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Chelsea Cox es una cantante, compositora y modelo británica

mundialmente reconocida. Con tan solo 19 años es la artista


femenina más vendida de la última década y ha alcanzado la mayor
cantidad de álbumes en el top 10 del Billboard en toda la historia
musical.

Su vida está llena de excesos, cámaras, fiestas, drogas, alcohol y


sexo casual. Hasta que un día la decadencia y la miseria empiezan
a hacerse presentes en su diario vivir, y es ahí donde conoce a un
hombre misterioso, el cual la ayudará a entender que la realidad no
necesariamente coincide con las apariencias, y que debe tomar
acción para descubrir quien realmente es ella cuando el show
termina.
Angie Ocampo

BACKSTAGE

NOTA DEL AUTOR


Bienvenida/os a este nuevo mundo musical lleno de paparazzis, flashes, cámaras, drama y
oscuridad que he creado para nuestro entretenimiento.

Antes de que empiecen la lectura, quisiera darles unas pequeñas advertencias.

CONTENIDO +18

La novela contiene escenas de sexo, violencia, autolesiones y abuso de sustancias


ilegales.
SI EN ALGÚN MOMENTO HAS PASADO O ESTÁS PASANDO POR ALGUNA
SITUACIÓN PARECIDA A LO QUE NARRARÉ, DEJARÉ AQUÍ UN ESPACIO DONDE
PODRÍAS ENCONTRAR AYUDA, PERO SIEMPRE SERÁ MEJOR BUSCAR A UN
PROFESIONAL O HABLAR CON TU FAMILIA.

https://support.wattpad.com/hc/en-us/articles/200774284-Counseling-and-Prevention-
Resources

En ningún caso promuevo el consumo de drogas.


No siendo más, nuevamente bienvenida/os...

¡Y que empiece el show!

PREFACIO
Chelsea
—Novecientos once, ¿cuál es su emergencia?

Mis parpados se sienten pesados cuando intento abrirlos.

—Ella... Ella está... No responde, su pulso es bajo y hay muchos


tarros de pastillas vacíos a su alrededor.

¿Mamá?, no logro reconocer con exactitud la voz.

—Entiendo, ¿puede verificarme su ubicación?

Suena como alguien hablando por el altavoz de un celular.

—5 Park Lane, Mayfair, penthouse 3. Por favor, envíen ayuda


rápido.

¿Ayuda?

No la necesito.

—Estarán ahí en menos de 2 minutos.

¿Quiénes?

No puedo moverme...

—¡No puedo esperar 2 minutos!, ¡es Chelsea Cox quien está en el


piso inconsciente!

No soy nadie y no debería estar solo inconsciente.

Siempre haciendo todo mal...


—Tranquila, ¿cuál es su nombre?

—Amanda, Amanda Cox, soy su madre.

Que no le crea.

—Amanda, su hija estará bien. La ayuda acaba de cruzar el lobby


del hotel, van subiendo.

¡Que no necesito ayuda!

—Maldita sea Chelsea, ¿por qué hiciste esto?

Aquí la pregunta sería... ¿Por qué no hacerlo?

Había tardado.

—Amanda, ¿ya están ahí?

¡No me toquen!, ¡no necesito ayuda!

—Sí... —un estruendo se escucha al fondo—. ¡¿Qué le hacen?!


¡No!

Algo frío se siente en mi pecho y después de eso...

Nada.


Una vez alguien me dijo que debía sacrificar algunas cosas si
deseaba triunfar y volverme la estrella que siempre he querido ser, pero
nunca pensé que ese "algunas cosas" iba a ser mi vida completa. Tuve que
ceder el control, tuve que volverme una muñeca a la que le dan un
micrófono y la tiran ante más de cien mil personas gritando.
Después de 3 años de llevar mi música a cada rincón del mundo,
aún me da terror pararme en un escenario, aunque no lo parezca, aunque
me salga natural el bailar y cantar al mismo tiempo, el saludar y sonreír
sin ganas.

Soy un molde de la típica pop star que todos quieren ver y escuchar.
Soy lo que la gente quiere admirar. Soy la pareja de un hombre que todos
aman... Todos menos yo. Soy la diva que se viste con los tacones más altos
y la ropa más ajustada. Soy la amiga "cool" de otras celebridades que me
fastidian. Soy alguien que nunca se molesta y siempre debe estar feliz. Soy
alguien que debe de seguir órdenes y no opinar. Soy quien debe cantar la
letra de la canción que le pongan en frente y no la que realmente quiero
escribir. Soy la depresión y ansiedad que me consume, y no la buena salud
mental que ostento tener. Soy los escándalos, las fiestas, las drogas y el
alcohol que consumo...

Soy...

Soy tantas cosas frente a ojos ajenos y cámaras con flashes... Pero,
pero tal vez, solo tal vez, debería descubrir quien realmente soy detrás de
todo... Tal vez debería ir atrás, a lo que sería el backstage de mi vida.

Soy Chelsea Cox y esta es mi –no muy feliz– historia.


CAPÍTULO 1
Chelsea

Los Ángeles, Estados Unidos.


Un mes después...

El sonido de la cortina corriéndose me despierta y justo cuando


decido abrir mis ojos, la luz del día ataca mis córneas.

—¡Levántate! —jala el edredón que cubre mi cuerpo hasta tirarlo al


piso —. ¡Tienes una entrevista en una hora, Chelsea!

Arrugo mi ceño para tratar de minimizar el sufrimiento que me


causan sus gritos contra mi cabeza. Trato de sentarme en la cama, pero no
puedo debido al mareo y las náuseas causados por el alcohol y otras drogas
de la noche pasada.

—¿Por qué no llevo ropa? —susurro para mi misma cuando noto


que solo uso ropa interior.

—¡Quién sabe qué habrás hecho, Chelsea Dorothea Cox! —los


gritos de mi madre vuelven a llenar la habitación.
No recuerdo una mierda.

Varios toques desesperados se escuchan en la puerta, Amanda sale


corriendo para abrir y dejar entrar a más de 10 personas.

—¡Va a llegar tarde! —dice Fabrik adentrándose en el lugar —. ¡Oh


mierda! —su rostro se tiñe de terror cuando ve mi estado.

Quiero vomitar.

Y lo hago. Sobre la alfombra cara del hotel. Frente a mi equipo de


estilistas y publicidad. Frente a la intensa que tengo por madre.

Todo lo que sale en reversa de mi estómago es color azul, azul


eléctrico.

—Necesitamos un milagro para arreglar la porquería de mujer que


es ahora mismo —le susurra Amanda a Fabrik, pero lamentablemente
escucho.

Necesito agua.

Trato de ponerme de pie para ir hasta el minibar, pero me caigo de


bruces. Mi frente se golpea fuerte con la alfombra y un quejido escapa de
mis labios.

—¡Es un asco!, ¡aún está ebria! —exclama el delgado hombre con


voz femenina —. ¡Stefani!, arregla esto como ya sabemos.

—No quiero ver esto, los espero abajo —dice Amanda saliendo de
la suite.

—No quiero esa mierda —logro pronunciar, pero fallo intentando


que me salga claro.
Tienen razón, aún estoy ebria.

—Es la única opción que tenemos, Chelsea. Ellen nos espera y no


arruinarás esta maldita oportunidad. Hemos trabajado tan duro por ello...

—Que sea rápido y tráiganme algo de comer —vuelvo a sentarme


sobre la cama.

Llevo mis manos hasta mi cabello. Está graso, enredado y huele a


marihuana.

¿Qué mierda hice anoche?

Fabrik chasquea los dedos y Stefani, una morena de baja estatura


que evita mirarme desde que entró, se acerca a él y le tiende la pequeña
bolsa de polvo blanco. Fabrik me la tiende junto con una tarjeta de crédito y
un billete de 5 dólares.

Miro a todos en la habitación, nada les aterra. Ya están


acostumbrados a esta "solución".

Riego la cocaína sobre la mesa de noche y hago tres líneas delgadas


y rectas con ayuda de la tarjeta. Enrollo el billete como un pitillo y me
inclino para inhalar el polvo que me quitará enseguida los síntomas de
ebriedad.

Esnifo profundamente para que todo entre bien en mi sistema. Me


limpio la nariz con la palma de mi mano y me pongo de pie para ir hasta el
baño.

—¡No tardes! —me grita Fabrik antes de que le cierre la puerta en


la cara.

Voy directo hasta el espejo para escudriñar mi rostro, pero las


lágrimas que no había sentido son lo primero que llaman mi atención.
Esto es una mierda.

Me veo como una mierda.

Soy una mierda.

Quito con presura la poca ropa que llevo encima y me adentro en la


ducha con agua helada. Siento como la blanca droga y su característico
sabor amargo empieza a bajar por mi garganta. Es tan desagradable.

—¡Chelsea! —tocan la puerta con horror —. ¡Tarde!, ¡es tarde!

Abro la boca para beber agua y poder pasar el mal sabor a cocaína.
Lavo todo mi cuerpo, mi cabello y salgo para envolver una toalla alrededor
de mi torso.

Abro la puerta y me recibe el andar apresurado que tienen las


personas aquí dentro. Doy un paso afuera. La cama está cubierta de ropa y
maquillaje notablemente caro.

—Al fin —dice Fabrik apareciendo frente a mí —. Georgia, haz un


milagro con esto —toca mi cabello —. Y esto —señala mi cara.

—Sí señor —Georgia me toma del brazo y me dirige hasta una silla
reclinable que antes no estaba aquí.

Cremas, brochas, un labial y demás empiezan a hacer un tipo de arte


sobre mi rostro. Mi cabello empieza a ser jalado y secado, para que luego
mi cuero cabelludo sea llenado de extensiones. Alisan, rizan al final y en
menos de 20 minutos, y gracias al trabajo de 10 pares de manos, estoy lista.

Engullo un sándwich a la velocidad de la luz.

Me desnudo ante todos y pongo la ropa sobre mi cuerpo con ayuda


de los estilistas.

—¡Oh! ¡Un milagro! —exclama Fabrik cuando me ve.


Voy hasta el gran espejo al fondo de la suite para echarme un
vistazo antes de salir. Reparo mi rostro, donde no ha quedado ni una sola
señal de lo que fue mi noche anterior, ni de las lágrimas que he derramado
ahí dentro.

Mi vestuario consta de un vestido ajustado, pero un tanto sencillo de


color blanco. Es lo más decente que he usado este último mes.

—Deberías operarte el pecho y la nariz, siempre que te maquillo no


cuadra y en las fotos saldrías mucho mejor —habla Georgia a mi lado.

—Vivo diciéndole lo de los senos, daría de qué hablar, sería más


llamativa, más atractiva tanto para mujeres como hombres —agrega Fabrik.

—Lo pensaré —digo fingiendo una sonrisa.

Esquivo sus críticas y sugerencias destructivas para salir por la


puerta hacia el ascensor, pero antes tomo mi celular. Busco su nombre entre
los contactos y deslizo hacia un lado para llamar.

—Buzón de mensajes... —responde el contestador automático.

—Hey, Matthew... Yo... —carraspeo —. No sé qué pasó anoche. Si


sabes algo, déjamelo saber para estar un poco más tranquila. Te veo luego,
un beso.

Oprimo el botón que me descenderá hasta el lobby. Al salir me


reciben una docena de guardaespaldas tan altos como un jugador de la
NBA.

Forman un círculo de seguridad a mi alrededor y empiezo a caminar


junto con ellos hasta la salida, donde hay parqueadas 3 camionetas
blindadas, de último modelo. Abordo la de la mitad y justo en el momento
en el que me siento dejo salir todo el aire retenido.

El cuero cabelludo me arde y me pesa debido a las capas de cabello


falso que tengo incrustadas en él.
—Pronto llegaremos, señorita Cox —avisa el conductor después de
varios minutos.

Medio sonrío a través del retrovisor.

A mi lado está mi madre y al otro tengo a Alicia, mi manager,


haciendo mala cara, y hablando calurosamente con quién saben quién.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Amanda.

—Ya no estoy ebria, si es lo que te interesa —respondo sin mirarla.

La cocaína ha quitado de mi sistema cualquier rastro y evidencia de


ebriedad física, pero por dentro mi cuerpo grita y pide auxilio. Estoy tan
drogada que ni siento mi propia piel.

Bajo del auto apenas me dan la señal de que hemos llegado a los
estudios de Warner Bros en Hollywood. Me conducen hasta el set de
entrevistas y nuevamente más gente se vuelve a ocupar de mi rostro y
cabello pese a ya estar maquillada.

El camerino se abastece de personal que nunca antes había visto. Mi


manager cuelga el teléfono cuando entra y se planta frente a mí.

—No quiero errores Chelsea. No seas grosera. Sé linda, amable,


graciosa y trata de cambiar esa cara de mal gusto que tienes —toca las
comisuras de mi boca con sus dedos y las eleva —. Agradece que eres
bonita —se echa para atrás y rueda los ojos —. Ellen te preguntará lo
básico, pero acordamos en que darás muchos detalles de tu relación con
Matthew y sobre el nuevo álbum.

Asiento con la cabeza.

—¿Algo más? —inquiero con seriedad.

—No —mueve su cabeza —. Hablaremos de anoche cuando


termines. Estás rompiendo tus condiciones y no quiero tener que enviarte
a...
—No deseo hablar ahora, puedes irte —digo y me siento recta para
alcanzar a ver mi reflejo en el espejo.

La pelirroja me mira con indignación y sale dando fuertes zancadas.

—¡Entraremos al aire en dos minutos! —grita un hombre con una


diadema desde el umbral de la puerta.

—Listo, ¡te ves grandiosa! —exclama alguien que jamás había visto
mientras peina mi cabello.

El hombre con la diadema vuelve aparecer por la puerta.

—Señorita Cox, la acompaño —me tiende su brazo.

Lo tomo para que me guíe en medio de tanta gente yendo y


viniendo. Ellen ya está en el set de grabación y está haciendo su típica
introducción, para luego empezar a hablar sobre mí y mencionar mi
nombre.

El hombre me indica que es mi turno de salir. Lleno mis pulmones


de aire y arreglo la mejor sonrisa que tengo en mi cara

Doy unos pasos con bastante cuidado, evitando tropezarme, pues


llevo puestos ese tipo de tacones que no fueron hechos para caminar.

Los asistentes que están presentes en el set, me reciben con grandes


aplausos. Ellen se levanta para saludarme. Mis manos sudan y espero no
estropear algo tan simple como lo es decir "hola", o dar un abrazo y apretón
de manos.

—Qué honor y placer tenerte aquí, Chelsea —dice la rubia para


luego invitarme a tomar asiento.

—Oh no —niego sonriendo —. El honor es todo mío, siempre soñé


el sentarme aquí a tu lado.

—Espero que en ese sueño haya estado bien presentada —acomoda


su cabello.
Todos ríen.

—Claro que lo estabas, siempre lo estás —vuelvo a sonreír.

—Entonces genial —se remueve en su asiento —. ¿Cómo ha estado


tu salud?, oí que estuviste hospitalizada hace un mes.

Mierda.

—Mi salud ha estado genial, pero sí, hace un mes sufrí de una fuerte
neumonía y tuve que pasar algunos días internada. Pero ahora estoy
excelente —más sonrisas en mi rostro.

—Eso me alegra muchísimo, Chelsea —sé que se alista para una


nueva pregunta —. Espero que Matthew te haya acompañado todos esos
días.

El público se junta para hacer un "awww".

—Realmente no —seco mis manos en mi vestido —. Matthew tenía


muchos compromisos en ese momento, aunque él lo añoraba, no pudo estar
presente.

—Entiendo, el tener un novio que se mueve en el mismo medio


musical debe ser un poco complicado.

—Un poco bastante, pero el amor lo puede todo —pongo una cara
de ternura.

—¡Claro que sí! Y de eso trata tu nuevo álbum, ¿no? —inquiere.

—Sí, del amor, pero un amor un tanto extraño... —ladeo la cabeza.

—¿Extraño cómo?

«No lo sé, yo no escribí las canciones», quisiera responder.

—Es sobre ese amor imposible que muchos tenemos en nuestras


vidas. Sobre ese amor inalcanzable al que queremos llegar, pero nos tiene
en la ignorancia a muchos —repito lo que me hicieron memorizar.

«Ese no es el amor que nos merecemos», pienso.

—A muchos nos pasa y nos encanta ese tipo de amor. Es cómo...


Entre más difícil seas, más me gustas —dice Ellen.

—Exacto —asiento con la cabeza.

«No, el amor no debería ser difícil. El sentimiento debe ser mutuo y


fuerte, para que lo que alguna vez se presente sea tan sencillo de
sobrepasar si tienes a la persona que te ama y tú amas al lado».

Vuelvo a morderme la lengua.

—¿Matthew ha sido tu inspiración en algunas canciones?

—Sí —miento —. Nuestra relación ha pasado por mucho estos dos


últimos años y no hubo mejor inspiración que él.

—¡Romántico!

Todos aplauden y sonríen, y por ende yo hago lo mismo.

—Has estado bastante alejada ya de los escándalos y de las fiestas,


¿a qué se debe esto? —vuelve a cuestionar.

«No es cierto, es solo que ahora me aseguro de asistir a fiestas más


privadas».

—He estado madurando un poco, estoy próxima a cumplir mis


veintiún años y soy más consciente ahora de que tengo una imagen que
cuidar, pues muchas de mis fans son adolescentes, y quiero dar un buen
ejemplo para ellas.

—Eso es estupendo, Chelsea. Eres muy conocida mundialmente y


no creo que me equivoque al decir que serás la próxima reina del pop,
puesto a que ya eres la princesa —ríe.
—Voy paso a paso, pero sí, espero algún día ser recordada con ese
gran sobrenombre —sonrío aún más y más.

La entrevista continúa con más estupideces sobre el amor y mi


relación con Matthew Reigen, el vocalista de una de las bandas más
famosas de rock actualmente.

En ningún momento dejo de sonreír y poco a poco voy sintiendo


como los efectos de la cocaína van descendiendo. Una sed mortal se instala
en mi garganta y cojo el vaso con agua que tengo al frente para beber con
elegancia.

Mi corazón ha empezado a latir más rápido y el lugar se ha puesto


aún más caliente, o tal vez solo soy yo sufriendo los adversos de haber
esnifado. Tengo calor y siento como mi frente se llena de gotas de sudor.

Unos minutos más y todo terminará. Respondo y hablo sobre las


últimas preguntas. Agradezco que no hayan aceptado que cantara hoy, no
podría, estoy a punto de volver a vomitar.

El programa acaba y gritan "¡corte!". Ellen trata de felicitarme y


abrazarme, pero debo evadirla para salir corriendo al primer baño que
encuentre.

—¡Un baño! —pido llegando detrás del set.

—Acompáñeme, es por aquí —me dice una mujer que no conozco.

Unos cuantos pasos más hasta que llego a un pequeño sanitario y


devuelvo el sándwich que ingerí hace unas horas. Ya no hay más líquido
azul, y entro en calma cuando he terminado. Limpio mi boca con agua y
cuando salgo, encuentro a una enfadada Alicia y Amanda.

—¿En qué mierda estabas pensando al beber tanto?, quién putas


sabrá qué más ingeriste —repara Amanda.

Paso por su lado empujando su hombro.


—Chelsea, estás condicionada. Si vuelves a cometer otra maldita
falta, solo una más y tendremos que enviarte a...

—¡Basta! —me giro para encararlas —. ¡Me tienen hasta la mierda!

De la nada la palma de la mano de mi madre se estrella contra mi


mejilla, haciendo que la piel arda y mi cara quede mirando hacia otro lado.

Me recompongo y la miro con el odio más puro que he podido sentir


siempre. Sin pronunciar algo más, vuelvo a tomar mi camino hasta la salida
de este maldito laberinto. No quiero saber nada, no quiero hablar con nadie.

Necesito...

Necesito no ser.

Tomo mi celular y marco uno de los tantos números guardados.

—¿Randall? —pregunto cuando contesta.

—Ce Hache —dice a modo de saludo.

—¿Tienes lo de siempre?

—Para ti siempre habrá lo que quieras.

—Perfecto, nos vemos donde siempre en una hora —cuelgo.

Diviso el auto estacionado fuera del enorme set y subo a él.

—Sácame de aquí.

—Señorita Cox, tengo órdenes de...

—Te daré mil dólares —ofrezco.

El hombre me mira dudoso, le alzo una ceja y luego procede a


asentir con la cabeza y a echar el auto en marcha. Le doy las indicaciones a
donde debe ir. Randall es mi contacto aquí en Los Ángeles, siempre tiene el
mejor producto y es bastante discreto.
Quiero dejar de sentirme como la mierda que soy y muchos
consideran brillante, quiero no ser, no ser...

CAPÍTULO 2
Chelsea

La extensión del océano se divisa desde mi ubicación. Estoy cerca a


Santa Monica Pier, pero alejada de la multitud de personas, que se pueden
apreciar desde aquí, un lugar más elevado donde el chófer ha estacionado.

—No podemos estar aquí, señorita Cox —avisa.


—No será por mucho, solo estoy esperando a alguien —el sonido de
una moto me alerta y giro para darme cuenta de que es Randall.

Ajusto mis lentes y doy un paso en su dirección cuando estaciona


frente a mí. Baja y se saca el casco de la cabeza, dejando que su despeinado
cabello baile con el viento.

—Hey, Ce Hache. Que gusto volver a verte —me abraza y le


respondo con aún más fuerza, pero él rompe la unión.

—Sabes que odio las demostraciones de afecto —ríe.

Lo extrañé.

—¿La tienes? —pregunto ansiosa.

La cocaína ha empezado a dejar efectos secundarios sobre mi


cuerpo, y la odio. Estoy temblando, sudando y no es por el calor de la
ciudad.

—Claramente —dice y pasa el maletín que tenía en la espalda hacia


el frente —. ¿Por qué tan arreglada?

—Tuve una entrevista —respondo.

—¿Qué has consumido?, te noto extraña y tus ojos...

—Cocaína, estaba ebria esta mañana y tenía un compromiso


importante.

—La vieja confiable —bufa.

Saca una bolsa de cierre hermético con moños de marihuana en el


interior.
—Mierda, Randall. Pensé que me lo traerías armado, no tengo
tiempo —gruño.

Ríe.

—No te preocupes, te armaré uno. Soy un gran arquitecto —se


sienta sobre su moto —. Mejor cuéntame, ¿cómo te va?, ¿cuánto tiempo
estarás aquí en LA?

Suelto un suspiro y trato de calmar la taquicardia que me produce el


bajón de la droga anterior. Necesito fumar pronto para relajarme.

—Estoy bien. Estaré hasta mañana, debo volver a Londres a trabajar


en algunas cosas —me encojo de hombros.

Cosas como campañas publicitarias, fotos para el nuevo álbum, un


video musical pendiente, una pasarela, tres fiestas aburridas y elegantes, un
concierto de beneficencia, grabar algunas canciones más, una entrevista en
la radio, una visita a mi cirujano, y mucho más que ahora mismo no
recuerdo.

—¿Qué harás en la noche? —pregunta mientras muele la hierba en


el grinder.

—No lo sé, creo que tengo una cena con alguien "importante" —
alzo mis dedos para hacer las comillas en el aire.

—Suena aburrido —tuerce la boca.

—Un tanto —me encojo de hombros.

Randall es un buen y viejo amigo. Fuimos a la escuela privada en


Londres, luego él se mudó aquí para deshacerse de sus tóxicos padres,
emprendió algunos negocios, incluido el de vender hierba. Solo le ofrece a
gente conocida en el medio y por eso está aquí, Hollywood es la cuna de
gente "conocida" y fiestas llenas de excesos.
—En Beverly Hills habrá una fiesta... —dice y empiezo a negar con
la cabeza. Hollywood también es cuna de paparazzis —. No, déjame
terminar. Es en extremo privada, la organiza un jugador de la NBA, Travis
West.

—No tengo ni la menor idea de quién es, no veo televisión y por


ende tampoco ningún deporte —vuelvo a negar.

—Mejor aún, te lo presentaré. Es bastante discreto, créeme. Él y sus


invitados también le temen a los paparazzis —lleva el porro sin sellar hasta
su boca.

Lo enrolla, lo pega y me lo ofrece.

—¿Encendedor? —pido.

Lo pone sobre la palma de mi mano, llevo el cigarrillo hasta mi


boca e inhalo mientras quemo el otro extremo con la llama que me ofrece el
pequeño artefacto.

—¿Habrá éxtasis? —cuestiono sin dejar salir el humo.

—Todo lo que quieras, Ce Hache —sonríe —. Ve, realmente me


gustaría pasar tiempo contigo antes de que te vayas y no volvamos a vernos
hasta dentro de otros 2 años.

Suelto el humo y no lo pienso mucho, cualquier motivo que pueda


usar para desaparecer de la vista de mi madre y mi manager es perfecto. Ya
cumplí con lo importante.

Me fijo en la felicidad y súplica que emite su rostro, trato de no


romper mi seriedad hasta que su sonrisa causa una mía.

—Llama a tu amigo y avísale mi asistencia, no quiero llegar como


una intrusa —lo señalo.
Vuelvo a darle una calada más profunda al porro, lleno mis
pulmones con el humo y lo aguanto durante unos segundos, mientras llevo
mis ojos hasta la gran rueda y más atracciones mecánicas que están
construidas en el muelle.

El sol se está poniendo y en otro tanto más anochecerá.

—Debo irme rubia, te enviaré un mensaje con la dirección —echa


su maletín a la espalda y sube a la motocicleta.

—Espera, toma —busco dinero en mis bolsillos.

—Deja así, considéralo como un regalo de reencuentro —el


pelinegro me guiña un ojo para luego acelerar y perderse en la
despavimentada carretera.

Vuelvo a inhalar más humo. La vibración de mi celular me hace ir


hasta el auto y sacarlo.

—Al fin te dignas a aparecer —contesto.

—No te enojes, bonita. Estuve durmiendo —su voz suena ronca.

—¿Qué pasó anoche? —pregunto.

—Nos drogamos, nos emborrachamos, bailamos, follamos... ya


sabes, lo de siempre —ríe y escucho una voz femenina al fondo.

—¿Con quién estás, Matthew? —siento los latidos de mi corazón


acelerarse aún más.

La hierba ha empezado a hacer su efecto relajante, pero cuando


pienso en quien está con él, mi estómago se retuerce y un hormigueo
pesado se apodera de mi cuerpo.

—No estoy con nadie.

—Mientes —gruño.

—Estás loca, demasiado loca —cuelga.


Miro el celular y vuelvo a marcar su número, pero el buzón de voz
es quien responde.

Maldito hijo de puta.

Arrojo el teléfono nuevamente en el asiento trasero y termino el


porro para luego pedirle al chofer que me lleve de regreso.

Mi relación con Matthew es una mierda, una mierda de la cual no


soy capaz de salir. Según google, tengo una severa dependencia sexual
hacia él, pues es el único hombre que ha logrado causarme un orgasmo. El
sexo es increíble, pero cuando todo termina y nos distanciamos, es un caos.

Podemos pasar horas hablando y divertirnos juntos, pero están esos


días... Días en los que se pierde, no contesta, su actitud cambia y es
reemplazada por la mierda de estrella de rock que se cree.

Siempre se acuesta con la primera mujer que se le ofrece y aunque


me ha pedido perdón de rodillas, aunque ha llorado mares para que regrese
con él, deberá llegar el momento en el que voy a tener la fuerza para
mandarlo a la mierda.

Pero ahora no puedo... Según mi manager lo necesitamos a mi lado


para mejor publicidad.

El aviso de un mensaje interrumpe mis pensamientos. Lo abro y


procedo a leerlo.

"Hayley:

Avísame cuando regreses a Londres. Tengo que contarte con quien


me acosté hoy.
¡LA TENÍA GIGANTE!
Un beso. No me ignores, perra.
XOXO".
Y en efecto, la ignoro. Apago la pantalla y cuando estoy apunto de
guardarlo, otro mensaje llega.

"Erre:
¡Hey CH!
Aquí está la dirección: 607 N. Hillcrest, Beverly Hills.
Nos vemos".

Le respondo con un "OK" y vuelvo a oscurecer la pantalla.

—¿Podríamos ir a una tienda de ropa? La primera que encuentres —


le pido al hombre.

—Su madre me ha llamado más de 50 veces, voy a perder mi


empleo —dice preocupado.

—No lo harás, la culpa siempre es mía —sonrío —. Por favor. Mira


que mi conductor en Londres todavía tiene su empleo hace más de 3 años y
lo obligo a hacer cosas peores.

El hombre me mira por unos segundos a través del retrovisor


mientras nos detenemos en un semáforo rojo.

—A tres calles hay una pequeña tienda.

—Perfecto.

—Pero es de segundo uso —agrega.

—No importa, solo necesito sacarme este vestido —miro hacia


abajo.

Tomo una gorra de atrás del asiento. La pongo en su lugar, oculto mi


cabello dentro de esta y ajusto los lentes. Estaciona frente a la tienda y bajo,
tratando de no llamar la atención.

Para mi suerte, está vacía. Me tomo mi tiempo hasta que encuentro


unos lindos jeans, una chaqueta de cuero barato, una camiseta negra y entro
al vestidor para cambiarme.
Cuando estoy lista, miro mis pies.

No iré en esa mierda de tacones. Salgo y camino descalza por todo


el lugar. Sé que tengo la mirada encima de la cajera, pero la ignoro.

Al fondo, en un estante diviso unas botas negras bajas, que espero


sean de mi talla. Llego hasta ellas, las tomo y reviso la suela.

—¡Sí!

Las calzo y me doy un vistazo en el espejo.

—Una Chelsea normal, común y corriente —le sonrío a mi reflejo.

Me giro para ir hasta la caja, donde la señora me mira un tanto


divertida.

—¿Cuánto es por todo? —le pregunto.

Las palabras me han salido arrastradas y la marihuana es la causante


de esto. Estoy sintiéndome cada vez más relajada.

—¿No piensas llevarte ese vestido? —señala la prenda que está


colgada en el vestidor.

Lo miro y niego con la cabeza.

—Es horrible.

—Estás ciega, ¿qué marca es?

—Creo que D&G, algo así —vuelvo a mirarla a ella —. ¿Cuánto le


debo?

—No te preocupes, considéralo como un intercambio. Yo me quedo


con el maravilloso vestido y tú te llevas eso —me señala.

—Perfecto —le sonrío y salgo apurada de la tienda.


Vuelvo al auto y le indico la dirección al hombre que conduce.

—¿Cómo te llamas? —pregunto.

—Gilbert Neans —responde.

—Mucho gusto, Gilbert —lo detallo por unos segundos —. ¿Tiene


alguna hija?

—Sí.

—¿Cuántos años tiene?

—Pronto cumplirá 15 —responde sin dejar de mirar al frente.

—Oh, wow. Debe ser hermosa. ¿Va a la secundaria pública o... ?

—Pública.

—¿Tiene muchos amigos?, ¿es popular? —las preguntas salen sin


pensar.

—Eh... creo que sí. Muchas de sus amigas van los sábados a casa a
pasar la noche y todo se descontrola un poco —ríe.

—Qué divertido, yo nunca fui a una pijamada —sonrío con


nostalgia.

—¿No la dejaban? —pregunta echándome un vistazo por el


retrovisor.

—No me invitaban —respondo mirando por la ventana.

Mi adolescencia se puede resumir en mucho trabajo, ser engreída,


temida y antipática, aunque yo no me considere en el fondo de ese modo.
Debido al medio en el que estoy, se me han impregnado algunos malos
modales o comportamientos a mi personalidad, pero siento que estos no me
definen. Realmente no sé qué es lo que me define.
Gilbert no responde más, supongo que mi miserable vida le apena
tanto que ha decidido no comentar nada al respecto para no hacerme sentir
peor.

—Gracias por traerme,Gilbert —tomo mi bolso y le entrego el fajo


de billetes que le prometí —. Dile a mi madre, que escapé. Que me buscaste
por toda la ciudad y no aparecí.

—Gracias —recibe el pago y asiente con la cabeza —. Señorita Cox


—me llama antes de descender.

—¿Sí?

—Cuídese —pide gentilmente.

Le sonrío.

—Lo haré —digo y desciendo dando un portazo.

La camioneta arranca y mis ojos caen en la gran casa frente a mí.


No se escucha ningún ruido, el interior está en tinieblas, no hay carros
estacionados afuera y ni una sola alma vagando por ahí.

Tomo el celular y le envío un mensaje a Randall. Responde


enseguida y me pide que espere donde estoy.

Miro a ambos lados de la calle, estoy rodeada ostentosas mansiones


que cuestan billones de libras o dólares, casas que no me sorprenden, pues a
tan poca edad podría comprar la que quisiera.

Mi hombro recibe un toque y me giro para encontrarme con la


sonriente cara de Randall.

—Casi apuesto a que no vendrías —sus brazos rodean mis hombros


y me veo apresada contra su pecho.

Se siente bien.
—Pensé que odiabas las muestras de afecto —rodeo su torso con
mis brazos.

—Te quiero más de lo que las odio —se separa, toma mi mano y me
guía hasta el interior del lugar —. Además quien sabe cuando te vuelva a
ver.

—Es cierto, el próximo año empezaré mi nueva gira y...

—Shh... —se detiene y pone su dedo índice en mis labios —. No


hablemos de trabajo, olvidemos hoy que eres la famosísima Chelsea Cox e
imaginemos que eres la Ce Hache que me robaba la merienda en la escuela.

—Me parece genial —digo volviendo a andar junto a él.

Al entrar a la gran casa, nadie nos recibe, solo hay muebles y


oscuridad. Le doy una mirada de confusión.

—Paciencia, aún no llegamos —avisa.

Entramos a la enorme y elegante cocina, Randall me lleva hasta una


puerta doble blanca que parece un almacén de comida, pero cuando la abre
quedo anonadada. Hay unas escaleras blancas iluminadas con una luz led
color rojo.

—¿Vamos al cuarto rojo? —bromeo.

—Ya quisieras, primor —ríe y descendemos.

Enseguida el ritmo del oscuro techno llena mis oídos y los bajos se
apoderan de los latidos de mi corazón. Me entusiasma que la fiesta sea con
este tipo de música, pues me encanta bailarla y perderme entre beats.

Cuando hemos llegado, vislumbro la oscuridad que desaparece


aleatoriamente entre las luces de colores que imparten las lámparas en el
escenario, en el cual un dj se halla tocando y animando a las personas.
Todos bailan y veo a cada quien perdido en su propio mundo.
—¿Es ella? —escucho que alguien le pregunta a Randall a través de
la música alta.

—Sí —me pega más a él —. Ce Hache, él es Travis West —nos


presenta.

Extiendo mi mano y le doy un suave apretón a la suya. Es un


moreno alto, joven y atractivo, obviando que es musculoso y alto debido al
deporte que practica.

—Mucho gusto, Chelsea. Jamás pensé conocerte en mi propia casa


—dice en mi oído.

—El mundo es un maldito pañuelo —respondo.

—Eso es cierto. Espero que la pasen bien, dime si necesitas algo —


me guiña un ojo y se pierde entre la multitud para saludar a más personas.

—Es un gran amigo —agrega Randall.

—Tiene buen gusto musical —empiezo a moverme al ritmo de la


música.

—¿Quieres un dulce? —susurra en mi oído.

—¡Por favor!

Él me sonríe y me pierdo en el gesto. De su bolsillo saca una


pequeña bolsa hermética que contiene dos diminutas píldoras.

Éxtasis.

Randall empieza a mover su cuerpo al ritmo del mío, toma una


pastilla la pone en su boca y luego yo tomo la mía. Rápido toma una botella
de agua de una mesa que está repleta de ellas.

—¡Salud! —dice al beber y luego me la ofrece.

—¡Salud! —paso la pastilla con el agua.


Los niveles del bajo de la música descienden, al igual que los
movimientos de la gente presente. Randall y yo nos miramos fijamente
mientras bailamos, varias personas tocan su brazo a modo de saludo. El que
lleve lentes y mi cabello escondido dentro de la gorra me ayuda a pasar un
poco desapercibida.

Podría bailar durante horas y no me cansaría nunca. Las drogas


ayudan a eso, a sentir más, a ver mejor los tonos, a liberar tus movimientos
y no pensar en lo que dirán. Porque aquí nadie te mira, aquí nadie te juzga...
pues cada quien está elevado en su propia órbita.

El éxtasis ha empezado a funcionar. Cada folículo de mi piel se ha


endurecido y las sensaciones han aumentado, los colores de las luces se ven
lentos y más brillantes. Siento en mi interior una falsa felicidad, que me
transmite un lindo bienestar en mi vida, como si todo fuera perfecto y nada
pudiese salir mal.

Mi boca se ha secado y mi corazón se ha llenado aún más de sangre.


Las horas pasan, los ritmos varían y aprovecho para disfrutarlos todos.

—Estoy bajando —me acerco al oído de Randall.

—Tengo la solución —saca otra bolsa pequeña y me la enseña.

Dentro de ella hay un diminuto trozo de papel.

LSD.

Lo extrae y rasga por la mitad.

—Abre —ordena y alzo la lengua para que encaje el pequeño


papelito bajo esta.

Hace lo mismo con el suyo y sonreímos.

Espero que las alucinaciones que lleguen no sean tan terribles como
las de la vez anterior. Debo calmar mi mente para que no me juegue en
contra.
No pienses en nada y en nadie.

Randall acerca su alto cuerpo al mío y me rodea, posándose detrás


de mí. Doy un paso hacia atrás y me detengo cuando siento pecho contra mi
espalda y su pelvis contra mis glúteos.

Se siente tan bien...

Randall siempre me ha profesado la atracción física que le causo. Él


me gusta, pero soy una perra cuando no puedo entregarme por completo. Lo
quiero en mi vida y por eso nunca he dejado que las cosas pasen a otro
nivel.

Pero tal vez esta noche podríamos hacer una excepción.

Doy una media vuelta y poso mis manos en su pecho. Está perdido
en el ritmo, tiene los ojos cerrados y la respiración lenta.

Su cabello medianamente largo cae en su frente y sus delgados


labios yacen entreabiertos.

—Deja de acosarme —dice.

—Te ves bien —sonrío.

—Lo sé —abre los ojos —. Quítate eso, a nadie aquí le importa


quién eres.

Sigo su instrucción y dejo caer los accesorios al piso.

—Mejor —sonríe también —. Eres de otro planeta, Ce Hache.

Me río con ganas del ridículo cumplido. Toma mi brazo y me pega a


él.

—No estoy mintiendo —dice serio.

—Lo sé —acerco mi rostro al suyo.


—¿Me dejarás besarte algún día? —susurra contra mi boca y su
pulgar acaricia una de mis comisuras.

—¿Y si ese día fuera hoy?

No dice nada más porque su respuesta se transforma en el beso que


cae contra mi boca. Sus labios se sienten suaves y sus manos causan
cosquillas donde toca. El mundo ha desaparecido y me sostengo de este
beso como si fuera lo único que existiese ahora.

Nuestros cuerpos siguen moviéndose leve y automáticamente al


ritmo de la música. El beso no cesa, ni disminuye sus movimientos, todo lo
contrario... me siento ansiosa por más.

—Mejor de lo que imaginé —se separa un poco.

—Lo mismo digo —vuelvo a conectar nuestros labios.

Esta vez soy yo la que ejerce el control sobre su boca, esta vez soy
yo la que se apodera de su cuerpo con mis manos y esto él lo toma como
una invitación para recorrerme también.

Pero de la nada todo termina y abro mis ojos en busca de la razón.

Travis está al lado de Randall susurrando algo inaudible para mis


oídos. Randall frunce el ceño y asiente con la cabeza.

—Tenemos que irnos —me dice el pelinegro.

Miro a mi alrededor, la gente ha empezado a despedirse y


marcharse.

Asiento con la cabeza y me despido de Travis. Tomo de la mano a


Randall y juntos emprendemos camino hacia la salida.

—¿Viniste en motocicleta o auto?

—El porsche está en el garaje —responde —. Toma, conduce tú. No


me siento bien —lleva la mano hasta su cabeza.
Hasta el momento no he tenido alucinaciones de ningún tipo, y
recurro a pensar que el papel estaba malo o fue muy poco para mi sistema.

Tomo las llaves que me ofrece y cuando llegamos al auto, me subo


al puesto del piloto y Randall se sitúa a mi lado. Presiona algunas opciones
en el GPS y en este se muestra de inmediato el camino que deberé recorrer.

—¿Estás bien para conducir?, puedo llamar a un conductor elegido


si no...

—Estoy bien —sonrío sin enseñar los dientes.

Se acomoda en su silla mientras yo pongo en marcha el auto, salgo


de reversa y giro para acelerar hacia adelante por toda la calle. Miro el
cielo, está apunto de amanecer.

—Ce Hache —me llama.

Giro para verlo, tiene los ojos cerrados. Su rostro está pálido.

—Dime, Erre.

—Cuando lleguemos a mi casa... ¿Me dejarás hacerte el amor?

Río.

—Estás drogado —me burlo.

—Y caliente —señala.

—Lo pensaré —otra risa más se me escapa.

Me detengo en el primer semáforo en rojo. Siento la taquicardia


hacer estragos en mi corazón. Mi visión ha empezado a nublarse.

Echo un vistazo al GPS, que dice que llegaremos en menos de 6


minutos.

Puedo hacerlo.
Los colores han empezado a deformarse, las líneas de las carreteras
a salirse y debo parpadear varias veces para tratar de enfocar mi visión y
hacer que vuelva a la normalidad. Pero será difícil, porque desde que el
ácido empieza a hacer efecto no hay nada que lo pare.

Miro rápido a Randall, tiene los ojos cerrados. Lo muevo y no


responde.

—¡Mierda!

Golpeo el volante y vuelvo a mirar el GPS.

3 minutos.

Solo un poco más y llegaremos. Las calles están vacías y no será


imposible. Mi visión empieza a impregnarse de colores psicodélicos a los
lados, los mismos que venían grabados en el papel.

2 minutos.

Náuseas y demasiadas. Mi cabeza tambalea, mis manos tiemblan y


siento un cosquilleo en los pies. Agacho mi cabeza para ver que pasa y lo
que veo me aterra, son arañas, muchas, pequeñas asquerosas y diminutas.
Me cuesta respirar, y detengo el auto.

Inhalo por la boca porque siento que mis fosas nasales arden.

Tengo que seguir.

1 minuto.

Acelero y una luz se vislumbra a mi izquierda, una fuerte bocina me


alerta y trato de volver a detenerme, pero cuando trato es demasiado tarde.
El gran camión nos choca y el carro da miles de giros con nosotros adentro.

Recibo golpes de todos lados, vidrios rotos rajan mi piel. Mi


corazón amenaza con explotar, vomito la nada de alimentos que he
ingerido, llevo la mano hasta mi boca para detenerme.
Todo duele, todo arde, todo me asusta, todo me marea, todo me
aterra y luego...

Oscuridad.

CAPÍTULO 3
Chelsea

El mundo se ha detenido, pero mi cabeza sigue dando vueltas. Estoy


de cabeza y lo único que logra sostener mi cuerpo herido es el cinturón de
seguridad.
La tos se adueña de mi garganta cuando siento ahogarme con
sangre. No siento las piernas, la cara me arde y mis brazos me pesan tanto
que no puedo unirlos a mi cuerpo.

Randall.

Giro en su búsqueda y no lo encuentro, su puerta está abierta. Sin


pensar, zafo el cinturón de seguridad y caigo abruptamente sobre el capó
hecho trizas. Trato de abrir la puerta pero no cede. Decido salir por la
ventana rota, haciendo que varios vidrios se incrusten aún más en mi
piel, pero ahora el dolor es lo de menos, debo encontrar a mi amigo.

Que esté bien, por favor...

Unos zapatos de material negro son lo primero que puedo ver al


salir, alzo mi cuello con cuidado para ver la gran anatomía del hombre
vestido de traje.

Es un guardaespaldas.

Sin hablar y sin preguntar, mete sus manos bajo mis axilas y me
eleva hacia su cuerpo, echándome en su hombro como un costal de granos.

—¡No!, ¡suélteme! —le ordeno a mi cuerpo moverse para


resistirme, pero fallo.

El ácido sigue haciendo de las suyas y combinado con la adrenalina


del momento, es un desastre. Sé que en unas horas tendré un cóctel de
depresión y más dolor cuando todo me abandone.

Un ruido llama mi atención y puedo ver el cuerpo de Randall siendo


movido al lugar de donde salí.

—No... —mis ojos se abren exageradamente —. ¡No pueden hacer


esto!, ¡no!, ¡no, maldita sea, no!, ¡bájame!
Esta vez mi cuerpo si logra entender las órdenes que expide mi
cerebro y caigo al frío asfalto, librándome del los brazos del hombre. Me
echo a correr como puedo, sin entender que estoy haciendo.

Llego hasta el carro volcado y me meto entre los otros dos escoltas
que manipulan sin cuidado el cuerpo inconsciente de Randall.

—¡No lo toquen!, ¡llamen una maldita ambulancia¡, ¡se los ordeno,


hijos de puta! —grito alterada

Me empujan, alguien me toma de la cintura, pero saco fuerzas de


donde no las tengo para llegar hasta él.

Toco su cuerpo y sacudo su brazo.

—¡Despierta, Erre! —sigo gritando —. ¡Despierta!

No me rindo, vuelvo a moverlo. Los hombres se apartan después de


escuchar un chasquido de dedos, al cual no le presto atención.

—Despierta. Soy Ce Hache, tenemos que ir a casa... —las lágrimas


no paran de correr por mi rostro —. Despierta, por favor —tomo su cara
entre mis manos —. Por favor, por favor, por favor, por favor.

—¡Chelsea!, ¡suéltalo!, ¡está muerto! —grita.

Esa maldita voz.

—Erre, por favor. No me dejes, no tengo a nadie. Quédate conmigo.


Prometo visitarte más seguido y no irme por tanto tiempo... Despierta, por
favor... No le des la razón a esa perra. ¡Despierta!

—No soporto más esto, Chelsea —me toma del hombro, pero la
manoteo.
—¡Despierta! —sigo sacudiéndolo.

—Lo mataste, Chelsea. Apártate y déjame arreglar este desastre


antes de que alguien te vea —vuelve a chasquear los dedos y nuevamente
las manos fuertes tratan de apoderarse de mis brazos.

—¡No!, ¡no lo voy a dejar! —me deshago de los agarres y con


rapidez empiezo a realizarle reanimación cardio pulmonar a su cuerpo —.
¡La maldita ambulancia!, ¡ahora!

Presiono con ambas manos su pecho y no dejo de empujar. Está


lleno de sangre, sus labios están violetas, sus ojos cerrados y su ropa echa
trizas.

Tienes que vivir, Randall, aún te falta mucho... Aún nos falta mucho.

—¡Despierta!

—¡Está muerto¡, ¡mu-er-to! —Amanda me empuja y caigo sobre mi


espalda —Llévensela y métanlo al carro. Que parezca que iba solo.

—¡Eres una maldita hija de puta! —le grito mientras los 3 hombres
toman mis extremidades y me cargan —. ¡Te odio!, ¡ojalá te mueras!

No dejo de sacudirme, ni de llorar, ni de odiar, ni de temblar. Son


tantas cosas a la vez que siento que voy a explotar, o peor aún, a apagarme
en cualquier momento.

¿Por qué tengo que arruinar lo bueno de mi vida?

—¡No! —sollozo con fuerza mientras veo como lo mueven sin


cuidado.

Desde la lejanía diviso como cierran su puerta y se alejan del lugar.


No escucho nada, pero sé que alguien me habla. Uno de los guardaespaldas
se queda al lado del auto volcado y saca una pequeña caja, mueve sus
manos y arroja algo sobre el charco de gasolina que se ha regado al lado,
para después salir corriendo.
Niego frenéticamente con la cabeza.

—No, no, no, no —grito con todas mis fuerzas e intento escapar —.
¡No!, ¡no! Randall...

Me ingresan con fuerza a la parte trasera del auto, pero todo se


detiene cuando una explosión perturba el silencio de la calle. El fuego se
apodera del vehículo volcado y las sirenas del lugar empiezan a sonar.

—¡Nooooo! —grito hasta desgarrar mis cuerdas vocales.

Me apago.

Esto tiene que ser una pesadilla, tiene que serlo, porque si no lo
es... No quiero despertar.


Mis ojos se abren y enseguida me arrepiento de haberlo hecho. La
cabeza me duele y mi estómago arde.

El recuerdo vacío de lo que pasó me obliga a que me siente


abruptamente sobre la pequeña cama blanca. Equipos médicos sonando y
paredes blancas me rodean. Amanda está sentada frente a mí, con su traje
caro e impecable.

—Al fin —se pone de pie —. Levántate, debemos irnos.

Toma un pequeño maletín y lo arroja a mis pies.

—¿Qué pasó? —le pregunto.

—Tuviste un accidente —responde sin mirarme mientras saca la


ropa de la maleta.

—¿Y? —cuestiono.

Mis recuerdos se plasman de negro.


—Y ahora estás bien —me sonríe.

—¿Y Randall?

Suspira pesadamente y se sienta sobre la cama. Toma una de mis


manos entre las suyas y me mira.

—Un camión los golpeó mientras estaban detenidos en un semáforo


rojo, el hombre estaba dormido y tu amigo llevó la peor parte —explica
tranquilamente.

Está mintiendo.

Yo estaba drogada, muchísimo...

—¿Y dónde está?, ¿aquí mismo? —quito la cobija de mis piernas


para tratar de ponerme en pie.

Quejidos salen de mi boca cuando muevo levemente mi cuerpo.

—Murió, Chelsea.

Giro mi rostro para mirarla.

—Eres tan mentirosa... —espeto con asco.

—¡No me faltes el respeto, Dorothea!

—¡No me digas así!, ¡odio ese puto nombre! —la señalo.

Pone su peor cara de indignación y me mira con repudio.

—Tu amigo está muerto y quería evitarte la maldita culpa, pero


viendo tu asquerosa actitud... —niega con la cabeza —. Ibas conduciendo...
Estabas tan drogada, Chelsea. Jamás tus pruebas habían salido tan altas
como hoy.

Una luz y el fuerte ruido de una bocina.


»—Aceleraste en un semáforo rojo y un camión venía a toda
velocidad teniendo la vía y...

—Randall... —me congelo y me siento sobre la cama.

Las lágrimas brotan de mis ojos y el dolor que atraviesa mi pecho es


tan duro que siento mi corazón partirse en trescientos pedazos.

—Eres una maldita irresponsable, todo es tu jodida culpa y espero


que esto te sirva de escarmiento para que dejes esa porquería que te fumas,
te comes o inyectas, ya ni sé...

—¡Cállate! —exploto —. ¡Cállate, maldita sea! —la señalo —. La


única porquería que debería sacar de mi vida, ¡eres tú!

Paso por su lado para empezar a vestirme, tengo que salir de aquí.
La taquicardia ha vuelto y el dolor en mi cabeza causa náuseas en mi
estómago.

Tengo que buscar a Randall, esto tiene que ser una jodida pesadilla.

—¡Eres tan desagradecida! Estoy arriesgando mi reputación para


cuidar la tuya —su voz llena la habitación mientras calzo ropa limpia sobre
mi cuerpo —. Yo fui la que tuve la idea para que la policía no te culpara y te
tratara como a una maldita asesina, ¡porque eso es lo que eres!

Su cuerpo siendo movido a mi lugar, una explosión...

La respiración me falta y el pecho se me comprime. Me planto


frente a ella.

—Voy a entregarme y voy a culparte por manipular la escena de un


crimen —la señalo —. ¡Eres tan malditamente culpable como yo!

Doy media vuelta para salir, abro la puerta y la persona que veo me
causa una repentina conmoción.

—Edward... —susurro.
Me tiro a sus brazos sin pensarlo y dejo escapar todo el dolor que
tengo a través del líquido de mis lágrimas.

—Chels... —me rodea con sus largos brazos—. Déjanos solos,


mamá.

—Hazla entrar en razón, no puede entregarse, ella...

—Mamá —dice Edward a modo de advertencia.

La escucho tomar su bolso y pasar por nuestro lado. El ruido de sus


tacones se va perdiendo poco a poco en el pasillo.

—Ven, entremos —me separa un poco.

Dejo caer mis brazos a los lados y procedo a secar las lágrimas con
mi antebrazo.

—Sé lo que pasó, lo siento —se sienta sobre la camilla.

Me quedo parada con los brazos cruzados en medio de la


habitación.

—Yo no recuerdo todo con exactitud, tengo lagunas y ella dijo...

—Seguramente te omitió mucha información, como siempre lo hace


—dice.

Las lágrimas no cesan y no sé qué hacer para detenerlas.

Dejar de vivir, sería una buena opción.

Sacudo mi cabeza y planto mi vista en la anatomía de mi hermano.


Bajo sus ojos reposan unas enormes ojeras.

—No es tu culpa. El hombre del camión tuvo un microsueño. Se


pasó la luz en naranja —me cuenta.

—¿Cómo sabes...?, pero ella dijo que... —la voz se me rompe.


—A Amanda le gusta recriminarte al cien tus errores. Sin embargo,
no debiste manejar bajo efectos de la droga, Chels. Eso sí fue bastante
irresponsable de tu parte, pero no tienes la culpa de la muerte de tu amigo
—se pone de pie para volver a abrazarme —. Lo siento, Randall era un
buen chico.

Un flashback se clava en mi mente.

—Estábamos a un minuto de llegar a su casa... Cuando empecé a


manejar estaba bien y luego...

—El pasado ya no importa. Ahora centrémonos en el presente —se


separa y me toma de los hombros —. Estás viva y es lo que pesa. No quiero
sonar como mi madre, pero saca de esto una lección de vida.

Tomo una bocanada de aire y miro al techo para evitar seguir


llorando.

Lo siento tanto...

—No puedo, Edward... —agacho la cabeza y vuelvo a dejar que el


dolor se apodere de mí —. Esta mierda no tiene solución. Lo correcto sería
entregarme y...

—Lo que te dije del conductor es cierto, Chels. No tienes la maldita


culpa del choque. Tengo los videos, ¿te los enseño? —busca el celular en su
bolsillo —. Tuve que hacerme cargo de obtener cualquier video que dejara
en evidencia a Amanda. Aquí la delincuente es ella.

—Ella lo metió ahí y luego... —la voz me falla nuevamente.

—Lo sé, lo vi todo —suspira.

—No sé qué hacer —vuelvo a quebrarme.

—¡Odio eso! —se altera y lo miro con temor —. Odio en lo que ella
te ha convertido, en lo que te ha empujado a hacer... Ella no debería de
importarte Chels, lo que diga debería de valerte mierda. ¡Todo esto es su
culpa!
—Ella no fue la que me drogó Edward, fui yo. Yo fui la que me
monté al maldito auto sabiendo que los ácidos son traicioneros, yo fui...

—¿Y qué harás? ¿Llorar hasta secarte y darle la razón? —niega y


aprieta el tabique de la nariz con sus dedos —. Vuelve a Londres, vuelve a
tu vida y olvida todo esto.

—Randall murió, ¿cómo pretendes que yo regrese a mi vida,


mientras...?

—Randall estaba vivo antes de que el auto explotara —confiesa y


yo debo sentarme para no caer —. Te vi haciéndole RCP, y según la
autopsia eso lo ayudó, pero la causa del deceso fue el fuego. Estaba vivo,
Chels.

—Ella...

—Sí, ella.

Mi tristeza y mis lágrimas se detienen por un momento, para ser


reemplazadas por un odio creciente, más del que ya existía por esa mujer.

—Debes volver a Londres. Arreglaré todo y trataré de separarla de


tu lado —se arrodilla frente a mí —. Vuelve a tu vida, pero antes busca
ayuda profesional. Esto puede causarte un gran trauma y...

—No tengo tiempo para esas cosas —intento que la voz no se me


vuelva a cortar.

—¡Así como sacas tiempo para drogarte y escapar a fiestas deberías


sacarlo para eso!, ¡es tu maldita salud, Chelsea! —el tono de su voz me
asusta y él lo nota —. Lo siento... Solo es que estoy muy preocupado por ti.
Podrías de nuevo ir a...

—No quiero volver ahí —objeto.

—Deberías, es la mejor opción ahora mismo, pero no soy nadie para


obligarte. Tienes casi 21 años, asúmelo y madura —se pone de pie.
Está irritado y no lo culpo, tener que liar con mis desastres y los de
mi madre deben desgastarlo. Amanda no es una buena persona, ni tampoco
una buena madre y yo... Yo tampoco soy buena.

Mi padre hace mucho que no mete sus narices en asuntos de mi vida


o carrera, nunca estuvo de acuerdo con que obtuviera esta profesión a tan
corta edad. Él quería que fuese una gran abogada como mi hermano o una
cirujana como lo es él.

El mejor neurocirujano de toda América y aunque nunca se lo he


dicho, aunque hace más de 4 años no hablamos, estoy orgullosa de él.

—¿Has hablado con él? —pregunto.

Mueve la cabeza de lado a lado a modo de negación.

—Te dejó muy claro que si seguías con tu carrera y teniendo


contacto con Amanda, no lo buscaras —dice con la cabeza gacha.

—Hazle saber que me gustaría hablar con él unos minutos, los que
él quiera, no tardaré más —le suplico entre lágrimas.

—No creo que quiera atenderte, y mucho menos después de esto —


señala.

—¿Lo sabe? —pregunto.

—Tuve que contárselo —se cruza de brazos.

—¡No debiste!, ¡va a odiarme aún más! —me pongo de pie.

—Él no te odia Chels... Solo odia el tipo de vida que llevas —se
encoge de hombros.

—Jamás dejaría la música, yo no podría ser alguien más...

Da un paso hasta a mí y vuelve a rodearme con sus brazos. Mi cara


queda escondida en su pecho y su aroma me transmite un olor a hogar.
—Eres mejor de lo que crees, Chels —suspira —. Pero si no
empiezas a creerlo, nadie más lo hará.

La imagen de Randall vuelve mi cabeza, su risa, su olor, su toque,


su beso...

