ceremonial que se usa en
las asistencias de tabla general”, o i i a c m . Festividades diversas, vol. 1058. exp. 1,1819.
!,B aiiaom, Fiestas religiosas, vol. lOtití, cxp. <14,1851.
336 UNA NUEVA IDENTIDAD COLJí UTIVA 1
los conventos, cuando celebraban la tiesta del santo cuya imagen cunto*
diaban, desplegaban tesoros de suntuosidad de la cual dan testimonio
con suma complacencia las fuentes literarias y las memorias d é la étni
ca.86 Las fiestas de la ciudad competían no sin éxito, como veremos unta
adelante, con las pocas fiestas cívicas celebradas en aquel entonces.
En cuanto al espacio urbano dentro del cual se escenificaban las cu-
remonias públicas, éste ofrecía un aspecto más congruente con una repú
blica católica que con la liberal moderna. El espacio todavía barroco do
las ciudades mexicanas de la primera mitad del siglo xix y en especial
el de la ciudad de México, lejos de ser un “espacio neutral",37 era al con
trario orientado, sacralizado y jerarquizado.8*1 Orientado en torno a la
Plaza Mayor, sede de los máximos poderes políticos y religiosos, el es
pacio público era jerarquizado según una escala de valores sagrados.
Pensamos, por ejemplo, en el triángulo formado por la Plaza Mayor, ni
convento de Santo Domingo en el norte y el convento de San Francisco
en el suroeste, este último, enorme conjunto formado por los edificLús
conventuales, la iglesin y las cinco capillas que dominaban el acceso aü
centro de la ciudad. La traza heredada del siglo xvi y lajurarquizncióií
de los lugares sagrados determinaban tanto la trayectoria de las pro
cesiones religiosas como la de los paseos cívicos del 16 de septiembre,
La traslación de las imágenes de santos importantes, las procesiones
de tiempoH de Pascua o de Corpus, o bien el traslado de los restos de
héroes (como sucede con los de Jturbide en 1838), casi siempre salían
de San Francisco o de Santo Domingo (tal era el caso de la procesión de
Viernes Santo), para dirigirse hacia ía Catedral.
■iü Proyecta de rntifaiuettio pura pobiurnn de la Junta Patriótica del tirita fílanatm de
Dataran presentada a la Junta del año de 1831 parla comisión permanente, Impronta dol
Águila, México, 1831 t il N „ México, cajn Jiierte, Col. Lufruguü).
DE LA UEl’ ÚM ,[(!A COKI'ORATIVA A LA NACIÓN MODERNA 339
l,iv idad; lugares de encuentro de las comitivas, trayectoria del paseo cí
vico, iluminaciones, etcétera.
Pero hasta aquí las semejanzas. Conviene señalar, aunque parezca
obvio, que las juntas patrióticas no poseían ningún bien propio que les
permitiera financiar por sí mismas las festividades. Además, y sobre
Indo, Ia actuación de la junta patriótica se oponía radicalmente a la eco
nomía festiva tradicional, en primer lugar porque no participaba, al me
nos en la ciudad de México, de la red horizontal de iniciativas que men
cionamos antes. N o solamente la junta capitalina daba cuenta al gobierno
de sus actividades; también recibía, en más de una ocasión, sugeren
cias u órdenes que emanaban directamente del “Supremo Gobierno”.
Con Ia junta patriótica se había creado una estructura vertical de inicia
tivas festivas en la que no tomaban parte las antiguas corporaciones.43
En 1837 la junta patriótica, en la cual se encontraban numerosos ofi
ciales del ejército, era presidida por Bustamunte, presidente de la re
pública.44 En 1844, después de haber sido disuelta autoritariamente la
del año anterior, la junta se encontraba compuesta de sólo cuatro miem
bros, el prefecto del Centro, dos regidores y el secretario del ayunta
miento, todos designados por el general Santa Anna.4!’ Dicho de otra
manera, con la junta patriótica el gobierno tenía a su disposición un
instrumento para imponer su propia concejición de la festividad cívica,
aunque no en todas las épocas su intervención fuera tan autoritaria
como en la de Santa Anna. Superíluo es añadir que en estas condicio
nes la junta patriótica estaba expuesta a toda cluse de inestabilidad en
su funcionamiento y composición, además del hecho de ser renovada
anualmente. El gobierno indicaba cuáles eran sus deseos y contribuía
a los gastos. Una de las primeras decisiones del gobierno del general
Álvarez fue restablecer en sus funciones a la junta que había sido
abrogada por Santa Anna en 1853 y de atribuirle un presupuesto de
4 000 pesos anuales.4,!
Instrumento del gobierno, la junta patriótica lo era también de las
facciones y, a pesar de ser abierta, según su reglamento, a toda clase de
ciudadanos, reflejaba más bien la situación que guardaba la correlación
de fuerzas políticas en cada momento. También reflejaba las nuevas
i;< Las relaciones (le la junta patriótica con el ayuntamiento, según los archivos de
e¡?te último, solían ser un tanto clilíciloH, Los regidoras no siempre voían de buen ojo la
competencia que so loa hacía orí la organi/iiciún do la liowtn. cívica, Año tras año, alega
ban la falta de fondos puro cooperar con mínimas cntiiiilmles al casto do la íieRta.
44auacm, FeBlividadox IR y 27 do Hopt., vol, 1067, «xp. 16, 26 do julio de 1837.
ilí íbidetn, ©xp. 18,3 do aguato do 1844
■,B Oficio del Ministro do tlubernación, aun , Clobornuciún legajo 1039, exp, 4, 17 de
agosto d e 1855,
¡m UNA NCKVA IDENTIDAD COLECTIVA
luego del triunfo político obtenido con las Bases de Tacubaya,'12 Ion1',
caudillos militares compitieron siempre para conseguir el mayor prestí*!
gio con el lujo de sus desfiles y entradas. A fuerza de "despilfarro”, como
se le reprochaba a menudo a la corporación militar, el ceremonial militar
fue el único que pudo competir eficazmente con la liturgia religiosa.
La paradoja y la ambigüedad residen en que, en este campo, la princi-,
pal fuente de inspiración de los caudillos está en las ceremonias desarro-'
liadas en tiempos de Iturbide. Desde este punto de vista, la rehabilitación;
del Libertador, ocurrida en 1838 con la traslación de sus restos mortales-
a la ciudad de México, marcó un viraje decisivo™1A partir de entonces, i
las entradas militares más triunfales en la capital siguieron el modelojj
y la misma trayectoria de la entrada de Iturbide encabezando el Ejér- !¡
cito Trigarante, el 27 de septiembre de 1821. Tal vez no sea atrevido pen- í
sar que la república centralista que se trató de establecer entre 1836 y
1846 necesitaba remitirse a la figura de Iturbide, quien había tratado í
también de hacer de la nación una entidad unificada en torno a una auto
ridad centralizada. i
No obstante, desde el punto de vista del ceremonial no hubo diferenJ
cía alguna entre la actuación de Santa Anua durante su última dicta
dura y la de Comonfort cuando sustituyó a Álvarez en la presidencia de i
la república en diciembre de 1855. La personalización del poder y la
secularización del ceremonial público en tiempos de-Comonfort fueron
similares a lo que eran durante la dictadura de Snnjui Anna. Sin duda se
buscaba una equiparación, en el espectáculo público, entre los esplen
dores del dictador vencido y los de los triunfiidorfw liberales. Más allá,
sin embargo, la semejanza entre los respectivos ordenamientos cere- 11
muñíales simbolizaba el cambio que estaba ocurriendo en la definición
del federalismo mexicano. La vuelta triunfal de Comonfort a la capital
en abril de 1856, después de su campaña contra Puebla, sublevada por
los conservadores, dio lugar a ceremonias durante las cuales, obvia
mente, se quiso subrayar la dimensión cívica, republicana y nacional de
la actuación de Comonfort, y su inspiración en la gesta de Iturbide como :
Libertador y fundador de la nación. En el proyecto de desfile (el cual
w Ado inris de la evidente polarización de la ceremonia entera hacia la persona de
Santa Aúna (hube “repiqni; general a vuela”, después de “39 días de silencio'’, y una mul
titud ile peí-amias contemplando el desfile desde balcones y azoteas), se advierte liijemr-
quizución del protocolo, que som ete al triunfador el Ayuntamiento y los representantes
tío la Iglesia y el brillo del desfile de una tropa de 10000 hambres en la» calles, El Sifílo
XIX, núm, 2, silbado 0 do octubre de 1841, p. 4. i
,i:l Cf. Descripción do la solemnidad¡únebre con i/ue se honraron las cernios del héroe, de
lutada don Agustín de Iturbide en septiembre de 1838. La escribió por orden del (¡M ér
ito Don doné Ramón Pacheco, y m publica, por disposición del Exmtt. Señor Presidente,
General Don, José Joaquín Herrera, Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1849, p, 24.
D h LA REPÚBLICA B o RI'ORATIVA A ],A NACIÓN MODKKNA
']
r,eílobsbnwm,Nntítinn..., p. 56.
XI. ESTADO Y ACTORES COLECTIVOS.
EL CASO DE LOS ANDES
M a iu e -D a n i e l l e D em élas
Universidad de París ITT
pie: a lo largo del siglo xix, no se observa una evolución lineal en bene
ficio de una concepción moderna del Estado. Entre éste y las fuerzas
colectivas todavía poderosas se establecieron juegos de alianzas y de
enfrentamientos complejos que no presagiaban el triunfo delinitivo de la
modernidad política. En los Andeos, el campesinado indio, todavía mayo-
ritan o en u buen número de provincias, representaba la fuerza más
activa.
“ 1.a Gran Rebollón se llevó a cubo p*»* fuerzas disparos, y u voces rivales. A propósito
de la revuelta cnmucsian m ejor conocida, encabezada |>or Túpac Amara y localizada
principalm ente en las provincias do Cuzco, consultóse la síntesis de S. O’Pbelan, Un‘
dfjlo de rebeliones ftnlimloniales. Perú y Halivia. 1700-1783, Cuzco, 1988. Por lo que i•es
pecia a las fuerzas aymaras del Alto Pteni, encabezadas por Túpac Catan, véase la obra
pionera de M. E. del Valle de Siles, Historia de b rebelión de Túpan Catari, 17HI. 1782,
La Paz, 1990.
1La que lúe llcvudu a cabo por los hnbit.mUin do los Andes, desde l«0f), y no la que
fue conducido por ejércitos fórúnoos, venidos del Río de la Plata o de Colombia.
•l Para un estudio en profundidad de este episodio de las guerras de Independencia,
recomiendo la lectura de la tesÍBquole ha dedicado J, Chamán (aten,\í., París),
* En lo sucesivo utilizaré este término, con muyúscula (los Valles), para designar la
región comprendida entre el altiplano y la cuenca de Cochabambn.
350 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
7 El primer coinundunit! en jefe, designado por Buenos Aires, fue don José Buenaven
tura Zarate, hijo del muequós de Mantendrá, jico uriatúcrnla limeño que tenía algunas
haciendas en loa Vallen; don Santiago Enjútalo, un notable chileno, ejerció igualmente du
rante algún tiempo el mundo do la guerrilla, ( ’astel li nombró u estosnfuíiale*de las tropas
irregulares desde su IIoj.'ikIii ni Alto Perú: los simpatizantes do Buenos Airee eran ya co
nocidos, signo do la existencia de una retí política que sobrepasaba los límites de las
audiencias. Es menos seguro que los argentinos conocieran la participación de los Valles en
la revuelta de Túpac Cutnri.
352 UN A NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
Im mediación personal
Dijeron estos cinco L.| que los pueblos eran los que debían nombrar al jefe
que debe gobernar; que para el caso estaban reunidos veinte pueblos; que si
no admitiesen, que vean lo quo harían; que ellos líos tndiosl no hacen más que
cumplir con sub (labores, y que loa hacen a ellos líos oficiales] responsables de
tas resultas que hubiese ante Dios, ante la patria y ante los jefes de la supe
rioridad de Buenos A ire s/11*
al,J . S. VargíiK, Diario..., p, 199.
211 / bidt’m, p 1501.
!ln Ibtdem, pp. 202-202.
( J tiA í'ii.iA i. Estructura de la guerrilla de los Valles en 181fí
r*
indios do iSieasiea
Ensebio [¿ira
comandante de los Valles
W
—~ >» l ■■■r-
gueiTitler indios indios | | indios..
tropas ligara» tropas ligeras! |tropas ligerjw. ^oefi'KIí.'ros.
El derrapaje xenófobo
Las repúblicas andinas han sido fundadas sobre la mano de obra y los
recursos económicos indios. Mientras que el tribuí» alimentaba las ar
cas dos veces por año — por San Juan y por Navidad—, lo esencial de las
bases materiales de los nuevos Estados dependía lnmiñón do los in
dios: el cultivo de cereales y de papas, el abastecimiento de ganado, la
producción de luna y la confección de bayeta,; nua parte importante del
comercio realizado entre el altiplano boliviano y peruano, y la produc
ción del adobe, el material más empleado en las construcciones de las
tierras altas..,
ESTADO Y ACrOMija (H I L B C T I V O S . I>¡l, C A S O ! >K L O E A N D E S :S(i:5
estaban privados los indios y una gran parte de los mestizos. En «Ipil*
mer caso, el voto indio funcionaba a veces como un electorado cautivo,
pero la curiosa manera según la cual, en el Perú, una mayoría resulta bu
de elecciones a menudo irregulares relativiza ía importancia que pu
diéramos acordar a este punto.32 En el segundo caso, los indios exclui
dos eran a pesar de todo llamados a votar, en función de las coyuntu
ras regionales. Los textos constitucionales tenían menos importancia
que las prácticas, Estas manipulaciones manifestaban que el elemento
más importante no era el derecho de voto de los indios sino sus propie
dades colectivus.**13 Si la voluntad de los dirigentes se inclina mayoritii-
riamente a favor de su destrucción, la resistencia a la que se enfrentan
sus proyectos, variada según las provincias, da lugar a resultados don-
iguales.
;la M.-D. IHiinélns, W unention du paUtiqun. Botivie, Perrn, E q m te u r a u snp niMm Míe,
París, 191)2, pp. 45í)-4(»2,
!i:i A propósito «tal tributo indígena com o garantió d d “ pacto* establecido entre las
comunidades y el listado para tpu'&ntisar su s tierras, véase Ti Platl, Untada boliviana y
ayttu andina: tierra y h ihutiien el Norte de Potosí, Lima, 1982,
ESTADO Y ACTORES ('OI.KOTIVOK, El,CASODlí LOS ANDES 8^5
a4 A. Flore» analiza calo fenómeno on Arequipa- y e l sur malino, siglas yviu-xx, Hori
zonte, Llwia, 1977.
ar' N. Manrique, Tafear Maya. Suciedades terratenientes seminas, 1H7.() tí)10, ;a«K k« j,
Cuzco, 1988, pp, 117 y as.
,J,i l’. Malltm, The Üefeuse nf Conwmnity in J'uru's Central llig/Umuts! I’oasanls S/rug-
gh< ami GapUallal Transition, IfitiO-UMO, Princoloo tJniveraity IVos», l'rinceton, 1983.
1,7N. Manrique, Cam¡)CHÍuai la y noción. Las guerrillas indígenas en la guerra con Chi
le, me, Litna, 1981, y Mercado interno y región, la sierra rc.nira!. 1820-HHI0, i>esoo, Lima,
1987.
h
ESTADO Y ACTOKK8 COLECTIVOS. EL CASO lili I.OS ANDES 3í7
38 E l form ato, 1®de agoste de 1902, niim. 25, p. 194, citado por N. Manrique (Yeuvar
Maytt. Sociedades terrateniente» serranas. 1879-1910, |>. 188).
368 UNA NUEVA IDENTIDAD COI .EUTIVA
3U Pura más detalles sobre este importante episodio de In historia Iraliviuna, v ía n se <
inis artículo» “DnrwinLsmo a In criolla: el durwitiismo social en ISolivia, 1880-1910”, His
toria Batiwana. Oochabamlnt. A 1981. pp. 55-82,y'<Jatt]ucrK>» mdiennes, politiqu cnkile.
La g u a r e civile de 1899” , en Caniwlle, Caldees dn monde fiiaptuiú/ae et luxa-brésilien,
Ti llosa, 1985, núm. 44. pp. 91-111. Otro cnsnyo de interpretación do las rebeliones indíge
nos del siglo xix en Hnlivúi se encuentro en T. Platt, “The Andean Exponento oí Bol ivían
I.iberalism: Roela o í Reliollion in 19tli Cent.ury Chayantn (Potosí)", en S. Stern (comp.),
Itexixtuncv., RebcUion and iJonnoiiiuHiw.xx in flu>. Ándran l'etvtnul. World. IRtk-Mth CniUu-
ríen, WiHcmis'm, 1987.
'1tl Estos ventas todavía son un misterio. La fuente m ás segura, los archivos notariales
del dejiurtamcnto de La Paz, no se ha encontrado. Incluso ha desaparecido el informe del
ministra de Economía presentado en la cámara, en Oruro. en 1870.I
I
l
ESTADO y AOTOKKS COLECTIVOS. EL CASO [)!•; LOS ANDES 369
Ihirn m£ÍB detallad Hohre asta importante episodio tle la histeria boliviana, véanse
mía artículos “Darwinisino a ln criolla; el tlm winismo social en Uolivia, 1880-1ÍU0", dim
itiría Hal'wiitmt, (¡oclinbiiinhn, i/ i, 1981, pp. 55-82, y “Jacqueiles i i n l i e n n u H , p n lit ¡(| L io créelo. í
J,pt guarro civilo do I8!)9", en Camadle, Caiáers du monde hkptmitfim r*f (usn-brdsilfon,
ToIih' l. 19HÜ, inim, 44, ¡jp. 9 l-U I. Otro ensayo de interpretación do las luheliones indíge
nas dnl siglo xix en liolivin se encuentra en T. Platt, “Tire Andenn ExpurUmco nf llolivian
[.¡bernlism: Umita ni' Uobellion in I9th C e n t u r y Chayante (Potosí)”, en S. Nturn (cemp.J,
JifxistaiHti, Ut:hel/inn. and Coim-itmsnr.KS in- the Andean Pnunwd Wor/.d, IHlh- HHh (!mtu-
Wiscorisiti, 'I9S7.
-l(’ Entes ventUH todavía son un misterio. La fuente m ás segura, lúa archiven notariales
del depnrtumentn de l.n P e /, no so lia encontrado. Incluso ha desaparecido el informe del
ministro do Economía piaucotado en la cámara, en Oruro, en 1870.
hSI ADO Y AOTOKl'lS COLECTIVOS. Kl, CASO 1)10 LOS ANDES 36í>
pesar suyo, al conferir una unidad y una dirección a algo que no pare
cía sino una serie de revueltas desordenadas. Sin embargo, parece que
las comunidades se habían dotado de una organización y de unos obje-
Iivoh propios mucho antes del levantamiento federal.
IíOS responsables más conocidos de la insurrección de 1899 aparecen,
1 2<l años antes, como hilacatas o apoderados de un ayllu, o, en menor
medida, de una parcialidad, y se convierten con el puso de los años en
representantes de todos los ayllus de una comunidad, y más tarde re
presentan a las comunidades de todo un cantón.™ Durante la guerra
eivil son nombrados generales, coroneles o golreruadores. Uno de ellos,
•luán Lero, se nombra incluso presidente de la república de Peñas, su
provincia, y organiza con este título el juicio y ejecución del corregidor de
l'eñas54 como hacía más de un siglo, Túpac Amaru II había juzgado y
condenado al corregidor Arriaga.
¿Qué representaban estos hombres en su comunidad de origen? Diez
anos antes de la guer a civil, las autoridades investigaron sobre los
que eran sospechosos de crear probloinus: ningún gran nombre de la
sociedad india aparece en los informes. Los caciques querían en primer
lugar preservar o engrandecer su patrimonio. lOn el siglo xix, las comu
nidades se encontraban envueltas en una serie de procesos contra sus
curaca por las mismas razones por las quo ellas se quejaban contra las
autoridades abusivas o los aldeanos usurpadores. Los viejos linajes de
la aristocracia aymará se habían enriquecido y “criollizado'’: los huara-
chi, eriales, cusicanqui, siñani y otros eran hacendados, corregidores,
subprefeetos o diputados.
Aquellos a quienes las autoridades perseguían eran a menudo hom
bres del común d e indios, aun oscuros vagos. Un informe del archivo
histórico de La 1’az indica que en 1889 estos futuros jefes de la insurrec
ción general eran ya conocidos como apoderados de las comunidades,
en contacto los unos con los otros y acusados de conjuración, algo de lo
que se defendían con habilidad. Este documento — una denuncia colec
tiva— revela asimismo que estos hombres estaban organizados jerárqui
camente y reconocían ¡a autoridad de una sola persona que los repre
sentaba, Se trataba do Feliciano Espinosa, un originaria de los suburbios
de La Paz (San Pedro), cuyo corregidor informaba: “El que se titula
r,:| Utilizo aquí la ilolinición ilo los tórnanos empleada en el altiplano boliviano. En el
departamento de La Paz, una comunidad so compone do varios nyllwi. dividido cada uno
en ¡tweiuUdadeti.
13,1II. Condíirgo Murales, '/júrale, ni “tenúblu” Willktt, UisiurUi de ln rebelión indígena,
de 1899, La Paz. 1983. Esta segunda edición (lü un trabaje pionero, aparecido en 1967, se
apoya en ciertos documentos excepcionales: d nutnr lia podido tener acceso a los archi
vos personales del general Pando,
374 UNA N UEVA IDENTIDAD COI .MD’IVA
C onclusiones
59 AHLI‘, P l OCL’RO<1ti M o h o sa .
XH. E L ESTAD O LIBERAL Y LAS CORPORACIONES
E N M ÉXIC O (1821-1859)
A n d r é s L ira
El Colegio de México
Id r a s y t é r m in o s d io i , a é p o c a
11Juné Mifflndn, 1U7H. t«.s ülmsy /o# iiiirlió.ivmfis políticos mexicanas. Primera parte,
1finí 1820, 2a. cd., prríl. y notas tic Andnn lárn, Universidad Nacional Autónoma tío Mé
xico, México; Charlen A, Hale, E I libcmiimuolitéxtivitii <■« la éptu-n di: Mora, 1821-liilUi,
irnd. de íiorgin íV.rr ómie?, B ravo y Fnmeiseo González Aramburu, Siglo XXI Editores,
México, 1,972,cap. 7,pp.221-254;)Andrés Lira,Ci.mtioHitu/i^indiUcuix frente,a la ciudad
de México, TenorhtitCan y Ttntelolca, sus paetdvH y barrios, IH12-JH19, El Colegio de
México, El Colegio do Mkhoacán. Consejo NucíonaJ de Ciencia y Tecnología. México, 1983,
pp. 183-189.
•' Mariano Otero, “Varios mexicanos”, en Obras, nvupí]aci{)n, selección, comentarios y
I'X INSTADO UI1KRAL Y LAS CORPORACIONES EN M¡ÍXSCO 381
^ .¡.turante el último tercio de) siglo xvm y primera década del xtx, el Es-
f indo borbónico endureció el control sobre las corporaciones eclesiásticas,
sobre los ayuntamientos de las villas y ciudades de españoles y sobre
las repúblicas y las comunidades de los pueblos de indios. Hubo una
rvdefinición del espacio político, que se expresó en la Real Ordenanza...
de intendentes de ejército y provincia de 1786. Paralelamente y como
parte de ese proceso, se establecieron las indicias y se dio forma a un
ejército regular, cuyos jefes habrían de tener un papel protagónico en
la administración y en la política!1
La acción del Estado borbónico contra los privilegios del clero es evi
dente. A un hecho tan drástico como la expulsión de los jesuítas de todos
los dominios españoles en 1767, sigue en Nueva España la visita de José
de Gálvez, con lo que se pone en marcha una fiscalización verdadera
mente agresiva de los bienes del clero. La convivencia de un episcopado
y un clero medio y bajo descontento se logra gracias a los beneficios de
un crecimiento económico y al acomodo de la política en los cauces del re-
galismo. Pero la situación llega al límite cuando por real cédula del 25 de
octubre de; 1795 es abolido el fuero personal del clero, sujetando a la jus
ticia real a los sacerdotes en caso de delitos graves. La implantación de
esa medida en Nueva España fue ocasión de representaciones, entre las
que destaca la que escribió en 1799 Manuel Abad y Queipo, por disposi
ción del entonces obispo de Michoacán, Antonio de San Miguel,
La obra es un análisis de la sociedad novohispana y un argumento
sobre la necesidad de mantener los privilegios del lero, agente más
efectivo de la autoridad real, sin cuyo concurso no podría mantenerse la
constitución monárquica y se caería en la republicana y sus excesos,
estudio piYiliminurde Jewdtí Royes HoroJer, 2 vots., Editorial Porrón, México, vol. 1, pp. 115-
137, esp.pp. 11(1-120.
