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Este libro terminó de editarse el 15 de enero del 2021,
contando actualmente con dos ediciones disponibles:
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Índice.
Prólogo .................................................................................. 4
Introducción ............................................................... 7
El sueño de todos .................................................... 9
No creo poder ver ................................................. 20
Penumbra ....................................................................... 31
Firmeza .............................................................................. 42
El proceso de un ser ......................................... 49
Sufrimiento ................................................................. 59
Nigredo ................................................................................ 77
Albedo .................................................................................... 83
Citrinitas. ........................................................................ 89
Memorias de un caído................................. 103
Rubedo ............................................................................... 107
Epílogo ............................................................................... 117
Notas del autor ....................................................... 139
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Prólogo
4
precaria situación social que, día con día, consume a una gran
mayoría de los mexicanos. De este modo, finalmente entendí
el significado de aquella singular frase “No juzgar un libro por
su portada”, puesto que eso que deja ver el exterior no se
compara ni un poco con el verdadero valor que mi buen ami-
go guarda consigo en su interior.
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tiempo y, al igual que cualquier principiante en la materia, el
apoyo, la crítica constructiva y la experiencia son necesarios si
se quiere llegar a algo en este basto mundo que es la escritura.
Ahora bien, leyente de nombre desconocido, mi contribución
ha llegado a su fin. He de retirarme a mis aposentos para de-
gustar de una deliciosa taza de café con leche, pero no sin an-
tes preguntar: ¿Quién eres en realidad? ¿Alguien que vive sólo
de la carne y los placeres que esta conlleva? ¿O algo más? Des-
cuida, si no lo entendiste a la primera, quizá, sólo quizá, pron-
to lo averiguarás.
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Introducción1
7
Te hago una pregunta con todo el debido respeto querido lec-
tor. Dime por favor: ¿Alguna vez, en medio de tus proyectos
de vida… te has parado a verte a un espejo para después poder
ver a los demás? ¿Y justo cuando te ves lo que terminas obser-
vando no es lo que esperabas? Yo sí, y no sabes cómo deseaba
destruir ese maldito espejo. Con tanto ahínco deseaba tomarlo
por esos rojizos bordes de plástico para así lanzarlo contra las
paredes de mi baño, y en el proceso gritar sin control. Mis
demonios deseaban salir después de tanto tiempo, y lo hicie-
ron. ¿Y tú lector? ¿Lo has experimentado? ¿Lo has llevado a
cabo? Siéntete libre de responderte a ti mismo.
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Capítulo primero:
El sueño de todos
T
omás se encuentra en el transporte público, todos
sonríen como máscaras de carnaval. En esta época
existen pocos asaltantes, las patologías, supuestamen-
te, no existen y todo es felicidad. Él cree que está soñando,
soñando con una horrible pesadilla de alegría. Pero... ¿por qué
es infeliz? Su familia tiene un buen capital, él es muy inteli-
gente y versátil, pero ni todo el bien material y conocimiento
en el mundo son suficientes para aliviar su dolor. —Me siento
peor que el Fausto de Goethe —se decía así mismo todos los
días mientras le llegaba otra idea—
9
otra cosa? Sí… un algo más tan poderoso que ni el arsenal bio-
lógico más grande podría igualar.
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Navarro.- Me quedé hasta las cuatro de la madrugada termi-
nando el trabajo del profesor de historia.
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la más mínima ayuda al prójimo lo volvería un dependiente y
anti productivo. El mundo de Tomás tenía más de mercado
que de sociedad. Se había olvidado el amor, y ahora verlos,
yacen corriendo como unos camellos sonrientes.7
Tomás.- ¡Ya! Profesor, vengo a retarlo una vez más. ¡La derro-
ta anterior es algo inadmisible!
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quería aprender a jugar como el profesor y preguntón de To-
más.
Ambos se batían en un esfuerzo mental para sacar ven-
taja al otro, pero siempre se quitaban las mismas piezas… Es-
taban casi siempre muy igualados en piezas y jugadas. Habían
pasado diez minutos desde que inició la partida, Tomás co-
menzaba a dominar el tablero, tenía un pequeño peón en la
octava casilla que le aseguraría la victoria, y el profesor grita-
ba al aire blasfemias de tal manera que hacía que sus estudian-
tes se partieran de la risa.
Marcador:
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Ya era tarde, así que Navarro y Tomás se despidieron del pro-
fesor con un cordial hasta mañana.
Éste se quitó su chaleco que era azul marino por fuera y rojo
como el fuego por dentro, y se lo ofreció a su amigo aun
cuando ese objeto era el único que no le gustaba que otros
usaran, le daba como una sensación de seguridad. Navarro vio
el chaleco y le dijo.
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Navarro.- ¿Pues quién en su sano juicio diría tal cosa en pú-
blico? Nadie está acostumbrado a escuchar tus locuras.
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me podría considerar un buen conocedor, desde las matemáti-
cas hasta la mecánica cuántica. Pero la forma en la que han
idealizado este poder es... ¡Casi parce una nueva religión!
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La tensión arribó a la vieja finca, Tomás se le quedó mirando a
su tío durante un par de segundos, inexpresivo como siempre,
mas después se dirigió a su alcoba; esta era grande y decente
porque su familia se la había dado. La familia Esquivel tenía
buenos contactos y había hecho buenas inversiones de su ca-
pital acumulado.
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con las hierbas que su abuela recogía de un poblado lejano a la
ciudad. Habló un poco con su familia mientras veían los noti-
cieros.
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Había pasado una hora de incómodas charlas; se cenó pollo y
arroz. Ya eran poco más de las diez de la noche y tanto la
abuela como el tío Grendel se fueron a dormir. Por otro lado,
Tomás se quedó hasta la media noche para terminar los debe-
res de la escuela. A las dos de la madrugada se fue a acostar
después de leer Crimen y Castigo.10
19
Capítulo segundo:
No creo poder ver
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Navarro.- La verdad es que sí. Eres como la fusión de Zeus
con el pelón de internet, le tiras a cualquier cosa que se mue-
va.