—Duele como la mierda. Yo era la que debía morir, no él —el


incesable llanto vuelve a tomar protagonismo.

No puedo dejar de sentirme culpable, es imposible.

—La vida es como es, y no como el hubiera lo dice. Lo que pasó


estaba escrito y tú debes seguir adelante —interrumpe el abrazo y me mira
fijamente —. Vuelve a Londres ya mismo.

—Quiero ver a papá, solo un segundo, por favor... —vuelvo a


suplicarle.

—Chels... Sabes como es —niega.

—Por favor —junto mis manos.

Exhala todo el aire para luego poner sus brazos en jarras.

—Voy a llamarlo y le preguntaré —dice mientras busca su celular


en los bolsillos .—. A esta hora debe estar ya en casa.

No me había fijado en la hora, debe ser tarde porque el cielo que se


vislumbra a través de la ventana está completamente oscuro.

—Ponlo en altavoz —pido.

Capta mi indicación y juntos escuchamos los tonos de la llamada.

—¿Dónde estás? —su ronca voz llena el cuarto cuando contesta.

—Aún con Chelsea —le responde mi hermano.

—¿Arreglaste el desastre que causaron?


—Sí —me mira —. Papá, Chels quiere verte unos minutos...

Planeo en mi mente no hablarle de nada, solo quiero abrazarlo.

—No —dice de inmediato.

Otros trescientos quiebres más...

—Solo será un momento, ella realmente está impactada por todo lo


que pasó y...

—No voy a tener esta conversación contigo. Ella eligió su camino y


debe hacerse cargo de todo lo que eso conlleva. Mi trabajo es importante,
bastante serio y no puedo dejar que sus bochornosos problemas arruinen
mi carrera. Lo mismo deberías hacer tú. Deja de ser el abogado del diablo.
Ellas tienen bastante dinero para pagarle a otro. Concéntrate en tu camino
y aléjate de ellas —dicho esto la llamada termina.

Siento la lastimera mirada de Edward en mí, mientras mi cara se


empapa aún más por mis lágrimas.

—Lo siento, Chels —vuelve a abrazarme.

Me pego a él como si fuese la única ancla que tengo para no


hundirme en el maldito mar de miseria en el que navego rota y vacía.

El llanto se ha vuelto audible. Lloro sin descanso, lloro como si


nadie me viera, como si el dolor que siento adentro realmente hiriera.

Esto duele más que cualquier herida física que puedan causarme.

Todo se acumula en mi cabeza para este momento. Todo llega, me


golpea y me deja sangrando una herida que no existe.

—¡Deja el maldito drama!, ¡vamos a perder el avión! —nuevamente


es esa maldita voz.

Me giro para enfrentarla. Trato de detener mi llanto y seco la


humedad en mi rostro, pero fallo, las lágrimas no dejan de salir.
—No te subirás a mi avión. No quiero verte, coge algo de mi dinero
y compra un tiquete —suelto y paso por su lado para salir de la habitación.

—¡Chels! —la voz de Edward me llama, pero no detengo mi andar.

Quiero alejarme de esa mujer lo más que pueda.

Ella lo asesinó.

Pedí una ambulancia, les exigí que me ayudaran...

Estaba vivo...

No me detengo, camino aún más rápido sin dejar de derramar


lágrimas. No puedo detenerlas aunque quiera. Llego al estacionamiento en
busca de la camioneta que debería estar aquí. Siento el dolor físico cada que
doy un paso, pero no se compara con lo mucho que duele, arde... Nada se
compara con las ganas que tiene de morir mi corazón.

—¡Chels! —Edward vuelve a llamarme.

Me detengo por unos segundos y me dejo caer de rodillas. El aire


me falta y mi pecho se comprime. Una falsa alarma de peligro se enciende
en mi cabeza y debo abrir la boca para que el oxígeno pueda entrar en mi
cuerpo, pero no lo siento, no llega, me ahogo.

—¡Chels! —llega a mi lado y me abraza —. Tranquila, estoy aquí.


Estás bien... Vas a estar bien —su voz se quiebra —. No voy a dejarte...

Lo empujo.

—¡No! —grito y con fuerzas inexistentes me pongo de pie —.


Debes quedarte aquí con papá. Es cierto lo que él dice. Mi madre suele
arruinar todo... ¡Mira el desastre que soy!

Mis rodillas vuelven a tocar el piso y me inclino hacia el frente,


abrazándome a mi misma para intentar que todo se detenga, que todo pare.

No quiero que duela más, no lo soporto...


Unos brazos me toman y me alzan.

—Vamos señorita Cox, estamos en un lugar público. Alguien podría


verla —dice una voz familiar.

Levanto mi cabeza para identificar la persona que me está tocando.

—Gilbert —susurro.

—Vamos señorita, la llevaré al aeropuerto. Tengo su bolso y


documentos. Andando.

—Chels... —Edward intenta tomarme la mano.

—Ed, es en serio —mi voz vuelve a fracturarse —. No quiero que


esto te arruine a ti, mantente al margen. Puedo sola —dejo que Gilbert me
ayude a poner de pie —. Te quiero y díselo a papá también, por mí.

Le sonrío pese a que mis ojos reflejan otra cosa.

Detrás de él veo a Amanda salir del pequeño y exclusivo centro


médico. Camina con arrogancia hasta un auto de mi seguridad, sube y se
pierde en el tráfico.

Espero que coja otro avión, porque no la voy a soportar en el mío.

—Te quiero también, Chels —se acerca para otro abrazo más —.
No hagas ninguna otra estupidez. Lucha por ti, por favor... Que lo que esté
aquí —se separa y señala mi frente —, no le gane a lo que está aquí —
señala el lugar donde mi corazón se escuda.

Le sonrío de regreso y doy medio vuelta para entrar al auto. Cierro


la puerta y me fijo en la alta figura de mi hermano mayor. Lágrimas han
empezado a caer por su rostro y no voy a soportarlo, así que clavo mi vista
al frente cuando Gilbert acelera.

Espero que el vuelo no sea una tortura, porque debo llegar tan
pronto como sea posible a mi casa en Londres.
CAPÍTULO 4
Chelsea
Londres, Inglaterra

Los guardaespaldas me dejan en una de mis casas en Kensington.


No saludo a nadie del servicio y paso corriendo hasta el segundo piso. Abro
la puerta de mi habitación y vuelvo a encerrarme.

Necesito calmarme.

Voy hasta el gran armario donde reposan cientos de miles de


prendas de diseñador que no me gustan, y busco entre los cajones el
pequeño cofre que me sacará de apuros. Lo abro y saco uno de los porros de
marihuana junto con un encendedor. Lo llevo hasta mis labios y le pongo
fuego a la punta. Doy una calada tan profunda que me obliga a cerrar los
ojos y aguantar la respiración.

Al cabo de segundos expulso todo y vuelvo a repetir. Me siento en


el diván de terciopelo frente al espejo y detallo mi reflejo.

Rubia, ojos café claro, demasiado delgada, ojerosa, con


imperfecciones en la piel, despeinada, mal vestida y mala persona.
Doy otra calada más, dejo el porro en el piso y empiezo a quitarme
todo lo que tengo encima

Toda mi piel llena de heridas y moretones con bronceado artificial


queda al descubierto. Las costillas y lo poco que ostento de senos es lo
primero que juzgo.

"Deberías operarte, estás tan plana... ¿Sabes cuánta popularidad


ganarías y cuánto disfrutaría yo si lo haces?", dijo una vez Mathew.

Doy la media vuelta. Bueno, al menos atrás si hay algo, solo un


poco. Mi peso está por debajo de los estándares en estos momentos.

"Hey preciosa, estas como para ponerte en cuatro y darte toda la


noche, es tan grande... No es como los culos flacos de las modelos",
palabras del mismo hombre en nuestra primera cita.

"Tu nariz es demasiado grande para tu rostro y deberías perfilar


también tus mejillas, te verías mejor en las portadas y no habría que pagar
tanto por photoshop", dijo Alicia y mi madre la apoyó.

"O alisas tu cabello todos los días o te sometes a la maldita


queratina, no vas a salir así, pareces un asqueroso león", dijo la mujer que
me parió para luego agregar: "Ponte lentes de contacto azules, a nadie le
gusta el café, es muy básico"

Sin darme cuenta, una lágrima se escapa de mis ojos. Justo cuando
la siento caer, la aparto rápido con mi mano. La marihuana ha empezado a
sentirse en mi sangre y ya no tengo nada de frío. Camino hasta la tina y
abro el grifo con agua tibia, introduzco un pie y luego el otro. Me siento y
abrazo mis piernas contra el pecho, mientras poco a poco el agua va
ascendiendo.

Miro alrededor, detestando el lujoso baño que es excesivo e


innecesariamente grande. Los metros cuadrados de mi casa muy bien
podrían ser proporcionales a mi soledad.
El estallido del auto llega a mis recuerdos. El cuerpo de Randall aún
vivo bajo mis manos mientras le practicaba reanimación... Estaba vivo y
ella lo mató. Esta vez dejo fluir las lágrimas, no las reprimo y lloro con toda
la fuerza posible que ofrecen mis pulmones. Mi pecho sube y baja, y... un
dolor, un dolor que no se siente, no se tiene retuerce mi alma y causa que
cada terminación física en mi cuerpo sufra.

No quiero que duela, me arde el pecho, no quiero...

Llevo mi vista hasta el tocador donde guardado las pastillas. Ladeo


la cabeza y lo miro fijamente por algunos segundos.

—Tú no funcionas... —susurro

Tal vez debería comprar algo más fuerte.

«O hacerte daño».

No. Quiero dejar de sentir dolor, no causar más.

Me pongo de pie. «Al menos servirán para dormir». Camino hasta


el cajón y tomo el pequeño tarro naranja, riego sobre mi mano 5 pastillas de
rivotril. Las meto a mi boca y agarro un vaso, lo pongo debajo del grifo de
lavamanos y lo llevo hasta mi boca. Paso las duras pastillas con el agua y
un poco de tos se me escapa al final.

Espero que esto me ayude a dejar de pensar y sentir al menos por


una noche.

Tomo una toalla y seco con descuido mi cuerpo. Me dirijo hasta la


cama y me lanzo en ella cayendo boca abajo. He empezado a sentir el
cuerpo aún más pesado, los movimientos lentos y la visión un tanto borrosa.

La vibración de mi celular hace que entre en modo alerta y después


de un brinco torpe, busco el aparato en la habitación. Lo hallo y miro el
mensaje que acaba de llegar.
"Matthew❤:
Estoy en lo de Hayley, bonita. Deberías venir para que hablemos, sé
que ya estás en tu casa. Vi la ubicación de tu IPhone.
Te extraño".

Tiro el celular sobre la cama y el llanto vuelve a hacerse presente.


Realmente quisiera tener a alguien que me extrañara de verdad, no a ese
hijo de puta que solo lo hace cuando le conviene.

Vuelvo a caer en la cama y esta vez lo hago boca arriba. Mis ojos
pesan y les da por volver a recordar lo que viví un día atrás...

Randall...

El celular vuelve a vibrar y esta vez lo ignoro. Busco con ansias


hundirme en un sueño profundo, pero se me hace tan difícil... Tal vez
debería tomar más. Me incorporo y camino torpemente hasta el tocador,
riego otras cinco... mejor diez pastillas, no, quince.

No quiero dormir, quiero algo más profundo, sí, eso estaría bien.

Alzo mi mano y abro la boca, pero cuando estoy por lanzarlas


escucho dos golpes en la puerta. Dejo las pastillas en la superficie y tomo
una toalla. Les he dicho miles de veces que si la puerta está cerrada no me
interrumpan.

—¿Qué mierda? —abro la puerta.

Mi ataque de ira se calma un poco cuando veo a Lucy parada en el


pasillo.

—Hola, señorita Chelsea. Sé que no le gusta que la molesten, pero


su amiga Hayley me amenazó con hacer un escándalo si no la llamaba —
explica.
—Oh, lo siento Lucy —paso mis manos por la cara para tratar de
componerme —. Dile que estoy ocupada.

—¡Eso sí que no, perra! —la voz de Hayley me sorprende.

—¡No puede ingresar así!, llamaré a seguridad —Lucy se va dando


zancadas.

La castaña se ríe y luego me mira.

—Nunca dejará de ser tan dramática —resopla —. Arréglate, nos


vamos. Te espero abajo —se da la media vuelta.

—No voy a ir a ningún lado, Hayley —cierro mis ojos varias veces,
mis párpados no quieren responder como deberían.

—Estamos en mi casa todos, te queremos ver —hace un puchero.

—Hayley, no me siento bien. Fumé marihuana y...

—Se te pasará rápido. Tengo comida muy deliciosa en casa, pronto


te dará hambre. Ven —me toma de la mano —. Te elegiré el outfit.

—No... —la lengua me pesa.

No puedo conectar una frase y mucho menos exclamarla.

—¡Estos jeans son geniales!, nada como algo de nueva colección.


Esta blusa y esta chaqueta estarán bien —vuelve a acercarse a mí.

Me quita la toalla y empieza a vestirme.

—Dios... ¿Cuánta marihuana fumaste? —dice al ver mis torpes


movimientos.

—Yo...

—Al fin —dice subiendo los jeans.


Pasa la camiseta por mis brazos y mi cabeza, pone la chaqueta en su
posición y decido no luchar más con ella. Mi mente no está para discutir y
llevar la contraria, me ordena que me deje llevar.

—Hermosa —sonríe —. Vamos —toma mi mano y me hala hasta el


piso de abajo.

Salimos por la puerta principal y subimos a su camioneta.

—Señorita Cox, ¿la acompaño? —pregunta el guardaespaldas de


turno.

Asiento con la cabeza.

—Tú puedes acompañarme al infierno si quisieras —Hayley


coquetea.

—Respeta mi personal —logro decir.

—Síguenos, primor. La señorita Cox se nos puso celosa —Hayley


echa reversa y acelera.

Vivimos en el mismo conjunto de casas, así que entiendo que no iré


tan lejos. Tal vez si deba hablar con Matthew y arreglar algunas cosas.

La cabeza me sigue dando vueltas y náuseas se hacen presentes.


Ojalá de verdad tenga comida, de pronto es mi estómago vacío pidiendo
combustible.

Veo el auto de mi guardaespaldas seguirnos. Hayley entra en la


portería de su enorme casa y estaciona al lado de autos aún más lujosos. Al
fondo noto el Lamborghini naranja de Matthew.

El alto sonido de la música escapa por las ventanas. Niego con la


cabeza. Sabía que esto no sería una simple reunión de amigos.

—Mentirosa...
—Sabía que no ibas a venir si te decía la magnitud —ríe y se baja
del auto.

Junto todas mis fuerzas para hacerlo también. Toco la grava y


camino detrás de ella con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Me
siento torpe y retardada.

—Señorita Cox.

—Dime tu nombre —miro al guardaespaldas.

—Evan —responde.

—Evan —repito —. Estaré bien —me fuerzo a hablar —. Volveré


en cuanto me aburra.

—Aquí estaré esperándola, señorita Cox.

Hayley vuelve a tomarme de la mano para llevarme adentro.

—Si tú no te vas a follar tu guardaespaldas, déjame hacerlo alguna


vez a mí. Él está tan... ¿Cuántos años tiene? —me habla fuerte en el oído
mientras cruzamos el salón repleto de personas.

—Veintisie... No sé.

Rueda los ojos y resopla.

—Vamos. Matthew quiere verte —me hala nuevamente.

Al movernos varias personas del medio me saludan, cantantes,


modelos, deportistas y demás. No hay nadie que realmente me interese
aquí, y quiero ver a Matthew de la misma manera que también lo quiero
lejos.

—Hey, bonita —une su boca a la mía. No disfruto del beso y lo


aparto —. ¿Qué pasa?

—Nada, tengo hambre —sonrío levemente.


—Vamos, por aquí hay pizza —toma mi mano y me lleva hasta la
cocina.

Saca una caja nueva y tomo un triángulo de adentro.

—¿Qué le paso a tu mejilla? —intenta tocarme, pero retrocedo


mientras mastico.

—Me golpeé con una puerta —miento.

Arruga la cara.

—Oye... lo de la llamada, No estaba con nadie, se descargó mi


celular. Siento haberte dicho loca, es solo que a veces sí lo estás. Realmente
estaba solo y...

—Te creo —interrumpo su excusa falsa.

—Te amo demasiado, bonita —posa sus manos en mi cintura,


acerca su cara a mi cuello y mi piel de inmediato se eriza.

Odio que cause este efecto en mí. Matthew realmente me gusta y


tener sexo con él es una de las pocas cosas que puedo disfrutar a su lado.

—Hoy no...

—Vamos arriba, solo será un segundo —susurra en mi oído.

—No...

—Vamos —toma mi mano y me obliga a dejar el pedazo de pizza a


medio comer en la mesa.

Muevo mis pies uno tras otro con cuidado de tropezar. Llegamos a
la segunda planta e ingresamos a una de las habitaciones. Gemidos
resuenan por todo el lugar, hay parejas tan drogadas que no les importa que
las puertas estén abiertas o estar en el pasillo follando. También hay
personas que solo están disfrutando del espectáculo, voyeristas.
Matthew abre una de las habitaciones y agradezco que esté vacía,
entramos y sin nada de paciencia, se lanza a mi boca. Trato de mover mis
labios al ritmo de los suyos, pero va tan rápido que me cuesta. Mi ropa
empieza a desaparecer junto con la suya.

—Podríamos hacer esto mañana... —hablo contra sus labios.

—No, te quiero ahora —me toma con la mano la quijada —.


¿Entiendes? —miro su rostro durante unos segundos y asiento con la cabeza
—. Muy bien, ya verás que vas a pasarlo bien —su lengua empieza un
jugueteo que va descendiendo hasta mis hombros.

Sus manos se adueñan de mis senos y siento su longitud golpear mi


abdomen.

¿En qué momento se desnudó?


Una vibración se escucha por encima de la música aturdida que
entra en la habitación. Intento separarme para atender, pero Matthew me
toma de los brazos y me lanza contra la cama.

Se agacha frente a mí y lleva su boca hasta mi vulva. La sensación


me envía un espasmo por todo el cuerpo que me obliga a arquear la espalda.
Decido disfrutar de los movimientos en círculos que me ofrece su lengua y
dejarme llevar por el tentativo orgasmo que viene.

Siento como la droga vuelve a hacer estragos en mis movimientos,


porque cuando trato de tomar su cabello entre mis dedos, las manos no me
responden. Matthew me deja a medias y se posa sobre mí.

—¿Qué haces? —susurro.

—No aguanto, quiero estar dentro de ti —se inclina para esconder


nuevamente su rostro en el hueco de mi cuello —. Espera —se levanta y
toma sus pantalones. Saca del bolsillo una bolsa pequeña con dos píldoras
adentro.

Se traga una y la otra la pone en la punta de su lengua. Regresa y se


planta encima de mí.

—No quiero —esquivo su beso.

—Es para que te relajes un poco más, bonita. Estás muy tensa —
pellizca uno de mis pezones.

La sensación de placer me nubla mientras sigue jugando con él y su


beso logra conectar al fin en mi boca, siento como la píldora ingresa y el
sabor amargo se desliza hasta mi garganta. Se aparta y tapa mi boca con su
mano.

—Trágala —dice llevando sus dedos hasta mi entrada —. Estás tan


mojada, bonita...
Muevo mi garganta para que la pastilla pase. Matthew deja de
tocarme y posa su miembro en mi entrada, me muevo para apresurar el acto
y poder irme a mi casa.

Su boca vuelve a la mía y cuando lo siento completamente adentro,


suelto un gemido. Sus embistes son salvajes y nada placenteros. Hubiese
preferido que solo me tocara o me hiciera sexo oral.

Me muevo con fuerza para posarlo de bajo de mí, tomando el


control. Quiero que termine pronto y sé que esta posición acelerará las
cosas.

Me muevo de arriba a abajo, veloz y apurada, como si realmente


estuviese disfrutando de esto al cien. Siento placer, pero no logro conectar
el resto de mi cuerpo con la sensación para alcanzar el orgasmo.

—Eres tan malditamente sexy, Chelsea —palmea mis glúteos.

—Córrete para mí —me inclino y susurro en su oído.

—Aún no...

Siento como dos manos ajenas se posan en mis hombros. Me asusto


y me salgo de Matthew, giro para encontrarme con la persona que me ha
tocado y me tapo el pecho con las manos.

—¿Qué mierda? —exclamo.

—Tranquila, bonita. Quieren unirse —Matthew acaricia mi pierna.

El rivotril, el éxtasis o sea lo que haya sido ha empezado a hacer


efecto. Me siento aún más liviana.

El hombre que escanea mi cuerpo es el baterista de la banda, y la


mujer de al lado su novia.

—No. No practico eso... —niego con la cabeza.


—Eso no importa. Mira —Matthew se acerca hasta la mujer y la
besa con fogosidad.

Sus manos recorren todo el cuerpo de la mujer mientras el otro


hombre los mira con excitación. Mi estómago se encoge y mi pecho se
comprime. Sabía que el hijo de puta me era infiel, pero verlo con otra hace
que quiera devolver el trozo de pizza que me comí hace unos minutos.

—¿Ves? —Matthew me mira sensual —. ¿Quieres besarla también?

Niego tímidamente.

—No —digo de nuevo.

He logrado tapar mi cuerpo con las sábanas.

—¿Segura? —pregunta la mujer.

Niego nuevamente. Ella se sube a la cama y gatea hasta mi lugar. Mi


pulso aumenta. Trato de bajarme de la cama con la sábana y tropiezo, caigo
al piso y me golpeo la cabeza. Quedo aturdida, pero no desisto de escapar
de aquí.

—Bonita, está bien. Seremos amables —dice ella —. Será un buen


intercambio, no te vayas —hace un puchero.

—No puedo, no me gusta.

—Vas a disfrutar —susurra en mi oído el hombre que intenta


abrazarme por detrás.

—No —intento zafarme.

Estoy presa en el pánico, mi cuerpo no responde. Floto y floto, y


más de un par de manos está tocando mi cuerpo.

—Esto es increíble —la voz de Matthew se escucha lejos.

Él no me está tocando, son el baterista y su novia...


—No... —vuelvo a decir y esta vez si logro moverme.

Me libero y me agacho por mi ropa en el piso.

—Chels, ven. No te vayas, ¿quieres algo más para que te sientas


mejor y más relajada? —Matthew viene hasta mí.

—No. —Busco mi celular en el piso y apenas lo encuentro voy a los


contactos.

Evan, Evan... Aquí está.

Le envío un mensaje y trato de salir.

—Por esto es que te soy infiel, Chelsea. Eres una maldita perra,
mojigata —la voz de Matthew hace que me detenga y dé media vuelta.

—¡Vete a la maldita mierda y no me busques más, hijo de puta! —


exclamo, para que luego mi rostro sea impactado por su mano.

Llevo las mías hasta mi cara y me toco la mejilla.

—No te atrevas a hablarme así, hija de puta —me señala


amenazante y retrocedo.

No sé qué hacer... No sé qué hacer... Me duele.

Recolecto saliva en mi boca y lo escupo. Me giro, abro la puerta y


salgo corriendo desnuda con mi ropa en la mano, entre el pasillo lleno de
personas follando. A medida que avanzo me pongo el jean y la blusa. Bajo
las escaleras a la velocidad de la luz y me sorprende no haber tropezado y
caído rodando por ellas. Llego al final, intacta. Tal vez la adrenalina ha
mejorado mis reflejos, pero no dejo de sentirme en extremo drogada.

—¡Chelsea! —escucho la voz de Hayley —¡Por aquí! —levanta su


mano cuando mis ojos la encuentran.

Echo un vistazo hacia atrás y me doy cuenta de que no me ha


seguido. Tal vez siga su maldita orgía con alguien más. Lleno mis pulmones
de aire y siento como el oxígeno no es suficiente para calmar los latidos de
mi corazón.

—¿Por qué te pierdes? —pasa su brazo por mi cabeza. Esnifa mi


cabello —. Oh, maldita zorra afortunada. Hueles a sexo —ríe —. Ven,
alguien te quiere conocer. Alguien que mide muchos metros de altura y de
ahí abajo.

—No, me voy —quito su brazo de mis hombros. Está ebria y se


pone tan pesada en ese estado que es mejor huir.

Tomo la botella que tenía en una de sus manos y me echo a andar.

—¡Aburrrrrrrida! —grita a mis espaldas.

Camino hasta el parqueadero y busco con desesperación la


camioneta. Llevo hasta mi boca la botella y bebo un trago largo. El sabor
amargo quema mi garganta y vuelvo a repetir.

Abro la puerta y subo al auto.

—Llévame a casa —le ordeno.

—Sí, señorita Cox —acelera el auto y sale del lugar.

—Deja de llamarme así —digo mientras miro por la ventana.

—Es parte del trabajo.

—Deja de trabajar ahora mismo entonces, y piensa en que estás


llevando una amiga a su casa —pido con seriedad.

—Está bien.

Tomo otro trago más y en esta ocasión debo inclinar la botella para
beber hasta la última gota. El vodka vuelve a quemar. Mi cara se tiñe de
disgusto.

—Qué asco —me quejo.


—¿Entonces por qué lo toma?

Lo miro.

—¿Cuántos años tienes, Evan? —pregunto.

—Veintiocho —responde sin dejar de mirar al frente.

—¿Tienes novia?

—Sí.

—¿La tratas bien? —me mira por un segundo con el ceño fruncido.

Evan es un hombre alto, musculoso y atractivo. Ya veo porque


Hayley siempre ha querido acostarse con él.

—¿A qué te refieres? —cuestiona.

—Si ella te dice que no... ¿Tú paras?

Piensa durante unos segundos antes de contestar hasta que capta al


fin a que me refiero.

—Obviamente, pero nunca me lo ha pedido —dice.

Asiento con la cabeza.

—Es una relación bastante sana entonces —suspiro.

—A veces.

Estaciona frente a mi casa y bajo inmediatamente del auto. Y justo


cuando pongo los pies sobre la tierra me tambaleo hacia adelante y caigo de
rodillas.

—¡Mierda! —más dolor para mi cuerpo.

—Te ayudo. —Evan llega a mi lado y me levanta en brazos.


Juntos entramos a la casa y me lleva hasta mi habitación. Cada
segundo que pasa me siento más y más ida. Evan me deja suavemente en la
cama y comienzo a deshacerme de la ropa.

—Me retiro —dice.

—No, quédate. —Desnuda, me pongo de pie y voy en busca de otro


porro de marihuana.

—No creo que sea correcto, yo...

Lo enfrento.

—No crees que sea correcto... ¿Porque eres mi guardaespaldas o


porque tienes novia?

—Ambas —dice.

Vuelvo a buscar mi cofre y saco el cigarrillo, lo enciendo y calo


profundamente, llenando todos mis pulmones. Presiento que caeré en un
maldito coma, pero después de lo que acaba de pasar, es lo mejor que
podría sucederme.

—Mirar no le hace daño a nadie —camino hasta él.

No sé qué estoy haciendo.

¡Para Chelsea!

—¿Has sido alguna vez infiel, Evan? —pregunto alargando las


palabras.

—No... Sí... No —niega con la cabeza mientras deslizo mis manos


por su pecho.

Me pongo de puntas y acerco mi boca hasta rozar mis labios con los
suyos. Está completamente quieto y sus ojos no dejan de mirar mi rostro en
ningún momento. Cruzo mis brazos detrás de su cuello, mientras sostengo
el porro entre mis dedos.
—¿Puedo besarte, Evan? —susurro.

Asiente con la cabeza timidamente y sonrío, pero segundos después


lo empujo.

—¡Todos los hombres son unos hijos de puta infieles!, ¡lárgate y


espero que tu novia encuentre a alguien mejor! ¡Basura! —exclamo con
histeria.

El guardaespaldas huye despavorido.

Mi cuerpo empieza a temblar de rabia, supongo, o tal vez sea la


droga... una de ellas. No sé... ¿Qué estaba pensando? Vuelvo a darle otra
calada al porro y busco mi celular para fijarme en la hora.

5:00 a.m.

Miro el primer mensaje reflejado en el centro de notificaciones.

"Alicia Manager:
Pasan por ti a las 6:00 a.m., espero puntualidad. Hoy empiezan los
ensayos de la gira, espero también lo recuerdes.
Recuerda lo importante que eres en este mundo, Chelsea. No
arruines tu carrera por un Don Nadie".

Esta vez azoto el celular contra la pared y las lágrimas brotan sin
siquiera haber sido llamadas.

Me dejo caer al piso hasta pegar mi espalda al borde de la cama.


Atrapo mis piernas contra mis piernas en un abrazo. Escondo la cara entre
las rodillas y vuelvo a dejar fluir todo el vacío dolor que tengo dentro.
Duele, duele tanto que no sé dónde tocar para curar. No sé qué más hacer
para pararlo... se siente como una hemorragia de algún líquido invisible
debajo de la piel. Pero sobretodo quema, tortura, lastima... ¿Qué? Mi
corazón.
CAPÍTULO 5
Chelsea

Subo los pantalones de yoga con dificultad por mis piernas. No


sequé bien mi cuerpo después de la ducha que me di y ahora me arrepiento,
pero no tengo tiempo para hacerlo. Sigo mareada y el nudo en mi estómago
me hace ir aún más lento. He recurrido a más cocaína para estabilizarme y
permanecer despierta hasta que regrese a casa, aunque lo último que quiero
es dormir.

No me molesto en maquillarme, ni peinarme, pues hoy solo serán


ensayos y espero no haya ninguna cámara cerca.

—Señorita Cox, el desayuno está listo —anuncia Lucy.

—No tengo hambre, gracias —paso por su lado para salir del cuarto.
Bajo las escaleras y voy directo hacia una de las camionetas negras. Pongo
los lentes negros sobre el tabique de mi nariz y me acurruco cerca de la
ventana del asiento trasero.

Me quedo en blanco durante todo el viaje. Estoy privándome de


pensar y de razonar de todo lo que ha pasado en los últimos días. Estoy
como en un bucle de mala suerte que se repite y se repite. Si algo más
pasara, no me sorprendería, la mierda de decisiones que tomo hace que el
universo se encargue de devolverme todo el mal que cometo contra mi
misma y los demás.

—Señorita Cox —uno de los guardaespaldas abre la puerta —.


Hemos llegado.

Asiento y bajo del auto. Camino hasta detrás del escenario


acompañada del hombre que me abrió la puerta. No sé su nombre, la verdad
es que no sé el nombre de muchas personas que me rodean y trabajan
conmigo a diario. No soy capaz de establecer una conversación más allá de
dar órdenes y pedir necesidades. Soy un asco de persona y sé que si no
fuera quien soy, ellos pasarían de mí.

—Llegando tarde como siempre —Alicia hace su asquerosa


aparición.

—Micrófono —me dirijo hacia alguien que tiene unos auriculares


enormes sobre su cabeza.

Voy a tratar de ignorar las cosas y personas que me rompen, aunque


sea solo por hoy. Voy a enfocarme en lo que me tiene aquí. La música es el
oasis al que siempre acudo cuando el desierto de miseria en el que vivo me
abruma.

—¡A sus posiciones! —grita el coreógrafo.

Me ubico detrás de los bailarines. La canción inicia y entro


caminando al ritmo del bajo en medio de todos. Se van abriendo y sigo mi
caminata como me fue enseñada hace años. No soy modelo de profesión,
pero tuve que aprender pasarela. Llego al final del escenario y la
coreografía inicia, muevo mi cintura de lado a lado al ritmo de la música y
poso el micrófono frente a mi labios.

Hey, esto no es un juego


Voy a brindarte dos opciones
O mirarme u olvidarte del resto

Me centro en la fuerza de mi diafragma para impulsar mi afinada


voz. El reto de esta gira es incorporarme más en la coreografía, no soy la
mejor bailando, pero me ha tocado aprender, aunque no lo hago de la mejor
manera en algunas ocasiones.

Me siento tan confundida


Cuando dices que no estás seguro
Pero no por eso huyo
Giro y me agacho hacia el frente, empujando todo mi cabello y
luego volviéndolo atrás. Se me ha dicho que debo ser más seductora, pues
es una canción de tal índole. La odio.

Una sola oportunidad


Y tendrás la entrada al paraíso
Confía en mí, esto es el destino

Canto las estrofas sin emoción. Lo único que me aviva es el ritmo y


el color de mi voz. Los bailarines me rodean, me alzan y se integran a mi
cuerpo. Danzamos con igualdad y cuando la canción termina, mi pose
triunfal es puesta en escena. Mi pecho sube y baja, el sudor corre por mi
piel y el mareo sigue sin irse. Mi cabeza duele como la mierda y espero
salir pronto de aquí e irme a... No sé, pero quiero irme. Amanda me mira
desde abajo del escenario con los brazos cruzados. Unos lentes negros
cubren su rostro. Niega con la cabeza y se los retira.

—¿A esto le llaman coreografía? ¡Chelsea Cox necesita algo mejor!


—le grita al coreógrafo.

—A mi me gustó la coreografía —miento, pero tampoco es que la


odie. Odio la canción —. Todo el equipo ha trabajado muy duro. Eres solo
la mamá de la estrella, retírate —digo —. Por favor, iniciemos de nuevo —
me dirijo a los bailarines.

Todavía no se me olvida lo que hizo. El crimen que cometió contra


Randall no quedará impune y espero que la vida se lo cobre en algún
momento.

Repetimos una vez más la puesta en escena y seguimos con cinco


canciones más. Pasan horas y mi estado cada vez decae. Amanda y Alicia
cotillean entre ellas, está ultima se acerca al escenario y detiene todo.

—¡Alto a la música! —grita.


—La única persona con el poder para decidir cuándo parar soy yo
—le aclara el director.

Paso las manos por mi cara y me enfoco en el resto del enorme


auditorio. Lo distingo completamente vacío hasta que enfoco a Hayley
sentada en uno de los miles de sillones rojos. No debería estar aquí.

—No voy a dejar que le ofrezcan mediocridad a Chelsea Cox o


mejoran o buscamos una mejor producción —Alicia habla con rudeza.

Odio que hablen de mi como si fuera un simple nombre o marca


registrada. Cada vez me siento más ida. No pude comer nada, pues solo
pensar en hacerlo me hace querer vomitar hasta el alma.

—Ellos son la mejor producción, Alicia. Tú misma lo dijiste —


hablo con dificultad.

—Nunca recuerdas lo que te digo y ahora pareces hacerlo —bufa.

—¿Qué hora es? —le pregunto al bailarín a mi lado. Tiene un reloj


en su muñeca.

—Son las cinco —responde.

Me giro para irme y cuando llego a la parte trasera del escenario me


topo con Louis.

—¿Estás bien? —pregunta y sonrío de inmediato. Él es quien se


encarga del sonido en la mayoría de mis conciertos. Tomo en mis manos
una chaqueta del exhibidor de ropa y la pongo sobre mis hombros.

—Sí. Solo no he dormido bien, ya sabes, mucho trabajo —hablo


tranquila como si la situación de hace unos minutos no me hubiese
afectado.

—Esta gira promete mucho y por eso cuesta tanto —sonríe también.
Su hoyuelo se dibuja en su mejilla. Nunca le he preguntado su edad, pero
debe rondar los 25 años.
Escucho como se da el anuncio de terminación del ensayo y el peso
en mis hombros se equilibra un poco. Quiero irme de aquí, pero no quiero
volver a mi casa, no quiero ver a Hayley, no quiero estar sola.

—Oye, ¿te gustaría ir a tomar un café? —pregunto aunque lo odie,


pero tal vez a él si le guste.

—Oh, ¿un café?, ¿contigo? —su ceño se frunce.

—Sí, conmigo.

Louis es una de las pocas personas que ha sido recurrente en mi


entorno desde que inicié los conciertos. Es divertido y realmente no quiero,
no quiero estar sola.

—No puedo, Chelsea. Me encantaría, pero no quiero que mi cara


mañana salga en todos los periódicos y luego tus fans me acosen pensando
que soy tu nueva pareja...

—Pero...

—Además, Alicia me mataría. Nos tiene prohibido acercarnos de


manera más allá de lo profesional a ti, al igual que tu madre. "Cero
distracciones para la estrella" es lo que repiten con frecuencia —explica y
mi cabeza se agacha para mirar las puntas sucias de mis zapatillas.

El nudo en mi barriga se torna más fuerte.

—Entiendo —levanto mi cabeza y le sonrío —. Ya llamaré alguno


de mis amigos para que me acompañen —me despido con la mano y voy
hacia la salida, pero otra mano toma mi brazo y me detiene.

—¿Estás drogada? —Amanda lleva sus dedos hasta mis ojos y


estudia mi pupila. Me aparto con fuerza.

—No me toques de esa manera —escupo.

—La discográfica te tiene en la mira, un error más y romperán el


contrato. Tu madre y yo estamos cansadas de mentir por ti. Nadie en el
medio va a querer trabajar con una maldita adicta, ¡madura de una vez! —
regresa por donde vino.

El sobrenombre me golpea y mis ojos se empañan. Respiro hondo.


Que no me afecte, pienso. Doy media vuelta y sigo mi camino hasta afuera.
Entro al auto en el que llegué y pido que me lleven nuevamente a mi casa.
Saco el teléfono y marco el número de Matthew. Recuerdo a Hayley
sentada en las sillas y no logro descifrar a qué vino.

—Hey —contesta.

—¿Podemos vernos? —trato de llevar el tono de voz imparcial.

—Quedé en verme con Cory. Está esperándome para...

—Matt, por favor. Realmente es importante —digo y me arrepiento


de haberlo hecho, pero ahora no tengo a nadie más con quien me sienta
cómoda.

—Chelsea. Ya quedé con mis amigos.

—Los viste ayer.

—¿Y?

—No se me ha olvidado lo de anoche.

—Pues deberías, fue una completa vergüenza. Eres tan inmadura


en ocasiones.

—Quiero verte sin nadie alrededor, solo tú y yo, como era antes.

Suspira en la línea.

—¿Quieres que te lleve algo?

—Sopa —respondo.

—¿La de siempre?
—Sí.

—Nos vemos —cuelga.

Una vez llego a mi casa, la soledad de esta me recibe. Ni siquiera


tengo algún perro para que se alegre por mi llegada y jamás tendría uno
porque tiendo a ser irresponsable. No sé cuidarme a mi misma, mucho
menos lo sabría con un ser vivo.

Subo las escaleras hasta mi habitación y lo primero que enfrento al


ingresar es mi imagen en el espejo. No sé porque entre más mal me siento
adentro, más me quiero asegurar de que afuera todo esté bien.

Pero no lo está.

Mis mejillas están hundidas y las ojeras moradas lucen del mismo
modo. Los huesos en mi clavícula llaman la atención y demuestran lo
mucho que he bajado de peso. Me obligo a dejar de mirarme y entro a la
ducha. Todo está impecable, como si nada mortal hubiese estado a punto de
suceder esta madrugada.

La boca me sabe horrible y al salir me cepillo los dientes, evitando


mirarme al espejo. Tomo algo de ropa holgada y me tiro sobre la cama a
revisar el celular mientras Matthew se digna a aparecer.

Con fotos de cuerpos perfectos me recibe la red social a la que


ingreso. Sonrisas que se ven verdaderas y envidio por un segundo hasta
acordarme que la mayoría sabe esconder muy bien su mierda, unos más que
otros, como por ejemplo yo. Ingreso a mi perfil y voy a las fotos que mi
publicista me aconseja publicar. Bikinis, sonrisas, maquillaje, viajes,
publicidad con productos que jamás consumo, un perfil superficialísimo y
falso. Muevo mi dedo hacia abajo hasta encontrarme con una foto de hace
dos años que tengo con Matthew. En ese entonces todo estaba "bien". Sus
manos rodean mis hombros y su cabello negro cae desordenada en su
frente. Fue en mi cumpleaños número 19 y la sonrisa que tiene mi rostro era
inocente. Creía estar feliz, pero justo después de ese momento me enteré de
que me fue infiel con una bailarina de mi equipo.
Lloré toda la noche después de sonreír de esa manera. Ya no creo en
las sonrisas, son efímeras, fáciles de fingir y romper.

Apago la pantalla y tiro el celular a un lado. Me siento cuando


escucho pasos en el pasillo. Limpio las lágrimas que no había sentido correr
por mis mejillas.

Matthew entra a la habitación y mi estómago da un vuelco. La


calma falsa que me trae estar con alguien que la mayoría del tiempo me
brinda tempestad me desestabiliza.

—Hola —saludo.

—Toma —me tiende la sopa y besa la coronilla de mi cabeza.

Tomo la pequeña caja y mi pecho se infla. Se sienta a mi lado y en


silencio me detalla mientras como lo único que me provocaba.

—¿Qué era eso importante? —pregunta mientras acaricia mi


espalda.

—Pasar tiempo juntos, solos.

Matthew sonríe y por un momento puedo volver al pasado. Sus


labios besan mi mejilla. Muevo el recipiente vacío y me acurruco a su lado.

—¿Cómo está todo con tu padre?

—La rehabilitación le sirvió para una mierda —responde. Su mano


acaricia mi brazo de arriba abajo. Yacemos abrazados y aprovecho la
posición para respirar su aroma —. Hace unas semanas llegó a mi
apartamento y destrozó mi primera batería.

—Lo siento.

—No importa. Tengo dinero, puedo comprar miles de esas —finge


despreocupación, pero lo conozco y sé que le ha ofendido.
La madre de Matthew murió debido al cáncer hace más de un año y
su padre no ha podido superarlo. Si antes era violento, ahora siendo un
alcohólico sin remedio, es peor. Sobre todo con su hijo, pues lo culpa a él
por la muerte de su esposa.

—¿Cómo te fue a ti hoy? —pregunta.

—Bien.

—Mentirosa —intenta buscar mis ojos que se han empañado —.


¿Alicia o Amanda?

—Sabes que siempre trabajan en equipo —me encojo de hombros.


Mis manos acarician su pecho por encima de su camiseta negra. Inclino mi
cabeza para verlo mejor.

Su mano peina el cabello que reposa en mi frente hacia atrás. Mis


rizos deben estar desordenados, pues no me peiné.

—Eres tan bonita —susurra. Sus palabras me incendian el pecho.


Esto es lo que él mejor sabe hacer y me asusta, porque después de cada
momento lindo, viene uno horrible —. ¿Dije algo malo?

—Ya no sé qué creerte, Matt, yo...

—Y vuelves a lo mismo. Estoy intentándolo, siempre estoy tratando


de darte el amor que me pides y siempre lo arruinas con ese tipo de
comentarios —trata de ponerse de pie, pero lo detengo.

—¿Podemos no hablar mejor?

Respira hondo y asiente con la cabeza. Sus labios van directos hacia
los míos y saboreo en él lo que no me conviene, pero no soy capaz de dejar
ir. El deseo en mí despierta, y en un baile de manos y caricias sobre
nuestros cuerpos, la ropa inicia su desaparición. Me siento a ahorcajadas y
me uno con cuidado a él. Inicio un ascenso y un descenso sobre su cuerpo.
Sus manos y su boca están por todas partes. Me siento completamente
incompleta.
Matthew me hace daño de la peor manera y aquí estoy, haciendo un
amor tan falso como el «te amo» que susurra en mi oído.

Finjo un orgasmo para que él pueda liberar el suyo. Ya no quiero


verlo más, quiero que se vaya. Necesito llorar sin que nadie me llame
infantil o ridícula.

Sus gemidos contra mi cuello me alertan de su placer y me bajo tan


pronto nuestros movimientos se detienen. Vuelvo a la ducha y tallo con
fuerza mi piel.

Matthew entra al baño y orina de pie. Su celular suena y se pierde a


contestarlo. Dos minutos después regresa y me mira de manera extraña.

—Acompáñame a recoger algo —dice.

Cierro la llave.

—No quiero salir.

—No tardaremos. Puede decirles a tus escoltas que nos sigan.

—Pídeles a los tuyos que te lo traigan —tomo una toalla y seco mi


cuerpo.

—Es algo personal —no me mira y entiendo de qué se trata.

—¿Qué es?

—Algo nuevo —tuerce su boca.

—Algo duro...

—Es exclusiva y nada barata, peor es la cocaína que inhalas —


contraataca.

—Lárgate —voy hacia mi closet.

—Acompáñame, bonita. ¿No querías pasar tiempo conmigo?


Me giro para enfrentarlo.

—No me chantajees con esa mierda —lo señalo —. Yo hablaba de


ver una película como una pareja normal. Ve por tu maldita droga solo.

—Veremos la película después de esto —entra la habitación y


empieza a vestirse. Vuelvo a ponerme mi ropa holgada.

Me incomoda tener sus ojos encima de mi cuerpo. Algo de lo que


Matthew vivía enamorado era de mi trasero, pero ya no está. Soy tan
delgada que nada me horma ya.

Me debato internamente. El dicho "es mejor estar solo que mal


acompañado" no me sirve, estoy peor sola. Le temo a mi maldita adicción y
a mi depresión.

—No te hagas de rogar. Salir te hará bien —se acerca y toma mi


mano.

—Quiero ver una maldita película después —condiciono.

—Te lo prometo —besa mis labios y sigo sin dejar de sentir la


falsedad.

Me pongo unos jeans, un hoodie y una chaqueta de cuero sobre este.


Gorra y lentes sobre mi cabeza. Bajamos y entramos a su costosa
camioneta. Miro el reloj que marca la pantalla de la consola; 09:03 p.m. Su
mano sostiene la mía sobre mi muslo y trato de respirar para calmarme de
un apuro en el que no estamos.

La falta de la constante sustancia que suelo proporcionarle a mi


cuerpo empieza a hacerse presente.

«Una noche, solo dame una noche de abstinencia» repito en mi


mente.

Una canción de trap que no distingo suena de fondo. Las calles


están medianamente transitadas. No nos alejamos mucho de la zona y
minutos después, Matt estaciona frente a una enorme casa blanca con
árboles que la cubren parcialmente. Decido no bajar y esperarlo aquí
adentro.

—Baja.

—No —ya tomé mi decisión. No me gusta nadie de su círculo social


y a nadie de su círculo social le gusto yo.

—No voy a dejarte aquí afuera.

—Mi escolta está cerca —señalo la camioneta con placas conocidas


al frente.

—Chels, por favor. No seas infantil.

—Chelsea —lo corrijo. Odio el diminutivo de mi nombre.

—Como sea. Baja —abre la puerta, me toma del brazo y me arrastra


sin un ápice de suavidad por toda la entrada —. No hagas ningún maldito
comentario fuera de lugar.

—Déjame quedarme en el puto auto —trato de zafarme, pero me


toma aún más fuerte.

—Será extraño si te quedas ahí, tiene ojos en todo lado.

—¿A dónde mierda me trajiste?

—Cállate —dice y toca el timbre.

Una mujer indudablemente hermosa abre la puerta y saluda con


efusividad a Matthew. Me ignora e intenta llevárselo de mi lado, pero el
refuerza el agarre y a ella no le queda más remedio que dejarlo.

Al entrar a la enorme sala de estar, nos topamos con una decena de


hombres con apariencia extraña, pero elegante. Todo está en tinieblas y la
única luz es una led de color azul que hace que todos se vean aún más
terroríficos.
—Me quiero ir —le susurro a Matt.

—Dame unos minutos —dice.

Y ahora, que no quiero que se aparte, se larga a saludar a quien sabe


quién. Me cruzo de brazos y deseo con fuerzas que me trague la tierra. Me
muevo por el salón hasta un sillón vacío. El humo de tabaco y cigarrillo se
acumula en el techo. La garganta me arde y juego con mis uñas acrílicas
para distraerme.

Matthew viene nuevamente hacia a mí y me pongo de pie


esperanzada de que nos vamos.

—Hey, Bruno, ella es Chelsea Cox. Chelsea él es actor. Tal vez lo


hayas visto antes —me señala y me petrifico.

—¡Que nos cante!

Matthew me toma del brazo.

—Vámonos —le exijo, pero me ignora.

—Son gente cool, solo quieren que les cantes una canción —su
brazo se desliza sobre mis hombros.

—No —decreto —. Vámonos, Matthew.

—Canta, maldita sea. No me darán mi mierda si no lo haces.

—¿Les dijiste que estaba contigo?, ¿por eso me trajiste aquí? —


escudriño su rostro pese a la oscuridad.

—Solo quieren una canción y yo quiero mi droga. Hazlo por mí,


bonita. Esto no se lo venden a cualquiera y realmente la necesito —se posa
enfrente y acaricia mis mejillas.

—No tenemos toda la noche, Matt —recalca el tal Bruno.


—Está un poco nerviosa... un poco sobria, mejor dicho —Matt le
regala una sonrisa al hombre que me causa náuseas. No voy a consumir
nada aquí.

—Lo que viniste a recoger es bastante útil para la inhibición —le


dice el hombre de cabello rizado. No logro descifrar el color de su cabello o
sus ojos, pues la luz azul solo me deja apreciar siluetas. No es más alto que
Matt.

El hombre se dirige a la mesa donde está reunida la mayoría de


personas. Hay varias jeringas sobre ellas, unas cerradas y supongo usadas, y
otras nuevas con empaque sellado.

Matthew me toma del brazo y me acerca al lugar. Mi corazón está


latiendo con rapidez y tengo miedo.

Bruno prepara alguna sustancia sobre un pequeño recipiente de


cristal al que le da el fuego y en cuestión de minutos tiende a ebullir.

—Le encantará —le tiende a Matthew.

—Nunca se ha inyectado, te lo agradezco, pero creo que pasará —


dice y mis nervios se controlan.

Me estoy ocultando detrás de su espalda. No debí venir, maldita sea.


¿Cuándo tomaré alguna maldita buena decisión?

—¿Quieres tu mierda? —Bruno habla más fuerte —. Yo quiero que


ella cante y esto la ayudará. ¡Dáselo o pierdes tu maldito dinero!

—Cantaré sin eso —agrego con rapidez.

Bruno se carcajea y los presentes lo acompañan.

—Es tarde, ya lo preparé y no dejaré que se desperdicie. Un solo


mililitro vale cinco de los grandes. Vamos, hazlo —vuelve a tenderme la
jeringa.
Niego con la cabeza y me doy media vuelta para irme. Tengo que
llegar hasta mi escolta. Camino rápido en medio de las personas hasta que
dos de la más grandes se cruzan en mi ruta de escape.

—Cójanla —ordena Bruno —. Es un honor para nosotros tenerte


aquí, Chelsea, pero odio la gente maleducada que rechaza mis
ofrecimientos y este... —mueve la jeringa —, solo se lo ofrezco a personas
especiales como tú. Cinco mil dólares no se gastan en cualquiera.

Los hombres me toman por los brazos y por más que intento
zafarme, no lo logro. Mi cuerpo ha empezado a temblar y busco a Matthew
con la mirada. No está en ningún lado. Maldito hijo de puta.

Mi brazo izquierdo es desnudado por uno de los gorilas. Las


lágrimas se me escapan.

—No, por favor. No, no, no, no. ¡Te pagaré diez mil! —Le ofrezco
con emoción.

—No, quiero oírte cantar bajo los efectos de esto —dice y toma mi
brazo para clavar en el la pequeña aguja. Vierte todo el contenido y lo
siento frio cuando entra a mi torrente sanguíneo.

Sigo luchando para escapar, pero es imposible.

—¡Matthew!, ¡ayúdame!

—Fue a reclamar su mierda la segunda planta, ya vuelve —Bruno


retira la jeringa vacía de mi piel y me sonríe —. Ahora sí, prepárate para
cantar como nunca.

Un mareo me abruma y la visión se me pone borrosa por unos


segundos. Los párpados me pesan con inmediatez y lo único que quiero
seguir haciendo es huir. Esto no está bien, no lo estoy controlando y repito,
tengo miedo.

Matthew aparece tomándome del brazo.


—Te odio —intento hablar pero la lengua se me duerme al final de
la última letra.

—Vámonos —dice. Me dejo llevar por él, pero alguien vuelve a


interceptarnos.

Mis rodillas dejan de trabajar para soportar el peso de mi cuerpo.


Debo agarrarme de Matthew para no caer.

—Queremos que cante —dice otra voz y no logro reconocer de


donde proviene.

—No... puedo... —mi cuello pierde fortalece e inclino mi cabeza


hacia adelante.

—¿Cuánto le aplicaste? —Matthew, esa es la voz de Matthew.

Ya no puedo sostenerme y siento como levito, no sé cómo, pero


levito y siento un calor corporal muy cerca.

—Lo suficiente para un buen viaje —una risa escalofriante


acompaña las palabras y me muevo hacia algún lado.

Mis músculos no reaccionan a las ordenes que les doy. Nada en mi


funciona como debería.

—Me estoy quemando —susurro.

—¿Qué?

—¡La ropa me quema! —me altero y esta vez mi cuerpo se


zarandea sin haberle indicado que lo hiciese. No puedo abrir los ojos, solo
siento un ardor inhumano bajo mi piel. Necesito arrancarla —. La piel, la
piel me quema.

—Chelsea, estás bien. Estás bien, nada está pasando, todo está en tu
cabeza.

—¡Está en mis venas! —grito con fuerza.


No logro ubicarme. No sé sigo todavía sigo en sus brazos, si estoy
en el suelo, si estoy de regreso a casa, si estoy en mi habitación, no sé
dónde estoy. Todo es oscuridad, no puedo ver por más que restriegue mis
ojos, no puedo sentir por más que Matthew quiera tocarme y no puedo
escuchar por más que quiera gritarme.

No me siento en este mundo y es porque tal vez me he ido al


infierno.

CAPÍTULO 6
Isaac

El sol golpea fuerte en el campo. Odio New York en esta época del
año, el calor es bestial. El olor de la grama recién cortada me asquea. Estoy
en la punta del diamante. Tengo el bate en mis manos y mis ojos en la
pelota. El cátcher está a la espera de mi fallo y el pitcher se alista para
lanzar.

La cabeza me sigue doliendo a pesar de haberme tomado 10 botellas


con agua y tres pastillas para los síntomas de la resaca. El alcohol es mi
disolvente de problemas en las noches, que es cuando más me pesan los
hechos.

El silbato suena y la bola es lanzada, mi cerebro envía tarde la orden


y hago un pésimo swing en vano. El cátcher atrapa la bola.

—¡Strike uno! —anuncia.


Maldigo y evito mirar al entrenador. Últimamente lo tengo encima y
al resto del equipo también. Soy un hombre de 26 años que sabe cuidarse y
no necesita la lástima que quieren ofrecerme.

Vuelvo a mi posición, todo se repite y...

—¡Strike dos!

Carl Dickinson, el gran entrenador de los Estrellas Rojas se pone


frente a mí. Tiene casi mi altura, es un hombre robusto y la expresión en su
rostro solo significa una cosa: estoy en problemas. Y la mía traduce un: me
importa una mierda.

—¡A los vestidores! —grita con tanta fuerza que debo cerrar mis
ojos para que su asquerosa saliva no entre en ellos.

Tiro el bate a un lado, oculto y reprimo mis ganas de azotarlo en su


cabeza. Trazo camino hasta el túnel debajo de las graderías, me deshago de
mi casco y lo lanzo a un lado. Llevo la manos a los botones de mi uniforme
y también la mando a volar.

Entro y voy directo a mi casillero.

—He sido paciente contigo, Statham, pero tengo un límite —


carraspea —. Todos tenemos un límite, el equipo se ha esforzado en llegar a
donde está. ¡Firmaste un contrato y estar aquí ebrio lo insulta! Ofrecí
alargar tu licencia, pero ya ha pasado un año desde que ella murió y no
puedes...

—¡No la menciones! —azoto la pequeña puerta de metal y giro para


enfrentarlo.

Se acerca amenazante y me señala con su dedo índice.


—Me vale mierda que seas el maldito bateador estrella y el
beisbolista mejor pagado del mundo. Para mí solo eres un puto alcohólico
que si no cambia, su carrera se irá a la mierda. Tienes todo nuestro apoyo,
pero no por uno pagará el resto —me empuja y mi espalda impacta el metal
—. Llamaré a tu agente y le contaré mis inquietudes. Los Estrellas Rojas
ganarán esta temporada con o sin ti, Statham. La decisión de fracasar es
solo tuya —termina de hablar y se marcha.

Me dejo caer sobre la banca. Me fijo en los premios de la vitrina y


detallo algunas fotos del pasado donde estoy alzándolos. Tomo mis cosas y
salgo de aquí. Llevo meses con tanto alcohol en las venas que ya no sé lo
que es estar sobrio. He aprendido a sobrevivir intoxicado, no tengo rumbo
desde que Leane murió. Llevo un año sufriendo su partida, odiando la hija
de puta enfermedad que se la llevó.

Voy directo hacia del estacionamiento y entro al Camaro último


modelo de color azul eléctrico. Acelero por toda la calle, hay algunos
paparazis deportivos afuera, pero la seguridad del lugar los aparta para que
pueda salir con tranquilidad.

Minutos después llego al edificio y una vez dentro del ascensor,


oprimo el botón que me eleva directo al penthouse. Solo hay un día en la
semana que no bebo licor y ese día es cuando ella viene y eso es hoy.

Tiro la maleta deportiva sobre el enorme sofá en L y camino hasta la


ducha. Me deshago de toda la ropa e ingreso bajo del agua. Al vestirme, lo
hago con una sudadera de algodón y pantalones del mismo material.
Enciendo el aire acondicionado y me fijo en el reloj de la pared: 03:00 p.m.
Recuerdo que debo revisar si Xilia dejó todo listo para la llegada de Chloe.
Abro el refrigerador de dos puertas y encuentro todo listo, organizado y
empacado. Aprovecho para tomar algunas cosas para mi típico batido de
proteína. Enciendo el televisor del salón, la casa es de un solo ambiente, así
que con una tableta universal controlo todo.

—Chelsea Cox ha sido hospitalizada por aparente sobredosis... —


escucho a lo lejos la voz de la reportera y seguido enciendo la licuadora.
Fotos de la cantante rubia que tanto idolatra Chloe aparecen en la pantalla.
El teléfono suena y apago todo para contestar.