15Manuel M ¡randa, Las ideas, pp, 143-190. Itiml Ordenanza (1786), 1984; Ohriston I.
Archer, til ejército eit til Miixíeo hor/xínko, Í7H0-ISli), troil. Carlos Valdés, México, Fondo de
Cultura Económica, México, 1983; Josefa Vega, La institución militaren A'tichuacán ai el
último cutirlo del siglo xvm, Zamora, El Colegio de Michoacúii-(«obk>rn<> del Estado de
Michoacán, 1980.
382 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
interesantes los comentarios tic Antonio Atento, recogidos por Huberto M oreno de los Al
coa, “Notas de Alzate a la Historia untignu de Clavijero", Estudio de Cultura Náhuatl,
vol. x, 1972, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1972, pp. 389-392; la
cita en la p. ;í82_ Alzóte llama )u atención sobre la ityusticia cometida con los pueblos in-
rl/gcimx, pues aunque se publicaban testimonios de los rendimientos de las acciones del
Lauro de San Carlos y sonaba “¡xa suya la propiedad", los indios carecían de recursos aun
para los gastos más indispensables, '
11 Wuodrow Horali, thmtíci! hy Insurance, The General Judiail Cauri a! Colonial México
and Huí Legal Aidcs o f tite Ífalf-Ecat, Univcrsity o f California Press, Herlieley, Los Ange
les, Londres, 1983, pp. 227-255 y 329-384.
,r’ Sobro véase Enincisuo Tcxiuta y Valiente, El marco política da la desamorti
zación en España, Editorial Ariel, líarcclona. 1983, pp. !2-d7.
Kl. Lí STAIK) LIBlOltAI, Y LAS COltPOltACIONKS ISN MílXtCO 3HI»
E l E stado i.muitAi,
l<l Hale, El liberalismo..., pp. 22-254; Lira, Cvmunidude.H indígenas., pp, 229-231.
386 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
Lucas Alamán, Historia de Méjico, ,hin, México, 5 tomos: Ohrau, de D. Lucus Alamán,
tt, i-v; t. v, w>. 547-59H.
¡'5 Francisco de Paula Arriingoiz, México desde ¡NOS hasta IH67, pról. Martín Quirar-
to, .Editorial F oitúh, México, p¡i, 4Z l.-llZíi; (Imizrtley, Navarro, Anatomía del poder, y Car
men Vázquez Mantecón, .Santo Amia y la.i;m‘rm-.ijudtt del Helada. La dictadura (1853-
1855), Fondo de Cultura Económica, México. 1986. lata anteriores son las obras que
tratan respectivamente de la suciedad que llama a Santa Anna ni poder y de) desenlace
de la dictadura.
Ü94 UNA NUKVA ID13NTIDAI ) COM ITIVA
que estudiar con cuidado), las urgencias del erario, los levantamientos
en diversas partes del país y las consecuentes medidas represoras deaí
virtuaron los propósitos de racionalidad que inspiraron a Alarnán y n
otros colaboradores como el secretario de Justicia, Teodosio Lares. Las
aprehensiones y destierros se multiplicaron y se hicieron más eviden^
tes la prepotencia de la clase militar, la exageración del papel del clero
y el ccremoniul ridículo que patentizó la impertinencia de los fueros^
Así se explica el fracaso de ese orden centralizado, émulo en muchoé
aspectos del régimen de intendencias, con el cual se pretendió atender
— según apuntamos arriba— demandas de pueblos despojados y pro^J
veer de educación tóenic»— pues hubo planes de escuelas de agricultura!
y para la implantación de un moderno sistema de educación media— ,í
ha modernización se prometía bajo un orden de autoridad que rescataba
los fueros y otros elementos tradicionales, y esto fue lo que vieron losl
opositores. Por ello la oposición liberal se consideró como la lucha contra!
los privilegios del clero y los del ejercito y contra la propiedad de las|
corporaciones, listos eran los reclamos más evidentes cuando cayó‘1
Santa Atina en 1855.
tas do las fincas (artículo 35), y se permitid que las sumas recibidas pon
las corporaciones como pago del precio de los bienes desamortizados o
por cualquier otro concepto se invirtieran en acciones de empresas agrí
colas, industriales o mercantiles, sin poder adquirir o administrar por
esto propiedad raíz (artículo 26).
Pero asas limitaciones y posibilidades en la aplicación de la ley que
daron al arbitrio de autoridades locales; hubo abusos resultado de la
ambición de especuladores y, aun sin que mediara la voracidad, la sim
ple aplicación en ciertos pueblos perjudicó a los habitantes que hasta
entonces habían vivido en terrenos de las comunidades, pues tuvieron
que dividirlos y pagar derechos. Esas injusticias cometidas con los “la
bradores pobres”, como se llamó a los indígenas, fueron atendidas en
un sinnúmero de disposiciones administrativas y en resoluciones judi
ciales, excluyendo a los adjudicatarios de terrenos cuyo valor resultará
menor de 200 pesos dd pago de alcabala y protegiendo a vecinos pobres,
a sacerdotes encargados de parroquias o de capillas en poblados cuando
se vieron amagados por los especuladores; pero a la postre la aplicación i
de la ley del 25 de junio resultó aplastante, confirmándose así los pre
sagios que hicieron los diputados José María del Oastillo Velasco, Pon-
ciano Aniaga e Isidro Olvera en el Congreso de 1856, al anunciarse y al
discutirse Ja ley do desamortización. Los tres propusieron en su mo
mento una legislación y un articulado dentro de la misma Constitución
para evitar las abusos en peijuicio de los pueblos de indígenas, a los que
veían como víctimas propicias de una legislación conciliadora, cierto —y
cabe advertir que los tres eran partidarios del principio de distribución
y circulación de la tierra— , pero inconsecuente con el medio en el que se
iba a aplicar/14*
El curso que siguió la aplicación de la ley fue muy diverso, pues las
diferencias de tiempos, lugares y modalidades son notables en las di
versas partes del territorio. Trataremos de dar una idea de las caracterís
ticas mós acusadas siguiendo los pocos estudios con los que contumos.
El secretario de Hacienda Miguel Lerdo de Tejada procuró mostrar
el éxito alcanzado en la aplicación de la ley, para contrarrestar la opo-
sició n que había aun dentro del gobierno. Destacó sus logros en la Me-
itmi’in ... de la Hacienda Pública correspondiente a 185(>, impresa a
principios de 1857. Lo que advertimos, particularmente en el documen
to 149, es la utilización de 1a contabilidad y de los archivos de las cor
poraciones. Las operaciones de desamortización se hicieron, cuando las
M Zureo. llintoria del ConMrami Extraordinario Citnstiliiyviile / l85(>.iSr>7¡, «.‘«indi»
|»r limimir de Antonio Martínez. Báez e índice de Mnnnel Calvillo, El Colegio fíe México,
México. líJíiíi, uj>. S62-3(>¡>, 387-404, 423-435 y 690-697.
EL ESTADO LIlMiHAI, Y l-ASOOKJ'OKACIONES EN MEXICO 397
19 l/ii bibliografía sobre el Loma es aplnxtimte. Una exposición l>fe-ve e inteligente si
gue siendo In de donó Miranda,“ Importancia <1> los ei ¡nbios experimentadas Porlun pueblos
indígeno» desde lit coniiuiutu", en Homenaje a P a b l o M a r t i n «¡ iU4 R i o en rf xxvmviwrMi-
r i o d e lo» o r i g e i w » a m e r i c a n o » , instituto Nocional do Antropología e ilirttorfa, México,
recogido en V i d a c o l n m i l y (lib a r o n de l« i n d c f U '.n d e n c i a , Secretaría de 1’dWka,
México, |>p, 108-181;y del mismo autor, “l,a propiedad comunal de la tierra y la cohesión
social de los pueblos indígenos mexicanos", C u a d e r n a » A m e r i c a n o s , v o l r.a v. núm . 6
(149), noviembre-diciembre do rocoigido en Uhun. 1>P- 54-73-
3ÉI8 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
'»> Dji l;i colección (lo Dublán y Lozano .pie liemos venido citando os ovitlcnto el predo
minio de la legislación relativa n Iu organización del ejército, loa problemas do desorción,
y los conflictos con la saciedad se perciben claramente. Hay un proceso de annixjuífi y
violencia al <)ue co rrotpondo, natumlmente, la organización y <losorj(am/,ue¡dn militar
comí) paito déla historia política y ¡aictul, campo do estudio que da pura muelles temas.
'll Manuel Pay no, "Introducción: apuntes sobre la rclbrmn nodal en Esparta y México .
vol. 1, Coiiveiiin <le las leyes, decretos y prttoidencias relativas a la desatnorlhtación ee/e*
siá.siit'a, a la nocionalización de los bienes de corporaciones y a la rtf tuina de la legisla
ción civil que lenta rcUuíón con- el culto y con la Iglesia, 2 vola.. Imprenta de S, Almdiano,
México, pp. i-rm.
XIII. PUEBLOS, LIBERALISM O Y N A C IÓ N EN MÉXICO
A ntonio A nnino
Universidad de Florencia
Dksuz m í i.a n u e v a c iu d a d a n ía
lados Unidos. Sin embargo, los niveles de voto gaditano fueron extra
ordinariamente más numerosos que en los demás países. La carta es
pañola implantó nada menos que cuatro niveles: los vecinos, los com
promisarios de parroquia, los electores de partido y los de provincia.
Un Francia y en los Estados Unidos había sólo el nivel de los electores
intermedios sin distinción de requisitos, mientras que la Constitución
de Cádiz y la carta de la primera República Mexicana dibujaron una
jerarquía de votantes y de votados: si la junta parroquial estaba abierta
a todos los vecinos, fueran o no alfabetizados porque el voto era cantado,
en las juntas de partido o de provincia se votaba en secreto, con rituales
que presuponían la alfabetización de los votantes, y para ser elegido a
( ¡ortos se necesitaba una renta. El número y la tipología de los electores
a lo largo del proceso sugieren que se quiso implantar una jerarquía de
ciudadanías diferentes con el objetivo de neutralizar la fuerza de las co
munidades territoriales. No hay que olvidar que hasta 1857 en México
las comunidades y los pueblos conservaron sus personalidades jurídicas
frente a los gobiernos. Lo que podríamos definir como la “intensidad”
de la ciudadanía liberal, se construyó verticulmente a lo largo del pro
ceso electoral desde la parroquia hasta la cumbre de la provincia, donde
se consumaba el acto más importante: la delegación de la soberanía a
la asamblea representativa de la Nación, Sin embargo, a esta verticali
dad jerárquica de ciudadanías diferentes se contrapuso lo que podría
mos llamar la ciudadanía horizontal del vecino-comunero, cuya perte
nencia a la nación era sin duda débil frente a su pertenencia al pueblo,
que siguió existiendo en cuanto entidad autónoma y corporativa.
Esta brecha potencial no fue percibida por el constituyente de Cádiz
ni por el mexicano do 1824. En la lógica del constitucionalismo de la
época, la asimetría entre soberanía y territorio tendría que ser minimi
zada por una frontera que nunca resistió al impacto de la sociedad mexi
cana a lo largo del siglo xix: la diferencia entre el voto político y el voto
administrativo por los ayuntamientos. Sólo las elecciones para las Cor
tes y luego para los congresos federales debían ser políticas, las de los
ayuntamientos tenían un carácter administrativo, en el sentido de que
estos organismos locales tenían supuestamente que ocuparse del “go
bierno interior de los pueblos”, tal como la limpieza de las calles, las
escuelas, etc., y no tener en absoluto naturaleza política. Sin embargo,
esto no fue así. En pocos años, entre 1812-1814 y 1820-1823, la difusión
masiva de los nuevos ayuntamientos constitucionales en las áreas
rurales, no sólo hizo evidente la brecha sino que la abrió a tal punto que
la nueva ciudadanía quedó monopolizada por estas instituciones loca
les. La coyuntura política tuvo un gran peso. Las autoridades colonia-
402 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
I«dos Unidos. Sin embargo, los niveles de voto gaditano fueron extra
ordinariamente más numerosos que en los demás países. La carta es
pañola implantó nada menos que cuatro niveles: los vecinos, los com
promisarios de parroquia, los electores de partido y los de provincia.
En Francia y en los Estados Unidos había sólo el nivel de los electores
intermedios sin distinción de requisitos, mientras que la Constitución
de Cádiz y la carta de la primera República Mexicana dibujaron una
jerarquía de votantes y de votados: si la junta parroquial estaba abierta
a todos los vecinos, fueran o no alfabetizados porque el voto era cantado,
en las juntas de partido o de provincia se votaba en secreto, con rituales
que presuponían la alfabetización de los votantes, y para ser elegido a
( ¡ortos se necesitaba una renta. El número y la tipología de los electores
a lo largo del proceso sugieren que se quiso implantar una jerarquía de
ciudadanías diferentes con el objetivo de neutralizar la fuerza de las co
munidades territoriales. No hay que olvidar que hasta 1857 en México
las comunidades y los pueblos conservaron sus personalidades jurídicas
frente a los gobiernos. Lo que podríamos definir como la “intensidad’'
de la ciudadanía liberal, se construyó verticalmentc a lo largo del pro
ceso electoral desde la parroquia hasta la cumbre de la provincia, donde
se consumaba el acto más importante: la delegación de la soberanía a
la asamblea representativa de la Nación, Sin embargo, a esta verticali
dad jerárquica de ciudadanías diferentes se contrapuso lo que podría
mos llamar la ciudadanía horizontal del vecino-comunero, cuya perte
nencia a la nación era sin duda débil frente a su pertenencia al pueblo,
que siguió existiendo en cuanto entidad autónoma y corporativa.
Esta brecha potencial no fue percibida por el constituyente de Cádiz
ni por el mexicano de 1824. En la lógica del constitucionalismo de la
época, la asimetría entre soberanía y territorio tendría que ser minimi
zada por una frontera que nunca resistió al impacto de la sociedad mexi
cana a lo largo del siglo xix: la diferencia entre el voto político y el voto
administrativo por los ayuntamientos. Sólo las elecciones para las Cor
tes y luego para los congresos federales debían ser políticas, las de los
ayuntamientos tenían un carácter administrativo, en el sentido de que
estos organismos locales tenían supuestamente que ocuparse del “go
bierno interior de los pueblos”, tal como la limpieza de las calles, las
escuelas, etc., y no tener en absoluto naturaleza política. Sin embargo,
esto no fue así. En pocos años, entre 1812-1814 y 1820*1823, la difusión
masiva de los nuevos ayuntamientos constitucionales en las áreas
rurales, no sólo hizo evidente la brecha sino que la abrió a tal punto que
la nueva ciudadanía quedó monopolizada por estas instituciones loca
les. La coyuntura política tuvo un gran peso. Las autoridades colonia-
404 UNA NUEVA IDENTIDAD COLECTIVA
les eran antiliberales, pero entendieron muy bien que la carta gadi
tana podía jugar un papel estratégico en la lucha contra los insurgen) <<«
al legalizar en el nuevo orden las antiguas aspiraciones autonomistas di'
pueblos, villas y ciudades. Así que México vivió su primera experiencia
liberal en la agonía de la colonia bajo el liderazgo del Estado español y
no de las élites criollas. Me aquí un desfase cronológico entre liberalismo
e independencia que condicionó el camino hacia la Nación; la república
no padeció la "herencia colonial”, no tuvo que luchar para difundir el
constitucionalismo liberal en una sociedad cerrada en sí misma alrede
dor de sus valores "antimodemos". El vei-dadero desafío para los nuevos
gobiernos fue la herencia de la crisis colonial, la necesidad (para gober
nar) de quitar el control de la ciudadanía liberal a los pueblos organi
zados alrededor de los municipios constitucionales desde antes de la
Independencia,
/.Cómo se dio concretamente este monopolio de las comunidades a lo
largo tJe la crisis del virreinato? La primera explicación la encontróme»
en el fracaso de la reforma judicial que se intentó en la época gaditana. En
ei. régimen míen ial, eí ejercicio de Injusticia a nivel local f'uuconcen*
Irado durante tros siglos en las manos de unos jueces, los alcaldes mayo
res, y al final del siglo xvm de los subdelegados y de los intendentes, cada
uno de ellos administrando las así dichas “cuatros causas”; militar, fis
cal, civil y criminal. En 1812 Cádiz decretó una reforma: los antiguo^
jueces se quedaban con los dos primeras, mientras que los nuevos jue-!
ces de paz iban a administrar las segundas. Se trataba en la jtorspecti-
va liberal do implcmentar a nivel local el principio de la división de los
poderes. Sin embargo, esta reforma no se concretó por la crisis política,
y la falta de recursos. Al quitar las Cortes dos de las cuatro causas a los;
subdelegados, se croó un vacío jurisdiccional que fue llenado por los nue
vos ayuntamientos, lil proceso fue trascendente: en pocos uñas una parte .
importantísima de las funciones del Estado pasó a los cabildos electi
vos rurales, Para tener una idea de lo que sucedió es suficiente recor
dar que antes de Cádiz, la Nueva España tenía un centenar de cabildos.
En 1821 casi mil y no hay que olvidar que en el nuevo régimen constitu
cional lodos los cabildos eran iguales. Y si miramos n la distribución
territorial de los nuevos ayuntamientos, vemos que su número se in
crementa en lus áreas indígenas: tan sólo Oaxaca en 1821 tenía aire- ;■
dedor de 200. Muchas antiguas repúblicas de indios se transformaron •
en ayuntamientos. Quizás Sen éste el dato más interesante porque nos
muestra con toda evidencia cómo un tipo de cultura local se apoderó de '
lu ciududanía liberal. Cabe recordar que no todos los pueblos eran igua- .
les entre sí: a lo largo de tres siglos el territorio colonial se estructuró
P U L U L O S , I .I H K I Í A I jÍ S M O Y N A C I Ó N K N M E X I C O 4or>
I...I On consecuencia otorgan u cada uno poderes amplísimos para que consti
tuyan la Nación Mexicana del modo que entienden ser más conforme a ln
felicidad general, y especialmente, para que dictan leyes sobre todos loa ru
mos ele la administración pública que sean de su competencia y tengan por
objeto el interés general afirmando las bases, religión, i ndepeudencia, y
unión que deben ser inalterables, así como lu forma de república representó*
üvu, popular, según lo proclamado en el articulo primero del plan del cuatro
de agosto |...|11
Loa españoles más tordo lo entendieron así: pues muchos de estos rícos^ix-
traidores aceptaron la independencia, para conservar en el mismo oatarla g)*
km inUvreHcw, pasándose al lado do los independientes, traicionando su ¡witi'la
Tan ()Lie Too así, q u e casi ellos mismos impulsaron a que se pusiera enfronta
do la revolución el general español I túrbido, con el fin de respetar la propicdul
... Sensible os decirlo, pero es la verdad. Nuestras autoridades olvidaron el
derecho d o p u s tU m in iu m con que recobró Amúricu, entre la (pie se numera
la Nación Mexicanu, sus durech s con su independencia; en el hecho mismo do
mqKítnr indebidamente una propiedad viciosa y llena de nulidad.18
1,1
s
Jüwto dorochu ¡«Tina jiurU) M j u a potUium clásica griego-romano y mi refiere a tn í
condición tlu imclnvitud civil temporal adquirida por efecto cíe una guerra. Al roaipertírí
su libertad el ox esclavo tenía derecho u recuperar tumbión sus derechos unten orea til i'
cautiverio. Acoren tic la tradición debía# getilium y de su evolución oa In ópocu miníenla ¡t
véanse Ja obra do Kmí Sc'hmit, Der Nomos dar /ierre, tnid. custallmm & nonios d.c la Tie-
rra, Instituto do Dcrccbn Póblico, Madrid, 1982.
PUEBLOS, UI1EKALINMO Y NACION EN MÉXICO 419
líos asiste la fe de creer aquel dato de la Biblia que infiere al Genes», cap. jfo,
y.30, al numerar los nombres de los trece hijos de Jeclam, hermano de Palo#,
ilcla descendencia do Sem, do donde sin duda procedemos.., Así pues, a püüq
tiempo do la confusión de idiomas, multiplicada la numerosa duetcondoncJiíl
(lilas Indias Orientales, pasaron a poblar las Indias Occidentales... y recor
damos con noble orgullo los nombres de los siete jefes que partieron desdo
Ynimur... estos fueron los fundadores do las populosas ciudades en el otro
ftrtineiiir: y sus inmediatos sucesores fueron los que les tocó en muerte de
fcjfccr fundado en el nuevo las fundaciones primitivas de Axoco de los Ajina
ras... en Xalisco con parte de lo descendientes de Iob Toltocas con sus gefe^
Bteeutl y Cohuatl, tomando posesión rumbo a Ecatepctl los Olmecas con su
Ccfc Apotxicanub.H acia Oaxaca los Zapotecaa... ^
, 4
Blas lineas tan aparentemente arbitrarias y míticas si las miramos
Halos ojo» de un liberal doctrinario del siglo xix, tienen raí es nada
Jraorias. Remontan a la cultura del Apocalipsis de los grandes cronisj
b irancisci trios del siglo xvi, de fray Toribio de Motolinía, de Jerénime
tÜcndietn y de tantos que vincularon a los indios a la visión apoca
nte, Según la tradición, una parte de las tribus de Israel no volvie-|
exilio en Asiría. Dado que no se habían encontrado rastros dej
Wl tribus en Asia, algunos franciscanos explicaron así el misterioso 3
de los Indios de América haciendo de estos pueblos, basta en-.]
desconocidos, las descendientes de las tribus perdidas. Otra in- i
Mutación ve'a en estos mismos indios a los descendientes de los judíos '
til 71 de nuestra era huyeron de la destrucción de Jerusulem por
'¡Thhíluio y Tito.
Iramemoria de estas interpretaciones no estaba perdida en el México
Msiglo xix. Frescos de los conventos, como la famosa capilla do Juan
--W*\
PUEBLOS, LII.IKKALISMO Y NAO lON EN MÉXICO v¿\
L a cuestión católica
pero no tanto como para romper el mundo de los valores que habían
reproducido hasta entonces los vínculos de las identidades colectivas
con la vida cotidiana.
Las mismas Cortes de Cádiz vincularon la Constitución con lo sagra
do, no sólo a través del juramento sino también por medio de la misa:
un decreto ordenó que el cura párroco de cada lugar ilustrase con un
sermón después del evangelio la “bondad" del “sabio código” y así se
hizo en todos los pueblos, pero se añadió algo más: la procesión del tex
to que fue el momento cumbre de su publicación. Al terminar la misa,
una copia del texto se llevaba en un baldaquín sobre los hombros como
si fuera el santísimo y recorría los barrios, las iglesias y conventos. En
la procesión los vecinos-ciudadanos seguían repartidos en cuerpos: los
eclesiásticos, el subdelegado y los jefes de las milicias, los “vecinos res
petables”, el “cuerpo” de los notables indígenas y después toda la vecin
dad agrupada en sus cofradías, cada una con el estandarte de su santo
j)gtmno.a[lNo es por tanto difícil imaginar que los pueblos hayan perci
bido el constitucionalismo libera] como un cambio que so insertaba en
los códigos de comunicación simbólica locales, y que por ello no rompía
con las culturas colectivas.
Sin embargo, ya liemos señalado que estas culturas eran muy sensi
bles a la justicia y a sus prácticas, y que para las comunidades las bases
de la justicia se encontraban en una relación contractualista con el rey,
Hay que preguntarse ahora en qué medida la continuidad de la dimen
sión religiosa, fortalecida por el desliz de la ciudadanía, perpetuó en la
república la misma visión contractualista entre pueblos y poder, o me
jor dicho «ntn? pueblos y esta entidad tan abstracta y misteriosa que
era la nueva idea de nación. Porque es cierto que tenemos que esperar
hasta el segundo liberalismo, el de la Reforma, para asistir en México
al desarrollo masivo de las fiestas cívicas que intentaron difundir valo
res sccularizadores. A lo largo del primer liberalismo existió una gran
difusión de catecismos cívicos, de folletos, de periódicos, pero podemos
dudar acerca del alca naide este material, de este idioma escrito, hijo de
la libertad de expresión, que no se vinculó en forma sistemática con el
idioma visual de los pueblos, hijo de otra y más antigua libertad, la del
barroco popular novoh¡apuno.
Las mismas actitudes o idioma de las élites reforzaron este lazo entre
antiguas y nuevas libertades. Al fin y al cabo el texto fundador de la
república, es decir el Plan de la Constitución Política de la Nación Mexi
cana del .16 de mayo de 1.823, afirmó que el primer deber de los ciucln-
ai Esta reilexiún i>n Annick [/cmpéntVi:, "¿Nación iinxlrma o rorública barroca? México
1823-1857”, eji FYuiK’uis-Xavier (lucirá (coercí.), Imaginar Ut nación, Cuadernos de His
toria Latinoamericana, MUusUu'-t tambare, Mili.HKM, |). 150.