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jugando ajedrez con el profesor Juan. Iakellín tampoco se ha-
bía ido debido a que se quedó hasta tarde en los salones de
cómputo para terminar un ensayo importante. En una de esas
cuando estaba caminando por los pasillos del lugar vio a esos
dos jugando en el cubículo, por lo que se dirigió a ellos y en-
tró por la puerta blanca sin hacer ruido alguno. Tanto el pro-
fesor como Tomás no se habían percatado de su presencia
hasta que ella les habló.
Iakellín.- Disculpen.
Iakellín.- Entiendo.
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Juan.- ¿Eh? ¡¿Ya tiraste?!
Juan.- Sí, pero cuando juego con este ingrato, ¡todo se vuelve
un infierno!
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Él miró a Iakellín y se quedó pensando por unos segundos ya
que tenía pendientes en casa, pero al final le dijo que sí. Am-
bos subieron a una resbaladilla debido a que todos los lugares
estaban llenos y no podían ver entre la multitud. Con ambos
brazos Tomás la sujetó de su abdomen para así evitar que ca-
llera al suelo. Ella estaba muy calmada a pesar de la situación
que parecía sacada de una escena de enamorados toda estereo-
tipada. En cambio, Tomás sentía que su corazón latía a mil
por hora, y en su mente se decía así mismo que conservará la
calma. — ¡¿Pero cómo conservar la serenidad en un momento
así?! Este perfume como las flores, este sedoso cabello, todo en
ella me inquieta. ¡Es como la mismísima muerte, que viene a
cortar mi hilo de sufrimiento! —repetía en rápidos a la par
que alarmantes pensamientos.
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Mas él aún no entendía que la misma humanidad,
además de poder ser virtuosa, también es un cumulo de mons-
truos, listos para salir cuando la presión les rebasase.
Ya eran poco más de las diez de la noche cuando la función
había acabado. Tomás se despidió de Iakellín y siguió su ca-
mino, pero ya a mitad del tramo se percató que ella lo estaba
siguiendo. Al ver la situación él le preguntó con todo el debi-
do respeto.
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Y así caminaron hasta la estación de autobuses más cercana.
Mientras hacían eso Iakellín preguntó con gran intriga.
Iakellín.- Entiendo...
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a través de su celular, un artículo sobre el pensamiento liberal
en la política de su tiempo, ella se había echado sobre su
hombro como una pequeña niña indefensa. Aunque de inde-
fensa no tenía nada en realidad, ella les contó a todos que su
padre fue ni más ni menos que un detective privado y ex mili-
tar de alto calibre. Les había mostrado sus habilidades en
combate un día en el que Luis la retó a un duelo mano a
mano, con la excusa de que los hombres eran biológicamente
superiores a las mujeres, al final resultó que estaba bromeando
con su tan característico mal sentido del humor, pero la golpi-
za que le asentó Iakellín no la olvidaría ni con la mejor de to-
das sus bromas.
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—“Cuídate…” Creo que esas han sido las palabras más bellas
que me han hayan dicho. Aun así, no puedo Iakellín, tengo
una sentencia que pagar y hasta que la cumpla no creo que
poder cuidarme. No, creo que ni siquiera debería tener el de-
recho de conservar a semejantes amigos. Ahora pensándome-
lo, durante mucho tiempo he estudiado sobre la psicología de
Jung, las distintas filosofías precolombinas; ¡Hasta la India y
Confucio! pero aun así no soy capaz de cambiar nada. ¿De qué
me sirve tanto conocimiento si soy incapaz de usarlo? ¡Soy el
idiota más grande de todos los idiotas! No puedo creer que
tenga tanto potencial pero no sepa aprovecharlo. No soy nada
más que un robot averiado en un mundo lleno de máquinas
sonrientes.
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suicida. Tal vez a eso se debió su incomodidad con Iakellín, le
daba un horror indescriptible contagiar con su suciedad a tan
bello y comprensible ser. ¡Sería como un crimen en contra del
género humano! ¡Un crimen contagiar a tan hermosa musa
que inspira a quienes la ven! ¡Ah sí, un amor a la vida tan im-
ponente sobre cualquier teoría cientificista, política o econó-
mica!
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Una vez que Tomás tenía el control de la situación él lanzó un
disparo al aire, el hombre salió corriendo al ver que ahora el
armado era su víctima. A Tomás le molestaba el tener que lu-
char contra otro ser humano, pero peor era la competencia
para buscar un empleo en un mundo como ese, por lo que al
poco tiempo no se mortificó tanto sobre eso, tenía otras cosas
de las que preocuparse; su pierna, sangraba mientras gritando
en el suelo pedía ayuda. Nadie venía y al ver que se encontra-
ba solo se resignó a quedarse tirado en plena calle. Mas sin si
quiera esperarlo, una camioneta familiar se detuvo a mitad del
camino, de esta bajó un hombre con voz grave, se le acercó, y
lo levantó para llevárselo a un lugar seguro. No se lograba ver
su rostro por culpa de las farolas de la calle, pero era muy alto,
fornido, vestía en un traje marrón, y también tenía un cabello
militar color rubio.
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Capítulo tercero:
Penumbra
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un par de minutos alguien volvió a abrir la puerta, esta vez
era aquel hombre fornido y rubio.
32
Señor Cristof.- Entonces déjanos por favor.
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Señor Cristof.- ¡Ah...! ¿Así que un joven sincero? Eso me gus-
ta, el valor de admitir tu propia ignorancia es toda una proeza
que pocos se atreven a hacer en público. Esos que no tienen el
valor no son nada más que unos halber mann. ¿Sabes a lo que
me refiero?
Tomás.- Entiendo...
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Tomás.- ¿Habla en serio?
Tomás.- ¿Perdón?
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Señor Cristof.- ¿No tendrás problemas por llegar a estas horas?
Pasa de la media noche y no sé cómo pueda reaccionar tu fa-
milia.
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Tomás.- Pero ya me han atendido. Mira... —dijo mientras le
mostraba los vendajes a su familia.
Grendel.- ¿Cristof?