—Hey —llevo el celular a mi oreja. Es mi abogado.

—Isaac... —carraspea.

—¿Qué? —pregunto y bebo directo del vaso de la licuadora.

—Hoy no podrás ver a Chloe.

—¿Qué? —azoto el vaso contra el mesón.

—Francia ha abierto un proceso para quedarse con la custodia


total de la niña. Ha llevado pruebas a los tribunales de familia donde
constan que consumes alcohol en exceso y que representas un peligro para
ella...

Lanzo el celular por el aire hasta que impacta con una pared. Tomo
las llaves de mi auto y voy directo a él. El rumbo ahora es la casa de los
padres de Leane. Conduzco a toda velocidad hasta llegar al barrio donde
vivíamos antes los tres. No me preocupo por estacionar ni cerrar la puerta
del auto cuando bajo. Casi corro hasta la puerta de entrada y toco el timbre.

Ya perdí a mi esposa, no perderé a mi hija.

William abre la puerta y lo empujo hacia un lado para ingresar.

—No deberías estar aquí. Tu abogado debió darte la notificación y


mientras el proceso se lleve a cabo no podrás verla —habla mientras me
persigue.

—¡Chloe! —subo las escaleras.

—¡Isaac, lárgate o llamaré a la policía! —William sigue detrás.

—¡No van a quitármela! ¡Solo les pedí que la cuidaran mientras la


temporada transcurría! —abro la puerta de la primera habitación —.
¡Chloe! —sigo llamándola.
—¡Eres un alcohólico! ¡Xilia nos lo contó todo!

Xilia hija de puta.

—¡Papá! —Chloe viene corriendo hacia mi y me agacho para


recibirla en brazos. La cargo y respiro su característico olor a fresa —. La
abuela me había dicho que estabas enfermo y no podía ir a quedarme
contigo hoy.

Francia sale con cara de terror de la habitación.

—Tu abuela es una mentirosa, amor —respondo y miro con odio a


la anciana —. Pero ya estoy aquí, vámonos —camino con ella en brazos y
desciendo la escalera.

—¡Mi ropa!, iré por mi maleta —dice.

—Te compraré todo lo que quieras.

—¡No te la puedes llevar, Isaac! —Francia grita detrás de mí.

—Papá no está enfermo, abuela. Vendré mañana —le sonríe Chloe


en medio de su inocencia.

—Haré la llamada —anuncia la mujer y se pierde hacia la cocina.

Estar dentro de esta casa no me ayuda. Salgo y ubico a Chloe en la


silla para infantes en la parte trasera del auto.

—Espérame aquí, amor —beso su frente y cierro la puerta.

Me enfrento a William.

—Deshagan la maldita demanda o gastaré toda mi maldita fortuna


por verlos en la ruina. Nadie va a quitarme a Chloe —amenazo con rudeza.

El hombre de cabello blanco niega con la cabeza.

—Leane estaría tan decepcionada de ti. Cada 8 días en orgías en un


piso especial que tienes para eso, bebiendo hasta no saber ni quién eres... —
bufa —. No eres el padre que merece Chloe. Estará mejor con nosotros.

—¡Soy su padre y debe estar conmigo! —doy un paso hacia él.

—Ni siquiera tienes tiempo para hacerlo —niega —. Nos han dicho
que ni siquiera rindes en tus entrenamientos, ¿qué esperas de la vida?
¿Cuándo vas a superar su muerte? ¡Busca ayuda!

Las sirenas de la policía se acercan. Esta situación es una mierda y


no quiero que mi hija de apenas 6 años presencie todo esto. Ya ha sido
suficiente con perder a su mamá tan pequeña.

Francia sale corriendo hacia el auto de los policías y llorando la veo


hablar con ellos. Bajan y vienen caminando hacia mí. Sé lo que acaba de
ocasionar el llanto de la mujer. Van a arrestarme.

Voy hacia mi auto y abro la puerta trasera.

—Hoy no podremos jugar a las muñecas, pero lo haremos pronto.


Te compraré una nueva casa, aún más grande que la que ya tienes. Lo
prometo —la tomo en brazos.

—Entregue la niña —anuncia el oficial.

—¡No! —Chloe se aferra a mi cuello con sus pequeños brazos —.


¡Me quiero ir con papi!

—Vendré mañana, amor. Se me olvidó que estoy algo enfermo y no


quiero resfriarte también —miento para su bien.

—¡No importa! —su llanto se hace presente —. Yo te cuido, yo te


cuido como lo hacía con mami —me abraza aún más fuerte.

—Entregue la niña —repite.

William se acerca para quitarla de mis brazos, pero tanto ella como
yo no nos queremos dejar ir. El pecho me arde y con ello mis ojos se
empañan.
—Lo siento, amor... —susurro y beso su frente. Trato de separarla
de mi cuerpo sin lastimarla, pero debo usar algo de fuerza para apartarla.

Su llanto incrementa, su cabello castaño se pega su rostro debido a


las lágrimas. No quiero dejarla ir, pero soy consciente de que soy un asco.
Lo soy desde que Leane se fue, es más, lo era antes y ahora sin ella he
perdido el maldito rumbo.

El dolor de mi pequeña me duele el triple y justo cuando están por


arrestarme, hablo:

—¡Éntrala! ¡Que no vea esto! —exijo.

William se la lleva y Francia sigue llorando.

—Eres un desastre, mira lo que causas —solloza y sigue los pasos


de su marido para luego azotar la puerta de la entrada.

No me opongo a que los oficiales me lleven y me metan a la parte


trasera del auto.

Una vez en la estación, me permiten llamar a mi abogado quien


llega tan pronto como cuelgo.

—Mierda, Isaac —me mira negando.

—No pueden quitarme a mi hija.

—Sí pueden, tienes alcohol en la sangre, prácticamente todavía


estas ebrio. Tu agente viene para acá, tu entrenador también le ha hablado
del bajo rendimiento y eso al parecer llegó a oídos de tus suegros —explica
—. Esto puede ser un proceso largo, así que solo voy a pedirte que nos
adelantemos a los hechos.

Debo concentrarme en solucionar esta mierda y lo único que ahora


exige mi cuerpo es una maldita botella de bourbon.

—Llegué —indica Frank, mi agente, entrando a la pequeña sala —.


Directo a las soluciones, por favor —se queda parado de brazos cruzados.
Daniel y yo permanecemos sentados.

—Isaac tiene un problema de alcohol, depresión y quien sabe qué


más, y a pesar de haberlo prometido hace meses de controlarlo, no lo logró
—Daniel me mira —. Necesitas ayuda profesional. Conozco un centro de
rehabilitación en Suecia. En un mes regresará perfecto y a tiempo para
seguir con los entrenamientos. Podremos llevar el caso de tu hija una vez
que estés completamente sobrio y los exámenes de sangre salgan limpios.
Desaparecer te hará bien, pero debes estar dispuesto al cambio.

—Tiene un enorme evento de caridad en Londres dentro de 5 días,


que sea después de eso —agrega Frank.

—¿Puedes mantenerte cinco días sin alcohol hasta Suecia? —


pregunta.

—Sí —respondo y sé que en mi interior no estoy seguro, lo único


que sé es que iré a donde sea con tal de recuperar a Chloe y organizar mi
vida.

—Perfecto. Así me gusta arreglar los problemas, al grano y rápido


—Frank le da la mano a Daniel —. Bórrale como sea el expediente, Isaac
Statham no estuvo aquí. Trata de no meterte en más problemas. Sé que estás
viviendo un duelo, pero tu hija te necesita, solo le quedas tú. Hazlo por ella.
Iré a arreglar el asunto con los Estrellas Rojas —dice por último y se
marcha.

Apoyo mis codos sobre la mesa y repaso las palmas de mis manos
sobre mi cara. Estoy jodido.

—¿Realmente harás lo de Suecia? Prometiste hace mucho que...

—Lo haré después de lo de Londres —me levanto —. Voy a partir


hoy mismo, si me quedo más tiempo temo cometer la locura de ir tras Chloe
—algo dentro de mí se quiebra al saber que no la veré durante más de un
mes —. Gracias, Daniel —extiendo mi mano y él devuelve el apretón.
Salgo de la estación por la parte trasera. Tuvimos que pagar miles
de dólares para que las cosas no fueran a más. Un auto de servicio especial
me espera y subo a la parte trasera.

Me deshago de toda mi ropa y me pongo otro atuendo cuando llego


al penthouse. Abro la parte superior del closet y halo la maleta de ruedas
con la que comúnmente viajo, pero me traigo consigo algunos álbumes de
fotos. Se esparcen en el suelo y mis ojos caen en las fotografías. Unas son
del nacimiento de Chloe, otras son de mi matrimonio con Leane hace siete
años. Estábamos tan jóvenes.

Me arrodillo en el suelo y tomo algunas en mis manos. Teníamos 18


años cuando nos casamos, recién entrabamos a la universidad y llevábamos
un noviazgo de 2 años. Ella siempre soñó con casarse por lo grande y
debido a que mi talento como beisbolista fue comprado por un enorme
equipo desde temprano, pude darle lo que quiso. Ese mismo año planeamos
a Chloe y cuatro años después Leane enfermó.

El cáncer de seno se le detectó de manera tardía y dos años después,


de quimios, tratamientos y medicamentos, se descubrió que se había
esparcido a hacia sus otros órganos. Desde ese instante el tiempo empezó a
correr muy rápido y cuando menos lo pensamos, sus ojos se apagaron y su
último «te amo» fue pronunciado.

Mi pecho arde y me obligo a no llorar, vivo negándome de hacerlo


desde que pasó todo. Chloe necesitaba fortaleza y verme de esa manera no
se la iba a dar.

Guardo todo en su lugar y tomo la maleta para echar ropa dentro de


ella. Separo un vuelo privado en jet hacia Londres y pido a la recepción un
auto que me lleve al aeropuerto. Bajo del penthouse cuando ha llegado y
echo mi equipaje atrás. Subo a los asientos traseros y el conductor acelera.
La radio está encendida y de fondo suena una canción pegajosa, como las
que suele escuchar Chloe. No me gusta para nada la letra, no es apta para
una niña tan pequeña, pero sus abuelos la dejan escuchar cuanta mierda esté
de moda.
—Y esta fue Chelsea Cox con su tema Paraíso, quien por fuentes
confiables hemos sabido que se haya hospitalizada por una presunta
sobredosis. Su equipo no ha salido a dar declaraciones, esperemos que esté
bien y...

—Apágalo, suficiente tengo con mis problemas para tener que


escuchar los de otros —exijo.

El conductor lo hace y un silencio cómodo se instala hasta mi


llegada. Entramos directamente a la pista de despegue. El jet espera
puntualmente mi llegada, subo y me instalo en mitad de la larga y lujosa
cabina. El celular me vibra en los bolsillos.

—Hey —contesto.

—Llevamos siendo amigos más de 10 años ¿y hasta ahora me


entero de que irás a rehabilitación? Pensé que solo era el alcohol, ¿estás
consumiendo drogas? —Dylan le imprime drama a su voz.

—Dicen que es depresión.

—Hey bro, yo realmente lo siento. Sé que lo de Leane te ha


golpeado y...

—No quiero hablar del tema, Donovan —lo corto.

Dylan Donovan es el lanzador principal de los Estrellas Rojas, pero


también ha sido mi hermano hace más de 10 años. Juntos iniciamos la
carrera deportiva al mismo tiempo y la sociedad nos compró al mismo
tiempo también.

—¿A dónde iras?

—Primero haré una parada en Londres y luego a alguna ciudad de


Suecia.

—¿Y Chloe? —pregunta y el nudo en mi estómago se ajusta aún


más.
—Estará con sus abuelos. Quieren quitarme la custodia, han enviado
pruebas a la corte de que no estoy bien mental ni físicamente facultado para
ser padre. He bajado mi rendimiento, toda esta mierda se me está saliendo
de las manos —me pongo de pie. Necesito alcohol.

—Lo lograrás o si no golpearé tu maldita cabeza con un bate hasta


reiniciarte la vida.

—Ser amable es lo tuyo —encuentro una minúscula botella de


whiskey dentro del minibar.

—Anytime, man —ríe —. Cualquier cosa que tú necesites o ella


necesite, avísame. El equipo será capaz de respaldarte si llegas a
requerirlo. ¡Nadie va a quitarnos a Chloe!

Vuelvo a mi asiento y juego con la botella entre mis dedos. Nadie va


a lograr separarme de lo único que me aferra a este mundo, ni siquiera esto,
ni siquiera yo mismo.

—Nada lo hará —digo y arrojo la botella al frente.

CAPÍTULO 7
Chelsea
Cuatro días después...

—La manager de Chelsea Cox ha lanzado un comunicado en las


redes sociales de la cantante británica desmintiendo la supuesta sobredosis.
Cox estuvo hospitalizada, pero no por asuntos de drogadicción. Su salud ha
vuelto a verse afectada desde la última vez que estuvo internada,
seguiremos informando.

Apago el televisor de la habitación del hospital. La bata que tengo


encima me pica en el cuello. No soporto más estar aquí y agradezco que
hoy me den el alta. Matthew yace dormido en el sofá a mi lado derecho.
Tomo una pequeña almohada y se la lanzo.

—Levántate, idiota. Quiero irme de aquí.

Sus ojos se abren con sorpresa y se sienta de inmediato.

—¿Qué hora es? —pregunta con voz ronca

—Son las en punto para que te vayas a la mierda —sonrío —. ¿Qué


haces aquí? ¿No has tenido suficiente? Casi me muero por tu maldita culpa
y estás aquí como si fueras el maldito novio más perfecto del mundo
¡Lárgate!

Me pongo de pie con esfuerzo. Desconecto de mi dedo el monitor


cardíaco y enseguida una enfermera aparece.

—¿Qué está pasando?

—Me voy —respondo. Me quito la bata y la arrojo a un lado. Voy


hasta el pequeño guardarropa y busco algo para tapar mi desnudez. Me
visto rápido.
—No puede irse hasta que la vea el doctor por última vez —la
enfermera trata de detenerme.

La empujo con fuerza.

—No me toque —digo y me desconozco.

—Llamaré al doctor. No la deje ir —mira a Matthew y él asiente


con la cabeza.

—Quiero que te largues, que desaparezcas de mi vida. Te quiero


lejos, Matthew —suelto con ira mientras lo señalo —. Pero antes,
consígueme más de esa mierda.

Me giro para ir en busca de mis cosas, pero su mano me detiene.

—¿Estás hablando en serio?

Asiento con la cabeza.

—Consíguela y no me preguntes nada. Mejor agradece que no te


denuncié por abuso sexual —amenazo. Estoy cansada de él y odio su
maldita presencia. No entiendo porque sigue aquí si es obvio que no me
ama una mierda.

—Caes tan malditamente bajo —me suelta ofendido

Me río.

—No seas cínico. Me sacaste con chantajes de mi maldita casa...

—Pudiste elegir quedarte, yo no te obligué —se defiende.

El colera que se desata por todo mi cuerpo me da aún más náuseas.


—¡Eres tan imbécil! Asume la responsabilidad de tus malditos
actos, dios.

—¿Y cuando asumirás la responsabilidad por los tuyos? Eres igual


o más estúpida que yo, Chelsea —niega con ira.

Me tiemblan las manos y el corazón se me acelera. Su rostro está


apagado y yace serio. Su cabello está revuelto y lleva la misma ropa que
hace dos días.

—Si soy tan estúpida como aseguras, ¿qué mierda haces aquí? —
escupo.

—Estoy aquí porque a pesar de todo me importas, Chels.

—¡No disminuyas mi puto nombre! ¡Sabes que lo odio, maldita sea!


—me altero.

—¿Por qué?, ¿acaso alguien más te decía así y te recuerda a él? —


se acerca y me toma del brazo —. No creo en tu mierda de que eras una
maldita virgen y santa que nunca ha estado con alguien más, nunca lo voy a
creer.

—¿Para qué mierda te voy a mentir con eso? ¡Ni siquiera viene al
caso!

—¿Quién es, Chelsea? —sigue zarandeándome.

—¿Quién es quién? —pregunto confundida.

—¡El otro imbécil que te la entierra!

Mi mano libre va directo hasta su mejilla e impacta contra ella. Su


rostro es volteado por mi fuerza y vuelve a mirarme con el mayor de los
odios.

—Ojalá tuviera a alguien más, ¡ojalá tuviera a muchos!, pero soy


tan imbécil que no puedo pensar en nadie más que no sea en ti y ¡te odio!
—lo empujo con ambas manos —. ¡Te odio tanto! —la voz se me quiebra y
doy paso a mis lágrimas.

Nunca he podido entregarme a alguien más. Siempre que conozco


un hombre y dispuesta a todo, me echo para atrás.

Matthew ha generado un gran vacío y sé que llenarlo con más


vacíos solo hará que el hueco en mi pecho se agrande. Merezco un amor
que me llene, ¿pero cómo hacerlo? Si ni siquiera soy capaz de amarme a mí
misma. La escasez de amor propio siempre busca compañía. Mi soledad
ahora mismo no es valiente y constantemente ando buscando ese amor que
me falta en otros ojos, cuando sé que lo que debo hacer es mirar hacia
adentro.

—Chelsea... —susurra y me abraza con fuerza —. No necesitas a


nadie más, siempre me tendrás a mí. Solo que soy demasiado joven y no sé
querer, al igual que tú. El tiempo pasará y verás que vamos a aprender
mucho juntos.

Niego con la cabeza.

—¿Por qué siempre vuelves? Sé que te ves con Megan, sigues


haciéndolo a pesar de prometerme que no lo harías.

—Es una amiga. Ya te lo he dicho —sus brazos se vuelven a mi


alrededor. Repudio y amo la sensación.

—Una amiga que te follaste y llevaste a casa de tu familia. Si la


prensa se entera, Alicia te matará.

Pienso en lo que sucedió hace 4 meses y el pecho me sangra.

—Es pasado, Chelsea. Ahora estamos juntos y es lo que importa.

Muchas veces me he preguntado que pasaría si fuera yo quien


conociera a alguien y me entregara a él, así como lo hizo Matthew con esa
modelo llena de curvas. Definitivamente él no me lo perdonaría. Por eso
soy tan idiota al no por darme la oportunidad con alguien más. Tengo miedo
de perder a alguien que no tengo.

—Me tengo que ir —digo.

Me deshago de su abrazo y salgo de la habitación con mi pequeña


maleta al hombro, pero al abrir la puerta me topo con dos de mis hombres
de seguridad y entre ellos aparece Amanda.

Lo que me faltaba.

—¿A dónde crees que vas? —pregunta.

Tiene los brazos cruzados y luce su característico traje de


tonalidades pasteles, esta vez lleva uno azul. Horrible. Soy un contraste
drástico al lado de ella. Cuando tengo que ir eventos suelo usar ropa oscura,
ancha y rota, cabello desordenado y cero maquillaje. Tal vez es mi manera
de descansar de la saturación de la gran imagen que plasman en mí ante el
público.

—Voy a optar por irme a la mierda yo, debido a que ninguno de


ustedes quiere obedecerme —trato de pasar por su lado, pero sus dedos
largos y con uñas filosas, elegantemente arregladas se clavan en mi piel —.
Suéltame.

—Mañana tienes un evento importante. No queremos escuchar que


Chelsea Cox no quiso ayudar a los mugrientos niños de África —me hala
del brazo —. Vamos, tienes que probarte un vestido.

—¡No! —me suelto.

—¡Tienes un maldito contrato! —se altera y me señala —. Ya


estamos montadas en este barco y no voy a permitir que nos hundas.

Bufo. Es tan increíble esta mujer, en el mal sentido.

—¿Nos? —río —. Tú no eres nadie —me giro, pero antes de irme


digo: —Este barco ya se hundió y lo que ves ahora es el vago fantasma de
la Chelsea Cox que mataste junto con Randall.

Camino rápido hasta de que pueda alcanzarme. Los dos hombres me


siguen, Matthew ha salido de la habitación y camina detrás de mí también.

—Te dije que te largaras —hablo.

—Tenemos un evento mañana. La diseñadora nos espera —dice con


seriedad.

Aunque no quiera ir, sé que tengo que hacerlo. Prometí y firmé hace
meses asistir a este evento de beneficencia por los niños de un pequeño país
en África. No recuerdo el nombre exacto, pues fue Alicia quien arregló
todo. Luego preguntaré. Debo cantar una canción y usar un vestido
costosísimo que al día siguiente se subastará y todo el dinero irá a manos de
la fundación.

A la salida del hospital me encuentro con el doctor. Estuve 4 días


hospitalizada desintoxicando mi sistema. Estuve cerca del abismo, bailé con
la muerte, pero no fue suficiente. Quiero volver a probar un par de pasos
más con ella, pero esta vez en breves cantidades, que no me dejen exhausta
y desintonizada tantos días.

No sé si es mi débil mente o mi sistema, pero ahora necesito


pararme al final de la dolorosa vida y jugar con la poca anestesia que me
ofrece el otro lado.

El día pasa sin novedad. Ignoro a Matthew a toda costa. Las


modistas deben reducir un poco el vestido. He adelgazado aún más. Mi
imagen en el enorme espejo no es la mejor y los comentarios sobre mi
precaria apariencia salen de bocas desconocidas como si hubiera rogado por
ellos. Si fuera yo quien criticara de esa manera sus físicos, sería una persona
horrible, pero como Chelsea Cox es una simple marca registrada, pues no
importa.

Muero por responderles: "Tengo un maldito espejo en mi casa en el


que yo misma me destruyo, no necesito de su puta ayuda. Gracias", pero en
lugar de eso digo:
—Sí, la comida en el hospital no es muy buena, no pude comer
mucho. Pronto haré ejercicio, me alimentaré mejor y todas esas cosas sanas
—sonrío con amabilidad aunque mis ojos griten otra cosa, pero nadie lo
nota. Jamás lo harán. Están tan ocupados en hacer que me vea bien por
fuera, que lo de adentro pasa a un vigésimo plano.

—Alisaremos su cabello, pero tendremos que cortarlo para que sea


vea el detalle en la espalda —anuncia una mujer.

—No me gusta el cabello corto —interrumpo la frase que no fue


dirigida hacia mí.

—Necesitamos hacerlo, recogido no irá bien y las pelucas son de


mal gusto.

No voy a luchar, ya han hecho esto antes y no tengo fuerzas para


enfrentarme a una guerra que siempre pierdo.

—Está bien —vuelvo a sonreír.

Al finalizar, voy directo hacia una de mis camionetas y entro.


Evitando hablar con los paparazzi que me esperan afuera del edificio. Tengo
prohibido responder a sus preguntas, aunque a veces son afirmaciones que
hacen para provocar mi ira. Al fin Matthew sale de mi vista, pero sé que
durará poco porque mañana tendremos que asistir juntos.

Entro en mi casa y voy directo a mi habitación, pero mi idea de no


toparme con nadie es truncada.

—El psicólogo llegará pronto. Preparé los medicamentos, el


hospital me ha enviado la receta —anuncia una voz que jamás había
escuchado. Me giro para verla.

—¿Quién eres tú? —mi ceño se frunce y bajo el escalón que había
subido.

—Todo el personal fue reemplazado por seguridad, todos y cada


uno de nosotros tenemos conocimientos en cuidados de personas con
drogadicción lo que hará más fácil que usted no...

—¡No soy una maldita drogadicta y no quiero ver a nadie! —miento


con seguridad y sigo el camino hasta mi cuarto. Azoto la puerta como si
volviese a tener 15.

Mis manos van directo a los cajones de closet y busco en ellos algo
que pueda calmarme. Esta vez sí quiero dormir y sé que si no tomo, fumo o
aspiro algo no lo haré.

La marihuana es lo primero que encuentro y me llevo a la boca. Doy


caladas profundas hasta que la tos se hace presente y me empaña los ojos.
Respiro hondo y trato de volver a la normalidad. No me voy cuenta que
estoy temblando hasta que veo mis manos.

Matthew le pagó al médico para que no revelara a mi equipo que


droga fue la que me inyectaron. La hicieron pasar por una sobredosis de
cocaína y debido a eso no tuve el tratamiento adecuado, ni siquiera lo
hubieran sabido si él no hubiera interferido y comprado los resultados. Es
una droga nueva, una mezcla de las duras. Y ahora que estoy deseándola sé
que es de esas que no puedes dejar de la noche a la mañana después de que
la pruebas.

Tomo mi celular y le escribo un mensaje, recordándole lo que


necesito.

Me tiro sobre la cama e intento dormir. Mis pensamientos se van a


distintos escenarios que espantan el nulo sueño que tengo. En el hospital me
drogaron para poder dormir, ojalá hubiera podido traerme un poco de eso.

Doy más de mil vueltas sobre mi cama. Pasan tres horas, luego
cinco y luego siete. El frio de la madrugada entra por la ventana que nunca
cerré. Opto por quitarme la ropa e intentar causarme un orgasmo, pero son
más las ganas que tengo de vomitar por mis pensamientos que la excitación
que busco.

No soy capaz ni de complacerme a mí misma.


Comúnmente, mi insomnio suele estar compuesto por frases que se
repiten en mi mente e inician con un "si hubiera hecho...", "si hubiera
dicho...". Estoy cansada de querer corregir el pasado, pero me frustra la idea
de que todo pudo haber sido diferente si hubiese tomado otras decisiones.

Me pongo de pie y tomo mi guitarra junto con un cuaderno que


guardo con más seguridad que algún secreto que tengan en el área 51. Afino
las cuerdas y llevo el lápiz hasta mi boca para tocar algo conocido mientras
me llega algo nuevo.

Una rara tonalidad entra a mi cabeza junto con algunas frases que
trato de hacer que rimen. Escribo notas musicales con palabras encima y el
amanecer se hace testigo de la quinta canción que escribo. La repaso una y
otra y otra vez. Mi voz es lo único brillante que tengo, es lo único que tengo
único. Mi voz es quien le da la vida a la famosa Chelsea Cox.

Y espero que algún día lo que está escrito en este cuaderno también
lo haga.

***

—Sonríe, tal vez te veas más bonita —dice Matthew mientras me


miro al espejo.

La maquilladora sigue haciendo los últimos retoques y Alicia


aparece detrás de mí.

—¿Es contra el agua? —pregunta —. Asegúrate que lo sea. No


quiero que lo estropee después.

Ignoro su presencia, ignoro la presencia de todos. Lleno mis


pulmones de paciencia.

Una hora después me hallo caminando con Matthew de la mano


sobre la alfombra azul, que es el color de la campaña de publicidad que se
le ha hecho al proyecto de beneficencia.
Llevo sobria desde que salió el sol y Matthew sigue sin traer lo que
necesito.

Entramos al gran y enorme lugar. Hay una pista de baile en medio


adornada por una candelabro gigante lleno de luces. Alrededor hay mesas
blancas decoradas con elegancia. Cientos de celebridades de distintos
ámbitos pasean saludándose entre todos.

Yo no quiero estar aquí, me da ansiedad tener que saludar personas


y sonreírles. No quiero que nadie bese mi mejilla, ni apretar la mano de
alguien. Es que... No son cómodos, nunca sé si dar la mano, un beso o un
abrazo, ¿y si mejor no damos ninguno? Para mí, con un hola basta.

—Debo preparar la canción y afinar —suelto la mano de Matthew y


no espero a que responda para dirigirme detrás del enorme escenario.

Recojo la cola del vestido plateado lleno de brillo que llevo. Cae en
forma de sirena, se ajusta a mis caderas y cintura. La espalda está
descubierta y un fino diamante cuelga de un hilo de seda por toda ella.

Algunos de mis asistentes y Alicia me reciben.

—Deberías estar saludando —dice esta última.

—Es suficiente con que esté aquí, no me lleves al limite —tomo en


mis manos lo que parece ser la canción que cantaré. Será en piano y será la
versión lenta de Paraíso.

—No quiero cantar esta canción.

—No hay discusión —Alicia toma el papel y se lo lleva al pianista.

Abro mi cartera tipo sobre y saco mi celular. Busco en él la canción


que escribí esta madrugada. Me muevo lejos de las personas y busco a
alguien de producción. Me topo con un hombre delgado y pelirrojo con cara
que denota que es alguien fácil de convencer.

—Hola —le sonrío.


—Ho-hola —titubea y abre exageradamente los ojos —. Cox,
señorita cox —carraspea —. ¿Cómo puedo ayudarla?

—¿Cómo te llamas?

—Jeff —responde.

Y le sonrío aún más.

—Jeff, qué lindo nombre —digo con voz sensual —. Jeff, lo que
pasa es que he perdido las partituras de mi canción por querer aprenderlas
de memoria para no fallar en ninguna elevación y ahora no sé qué hacer y...

—En la oficina del segundo piso tenemos una impresora, con gusto
yo podría...

—¡Sería genial! —si tengo que hacer mi sonrisa más grande voy a
vomitar.

—Envíemelas a mi correo —me pasa una pequeña tarjeta —. En 5


minutos se las traeré.

—Sí, el pianista las necesita con urgencia —digo y mando los


documentos a su correo —. Listo, te espero aquí.

Jeff se va corriendo y después de moverme de aquí para allá y evitar


morderme las uñas, aparece de nuevo.

—Aquí están —me entrega una pequeña carpeta blanca.

—Gracias, Jeff —le lanzo un beso con mi mano y me voy hacia


donde se encuentra el pianista.

Afuera ya el show ha iniciado y el presentar está dando un


introducción sobre como trabaja y se creó la fundación que auspicia todo
esto.

—Hola —saludo al hombre canoso vestido con traje negro.


—Señorita Cox, qué placer, ¿está lista? —me mira de pies a cabeza
—. ¿Dónde está su audífono y su micrófono?

—Pronto me los pondrán —hablo rápido —. Vine de parte de mi


asistente, pues se equivocó y le dio las partituras que no eran.

Las toma y las revisa. Después de crearla en la guitarra. Bajé a la


primer planta y creé la versión en piano. Voy a cantar esta maldita canción
así muera en el intento.

—I will play... —susurra y luego mueve sus dedos sobre teclas


falsas en el aire —. Perfecto. Me gusta más esta —me sonríe.

—Lo sé —me despido con la mano y voy hasta el encuentro con


mis asistentes.

Me adecuan la tecnología para salir a escena y pronto estoy a 3


minutos de hacerlo. Los nervios que tengo son los típicos que me dan hasta
de subir a cada escenario. Llevo cientos de shows hechos y superados y aún
me da terror presentarme ante el público.

Las personas son crueles sin siquiera intentarlo. Estar expuesto a


esta vida automáticamente le da el poder a quienes creen conocerte de
juzgarte y destruirte con un par de palabras. Hacen testamentos de lo que te
ven haciendo y lo que no ven, se lo inventan. Por esa razón temo salir a la
calle. También sería difícil el poder salir con alguien más, pues todos ven a
Matthew como mi pareja para siempre, cuando realmente quisiera que
fuera un para nunca.

Sé que si me doy la oportunidad con alguien más y lo hago público,


van a destruirme y de la peor manera. A un hombre nunca lo juzgan por sus
múltiples parejas, pero está claro que para la sociedad si una mujer tiene un
pasado sentimental con más de tres hombres en su vida, siendo esto mucho,
será cancelada y nombrada la zorra del año.

He esnifado antes de salir de casa, pero siento los efectos ir bajando


poco a poco. Cantaré y me iré directo al baño. Llevo horas sin dormir y no
quiero sentir el cansancio, por lo menos no ahora.
Me ubican detrás del enorme telón. Recuerdo las letras de la
canción y mis ojos se llenan de lagrimas que caen sin pedir algún permiso
por mis mejillas. Las quito rápidamente con mis dedos y tomo aire.

Mi nombre es pronunciado y grabo en mi rostro la mejor expresión


de felicidad que tengo. Camino hasta el centro del escenario y los aplausos
me reciben. Las luces se apagan y cuando el pianista toca la primer tecla, un
foco se enciende, solo iluminando nuestras siluetas.

Vuelvo a llenar mis pulmones de aire y empiezo a hacer lo que


mejor se me da, cantar.

Voy a jugar a que me quiero


Y me correspondo
Quiero jugar a que sí existo
Y que me conozco...
Voy a jugar a que siempre gano
Cada vez que me desmorono
Tal vez me ausente algunas veces
Pero siempre que regrese
Voy a volver con todo

Tomo aire y sigo. La vista se me empaña y me esfuerzo por no


quebrar la voz en ningún momento. Tengo la piel erizada debido a la
melodía del piano y mis sentimientos ahora mismo van en una montaña
rusa.

Voy a jugar a que tú también existes


Y que ya te conozco...
Quiero que juguemos
Y que los dos ganemos
Pero que siempre juguemos
Voy a jugar a que no estás a veces
Pero que siempre regreses
Quiero jugar a estar juntos
Mientras tú y yo nos queramos
Y juntos permanezcamos...
Mientras tú y yo queramos
Voy a jugar contigo
Pero voy a jugar en serio...

Termino y los aplausos llenan el lugar que antes era adornado con
mi voz. Quiero bajarme y largarme pronto. Quiero evitar el maldito regaño
que está por venir de parte de Alicia y mi equipo de trabajo. Quiero
desaparecerme.

Sonrío por última vez y bajo del escenario.

Me muevo entre quienes desean hablarme y felicitarme, pero los


ignoro. Pregunto por el baño más cercano y justo cuando estoy por
emprender el camino hacia allá, Alicia se cruza en mi camino con dos
personas más.

—Acabas de hacernos perder millones de libras, Chelsea —dice —.


Te pagaron por cantar Paraíso, no esa canción que ni siquiera sé de donde
sacaste, ni de quien es.

—Es mía —hablo.

Niega con la cabeza.

—Van a demandarnos y ha sido por tu culpa —concluye y pasa por


mi lado.

Reanudo mi camino al baño. Es enorme y elegantemente oscuro.


Me planto frente a uno de los espejos. Saco la pequeña bolsita de la cartera
que había guardado en el interior de mi tobillo. La pongo sobre el tocador y
organizo una línea. Tapo una de mis fosas nasales e inhalo el polvo blanco.
Me levanto y me limpio el rostro.

Me miro con detenimiento. El cabello corto roza mis hombros. Las


clavículas resaltan en mi coste. Mi pecho falto de curvas y mis brazos
delgados me horrorizan. Mis pómulos están pronunciados y sé que si no
fuera por el maquillaje mis ojeras estarían moradas al igual que mis labios.
—Eres tan horrible —susurro para mí misma y recuerdo la letra de
la canción. La escribí para mí y para lo que jamás voy a encontrar.

—Qué lastima —dice una voz masculina y mi corazón da un


vuelco. Pensé que estaba sola.

Observo los orinales al fondo. Entré al baño equivocado. Mierda.


Guardo todas mis cosas para irme rápido de aquí.

—No necesito la lástima de nadie —hablo y lo miro a través del


espejo.

Es alto y atlético, luce un traje hecho a la medida de color negro con


camisa blanca y sin corbata. Lleva una barba pulcramente organizada y sus
ojos verdes brillan bajo sus cejas pobladas y oscuras. El corte de su cabello
castaño es bajo a los lados y un poco más abundante arriba.

Atractivo como el infierno al que quiero irme.

—No me refería a eso —señala lo que acabo de hacer. Su acento me


da a entender que no es de aquí. Da algunos pasos hasta quedar parado
detrás de mí. La diferencia de altura es notoria. El aroma de su perfume
llega a mis fosas nasales y mi estómago se comprime. El ambiente se siente
tenso, extraño... diferente, tal vez sean sus malditas feromonas danzando
con las mías. Dejo de respirar cuando sus ojos se clavan en los míos a
través del espejo —. Qué lastima que no seas consciente de lo hermosa que
eres.
CAPÍTULO 8
Chelsea

Un pequeño subidón de energía se siente por todo mi cuerpo. Tengo


que salir de aquí. Su cumplido es lo más estúpido y falso que he escuchado
en mucho tiempo. Desde aquí puedo sentir su ebriedad.

Bufo y camino hasta la puerta, pero antes de salir me detengo.

—¿Quién eres? —lo miro.

Se encoge de hombros.

—No sé. ¿Quién eres tú? ¿Quiénes realmente somos todos? —su
voz sigue haciéndome sentir extraña, pero sus preguntas me generan
frustración.

—Tú sabes quién soy. No seas idiota —le digo.


Niega con la cabeza. Sigue con sus manos metidas en los bolsillos
de su pantalón y no se ha movido del lugar. La tenue luz dorada de los
espejos define su rostro y sus ojos verdes se ven tan...

—Sabía que eras la cantante favorita de muchas niñas y


adolescentes, pero ahora que vi lo que vi... —arruga su boca y vuelve a
negar —. Realmente no sé quién eres.

Sus palabras me golpean y decido salir de una vez por todas de aquí.
Una lágrima se me escapa y la aparto de inmediato.

Yo tampoco sé quién soy.

—¡Hey!, espera —escucho sus pasos venir detrás de mí y camino


aún más rápido —. Oye... —me toma del brazo —, siento si te molestó
que...

Me suelto y lo enfrento.

—¿Sabes cuál es el problema de un drogadicto? —hablo sin


controlar lo que sale de mi boca —. Que al principio siempre se piensa que
es posible tener todo bajo control, que somos más inteligentes que lo que
consumimos, pero... —muevo mi cabeza de lado a lado —. Aquí estamos,
tú ebrio hasta la mierda y yo drogada hasta la médula...

—No soy un drogadicto —se defiende.

Lo miro confundida y me río.

—Que porque el alcohol sea legal, no quiere decir que no sea una
droga —me acerco más y analizo su gesto. Conozco a un adicto a simple
vista y este maldito desconocido que siento conocer, lo es. O tal vez es la
cocaína que me ha tostado todas las neuronas al fin —. Yo tampoco sé
quién eres, pero si de algo estoy segura es que estás igual o más roto que
yo. Así que aléjate, no quiero más gente loca en mi vida. Suficiente tengo
conmigo misma —digo y vuelvo a darme media vuelta, pero me detengo
cuando su risa llena todo el pasillo.

Lo miro confundida. Ríe como si le hubiera dicho el mejor chiste


del mundo. Sus manos están apoyadas sobre sus rodillas. Exagerado. Ruedo
mis ojos y trato de emprender nuevamente mi huida.

—Espera —sigue riendo —. ¿Quién te dijo a ti que yo quiero


conocerte o acercarme a ti? Ahora puedo comprobar eso que dicen de las
divas como tú—me señala.

—¿Divas como yo? Claro —tuerzo mi boca —. Seguramente lo


leíste de una revista donde el horóscopo le dice a la gente que conseguirá
pareja, trabajo estable en la semana y que encienda velas color amarillo
para que el dinero le caiga del cielo, ¿correcto? —doy un paso hacia él y me
cruzo de brazos —. No me conoces una mierda, pero solo te diré que soy
peor a todo lo que has leído o escuchado. Además, si tú estás aquí es porque
eres alguien conocido. ¿Quién eres, maldita sea?

Se incorpora y trata de retener su risa. Está demasiado ebrio para


hablar de manera seria. Vuelvo a girar mis ojos.

—Pensé que las drogas hacían más felices a las personas, deberías
cambiar de proveedor. Tu cara de amargura le da un pésimo feedback.

—¿Dónde dejaste tu maldita botella? Alcohólico que se respete


siempre anda con una —finjo buscarla.

—El licor que bebo es más caro que lo que te metes y difícil de
llevar a todas partes.

—¿Quién eres? —vuelvo a preguntar. Es un maldito idiota, pero


quiero saber su identidad.

—No soy nadie famoso. Soy... un empresario que quiere hacer


donaciones —mueve sus manos mientras habla.
—Nombre.

—Jack...son —responde inseguro.

—Jack...son —dudando, repito del mismo modo.

—Sí.

Niego divertida y esta vez sí lo pierdo de vista. Vuelvo a la


muchedumbre de personas. Varios me felicitan por la nueva canción y me
preguntan a qué álbum será asignada, evado tener que responder y sigo con
mis sonrisas falsas hasta que me topo con Hayley.

—Hola —se acerca y besa mi mejilla —. Fui a buscarte a tu ensayo


y saliste muy rápido y...

—Tenía cosas que hacer.

—Entiendo. Solo quería saber si podrías recomendarme nuevamente


con algún diseñador. Este verano aspiro al desfile de ropa interior más
grande y sé que si mueves tus influencias...

—No. Esta vez no —respondo. Siempre estoy ayudándola debido a


que muchas agencias la rechazan, pero ahora mismo tengo muchos
problemas en mi vida como para echarme otros ajenos encima.

—Pensé que era tu mejor amiga, pero es bueno enterarse de la clase


de persona. Gracias, Chelsea —dice y se aleja de mi lado.

Diez veces le dije que sí y cuando solo una vez tuve que decirle que
no, me convertí en la peor persona del mundo.

Miro a mi alrededor en busca de Matthew. Solo pensar en él me


hace sentir más exhausta de lo que ya estoy. Las personas han empezado a
danzar en medio del salón. Otro artista más ha subido y ahora las luces se
han atenuado para darle paso a un ambiente romántico.

Qué asco.
Las parejas se toman de las manos con demasiada felicidad mientras
un piano y una voz masculina conocida hacen que los enamorados presentes
expresen todo su cariño sin importar qué. Tengo varios pares de ojos
puestos encima de mí.

Matthew, están esperando que Matthew y yo bailemos, pero el hijo


de puta no aparece por ningún lado.

Me quedo estática en mi lugar hasta que otra canción aún más


romántica vuelve a sonar y la reconozco. Maybe de James Arthur se apropia
de los movimientos de todos. Me gusta mucho esa canción.

De repente una enorme mano toma la mía y sin poder negarme, me


hala hasta la pista. Es el hombre del baño.

—¿Qué mierda estás haciendo? —susurro.

—No sé. Estoy ebrio.

—Todos nos están viendo —trato de zafarme.

—No es cierto, todos están enfocados en su pareja y en bailar.

Miro a mi alrededor y por primera vez en la noche nadie tiene su


atención puesta sobre mí y siento un peso menos en mis hombros. Levanto
la vista para mirar al supuesto Jackson.

Decido relajarme y amoldarme a su cuerpo. Me ofrece su mano


mientras que la otra se posa en la mitad de mi espalda desnuda. Su tibio
toque me eriza.

—Esta canción es demasiado romántica como para bailarla con


usted —hablo.

—Déjame escucharla.

Nos movemos de lado a lado sin que nuestros pechos se toquen del
todo. Estamos cerca, pero con una lejanía prudente. Debería sentirme
incómoda ante la situación, pero es todo lo contrario.
Estoy muy drogada, seguramente.

Me siento sedada ante cualquier tipo de dolor.

Canto la canción en mi cabeza. Jamás la había bailado con alguien y


me decepciona que sea con un ebrio desconocido, aunque al menos le
puedo rescatar lo atractivo.

Así que tal vez


Tal vez siempre estábamos destinados a conocernos
Como si esto fuera todo nuestro destino.
Como si ya lo supieras
Tu corazón nunca será roto por mí

Su cabeza desciende hasta posarse al lado de la mía.

—Tienes razón —susurra y me aleja con suavidad, pero no rompe la


unión de nuestras manos —. Es demasiado romántica.

—Se lo dije —intento no tutearlo.

—Me gusta. ¿Por qué no tienes canciones de este tipo?

—No lo sé —me encojo de hombros. Seguimos moviéndonos de


lado a lado al ritmo de la música. No baila tan mal.

—Tus canciones son horribles —dice y se detiene abruptamente —.


Lo siento, no tengo filtro.

Trato de no reírme.

—No te preocupes, lo sé.

—Por otro lado... Tu voz, esa sí es de otro mundo.

Levanto mis ojos hacia él. Me topo con su mirada fija y me


recuerdo no creer en cumplidos de personas ebrias.
—Hay mejores —digo simple y vuelvo a mirar por encima de su
hombro.

—Te cuesta mucho aceptar un cumplido —afirma. Mi rostro se tiñe


de confusión —. Ven.

Me lleva de la mano entre las personas. Se acerca a un hombre de


tez morena y le susurra algo ininteligible. Me quedo parada como la
estúpida que soy mientras ellos discuten. Todo mi equipo debe estar
buscándome y yo aquí perdiendo el tiempo con un ebrio, que aunque me
fastidie, me entretiene más que los falsos que me rodean.

—Sígueme —vuelve a dirigirse a mí y su amigo me sonríe. Lo


ignoro y sigo de la mano a Jackson. Nos inmiscuimos en la enorme cocina
del lugar y salimos por la puerta trasera hasta un callejón oscuro. Donde un
auto se detiene al final y hace cambio de luces.

—¿Vas a secuestrarme? —pregunto.

—¿Cuánto crees que me darían si pido dinero por tu rescate? —Se


ríe y caminamos tomados de la mano hasta entrar a la parte trasera del auto.

—Muchísimo. Quiero la mitad —respondo.

Busca algo en el minibar que hay en el Rolls Royce y saca una


botella de algo que creo es Whisky. La empina sobre su boca y da un
enorme trago.

—Lo siento. Hoy será el último día de mi vida que tome esta mierda
y tengo que recordar muy bien lo horrible que es.

—Bien por ti —medio sonrío. Me abrazo a mí misma. Hace frío y


olvidé tomar mi abrigo.

—Soy un hijo de puta. Toma —se deshace de su saco y me lo


entrega. Lo tomo sin oponerme.

Una vez entro en calidez. Caigo en cuenta de la estupidez que estoy


haciendo. Otra mala decisión más a la lista que repaso en cada noche de
insomnio.

—¿A dónde vamos?

—Quiero subir esa enorme rueda.

—El London Eye —corrijo.

—Esa mierda —su voz ronca no me agrada.

—Está cerrado a esta hora.

Niega con la cabeza.

—No para mí.

Lo miro por algunos segundos. La camisa blanca revela aún más su


musculatura. Su rostro se me hace conocido, puedo jurar que lo he visto en
algún lado, pero mi cerebro no logra conectar donde.

Arrebato la botella de sus manos, la alzo para posarla sobre mis


labios y darle un enorme trago.

—Ten cuidado, esto se ve inofensivo, pero es peligroso —me quita


la botella.

—No me hables de cosas peligrosas.

Siento su mirada encima de mí, la mía enfoca los edificios que se


traslucen a través de la ventana del auto.

—¿Por qué lo haces? —pregunta.

—¿Vas a responder por qué lo haces tú?

—No.

—Entonces es mejor que no hablemos del tema —lo miro. No sé


como explicar un porque que no existe.
—Como quieras.

El conductor detiene el auto y bajo cuando Jackson lo hace. Él


camina a dos pasos míos y yo me quedo detrás de él, opacada por su
imponente figura. Mi anatomía tiene la forma de un fideo al lado de la suya.

—Dime tu nombre real, me siento como estúpida porque sé que no


te llamas Jackson.

Se detiene y se gira para mirarme. Una media sonrisa generada por


su labio torcido me obstaculiza la razón. Tal vez sea un maldito modelo de
Calvin Klein.

—No necesitas saber el nombre de un hombre que jamás vas a


volver a ver y vas a olvidar. Chelsea Cox, ese es el único nombre que existe
en tu mundo y el nadie más, entonces pierdo mi tiempo al decírtelo. Pero
hoy puedes dejar a Jackson existir y permitirnos crear un mundo nuevo
donde tú no seas tú, y yo no sea yo. ¿Cómo quieres que te llame?

Lo miro por algunos segundos y luego al enorme círculo detrás de


él. No sé si ofenderme por lo que dijo al principio o enfocarme en lo del
final. La oferta sobre no ser yo por unos minutos suena ridícula, pero para
mí es lo mejor que me han propuesto en años.

—Si le comentas esto a alguien voy a... —Su dedo índice se posa
sobre mis labios y me impide hablar. De su boca sale un shhh y manoteo su
muñeca.

—La pasarás tan bien que serás tú quien querrá comentarle esto a
todo el mundo —se gira para seguir caminando con seguridad.

Sin certeza alguna, pienso que su alcoholismo es el efecto de una


causa que desconozco, tal y como desconozco la mía, como la
desconocemos la mayoría, pero él se proyecta tan seguro que puedo jurar
que muy bien sabe que su efecto viene de una causa que debe arreglarse o
superarse pronto. Conoce el inicio y su fin, y... lo envidio.

—Chels —respondo caminando detrás de él.


—¿Qué? —se gira.

—Chels, hoy seré Chels.

—¿Chels? —resopla —. Ya veo porqué la falta de buenas


canciones. Qué original. ¿Si sabes que es tu nombre reducido?

Su tono y sus palabras me sacan de quicio.

—Modera tu tono al hablarme, suficiente mierda aguanto todos los


días como para que, ahora a mitad de la noche, tenga que aguantarme la
ebriedad y el mal humor de un idiota.

Su sonrisa se amplía y la expresión en su rostro es como si lo que


acabo de decirle fuese lo más dulce que ha escuchado jamás.

—Me agradas —levanta su mano —. ¿Vamos, Chels?

—Tú a mí no me agradas y por cierto, hay una historia detrás de mi


elección —me cruzo de brazos.

—Cuéntamela en una de esas cabinas. El idiota promete callarse y


escucharte para excusarse.

Miro su mano aún en el aire y con lentitud la tomo.

—Acepto solo porque no tengo nada más que hacer.

Caminamos hasta encontrarnos con un hombre vestido de negro que


nos da ingreso a la enorme y distintiva atracción. Agradezco que la cabina
sea un poco amplia. Las luces están apagadas y la luna llena es quien hace
juego con las de la ciudad.

No dejo de apreciar en ningún momento la vista de 360 grados que


me ofrece la esfera a medida que ascendemos.

—¿Cómo es que hiciste posible esto? —pregunto sin mirarlo.

—Cuéntame tu historia primero y luego te contaré una mía.


Respiro hondo.

—Detesto que me digan Chels —confieso.

—¿Entonces por qué...?

—Antes de llegar a ser una diva como tú dices, mi vida era un poco
más feliz, o bueno, más tranquila. Chels es un viejo apodo con el que me
gusta recordar lo que era antes de convertirme en esto. Tenía un sueño que
me obligó a sacrificar mucho en el proceso, pero ahora lo único que
realmente sería un sueño es despertar de él, porque se volvió pesadilla.
Chels es la versión que ahora odiaría a Chelsea Cox.

—Mmm, entiendo —se posa a mi lado —. Aunque, lo que no


entiendo es por qué a Chelsea Cox le cuesta aprender y mantener la esencia
de Chels.

—Soy adicta y por más que desee no serlo siempre hay algo que
nunca identifico que me obliga a volver.

—Créeme, es peor cuando logras identificar ese algo porque hace


que lo tengas más presente. Al tener una excusa todo se justifica y
justificarse es un autoengaño peligroso —esta vez su voz ronca no me
fastidia tanto. Sus palabras causan que lo mire y me encuentro con que él ya
estaba haciéndolo —. Nunca había visto un vestido como ese.

Vuelvo mi vista al frente.

—Es porque es el único en el mundo.

—¿Ese solo lo haz usado tú y no existe otro igual? —curiosea con


seriedad.

Me encojo de hombros.

—Supongo que harán copias, pero este ha sido nombrado por su


diseñador como el único.
—Y por eso es que el mínimo de la apuesta en la subasta está tan
alto —deduce.

—No me preguntes, no sé como funciona el fanatismo en la moda.

—También es fanatismo por ti.

—¿Quién querría pagar tanto por un vestido usado? Ya tiene células


muertas de mi piel impregnadas en la tela, acompañadas de transpiración,
maquillaje, todas las bacterias de los lugares por donde paseé, cuando fui a
orinar y alguno que otro gas, ya sabes lo normal —me detengo cuando
siento que estoy hablando más allá de lo que debo y comportándome como
una estúpida.

—Irónicamente eso es lo que hace que el vestido cueste más —dice


y lo miro por el rabillo de mi ojo —. Yo creo que la persona que lo compre,
sería tu mayor fanático.

—O tal vez le guste en extremo el vestido. Nunca lo sabremos.

—Nunca lo sabremos.

Un silencio cae sobre el frío ambiente. Sigo sin sentirme incómoda


y le adjudico todo al hecho de que es alguien que jamás volveré a ver y que
no importa lo que suceda.

—Cuéntame tu historia.

—Sí —se gira para sentarse en una de las sillas a los laterales —.
Mi padre solía traernos, a mi hermano y a mí bastante seguido a Londres.
Lo primero que siempre hacíamos al llegar era subir aquí. Era como una
tradición, un ritual de bienvenida que teníamos y amábamos. Conozco al
encargado del lugar, le di dinero para que me dejara entrar.

—¿Sigues haciéndolo? Lo de la tradición —pregunto y justo en ese


momento, una línea de luz ilumina sus ojos verdes cuando se levantan para
mirarme.
—Desde que falleció no venía a Londres y hace unos días cuando
llegué no lo hice, lo pospuse el resto de la semana hasta hoy... Aunque creo
que es más una despedida, que una bienvenida.

—Está bien de cualquier manera. Hacer una bienvenida es dar


gracias por haber llegado, pero una despedida es dar las gracias por haber
estado.

Sonríe.

—Hacer una bienvenida es dar gracias por haber llegado, pero una
despedida es dar gracias por haber estado —cita mis palabras —. Ambas
están bien —empina la botella sobre sus labios y toma un largo trago, aún
más largo que los anteriores —. Excelente frase. Úsala en una canción,
definitivamente voy a escucharla.

Blanqueo mis ojos.

—Sería el honor más grande de toda mi vida... —muevo mis manos


mientras hablo —, que un hombre que dice llamarse Jackson, pero es un
nombre falso. Que me trae a un lugar al que es ilegal subir a esta hora y
bebe una botella alcohol como si fuera agua, vaya a escuchar una canción
mía que creé por órdenes de él... es lo mejor que me ha sucedido, en serio.

—No se te da la comedia —niega divertido —. Tu sarcasmo es


asqueroso.

—No me importa, ¿puedes llevarme a mi casa? —doy unos pasos


hasta él.

—¿Tan rápido te aburriste de ser Chels, Chels? —se ríe —. Chels


Chels, suena divertido.

Voy hasta él y le arrebato la botella. La cabina se detiene en lo más


alto.

—No eres para nada gentil. Estás bebiendo solo —empino la botella
sobre mis labios. El alcohol no es mi favorito, pero ayuda cuando lo que me
gusta falta.

—Dime, ¿invitarías a alguien a alguien a consumir el veneno que te


destruye? —pregunta con seriedad.

—Jamás —niego con la cabeza —. Una vez mi hermano quiso


probar algo de lo que consumía para poder entender que era lo que me hacía
volver y me enojé tanto con él que nos distanciamos durante un año.

Se pone de pie y quita la botella de mis manos.

—Es mejor que no sumes más sustancias —dice y vuelve a beber.

—¿Cómo estás tan seguro de que hoy será tu última vez?

—Tengo a alguien que me necesita y esto... —levanta el licor —,


nos impide estar juntos.

—Entiendo —me abrazo a mí misma y de nuevo clavo mi vista a la


ciudad.

—¿Y tú cuando darás el paso?

Nunca me lo había preguntando y por ende jamás lo había planeado.


La depresión asesina cualquier meta a corto o largo plazo, no me deja
visualizar un futuro, ni siquiera me dan ganas de soñar y fantasear con que
algún día superaré esto.

—No lo sé, no creo que pueda.

—Sí puedes.

Niego con mi cabeza y miro el final del largo vestido brillante.

—Cuando pude parar no quise y ahora que no puedo hacerlo se me


han quitado las ganas de quererlo.

—Busca ayuda.
Bufo y seguido me río. Él también lo hace. Eso es lo que todo
mundo suele decirle a las personas adictivas o depresivas. Como si fuera tan
fácil tomar esa decisión, ni siquiera soy capaz de aceptar que esto se salió
de control, porque tristemente me creo que indestructible.

—Estoy bien —ladeo mi sonrisa.

—Qué buena actriz —me mira —. La adicción es una enfermedad


que te hace demasiado egoísta para ver el caos que creaste o que te
preocupes por las personas cuyas vidas sufren los efectos colaterales. ¿Hay
alguien en tu vida que le afecte lo que haces? Tal vez eso te motive.

—Mi vida es la que ha sufrido los daños colaterales del caos que fue
creado por alguien más —me poso frente a él —. Me prometiste diversión y
lo único que estamos haciendo es hablar de adicciones. Cambia el tema o
llévame a mi casa.

Bebé más alcohol sin dejar de mirarme.

—Eres más alta en persona.

—Gracias a estos asesinos —levanto uno de mis pies.

—Quítatelos, no se ven nada cómodos.

—Para ponérmelos, tuvieron que hacerlo dos personas, para


quitarlos necesito la mismas.

Son unas sandalias que van amarradas de una extraña manera sobre
mis tobillos.

—Siéntate, Chels Chels. En mi mundo dicen que soy capaz de hacer


el trabajo de dos hombres, entonces tal vez pueda ser útil para quitar unas
sandalias.

Me mueve hasta el banco de la cabina y estiro uno de mis pies en su


dirección. Se inclina sobre sus rodillas y con delicadeza intenta deshacer los
nudos. Sus dedos se sienten ásperos sobre mi piel. He salido antes con
empresarios y sus manos suelen ser más suaves y cuidadas a comparación
de las de Jackson. Si de algo estoy segura es que trabaja arduamente con
ellas.

—No entiendo por qué usan estas cosas.

—La verdad es que son hermosos —reparo mientras me divierto


con la escena.

—Nunca voy a entender a las mujeres.

—Es mejor que ni lo intentes, porque sin importar el sexo de una


persona, nadie jamás entenderá las razones de los otros.

—Eso es cierto. Ahora que lo pienso no entiendo a nadie a mi


alrededor.

Un pie es liberado de la tortura y lo muevo en círculos.

—Oh dios... —cierro mis ojos y descanso al fin.

—No vuelvas a hacer eso, por favor.

—¿Qué cosa?

—Decir oh dios de esa manera.

Tomo la botella que ha dejado al lado y la llevo a mi boca.

—No me digas que eres de ese tipo de hombres que se prende con
cualquier cosa —río.

Sus manos se trasladan a mi otro pie.

