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Robb, J.D. - Eve Dallas 'Ante La Muerte' 12.5 - Interlude in Death (Antología 'Out of This World')
Robb, J.D. - Eve Dallas 'Ante La Muerte' 12.5 - Interlude in Death (Antología 'Out of This World')
Robb
Interlude in Death
J. D. Robb
14° Dallas
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Interlude in Death J. D. Robb
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Interlude in Death J. D. Robb
-Aristóteles
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Interlude in Death J. D. Robb
Las caras del asesinato eran variadas y complejas. Unas eran tan viejas
cómo el tiempo y llenas de arrugas marcadas con la sangre derramada por Caín.
El guardián de un hermano era el verdugo del otro.
Por supuesto, había sido bastante fácil cerrar aquel caso en particular.
La lista de sospechosos había sido, a fin de cuentas, bastante limitada.
El método era a veces más sutil, a menudo más cruel, pero las personas
siendo personas, igual de fácil, recurrían a clavar un palo afilado en el corazón
de otra sobre un bonito huerto de lechugas.
Los siglos, y la naturaleza del hombre, habían desarrollado más que for-
mas alternativas de matar y una variedad de víctimas y motivos. Habían creado
la necesidad y los medios de castigar al culpable.
Pero llevar al pecador donde la justicia juzgaba pertenecía era una fae-
na. Requirió un sistema. Y el sistema exigía sus reglas, técnicas, mano de obra,
organizaciones, y subterfugios.
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No podían hacer esa mierda en Nueva York, pensó Eve mientras se po-
nía boca abajo en la cama del hotel. Simplemente no podían encontrar un lugar
en todo el jodido planeta que pudiera venirles bien. ¡No!, simplemente tuvieron
que enviar a un montón de policías y técnicos al espacio.
Eso mortificaba.
Ella tenía que socializar, asistir a reuniones. Ella tenía que -querido
Cristo- dar un discurso. Y en menos de una semana, tendría que regresar en esa
caprichosa trampa mortal voladora de Roarke y afrontar el viaje a casa.
—Sin duda. —Al otro lado del cuarto, Roarke terminó de estudiar un in-
forme de una de sus otras propiedades—. Al cabo de un rato, no pensarías dos
veces en salir rápidamente del planeta a la estación espacial y al satélite. Y te ve-
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Interplanetary Law Enforcement: Aplicación de la Ley Interplanetaria. (N. de la T)
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rías encantadora en uno de esos uniformes azules y blancos y botas hasta las ro-
dillas.
—Bésame el culo.
—Cuando esté de pie otra vez, voy a darte un puñetazo en esa bonita
cara tuya.
—Lo espero con mucha ilusión. Mientras tanto. —Él se inclinó, y comen-
zó a desabotonar su camisa.
—Pervertido.
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una persona con flores blancas rodeaban la escalera de mármol que conducía a
un área de ducha donde una cascada ya caía suavemente por unas paredes relu-
cientes. Los altos cilindros de humor y tubos secantes estaban rodeados por caí-
das de flores y plantas, y ella imaginó que cualquiera que usara uno de ellos pa-
recería una estatua en un jardín.
Una pared de cristal ofrecía una vista del cielo despejado convertido en
dorado por el tinte de la pantalla de intimidad.
Él la dejó en los suaves cojines de una silla de sueño y caminó hacia uno
de los mostradores curvos que fluían alrededor de las paredes. Deslizó un panel
en los azulejos y puso un programa en un teclado de control escondido detrás de
él.
Pero ella no cerró sus ojos. Era demasiado tentador sólo mirarlo mien-
tras él circulaba por del cuarto, añadiendo algo espumoso al baño, vertiendo un
poco de líquido dorado pálido en un vaso.
Él era alto y tenía una clase innata de gracia. Como un gato, ella pensó.
Un gato grande, peligroso que sólo fingía ser domesticado cuando eso convenía
a su humor. Su pelo era negro, grueso y más largo que el suyo. Caía casi hasta
sus hombros y proporcionaba un marco perfecto para una cara que la hacía pen-
sar en ángeles oscuros y poetas condenados y guerreros despiadados al mismo
tiempo.
Él era suyo, pensó. El antiguo muchacho malo de Irlanda que había he-
cho su vida, su fortuna, su hogar por cualquier medio posible, justos o -bien-
injustos.
—Bebe esto.
—¿Qué es eso?
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Había mentido.
Ella echó un vistazo, vio que la tina estaba llena, y colmada con burbujas
que se balanceaban suavemente por la corriente de los chorros.
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—Pervertida.
—Oh, sí. Déjame mostrarte como termino este pequeño programa re-
constituyente, sabelotodo.
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Ella miró ceñuda el fino flujo color bronce, y se acercó para manosear el
material.
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—¿Guardé éste?
—No. —Él no se molestó en mirar hacia atrás, podía ver su ceño sospe-
choso bastante claro en su mente—. Empacaste el total de varios días de camisas
y pantalones. Summerset hizo algunos ajustes en tu guardarropa para la confe-
rencia.
—Summerset. —El nombre siseó cómo una serpiente entre sus labios. El
mayordomo de Roarke era un serio dolor en su culo—. ¿Lo dejaste manosear mi
ropa? Ahora tengo que quemarlas.
—Odio esa parte. Es bastante malo cuando tengo que ir a tus eventos.
—No mucho.
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—No mucho —era exacto, ella concluyó. El vestido se sentía liviano có-
mo una nube, y era bastante cómodo. Las tenues capas de él apenas ocultaban lo
esencial. De todos modos, ya que su sentido de la moda podía ser grabado en un
microchip con espacio de sobra, tuvo que creer que Roarke sabía lo que hacía.
Ante el sonido de las diversas voces que salían de la sala de baile cuando
ellos se acercaron, Eve sacudió su cabeza.
—Tú también. —En ese momento él tomó su mano y, antes de que ella
pudiera detenerlo, la besó—. Mira dónde te trajo.
—¡Dallas! —La oficial Delia Peabody, ataviada con un vestido rojo corto
en vez de su almidonado uniforme estándar, se acercó rápidamente. Su oscura
melena había sido ahuecada y rizada. Y, Eve notó, el alto vaso en su mano ya es-
taba medio vacío.
—El transporte fue puntual, sin problemas. Roarke, este lugar es terri-
blemente genial. No puedo creer que esté aquí. Realmente aprecio que me eli-
gieras. Dallas.
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—Y me lo dices.
—¿Por qué no le traigo a las señoras una bebida? ¿Vino, Eve? ¿Y Pea-
body?
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—Teniente Dallas. —Un hombre delgado de pelo oscuro tan corto que
parecía papel de lija pegado a su cuero cabelludo, la saludó con la cabeza—. Bry -
son Hayes, secretario particular del Comandante Skinner. Al comandante le
gustaría mucho conocerla. Si me acompaña.
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Skinner era bajo. Su reputación era tan grande, que sorprendió a Eve
notar que apenas le llegaba a sus hombros. Sabía que él tenía setenta, pero se
había mantenido en forma. Su cara estaba arrugada, pero no doblegada. Ni tam-
poco su cuerpo. Él se había dejado el pelo gris, pero no ralo, y lo llevaba en un
corte militar. Sus ojos, bajo cejas plateadas rectas, eran un duro mármol azul.
—Teniente Dallas.
—Me siento halagado. Creo que ésta es su esposa. —Roarke giró su aten-
ción a la mujer al lado de Skinner—. Es un placer conocerla.
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—Gracias. —Su voz era la crema suave del sur de los Estados Unidos—.
Su Olympus es un logro espectacular. Estoy deseando ver más de él mientras es-
tamos aquí.
Ella era una mujer muy atractiva. Tenía que estar próxima a la edad de
su marido, pensó Eve, ya que su largo matrimonio era parte de la prístina repu-
tación de Skinner. Pero un ADN superior o un excelente equipo de cara y cuerpo
habían conservado su belleza juvenil. Su pelo era brillantemente negro, y el tono
magnífico de su piel indicaba la raza mezclada. Llevaba un sencillo traje de no-
che plateado y diamantes esplendorosos cómo si hubiese nacido con tales cosas.
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Él se rió brevemente.