426 UNA NUEVA IDENTIDAD COI J5UT1VA
CONCf.DKlÓN
1Charles Tilly, The Formation of National States in Western Eu.rope, Princetnn [Jju-
versity Press, Princeton, 197Í5; Ernst Gcólmn', Natums itinl Nidioiiidisin, Oxford University
Press, Oxford, 1.983; Eric Hobsbawm, Nations and NathmUism sime 1780. Prográmate,
Myth, Reality, Cambridge University Press, Cambridge, 1991.
2 Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism, pp. 10-11.
2 Pierre Nora (dir,), Les lieux de ntémuiré, 4 vola., GallimarcI, París, 1984-1986; vol. i:
L a Ré publique, vois. it-i.v. La Nidion.
4 Tiilifj Halperin Donghí, Argentina. De la Revolución de Independencia a la Confede
ración Rosista, Paidós, Buenos Aires, 1987 (volumen 3 de la Historia argentina, publica
da por Paidbs); Revolución y guerra.. Formación de una élite dirigente en la Argentina
criolla, Siglo XXI, Buenos Aires. 1979.
5 Osear Oszlak, La formación del estatlo argentino, Editorial de Bolgrano, Buenos
433
434 1A CONSTRUCCIÓN J)E LOS IMAGINARIOS
*
£
MITOS Y SIMISOUKJÍAS NACIONALES Tin
hilen que bien podía pensarse que, en sus líneas mayores, la construc
ción de las naciones sudamericanas estaba concluida.
2f> Ignacio NútH'Z, uno de ios jóvenes jacobinos, relató en sus Noticias Históricas, que al
presidente Snavcdra le fue denunciado se hacían invitaciones? pnra una reunión armada
empleando personas que se distinguían con una escarapela blanca y celeste, y cuyo reu
nido debía tener lugar en el cafó llamado entonces de Marco.
S!(iArchivo General de la Nación, La harulcra nacional. Su origen. Documentas Buenos
/lides. s.f.
27 Ib id e m .
2* Cit. por Juan C anto, “La Asamblea General Constituyente”, en Academia..., Histo
ria. .., v o l vi, la. sección, pp. 153-154.
442 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS [MAOINAIÜOS i
lint escuelas y, más que nuda, de las fiestas cívicas, las canciones patrió
ticas se difundieron muy pronto entre las capas populares, beneficiadas
por melodías que los músicos retocaron varias veces hasta hacerlas pe
gadizas y cantables.
Nuevamente el caso argentino es el más prematuro y va asociado a
la acción legislativa de la Asamblea del año xjii. Ya en 1811, los exalta
dos del Club de Marco entonaban unas estrofas atribuidas a Esteban
de Lúea, en las cuales dominaba un sentimiento americanista entera
mente revolucionario/17
En 1812, el cabildo de Buenos Aires aprobó una marcha escrita por
l'ray Cayetano Rodríguez en cuya letra el entusiasmo americano se
eclipsaba tras un patriotismo restringido al “nombre argentino”. Se
gún parece, los miembros de la Sociedad Patriótica entonaban al mismo
tiempo unos versos más inflamados y americanistas que había com
puesto Vicente López y Planes, autor, en 1807, de un popular Poema
Heroico, a los defensoras de Buenos Aires:1" En marzo de 1813, la Asam
blea constituyente resolvió encargar a López y Planes que redactase una
versión definitiva de aquellos versos, cosa que finalmente sucedió, de
modo que el cuerpo legislativo pudo convertir ese texto, puesto en mú
sica por Blas Parera, en la “única marcha patriótica” de las Provincias
Unidas. El himno así fijado deudo 1813 despliega un contrapunto de
ideas: el “grito sagrado” de la libertad alterna con la “noble igualdad”;
el influjo de Marte se suma al “ardor” de los huesos del Inca quien, des
de su tumba, asiste a lu renovación del “antiguo esplendor”; las apelacio
nes al “argentino”, sea al “valiente” soldado, al “ brazo” o a) “gran pue
blo” que llevan ese nombre, se insertan entre los recuerdos de las ataques
que los tiranos, comparados con fieras, leones y tigres, lian desencade
nado contra todos los americanos en México, Quito, la “triste” Caracas,
Potosí, Cochabamba y La Paz. Para rescatar a esos pueblos “bañados en
sangre”, las Provincias Unidas se han lanzado al combate, Buenos Aires
al frente ele ellas. De manera que “ la nuevu y gloriosa Nación” que el
himno celebra es, para el poeta, una entidad política cuyo ámbito de
soberanía tiende a coincidir con la jurisdicción del antiguo Virreinato
del Plata y cuya dirección ha asumido el grupo revolucionario de Bue
nos Aires. La canción aprobada por la Asumblea hubo de difundirse
con notable rapidez entre el pueblo de la capital y de las provincias
porque, en 1817, el norteamericano Henry Brackenridge lo escuchó
ele Bulnes no perdió esta ocasión para rehacer el texto de acuerdo con los
ilictados de 1a política hegem ónica—conservadora, oligárquica, “peta
cona”— y encargó la tarea a Eusebio Lillo. En 1847, el joven poeta
sometió el resultado de sus trabajos a Andrés Bello, quien en esa época
desempeñaba el rectorado de la Universidad de Chile y era ya conside
rado la gloria máxima de las letras hispanoamericanas. Bello aprobó
todo el poema menos la letra del coro, pues había en ella una cita sobre
los “tiranos” que, según juzgó don Andrés, podía ser interpretada por la
juventud opositora como una referencia al “gobierno interior” de Chile.
Se resolvió, por eso, conservar el coro de la versión de Vera y Pintado y
remplazar todo el resto del himno nacional j)or la composición de Lillo:
la voz tirano alterna con la de déspota audaz, los españoles no son más
ñeras sino hijos del Cid y a la guerra ha sucedido la reconciliación: “Ha
cesado la lucha sangrienta; / ya es hermano el que ayer invasor”. Sin
embargo, el pasado indígena sigue vislumbrándose en “el altivo arauca
no” que ha dejado al chileno la herencia de su valor.
En 1826, la asamblea constituyente de fiolivia aprobó en Chuquisa-
ca el himno nacional, escrito por José Saryjinós. No hay en él imagen o
tropo algunos dedicados a la tradición preliispánica y al paisaje ameri
cano. El texto del poema gira en torno a la ligura del héroe, Bolívar, quien
aparece allí como triple numen de la guerra, de la libertad y de la paz
dichosa que se avecina.
La canción nacional del Uruguay fue entonada, por pri mera vez, du
rante las fiestas del aniversario de la Constitución en 1833. Compuso su
letra el poeta Francisco Acuña de Figueroa, mi intelectual interesante
que fue director de la Biblioteca Nacional en Montevideo. El himno uru
guayo es quizá el más cargado de erudición clásica de cuantos hemos
considerado. 1<os españoles son también aquí tiranos a la par que “feu
dales campeones del Cid”. La evocación del pasado indígena es fuerte y
remota a la vez, siguiendo el ejemplo del. himno argentino; se abre la
tumba de Atabualpa, surge su cadáver del sepulcro para clamar ven
ganza y, en la enseña de los patriotas, brilla el sol, “de los Incas el Dios
inmortal”.
Por tercera vez, el caso del Paraguay se ubica en el extremo europeo
del espectro simbólico. En 1853, el oriental Acuña de Figueroa fue convo
cado por el gobierno de Carlos Antonio López para redactar el himno pa
raguayo. El poeta, que había suscitado naturalmente la aparición del
inca en la canción de su país, ha de haber recibido instrucciones en
Asunción de no dejarse llevar por semejante retórica. Ni un solo verso de
la canción paraguaya encierra la menor cita sobre el pasado aborigen; su
mundo simbólico es réplica del de la tradición revolucionaria francesa.
448 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS IMAGINARIOS
11 .Julio Cósur Cliíivuz, ttl mtl>nunt) dic¿tutor. Biografía tic José (JaH/utrdc I iranda,
Difusom, Buenos Aires, 1942, |>. 3 Í T
*n IbiJ.t'm, ¡> 847.
,1lJVéanse las Curtas sobre ol l'ivriinuuy dti los hermanos UohurÜHon, publicadas on.lt.de
Lnl'ueuteMiiduiin, La Asuináóit de antaño, Sebastián de Arnemii tu, Buenos Air e», 1942,
PP. IJ3 y as. IjOs resultados de la furia geométrica del doctor h'rnncia fueron cnlnslré fíeos.
Buena parto do Asunción quedó en ruinas.
17Tulio lliilDerin Í)ijiighi,.WriW(«.‘(ó«,.., |)p. 172.17Í).
MITOS Y SIMllOLOCÍAS NACIONALES 449
•i* Para torio lo concerniente u fiostna y monumentos, nos remitimos id trabajo de in-
vealil/Hción llevado a cabo por el equipo que coordinó uno d e nosotros y que actuó en el pro
grama dirigido por el profesor <Johó Carlos Olliarumoiite en el .Instituto Havignani, Fa
cultad d.e Filosofía y Letras (Universidad de linones Aires): Ur.itorirnle los monumentos: itn
capítulo en. el pcoceso de creaí'ióu tle tn nuvióti arfíetUina (l8lO-}i)2ItHeu3 autores fueron
,1 lí_ Uurucóa. M.T. Espantoso, M. K UakíSÍo. M. G . Henal d. M. C. Seivc.nti.A. van Deurs).
1,11 Senado de la Nación, lii.blioleoa de Miiy't?, Buenos Aires, 1968, t xix: Antecedentes-
üooume.ntos Políticos y Legislativos, primera parte, pp. 1,68 13-16814.
450 I ,A CONSTRUCCIÓN 1)13 LOS IMAGINARIOS
civ il!” ; “ como para excluir toda idea de independencia”, según comenlrt
Ignacio Núñez, uno de los jóvenes radicales.50
Las dudas de la Junta también se pusieron en evidencia en ciortut
contradicciones del programa festivo, porque la coreografía desarrolla*
ba una danza de parejas combinadas de “españoles” y "¡uñar icu non" ‘1u#
prim eros con sus antiguos vestidos cortos a la romana” y “los segunda*
con plumas de colores en la cintura y en la cabeza como los indioft’* '
“Tal vez se quisiera significar de esta suerte que la nueva política uanl»
raba a una conciliación entre la metrópoli y los pueblos americanoM,
exaltados ambos mediante la alusión a la gloria de su antigüedad. Pcnp,
al mismo tiempo, el baile culminaba en la liberación de un caudillo in
dígena, cubierto con un manto “en señal de su más alta dignidad” y cñf.
gado de grillos y cadenas que se hacían trizas al final del acto.52
Los gobiernos sucesivos de Buenos Aires organizaron sus actos'¡pii-
bücos más importantes siempre alrededor de la pirámide de Mayo:junm
de la independencia y de las constituciones, aclamaciones a los vence
dores en las batallas do la revolución o de las guerras civiles, funerala*
(como el de DoVrogu, “mártir” del partido federal, en 1820)M y también
ejecuciones (como las de los asesinos de Quiroga en 1887). El poder en
turno adornó el monumento en tales ocasiones con emblemas que ex
presaban sintéticamente los principios de la política oficial, intentando
siempre establecer una continuidad de significado entre los hechos ac
tuales y los acontecimientos fundacionales de los tiempos de la Indepen
dencia. El dictador Rosas sería uno de los gobernantes más hábileá y
ocupados en este tipo de operaciones.54 No obstante, es bueno notar que
algunas veces el pueblo impuso espontáneamente sus propios puntos
de vista en materia de lemas y do festejos políticos. El historiador boli
viano Gabriel llené Moreno ha conservado los testimonios de los arre
batos americanistas do las multitudes cuando llegó a Buenos Aires la
noticia de la victoria de Ayncucho a fines de enero de 1825.r>1’ La ciudad
entera salió a celebrar el hecho “enloquecida”. El gobernador Las HeraS
con losó haber tenido “que tirar un decreto para reglamentar el delirio";
él mismo recordaba que se había sacado el retrato de Bolívar en procé*
fuesen quienes más claras tenían las cosas en ese sentido y que a tal es
tado de conciencia se acercaran también los paraguayos, los uruguayos
y los bolivianos, en este orden. Los argentinos parecían ser quienes abri
gaban aún las mayores dudas respecto de su identidad nacional, do
minados como estaban (y lo estarían hasta 1853) por la inmediatez de
sus vastos y, en algunos casos, bien organizados estados provinciales.
De cualquier manera, en todas partes la poesía neoclásica y sus te
mas predilectos desempeñaron un papel fundamental en la formación
de una sensibilidad y una experiencia comunes entre los ciudadanos de
los listados-naciones, desprendidos del finiquitado Imperio español en
América.
Interesa señalar que, ya en época tan temprana como esta que termi
namos de analizar, surgieron algunos mitos “ populares” sobre héroes
“marginales” de la independencia, niños y mujeres sobre todo que ha
bían dado muestras de coraje a la altura de los más excelsos varones:
las leyendas del tambordto de Tacuari (una suerte de Bara sudameri
cano), de María y sus hijas, enfermeras de los patriotas en el desastre de
Ayohuma, do las mujeres que sublevaron a Cochabamba en 1812, orga
nizaron la resistencia y padecieron la represión léroz del realista Goye-
neche. Por supuesto, kxs historiadores de periodos posteriores tomaron
estos episodios y les encontraron, con mayor o menor fortuna, un asi-:
doro en acontecimientos reales. Mitre, por ejemplo, dio consistencia al mito
del pequeño soldado tambor en el combate de Tacuari. Pero no creemos
equivocarnos si suponemos que la transmisión y la persistencia de ta
les historias debieron mucho a las vigilias de las tropas y de los gauchos,
a la tradición oral del pueblo.
La e t a p a c iú t ic a e; HrsTOmocmÁii'fCA
así nacieron los distintivos con los cuales aún hoy se nombra a los par
tidos políticos tradicionales del Uruguay.
Del otro lado del Plata, en 1835, al ser investido de la suma del poder
público en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Rosas transformó
al rojo de los federales en el color oficial, presente en los uniformes mi
litares, en las obleas de los documentos, en la vestimenta de los hombres
y de las mujeres, en la pintura de las fachadas y del interior de las ca
sas.63 La divisa punzó fue tenida por “señal de fidelidad a la causa del
orden, de la tranquilidad y del bienestar de los hijos de esta tierra, bajo
el sistema federal, y un testimonio y confesión pública del triunfo de esta
sagrada causa en toda la extensión de la República, y un signo de con
fraternidad entre los argentinos”.6"1
Los maestros habían de cuidar especialmente que sus alumnos la
usasen en la escuela, ya que “ cuando desde la infancia Be acostumbra a
los niños a la observancia de las leyes de su país y por ello al respeto
debido a autoridades, esta impresión, quedándoles grabada de un modo
indeleble, la patria puede contar con ciudadanos útiles y celosos defen
sores de sus derechos”. Muy pronto, la figura del dictador fue ensalza
da en un himno, redactado por Rivera Indarte, que llegaba a imitar los
tropos de la canción nacional:
Pero esta coacción simbólica, que algún parentesco tenía con la ejer
cida por las élites revolucionarias en los tiempos de la Independencia,
sería considerada por los enemigos de Rosas, quienes se proclamaban
precisamente los herederos auténticos de la revolución emancipadora,
como manifestación ridicula, retrógrada, intolerable y feroz, todo ello a
la vez, de un despotismo restaurado, remedo del antiguo régimen.66 La
nueva actividad mitopoiética había de instalarse entonces en el marco
de un pensamiento reílexivo, fundarse en la lucidez del discurso, ha-
u:t Ya durante sil primer gobierno, en 1831 y 1832, llosas había impuesto el uso de la
divisa punzó n los escolares y a los empleado» públicos de la provincia.
,M Citado en Munuel Calvez, Vida de. don Juan Manuel de limas. Senado de la Nación,
Buenos Aires, 1981, p. 216. Para otros “excesos simbólicos”, como las procesiones y la
colocación del retento do Rosas en los altores, véase John Lynch, Juan Mcúmel de Rosas,
I jysixuuérica, Buenos Aires, 1986, pji 176-177.
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o civilización y barban?, Centro Editor de
América Latina, Buenos Airwt 1967, pp. 210-212.
456 LA CONSTRUCCIÓN 1)E LOS IMAGINAMOS
Quiroga era tenido por un hombre inspirado; tenía espíritus familiares que
penetraban en todas partes y obedecían sus mandatos; tenía un célebre
ca b ed lo m o ro |_|que, a semejanza de la cierva de Kertorio, le revelaba las
cosas más ocultas y le daba los más saludables conse jos; tenía escuadrones
de hombros quo, cuando los ordenaba, se convertían en Reras, y otros rail
absurdos ele ese género.90
l" «I, P y (L P. [ioboi'Lstm, KL rei.no de. terror del Dr. Francia, |)¡i. 124425,
!,a Tomán O ’ Cunnor d'Ihirluch, El general Melgarejo. [lechas y dichm de este hombre
célebre. Juventud, La l'uz, 1989, pp. 6(5-67 y passim.
Ml'l'OH Y SI MBOLOGÍA.S NACIONALbiS 4(33
lidad del chileno residió en que, para él, las naciones americanas eran
las herederas principales del mito revolucionario de la modernidad,1
brotado de la disidencia religiosa, exaltado y traicionado por las convul|
sioncs de Europa.98 í
Así es que, hacia el lin de nuestro segundo periodo de creación mito-
poiótica en los países del cono sur, debió de existir una sensibilidad
abierta a reelaboraciones entusiastas de todos los símbolos de la libet^
tad revolucionaria entre ciertos sectores radicalizados de las élites;^
en franjas muy amplias de la gente común, tal como lo sugiere un hecho
de la historia artística de la Argentina que acaeció por esos años. Tras la
caída de Rosas y la secesión del Estado bonaerense del resto de la Con*
federación, la llamante municipalidad de Buenos Aires encaró reforma^
del único monumento existente en la ciudad, aquella pirámide erigida
frente a la catedral en 1811. Los cambios consistieron en colocar cuatro
estatuas de mamposteríu a su alrededor — alegorías del comercio, la agri
cultura, las artes y las ciencias— más una quinta ubicada en el tope (lá¡
la pirámide, que simbolizaba la lilxíijjad: ora la clásica mujer vestida a ].($
antigua, t ocada por un gorro frigio, llevando una pica y un escudo que$
en este caso particular, exhibía el blasón nacional de la Asam bleadol
año xiii. Todas estas esculturas eran obras del maestro francés Joseph?
Duhourdicu, un liberal escapado de la Francia de Nafxileón III. Los arre-i:
glos fueron bastante criticados y se adujeron razones de gusto, pero la“
general aprobación del público hizo que la alegoría de la libertad queda- i
se en la cima de la pirámide para siempre. Y no sólo eso, sino que pro
bablemente porque sostenía con su mano izquierda el escudo nacional,
la imaginación popular realizó muy pronto una fusión entre la idea de la
libertad y la de la república, de manera que la estatua de Dubourdieu
pasó a ser el símbolo [x>r antonomasia de la nación argentina hasta nues
tras días.97 Es muy posible que esta demostración de la penetrabilidad
y del peso ideológicos de un monumento, portador de sentidos compren
sibles y esperados por la gente común, haya significado para las élites
una toma de conciencia que las impulsó a definir la parte del león de sus
futuras operaciones emblemáticas en términos precisamente urbanís
ticos y monumentales.
Notemos de paso que otros países sudamericanos ensayaron crear su
figura tópica de ia nación a partir de alguna variante de la Marianne
criolla que tanto éxito tuvo entre los argentinos. La Columna de la Paz,
por ejemplo, erigida en la plaza Cagancha do Montevideo en 1867 para
celebrar el acuerdo de los partidos de 1865, fue rematada por la estatua
11,1 ÍYuncásco Billiao, La América vn/ialigru, p. íj,
!,v Para oíros detalles, véase! J. lí Huracán eí al., “Influencia.,.", up. 150-163,
MITOS Y SIMHOLOGÍAS NACIONAI.l?S
en bronce de una mujer con gorro frigio que btande una espada y enar-
Imía la bandera uruguaya. El escultor de este monumento, José Livi, es-
1aba muy relacionado con el ambiente artístico argentino y es probable
que de allí tomase la idea de esa simbiosis libertad-república para repre
sentar a la nación oriental. De todas maneras, el símbolo no prosperó; los
uruguayos preliriei-on la figura de una joven con la cabeza descubierta,
acompañada por la bandera y, sobre todo, por el libro de la Constitución.98
En síntesis, nuestra segunda etapa, dominada por el ejercicio de una
meditación litei'aria crítica de pretensiones racionales y científicas, que
se organizaba sobre los géneros del ensayo historiográfico y sociológico,
enriqueció el mundus ¡symbolicus heredado de los tiempos de la Inde-
l>cndencia con una nueva tópica: el mito romántico del paisaje inconmen
surable (casi una variante del sublime lísico kantiano), fundamento de
un Volkgeist común a las naciones sudamericanas; el mito trágico del
conflicto entre la civilización y la barbarie; el mito del tirano o de la dic
tadura inevitable. Al mismo tiempo, los complejos míticos de la revolu
ción y del pasado indígena rehabilitado por los nuevos regímenes no
fueron abandonados: el primero se hizo incluso más denso porque se in-
corporó a una trama amplia de procesos en el pasado (todas las luchas
por las libertades políticas y de conciencia en la historia europea) y de
movimientos emancipadores en el presente (las revoluciones del 48, el
liberalismo latinoamericano que se batía contra la reacción conserva
dora desde Chile hasta México); el mito indígena sufrió, por su lado, un
eclipse en el Río d e la Plata, pero continuó firme en Chile donde mereció
la apología de Lastarría quien, en la búsqueda de las vertientes forma-
doras del “carácter nacional" chileno, reivindicó las tendencias hacia la
libertad y el amor por ella para el legado araucano y reservó las incli
naciones al fanatismo y la intolerancia para la herencia española.99
A decir verdad, todos estos toei del discurso, de la retórica y de la ima
ginación parecían reforzar la tendencia de las mentes hacia la idea de
una comunidad social y política panamericana; sin embargo, en el des
arrollo concreto del pensamiento en tomo a aquellos mitas, una reflexión
sutil y crítica distinguía y discriminaba, a cada paso, las particularida
des de los territorios. De este modo, la propia mitopoiesis de una realidad
americana global contribuía a definir sociológica e históricamente los
caracteres peculiares de cada nnción-Estado.
100 Para un estudio reciente de estos debates, véase Natalio Botana, JLa libertad política.
MITOS 7 SIMBOLOGÍ A.SN ACIONA LlíS 467
tos de alarma.11 1Hojas pensaba que la búsqueda de las raíces del alma
argentina debía de ser ampliada al pasado hispánico colonial; la inten
ción tuvo su correspondencia en el plano urbanístico, pues la misma Ley
del Centenario, que previo todos los detalles de los festejos y homena
jes, ordenó la construcción de un monumento a España que exaltara a la
madre patria como potencia civilizadora. Lo cierto es que esta empresa, ■'
inédita en el horizonte mitopoiético de la nación republicana, encontró
resistencias, pues de otro modo no podría explicarse el hecho de que
Arturo Bresco, el escultor encargado de la obra desde 1910, hubiese de
aguardar hasta 1936 para ver la inaugurada, en un contexto político con
servador más permeable a un tradicionalismo que se había hecho mar
cadamente hispanófilo y clerical.115
Ahora bien, Buenos Aires ha tímido un sitio peculiar que ha funcio
nado como un organismo simbólico nacional a lo largo de toda la vida
independien te, una especie de imagen refleja, en la idealidad de la tras
cendencia, de esa ciudad que es también, por sí misma, una síntesis em
blemática del país entero. Nos referimos al cementerio de La Recoleta,
inaugurado en 1822, donde la escultura funeraria ha multiplicado los
retratos de los héroes, las alegorías de las ideas y valores, las represen
taciones de los fastos, de las batallas, de los debates, al punto de construir
un verdadero teatro de la histor ia a la manera de los gabinetes de la me
moria que imaginaron algunos pensadores fantasiosos del Renaci
miento.1Ui Y si bien La Recoleta ha sido el espejo del imaginario de las
élites, también el pueblo lo ha hecho suyo, porque allí descansan dos, por
lo menos, de sus más grandes figuras míticas, el socialista Alfredo Pala
cios y Evita Perón.
Tal vez nos liemos detenido macho en Buenos Aires, pero el hecho se
justifica por cuanto que esa ciudad ha reunido en su historia la totali
dad de los hechos típicos — urbanísticos, sociales y simbólicos— que
podemos encontrar en las otras capitales del cono sur. Sobre Santiago
de Chile, algo liemos dicho ya, pero agreguemos que las colectividades
extranjeras colocaron en esa ciudad varios mojones monumentales en
los que se entretejieron los mitos del progreso, de la inmigración y de
la idiosincrasia nacional; la colonia alemana regaló la Fuente del Tra
bajo y del Progreso, Francia el Monumento al Arte, ambas obras en el
Parque Forestal, y la colonia italiana donó un recordatorio a la raza
111 A pesar de sus enfoques algo exaltados, es interesante consultar sobre el tema el li
bro de Carlos Escudé, El fracaso del. proyecto argentino. Educación e ideología, Instituto
Torcuata di Tellu-Conicet, Buenos Aires, 1990.