—Si con ese tipo de hombres te refieres a los que les quitan los
zapatos a Chelsea Cox en una cabina del London Eye en la madrugada
mientras ella luce demasiado hermosa, sí, me prendo con cualquier cosa.

Otro pie más es liberado y lo subo hasta su barbilla, obligándolo a


que me mire.
—Oh dios... —vuelvo a tentarlo.

—Chels Chels... —toma mi pie y lo baja —. Estamos ebrios y...

Me pongo de pie. Él hace lo mismo inmediatamente y su altura me


eclipsa aún más debido a que le he quitado 15 centímetros a la mía.

—Dices que jamás volveremos a vernos... —me paseo alrededor de


él. Espero que la química que me transmite sea mutua. Emana un yo no sé
qué que me hace querer tocarlo.
—Jamás.
Me planto frente a él.

—Quiero que hagamos algo aquí, pero que lo hagamos lento.

—¿Qué sería eso?

Me acerco a su anatomía.

—Es más como una fantasía. Es algo que jamás he hecho en una
cabina de estas y quiero intentarlo hoy.

Su manzana de Adan se mueve. Tragó duro. No deja de mirarme


con expectación.
—Chels...

—Quiero que bailemos otra vez —extiendo mi mano y río. Su


rostro se relaja y niega divertido.

—No tenemos música. Dejé mi celular en el auto —dice y recuerdo


que también dejé mi cartera.

—Pero tenemos una cantante —abro mis brazos y procedo a tomar


su mano. La posiciono en mi espalda descubierta y sin querer mi piel se
eriza —. Elige una canción.

Sonríe.

—La que cantaste hoy.

—Esa no, otra.

Es una canción demasiado especial, no voy a arruinarla bailando


con un desconocido como lo hice hace unas horas con otra canción. Esa no
era de mi autoría, pero está sí y definitivamente no lo haré.

—No se me ocurre otra —susurra —. Cántala, por favor. Sé que


significa algo para ti, pero también lo es para mí.

Su mano libre toma una mía y la posa sobre su hombro para luego
sostener la que queda.

—Si no la cantas tú, la cantaré yo y eso será peor —dice y comienza


un leve balanceo —. Voy a jugar a que me quiero y me correspondo...

Tapo su boca con mi mano.

—Cantas horrible.

Su mano quita la mía.

—Te daré lo que quieras si la cantas.

—¿Me dirás tu nombre real? —tomo provecho.


Sus ojos verdes me miran con diversión.

—Pensé que habíamos acordado algo Chels Chels.

—Con un Chels es suficiente —inclino mi cabeza aún más para


mirarlo —. ¿Tenemos un trato?

—Tenemos un trato.

Empiezo a cantar nuevamente las letras que fueron recitadas por mis
cuerdas vocales hace algunas horas. Él me mira fijamente y yo hago lo
mismo. Nos movemos por toda la cabina bailando exageradamente, no le
pongo mucho empeño a mi voz. Me hace girar haciendo que mi vestido
vuele y mi cabello corto se mueva con el vaivén. Reímos gracias a la
ebriedad que ambos poseemos y termino de cantar. Nos quedamos fijos
durante largos segundos.

—Dime tu nombre —sigo con mi vista clavada en la suya.

—Después de esto —sus manos apresan mi rostro y en un simple


pestañar su rostro se acerca tanto que sus labios impactan contra los míos.
Tardo dos segundos en procesar lo que está pasando y mando al carajo todo.

Nunca besar a alguien se había sentido tan bien.

Sus labios son suaves y bailan con los míos, pero su barba pica
contra mis mejillas y no me fastidia de ningún modo. El sabor y el olor del
licor acompaña el beso. Me pongo de puntillas para alcanzarlo más y
posiciono mis manos en su cara, para así evitar que se aleje y rompa de algo
que hace mucho no disfruto: tener química con alguien.
Esta vez no quiero parar y quiero que todo vaya a más. Pego mi
cuerpo al suyo y me deshago del saco que antes cubría mi torso. No me
sorprendo cuando en el momento en que mi vientre choca contra su pelvis
sienta la dureza abultada en sus pantalones.

—Chels... —interrumpe el beso —. Pide que me detenga.

—¿Por qué haría eso? —susurro agitada contra su boca.


—Estamos ebrios.

—Y no volveremos a vernos jamás.

—¿Qué es lo que quieres? —sus dientes de apoderan de mi labio


inferior.

—Un orgasmo.

Tengo todas mis esperanzas puestas en él y en todas las corrientes


eléctricas que ha causado

—¿Hace cuanto no tienes uno? —susurra en mi oído. Sus enormes y


ásperas manos se inmiscuyen dentro de la parte trasera del vestido que solo
cubría mis glúteos.

—Olvidaste tu ropa interior, Chels.

—Ups.

Tengo alcohol en mis venas y uno que otro químico, pero ni estando
sobria he estado tan segura de querer algo como lo quiero a él.

Un gemido escapa de mi boca cuando sus manos se adueñan con


fuerza de mis pequeños glúteos. Su lengua ha empezado un descenso por mi
cuello hasta llegar a mis clavículas. Más ebria me tiene el olor y la hombría
que emana este hombre, que el mismísimo alcohol.

Asciende su toque por toda mi espalda hasta llegar a lo único que


sostiene el vestido sobre mi cuerpo, un pequeño botón detrás de mi cuello.
Lo libera y antes de dejar caer el vestido me mira.

—Al principio dije que sería alguien a quien olvidarías pronto —


dice y suelta mi vestido, haciendo que caiga en el piso y mi cuerpo quede
totalmente desnudo frente a él. Se arrodilla frente a mí —. Me retracto, voy
a hacer hasta lo imposible para que siempre me recuerdes.
CAPÍTULO 9
Isaac

Ni la vista que ofrece la cabina de 360 grados es tan increíble como


tener a Chelsea Cox desnuda ante mis ojos.

Toda mi ebriedad se ha esfumado y me he espabilado cuando su voz


llenó el silencio. Llevo mis manos hasta sus tobillos y arrodillado vuelvo a
preguntarle:

—Quiero besarte aquí... —susurro y paso mi dedo índice lentamente


por su clítoris. Está tan húmeda y suave —. ¿Puedo?

Desde aquí abajo veo como inclina su cabeza hacia atrás. Disfruta
del simple roce que imparto en su punto hinchado y sobresaliente, pero me
detengo cuando no obtengo respuesta.

Me mira con seriedad.

—¿Quién te dijo que pararas?

—No respondiste mi pregunta

—¿Alguna vez has escuchado que lo que se ve no se pregunta? —se


inclina hacia mí y desliza sus delgados dedos por todo mi mentón —. Estoy
mojada, lo viste, lo sentiste y sé que mueres por saborearme, entonces no
preguntes y ven aquí —da un paso hacia atrás, se sienta sobre el banco y
abre sus piernas.

Camino a cuatro patas hasta llegar a ella

—Abre la boca —ordena. Desliza lentamente las manos por sus


pechos hasta llegar a su vulva y con ayuda de sus dedos deja aún más
expuesto su clítoris. La garganta se me seca y trago duro —. Saca la lengua
—cumplo su indicación —. Lame.

Está tan suave... Sabe tan bien... Doy otra lamida más profunda esta
vez y sus gemidos, en combinación con su olor y su sabor son el mayor
afrodisiaco que haya experimentado jamás. Dejo de ir lento a subir la
velocidad de los azotes de mi lengua contra su punto exacto. Me adueño de
sus caderas para evitar que se mueva y me dificulte el trabajo. Levanto mi
vista para verla y me topo con la gran imagen de las pequeñas lomas de sus
tetas. Voy a probarlos. Subo hasta uno de sus pezones y lo muerdo con
delicadeza. Su piel huele a caramelo y tiene destellos que se activan cuando
le da la luz de la luna,

Dos de mis dedos se toman el lugar donde anteriormente estaba mi


lengua y lo roza de lado a lado. Sigo chupando, mordiendo y lamiendo la
parte de su cuerpo que acabo de nombrar como mi favorita. Se siente tan
delicada contra mi anatomía, tan manipulable para mi fuerza, pero cuando
su mano se adueña de una parte de mi cabello, me yergo, la tomo de ambos
brazos y posiciono sus muñecas juntas sobre su cabeza con una mano. Hace
tiempo que no dejo tocarme a nadie de esa manera.

Sus ojos color avellana se abren más de lo que acostumbran. Sus


largas pestañas casi tocan sus cejas y me reprendo internamente por
asustarla.

Con mi otra mano bajo nuevamente hasta su clítoris y lo rozo


rápidamente mientras la veo morder su labio y blanquear los ojos. Sus
gemidos escapan y los detengo con un beso que resulta doloroso porque no
mido la fuerza del impacto, pero la desesperación y el deseo que siento por
ella no me permite nada más

—Un orgasmo quieres, un orgasmo vas a tener —susurro contra su


boca y bajo nuevamente hasta posarme entre sus piernas.
Mi lengua vuelve a tener el placer de degustarla. Retomo la
velocidad contra su suavidad. Es adictiva y sé a ciencia cierta que jamás me
cansaría de besarla. Introduzco dos dedos para ayudarla y ayudarme a que
llegue más rápido y más intenso.

—No te detengas... Sí...

Sus gemidos me motivan a dar lo que no tengo y cuando siento sus


piernas unirse detrás de mi cabeza y aprisionarla, sé que obtuvo lo que tanto
quería. Disminuyo y la beso con delicadeza para que termine de disfrutar.
Me separo con cuidado y tomo sus piernas para dejar sus pies en el piso.

Me levanto y le tiendo mi mano para ayudarla a hacer lo mismo.


Sus ojos brillan y la fina capa de sudor sobre su frente también. Voy por su
vestido y me agacho frente a ella para que ingrese sus pies.

—¿Todo termina aquí? —pregunta. Da dos pasos hasta el interior


del vestido y lo subo por todo su cuerpo.

—No tengo condones.

—Existen las farmacias.

—Lo sé —digo y abrocho el vestido detrás de su cuello. Su rostro


queda cerca al mío y no puedo evitar mis ganas de besarla. Lo hago con
delicadeza y grabo en mi memoria el sabor de algo que tal vez nunca vuelva
a probar —. Estás... —carraspeo y corrijo rápido —. Estamos ebrios, Chels
Chels. Es mejor que te lleve con tu gente antes de que me meta en
problemas.

Me gusta la manera en la que suena el apodo que le puse, puedo


jurar que nadie en el mundo le dice así. Es único como todo lo que sabe
hacer un Statham.

Chelsea asiente con la cabeza y se inclina para levantar sus


sandalias.

—Andando —dice.
—Bájanos —pido en el comunicador.

Reposo mis ojos sobre ella. Se ha vuelto a poner mi saco sobre sus
hombros y está concentrada en apreciar la vista nocturna de Londres. Su
silueta es delgada y fina. Es el tipo de mujer en el que suelo fijarme, solo
que más increíble. Cuando la vi, se despertó una extraña curiosidad en mí,
en saber quien es más allá de toda la perfección que la rodea y profesa, pero
lo que encontré fue devastación en su lugar.

La rubia emana una esencia de alteza y superioridad que realmente


no siente. Sabe fingirlo, sabe esconder ante las personas ese monstruo que
carga encima llamado depresión.

—¿Estás bien? —pregunto cuando la noto tambalearse.

—No —responde y trata de inclinarse en el piso.

Doy dos pasos largos hasta ella y la levanto en brazos. Su rostro se


deja ver completamente pálido. Voy hacia la pared y presiono el teléfono
que comunica a la cabina de control.

—Bájanos más rápido —ordeno. Acerco mi oído a su boca y me fijo


en su pecho. No respira. Vuelvo a oprimir el botón —. ¡Y llama una
ambulancia!

—Enseguida.

Me arrodillo y la pongo en el suelo. Vuelvo a fijarme de su


respiración y mido su pulso. Me alejo y posiciono mis manos en su tórax y
empujo repetidas veces. Seguido tapo su nariz y uno su boca a mi boca.
Comienzo a darle aire a través de la mía. Repito la maniobra sobre su pecho
y así sucesivamente me turno para que el oxígeno siga llegando a su
cerebro.

La máquina desciende un poco más rápido. Cada minuto se hace


eterno. Mi corazón late más rápido por tratar de hacer latir el de ella. Sus
ojos están cerrados y grandes ojeras se divisan moradas al igual que sus
labios.

—No, Chels. ¡No!

Desde aquí escucho la sirena llegar. La cabina al fin se detiene y las


puertas son abiertas por paramédicos que entran rápido al auxilio de la rubia
en el suelo. Me retiro cuando me lo indican. La cabeza se me quiere
explotar del dolor. Veo que la alzan en una camilla con una mujer encima
haciéndole RCP y no dudo en salir corriendo hacia ellos.

Los cuatro hombres corren con ellas en medio e ingresan la camilla


a la ambulancia en menos de dos minutos. Voy hasta mi auto y tomo su
cartera junto con mi celular. Regreso corriendo e intento entrar con ellos,
pero la mujer me detiene.

—¿Parentesco?

Si no miento no me dejarán subir.

—Su novio.

—Entre.

Tomo el celular de Chelsea y de inmediato pide el reconocimiento


facial. Lo poso frente a su rostro y cuando se desbloquea busco en él el
número que está guardado como

"Mamá". Oprimo el botón verde y después de varios tonos se va al


buzón de mensajes. En recientes veo Alicia Manager registrado y marco,
pero tampoco obtengo respuesta. Por último veo a un tal Matthew con un
corazón rojo al lado y marco sin pensar. A los dos tonos alguien atiende.

—¿Qué quieres? Estoy ocupado y...

—Chelsea se desmayó y vamos camino a... —miro a un paramédico.

—Royal Brompton —responde.


—Royal Brompton —repito por el teléfono.

—¿Quién mierda eres?

La vibración del celular me hace retirarlo de la oreja y ver el


nombre de Amanda Manager en pantalla.

—¡Apúrate! —le grito y contesto la otra llamada.

—Chelsea se desmayó y vamos camino al Royal Brompton —digo


lo mismo nuevamente.

—¿Quién eres?

Me rasco la cabeza. Sería una mierda de persona si sigo ocultando


mi maldito nombre en esta situación.

—Soy Isaac Statham.

—¿Qué hacías con ella ¿Cómo está? ¿Qué mierda pasó? ¿¡Qué le
diste!? —sus gritos no me dejan hablar.

—Lo único que ingirió frente a mí fue whisky... —la recuerdo en el


baño —. Y cocaína, creo, lucía como eso.

—¡Mierda! —grita —. No hables con nadie, no le digas tu nombre


a nadie más. Trata que de nadie vea el rostro de Chelsea y pide que
apaguen la sirena y despejen pasillos. Si alguien se llega a enterar de esto,
iré por tu maldita cabeza, Statham —cuelga.

—Apaguen la sirena al llegar. Por si no se han dado cuenta, quien


llevan ahí es Chelsea Cox y debe llegar al hospital sin ver vista. Manténgala
viva —les indico.

La mujer asiente con la cabeza y descuelga el teléfono que se


comunica con la parte del frente.

De repente, se detiene el pitido que antes emitía la máquina a la que


la conectaron.
—Entró en paro —anuncia alguien.

Toman el desfibrilador y buscan el broche detrás de su vestido. Su


pecho queda expuesto y las paletas caen sobre él haciendo que se eleve.
Repiten una vez más y todo se detiene cuando el pitido nos indica sus
latidos nuevamente.

Respiro.

Una vez llegamos. Lo hacemos por la parte trasera de emergencia.


Ingreso junto con ellos y cuando estamos por entrar a cirugía, una
enfermera me detiene.

—Tendrá que esperar aquí —dice y me quedo parado en medio de la


sala.

Las puertas se cierran y la sala de espera queda en silencio. Me


siento sobre uno de los sillones y busco en mi celular el número de Dylan.

—Hey —lo saludo cuando contesta.

—Bro, ¿dónde mierda estás?

—En el Royal Brompton. Estaba con Chelsea y ella...

—Voy para allá.

La llamada se corta. Tengo un nudo en el estómago que se alimenta


de los recuerdos que tengo en lugares como este. La última vez que estuve
aquí, no recibí buenas noticias después de que alguien que también se
peleaba entre la vida y la muerte entró por esas puertas.

No despego la vista de ellas hasta que minutos después un hombre


se planta frente a mí. Luce molesto y me pongo de pie. Es una cabeza más
bajo que yo.

—¿Quién eres? —pregunta con fastidio. Está ebrio también, no lo


esconde, es un puto novato.
—No es nadie —interrumpe una mujer vestida de traje —. ¿Dónde
está ella?

—Se la llevaron —señalo las puertas y vuelvo a sentarme. Agacho


la cabeza y la apoyo sobre mis manos.

—Seguramente es el tipo que se folla —el chico le susurra a la


mujer.

—No seas idiota, Matthew. Chelsea no conoce a este hombre, él


solo la encontró y la trajo aquí, ¿cierto?

Asiento con la cabeza porque sé que se dirige a mí.

El tal Matthew sigue actuando como un idiota y ella se lo lleva


lejos. Ambos se sientan en una esquina mientras ella habla y escribe en el
teléfono.

Minutos después llega Dylan.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta sentándose a mi lado.

—No lo sé. Tomamos Alcohol, ella había esnifado creo que cocaína
antes y luego...

—¿Luego qué?

—Se desplomó —respondo. Decido no contar nada más.

La mujer se levanta y viene hacia nosotros con la peor de las caras.

—Lárguense —ordena.

—Familiares de la señorita Chelsea Dorothea Cox Dinaldi.

Doy un paso para ir hacia el doctor, pero alguien se cruza en mi


camino.

—Le dije que se largue.


—Necesito saber cómo está y me iré —hablo.

—No —me señala —. Sé quién eres. Acabo de leer su vida


resumida en dos páginas con datos extra que solo mis contactos tienen
posibilidad de obtener. Sé que es alcohólico, sé que tiene una lucha con sus
suegros por la hija que tiene. Su mujer muerta no estaría muy feliz de verlo
aquí detrás de una cantante drogadicta.

—Debería usar su tiempo en cosas más importantes que inmiscuirse


en mi maldita vida, señora. Encárguese de cuidar mejor a la persona que le
da el dinero para que meta comida a su asquerosa boca —no mido mis
palabras, no debió meterse con mi familia —. Voy a irme cuando se me de
la maldita gana.

—A la prensa le gustará saber que estuvo con Chelsea Cox la


misma noche que se desplomó por consumir muchísimas drogas a su lado
—da un paso hacia mí —. Lárguese ahora o haré una simple llamada que
acabará con su carrera. No se acerque a ella nunca más, se lo advierto.

—Statham, vámonos —Dylan jala de mi brazo.

Me trago el ego y decido hacerle caso a mi razón y a Dylan.

—Me iré con una condición. Dígale mi nombre cuando despierte.


Dígale que fui yo quien la trajo aquí. No pido más.

—Sí, como sea —señala la salida y se gira para atender al médico


—. ¡Por favor díganme que ella y el vestido están bien —se lleva al hombre
lejos para impedir que escuche.

—Bro, vamos —Dylan intenta sacarme de la sala. Esquivo su toque


y camino. Paso por el lado del hijo de puta ebrio y golpeo su hombro con el
mío. Recordé la manera en la que contestó el teléfono y no pude evitarlo.

—¿Es que no cabes, imbécil? —grita detrás de mi espalda.

—Statham —me advierte Dylan.


—No le haré nada —me giro y lo enfrento —. Solo responderé su
pregunta —doy un paso hacia él.

—Statham —continua Dylan.

Pego mi frente a la del muchacho y señalo su pecho con fuerza.

—Soy demasiado para cualquier lugar donde estés tú. Vuelve a


tratarme de imbécil y voy a romper tu maldito cráneo en mil pedazos de un
solo batazo —lo empujo —. Será un placer clavarte un puto home run en la
cabeza.

La ira me consume y si no es porque Dylan vuelve a llamarme, le


hubiera quebrado al menos un hueso al imbécil.

—No puedes arriesgarte a cometer el mismo error dos veces,


Statham —susurra mientras caminamos hacia la salida.

—No iba a hacerle nada. Solo quería asustarlo.

Realmente no había ningún motivo para comportarme así. Es el


novio de ella, pero tengo la extraña sensación de que es una pequeña parte
de la culpa del algo que causa su adicción. Su cara expresa un hijo de puta a
la vista.

—No se asustó, se cagó en los putos pantalones —ríe y lo miro con


seriedad —. Apúrate, tienes un maldito vuelo.

—Suiza no va a moverse de donde está si tardo.

—Suecia —corrige.

Lo miro peor.

—Necesito hacer algo antes de irme —anuncio al entrar al auto.

—¿Qué?

—Dejar pago un vestido.


★ 🎶 🎶
Chelsea
—Tuviste un paro cardíaco repentino.

La voz de Amanda suena acusatoria. Recién he despertado y ya está


tirando su mierda.

—¿Dónde estoy?, ¿qué hora es? —trato de sentarme. El pecho me


duele horrible.

—Son las cinco de la tarde —responde y se acerca a la cama con los


brazos cruzados —. Tu productor se dio cuenta de esto. ¿Ya no es suficiente
para ti con la cocaína?

—¿De qué hablas?

—Firmaste un contrato donde había pautas sobre el comportamiento


que debes de tener en público.

—No me refiero a eso. Solo bebí alcohol y ya lo he combinado


antes con cocaína...

—Lo dices como si fuera lo más natural del mundo, Chelsea, pero
no, te informo que tu examen toxicológico refleja de todo menos cocaína.
Ya no sabes ni que meterte para llamar la atención, dios.

—¿Quién me trajo aquí? —pregunto cuando los recuerdos de la


noche anterior llegan a mi cabeza. Trato de ignorar sus palabras.

—No me cambies el maldito tema. Tienes un contrato y Daniel va a


demandarnos si no cumples la condición que acaba de darnos.

—Puedo imaginarme cuál es —bufo. Me fijo en la ropa de hospital


que tengo puesta. Me preocupo por el vestido, pero decido no preguntarle
nada a Amanda al respecto, sé que no me va a responder de buena manera.
—Un mes lejos es cavar tu propia tumba en la fama, pero tendrás
que hacerlo porque si no, nos quedaremos sin nada.

—No voy a ir a rehabilitación. Estoy bien.

—Claro que estás bien, lo tuyo es pura altanería y ganas de


llevarnos la contraria. Solo debes cantar, bailar y verte bonita, ¿por qué te
queda tan difícil cumplirlo?

—Amanda, basta —levanto la voz.

—¡No, Chelsea¡ ¡Basta tú! Estás arruinando tu maldita carrera, tu


maldito sueño y no voy a dejar que...

—¡Lárgate! —grito y me cubro los oídos —. ¡Lárgate!

—¡Mírate, pareces una loca! ¡Tal vez si debas ir donde un loquero!

—¿Qué está pasando? —el doctor entra a la habitación y revisa de


inmediato mi pulso que se ha elevado.

—Señora Cox, espere afuera.

El pecho empieza a dolerme aún más de lo que ya lo hacía. El aire


empieza a faltarme como sucedió en la cabina, mis ojos se oscurecen y
vuelvo a la nada en la que yacía.

En definitiva, hay personas nos atacan con constancia hasta


llevarnos al borde de un abismo y somos tan culpables como ellos porque lo
permitimos. Somos ese testigo negligente que se guarda el secreto del
asesino y el asesinato. Siempre me quedo callada y por eso estoy aquí
tocando y rozando nubes oscuras qué se a donde me dirigen, y no sé por
qué no dejo de suponer que si el infierno es mejor que esta vida, pues
bendita sea la bienvenida.
CAPÍTULO 10
Chelsea

El ruido de las voces fuera de mi cabeza no me distrae. Estoy tan


inmiscuida en las mías que no acato nada del exterior. Intento enfocarme en
mi respiración y contar cuantas veces mis pulmones se inflan.

Aún intento procesar el hecho de que mi corazón se ha detenido 3


veces en mis 19 años de vida, pero eso no es lo peor, lo peor es que todo ha
pasado en menos de un mes. Este último ataque estuvo más cerca que
cualquiera de los otros de sumirme en la verdadera oscuridad, pero si no
hubiese sido porque el hombre extraño de esa noche me hubiese brindado
primeros auxilios, no estaría sentada aquí intentando sobrevivir y digo
sobrevivir porque vivir me ha quedado imposible.
—¿Chelsea? —dicen mi nombre y levanto la cabeza. Vuelvo al
mundo —. ¿Qué piensas del lugar?

—¿Cuál lugar? —recompongo mi postura.

Todos los presentes sentados alrededor de la mesa me miran. Han


pasado tres días desde que me desplomé por última vez y al parecer están
preocupados por mis próximos compromisos.

—Ese lugar —Daniel señala el enorme televisor frente a mí.

—Creemos pertinente que te tomes un mes para ir a rehabilitación.


Hemos escogido un lugar en Los Angeles que... —dejo de escuchar la voz
de Alicia y me fijo en los alegres videos e imágenes que se presentan ante
mí.

—No me gusta —digo.

—Es el mejor centro de rehabilitación en el mundo. Allí van todos


los artistas como tú a curar sus adicciones y mejorar su salud mental —
Alicia siempre es gentil conmigo frente al resto de personas y lo detesto.

—No me gusta —repito.

—Chelsea, necesitas ayuda. Esto no es un tema de elección. Los


medios se han enterado de todo —Daniel, uno de los productores, cambia
las imágenes del centro por un video con las noticias de farándula.

Se revelan algunas imágenes mías mientras una periodista habla


desde el exterior del hospital donde estuve recluida. Un enorme título en el
inferior acompaña todo.
————————————————————————————
CHELSEA COX Y SUS TRES VISITAS AL INFIERNO.
————————————————————————————
Bastante creativo, voy a robarme la frase.
—¿Qué pasaría con la grabación del nuevo álbum?, ¿con los
ensayos de la gira? Los cientos de espectáculos privados que tengo
pendientes y los estudios fotográficos con las marcas. No puedo tomarme
un mes —les recuerdo a todos. No quiero irme, la abstinencia es una
pesadilla.

—Todo mundo está hablando sobre tus adicciones y las personas


repudian los adictos porque son inestables. Créeme, Chelsea, siento hablarte
así, pero si no mejoras tu vida muchos de los contratos que tienes se irán al
caño, en especial el que tienes con nosotros, donde firmaste y prometiste
siempre dar una excelente imagen a la compañía y eso —señala la pantalla
—, no lo es.

Tener tantos ojos y pensamientos que sé que recriminan


comportamientos que ni yo entiendo me genera más ansiedad de la que
suelo sentir. Mis manos están sudando y el resto de mi cuerpo también. Tal
vez sea la abstinencia en la que me han tenido estos últimos días. Se
deshicieron de todo lo que guardaba en mi casa, me tienen vigilada todo el
tiempo y no puedo ir a ningún lugar sola, ni siquiera al baño.

No están preocupados por mí, están preocupados por el negocio y la


mina de oro que es la marca registrada Chelsea Cox, pero mientras ellos
pierden dinero, los medios lo ganan. Haga lo que haga, siempre hay alguien
que les sacará dinero a mis decisiones.

—No quiero ir a Los Angeles —los recuerdos de Randall empañan


mi mente.

—Es el mejor lugar —replica uno de los abogados.

—Si voy a pagarlo yo quiero tener la opción de elegir —aunque sé


que debería aceptar su opción porque mis decisiones siempre suelen ser
pésimas
Se miran entre todos y Daniel suelta un largo suspiro. Están
cansados de mí, pero me soportan porque tienen pendientes conmigo y por
eso no me despiden. Lo entiendo, yo también estoy cansada de mí misma y
tampoco he sido capaz de despedirme, aunque no tenga ningún pendiente
que verdaderamente me importe.

El hombre chasquea los dedos justo después de vaciar sus


pulmones. La pantalla se llena de un buscador que maneja su asistente
desde su computadora. Busca en él la lista de los mejores centros de
rehabilitación privados que existe y un top se organiza frente a los ojos de
todos.

—Escoge.

Me pongo de pie con cuidado y me acerco a la pantalla. Me siento


débil, no he comido en días y ni un cigarrillo me he podido fumar. Me cruzo
de brazos frente a las imágenes. La mayoría son lugares coloridos, con
clima cálido y en el continente americano, pero solo hay uno diferente que
me llama la atención.

Luce como un castillo en Suecia en la ciudad de Kalmar. Un lago


congelado lo rodea, pues también están en invierno ahí.

—Ese —señalo.

—No es un centro especializado en artistas, Chelsea. Ahí van más


que todo empresarios o deportistas alcohólicos, gente no muy relevante o
con menos presión social que la que tú tienes.

—No voy a ir a un lugar feliz cuando sé que no lo soy. Necesito un


maldito lugar donde pueda llorar y expulsar todo hasta el cansancio. No voy
a llorar frente a la playa, pero definitivamente lo haría frente a un lago
congelado —explico y me giro para mirarlos —. Una adicción no distingue
actividades laborales, la pueda experimentar cualquiera y eso lo sabe
cualquier profesional que trabaje en eso.

Alicia niega con la cabeza.


—Llama y haz una reservación —le dice a su asistente.

La mujer pelinegra a su lado se lleva el teléfono hasta su oreja


mientras Alicia no me pierde ni un segundo de vista. Sé que está
odiándome, pero no me sorprende.

Ella fue contrata por mi madre cuando aún tenía dieciséis años y
firmamos un contrato de una duración de 5 años. En dos años tal vez pueda
ser libre y contratar a alguien mejor, o que al menos me trate bien.

La asistente se quita el teléfono de la oreja y me mira.

—Ahora mismo están con ocupación completa, pero en tres días


podrán recibirte.

—Es el colmo, ¿acaso no saben quién es? Pásame el teléfono —


Alicia le arrebata el aparato.

—En tres días estará bien —le digo y mi mánager me mira.

—¿Podrás ser normal durante tres días? —pregunta.

—Aprovecharemos ese tiempo para dejar algunas fotos listas. Tus


redes sociales deben mantenerse activas y por el momento nadie debe de
saber donde te encuentras. Y la canción, necesitamos esa canción del evento
grabada —agrega Daniel.

La asistente sigue hablando por teléfono y yo sigo de pie a la cabeza


de la mesa. Me cruzo de brazos.

—Hoy tiene pendiente una campaña de fotos para una marca de


ropa interior. Llamaron a preguntar por ti, les dijimos que estabas bien y lo
harías. Iniciarás más fotos después de eso, más la grabación de la nueva
canción que ahora todos quieren —Alicia vuelve a hablar —. Señores, fue
un placer llegar a un acuerdo con ustedes. Chelsea Cox volverá en un mes
para continuar con el proyecto del nuevo álbum.

—Esperamos que todo mejore, Chelsea —Daniel se levanta y


estrecha mi delgada mano, para luego salir de la sala de juntas.
El resto de las personas se despide de mí hasta que encontrarnos
solo Alicia y yo en la habitación.

—Solo tienes que hacer las cosas bien durante tres días —se pone
de pie —. No arruines más tu carrera. Andando, tenemos fotos que hacer.

Dos segundos le toma retirarse. Miro la pared del fondo de la


enorme sala. Son decenas de revistas donde he protagonizado la portada.
Me acerco y detallo las sonrisas, los atuendos, mi cabello, mi piel, el
maquillaje... Todo es tan perfecto.

Luzco como si ese día nada hubiese estado mal, que mi día fue
genial, pero esta es la verdad: El día de la portada de Vogue, en la noche me
drogué tanto en una fiesta que me acosté con uno de los amigos de Matthew
por venganza, no me gustó y llegue a drogarme más. Cosmopolitan, esta fue
una semana antes de la de Vogue, me llegaron fotos de Matthew follándose
a Megan, una modelo. Sé que fue ella quien me las envió de un número
desconocido. Elle, consumí por primera vez cocaína después de tener un
ataque de pánico. Vanity Fair, el día de mi cumpleaños número dieciocho,
mi padre nunca me llamó y lloré toda la noche mientras le daba fin a una
botella de vodka. No encuentro ninguna en que el día detrás haya sido
mínimamente bueno.

Camino hacia la salida del edificio y más de cuatro guardaespaldas


me ayudan a salir del lugar infestado por fotógrafos. Preguntas que no
entiendo llegan a mis oídos e ignoro cualquier tipo de comentario. Entro al
auto y me hago al lado de la ventana cuando cierran la puerta. Agradezco
que Alicia se haya ido en otro. El conductor intenta salir del mar de
personas y acelera cuando finalmente se lo permiten. Dejo caer mi vista
sobre los edificios y las calles mojadas por la nieve.

Inicié esto como la mayoría de los cantantes lo hizo: cantando


nuestras canciones favoritas a todo pulmón en la privacidad de nuestro
cuarto. Tenía una guitarra que me regaló mi padre en navidad, es más
todavía la tengo. Hasta ahora es el regalo más especial que alguien me ha
hecho y lo es porque fue de corazón. La guardo tanto porque es lo único
que me recuerda que mi padre alguna vez me amó.

Después de eso, no me gusta recibir regalos, aún así me los dan y sé


que no es porque realmente les nazca del corazón, siempre tienen otras
razones y por eso los odio. No hay peor regalo que el que se da esperando
algo a cambio.

Amanda me apoyó con mi sueño de ser cantante. Fue ella quien me


convenció de presentarme a audiciones, grabar demos e inscribirme a
cientos concursos de talentos. Gané algunos y perdí otros, pero siempre
seguía insistiendo. Así era Chels, perseverante y positiva.

Ella envió los demos a demasiadas disqueras y no recibimos


respuesta hasta un año después. World Music, la compañía discográfica más
grande en el mundo, se interesó en la pequeña soñadora Chels de dieciséis
años y desde ese momento todo empezó a ir en cámara rápida.

Mi fama y popularidad fue creciendo de una manera que nunca


había imaginado. En menos de un año ya estaba codeándome con los
interpretes de las canciones que cantaba años atrás en mi cuarto. Rompí
records, gané premios y hasta altares me hicieron. Mi fanaticada era tan
enorme que dejé de visitar sitios públicos porque en cada lugar siempre se
formaba un descontrol de personas queriendo una foto o un autógrafo.

Al principio amaba tanta atención, pero ahora lo detesto. Detesto no


poder ir a un centro comercial, dar vueltas, ver personas y comer un helado.
Detesto no poder ir al parque y tirarme sobre el césped a admirar las nubes.
Detesto no poder tener una cita donde mi pareja no quiera alimentarse de lo
que he logrado o que al menos le guste por quien soy realmente, aunque ni
yo lo sepa. En resumen, detesto todo, porque hasta mis amigas siempre
quieren algo a cambio.

Mi vida está tan llena de falsedad que siempre dudo de que lo real
exista, de que todo sea algo actuado.

El auto se detiene y desciendo hacia el interior de otro edificio.


Camino detrás de uno de mis guardaespaldas mientras otro me pisa los
talones. Meto las manos dentro de mi abrigo. Minutos después llegamos a
un enorme piso. Las personas dentro se mueven de un lado a otro. Al fondo
hay una escenografía color rosa y una modelo en ropa interior posa
sensualmente frente al fotógrafo.

—Chelsea Cox —saluda un hombre con lentes e intenta abrazarme,


pero doy un paso hacia atrás.

—A Chelsea no le gustan las muestras de afecto, no te lo tomes


personal —le sonríe Amanda y lo abraza —. ¿Cómo estás, Giovanni?

—¡Fantástico! —le responde con entusiasmo y luego aplaude —.


Empecemos con ella.

Dos mujeres con un enterizo lila vienen a mí y me invitan a pasar a


la sala de tocadores para maquillarme. Me quedo inmóvil mientras ellas me
usan como lienzo. Me gusta el maquillaje, me levanta un poco la
autoestima. La piel de mi cara no es perfecta y suelo tener temporadas
donde el acné me invade, como lo ha empezado a hacer ahora.

—Listo. Puedes pasar a vestirte.

Camino hasta uno de los camerinos y me pruebo la primera prenda


que programaron. Pongo una bata sobre mi cuerpo y salgo con cuidado
hacia el set, pero antes de llegar, una voz dice mi nombre y se ríe.

—Está demasiado delgada. La noticia debe ser real. No me


sorprendería, a Chelsea siempre le ha gustado los excesos —dice una de las
modelos.

—Matthew merece alguien más bonita.

—¿Cómo quién?

Sigo escuchando la conversación, aunque no debería. Esto es


masoquismo del puro. Siempre me suele atraer más lo pésimo que dicen de
mí, que lo bueno.
—Tal vez como yo. Le he escrito hace algunos días ¿y adivinen
qué?

—¿Qué? —le preguntan varias.

—¡Respondió y vamos a vernos!

—Genial. Harían una pareja preciosa.

—¿Qué haces ahí parada? —me pregunta alguien. Es un hombre


con una barba espeja y audífonos bluetooh en sus orejas —. ¡Andando!
Vamos a empezar —dice con alegría y me toma del brazo para hacerme
visible a las mujeres que antes mal hablaban de mí.

—¡Chelsea! —me saluda una de ellas y se lanza a abrazarme —.


Tiempo sin verte, ¿cómo estás?

—Bien —digo.

—¡Estás hermosa! —dice la voz que antes contaba como mi novio


la invitó a salir —. Aunque deberías subir unos kilos más para que te
queden mejor los sostenes o puedo recomendarte el cirujano de mi
hermana. Le hizo lo senos perfectos y ni se le nota que son operados.

—Chelsea, ven por aquí —una mujer me tiende la mano y la tomo


con rapidez. Lo que sea para alejarme de estas hipócritas.

—¿Cómo debo actuar? —pregunto.

—Fresca, natural, muchas sonrisas. Es una campaña alegre y


navideña —comenta y dos mujeres llegan a ponerme un gorro rojo que hace
juego con mi lencería.

Asiento con la cabeza. La mujer se lleva mi bata y quedo expuesta.


Empiezo a posar como me lo pidieron. A pesar de ser cantante tuve que
aprender a caminar, a posar y a sonreír de la mejor manera. Muevo mi
cabello que ha sido llenado con ondas. Sonrío de extremo a extremo como
si hoy fuera el mejor día de mi vida, aunque sé que al llegar la noche tendré
una nueva historia oscura para contar sobre lo que sucedió después de estas
fotos.
El día pasa agonizantemente lento y cuando al fin hemos terminado,
me pongo de nuevo mi bata y voy hasta los ventanales por donde se refleja
el London Eye, los edificios grises adornados por la nieve blanca y la lluvia
cayendo sobre ella.

«Chels, Chels» su voz viene a mi cabeza y la espanto.

No merece ningún pensamiento mío porque él simplemente es un


idiota que me dejó tirada en el hospital y desapareció para no meterse en
problemas. Me alejo de las ventanas y voy hasta el camerino para
cambiarme. Me desmaquillan y tengo el visto verde para irme a descansar,
aunque eso sea lo último que vaya a hacer.

—¿Podemos ir a la casa de Matthew? —le pregunto al conductor


cuando subo a la parte trasera —. Tengo que hablar algo importante con él
antes de irme.

—Claro que sí —responde y acelera.

Al parecer Matthew está en la lista de personas que puedo visitar.


Amaría que alguien me lo prohibiera, o al revés. Cualquiera estaría bien, me
ayudaría a dejar de ser una estúpida.

Bajo del auto y uno de mis hombres me acompaña hasta la entrada,


donde alguien de la seguridad de él nos detiene.

—No pueden pasar.

—¿Por qué? —pregunto —. Soy su novia, permiso.

—Él joven Reigen dijo que no...

—A un lado —le dice el enorme hombre detrás de mí.

—No puedo dejarlos pasar, son órdenes.


—¡A un lado! —le grito histérica. Mi hombre lo toma del cuello y
lo tira a un lado. Lo miro —. Gracias —digo y abro la puerta para entrar e ir
directo a su cuarto.

Extraños sonidos que no quiero tomarme el trabajo de reconocer


hacen eco en toda la casa. Son gemidos. Las nauseas me invaden y el
estómago se me comprime. Estoy temblando y temo por lo que voy a
encontrar detrás de esta puerta blanca.

Llevo la mano hasta la perilla y la giro. Empujo y la escena que me


recibe me deja en un estado de shock. Los cuerpos desnudos se mueven al
mismo ritmo y los gemidos de cada uno son tan fuertes que quiero gritar
para hacerlos callar, pero nada sale de mi boca, ni siquiera puedo moverme.

—¿Chelsea? ¡Ah! —grita Hayley y se separa de Matthew para


cubrirse con las sábanas blancas.

—Chels, no es lo que crees —Matthew toma una almohada para


taparse.

—¡No me digas así, hijo de puta! —grito con fuerza.

Sigo sin procesar lo que están viendo mis ojos. No encuentro la


manera correcta de reaccionar. No sé si quedarme, irme, hacerles daño
físico a ambos o al menos a uno. No razono.

—Bonita, esto es un error, yo estaba drogado y ella legó y no sé qué


paso después...

—¿Qué mierda, Matthew? —Hayley revira ofendida.

Doy un paso hacia atrás cuando Matthew intenta tocarme.

—No —digo.

—Chels... Chelsea, tienes que creerme. Esto no es, no es... ¡Mierda!

—Solo venía a decirte que iba a largarme por un tiempo y que al


regresar no me buscaras jamás —pronuncio palabra al fin —. Vete a la
mierda, Matthew y tú también hija de puta —señalo a la mujer.

—¡Respétame, maldita! —intenta agredirme, pero mi


guardaespaldas la detiene. Matthew intenta defenderla.

Niego con la cabeza. Más cinismo no pueden desprender este par.


Me giro para salir del lugar. Llego hasta el salón y lo primero que veo son
jeringas con tapa llenas de un liquido dorado. Tomo tres y las escondo
dentro de mis bolsillos.

—¿A dónde irás? —Matthew aparece de nuevo y camina hacia mí.

Mi guardaespaldas lo empuja hacia un lado.

—No se le acerque.

—No te importa —respondo —. Solo necesito que hagas lo que te


dije. No me busques y quédate jodiendo con Hayley y las otras. Me cansé
de toda esta mierda contigo.

Expulso algunas de las cosas que hace tiempo quería decirle, pero
tenia miedo porque siempre, al final, terminaba buscándolo para aceptar el
poco amor que me ofrecía a través del sexo.

—Chelsea, ¿qué piensas hacer? No entiendo, ¿a dónde vas?

Dedico ignorar sus preguntas. Sus ojos están fuera de sí y su manera


de hablar es arrastrada, está tan drogado que no pudo ni vestirse para bajar
hasta aquí.

Salgo del lugar en compañía de mi hombre de seguridad. Subo al


auto e indico como ruta mi casa. Al llegar voy hasta el cuarto y trato de
deshacerme de mi niñera.

—Acabo de romper con mi novio —sollozo para agregar más drama


al asunto —. Quiero estar un maldito minuto sola para llorar, ¿acaso eso
también van a arruinarlo?, ¿alguna vez te rompieron el corazón? —me
acerco a ella. Sigue sin hablar —. Seguro lloraste tranquila en tu cuarto,
¿por qué yo no puedo hacerlo, ah?
—Es que tengo órdenes de no dejarla sola.

—Dame cinco minutos y entra. Solo cinco, por favor —sigo


derramando lágrimas.

Ella piensa durante un momento mientras yo intento verme aun más


destrozada frente a ella.

—Solo cinco, volveré a entrar pronto —dice.

Asiento con la cabeza y cuando escucho la puerta abrirse y cerrarse,


saco las jeringas de mis bolsillos y voy hasta el baño. Las dejo sobre el
tocador y busco alguna liga para amarrarme en el brazo y lograr que mi
vena se exalte. Cuando ya lo he hecho, destapo una jeringa y sin pensarlo
más de dos veces la entierro con cuidado. Libero un poco del contenido y
cierro los ojos cuando siento algo frio correr por mis venas. Me detengo
porque estoy consciente de que no quiero volver al hospital, solo quiero
sentirme un poco mejor. Llevo días sin ningún tipo de droga y la
dependencia me estaba matando.

Me deslizo por la pared y me siento. Atraigo las rodillas hacia mi


pecho y me abrazo.

—Lo siento —susurro y esta vez si libero lágrimas reales, llenas de


dolor, decepción y angustia —. Lo siento —repito.

Me lo digo a mi misma, aunque jamás voy a perdonarme por


haberme causado tanto daño, por haber permitido que me lo causaran y por
causárselo a los demás.

Una adicción no es algo que simplemente se arregla con el remedio


adecuado, en este caso, la rehabilitación. Jamás se arreglará nada en mí si
yo no estoy dispuesta hacerlo. Soy adicta a mis propios pensamientos
autodestructivos y no voy a mejorar si no cambio mi manera de pensar, eso
lo sé, pero no sé como hacerlo, aunque suene sencillo.
Me envían a curar una herida que yace oculta bajo miles de capas y
solo sangra cuando yo lo decido.

CAPÍTULO 11
Isaac

Debí hacer esto en primavera. Me gusta el frío, pero este está


salvaje. Odio el hecho de perderme la segunda navidad que pasamos Chloe
y yo solos, pero me repito que esto lo hago por ella para poder tener el resto
de navidades juntos.

Bajo del avión privado. El aeropuerto de Kalmar me recibe y una


camioneta negra es puesta a mi disposición para transportarme hasta el
castillo. Estoy por abrir una de las puertas traseras cuando mi celular vibra
en mis bolsillos.

Es Daisuke. Lo llevo hasta mi oreja.

—Hola —contesto.

—Hola, maldito ingrato. Cómo es que sales del país y no me lo


cuentas.

—¿Y quién te lo contó? —pregunto e ingreso al auto.

—Dylan es una persona horrible para guardar secretos.

Imbécil. Lo llamaré después de esto.

—Espero que tú si seas una de las buenas para hacerlo

—Lo soy, Máquina, lo soy —su distintiva risa llena la línea.

Daisuke era la mejor amiga de Leane. Se conocieron en la


universidad. Salíamos siempre en parejas, junto con su novio que se
convirtió en ex debido a que le fue infiel hace un par de años.

—¿Cómo estás? —hablo cuando se queda en silencio.

La muerte de mi esposa no solo afectó a su familia, a Chloe y a mí.


Leane era muy sociable y reía con quien estuviese a su alrededor. Los
lugares a donde llegaba siempre se iluminaban con su presencia. Era una
mujer feliz y contagiaba al mundo con ello.

—He estado mejor. Dylan me contó lo que pasó con Chloe y quería
preguntarte si puedo ayudarte en algo.

—No... —dudo algunos segundos —. Sí, quiero decir, sí. Eres la


única a la que ellos van a aceptarle las visitas. Dile a Chloe que la amo y
que volveré en un mes, que aplazaremos navidad y la celebraremos en
enero, que haga su lista tan larga como quiera y que no importa si no se
portó bien, le daré lo que ella quiera. Que la amo, mierda, eso ya lo dije.
Eh... Que me perdone... —un nudo se instala en mi garganta.

—Isaac... Ella entenderá. Cálmate y enfócate en mejorar. Le


recordaré que eres el mejor papá del mundo y que todo esto es por ella. No
te preocupes.

—Gracias, Dai. No sé como pagarte esto.

—No hay de qué. Luego me pagas con una ronda de cervezas... sin
alcohol, claro está —ríe.

—Seguro que sí —digo y miro a través de la ventana. Las montañas


nevadas de Kalmar me reciben junto con un enorme lago congelado —.
Debo irme

—Cuídate. Te quiero —dicho eso cuelga.

Desciendo del auto cuando se detiene y el primero en recibirme es


un hombre de cabello blanco corto y atuendo completamente negro.

—Bienvenido, señor Statham. Soy Adolf Olsson. Seré su guía en


este lugar y quien atienda cualquier duda o solicitud que tenga —extiende
su mano y la estrecho —. Desde este momento, como bien leyó en el
contrato que firmó, tendrá que hacerme entrega de cualquier dispositivo de
comunicación o con acceso a internet que posea, pues tenemos una regla
estricta respecto a ellos.

Asiento con la cabeza. Sé que después podré comunicarme con


quien desee, pero la idea es que no tenga acceso inmediato a las redes
sociales y demás cosas que puedan obstaculizar el proceso de
rehabilitación.
Miro por última vez mi celular. Soy un idiota al pensar que alguien
como ella va a llamarme. Ni siquiera un correo electrónico o un mensaje
casual en una red social. Entrego mi celular y Adolf enseña una caja que no
había visto antes y guarda el dispositivo ahí.

No dejo de sentirme como si estuviera ingresando a una cárcel. Lo


irónico es que aquí vengo a librarme de algo que me esclaviza.

—Sígame por aquí, señor —me indica que pase y camino hacia la
enorme entrada del castillo —. No sé si ya leyó la historia del castillo en el
documento de presentación que le entregamos.

—No tuve tiempo —respondo.

—¿Quiere que se la cuente mientras llegamos a su habitación?

—Sí, ¿por qué no? —me encojo de hombros.

—¿Quiere la historia aburrida o la interesante?

—¿Alguna vez alguien ha elegido la aburrida? —digo curioso


mientras caminamos por los pasillos adornados de cuadros antiguos y una
infinita alfombra roja que cubre todo el piso.

—En este mundo siempre habrá un porcentaje pequeño de personas


que se decidan por esa opción que creemos imposible de ser electa —ríe
nasalmente.

—Es una buena frase para definir a las personas que siempre toman
una mala decisión.

—Lo bueno y lo malo es subjetivo, pero de lo único que estoy


seguro es que de malas decisiones está lleno este lugar.

Como mi vida. Pude haber decidido jamás refugiarme detrás del


alcohol. Pude haber decidido dejar salir todo este dolor que me impide
continuar, pero no, elegí la mala opción. Está más que claro que soy de ese
pequeño porcentaje de personas que siempre se deciden por lo
ridículamente elegible.
Mi vida sería otra si hubiese pensado mejor, pero debido a que el
hubiera no existe y es pasado, he venido aquí para mejorar mi presente para
no perder lo único que amo.

Esta es la opción correcta.

—El castillo fue construido tras una unión de un par de países hace
bastantes años. Esa es la historia aburrida —Adolf me saca de mis
pensamientos —. Pero la interesante es la que no se relata en los libros y
solo se cuenta de persona a persona. Hoy yo se la cuento a usted y espero
que pronto se la cuente a alguien más, porque cada vez que se cuenta es
diferente, debido a que se relata desde la perspectiva de lo que entendió esa
persona y de lo que quiere transmitirle a la siguiente.

—Entiendo —escucho atento. El castillo es enorme y sé que nos


llevará un par de minutos llegar hasta mi lugar.

—Por aquí —gira a la derecha y lo imito —. Aquí vivía una reina


quien perdió a toda su familia tras un ataque enemigo que les hicieron a los
miembros del castillo. Usaron un fuerte veneno que se llevó la vida de
todos, menos la de ella. Era muy pequeña cuando esto sucedió y tuvo que
ejercer su cargo de reina con tan solo 13 años —me señala un enorme
cuadro cuando entramos a un salón —. Era ella —se detiene y la admira —.
No era una mujer hermosa, pero era poderosa y eso era suficiente para
atraer a cualquier cazafortunas o algún interesado en ampliar y engrandecer
su reino.

Detallo la imagen de la mujer. Tiene cabello negro y rasgos que


puedo catalogar como no comerciales, pero fea no es.

—Vivía con miedo, debido a lo que sucedió. No salía de su villa


privada, la cual hemos convertido un pequeño museo en el ala este.
Manejaba el reino por medio de cartas. Cosechaba sus propios alimentos y
cocinaba su propia comida. Rara vez dejaba a alguien ingresar a su lugar y
siempre permanecía cerca de él hasta que se marchara.

—Una vida bastante solitaria —comento y continuamos el camino.


—Para ella era suficiente si con eso significaba que iba a vivir.
Amaba tanto la vida que no quería errar y confiar en alguien que pudiese
acabar con ella. Por aquí —señala otro pasillo más. El lugar es más grande
de lo que se veía afuera —. Hasta que un día...

—Nada nunca sale como uno quiere —agrego.

—Jamás, o puede salir peor... o mejor. Esta no es una historia triste,


déjeme terminar.

—Claro, lo siento —alzo las manos frente a mi pecho a modo de


disculpa.

—La reina pidió ayuda a un jardinero para acabar con una plaga de
gusanos que había invadido sus árboles de manzanas, que era el cultivo más
grande que tenía. El trabajo iba a tomar días enteros y decidió revisar el
hombre a la entrada, hacer que se despojara de todas sus cosas para estar
segura con su presencia por tanto tiempo.

—Y se enamoró.

—Déjeme terminar, por favor —se detiene un segundo y retoma su


caminata.

Me callo.

—Él se enamoró de ella, pero ella de él no, porque sabía que estaba
mal y que no podía ser posible y que era peligroso, pero claro está, que si le
atraía el joven jardinero. Los cinco días pasaron...

—¿Se enamoró en solo cinco días?

—Señor Statham —me advierte.

—Lo siento. Termine.

—El amor y el olvido no son buenos amigos del tiempo, solo ellos
pueden decidir en qué momento suceder sin tener que esperar a que este
último o pase mucho o pase poco. Recuérdelo muy bien —señala —.
Continuo. El hombre se enamoró y antes de partir le confesó todos sus
sentimientos a la reina, después de dejarle su jardín en perfectas
condiciones. La reina creía que tenía en sus manos la oportunidad de tener a
alguien fiel a ella, a pesar de que no le quería, lo admiraba por lo que hizo y
la admiración como puede ser hermosa, también puede llegar a ser tóxica
—giramos una vez más hasta que llegamos a mi habitación —. Aquí es. Si
quiere puedo continuar contándole mañana. Es tarde y debe estar cansado...

—No, siga.

Él abre la puerta con una tarjeta que me entrega después. Enseguida


llegan un par de hombres con mi equipaje.

—No hay señal de televisión, el teléfono solo sirve para llamar a


recepción y otras habitaciones —Adolf me enseña el lugar.

La habitación es bastante amplia y tiene un balcón que me da una


magnifica vista al lago. La decoración es increíblemente lujosa, pero no
deja de caracterizarse por su estilo antiguo.

Me lanzo sobre la cama y Adolf va hacia el balcón. La historia me


tiene bastante cautivado y aunque presiento que la reina va a terminar
siendo traicionada o tal vez siendo feliz con el hombre, quiero escuchar
más.

—Continuo como pidió —habla desde ahí, mientras sus ojos


admiran el lago que supongo ya conoce de memoria —. La reina decidió
creer en el amor que el hombre le tenía, no lo correspondía, pero lo creía y
era feliz con eso. El hombre pensó que era todo lo contrario, que ella
también estaba enamorada de él y que tendría una mejor vida al lado de ella
gracias a eso —suspira —. A veces los problemas de comunicación son el
activador de muchos problemas. La reina jamás le dijo nada al jardinero
sobre que no lo quería, solo aceptó su amor y el jardinero vio esto como una
declaración de amor de parte de ella. Ella no aclaró y él no escuchó el resto.
Él partió ese día y la reina prometió llamarlo en unas semanas, tiempo que
no llegó porque la reina recibió noticias de que una de las aldeas de su reino
fue atacada y debido a que su ejército era pequeño, tuvo que contraer
matrimonio con un rey que le ofrecía seguridad a su pueblo. El invierno
llegó y ella sabía que su cultivo se haría trizas y tendría que volver a
empezar desde cero como cada año. Ella y su rey no tenían relación, el
visitaba el castillo, pero ella no dejaba que él ingresara a su villa, pero el rey
tenía aún más poder y eso no le molestaba. La reina pidió que se llamase al
jardinero nuevamente y este llegó rápido. La reina esperaba que él la
adulara como siempre lo hacía, pero lo que recibió fue totalmente lo
contrario. El jardinero no le habló en los días que pasó ahí. Ella no le dio
importancia y solo pensó y se enfocó en la manera en la que el hombre
arreglaba el jardín tan rápido. Hizo en una semana lo que a ella le costaba
un mes. El último día, el jardinero le informó a la reina, que un pájaro había
defecado semillas de una planta muy venenosa que había crecido en un
rincón de la huerta y que la erradicó tan pronto como la vio. Esa misma
tarde, el jardinero le ofreció una enorme ensalada con lo que había logrado
salvar de lo que se llevó el invierno. Dentro del plato había una especie de
planta venenosa que ella identificaba muy bien, pues no era que un pájaro
hubiese defecado en su jardín, era una planta que solo crecía en invierno, la
cual ella plantaba cada noviembre sin falta.

—¿El hombre quiso asesinarla porque sentía celos? —pregunto.

—Claro. El jardinero supo que se casó con otro y no con él, así que,
en medio de su amor enfermo, decidió acabar con la vida de la mujer.

—Pero la reina no se comió la ensalada, ¿correcto?

—Déjeme terminar. Sí, se la comió. Cuando fue a dejar su plato a la


cocina, tomó un cuchillo que ocultó detrás de su espalda y le dio un abrazo
de agradecimiento al hombre, para luego apuñalarlo detrás de su cuello y
correr al baño a vomitar.

—Me dijo que era una historia con final feliz —reclamo.

—Lo es. Déjeme terminar, por favor.


Me siento sobre la cama. Ya no me gustó la maldita historia. No es
algo que le contaría a Chloe y realmente quería hacerlo.

—Continúe.

—Gracias. La mujer enterró el cuerpo del hombre en su jardín y


cultivó sobré él más de la planta venenosa. Nadie en el reino preguntó sobre
él, todos creyeron que había salido y la reina siguió cuidando su jardín en
soledad.

—¿Y el final feliz?

—Que no haya sido un final feliz para el jardinero, no quiere decir


que no lo fue para la reina —dice.

—¿Y cuál fue el final feliz de la reina?

—La reina aprendió a cultivar su jardín más rápido. Se deshizo de


quien iba a hacerle daño y solo se quedó con lo que le convenía. Su vida
siguió tranquila y feliz porque, aunque le gustaba la admiración, no amaba
al jardinero. No digo que la enseñanza de esta historia sea matar a las
personas, no, eso está muy mal, pero sí podemos alejarnos de ellas y no solo
de las personas, también podemos alejarnos de todo lo que nos hace mal o
significa una amenaza para nuestra vida y quedarnos únicamente con lo
bueno que eso pudo ofrecernos.