—¿Usted piensa que eso es suficiente para las barras del capitán, para
una estrella de orden? No, la palabra “ingenua” nunca surgió en ninguno de los
informes que he leído sobre usted.
—Puedo estar retirado del servicio activo, pero todavía soy un asesor.
Todavía tengo mi dedo en el pastel. —Él se inclinó hacia adelante otra vez—. Us-
ted ha logrado trabajar y cerrar algunos casos muy prominentes en el 2libro del
asesinato, Teniente. Aunque no siempre apruebo sus métodos, los resultados
son indiscutibles. Es raro para mí juzgar a un oficial femenino digno de respeto.
Él levantó su mano en un gesto que le indicó que había tenido esa discu-
sión antes y estaba vagamente cansado de ello.
—Creo que los hombres y las mujeres tienen funciones básicas diferen-
tes. El hombre es el guerrero, proveedor, el defensor. La mujer es la procreado-
ra, la nutridora. Hay numerosas teorías científicas que están de acuerdo, y el
peso ciertamente social y religioso que agregar.
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—He hecho mi asunto estar al tanto. —Su mano libre se empuñó, gol-
peando ligera, y rítmicamente en la mesa—. Tengo un pesar, cierto asunto in-
concluso de mi servicio activo. Un objetivo que nunca pude conservar a la vista
el tiempo suficiente para atraparlo. Entre nosotros, podríamos. Le conseguiré
esas barras de capitán, Teniente. Usted me consigue a Roarke.
Ella miró abajo su vino, despacio pasó la punta del dedo alrededor del
borde.
—Usted querrá sentarse, Teniente, y esperar hasta que haya sido despe-
dida.
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—Inténtalo otra vez. —Ella usó un golpe de brazo corto para fracturar su
nariz, luego una patada repentina rápida para golpear hacia atrás al guardia al
lado de él cuando avanzó.
Ella observó las caras de los policías que habían girado, y se habían ade-
lantado, para ver si había problemas proviniendo de otra dirección. Decidiéndo-
se en contra de eso, se marchó dando media vuelta y pasó en medio del gentío
que murmuraba.
—Lo noté.
—Um-hmm. ¿Por qué no vamos arriba, y vemos qué puede hacer el sir-
viente sobre esa mancha de sangre? Puedes hablar antes de que bajemos a beber
con tus amigos de Central.
—No lo conozco.
—Así parece. —Él esperó hasta que estuviesen dentro del ascensor antes
de besar su frente—. Eve, a través de mi trayectoria, he tenido a una gran canti-
dad de policías mirando en mi dirección.
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—No. —Caminó hacia ella, pasó sus manos de arriba abajo por sus bra-
zos—. Sé lo que te conduce. Los muertos te conducen. —Se inclinó, y apoyó sus
labios sobre su frente—. Él calculó mal.
—Fue una cosa estúpida y sin sentido lo que hizo. Él apenas se molestó
en darle muchas vueltas antes de lanzármelo. Una mala estrategia, —continuó
ella—. Un acercamiento pobre. Quiere tu culo, Roarke, y lo bastante para arries-
garse a la censura por intento de soborno si reporto la conversación… y alguien
lo cree. ¿Por qué?
—Sí, sí. —Pero sonreía otra vez cuando envolvió sus brazos alrededor de
él.
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Por regla general, hacinarse como una estúpida y meter el culo en una
mesa en un club donde el entretenimiento incluía música que amenazaba los
tímpanos no era la idea de Eve de un buen rato.
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Trash rock es un género del rock and roll que comparte las mismas influencias que los punk,
pero divergen en que es en gran parte apolítico. (N. de la T.)
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—¿Quién dijo que los iconos no pueden ser imbéciles? —él disparó—. Le
gusta distinguir como él dejó las Guerras Urbanas sin ayuda. Está todo el tiem-
po hablando de ellas como si todo se hubiese tratado de deber, romance y pa-
triotismo. Cómo fue, se trató de supervivencia. Y fue feo.
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Eve estaba de pie en lo alto del hueco de la escalera. Las paredes una vez
blancas prístinas estaban salpicadas con sangre y materia gris. Un rastro asque-
roso de ambos untaba la escalera. El cuerpo estaba tumbado en ellas, boca arri-
ba.
—Parece que alguien estaba mucho más enojado que yo. ¿Tu hombre
consiguió algún Sellador? —preguntó a Roarke.
—Nada de civiles... aunque posean el hotel o no. Sólo espera. ¿Por qué
no libras a Feeney para confiscar los discos de seguridad de este sector del ho-
tel? Esto ahorrará el tiempo.
Ella no esperó una respuesta, sino que bajó las escaleras hacia el cuerpo.
Y se puso en cuclillas.
—No fue con los puños. —Ella examinó su cara. Un lado estaba casi
hundido, el otro en gran parte ileso—. El brazo izquierdo está aplastado. El tipo
era zurdo. Descubrí eso en la recepción. Probablemente apostaron por el lado iz-
quierdo primero. Incapacitándolo.
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—Están en camino.
—Sí, entonces tenemos eso claro. —Ella lo miró—. Uno de tus uniforma-
dos de seguridad perdió una estrella. Está allí abajo, cubierta de fluido humano.
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—¿No?
—Bravo.
—Roarke, —ella dijo con una voz que evocaba imágenes de calientes no-
ches en el desierto.
—Sí.
—Está sucio allí abajo. —Con tranquilidad, Eve le dio la lata de sellador.
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Antes de que Eve pudiera gruñirle, Feeney bajó rápidamente por el pasi-
llo.
—Con aquel marco de tiempo tuvieron que haber al menos dos personas
implicadas, —declaró Eve—. Premeditado, no impulsivo, no un crimen pasional.
—Mire, Angelo, si quiere romper mis pelotas sobre hacer un visual, pier-
de su tiempo y el mío. —Eve tiró su registrador de su solapa liberándolo, y se lo
ofreció—. Verifiqué un homicidio, a petición del dueño de la propiedad. Luego
retrocedí. No quiero su trabajo, y no quiero su caso. Estoy satisfecha circulando
por la sangre en Nueva York.
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—Usted tiene que ser consciente que previamente esta noche perforé al
muerto en la cara.
Dos horas más tarde, por el bien de la conveniencia, las dos fuerzas de
investigación se reunieron en la oficina local de Roarke.
—El examen de la escena del crimen del cuerpo muestra un trauma ma-
sivo. —Eve siguió el relato—. La causa de la muerte, con mayor probabilidad, es
fractura de cráneo. La parte izquierda de la cabeza y el cuerpo fue gravemente
golpeada. La víctima era zurda, y este método de ataque indica un conocimiento
previo. La seguridad para el hueco de la escalera y el piso veinte fue manipulada
antes de y durante el acto. Un bate metálico ha sido tomado como prueba y se
presume es el arma homicida. También tomado como prueba un broche platea-
do en forma de estrella, identificado como parte del uniforme del equipo de se-
guridad del hotel. ¿Jefe Angelo?
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—Eso nos dice que él sabe seguir órdenes, —siguió Eve—. Él me enfren-
tó esta noche porque Skinner, o uno de los guardianes de Skinner, le indicaron
hacerlo así. Él me atacó por la misma razón. Estaba entrenado, y si fue lo bas-
tante bueno para durar seis años en la Patrulla de Frontera y conseguir un tra-
bajo en Right Arm, no es de la clase de tipo que entraría en el hueco de una es -
calera insonora con un desconocido, incluso bajo presión. Si hubiera sido ataca-
do en el pasillo, habría algún signo de ello. Si lo atraparon en el piso veinte, ¿qué
demonios hacía en el piso veinte? Su cuarto, la sala de reuniones de seguridad, y
la suite de Skinner están todos en el veintiséis.
—Ese es un punto, —admitió Eve—. Todas las pruebas señalan que fue
un ataque planeado, pero una mujer podría haber sido utilizada como señuelo.
Necesitamos confirmar o eliminar eso. ¿Quieres comprobarlo, Feeney?
—El capitán Feeney puede asistir a mis oficiales en esa área de la inves-
tigación. —Darcia simplemente levantó sus cejas cuando Eve giró hacia ella—. Si
él está de acuerdo. Cómo espero que estará al continuar trabajando con el equi-
po de seguridad del hotel.