1,4 M. T. Espantoso, M. F. Galosio, M. .Renard, M. C. Serventi y A. van Dours, Las mo
numentos, los centena rios y la cuestión de la identidad, inédito.
1:16 Francés A. Yates, El arte de la memoria, Tauros, Madrid, 1974.
474 L A C O N S T R U C C IÓ N D E L O S IM A O lN A ltlo S
¡Oh, vosotros, compañeros do gloria en aquel día memorable! ¡Olí, vos, Piojito,
si vivierais! HarrilUo, Ve.Utci, Chuña, Gaucho y Capatito, os saludo aún desde e l'
destierro en el momento de hacer justicia al ínclito valor de que lucisteis prue
ba! lis lástima que no se os levante un monumcnliO en el puente mjuó! para.
perpetuar vuestra memoria.
117 Domingo Ir Sumiente, Ilccütrdos de provincia, Salva!, Estrila (Navarra), 11)70, p.DÍ>,
Ihidi'in, p. 1^1.
XV. EL “ESPEJO ROTO”
DE LA COLOMBIA BOLIVARIANA (1820-1850)
G eorges L omné
Universidad de Mame la Vallée
475
476 ' L A C O N S T R U C C IO N D E L O S IM A G IN A R IO S
la esencia de una nacido reside en que todos los individuos tengan muchas
cosas en común, pero también que todos se hayan olvidado de un mayor nú
mero de cosas. No sabe ningún ciudadano francés si es burgundo, alano, taifal
o visigodo. Todo ciudadano francés debe haberse olvidado de la S a in t B ar-
thálem y y de las masacres del Midi, en el siglo dieciocho.3
El 26 de enero de 18114, con motivo del mensaje que solía dirigirse al Par
lamento en la sesión de apertura, el presidente de la República vene
zolana, José Antonio Páe% expresó su satisfacción por haber ratificado
pocos meses antes un tratado preliminar de comercio con el “Rey de los
Franceses”.8 La emoción llega al máximo seis días más tarde, cuando se
conoce la noticia de que la Atalanta, fragata francesa de guerra, acaba
de disparar un cañonazo, en alta mar, a poco trecho de Cartagena, con
tra la goleta mercante Aurora “a pesar de haber izado (ésta) la bandera
venezolana”.'1El origen de la equivocación se descubrirá pronto. En au
sencia de un escudo destinado a diferenciarlos, los colores nacionales
son rig urosamente idénticos a los de la Nueva Granada, ¡país vecino,
sumido por entonces en grave litigio ele orden diplomático con Francia!
Un año más tarde, en el Ecuador, el ejército “Convencional” de «Juan José
Flores y el ejército “Restaurador” de «José Félix Valdivieso se enfrenta
rían con suma violencia, en la llanura de Miñ.arica, enarbolando ambos
la bandera del arco iris.-10 Es muy claro entonces que la disgregación
de la República de Colombia, patente en el plan político, no se manifies
ta con tanta claridad en el terreno de las representaciones simbólicas...
En dicho asunto, la culpa la tienen en primer lugar los miembros del
Congreso Constituyente ecuatoriano que se reunieron en Riobamba.
El decreto del 27 de septiembre de 1830 firmado por «Juan «José Flores
estipula lo siguiente:
AI.iT. 1": “Se usará en adelante de las Armas de Colombia en campo azul
celeste, con el agregado de un Sol en la equinoccial sobre las fases, y un lema
que diga: El Ecuador en Colombia”.11*
ART. Ia. “El escudo de Armas para el Estado de Venezuela, será desde la
publicación de este decreto, el mismo de Colombia, con la diferencia que en
campo de oro, las cornucopias serán vueltas para abajo, y en la parte infe
rior de la orla llevará la inscripción estado de Venezuela.*2
ART. 4: “No se hará novedad en las armas, bandera y cuño establecidos por
las leyes de la República de Colombia (...1 En las inscripciones y sellos,
excepto los ele la moneda, donde antes decía República de Colombia, se sus
tituirá ahora la siguiente: Colombia-Estado de la Nueva Granada”,ui
P’elipe Tovar le rogó el favor"not a liltlo flaCtoring to mu” de dibujar un boceto del escudo
de armas. Véase SirRobert Ker Porte/* Canten* Diniy 1826-1842, ctl. porWatter Qupouy,
Editorial Arto, Caracas, IfKifi, pp. 912-91,(í,
L7 J. Ricardo Barrera,“Pabellones y ...”, p,!43
18 E.O . R„ [>p. 08 y 102.
" ’ AeW 182a 8e*ión ilet día. 28 de septiembre <h 1821, en Congreso de Cuenta, p. 907.
2U Recopilación de leyes ile la Nueva Granuda, por Bino de Pombo, Bogotá, Irup. (le
Zoilo Salazar, 18415, p. 24. Véase también: am a k i 1, corntupondoneia política, Colombia, vol.
J1, IT. 314-318 y 1£ 394-395, Oficio* tie Im Moyne ni Duque de Jlroglie, Bogotá, 14 de mayo
de 1834 y Bogotá, 10 de junio (lo 1834 .
480 LA c o n s t r u c c i ó n d e l o s im a g in a r i o s
ta” inicialmente deseado por el Senado con el fin de simbolizar “la in
dependencia de la República”.21
Un me» antes, en Caracas, otros senadores habían propuesto incluir
¡un “caballo de oro como símbolo de la Independencia” en el cuartel de
recho del escudo de Venezuela!22 No se trata de una mera analogía dic
tada por las circunstancias: en este proyecto del 17 de abril de 1834 el
caballo pisaba un cetro quebrado. Así se veían reunidos en una misma
alegoría dos de los cuarteles de un famoso escudo colombiano.23 La
“Comisión especial” encabezada por Felipe de Tovar y Antonio Febres
Cordero juzga en abril de 1836 que semejante representación no venía
a cuento: “I—I la propiedad exigía que se le asignase un color natural y
se propone blanco, un caballo de oroes un ente imaginario |...|” y que es
preciso que se restablezca su carácter ¡indómito para que represente con
exactitud lu idea que se desea [.., I” Asimismo, se decide suprimir el
arco y la Hedía previstos en el cuartel izquierdo “|...| que en el día son,
armas exclusivas do pueblos salvajes” y optan por “ la aupada y la lanza
que Imcon t.íin temibles a nuestros guerreros y pueden deno tar el triun
fo de pueblos cultos y civilizados”. Por último, con objeto de representar
la Unión, se escoge un “manojo de mieses atado” en vez de rayos del sol
naciente, los cuales son acusados de formar “sistemas separados e
independientes unos de otros”.2,1 De este modo, la utopía independon-
tista nutrida con metáforas de la Leyenda negra, de la India-Libertad
y de la Irriqxáón del día, cede algún terreno a la ideología del Progreso y
a sus símbolos, de comprensión más inmediata...
El manojo de espigas de trigo del escudo venezolano además de ir
explieiríimonte en este sentido recordaba, según debía, “ In fecundidad
del suelo de Venezuela y la fuente de su prosperidad”. La alegoría clási-
31 E. O. J{., p. 94, Proyecta de ley que designa las armas y ¡tabelión d éla Rrpuhltru, 24
do diciembre do 1833.
'a Proyecto de ley fijando el escudo de armas de Venezuela, 17 de abril de 1834. facsímil
eQ Vargas, El escuda de armas, op. cit.
Esto escudo consta en numerosos documentos de la época —orla de cobre del cintu
rón do Ruin de Pedro de Herrón (Cusa-Museo del 20 de julio, primera sala del segundo
piso, Bogotá); loza azul fidem, aula ((olivar) o lienzo regatailu al Libertador por las Duina»
de Lima en .1823 (Quinta de Bolívar, Bogotá)— sin que se puedn comprobar el Decreta (|uo
lo orcluuó.Tul como se ve en la Quinta, aparece dividido en tres cuarteles. En el superior,
en caminí azul, tres estrellas de seis puntas que simbolizan las secciones de Colombia:
Venezuela, Nueva (Vanada ,y Departamento del Sur. En la parto inferior, el eiiiii'tol dero-
elio ensena un caballo indómito blanco en campo de gules, y el cuarto! izquierdo un cetro
roto, en campo do oro. Lu cubre un águila de alas abiertas y lleva abajo el. famoso lema de
los revolucionario» francosois: “Ser libres o morir”.
‘M Hx/tedicnle dirigido a ¡a Honorable Cámara de. Representantes, .12 do abril do DlItCi,
f'ncmimil en Vargas, El envíalo de armas, op. cit. Véase también: AMAK.r, Comitjimidencia.
política, Calwiihia, vul. 13, IT, 98-íiD, Oficio de La Palun al Duque de Jlroplit:, Cónicas, 25
de abril de 18íi(v
E L “ESPEJO ROTO" |jf.¡ LA COLOMBIA IIOLIVARIANA 481
A priori, no existía mejor emblema dentro del género animal para ex
presar la incipiente identidad de las naciones andinas. Sin embargo,
durante largo tiempo, el águila le disputó ese título en virtud de una tra
dición heráldica fuertemente arraigada y de la fortuna reciente que aca
baba de conocer en la América del Norte.29 Durante la Patria Boba, los
Cundinamarqueses habían consei'vado como emblema de su República
el c ue adornaba las armas de Santafé, ¡permutando la corona por un
gorro frigio!39 La Federación, vencedora de Cundinamarca, en 1815, pre
fiere el cóndor, de vocación más continental. Cinco años después, en
enero de 1820, éste se impone de nuevo, investido esta vez con los atri
butos del águila de Cundinamarca —“una granada y una espada en las
garras”— en el escudo que el General Santander crea por propia inicia*
tiva para la República de la Nueva Granada...31 ¡La hibridación se ha-,
bía consumado! El debate no volvió a recrudecerse hasta diciembre dé’
1833 cuando los senadores bogotanos propusieron reintegrar un águilá
en el escudo nacional... Santander se negó a aceptarlo y la ley del 9 de
mayo de 1834 restableció el cóndor en sus derechos.
Varios años más tarde, el Ecuador experimentó parecidas inceriddum-
bres. En julio do 1.836, el Presidente Kocaíuerte había decretado la acu
ñación de nuevas monedas en las cuales figuraba un cóndor (mearama-,
do en el Pichincha. Ahora bien, en septiembre de 1842, ratificando una.
iniciativa de la Gasa de la Moneda de Quito, el Presidente Flores man- f
dó incorporar un águila en los “cuartillos de un real”.32 Un ejemplo, ínter
alia, de una inercia de las representaciones que respaldó a t iempo el
auge del mito napoleónico. Pero el esfuerzo que exigió el hecho de im
poner una nueva simbólica, se debió también a numerosos impedimen
tos materiales existentes. El Ejecutivo caraqueño que se afanaba en pro
pagar tanto la descripción como la imagen del escudo previsto por la
ley del 20 de abril de 18363;1 se vió obligado a prorrogar la utilización del
antiguo papel sellado ¡mientras no hubiera recibido del extranjero las
:M Muevo, » .r , 1836, tomo cxxxii, doc. 15. Do igual modo, el loma “República del Ecua
dor” no apareció en el pa|x-t sellado de cate país hasta 1835. (Decreto de la Convenció!*
de Ambato, 10 de agosto de 1835. aihiciíq, ref. 40/124, folio 215.)
33 ackvc, su, 1836, t. f:l., doc. 26 y 41.
33 Cf. C laude O ílhert D u b ois,“I,'imnginaire hislorique el. se s manifestations danS
rhmtoriographie du xvi‘‘ siecliTon Coloquio del Instituto Clolegial Em-opeopublicado pof
Slaria de la Storiograftn. ruiin. 14, Klelt-Ootta, Milán, 1988, pp. 68-95.
37 Marie-Dunielle Domólas, Vinvcntion politique. íiulwic, Equuteur, Pérou att xi.'P sié'
d e , k.rc. París, 1992, 620 páginas.
33 Ernest Renán, Q’est-ce t/u'une Nalian?. pp. 54-55.
11,1En 1827, Jasó Fcnumdez Mndi id publicó su (Inaliinoc o Guulitnocin. Tragedia en &
actos, Impr. de J. Pinard, París, 1827, 4 h., J.0U pp.; ukcsi: Quijano 269 UU), La sum®
sobnedad de est a tragedia en versos querío realzar la virtud patriótica de aquel mártii'
mexicano de la Conquista. El Libertador, poco aficionado a los utilices del “nuevo sistem®
trágico italiano”, la recibió sin embargo “con el mayor gusto, porque veo en ól un momen
to de genio americano”. Con un Heñido inás clásico de la esceni(icuci.ón, Luis Vargaá
Tejada produjo dos tragedias indigenistas: Sugamuxi ni 1826 y, sobre todo, DoraminiA
en 1828, que trataba de la conquista de las Ouaymms.
40C f. Bernard La vallé, “ Bolívar el Ion indiens” en Bolívar et les Peuples de Nuestrd
América, m ;b, Burdeos, 1990, pp. 101-110.
484 LA CONSTRUCCION DE LOS IMAGINAMOS
41 Carta tic Bolívar a Olmedo, Cuzco, [2 do ju lio de 1825, oa Mirara Historie», man. 26,
Quito, 1957, |>. 8:1. La (ilición por esta oi ira fue desigual. Publicado en Guayaquil en 1825,
no lo fue en CnruciiK hasta 1842. Adcinriis el tono de la suscripción empinndída por el pe
riódico El Venezolana iiari'co indicar con claridad qu e esto texto era casi de conocido en
el país.
42 Podro Grases, Nuevas lemas ríe bibliografía y cultura venezolanas, Universidad de
los Andes, Curacas. 1967, pp. 137-1615,
Discurso de Angostura, 15 de ('dirorn de 1819, en Blanco y Aziiurúa, UanmmiUm
por la Pmiiduncia de la J{o|iábli-
p a r a la lila tn rin do. l a oiría jn U d iv ti dril L ih tn i.tu lo r , roed,
ca, Caracas, 1977, i vi, p. 595.
4' Carta tío Ui'strepo u Santander, 2(:¡ (lo enero de 1820, cu Boletín de Historia .VAntl-
g iiedadas núm, 26, 1905, p. 101,
41’ Idem. 26 de mayo de 1820, en ibrdeai. p. 111.
i
EL "ESPIDO HOTO" DE LA COLOMBIA BOLIVAU1ANA 485
w Cf. Germán Colmenares, “La Historia tk? la Revolución por José Manuel Jtontrcpo:
una prisión histnrioBrái'ico’’, en La lutlcptmdenda. Ensayos de historia social, llvslituL
Culombiano tle Cultura, Bogotá, 1986, pp. 7-2:1
,|7 uncu' Quijuno 426 (t), Catecismo o instrucción popular por el C. Vr.Juan Perntindei
ite Sotomayor Cura Hedor y Vicario Juez tCetesíóstico de la oalvrtmt ciudad de Mniupajc,
í m p.de! Gobierno, Cartagena de ludias, 1814; recd. llogotá. 1820.
,iS [iNcn: Vcrgnra 387, Catecismo poUtico. Arrullado ala Constitución de la República de
Colombia, de 30 de Agosto de 1821.1’ara el uso de las Recluios de Primeras Letras del Depaí
tame oto del Orinoco, Dispuesto por el licenciada José Oran asesor de la intendencia del
mismo departamento, y dedicado a la juventud cumunesa. Alio de 1822. Impreso por
orden del Supremo Gobierno para el uso tle las Ksmelus de Colombia, Imp, tle la Repú
blica, por Nictimetles Lora, Bogotá: arto tic 1824, 56 (2) pp. Dice el autor al respecto: “ [...]
deba confesar iiúumiumon toq u e tomando A lo vista los catecismos tle otras unciones, he
tomado literalmente tlu ellos las máximas análogas á mi intento, reduciéndose mi traba
jo daolo arreglar las materias que cnmprchouilti.iior la eonatilucidn de la República que
actualmente nos rije, citando los artículos d o clin en cada uno de los parra ios”. Véase al
respecto N ikita Harwich.,lLa Révolulton francaise che?, tes premien* historíeos vénézué-
liens", en Cahicrs des Antcrit/ues Latines, núm. 10, París, 1990, pp. 275-276.
486 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS IMAGINARIOS i
Congreso de Valencia, solicitó la formación de una misión corográfiefl'
para hacer un inventario escrupuloso de sus recursos. La Nueva (¡r tf
nada quiso seguir el mismo camino desde 1839, pero la guerra civil y !
escasez de medios financieros se lo impidieron hasta 1850,'9 Agustíp
Codazzi supo comunicar el ánimo de Caldas a cada una de estas em^
presas —de las cuales fue, sucesivamente, el maestro de obras— y ht|
cosecha de informaciones provocada rebasó ampliamente los respectivo^
campos de las ciencias naturales y de la cartografía. ,J
l?n efecto, el establecimiento de límites fronterizos que respetasen eK
principio del U ti l’o s s i d e t i s d u r i s rM pronto supuso un conocimiento ri¿
guroso de las antiguas divisiones administrativas españolas y de susí
modificaciones sucesivas. Codazzi así lo entendió, y ya desde el año 183..
propuso al Congreso venezolano agregar unu parte histórica a sus tra--
bajos. Rafael María Baralt a quien le fue encomendada esta tarea le
dio dimensión de verdadera obra histórica hasta el extremo de que eí
primer tomo de su R e s u m e n d e la H is to r ia d e V e n e z u e la , dedicado a la
época colonial, le valió las felicitaciones de Herthelot por haber sabido^
describir con acierto una “identidad nacional”,ñl La siguiente aprecia*"!
ción, sacada del capítulo xxn, intitulado “carácter nacinnal” , podía con
siderarse, de alguna manera, la conclusión al panorama do tres siglos*
que acababa de trazar:
Dos hechos ni parecer contradictorios llaman desde luego la atención tai las?
antiguas costumbres venezolanas: es n saber, la perfecta identidad de ellasiS
con las de España en las clases principales de la sociedad, y la falta total de *
recuerdos comunes.52 .m
f
,w Véase Gabriel y Olga Kestrepo, "I ai Comisión Corngcitlica: el dexciibriiirionio do una T
nación”, en Historia Uü Colombia, Sulval, Bogotá, 1P88, t. x, ]dx 1171-1200. v
filUEsto principio l'un aludido por primera ve?.can motivo del tratado iinnado el 23 de ”*
mayo do 1811, en Sanlai'ó. entre las representaciones de Venezuela y Cnmlinmnarca. í
Véase también acerca del papel de la geografía en los primeros desarrollos do la historiogra- |
fía vonezolima, Nikitn Marwich, ‘‘Lo discours historiogntphipue da Venezuela bu xjx“ :
atóelo", ou Mémoires en devenir, Amérk/uc latine, xvr-x,vrsitíete, Maisoii dos Paya Ibón- 1
quos, burdeos, 19S-M, pp, líKi-206. |
ni “Análisis de) primer volumen do la Historia de Venezuela, Hecho por M.S. Berthdot, j
secretario general de la (inmisión central de lu Sociedad do Geografía de Pnris”, en El Ve- f
aemlunn, mím. 61, 7 do agosto de 1841, p. I, ime, Microfilm PPP470002.
Rafael María Jtaiidt. Obras cómetelas, Ed. de la Universidad del Zulla, Alaracnibo,
1960,1.1, p. 514.
EL"ESPEJO HOTO” DE LA COLOMBIA BOL1VAKIANA ■'187
158O/,' lílise Muriuiuilrus, ileorcu cUi este mito fundador en los listados I lu idos, un Ñaua, ,j
le peuplu, Gnllítnnrd, París, lílíiH, cnp. xvm,
'“ ‘ José Mtiriu Siiloimr, “ Canción nacional” Ü815), Correo de la Ciudad de fiofíolá, 162, :
f>de scipliumhi'u do 1822,
,<0Tratamos do aludir u oslo turna coi nuestro trabajo: “La Revolución fnincitsn y la •'
‘simbólica1de los rito» bollvnnmiOH”, UiMuriti Critica, 5, Universidad do los A ikIoh, Bogo
tá, 1991, pp. 8-17.
1,1 Rousseau, “Discours sur ¡'origino el, les íondements de íindgnütó purníí los luinl-
raes", en Oeanva imUliqwis, llordus, París, 1989, p. 61.
E L ‘ ESPEJO HOTO” IJE LA COLOMBIA IJOLIVAKIANA m
02 Cf. Poesías del Jemral flores. fin su rdirtt ¿a tu Hidra, Imprenta de Gobierno, Quito,
'1838. Véase al respecto 1», Aurelio Espinosa I'olil, tímtIUl histórica, dut himno nacional
ecuatoriano, Talleres Urálicos Niudouulos, Quilo, ¡Mí), |>, I)).
08 Tose Caí cedo Hojas, RumtinloH,y aimulaiiiicními ó carian misceláneas, Impronta de
Antonio M. Silvestre, Bogotá, líjílt, p. MIO,
04 Cf. francisco Alejandro Violíns, Los sfm holán ttugradon de la nación venezolana, edi
ciones Centauro, Caracas, 198,1, pp. 185- I4í).
490 L A C O N S T R U C C I Ó N D1S L O S I M A G I N A M O S
L as m e t a m o r f o s i s d e l d i s p o s i t i v o dio m e m o r i a r i í o u u l i c a n o
Al igual que los mitos nacionales, los emblemas constituyen otras tantas
“figuras de curación” —según la acertada fórmula de Luden Sí'ez70—
71 Cf. nuestro trabajo “ Las ciudades de la Nueva Granada: teatro y objeto de los con
flictos de la memoria política (1810-1830)” , na Almario Colombiano de Historia SfxiaPy
de la Cultura, núm. 21, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, .1993, pp. 11.4-135.
n José Caicedo Rojas, Recuerdos..., pp.151-154.
7:1José Manuel G roo!.Historia eclesiástica..., t. iv (1898), |J. 1.05,
'M José Caicedo Rojas, op. cil., p. 150.
7r)AGNcn, Sección República, fondo Historia Civil, t. vi, ff. 854-857.
7B Coronel J. I1. Hamiltou, 'Actuéis tkrough /.he Interior Produces of Columb io,,
J. M.urray, Londres, 1827,1. 11, pp. 238-239: *Oo the 12tli we had a grand iniljtary procession
to celébrate the victory o f Ayacuebo. A handsume temple, on wbicb was a figure o í Fame
blowing a tm mpet, was erected ¡n the center o f the Grand Buurtr»'. in front o f my house.
AH tile troops o f the g'arnlson were assembled, and fi red a feu de joie, and received extra
492 l,A CONSTRUCCION LM5 LOS IMAGINARIOS
del primer aniversario de una batalla que fue la aurora del hermoso sol de
Ayacucho donde la gloria de iioi.ivak y la de sus ilustres compañeros
de armas llegó a su Zenit.77
rutiuns arui ngunrdientu, I admired excoedingly one oftllu miliúiry mevenientii <m this
occnsion. Tile dilR-renl companicn w ere fonned ¡n lotters spelling Ayncuche, and ench
sulílior liad a cap filiad wil:h rose louvua; ni thtí signnl givon uvory imui unsixtcd ¡n (br-
nring (Tic lettors wii;h tilo roso lonvoa, whicli were very legible, nud batí a pleasing uitbet;
ttftor whieh the stildiov himahed luaLily”.
77 Gaceta rfo Colombia, 2 0 0,14 de agosto de 1825. en « lic ió n facsímil, Banco de la
República, Bogotá. 1974, t. n.
78 Ata imaginó el Libertador al presidente de la república ideal, en su Constitución
Boliviana de 182(5. lin Blanco y Azpurún. Documentos..., t. x. p. 843.
Tu Gaceta do Colombia, 172,30 de enero d e 1825,<»/>. eit., t, n. Un interesante rninille-
tc de las himnos y canciones con los cuales se le rindió cultu aii Libertador durante su
gobierno se encuentra cu José Lustiuiuio Machado, Centón Urico, Tip. Americana, Clara-
cas, 1920,xxxv, 244 páginas.
su Atinen: Sevciún República, Rotulo Historia Civil: t . u, ff. 802-809.
81 Sucre,tic mi propuín.... carta bol fi de octubre de 1828.
88 acn’ ch: Succión República, Fondo Historia Civil: 'r.v., fll (Í3IÍ-540.
tóL“l5SPE,|0 ROT<>’’ DE LA COLOMBIA IIOLIVAIUANA ‘193
H:l Fernando Gonzalo/. Guinda, H is to r ia ..,. i. iv, pp. 2(¡5-2C(>. Esta entrada tuvo lugiii-
i,l 0 «le febrero do 1847, camino n Car,«a i.h.
111 uncu: Finada, 131 (7l, Apuntos partí la historia, «le K .A.,». f., G4 pp. Dos de las pie
zas literarias —ríes corte virreinal— «pi© fueron consagradas al "Ciudadano esclarecido1’
con ocasión de esta «mirada triunfal «a- encuentran conservadas en: iihvc, ref. ia i ’93(>3.