Grendel.- ¿Y su apellido?
Tomás.- Hyde.
Grendel.- ¿Hyde?
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Tomás.- ¡Esto es absurdo! —le gritó con gran injuria al ver tal
repetición claramente intencionada.
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Tomás. —Con voz y semblante mesurado declaró— No soy
un muchachito, soy Tomás. Yo no hago pasar malos ratos, son
ustedes los que se disgustan de todo. ¡Y quita esos prejuicios
de mí! Porque solo te causarán problemas haya donde vayas...
Grendel.- ¡Ay cálmate poeta! —dijo con gran furia y con una
pequeña pero soberbia sonrisa.
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Tomás.- Abuela, no debes decir eso. Nosotros no venimos
aquí a sufrir.
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dicha logre cerrar. Para disgusto suyo, tendrá que aguantar a
su tío Grendel toda la mañana, y para doble disgusto añadido,
una vez que haya regresado a su rutina no le quedará de otra
más que seguir la velocidad de su mundo, lugar en donde se
exige trabajar para así obtener la felicidad y enriquecer a la
patria que se debe amar.
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Capítulo cuarto:
Firmeza
Grendel.- ¡Hoy las ventas están como pan caliente están que
no paran!
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Grendel.- Entonces no entiendo por qué defiendes tanto a ba-
suras como esas.
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Grendel.- ¡Ay sobrino, sabes qué, toma este dinero y vete a
comprar algo que te llene! A lo mejor el no comer ya te ha
puesto de malas.
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que le cubría toda la cara. Tomás al ver esto llamó a la madre
de aquel pequeño.
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un cuervo negro como el alquitrán el graznar desde lo alto de
un semáforo que se haya cerca del instituto. Al ver el mal
tiempo, sacó a toda velocidad de su mochila un pequeño para-
guas gris. Continuó caminando por la mojada acera hasta en-
contrarse con aquella escena. Agentes del ministerio llevaban
a Iakellín hasta el interior de una patrulla. Tanto dentro como
fuera del instituto estaba sembrada la incertidumbre. Tomás
miraba desde la acera y con paraguas negro en mano, como
llevaban a su amiga hasta las fauces de la justicia.
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procesando desde hace veinticuatro horas atrás, pero hasta
ahora obtuvieron las muestras de la autopista.
Se dio media vuelta y salió por donde vino, bajó por las esca-
leras, pero sin siquiera esperarlo Edwin, Luis y Navarro lo si-
guieron. Edwin tomó a su amigo del hombro mientras le
decía.
47
Edwin.- Ella es otro ser humano igual que nosotros, ¿cómo se
te ocurre que lo haríamos por lástima?
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Capítulo quinto:
El proceso de un ser
49
La mujer gritaba y golpeaba entre lágrimas hasta que los ofi-
ciales de la institución la sacaron de la oficina para así calmar-
la. Al final el señor Hyde se retiró de la coordinación
completamente frustrado.
Mientras caminaba por los pasillos del instituto se en-
contró con Tomás y compañía, quienes fervientemente desea-
ban aportar su ayuda a la investigación, no por nada Edwin
conocía muy bien la capital, Luis tenía buenos contactos, y
Tomás junto con Navarro hacían el dúo perfecto para comen-
zar cientos de deducciones e investigaciones con cualquier
medio que tuvieran a su alcance.
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Díganme, ¿realmente están dispuestos a ayudar? Ustedes se
harán responsables si se meten en líos legales.
51
Navarro.- ¿Entonces su hija estuvo ausente el lunes ocho?
52
Navarro.- ¡Oye! —le respondió con gran reproche—
53
Señor Cristof.- En cualquier caso seguiremos analizando la in-
formación que yo mismo les traeré de la carpeta de investiga-
ción. Recuerden que soy el nuevo director de justicia de la
ciudad así que no será ningún problema conseguir informa-
ción.
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querer evitar que su propia hija sea castigada, todo esto podría
ser un vil acto de encubrimiento.
55
Pese a que ya no trabajaba con Grendel, éste siempre
que podía encontrarse con su hermana le decía a regaños di-
simulados como "consejos": ¡Para esta carrera hay que tener
visión empresarial, no de jodido! Al pequeño Tomás le entra-
ba una ira peor que la cólera de Aquiles y Zeus juntos. Quería
callar a golpes a su soberbio tío que se hacía llamar "hombre
de bien", pero que no paraba de quejarse y disque ser feliz a
través de consejos motivacionales y la frase más sonada de to-
das: « ¡Sí puedes lograr tus objetivos, solo es cuestión de tener
ganas! » —¿Ganas? — Se preguntaba Tomás cada vez que es-
cuchaba esa palabra, pero cada vez que las escuchaba por boca
de su tío Grendel él se abstenía de hacerle daño; a él siempre
le ha molestado esa palabra, y aún más cuando terminaba hi-
riendo a alguien. Esto lo sabía bien porque su misma familia
se lo reprochaba constantemente, tanto, que lo consideraban
como un imbécil descerebrado, un idiota que acabaría en el
mismo camino de delincuencia y violencia que su padre y
madre en la juventud. La mayoría de su familia lo veía como
un soñador inmaduro, llegando al punto que por un tiempo
hasta se lo creyó, y por eso mismo nació esa máscara de bu-
fón. Esa era, puede que la única, meta que Tomás tenía; evitar
que más personas cayesen como lo hicieron su madre y padre.
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Madre, te amo, y perdón por tantos años
en los cuales nunca te defendí y entendí.
Señor Cristof.- Es solo que tengo que darte las gracias. Estoy
profundamente agradecido por la ayuda brindada.
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dentro de un mes. Al ver que no había nada más qué hacer
porque la escuela había sido cerrada, él tomó su empolvado
teclado eléctrico y lo tocó hasta cansarse. Había recreado la
melodía Para Elisa, Claro Sonata de Luna y terminó por crear
una pequeña y básica partitura. Él se había inspirado al ver a
un viejo amigo suyo de la secundaria tocar el piano, ese amigo
suyo había recreado la melodía de una película llamada Ha-
chikō siempre a tu lado en plena clase de música. Ahora él
también quería entender la compleja belleza de la música.