—Sí, señor.
—Sí, señor.
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Sé amistosa con el equipo local. Quiero saber el minuto en que los investigado-
res y los informes de las unidades de escena del crimen lleguen. Apuesto que va
a haber rastros de sellador en aquel bate, y sangre de nadie más aparte de la víc-
tima en la escena. Una jodida emboscada, —se quejó, y dio vuelta cuando Darcia
salió.
—Exacto.
—Es un asesor, y como tal apreciaría todos y cada uno de los datos.
—Por supuesto. —Él retrocedió. Vestía una bata blanca larga proporcio-
nada por el hotel, y su cara se veía pálida contra ella. El área de estar grande es-
taba débilmente iluminada y fragante por los ramos de rosas. Pidió las luces al-
tas al diez por ciento, y señaló hacia el sofá.
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—No estamos aquí para charlar. ¿Dónde estaba usted entre las veintidós
y la medianoche?
—¿Weeks? ¿Reggie? —Skinner clavó los ojos en Eve. Aquellos duros ojos
azules se ensancharon, oscurecieron, y pareció ensombrecer su piel cuando el
choque cambió a la furia—. ¿Muerto? ¿El muchacho está muerto? ¡Tienen que
comprobar el paradero de Roarke! ¿O llegaría incluso a encubrir el asesinato
para protegerlo? Ella atacó Weeks sólo hace horas. —Señaló a Eve—. Un asalto
no provocado y cruel a uno mío porque le pregunté sobre su alianza con un cri-
minal. Usted es una deshonra para su insignia.
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—Bien, eso fue bien. —Eve hizo rodar sus hombros cuando se dirigió de
regreso al elevador.
—Oiga, él no es mío.
—Él implica que Roarke es el que mueve mis hilos. ¿Por qué asume eso,
y por qué cree que Roarke es responsable de la muerte de Weeks?
—Una razón es que Weeks me enfureció, y ya que apenas soy una hem-
bra procreadora, y nutridora, estaría a la altura de mi guerrero, mi defensor, mi
marido que tiene pene llevarlo a cabo.
—Oh. —Darcia chupó sus mejillas—. Esa es una actitud que reconozco.
En todo caso, salpicar los sesos de un hombre es demasiado desmedido para
una infracción tan menor. Un salto muy grande a la conclusión que el coman-
dante hizo. Hay más.
—La suite está situada según el mismo plano básico del piso que la que
estoy yo. Segundo dormitorio al fondo a la izquierda. Había una luz encendida
allí, también. Su esposa tenía aquella puerta abierta una grieta. Escuchaba.
—No agarré eso, —reflexionó Darcia, luego miró hacia atrás cuando Pea-
body bufó.
—Ella lo perdió, también, —dijo Eve—. Odia eso. Y si Belle Skinner escu-
chaba a escondidas desde el segundo dormitorio, ¿no estaba arrimada con el co-
mandante en el principal, verdad? Nada de felicidad conyugal, lo que es intere-
sante. Y ninguna coartada.
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—¿Qué motivo tendría Skinner para matar a uno de sus propios guarda-
espaldas?
—Es algo en qué pensar. Quiero comprobar algunas cosas. —Ella detuvo
el elevador para que tanto Darcia como Peabody pudieran salir—. Volveré.
Había una herramienta en particular que sabía ser muy versátil y flexi-
ble.
—Naturalmente.
—Entonces pasaste algo por alto, porque es personal con él. No tiene
ningún sentido de otra forma. Tú no eres el tipo más malo.
—Siete.
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—Siete, entonces. Siete años. Y se acerca a mí con lo que podría ser con-
siderado un soborno o chantaje, según su punto de vista, para presionarme a
volverme en tu contra. Fue arrogante y mal intencionado.
—No creo que él esperase que funcionara. Sospecho que esperaba que
yo le dijera que se jodiera. De ese modo podría hacernos rodar en una pelota
juntos y cazar dos por uno.
—Él no tiene tiempo para ser sutil. Tiene prisa, —continuó ella—. No sé
por qué, pero apresura las cosas. Empuja la prueba circunstancial bajo la gar-
ganta de las autoridades locales y ellos tienen que perseguir la posibilidad de
que el marido irritado y sospechoso rufián interplanetario ordenara a uno de sus
propios monos enseñar a Skinner una lección.
—En su pequeño mundo estrecho, los hombres son los cazadores, los
defensores. Funciona cuando lo miras desde su ventana. Es otro cálculo equivo-
cado sin embargo, porque no es tu estilo. Si tú quieres reventar a golpes a al-
guien, lo haces tú mismo.
Él le sonrió cariñosamente.
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—Es un cuadro descuidado. La cosa es, que Skinner cree que tú eres ca-
paz, y que si él lanza suficiente con el ILE siempre y cuando ellos se hagan cargo
te empujará en un proceso investigador que te arruinará… y a mí por asociación.
—Por supuesto que no. —Su expresión era inocente cómo un niño del
coro—. Está debidamente registrada y cumple todas las exigencias legales. O lo
hacía hasta hace un par de horas.
—Oh, sí. —Él la liberó, y recogió su café otra vez—. Por eso.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Si se suponía que esto me distraería del hecho que has bloqueado ile-
galmente CompuGuard e irrumpido en datos oficiales, fue un maldito buen in-
tento. Pero el chasco fue tuyo. Iba a pedirte que desenterraras los datos.
—Lo golpearon hasta que sus huesos fueron polvo. —Su tono fue lacóni-
co, plano. Toda policía—. Borraron la mitad de su cara. Y dejaron la otra mitad
limpia para así reconocerlo tan pronto como lo vieran. Al momento de ponerse
delante de mí esta noche, estuvo muerto. Yo fui la maldita arma homicida. —
Ella volvió la mirada atrás hacia la computadora—. Bien. Pongámonos a traba-
jar.
*****
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Interlude in Death J. D. Robb
En cambio, había jubilado a los cincuenta y luego había usado eso como
un trampolín para una carrera al Congreso. Y había caído duramente en su cara.
Medio siglo de servicio público no había sido suficiente para contrarrestar los
puntos de vista tan estrechos que incluso los más detractores del Partido Con-
servador se habían negado. Añadido a eso, su programa se había balanceado de-
sigualmente de un lado a otro.
Trabajando...
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Fallar o terminar de repente y completamente. (N. de la T.)
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Interlude in Death J. D. Robb
—Sí, pues sigue diciendo eso, pero... —Eve giró alrededor, y clavó los
ojos en el monitor—. Computadora, detener. Liste cualquier y toda referencia
para Roarke bajo Skinner, Douglas, cualquier rango.
Trabajando...
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Interlude in Death J. D. Robb
—Roarke.
—Roarke.
—Va más allá que la política y opciones de compra. Hace veintitrés años
traficantes de armas ilegales establecieron una base en Atlanta, y Skinner dirigió
la unidad especial formada para capturarlos. Ellos tenían una comadreja en el
interior, e información sólida. Pero cuando entraron, era una trampa. Las coma-
drejas juegan en ambos bandos, y todos nosotros lo sabemos.
—Querida, pude haber sido precoz, pero a los doce todavía no corría ar-
mas, a menos que cuentes unas cuantas portátiles o resonadores caseros vendi-
dos en callejones. Y no me había arriesgado más allá de Dublín. Por lo que res-
pecta a actuar como una comadreja, eso es algo a lo que nunca me he rebajado.
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Cuando era niño, Roarke había sido el receptor favorito de los puños y
las botas de su padre. Él frecuentemente los había visto venir, y los había evita-
do cuando era posible, vivió con ellos cuando no lo era.
Qué él supiera, era la primera vez que el viejo imbécil le había dado un
puñetazo desde la tumba.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Por qué dices eso? Mira, Eve, no es lo mismo para mí que para ti. No
necesitas ser precavida. Él no me perturba. Dime por qué si mi padre resbaló
por los dedos de Skinner en Atlanta, Skinner no haría los preparativos para cor-
tarle la garganta en Dublín.
—No, no lo sería. Y aquí estás tú, rico, exitoso, famoso -y casado, por el
amor de Dios- con una policía. No necesito que Mira me haga un perfil en éste.