Tal vez si se la cuente a Chloe, en algunos años, claro está.

—Dijo que la reina cultivaba una planta venenosa...

—Sí, la misma planta que mató a toda su familia.

—¿Ella lo hizo?

—Sí.

—¿Y por qué? —pregunto confundido.


—No sé. La persona que le contó la historia a la persona que me la
contó a mí, se le olvidó esa parte, o tal vez no preguntó.

—Pero si ella fue la asesina, ¿de qué se escondía?

—No sé —camina hasta la puerta —. Eso es lo malo de las historias


de este tipo. Hay partes que faltan, pero tal vez usted pueda completar.
Espero disfrute su estancia y que su tratamiento sea la solución que busca.
Descanse, señor Statham.

Adolf cierra la puerta y me quedo pensando en la historia, busco


explicaciones lógicas para mis preguntas y no sé si era una historia real o
simplemente un truco del centro para mantener mi cabeza ocupada el resto
de la noche.

🎶
Chelsea
La puerta de mi habitación tiembla de los golpes que le propinan
afuera. Me pongo de pie de inmediato. Recojo la jeringa vacía en el piso y
trato de caminar sin balancearme. Me miro al espejo. Mierda, me veo muy
mal. Más golpes en la puerta me hacen saltar. Creo que me pasé con la
dosis, mi corazón está yendo a mil. Abro el grifo y tiro agua helada sobre
mi cara. Me seco y camino fingiendo compostura hasta la puerta. Creo
adivinar quién es por su manera de tocar.

—¿Qué mierda quieres? —pregunto apenas abro y veo a Matthew


furioso.

Sus manos llegan con rapidez hasta mi cuello y su empuje me


obliga a caminar hacia atrás. Matthew es solo un poco más alto que yo, pero
definitivamente tiene muchísima más fuerza. Mi espalda choca con la pared
y entiendo por lo que vino. Se había tardado, ya pasaron dos días desde que
lo robé.

—¿Dónde está? —pregunta.


—Ya no está —respondo y trato de zafarme de su agarre. Me está
lastimando.

—¿Sabes lo que pasará?

—Consigue más —digo.

Una risa seca sale de su boca y seguida de otra hasta convertirse en


una carcajada. No me suelto en ningún momento y cuando se calla, vuelve a
afianzar su agarre.

—Chelsea, no hay más y ese es el maldito problema. Hasta dentro


de cinco días no tendré nada. No fabrican mucho y debido a eso es tan caro.
Se soporta tres días, pero desde ahora todo se volverá una pesadilla.

—Pues será una pesadilla para ambos porque las terminé todas.

—No, no, no, no. No me digas eso, Chels.

—Que no me digas...—Matthew me tapa la boca.

—¡Cállate! ¡Estoy cansado de ti! —me agita —. Siempre te haces la


maldita víctima. El mundo no gira entorno a ti, Chelsea —sus manos me
sueltan y me empujan —. Mierda, ¿qué voy a hacer...? —se toma la cabeza
con las manos y camina de lado a lado como un frenético.

—Vete, Matthew —digo. Mi cuerpo ha empezado a temblar más y


no quiero tenerlo aquí mientras sufro la situación —. No me hagas llamar a
seguridad.

—¡La voy a pasar muy mal!, ¡la estoy pasando muy mal, Chelsea!
—grita y luego me mira —. ¡Y tú la pasarás peor! —da dos pasos largos
hacia mí y vuelve a tomarme del cuello. Me empuja nuevamente contra la
pared. Mi cabeza lleva la peor parte del golpe y quedo aún más mareada.
Intento zafarme, pero mis manos han dejado de responder.

—Suéltame, hijo... de puta —trato de hablar. Sus manos están


asfixiándome.
—¿Crees que nunca me di cuenta de tus citas con esos hombres?
Hayley me lo contaba todo, perra. Creí que me eras fiel, tenías que serme
fiel...

—Espero que también te haya contado la parte en la que le detallé


como les mamé las vergas —digo sonriendo contra su boca y lamo su labio
inferior.

Me suelta con fuerza y sus ojos fijos se posan sobre mí. Su pecho
sube y baja. Está rojo por la ira. Mi corazón está al borde de un colapso. Y
justo cuando estaba a punto de confesarme a mi misma que su expresión me
daba miedo, un golpe que no veo venir impacta contra mi mejilla izquierda.
La fuerza me hace girar y caer a gatas en el piso. La cabeza me duele de
inmediato y cuando intento levantarme, vuelve a sorprenderme con una
patada en el estómago que me arroja contra el piso.

—¡Ayuda! —grito, no sé como, pero lo logro —. ¡Ayuda!


¡Ahhhhhhhhhh!

Otra patada más y no encuentro la manera de escapar de esto. Mi


cerebro no responde, y no sé si es por la droga o por el shock que causa lo
que está sucediendo. Esta es una de las muchas pesadillas que tiene
cualquier mujer y hoy a mí se me ha vuelto realidad. Matthew está
agrediéndome y lo que más me duele es el corazón.

Escucho fuertes pisadas entrar en la habitación. Tengo la vista


empañada y no logro distinguir nada. El ataque se ha detenido y sigo
inmóvil sobre el suelo.

Las manos que antes me acariciaban, hoy me golpearon sin piedad.


Jamás lo había hecho, pero dicen que en un estado de abstinencia el cerebro
puede alterarse y actuar inconscientemente, pero esas palabras y esos golpes
no fueron debido a eso. Fueron dados por el ego de un hombre que es tan
enorme, que se ha construido un altar en una vida que no le pertenece.

Espero que este dolor físico me enseñe a que el dolor que sentiría al
dejarlo sería mínimo en comparación.
CAPÍTULO 12
Chelsea

Hay ciertas situaciones similares que todos compartimos en la vida.


En este instante pienso en esas que duelen, a unos más que a otros, pero
duelen, al fin y al cabo. Jamás hay que minimizar los sentimientos de
alguien solo porque tú creas que esa persona, o exagera mucho o no
demuestra lo suficiente. A cada uno le duele según su manera de ser y ver la
vida, y no tiene porque darte explicaciones.

—Ya no está llorando. Ya debe estar bien —susurra la asistente de


Alicia.
Ahora mismo, a mí, me duele el alma como la mierda, pero he
pasado la noche llorando tanto que el sufrimiento se me ha pasmado, o tal
vez ya aprendí a vivir con él y ni lo noto.

—Matthew se equivocó. Siempre te ha tratado bien, no tenemos que


llevar esto hasta la corte —dice Alicia mientras trato de ocultar el desastre
que quedó en mi piel.

Es una pérdida de tiempo. Mi ojo está demasiado hinchado y la piel


alrededor se tiñe de morado, rojo y verde. Ya he memorizado como luce y
ni hablar de mis costillas. Los de seguridad trajeron una enfermera que
autorizó Amanda para que me revisara. Después de que se fue, me dijo que
no había sido nada grave y que estaría bien en un par de días.

Hoy tengo el vuelo hacia Kalmar y ya veo que nada va a impedir


que no lo aborde.

—¿Entonces a dónde llevo esto? —me giro hacia ella y señalo mi


rostro.

—Se irá en algunos días... Jeremy está hablando con él y sé que


pronto se disculpará contigo. Son cosas que suceden, son jóvenes y esto
pasa más seguido de lo que crees.

Impotencia. Eso es lo que siento. Jamás van a dejar que lo denuncie,


pues Alicia trabaja en la misma compañía que el mánager de Matthew. Lo
único que me motiva de ir a Kalmar es la soledad en la que estaré, pero
cuando pienso en la abstinencia, mentalmente, doy tres pasos hacia atrás.

—¿Ya es hora? —pregunto.

—Sí —responde la asistente.

Tomo la pequeña maleta que hicieron para mí y salgo de la


habitación, no sin antes tomar unos lentes y una gorra para cubrir el
desastre andante que soy. Ahora mi físico luce peor que mi interior. Será
más difícil para mí fingir que estoy bien.

El viaje hasta el aeropuerto se hace soportable mientras escucho a


través de mis audífonos bluetooh la voz de mi cantante favorito.

Woke up alone in this hotel room

Played with myself, where were you?

Fell back to sleep, I got drunk by noon

I've never felt less cool

Las palabras me hacen pensar en esa noche y rápido cambio mi


escenario mental a otro que me haga rabiar menos. Ingresamos directo al
aérea donde el avión privado espera por mí para despegar. La puerta es
abierta y desciendo para luego subir a la lujosa aeronave.

Maybe one day you'll call me

And tell me that you're sorry too

Maybe one day you'll call me

And tell me that you're sorry to

Maybe one day you'll call me

And tell me that you're sorry too

But you, you never do

Estoy arruinando mi canción favorita al pensar en él. Solo fue cosa


de esa noche. Al menos le atribuyo que llamó una ambulancia y me brindó
primeros auxilios. Supongo que es alguien realmente importante, tal vez no
se acerca para no verse envuelto con los líos que implican mi vida. Algo
como eso me dijo Alicia. Él me dejó y desapareció porque tenía cosas que
hacer. Pero no sé porque estoy esperando a que llame o escriba para
preguntar como estoy. Tonta.

Tan poquito es mi amor propio que cualquier muestra de afecto me


lleva a delirar, aunque, bueno, sé muy bien que mi amor no es propio.

Siento amor, muchísimo, pero no por mí, ni por alguien más. Amo
algunas cosas, la música es una de ellas. Amo bailar, hablar hasta por mis
codos, aunque casi nunca la gente quiera escucharme. Amo los recuerdos...
muchísimo, porque me hacen saber que alguna vez sí fui feliz, aunque hoy
mismo piense que no.

Siempre me debato con lo que pensaba mi yo del pasado. Era feliz


al inicio de mi relación con Matthew, estaba enamorada de él, pero ahora en
el presente trato hacerme creer que no era feliz, a pesar de que en mis
recuerdos sonreía y soñaba por su amor. La noche de ayer borró decenas de
pasadas noches donde creía ser, aunque sea un poco, amada.

Entro a Instagram y con lo primero que me topo es la foto de una


modelo con su novio con la que me he topado un par de veces. Están riendo
y de fondo se ve la playa. El hombre le ha escrito un comentario bonito
debajo de la publicación. Matthew jamás hacia eso. Sigo bajando y me
encuentro con más parejas profesándose amor.

Nunca ha dejado de parecerme increíble el amor y no me refiero


solamente al romántico. Mis conocidos aman a sus padres, a sus
hermanos... Los abrazan, besan, celebran fechas especiales juntos, mientras
que yo nunca me he sentido cómoda abrazando a mi padre o a mi madre.
Los quiero, de eso no hay duda, pero soy pésima demostrándolo. Aunque,
tampoco es que se lo merezcan.

He querido amigas. He sido una buena amiga, pero nunca he sentido


que es tener una buena amiga. Tenía a Randall y a pesar de que nos
veíamos cada cierto tiempo, nuestra amistad nunca se veía afectada, pero
éramos un tanto secos. No nos llamábamos mucho, nuestros cumpleaños se
nos olvidaban, pero siempre estaba presente para felicitarme en cada paso
que daba. Me gustaba nuestra amistad y la vida me duele al pensar que él ya
no está más.

Apago el celular y me fijo en los edificios que dejo atrás. El avión


ha despegado y sé que solo serán dos horas aproximadamente hasta llegar.

Ahora, quiero creer que nunca amé a Matthew, pero los recuerdos
buenos que tenemos me confunden. Es el pasado luchando contra el
presente, sé que no debo aferrarme al primero, pero es difícil mantenerme
en el segundo. Tal vez él decidió dejar de amarme hace mucho y olvidó
decírmelo. No sé si es triste o valiente seguir aferrado a algo que ya no es
unilateral. Realmente envidio a quienes se aman mutuamente, pero admiro
a los que aman sin esperar a ser correspondidos.

Creí tener con Matthew lo que muchos aparentan en las redes. Amor
bueno, del sano y verdadero. Bufo. En una vida tan caótica y toxica como la
mía no puede haber sanidad de ningún modo, pero no dejo de soñar con que
algún día pase. Estoy joven y lo que más me repetía mi antiguo psicólogo
era que la depresión es un fantasma que llega con sigilo y muchas veces no
nos damos cuenta de que llegó hasta que la simple acción de respirar nos
cuesta y justo en el momento en el que uno se entera habrá que empezar a
rezar para que se marche. Con rezar, él se refería a buscar ayuda, pero de
dónde saco las fuerzas para hacerlo, o al menos permitirla.

Un par de horas después, aterrizamos. Un auto me lleva hasta el


enorme castillo y al bajar me recibe un hombre de cabello extraño. Me saco
los audífonos y los guardo en mi bolsillo.

—Bienvenida, señorita Cox. Soy Adolf Olsson. Seré su guía en este


lugar y quien atienda cualquier duda o solicitud que tenga —hace una
pequeña reverencia que también me resulta muy extraña —. Desde este
momento, como bien leyó en el contrato que firmó, tendrá que hacerme
entrega de cualquier dispositivo de comunicación o con acceso a internet
que posea, pues tenemos una regla estricta respecto a ellos.

—Hola, Adolf. Claro —le entro el dispositivo y lo guarda en una


extraña caja.
El conductor me entrega mi maleta y me la echo al hombro. Hace
demasiado frío. A pesar de que uso una enorme sudadera y unos joggers
que me cubren bien, no dejo de sentir la brisa helada. Sigo con mis gafas y
mi gorra puesta.

—Sígame por aquí, señorita —me invita a entrar y camino hacia el


viejo castillo. Espero no arrepentirme luego de mi opción. Siempre suelo
tomar malas decisiones —. No sé si ya leyó la historia del castillo en el
documento de presentación que le entregamos.

—No me entregaron nada.

—Seguro se les olvidó. ¿Quiere que se la cuente mientras llegamos


a su habitación?

—¿Habitación? Me dijeron que me darían una ubicación especial


por ser... por... —no quiero sonar como una estúpida, así que digo: —Por lo
que se pagó.

—Discúlpeme un segundo —dice y procede a mirar algo en su


celular.

Saco un chicle de mi bolsillo, le quito el envoltorio y me lo llevo a


la boca. Paseo mi vista por toda la enorme estancia. Las paredes están
adornadas de cuadros con gente vestida de manera muy antigua. Una
alfombra roja cubre todo el piso del lugar y me recuerda a muchos de los
eventos que he asistido. Aunque esta parece tener hasta piojos dentro de
ella.

—Señorita Cox, sí, lo siento. No me lo habían informado. La villa


del castillo será suya por lo que dure su estancia. Tenía conocimiento de que
era antes era un museo, pero veo que lo han cambiado. Sígame, por favor
—señala un pasillo a la derecha y caminamos a través de él —. Entonces,
¿quiere que le cuente la historia del castillo?

—Sí.
—¿La aburrida o la interesante? —pregunta.

—¿Cómo es que hay dos historias?

—Para un hecho siempre habrá miles de historias y esto se debe a la


cantidad de testigos que la presencian y deciden contarla.

—¿Cuál era el testigo más creíble sobre la historia de este lugar?

—El de la historia aburrida, claro está.

—Cuénteme esa, por favor.

—El castillo de Kalmar es considerado uno de los más antiguos de


Escandinavia y su particular posición, frontera del antiguo reino de
Dinamarca y del de Suecia, a un paso de la isla de Öland y, precisamente
por esta, resguardada de los rigores más abruptos del mar Báltico, permitió
un puerto próspero y un lugar estratégico para todo tipo de incursiones
bélicas, tanto terrestres como marítimas...

Escucho mientras detallo todo a mi paso. El castillo está lleno de


pequeños letreros para ubicarse. Es más grande aquí adentro de lo que se
veía afuera. No se siente cálido, pero claramente es más tibio aquí adentro.
Hay cuadros por doquier. Adornos antiguos de algún material dorado y
plateado. Los muebles son del mismo modo. Hay muchísimas salas de estar
y bastantes bibliotecas. Cruzamos un pasillo lleno de ventanas que tiene
como vista los jardines del lugar, mientras que al otro lado se divisa el lago
congelado con el poco sol cayendo sobre él.

—Hoy el castillo, se presenta con estilo renacentista, reformado y


restaurado en el siglo XIX, pero ahora lleva siendo el mejor centro de
rehabilitación de toda Europa y ha sido adecuado para tal función. El lugar
sigue contando con su foso, su puente y un segundo puente, levadizo, que
impresiona muchos a los visitantes. Estamos dentro uno de los castillos
mejor conservados del norte de Europa. El resto de la ciudad también hace
parte de una gran conservación de la época medieval —termina de hablar y
gira la cabeza para mirarme —. ¿Realmente si me escuchó?
Estallo la bomba de chicle que había hecho y asiento con la cabeza.

—¿Algún día podré ver el foso? ¿O hacen algún tipo de recorrido?

—Claro que sí. Solo basta con apuntarse en la recepción y un guía


le da dará un tour, la ciudad está incluida. Confiamos en que visitar y
turistear en la ciudad ayuda un poco al proceso de rehabilitación —informa
—. Por aquí. Ya casi llegamos.

Salimos a un jardín cubierto de espesa nieve blanca. Atravesamos el


sendero. Algo como una pequeña casa aparece al frente. Las luces están
encendidas y una mujer espera afuera.

—Hasta aquí la acompaño. Fue un placer conocerla, señorita Cox


—se gira para irse, pero se detiene —. Gracias por escoger la historia
aburrida, casi nunca la eligen y es la que más me gusta.

—No fue nada —digo.

—Aunque, la verdad tampoco me hubiera gustado contarle la otra


—suelta y se pierde en el jardín.

Camino hasta la entrada de la villa. A mi izquierda hay varios


arboles iguales sin hojas. No hay señas de vegetación y me gusta.

—Señorita Cox, mi nombre es...

—Dime Chelsea, por favor.

—Sí, Chelsea —dice la joven. Luce como de mi edad —. Mi


nombre es Ailen y estaré a su servicio. Bienvenida —abre la puerta del
lugar y me invita a entrar.

Estará al servicio del lugar. Mi intento de suicidio fue puesto en el


anexo de documentos y saben que soy un paciente de algo riesgo que
necesita muchísima vigilancia. Suspiro. No volvería a intentarlo, pero... no
sé. No quiero pensar sobre eso ahora.
Arrojo la maleta al piso y me doy un pequeño tour por el lugar. No
hay tina, no hay espejos, no hay puerta en la ducha. No hay nada de cristal.
No hay ningún adorno, ni nada que se le considere corto punzante.

—Debe entregarme sus zapatos —Ailen dice detrás de mí —. Ya


sabe que los cordones no...

—Sí, claro —me siento sobre la cama y le entrego el par.

—En el armario habrá más calzado de su talla que puede usar.

—Gracias —me quedo mirando mis medias llenas de aguacate, pero


luego alzo la cabeza —. ¿Vas a quedarte siempre?

—Sí... un poco, los primeros días, algunas horas al día.

—No voy a matarme.

—Yo sé que no, pero son las reglas del lugar, las cuales,
definitivamente, son para su bienestar —explica. Está vestida con ropa de
invierno blanca, pero sus botas son de color rojo. Es bajita y su cabello
castaño es corto, mucho más que el mío.

—Entiendo —digo —. ¿Y ahora qué se hace?

—Su terapia es individual. En una hora debe ir con el psicólogo y el


doctor, y luego...

—Espera —me pongo de pie —. ¿Hay terapias grupales?

—Sí, si el cliente las prefiere, puede participar. Pero su solicitud


informa que ha elegido la individual. Además, por quién es, es lo mejor
para su tranquilidad.

—¿Y si quiero cambiarla después?

—Es mejor que hable con el psicólogo y el doctor primero para que
la evalúen. Él podrá responderle sus dudas y recomendarle algunas cosas.

—Vamos, entonces.
—Debemos esperar. Ahora mismo se encuentran en una evaluación
con alguien más.

Busco unos zapatos en el armario. Saco unas botas acolchadas y las


meto dentro de mis pies.

—Esperaré afuera o alrededor mientras conozco el castillo, ¿o no es


posible?

—Claro que sí lo es. No está en una cárcel, puede moverse


libremente hasta el toque de queda.

—¿Y a qué hora inicia? —pregunto. Me quito la gorra, pero me


dejo los lentes oscuros tipo aviador. Peino algunos cabellos rubios fuera de
sí con mi mano.

—A las nueve de la noche —responde.

—¿Y termina?

—A las cinco de la mañana.

—Entiendo —digo y camino hasta la salida —. Llévame con el


psicólogo y el doctor, por favor.

—Andando.

Ailen sale de la pequeña casa y la sigo en cada paso y giro queda


dentro del castillo. Es enorme, me siento como en Hogwarts. Un par de
metros más y llegamos al recibidor donde se divisan varias puertas que
supongo son oficinas. En la del fondo dice psicología.

—Espere aquí. Quien está dentro terminará pronto —Ailen mira el


reloj y yo tomo asiento en una de los viejos sofás.

Los minutos pasan. Juego con mis dedos para distraerme. Tengo
hambre y el temblor se ha hecho presente en mis manos. Sé que lo que se
viene no será nada lindo y dolerá como la mierda. Nunca me he
desintoxicado y lo que dicen algunos conocidos del proceso no es bastante
alentador y más cuando en estos últimos tres días hice algo que jamás había
hecho:inyectarme.

La puerta se abre y me pongo de pie. Una persona sale apurada de


ahí, pero se detiene abruptamente cuando me ve.

—Eres tú... —dice.

—Sí —me encojo de hombros. Ya sé lo que sigue.

—¡Eres Chelsea Cox! Soy tu fan —grita la delgada mujer y se me


abalanza encima para abrazarme. Ailen se posa en medio de ambas y la
empuja. Me quedo estática. No soy amante del contacto físico inesperado.

—Azul, no puedes hacer eso. El espacio personal de las personas es


sagrado —la pequeña castaña la regaña.

—Sí, es cierto. Lo siento —limpia sus manos en su ropa y extiende


una de ellas —. Soy Azul, como el color.

La tomo un poco inseguridad. Ella se ve muy feliz. Su cabello afro


roza sus hombros. Su sonrisa es gigante y la piel morena de sus mejillas
está decorada con un par de lunares.

—Soy Chelsea, como el equipo de fútbol —me presento de la


misma manera y rompo el contacto.

—Lo sé —ríe —. Lo sé. Qué graciosa.

—Señorita Cox —la voz de un hombre me hace girar. Creo que es


el doctor por su bata blanca.

—Sí —le digo y miro a Azul —. Fue un gusto conocer, Azul —digo
y me giro para ir a la oficina.

—El gusto es mucho más mío. Frencie no va a creerme —la veo de


reojo tomar a Ailen por los hombros —. ¡Nadie va a creerlo!
—No puedes decírselo a nadie. Está prohibido y si lo haces podría
traerte problemas...

—¿Cómo la cárcel? —pregunta con preocupación.

—Como la cárcel. Así que guarda silencio —es lo último que


escucho que Ailen le dice, porque el doctor cierra la puerta cuando he
entrado y el silencio se hace presente.

Escaneo el lugar. Hay una enfermera a mi derecha escribiendo sobre


algunos papeles mientras organiza unos tubos de ensayo. Al frente hay un
enorme ventanal que deja apreciar el largo congelado. Dos escritorios
decoran el lugar y detrás de uno de ellos está sentado quien creo es el
psicólogo.

—Chelsea, bienvenida. Mi nombre es Ben. Soy el doctor que estará


encargado de tu salud física y él es Xander, el doctor a cargo de tu salud
mental.

—Hola —saludo con la mano. Me han empezado a sudar y tengo un


poco de calor.

—Te tomaremos una muestra de sangre antes de empezar. Vania nos


ayudará con eso —señala a la enfermera.

—Por favor siéntese aquí —dice ella y camino hasta ahí —. Ya


puedes retirarte los lentes y la sudadera.

El corazón se me detiene cuando escucho lo que me pide, pero no


puedo jugar a ocultar cosas aquí. Tarde o temprano se darán cuenta.

Me deshago de mis lentes. Dejo la cabeza gacha y saco la sudadera.


La enfermera se acerca y cuando ve el estado de mi brazo izquierdo se
petrifica, pero más se blanquea cuando sus ojos caen en mi rostro.

—¿Cuándo sucedió eso, Chelsea? —el doctor pregunta y se acerca.


—. No había nada en el expediente sobre maltrato físico y mucho menos
que te inyectaras. Si había algo relacionado a una sobredosis, pero se leía
que solo fue una vez y ese brazo tiene características de pinchazos
recurrentes...

—Es porque fueron recurrentes durante tres días —hablo claro —.


Me agredió mi exnovio porque le robé lo que me apliqué. Es lo mismo de la
sobredosis.

—Nunca hemos tratado una abstinencia de esa sustancia —agrega


Xander, el psicólogo.

—Es nueva. Tendremos que investigar y realizar un par de llamadas


—Ben lo mira. Ambos son hombres de más de cuarenta y tantos años. Uno
tiene cabello negro y otro no tiene en absoluto y ese es Ben.

—No quiero que nadie de mi equipo, ni de mi familia se entere —


agrego de inmediato.

—Eres mayor de edad y si así lo quieres, así será —dice Xander —.


Debes contarnos todo y no omitir nada, absolutamente nada sobre tu vida,
principalmente desde el momento en que decidiste probar por primera vez
una droga.

Asiento con mi cabeza.

Ben se aleja y se sienta detrás de su escritorio. Teclea algunas cosas


y apunta otras en su libreta.

—¿Quiere la historia aburrida o la interesante? —cuestiono.

—¿Cuál es la diferencia? —frunce el ceño

—En la aburrida hago hincapié de lo que estaba mal y en la


interesante cuento lo bueno de cada viaje.

—Quiero escuchar las dos, pero primero necesito la aburrida para


crear un orden cronológico.

Asiento con la cabeza y me preparo para hablar.


—Lo primero que llegó a mis manos fue la marihuana —relato y me
transporto al pasado —. Iba a iniciar mi primera gira y los ensayos estaban
matándome. Tenía muchísimo estrés y no dormía, se lo conté a uno de los
bailarines y él me consiguió un poco de hierba, prometiendo que me iba a
relajar si la fumaba.

—¿Te relajó?

—Sí. Dormí muy bien durante varias noches, pero luego ya no


podía estar sin ella. Me gustaba sentirme de ese modo. Elevada, como si
nada importara y todo causara gracia.

Xander me mira y escucha con atención. La enfermera ha tomado


mi brazo derecho y lo ha envuelto con algo para sobresaltar la vena a la cual
le va a extraer la sangre. Respiro cuando la aguja se clava en mi piel. Mi
sistema espera recibir algo, pero se decepciona cuando lo único que hacen
es una extracción.

—¿Sigues en contacto con esa persona? —pregunta el psicólogo.

—No. Las compañías de bailarines van y vienen. Este años tenemos


una mejor —cuento.

—¿Qué siguió después?

—El éxtasis —respondo mirando mis zapatos. Son horribles.

—¿Cómo la obtuviste?

—En una fiesta privada.

—¿Cómo fue? —indaga.

—La regalaban de beso en beso y acepté una, luego otra. Empecé a


tomarla justo antes de salir a cantar o a bailar. Sentía que recuperaba la
energía que me quitaba la marihuana. Las mezclaba, éxtasis al iniciar y
marihuana al terminar —cuento sin ocultar nada de lo que pensaba en ese
entonces. Ellos van a callarlo y por qué no contar algo que me agobia
guardar desde hace años.
—¿Cómo llegaste a la cocaína?

Me pongo nuevamente mi sudadera.

—Mi equipo de trabajo.

—¿Tu equipo?

—Después de la gira empecé a beber muchísimo y la resaca no me


dejaba llegar a tiempo y en buen estado a muchos compromisos. Uno de los
asistentes sugirió en broma esa solución, puesto que aún estaba ebria y...
esnifé. Y así muchas otras veces más.

—¿Tienes contacto con ellos?

—A diario —digo.

Ben y Xander se miran con preocupación. Me siento más pequeña


de lo que soy.

—Chelsea. Lo que pasará aquí será solo un 10% del tratamiento que
tú debes continuar allá afuera. El 90% depende de ti y de lo que te rodea.

Bufo.

—Tendría que despedir a todo mi equipo y ganarme una demanda


de miles de millones de libras o...

—¿O? —Xander alza las cejas.

—O renunciar.
CAPÍTULO 13
Chelsea

Hoy he iniciado la medicación. Se supone que esto me ayudará a


sobrellevar la abstinencia. Según las palabras del doctor, entendí que igual
sufriré, porque era una droga de las duras y el proceso de desintoxicación
de ella suele ser... duro también.

Aún sabiendo todo esto, mi cuerpo y la parte podrida de mi mente


no deja de susurrarme que necesita más.

—Hola.

Salto asustada en mi silla. Estoy sentada en una banca en el jardín


que queda frente al lado. Azul tiene sonrisa de oreja a oreja.

—Hola —digo y ladeo un intento de sonrisa.


—¿Puedo sentarme? —pregunta y asiento con la cabeza. Me muevo
hacia un lado para hacerle espacio —. Ailen me está mirando mal. Me
explicó que tienes terapia individual, pero que hoy preguntaste si podías
cambiarla.

Tiene controlados sus rizos bajo un gorro celeste.

—¿Quién eres? —inquiero extrañada. Pensé que mi privacidad sería


respetada.

—Azul, ya te lo dije —sonríe.

—No —saco una mano de los bolsillos de mi chaqueta y niego con


ella —. No me refiero a eso, ¿quién eres y por qué se te permite saber tanto

—Tengo algunos privilegios —hace como si echara su cabello hacia


atrás.

—Eso no responde mi pregunta —vuelvo mi vista al algo y me echo


hacia atrás contra el espaldar del banco.

No me molesta que lo sepa, sé que nada puede salir de este lugar,


pero me da curiosidad saber por qué lo sabe.

—Soy la hija del dueño de este lugar. No del dueño del centro, no,
del dueño de castillo. Él se lo alquila a otras personas, a las que nos ayudan.

—Mmm —asiento con la cabeza otra vez

—¿Qué te pasó en el ojo? —pregunta y se lleva las manos a la boca.


Mierda. Olvidé ponerme los lentes —. Lo siento, soy demasiado curiosa y
no quiero incomodarte...

—Mi exnovio me pegó —suelto sin más. No voy a mentir aquí.


Diré lo que pienso, como me siento y mandaré a la mierda a quien tenga
que hacerlo. Me cansé de callar
—Oh

—Sí, oh.

Un extraño silencio se asienta en medio de nosotras y por primera


vez en el día no me siento incómoda.

—Es un imbécil —comenta después de algunos segundos

—Imbécil es una caricia para la definición que realmente se merece.

—Hijo de puta.

—Puto de mierda —agrego.

—Idiota, adoquín, lerdo, mameluco, mentecato, pazguato,


panguano, imbécil, retrasado, estúpido, mastuerzo, atontado, loco,
subnormal, deficiente, majadero, cenutrio, zoquete, pendejo, palurdo,
berzotas, gaznápiro, sinvergüenza, ladrón, bellaco, degenerado, bribón,
granuja, chupasangre, sanguijuela, cantamañanas, chupamedias, canalla,
cobarde, pusilánime, gallina, alfeñique, lechuguino, zampabollos, zorro,
cabrón, gilipollas, cornudo, cara de culo... —volteo a mirarla. Sostiene el
celular en su mano leyendo cada palabra. Se me hacia extraño que supiera
tanto —. ¿Qué? No sabía muchos insultos y él realmente se merece todos
los habidos y por haber en el mundo. Tiene que sentir que desde Suecia se
le odia.

Una carcajada escala mi garganta y por más que intento retenerla,


ella sale libre y sin preguntar. La gracia que me causan los insultos
estúpidos de Azul es enorme. Hace mucho no me reía de esta manera y
cuando me doy cuenta de lo idiota que estoy siendo, me callo.

—Se los merece —hablo y me pongo de pie —. Creo que tengo que
irme —miro a Ailen, ella mira su reloj y asiente con la cabeza en mi
dirección —. Logré que cambiaran mi tipo de terapia.
—Yo también asistiré a la reunión de alcohólicos anónimos —sonríe
otra vez y también se levanta.

¿De dónde saca tanta motivación para sonreír?

—¿También eres...? Digo —carraspeo —. ¿También tienes


problemas con el alcohol?

—Me gusta decir que los tenía. En pasado. Pero sí, soy una
alcohólica —sus labios vuelven a curvarse.

—¿Por qué sonríes? —suelto sin pensar. Mi curiosidad puede con


cualquier atisbo de vergüenza.

—¿Por qué no hacerlo? —su rostro se tiñe en confusión —. Es más,


¿por qué tú no sonríes?

—Sí lo hago, solo que no todos los días tengo algún motivo.

Caminamos hasta el sendero. Ailen se queda dos pasos detrás de


nosotras.

—Sonreír no debe ser el resultado de algo, debe ser el comienzo de


todo. Si sonríes solo porque sí, engañarás a la vida y no tendrá más remedio
que enviarte cosas que te hagan sonreír aún más, porque sabe que no le
prestas atención a las desgracias.

—¿Ya la vida te envió esas cosas? —pregunto.

—No —ríe —. Es difícil engañar a esa zorra, pero algún día lo haré.

—Cuéntame cuando pase.

Nos adentramos en el castillo. Cruzamos con un par de personas que


Ailen saluda con ánimo. Todos se me quedan mirando, tal vez porque saben
quien soy o simplemente porque llevo un morado en el ojo que saluda por
mí.

—Dios, necesito verme en un espejo —me quejo.


—¿Para qué? Luces bien —dice Azul.

La miro incrédula.

—Eso va a durarte un par de semanas —arruga el ceño —. Nadie


puede juzgarte aquí, nadie puede juzgar a nadie aquí. Es una de las reglas.
Por aquí.

Giramos en una esquina y diviso al fondo un letrero que tiene


impreso la palabra baños en él.

—Entra sin mí, tengo que hacer una parada técnica —le digo a la
morena y camino hasta el fondo. Ailen me sigue. Me lleno de paciencia,
ella solo está haciendo su trabajo y es culpa mía que deba de tener alguien
que me cuide siempre.

Aquí si hay espejos. Es lo primero que detallo cuando entro. Me


reviso el ojo y de inmediato deseo no haberlo hecho. Estoy demasiado
pálida debido a todo, al frio, mi malnutrición, mi estado anímico y un
montón de cosas más que reveló el doctor en mis exámenes.

—Quiero entrar, pero no soy capaz de hacerlo así —hablo bajo.

—Aquí nadie juzga, Chelsea.

—Yo sí me juzgo y eso es peor en comparación a que alguien más


lo hiciera.

—Deja de hacerlo. Aceptar que estás mal es empezar bien —dice y


la miro a través del espejo —. Si no te sientes cómoda, podemos volver a la
individualidad.

—Estaré bien —abro el grifo y me echo agua en la cara. Tomo una


toalla de papel y me seco con cuidado —. Estaré bien.

Quiero escuchar lo que tienen por contar más personas adictas.


Quiero que mi mente esté tranquila y asegurarme de que esto que me
sucede es normal y le puede suceder a cualquiera por distintos motivos.
Tomo aire y voy directo al salón. Entro con la cabeza gacha sin
mirar a nadie.

—Lo siento. Siento la tardanza —interrumpo y me siento en la


primera silla desocupada del círculo.

—Tranquila, señorita Cox —responde la que supongo.

—Sí, tranquila, señorita Cox. Aquí entendemos que las estrellas del
pop tienen problemas con la puntualidad también —dice una voz que
reconozco de inmediato.

Levanto mi vista y me topo con los malditos ojos verdes del tal
Jackson. Este mundo es un pañuelo de mierda.

—De problemas estamos hechos todos —respondo con simpleza.

—Eso es cierto —comenta la psicóloga. En la tarjeta de su camisa


puedo leer que se llama Hillary —. Sigamos con las presentaciones y
recordemos que la puntualidad es importante y es una muestra de respeto al
tiempo de las personas.

Asiento con la cabeza. Todos están mirándome. Hay solo siete


personas en la habitación y siento que tengo mas ojos encima que cuando
estoy en un concierto. Tal vez es porque esto es más íntimo que solo
pararme y cantar. Aquí solo soy un problema más que solucionar y me
gusta.

Jackson se pone de pie, me mira, alza una ceja y llena sus pulmones
de aire para luego pasar a mirar el resto de los asistentes.

—Mi nombre es Isaac Statham. Tengo 26 años, soy deportista y


también soy alcohólico.

Sabía que mentía.

—Hola, Isaac —dicen todos al unísono, menos yo.


—Solemos saludar a quienes se presentan, Chelsea —dice Hillary.

Carraspeo y enderezo mi espalda.

—Hola, Isaac —hablo marcando mi acento en la última palabra.

—Hola, Chelsea —responde él y se sienta.

Su nombre real no me suena, al menos de que no lo sea. No me


sorprendería que todavía esté tratando de ocultar su identidad. Muchas
personas entran a estos centros y lo hacen de manera anónima. Tal vez él lo
haya hecho.

Hillary me mira y me indica que es mi turno de presentarme. Me


siento nerviosa, pero el papel que firmé al momento que me fue aceptado
este tipo de terapia, me calma. Nadie puede decir nada allá afuera de lo que
se diga aquí.

—Mi nombre es Chelsea Cox. Tengo 19 años, soy cantante, músico,


bailarina, modelo, compositora... y soy alcohólica, entre otras cosas.

—Hola, Chelsea —vuelven a saludar todos.

—¿Qué te pasó en el ojo? —pregunta Isaac y me toma


desprevenida.

—¿Qué? —niego confundida.

—Señor Statham, ese tipo de preguntas no le corresponden.

Siento su mirada encima y me pesa. Mis manos han empezado a


temblar y mi estómago a querer limpiarse. Dije que no iba a ocultar nada
aquí, pero no sé porque siento que a él no debo decirle nada.

—Me caí —pronuncio casi como un susurro. Inmediatamente miro


a Azul y espero que entienda que no debe contárselo a nadie más.

—No tenía que responder, señorita Cox...


—Al parecer fue una caída bastante brutal para haber causado ese
tipo de hematoma.

—Lo fue, señor Statham —subo el mentón y lo enfrento con


valentía.

—Sigamos con las presentaciones —Hillary señala a Azul.

—Hola, mi nombre es Azulquía Meigners, pero prefiero que me


digan Azul. Tengo 18 años y soy... soy... Soy alcohólica desde mis quince.
Es mi primera vez en esta zona, ya saben, la zona de los mayores —una
sonrisa nerviosa se le escapa.

—Bienvenida nuevamente, Azul.

—Hola, Azul —saludamos.

El resto se presenta y dejo de escuchar para enfocarme en los latidos


de mi corazón. Algo extraño está sucediéndome y no sé como enfrentarlo.
Ha empezado de la nada y va sintiéndose cada vez peor. Respirar me cuesta.

—Me encantaría que cada uno contara el inicio y la razón de todo,


pero sé que a algunos les cuenta abrirse más que a otros, así que ¿Quién
quiere iniciar?

Me fijo en mis manos sudorosas. Hoy no quiero hablar, no soy tan


valiente como creía.

—Yo —Azul se levanta.

—Será un placer escucharte, Azul —dice Hillary.

—Gracias —carraspea y respira con fuerza —. Desde muy pequeña


sufrí de bullying y racismo. Mi piel y mi cabello no entraban en el estándar
de belleza que tenían muchas de mis compañeras. Ellas eran altas, blancas,
delgadas y con un cabello manejable y precioso. Las envidiaba tanto que
todos los días planchaba mi cabello para ser como ellas. Con mi piel no
podía hacer mucho, pero en este entonces no estaba orgullosa de mi etnia.
Escucho con atención la historia de Azul. No dejo de sentirme
conectada con su historia, pues con piel blanca o morena, las personas
siempre buscarán cualquier característica tuya para destrozarte. Te hacen
avergonzarte de la esencia que caracteriza tu existencia física, de eso único
que no tiene nadie más que tú.

—Odiaba ir a clases. Le rogaba a mi padre que me dejara terminar


mis estudios en casa, pero él no escuchaba mucho. Mi madre enfermó
cuando tenía 10 años y desde entonces estuvo muy ausente. Nunca me
enseñó amor propio y por eso erré muchísimas veces —continúa contando
—. Este grupo de chicas se creía el más genial del mundo y yo lo veía así,
era estúpida. Ellas sabían que mi padre tenía muchísimo dinero y
empezaron a acercarse cada vez más hasta que hice parte de su grupo.
Asistía a muchísimas fiestas con tan solo 15 años. Me embriaga muchísimo
con tan solo 15 años. Bebíamos todo el tiempo. En el colegio, en nuestras
casas, en las fiestas, en los centros comerciales y demás —suspira y sus
ojos caen en mí. Le sonrío con levedad —. Hasta que un día... —sus ojos se
llenan de lágrimas —, mi madre murió. Tenia 17 años y mi situación
empeoró. Mi padre se dio cuenta, me trajo aquí, al ala de menores de edad y
no mejoré. Debí haberlo hecho, pero nunca entendí por qué.

—¿Esperas que esta vez sí funcione? —Hillary pregunta con


amabilidad.

—Tiene que funcionar. No hay otra opción —Azul vuelve a sonreír


y limpia sus lágrimas.

—Funcionará, ya lo verás —Hillary le sonríe de vuelta —. Gracias


por compartir tu historia. ¿Alguien más?

—Yo —un hombre levanta la mano.

Creo que escuché que se llama Zeth, tiene veintitantos y es


empresario de no sé qué.

—Va a sonar estúpido, pero todo empezó cuando mi esposa de 5


años me fue infiel, me dejó y quiso quitarme la mitad de todo lo que trabajé
desde joven —habla con nerviosismo. Su cabello negro cubre un poco su
frente y sus ojos grises están acompaños por arterias rojas en lo que debería
ser color blanco —. Sin la mitad de mis bienes mi empresa no iba a poder
sobrevivir e iría a la bancarrota, pues ese año fue el peor año para los
negocios que realizamos. Estábamos apenas a flote y ella... A ella no le
importó y terminó llevándose la mitad. No pude probar la infidelidad, me
trataron como un demente, me acusaron de abusar de ella y... terminé
cayendo en una depresión tan profunda que solo el alcohol pudo hacerme
sentir vivo. Vendí todo lo que quedó, que fue casi nada. Tomé la mala
decisión de gastar todo ese dinero en alcohol y... cocaína —carraspea
avergonzado —. Hasta que un día, alguien me informó que tenía un auto de
colección que había comprado en una subasta hace años y olvidé. En los
trámites para reclamarlo y ponerlo de nuevo a la venta, conocí a alguien.
Me motivo a ser alguien mejor. Estaba avergonzado de la basura que era y
de lo grandiosa que era ella. Vendí el auto y con ese dinero pagué mi
estancia aquí. Voy a recuperarme, voy a iniciar de cero y espero lograr
volver a sentirme orgullo de mi mismo.

—Lo harás, Zeth. Tomaste una buena decisión al buscar ayuda.


Gracias por compartirnos tu historia.

El hombre se sienta y todos se miran entre todos. Yo evito mirar a


Hillary a toda costa. Isaac no ha dejado de detallarme desde que preguntó
que me había pasado en el ojo. Es tan obvio que es un golpe propinado por
alguien más, solo que él no es nadie para contárselo.

—¿Alguien más le gustaría compartir su historia? Así podríamos


conocernos mejor y empezar a compartir algunas similitudes —Hillary
sigue hablando con su tono alegre.

Sigo sintiéndome peor. Me quiero ir ya, pero no hallo el modo de


escapar. Mi respiración se está acelerando y no quiero, no deseo sufrir un
ataque de pánico aquí. Cuento lentamente del diez hacia atrás.

Soy una falsa conmigo misma, dije que no iba a mentir más, ni a
ocultar nada y eso estoy haciendo.

—Yo —me pongo de pie sin saber muy bien que estoy haciendo.
—Adelante, Chelsea —Hillary intenta motivarme después de unos
largos segundos de silencio.

—No sé muy bien cuando empezó todo... Podría decir que empezó
cuando mis padres se divorciaron y mi papá se alejó de mí como si fuese
peste... O cuando recibí comentarios en la secundaria sobre mi físico que
nunca pedí, como que estaba muy delgada, que comiera más... El rechazo
de la mayoría de los chicos que me gustaban solo porque no estaba... —con
mis manos hago una seña de abultamiento frente a mi pecho —, ya saben,
desarrollada. O cuando sufrí de acné y todas mis amigas se burlaban... O
cuando inicié mi carrera y los comentarios sobre mi imagen se hicieron el
doble de crueles... O cuando mi madre empezó a verme solo como una
máquina de dinero. No sé como inició, pero lo único que sé es que quiero
que acabe.

Omito miles de situaciones más. No quiero hablar de Matthew, es lo


que más me costará superar y no es debido a lo que siento por él, es debido
a lo que me hizo sentir contra mi misma. Le permití destruirme más allá y
jamás me lo voy a perdonar.

—Va a acabar, Chelsea. Ya diste el primer paso y eso es lo


importante —dice Hillary —. ¿Qué crees que fue lo que más causó impacto
en ti de todas esas situaciones?

—No soy capaz de rescatar solo una, creo que todas... —el aire me
falta un poco más —. Todas son la pieza de una sola enorme razón.

Mi pecho me ha empezado a doler. Estoy sudando en un lugar


donde debería estar congelándome de frio.

—Chelsea, ¿te sientes bien?

—No, lo siento —me pongo de pie y salgo caminando con torpeza


del lugar.

Ailen viene detrás mío mientras habla por algo que parece un
celular.
—¡Chelsea! —escucho la voz de un hombre gritar y cuando pienso
un poco más, me doy cuenta de que es Isaac —. ¡Chelsea!

Sin saber por qué, me echo a correr por los pasillos del lugar. No sé
a donde estoy yendo, no conozco el camino de regreso a mi lugar. Me
siento en un peligro que no encuentro y no puedo reconocer. Un enemigo
me persigue y sé que quiere acabar conmigo. Y le será posible, porque ese
enemigo es mi propia mente y no puedo huir de algo que jamás va a
dejarme en paz.

«No te detengas otra vez, corazón» susurra esa pequeña parte que
siento que aún no ha sido dañada dentro de mí.

—¡Chelsea!

Es Isaac otra vez. Está más cerca. ¿Cómo llegó tan rápido? Es
deportista, me respondo con inmediatez en medio de mi delirio.

Unos brazos me apresan y me elevan.

—Cálmate —dice cuando no dejo de forcejear.

Mis lágrimas corren con exageración sobre la piel de mi rostro. Mi


pecho sigue subiendo y mi corazón sufre por el esfuerzo que le pide mi
mente para huir de algo que no existe. Siento que me voy a morir, pero no
me voy, me quedo ahí y eso es mucho peor porque jamás llegaré a tener
paz, solo me calmaré y tendré que esperar a que vuelva a sucederme lo
mismo.

Mi vida es lo que transcurre entre mis ataques de pánico.

—Suéltame —sollozo con fuerza —. ¡Suéltame!

—Vas a hacerte daño. Está nevando y no es seguro correr sobre


estas piedras —dice y me doy cuenta de que estamos en el exterior.

No sé en qué momento llegué hasta aquí.

—¡Suéltame!
No quiero que lo haga.

Me giro y lo empujo con fuerza. Caigo hacia atrás y sigo sin dejar
de llorar. Ahora más porque me ha dolido la caída. Isaac se yergue encima
de mí. Está nevando. Mis pulmones han decidido no recibir más aire.
Empiezo a hiperventilar. Tiemblo e incrusto los dedos sobre mis rodillas
para obligarme a parar todo.

—Para, para, para... —susurro. Me meso de lado a lado. Guardo mi


cabeza entre mi pecho y piernas —. Para, para, por favor...

—Chels...

Siento el toque de alguien y me alejo.

—No me toques —hablo sin mirar —. No me hagas más daño —


tiemblo.

—¿De qué hablas, Chelsea?

Fue él. Él te destrozó.

Mi mente invoca el rostro de Matthew y me hace añicos la


estabilidad, me nubla la realidad y me devuelve a ese momento.

—Te odio tanto, maldito hijo de puta —gruño sin dejar que mis
lágrimas cesen. La rabia se apodera de cualquier sentimiento de paz que
buscaba.

—Está sufriendo un ataque de pánico. Nosotros nos haremos cargo,


señor Statham —escucho voces al fondo.

—No... Chelsea, soy Isaac —siento sus manos en mis brazos —.


Estás bien.

—Señor Statham, no puede...

—¡Cállese! —grita y me sobresalto —. Déjame llevarte adentro.


—Vete —digo y vuelvo a estar un poco presente en esta realidad,
aunque otro parte de mi cabeza aún se encuentre sufriendo tirada en el piso
de mi habitación.

Un fuerte dolor me obliga a voltearme y expulsar todo lo que no


tenía en mi estómago. Vomito sobre la blanca nieve. Soy un desastre.

Sus manos echan hacia atrás mi cabello y cuando he terminado, me


ofrece un pañuelo. Lo tomo y limpio mi boca con las manos temblorosas.

—Voy a cargarte —dice.

Niego con la cabeza y vuelvo a dejar fluir mi llanto, mi dolor, mi


vergüenza...

Sus brazos me rodean y me brindan en calor que mi sistema


necesita, pero que yo no pedía. Lloro sin contenerme contra su pecho. Lloro
como si nadie me viera, aunque tenga esos ojos verdes que no me agradan
encima. Lloro como si a través de mis lágrimas pudiera deshacerme de todo
lo que me inunda.

Lloro por todo lo que jamás lloré en su debido momento y por lo


que tal vez, tendría que haber llorado el doble.
CAPÍTULO 14
Chelsea

Una vez alguien me dijo que los milagros no existen. Su afirmación


me causó curiosidad, porque la mayoría solemos creer en ese Dios del que
tanto se habla. Esa persona sí creía en un dios, pero no en una religión y
estaba en desacuerdo con muchas reglas que se imponen en ciertos libros.
Él decía que los milagros no son obras divinas de suerte, no. La gente mal
llama milagro a algo que realmente debería llamarse enseñanza.

Las personas caen, ya sea por accidente o incidente, y cuando la


vida nos da esa increíble oportunidad de levantarnos nuevamente debemos
aprender de lo que nos puso al borde de la muerte para no volver a repetirlo.
Es un nuevo chance para demostrar que se puede ser alguien mejor, o al
menos, vivir mejor.

He estado al borde de la muerte tres veces y aún no aprendo.

Los médicos lo han llamado milagro, pero en este caso yo lo llamo


obstinación o estupidez, me voy más por esta última porque ni siquiera soy
capaz de ver qué es lo que debo aprender, qué es lo que me quiere dar la
vida como enseñanza.

O tal vez, simplemente, no lo decida ver y como dicen por ahí "No
hay peor ciego que el que vio la realidad y decide volver a cerrar los ojos".

Escuchar a Randall hablar era, con seguridad, terminar con vacíos


existenciales, pero por él pude ver más allá de la religión que me dictaban
mis padres. Hay miles de ellas en el mundo, distintas creencias y culturas, y
aunque no era una cristiana devota como mis padres, siempre creí en algo.

Podría confundir a alguien si le cuento lo que pienso ya que me


contradigo. Tengo fe, no practico ninguna religión, pero tengo fe. Creo en
algo superior, pero no creo que sea un dios y mucho menos bueno como lo
pintan. Lo que sea que esté manejando las tiras de nuestras vidas es cruel e
injusto, pero no por eso deja de ser necesario.

¿Qué sería de nosotros si las desgracias no existieran?

Nada. No sabríamos el valor que tiene una sonrisa, un logro o... una
persona. No importa quién, puede ser el hombre que tomó la decisión de
ayudar a alguien que se cayó en la calle, o el doctor que le salvó la vida a
alguien que padecía un cáncer desarrollado por fumar cigarrillos.

Aunque la autoestima, o tal vez el ego, siempre nos susurre que


podemos solos... No podemos. Siempre, en algún momento de nuestra vida
vamos a necesitar de alguien, no importa quién, y ahora mismo pienso en
que he sido una desagradecida.

No importa en lo que ocurrió después, pero Isaac Statham salvó mi


vida y yo solo lo he evitado.

Alzo la cabeza y me fijo en la escultura humana que yace


crucificada en la pared. Las capillas siempre me han traído paz. No hay
ruido, es tranquilo y puedo pensar mejor. Es un lugar donde la gente viene a
agradecer o a pedir ayuda. Yo no vengo a hacer ninguna de las dos, porque
a quien debo decirle gracias está parado unos metros detrás de mí sin
mencionar alguna palabra.

—Escuché que pediste volver a terapia individual —dice y su voz


enciende una alerta dentro de mi cabeza. Una alerta que no entiendo.
—No quiero truncar el proceso de nadie. No lo pedí, el psiquiatra
me lo recomendó y yo acepté —respondo sin voltear. Junto mis manos
sobre mi regazo y me fijo en las velas derretidas.

—Entiendo, ¿entonces no has estado evitándome?

Esta última semana he estado sufriendo convulsiones, ataques de


pánico, momentos donde deliro y veo cosas donde no las hay. También he
sufrido fiebre, vómitos, náuseas, temblores, taquicardia y un sinfín de
efectos que acompañan el proceso de no depender de algo tan vil y sucio
como una droga.

—No —miento.

He estado un poco ocupada, pero sé que ha preguntado por mí. Azul


y Ailen me lo han contado y les he dicho que por favor no le digan nada y
que eviten que se acerque. Sé muy bien que esto es un centro para adictos,
pero no por eso dejo de sentirme avergonzada. No quiero que se entere de
que metía mil cosas, de que estuve a punto de perder la vida en tres
ocasiones y que una de ellas fue con bastante intención por mi parte.

—¿Estás bien? —pregunta.

—No —me pongo de pie y lo enfrento —. ¿Cómo estás tú?

—He estado mejor.

Está cruzado de brazos. Su altura destaca en el lugar, haciendo que


todo se vea mínimo a su alrededor. Lleva un gorro negro sobre su cabeza.
Luce demasiado bien, mientras que yo soy la imagen de una desgracia que
nadie desea. Mi rostro sigue amoratado y he adelgazado aún más.

—¿Cómo va la sobriedad?

—Tomándola con moderación —intenta bromear y no me río.

—No es gracioso.
—Si lo es.

—No lo es —muevo la cabeza de lado a lado.

—Si lo es.

—Que no.

—Que sí —dice por ultima vez. Camina hasta el altar y se arrodilla


frente a la escultura rodeada de velas.

—¿Eres devoto? —susurro y no sé por qué.

Ahora soy yo quien se haya detrás de él. Sigue siendo alto aún
estando arrodillado o simplemente yo soy una enana.

—No, pero conocía a alguien que sí y ya no está, así que ahora,


aunque parezca estúpido, le hablo de esta manera.

Entiendo que la persona de la que habla ha fallecido. Mi estómago


sufre náuseas y decido sentarme nuevamente en una de las bancas,
manteniendo distancia.

—¿Esa es la razón de...? —carraspeo. No debí empezar a preguntar.

—¿De mi alcoholismo? Sí, creo que sí.

—Debió ser alguien bastante importante...


Mis manos han empezado a sudar. Los medicamentos me ayudan un
poco con los efectos colaterales de la limpieza en mi organismo, pero no los
elimina todos. Debería irme ya, no quiero empezar a temblar frente a él o
decir alguna estupidez.

—Lo era —gira su cabeza y me mira —. Ven y reza conmigo, Chels


Chels.

Mis ojos van a su mano extendida. Algo dentro de mí se siente bien


al escuchar el estúpido apodo. Al parecer fue lo único que no fue pasajero.

—Yo no... No creo en... —señalo la escultura.


—No tienes que ser creyente para venir aquí, cerrar los ojos y pedir
un deseo... o un anhelo.

—¿Qué diferencia hay?

—Un deseo es una fantasía, algo que quieres lograr sin hacer nada.
Un anhelo es una realidad, algo en lo que trabajas con todas tus energías y
pronto lograrás.

—Si lo voy a lograr no veo por qué pedir o rezar por ello.

—Porque para la mayoría es "psicológicamente" muy bueno saber


que hay un ser superior que te protegerá y te dará fuerzas cuando se lo pidas
—explica.

Me arrodillo en la extraña silla a su lado.

—Nietzsche decía que: "El hombre que necesita creer en algo


superior a su conocimiento es un ser débil que no es capaz de vivir su
propia vida y tomar las riendas de esta" —cuento.

—¿Lees a Nietzsche? —me mira extrañado.

—No, pero un amigo mío sí lo hacía y retuve algunas cosas.

—A veces las personas creyentes son las más fuertes. El mundo


puede caerles encima y ellos seguirán confiando en que todo pasa por algo
y va a mejorar pronto —su voz me transmite una extraña tranquilidad.

—Suena como a un positivismo absurdo —arrugo la nariz.

—Cállate y simplemente pide algo bueno para tu vida, Chels.

Bufo y vuelvo mi vista al frente. Cierro mis ojos y me concentro en


mi respiración.

—¿Qué vas a pedir tú? —susurro.


—Nunca me ha gustado pedir por mí. Pediré por alguien que
necesita más ayuda que yo. Es más sincero hacerlo de ese modo —
responde.

—Entiendo.

Vuelvo a cerrar mis ojos y me concentro. No conozco a nadie a mi


alrededor por quien desee pedir algo bueno. Soy tan horrible que lo único
que me llega a la cabeza es que la vida haga un ajuste de cuentas con
quienes me han hecho daño... Y hasta yo misma entro en ese paquete.

Abro uno de mis ojos y espío a Isaac. Está concentrado en su rezo.


Tiene ojeras bajo sus ojos y ahora que lo detallo mejor, luce cansado y un
poco pálido. Vuelvo a concentrarme y le hablo a no sé quien. Pido por Azul
y por Isaac. Anhelo que sus vidas mejoren y que su adicción se marche sin
dejar rastro alguno en sus sistemas.

Después de unos largos minutos, me pongo de pie.

—¿Qué compromisos tenias ese día?