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Capítulo sexto:
Sufrimiento
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el señor Hyde le repitió que conservará la calma y éste lo in-
tentó.
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vestimenta que le dejaron fue su pantalón de mezclilla y ca-
misa blanca que traía el mismo día que fue arrestada. Por sus
rasgos faciales pálidos e inexpresivos se podía intuir que aca-
baba de sufrir una fuerte caída emocional.
61
Señor Cristof.- ¡Tú no sabes nada, dumme tochter! ¡Dumme
tochter! ¡¿Por qué me haces esto?! ¡¿Por qué les haces esto a
tus padres?!
62
Señor Cristof.- Tú sabes que sí, quiero asegurar por todos los
medios posibles que mi tochter es inocente. ¿Pero eres cons-
ciente de que podrías meternos a ambos en problemas legales
por no seguir el protocolo de seguridad?
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Tomás.- Entonces si en uno de esos lunes realizaste tu homi-
cidio... ¿Por qué hay señales de que llegaste sin problemas a tu
casa? Testigos te vieron salir todas las noches del instituto y
sin ningún tipo de anomalías en tu comportamiento.
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Tomás.- ¿Esas serán tus últimas palabras?
65
Tomás decidió encender la radio, mas el señor Hyde rápida-
mente la apagó…
66
Señor Cristof.- Joven Edwin, si está tomándome el pelo he de
admitir que esto es una broma de muy mal gusto.
Señor Cristof.- Sí, estas fotografías fueron tomadas por los pe-
ritos. El arma que se usó fue una pequeña guadaña; una hoz
para el campo, para ser más específico.
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Tomás.- Pero el quién fue sigue siendo un misterio —agregó
con gran frustración—. Tomó muchas precauciones para cu-
brir sus huellas y encima para inculpar a Iakellín. Y si no lo
hallamos entonces la darán a ella por la perpetradora del cri-
men.
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Edwin.- ¡Espera un momento! Primero hay que permitirle al
señor Hyde realizar su reporte y lo envíe a las oficinas de las
que acaban de regresar.
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Edwin.- ¡Ay, ya me tienes hasta aquí cabrón! —refunfuñó
mientras salía de la casa hecho una furia, debido a que, Luis
había tomado sus cosas y se fue corriendo mientras gritaba—
¡Ven aquí y dímelo en la cara pinche chillón!
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Una vez que Navarro, Edwin, y Luis se habían retirado; To-
más y el señor Hyde se prepararon para hablar en la sala co-
medor.
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Señor Cristof.- Me preparé día y noche para ser un excelente
militar e investigador. Sé leer los complejos de los que me ro-
dean, con margen de error casi nulo.
Tomás.- ¿Fa-familia?
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cuadro que representaba el cómo Cronos cortaba sin piedad
las alas de Cupido. Sin dejar de ver el óleo él dijo.
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Señor Cristof.- A ninguna parte, la pregunta deberías hacérte-
la tú mismo pequeño jung. Respóndeme, ¿vale la pena que te
estés torturando el resto de tu vida?
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Señor Cristof.- Ya veo... —dijo con voz comprensible— ¿Y no
tienes más familiares?
Tomás.- Sí, pero están tan atareados con sus trabajos que casi
ni hallamos tiempo para hablar, además ellos también tienen
a sus propias familias que atender. Y mi abuela... ella ha sido
la única que estuvo ahí cuando necesitaba ayuda. Se lo debo,
pero a ella ya le están tocando a la puerta, y tarde o temprano
deberá irse.
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El joven estudiante asiente al cumplido del señor Hyde, y le
dice que también le está muy agradecido Él se retira con toda
la cortesía posible y se dirige hasta su casa.
Ya eran las cuatro de la tarde cuando llegó a su alcoba. Antes
de entrar a la casa, como siempre, hizo una reverencia a las
cenizas de su madre, después de eso y sin pensarlo dos veces,
se lanzó contra su cama blanca, alzó un poco la mirada, y ob-
servó el cuadro con óleo en donde aparecen él y su sombra. Él
reflexionaba mientras que poco a poco se quedaba dormido.
—Estoy cansado... qué día más agotador... Mi pasado, ¿ah, se-
ñor Hyde? No entiendo por qué Iakellín se atrevería a prote-
ger a un asesino; ella es muy amable, pero la conozco bien. ¡A
no ser que su familia esté bajo amenazas de muerte! No… es
una idea estúpida. ¿Quién se atrevería a retar a alguien como
ella, y con más razón al nuevo director de investigaciones de
la ciudad? Creo que me debo relajar un poco o comenzaré a
delirar.
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Capítulo séptimo:
Nigredo
Tomás.- No... —se dijo así mismo para después repetirlo una y
otra vez— No, no, no, no, no, no, no... ¡Nooooo!
77
Se limitó a limpiar todo lo que la hoz había salpicado. Frotó
con todas sus fuerzas el piso para dejarlo tan blanco como es-
taba. Con una jerga y un trapeador estuvo así durante poco
más de una hora hasta que todo quedó igual de pulcro que
como siempre se hallaba. Rápidamente se apresuró a lavar lo
que acababa de utilizar, pero el problema mayor era su ropa y
sábanas que quedaron manchadas. Cambió de fundas y de ro-
pa para después apresurarse a lavar todo en el lavadero de
concreto que había en la azotea, mas en cuanto se dirigía ha-
cia allí su tío Grendel ya estaba en el patio checando el co-
rreo, ya había regresado de su trabajo. Sin saber qué hacer
volvió a su cuarto y guardó las telas manchadas en una de sus
cómodas de madera para después acostarse como si nada.
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Tomás.- Lo que ella fue lo intentó superar, y eso no me lo ne-
garás. Tu presencia aquí la afectó porque tú y ella nunca se
han llevado, aun cuando ya esté muerta. ¿Y todo por qué?