“(iuirnalila poética «lo l'áez", I nipronta de Georgc Corser, Curacas, lBÜO.pp.28-32.
88 Vicente Ltocafuerto, A ln Nat ián, núm. 10, Lima, 1844, VCorc en reed. por la Lito
grafía e Imprenta «te la Universidad d o Ouaymiuil, 1983, p.
M1 )in,.:ií: Vurgnrn, 8 (1), \Tsila ünUant'rtd Tomás Cipriano dv, Mosip/era a Popttyán,
1‘Iiltnyd.il, 30 «te «mero ile iffiO (s.n.), 24 piíginus.
”7 Maurice Aguihon, “folititlMCs. imagen. sym L desdans la l'i'nnci! ¡uist-révolutioaaní-
r«'”. Histoire tuigabonde, Gallimard. Paria, 1988, p. 299.
"“ a m a ív , correspondencia ítolítica, Colombia, vol. 9, IT. K11-135. Oiicio de H nm it al
Conde Sebludiani, Cartagena, (> do agosto «le 1832.
l!)d liA ('< iN íd T I tU C C I Ú N D E LOfcl! IJ M A G J N A lilO S
m José Manuel HvuLrvim, Diario /¡olitico y militan reed.de 1954, Imprenta Nucíonal,
Bogotá, t. ni. p. 34.
90 ÍVdro M. Ilmitez, Crúttictes de Bogotá, recd. tic 1989, Academia de I listone y Tercer
Mundo, Bogotá, l . 1v, p, -M4.
■ll Alo.xondro llolimdti, tttívitn avenes de la fie sud-amériemne, Amynt, Hrrfa,
1861, pp. iJ4-3(i y
** Caer¡¡o tic It’y t.sdc Vciteiiicla, p. 133.
8:1 Los cabildos de Gu»yat|uil y de Cartagena nunca se privaron de decretar aturnl-
mento el IbsUyo del 1) de octubre y del 11. de noviembre, como alendo las fechan roupootivas
de su emancipación. Ooipiml manera, la ciudad de Cali pudoluicer notar nuo mi “grito de
independencia" era iiiilerliir ni ¡20 de julio y los momposinos ¡(juesu declaración de Inde
pendencia absoluta de l'ÍHpnnn precedía a la do Venezuela! Acerca do OnrUipenn, vóiiho:
í-jNí.AAit, Ini pronos suelten, pieza !)8(¡. 1.11. KHÍi, Función del aniiw.sarit^ de. mientra inde-
/¡endeuda, T¡|>oj.p'níío de k i Heredero» de Juan A. Calvo, (hiti^rn.!, 1837, ]<l píipinun.
84 A rtículo 53 de ln diclm Constitución. Véase: “Constitución del línt ndn di) Quito
18U.-1812”, en Museo Histórico, m'uns, *27-28. Quito, 19(57, p. 102.
EL “ESPEJO H O T O " |)lí LA COLOMBIA B O L IV A R IA N A 495
1
498 LA CiONHTKt.KXIlÓN 1)K LOS LMAOl NAIÍIOS
La apoteosis más lograda se realizó dos años más tarde con motivo:
del regreso de las cení as del Libertador. Todavía hoy, su significado iio
deja de ser aparentemente paradójico. Corrió abundante tinta cuando ^
comentó el toma de que, por parte de Páez, se trataba de una voluntad?
de poner remedio a los abusos de la leyenda negra, tocante al LibertnduiV.
leyenda que tomó consistencia y amplitud durante el Congreso de V a
lencia, de resultas ele la acción llevada por los protagonistas del riinvp
miento separatista con el cual estaba vinculado.1 *114 ¿No constituía unái
1
prueba de valor el hecho de incitar el Congreso, desde 1833, a decretad
Honores públicos para aquel cuyo nombre “no puede pronunciarse sin
admiración”? 112* Solamente a partir do 1840 empezó a recobrar ab
prestigio en Venezuela la memoria de Bolívar. José Manuel Reutrepoü
apunta c;n su Diario poli tico y militar acerca del renacimiento de la ce-:
Libración pública del 28 de octubre en Caracas: J
Principia paos a restablecerse su gloria y a olvidarse sus defectos; 1.1 años han
bastado para que » e amortigüen las pasiones exultadas en su patria coi itral
un hombre ¡i quien tanto debo la independencia de la América del Sur,1,B
En 1850, Manuel Anciznr, de paso por Boyacá con motivo de los traba
jos d é la Comisión corográlica, apuntaba que
m Véase Umberto .Eco, “Un art d'uublier est-il uoneevnble?", Traverses 40, revista del
Centro litan picfou, París, ruím.ero de abrí! de 1987, pp. 125-185.
XVI. BRASIL. NACIONES IMAGINADAS
D esde 1822, fecha de la I ndhpendenc ' ia, hasta 1945, punto final de la
gran transformación iniciada en 1930, por lo menos tres imágenes de
la nación fueron construidas por las élites políticas e intelectuales. La pri
mera podría ser caracterizada por la ausencia de pueblo, la segunda
por la visión negativa del pueblo, la tercera por la visión paternalista del
pueblo. En ninguna el pueblo forma parte de la construcción de la ima
gen nacional. Eran naciones apenas imaginadas.
U n país ficticio
regiones, que sentían por el portugués aversión o desprecio sin por ello
apreciarse unos a otros de manera particular. Y con más claridad Inda
vía: “Es incluso dudoso que sintiesen, ya no una conciencia nacional
sino al menos una conciencia de capitanía, aunque solieran tratarse dp
patricio y paisano”.
Capistrano niega que existiera una sociedad en el sentido propio de Itt
palabra. I»oa cuestiones públicas eran ignoradas; cuando mucho se sabía
si había paz o guerra, según el testimonio de un viajante, T, Lindey. 10nj
cuanto a la indejxmdencia de la colonia, concluye Capistrano, apenas s i "
gano que otro lector de libros extranjeros hablaba do esa posibilidad,
Lectores de libros extranjeros eran, por ejemplo, los participantes on
la conspiración de 1789. Especialmente de libros que hablaban de Iq,
independencia de América del Norte. Esos juristas y jioetas que soñaroil
con la indejx'ndencia de Minas Gerais, con una república según el rao*
délo de los Estados Unidos do América del Norte, no hablaban de Brasil^
Hablaban de América (“nosotros americanos”) o hablaban de la “patria
minera”. Aunque habían buscado apoyo en las provincias vecinas, comí)
Río de Janeiro y Sao Paulo, lo hicieron por razones estratégicas, no por
un sentimiento do identidad colectiva. Lo argumentos de los conspira
dores en defensa de la independencia se referían siempre al territorio de
Minas Gerais y a sus recursos económicos / 2
Lo mismo puedo decirse de la mayor revuelta de lu época colonial, la
que proclamó la república en Pernambuco en 1817. Habiendo tenido lu
gar casi 10 liños después de la transferencia de la Corto portuguesa, cuan
do el Brasil era ya sede de la monarquía y había sido promovido Reino
Unido a Portugal y al Algarve, hubiera sido de esperar que revelase un
mayor sentimiento de “brasilidad”. No file el caso, El Brasil no era una re
ferencia importante para los rebeldes. Patria y patriotas eran palabras
frecuentes en el vocabulario (le los revoltosos, pero se trataba de patrio
tismo pernambuenno y no brusileño. En la bandera, en los himnos, en las
leyes de la nueva república de Pernambuco, no había referencia alguna
a Brasil. Con ocasión de la entrega de la nueva bandera, Brasil aparece
en uno o dos discursos pronunciados entonces apenas como “las provin
cias de este vasto continente”, esto os, como un conjunto de unidades
políticas próximas las unas a las otras por la continuidad geográfica.!l
1 Cn]>¡{*(.rano do Alircu, Capítulos du historia colonial f1GO0-Í8O0). e os ruadnht>i\An
tipas r < t l \ n ) o < t i u e u t o d n Hraml, lid. do In U u ivm id m lcd o Broailia, lirasilia, IfXi.’l, |i.228.
^ViiiiNU Ins/lií/oatht D u iu tsiu i da i m n u i f i t l t u i c i a M i n e i r a , en las partos rdcmitou ti las
nniraciont'a do los acusados. 1<iib Autos fuo roo publicado/! en varios volúmenes |x)r la
Hiblnitocn Nacional do Kfo do Janeiro, en líXífí y 1957,
VdtiHo Leonardo Omitan Silva (orgJ.A lie pública ein Pernawhtwo, Pnnduj/IOd. Mas-
sandalia, líecil'c, 1990.
IWA81I, IN'AiilnNKH IMACINADAK 503
U na nación pictjcia
Ij A (M A C U N ItO M Á N T K ’A D H L P A ÍS
0 Sobre Canudos, véase el clásico de Euelides da Cuuha, Os Sertdes, publicado por pri
mera vez en 1902. Sobre el Contes tado,, víase Duglas Teixcira Monteiro, Os Errantes do
Novo Sécula, Duas Cidades, Sao Paulo, 3.978. El monarquismo de la población encarcela
da de Río de Janeiro fue con talo por Joño do Río ,A Alma Encantadora das Rúas, Si me
es, Río ríe .Janeiro, 1952.
BRASIL, NACIONES IMAGINADAS 507
José Vin íssimo ofrecía ejemplos de varios países, como Alemania, Prun
cía y los Estados Unidos, que hacían de la educación un inslrum^ltio
básico de la construcción nacional. Hubiera podido añadir el ejemplo nula
próximo de Argentina, que por la ley de 1884 había reformulado total
mente la educación primaria dándote un sentido democrático y nacióíia-
lizante. En Brasil, decía, ni siquiera la enseñanza d éla geografía o di’ 1(1
historia tenían contenido nacional. En varios países la enseñanza deofri*
dos diseípliimafue parte importante del esfuerzo de construcción nacio
nal durante el siglo xix. Entre nosotros, en la escuela primaria, la en
señanza de la geografía se limitaba a hacer aprender de memoria-ios
nombres geográficos europeos. El mejor texto de geografía brasilera
era de un extranjero (Wappoeus). No había un curso superior de éste
tema. Ni siquiera la historia se libraba de estos defectos. La enseñanza
primaria de la historia no pasaba de listas de reyes, gobernadores<>
acontecimientos. El único compendio nacional era el de Varnhagen.y tto
existía tampoco enseñanza superior de la historia.
Además do la ausencia de una política educativa volcada en la forme
cíón cívica, José Verissimo se quejaba también de la escasez de muse#
galerías de arte, fiestas nacionales, cantos patrióticos y especialmente,
el canto coral. No se celebraban las grandes fochas, ni siquiera la Indá$
pendencia. Era general la apatía de la población con respecto a las gra ’
des fechas nacionales.8
La preocupación de la élite imperial por el problema de la identidad'
nacional, se resumía en el intento de socializar o convencer a los secto
res divergentes de la propia élite. Fue en el terreno de las instituciones
elitistas donde se hicieron los mayores esfuerzos, comenzando por la en
señanza superior que, al contrario de la enseñanza elemental, siempre*
estuvo bajo el estricto control del gobierno, siguiendo la vieja tradición!
colonial portuguesa. Durante todo el periodo imperial, la educación su
perior so limitó a dos facultades de medicina, y dos de derecho, creadas
antes de 1830. Además de ésas, fueron creadas dos escuelas de ingenie
ría, la Politécnica, en 1874, y la Escuela de Minas en 1876. Lis planes de
estudio de las escuelas de derecho particularmente, estaban controlados
por el Congreso, pues do ellas salían casi todos los políticos imperiales.
La institución que más directamente se empeñó en difundir el conoci
miento del país y que intentaba al mismo tiempo transmitir una iden-
* Véiusr .Josri Veríssimn, A fítlttrtKibi Numnud, Francisco Alveo, lito do Jiun-im 2 ‘ ed.,
íytKJ (primara odidón de 1890). 131 texto du Vurnhagcm a mit) VeiísMimo hp Fritan* oa la
Hlxftiria (¡entl dn Brasil, cuya primar volumen «olió en 1854 y t'l segundo en 1857. Sobre
la relación antro la enseñanza du lu jíoogriillu y la jxilítica, vóuta.- Limpión Antonio Carlos
Roberl Mat aos, "Notas sobre Idea Lidíalo Nacional o Institucionalizada) da Geografía no
Brasil", íit'ltulns Historiena, <1.8 (1991), pjx. 166-176.
HUASil.. NACIONES IMAGINADAS 509
111 Sobre la icouogrulííi tic la guerra, me lie basado en los investigaciones de Pedro
Paulo Sonres, al que estoy muy agradecido por permitirme usarían untes de que publicase
slis resultados. Véase Huiro Paulo Soares, “Imagen» da Natffto: os .Tomáis Ilustrados do Kío
de Janeiro durante os Ano» da Guerra do Parngnm. 1Hlííi-IOTO”, líío de Janeiro, mimeo.
1J Sobre el uso de la simbología Femenina por los republicanos brasileños, véase José
Murilo de Carvalho, A Minnacríu das Almas. O Jiuafíinário ila llrptihlíca na Brasil, Cam
panilla das Letras, Siio Paula, 199U, cap. 4.
012 LA CONSTRUCCION lili LOS IMAGINARIOS
i« Luh («Bidones do Ludidos iltt ( Umha estón en Os AUtHíUx. Sobro las ¡done <lo Silvio
Romero con respecto n la tuzo, vóu.ho Roberto Ventora,E r l d o h i i ¡> i c ( d , clip, ¿¡de Olivoira
Vnuin, véaso E t) o l u < ;a o d o I ’o t i n iintxi I v i r o , Monleíro Lobato & Co, SAn Paulo, 1923.
M" Sobre la ideología tlcl hlnmiuenniiento, véase Tilomas Hkiclnu.ro, Prvtu no Branca,
Rayi v Navionaiüitnk no Pmnunn-nto limsileiro, Paz eTerra, Itío do Janeiro, 197(j.
lilíASIL. NACIONES IMAGINADAS Til!»
- 1 Sobre la educación un la IViniera República, véase Curtas Roberto Jamil Cury, Cicla-
dania Republicana e ¡dduvusttur Hiña Questüo Deinuvrtílitai no Gauerno Provisoria da
Mal. Decidora c, no Uonpriuuo ('amstiluiute de IHPO-IUDÍ, toflia ¡ia concurso para profesor
Ulular, uc’Mc.i, 1.991,
3a Véase A Ulularla, ICnninatla pela Biografía, de .urna fltwóu (Lluro para cus Ctasses
Primarias), bivrnrin ( ¡Iónica de Alvos, Río de -lamaro, UI90,
w Véase Olavu llilac y Manual Homfím. Atraué.s do liranit (Narrativa). Livro de le Hura
pura o curso métiio í! na estolas primarias, Francisco Alvos/Mnitid, Río de Janeiro/París,
1917; primera edición tic1 LSI 10.
520 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS IMAOINAKIOS
vastas áreas del interior del nordeste y del norte del país, revelarán a
una élite escandalizada un mundo de pobreza, devastado por las enfor-
inedades. Otro jalón del descubrimiento del hombre del interior surge de
esta experiencia: el panfleto de Monteiro Lobato, O Jeca Tatú, de 1918, i
Ixibato, inicialmente racista, se dio cuenta de que la situación sanita-;
ria de la población era más importante que factores raciales. El campe*
sino no era así, sino que estaba así. El país era un vasto hospital que de**
bía ser conliado a los cuidados de las especialistas en sanidad y de los
científicos y no a Jos políticos.27
La Guerra Mundial sirvió de pretexto para una campaña patriótica
dirigida por primera vez a los adultos. Fueron creadas ligas de defensa
nacional quo trataron de despertar interés por el servicio militar, las fies- .,
fas nacionales, los temas de seguridad, de geopolítica, de nacionalismo:
Descollaron en este esfuerzo Olavo Bilac, Manuel Bombín, Alonso Celso,>|
nuestro» ya conocidos autores de principios de siglo .28 Paralelamente;
otra corriente desaliaba al liberalismo de la Kepública y propugnaba porí
una vuelta al estilo intervencionista del Estado característico del Tmpe-
rio. El Brasil no constituía todavía una nación, decía el principal petP
sudor de usji corriente, Alberto Torres. Era al Estado a quien le corres*';
pendía forjar lu nación mediante una acción deliberada llevada a cabo por
un gobierno fuerte ,28
El jalón siguiente en el descubrimiento de Brasil fue el movimiento'
modernista inaugurado en Sao Paulo en 1922. Aunque de inspiración
europea, algunos de los principales representantes del movimiento, es
pecialmente Mário de Andradc, llegarán a entender que a la universa
lidad sólo se llega por el conocimiento del propio país. l/>s modernistas
descubrirán el arte barroco brasileño del siglo xvin y harán una nueva
valorización simbólica del indio. Mário de Andrade se dedicó al descubri
miento del folclor, poco cultivado desde los tiempos de Silvio Romero.®0
Otra corriente reformista, todavía en la década de los veinte, contri
buyó a modificar la visión de la acción del Estado en la formación de la
nacionalidad. En varios estados d é la federación, así como en el Distrito
27 Uno do los luleros dtí movimiento sanitarista ííie Bcíitsárú) Penn, Su libro
mmfo itn Itntxil, publicado un ISIS, influenció piofundaimHUe a JVínntt ii ti Lnbuln, <iuo
publicó nn el mismo nfto el “Joca Tatú”, incluido en Problema vita!, Sño Paulo, ISJI8,
HnUm-ii) movimiento snnitnnstn, víase Luís A. de Castro Santos, “O Penaanienl.n Senil.a-
ristn nn J.’riaioíra Itnpi.iblien”, Dudan, 28, 2 (1985), pp. 1!)£I-2J0.
Sobro la nncioiuilizoeum de la Primera República, vilano iaieia í.ippi Olivnini,
A (¿minuto Nueioiml lio Primeíru Ee/iábUra., Braeilienee. San Paulo, IflflO,
l;l1 Vánw) Alberto Torres, (> prohle.mn Nadonml Brasileiro. IntrotiiH'ilo a uin PivtffUiiM
‘i'fí OrfíanítaffÜo Nticiaiml, JnipiwiBn National, Río de Janeiro, 1914.
1111Snbre el problema de la ulenl idad midonal en el modernismo, véase Eduardo -Jardín)
de Montos,/\ Hm.silidmie Modermuta, Graal, Río de Janeiro, 1979.
523
BRASIL NACIONKK UVIAIIINADAB
E u E s t á is i iikscuuuk iu . í>iji:h u i
Sobre el uso polí tico de la cultura durante el Estado Nuevo, mu basé principalmen
te un los trábalos do Mímica Pimenta Velloso, Véase, por ejemplo, su capítulo “Cultura e
Poder Político: urna Configura $do do Campo ínieleetuar, en OÍ ivui ru et al., Estado Nova,
pp. vi-toa,
Véase Velloso, “Cultura”; Sérgio Micelli, l/Udectuais v Clmsn IJiritfente na ¡iríttsif.
i/!)2t)-1945), D ifel, Sño Paulo, 1979; y Simón Scbwartzmitn. Helena María Bousquet
Bom cny y Venda Marín Ribeiro Costa, TtnitjioH de Capojiema. ISdusp/l’ az e Turra, Sáo
Paulo/líío ile Janeiro, 198<l.
52G i ,a tio N a m ic c ió N d e l o s i m a iu m a íd o s
tos activistas ncgnwi. La inai ignición extranjera pasó a m*t' vista como mi
peligro para tas tradiciones nacionales. La naturaleza no dejó de softf
ensalzada, pero en posición secundaria. El utamsmo deAfonso Celso tu*a
criticado por no incluir al hombre, precisamente el elemento más im*
portante. Así como la naturaleza dejó de ser motivo central de oradlo;
también el indio perdió su lugar como símbolo nacional. La imagen iihÁj
móntica del indio, odavía presente en el modernismo, no satisfacía a la¡£ ■Si í
búsqueda de lo concreto característica de la nueva visión. ^ j
Se tuzo también un esfuerzo por definir mejor la psicología del hom‘ j¿4
bre brasileño. En la línea do Eduardo JVndo, de Afonso Celso, de José?
Verfssimo, Olavo liilac, Coelho Neto, presenta al brasileño como uná^
/ « ‘rutina fraternal, cooperativa, generosa, al mismo tiempo que honesta^
y trabajadora. El brasileño es el hombre de bis relaciones primarías,?; [V
familiares; es ul hombre cordial en la expresión do ftibeiro Couto, reto-¡
mada por Sergio Buarque de Holanda. EJ acentuar los conflictos raciales,
o laborales no era compatible con este hombre cordial; esto es, no era ■
brasileño. Todo debería resokvi íió por la cooperación .y el entendimien
to mutuos. La literatura infantil de esa época reflqja esas posiciones,
como puede verse, por ejemplo, en la obra de Vi nato Corroa.1* $
Siguiendo la tradición de la literatura cívica infantil del inicio del si-
glo, se pasó también a valorar l«« costumbres y las tradiciones popula
res regionales, 1 .a valoración cultural de lo regional era un_contrapeso
a] énfasis en la centralización jxilítirn y en el papefdd EsIrnlo central. ..
Se volvía al centralismo político imperial dentro de un federalismo cul
tural. La revista Cultura IWíttcn publicaba frecuentemente artículos
sobre costumbres regionales, c m t í L o s a vecos por intelectuales de iz- 1
quierdu, como Graciliano liamos. Era una manera de atraer a los inte-;.:-
leetmiles sin forzarlos’ a defender el régimen.
ÍM A U K N O T O R O A D A
:111Véase, por ejemplo, Vil-jato Correa, A Mixtoría tío lirasit ¡huu CrianCtvt. Ciji. Editora
Nocional, Sao Paulo, 2" ecl-, 1ÍW4. Un cano nlx-irte on la literatura inliintil oh el de Mon-
U-iro ]."Imito, que escapa al estilo patriota de los otros autores. Su literatura infantil
merece estudio aporte por su riqueza y originalidad.
URA8I1,. NACIONES IMAGINADAS f>2»
üj
■a ,1
Sobre *:1 concepto (le comunidad de sentido como premisa para la creación de un
imaginario social, veas»: Bronislaw Baczko, Les Inuiginairex Socúutx, Mémoira t-i. Eapoirs
Coíluvtífñ, Liiynl, París, 1984.
Q uinta Parte
LAS PEDAGOGÍAS CÍVICAS
XVII. LA HISTORIA PATRIA
N i k it a H a b w ic h V allem lla
Université de París X
E ducar a i. i m u mx>
533
r¡u4 1A,S PEDAGOGIAS CIVICAS
bién crear los marcos de referencia que ayudarían a legitimar los cambios
ocurridos. La instrucción cívica y la enseñanza de la historia pasarían
a ser, entonces, los pilares de una anhelada renovación social.
“Que ignore el ciudadano la historia de su Patria no es compatible, ni
con la civilización, ni con el pAtriotismo” advertía un aviso publicado en
el diario caraqueño El Vvwzalano en -septiembre de 1840.3 Pero el des
pertar de la nacionalidad, aunado al deseo de crear una nueva concien
cia política, indicaba desde el comienzo hacia dónde debía apuntar este
conocimiento histórico. No se trataba meramente de informar, sino de
formar: “Los verdaderos republicanos deben aleccionarse con la histo
ria, porque sólo siendo ilustrados y virtuosos podrán ser verdaderos ■
patriotas, laborando por log rar el prestigio y la soberanía de las institu
ciones democráticas, encaminadas a realizar el hermoso ideal de liber
tad, aspiración nobilísima de nuestros insignes libertadores”, procla
maba un manual venezolano de 1858.4 “Que figuren sucesos célebres
de la historia sagrada y profann, antigua y moderna, especialmente '
americana, los cuales estén acor fies con el sistema republicano” , propo
nía en 1829 el proyecto de ley de educación del estado de Nuevo León,
para concluir afirmando: “La mural debe presidir en todas partes".0 His
toria, ilustración, virtud: sagrada trinidad de esta moral cívica inculca
da. ¿Pero inculcada dónde y cómo?
La respuesta a la primera pregunta jiarea vía obvia: eJ aula escolar no
podí sino constituir el meinto natural por excWencia para el ejercicio de
esta pedagogía. ¿Hasta qué punto, sin embargo, lograba cumplir con su
función? Ni el número de planteles existentes en cada país a todo lo lar
go del siglo xix ni el número do alumnos que los frecuentaban lograban
conferirlo una difusión masiva al mensaje. Además — paradójicamen
te, dado el consenso generado en torno a su estudio— no será sino hasta
bien entrada la segunda mitad del siglo xix cuando se establezca, en for
ma obligatoria, la enseñanza de la historia patria dentro fie los sistemas
de educación primaria. Todavía en 1875, Justo Sierra se lamentaba en
las columnas de E l Federatialn de la ciudad de México de que “el estudio
de la historia del país (....] ningún pueblo de la tierra la ve con más
culpable abandono que nosotros”.6
Ello no quería decir que, durante las décadas anteriores, la materia
■'iil Ve/rrídl/nin, í'nniwi*. linio* 7 tic septiembre (le 1840.