Isaac gira su cabeza y también se incorpora. No voy a guardarme la


duda. Me da igual. Sé que no tenia que quedarse, no era su obligación, pero
quiero saber qué tuvo que hacer.

—¿Por qué?

—No dejaste ni una simple nota. Yo no esperaba que...

—Hablé con una mujer bastante enojada de cabello rubio y ojos


negros. Ella prácticamente me echó del lugar y...

—¿Y qué?

—Nada —niega con la cabeza —. Te dejé mi nombre con ella... mi


nombre real.

—¿Y ese es...?


—Isaac.

—No te creo, Jack-son.

Levanta un dedo al frente pidiendo que le de un segundo. Lleva su


otra mano hacia atrás y saca algo de sus bolsillos. Es su identificación. Me
la ofrece y la tomo con mis delgados y pálidos dedos.

Su nombre y su fotografía concuerdan. Se la entrego devuelta. Me


siento como una estúpida y ahora mismo estoy rezando para que la tierra
me trague.

—Nadie me hizo llegar tu nombre. Solo me dijeron que tenías cosas


que hacer y por eso te habías ido —le cuento lo que Alicia me dijo.

—Claro que tenía cosas que hacer, siempre tengo cosas que hacer,
Chels, pero jamás dejaría tirado en un hospital a quien ayudé a que su
corazón volviera a latir.

Los recuerdos de esa noche me perturban. Estaba bien y de la nada


un dolor de cabeza me abrumó y luego todo se oscureció.

—¿Qué haces aquí? —vuelve a hablar —. La última vez que


hablamos no sonabas muy convencida de buscar ayuda...

—Señor Statham —un hombre aparece bajo el umbral de la entrada


—. Aceptaron su llamada.

—En un segundo voy —responde él.

—¡Chelsea! —Azul hace presencia también —. ¿Quieres unirte a


mi clase de yoga? Sé que la tuya es dentro de una hora, pero podríamos
tomarla juntas. Claro, si tu quieres y Ailen lo aprueba —se fija en Isaac y
luego en mí. Sus cejas se alzan —. Por cierto, ¿dónde está?

—Aquí estoy —Ailen entra también a la capilla —. Puedes unirte


solo si deseas hacerlo, no sientas presión en decir que no.
Ambas mujeres se posan frente a mí. Isaac decide empezar a
caminar en silencio hasta la salida. Dile algo. Me meto entre las dos y doy
unos cuantos pasos.

—Statham —digo y me detengo. Qué mierda estoy haciendo.

—Cox —se gira y me mira.

—Gracias —pronuncio. Entrelazo mis manos dentro del bolsillo de


mi sudadera y las aprieto. Por favor que entienda a que me refiero.

—Volvería a hacerlo un millón de veces más, pero creo que estás


aquí para que no vuelva a suceder. Cuídate, Chelsea.

Mis ojos caen en su espalda cuando retoma su camino a la salida y


luego desaparece.

—Entonces... ¿Iremos a la clase o te acompaño detrás de él para que


sigas mirándole el trasero?

—Yo no... Yo no estaba mirando nada de nadie —hablo rápido. No


lo estaba haciendo, solo... lo detallaba.

—Sí, claro —Azul se ríe —. Tengo apenas 18 años y actúo como si


tuviera 15 todavía, pero sé distinguir cuando a una persona otra le parece...
Agradable —alza las cejas repetidas veces.

—Azul —Ailen advierte —. Tú y Chelsea son diferentes, al igual


que sus procesos. No deberías estar haciendo ese tipo de insinuaciones
porque pueden llegar a incomodar. Tú más que nadie lo sabes. No quiero
que tú vayas a sentirte mal si Chelsea decide no aceptar tus invitaciones o
seguir tus conversaciones. Quiero que ambas estén bien y...

—No me incomoda nada de lo que dice Azul, pero en ocasiones voy


a querer estar sola —interrumpo a Ailen.

—A mi no me incomoda que me lo digas —la morena se posa frente


a mí —. A veces es bueno estar sola, pero es bueno solo cuando estás en
paz consigo misma porque de lo contrario solo será un infierno.
—Azul —Ailen vuelve a hablarle.

—Es la verdad, Ailen. Yo vivo rodeada de personas basura y creía


que estar sola era lo mejor, pero no, en mi cabeza solo solía repetir lo que
ellos me decían y más me destruía —sus manos se posan sobre mis
hombros —. Sé que te pasa igual. Llevas aislada de toda una semana y a
veces hablar de los problemas o la felicidad de alguien más suele ser la
mejor terapia para entender que no estás sola. No lo estás.

—Azul, la instructora te debe estar esperando —Ailen vuelve a


hablarle.

—No soy una psiquiatra, pero puedo ser una amiga y a veces eso es
mucho mejor, porque aunque suene estúpido, sé que las amigas no escuchan
con los oídos, escuchan con el corazón —se encoje de hombros y me suelta
—. Adiós, me voy a alinear mis chacras y a estirar las nalgas.

Sale de la capilla y vuelvo mi atención hacia Ailen.

—¿Todo está bien con Isaac? —pregunta —. Escuché por error algo
y luego me fui, no quería interrumpir la conversación.

—Todo está bien. Solo hablamos de Dios.

—¿Ya se conocían?

—Algo así —miro hacia abajo y luego vuelvo a ella cuando algo se
cruza por mi cabeza —. ¿Sabes cuál la profesión de Isaac?

—¿Por qué me preguntas eso a mí? —escudriña mi rostro —. Él no


te lo ha dicho, ¿correcto?

—No...

—Chelsea, no puedo revelar información personal de internos a


otros internos. Lo siento. Si él no te lo ha dicho es porque no desea hacerlo.

Sí me lo dijo, pero sé que miente.


—Lo siento. No volveré a preguntar —me doy la vuelta para salir
del lugar. Ailen me acompaña al lado.

—¿Por qué el interés en eso? —pregunta ella.

—Le advierte a Azul sobre las preguntas incómodas, pero luego las
hace —la miro divertida.

Sonríe y niega con la cabeza.

Pienso en Azul. Hay algo en ella que sí me incomoda, pero también


tiene algo que me hace sentir bien a su lado, a pesar de solo haberla visto
unas tres veces desde que llegué. Así es la vida, conoces durante años
personas que crees que te agradan, hasta que llega alguien y en días te hace
dar cuenta qué es lo que significa tener química con alguien, pero no la
química amorosa, no, esa no. Yo creo que la química al momento de hacer
amigos también existe.

—Solo me cercioro de que Isaac no sea una piedra en tu camino a la


rehabilitación —dice.

—No lo es. En absoluto no es una piedra.

Evoco nuevamente mis recuerdos de esa noche, pero esta vez voy
un poco más atrás al momento en que todo se volvió oscuro, voy al
momento en que todo brilló.

Besar ese hombre fue una de las mejores cosas que he vivido este
año y es triste, porque no ha sido mucho lo que he disfrutado. Por lo menos,
tengo como consuelo de que en medio de tanta mierda al fin llegó un
maldito espécimen de los buenos a darme el mejor orgasmo que jamás haya
sentido.

Tenía suficiente material para fantasear con la imagen de él entre


mis piernas. Estaba segura de que no lo volvería a ver y en mi memoria
guardé el encuentro para algunas noches de soledad, pero ahora... Mierda.
Ahora la única fantasía que me persigue es poder hacerle lo mismo que él
me hizo a mí y luego...

—Chelsea —una mano pasa frente a mi cara —. Chelsea —Ailen


me saca de mis pensamientos.

—¿Qué? Lo siento, ¿dijiste algo? —pregunto avergonzada. Mis


mejillas arden.

—¿Estás bien? —su mano se posa sobre mi frente —. Te pusiste


roja de un momento a otro.

—Ah... Yo... Estaba pensando en algo que me hizo enojar


muchísimo.

Y es verdad. Isaac no mencionó lo que pasó, y no sé muy bien como


sentirme, pero definitivamente estoy enojada, solo que no sé si conmigo
misma por arruinar lo que pudo ser el mejor sexo de mi vida o con él por
rechazarme. Aunque por otro lado, no puedo negar que tomó una acertada
decisión, porque tal vez el mejor sexo de mi vida pudo convertirse en la
noche más vergonzosa de toda la existencia humana. Pude haberme
desmayado en pleno acto y... horror.

—¿Y qué te hizo enojar?

—Recuerdos que me llegan... Oye pensándolo bien, si quiero


unirme a la clase de Azul —digo. Hay algo que me hace querer saber más
de ella.

—Es tu decisión, como también será tu decisión si decides estar


sola. Ella lo respetará, no temas decírselo.

—Sí. Gracias —giro en dirección al salón de yoga y me despido con


la mano de Ailen.

Cada día puedo pasar algunos minutos completamente sola, sin


supervisión y son un respiro. Llego al salón. Veo a Azul concentrada en su
respiración y movimientos. Me deshago de mis prendas para el intenso frío.
Quedo en mis pantalones de yoga y un top. La calefacción se siente bien y
me permite respirar mejor sin tanta ropa encima. Doy unos cuantos pasos
hasta unirme en silencio a la clase.

Azul abre un ojo y me mira.

—Siento decirte que mi oferta de amistad caducó —susurra.

Tomo la posición del guerrero. Estiro mis brazos hacia arriba y


doblo una rodilla frente a mí. Lleno mis pulmones con aire, arqueo mi
espalda y seguido exhalo.

—No te preocupes. Soy una amiga horrible y no suelo tener


muchas.

—Cada vez que hablas algo dentro de mí muere —se yergue recta y
se cruza de brazos. La profesora nos mira con mala cara, pero sigue en su
práctica —. Tu aura es muy... gris. Demasiado gris, ni siquiera blanco o
negro...o al menos plateada, gris y del tono más aburrido y feo.

Cierro los ojos y me enfoco en estirar mi cuerpo. Bufo.

—¿Mi aura? —pregunto incrédula.

—Sí, un aura es la energía que transmites al mundo y tú me aburres.


Es más, dime que signo zodiacal eres.

—Creo que soy capricornio —respondo sin mirarla. Giro mi pecho


hacia un lado y extiendo mis brazos a los laterales.

—Con razón. El pesimismo y la melancolía suele ser una enorme


característica de los capricornianos —repara.

—No me digas que crees en la astrología —niego levemente con la


cabeza.

—Creo en muchísimas cosas, Chelsea —dice y se sienta sobre sus


rodillas. Yo hago lo mismo —. Creo en que somos más que carne y hueso.
En la vida después de la muerte, en la reencarnación. Creo que somos
capaces de lograr cualquier cosa que nos propongamos... Creo que podemos
conquistar el mundo si trabajamos duro por ello —siento su mirada en mí
—. ¿Te crees capaz de conquistar el mundo, Chelsea?, ¿tu mundo?

—Tal vez, pero mis ganas de conquistar el mundo llegarán cuando


el mundo logre conquistarme a mí.

—Más negativismo —susurra y ríe suave —. El mundo no tiene que


hacer nada por ti. Él es egoísta y siempre intentará sabotearte.

Me río también.

—¿Entonces para que querría conquistar algo tan horrible?

—Yo veo la vida como una relación tóxica y abusiva. Te da mil


golpes, pero luego te ofrece algo lindo y hace que te aferres a eso. Eso te
dará las ganas que necesitas para conquistar cualquier cosa —su dedo
índice se clava en mi hombro —. Pronto va a llegarte ese algo lindo,
aguanta un poco más.

—¿Cómo es que hablas de esa manera? —reparo —. Tengo un año


más que tú y lo único que sale de mi boca son estupideces.

Azul transmite inocencia, pero lo poco que hemos hablado siempre


termina conmoviéndome.

—Leí muchísimos libros de superación personal y ya te lo dije,


suelo ser muy buena amiga y consejera. Te pude haber leído el tarot, la
mano, hacer tu carta astral, pero lástima, ya la oferta que te había hecho
caducó —se encoge de hombros.

Ella sí que cree en miles de cosas. Repito en mi cabeza la analogía


que usó sobre la vida y las relaciones tóxicas.

—¿Cuál es ese algo lindo a lo que te aferras? —pregunto.

Rueda sus ojos.


—¿Tú no escuchas o es que sufres de la memoria? —sus ojos se
abren un montón y agrega: —¿Fumas marihuana? Dicen que el cannabis
suele afectar la memoria, tal vez por eso...

—Azul.

—Lo siento —muerde su labio —. Suelo hablar muchísimo —ladea


una sonrisa —. Te había contado hace unos días que aún la vida no ha
querido darme una razón para sonreír, pero cuando lo haga me daré por
hecha. Habré conquistado el mundo al fin.

Una parte de mí la envidia, me hace querer tener el positivismo que


posee ella, pero por más que intente saber que las cosas van a mejorar al
salir de aquí, sé que es falso. Solo pensar en que volveré a ver a Amanda,
Alicia y el resto de lo que ser Chelsea Cox representa me obliga a
estrellarme con la realidad. A mi regreso tendré más trabajo que nunca.
Iniciaré la gira y con ello vienen miles de cargas que debo soportar y no sé
que tan fuerte sea para siquiera poder sostenerme en pie.

Una hora más de posiciones, respiraciones y estiramientos, y la


clase termina.

—Mira, rubia. No quiero problemas con Ailen, pero tengo una


reunión grupal de adictos a la cocaína y...

—¿Cocaína?, ¿tú? Pensé que solo... —la miro extrañada.

—Una cosa llevó a la otra... ya sabes como es —sacude su mano


para restarle importancia —. Lo que quiero decir, es que si quieres venir
conmigo. No tienes que hablar si no estás lista. Te apresuraste la otra vez
chica promiscua.

—Yo... —pienso durante algunos segundos lo que sería ver a más


personas. No estoy lista —. Creo que pasaré esta vez.

—Te entiendo —asiente con la cabeza —. Déjame acompañarte al


despacho de Ailen y luego me iré.
Nos acercamos hasta las casillas, sacamos nuestra ropa de invierno
y nos vestimos.

—Pensaba que la oferta caducó —agrego.

Iniciamos camino a través de los fríos pasillos del castillo.

—No te ilusiones, sigue caducada, pero no quiero que te pierdas —


dice seria.

Un par de minutos después llegamos al lugar de la pequeña castaña.


Toco la puerta y miro a Azul.

—Gracias —pronuncio.

Se queda estática sin moverse. Sus ojos me analizan de pies a


cabeza, pero luego se concentra en mi rostro. No luzco tan mal como hace
unos días, pero definitivamente aun no me veo bien.

—¿Qué? —pregunto cuando su mirada me incomoda.

—Realmente estás destruida, rubia.

—¿Por qué lo dices? —frunzo mi ceño.

—¿Has visto que cuando un edificio se cae por causas, ya sea,


naturales o de otro tipo, siempre tienden a quitar completamente lo que
quedó para construir algo mejor encima? —pregunta y no entiendo.

—Ehh... Sí, creo que sí.

—Bueno, Chelsea. Es momento de que destruyas lo último que


quedó en pie, recojas toda la mierda que quedó y la tires a la basura.
Empieza a construir algo mejor y olvídate de lo que cayó —dicho esto, se
gira y me deja en completa soledad en el pasillo.

¿Cómo voy a lograr destruirme más?, ¿y si lo hago... con qué o de


qué me aferraría para levantar algo mejor?
Azul me ha dejado confundida. Debo hablar pronto con mi
psiquiatra.

CAPÍTULO 15
Isaac

—¡Hola, papi!

—Hola, Chloe. ¿Cómo estás? —trato de sonar lo más normal,


aunque mi voz quiera reflejar otra cosa. «Es una niña de 5 años» me
recuerdo.

—Feliz, pero triste.

—¿Y cómo es eso posible? —pregunto. El tono de su voz me


transmite algo agridulce.

—Me has enviado una casa girigante de muñecas, pero no estás


aquí para armarla. Solo tengo cinco años y no sé ni montar bici porque
siempre estás ocupado. Entonces ¿cómo piensas que voy a armar una casa
girigante?

—Es gigante, Chloe —río.

—Gi...gante —pronuncia lento.

—Mejor.
—Papá... Te fuiste de vacaciones sin mí. Los abuelos me dijeron
que estás en un castillo y hay un lago girigante congelado.

Ignoro la palabra y evito reírme. Leane siempre decía que no nos


riéramos de sus errores y la corrigiéramos a tiempo, pero es imposible no
hacerlo.

—No estoy de vacaciones, amor, es por trabajo.

—Entonces quiero trabajar porque también quiero ir a un castillo.

—Te llevaré a uno el próximo año. Lo prometo.

—Siempre dices eso...

—¿Qué cosa?

—Lo prometo. Lo prometo. Lo prometo —intenta imitar mi voz —.


Prometiste que estarías siempre conmigo. Prometiste estar aquí para
navidad —su voz se quiebra —. Las mentiras son muy malas, papi —
solloza —. Mamá no me haría esto... Ella si estaría aquí y jamás me dejaría
sola...

La visión se me empaña y debo sentarme para poder soportar el


dolor que me producen las palabras que su dulce y rota voz me causa.

—Chloe, escúchame...

—¡No! Solo mientes y mientes. Eres un mentiroso girigante y ¡te


odio!

El golpe de la palabra perfora mi pecho.

—Chloe, no digas eso, por favor. Esto es por...


—Creo que no deberían hablar más —William ha tomado el
teléfono.

—¿Qué le dijiste? —pregunto y una lágrima que jamás había


derramado corre por mi mejilla. La quito rápido. La ira causa que dientes
me castañeen.

—La verdad. Que su padre no es apto para cuidarla porque tiene


cosas más importantes que hacer.

—¿Estás consciente del daño que causarán esas palabras? ¡Déjala


fuera de todo esto! ¡Ella es lo más importante para mí! —golpeo la mesa
del centro con fuerza.

—Debiste pensarlo antes. Aquí el único que le hace daño eres tú.

Estoy por mandarlo a la mierda cuando cuelga. Aprieto el teléfono


en la mano mientras dejo que la sangre fluya caliente por mis venas.

—¡Hijo de puta! —azoto con furia el celular contra el sueno. Ahora


mismo me vale tres hectáreas de mierda que no sea mío, lo repondré
después. Queda hecho añicos y me dejo caer de rodillas.

«¡Te odio!» la voz de mi pequeña hija se repite en mi cabeza y las


lágrimas que he acumulado por años empiezan a filtrarse en mis ojos. Fue
el detonante de todo.

Esas mismas dos palabras salieron de mi boca unos meses antes de


la muerte de Leane. Se las disparé en medio de una discusión y ella me las
devolvió, y si antes me arrepentí de haberlo hecho, hoy me arrepiento el
triple, pues Chloe estaba ese día escuchando todo y hoy sé que es mi culpa
que ella conozca las palabras y sepa cuando decirlas.
Aunque, realmente no creo que esté consciente de lo que realmente
significan. Ese día solo nos vio enojados y ahora ella lo está porque le he
fallado.

Mi pequeña bebé no me odia. Ella no me puede odiar...

Levanto la mesa del centro con ambas manos y todo lo que había
encima cae en el suelo causando un enorme estruendo. No puedo controlar
la maldita ira que ahora mismo siento. Llevaba años sin perder el control.

—Isaac... ¿Estás bien? —esa voz.

Chels.

Me quedo inmóvil y trato de contenerme. No puedo verla porque


estoy dándole la espalda a la entrada y no planeo voltearme. No quiero que
me vea así.

—Lárgate —digo y aprieto mis dientes junto con mis puños.

—Oh... yo... Sí, lo siento —escucho sus pasos alejarse.

Respiro hondo y trato de volver a mis cabales. Seco las lágrimas en


mis ojos y salgo de la habitación. Voy hasta la recepción de nuevo.

—Necesito otro teléfono —pido con urgencia.

—¿Qué pasó con el otro? Debe regresarlo —dice la mujer detrás del
mostrador.

—Lo dañé. Añádanlo a mi cuenta de cobro, dos si quiere, pero


necesito ya mismo otro teléfono.

—Eso sería hacer otra llamada y solo se le aceptó una, y ya no


puedo...

—Es urgente —digo —, Le pagaré todo lo que quiera, pero deme


otro maldito teléfono.
—No se ve muy bien, señor. Yo creo que no es buena idea que...

—Es urgente —trato de contener mi desesperación.

Ella mira dudosa. Al parecer mi aspecto debe darle lástima si está


considerando mi pedido.

—Solo un minuto y debe hablar aquí mismo —dice y me entrega


otro celular.

Lo tomo y marco el número de mi abogado.

—Pide que envíen una trabajadora social y le pregunten a Chloe lo


que William y Francia Hills le han dicho sobre mí.

—Tenía entendido que hablaríamos hasta dentro de dos semanas —


dice.

—Hazlo, por favor. Están tirando a la mierda todo...

«Más de lo que yo ya lo hice»

—Tranquilízate, Statham. Lo haré, ya mismo me comunico con la


respectiva gente.

—Gracias.

—Hey, no cuelgues. Quiero aprovechar que nos comunicamos antes


para decirte algo.

—¿Qué?

—Alicia Hunt ha enviado un tipo de advertencia para que se te


comunique. Es un texto cansinamente largo que se resume en que no te
acerques a la cantante Chelsea Cox y los problemas que eso puede
acarrear si lo haces. ¿Hay algo que deba saber, Isaac? La mánager de la
cría está al tanto de tu proceso y amenazó con interferir en tu contra si no
acatas la amable sugerencia.
—Hija de pu... Me la topé en la fiesta de caridad. Cox tuvo un
colapso y estaba cerca para ayudarla. La llevé a un hospital y me echaron
como un maldito perro. No tengo nada por lo que deba temer.
—Por Chloe, por ella debes temer. Chelsea Cox tiene un pasado
que no conviene que se enlace a tu presente, pero desgraciadamente están
en el mismo centro y debes evitar a toda costa acercarte a ella o que ella se
acerque a ti y si lo haces, no hables de más con ella.

—No lo haré.

Cuelgo y clavo mi vista en la ventana. La abstinencia alcohólica


está haciendo estragos con mi cabeza. El lago helado se divisa ante mis ojos
y la blanca vista logra producirme un poco de calma. Cierro los ojos y
vuelvo a respirar hondo como me lo ha indicado el psiquiatra. Mis ataques
de ira se agravan con la descompensación química que está sucediendo en
todo mi sistema. Duele, esta mierda duele. Tanto en mi piel, como dentro de
ella.

Me doy media vuelta y le entrego el celular a la mujer sin decir


alguna palabra más. Decido caminar para calmarme e ir a ver al psiquiatra.
Necesito algo fuerte para el dolor de cabeza que se me ha desarrollado
después de las llamadas. Tengo fe en que todo se va a arreglar pronto, pero
no puedo dejar que Chloe sufra los efectos colaterales de algo que los
adultos no son capaces de arreglar como la gente madura que predica ser.
Soy el más estúpido entre todos, pues esta situación es mi maldita culpa.

A medida que avanzo por el pasillo mis oídos captan una melodía
que reconozco. Es alguna de Chopin, pero no tengo idea mínima de su
nombre. Quien la toca lo hace como un pianista profesional, de los que solía
ir a escuchar con Leane en nuestras primeras citas. Ella era amante de la
música clásica y algo inculcó en mí.

Sigo la tonada. Cada vez se va haciendo más fuerte y el desespero


en los dedos del pianista se siente desde mi ubicación. Llego al fin al lugar
de donde proviene el concierto y me quedo a un paso del umbral de la
entrada. Las enormes puertas de manera están a medio abrir y se ve tan
concentrada que no quiero interrumpirla. Tiene los ojos cerrados y se
mueve su cuerpo con elegancia para alcanzar las teclas del viejo piano que
se haya en medio del salón.

Me acerco un poco más y logro detallar sus mejillas húmedas. Está


llorando. Su labio inferior tiembla. Y aunque tal vez esta deba ser
considerada una escena triste, no dejo de pensar en lo hermosa que se ve y
el talento que emana en este momento. Esta debería ser la persona que la
gente paga por ver. Alguien que demuestre que puede extraer el arte de su
corazón y plasmarlo en notas musicales que remuevan hasta un alma
inexistente.

Su cabello corto, rubio y rizado roza los hombros de su sudadera. Su


ojo izquierdo aún tiene manchas violáceas. Es una mierda de mentira la que
me dijo. No se cayó, pero si no quiso decirme es asunto de ella y lo respeto.
No voy a insistir en un problema que no debe interesarme.

¿Pero por qué no dejo de pensar en ella y en esa noche?

La canción termina y me oculto para no interrumpirla, pues el llanto


que corría lento por sus mejillas ahora se ha desinhibo y ha tomado fuerza.
No debí venir a este lugar, está lleno de almas rotas y no puedo
concentrarme en curar la mía porque ahora mismo me está empezando a
importar la de alguien más y no entiendo la razón, pero pesa y es muy tarde
porque, aunque debí haberme marchado, entro en completo silencio y me
siento a su lado en el banco frente al piano.

No se ha dado cuenta de que estoy aquí. Sigue llorando como si


nadie la viera. Debería irme... pero no puedo.

—¡Mierda! —levanta su mirada y se toca el pecho. Seca sus


lágrimas con rapidez e intenta pararse —. Me asusté. Lo siento, qué
vergüenza. Ya me iba —sus lágrimas no dejan de salir y su respiración se
escucha agitada.

La tomo del brazo y la obligo a volverse a sentar. Está temblando.

—Respira hondo y exhala lento —le digo —. Estás a punto de sufrir


un ataque de ansiedad. No te muevas, será peor.
Sus ojos al fin me miran. Es el café más tranquilo que jamás haya
visto, pero las arterias rojas alrededor lo convierten en el centro de una
tormenta.

—¿Cómo...? —intenta hablar. Su pecho sigue exaltado —. ¿Cómo


sabes que...?

—Mi hermana sufre de lo mismo. Respira, Chels. No dejes que te


domine. Eres más fuerte que tu mente. Estás a salvo —cito las palabras que
usábamos con Inanna, la menor de mi familia.

Empiezo a respirar hondo y a indicarle que imite mi acción. Toco


con suavidad su espalda y la acaricio con sutileza. No quiero asustarla más.
Sigue mis instrucciones y con esfuerzo logra marcar un ritmo pausado en su
respiración. Sus ojos no se despegan de los míos y aunque lo correcto sería
dejarla enfrentar sus problemas sola, me quedo mirándola fijo, tratando de
transmitirle la paz que necesita.

Mi mano viaja por inercia hasta su mejilla para quitar la ultima


lágrima que cae. Me reprendo internamente. «Debo irme. Debo irme».

—¿Mejor? —pregunto al cabo de unos minutos.

Se voltea hacia el piano. Cierra el atril y se seca la cara con las


mangas de su sudadera. Sorbe la nariz y carraspea.

—Gracias —susurra.

—Un millón de veces más, ¿recuerdas? Desde aquí empezaré a


restar.

—Voy... esto... —carraspea nuevamente y mira hacia el techo —.


Voy a estar bien —se gira y me sonríe, pero sus lágrimas tienen tanta vida
que no logra acabar con ellas.

Ver sonreír a alguien en medio del llanto es como presenciar el


inicio de un arcoíris mientras la tormenta continua.
—Estoy seguro de que sí —intento devolverle la sonrisa —. Quería
disculparme por lo de hace unos minutos. Yo no debí...

Niega rápidamente con la cabeza.

—Llegué en un mal momento. Te entiendo, no debí interrumpirte.

—No, no. Yo no debí hablarte de esa manera. Realmente lo siento


—digo y ella siente con la cabeza. Sus lágrimas han cesado un poco y sigue
tratando de absorberlas con las mangas, ya empapadas, de la sudadera —.
¿Qué tocabas?

Sorbe su nariz una vez más.

—Algo del viejo Beethoven. Sonata número 14, Claro de Luna en


Do sostenido menor —explica como si yo tuviera idea alguna. Su distintivo
acento inglés me embelesa.

—Vaya, mi favorita —aplico sarcasmo.

—Tú preguntaste —rueda los ojos.

—Es cierto —miro el viejo pentagrama sobre el piano —. ¿Sabes


alguna otra? —ríe nasalmente y la miro extrañado —. ¿Dije algo gracioso?

—Soy un músico, Isaac, me sé cientos de canciones.

—Bueno, dame un concierto —levanto el atril y la invito a tocar.

Ella vuelve a reír y me pongo como meta volver a causarlo otra vez.

—Soy una maldita estrella del pop. ¿Sabes cuánto cobro por un
show privado...? —abre los ojos abruptamente —. Mierda, eso se escuchó
mal.

—Yo lo escuché muy bien, ¿cuánto?, ¿aceptas criptomonedas?

Con su pequeña mano me golpea el hombro y no me muevo ni un


centímetro.
—Idiota —trata de detener su risa y mira el piano —. ¿Qué canción
te gusta?

—¿Clásica? —pregunto.

—La que sea —se encoge de hombros —. Me sé bastantes.

—Für Elise —respondo.

Me mira extrañada.

—¿Cómo sabes cómo se llama?

—Mi... —me callo de repente. No puedo hablarle de Chloe después


de recibir la amenaza de su mánager. Tengo que evitar cualquier problema
—. Mi hermana siempre la pedía antes de dormir, por eso lo sé.

—Entiendo —dice. Posa sus dedos sobre las blancas teclas y


endereza su espalda. Respira profundamente y cierra los ojos.

La melodía inicia y me teletransporto al antiguo cuarto de Chloe. La


canción la ayudaba a dormir después de todo lo que pasó. De la larga lista
de reproducción que tenía en casa esa era la que más le gustaba y la
arrullaba.

Vuelvo al ahora y me pierdo en los movimientos de los dedos de la


británica. Está perdida en la melodía que causa cada que presiona una tecla.
Se siente como un buen lugar estar al lado de ella mientras ejerce su pasión.

Siete minutos después, la canción termina y ella abre sus ojos.

—Es terapia, ¿no?

—La mejor —me mira y luego se fija en la torre del reloj —. Debo
irme. Ailen debe estar esperándome, tengo una clase de yo no sé qué.

Se pone de pie rápido y camina hacia la salida. La imito y la tomo


del brazo.

—Espera —digo sin saber muy bien qué estoy haciendo.


Mira mi mano con extrañeza y la quito de inmediato. Chelsea no
logra sobrepasar el metro sesenta y solo diré que es bastante diferencia en
comparación a mi metro noventa y algo. Los tacones que usaba esa noche la
ayudaban y un poco, pero hoy anda en botas de invierno.

—¿Qué? —inclina su cabeza hacia atrás para poder mirarme.

—Tú... —no logro hablar. Debo dejarla ir —. Tienes bastante


talento.

Su expresión se desubica. Ella tampoco esperaba que le dijera eso.

—Gracias —dice y sigue su camino hasta la salida.

Me maldigo cuando se aleja y peino mi cabello hacia atrás. Doy la


espalda y me fijo en el cuadro de una señora con un enorme vestido. «Soy
un idiota»

—Oye —escucho nuevamente su voz y me giro de inmediato.

—¿Sí?

—¿Quisieras... quisieras desayunar conmigo mañana? Azul dice que


hacen un buffet en el jardín frente al lago. Se sirve a las ocho después de
que limpian la nieve, pero si no quieres ir, entenderé, pero te aconsejo no
perderte la llegada de los patos silvestres a bañarse porque...

—Iré —respondo. Me convenció su acento.

—Oh... Gracias... digo, genial —sonríe —. Te veo ahí a las ocho —


alza su pulgar y se va despavorida.

Miro nuevamente el piano y sonrío sin saber porqué.

Chelsea se expresa a través de la música. Pensé que era una cantante


netamente comercial, pero hoy logré ver más allá de lo que presentan en la
televisión o en la radio sobre ella. Tiene pasión por su trabajo y casi
siempre esta combinación es el resultado de obras de arte auditivas, solo
que no entiendo porqué lo que he escuchado de su autoría no me transmite
ni una gota de lo que acabo de escuchar aquí.

Tiene secretos y no sé porque me muero por descubrirlos.

CAPÍTULO 16
Chelsea

Debí alistar mi propio equipaje. No encuentro algo que me haga


sentir bien. Toda la ropa que traje es deportiva o me queda holgada. Cuánto
daría por pesar un par de kilos más. Menos mal no tengo un espejo aquí.
Siento la piel de mi cara llena de acné. Soy un asco. Mi cabello rizado debe
lucir como un gallinero.

No voy a salir a ningún lado. Le diré a Ailen que le diga a Isaac que
me enfermé, que me morí o alguna otra excusa.

Me tiro sobre la cama. Muy pronto serán las ocho. Respiro hondo y
dejo escapar un suspiro. Tal vez si no fuera una adicta o no hubiese dejado
de comer, o hiciera más ejercicio luciría como las chicas que suelen gustarle
a la mayoría de los hombres, pero no soy capaz ni de gustarme a mi misma.
La voz de Azul llega a mi cabeza y con ella me reclamo por mi
negatividad. Siempre estoy saboteándome, debería pensar diferente.

Tres toques simples en la puerta me obligan a sentarme, pero luego


se vuelven salvajes y acudo rápido. Abro y la cara sonriente de Azul entra a
la habitación haciéndome a un lado.

—¿Qué tal, rubia?, ¿vamos a desayunar? —pregunta entusiasmada


y se arroja en la cama.

Cierro la puerta y reposo mi espalda en ella.

—No puedo —junto mis labios en la línea.

Se levanta y me mira extrañada.

—¿Tienes algo más interesante que hacer en este castillo de cientos


de años donde recluyen a gente loca?

—No estamos locos, no es un psiquiátrico —digo y me dirijo de


nuevo a mi armario.

—Pero casi lo es —me sigue —. Nuestra locura yace en lo que


consumimos... Hablando de consumo... ¿Cómo va la desintoxicación?

—Como la mierda. Siempre estoy temblando y sin medicación no


puedo dormir —le enseño mi mano temblorosa —. El vómito ha mermado,
pero en ocasiones me ataca.

Busco una sudadera menos horrorosa que esta. Me quito la de antes


y me pongo la nueva.

—¿Qué tal? —le pregunto.


—¿Estás aceptando ir a desayunar conmigo?

—¿Recuerdas al hombre de ojos verdes, súper alto? —levanto la


mano por encima de mí. Soy una enana a su lado, eso también me intimida.

—Tan bien, como sé que tú lo recuerdas, no, pero sí lo recuerdo...


¿Por qué? —alza sus cejas.

—Quedamos en desayunar hoy —evito contarle que fui yo quien lo


invitó.

Su boca se abre por completo

—¿Qué?, ¿tienes una cita en este castillo de cientos de años donde


recluyen a gente loca? —pregunta incrédula.

—No estamos locos y no, no es una cita, es solo... una citación que
se hicieron dos personas para ir a alimentarse juntos —paso por su lado.
Tomo un gorro del perchero y abro la puerta —. ¿Almorzamos?

—Citación, cita, citación, cita, citación, cita... ¿no se te hacen


parecidas?

—No —la invito a salir y me pongo el gorro sobre el cabello.

—¿A qué hora te verás con él? —pasa por mi lado y juntas
emprendemos camino hacia las áreas comunes.

—A las 8.

Azul se detiene y saca algo de su bolsillo. Es el celular que tenía el


otro día.

—¡Ya casi es hora! —exclama.

—No iré. ¿Cómo es que te permiten tener un celular? —indago.


—Tengo privilegios —vuelve a levantar las cejas —. Nah, mentira.
Se lo compré al conserje, pero no tiene ninguna señal. Solo un diccionario,
calculadora, grabadora y cámara —cambia el tema —. ¿Por qué no irás?

Le arrebato el celular y abro la cámara frontal para mirarme.

—Por esto —señalo mi cara.

Mi piel está llena de rojeces. Le entrego el celular y vuelvo a


caminar.

—¿A dónde vas? —pregunta detrás de mí.

—A que me vea el médico. Necesito un dermatólogo o algo.

—Yo sé que es horrible tener acné, pero no por eso deberías


cancelar tus planes, digo, es solo acné.

—No es solo acné... —mis ojos se empañan —. No me siento bien


así —vuelvo a señalar todo mi cuerpo.

—¿Qué?, ¿pero qué mierda dices? Eres hermosa... ¡Eres Chelsea


Cox! —señala mi cuerpo con ambas manos.

—No, Azul, aquí no soy Chelsea Cox, soy las ruinas de ella... La
mujer perfecta que ves en fotos y conciertos no es más que un trabajo en
equipo de cientos de personas, la que estás viendo ahora no es trabajo de
nadie, es lo que hay detrás. Soy el desorden, la basura, lo que nadie quiere
ver... —la voz se me quiebra y me trago el resto de palabras.

—Eso sería como tu backstage.

—Un lugar bastante sucio al parecer —agrego.

—Puedes arreglarlo y ponerlo bonito —sonríe y da dos pequeños


saltos a mi lado —. Me encanta esa analogía.

—¿Mi backstage? —me detengo y la miro.


—Tu backstage —confirma —. Eres hermosa, el acné tiene
remedio. Y tal vez lleve poco tiempo conociéndote, pero sé que la energía
no miente y hay cosas hermosas dentro de ti. Eres increíble, pero primero
tienes que creerlo tú. Si Isaac quiere conocerte, no le importará lo que haya
en ese desordenado y sucio backstage. Estás en un proceso de recuperación
interna, todos los estamos y si no lo entiende es un idiota que no merece tu
tiempo.

Suelto un largo suspiro. Azul sigue sonriendo. Parece una pequeña


maquina de consejos y frases para hacerte sentir mejor y me gusta,
realmente lo logra.

—Conocer a alguien es como visitar un mundo nuevo y si sientes


curiosidad por él, ve, sino déjalo plantado y sigue llorando en una esquina,
o también puedes venir conmigo y atracar la biblioteca. Tú decides. Quedas
informada de donde estaré —me palmea el hombro —. Suerte, rubia.

Se marcha por el pasillo de la izquierda. Me quedo inmóvil


decidiendo qué hacer. Es la primera vez que me siento tan nerviosa por ir a
ver a alguien, esto nunca pasó antes.

—A la mierda —susurro y camino rápido al jardín.

Salgo al enorme balcón con piso de madera en medio de árboles sin


hojas. Hace frio como remedio para esto me abrazo a mi misma. Camino en
medio de las mesas hasta que lo veo en la parte baja. Está mirando el lago,
los patos ya han llegado y se están bañando en el agua helada.

Me aproximo hasta él y me poso a su lado.

—Sabia que no serías puntual, pero no creí que fueras a ser tan
impuntual —dice sin mirarme.

Inclino mi cabeza hacia atrás para detallarlo.

—Lo siento. Tuve un inconveniente con... —«mi autoestima»


pienso —, con algo.
—Tranquila. Entonces... —me mira —. ¿Desayunamos?

Asiento con la cabeza. Me invita a caminar primero y voy hasta una


libre. Agradezco haberme puesto un gorro para no llamar tanto la atención
del resto de comensales.

—¿Qué quieres que te traiga? —pregunta.

—Solo fruta, por favor —le medio sonrío.

Se va y aprovecho para secar mis manos. Estoy sudando frente a un


maldito lago congelado. Olvidé tomar mi medicamento, mierda.

—Toma. Un buen festín al estilo americano para la chica inglesa —


Isaac llega y pone una bandeja frente a mí llena de comida.

Lo miro y pone otra en su lugar. Se sienta y me mira divertido.

—¿Qué?

—¿Vas a comerte todo esto? —pregunto sorprendida.

—Lo de esta bandeja sí.

—¿Y esto? —señalo los huevos, el tocino, la porción de frutos


secos, de aguacate, de avena que hay de más en la mía.

—Es para ti.

—Solo pedí fruta. Es demasiada comida para mí.

—Es un desayuno completo. Necesitas energía para reponer la que


te roba la rehabilitación. Es justo cuando más debes nutrirlo —lo detallo a
él y luego viajo a mi comida.

—No suelo comer tanto...

—Intenta lo que más puedas. Pica de todo un poco —dice y me


guiña un ojo para seguido enfocarse en su comida.
Su acción me desencaja y si antes no tenía mucha hambre, ahora
menos. Es un gesto normal, ¿por qué me afecta tanto? Quiero vomitar. No
me siento bien, debí tomarme las pastillas. Mierda, voy a morir.

—¿Estás bien? Te pusiste pálida —habla.

—Sí, sí, estoy bien —sonrío y trato de comer. Tal vez es la fatiga
que me tiene de este modo. Trataré de comer. No quiero parecer aún más
maleducada, suficiente con llegar tarde.

—Si eso cambia, avísame —me mira serio y vuelve a asentir con mi
cabeza. Unos minutos pasan cuando vuelve a hablar:—Y dígame, Chelsea
Cox, ¿qué hace en la vida aparte de cantar y ser la rubia bonita que todos
admiran?

—Solo eso —respondo después de masticar —. ¿Y tú?

—Trabajar.

—¿En qué?

—En el trabajo.

Pongo en blanco mis ojos.

—No me digas.

—Ya te dije soy empresario. Trabajo en algo de bienes raíces y


también suelo hacer otras cosas que la sacan del estadio, pero no quiero
aburrirte con ese tema —toma un poco de juego de naranja —. ¿Tienes
hermanos?

Lo miro con sospecha.

—Solo uno, es mayor. ¿Y tú?

—Somos tres en casa. Inanna creo que tiene tu edad, es la menor e


Ivan es el mayor, me lleva como 7 años.

—¿Qué tenían tus padres con la letra I? —pregunto.


Ya me he terminado los huevos y estoy sorprendida. Paso a la
avena.

—No tengo ni la menor idea —se encoge de hombros —. ¿Cómo


iniciaste en la música?

—Canto desde muy pequeña. Mi madre me ayudó a grabar un par


de demos y los enviamos a varias disqueras.

—Es genial que tu familia te haya apoyado —dice con alegría.

—Sí, súper genial —sonrío sin ganas —. Agradezco mucho su


ayuda —y realmente lo hago, sin ese impulso y motivación no sería la
cantante exitosa que siempre quise ser, pero todo ha cambiado.

—¿Y qué planeas hacer al salir de aquí? Supongo que no estás aquí
por una decisión totalmente propia.

—Es propia —miento —. Debo... Digo, quiero estar bien para mi


gira que empieza a mitad de enero. Estoy aprovechando las festividades
para descansar y recuperarme —el nudo se instala en mi garganta y cuando
termino la avena, empiezo a temblar nuevamente y quiero devolver todo.

No fue buena idea comer tanto.

—¿Y cómo elegiste este lugar? —pregunta.

—Me siento como en una sesión de terapia —medio sonrío. No


quiero parecer grosera, pero ya no quiero contestar nada más.

—Dejaré de hacerte preguntas. Lo siento, suelo ser muy curioso —


dice y limpia las comisuras de su boca con una servilleta. Ha terminado más
de la mitad de su comida, mientras que a mi me queda un largo camino para
acabar.
—Tranquilo. Es solo que... No sabes cuantas veces tengo que
responder las mismas preguntas y cuando conozco a alguien, esa persona ya
sabe más de mí que yo misma. Eso es lo que implica ser una figura pública
—estiro mi mano para alcanzar la botella con agua. La destapo y doy un
sorbo —. Escogí este lugar porque entre todas las opciones, este fue el
menos feliz de todos —me fijo en sus ojos. Son demasiado verdes para ser
reales —. ¿Y tú por qué lo elegiste?

—Yo no lo elegí, lo eligieron por mí debido a su excelente


reputación rehabilitando alcohólicos. Además que también me gustan los
lugares, como los llamaste tú, tristes —estira su mano sobre la mesa y
señala mis fresas —. ¿Vas a comerte eso?

Niego y él toma una para llevársela a la boca. Me pierdo en la


manera en que sus labios rodean la fruta roja.

—¿Puedo hacerte una última pregunta? —dice mientras mastica.

—Claro, pero no significa que voy a contestarla.

—Me parece bien —asiente —. Aquí va —se inclina hacia delante


sobre la mesa. Está 10 centímetros más cerca de mi que antes. Su olor
masculino llega a mis fosas nasales —. ¿Escribes tus propias canciones?

Ladeo mi cabeza. Pensé que preguntaría alguna otra estupidez, pero


esto es peor.

—Acabo de acordarme que dijiste que mis canciones son horribles


—reparo.

—Todas excepto la que cantaste ese día, ¿por qué se sentía diferente
al resto? ¿La escribió alguien más?

El sol ha empezado a salir a mis espaldas y varios rayos apuntan


hacia nosotros, haciendo que los ojos de Isaac se vean aún más brillantes a
pesar de estar rodeados por profundas ojeras.

—No, la escribí yo.


—¿Y el resto?

—Son canciones comerciales, suelen gustarles a todos y así gano


más reconocimiento.

—Pero, ¿te gustan a ti? —indaga.

—Sí —respondo y le sostengo la mirada.

—¿Sabes? Tengo un talento innato para detectar mentiras, pero esta


vez voy a dejarlo pasar.

—No estoy mintiendo. Yo...

—¡Chelsea! —la voz de Ailen me hace girar la cabeza de


inmediato. Se acerca a la mesa —. Buenos días —saluda a Isaac y luego me
mira —. Tienes una llamada. Te esperan.

—¿Es alguien aprobado? —pregunto esperando que no sea ni mi


mamá, ni mucho menos Alicia.

—Es Edward Cox.

Me levanto de inmediato, pero antes miro a Isaac.

—Yo tengo que... Lo siento, gracias por venir.

—No hay problema. Todo lo contrario, gracias a ti por tu tiempo.

—¿Te comiste todo eso? —Ailen señala mis platos.

—Sí. Al parecer, hoy se levantó con bastante apetito —responde


Isaac por mí.

—Un poco —meto mis manos dentro de los bolsillos de mi


sudadera —. ¿Vamos? —miro a Ailen.
—Sí —me invita a caminar.

—Nos vemos luego —le digo a Isaac.

—Eso espero —sonríe y se levanta para recoger los platos.

Me giro para marcharme. Tengo demasiada vergüenza. Lo invité,


llegué y lo dejé botado.

—El que estés comiendo un poco más es una muy buena noticia,
Chelsea —Ailen sonríe.

—Él me sirvió todo eso y no quise ser maleducada y rechazarlo.

—De cualquier manera, verás que pronto te empezarás a sentir


mejor. El médico se alegrará de...

—Solo fue un desayuno, Ailen.

—Un desayuno que no habías comido desde hace nueve días —


repara —. Es una buena noticia, sé positiva.

Decido no responderle más hasta llegar a la recepción. Me entregan


en teléfono e inmediatamente lo llevo hasta mi oreja.

—¿Ed?

—Chelsea, ¿cómo estás?, ¿te están tratando bien?

«¿Estoy bien?»

—Sí, estoy bien —respondo y camino hasta el enorme ventanal con


vistas al lago. Abajo en el primer lago, logro ver a Isaac organizando las
bandejas.

—Me alegra escuchar eso. Te escuchas bien. ¿Estás en terapia


grupal o individual?

—Individual, pero me veo con dos personas que me caen un poco


bien.
Isaac baja de la terraza y se para nuevamente donde lo encontré.

—Es genial, me preocupaba que estuvieras tan sola.

—No sabía que tenias conocimiento de que estaba aquí.

—No lo sabía.

—¿Entonces?

—Llamé hace unas horas a tu celular y está fuera de servicio.


Llamé a Amanda y obviamente no me quiso decir donde estabas, así que
llamé a tu productor y él me entregó todos los datos. Eso sí, tuve que
contestar un montón de preguntas para poder hablar contigo y al parecer a
ti también te hicieron varias sobre mí.

—Sí. ¿Pasó algo? Nunca llamas si no es nada importante...

—Quiero empezar por decirte que él está bien, ha salido de peligro


y...

—Edward, ¿qué mierda pasó? —pregunto con nerviosismo. El


corazón se me ha acelerado y sé que debo calmarme para no colapsar.

—Reitero, ya está bien y fuera de peligro alguno...

—¡Edward! Habla de una maldita vez —me sobresalto.

—Papá sufrió un infarto. Amanda lo llamó y él no me quiso contar


que le dijo para que llegara a ese extremo, pero está bien y eso es lo
importante.

—Amanda ha tomado por hobbie el arruinar vidas —susurro.

—No va a lograr nada. Papá quiere ponerle una orden de


restricción y yo voy a ayudarlo con ello.

—¿Puedes ayudarme a mí? —bromeo.


—Me encantaría hacerlo, pero tienes tu propia firma de abogados y
si yo inicio algún proceso contigo, te verás afectada y me veré afectado.

—Al menos vuelve a revisar todos mis contratos. Debe haber algo
que me libre de ella o al menos de Alicia, por favor. Solo necesito algo para
poder...

—¿Poder qué?

—Nada. Tonterías mías —vuelvo a mirar hacia Isaac. Sigue en el


mismo lugar —. ¿Ha preguntado por mí?

—Sé que Amanda le contó todo lo que ocurrió y tengo la teoría de


que quiso culparlo.

—¿Pero ha preguntado por mí?

Silencio.

—Chelsea...

Los ojos se me empañan una vez más, pero esta vez me duele más
que todas las otras veces.

—Si llega a hacerlo dile que estoy bien. Que mi proceso va muy
bien, llevo 9 días sobria y hoy desayuné muy bien.

—Chel...

—Díselo. Por favor.

—Lo haré. Me alegra escuchar lo de los 9 días.

—No ha sido nada fácil. Es una mierda, mi mente solo quiere que le
meta químicos a mi cuerpo para sentirme bien y mi cuerpo cree que los
necesita.

—Lo lograrás. Confío y creo en ti.

—Gracias, Ed.
—Te llamaré pronto. Te quiero.

—Te quiero más.

La línea reproduce un largo pitido. Me acerco al mostrador y le


entrego el aparato a la mujer.

Camino sin rumbo hasta llegar al jardín trasero. El lugar está


completamente solo y lo veo como una oportunidad para soltar todo lo que
se acumuló durante la llamada.

Me dejo caer sobre mis rodillas y dejo escapar el dolor a través de


mis lágrimas. Nada nunca va a mejorar, todo va a seguir igual o peor. Vicent
nunca va a llamarme y Amanda nunca va a dejarme en paz.

¿Cómo escapo de uno y hago que el otro quiera encontrarme?

Unos delgados brazos me rodean y me apoyan contra su pecho. No


habla y tampoco me esfuerzo por hacerlo. Me dejo ir y vuelvo a llorar como
en tantas noches en soledad lo he hecho, solo que ahora ya no me siento tan
perdida. Alguien me ha encontrado y a través de su abrazo me transmite un:
aquí estoy y todo va a estar bien.

CAPÍTULO 17
Chelsea

Dos semanas. Hoy completo dos semanas desde que llegué a


Kalmar. Tengo los niveles de ansiedad por las nubes y aún no logro dormir
sin medicación. Lo único que logra distraerme son todas las charlas
motivacionales que me da Azul para cada queja que suelto.

—Deberías empezar a agradecer un poco más. No es un reproche, ni


quiero sonar grosera, Chelsea, pero hay personas en peor situación que la
nuestra. Ser agradecidas no es conformarnos con las cosas malas que nos
pasan, es valorar las cosas que sí son muy buenas —dice.

—El psiquiatra me ha dicho algo parecido.

—Tal vez me lo dijo a mi también y no recuerdo —ríe.

Estoy sentada en posición de indio al borde la cama, Azul está


arriba trenzando mi cabello como al estilo de una boxeadora. No soporto
más mis rizos descontrolados.

—Estoy tratando de pensar en cosas buenas —tuerzo la boca,


aunque ella no me vea.

—Te ayudaré. A veces somos tan ciegos y estúpidos que no vemos


lo bueno por estar enfocados en lo malo, pero alguien de afuera si logra
captarlo —termina mi peinado y se sienta frente a mí —. Tu voz. Tu voz es
una de las cosas más malditamente buenas de este mundo y no solo para ti,
para todos lo que te escuchamos.

—Gracias —sonrío.

Mi voz me gusta muchísimo y justo cuando pienso en ella me doy


cuenta de que no he cantado desde que llegué aquí. Es más, no soy capaz de
acordarme de la última vez que canté por gusto y no porque alguien me
pagara para hacerlo.

—De nada. Sigamos —se tantea la barbilla con su dedo índice —.


Tienes dinero. Muchísimo dinero y no podemos negar que eso es algo
bueno. Puedes comprar lo que quieras, cuando quieras y viajar mucho.
—No es tanto así. Mi madre me controla bastante el dinero y no
tengo mucho tiempo para viajar. Y si quiero salir a hacer algo... Pues me
cae medio mundo encima por ser una figura pública —comento.

Blanquea los ojos y exhala exasperada.

—Eres tan... gris. Sabes, detrás del gris he logrado ver una chispa
amarilla, pero no cualquier amarillo... Dorado. Puedo jurar que tu verdadera
aura es dorada.

—¿Y tú aura de qué color se supone que es?

Yo no logro ver una mierda alrededor de ella. No creo mucho en el


zodiaco y ese tipo de cosas supersticiosas, pero no voy a decírselo. Me
gusta que me hable de ello, me gusta que me hable de lo que sea.

—Azul, obviamente.

—Debí adivinarlo —río.

—Déjame leer tu mano —dice y toma la derecha sin esperar mi


respuesta —. Aunque no lo creas, esto tiene un nombre y se escucha como
si hicieras algo súper profesional.

—¿Cómo?

—Quiromancia —responde sin dejar de mirar mi palma.

—Interesante.

—Sí y la persona que la aplica se llama palmista.

—¿Y qué ves? ¿Voy a ganarme la lotería? —bromeo.


—Aunque no lo creas, Chelsea, ya te la ganaste —levanta su mirada
—. Te ganaste mi amistad y eso es muy importante.

—Pensé que la oferta había expirado —reparo.

Ella vuelve a concentrarse en mi palma.

—Pues te di más plazo. Otra cosa buena en la que pensar para


cuando estés decaída.

La miro. Tenemos casi la misma edad, pero ella se ve menos


golpeada por el mundo. Yo crecí a una extrema velocidad. A ella le ha
tocado duro, pero ha ido más lento y espero que jamás tenga que acelerar.

—Gracias —susurro.

—¿De qué?

—Por soportar mi aura gris.

—Te soportaría hasta una de color negro, pero necesito que hagas
algo por mí —me mira.

—¿Qué?

—Quiero que cantes mi canción favorita. Esa canción y tu voz sería


algo digno de escuchar —hace un puchero —. Por favor di que sí.

Sonrío.

—Léame primero la mano, señora palmista.

—Un don por otro don, acepto —se concentra más. Pasa a mi mano
izquierda y luego me mira con seriedad. Tengo mis dos palmas hacia arriba
—. Tu mano derecha revela el 80% y la izquierda el 20% —explica —. En
la primera veo una línea de la vida muy curva y corta, pero eso no significa
la duración de tu vida como todo mundo piensa, no, aquí puedo ver lo
inestable que eres, propensa a enfermedades físicas o mentales, pero en la
izquierda puedo ver un carácter que nunca te he visto y es el seductor.
Espero jamás verlo, no quiero que Chelsea Cox me seduzca porque
temblaría mi heterosexualidad —bromea —. Tu línea del corazón es muy
larga en ambas manos, eres muy intensa al momento de dejar fluir tus
sentimientos... Espera, esta nunca se la había visto a nadie... —sus ojos
miran los míos con sorpresa —. Tienes la maldita línea del sol.

—¿Qué significa? —trato de ver las comunes líneas en mis manos.

—Esta línea —la señala con su dedo índice —, solo la tienen las
personas que fueron destinadas a la fama, a brillar y ser admiradas. Tendrás
mucho éxito, pero tendrás que trabajar mucho por ello —mira ambas manos
—. La vida te dará una prueba y espero la superes porque se ve difícil —
tuerce la boca.

—Tal vez sea esta —comento y cruzo mis brazos cuando ella me
libera. Hoy amaneció haciendo más frio que de costumbre.

—No creo, pero a veces me equivoco, no soy muy buena como lo


era mamá —pega sus rodillas al pecho.

—No me has hablado sobre ella —reparo con cuidado de no hacerla


sentir incómoda.

—No hay mucho de que hablar. Odio mi memoria y cada día que
pasa lo hago más. Cuando trato de aferrarme de un recuerdo feliz que tengo
con ella, mi mente decide volverlo borroso y archivarlo. Me sucede con el
resto de recuerdos —suspira —. No quiero olvidarla.

—¿Y si los escribes? Escribir es como inmortalizar un momento de


tu vida o un pensamiento, ya sea real o imaginario. Escribir un recuerdo es
un seguro para no olvidarlos.

Sus expresivos ojos me miran con curiosidad. Las pestañas que los
rodean son una gran envidia. Las mías son rubias y parece que no tuviera.
—Es una buena idea. Nunca lo había pensado —golpea mi cabeza
—. Al fin estás pensando más lindo, Chelsea. Muy bien.

—Tonta —la empujo.

—Hoy voy a pedir una libreta. Gracias por la idea —sonríe y me


abraza de manera fugaz —. ¿Y tú qué escribes o cómo lo haces? Digo, eres
compositora.

—Yo... —suspiro —. Sí escribo, pero nada de lo que hayas


escuchado salir de mi boca es de mi autoría.

—¡¿Qué?! ¿Me estás diciendo que la famosísima Chelsea Cox no


escribe sus canciones? —se alarma.

—No —confieso y me siento bien al hacerlo —. Son horribles —


río.

—Me siento estafada, yo las amaba.

—He escrito algunas, pero nunca han visto la luz del sol, o mejor
dicho, nunca han sido escuchadas por algún oído.

—¿Por qué? —pregunta.

—No las considero comerciales, ni creo que la disquera lo vaya a


hacer —explico —. Prefiero guardarlas para mí, porque no soportaría que
alguien atacara mi trabajo. Con las canciones actuales me dan igual las
criticas, al fin y al cabo, esa basura no es mía y vivo en paz sabiéndolo.

—Yo solo pido que cantes mi canción favorita.

—Hicimos un trato, ¿cuál es?

—As The World Caves In de Matt Maltese —dice con entusiasmo


—. Dime que te la sabes.
—Tengo buenas noticias para ti —me pongo de pie y le tiendo la
mano —. Vamos, te daré un concierto privado.