¿Por tus malditos prejuicios? ¿No podías ayudarla? ¿No que-
rías hacer las paces? Me pedías que hiciera la perdonara cuan-
do me vi obligado a ir en persona a la dichosa agencia; y lo
hice. Los pocos años en los que estuvimos juntos por lo menos
valieron la pena. Pero tú sigues atrapado aun cuando te rego-
cijes y lo niegues desde tu exitosa vida empresarial.
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guir no crees qué todos serían felices?! ¡No, espera, que todos
se creen felices, pero solo son amos y esclavos de sí mismos en
un sistema hegemónico que se ha olvidado del amor y lo ha
sustituido por la productividad y obediencia! ¿Después qué?
¿Acaso el final es consumir y morirse?
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Eran ya como las diez de la noche cuando el afligido
joven se hallaba acostado sobre la alfombra café que tenía en
el centro de su habitación, y de repente… recordó lo sucedi-
do. ¡Imágenes de lo que había hecho durante su último estado
de inconsciencia llegaban a su mente como un torrente furio-
so! Era muy borroso, pero se acordó que lleno de malicie se
introdujo en un callejón cercano a su hogar, e interceptó a
una pareja de enamorados; en cuanto el rompecabezas se ha-
llaba terminado en su agitada mente, casi le entraron ganas de
vomitar. Fue al baño, para después verse al espejo de pared
que había ahí. Estaba ya muy mal, veía que sus ojos cafés ya
no eran de ese color sino de uno rojo intenso, y detrás suyo…
Veía a su sombra. Era una niña casi de su misma edad, unos
dieciocho años aproximadamente, con un vestido morado,
guantes del mismo color que le llegaban hasta los codos, y con
una gran cabellera negra que le llegaba hasta la cadera; era tal
y como Tomás la había pintado en su cuadro en óleo.
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que no quedara nada del Tomás moral y preocupado por sus
semejantes.
Pocos minutos transcurrieron cuando el joven estu-
diante llegó hasta una calle que se le hacía familiar, y lo que
se encontró ahí no le resultó nada grato.
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Capítulo octavo:
Albedo
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Y así estuvo durante un largo rato, sentado y pensando en esa
banca pública. El señor Hyde lo seguía observando a la distan-
cia. Casi media hora después de estar urdiendo un plan, un
fugaz pensamiento pasó por su mente y lo azotó como una
tormenta engulle a un barco enano. — ¡Estúpido! ¡Pero qué
estúpido soy! No puedo creer que esté pensando en huir y de-
jar que Iakellín cargue con mis culpas. ¡Yo no soy un cobarde!
¡Mírate! ¡Dejando varado al único ser que me ha logrado
comprender!
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Vagabundo. —Se acerca un poco y se sienta cerca del joven
para preguntarle— Mira, ¡oh, oye! Antes, ¿cómo te llamas?
85
Vagabundo.- ¿Eh? ¿Qué dijiste? —dijo porque aparentemente
estaba un poco sordo, y el mareo de las sustancias que había
ingerido le afectaban los sentidos—
86
mirándolo con una sonrisa siniestra y burlona, en cambio él
comenzó a hablar con total sinceridad.
87
Y así Tomás regresó de nueva cuenta a su alcoba y se dispuso
a escribir sin filtro alguno. Esa carta iría dirigida al único ser
al que no ha logrado llegar a nada, su tío Grendel. Tal vez sea
en vano y al instante la tire o la utilice como servilleta, pero
aun así lo quiere intentar, quiere sacar dieciocho años de so-
ledad en una carta, para después, salvar de una vez por todas a
Iakellín Heliossher Hyde, el único ser que despertó algo en
Tomás. No fue la solidaridad, o un sentimiento del deber, sino
más bien algo que está más allá del bien y del mal.12
88
Capítulo noveno:
Citrinitas.
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El joven renacido, estando ligeramente cabizbajo, se parte a
pequeñas carcajadas de boca cerrada al escuchar la conversa-
ción de sus mejores amigos; casi segunda familia.
Luis.- ¡Hasta que se fue ese odioso pájaro! ¡Ya me estaba do-
liendo la cabeza con tanto graznido!
90
Y así las clases habían transcurrido. El resto del día fue tran-
quilo, sin mucho alboroto; los cuatro buenos amigos hablaron
sobre la plática que tuvieron con el señor Hyde en la mañana.
Ya estaban cerca de atrapar al perpetrador que se atrevió a in-
criminar a Iakellín; mas lo que no sabía la señora Hyde, Ed-
win, Navarro y Luis, es que Tomás y Cristof ya conocían la
identidad del culpable. Durante toda la mañana esos dos se
miraron mutuamente, con rostros llenos de preocupación, in-
tentando descifrar lo que pensaba uno sobre el otro. Al final
el señor Hyde les dijo a los jóvenes que los volvería a ver den-
tro de tres días.
Tomás.- ¿Y eso?
Tomás.- ¿Y eso?
91
Navarro.- Nel mijo, yo soy pacifista.
Tomás.- No, está vez no. Tengo que llegar a la casa antes de
que mi tío regrese.
Navarro.- ¿Y eso?
92
Tomás. —Con una pequeña sonrisa agregó—. Lo sé. Y trata de
abrirte un poco más a las personas, a este paso te vas a morir
solo.
93
El joven se levanta del suelo y una niña que iba con su mamá
lo observa, eventualmente preguntándole a ésta.
Secretaria.- Hija ahora no, mamá está ocupada con cosas del
trabajo.
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vida y me dedique a mi carrera, pero no puedo dejar a otro ser
humano cargar con mi peso —se seca sus las lágrimas con las
mangas negras de su camisa y con una sonrisa de felicidad di-
ce— Creo que le caerías muy bien a Iakellín, y puedo estar
seguro de que le mostrarías mis fotos tan vergonzosas de la
primaria y prescolar... ¡Ay, madre, hasta en el final de tus días
fuiste una entrometida! Querías ayudar a todos, pero siempre
te salía todo mal, y todos te tachaban de inútil y encimosa.