Skinner cree que los perpetradores de ciertos crímenes, incluyendo cualquier
crimen que da como resultado la muerte de un oficial de policía, debería pagarse
con su vida. Después del debido proceso. Tu padre se los saltó en ese. Tú estás
aquí, tú pagas.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Tengo que detenerlo. Tengo que joder más de cincuenta años de de-
ber, y detenerlo.
—Lo sé. —Y sufriría por eso, pensó Roarke, cómo Skinner nunca lo ha-
ría. Cómo Skinner nunca podría entender—. Necesitamos dormir, —dijo y pre-
sionó sus labios a su frente.
*****
Ella soñó con Dallas, y el cuarto frío, y asqueroso en Texas donde su pa-
dre la había mantenido. Soñó con frío, hambre y miedo indecible. La luz roja del
club sexual cruzando la calle destellaba en el cuarto, sobre su cara. Y sobre su
cara cuando él la golpeó.
Soñó con el dolor cuando soñó con su padre. El desgarro de su carne jo-
ven cuando él la forzaba. El crujido del hueso, su propio grito agudo, cuando él
fracturó su brazo.
Cómo Roarke, su padre había muerto por un cuchillo. Pero el que lo ha-
bía matado había estado agarrado en su propia mano de ocho años.
En la cama grande, y suave en la lujosa suite, ella lloró como una niña. A
su lado, Roarke la acercó y la abrazó hasta que la pesadilla acabó.
*****
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Interlude in Death J. D. Robb
Ella se levantó y se vistió a las seis. La elegante chaqueta que había ter-
minado en su maleta se adecuada bien sobre su arnés y su arma. El peso de ellas
la hizo sentir más en casa.
—¿Quuu?
—¿Quién?
—¿Por qué no pido algo para desayunar? —sugirió Roarke cuando ella
cortó la transmisión.
—Muy bien, hazlo para una multitud. Voy a difundir un poco de alegría
y despertar a todo el mundo. —Ella vaciló—. Confío en mi gente, Roarke, y sé
cuánto puedo decirles. No conozco a Angelo.
—En todo caso, de una u otra forma, lo hace cada tercera persona en el
universo conocido. Eso no me dice nada.
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Interlude in Death J. D. Robb
co e inmóvil—. Lo siento. Maldita sea. Pero mi punto es que cada uno de noso-
tros maneja las cosas de forma diferente.
—Apagar pantalla, —ordenó y cruzó hacia ella. Tomó su cara en sus ma-
nos—. Déjame decirte lo que una vez dije a Mira… no en consulta, ni en una se-
sión. Tú me salvaste, Eve. —Él la miró parpadear en absoluto choque—. Lo que
eres, lo que siento por ti, lo que somos juntos me salvó. —Mantuvo sus ojos en
los suyos cuando la besó—. Llama a tu gente. Me pondré en contacto con Darcia.
Él estaba casi fuera del cuarto antes de que ella encontrara su voz.
—¿Roarke? —Ella nunca parecía encontrar las palabras como él, pero
éstas vinieron fáciles—. Nos salvamos el uno al otro.
*****
Eso sólo sirvió para recordarle cuánto odiaba estar fuera de su propio
césped.
—Peabody, actualización.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Quiero aquel uniforme, —Eve declaró, y cuando ella giró hacia Feeney,
el ángel malo ganó. Peabody tomó otra pastel.
—No hay problema, pero trabajo mejor cuando sé por qué estoy traba-
jando.
—Uno de los nombres que hay ahí es Thomas Weeks, padre de Reginald
Weeks, nuestra víctima. Mi suposición es que si Skinner tuvo a uno de los niños
de su oficial asesinado en su nómina, tiene otros.
—Deduzco que si uno fue utilizado para montar una trampa a Roarke,
habría otro, —agregó Feeney.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Piensa qué porque lleva un traje de diez mil dólares no puedo oler la
cuneta en usted? —El color comenzó a inundar la cara de Skinner, pero cuando
Hayes dio un paso adelante, Skinner le hizo señas que se mantuviera atrás con
un brusco movimiento de mano—. Usted es igual que él. Peor, porque él no pre-
tendió ser algo más del pedazo inútil de basura que era. La sangre cuenta.
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Interlude in Death J. D. Robb
*****
—Sí, señor.
—¿Qué?
—Sé por qué te inclinas por él en éste, Dallas. Puedo ver los ángulos,
pero sencillamente no puedo ajustar el patrón para ellos. Él es una leyenda. Al-
gunos policías se equivocan porque la presión los quebranta, o debido a las ten-
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—Puedo hacer el trabajo. —Su voz era tan tiesa como sus hombros cuan-
do se encaminó a la puerta—. No he estado en mi propio tiempo desde que te co-
nocí.
—Eve. Déjala ir. Tienes que considerar su posición. Es difícil estar atra-
pado entre dos de sus héroes.
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error -y el error fue suyo- que costó las vidas de hombres bajo su mando por lo
que ese fracaso llegó a ser el 5mono hambriento en su espalda.
—El hombre que está muerto no era escoria callejera. Él era un emplea-
do joven, uno con un registro limpio, con esposa. El hijo de uno de los muertos
de Skinner. Ese es el salto con el que tengo problema, Dr. Mira. ¿El mono estaba
tan hambriento que Skinner podría ordenar la muerte de un hombre inocente
sólo para alimentarlo?
—¿Su madre?
—No sé. Él dice que no sabe nada. No parece importarle. —Ella se volvió
atrás, y se sentó frente a Mira—. ¿Puede ser? ¿Realmente puede no importarle lo
qué su padre le hizo, o que su madre lo abandonó a eso?
—Él sabe que su padre lo inició en el camino de, digamos rodear la ley.
Qué tiene una predisposición para la violencia. Aprendió a canalizarla, como tú.
Él tenía un objetivo, -salir, tener los medios y el poder. Él logró eso. Luego te en-
contró. Él sabe de dónde vino, me imagino que forma parte de su orgullo haber-
se convertido en la clase de hombre que una mujer como tú amaría. Y, conocien-
do su... perfil, —dijo Mira con una sonrisa—. Imagino que está determinado a
protegerte a ti y a tu carrera en este asunto, cada trozo tanto como tú estás de-
terminada a protegerlo a él y su reputación.
5
Un problema grave que no puede olvidarse. (N. de la T.)
48
Interlude in Death J. D. Robb
—Buenos días, Dra. Mira. —Roarke cerró la puerta detrás de él, luego se
acercó para tomar la mano de Mira. El movimiento fue tan suave como su voz, y
su voz suave como la crema—. ¿Puedo ofrecerte un poco más de té?
—No creas que la puedes usar como escudo. Te dije que te alejaras de
Skinner.
49
Interlude in Death J. D. Robb
—Bien, tendrá que superarlo. Qué tengas una buena sesión. —Él empujó
a Mira fuera de la puerta, y la cerró. Cerró con llave. Giró. El borde era visible
ahora—. No necesito un jodido escudo.
—Era una forma retórica, y no cambies de tema. Fuiste tras Skinner des-
pués que te dije que te apartaras de él.
Ella abrió su boca, la cerró. Bufó. Luego se dio la vuelta, atravesó a zan -
cadas las puertas de la terraza, y pateó la baranda varias veces.
—Sin duda. Porque imaginé que era tu cabeza estúpida, y dura como
una roca. —Ella no miró hacia atrás, pero apretó sus manos en el pasamanos y
miró lo que era en efecto uno de los mundos de Roarke.
Era fastuoso y exuberante. Las perfectas lanzas de otros hoteles, las ex-
tensiones tentadoras de casinos, teatros, el brillo de los restaurantes todo per-
fectamente situado. Había fuentes, cintas plateadas de deslizadores de perso-
nas, y una exuberante extensión de parques donde los árboles y las flores cre -
cían en suntuosa profusión.
—Si me hubieras dicho que era importante para ti tener un cara a cara
con Skinner, habría ido contigo.
Él ladeó su cabeza.
—Un minuto. Me estoy imaginando lanzarte del balcón. Sí. —Él cabeceó,
y dio una larga calada al cigarrillo—. Eso es mucho mejor.