4 Juan Esté, le>e¡u<wrx primarias (le la htvhiria de Venezuela dixpttesUtx para loS
Imprenta do Tomás Aptero, Carneas, IdiíH, pp. 1- 11.
* FJinío Gi'dbñez, Hihtona de ht eduraettm públira en el rutado de Nuevo Iauíii, lti¡)2-
J942, Monterrey, 1042. l<)45, yo), o |>. 20; citado en Vázquez, ftarifutaltxnio.. pp. 4íi-d4.
0 Justo Sierra, O b r a s v i u n p k i a s , Universidad Nacional Autónomo do México, México,
1948, vo). vni, pp. 19-47.
LA IUSTOUÍA l'ATlil A 536
H éroes y antíhéroes
l?, H-, Lecciones se.nvitim tlv historia tUt México, poli lien y nriinukiea azteca, Antigua
Imprenta tt.' Mnruuío. Méxicu, 1882, |i. I, citado un Viizquív., Nacionalismo..., p. 77.
,n Rafael M aría BnralL, ftesmneii de la historia ile’yeOfznrln. ] fcselée de Brauwei'.
PuriVlíruges, 1SÍ39, 1.1, p. 278-
f* Antonia lístullor, Catecismo ,le la historiare Venezuela, Imprento lüliUirinl, Cara
cas, 1885, pp, 28-21).
|HIjarait, Henuiiteii...,, p. 225,
l!) thidem, p. 18,
1,0 Mariano Picón Salar, Viaje al ttnumecer, lüdiLui'lo! (’uuiaii'o, BureeIon Ji-Caranfla,
1980, p. 98.
Sierra, Obras aunple.tas-, t. v, p, 339; citado en Viiztiue^ Naeioaaliumo. .., p. 118.
540 I.,AS P E D A G O G Í A S C Í V I C A S
2:1 Saludad Acasta do Snniper, Hiogntfíwt tle fmrntxw üustreu o notables, relativas a la
época de. dtíscttbrimifínlv, coiu/niMuy colonización, Bogotá, 188.8, Introducción, p, 2.
211Ibid., [). 443.
^ Felipe Tejera, Man ttul ile historia de Venezuela pura el uro de las escuelas y colé-
píos, Imprenta Federal, Canicas, J87f>; introducción, capítulo i, párrafo fi.
I,A HISTORIA PATRIA Wt
F u n c io n e s d e la H is t o r i a
—sobre todo a partir de las últimas décadas del siglo xix— y no se reilqjds
en los textos escolares de enseñanza, abriendo así una creciente bre*|
cha entre la historia como materia de reflexión crítica y una trudirióitj!
historiográf ica que heredaba criterios y patrones fajados en el tiempo y-í
repetidos a la manera de un credo. La “historia oficial” pasaba a ser lfl£
única verdaderamente patriótica y, por ende, aceptable. '$
¿Pero aceptable para quiénes? En términos de la población de cadit^
país, las tasas de escolaridad a todo lo largo del siglo xix permanecieron |
ínfimas. Si a ello se agrega el hecho de que la enseñanza de la historial
nacional se sistematizó tardíamente, no es aventurado afirmar que
conocimiento formal se difundió, cuantitativamente hablando, entre unifjj
capa extremadamente limitada de las nuevas generaciones del siglo xuc^g
aun de aquellas que iban a la escuela. ¿Cómo pudieron entonces difuri-^
dirse los postulados de un imaginario cuya vocación era precisamente la §
de ser un imaginario colectivo? 4
La respuesta a esta interrogante lleva a considerar la función pedagó-,
gica inherente li las manifestaciones populares de acción cívica. Las
inauguraciones de estatuas o de monumentos públicos, las celebrado- 'i
nes conmemorativas de determinadas fechas, así como el entierro de al- |
guna personalidad, además de servir como pretexto para un ceremonial %
más o menos elaborado, se encargaban también de transmitir un men-
saje histórico que repetía fielmente la lección que sólo algunos apren- \
citan en las aulas de clase. La coyuntura se prestaba particularmente a '<
este tipo do acontecimiento. Génesis en cuanto a su alcance y epopeya, i-í
a la vez, en cuanto a su naturaleza, la Independencia bahía sido el cam- ;
po de acción privilegiado para toda una generación, cuyos miembros
más eminentes podían ahora postularse al rango de ‘'padres fundado- |
res” que distinguiría el título de "ilustre procer”. Su fallecimiento, in-
evitable tras el correr de los años, permitiría así marcar el siglo de toda ¡
una serie de ceremonias fúnebre,s con acentos conmemorativos. El -
muerto, objeto del homenaje postumo, pasaría entonces a “encarnar”,
por así decirlo, ante los ojos de sus conciudadanos, el concepto un tanto
vago y abstracto de “nación”. Referencia identitaria por excelencia, los
honores fúnebres rendidos podían autentificarla representación mate
rial de un pasado, ya que el difunto había sido una persona real, Pero,
por otra paite, el poder do evocación y de propaganda intencional del
ceremonial se encargarían también de fijar — a menudo mediante su
reconstitución— los términos selectivos de un imaginario colectivo.
Mucho más que el actor o el testigo de un pasado reciente, el difunto lo
graba de antemano alcanzar la categoría de héroe de un panteón cívico
consensúa!.
LA IIISTORIA PATRIA 54a
Lt» corona de la patria que forman los héroes de la Indefiendenciu y los varo-
m.'s ilustres como administradores probos y patriotas abnegados, se va des
hojando poco u poco bajo el hálito implacable del tiempo; y de su antigua
belleza no quedan ya sino algunas flores medio ntarchitas, pero mugestuo-
sas ¡ni<l como las ruinas de un antiguo monumento. Desde Miranda hasta
bolívar 1...1 todos duermen en el sepulcro el sueño de la gloria. El último flo
rón que ha caído de esn corona patria, es el general Carlos Souhletle, muer
ta ayer [...la la edad de ochenta años...3,1
«i paulino Machorro NurviUw, Lo. i'iiscnimza.,., ¡i. .r>9; <-itu<Jo en Vázquez, Nacionalismo...
Ibid., p. 133; citado en Vtaufios, Nacionalisnm..., p. 148.
a Juan Vicente (¡onzciloz, “Al redactor de El Monitor", lü Heraldo, 33, Caracas, 23 d e
julio de 1859.
548 l,AK PEDAGOGIAS CIVICAS
,|;t -Juan Vicente González, “Bnigralíü de José Félix Ribas”, en Pensamiento ('ai(tico ■:
Venezolano del Sigla xix, Publicnclnncs del Congreso de ln Urpúblicti, Caracas. 15)811, t. lu,
pp. 110-1 !!.
11,1Jbklrm. , )). 10!).
■'n H>UL, pp. líKMPít.
,|,i Kuggiero Itoimuio, "Algunas consideraciones alrededor de i.umím. Estado ly liber
tad) en l'iurtipa y América Centro Meridional”, en AntnnioArminoc/ al.,América Latina:
de! Estada calantai al Estada noción. ¡750-11)40, Franco Angelí. Turín 10 87 ,1. 1, p. 4.
" Ibid.
l.A HISTORIA PATRIA 51H
Véase Fran gís Dense, “Une histoirc social,, de la mémoire”, ¡latmin Présente, núro. 128
París, 4’ trimestre, I pp. 5-24. ’
XVIII. LA CIUDADANÍA EXAMINADA:
EL CONTROL ESTATAL DE LA EDUCACIÓN
EN CHILE (1810-1870)
S o l S e r iía n #
Pontificia Universidad Católica
:| Véase Sol Serrano. "La Revolución francesa y la formación del sistema nucinnul de
educación en Chile”, Cahier Des Ameriqucs Latines. 10, Parí», 199(1, pp. 237-262.
' Juan Egaña fue el pensador político que mejor articuló el concepto tic "ctlu cacjón
nacional” en la memoria enviada íll Congreso eu 1811 ("Reflexiones sobre el mejor sistema
de educación que puede darse a la juventud de Chile. 181 I”, Archivo Nuciorml, Fondos
Varios, p. 796); Mario Congol a, "El rasgo utópico en el pensamiento de Juan Egaña”, en
Estudios de historia de las ideas y de historia. sodaJ.. lid. Uniwrsrl.ti rías de Valparaíso,
Valparaíso, 1980, pp. 207-280.
6 Michel Foucault, Vigilar y castigar. 8“ od„ Rigió XXI Editores, México, 1981!; Micho 1
Bouilló, 1‘éeole., histoirc d ’unc utopie?. Kd. lltvagns, París, 1988.
t! Luego de un periodo de inestabilidad entre en 1810 y 1830, el Estado central conso
lidó su autoridad en el territorio y los con dicto» fueron procesados ¡nstituciunalmeiite
sin romper el sistema político. Entre 1830 y 1891 Ledos los presidentes de la república ter
minaron su periodo constitucional. Ello contrasta con el caso de México, que desde la In
dependencia en 1821 hasta el estableó intento de la república liberal en 1807 estuvo cru
zado por conflicto* internos entre centralistas y federalistas o entre conservadores y
liberales,, consolidando su estabilidad política con Porlirio Díaz en 1876. En (;l Río de la
Plata, el conflicto entre unitarios y federalistas retrasó la organización propiamente na
cional do Argentina que se inició luego de la dictadura de Juan Manuel de ¡tosas,la pro
mulgación de la Constitución de 1853 y el ascenso de Bartolomé Mitre como presidente
do la república en 1862.
552 I,AS l'MMOQOfAS CÍVICAS
canónico a sus propios novicios.7 Hacia mediados del siglo xvm, la socie
dad criolla había experimentado un importante desarrollo y je pareció
necesario ampliar los objetivos de la educación religiosa hacia fines se
glares .8 Fue así como el cabildo de Santiago pidió autorización a la coro
na para establecer una universidad real. Fundada en 1738, la Univer
sidad de Sar< Felipe abrió sus aulas en 17í>6 para otorgar grados en
filosofía, teología, leyes, matemáticas y medicina, grados sobre los cuales
pasó a tener el derecho exclusivo.
Fiel a la monarquía, se identificaba plenamente con sus intereses y
procuró “la mayor atención a que en esta Universidad se lean y ense
ñen lita nu'is Ncguras y sanas doctrinas” — como le señaló el claustro ah
gobernador en 1769— prohibiendo, luego de la expulsión de los jesuí
tas, cualquier referencia a autores como Suárez y Mariana y aun expur
gando de la biblioteca de los expulsos que ella heredó a cualquier autor
contrario a la teoría del derecho divino de los reyes.0 Se mantuvo den
tro de un esquema tradicional donde no penetraron las reformas de los
estudios religiosos que el despotismo ilustrado introdujo en España y
en América; el currículum y los métodos de enseñanza continuaron
siendo escolásticos y la enseñanza en matemáticas y medicina fue más
bien nominal. 10
Ello no impidió que por diferente» vías el pensamiento educacional
de la Ilustración, principalmente en lo relativo a la importancia de las
ciencias titiles y su crítica a la escolástica, penetrara en algunos promi
nentes criollos que más tarde serían los ideólogos de la educación repu
blicana. 11 Junto con el establecimiento del primer Congreso nacional
en 1811 se presentaron tres proyectos para reorganizar la educación que
se concretaron en 1813 con la fundación del Instituto Nacional —su solo
nombre ya indica la influencia francesa— , el cual reunía a las princi-
iz Domingo Aiii»m;U«¡íui Solar. fililí pnliu-roH uñón df.I fnuiHuto Nftvwna./., Santiago,
18H0
la -Or enanilla cli*l Instituto Nocional...". en Sesione» <M Owgnw» ¿cgís/<tffoa 1811,
I, *j96. En el misino lomo «c encuentran los proyectos presentados por Juan Eguña,
Manuel de Salas y Camilo Henríquez.
f)54 -AS PKDAÚOGIAS c iv k ws
dirigente la que estaba en. juego y esa propia clase dirigente no puso en
duda que el control educacional era un derecho y un deber del Estado.
Ninguna voz se alzó para defender la permanencia de la universidad
colonial.
Entre 1830 y 1860 las dificultades del Estado chileno para llevar a cabo
su proyecto educacional no fueron principalmente ideológicas. Tanto el
conservadurismo en el poder, que se caracterizaba por sus rasgos auto
ritarios y su realismo, como el naciente liberalismo compartían un co
mún sustrato ilustrado y república no que lo otorgaba a la educación una
importancia primordial en el camino hacia la civilización. Compartían
también la ¡dea deque el Estado debía ser docente y que debía normar el
conjunto de la educación. La Constitución de 1833 dictaba la creación
de una suporinloiidencia de educación. Esa misma Constitución fijaba
a su vez los límites de ese coime uso: la secularización de la sociedad. El
listado chileno ora católico, y ello tampoco fue impugnado. 18
En 1842 se fundó la Universidad de Chile, cuyo gran inspirador y pri
mer rector fue Andrés Helio. Su concepto de universidad era tributario
de la Ilustración escocesa, que se caracterizó por su moderación en la
secularización del conocimiento y por su apertura a las ciencias natu
rales y a sus aplicaciones prácticas.1**Este modelo ejerció gran influen
cia en los círculos utilitaristas ingleses— que Bello frecuentó durante su
larga estadía en Londres— , quienes propiciaban una educación supe
rior científica y profesional, opuesta al modelo de Oxford y Cambridge,
y que se expresó en la fundación de la Universidad de Londi-es en 182621’
Si Bello recogió de la Ilustración escocesa el concepto de una universi
dad científica y humanista sustentada en el principio de la unidad entre
ciencia y fey de los utilitaristas rectigió la importancia del conocimien
to científico para el desarrollo industrial, en el concepto sobre el papel
del Estado en la educación, la influencia francesa parece evidente .21
f« Sobre el carácter liberal <lel pensamiento conservador de ese D enodo véaso Simón
Collier, “Conscrvnnliwmo chileno 1830-1860. Temas <» imágenes", Nueva Misiona, Lon
dres, alio 2, miin. 7. 1983. . ,
1» Otorgo Eider J>nvit!. 77/c Dimocndiv hilulliM, Naitlunil and Mer IJmversitias m me
Nineteenth Uenlury, Uinvoruity I’ i'Bmh, Ediml.urtío, 1064; Han.Id Perkin, “The Acudemie
L-Toíessum ¡n tiic. Únitwl Kingdmn*. « i Burlón Clark IcomlO, TheAmdtumc Profesúm,
UniversiLy ot'1Calil'oi-nin Press, 11)87.
su E. G, West. ÜdmMlitin mui Tita liidunlriul ÍM>nlitlion, II, T. Batslin-d, Londres y
Sydney, I97fi. ,
ai vé.ase Andrés Bello, '-Discurso pronunciado por el Ki-, Héctor de la Universidad don
Andrés Bello en la instalación de este cuerpo el día 17 do Septiembre de 1843”, Anales
Sfifi LAS PEDAGOGIAS CIVICAS
33.Rodolfo Oro/, “ J,os estudios íilolóBicos de Andrés Bello”, en Estudias sabir, la vklay
obra de Andrés Helio, Kcl. Universidad tic Chile, Santiago, 1972, pj>. 145-182.
2S “La dom oemcla”, El Mercurio, 2 ríe enero tle 1844; citado por Ana María Sluven,
“Polémica y cultiva política chilena, 1840-1850”, en liuiiintft ¡listona, Pontificia Univer
sidad Católica do Chile, Santiago,nina 25, 199(1, p. 232.
311Callos Htoanlo, El método de lectura nnidutd de Dom inflo V, Sarmiento. Datos para
su historia .y htldiopro/fn, Santiago, i049. Alamiro de Ávila Mnrtól, Sarmiento en lo Uni
versidad de Chile, Ed. Universidad de Chile, Santiago, 1988.
31 Sobre la labor de la universidad en la instrucción superior, véase Iván Jáksicy Soi
Serrano,“ ín the Service o f ti 10Naticin: The Ivstablishnunt and Comolidutiou o f llie Uni
versidad de Chile, 1842-1.879” , Hixpnn ic American Historiad iitmii-Mi, vol. 70, luim. 1,
1990, pp. 1.39-171.
aa Lis dos documentos legales c|ue construyeron la reglamentación inicial son “ bey
Orgánica de la Universidad tle Chile1’, Anotes déla. UnM-rsithtd de. Chile, 1. 1, 1843-1844,
pp. 9 y ss., y “Reglamento del Consejo Universitario”, ibitL, |>p. 89-75.
33 Carlos liumud. El sector público chileno, Universidad do Chile, Santiago, 1969, p. 201.
rHLuis Galdanies, La Universidad tle Chile, Santiago, 1934, p. 66.
El, C O N TN O L108'('ATA 1. [>F LA EDUCACION EN CHILE 55H
E l E s t á is ) contra la I o i . iosia
',v Ricardo Krebs (eumpj, (.'alolicnsitin y laicismo. Las bastís doe/rinurius del conflicto
entre la itfh'.s'w y e! ttMudt) cu- Chile, l'Iíl. Nueva Universidad, SaiUínpu, .1981.
,|HLu nrpjfliniunt.iicirín anís repmHentui.ivu. da lu polémica mi el nivel politice ue encuen
tra en ImKitticiiüiunrM <>n lu Crftntiin de Diputado*) relativas a una nueva ley de inakriiccirta
senilKhli'iu y superior, i¡uu l¡m prniniilgiula en 1,879. Vítase, Sesiones ilel Ctnifimso LtiU¿x~
/.olivo, Diputadas, 187,i y 1874.
,|lt Sv.ttimwt! dol Congreso LetfisttUiuo, Diputados, 1873, pp. 303 ,y as.
B() Aludes ileln I/ninernitliitl de Chile. t, 42, 1873, p. 91.
E L CONTROL ESTATAL DE L A ICIM K'ACIÓN EN CHILE íild
nosotros que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que
por otro parte no somos indios ni europeos, sino una osjxicie medía entre los
legítimos pi-opictarios del país y los usurpadores españoles; en suma siendo
nosotros americanos por nacimiento y nuestros dert.'chos los de íí uropa, te
nemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él contra la
invasión de los invasores; así nos hallamos en el cuso más extraordinario y
complicado../1
4 Un análisis <l» las diEe«vnten acópenme» históricas y tlci variarlo empleo del término
en la historiografía conUonintránea en Maurice Agulhon. Tai soriabililé. la sociologie et
l'htstoire”, L’A rc, Rovue trimcslrielle Aix-en-l'ro vence, núm. 64. 1676, pp. 76-84; ídem.
*Id< soc'rablité esl-clle oh jet d’llistoire?" en E., Francois, Snciabilité et nocíate bourgemse
en Frunce, en Mlvnittunc el en Suisse (17-50-1850) í Actos du Cnlloquc de Badhomburg),
1686, pp. 13-22. Una reciente revisión do la producción hiíioriográlica europea en torno
al concepto do “sodiiliilulad" puede verse en Jordi C’aiml i Moroll, “El concepto de socia-
hilidad en k historiou'miin contemporánea (Francia, rtntio y Espuria)”, Siglo X ¡ X ( ItOvis-
tn de Historia), segiindh época, núm. Instituto Mora, México, enero-junio de 1993,
])|j. 9-25.
r’ Para mayores precisiones sobre nuestra utilización del concepto de “sociabilidad",
vt.’usn nuestix) trabajo: Ciuilité.el poliiit/oe tiux origines <ie Ut nulion itrgenUne, Publica-
Liona déla Sorbonne, ik rfs , 1669.
SOS LAS PEDAGOGIAS CI VICAS
L a s iv i A c t i c a s a s o c i a t i v a s c o m o i n s t h u m e n 'i.'o
DK ACCIÓN' PEDAGÓG ICA
asociación porleñu, Juan C. f.¿lílnur. Cf. José apiola, Recuerdos de treinta tillan ÍH10-
1.840, Guillermo Miniada, Santiago, 11)02, 310 pp,; véanse pp. 09-61.
•Il1 Estas lili,í nías so organizan sugiiu un reglamento impuesto por ol gohioi'no tilxmul
do lUvudaviu. .[.'ara mi dosurmlla do osla cuestión, véase Cioilitíirl Politiani;, pp. 1.00 su,
:tl Gomo liioa la amostra M. Aftulhon ou su estadio sobro los peuitontos y musimos,
C f Manrico Agnllion, Púnilcntn «¿ fnmet-mapmt cíe Vancieimti Proounee, Fn.viird, Pi.iifs,
] ¡ ) M , 4 .M p p ,
:t;i Ln nuuuHuria distinción formal entre tipo de formas y vínculos lineo au n más evi
dente ol carácter híbrido do toda práctica social, Ello no impide i)uoüxiaf a nn tnodoin
PEDAGOGIA KOOllíTAlilA Y APRENDIZAJE DE LA NACIÓN 577
“puro” como componente ideal de lúe práctica* sociales. En el discurso de la época este
modelo sirve de vehículo a nuevas representaciones de lu suciedad
Para Chile véase adenitis do Gazmuri, ¡Cl 4H chileno; íaús Alberto Romero, La So
ciedad de igualdad. Los urtcsaiuiH do Santiago de Chile y sus primeras experiencias polí
ticas, Serie Historia, Instituto Tum ulto Di Tolla, Bueno» Aires. 11)78, 73 pp. Sobre las
suciedades democráticas en ( ¡olombiu véase Zamlicauo, op, cil. y David Sowi, “La teoría i
la realidad: The Dcmocratic Socioly o í Artimin» o f Bogotá 1847-1854”, Hispatrie Ameri
can Historiad Rcuiow, vol. (J7, luim d, noviembre do 1987, pp. 61.1-630; para Venezuela
algunas rttlfctvndaa un la» ciánico» historias do los partidos políticos.
:M Encontramos una vez nuis 1a dtdinición de la soberanía lucra del marco institucio
nal del ejercicio de la práctica electoral. Cf. Estohan Echeverría, Dogma socialista de la
Asociación de Mayo, Ed. Ferrol:, Buenos Airea, 11)58, pp. 119-197 (cd. original, Montevi
deo, 1838).
578 LAS PEDAGOGÍAS CÍVICAS
miento social de los habitantes porteños es que ahora para ser sociable
ya no basta con pasearse por la plaza parroquial, o participar en la re
unión de la cofradía o aún asistir a las tertulias de alguna de las princi
pales familias porteñas. Aquellos que quieren reunirse entre gente de
cente deben ir a la Plaza San Martín, pasearse por el Paseo Julio o por el
nuevo muelle del puerto, frecuentar los salones de exposiciones y afiliar
se a los clubes de moda o a alguna logia masónica. Los tixtbajadores, tér
mino que comienza a utilizarse hacia mediados de siglo para referirse a
la tradicional “plebe” urbana, se encuentran preferentemente en los ca
fés y en las academias de baile. Vemos entonces cómo sobre la estruc
tura urbana organizada como comunidad de parroquia surgen nuevas
redes de sociabilidad organizadas según la extracción social y el tipo de
prácticas culturales de sus miembros. Una supone vínculos primarios
de comunidad de lugar; las otras, vínculos contractuales ligados a los in
tercambios y al consumo de ciertas lormas de cultura (prensa, debates
públicos, espectáculos culturales o simples actividades de recreo público!.
La especificidad de cada zona de atracción provoca un desplazamien
to de la población urbana para sat isfacer sus diferentes necesidades de
sociabilidad. Esta tendencia a la segregación social del espacio urbano
está denotando un desplazamiento del grupo de referencia, fenómeno di
rectamente ligado al nacimiento de una conciencia de clase.
Pero la nueva sociabilidad elabora también otro tipo de identidad co
lectiva, en apariencia contradictor ia con las que acabamos de mencionar.
En efecto, una vez roto el marco local de pertenencia, ¿cuál es el uni
verso de interpretación de estas relaciones? Este es el que suponen los
nuevos vínculos de solidaridad y amistad construidos a partir de víncu
los secundarios que ya no pueden inscribirse en el marco de la comuni
dad tradicional, pues el modelo de implantación de estas asociaciones
muestra que ellas rompen con la estructura comunitaria tradicional.
Los nuevos vínculos remiten ahora a una comunidad de valores polí
tico-culturales que tienen que ver con la representación nacional de la
colectividad; ello sugiere que el nuevo imaginario social de la nación
sería socialmente instituido a partir de la intensidad y la naturaleza
de los intercambios sociales que se dan en buena medida en el marco de
los vínculos de sociabilidad asociativa. Así, el fenómeno de segregación
social del espacio urbano está directamente ligado a la difusión de un
referente nacional de la colectividad, aspecto que a su vez explica la si-
I
Cf. nuestro trabajo “Las pulperías porteños: historia de una expresión de sociabilidad
popular en la ciudad ele Buenos Aires flor unto la primera mitad del siglo xix”, Siglo xtx
Sociabilidad y Cultura trovista de historió, segunda época, nimi. 13, enero-junio de 1993,
México, pp. 27-64.