Nunca te comprendieron a excepción mía y de ese viejo ami-
go tuyo; me pregunto dónde estará, era una gran persona y
excelente profesor de ciencias. —Se vuelve a secar las lágri-
mas de la cara para concluir con su confesión— En fin... Ga-
briela Esquivel, madre, mi creadora, ya no sufras más en esta
cajita, ya no sigas en esta casa que pintan de naranja y blanco
cada cinco años, pero está más muerta que el pueblito de Lu-
vina. ¡Se libre, y disfruta tu paz, que pronto te acompañaré!
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De: Cristof Heliossher Hyde.
Para: Tomás Esquivel.
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Termina de leer la carta y la dobla, para después quedársele
observando al anillo hecho de rubíes que yacía dentro del so-
bre. Mas un sonido estruendoso interrumpió su concentra-
ción, e hizo que el corazón se le saltara en cuestión de
instantes.
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Grendel.- ¡¿Pues cómo quieres que la llame?! ¡¿Una santa?! —
saca su cabeza por completo del refrigerador y coloca un pa-
quete de carne molida sobre una alacena cercana— Esa mujer
nunca me atendió a mí ni a mis hijos, ¡y aun así mis hijos la
han elegido mejor a ella que a mí! Como ya he dicho, esa mu-
jer es una gorda, puerca, fea y mal educada. La única razón
por la que mantengo los servicios de la casa es por tu primo
hermano, y eso hasta que termine sus estudios. O si es que los
termina porque yo nunca lo he visto realizar tarea. ¿O tú lo
has visto hacer tarea?
Y así fue como Grendel dio media vuelta y subió hasta el se-
gundo piso de la casa. La cocina estaba arriba y costaba un po-
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co de trabajo bajar los alimentos, aun así, se hacía lo que se
podía.
Tomás.- Tío, ¿por qué eres así? ¿De verdad te has dejado llevar
tan fácilmente por las disque frases y consejos de felicidad? —
entre lágrimas se dijo— ¿Por qué lloro por un monstruo como
tú? Sí... es porque amo a la humanidad, con sus defectos como
con sus virtudes. Tío, sin importar cuánto daño me sigas pro-
vocando... no soy capaz de verte como un enemigo al que
eliminar, pero tampoco puedo darte la razón en cada prejui-
cioso comentario que salga de tu virulenta lengua. El sufri-
miento, la felicidad, ¡oh! Venid aquí con su resiliencia y
placer porque los extremos no han aprendido a cohabitar!
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turbador, consistía en que los medios eran casi como el se-
gundo ejército de una nación.
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Tomás.- Sin patria y aun siendo odiado, todo lo que haga
siempre será en pos de lo que creo.
—Si dentro del panteísmo decían que todo era Dios, hasta los
mortales. ¿Entonces Dios no sería un ente tan virtuoso, pero
tan estúpido también? Menos mal que no vivo en la época del
apogeo del cristianismo, antes de llegar a los dieciocho años y
ya hubiera sido excomulgado; eso sí que sería un récord. Pero
he de admitir que algunas ideas religiosas son rescatables. En
definitiva, me falta, y siempre faltará, mucho por aprender…
Nunca, nadie, podrá alcanzar la totalidad, y menos en este
mundo de soledad, que contradictoriamente se halla híper
conectado.
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perimentaba todo tipo de sueños que provenían desde lo más
profundo de su subconsciente.
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Capítulo décimo:
Memorias de un caído
103
Te pido por favor que cuides de tus hijos, son excep-
cionales. Ella es una gran artista y mi primo-
hermano es un gran conocedor de la ciencia, pero las
discusiones que haces con tu esposa solo ocasionan
que todo ese potencial se vaya a la basura. ¿No te das
cuenta de que mi primo se ha vuelto más distante y
eso a lo que tú llamas como "huevonada" no es nada
más que el resultado de una depresión progresiva? Y
mi prima... Tan solo mírala, casi está en los huesos y
no porque sea tan floja para preparase de comer, sino
porque esos mismos problemas la dejan sin ganas de
siquiera hacer algo en presencia tuya. Ella puede ser
una gran diseñadora gráfica, tiene muchas ofertas
de empleo en donde le pagarían una fortuna por crear
algo que valga la pena ser observado, pero no puede
porque esos mismos problemas familiares ya no le
dan una razón para seguir su sueño. Lo sé porque yo
también lo sentí, el crear una obra tan bella pero solo
poder ver reflejado la porquería que te asfixia día y
noche.
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rio, y solo recibir ayuda de alguien en el momento en
que resulte imposible superar "x" prueba. Nos guste o
no, tarde temprano necesitamos del otro para apoyar-
nos. Somos animales sociables, no meros objetos o
pedazos de carne arrojados para solo dedicarse a con-
sumir y producir.
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te amo, y a toda la humanidad también. Algunas
veces te sacarán de quicio las personas, pero creo que
esa es su cualidad más divertida; qué aburrido sería
la felicidad ininterrumpida, y qué dolor constante
serían las tragedias sinfín. Siempre estaré en deuda
con todos los que me han ayudado a levantarme y
llegar en lo que soy ahora. Madre, abuela, el profesor
Juan, Navarro, tú, y muchos más; siempre estaré en
deuda con ustedes porque ya sea en las malas como
en las buenas, ustedes han estado ahí.
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Capítulo décimo primero:
Rubedo
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Él se sentó en un pequeño banquillo que había en la sala. Se
encontraba ante toda la familia Hyde, que lo observaban co-
mo si ellos mismos fueran los jueces en ese momento.
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Iakellín.- Y si no se encuentra en el placer, ¡¿entonces dónde
se encuentra?!
Señor Cristof.- Luchas por un futuro mejor, pero eres tan es-
túpido que a veces te olvidas de ti mismo; no te das el aprecio
que necesitas. Y no, la autoapreciación no es algo soberbio o
de vanidad, es el hacerte valer y definirte en un lugar dentro
de esta sociedad. Eres superior a la media, porque claramente
demuestras una determinación, amor e inteligencia que muy
109
pocos poseen. Pero de nuevo volvemos a lo mismo, sigues
menospreciándote a la vez que intentas ayudar a otros para
sentirte mejor contigo mismo. ¿No es algo contradictorio que
ames a la humanidad, pero no seas capaz de amarte a ti mis-
mo? ¿O será acaso que en tus cavilaciones omitiste el hecho
de que ayudas a otros para que así no te abandonen?
