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Una coalición para

ganar y gobernar
CANDIDATURAS, PROGRAMA Y AMPLIACIÓN: TRES DESAFÍOS QUE
JUNTOS POR EL CAMBIO DEBE RESOLVER YA MISMO NO SÓLO PARA
VOLVER A LA CASA ROSADA, SINO TAMBIÉN PARA TENER ÉXITO
DESPUÉS.

Por MARCOS NOVARO
13 de marzo de 2022

¿Será posible que, en medio de una crisis tan compleja como la que viene arrastrando
desde hace ya más de una década nuestro país, una coalición heterogénea como Juntos
por el Cambio pueda sostener un buen gobierno, que tenga la suficiente puntería y
solidez como para abrir una vía de salida y sacarnos del pantano?

En 2023 probablemente lo sabremos, porque lo que sin duda es muy probable que
ocurra es que JxC vuelva a conquistar la presidencia. Pero sería de desear que la
autoconfianza que pueda resultar de esas buenas perspectivas electorales no estimule en
sus líderes y simpatizantes ni el conformismo ni el autobombo, y se preste la suficiente
atención a la pregunta sobre las condiciones necesarias para un buen gobierno. Desde el
vamos. Así tal vez habrá más chances de éxito.

Empecemos por decir lo más obvio: para bien o para mal estamos condenados a que nos
gobiernen coaliciones. Por la fragmentación de nuestro sistema de partidos, que afecta
al no peronismo desde hace varias décadas, y desde hace algo menos de tiempo también
al peronismo. Pero hasta ahora no ha sido precisamente “para bien”, porque nuestras
coaliciones no han generado gestiones muy eficaces que digamos. No sucedió con la
Alianza, tampoco con Cambiemos y, si extendemos la noción de “coalición” lo
suficiente, podríamos decir que aún menos ha sido el caso con el Frente de Todos.
Las coaliciones necesitan ciertos recursos —no muy fáciles de conseguir
en nuestro caso— para funcionar medianamente bien en la gestión.

Las razones son también bastante obvias. Las coaliciones necesitan ciertos recursos —
no muy fáciles de conseguir en nuestro caso— para funcionar medianamente bien en la
gestión: un liderazgo firme e inclusivo, aliados coherentes y disciplinados, un programa
bien definido, consensuado y/o negociado entre sus miembros, y reglas de juego
eficaces para tomar decisiones y resolver conflictos. La Alianza no tuvo ninguna de las
cuatro cosas, tampoco parece haberlas logrado el Frente de Todos, y Cambiemos contó
con liderazgo y cierta cohesión de sus aliados, pero tuvo poco programa y casi nada de
reglas.

Fue por eso una gran noticia que JxC optara por “institucionalizarse” y diera pasos
importantes en los últimos meses en esa dirección: formalizó la integración de su mesa
nacional, ordenó su agenda legislativa, estableció algunos mecanismos para resolver
diferencias, etc. De todos modos, todavía hay mucho por hacer. Y los tropezones
experimentados en las últimas semanas así lo demuestran: que las diferencias entre sus
principales dirigentes sigan manifestándose pública y conflictivamente, volcándose en
posiciones divergentes en la arena parlamentaria, indica que tal vez lo más importante
aún esté pendiente.

DESAFÍOS Y POSIBLES SOLUCIONES

En el terreno de las candidaturas, tal vez el más importante y el más urgente a encarar,
contra lo que se suele pensar, se ha hecho muy poco. O peor, lo que se está intentando
tiene altas probabilidades de fracasar: la competencia interna se pretende postergar hasta
lo más cerca posible de las PASO de 2023, con la idea bienintencionada pero ilusa de
que “2022 debe servir para consolidar la unidad” cuando los aspirantes a la presidencia
están obligados a hacer más bien todo lo contrario. Primero, por la dispersión y la
paridad de fuerzas imperantes internamente: la situación que se suele describir como
“horizontalidad de los liderazgos” es un fuerte estímulo para que todos ellos traten de
aprovechar al máximo las oportunidades que se les presenten para sacar ventaja a los
demás. Segundo, y por sobre todo, por el vacío de poder que genera un gobierno
nacional en crisis permanente. La política huye del vacío, y dado que Alberto lo genera
todo el tiempo, es natural que ganen protagonismo los aspirantes a reemplazarlo. Por
más renuentes que se muestren a cumplir ese rol, por temor al desgaste que pueda
conllevar estar demasiado tiempo en la palestra, o por las mencionadas prioridades y
reticencias de la fuerza en que actúan.