—Hoy es mi maldito día de suerte —se levanta dando brincos.

Salimos de la villa corriendo hasta la sala donde encontré el viejo


piano. Donde hace una semana estaba tocando Für Elise para Isaac.

Isaac.

Llevo una semana sin verlo. Según me dijo Ailen, está pasando por
un momento delicado. Solo dijo eso y no quiso darme más detalles. Le
pregunté a Azul y supo decirme que la abstinencia ha afectado bastante su
comportamiento. Ha sido un tanto violento con el personal del lugar y es
mejor no acercarse. Azul suele entererarse de muchas cosas, si

Lo entiendo. Yo también quise mandar todos a la mierda en el


momento que pedí alguna mierda para meterme en un ataque de pánico y
nadie quiso dármela. Aun quiero mandarlos a todos a ese lugar, menos a
Azul, ella me agrada.

—Siempre quise aprender a tocar el piano —da pequeños aplausos


de alegría. Prepara el instrumento y abre las enormes cortinas del lugar.

—Puedo enseñarte si quieres.

—¡Sí!

—Empezaremos mañana.

Me siento sobre el banco y acaricio las teclas. Hace años no canto


una canción que no sea de mi autoría y mucho menos lo hago para una sola
persona sin cobrar un centavo, o estar en un estudio repitiendo una y otra
vez una estrofa llena de notas altas hasta que me salga bien.

Hoy puedo equivocarme y nadie me juzgará. Azul jamás lo haría.

—Aquí vamos, ¿lista? —le pregunto.


Ella apoya sus codos sobre el piano y reposa su cabeza entre las
manos. Asiente. Una estúpida sonrisa se dibuja en su rostro y me siento
nerviosa. Espero no decepcionarla, no he calentado, hace semanas no canto
y las notas altas de esta canción son un reto para cualquiera.

—Lista. Dale con todo, rubia —me guiña un ojo.

Sonrío y bajo la mirada a mis dedos. Traigo a mi memoria las notas


y letras de la canción. Lleno mis pulmones de aire e inicio la tonada junto
con mi voz. Esta canción me la aprendí justo cuando salió.

—My feet are aching


And your back is pretty tired
And we've drunk a couple bottles, baby
And set our grief aside

Me dejo llevar por la melodía y el timbre de mi voz. Cierro mis ojos


y me esfuerzo por darle el mejor espectáculo a Azul. Ella cree en mí y su
seguridad es capaz de alimentar la mía. El coro se acerca y me dejo que mis
cuerdas vocales hagan el trabajo.

—Oh, girl, it's you that I lie with


As the atom bomb locks in
Oh, it's you I watch TV with
As the world, as the world caves in

La canción me remueve todo. Es increíble como la música puede


hacerte sonreír y llorar sin ningún motivo. Afecta los nervios haciendo que
la piel se erice y el corazón empiece a latir al ritmo de cada tecla que
presiono. Cantando el coro me hallo deseando, inconscientemente, alguien
con quien enfrentar el mundo cuando una bomba atómica estalle. No quiero
estar más sola, pero tampoco quiero una compañía que me haga sentir lo
que realmente es no tener a nadie.

—Oh, girl, it's you that I lie with


As the atom bomb locks in
Oh, it's you I watch TV with
As the world, as the world caves
As the world caves in...

Termino la canción y cuando abro los ojos, Azul me mira con


lágrimas en los suyos. Algo al fondo del lugar llama mi atención, pero me
enfoco en la morena.

—Tu voz... —seca sus mejillas, pero sus lágrimas siguen saliendo
sin parar —. Discúlpame, esta canción es muy importante para mí. Tengo
que irme —se gira para caminar a la salida. Trato de levantarme, pero de la
nada gira y me mira —. Nos vemos más tarde, hay cosas que... tengo que
sentir sola. Gracias por la canción... —solloza —. Eres increíble —dice y
luego sale corriendo del salón.

La dejo ir porque tiene razón. Hay demasiadas cosas que es mejor


sentir en soledad.

—Colarse en conciertos privados es algo ilegal, señor Statham —


pronuncio cerrando el atril.

—No me colé, ya estaba aquí antes de que llegaran —se pone de pie
y sale de entre las sombras.

No notamos su presencia cuando entramos. Azul solo abrió una de


las ventanas y el resto del salón quedó en penumbras.

—Solo por eso serás perdonado —digo a modo de broma. Una


pésima broma porque mi sentido del humor es como mis enormes pechos,
inexistentes.

Está vestido completamente de negro, aunque lo único que le da un


poco de color a su atuendo es su gorro de color azul rey.

—Eso —señala el piano —, fue lo segundo más increíble que he


presenciado en todo el año.

—Qué triste tuvo que estar tu año. Fue solo una canción —me
encojo de hombros.

Niega con la cabeza.


—No hablo de la canción, hablo de tu voz. Tu voz en vivo es...

—¿Qué fue lo primero? —lo corto.

—Fue... no puedo decirte —mira por la ventana y luego vuelve a mí


—. Solo diré que también tiene que ver contigo.

El estómago se me comprime. Me siento extraña a su alrededor. Tal


vez me intimida su edad. No quiero parecer la estúpida adolescente que dejé
de ser hace poco, o que todavía soy, porque no he madurado una mierda. Él
es mayor que yo como por... Cuento mentalmente... 20, 21, 22, 23, 24, 25,
26... 7 putos años. Mientras él ya sabía leer, yo apenas llegaba a la vida.

Jamás he salido con alguien mayor. Siempre he frecuentado chicos


de mi edad... No debería estar pensando en esto, no es que tengas ganas de
salir con él. Solo tuvimos un extraño y... excitante encuentro y creo que
quedó en el pasado.

—¿Chels? —llama mi atención.

—¿Ah?

Mierda. Me quede en un limbo pensando en cosas que no debería de


pensar.

—¿En qué pensabas?

—En... Azul.

—Ahora que lo dices... ¿Qué le pasó?, ¿está bien?

—Creo que sí. Supongo que tiene cosas que superar como tú, como
yo, como todos aquí —me pongo de pie y aliso mi abrigo.

—Entiendo.

—Sí —le sonrío y sin saber que más hacer, empiezo a caminar hacia
la salida.
—Oye —me llama.

Me giro.

—¿Quieres caminar? —pregunto primero, aunque tal vez él iba a


decirme otra cosa. Nunca lo sabré.

—Seguro.

Meto las manos en mis bolsillos y retomo el camino. Isaac se sitúa a


mi lado y juntos caminamos por los extensos pasillos hasta salir a uno de
los muchos jardines que tiene este lugar. Si cubiertos por la helada nieve
blanca son hermosos, no me quiero imaginar cuando están llenos de flores.

—¿Cómo se llamaba esa canción? —pregunta.

—Mientras el mundo se derrumba.

—La letra es bastante conmovedora —comenta —. Como la


canción que cantaste la noche en la que nos conocimos.

—No ofendas así a la canción que acabo de tocar. Esa es arte


supremo. Cantarla con el piano de fondo... —cierro los ojos al recordar las
notas y me erizo —, es algo de otro planeta.

—Tu talento sí es de otro planeta.

—Solo es...

—Basta —me empuja suavemente con el costado de su alto cuerpo


—. Debes aprender a aceptar un cumplido, es más, voy a llenarte de tantos
que te acostumbrarás y al final vas a responder un: sí, lo sé. O al menos un
gracias.

—Gracias —inclino mi cabeza para mirarlo —. Pero no es necesario


que lo hagas.

—No es necesario, pero a veces es bueno escuchar un cumplido y


más si no somos capaces de darnos cuenta de lo bien que hacemos algo.
—Soy consciente de que canto bien, pero también sé que me falta
mucho más por aprender —digo y bajo con cuidado las escaleras llenas de
nieve. Estamos en el jardín que más arboles sin hojas, claro está, tiene este
lugar.

—Está bien ser tu mayor crítico, pero tampoco olvides que también
debes ser tu mayor fan.

—¿Tú eres tu mayor fan? —le pregunto.

—No.

—¿Entonces por qué predicas lo que no aplicas?

Ríe.

—Ese puesto ya lo tiene alguien y no se lo puedo quitar.

—¿Y quién...? —no alcanzo a terminar la oración porque tropiezo


con un pedazo de hielo y caigo sobre mis rodillas —. ¡Mierda! —el golpe
me hace soltar un quejido.

Isaac me ayuda a levantarme, pero cuando bajo mi vista, veo una


línea roja que sale de un agujero que se ha hecho en mis pantalones de
yoga. Un trozo congelado me ha cortado y arde como la mierda, pero no
arde más que mis mejillas por la vergüenza.

—¿Estás bien? —pregunta.

Me sostengo de él para no volver a caer.

—Sí. Gracias —me pongo de pie con su ayuda y cuando intento


caminar nuevamente, me tambaleo, pero no caigo. Me duele demasiado.

—Ven —dice y sin preguntar, me alza entre sus brazos.

—Oye, oye, oye —chillo cuando me eleva sin un ápice de


delicadeza.
—Caminando así, no vas a llegar nunca a la enfermería. De este
modo será más rápido —repara.

El olor de su colonia llega a mis fosas nasales. Me siento aún más


pequeña entre sus brazos y debo echar los míos alrededor de su cuello para
estabilizarme.

—Cambiando el tema, mientras llegamos a la otra ala, te pregunto.


¿Ya aprobaron tu salida al pueblo? —habla mientras regresamos al interior
del castillo. Arruiné todo, como siempre. Quiero que me trague la vida.

—¿Qué? —lo miro impactada —. ¿Podemos salir al pueblo?

—Solo si tu médico lo aprueba.

—¿A ti ya te aprobaron?

—No —responde —, pero espero lo hagan pronto.

—¿Y qué plan hay para ejecutar allá afuera?

—En la información del lugar estaba todo, ¿acaso no la leíste?

Niego levemente con la cabeza gacha.

—Y dices que fue decisión propia venir aquí... —comenta.

—Lo fue, solo que... Estaba muy ocupada para sentarme a leer los
detalles —no es la verdad completa, pero es la verdad —. Apúrate, siento
como se me está congelando la sangre.

No me gusta volver a tocar el tema de cómo fue que terminé aquí.

—¿En algún momento dejas de ser una diva?

—Yo nací diva y no hay nada que hacer al respecto, y menos


estando en un castillo —bromeo —. Vamos, súbdito, llévame a mis
aposentos.

—Vuélveme a decir así y voy a arrojarte sobre la nieve.


—No hables, súbdito. No te he dado permiso —digo tratando de
reprimir mi risa.

—¿Está usted retándome?

—Sí, súbdito.

Me río y seguido siento el vacío en mi estómago al ser lanzada. Mi


trasero y espalda impactan en una montaña de nieve. Lo miro boquiabierta.

Él ríe a carcajadas. Hago una bola enorme de nieve y se la lanzo a la


cara. Haber entrenado baloncesto en mi infancia me sirvió de algo hoy. Se
limpia la nieve y me mira furioso.

Estoy riéndome a carcajadas. El dolor que sentía en mi pierna lo he


ignorado como al resto de cosas que también duelen. Disfruto reírme y no
reprimo nada.

—No le veo gracia —dice.

—Yo soy la que tiene la espalda y el trasero mojado —trato de


hablar entre risas —. No seas amargado.

—Vamos a ver si dices lo mismo cuando te sepulte bajo nieve —se


inclina para tirarme otra bola más grande sobre la cabeza.

—¡No! —grito y río —. ¡Haré que te corten la cabeza! —tomo más


nieve y la lanzo sin apuntar muy bien.

—No si antes congelo la tuya —esta vez si ríe y me gusta.

Lanzo una última bola de nieve directo a su cara, que causa que no
pueda ver donde pisa y tropiece con la raíz salida de un árbol que lo hace
caer encima de mí. Es enorme y todo su cuerpo me aplasta, pero sigo
riéndome como una foca retrasada al igual que él. Escucho alguien toser y
nos quedamos petrificados. Muevo un poco mi cabeza para ver de quien se
trata.
Si antes estaba congelada, ahora lo estoy más porque no espera ver a
nadie de mi mundo aquí y mucho menos al gran neurocirujano Vicent Cox,
mi padre.

—Hola, Chelsea.

CAPÍTULO 18
Chelsea

Cuando tenía 8 años mis padres discutieron y no recuerdo como


llegaron a eso, pero se agredieron. Siempre voy a tener en mi cabeza la
forma en la que mi padre ahorcaba a mi madre y ella gritaba para que la
ayudáramos. Edward también era un niño y ninguno de los dos sabía qué
hacer. Abrazados y acurrucados en una esquina le pedíamos ayuda al dios
que se nos inculcó para que todo parara.

Sucedió varias veces más y cada que pasaba tenía un ataque de


pánico que solo mi hermano mayor sabía calmar, y cuando no estaba él,
Amanda creía que con quitarme la ropa y meterme a la ducha bajo un
chorro de agua fría sería suficiente para 'arreglarme'. No creo que hubiese
sabido siquiera lo que era un ataque de pánico, yo tampoco lo sabía hasta
hace unos años que fui enviada al psicólogo.

Desgraciadamente, ambos tenían problemas para controlar la


violencia, y aunque parecíamos la familia perfecta, no lo éramos. Amanda y
Vicent Cox impartieron bastantes castigos físicos contra nosotros, sobretodo
con Edward, pues cada vez que alguno de ellos se iba contra mí, él se metía
y recibía la peor parte de todo.

Crecí en un ambiente familiar donde la violencia era normalizada y


la llegué a usar en distintas ocasiones para defenderme en la secundaria,
pero desde que fui un tiempo a terapia, no soporto que la gente levante la
voz o discuta a mi alrededor y mucho menos que se vayan a los golpes.
Presenciar una escena de ese tipo eleva mi ansiedad al límite. Al menos eso
pude enmendar un poco.

—Hola, papá —digo mientras Isaac me ayuda a poner en pie. Mi


rodilla sigue sangrando y duele.

—¿Y él es...? —Vicent lo mira de manera despectiva.

—Isaac —el castaño responde y le tiende la mano.

—Es un amigo —tomo la mano de Isaac y la entrelazo con la mía.


Vicent fija sus ojos azules en la unión.

—¿Cuántos años tiene usted? —pregunta mi padre mirando con


fiereza a Isaac. Él es alto, pero no tanto como lo es Isaac —. ¿Es consciente
de que Chelsea solo tiene 19?

—Soy consciente de que es mayor de edad —responde el castaño


poniéndose a la defensiva.

Tengo que hacer que se vaya. No quiero que Vicent manche lo


agradable que Isaac ha sido conmigo. Suficiente con Amanda y Alicia
tengo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —interrumpo.

—Vine a visitarte —dice con las manos dentro de los bolsillos de su


gabán.
Su cabello negro está aún más repleto de canas que la última vez
que lo vi.

—Vamos adentro entonces —señalo el castillo. Miro a Isaac y


deshago la unión de nuestras manos para luego intentar caminar sola, pero
el dolor en mi rodilla me lo impide —. Mierda.

—¿Qué te pasó? —cuestiona Vicent.

—Me caí.

—Vamos, te llevo adentro —Isaac vuelve a alzarme entre sus brazos


y empieza a caminar conmigo a cuestas hasta el interior. Veo a Vicent venir
un par de pasos atrás haciendo mala cara.

—Gracias —le susurro —. Y lo siento, él es... difícil.

—No te preocupes —me sonríe —. Dejaremos nuestra caminata


para después, para cuando ya puedas caminar, claro está. No olvides
preguntar por tu salida.

—Creo que no tengo muchas ganas de salir sola por ahí.

—No irías sola, irías conmigo —sonríe y me eclipsa.

—Oh... pero... ¿Y si me reconocen?

—No lo harán. La ropa de invierno nos ayudará con eso. Además,


esto es un pueblo costero e industrial, no es muy turístico y no hay muchos
jóvenes aquí, no te reconocerán jamás.

—Suena bien, entonces —sonrío sin llegar a enseñar mis dientes.

Entramos en la enfermería.

—Mándame a llamar si necesitas algo —dice Isaac. Me deja sentada


sobre la camilla y se despide con la mano, no sin antes susurrar un 'suerte'.
—¿Trabaja aquí o es un adicto más? —pregunta mi padre entrando a
la habitación.

—Es un adicto más, pero no tan grave como tu hija —respondo.

—Hola, Chelsea —aparece la enfermera —. ¿Qué te pasó? —se


acerca para examinar mi herida.

—Me caí en el jardín y me corté con el hielo.

—Oh... Eso se ve profundo. Iré por el kit de sutura y un poco de


anestesia.

Quedamos nuevamente solos. Vicent no deja de mirar mi herida y


cuando la mujer regresa, él le quita los implementos.

—Lo haré yo, soy cirujano.

La mujer no dice nada. Eleva sus manos en son de paz y se marcha.


Mi padre acomoda una silla frente a mí, atrae una mesa metálica y pone la
caja roja sobre ella. Va hacia el baño. Lo escucho como abre el grifo, está
lavando sus manos. Regresa y toma un par de guantes de látex para
ponérselos y sentarse frente a mí.

—Soy alérgica al látex —le recuerdo.

Sus ojos me miran.

—Es cierto —dice y se los quita. Se pone de pie, se lava otra vez.

Al regresar, ubica mi pie en una de sus rodillas. Toma la inyección


con anestesia y con cuidado la aplica cerca de mi herida. Seguido empieza a
limpiar con algún desinfectante la sangre seca y congelada que tenía
alrededor. Lava muy bien la zona y procede a coser.

—Recuerdo cuando te abriste la barbilla... Dos veces —me mira y


luego vuelve a concentrarse en la abertura de color rojo. Miro hacia otro
lado para no marearme.
—La torpeza me acompaña desde siempre.

La aguja entra en mi piel, no siento dolor, pero definitivamente


siento que algo sucede en esa zona.

—Siempre has sido bastante inquieta —repara —. Nunca lo vi mal,


sabía que entre más corrieras y te movieras, más posibilidades habían de
que tropezaras o te golpearas, pero también sabía que ibas a tener más
oportunidades de aprender de esas caídas.

—¿Qué voy a aprender de haberme caído en un jardín helado o al


saltar unos bancos a mis cinco años?

—No volviste a saltar en esos bancos y sé que no vas a volver a


caminar por ese jardín, no sin antes fijarte muy bien donde pisas —dice —.
Te has movido mucho toda tu vida. Has vivido cosas que ni yo, ni tu madre
vivimos a tu edad. Tienes una ventaja. Hasta para cometer errores las
personas son impuntuales y por eso vemos gente con más de medio siglo de
edad, aún tratando de enmendar algo que hicieron reciente y que ya, por su
edad, no tiene solución. Estás a tiempo para corregir muchas cosas, es más,
lo tienes de sobra, pero intenta no desperdiciarlo, Chelsea.

—Tiendo a sabotearme muchísimo, es difícil corregir todo a la vez


—llevo mi vista hacia la ventana —. Cuanto envidio la gente que sabe
tomar buenas decisiones.

—No podemos ponernos a pensar en otros cuando hablamos de


nosotros. La empatía no debe usarse para tratar de minimizar tus problemas.
La empatía se usa para entender los problemas de otros, pero también debe
usarse para entender los de nosotros mismos. Un error lo comete cualquiera
y autocastigarse severamente por ello no va a arreglar nada —termina de
suturar y me mira —. Si no, mírame a mí, un viejo que erró toda su vida y
se castigó de la peor manera, tanto que también terminó castigando a las
personas a su alrededor.

—¿Errar en qué? Si tú todo lo haces perfecto.


—Aunque no lo creas... No, no todo lo hago bien. He cometido
miles de errores y es muy tarde para arreglarlos.

Sus palabras me recuerdan a las cosas que hablábamos hace años.


Vicent es un hombre muy inteligente y siempre lo he admirado. Ha hecho
descubrimientos en la medicina, ha operado los cerebros de miles de
personas en el mundo y ha salvado sus vidas. No es un hombre malo,
tampoco es un mal padre, solo que nunca ha sabido comportarse como uno
realmente bueno. Al igual que yo, ninguno es bueno tratando las personas a
su alrededor.

—Aún no entiendo muy bien qué haces aquí... —digo y bajo mi pie
de su rodilla. Mis pantalones de yoga han quedado destrozados. Detallo la
delgada línea de suturas que quedó en mi rodilla.

—Vine a visitarte, ya te lo dije —se pone de pie y señala mi pierna


—. Si lo hubiera hecho esa simple enfermera, la sutura habría quedado
desastrosa, al igual que la cicatriz. Por suerte y gracias a mí, no te quedará
casi nada.

—Llevo pidiéndote que nos veamos casi cuatro años... ¿Y hoy te


dio por ceder al fin? —niego con la cabeza —. Ya no tengo 8 años, papá. Sé
descifrar cuando una persona miente.

Suspira pesadamente. Vuelve a sentarse en la silla y sus ojos caen en


mí. No logro traducir lo que me transmite su mirada, pero si pudiera
adivinar, tal vez apostaría que es preocupación.

—Sé que Edward te contó lo del infarto —empieza a hablar y


asiento con la cabeza.

—Me alegra que estés mejor.

—No estoy mejor, Chelsea —dice.

—¿Qué? —pregunto confundida. Las manos se me hielan aún más.


—El infarto fue solo la punta del iceberg. Ese mismo día me
hicieron un análisis exhaustivo y encontraron un par de cosas que... Eh...
Bueno, no son cosas muy alentadoras —saca un pañuelo de su bolsillo y
seca el sudor de su frente. Raro, porque está haciendo demasiado frío.

Ahora que lo noto, luce más delgado que la última vez que lo vi
hace años. La piel de su rostro refleja más años de los que realmente tiene,
pues antes siempre lució como alguien muy joven para su edad.

—¿Qué tienes? —hablo sin dejar de detallar su físico.

—No voy a entrar en términos técnicos, no quiero confundirte y tu


psiquiatra me ha pedido explicarte esto de la mejor manera, no como el
neurocirujano que soy, si no como tu padre... Solo que...

—No sabes ni siquiera como ser un padre —completo.

Abre la boca y vuelve a cerrarla.

—Tranquilo —alzo la mano —. Cuéntame como mejor te salga,


trataré de entenderte.

Está nervioso y sé que es grave, porque jamás había visto a Vicent


Cox nervioso.

—Lo sé, siempre fuiste muy inteligente —vuelve a suspirar —. Lo


que tengo es tan común... Tanto como para ser la principal causa de muerte
en Estados Unidos. Las arterias que transportan la sangre y el oxígeno a mi
corazón están hinchadas y taponadas con algo que se llama placa, que está
hecho mayormente de colesterol. Los exámenes han encontrado problemas
en muchas de estas arterias y deben hacerme una cirugía que viene
acompañada de muchos riesgos...

—Te puedes morir —agrego sin pensar.

—Sí, Chelsea, puedo morir —toma aire para seguir hablando —. No


vine aquí para empeorar tu proceso. Edward habló conmigo y luego con tu
psiquiatra. Él sugirió que era mejor contártelo ahora, para que si algo
llegase a suceder no te tomara de sorpresa, aunque tal vez mi muerte no
vaya a...

—No hables más, por favor —le pido.

Puede morir.

Mi corazón ha empezado a latir más rápido, pero tengo la sensación


de que todo se ha detenido y no logro sentir nada. Tengo náuseas. No sé qué
decirle. No sé ni siquiera qué decirme a mi misma.

¿Tranquila, el padre que nunca te habla va a morir? ¿No es nada?


¿Todo estará bien?

—Supe de tus tres ataques cardíacos. Vi tu historial médico... —se


pone de pie —. Y antes de irme quiero pedirte algo.

Lo miro esperando su respuesta. Las manos han empezado a


sudarme también. Él alisa su gabán y vuelve a secarse la frente.

—Tu corazón se detuvo tres veces a tus 19 años, el mío una vez a
los 45... —sus ojos se cristalizan —. Otro ataque cardíaco más me mataría y
no sería precisamente uno mío, Chelsea.

Camina hacia la salida y por inercia me pongo de pie.

—Espera —digo y me arrepiento de haberme movido. El efecto de


la anestesia está pasando y ha vuelto el dolor —. Espera —repito. Mi padre
se detiene y voltea a mirarme —. ¿Cuándo te enteraste de mis... ¿De lo que
pasó?

—Fue temprano, ese mismo día —trata de sonreír —. No pierdas


más el tiempo, hay mejores maneras de vivir la vida. Búscalas. Corrige
estos errores y comete algunos nuevos, pero no tan... invasivos y peligrosos.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

—¿Volverás a visitarme? —pregunto sin esperanza.


—Volveré después de la cirugía, si aún...

—Te veré pronto entonces, saldrá todo bien —digo de inmediato.


No quiero pensar en la parte oscura.

—Saldrá todo bien... —sonríe —. Por cierto, te traje algo. Lo


dejaron en tu habitación —dice y esta vez si sale a través de la puerta.

—¡Enfermera! —grito para que me escuche la mujer. Aparece un


minuto después.

—Podría darme algunas muletas o algo para sostenerme, por favor.


Debo ir a mi habitación.

—Temo decirle que, justo hoy, se han llevado las sillas viejas para
cambiarlas mañana por unas nuevas —se encoge de hombros.

—Mmm... —dudo —. Podría llamar a... a Isaac, por favor —pido


avergonzada —. El camino de aquí a mi villa está demasiado lejos y él
parecer ser lo bastante fuerte para llevarme hasta allá.

Me obligo a callar.

—Enviaré a alguien a llamarlo —dice y se va.

Camino hasta el baño con cuidado y lloriqueando. Busco el


interruptor de la luz en toda la pared hasta encontrarlo. Me planto frente al
pequeño espejo.

—¿Te ayudo en algo más, Chelsea? —la enfermera vuelve a


aparecer.

Niego con la cabeza mientras miro mi rostro en el espejo. Ya no hay


rastro de la mancha violeta que antes había alrededor de mi ojo. Luzco
mejor, a pesar de estar pálida como la nieve, a pesar de que mis cejas estén
un poco pobladas y mis labios estén resecos por la temperatura. Mis pecas
han saltado a la vista y aunque el acné siga ahí, me siento mejor.
—¿Chels? —la voz de Isaac me obliga a girar la cabeza. La mujer
desaperece.

—Hola.

—¿Estás bien?, ¿por qué estás llorando?, ¿pasó algo? —pregunta


preocupado.

—Mi papá vino a visitarme —confieso. El castaño se me queda


mirando como si me hubiera salido una segunda nariz —. Es una estupidez,
lo sé. Quería contárselo a alguien —seco las lágrimas que no avisaron para
salir —. Es solo que no lo veía hace más de 4 años y aunque tuvieron que
pasar cosas de vida y muerte para que viniera... No me importa. Él vino.

—Me alegra mucho escuchar eso —sonríe. Tiene sus manos dentro
de sus bolsillos —. ¿Necesitas que te lleve a tu habitación?

Asiento con la cabeza. Me doy un ultimo vistazo en el espejo,


seguido extiendo mis brazos para apoyarme en los suyos y salir del baño.

—¿Hasta dónde iremos? —pregunta.

—Hasta los árboles de manzanas —digo simple.

—¿A la villa?

—Sí.

—Diva —tose y me toma de la cintura para sentarme de nuevo en la


camilla.

—No la elegí yo, lo hizo la disquera.

—Ajá —dice —. Súbete a mi espalda —se voltea y se agacha.

Me inclino hacia adelante para posicionar mis brazos sobre sus


hombros. Él se levanta y ubica sus manos detrás de mis rodillas para
sostenerme.
—¿Te tomaron puntos? —pregunta mientras salimos de la
enfermería.

—Sí, estaba profunda —respondo.

La cercanía que tenemos no me incomoda, todo lo contrario, su


aroma me hace sentir en un lugar seguro y aunque sé que no debería, lo
disfruto.

—Tiene excelente pulso esa mujer —repara.

—No fue ella, la suturó mi padre.

—¿Cirujano?

—Neurocirujano —me jacto.

—El talento viene de familia.

—Un poco sí, es muy bueno.

—¿A que se dedica tu hermano? —curiosea.

—Es abogado. Un excelente abogado —muevo mi cabeza hacia un


lado para ver su rostro —. ¿A qué se dedican los tuyos?

—Inanna es profesora de preescolar e Ivan es ganadero —responde.

—¿Ganadero? ¿Tipo los que tienen un rancho y eso?

—Sí. Es un rancho familiar que está en Texas. Ivan lo administra.

—¿Texas? —mis ojos se abren demasiado —. Siempre he querido ir


a Texas y montar a caballo, usar botas, camisas, sombreros y contemplar el
cielo estrellado de noche.

—¿Sí? —ladea su cabeza para mirarme —. No me imagino una diva


como tú en un rancho como el nuestro.

—Si Hannah Montana pudo, yo también.


—¿Hannah Montana? —repite.

Dios, soy una infantil.

—Es un personaje de... una serie muy seria y adulta en Netflix. De


una cantante bastante diva y madura que viaja a un pueblo y así —cuento
para no parecer una adolescente.

—Tendré que buscarla.

—¡No! Es muy mala, no pierdas tu tiempo.

—Entiendo —se ríe —. Cuando salgamos de aquí te haré llegar una


invitación bastante formal para que los visites.

Suspiro. Aunque me agrade la idea, no podría hacerlo.

—Me encantaría, pero no puedo —cruzamos el ultimo pasillo que


nos lleva hasta los jardines cerca a la villa.

—¿Por qué?

—Tengo una larga gira al salir de aquí. Todo el año estaré viajando
de ciudad en ciudad.

—Te mantendré la invitación hasta que puedas ir —dice.

—Gracias... ¿Estarías tú allá o...?

—Mi trabajo tampoco me deja mucho tiempo libre, pero serás


bienvenida. Inanna ama mostrar todo el rancho. Tiene un tour que ayuda a
que puedas recorrer todo el terreno en siete días.

—¿Siete días para recorrer un rancho? —pregunto confundida.

—Es un rancho bastante grande.

—¿Grande cómo...? —indago.


—¿Conoces New York? —gira su cabeza nuevamente para
mirarme.

—¿Es del grande de New York? Oh, dios mío.

—No, no lo es.

—¿Entonces?, ¿la mitad? —intento adivinar.

—Es el doble.

Mi boca se abre y forma una pequeña o.

—Definitivamente la diva aquí no soy yo, eres tú, vaquero.


Su cuerpo vibra bajo el mío, debido a la risa que sale de su boca.

Llegamos al fin a la villa. Isaac me deja en la entrada y abro con la


tarjeta. Cuando entro, lo primero que veo en la cama es algo que no
esperaba.

Mi vieja guitarra.

Doy varios saltos en un solo pie y me lanzo sobre la cama para


tomarla. Ha dejado de importarme lo ridícula que me vea o actúe frente a
Isaac. Sitúo el instrumento en mi regazo y acaricio las cuerdas. La piel se
me eriza y mis ojos se cierran automáticamente.

Hace mucho no tenía un buen día. A pesar de la noticia de mi padre,


y confiando en que todo respecto a su cirugía salga bien, hoy puedo decir
que estoy feliz.

Miro a Isaac. Me observa con algo que traduzco como ternura y


aunque no desee que sienta ternura por mí, disfruto de su mirada.

—¿Podrías hacerme un favor enorme? —le pregunto.

—Claro, dime.

—¿Podrías conseguirme algo para escribir?

—¿Tendremos nuevas canciones de Chelsea Cox? —inquiere


divertido.

—Las tendremos.

CAPÍTULO 19
Isaac

Pensar en ella se había convertido en mi pasatiempo favorito. Su


existencia me estaba ayudando a no pensar en la abstinencia y en todos los
problemas que me esperan al salir de aquí. Deseo ver a Chloe con todas las
fuerzas que tengo en la vida, pero también deseo que este mes no se termine
tan pronto. Solo me queda una semana de estadía y soy plenamente
consciente de que después de salir no podré acercarme a ella.

Para mí, Chelsea es como esa tormenta que puede causar miles de
desastres en otros lugares, pero para quien sufre de una sequía es un
milagro. Verla sonreír, definitivamente, es entender que después de todo hay
una solución, hay una oportunidad. No conozco bien su historia, me
encantaría saberla, pero a primera vista se veía que estaba hecha ruinas,
luchando para mantenerse en pie y a pesar de todo, siempre que nos
encontrábamos ella me regalaba una sonrisa o me invitaba a hacer cualquier
cosa.

Después de que le conseguí un cuaderno y crayones, porque no


tenía permitido tener nada puntiagudo cerca, no la he vuelto a ver. Siempre
está con Ailen, su guía, debido a que solo puede tener cerca la guitarra
cuando la pequeña castaña se la trae y me hace feliz que pase todo el día en
el jardín bajo los manzanos vacíos, cantando, escribiendo y tocando algo
que espero escuchar antes de irme. Por otra parte, sé que si estaba bajo
supervisión todo el tiempo es porque alguna vez tomó la decisión de no
vivir...

—¿Cómo te encuentras hoy, Isaac? —pregunta el psicólogo.

La misma pregunta de siempre.

—Estoy bien.

—¿Solo bien? —el hombre alza sus cejas.

—He estado pensando en... alguien.

No evito mirar la tormenta de nieve que se desata afuera.

—¿Sobre quién?
Lo miro de nuevo a él. No sé si revelarle el nombre, tal vez ella se
una de sus pacientes.

—Una chica. Tiene unos 19 años.

—¿De qué manera has pensado en ella? —pregunta.

Lleno mis pulmones de aire y vuelvo a mirar la tormenta.

—Definitivamente no como una amiga.

—¿Es la primera vez que lo haces desde que Leane falleció?

—Sexualmente no, pero puedo decir que ella me gusta un poco más
allá —explico.

—Siento que tienes un problema con eso, ¿cuál es?

—Tengo bastantes —digo pasando las manos por mis muslos


repetidamente —. El primero, ella solo tiene 19 años. Segundo, sus...
abogados me han enviado una advertencia para que no me acerque a ella.
No sé por qué, no he hecho nada. Tercero, la familia de Leane no va a
aceptar que tenga algo con una persona más joven que yo, porque de
inmediato pensarán el efecto que tendrá eso en Chloe. No digo que vaya a ir
directo a presentarle mi familia y formalizar todo, pero sé que ni siquiera
tendré la oportunidad de al menos intentarlo. Y cuarto... ella.

Suelto todo el aire.

—¿Ella?

—Ahora está bastante ocupada en ella misma y no creo que tenga


tiempo para fijarse y agregarle a su vida otro problema más como lo soy yo.

—Todos estamos hechos de problemas y si nos ponemos en la tarea


de buscar alguien que no los tenga, jamás lo encontraremos. Lo único que
se puede hacer es buscar la manera, entre ambos, de que los problemas de
uno no afecten al otro, porque de ser así no sería una relación sana y ambos
podrían sufrir una peor afectación —explica —. Cuando dices que ella está
bastante ocupada trabajando en ella misma, ¿es porque está en terapia
también?

—Sí.

En definitiva, ambos podríamos afectarnos, eso es más que seguro.

—Eso es bueno, mejora un poco la situación si su relación llegase a


avanzar —detalla y toma algunos apuntes en su cuaderno—. Estás a una
semana de marcharte y seguir el proceso en casa, ¿te sientes listo?

—Ya no camino por las paredes buscando alcohol, así que creo que
sí.

—Vas a tener supervisión constante y exámenes de sangre regulares,


así lo pidió tu entrenador —dice. Lee algo más en su cuaderno —. Por otro
lado, no has tomado la salida, ¿ya conocías, Kalmar?

—No, pero pronto lo haré. No quería salir hasta sentirme mejor —


hablo y me pongo de pie.

—Solo es que vayas a recepción y te asignarán un guía.

—Lo haré pronto —me despido con la mano y salgo de la oficina.

Voy de regreso a mi habitación. La tormenta no deja de ponerse


peor y los pasillos no tienen mucha calefacción. Hace un frío de la mierda.
Giro a la izquierda en una de las esquinas, pero me detengo cuando un
pequeño h delgado cuerpo impacta conmigo.

Chelsea cae sobre su trasera y suelta un quejido.

—¡Tengo que dejar de ser tan torpe, dios! —grita mirando hacia
arriba.

Me río internamente y la ayudo a ponerse de pie.


—O dejar de correr por los pasillos —agrego.

—Venía a buscarte... Ailen me dijo que estarías aquí, pero que ya


pronto terminaría tu sesión y que no te gusta que te molesten en tu
habitación, entonces yo...

—Tú puedes molestarme cuando quieras —suelto sin pensar.

Se queda en silencio unos segundos y me mira impactada. Sus


mejillas se ponen aún más coloradas.

—Yo... sí, gracias. Lo tendré en cuenta.

—¿Para qué me buscabas?

—¿Qué? —sus cejas se juntan y luego cae en cuenta —. Oh, sí,


cierto. Venía a... —tantea sus bolsillos traseros y busca algo en ellos. Sonríe
cuando lo encuentra —. Terminé mi canción —me entrega el papel
arrugado —. Perdón si no se entiende, mi letra es horrible.

—No es lo mismo leerla a escucharla.

—Es cierto, vamos —me quita la hoja. Su mano toma la mía y me


jala para que empiece a caminar junto a ella. Intenta deshacer la unión, pero
yo la refuerzo. Me mira curiosa.

—¿Cómo has estado? —le pregunto.

—Bastante ocupada —levanta el papel.

—Eso veo.

—¿Y tú?

—He estado bastante... pensativo.

—¿Y eso? —me mira con curiosidad.


—Solo me queda una semana aquí y en 8 días tendré que regresar a
la normalidad... Sin una gota de alcohol.

—¿Tienes miedo?

—¿De recaer? Claro. Es poco el tiempo que se me dio para


"curarme", pero tendré a alguien vigilándome muy de cerca. Además, me
harán exámenes de sangre cada tanto y eso de algún modo ayudará a
impedir que decida tomarme siquiera un solo trago.

—Supongo que harán lo mismo conmigo.

—¿Te sentirías bien con eso?

—Tal vez sí. Al menos tendré a alguien pendiente de mí, aunque


suene triste, eso me gusta.

—Yo podría estar pendiente de ti. Digo, podríamos enviarnos


mensajes y estar en contacto —cierro mi boca.

Si Dylan me viera, estaría burlándose y revolcándose en el piso por


lo ridículo que me veo tratando de pedirle el número a una chica. Estoy
oxidado hasta la mierda.

—Anótame tu número y lo haré apenas regrese. Te daría el mío,


pero mantengo cambiándolo y nunca me lo aprendo —se encoge de
hombros.

Llegamos a su habitación dentro del castillo. Debido a la tormenta,


la han ubicado aquí adentro. El hecho de tenerla más cerca no me desagrada
en absoluto.

—¿Te contaron la historia sobre la villa? —pregunto mientras ella


abre la puerta.
—Sobre la villa no, sobre el castillo sí. Me dijeron que fue creado
en...

—No me jodas —me carcajeo.

—¿Qué te causa tanta gracia? —me mira extrañada. Se dirige a su


mecha de noche y toma el teléfono inalámbrico.

—Escogiste la historia aburrida.

—Escogí la historia real —se defiende. Marca un número y se lleva


el aparato hasta su oreja —. ¿Hola, Ailen? Sí... Bien... ¿Podrías traerme mi
guitarra, por favor? No estaré sola, voy a mostrarle mi nueva canción a
Isaac... Okay, perfecto. Gracias —se despide y cuelga —. Ya viene.

—Entonces... Eres de las que escogen la opción que nadie, ni loco,


ni drogado... Aunque cuando recién llegaste estabas aún intoxicada... Debe
ser por eso —bromeo y espero que no se lo tome tan apecho.

Chelsea toma una almohada y me la lanza mientras se ríe.

—Todavía soy adicta, pero a los dulces. He tomado varios de la


cocina. Ser Chelsea Cox tiene sus ventajas en este lugar —se pone de pie y
va hasta su armario —. Toma algunos, menos los de chocolate blanco, esos
son solo míos.

—No puedo comer azúcar. Mi dieta es terriblemente estricta.

—Yo aquí mandé a la mierda las dietas estrictas. Tendré muchas de


ellas cuando regrese.

Luce mucho mejor. La piel de su rostro se ve más radiante sin el


moretón que antes la manchaba. Tiene los rizos de su cabello sueltos y lleva
un suéter color blanco que resalta el rosado de sus labios.

Dos toques en la puerta me distraen de verla como un idiota. Me


muevo hasta ella y abro, para recibir el instrumento.
—No la dejes sola con ella, por favor. Estaré cerca, debo ocuparme
de algo —Ailen se despide con la mano y vuelvo a cerrar.

—Aquí tiene, señorita cantante.

Tomo una silla de madera de una esquina de la habitación y me


ubico frente a la cama, donde ella se ha sentado en posición de indio. Ha
ubicado la guitarra sobre su regazo y el papel que antes me enseñaba lleno
de garabatos, letras y notas musicales, esta abierto para ella.

—No seas tan duro. Aquí voy —dice y respira hondo.

Estoy arreglando un par de goteras


Mejorando los pisos por donde antes caminaba
Reparé los vidrios que rompí el día que no me soportaba
Pinté las paredes de blanco
Para fingir que mi guerra había terminado
Pero recordé que con el pasar de los años
La madera se va marchitando
Y lo único que podría quedar en pie
Serían los recuerdos que tú y yo tengamos
Hoy podría manchar el blanco con sonrisas
Tapar las goteras con tus caricias
Oscurecer los vidrios con tus palabras
Y desatar una guerra llena de confianza
Porque si de algo estoy segura
Es que los largos pasos que he dado
Podrían convertirse en los últimos dentro de esta casa

Escucharla cantar, tocar la guitarra y entender al mismo tiempo el


significado de la canción, me estremece. Chelsea no es de esas personas que
piden ayuda con sus palabras, ella te lo hace saber a través de sus ojos color
sol y no sé porque me siento en la obligación de acudir.

Me pongo de pie.

—Sé que la letra no es muy buena, pero es lo que tengo hasta ahora.
Tal vez pueda mejorarla en el estudio y...
No la dejo terminar de hablar porque ahogo sus palabras con mis
labios y la beso, la beso como he deseado hacerlo desde que la vi por
primera vez en este lugar, en cada momento en que la he visto llorar y se ha
mostrado tan real ante mí. Tarda en responder, pero responde y lo tomo
como un incentivo para retirar su guitarra de su regazo, alzarla, sentarme y
ponerla a ella en el mío. Se acomoda a horjacadas sobre mí y no me opongo
a mi instintivo querer de tenerla aún más cerca.

Rodeo su pequeña cintura con mis brazos. Sus manos se han


desecho de mi gorro y ahora se sumergen dentro de mi cabello. Huele a
frutas, un olor bastante inofensivo, pero que intoxica mi sistema con solo
respirar cerca de ella.

Nuestros labios se mueven con delicadeza. Ambos estamos rotos y


ambos somos consciente de ello.

—Tengo que contarte algo... —susurro contra su boca.

—¿Es algo que podría detener este momento?

—Tal vez...

—Entonces dímelo después.

Vuelve a besarme y esta vez lo hace con mayor decisión. El roce de


su pelvis contra la mía no es suficiente para lo que necesito de ella, pero me
siento tan propio de sus órdenes que decido esperar a que se sienta lista para
ir más allá. Seguimos durante lo que parecen horas. Decido no hablar
nuevamente y disfruto de esto antes de que el mundo lo acabe, pero es
demasiado pronto para siquiera no desearlo porque varios toques en la
puerta acaban con todo.

Acaba el beso con lentitud y apoya su frente sobre la mía.

—Hay que abrir —susurra.

—Sí —respondo un tanto agitado.


—No quiero —se despega y me mira —. ¿Sabes cuánto tiempo
llevo deseándote?

—Desde Londres. Lo sé.

—Engreído.

—Sabes ocultarlo muy bien —reparo.

Vuelven a tocar. Me fijo en las lámparas. Ya no están encendidas.

—¿Chelsea, Isaac? ¿Están bien? —la voz

—Estaba bien —responde ella.

Su malhumor me causa gracia, pero la entiendo. Yo también quedé


con un maldito problema dentro de mis pantalones. Chelsea se levanta y va
directo hacia la puerta. Me quedo sentado en la cama.

—Hola, Ailen.

—¿Están bien? Tenemos una falla con la energía. Tengo que ir a


revisar el que resto de pacientes estén bien —Ailen se fija en mí —.
¿Puedes quedarte con ella unas horas? Todo el personal está tratando de
arreglar la calefacción, sino lo hacemos pronto la temperatura podría
descender bastante aquí adentro. Las chimeneas fueron retiradas, así que lo
mejor será que no salgan y busquen una buena manta.

—La cuidaré —respondo.

—Gracias. Aquí hay un par de velas —le entrega una caja a Chelsea
—. Nos vemos más tarde —dice y desaparece.

La rubia cierra la puerta y deja las velas sobre su tocador. Se para


frente a mi y nerviosa respira hondo.

—Ahora que puedo pensar un poco mejor, creo que no


deberíamos... ya sabes...

—¿Follar? —agrego.
Sus mejillas se tornan de rosa.

—Qué directo —bufa —. El asunto es que soy alérgica al látex,


llevo algunos días sin depilarme y...

Me pongo de pie y atrapo su cara entre mis manos.

—No necesito explicaciones, pero lo del látex sí es un buen dato


que voy a memorizar para mi próxima visita a la farmacia —digo —.
¿Venden de otro material?

—Sí... Espera —cae en cuenta —. ¿Dijiste próxima vez?

—No eres la única que ha deseado esto desde Londres, Chels Chels
—me inclino para besar las comisuras de sus labios y voy trasladándome
lentamente hasta su oreja —. Yo también he fantaseado con follarte cientos
de veces, en miles de posiciones, en millones de escenarios y espero pronto
cumplirlo... —me separo abruptamente —. Solo si tu quieres claro está, al
parecer no mucho —bromeo.

—Estás jodiéndome.

—Tal vez no soy el tipo que suele gustarle a las divas como tú —me
tiro sobre la cama y paso mis brazos detrás de mi cabeza —. Lo tuyo tal vez
sean los deportistas que ganan millones de dólares al año.

—¿Ah sí? ¿Cómo quién?

—Como el gran Isaac Statham.

—¿Qué? —da un paso hacia atrás.

—Ven. Apreciemos la tormenta mientras te cuento un poco sobre mi


vida.

La tomo de la mano y la invito a sentarme conmigo frente a la


ventana. La ventisca blanca no cesa en fuerza y los azotes que causan las
ramas de los arboles se escuchan bastante alto.
—¿Has escuchado alguna vez o visto algo sobre los Estrellas Rojas?
—pregunto. Tomo una manta de la cama y la paso por sus hombros cuando
se sienta a mi lado.

—Sé que es un equipo de... béisbol, creo.

—Lo es —respondo —. Yo soy el bateador principal.

Su rostro se desencaja. Sé que está buscado una buena pregunta o


algo inteligente para decir como siempre lo hace...

—Qué puto mentiroso.

...o no.

He decido contarle algunas verdades, no todas. No puedo


arriesgarme con el tema de Chloe.

—Lo siento —suspiro —. Tu equipo de trabajo ha enviado una


amenaza a mi representante disfrazada de falsa empatía por ti. Estoy en un
proceso legal y en un ascenso laboral que requiere que posea una buena e
intachable conducta, y tu mánager ha amenazado con mancharlas si llego a
acercarme a ti. No sé si debería decirte esto, pero debo hacerlo para poder
confesarte lo siguiente...

De repente, se pone de pie.

—Tienes que irte. Ellos... Ella... No están jugando —se mueve de


lado a lado. Creo que fue mala idea contarle la verdad, mierda. Se detiene y
me enfrente —. Van a joderte si se enteran de que te acercaste a mí. Ya lo
han hecho antes con algunas personas que me caían bien... —me toma del
brazo para que me levante —. Tienes que irte Isaac, no puedes arriesgar tu
carrera por esto.

—Te mentí... ¿Y solo te preocupa que mi carrera se arruine?

—¡Es que tú no los conoces! Ellos son capaces de hundir a


cualquiera... —su voz se quiebra. No quiero que llore.
—Oye —la tomo con delicadeza a mi pecho y la rodeo con mis
brazos —. Si mi carrera se arruina será por mis malas decisiones.

—Exactamente por eso debes alejarte. No hacerle caso a esa maldita


amenaza es una mala decisión —cada vez se le escucha más preocupada. Su
respiración ha empezado a tornarse apresurada.

—Chels, respira —acaricio su espalda —. Tú eres una buena


decisión, que nadie te haga creer lo contrario. Te oculté esto por órdenes de
mi representante y porque no te conocía mucho, pero ahora lo hago un poco
más y eres más y mejor de lo que dice el mundo.

—No me gusta ver los deportes —susurra contra mi pecho.

—Eso noté. Estoy seguro de que hasta tu padre sabía muy bien
quien era yo.

—¿Eres bueno? —inclina su cabeza hacia atrás para mirarme.

—Soy el mejor —le sonrío.

—Tendré que verte en acción.

—Depende del tipo de acción que quieras...

—¡Basta, no! —se separa —. No podemos, no me tientes, no


podemos, no me tiendes —repite.

—Mantendré mis manos quietas.

—Gracias, en serio, gracias —suspira.

Sigue caminando de un lado a otro. Seguramente está pensando en


lo que hizo su gente.

—Quiero aclarar que no te dije mi nombre real el primer día, porque


en serio pensé que no nos íbamos a volver a ver.

—Si de algo estoy seguro es que la vida es una hija de perra que le
gusta reírse en tu cara después de cada desgracia que pasas. Cuando crees
que nada peor puede suceder... Sucede —abre sus brazos y luego niega con
la cabeza —. Estoy maldita. Él único hombre que ha logrado gustarme en
años y tiene que venir Alicia otra vez a arruinarlo todo. Maldita sea.

—Espera... ¿Qué acabas de decir? —pregunto.

—Maldita sea —repite.

—No, antes.

—¡Que Alicia todo lo jode! —exclama.

—No, antes, Chelsea.

Piensa unos segundos hasta que cae en cuenta. Otra vez sus mejillas
toman ese peculiar rosa claro que tanto me encanta.

—No me hagas repetirlo, por favor... —ruega haciendo un puchero.

—¿Dónde está tu valentía, Chelsea Cox?

—Acaba de irse junto con la tormenta —señala la ventana.

—Vamos, repítelo.

—Si me estoy azotando contra el piso, estoy diciendo cosas que no


debería de decir, ¡bravísimo por mi! —junta sus palmas varias veces.

—Te aplaudiré cuando lo repitas.

—Isaac...

—Chels...

—Dios no —estrega su cara.

—Dios sí.

—Isaac —vuelve a decir y ríe.


—Vamos, diva. Haz que este simple plebeyo goce de tu confesión
nuevamente.

—No puedo.

—Eso no es muy popstar de tu parte —bromeo.

Ella blanquea sus ojos.

—¿No vas a rendirte, correcto? —pregunta.

—Jamás.

Llena sus pulmones de aire mientras se fija en la ventana detrás de


mí. Sus ojos vuelven a enfocarme y espero con ansias sus palabras.

—Me gustas un poco, Isaac Statham.

—¿Solo un poco? —cuestiono —. Eso es triste, porque tú a mi me


fascinas demasiado, Chelsea Cox.
CAPÍTULO 20
Chelsea

Recuerdo cuando conocí a Matthew. Ambos teníamos 17 años y


estábamos ganando la fama y el reconocimiento que siempre habíamos
soñado por separado, solo que ahora el sueño lo vivíamos juntos y
encontrarnos, en ese entonces, fue lo mejor que nos pudo pasar a ambos, o
bueno, al menos para mí si lo fue.

Teníamos tanta química que pasábamos horas hablando, fue fácil


entregarme a él por primera vez, no fue el momento más hermoso, pero fue
lo mejor que pudo ser para la edad que teníamos. Matthew era una gran
compañía. Iba a la mayoría de mis conciertos y yo a los suyos. En las
premiaciones éramos esa pareja inseparable en la que todos creían. Casi
nunca discutíamos por nada y disfrutábamos mucho.

Aunque quisiera declarar el momento exacto en el que todo empezó


a cambiar, no podría, y no es porque tenga mala memoria, no, es porque
decidí perdonar y olvidar cada error que cometía contra mí y aferrarme a
cada cosa linda que hacía.

Me cegué de la peor manera. Estaba amando lo que alguna vez fue y


ya no era.

Aceptaba humillaciones solo por unos minutos de querer. Soñaba


con volver a ser importante para él. Estaba totalmente confiada en que él
volvería a ser mi amigo y se daría cuenta lo que estaba perdiendo, era lo
que todos a mi alrededor decían.

Tal vez las drogas influyeron en su trato hacia mí, pero cuando yo
las probé, me di cuenta de que seguía siendo yo, con más ansiedad, mas
terrores nocturnos, pero seguía siendo yo y queriendo a las personas, que
eran pocas, que antes quería.

Era tan... todavía soy estúpida.

Cuando me di cuenta de que ya nada volvería a ser igual con él,


decidí buscar lo que me faltaba y tanto quería en otros cuerpos. Besé
muchas bocas, abracé otros torsos e intimé con personas que lo único que
querían eran momentos de placer vacíos y sin ningún sentido, pero siempre
fallaba, siempre terminaba comparando lo que era él en un inicio con lo que
podrían ser otros al final.

Tarde me di cuenta de que la solución que buscaba no era volver a


él, si no volver a mí. Y en medio de mi música sabía que podría encontrar
ese camino de regreso que tanto buscaba, pero con lo que no contaba es con
que encontraría a personas que me distraerían un poco mientras daba los
pasos más difíciles.
—Sigo sin entender por qué elegiste la historia aburrida —reclama.

—Ya te dije, prefiero lo real a lo ficticio.

—No sabes de lo que te pierdes. Las cosas ficticias siempre son más
interesantes.

—Claro que no, hay muy buenos libros y películas basados en


hechos reales que te dejan sin habla —comento. Nos hallamos sentados en
el suelo con la espalda pegada a la cama.

—Y me gustan, solo que es genial leer algo que rompa cualquier


barrera de la aburrida y tediosa realidad.
Su semblante es tan imponente aún cuando está sentado a mi lado.
Me hace sentir diminuta.

—Hay libros que son una tediosa ficción, me estreso o termino


llorando.

—Es porque lo estás viviendo y estás volviendo real una historia


que tal vez nunca existió.

Me fijo en sus ojos. Me gusta la manera en que me mira. Me hace


sentir como la persona más interesante del mundo.

—Cuéntamela —digo.

—¿Qué cosa? —finge demencia.

—La historia "interesante" —levanto mis manos para crear las


comillas.

—Las preguntas para el final —aclara su voz. Pasa su brazo sobre


mis hombros y me atrae hacia él —. Aquí vivía una reina. Ella perdió a toda
su familia tras un ataque enemigo que les hicieron a los miembros del
castillo. Los envenenaron a todos, menos a ella. Tenía solo 13 años cuando
la proclamaron reina. Fue creciendo y se convirtió en la mujer más hermosa
del mundo, pero ella detestaba que la vieran. No salía de su villa privada
por miedo a que intentaran asesinarla de nuevo.

—¿La villa donde yo me estoy quedando? —pregunto.

Isaac asiente con la cabeza.

—Los nuevos sirvientes manejaban su reino y no la dejaban hablar


cuando asistía a las reuniones, puesto como no tenía la fuerza de mostrarse
a todos, nadie la tomaba en serio, nadie la respetaba.

—Pobre —susurro.
—Ella tenía miedo y no confiaba en nadie, y creía que jamás lo iba
a hacer. Hasta que un día...

—¿La mataron? —lo interrumpo.

—Chels... déjame terminar.

—Sigue, lo siento —digo y acaricio su pecho. Me quedo en silencio


para seguir escuchando con atención, más que estar interesada en la
historia, estoy interesada es escuchar su voz.

—La reina tuvo que llamar a un jardinero para acabar con una plaga
de insectos que había invadido sus manzanos. El trabajo iba a tomar días
enteros y decidió revisar el hombre a la entrada, hacer que se despojara de
todas sus cosas para estar segura con su presencia por tanto tiempo.

—Y él la mató —agrego.

—Chels...

Me callo.

—Èl la ayudo durante cinco largos días y se enamoraron.

—¿Se enamoró en solo cinco días? Qué poder tiene la jardinería.

—Chelsea —advierte.

—Lo siento —vuelvo a sellar mis labios.

—Estoy tratando de acordarme de una frase genial que dijo el


hombre que me la contó... —se quita el gorro de su cabeza y sacude su
cabello —. La tengo. Escucha —me mira y se acerca a mi rostro —. "El
amor y el olvido no son buenos amigos del tiempo, solo ellos pueden
decidir en qué momento suceder sin tener que esperar a que este último o
pase mucho, o pase poco".

—Tiene sentido, aunque no tanto. Creo firmemente en que, puede


haber excepciones como en todo, pero sé que la mejor manera de conectar
con alguien es a través del conocimiento que tengamos sobre la otra
persona.

—Es una historia, Chelsea, no todo es filosófico —bromea y lo


empujo.

—Si vas a contarme algo ficticio, que al menos tenga sentido.

—Lo tiene, esta era una excepción y esa es la explicación. No


preguntes más y déjame terminar —dice falsamente exasperado.

Me río de su expresión y le robo un beso, pero me echo para atrás


cuando no entiendo porqué lo hice.

—Me gustó eso —se acerca a mí y vuelve a unir nuestros labios,


pero esta vez él lo hace con más intensidad —. Sigo contando —susurra
contra mi boca y se separa un poco —. Se enamoraron. Ella tuvo más
seguridad, el jardinero la protegía de todo. Reinaron juntos el pueblo. Ella
alzó su voz y se encargo de poner a quienes se burlaron de ella en su lugar y
fueron felices por siempre.

Lo miro disgustada.

—Qué cliché. Sabía que eso iba a pasar —critico.

—¿Qué final le hubieras dado tú? Es ficción y lo podemos cambiar.

—Que la reina también lo matara a él. Buscara más veneno y se lo


diera a todos lo que no la respetaban. Echar a un lado sus inseguridades y
reinar como la puta ama que era. Eso, amigo mío, eso es un final feliz —
cuento con emoción.