580 LAS PEDAGOGIAS CÍVICAS
•|!i Véase nuestro trabajo “ La seission entre la civ ilité et 1’autoriUi", en C i v i l i t é e.t P o liti-
t¡ue. cap. 4.
‘,í: Cf. José Mármol, Amalia, Montevideo, 1851, citado por la ud de Esposa-Galpe,
Madrid, Colección Austral, 11)78, 529 pp.
SS4 i.AS PEDAGOGÍAS CIVICAS
di.! los hombres que se identifican con el rosismo son insoportables para
la sensibilidad de un hombre civilizado.47 Este aspecto no pasa siquie
ra inadvertido para un viajero como el francés Delacour, quien deduce
que, por la sensibilidad amorosa, las damas porteñas eran unitarias:
“Ellas lamentan la ausencia de los jóvenes formados en la Universidad
del gobierno de Rivadavia, esos ‘doctores’ con voz melosa, que saben ha
blar de amor, y hablando inspirarlo, bien diferentes en ello a esos federa
les de temer, que no hablan jamás de amor y se preocupan poco de ins
pirarlo, con tal de obtener la realidad, pues el. resto no es más, según
ellos, que un preludio inútil”.48
Debemos a Domingo F. Sarmiento uno de los más ricos análisis so
ciológicos sobre la relación entre las formas de sociabilidad y los códi
gos y valores que deben definir la comunidad de pertenencia. En su
Civilización y barbarie, vida de Juan Facunda Quiroga, Sarmiento dis
tingue la comunidad sobre la cual Quiroga y Rosas fundan su poder de
aquellas que producen las ciudades y que eran características de las
sociedades civilizadas. El sanjuanino reconoce la existencia de una so
ciabilidad e incluso de asociaciones específicas de la sociedad resista, pero
cuyas características son las de fundarse sobre el predominio de la na
turaleza, Dicho de otro modo, se trata de una sociabilidad en la que las
relaciones de civilidad que caracterizan a la gente decente del mundo
urbano están ausentes. Así, por ejemplo, define la sociabilidad en las
pulperías, a las que califica de resistas, como una “asociación artificial”,
pues el recreo no está aquí ligado con la utilización pública de la razón
individual hacia un interés social, sino con la simple vagancia. “Con esta
sociedad, pues, en que la cultura de espíritu es inútil o imposible, donde
los negocios municipales no existen, donde el bien público es un a palabra
sin sentido, porque no hay público, el hombre dotado eminentemente se
esfuerza por producirse, y adopta para ello los medios y los caminos que
encuentra. El gaucho será un malhechor o un caudillo, según el rumbo
que las cosas tomen.,.” Sarmiento llega aquí al punto central de su de
mostración. Ese tipo de sociabilidad, fundada ai la naturaleza, produ
ce un tipo específico de organización política, sobre la cual Rosas fúnda
su poder: el caudillo y la montonera. Para Sarmiento este tipo de prácti
cas no pueden obviamente engendrar a los ciudadanos ni definir la per
tenencia a la colectividad; la organización de la nación republicana no
puede fundarse sino sobre los hábitos relaciónales de la gente decente
de la ciudad. Y es justamente en esas relaciones donde Sarmiento en-
v ' Sobre la nocióu de “ocio burgués” vé»se Centre rte Ketlierrli'SL' I Hntoire Bocittle de
riinavcritiiv de l’ icanlie, Oiall’eté rt t.oiuu' (¡un* lux wrJi íéfi'Ji ncculailfl^'^<ll> Xis™11’ siécle.
Colloijuo pluridiscipliiijiire, Atmons, líl-20 ilu noviembre de Í982. presunindo por A,
Daumard. lmp. E Pailhu-t, Abbevillc, 1983; y los traba,j os tic M:mrice Afltdnon,|inrticü-
larmcnte t e carta danx la Pnuum hmirttetiise IHI0-ÍH48, JClnda «í 'mp® mutaliwi de xocia-
bilitc, Armand Colín. París, 1977. Para el desarrollo del ninvirniVit1’ auitualista, véase
mieat.ro trabajo La créati.an d’itit iiatinn, l. 2, pp,
W-
¡iflñ I.AS PEDA! ¡OCIAS CÍVICAS
,m“Del gobierno do tilti(1 América, según las miras de bu revolución l'u m ln m u n ts il", un
J ix v r U t iH p Ó N lu m o H , t. iv, ¡i, 50.
87 Para esta cuestión, véase David Unidiug’, L o» orígenes dd nacionalismo mexicano,
p¡). «7-58.
i
PEDAGOGIA HOCI KTAlilA Y APHJ5NDIÜAJE DE LA NACIÓN 589
I I-
»v-
t.
XX. PACTISMO Y CONSTITUCIONALISMO
EN LOS ANDES
M arie -D an U £ U L B D em élas
U niversidad de París DI
Art. 1 : Desde este momento y para siempre jam ás, desconoce la autoridad
del tiránico gobierno de José Bulliviún.
Art, 2; Proclama de su parte por presidente legal de la república a S. E. el
general José Miguel de Velasco. 11
s Los pueblos: el Puebla do liis OonslüuduiU'H está, en Ecuador, formado por la aso
ciación de las cnnnmldadoM ti'rriínnalizoclas.
* Notificado por el cónsul de Francia en Guayaquil, León lturburu, Archivos del
Ministerio de Asuntos Extranjeros, París ( amak ), Curtesptmdencía comercial de Guaya
quil. vol. 1. despacho del 14 do innixo de 1845.5 211.
*u Ibi.ilr.in, f. 21.2.
i 11Archivo Nacional de Itolivin ( anii), mi, I:. 123. tuím. 49.
I 12 El hecho es confirmado por Un despacho del cónsul de Francia, Léonce I.evrault,
lechado el 4 de mayo de 18411 ( amais, loe. <•/*., 11’. 141-141v.).
13E s decir, los notables.
M a n b , m i , t. 123, iním. 49, tu-íu de La Paz, art. 8, 17 de diciembre de 1847,
600 CONSTITUCIÓN Y PRÁCTICAS POLÍTICAS
ha justicia, dice San Agustín, tiene derecho para romper los injustos víncu
los | ¿ Y quó vínculos más injustos que los que establece la nueva consti
tución, y ligan al pueblo ecuatoriano a la obediencia de sus advenedizos
opresores, sostenidos por las bayonetas venezolanas? H e aquí autorizado el
derecho de insurrección por uno de los grandes luminares del cristianismo.17
Toda tentativa de apropiarse del poder era así precedida por una de
claración: los oponent es debían pronunciarse solemnemente contra el
gobierno en el poder, afirmar su rechazo a las autoridades por razones
legítimas, y anunciar la toma tle las armas en virtud del derecho a la in-
su erección del cual el pueblo soberano no se desprende jamás, puesto
que éste lo ha constituido, Esta declaración preliminar, que se transfor
maba eventualmente en campaña de peticiones, se escribía sobre papel
sellado, como cualquier documento oficial, o como un recurso a la justicia.
Es así como comienza, en 1898, la revolución liberal boliviana, que,
después de seis meses de guerra civil, consigue suplantar a los conserva
dores establecidos en el poder desde hacía 20 años. El 12 de d iciembre,
los notables de La Paz hacen público el texto de su “pronunciamiento":
ignoran el gobierno en el poder y proclaman el Estado federal de La
Paz, dirigido por un triunvirato. Entre los primeros firmantes se
encuentran los senadores, diputados y altos funcionarios del departa
mento. S il iniciativa es inmediatamente apoyada por el batallón Murillo
— 142 soldados de los cuales dependía el control de la ciudad— , después
l<! ama »;, Jioüvi*, ¡jolilittiu! inlérieurr, dossivr gtUióntl, t. 1, desp ach o del 15 de diciem
bre de 1898, ir. 130-180.
I!> ano , mi, L 12:1. inim. 4 » , “A cta s d e les distin tos pron u n cia m ien tos provin ciales a
fa v o r del,general .lo só Miguel do V elasco”.
íu anu, mi, 1 . 13:1, m ím . 20, “A cto popular do la ilu stre y h eroica capita l S u cre ”, 5 de
octubre de 1850.
21 Ibidem, t. 2 0 8 , núm . 33 a.
2~ffldem, t. 210, oú m . 4 4 a.
t. 2.17, inim. 74.
(¡02 CONSTITUCIÓN Y PRÁCTICAS POLÍTICAS
más de mi] firmas, dirigidas al general San Martín por los habitantes de
Lima, que se quejaban de la “tiranía” que ejercía sobre ellos el ministro
Monteagudo .24 El impulso inicial se había dado: a partir de entonces,
la república multiplicó este tipo de manifestaciones.
En 1864 estalla una serie de pronunciamientos dirigidos contra el
general Pezet y contra el pacto que acababa de firmar con la escuadra
española que había atacado las islas Chinchas. El Io de marzo, en Are
quipa, cerca de 10 000 personas firman una protesta. El movimiento
progresa del sur del país hasta el norte, al ritmo de la llegada de las no
ticias: todo sucede como si cada ciudad fuese consultada sobre qué
posición tomar ante la iniciativa de Arequipa. En cinco semanas, el
“pronunciamiento” había llegado desde el extremo sur del país hasta
el norte, y había afectado tanto a la costa como al interior.21’ En este
caso, el pronunciamiento no llega a ser un golpe, sino que funciona como
una consulta general, fuera de las reglas constitucionales.
Las peticiones ofrecían a los excluidos dei sufragio la posibilidad de
expresar su voluntad y de influir en la vida parlamentaria, fin 18(11, en
Ecuador, las beatas ulilinaron este medio para ejercer presión sobro la
asamblea, a la cual reclamaban el retorno de los jesuítas .2’1
Un pronunciamiento podía traducirse en un movimiento nacional o
simplemente limitarse a la ruptura del contrato social por una sola pro
vincia o incluso por una sola población, como diestra el ejemplo siguien
te, El 12 de enero de 1889, un comicio popular reúne a los vecinos de
Tnpacarí (una rica población del departamento de Cochabamba) que
redactan el m/ta siguiente:
Art. 1. Considerando que los vecinos de una provincia son los únicos compe
tentes parajuzgar de la competencia de los ciudadanos quienes pueden des
empeñar puestos públicos.
Art. 2. Que el pueblo tapacareño como tiene conocida la inconqietenciti del
ministro Don Enrique Horda no puede soportar ninguna imposición de un
criminal actual corregidor Teófilo Gutiérrez.
Art. :t. I...I Que los ciudadanos en defensa de sus derechos están llamados
a garantizar sus libertades mediante las armas 1...] Que el pueblo tapacareño
es el único capaz y competente para elegir las autoridades de su localidad.
Que en caso de negativa de cambiar el corregidor digno joven Diógenes Cés
pedes y reemplazarlo en su lugar al criminal Teófilo Gutiérrez, el pueblo
tapacareño está resucito a sostener al insinuado joven y sus derechos
mediante anna.s.27
“Don José Matías Carrasco dio su voto por el gran mariscal de Ay acu
cho, Antonio José de Sucre”,30 y seguía la firma del elector. En 1835, los
electores votaban aún en voz alta .31 Más tarde, a partir del reglamen
to electoral de 1839, fueron instaladas cerca de las urnas mesas pro
vistas de tinta, papel y de plumas, pero lo suficientemente lejos de los
escrutadores como para preservar el secreto del sufragio. El reglamen
to electoral declaró nulo todo boletín firmado. Esta regla prevaleció
durante un siglo.
En Ecuador y en Bolivia, el ejercicio del sufragio fue así limitado a la
porción alfabetizada de la población masculina. Sin embargo, si las
leyes electorales de estos dos Estados se oponían a las del Perú, que
había aceptado el sufragio universal,33 en la práctica era frecuente el
recurso al electorado cautivo que constituían los indios para equilibrar
las relaciones de fuerza entre los clanes. Cada cacique, cada patrón
conducía a las urnas a sus dependientes, sin encontrar resistencia por
parte de las autoridades. (
¿Pero quién inducía a votar a este electorado cautivo? La primera
experiencia democrática quo había constituido la convocatoria de las
cortes de Cádiz había dejado en su.spen.so algunos aspectos de la repre
sentación moderna: por desconfianza hacia los partidos, en quienes veían
un factor de división o de disolución del cuerpo político, los constituyen
tes, a la búsqueda de una expresión unánime de la voluntad general,
no habían permitido la organización de candidaturas. Los electores no
debían ser influenciados por ninguno de aquellos a quienes acordaban
sus votos. Esta prohibición, que impedía la modernización de la vida
política, fue rápidamente levantada: se encontraron otros medios de
expresar que el representante era la emanación directa de la voluntad
general.
La organización de una candidatura debía por lo tanto acomodarse a
unas reglas precisas, de tal manera que el hombre designado no estu
viera obligado a solicitar votos y no fuera elegido según su propia conve
niencia. Sus cualidades personales, su posición social y sus acciones
anteriores habían persuadido al pueblo de que él sería su mejor repre
sentante y su defensor más eficaz; el "candidato”, a pesar de sus reticen
cias, no podía sino inclinarse ante la voluntad colectiva que le imponía
íWahb, |.l, 174, Poderos, Diputados, 1828, extracto del proceso verbal de la elección pre
sidencial que tuvo lugar en Cochabambü, el 25 do septiembre de 1826.
I ;il anís, mi t 52, niiin. 4, proceso verbal de las elecciones presidenciales de mayo de 1885.
;l2 En 1878, la ley electoral peruana conlimiMba e l más ampli o derecho al voto:“Para
participar en las elecciones, hace falta saber leer y escribir, o ser cabeza de familia, 0 pa
gar una contribución cualquiera.” Amak, (¡orrospondanee politique, Pérou,t. 37, despacho
del 10 de julio de 1878, t 342.
606 CONSTITUCIÓN Y PRÁCTICAS POLÍTICAS
Los vecinos de esta villa, am antes siempre del orden y de la paz que son
condiciones esenciales pura la estabilidad y el progreso del país, están con
vencidos hasta la evidencia de que el único que puede suceder en mando su
premo de la República al venerable Señor Don Tomás Frías es el general Hila
rión Daxa, por ser una necesidad urgente para la sulvación30 de la patria.40
<IV“A partir de ahin a no podrá emanar de., voto do cada colegio sino una sola elección,
lo que pone fin a los abusos realizados por las mayorías parlamentarias cuando debían
elegir, para la validación final, entre tres o cuatro elegidos, que reivindicaban todos a
mismo título el mandato de sus electores, como sucedía a menudo”, ( a m a r , Correspon-
dance politíque, Pérou, t. 65, despacho del. 27 de octubre de 1892, IT. 136-186v.)
XXL LA EXPERIENCIA DEL IMPERIO DEL BRASIL*
I l m a r R ohloff d e M a t t o s
Universidad Pontificia Católica de Río de Janeiro
y Universidad Federal Fluminense
R evolución y C onstitución
En electo, a todos interesaba cada vez más definir con precisión el ca
rácter y el alcance de una revolución — la revolución de la independen
cia— que había cambiado sus vidas de modo tan significativo.
Si la entendían como el inicio de un tiempo nuevo, a la manera de los
revolucionarios franceses, la identificaban con los acontecimientos del
7 de septiembre de 1822, reafirmados con ocasión de la abdicación. La
revolución tendía a asumir así el carácter de una lucha “nativista”, opo
niendo brasileños a portugueses.
Si la entendían como una restauración, en asociación al movimiento
cíclico de los astros, la revolución había tenido lugar para confirmar in-
*Traducción de Margarida (le Souza Nevea
1Joaquim Manuel de Macedo, Atina bibUogfáphU-o brazileiro, Río de Janeiro, 1876-1.880.
613
(514 CONSTITUCIÓN Y PRÁCTICAS POLÍTICAS
'Á Solirci ol tenm, «/; Macla Oclila Silva Días, “A interiorÍKayfin dn muirá ¡mi a ( IH08-
)HÍ¡2)”,im ¡H22. Dhttviuu'Uut. org. porC. Ouilhemie Mota, Sftu Ululo, 1972, << ]. II. do Mullas,
O lempa Suilmi.rcimi. 8mi Paulo, 1987.
•l Sarjé o Buaiijiic da I]alanda.“A hormiga colonial: sua (luHajO'Cíjíiieáu", «n líiMúrttt.
Üenrh/ii Civilfetn'üo JirasiMra, t a, vol, 1, Sao Paulo, 19(55.
l . A E X r t t l t l K N C I A D E L IM I'K K IO DEL BRASIL «IB
E l , HAPEL D E L A C O R O N A
defensa del orden esclavista, aunque sólo fuera por un plazo limitado de
tiempo.
La Corona reivindicaba, además, una expansión. Utilizó para ello
políticas específicas y, a la vez, íntimamente articuladas: una política
do mano de obra (que tenía por objeto la cuestión del trabajo esclavo a la
vez que la de la inmigración europea), una política de tierras (que en
contró su formulación concreta en la Ley de Tierras de 1850), una polí
tica monetaria y una política de créditos. Al hacerlo, la Corona no sólo
promovía la restauración do la jerarquía presente entre los intereses
dominantes en las distintas regiones del Imperio, sino que profundizaba
también la diferencia al interior de la principal de estas regiones — la
región de agricultura mercantil esclavista— , al privilegiar los intere
ses relacionados con la expansión de la agricultura del café. La expre
sión “el Imperio es el café1’, muy repetida en aquel entonces, a lo mejor
es la síntesis del privilegio concedido a los intereses de los comerciantes
y propietarios de esclavos y tierras ligados a la expansión del café, de
quienes los saquaremas eran los representantes más destacados. Por
otra parte, la Corona no descuidaba una acción represiva que, mediante
los cuerpos de policía y la Guardia Nacional, trataba de contener las in
surrecciones negras y las agitaciones del “pueblo bajo” de las ciudades.
De esta forma, la acción de la Corona, al tratar de administrar los in
tereses dominantes, se convertía, en buena medida, en un.a acción que te
nía por objetivo la ordenación de las gr andes familias, aunque en ciertos
momentos esto pudiera signi licar el enfrentarse con algunos de los pri
vilegios y monopolios que las distinguían. De forma ejemplar, Nabuco de
Araújo caracterizó el vínculo entre la Corona y las regiones, así como
aquel que unía los grupos dirigentes y los grupos dominantes, como uu
“Puente de Oro”. En un discurso en la cámara de los diputados, en 1853,
subrayó que
La misión del gobierno, sobre todo la del gobierno que representa el principio
conservador, no es hacer la guerra y exterminar u las familias, oponerse a ape
llidos o destrozar influencias que tienen su I'unduinentoenlu gran propiedad,
en la riqueza, en lo que confiere importancia social. La misión do un gobierno
conservador delre ser valerse de esas mismas influencias teniendo en vista el
interés público, identificándolas con La monarquía y con las instituciones, dán
doles pruebas de confianza para poder dominarlas y neutralizar sus excesos.21
R ichard C raham
Universidad de Texas, Austin
mejor de los casos, de acuerdo con ciertas lealtades locales, pero nunca
como miembros de una comunidad nacional. Hasta la guerra del Para-
guay, las fuerzas armadas, representadas en su mayor parte por la Guar
dia Nacional, arraigada localmente, se consideraban en primer lugar,
pernambucanos, habíanos o algo parecido. El grupo que durante el si- >'
glo xrx quizá empezó a pensarse brasileño pertenecía, sin duda, a una
élite reducida en cada provincia: alfabetizada de ordinario, aunque no
necesariamente educada; grupo que incluía a comerciantes urbanos,
funcionarios y hombres do letras, así como a líderes rurales lo suficiente- !
mente ricos como para ejercer su influencia sobre un número considera
ble de seguidores mediante lazos económicos o de tipo tradicional. La pre
gunta que se plantea es: ¿cómo llegaron esos hombres a vincularse a
un ente más amplio y abstracto llamado Brasil?
1 Rcidoriuk J. Barman, fírctzÜ; Tlw Foi-ging ofa Natío» 17¡>8-1852, Sl.imford, 1988.
FORMANDO UNA NAC IÓN EN El. BRASIL DEL SIGLO XIX
del siglo, el Brasil surgió como un país unido y dotado de una adminis
tración centralizada. ¿Por qué y cómo se llegó a este resultado?
La pregunta puede ser dividida en dos: ¿qué es lo que hizo posible, en
un primer momento, que el Brasil permaneciera unido?, y ¿qué es lo
que mantuvo y reforzó la unidad a medida que pasaba el tiempo? La pri
mera pregunta ha sido examinada por un buen número de historiado
res y son varias las explicaciones ofrecidas sobre el hecho de que no
surgiera un conglomerado de Estados separados. Algo de verdad hay
en cada una de esas explicaciones, excepto quizá en la que afirma que la
Divina Providencia aseguró la unidad nacional. (Dios es quizá “brasi
leño"’ pero, aun en ese caso, podía haber elegido otra solución.) La opi
nión más antigua, y que goza todavía de un mérito considerable, es la
de que, basándose en la ley de la inercia, recuerda que los brasileños
estaban acostumbrados a ser gober nados por un solo rey y que Pedro I
sucedió fácilmente a JoaoYI. La continuidad de la dinastía y los hábi
tos y costumbres del antiguo régimen no sólo facilitaron la transición a
la Independencia, sino que también se opusieron a todo movimiento
que pudiera tender a la fragmentación. No podía haber tantos reyes
como provincias (las ox capitanías). Lo que, si se acepta esta opinión,
necesitaría una explicación: no es la existencia de la unidad del Brasil
sino la existencia de tensiones regionales dentro del país .2 Un punto de
vista más reciente subraya la formación intelectual de la élite política
nacional, y especialmente la formación en derecho romano de los bachi
lleres en leyes. Como no existía ninguna universidad en el Brasil colo
nial, tanto el régimen colonial anuo en sus primeros tiempos el Imperio,
se servían para la administración del Estado y de la justicia de perso
nas formadas en la Universidad de Ooimbra. Estos funcionarios tenían
un gran respeto por la idea de una autoridad fuerte emanada del
poder central y encarnada en el personaje real, después de Dios, el juez
supremo .3 O tm tesis sostiene que los propietarios de esclavos tenían
necesidad de un gobierno central para repeler los esfuerzos que los in
gleses hacían para liquidar el comercio de esclavos.4 Aunque sobre este
punto habría que recordar que la firma de Pedro I con los ingleses de
un tratado sobre los esclavos socavó su régimen en 1831 y fue la causa
de las más graves discordias regionales. La necesidad, en fin, que tenían
los grupos económicos de una mano segura en la gestión de las rclario-
a Manuel de Olveira Lima, TIw euolution afBrazil eompaml witft that ofSpankh and
Aiigla-SaxonAmerita, ed. I’crcy Alvin Martin, 1914; reimpresión, Nueva York, 1966, p, 117.
I 3 José Muri'lu de Carvulhu.A eonstruvCo da arderu; a e.Ute política imperial, Río de
Janeiro, 1980,
Luis Felipe de Alencautro, "Le traite negriére et lunjtó nalionalo brésilienne”, Revue
F f t t n q a 'i s e d ’H L i t a i r v d'Oulre Mcr, 66:244/, 3er. trimestre de 1979, pp, 395-419.
632 CONSTITUCIÓN Y PRACTICAS POLÍTICAS
A u to r id a d lo c a l y E s ta d o gi-in tiu u .
12 Antonio A] ves de Sumía Carvallo*. O Brasil em 1870, astudn político, Río de Janeiro,
1:870, p. 45.
13 pp-oAa m i . Salvador, 6 de agosto de 1849, Arquivo Nacional tío Río de.Janeiro, Secáodo
Poder Exeoutivo, IJJ 5-25; t p - s e a w * Sergipe, 3 de septiembre de 1851, a n , Se?áo de Ar-
quivos Particulares, ex. 783, pac. 2.
638 C O N S T IT U C IÓ N Y P R Á C T IC A S P O L ÍT IC A S
111J. Vasconcellos, lioteim do» deleitados, pp. 55 y ss.; cr-HA al Oelegado-Santo Amaro,
Salvador, 10 de diciemlu-o do 1868, ai-kii. Delegados. M .5802; A. Carvalho, Brasil em
1870, p. 22; Cntegi|x: ( Port-sercs I...I .solae a el<>d;iin direlal), 1880, A rquivodo Instituto
Histórico e Geográfico Bnialk-ir» (en mloliuitc, ahuih), Colocan Cotegipe ten adelante,
ord, L88, P28; Luis l'eixoto do Lncerdn Wernedc. Le Brésil. Río de Janeiro, 1889, p. 73.
10 Delegado a l‘i>-iia, InhnmliLipo, 15 de agosto de .1855, aí’uií, M. 6231.
y-'JLos miembros do las cánnmis municipales podían también ostentar el cargo de ju e
ces sustitutos de rango inferior: Candido Mondes de Amolda, ed. Cmligo PhUippino; oti,
OrdenatfieH a lais do reino de Portn/nd, Jilo de June ir», 1.870, p 372n.