Por más que se esfuercen, no podrán evitar, en consecuencia, que 2023 sea el eje
principal de discusión a todo lo largo del año en curso. Y las invocaciones a “dejar de
lado intereses personales”, que se lanzan regularmente desde diversas instancias de JxC
y desde fuera, a lo que más van a contribuir es a deslegitimar a la propia coalición y a
sus líderes, alimentando los cuestionamientos que se les hacen por su supuesto
“privilegio a la egoísta captura de cargos”. JxC se hace, así, un flaco favor a sí misma a
costa de sus principales activos: el prestigio de sus líderes y su compromiso con la
mejora del sistema político.

Es imperativo crear mecanismos previos a las PASO que fomenten la


convergencia de fuerzas y actores detrás de no más de dos opciones.

Para que un recurso indiscutiblemente valioso con que cuenta JxC, esto es, la presencia
en sus filas de varios dirigentes con buena imagen pública y chances ciertas de competir
por la presidencia (que lo distingue muy ventajosamente del actual oficialismo) no se
torne paradójicamente una desventaja para ella, y se ordene el proceso de construcción y
selección de candidaturas, es imperativo crear mecanismos previos a las PASO (para las
que falta todavía un año y medio, un tiempo demasiado prolongado para atravesarlo con
el actual grado de fragmentación), que fomenten la convergencia de fuerzas y actores
detrás de no más de dos opciones. Pues, además, una interna entre tantos aspirantes
como hoy existen podría no ofrecer una solución al desafío de forjar un liderazgo
inclusivo y abarcador: si el que resultara victorioso lo lograra con mucho menos del
50% de las adhesiones del espacio, ¿qué tipo de conducción estaría en condiciones de
ejercer, qué disciplina legislativa cabría esperar en una coalición fundada en ese grado
de dispersión u “horizontalidad”? ¿Cuánta confianza sería ella capaz de generar en una
sociedad ya muy ganada por el escepticismo?

Los mecanismos favorables a la convergencia y la cooperación a los que es posible


recurrir no son demasiado complejos y podrían ser ventajosos para todas las fuerzas en
pugna. Uno de ellos sería establecer que solo las dos primeras listas de precandidatos a
legisladores nacionales obtendrían lugares en las definitivas, lo que estimularía a que los
que tengan más posibilidades de quedar terceros o cuartos en las PASO negociaran su
integración en ofertas más amplias. Cuanto antes esto suceda, mejor para todos.

Cualquier solución que se intente debería contemplar la composición de candidaturas


cruzadas, una práctica espontáneamente difundida ya en la coalición, y que resulta muy
conveniente para agregar voluntades y moderar el patriotismo partidario. Obviamente la
construcción de las candidaturas no debería absorber todas las energías de JxC, ni ahora
ni en 2023. Conviene darle la mayor prioridad posible a la agenda legislativa, terreno en
el que puede jugar a favor el resultado de las últimas elecciones, para avanzar ahora en
proyectos importantes para el programa de gobierno (boleta única, ficha limpia, Consejo
de la Magistratura, etc.).

UN PROGRAMA Y UNA PEDAGOGÍA

Éste es el segundo punto que es urgente atender. JxC ha tendido más bien a evitar las
precisiones programáticas, a sabiendas de que equivalen en muchos casos —sobre todo
en el terreno económico— a dar malas noticias por anticipado. Tampoco se ha mostrado
proclive a enfrentar anticipadamente debates internos conflictivos que, sumados a los ya
existentes, complicarían demasiado el escenario.