50
Interlude in Death J. D. Robb
—Si Skinner dio un par de taponazos a tu ego, es porque él supo que era
un buen blanco. Eso es lo que hacen los policías. ¿Por qué no me dices qué pa-
só?
—Él dejó claro, mientras Hayes estuvo parado allí con una mano dentro
de su abrigo y en su arma, que mi padre era basura y por asociación yo también.
Y que había pasado mucho tiempo sin recibir mi merecido, por decirlo así.
—Al contrario, dos veces me señaló con el dedo. Lleno de furia apenas
refrenada y bullendo de emoción. Uno casi podría creer que él lo sentía. No creo
que esté bien, —Roarke siguió y aplastó su cigarrillo—. El carácter puso un color
muy poco sano en su cara, y forzó su respiración. Tendré que visitar sus archivos
médicos.
—Parece.
—Bueno. Tal vez es Angelo con el plan para Belle Skinner. —Ella pasó
por delante de Roarke al comunicador. En vez de la cara exótica de Darcia, Fee-
ney apareció en la pantalla.
—Podría tener algo para ti. Zita Vinter, seguridad de hotel. Ella estuvo
en Control entre las veintiuna treinta y veintitrés anoche. La crucé con tu lista.
Saltó con Vinter, Detective Carl, policía de Atlanta bajo el mando de Skinner.
Cayó en la línea del deber durante una redada arruinada. La esposa de Vinter
estaba embarazada de su segundo niño… un hijo, Marshall, nacido dos meses
después de su muerte. El niño mayor tenía cinco años. Hija, Zita.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Apuesto que sí. —Ella recogió su palm enlace del escritorio, y lo metió
en su bolsillo—. No viajo en una limusina para ir a entrevistar a un sospechoso.
Es poco profesional. Ya es bastante malo llevar a un civil vistiendo un traje ele-
gante conmigo.
—No hay ningún motivo por que no puedas hacerlo. Una vez que este-
mos en camino.
52
Interlude in Death J. D. Robb
Roarke pasó una mano sobre el tubo de cromo liso de la moto a reacción
negra.
—Transporte alterno.
—De esta forma puedes ser mi cachonda motera. —Cuando ella mostró
sus dientes, él sólo se rió y balanceó una pierna con agilidad sobre el tubo—. Y lo
digo del modo más elogioso posible.
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Interlude in Death J. D. Robb
—No hagas…
—Un atajo, —él le gritó, y había risa en su voz cuando bajó la moto al ca-
mino otra vez, suave como el glaseado de un pastel.
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Interlude in Death J. D. Robb
Antes de que Eve pudiera escupir una respuesta, Roarke sujetó fuerte-
mente su hombro.
—Teniente, —Eve dijo entre dientes cuando Roarke la tiró hacia un ele-
vador.
—La maldita máquina me trató como un civil. —El insulto de eso estaba
casi más allá de su comprensión—. Un civil.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Entra.
Ninguno cuestionó que cualquiera fuesen los métodos que habían sido
usados, él los podría sortear. Atravesarlos. Sacó un pequeño estuche de instru-
mentos de su bolsillo y quitó el panel anti-intrusos del escáner y placa de identi-
ficación.
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Interlude in Death J. D. Robb
antes. Las alarmas aullaron, y sintió el suelo bajo ella temblar en una segunda
explosión, sintió la ráfaga del calor brutal por todas partes de ella.
—¿Te lastimaste?
—No me quemé. El traje se jodió eso es todo. Aquí, ahora. Estamos bien.
—Él echó un vistazo atrás hacia el dañado y humeante hueco que había sido la
entrada—. Pero temo que voy a tener que desalojar al Seis-B.
Aunque ella dudó que fuera necesario, Eve mantuvo su arma fuera
mientras se abría paso por los todavía humeantes trozos de pared y puerta. El
humo y la lluvia obstruían el aire en el pasillo, y en el apartamento, pero ella
pudo ver con una ojeada que la explosión había sido más pequeña de lo que ha -
bía supuesto. Y muy restringida.
—Está muerta.
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Interlude in Death J. D. Robb
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Interlude in Death J. D. Robb
—Quizás no. Pero estoy acostumbrada a perseguir una línea en una in-
vestigación a mi propio modo. Durante mi propio tiempo. —Ella le devolvió las
palabras a Eve—. El comandante Skinner ha presentado una queja afirmando
que Roarke lo amenazó esta mañana, con palabras y un arma. Los discos de se-
guridad del hotel verifican que Roarke entró en la suite del comandante y per-
maneció allí siete minutos, cuarenta y tres segundos. Ese incidente es confirma-
do por un tal Bryson Hayes, secretario particular de Skinner, que estaba presen-
te en ese momento.
No sacaba nada con patear algo otra vez y fingir que era la cabeza de
Roarke.
—Skinner está en esto hasta sus axilas, y si usted permite que desvíe su
atención hacia Roarke, no es tan lista como pensé. Lo primero es lo primero. Us-
ted está frente a un homicidio, Jefe Angelo. Segundo, Skinner es el responsable.
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Interlude in Death J. D. Robb
debo, con pruebas en mano, llevar a Roarke a entrevista como sospechoso del
asesinato de Reginald Weeks. —El carácter afloró en su voz ahora, vivo y agudo
—. Y déjeme aclarar esto: el dinero de su marido paga mi sueldo. No me compra.
—¿Señor?
—¿Qué ve usted?
—Oh. Señor. Mujer, a finales de los veinte, de talla media. Ningún signo
de lucha o dolor. —Ella se calló cuando Eve tomó una bolsa de pruebas de Dar-
cia, y se la pasó—. Aguja estándar, comúnmente usada en la auto terminación.
La prescripción ordena cuatro unidades. Todo falta. La fecha en la botella es de
hace dos semanas, prescrita y cubierta en Atlanta, Georgia.
Eve afirmó con la cabeza cuando vio el parpadeo en los ojos de Darcia,
luego dio a Peabody la nota.
—No, señor.
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Interlude in Death J. D. Robb
—La nota afirma que ella decidió matarse porque se sentía culpable por
los acontecimientos que ocurrieron anoche. Pero ella ya tenía la droga en su po-
der. ¿Por qué? ¿Y cómo? Usted estableció el tiempo de muerte a las ah, cuatro
de esta mañana, por lo tanto consiguió su pago y termina con una horrible cul-
pa, luego los medios de auto terminarse sólo resultan estar en su posesión. Es
muy adecuado, si usted me sigue.
Ella hizo una pausa, y cuando Darcia cabeceó una señal de seguir ade-
lante, tomó aire y continuó.
—Bueno...
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Interlude in Death J. D. Robb
—Lo haré tan breve como pueda, ya que me imagino que tanto usted
como a Roarke les gustaría volver y sacarse esas ropas húmedas, y sucias. —Ella
tiró la manga de la chaqueta de Eve cuando pasó—. Esa solía ser muy bonita.
*****
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Interlude in Death J. D. Robb
—Fue más blanda conmigo de lo que yo hubiese sido con ella, —Eve
confesó cuando hizo rodar la rigidez de sus hombros. Había golpeado el suelo
bajo Roarke más duro de lo que ella había pensado y se imaginó que debería
echarle un vistazo a las contusiones.
—En cuanto nos limpiemos, —ella comenzó cuando salió del elevador y
entró en el salón. Y fue lo más lejos que llegó antes de que fuera presionada
contra las puertas de elevador con su boca devastando la suya.
—¡Detente! ¿Qué?
—Unos cuantos segundos más. —Con sus manos agarrando sus hom-
bros y sus ojos calientes él la recorrió con la mirada—. Y no estaríamos aquí.
—Estamos aquí.
—Así es. —Él tiró la chaqueta hasta la mitad de sus brazos, y atacó su
cuello—. Es malditamente cierto. Ahora probémoslo. —Le quitó la chaqueta, y
rasgó su camisa en el hombro—. Quiero mis manos en ti. Las tuyas en mí.
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Interlude in Death J. D. Robb
Sentir esa fuerza temblando bajo él, abierta para él, fusionándose con él,
era el milagro de su vida.
Ella se aferró, se pegó al borde de eso. Luego sus ojos estaban unidos a
los suyos, salvajes y azules. Tanto amor casi la hundió.