Señor Cristof.- ¡Yo hago las preguntas aquí! —dijo con una
furia que casi parecía la de un terremoto. La casa de los Hyde
se agitó violentamente sin explicación alguna—
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Señor Cristof.- ¿Y no puedes enmendar lo que has hecho de
una forma que sea proporcional a lo que has arrebatado?
Tomás.- Yo...
Iakellín.- ¿Tú qué Tomás? Eres mera carne que tiene que sa-
tisfacer sus necesidades biológicas, solo tienes tu carne. Al fi-
nal lo que esté más allá del mismo entendimiento no lo
puedes ni asegurar ni negar; o te conformas con la carne y ha-
ces lo que puedas con ella, o arriésgate a girar tres veces más.13
111
Señora Hyde.- Pero te vas a entregar a la justicia, y si lo haces
ya no podrás seguir. Además, ¿no crees que podrías aprove-
char tu vida para salvar a más personas y así redimir tus actos?
Tal vez los demás nunca te entiendan, pero tú estarás seguro
de que todo lo que has hecho lo has realizado porque tú real-
mente lo querías hacer así. Podrás morir sabiendo que hiciste
lo que estuvo a tu alcance.
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acera te reconocí a lo lejos porque antes de que te colocaras
esa extraña máscara logré ver tu rostro; aparentemente guar-
dabas un objeto debajo de tu camisa negra. Te seguí hasta el
callejón más cercano, pero en cuanto te vi ya habías cometido
ese asesinato. Me viste, yo te vi, y con una dulce pero siniestra
voz que venía de ti me preguntaste si es que estaba dispuesta a
encubrir tus actos. En un principio no comprendía nada, por
lo que esa voz me lo explico todo y de una buena vez sabía
qué era lo que te afligía. Llegué a un acuerdo con quién sabe
qué y asumí la responsabilidad de ese crimen al momento en
que me hice un pequeño corte en el brazo; dejé caer un poco
de mi sangre sobre la escena del crimen. Pero al parecer lo
que te poseyó no cumplió con su parte del trato y volvió a
cometer dos homicidios más. Creo que el resto ya lo sabes a la
perfección Tomás.
Señor Cristof.- Bien, entonces solo queda una última cosa por
hacer.
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El teléfono de los Hyde comienza a sonar, por lo que la madre
de Iakellín contesta y dice:
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mientras que su sombra le dice: — Si realmente has aprendi-
do, este dolor no es nada en comparación de lo que ya has su-
frido. Es hora de despertar, porque esta recapitulación ha
terminado. Cumple con tu promesa, Tomás, hasta el final y
dando siempre lo mejor de ti. Estamos condenados a ser feli-
ces...14
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Mientras que aquella hermosa e inteligente mujer iba a su
trabajo, no podía evitar pensar en todo lo que pasó. — Pero
que hombre más extraño eres, Tomás Esquivel. Nunca me
cansaré de ti, estás lleno de sorpresas. Solo espero que nues-
tros hijos no salgan con esa manía tuya de quedarse hasta des-
horas de la noche para ver la luna llena salir junto con las
estrellas.
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Epílogo
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Funcionario.- ¿Ah sí? —contestó ofendido— Entonces díga-
me, ¿si tantas cosas usted sabe por qué no nos da una solución
para esta problemática?
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Funcionario.- Señorita Anatolia, ¿qué piensa usted?
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satisfactorios, pero de nada sirve si cada año la cantidad de ba-
sura es el doble de lo que una recicladora puede procesar. Por
no mencionar que existe el riesgo de que en estas plantas haya
filtraciones de contaminantes ya sea en el aire o en la tierra,
lo que vuelve más compleja y costosa la inversión constante
en estas plantas. Más aún, como dijo mi colega: Yo no estoy
aquí para salvarlos. La ciencia no es dios damas y caballeros, el
mismo conocimiento científico se desarrolla a base de prueba
y error; no crean que tendremos una solución definitiva en
tan solo una sesión aquí, en el parlamente nacional.
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Anatolia.- Ay Tomás, han pasado poco más de doce años des-
de que los conociste y a tus treinta y los sigues llamando el
"crew".
Anatolia.- Cheshire...
Tomás.- Cegadora...
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Navarro.- De mi madre, ¿y ustedes?
Navarro.- Adivina.
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Anatolia.- Por favor, Tomás, dale el gusto a la pequeña.
Tomás.- ¡Pero hace que me sienta más viejo! ¡Eres cruel niña,
por eso te voy a comer! —afirmó con expresión y tono de bu-
fón—
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Una vez que habían llegado a donde los estaría espe-
rando Iakellín Heliossher Hyde, todos se saludaron y comen-
zaron a comer en el parque cercano al instituto en donde
Tomás y compañía habían estudiado.
Navarro.- ¡Ya te dije que estás viejo! ¡Tan solo mírate esa bar-
ba, pareces Aristóteles, pero con pelo negro!
Navarro.- ¿Qué insinúa negro que viste como oficinista del si-
glo veinte?
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Anatolia.- ¿Qué fue lo que pasó Luis? —preguntó con suma
tristeza— Que yo recuerde ella y tú siempre han sido muy
unidos.
Luis.- Lo sé, pero ella lo era todo para mí. O una de dos: las
descuidaba para así comprometerme con el trabajo y competir
por mi puesto, o dejo mi trabajo, pero ya no hay ingresos en la
familia. Y como ven terminó pasando la segunda.
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no puedes exigirle a alguien hacer algo que le es imposible
hacer porque evidentemente no es apto para ese trabajo. Tú
eres mejor en cuestiones de electrónica, automóviles y ense-
ñar a otros para que toquen instrumentos musicales.
Luis.- Sí, pero la sociedad tiene sus reglas, te tocó donde te to-
có, así que te aguantas.