I 21 i.n, Leí 201, 3 tilo diciembre do 1841, art. 19 (véase también art. 131; L eí 33, 20 de
septiembre de 1871, art. 1, par. í!; Billy .Jtiynos Chimé ler, TI te Feitosns and the Sertáo dos
Jnkamuns; The Hittlory ofa Family and a. Comnitmity itt the Northeast Brasil, 1700-
1930, Gainesville, 1972, p. 51.
640 C O N S T IT U C IÓ N Y P R Á C T IC A S P O L ÍT IC A S
22 Tilomas Flory, Judge and Jury in Imperial. Bmzü, ¡808-1871: Social Control and
Política! Stahilily in the Neto State, Austin, 1981, pp. 181-199; .Junqueira lo Cotegipe,
Salvador, 9 dojuiio de 1856, a i i i u i j , ce, L.'iO, 11:178.
2¡í Edmundo Zenha, O municipio no Brasil (11)32-1700), Sao Paulo, 1948: Vid.or
Nuiles Leal, Corone/tamo: The Munici.pali.ty and Representativo GovernrmoU in Ihitzil,
trad. por .June Henfrcy, Cambridge, 1977.
24 Francisco B elísono Soares do Soasen, O sistema eleitoral no imperio (com apéndice
contendo a legisfafoo elitoral no periodo 1821-1889), Brasilia, 1979.
FORMANDO UNA NACIÓN EN EL BRASIL DEL SIGLO XIX 641
26 Raymundo Faoro (Ote datan dt>poder: formatea do patronato político brasilciro, 2a. ed.,
2 vols., Porto Alcg>o y Sao Paulo, 1975), identifica a los ten-atenientes con el Partido Li
beral; Jasé M'urilo de Carvalho,“A composiíao social dos partidos políticos hnperiais”, en
C a d e r n o s , Minus Gerais, Departamento de Ciencias Políticas, Universidad Federal,
Jiínn. 2, diciembre do 1974, adopta ol punto de vista opuesto. En cie rto modo, yo estoy en
desacuerdo con ambos: Richard Graham, P a tron aíre a n d P olitice in N in etm th -C v.n t.u ry
B m i l , Stanldrd, 1990, pp. 146-181,
27 O al menos “patrimonial-burocrático", Fernando Unooeliea, O M inotau.ro im p e ria l:
A b u r o cra ti2 <tfüo d o e s t a d o p a tr im o n ia l b r a s ilc ir o n o s é c a lo xtx. Sao Paulo, 1978; véase
también Riordan Roet±,Íím¿¿/: P o litk s in a P a trim on ia l Socicty, ed. rev.,NuevaYork, 1978.
642 CONSTITUCIÓN Y PRÁCT ICAS POLÍTICAS
D el E s t a n o a la n a c ió n m ediante l o s “ pe d ió o s ”
Deseo agradecer a Fernanda María Montel de Batis;aco por la ayuda prestada en la investigación realizada sobre esta correspon
dencia. Un ef nidio más complelg sobre su naturaleza y contenido puede verse en Grabara, Patronage and Política, po. 209.263.
PORMANDO UNA NACIÓN EN EL BRASIL DEL SIGLO XIX 647
Puestos solicitados
Puesto Número Porcentaje
Nota. E n tre la s cartas n<|uí exam inadas, varias recom endaban a la g en te p a ra títulos
de nobleza, ayu da en Ins elecciones u otros favores, pero n o para ocupar pu esto alguno.
Todas ellas están incluidas en el apartad» Otron.
otra. Los pedidos iban dirigidos a la obtención de empleos sin por ello poner
en peligro el equilibrio presupuestario. Por supuesto, un empleo esta
tal, en tiempos de poco crecimiento económico, era a menudo la única
posibilidad que tenía un asalariado o empleado de oficina de obtener
trabajo y de mantener su status en una sociedad esclavista. Pero el sis
tema de la clientela apuntaba mucho más alto. Los que lo practicaban
codiciaban sobre todo la autoridad que comportaba el nombramiento.
El poder de una clase social — terratenientes y propietarios de escla
vas— estaba en la balanza. El Estado les proporcionaba los instrumen
tos con los cuales mantener la legitimidad de su autoridad.
A medida que ascendían en el escalafón de su carrera, los hombres
implicados en la correspondencia descrita se dispersaban en un área in
mensa, estableciendo y reforzando los lazos patrón-diente. Así ayudaron,
a pesar de las tendencias regionales, a fundir todo el territorio brasileño
en un sistema único. Uno y otro años, esos lazos personales que signifi
caban además proximidad y conocimiento directo, mostraron su influen
cia decisiva. Fue un sistema extendido a lo largo y a lo ancho de miles de
kilómetros, alimentado por las continuas demandas de favores por las
que transitaba. Lo sostenía la correspondencia entre la gente en búsque
da de empleos, los encargados de recomendarlos y los dispensadores de
favores. En el desempeño de ese papel, los diputados escribieron innu
merables cartas apelando a compartidos sentimientos de rango social
y paternal solicitud. Y así se extendió el clientelismo hasta cubrir com
pletamente un inmenso territorio.
l^os miembros de la cámara d e los diputados desempeñaron un papel
fundamental al hacer pasible transacciones en dos niveles. Uno era el en
cabezado por el primer ministro; el otro, por los potentados de las dife
rentes municipalidades. El diputado aseguraba un flujo de puestos de
autoridad a personas localmente prominentes y, simultáneamente, in
formaba al gabinete de la movediza balanza de poder en el mundo de los
líderes locales de los que dependía íntimamente. Imponer la autoridad
pública frente al dominio privado no era la actividad principal de los
miembros del parlamento o délos jueces. Su objetivo era más bien afian
zar las estructuras del gobierno local y nacional con lazos de profunda
amistad, de relaciones familiares y de probada lealtad. Para cubrir las
puestos de gobierno se necesitaba manipular una amplia red de con
tactos que reforzaban la unidad nacional.
Este objetivo central dio prueba de longevidad. Si el temor de un
desorden social condujo* durante la primera mitad del siglo xtx, a líderes
locales y nacionales a apoyarse mutuamente por medio de un gobierno
central fuerte que ellos podían controlar, pronto descubrieron que ese
FORMANDO UNA NACIÓN EN EL BRASIL DEL SIGLO XIX 663
N atalio R. B otan a
Instituto Torcuato di Telia
654
LAS TRANSFORMACIONES DEL CREDO CONSTITUCIONAL 655
el pacto social asegura a cada individuo el goce y posesión de sus bienes, sin
lesión del derecho que los demás tengan a los suyos (art. 142);
La soberanía de un país, o supremo poder de reglar o dirigir equitativa
mente los intereses de la comunidad, reside, pues, esencial y originalmente,
en la masa general de los habitantes y se ejercita por medio de apoderados o
representantes de éstos, nombrados y establecidos conforme a la Constitu
ción (art. 144); y
La ley es la expresión libre de la voluntad general o do la mayoría de los
ciudadanos, indicada por el órgano de sus representantes logalmen te consti
tuidas (art. 149).*’
. I
O b v ia m en te, e sta prim era Constitución v en ezo la n a no lleg a b a al e x
trem o de fu n dar la ley en la virtu d sino “sobre la ju sticia y la u tilid ad
c o m ú n ” (a rt, 1 4 9 ), pero o tra s re fle x io n e s en el e x tre m o su r del co n ti
n e n te se e m b a r c a b a n d e c id id a m e n te en a q u el ru m bo a n tig u o al que
un a v ertien te ilu str a d a y la p rá ctica ja c o b in a en la F ra n cia rep u blica
na h a b ía n in fu n d id o r o tu n d a c o n te m p o r a n e id a d . E l se c re ta r io de la
prim era Ju n ta d e G obierno de B u e n o s A ir e s , M a r iano M o ren o, exponía
d e e ste m odo e n tr e n o v ie m b re y d iciem b re de 1 8 1 0 , poco a n tes de su
ren u ncia al cargo, los ejem plos que debían an im a r a un co n greso co n s
titu y en te de las p rovincias del R ío de la P la ta :
,,. América presenta un terreno limpio y bien preparado, donde producirá fru
tos prodigiosos la sana doctrina que siembren diestramente sus legisladores;
y no ofreció Esparta una disposición tan favorable mientras ausente Licurgo
buscaba en las austeras leyes de Creta, y en las sabias instituciones del Egip
to los principios de la legislación sublime que debía formar la felicidad de su
patria. Ánim o, pues, respetables individuos de nuestro Congreso, dedicad
vuestras meditaciones al conocimiento de nuestras necesidades, medid por
ellas la importancia de nuestras relaciones, comparad los vicios de nuestras
instituciones con la sabiduría de aquellos reglamentos que formaron la gloria
y esplendor de los antiguos pueblos de la Grecia [,,,] recordad la máxima
memorable de Focíón, que enseñaba a los atenienses pidiesen milagros a los
dioses, con lo que pondrían en estado de obrarlos ellos mismos; animaos del
mismo entusiasmo que guiaba los pasos de Licurgo, cuando la sacerdotisa de
Delfos le predijo que su república sería la mejor del universo,, . 10
Alberdi no había partido aún hacia Chile (lo hará poco tiempo después
cuando el exilio lo lleve primero a Montevideo y luego a Santiago y Val
paraíso), pero la Constitución que cuatro años antes establecieron Por
tales, Egaíia y Andrés Bello confirmaba este juicio. Ya en 1822 Portales
admitía que la “República es el sistema que hay que adoptar” y reco
mendaba, con tal projxisito, un “Gobierno fuerte, centralizador, cuyos
hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así ende
rezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando
se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y
lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos”.5*1
Inevitabilidad republicana y restauración del orden: con esta esque
mática fórmula, la Constitución chilena do 1833 echó las bases del Es
tado, mantuvo el principio de la legitimidad republicana y apostó a favor
del desarrollo de la sociedad civil. El orden portaliano se condensó en
dos institutos que tendrán larga vida en Hispanoamérica: el estado de
sitio y las facultades extraordinarias otorgadas al titular del poder eje
cutivo, “dos grandes palancas de poder — según el crítico liberal Benja
mín Vicuña Mackenna— que forman el alma y el ser todo de la Consti
tución de 1833”.22 La tradición liberal, por su parte, se condensaba en el
carácter popular y representativo del gobierno de Chile (art, 2) y en la
'¿0 Juan Bautista Alberdi, “Discurso pronunciado el día de la apertura del Salón Lite
rario” , Buenos Aii-es, 1837, en Obnts completas d e j.li, Alberdi, Buenos Aires, 1886-1887,
1.1, p. 263.
81 Portales a J, M. Cea, 1822, en Ernesto de la Cruz y Guillermo Folió Cruz, eds., Hpk-
JX Diego P o r t a l e s , Santiago, .1.887, p. 1.17, citado por Simón Collier, "Evolución
l,a la r io ( l e
política, institucional, social y cultural de Chile entre 1829 y 1865”, en Helio y Chile.. Ter
cer Congreso del Bicentenario, Fundación la Casa de Brillo, Caracas, 1981,t . 1, pp, 26 y ss.
88 Benjam ín Vicuña Mackenna, D. Diego Portales, 1863, Ed. Del Pacífico, Santiago;
citado por la ed, de 1974 (Introducción de Claudio Oirego Vicuña), p. 94.
LAS TRANSFORMACIONES D EL CREDO CONSTITUCIO NAL 665
de: M ayo”, 1847, en Obras completas, t. mi, pp. 233 y ss. Véase también Natalio R. Botana,
til orden conservador. Ltt política argentina entre 1880 y 1916, Sudamericana, Buenos
Aires, 1977, Primera Parto.
i!r' Juan Bautista Alberdi, “Sistema económico y rentístico do la Confederación Argen
tina según su Constitución de 1.853-1855”, on Obras completas, t. iv, p. 188.
'•*" Sobre Frangois Guizot mo remito a Natalio R. Botana, l,n tradición republicana.
Alberdi, Sarmienta y las ideas política.s de su tiempo, Sudamericana, Buenos Aires,
1977, cap. tu; y a Fierre Rosan vallen, Le Mometd Guizot, Gallimnrd, París, 1985.
LAS TRANSFORMACIONES DEL CHUCO CONSTITUCIONAL Gfi7
tle Muyo", 1.647, un Obras comaletas, t. m, pp. 233 y ss. Véase también Nal.alio K. Ilotnnn,
El. orden, conservador. Im. política, argentina entre 1880 y 1916, Sudamericana, Huertos
Aires, 1977, J'riinern .l’ai'to.
ai Juna Bautista Albordi, “Sistema económico y rentístico de la Couíedernción Argen
tina s(>p:iíii mu (.¡miHtitución de .1853-1855”, en Obras rompidas, t, iv, p. 188.
Sobre l.'’ mngo¡n (luiznt me remito n Natalio R. Botana, La tradición ntpnblicanu.
A/bcrdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo. Sudamericana, lineaos Airón,
1977, cap. mi; y a Hierre Itosnnvidlon, Ijc Mament Guizot, Gallímurd, París, l.í)81¡.
L A S T R A N S F O R M A C IO N E S D E L C R E D O C O N S T IT U C IO N A L 6(17
I jA llfV K N H Ó K IJK
La prim era es de aqu ellos que entran a o cu p a r los puestos su p rem os con
positiva repugnancia y sin otra mira y objeto que cum plir con las obligacio
nes que la ley y la sociedad les im ponen L..I La segunda es la do los que de
sean ol mando y engrandecim iento y para esto procurar formarse un partido,
pero siem pre dentro de lo s lím ites legales y aprovechando la s disposiciones
con que los dotó la naturaleza para influir en sus semejantes I,,.] La tercera
113.losó Cecilio del Valle. “El economista. Discurso pronunciado en la Junta General de
la Sociedad Ecoaómica de Amantes de Guatemala” (septiembre de 1812) en Obras de
José Cecilio del Valle, compiladas por José del Valle y Jorge del Valle Matheu, Guatema
la, 1930, t. n, pp. 33 y 85.
670 C O N S T IT U C IÓ N Y P R Á C T IC A S P O L ÍT IC A S
es la de los Que deseosos del mando, pero sin mérito para desempeñarlo, pro
curan ejercerlo por todo género de violencias, bollan las leyes y atropellan
los ciudadanos; a ella pertenecen la turba de ambiciosos, muchos de los cuales,
sin mérito ni disposiciones, aspiran a mandar a los demás y de ella son
ejemplo los muchísimos terroristas de la revolución francesa y algunos de
los que han gobernado en las nuevas naciones de Am érica.. ,i'1
iMJosé María Luis Mora, “Discurso sobre )u alta política de los gobiernos”, til Obser
vador, 19 de diciembre de 1827, en Obras completas de Jim María Luís Miara, investiga
ción, recopilación y notas de Lilian Briseño Senosiain, Laura Solares Robles y Laura
Suárez de la Torre, prólogo de Eugenia Meyer, sisiVInstituto de Investigaciones Dr. José
Mar ía Luis Mora, México 1986, vol. r, p. 301i,
Ibidem, p. 312, Cursivas en el or iginal.
:,íi Juan Bautista Alberdi, “Acción de la Europa en América. Notas de un español ame
ricano a propósito de la intervención anglo-l rancesa en el Plata”, publicadas en El Mer
curio de Valparaíso, del 10 y 11 de agosto de 1845, en Obras completas, t. tu, pp. 85-87.
87 Juan Bautista Alberdi, “Bases y puntos de partida para la organización política de
la República Argentina”, 1858. Besanzon (coinp.), en Obras completas, t. m, cap. x.
L A S T R A N S F O R M A C IO N E S D E L C R E D O C O N S T IT U C IO N A L «7 1
“pedazos vivos” del trabajo y la industria y por los capitales que llega
ban protegidos por la seguridad jurídica, entre los cuales se destacaban
los nuevos medios de transporte.
Esto operación se llevó a cabo envuelta en la retórica sainsimoniana
que, sin rupturas aparentes, so sumó a la visión del comercio y de la di
visión del trabty'o abonada por las lecturas de Smith, Montesquieu y
Joan Baptiste Say. En las primeras aproximaciones primaba la con
fianza en la acción espontánea de la libertad, En las que llegaron casi
de inmediato se renovaba una suerte (le inflamada creencia en el viejo
concepto de la edueation des chases, bien ilustrado por los textos que
escribió un sainsimoniano moderado, Michel Chevnlicr, en los años
treinta,
■l| Miclud Chevnlicr, Lettres sur l’Anicrique du N onl avec une curte itrx lilatH-thits
,
íM lu d r iq t u t Brandas, 1844, vol. l, |). 21, Confróntense cato» coñacjas do Chevnlicr
con oi siguiente párrafo de Alburdi: “En Lima mu ha dado un convento y 98 alio» do privi
legio til primor ferrocarril entre la capital y el litural: lu mitad de todos loa conventos «llí
existentes habría sido bien dada, alendo necesaria. Las caminos (le Horro son en este
siglo lo que los conventos eran en lu Edad ¡Hedía: cada época tiene huh agentes de culta-
rif'ÍJunii Bautista Alberdi, ‘'Bases y puntos de partida.,.”, Obrar eomptetm, p. .IHIÍ).
LAS TIIANBFOKMACK>NES DELCRUDO CONSTITUCIONAL i'1
“pedazos vivos” del trabajo y la industria y por los capitales que llega
ban protegidos por la seguridad jurídica, entre los cuales se destacaban
los nuevos medios de transporte,
Esta operación se llevó a cabo envuelta en la retórica sainsimoniaaa
que, sin rupturas aparentes, se sumó a la visión del comercio y de la di
visión del trabajo abonada por las lecturas de Smith, Montesquieu y
Joan Baptisto Say. En las primeras aproximaciones primaba la con
fianza en la acción espontánea de la libertad. En las que llegaron casi
de inmediato se renovaba una suerte de inflamada creencia en el viejo
concepto de la education das dioses, bien ilustrado por los textos que
escribió un sainsimoniano moderado, Michel Chevalier, en los años
treinta.
41 Michel Chovnlier, Letlrets ¡tur t'Amérique du Nord anee ¡mu varíe den Utatn-V/ÜK
d'Ataériíliw, ld.'tfí, Brúñelas, 1844, vol. i, p. 21. Confróntense estos consejos de Chcvulier
con el siguiente púnalo do Alberdi: “En Lima se ha dado un convento y 99 artos de privi
legio ni primer lerrocuri il entre la capital y el litoral: la mitad de todos Irm conventos allí
existentes habría sido bien dada, siendo necesario. Los cúnanos de fiorro h o i i en este
siglo lo que los conventos eran en la Edad Media: cada época tiene sus agenten de cultu
ra” (Juan Bautista Aibenli, “Bases y puntos de partida...". Obran cúmplelas, p. 4815).
LA8 TRANSFORMACIONES DEL CREDO CONSTITUCIONAL 87»
La in v e r s ió n d e l s is t e m a r e p r e s e n t a t iv o
1,1 Véswo Héctor Groas Espioli y Juan José Arteaga, Esquema ele tu evolución conaliltt-
eioutil del Uruguay, 2a. ud. actuul., fundación de Cultura Univciviturin, Montevideo,
I»m,cnn,n.
*a Me remito ni riespectn ni estudio do Framjois-Xavier Guerra, U- Mcxu/ue. De ¡’(in
ricu régiiiu! (i la revolutivii, L’JIarmattmi, París, 2 vola., ISftií.
n:l Véuao, para la iolor vi ilición del Poder Ejecutivo en la designación do ucnudorcg en
Cliilts liastn lo reforma tie 187/1, Uicurdo Donoso, Las ideas ¡mlüiciis r»« Chile, kiihijiia,
Unimos Aires, jtp. !>!)hh. Según S, Colliei' (en “Evolución política,,,”, j>. ¡12), la intervención
electoral os, sin duda alguna, una do lau claves más impartantiin piini comprender la
cistiiliilidad política chilena en ni siglo xix, Pura una comparación entre Ion procesos elec
torales en los regimenoi:! federales do México y Argentina, puedo ceiisull.itrso Marcello
Curmngnani,“]‘li federalismo liberal en la Argentina”, en Tres futle rali anum latinoameri
canos. Pondo de Cultura Mcnnémicn, México, 1993,
LAS TRANBUOHMAí JUN ES DEL CU1ÍDO CONSTITUCIONAL 079
n(l Citado por Mulcolm Duna, "Algunas notas sobre l a historia cte l cnc¡c|ii¡Hmo en
Colombia", Jftwf’mrr tfc OmdviUe, mím. 127. octubre de 1973, pp. 122 y as.
S7 Octavio H. Amadeo, "Régimen municipal de la Provincia de Buenos Aires”, Ih'nitiftr
Argentina de Cienvi.au IhUticas, mió i, núm. 7,12 de abril de 1911, p. 71.
L A S T R A N S F O R M A C IO N E S D K L C H K D U C O N S T IT U C IO N A L 681
los que combatimos el sistemo que aún impera no somos propiamente los
revolucionarios; somos los conservadores: de nuestra revolución puede
decirse lo que decía Macaulay de la revolución inglesa, comparándola con la
francesa. La Revolución 1‘Yaneesa conmovió la sociedad entera y llevaba’
completamente una innovación profunda en ol orden político, en ol orden
social y en el orden económico; la revolución inglesa no hacía otra cosa que
defenderse de las usurpaciones del despotismo de la corona; esto es, buscaba
til restablecimiento de sus libertades y de sus instituciones,58
A n t o n io A n n in o
Universidad de Florencia
iI.
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!,
ÍNDICE
Primera Parte
O lííC aSN IiS [M C I'U ilA L E S
689
690 ÍN D ICE
Segunda Parte
Un incierto nacimiento
Tbrcera Parte
U na nueva ií)kntidai ) colectiva
C u a r ta P a rte
La construcción de los imaginarios
XIV. M i t o s y s i m b o l o g l a s n a c i o n a l e s e n lo s p a í s e s d e l c o n o su r,
por José Emilio Burucúa y Fabián Alejandro Gampagne___ 433
La etapa emblemática y poética................................................ 437
La etapa crítica e historiográfica.............................................. 454
La etapa monumental................................................................. 466
Q u in ta P a ite
L as p e o a <k k iía s c ív ic a s
X V I I I . L a c i u d a d a n í a e x a m i n a d a : e l c o n t r o l e s t a t a l d e la e d u c a
c ió n e n C h ile ( 1 8 1 0 - 1 8 7 0 ) , por Sol S e r r a n o ................................. 550
E l E s t a d o con tra la c o r p o ra c ió n ......................................................... 551
E l triu n fo d el E sta d o r a c io n a liz a d o r .............................................. 555
E l E sta d o contra la I g l e s i a .................................................................... 560
X IX . P e d a g o g í a .s o c ie ta r ia y a p r e n d iz a je , de. la n a c i ó n e n e l R í o
d e la P la ta ,, por P ila r G o n z á le z Bernalclo ................................... 565
Las p r á c tic a s a so c ia tiv a s com o in s tr u m e n to d e a cción
p e d a g ó g ic a ....................................................................................................... 568
La especificidad de la p ed agogía so c ie ta r ia ................................. 574
E l a p ren d izaje d e la n u e v a n a c ió n .................................................... 580
S e x ta P a r te
C o n s t it u c ió n v pitAr.t ic a s p o l ít ic a s
XX. P a c t i s m o y c o n s t i t u c i o n a l i s m o e n l o s A n d e s , p o r M a r íe -
D a n ie lle D é m e l a s ........................................................................................ 593
U n pacto sacralizado y fr á g i l ................................................................ 594
E l pro n u n ciam ien to com o r e su r g im ie n to del p a ctism o — 598
P rácticas de la r e p r e s e n t a c ió n ........................................................... 603
X X I . L a e x p e r i e n c i a d e l I m p e r i o d e l B r a s i l , por l im a r R o h lo ff
de M a t t o s ......................................................................................................... 613
R evolución y C on sti tu c ió n ...................................................................... 613
L a con strucción del E sta d o i m p e r i a l.............................................. 618
E l papel do la C o r o n a ............................................................................... 623
X X K . F o r m a n d o u n a n a c i ó n e n e l B r a s i l d e l s i g l o x i x , por R i
chard G r a h a m .............................................................................................. 629
694 ÍNDICE
S B D I F F L C H / USP
Blb. F1orestan Femandes Tombo: 279781
AquMsáo: compra/ RUSP
Proc. 35018/11 TECMEDD
N.P, / RS 459,00 12/7/2007
Este lib ro se term inó de im prim ir y encua
d ern a r en ju n io de 2003 en los talleres d e
Im presora y E ncuadernadora P rogreso,
S. A. d e C. V. ( i k i *s a ), C a lz. S a n L orenzo,
244; 09830 M éxico, D. F. En su tip ografía,
parada en el Taller do Com posición E lectró
n ica clol K:U por J uluina Á uen d año López,
ae utilizaron tipos New C cntury de 12,10:12,
9:11 y 8:9 [/untos. I,u edición, de 2 000 ejem-
plurna, estu vo ni caiidndo de M an ilo F abio
Fototeca. Sánchez.