—Ven conmigo. —Su voz era gruesa con Irlanda—. Ven conmigo ahora.
*****
El sexo, Eve había descubierto, podía, cuando era bien hecho, beneficiar
el cuerpo, la mente, y el espíritu. Ella apenas se quejaba por la necesidad de ves-
tirse para encontrarse con Belle Skinner en un té de señoras. Su cuerpo lo sentía
flojo y ágil, y a pesar de que el vestido que Roarke le había dado no se adecuaba
a su imagen de policía, el arma acomodada bajo la chaqueta larga, y fluida lo
compensaba.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Uno nunca sabe. —Ella observó los pendientes de oro que él tendió, se
encogió, luego se los puso—. Mientras estoy bebiendo té e intimidando a Belle
Skinner, puedes investigar una corazonada por mí. Has un poco de excavación,
ve si Hayes estuvo relacionado con cualquiera de los policías caídos bajo el man-
do de Skinner durante la redada. Hay algo allí demasiado estrecho para una re-
lación empleador/empleado.
Ella clavó los ojos en los delgados tacones de aguja y las delicadas co-
rreas.
—¿Es así cómo los llamas? ¿Por qué los tipos no tienen que llevar tram-
pas mortales como esas?
—Me hago esa misma pregunta cada día. —Él la miró largamente des-
pués de que ella se los puso—. Teniente, te ves asombrosa.
—Un té de señoras, —se quejó ella por el camino—. No sé por qué Ange-
lo no puede simplemente acarrear a la mujer a su comisaría y atizarle.
—Muérdeme.
—Ya lo hice.
*****
6
Es un pequeño pastel generalmente comido al final de una comida o servido como parte de un
buffet grande. (N. de la T.)
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Interlude in Death J. D. Robb
—¡Santo Dios!, Peabody, pareces una –no sé- lechera o algo parecido.
—La Sra. Skinner está en la terraza. Angelo acaba de entrar. Wow, ella
tiene un gran ADN.
Eve miró hacia atrás, y saludó con la cabeza a Angelo. El jefe había deci-
dido llevar uno blanco fresco, pero en vez de fluir, el vestido se adhería a cada
curva.
—No lo creo.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Dallas, estoy segura que la Sra. Skinner tiene sus motivos. —Darcia in-
trodujo una ligera pizca de censura en su voz, luego giró con una sonrisa com-
prensiva hacia Belle—. Lo siento, Sra. Skinner. La teniente está, muy natural-
mente, en el borde ahora mismo.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Eso es lo qué usted hace? —Eve soltó en seguida—. ¿Hasta dónde lle-
garía? ¿Cuántas, de las relaciones cercanas y personales está dispuesta a sacrifi-
car? ¿O no tenía usted una con Zita Vinter?
—¿Usted la conocía?
—Es nuestra ahijada, por supuesto yo... ¿Sabe? —Cada onza de color
drenó de su atractiva cara de modo que los realces expertamente aplicados se
destacaban como la pintura en una muñeca—. ¿Qué ha pasado?
—No. Démosle tiempo para que se componga. Está asustada ahora. So-
bre lo que sabe y lo que no sabe. —Ella miró hacia atrás a Darcia—. Teníamos un
ritmo bastante bueno allí.
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Interlude in Death J. D. Robb
En el bar, en una cabina amplia, y lujosa, Eve pensaba sobre un agua ga-
seosa. Habría preferido una buena, y fuerte patada de un Zombi, pero quiso una
cabeza clara más que una sacudida.
—Usted tiene un estilo muy fácil, compasivo, —dijo ella a Darcia—. Creo
que ella hablará con usted si usted permanece en ese canal.
—Opino lo mismo.
—La Dra. Mira aquí, ella tiene el mismo trato. Usted podría formar
equipo con ella. —Eve echó un vistazo hacia Mira, quién bebía a sorbos el vino
blanco.
—Es fría, Dallas, —dijo Darcia—. Me gusta eso de usted. Sería muy agra-
dable entrevistar a Belle Skinner con la doctora Mira, si le va bien a ella.
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Interlude in Death J. D. Robb
—No empiece a ser cortés ahora, —le dijo Darcia—. Arruinará su ima-
gen. Él no querrá hablarle, —continuó ella—. Cualquiera fuesen sus sentimien-
tos hacia usted antes, mi impresión es -después de su apertura- que él los ha en-
vuelto a usted y a Roarke juntos. Los odia a ambos.
—Creo que él está enfermo. —Ella habló en voz baja, finalmente levantó
su mirada—. Físicamente, y mentalmente. No creo que esté realmente estable.
Fue difícil observar lo que ocurrió esta mañana. Él comenzó algo, pues bien, elo-
cuente, que luego sólo empeoró con ese discurso sentencioso. Lo he admirado
toda mi vida. Fue difícil de observar, —repitió ella—. Muchos policías que esta-
ban allí se tensaron. Uno casi podía sentir las capas del respeto cayendo una a
una. Habló del asesinato un poco, de cómo un hombre joven, prometedor había
llegado a ser la víctima de una venganza insignificante y desalmada. Como un
asesino podía esconderse detrás de una insignia en vez de ser llevado a la justi-
cia por una.
—Desde luego.
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Interlude in Death J. D. Robb
*****
Él quería sangre.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Tratamiento?
—Eso es duro. —Eve metió sus manos en sus bolsillos. Allí había más…
podía verlo en los ojos de Roarke. Algo acerca de la forma que la observaba aho-
ra—. Calza con lo demás. Ese suceso ha estado atascado en su interior durante
décadas. Quiere limpiar sus libros antes de irse. Lo que sea que se esté comien-
do su cerebro lo ha hecho probablemente más inestable, más fanático y menos
preocupado por los detalles. Necesita verte morir antes de que él lo haga. ¿Qué
más? ¿Qué es eso?
—El tiempo coincide. —Él caminó hacia ella, pasó sus manos de arriba
abajo por sus brazos como para calentarlos—. Tu padre y el mío, criminales in-
significantes que buscaban un tanto importante. Fuiste encontrada en ese calle-
jón de Dallas sólo algunos días después de que Skinner perdiera el rastro de mi
padre otra vez.
—Dime
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Interlude in Death J. D. Robb
—De acuerdo, con una condición. Vas conectada. —Él tomó un pequeño
broche adornado con joyas de su bolsillo, y lo ajustó a su solapa—. Monitorearé
desde aquí.
—¿En serio? —Él la besó—. Esto es lo que consigues por acostarte con
malas compañías.
—Así como oí que gran parte de tus compañeros policías se retiraron del
discurso. Tu reputación se mantiene, Teniente. Imagino que tu seminario maña-
na estará lleno.
*****
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Interlude in Death J. D. Robb
Muy limpio.
Ella supo que cada policía en el cuarto observó el gesto. El cuarto quedó
en absoluto silencio.
—Cada hombre que recoge una insignia lo hace así sabiendo que él dará
su vida si hace falta para servir y proteger. Cada comandante debe respetar
aquel conocimiento. Los sentimientos personales deben ser sopesados, a fin de
seleccionar al hombre correcto para la situación correcta. Es un asunto de expe-
riencia y consideración, a lo largo de los años y aquella experiencia, de recono-
cer la mejor dinámica para cada operativo establecido. Pero los sentimientos
personales -es decir, los apegos emocionales, las conexiones privadas, las amis-
tades, o la animosidad- nunca debe distorsionar la decisión.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Para los niños de los caídos? ¿Y para los niños de aquellos que eva-
dieron la mano de la justicia? En su opinión.
Ella caminó hacia el frente y se acercó hasta quedar cara a cara con Ha-
yes.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Para que vea, qué raro. Pensé que entraba en el espectáculo. ¿Lo diri-
ge él, Hayes, o lo hace usted?
—No me gusta que los que juegan a policías llamen a una insignia puta.
—Él retrocedió, pero se quedó cerca.
—Diablos, no. Es un hecho, Hayes. Así como es un hecho que los dos tu-
vieron padres que murieron bajo el mando de Skinner. ¿Y su padre?