El postulado implícito en esta posición es que sólo cuando el actual gobierno toque
fondo los ciudadanos estarán dispuestos a aceptar que la salida no será sencilla ni
inocua, y ese momento probablemente no esté lejos de la elección de un candidato en
las PASO, lo cual ordenaría el debate interno. ¿Qué mejor entonces que dejar que el
propio proceso electoral haga decantar los problemas, cuya resolución hoy parece muy
complicada?

El planteo es comprensible, más si atendemos al hecho de que se está compitiendo ya no


contra uno, sino contra dos populismos, de signos opuestos y complementarios: el de
quienes afirman que no hay ningún costo que pagar y se puede seguir haciendo magia
distributiva, y el de quienes dicen que todos los costos se pueden cargar a una pequeña
casta de malditos, cuyo exorcismo y expulsión del cuerpo sano y productivo de la
sociedad insumiría, también, unos simples trucos de magia.

Pero sucede igual que con las candidaturas: por más que sea comprensible la actitud
dilatoria, insistir en ella no es conveniente. En este caso, porque hacerlo conspira contra
la creación de un consenso de salida, sustento necesario de un voto que no sea
meramente negativo y exprese confianza detrás de una nueva coalición de gobierno.

Se pasa por alto así que la principal tarea de la hora es hacer pedagogía,
explicar qué hay que hacer y por qué.

Y esta dilación tampoco se justifica por aversión al riesgo, a menos que se insista en
subestimar la comprensión de la situación por parte de los votantes, repitiendo un error
ya cometido entre 2015 y 2019. Además de que, igual que entonces, se pasa por alto así
que la principal tarea de la hora es hacer pedagogía, explicar qué hay que hacer y por
qué. Tarea para la que la actual situación ofrece una ventaja decisiva: tiempo. Que, a
falta de otros recursos, resulta crítico no desperdiciar.

Algunos pasos importantes en esta dirección se han dado desde las fundaciones
partidarias, que han encarado un valioso esfuerzo de síntesis alrededor de ejes
programáticos comunes. Pero esa iniciativa, si los líderes del espacio no dan señales en
contrario, puede terminar en la misma zona de confort en que estos líderes se mueven
hoy en general, con pocas definiciones innovadoras y dominada también por la aversión
al riesgo. Conviene por eso que los dirigentes mismos se involucren en esta tarea, en lo
posible empezando por los temas que generen menos disensos y conflictos, como
podrían ser los impositivos, la redefinición de los subsidios y los planes sociales. Pero
avanzando sin demasiada demora hacia la cuestión decisiva de la estabilización.

Eso ayudaría a superar, de paso, una disyuntiva algo estéril que viene enfrentando
intensamente a distintas corrientes de la coalición: ¿la oposición debe evitar ante todo la
bomba de tiempo, o el estallido? Sucede que para JxC en la oposición es imposible en
verdad evitar que le planten esta bomba, ya que, si algo mantiene unido al Frente de
Todos, es justamente la tarea de dejarla activa. No es tampoco responsabilidad opositora
tratar de aventar un descalabro económico agudo que el oficialismo está tratando de
eludir a su manera, es decir, mediante el precario acuerdo alcanzado con el Fondo. La
discusión, por lo tanto, tal vez debería ser más bien cómo lograr que el gobierno haga el
menor daño posible en los dos años que le quedan y, a la vez, que esconda la menor
cantidad de mugre bajo la alfombra. Anticipar definiciones programáticas precisas
serviría para dar un marco a ese doble esfuerzo. Y también, y principalmente, para
ofrecerle un horizonte de certidumbre a la opinión pública, tentada hoy de refugiarse en
salidas mágicas porque quienes buscan una salida razonable y viable no están hablando
lo suficiente.

SOLOS O MAL ACOMPAÑADOS

La tercera cuestión es, justamente, la de la competencia con esos otros discursos en


danza, cómo encararla y hacia qué sectores es posible a la vez intentar una ampliación
de la coalición. Respecto a esto último se han venido contraponiendo alternativas que
parecen difíciles de conciliar: crecer hacia el centro político, buscando aliados
moderados del peronismo, o hacia los sectores ideológicamente más afines con las
reformas de mercado, por ponerlo de alguna manera, apostando a un entendimiento con
los llamados libertarios.