Tomás.- ¿Cómo qué: "pues así nos tocó"? —comunicó con los
brazos cruzados— ¿Así que o te chingas o te jodes? ¿Si algo va
en contra de la estabilidad de las personas lo dejaremos pasar
porque según eso es lo que les tocó y por ende haremos la vis-
ta gorda diciendo que son unos huevones o que no son lo sufi-
cientemente aptos para los días modernos?
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ganza, le diera tremendo golpe en la espalda con la excusa de
que era para salvarle la vida; Edwin asintió la broma y le lan-
zó un golpe al hombro. Al final ambos comenzaron a pelear
en el césped y Anatolia le dijo a Iakellín.
Anatolia.- Son tal para cual eh. Creo que se verían bien como
pareja sentimental.
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Iakellín.- No necesitas el tener que hacer tiempo. Solo dilo
por favor.
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conferencias, libros que has publicado, investigaciones que
has hecho con Anatolia, el dinero que has invertido en la
educación pública y críticas que has hecho a todos por igual
sin temerle a que te puedan silenciar a la fuerza. Tú te has
convertido en lo que le juraste a tu madre que llegarías a ser…
No te debes arrepentir de nada de lo que haya pasado. En par-
te fue tu culpa lo que sucedió, pero el sacrificio que hicimos
fue pequeño en comparación a lo que ya has hecho. No te
preocupes por mí, yo siempre estaré bien, mi padre me entre-
nó tanto física como mentalmente para resistir este tipo de
sentimientos, es por ello por lo que casi nunca me verás per-
der la serenidad. Pero escúchame por última vez, si sigues con
esta penosa actitud de verdad que me harás sacar lo peor de
mí. ¡Así que deja esas ideas de culpa y céntrate en lo que pue-
des hacer!
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Tomás.- Bueno, creo que aquí te dejo Iakellín. La casa de tu
familia sigue siendo la misma después de mucho tiempo.
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media hora cuando al fin llegó a su vieja casa. Abre el viejo
portón que ya no tiene el número ochenta y ocho pegado a un
lado y se introduce en aquella finca de bastantes años de anti-
güedad. Ya no hay ningún altar en la entrada, más que una
pequeña vela con la foto de la abuela de Tomás; murió por
envejecimiento. Ahora él caminaba hasta el departamento de
su tío Grendel, ahí se encontraban Ana y Jacobo quiénes esta-
ban atendiendo a su anciano padre.
Tomás.- Veo que les sigue yendo muy bien como diseñadora
gráfica y experto en robótica.
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Jacobo.- Ya padre, estás demasiado grande para seguir enoján-
dote por cosas así.
Tomás charló por una hora con la familia, mas en cuanto die-
ron las cuatro con treinta minutos él tuvo que pedir disculpas
y retirarse, pero su tío lo detuvo y pidió a sus hijos que se fue-
ran un momento del cuarto, ellos obedecieron y ahora él tío
Grendel se hallaba solo con su sobrino.
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Tomás hizo caso y le entregó la mochila, el tío Grendel co-
menzó a sacar muchos papeles viejos hasta que encontró lo
que buscaba.
Tomás.- Lo mismo digo. Por eso me caías tan pesado tío, tie-
nes principios y conocimientos muy parecidos a los míos, se
sentía muy extraño y se sigue sintiendo extraño. ¡Pero ni
creas que me voy a volver empresario eh!
Tomás.- ¡Ay, tío, sabes que lo digo solo para joderte un ratito!
—dijo entre carcajadas y una sincera sonrisa— Aunque
bueno, hay de empresarios a empresarios.
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Grendel.- Creo que pediré que me entierren con ella, y con
los regalos que mis hijos me han dado.
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Anatolia.- Tomás... Por lo que has tenido que pasar. A veces
ni con todos los métodos científicos a mi disposición soy ca-
paz de entenderte. En la mayor parte del día y de la noche pa-
reces un niño, un infante ingenuo que quiere paz y felicidad
para todos. Luchas por un ideal ingenuo, y eres un estúpido
por ello, pero no es excusa para burlarse de ti... Es lo más va-
leroso e inocente que alguien pueda hacer.
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Anatolia.- ¿El poder de la especie?
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cambiar, y odiar a alguien me es tan aburrido que solo me trae
viejos recuerdos que es mejor dejar en el diván de la juventud.
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El camino ha sido tomado, el destino entre muchos otros ya ha sido sella-
do, por la decisión ya sea voluntaria o involuntaria de cada ser que habita
en este vasto abismo; abismo que se encuentra dentro de cada uno, y
abismo que siempre estará ahí cuando se mire a las estrellas.
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Notas del autor
1 Esta novela corta se comenzó a editar por primera vez el 28 de Julio del 2019 en
una tarde de verano en el poblado de Petacalco, estado de Guerrero, México.
Actualmente ha pasado por tres ediciones, siendo esta la última y exclu-
siva para publicar en físico o como e-book.
9¿Perdonar? Está claro que el perdonar los malentendidos, pequeños errores entre
otras circunstancias, en donde ambas partes se arrepienten de lo que hicieron,
ayuda a que se pueda vivir en convivencia mutua: ¿Pero realmente se puede per-
donar absolutamente todo? He aquí el dilema moral de un verdadero cristiano.
10Si Dios no existiera… ¿Todo estaría permitido? ¿Quién modera ahora al indivi-
duo?
13Para el lector, palabras clave: Rueda del Samsara es un concepto metafísico del
hinduismo y budismo en el que todos mueren y viven en un estado cíclico cons-
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tante, y dependiendo de sus acciones en vidas pasadas, su karma será favorable, o
en contra en su vida actual.
Desde la corriente budista es posible el liberarse del sufrimiento de la re-
encarnación alcanzando el nirvana, pero, solo desprendiéndose de todo para así al-
canzar la iluminación. Aquí claramente Tomás ni ningún personaje se desprenden
de sus bienes, mucho menos de su pasado: ¿Entonces cómo alcanzaría en el caso de
Tomás la liberación de la que le están hablando?
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