—Sólo le estoy dando algo en qué pensar. Por alguna razón me da la im-
presión que estoy más interesada en averiguar quién puso aquellos cuerpos en el
depósito de cadáveres que usted o su gran hombre. Y porque lo estoy, lo averi-
guaré… antes de que este espectáculo fracase y siga adelante. Esa es una prome-
sa.
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Interlude in Death J. D. Robb
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Interlude in Death J. D. Robb
Con una cabezada, Eve entró. Mira estaba en el sofá con Bella, y en efec-
to sostenía su mano. Una tetera, tazas, e innumerables pañuelos llenaban la
mesa delante de ellas. Bella lloraba suavemente en uno nuevo.
—Sra. Skinner, lamento su pérdida. —Eve se sentó en una silla por el so-
fá, inclinándose por la intimidad. Mantuvo su voz tranquila, comprensiva, y es-
peró hasta que Bella levantara sus ojos hinchados, y enrojecidos hacia los suyos.
—No lo creo. —Bella hizo una bola con su pañuelo en su puño—. Zita
nunca sería cómplice de un asesinato. Era una joven encantadora. Preocupada e
inteligente.
—Y dedicada a su marido.
—¿Por qué no debería? —La voz de Bella se elevó cuando se puso de pie
—. Él intervino cuando su padre murió. Le dio su tiempo y atención, la ayudó
con su educación. Él se habría desvivido por ella.
Los labios de Bella temblaron, y se sentó otra vez, como si sus piernas
también temblaran.
—Tal vez ella no lo sabía. Tal vez sólo le pidieron ocuparse de las cáma-
ras y nada más. Sra. Skinner, su marido se está muriendo. —Eve vio el tirón de
Bella, el estremecimiento—. No le queda mucho tiempo, y la pérdida de sus
hombres se alimenta de él mientras se prepara para morir. ¿Puede usted sentar-
se allí y decirme que su comportamiento durante los últimos meses ha sido ra-
cional?
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Interlude in Death J. D. Robb
Ella vio inundarse de lágrimas los ojos de Bella otra vez, y se inclinó ha-
cia ella. Presionó.
—El hombre solía golpear a Roarke hasta dejarlo medio muerto por di-
versión. ¿Sabe usted lo que se siente al ser golpeado con los puños, o con un
palo, o con cualquier cosa que sea malditamente conveniente… y por la persona
que se supone cuida de usted? Según la ley, por simple moralidad. ¿Sabe usted
lo qué es estar ensangrentado, magullado e impotente para defenderse?
—Él nunca dañaría a Zita, o a Reggie. Los amaba como si fueran pro-
pios. Pero... —Ella recurrió a Mira otra vez, y agarró sus manos violentamente—.
Él está tan enfermo… en cuerpo, mente, y espíritu. No sé cómo ayudarlo. No sé
cuánto tiempo puedo seguir observándolo morir por etapas. Estoy preparada
para dejarle ir porque el dolor… algunas veces es tan horrible. Y él no me deja
entrar. No comparte la cama conmigo, o sus pensamientos, sus miedos. Es como
si se apartara de mí, poco a poco. No lo puedo detener.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Hayes. —Hizo clic para Eve como un eslabón en una cadena—. Hayes
no perdió a su padre durante la redada. Es hijo del Comandante Skinner.
—¿Hayes lo sabe?
—Por supuesto. Por supuesto que lo sabe. Douglas nunca esquivaría sus
responsabilidades. Él le proporcionó apoyo financiero. Calculamos un arreglo
con la mujer, y ella consintió en criar al niño y mantener su paternidad en secre-
to. No había ninguna razón, ninguna razón en absoluto para hacer público el
asunto y complicar la carrera de Douglas, manchar su reputación.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Usted es una mujer dura, no, Teniente? ¿No hay errores en su vida?
¿Ningún pesar?
—¿Dio él las órdenes para matar, Sra. Skinner? ¿Órdenes para incrimi-
nar a Roarke por asesinato?
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Interlude in Death J. D. Robb
Ella salió con Darcia, esperó hasta que estuvieran bien abajo del pasillo.
—Si Skinner no le dio una orden directa, no tiene objeto salpicarlo con
lo de Hayes, o hacer el arresto mientras él está cerca. Cristo, él ya es un cadáver,
—ella chasqueó cuando Darcia no dijo nada—. ¿Cuál es el jodido punto de arras-
trarlo en esto y destruir medio siglo de servicio?
—Ninguno.
—¿Puede usted?
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Interlude in Death J. D. Robb
Ellas estaban a mitad de camino del vestíbulo cuándo Hayes las localizó.
Dos segundos más tarde, él corría.
—No hay precio demasiado alto por el deber. —Un anaquel de vajilla de
mesa reventó al lado de ella, cubriéndola de fragmentos de vidrio roto.
—Jódete. —Ella envió una línea de fuego sobre su cabeza, y rodó a la iz-
quierda. Subió el arma primero y blasfemó otra vez cuando perdió a su objetivo
alrededor de una esquina.
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Interlude in Death J. D. Robb
tas principales para explorar las calles. Al momento de llegar a la esquina, Dar-
cia venía de regreso.
—El hijo de puta olió el arresto. —Furiosa consigo misma, Eve giró en
un círculo—. No le di bastante crédito. Golpeó a algunas personas en la cocina.
Mató a un droide, comenzó un fuego. Él es rápido, listo y astuto. Y el maldito
nos lleva la delantera.
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Interlude in Death J. D. Robb
10
—Teniente.
—Creo que acabo de ver varios daños colaterales. —El humor disolvió la
cólera en la cara de Darcia—. Disculpe.
—Ya veo. —Él estudió la elegante fachada del hotel—. Estoy seguro que
los huéspedes y el personal encontraron todo eso muy emocionante. Los que no
me demanden deberían disfrutar contando la historia a sus amigos y cercanos
por mucho tiempo. Puesto que tendré que contactarme con mis abogados para
alertarlos que varios juicios civiles encabezarán nuestra jornada, quizás te toma-
rías un momento para informarme por qué tengo a un droide muerto, varios
huéspedes histéricos, al personal gritando, y un pequeño fuego en la cocina.
—No, creo que me gustaría saberlo ahora. Vamos a dar un pequeño pa-
seo. —Él tomó su brazo.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Háztelo.
La guió por el hotel, a través de los jardines laterales, la cafetería del pa-
tio, serpenteó a través de una de las áreas de la piscina y entró en el elevador
privado mientras él escuchaba su informe.
—No resultó, pero, sí, era el punto. Hayes nos vio primero. —Al momen-
to de estar en la suite, abrió una botella de agua, y bebió. Hasta aquel instante
no se había dado cuenta que el humo había convertido su garganta en un crudo
desierto de sed—. Debería habérmelo figurado. Ahora él está libre, y eso está en
mí, también.
—No, no lo hará. Pero quizás tenga en mente causar unos cuantos daños
mientras está suelto. Tendré que mirar los mapas y planos del centro vacacional.
Haremos un análisis de computadora, marcaremos los lugares en los que ten-
dría más probabilidad de ocultarse.
—Me encargaré de eso. Puedo hacerlo más rápido, —dijo antes de que
ella pudiera oponerse—. Necesitas una ducha. Hueles a humo.
—Sí, supongo que sí. Ya que estás siendo tan servicial, ¿localizarías a
Peabody y a Feeney? quiero esta persecución coordinada.
*****
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Interlude in Death J. D. Robb
—Una hora más tarde, Eve miró malhumorada las pantallas de pared y
las posiciones que la computadora había seleccionado.
—¿Cubrirte?
—¿Por qué será que no quieres dar ese seminario mañana? —Roarke se
preguntó.
—No tengo que contestar eso hasta que me hayan dado la advertencia
del Miranda revisada. —Eve hizo rodar sus hombros y habría jurado que sintió
el peso saliendo de ellos—. A veces las cosas sólo resultan perfectas, ¿no?
87
Interlude in Death J. D. Robb
—Vayamos de caza.
*****
Eran más de las tres de la mañana cuando ella lo dejó por la noche y se
arrastró a la cama.
—Él no irá lejos. —Su voz se espesó con el sueño—. Necesita terminarlo
y conseguir los elogios de su padre. Legados. Malditos legados. Pasé mi vida hu-
yendo del mío.
—Lo sé. —Roarke acarició la coronilla con sus labios mientras ella caía
en el sueño—. Igual que yo.