Lo cierto es que, en términos electorales, ambas opciones resultan poco o nada viables,
por lo que carece de sentido práctico invertir esfuerzos en dirimir la cuestión. Sería más
conveniente quizás ocuparse ahora de delinear la posible coalición de gobierno y no
considerarlo un asunto distante, del que más adelante habrá tiempo de ocuparse. Se
puede hacer ahora, desde el vamos, junto a las candidaturas y el programa. Una buena
vía de entrada para ello sería considerar el modo en que esos otros actores están
preparándose para enfrentar la próxima elección, y cómo eso podría afectar las propias
opciones y estrategias.

A los libertarios les está yendo demasiado bien solos como para que les
resulte tentador sumarse a JxC.
En ese sentido lo que puede observarse es, por un lado, que a los libertarios les está
yendo demasiado bien solos como para que les resulte tentador sumarse a JxC, mientras
que a los peronistas no kirchneristas o moderados, aunque les vaya bastante mal dentro
del FdT, parece haberlos ganado una aversión al riesgo tan extrema que se encaminan a
abstenerse por completo de participar de la competencia nacional: todo indica que su
única apuesta será conservar los recursos esenciales a su reproducción, es decir,
gobernaciones, intendencias y sindicatos.

De este lado se prepara, en consecuencia, un masivo adelantamiento de elecciones


distritales, que podría significar que el único que pierda en las presidenciales sea
Alberto y se escamotee en gran medida la posibilidad de que la oposición crezca en
peso territorial. Mientras que del lado de los libertarios se observa la actitud opuesta: la
anticipación de la campaña presidencial, cabalgando sobre el ánimo antipolítico con un
populismo antiestatista opuesto al populismo distributivo e intervencionista del
oficialismo, pero que se suele asociar también con JxC. Este planteo está logrando eco
en el interior del país en grupos de opinión muy diversos, generando un movimiento
transversal de votantes que es imposible prever hasta dónde llegará pero que sería ya
imprudente subestimar. Y que puede tener otro efecto limitante sobre las posibilidades
de JxC: acotar su capacidad de formar una nueva mayoría legislativa.

CÓMO GANAR, CÓMO GOBERNAR

¿Cuál sería la principal conclusión que podríamos extraer? Que ampliar los límites de la
actual coalición va a ser bastante difícil antes de las elecciones, pero hacerlo después va
a ser aún más necesario de lo que se podía imaginar luego de los comicios del año
pasado. No habrá más opción que tratar de “ganar solos”, pero dadas las limitaciones
impuestas por la competencia, sería aún más difícil tratar a continuación de “gobernar
solos”.

¿Cuáles son los potenciales aliados que se deben privilegiar, entonces? ¿Los que por su
discurso están más cerca de compartir los objetivos de la estabilización y las reformas, o
los que por su representatividad sectorial y territorial serán más gravitantes para
negociar la salida, darle sustentabilidad política a los cambios? Cada una de esas
opciones tiene sus riesgos y, hoy por hoy, es tan inconveniente como innecesario
quedarse con una y descartar la otra. Lo seguro es que ninguna será sencilla ni se podrá
improvisar.

Por lo tanto, a diferencia de lo que se suele pensar, y por más que de momento sea muy
difícil avanzar en acuerdos o siquiera canales para ampliar la futura coalición de
gobierno, eso tampoco se puede dejar simplemente para más adelante, para cuando se
hayan terminado de contar los votos. Es conveniente —y más que conveniente, es
imperioso— hacerlo lo antes posible. Porque la próxima gestión no va a tener luna de
miel alguna para ir componiendo de a poco su fórmula política. No tendrá tiempo para
sentarse a pensar en alternativas para dar sustentabilidad al plan de estabilización, y
menos aún va a tener chances de aprender por ensayo y error, al estilo de Menem entre
1989 y 1991. Nada de eso; con suerte tendrá a su disposición una oportunidad, un solo
tiro para dar en el blanco. Y mejor que no lo desperdicie.

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