Esta vez fue él el que soñó, cuando rara vez lo hacía, con los callejones
de Dublín. Con él, un muchacho joven, demasiado delgado, con ojos agudos, de-
dos ágiles, y pies rápidos. Un vientre demasiado a menudo vacío.
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Interlude in Death J. D. Robb
Sin una náusea, él se había puesto en cuclillas y había revisado los bolsi-
llos por cualquier moneda o artículos que podrían ser empeñados o cambiados.
No había habido nada, pero por otro parte, nunca había habido mucho. Él había
considerado, brevemente, tomar el cuchillo. Pero le había gustado la idea de él
donde estaba demasiado para molestarse.
*****
—Pareces cansado.
89
Interlude in Death J. D. Robb
Cuando ella se agachó delante de él, y puso una mano sobre su muslo, él
la miró. Y suspiró. Ella podía leerlo bastante bien, pensó, su policía.
—¿Importa quién?
—No mucho, no. Pero me hace preguntarme. —Él casi no le contó el res-
to, pero simplemente tenerla escuchándolo lo apaciguó—. Tenía mi cara. Olvido
eso la mayoría de las veces, recuerdo que me he hecho, a mí mismo. Pero Cristo,
tengo la mirada de él.
—¿Estamos hechos el uno para el otro al final, no, Querida Eve? Dos al-
mas perdidas en una unidad inquebrantable.
—Muy bueno.
—No hay signos de él en ningún lado, —Eve dijo a Roarke, luego comen-
zó a pasearse—. Feeney se ocupó del transporte. Nada ha dejado la estación. Lo
7
La libra irlandesa (punt, en irlandés; Irish pound, en inglés) era la moneda oficial del Estado
Libre Irlandés, y con posterioridad de la República de Irlanda, hasta el 1 de enero de 1999. Una
libra irlandesa equivalía a 100 pence (peniques). (N. de la T.)
90
Interlude in Death J. D. Robb
hemos encajonado, pero es una caja grande con muchos ángulos. Necesito a
Skinner. Nadie lo conoce tan bien como Skinner.
*****
Él se veía ojeroso, pensó Eve. Su piel estaba gris y pálida. Cuanto era
tristeza, cuanto enfermedad, no lo sabía. Una combinación de ambas, supuso, y
lo acabaría.
Pero, ella notó, se había puesto un traje, y llevaba puesto su alfiler del
precinto en la solapa.
91
Interlude in Death J. D. Robb
—Si usted quiere justicia para ellos, Comandante, ayúdeme. ¿Dónde iría
él? ¿Qué haría a continuación?
—Sí. —Roarke afirmó con la cabeza—. Y todo lo que he hecho desde en-
tonces ha sido a pesar de él. Usted no puede odiarlo tanto como yo puedo, Co-
mandante. No importa con cuanta fuerza lo intente, nunca alcanzará mi medi-
da. Pero no puedo vivir con ese odio. Y que me condenen si moriré con él. ¿ Lo
hará usted?
—Lo he usado para mantenerme vivo estos últimos meses. —Skinner ba-
jó la mirada a sus manos—. Eso me ha arruinado. Mi hijo es un hombre cuida-
doso. Tendrá una puerta trasera. Alguien dentro que le ayudará a ganar acceso
al hotel. Lo necesitará para terminar lo que él empezó.
—¿Matar a Roarke?
—No, Teniente. El pago sería algo más querido que eso. Es usted a quien
él apuntará. —Él se llevó una mano a una cara que se había humedecido—. Para
llevarse lo que su objetivo más aprecia.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¡No lo toque! Déjeme… —Bella se echó hacia atrás cuando sus ojos en-
contraron a Roarke. Ella respiró largo, y profundamente—. Lo siento. ¿Podría
ayudarme, por favor? Llévelo a su dormitorio. Si usted llamara a la doctora
Mira, Teniente Dallas, se lo agradecería.
*****
—Su cuerpo se desgasta, —dijo Eve una vez Skinner fue colocado en el
dormitorio con Mira asistiéndolo—. Quizás es preferible para todos si él se va
antes de que atrapemos a Hayes.
—No hay nada que hacer, salvo dejarlo con Mira. La computadora no
pensó que Hayes regresaría al hotel. Skinner sí. Estoy con Skinner. Hayes me
quiere, y él sabe que Skinner tiene el tiempo prestado por lo tanto tiene que mo-
verse rápido. —Ella comprobó su unidad de muñeca—. Parece que voy a dar ese
maldito seminario después de todo.
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Interlude in Death J. D. Robb
—No. Tú rastréalo.
Ya que maldecir era una perdida de tiempo, ella corrió hacia la escalera
con él.
—El sujeto ha sido visto, —llamó ella por el comunicador mientras baja-
ban como un rayo la escalera—. Bajando por el hueco de la escalera sudeste,
ahora entre los pisos veintiuno y veinte. Moviéndose rápido. Consideren al suje-
to armado y peligroso.
—No lo mates. No enciendas esa cosa a menos que no tengas otra op-
ción.
—Todo suyo. —Eve descendió, pasando por encima del arma que había
volado de la mano de Hayes—. Dos personas muertas. ¿Para qué? —preguntó a
Hayes—. ¿Valió la pena?
—No. Debería haber sido más directo. Debería haberla hecho volar al in-
fierno en seguida y observado al bastardo al que jode desangrándose por usted.
Eso habría valido todo, sabiendo que él estaría viviendo con el tipo de dolor que
su padre causó. El comandante podría haber muerto en paz sabiendo que había
logrado su justicia. Quise darle más.
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Interlude in Death J. D. Robb
—¿Dio a Weeks o Vinter una elección? —Eve exigió—. ¿Les dijo que iban
a morir por la causa?
La envié allí, era todo en lo que ella podía pensar. Y sonreí burlonamen-
te a causa de eso.
Había un rugido en sus oídos que era su propia sangre corriendo a toda
velocidad, el ruido de la audiencia, o las órdenes gritadas para despejar.
Pero localizó a Peabody detrás del podio y saltó los tres escalones al lado
del escenario. Saltó otra vez al momento en que sus pies golpearon el suelo y,
golpeando a su ayudante a la mitad del cuerpo, saltaron ambas en el aire y en un
montón magullado y enredado en el suelo.
Tomó aire, luego lo perdió otra vez cuando Roarke aterrizó encima de
ella.
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Interlude in Death J. D. Robb
La explosión sonó en sus oídos, y sacudió el suelo bajo ella. Sintió el ca-
lor brutal vomitar sobre ella como una ola que los envió a los tres rodando en
una pelota hacia el costado distante del escenario.
Por segunda vez en dos días, ella fue empapada con el rocío de los as-
persores del techo.
—Sí, sí. Peabody. —Tosiendo, con los ojos picando con el humo, Eve se
echó hacia atrás, y vio la cara pálida de su ayudante, y los ojos vidriosos—. ¿Es-
tás bien?
—Eso creo. —Ella parpadeó—. Creo que tienes dos cabezas. Dallas, y una
de ellas es de Roarke. Es lo más bonito. Y pienso que realmente has ganado algo
de peso. —Ella sonrió vagamente y se desmayó.
—Se consiguió una bonita conmoción cerebral, —decidió Eve, luego giró
su cabeza por lo que su nariz chocó con Roarke—. Eres bonito, sin embargo.
Ahora demonios bájate de mí. Es seriamente poco digno.
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Interlude in Death J. D. Robb
—Tendré un informe completo para sus archivos hacia el final del día,
—dijo ella a Roarke—. Espero que su siguiente visita sea menos... complicada,
—añadió.
—Ella tiene una boca lista. Tengo que admirar eso. Voy a averiguar so-
bre Peabody, —comenzó, luego se detuvo cuando vio a Mira venir hacia ella.
—¿Qué le dijiste?
Mira se inclinó para besar la mejilla de Eve, sonriendo cuando ella se re-
torció.
—¿Visión clara?
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Interlude in Death J. D. Robb
Cuando los cerdos vuelen, pensó. Ella se iba a casa tan pronto como fue-
ra humanamente posible. Las calles de Nueva York eran suficiente centro vaca-
cional para ella.
Fin
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