—Interesante historia. Dice mucho de ti —se burla.

Nos quedamos un rato en silencio hasta que él se levanta y toma la


guitarra.

—Vuelve a cantarla —dice y me la entrega. La dejo sobre mi


regazo.
—Voy a empezar a cobrarte.

Se sienta de nuevo a mi lado. Acerca su rostro y lo esconde en mi


cuello. Su aroma y su cercanía me agradan tanto.

—Podría pagarte con lo que quieras —susurra y sus besos empiezan


a sentirse contra mi piel.

Cierro mis ojos para disfrutar mejor de las caricias.

—¿Lo que yo quiera? —pregunto tratando de sonar sensual.

—Lo que tú quieras... Podría repetir eso que hicimos en la cabina.

—¿Vas a comprarme con sexo oral? —pregunto falsamente


indignada.

—Lo único que voy a comprar serán condones que no sean de látex
y espero que los haya en este pueblo, porque si no voy a tirarme a ese
maldito lago para apagarme.

—¿Está usted encendido, plebeyo?

—Usted me tiene encendido, reina mía.

—Hay algo que podemos hacer... —susurro y vuelvo a tomar la


iniciativa para besarlo. Dejo a un lado la guitarra y subo a su regazo.

—¿Qué es ese algo?

—Voy a... —me corto cuando tres golpes secos atacan la puerta —.
Estoy empezando a pensar que la vida no quiere que seamos felices —me
quejo.

—Abre y te cuento algo que quiero proponerte —dice.

Me pongo de pie a regañadientes. Voy hasta la puerta a paso


apresurado. Abro y me encuentro con una muy sonriente Azul con una
linterna en su mano.
—Hola, Verde —digo.

—¿Hoy soy Verde? —ríe.

—Tu aura hoy me transmite ese color.

—No te transmite una mierda, lo estás inventando —pasa por mi


lado y entra a la habitación —. Oh... No sabía que estabas con tu Romeo.

—No es mi Romeo —pellizco un costado de su torso. Ella brinca y


ríe.

—Hola, Azul —la saluda Isaac.

—Hola, Romeo —agitada su mano y luego me mira —. Te veré


mañana entonces, no quiero molestarlos —suelta una extraña risa.

—No nos molestas —digo.

—Las dejaré un rato solas, debo ir a... intentar conseguir algo de un


extraño material —Isaac se levanta y alisa su abrigo. Su última frase me
saca una sonrisa. Se acerca mí y deposita un cálido beso en mi frente. Amo
que sea tan alto —. Te veré más tarde.

Veo a Azul mientras el ojiverde sale de la habitación y cierra la


puerta. Sus cejas se levantan repetidas veces.

—No, no hemos hecho nada —me cruzo de brazos —. Bueno,


realmente él sí hizo algo.

—¿Qué hizo? —me toma del brazo y me lleva hasta la cama —.


Cuéntamelo todo, por favor. Amo las historias.

—Nos conocimos en un evento de beneficencia en el cual yo debía


interpretar una canción y modelar un vestido carísimo que se subastaría al
siguiente día... —le cuento todo lo que pasó esa noche, omitiendo algunos
pequeños detalles sobre la cabina en el London Eye.
—¿Lo amenazó tu gente? —pregunta aterrada.
Asiento con la cabeza.

—Sé que esto viene de mi mánager y de mi mamá —me encojo de


hombros —. Será mejor que después de esto no lo vuelva a ver. Ellos han
lastimado personas importantes para mí —los ojos se me cristalizan al
pensar en Erre, pero no dejo a las lágrimas avanzar más —. No quiero que a
Isaac también lo afecten.

—¿Y ya le contaste tus planes a él?

—No.

—¿Planeas hacerlo?

—Sí, pero no ahora. Quiero estar bien los últimos días que le restan
aquí —me lanzo sobre la cama y me fijo en las sombras que proyectan las
velas y la linterna de Azul.

Busco el papel con su número sobre la mesa de noche. Lo tomo en


mis manos y lo paseo entre mis dedos.

—Tendrás que hacerlo en algún momento. No es muy cool hacerle


ghosting a alguien. Detesto eso, siempre quedo tipo: "Oye, pero explícame
qué pasó, o qué mierda hice al menos". No se lo hagas —me señala.

—No se lo haré. Además, solo somos conocidos que se cargan una


fuerte atracción —la miro. Contarle sobre Isaac me anima bastante —. Es
que... Es tan alto... Fuerte... Me ha levantado en sus brazos como si fuera
una maldita pluma y no me quiero imaginar lo que haría conmigo si...

—Está muy bien el hombre, pero no entremos en detalles —Azul se


acuesta a mi lado. Ambas tenemos la vista fija en la ventana que deja que
apreciemos la fuerte tormenta.

Nos echamos mantas para evitar el frio. La baja de temperatura ha


empezado a sentirse.

—¿Alguna vez te has enamorado, Azul? —susurro.


—Jamás, pero deseo hacerlo.

—Yo creo que es algo sobrevalorado —digo y ella se sienta de


sopetón.

—No hables mal del amor porque eso sí no te lo voy a permitir,


amargada —me apunta con su dedo índice.

Me río de su cara. Realmente está ofendida.

—Déjame explicarte. Sí creo en el amor —me siento también frente


a ella. Cruzo mis piernas una sobre otra y la miro —. Pero el
enamoramiento es algo muy... fugaz. Podrías enamorarte de varias personas,
es algo completamente normal, por eso para mí no es algo tan importante.

El sentimiento al inicio de una relación es adictivo, esa etapa es el


enamoramiento y siempre estamos confundiéndolo con amar. Esta última
etapa llega cuando hemos visto el peor lado de una persona y aún así
decidimos estar. Pero nunca nada es general, todo siempre es muy complejo
y lleno de problemas, por lo que ahora entiendo que no debo esperar no
tener ningún problema en una relación, pues habrá muchísimos y por esto
es mejor aprender a encontrar soluciones. Unas que aumenten y refuercen la
unión que tenga con esa persona, esperando a que ella también esté
dispuesta a hacerlo.

—Entiendo... ¿Y qué sería eso importante para ti?

—Cosas simples como la lealtad, el respeto, ya sabes, la atención...


Cosas que se pierden con el pasar del tiempo cuando, casualmente, también
se acaba el enamoramiento. Quienes sepan y quieran seguir aplicando estos
valores, esas personas definitivamente podrían decir que saben amar.

—Qué complicadas son las relaciones —suspira. Deja caer su


cabeza hacia atrás y su cuerpo la sigue.

—El problema es que las personas no saben amar, creen que todo se
basa en la posesión. "Si me amas ya eres mío". Mi sueño es aprender a
hacerlo de manera correcta, donde nada duela —suspiro también.
—No creo que haya maneras correctas de amar.

—Claro que no, solo que siento que todas las personas tenemos una
forma correcta de amar y anhelo encontrar la mía.

—Tal vez eso suceda cuando llegue la persona correcta también —


sonríe.

—Tal vez, sí —agacho la cabeza —. Pero primero tengo que alejar a


las incorrectas.

—Y lo harás, tienes que regresar a Londres como toda una perra


empoderada. Últimas noticias, Chelsea Cox no se anda con mamadas y
volvió de rehabilitación pisando fuerte —pone su voz más ronca.

Me río de su mala imitación de presentador de televisión.

—Mi gira empieza tan pronto salga de aquí, ¿estarás en alguna


ciudad para las fechas dadas? —le pregunto.

—¡Sí! Estaré en París, siempre he querido conocerlo y... Lo haré. Te


veré allí, lo prometo. Espero que me des algún pase VIP —dice. Vuelvo a
acostarme en la cama. Nuestras cabezas quedan juntas, una al lado de la
otra —. Hablando de eso. Venía a contarte que debo irme mañana.

—¿Qué? No... —me siento.

—Sí —repite mi acción —. Mi padre me necesita, está muy mal y...


debo ir a cuidarlo. Además, ya estoy bien y mi psicólogo aprobó la salida.

Debería estar feliz por ella, pero me empaña un poco el pensar que
no volveré a verla a diario con sus ocurrencias.

—Me alegra mucho que regreses a casa —acaricio su brazo —. Lo


lograrás, eres muy fuerte.

—A ti tampoco te queda mucho, dos semanas más y serás libre de


volver al mundo de mierda tan lindo que hay afuera —sonríe
sarcásticamente.

Río.

—Te daría un número, pero ahora mismo no tengo ninguno...


Aunque...

—¿Anque qué? Yo tampoco tengo un número, pero lo tendré.

—Anota este correo en tu teléfono inservible... —pido y espero a


que lo saque.

—Dímelo.

—princesscutechels01@yahoo.com —hablo, pero la risa de Azul


me calla.

—Qué vergüenza de correo electrónico —intenta pronunciar entre


risas.

—Tengo muchos que son más profesionales, pero esos los maneja
mi equipo, en ese te responderé yo personalmente. Envíame tu número —
ella sigue riendo —. No me juzgues, lo creé cuando tenía 10 años —le
lanzo una almohada.

La esquiva y anota el correo en el aparato.

—Listo —anuncia.

—¿A qué hora te irás mañana?

—Espero hacerlo muy temprano —responde.

—Ven a despertarme antes de que te vayas —le pido.

—No, rubia. Al fin estás durmiendo mejor y no quiero molestarte.


Podríamos despedirnos ahora, si quieres.

Sus ojos me reflejan algo que no puedo descifrar.


—Júrame que vas a escribirme —la tomo de los brazos —. Necesito
seguir teniéndote en mis días así sea por correo o mensajes.

—Lo juro, señorita Cox —alza la mano con su palma abierta.

—Más te vale, Roja.

—No eres en absoluto graciosa. Pésima, quédate mejor cantando...


Hablando de cantar, ¿le enseñaste la canción a Isaac?

—Sí.

—¿Qué te dijo?

—Le gustó.

—Dios, se respira amor en el aire —se deja caer de nuevo contra la


cama y se tapa hasta la cabeza.

Me siento como una niña de quince años nuevamente.

—No es amor, solo son ganas de tener sexo, Azul. Es una necesidad
fisiológica y hay que atenderla, sobre todo en este encierro —señalo toda la
habitación —. Es imposible sentir amor por alguien en tan poco tiempo y en
un lugar como este.

Deja ver su cara. Su expresión es alarmantemente dramática.

—¿Estás diciendo que no sientes amor por mí?

—Hablaba de otro tipo de amor —ruedo mis ojos.

—Más te vale. A mi sí debes amarme, no importa si llevas dos años


o dos semanas conociéndome.

—Y lo hago. Te amo mucho, más que cualquier persona que


conozco —voy hasta a ella y la abrazo —. Eres la mujer mas intensa del
mundo... —me pellizca —. Oye... Iba a decir que... Eres la mujer más
intensa del mundo, pero eres la única que logró descubrir a la verdadera
Chelsea, la que acaba de limpiar un poco y ahora está feliz en su backstage.
—¿Realmente estás feliz?

—También podemos hallar felicidad en medio de la tristeza y yo te


he hallado a ti.

¿Tú estás feliz? —pregunta.

—Voy a copiar tu respuesta. Estuvo demasiado poética —ríe.

Seguimos apreciando la tormenta. Ella me cuenta más sobre su


madre y lo mucho que cocinaban, viajaban y compartían juntas. Hablamos
de recetas, viajes, de hombres, de amigas, de películas, series y demás.
Algo tan trivial que hace mucho no tenía y necesitaba con seguridad.
Vuelvo a sentirme la joven mujer de 19 años que se la vive de error en error
y dejo de pensar en la mujer perfecta que debo volver a ser cuando salga de
estas paredes. Solo espero y deseo mucho que Azul esté lista para regresar a
enfrentarse a la vida que dejó allá afuera y también espero estar en ese
proceso como quiero que ella esté en el mío.

CAPÍTULO 21
Chelsea

Debo haberme quedado dormida cuando Azul hablaba sobre las


galaxias, porque es lo último que recuerdo y luego todo es oscuridad. Me
desperezo y pienso en lo que hablamos mientras me levanto hacia el baño
para darme una ducha.
—El universo es inmenso, infinito, indestructible y cada segundo
crece más, y aún así creemos que nuestros problemas serán el fin del
mundo —dijo.

—Son el final de cada mundo personal.

—Nah, la tierra seguirá girando así tú te detengas. Al universo no


le importan nuestros problemas, así que o lo solucionas o... nada, no sé, a
veces me canso de ser tan filosófica contigo.

—Me encanta que seas así. Me das ideas para algunas de mis
canciones. Tengo una lista con frases que has dicho que me han gustado
muchísimo. Espero ralamente sean tuyas, no quiero una maldita demanda.

—Son mías querida. Nadie es tan genial al hablar y profundizar


como yo —guiña su ojo.

—¿De qué color ves el aura de Isaac?—pregunto.

—Definitivamente verde.

La miro incrédula.

—No sé nada de esa cosa que sabes, pero definitivamente tú tienes


que ser demasiado mala —me burlo.

Golpea mi hombro.

—¡Es verde! Yo no tengo culpa de que coincida con el color moco


de sus ojos —rueda los ojos.

—La mía la vez rubia porque soy amarilla.

—¿Qué?
—¿Qué? —río. Ni yo entendí que dije.

—La veo amarilla porque eres un sol en este enorme universo y con
esto no quiero decir que seas el único sol, en el universo hay muchísimos,
pero definitivamente nadie le gana a la cantidad de estrellas que existen,
pero soles... pocos, pocos y tú eres un asombroso sol, Chelsea Cox.

—Y tú eres definitivamente un grandioso cielo Azul.

Hoy debo ir a ver al psicólogo. En dos semanas más esto acabará


para mí y aunque desee volver a hacer lo que hago, no quiero encontrarme
con quienes hacen que mi sueño se vuelva una pesadilla. Estar aquí me ha
ayudado a entender que mi talento no tiene la culpa de nada, que ser una
cantante no es equivalente a que tener que soportar toda la mierda que
quieran echarme encima. Mi música es mi música y voy a defenderla.

Por otro lado... Las drogas. No quiero ni pensar en eso. No puedo ni


imaginar en cómo haré para no volver a ellas. No me siento del todo segura
aún de mi misma, pero sé que mi tiempo de recuperación termina aquí y no
tendré más debido a la gira que está pronta a iniciar.

Una vez lista, salgo de mi habitación directo a las oficinas de salud


mental. La electricidad ha regresado y con ello la calefacción. Es muy
temprano todavía. Tal vez al salir de aquí podría ir a buscar a Azul, si es que
no se ha ido ya.

Doy dos golpes en la puerta y cuando escucho una respuesta


afirmativa, entro.

—Hola, Chelsea —me saluda el hombre con cara muy amigable.

—Hola —respondo.

Voy hasta el diván y me relajo para tratar de abrirme


completamente, evitando hablar sobre lo de no sentirme lista para volver al
ruedo. No quiero truncar nada. Hay contratos millonarios que debo cumplir
de por medio.

Esta vez le hablo sobre mi adolescencia, de la fijación y obsesión


que tenía con mi físico. De las burlas que recibía por ser delgada y tener
acné, del querer ser popular y conocida por todos, de la perfección que
Amanda quería que alcanzara inscribiéndome en cada clase de baile, canto,
pasarela que existiera.

—Intentar agradarle a todo el mundo es una forma de egocentrismo.


El querer lograrlo y frustrarte cuando no lo consigues es una muestra de lo
mucho que se tiene elevado el ego. Cuando aceptas que tienes errores y
defectos como cualquier otro ser humano, entiendes que unos van a odiarte
y otros van a amarte aún más, porque al tener un reducido círculo de
personas a tu alrededor hace que tengas más tiempo para enfocarte en
quienes verdaderamente te importan y tú les importas —explica el
psicólogo.

—Desgraciadamente en el medio en el que me muevo tengo que


hacerlo. Debo que decir cosas que les agrade a todos y callarme cuando me
insultan. No opinar sobre religiones, ni política. Ni siquiera puedo decirle al
mundo que soy bisexual porque nunca me han visto con una mujer e
invalidarán mi decisión solo por no salir y demostrar en público como me
beso o tengo sexo con mujeres, o por el simple hecho de tener novio. Es mi
maldita privacidad, pero no debería temer decir «sí, soy bisexual». También
odio la manera en la que sexualizan la relación de dos mujeres, maldigo el
porno, pero bueno, eso no viene al caso —niego con la cabeza.

—Todo viene al caso, habla de lo que quieras aquí. En estas cuatro


paredes eres libre.

Tomo una respiración profunda y sigo contándole sobre las cosas


que más me hacían feliz y las que más me molestaban. Hablo sobre mi
relación con Hayley, de como la que era mi mejor amiga se convirtió en
alguien que ahora no reconozco, alguien que solo me busca por interés y
filtra información a mis espaldas para destacar.
Las horas de la sesión se pasan rápido. No sabía que tenía tanto
adentro, es bueno sacar la basura de mi backstage como dice Azul, se siente
liberador.

—No has solicitado ninguna llamada —repara.

—No he necesitado hablar con alguien —me encojo de hombros. La


cirugía de papá será en enero, así que no hay nada más que me interese.

—¿Y la salida a Kalmar? ¿Te interesa?

—¿La tengo aprobada?

—Claro, podrías hacerlo hoy. La tormenta se ha calmado y el


pueblo es una belleza cuando está cubierto de nieve. Hay alguien que
también tiene pendiente salir, tal vez puedan hacerlo juntos con el guía.

—Sí, claro —me pongo de pie.

—Avisa en la recepción y después de almuerzo podrás salir.

—Lo haré, muchas gracias —digo y salgo hasta la recepción. Tal


vez pueda salir con Azul. Espero que ella no haya usado su salida.

Justo cuando estoy por cruzar el pasillo que da hacia la recepción,


me choco con el enorme cuerpo de Isaac.

—Chels Chels.

—Hola —digo sin saber cómo saludarlo.

¿Debería darle un apretón de manos o un beso? Las palmas de las


manos empiezan a sudarme. Me pongo muy nerviosa cuando estoy a su
alrededor, pero al mismo tiempo no dejo de sentirme segura. Es extraño.

—¿Hola? —ríe y se inclina hasta que su cabeza alcanza mi altura.


Un beso que no esperaba cae sobre mis labios y cosas revolotean en mi
estómago. Están fríos, pero me encargo de poner mis manos sobre sus
mejillas para compartirle un poco de mi calor. Saborearlo es algo de otro
universo. Después de unos segundos me separo con lentitud —. Eso sí es un
"hola".

Tomo aire antes de hablar. Sus ojos verdes me transmiten un deseo


que definitivamente yo también siento por él.

—Lo tendré en cuenta para la próxima, pero no debería ser en


medio de un pasillo, alguien podría vernos y... —no me deja terminar la
oración porque de nuevo siento sus labios sobre los míos. Esta vez debo
ponerme de puntillas para profundizarlo mas. Podría besarlo por horas y
nunca me cansaría. Podría vivir de sus besos y nunca moriría.

—No me importa —susurra contra mi boca para seguido erguirse


recto —. ¿Hacia donde te diriges?

—Voy hacia la recepción a solicitar un guía para el tour por el


pueblo —le cuento mientras empiezo a caminar. Me acompaña con sus
manos dentro de los bolsillos.

—Yo la tengo aún pendiente, ¿te molesta si te acompaño? —me


mira divertido.

—Me molestaría si no lo hicieras —golpeo su costado con mi


hombro.

Llegamos al lugar y efectivamente nos asignan el guía. Nos


despedimos y quedamos en vernos de nuevo a las dos de la tarde.

Parto hacia mi clase de yoga. Hoy me siento un poco más altiva.

Horas más tarde, después de reprimir mis ganas de decirle a Ailen


que me deje ver en un espejo, voy al encuentro de Isaac. Llevo el corazón a
mil en cada paso que doy.

—¿Solo irán dos personas? —escucho a una voz que no reconozco.

—Son quienes tienen aprobadas las salidas —responde la


recepcionista.
Entro de lleno en el lugar. Isaac está parado mirando a través de la
ventana. Llevo un gorro negro que cubre casi todo mi cabello.

—Mi nombre es Gael y los acompañaré hoy —se presenta ante mí.

—Mucho gusto, Gael. El mío es Chelsea —sonrío.

Isaac se voltea cuando escucha mi voz y sonríe también.

—Andando entonces —dice el guía y partimos hacia la salida.

Ingresamos a una furgoneta que nos da un recorrido por todo el


pueblo. Este sería el plan más aburrido del mundo si Isaac no estuviera a mi
lado. Las estructuras son bastante antiguas, no se ve mucha gente
caminando en las calles. Hace un frío de la mierda. No esperaba mucho del
tour, pues no podemos entrar a ningún lado a tomarnos o comprar algo
debido a mi intento de quitarme la vida.

Nos dan una aburrida vuelta por la ciudad y luego el conductor nos
lleva media hora más allá del pueblo a un lugar que hace que todo mejore.

La vista es impresionante. Se ve toda Kalmar junto con el castillo.


Su río y el lago congelado es la principal atracción del lugar.

—Es muy bonito...

—Pero muy aburrido —completo.

—No lo es, solo que hace un frío de mierda increíble.

—Eso es cierto —me abrazo para entrar un poco en calor.

El guía nos ha ofrecido contarnos la historia de la ciudad, pero lo


hemos rechazado, pero no porque no quiera escucharla, solo que prefiero
escuchar hablar a Isaac. Estoy terriblemente jodiéndome al pensar así.

—¿Celebras navidad? —pregunta el ojiverde a mi lado.

Mis ganas de estar viendo este lugar con alguna droga en la sangre
se alteran. Debo respirar y no pensar en eso.
—Me gusta, pero no la celebro —respondo.

—¿Por qué?

—No tengo mucho tiempo para hacerlo. Mi padre no lo hace, mi


mamá es un tanto insoportable en estas fechas y mi hermano está con su
novia todo el tiempo en Los Ángeles. A veces he tenido que trabajar, a
veces no, pero cuando no, me quedaba en casa... —«drogándome» susurra
mi subconsciente. Lo miro —. ¿Y tú?

—Con mi familia —dice sin mirarme.

—Supongo que será duro para ti pasar esta fecha sin ellos —trato de
sonar amigable, pues su semblante ha cambiado a uno más serio.

—Un poco. Para mí, es solo un día más, pero para ciertas personas
es un día bastante importante y no me siento bien causando decepciones.

—Espero que puedas enmendarlo un poco al regresar, al menos


pasarás año nuevo afuera.

—Chels... —me mira —. Si fuera por mí, me quedaría una semana


más, pero tengo que...

—Es solo un día más para mí y tal vez a medianoche las pastillas
que tomo para dormir ya me tengan noqueada —sonrío un poco para
alivianar su preocupación —. Estaré bien.

—Espero que puedas abrirme pronto un hueco en tu agenda para


poder llevarte a una cita. Sé que estarás de gira, pero si tienes al menos un
día de descanso, solo dímelo, no importa el país, si no tengo ningún
compromiso deportivo, volaré hasta allá. No importa que sea la China, no
temas decírmelo.

—Eso es... —río, queriendo no arruinar el momento con mis


estupideces.

—¿Eso es qué? ¿De qué te ríes? ¿Soné muy desesperado?


—No... no... —sigo carcajeándome.

—Chels. Dime.

—Lo diré, pero no te lo tomes en serio, es solo algo que pensé —


trato de hablar en medio diversión.

—Suéltalo porque realmente estoy sopesando no volver a decirte


nada así de nuevo —me empuja un poco.

—¡No! Me gusta todo lo que me dices, solo que... —vuelvo a reír.

—Chels —advierte esta vez mas serio.

—Está bien —me calmo y respiro —. Si estás dispuesto a cruzar el


mundo solo por ir a verme es porque son muy serias tus ganas de follarme.

Reprimo mi risa. Me fijo en sus ojos. Su verde se oscurece.

—No son serias, son reales y si algo llega a suceder... Créeme, reír
será lo ultimo que hagas con tu boca.

Miro hacia atrás. El guía está admirando el paisaje desde la


furgoneta, el frío lo tiene encerrado. Doy un paso hacia un lado, pegándome
al costado de Isaac.

—No sabes las ganas que tengo de poder admirar tu cuerpo


completamente desnudo. Tú ya viste el mío y me siento es desventaja,
porque no sé como imaginarte en las noches.

—¿Te has tocado pensando en mí? —susurra.

Su mano ha entrelazado la mía. Nunca una acción tan simple se


había sentido tan íntima.

—Has sido mi único entretenimiento, lo siento —confieso. Sé que


me he sonrojado.
—No te disculpes, es lo más increíble que me han dicho y odio no
poder hacerlo realidad.

—La tensión sexual me está matando —digo.

—A mi me tiene demasiado vivo en otro lado.

—Cállate, por favor. No colaboras —me paso una mano por la cara.

—Es aún más duro para mí —acerca su boca hasta mi oído —. Yo


pude saborearte, verte y...

La piel de mi nuca, de mi espalda, de mis pechos, de mis piernas se


eriza tanto que duele tener que cubrirla tanto y que él no pueda tocarme.

—Basta —lo golpeo en el estómago.

—Y lo haría otra vez, pero en esta ocasión me demoraría mucho


más para poder besarte completa y luego...

—Isaac —digo con mi vista al frente.

No puedo verlo. Esa calidez no deja de sentirse en mi entrepierna y


a medida que habla más empeora. Vuelve a susurrar en mi oído.

—Luego quisiera ponerte debajo de mí y...

Me agacho para tomar un poco de nieve y se la lanzo encima.

—¡Cállate! O de regreso te haré saltar al maldito lago. No colaboras


con la situación.

Muerto de la risa se quita la nieve de su abrigo. Mi rostro se ha


calentado pese a la temperatura.

—Oigan chicos, creo que deberíamos volver. Pronto caerá la noche


—dice Gael.

Asiento y caminamos hasta la furgoneta. Isaac sigue riéndose de mis


mejillas coloradas. Voy a vengarme al regresar, voy a torturarlo y mucho.
El resto del camino lo pasamos hablando de cosas triviales. Él me
cuenta sobre algunos partidos increíbles que ha jugado y yo de los
conciertos que más me han gustado hacer.

—Tienes que ir a verme jugar algún día —dice.

—Sería genial —sonrío.

—Sé que te preocupa lo de la advertencia. Nadie va a joderme,


Chelsea.

—Definitivamente voy a llamarte, pero tengo que trabajar bastante


para tener un espacio libre —acaricio su mano sobre la mía.

—Lo sé. Yo también tengo una temporada que sacar adelante, solo
espero que nuestros descansos coincidan.

No quiero hablar del tema, porque sé que sí van a joderlo. Mi


equipo querrá que siga mi relación con Matthew hasta el final. No es
momento de una ruptura y menos cuando debo vender todas las entradas a
los conciertos y su banda será telonera en algunos.

Decido no decir nada más. No quiero arruinar estos momentos


recalcándole que no podremos ser vistos en público jamás. Al menos no
durante un par de años y no voy a tener el descaro de pedirle que nos
veamos a escondidas, él no parece ser ese tipo de personas. Sé que apenas
vea alguna foto mía reciente con Matthew va a desistir de la idea de querer
verme.

Ojalá todo pudiera ser diferente.

Volvemos a cruzar el pueblo de Kalmar. Ya son un poco más de las


cuatro de la tarde y el poco sol que se puede ver debido a la cantidad de
nubes está desapareciendo.

—¿Qué...? —dice el guía mientras conduce. Ha girado para entrar al


castillo.
Me asomo por la ventana para ver que es lo que le ha quitado el
habla. Hay una ambulancia, autos de policía y una furgoneta blanca de la
cual no alcanzo a reconocer de que es a primera vista, pero a medida que
nos vamos acercando puedo leer lo que dice su logo.

«Medicina Legal»

Gael se detiene y bajo apresurada. El resto de los internos están


alrededor atónitos viendo lo que sucede.

«¿Alguien ha muerto?» es lo único que logra pasar por mi mente.

Alcanzo ver a Ailen saliendo detrás de una camilla. Alguien va


sobre ella y lo han cubierto con un plástico negro. Las lágrimas han
empapado su rostro.

No.

Corro para acercarme. Tengo el corazón latiendo más rápido que lo


que ha hecho en toda mi vida. Las rápidas pulsaciones están causando que
no me importe golpear a nadie mientras mis pies buscando hacerse camino
hasta llegar hasta los paramédicos.

No.

—¡Chelsea! —la voz de Isaac me llega, pero no me pasa. Corro aún


más rápido.

La fría y helada nieve hace que mis pasos sean aún más pesados.

Los ojos de Ailen se levantan en mi dirección. Lo veo en sus ojos,


sus lágrimas me lo confirman y el celular que tiene en la mano no puede
negármelo.

No.

—¡Chelsea! —Ailen intenta interponerse para evitar que llegue a la


camilla —. ¡Chelsea, no!
Ellos avanzan, están a punto de subir al carro de medicina legal, «no
a la ambulancia». Empujo con fuerza a la castaña. Ella cae sobre la nieve y
sin importarme su estado vuelvo a tratar de alcanzarlos.

Se detienen y mientras intentan subir, el plástico negro se mueve un


poco haciendo que el porcentaje casi minúsculo de fe que tenía se destruya
junto con mi alma.

Sus rizos...

—¡No! —grito desgarrando mis cuerdas vocales. Mis piernas se han


detenido y no por mi elección. Los brazos de Isaac me levantan y me
sujetan con fuerza mientras pataleo y manoteo para huir a ningún lugar.

Porque ya no hay lugar.

Para mí ya no habrá sol porque acaba de dejar de existir mi cielo


Azul.
CAPITULO 22
Chelsea

Después de un asesinato, el asesino casi siempre tiende a


arrepentirse, es juzgado y va a la cárcel como castigo, pero... ¿Quién
juzgará y quién castigará al asesino que se ha asesinado así mismo? O peor
aún... ¿Cómo llegará al arrepentimiento si ya no habrá un después?

El suicidio es un hecho que jamás se sabrá si es ejecutado por


personas cobardes o valientes. Es una decisión que no se toma a la ligera, se
piensa a cada minuto, en todo momento y en cualquier lugar. Cuando yo lo
decidí no fue porque odiara toda mi vida, pero sí gran parte de ella.

Estaba en un pozo sin salida... Tal vez todavía lo esté y seguramente


también lo estaba Azul, pero no lo vi por estar tratando de salir del mío.
Ella estaba en el fondo, susurrándome palabras alentadoras mientras
intentaba escalar la dejé atrás, no miré atrás, no vi más allá y tal vez si lo
hubiera hecho podría... Ella ahora estaría...

Caigo de rodillas en medio de la capilla.

—¡¿Si castigas el mal porqué te llevas todo lo que es bueno?! —le


grito a la escultura de yeso colgada en la cruz —. Es tan injusto... —hablo
en medio del llanto.

«¿Por qué lo hizo?»

«¿Por qué no me contó?»

—Yo hubiera... Yo... No... —me ahogo con mis lágrimas.


Mi cabeza pesa de tanto analizar todo lo que pude solucionar que
termino apoyando mi frente en el suelo frío. No soy capaz de filtrar el dolor
que está agrediéndome. Estoy siendo golpeada y herida en lugares que
jamás van a poder sanarse, pero eso no es lo peor... Ella lucía tan bien...
pero todo terminó siendo una farsa. Azul estaba escudándose con la
felicidad.

Ahora es cuando entiendo que, algunas veces, la depresión juega a


disfrazarse de una felicidad que nos distrae y olvidamos ver qué es lo que
hay detrás.

—Chels... —siento las manos de Isaac sobre mis brazos —. Vamos,


está helando.

Niego con la cabeza.

—No puedo moverme —logro hablar.

—¿Estás bien?

—No.

—De acuerdo —dice. Escucho sus pasos alejarse y cuando estoy


por creer que se ha ido, habla de nuevo —. Voy a ponernos encima estas
extrañas túnicas. Está helando.

Abro mis ojos y por el rabillo lo veo acostarse bocarriba a mi lado.


Su cabeza choca contra la mía.

—Espero que no te moleste, pero voy a quedarme aquí hasta que


termines de llorar y me permitas llevarte a tu habitación.

—No... —sollozo.
—¿No te molesta? Perfecto.

Lo ignoro cuando el alma vuelve a desgarrárseme un poco más al


pensar también en Randall. Nunca voy a entender porqué entre más tristes
estemos más el cerebro se empeña en reproducir recuerdos y momentos que
antes eran felices y nunca más van a volver a repetirse.

—Duele... Duele mucho... —susurro.

Las lágrimas impiden que pueda ver bien, pero sé que él está
mirándome. Siento sus dedos acariciar mi cabeza.

—Lo sé...

—¿Por qué no para?

—Nunca lo hará, solo lo sentirás con menos frecuencia.

—Ella... Él... Eran lo mejor de mi vida.

—Lo siento muchísimo, Chels —sus brazos me cubren y me atraen


contra él, haciendo que termine acostada a su lado. Mi cabeza reposa en su
pecho y aunque intento parar mi llanto, es imposible.

Me quedo inmóvil durante lo que parecieron minutos, pero tal vez


fueron horas.

Pongo atención al sonido que produce el órgano en su pecho y miles


de latidos después caigo en cuenta de algo.

—Tengo que irme —me aparto de él con esfuerzo.

—Te acompaño —dice.

—No —decreto poniéndome de pie. Camino hasta la salida hasta


toparme con Ailen.

—¿Vamos a tu habitación? —pregunta.


—No —volteo a ver a Isaac. Está recogiendo las túnicas y
mirándome con preocupación. Vuelvo a Ailen —. Iré a la recepción. Que no
me siga, no quiero hablar con él nunca más.

—Claro, pero necesitas ir a una sesión con...

—Ahora no, necesito llamar a alguien —paso por su lado y me


obligo a moverme rápido a través del pasillo.

—Chelsea necesita estar sola —escucho a Ailen hablar.

—Que me lo diga ella —responde Isaac —. ¡Chelsea! —sigo


caminando —. ¡Chelsea!

—¡Señor Statahm, no! —exclama ella.

Mi cuerpo se devuelve un paso y esto es debido a que la mano de


Isaac que se envuelve alrededor de mi brazo.

—¿Por qué estás huyendo?

—Suéltame, Isaac —susurro sin poder mirarlo a los ojos.

—No tienes que pasar por esto sola... Yo sé como... Yo... Yo puedo
ayudarte, Chels.

Niego con la cabeza y al fin me zafo de su agarre. Enfrento su


rostro. Todo se está cayendo y es mejor que huya antes de que la catástrofe
lo sepulte.

—Aléjese de mí, señor Statham, no quiero tener que hacer que mi


agente vuelva a contactarlo —trato de que la voz me salga firme.

Me desmorono aún más cuando en su rostro se refleja lo que acabo


de decirle.

No lo soporto. Me giro y retomo mi camino. No sé como sigo en pie


con tantas piezas rotas, pero sigo y tengo miedo porque no sé hasta donde
voy a llegar, pero en definitiva no quiero herir en el camino a Isaac.
No sé que hora es, pero espero la recepcionista no se haya ido. A
medida que me voy acercando escucho voces.

—Será mucho trabajo para algunos procesar todo lo que acaba de


pasar —dice alguien.

—No podemos seguir prestando servicio después de esto. Creerán


que no es un lugar seguro o que no estamos capacitados para atender
enfermedades mentales.

—Tendremos que trasladarnos o....

—Quiero retirarme y hacer una llamada—digo entrando en el lugar


—. Por favor.

—Chelsea —Ailen me llama viniendo detrás de mí.

—Claro... —me mira un de los hombres —. Sí. Ailen, acompáñala.


Sentimos todo esto señorita, Cox...

—Por favor, no —niego con la cabeza —. Solo necesito hablar con


alguien. No se preocupen.

Paso hasta el escritorio. Ailen busca el teléfono en los cajones y me


lo tiende. Marco el primer número que me llega a la cabeza. Debo hacerlo
tres veces más hasta que al fin me contestan.

—Alicia, soy yo. Chelsea —digo.

—¿Sabes la hora qué es?

—Me importa una mierda. Debo irme a primera hora de aquí. Estoy
mejor, volveré al ruedo.
—Al fin. No sabes el trabajo acumulado que tienes. Decenas
entrevistas, fotos, hasta han llamado para hacer un documental sobre tu
vida. Pagarán millones y...

—Solo volveré para enfocarme en la gira y no haré nada más hasta


que termine.

—No puedes...

—Envía un jet para que me recoja a las seis en punto de la mañana.


Ni un minuto antes, ni un minuto después —exijo y sin esperar a que
responda cuelgo. Miro a Ailen —. Necesito el alta para las cinco. Iré a
alistar mi equipaje.

Camino entre los hombres que siguen discutiendo.

—Chelsea, ¿estás segura de...? —Ailen intenta alcanzarme.

—¿Preguntas que si estoy segura de querer irme de un lugar donde


no fueron capaces de prevenir o evitar que mi mejor amiga se ahorcara?
¡Claro que estoy malditamente segura! —suelto y sigo mi camino hacia la
habitación.

Una vez dentro tomo la poca ropa que tengo y la echo en una
pequeña maleta. Abandono el lugar y voy directo hacia donde se encuentra
el piano. Miro el reloj de la pared. Marcan las dos de la mañana. Pensé que
era un poco más temprano.

Me armo de valor para acercarme hasta el piano. El corazón sigue


latiendo con fuerza, pero con poca frecuencia. Repaso mis dedos por el
bordo de la vieja madera de la que está hecho.

No terminé de enseñarle a tocar y nunca lo voy a poder hacer.

Las lágrimas vuelven a brotar y me siento en el banco para no caer.


Desplazo el atril hacia arriba y sin pensarlo más le doy rienda libre a mis
dedos sobre las teclas. La tonada de la canción favorita de Azul llena todo
el lugar.
La música, que es lo que debería repararme, me está destruyendo
más. Fuerzo mi voz a salir. Desafino, me corto, me quiebro, pero no dejo de
cantar.

La repito una tras otra, tras otra, tras otra hasta que no puedo más.
El pecho me pesa y mi respiración ha decidido detenerse, o eso es lo que a
mi mente le parece.

—No quiero estar más aquí... —sollozo.

—¿Señorita Cox?

Intento recuperarme y con esfuerzo despego mi frente del teclado.


Quito las lágrimas de mi cara y el cabello que se me ha adherido en las
mejillas.

—¿Sí? —susurro.

—Soy el Sargento Nicolas Bensen, en el cargado del caso de A... —


carraspea —. Ella... tenía un celular y dentro de él había algo escrito para
usted —me tiende un sobre —. Lo hemos impreso porque el dispositivo es
parte de la evidencia.

Miro el sobre por algunos segundos hasta que me animo a cogerlo.

—Gracias.

—Con gusto —me da un asentimiento de cabeza y se gira para salir.

Ailen está bajo el umbral. No dice nada, solo me mira, pero luego se
gira y me da la espalda. Solo está haciendo su trabajo, después de que salga
de aquí ya no seré su responsabilidad.

El papel tiembla entre mis dedos y una de mis lágrimas lo marca.


Tengo miedo de leer el contenido. Tengo miedo de no poder soportarlo,
pero las ganas de tener una explicación me empujan a que lo abra.

Rasgo el borde y saco la hoja doblada del interior. Miles de palabras


impresas se presentan ante mí y tomo aire para empezar a leer la primera.
Querida Amarilla

Espero que no estés enojada conmigo. Siento muchísimo lo que voy


a hacer, pero para mí es la única solución que existe. También espero que
logren encontrar esta nota, porque sino, tal vez lo que haga quede un poco
en vano.

Siento no haberte contado todo lo que me atormentaba. Cuando te


conocí te veías tan frágil que no quise romperte más con la historia de mi
vida. Se que tomé la mejor decisión del mundo al querer hacer algo bueno
por alguien antes de irme. Tú te abriste a mí, me contaste todo y tienes
salvación, la luz que tenías adentro solo estaba un poco baja, pero no
apagada como la mía.

Sonreír siempre se me dio fácil a tu lado. Ailen estaba sorprendida


del enorme cambio que había dado, pero no lo hacía por mí, lo hice por ti.

No quiero que pienses que soy una egoísta, por favor no lo hagas.
Yo ya tenía mis días planeados, pero fuiste una eventualidad que me hizo
disfrutar de los últimos.

Jamás había tenido una mejor amiga y a donde quiera que vaya
estaré agradecida porque me tocó tener a Chelsea Cox como una. Van a
tenerme envidia.

Por otro lado, debes estar preguntándote ¿Por qué lo hizo? Bueno,
voy a contártelo, pero promete que no vas a recordarme de esa manera.
Quiero que me recuerdes como la mejor Palmista y Frasista que conociste
en toda tu vida.

Como ya sabes, mi madre murió hace algunos años, pero no por


culpa de alguien más, ella también decidió quitarse la vida como lo haré
yo.

Aunque si a alguien habrá que echarle la culpa, porque sí, los


suicidios también dejan culpables vivos, será a mi padre, el ser que debería
amar, pero solo quiero ver muerto.
No entraré en los detalles que me hacen querer adelantar mi hora,
pero solo voy a decirte que todo lo que él nos hizo, no debería hacérsele a
ningún ser humano, jamás, en ningún caso o circunstancia.

Ese hombre apagó la luz de mi hermosa mamá. También llevaba


años queriendo apagarla la mía y hace poco lo logró.

Entre aquí a causa de algunas personas cercanas que se dieron


cuenta de que algo pasaba. Ellos no lo saben. Solo creían que estaba un
poco deprimida por la muerte de mi madre. No lo estaba un poco, es más ni
siquiera creería que estaba deprimida, eso es poco, yo estaba muriendo en
vida.

No quiero volver a verlo jamás.

He tomado mi decisión. No sé a donde vaya a parar mi joven alma.


No sé si seré castigada como lo dicta una religión o seré bien recibida por
otra. No sé a quien pedirle que me trate bien apenas parta. Lo único que sé,
Chelsea Cox, es que tú si tienes esperanza, lucha por esa luz y hazla llegar
a arder.

¿Te acuerdas que te decía que hay problemas peores que los que
tenemos?

No podemos minimizar el dolor de nadie, esto no es una


competencia de quien sufre más y quien debería de quejarse menos, porque
cada uno es fuerte a su manera. Tal vez alguien más hubiese podido
soportar esto que pasé, tal vez tú estés pensando que sí había solución...
pero bueno, la vida no es un cuento de esos felices que tanto ama la gente
leerles a sus hijos, pero es vida y tú tienes mucha.

Brilla, Chelsea Cox. Ríe, Chelsea Cox. Baila, Chelsea Cox. Canta,
Chelsea Cox. Enamórate, Chelsea Cox. Y ama, Chelsea Cox.

Pudiste ayer, pudiste hoy y podrás mañana.

Te dejo de herencia todos mis sueños. Vívelos por mí, Sol.


Con el segundo más grande amor que pude sentir por un ser
humano,

Azul

CAPITULO 23
Chelsea

Los Angeles, Estados Unidos


Tres semanas después

Juego con la tela del vestido lleno de diminutos cuadros que podrían
llamar espejos. La luz de la exclusiva discoteca se refleja en ellos y cuando
paso la mano frente a mi pecho veo como se graba de reflejos coloridos.
Esto definitivamente es más sorprendente de todo lo que está pasando a mi
alrededor.

Llevo más de dos horas esperando a que Matthew aparezca y he


perdido la esperanza de que alguna vez lo haga. Muevo mi cabeza hacia el
lado derecho para fijarme en el resto de la zona vip. Las personas que él
invitó beben y se divierten como nunca mientras yo me ahogo en agua
mineral.

No debí haber venido.

—¡Hola, Chelsea! —Hayley aparece frente a mí con una gran


sonrisa. Me abraza mientras yo sigo intacta.

—¿Qué haces aquí?


—¡Vine a celebrar el cumpleaños de mi mejor amiga! —exclama
como si jamás se hubiera follado a mi novio. Se aleja y da una vuelta —.
Aunque, tranquila, sé que es mañana, pero ya casi es media noche.

Junto los dientes con fuerza dentro de mi boca. Tiene puesto el


mismo vestido.

—Tu vestido —señalo.

—Oh —finge una cara de sorpresa —. Las grandes mentes siempre


piensan igual y más cuando se trata de Chanel.

Le creería si no supiera que este fue un diseño exclusivo para este


día y no comercial.

—Muéstrame la etiqueta —exijo y extiendo mi mano.

—Estás comportándote como una perra humillativa —repara


tratando de fingir ante los demás que no pasa nada.

—Tal vez lo sea —digo —. Muéstrame la etiqueta, Hayley —doy


un paso hacia el frente. Estoy exhausta de que siempre sea ella quien la
cague y yo termine siendo la causante del drama.

—No tengo porque mostrarte nada —se acomoda el pequeño bolso


sobre el hombro —. Veo como eso te hace falta. Tal vez deberías meterte
una línea o darte un plon de marihuana a ver si así te calmas y dejas de ser
tan horrible —pasa por mi lado chocando su hombro contra el mío.

Respiro hondo. Tengo cientos de cámaras encima. Tengo que


calmarme. No pasó nada. Ella no estuvo aquí. No está aquí.

Veo al fondo a Matthew sonriendo y hablando con las personas que


lo saludan cada que da unos cuantos pasos. Disfruta de todo lo que siempre
quiso ser, alguien famoso, popular, a veces carismático y con un carácter de
mierda que solo soportan quienes buscan obtener algo de él.

—Bonita... —llega sonriendo hasta mí —. Feliz cumpleaños para


amor el de mi vida —dice y me entrega un ramo de rosas rojas que no
encuentro cómodo de ubicar entre mis brazos.

Aprovecha la cercanía para intentar besar mis labios, pero hago que
los suyos caigan directo a mi mejilla. Justo en ese segundo veo una cámara,
sonrío y ella inmortaliza el momento.

—No vuelvas a intentar besarme —susurro para que solo él escuche


—. Y menos cuando ni siquiera te has molestado en quitarte el labial que te
traspasó alguien más.

—No sé de que estás hablando —dice entre dientes mientras levanta


la mano para saludar al resto.

—Últimamente nunca sabes de que estoy hablando y supongo que


así es mejor.

Dejo con cuidado las rosas sobre la mesa de en medio, aunque lo


que mas deseo es tirarlas al piso y aplastarlas con mis tacones unas
quinientas veces.

—¿Puedes parar con el drama un segundo, Chelsea? Es tu


cumpleaños, intenta disfrutarlo.

—Quiero irme al hotel.

Me mira incrédulo.

—¿Es en serio?

—No voy a quedarme celebrando con el idiota que me agredió y me


fue infiel con la que hacía llamarme mi mejor amiga—enuncio furiosa.
—¡Fue un maldito error! Hice toda esa mierda por ti. Invité tus
amigos, contrato hasta periodistas que vengan y atestigüen el cambio que ha
tenido Chelsea Cox para bien y que todos se puedan dar cuenta de que eres
algo más que una maldita adicta y...

—Estás drogado —me fijo en sus pupilar y la manera en la que


habla.

—¿Y tú no lo estás? ¿Cuándo me vas a decir que toda esa mierda de


la rehabilitación era una basura para mejorar tu popularidad?

—¿Qué? —lo miro desconcertada —. No fue...

—No quiero escucharte más. Arruinaste mi maldita noche, como


siempre. Iré a buscar a alguien de tu seguridad para que te lleve.

Se aleja y se pierde entre las personas. Los ojos se me empañan y


debo respirar profundamente para evitar derramar lágrimas. Voy a esperr
con paciencia el momento de estar sola en mi habitación para hacerlo.

Bajo las escaleras hasta toparte con uno de mis guardaespaldas.

—Quiero irme ya, por favor —le digo.

El hombre alto y robusto asiente con la cabeza. Es el mismo que me


defendió cuando encontré a Matthew y a Hayley en la misma cama.

—Sígame —dice y comienza a abrirme camino entre las personas


junto con el resto de los guardaespaldas.

Los flashes de las cámaras me ciegan cuando salimos. Levanto las


rosas frente a mi cara para evitar que retraten la amargura hay que
impregnada en ella.

Tiro el ramo a un lado.

—¿Al hotel? —el conductor se cerciora.


—Por su puesto —mi guardaespaldas le responde por mí. Voltea a
mirar y me da una media sonrisa alentadora para luego concentrarse en la
vista que le ofrecen las calles.

Solo han pasado 19 días desde que decidí vivir en modo automático.
No aspiro a nada, solo cumplo con lo que se me dicta. Voy de los ensayos a
mi habitación y de mi habitación a los ensayos. Hoy recibí un mensaje de
Matthew invitándome a un enorme evento que harían por mi cumpleaños,
no quería ir, pero Alicia insistió en que sería una forma de demostrar que
puedo ir a sitios de ese tipo sin excederme.

Llegamos al enorme edificio. Tomo las rosas. Salgo nuevamente


acompañada y voy directo al ascensor que lleva al penthouse. Entro al lugar
y tomo aire para alistarme para luchar contra mi soledad. Dejo el ramo en la
mesa en medio de la sala de estar.

Mis pensamientos me conducen hasta el enorme espejo de la pared.


Enviaron a hacer este vestido exclusivo para hoy. Lo amaba, es de un azul
claro muy brillante y ahora se ha convertido en una simple tela.

Lo rasgo con fuerza. Cientos de pequeños cuadros salen volando por


el aire al igual que mis tacones. Voy hasta el enorme ventanal y me dejo
caer sobre mis rodillas.

Las luces de Hollywood son impresionantes. Esta es la maldita


ciudad de los sueños, aquí es donde todo comenzó, pero también es donde
la vida de Randall acabó. Y del mismo modo, también se crearon nuevas
pesadillas.

En cada lugar que he visitado, Matthew me ha avergonzado, no


alguien más, pero definitivamente sí conmigo misma. Me da pena lo que
debo soportar por él. Tengo que aguantar las cámaras en todo momento. No
se me ss posible salir a caminar sola por una calle. Todos los amigos de
Matthew me detestan, es el de aquí, sabe moverse aquí, es su terreno, es su
vida, es su zona de confort.

Odio esta maldita ciudad.


Los primeros conciertos de la gira se llevarán en algunas ciudades
de este país, luego iremos a Latinoamérica y de ahí a Europa y Asia. Tendré
que presentar el mismo espectáculo más de 137 veces en menos de un año.
Una y otra vez voy a tener que cantar canciones que no me representan, ni
me llenan.

Ladeo mi cuerpo para visualizar las rosas. Una idea se cruza por mi
cabeza y voy hasta la chimenea a gas para encenderla. Tomo el ramo, mi
celular y me siento frente al fuego.

Planto las 19 rosas frente a mí. Tal vez faltó una, deberían ser 20.
Niego con la cabeza mientras me fijo en las llamaradas artificiales que
calientan todo mi cuerpo. Bonito y destructivo.

Enciendo la grabadora de mi celular y lo dejo a un lado.

Levanto una de las rosas y después de inhalar su dulce aroma la


echo al fuego.

—Una por tu primera sonrisa


Dos por la primera unión de nuestras manos
Tres por la primera vez que sentí tus brazos
Cuatro por el tiempo que pasamos
Cinco para que el pasado no haya sido vano
Seis porque ahora sé que te amo
Siete en valor a todas las lágrimas que he derramado
Pero también ocho por lo que disfrutamos
Nueve para tener fuerzas de no hacerme daño
Diez mientras me levanto
Once para poder enfrentarlo algún día como si nada hubiese
pasado
Doce para recordar al amor más sincero
Trece para ser valiente, como me pediste, de mirarme al espejo
Catorce para encontrar eso que siempre dijiste me ha faltado
Quince de relleno en el corazón para cada agujero
Dieciséis dedicada a las largas noches en vela que pasamos
Diecisiete por más oportunidades de ganar la guerra
Dieciocho por los años que tenías
Y diecinueve por los que te faltaron

Pauso la grabación y dejo salir todo el dolor por medio de las


lágrimas. No hay noche que no llore y no hay noche que no duela, y temo
que pueda seguir sobreviviendo con un corazón que late sin ganas.

Isaac
El pitido que finaliza el entreno hace que me detenga y tire el bate a
un lado. Estoy exhausto, pero he notado como mi rendimiento ha mejorado.

—Tienes visita —Dylan anuncia señalando la tribuna vacía.

—Te veo luego —digo y choco mi antebrazo con el suyo.

Me quito la camiseta y la dejo puesta sobre mi hombro. El clima de


San Francisco es fresco en primavera, pero no en esta. El sol está quemando
todo sobre mi cabeza. Abro la puerta hacia las tribunas y me siento al lado
de él a una distancia que es muy mínima en comparación al tiempo que
llevábamos sin vernos.

—No tenías que venir —hablo.

—Tu abogado me dijo que sí y lo decidí.

—Hablo de aquí, al estadio.

—No eres muy fanático de las visitas, así que decidí sorprenderte y
no tardarme—dice y me gira para ver sus ojos verdes —. ¿Cómo estás, Ics?

—No me digas así, Ivan, mi nombre ya es lo bastante corto para que


vengas a cortarlo más.

—Yo estoy muy bien, ocupado, estresado, con mucho trabajo


encima, porque literalmente soy el alcalde de un rancho más grande que
esta ciudad, pero tranquilo, no necesito tu ayuda, puedo hacerme cargo.
—Te he dicho un millón de veces que podemos contratar una buena
administración —recalco.

—¿Y qué sentido tendría mi vida? Estoy estresado, pero amo lo que
hago. Al igual que tú —se encoje de hombros —. ¿Cómo está, Chloe?

—No he podido verla, pero gracias a una amiga cercana a la familia,


sé que está bien.

—¿Está en New York? —pregunta.

Niego con la cabeza.

—Debido a que mi este será el punto fijo de partidos que nos toque
de local, la corte dictó que viniera aquí. Claramente, estoy pagando todo —
suspiro y lo miro durante unos segundos —. Gracias por venir.

—No hay de qué, haría cualquier cosa por ese piojo.

Nos quedamos unos segundos en silencio, pero él vuelve a


interrumpirlo.

—¿Qué tal la rehabilitación?

—Ha estado bien. La creí peor. Iniciar la temporada va a


mantenerme ocupado y recuperar a Chloe me tiene disciplinado. No habrá
errores —digo más para mi mismo que para él.

—Me alegra escuchar eso. Espero que apenas todo termine puedan
ir al rancho juntos. A Inanna y a Sasha les encantará verlos. Le han
mandado a construir una especie de casa de muñecas enorme a Chloe de
navidad y cuando digo enorme es porque realmente es enorme. Esa casa
tiene mejor decoración y baños que la mía —ríe y logra sacarme una
sonrisa.

Caigo en cuenta de toda la cantidad de tiempo que ha pasado desde


la última vez que visité el lugar. Recuerdo también la invitación que hice,
aunque tal vez ya no tenga sentido enviarla.
—¿Qué fecha es hoy? —le pregunto a Ivan.

—19 de enero —responde tranquilo y yo me levanto apresurado


hacia los camerinos.

—¿A dónde vas? —escucho sus pasos venir detrás mío.

Entro al amplio espacio y voy directo a mi casillero. Busco mi


celular entre mis cosas mientras dejo caer otras al piso.

—¿Isaac? —Ivan se planta a mi lado.

Está viéndome preocupado y yo también, porque realmente espero


que sea hoy. Entro a google y digito su nombre.

«Chelsea Dorothea Cox es una cantante británica nacida el 19 de


enero del 2001».

Sí es hoy.

—¿Quién es ella?

—Una amiga —respondo sin pensar.

—¿Una amiga? —ríe —. Eso no te lo crees ni tú mismo —me quita


el celular —. Ya me acordé. Es la cantante que escucha Inanna todo el día.
Irá a su concierto. Sasha le regaló las entradas... —intento quitarle el
dispositivo, pero me detiene —. ¿Cómo es que es tu amiga y por qué saliste
desesperado a leer su información de Wikipedia?

Me mira con fijeza y sin paciencia. No va a dejarme ir sin que le


cuente antes todo.

—Estaba en el mismo centro de rehabilitación y nos conocimos.


Desayunamos juntos algunos días y nos hicimos... amigos, o eso creo —me
dejo caer sobre el largo banco —. Fue muy extraño porque alguna vez deseé
volverla a ver, pero jamás creí que sería en ese lugar.

—¿Volverla a ver?
—¿Ah? —metí la pata.

—Quisiste decir que ya la habías visto antes.

—En un evento de beneficencia —le resto importancia.

—¿Y qué pasó ahí?

—Estaba ebrio —suelto de inmediato —. Muy ebrio y quise no


estarlo cuando la vi a ella.

Sus ojos se abren exageradamente.

—Entiendo... —dice mirando el celular —. Está cumpliendo años


hoy... ¿Sabes dónde está?

—No.

—Tal vez google sí —se sienta y presiona repetidamente la pantalla


con sus dedos pulgares —. Bien, conozco un buen local ahí. Manejan un
inventario gigante —dice y no comprendo.

Seguido se lleva el teléfono a la oreja.

—¿Qué mierda estás haciendo? —pregunto y me pongo de pie. Él


hace lo mismo para huir de mí.

—Hola, ¿cómo estás? Mi nombre es Isaac Statham y quiero enviar...


—retira el teléfono —. ¿Apenas tiene 20? —me mira acusatoriamente —.
Oh, perdone, no es con usted, pero me alegro de que tenga 38 años... Quiero
un arreglo floral... 20 rosas son muy poquitas —susurra para sí mismo. No
me deja alcanzar. Ha salido del camerino caminando rápido. Mis
compañeros nos miran raro —. Quiero enviar dos mil veinte rosas. ¿Qué
color? —se detiene y me mira —. ¿Cuál es su color favorito, Isaac?

—¡Cuelga, maldita sea!

—¡Dime un color que te recuerde a ella! —exige angustiado.

—¡No sé!
—Dime un maldito color, ¡ahora!

—Amarillo —digo sin más. Su afán me afana.

—Dos mil veinte rosas amarillas al hotel Ritz para más tardar antes
de media noche —ordena y vuelve a echarse a caminar.

No puedo creer lo que está haciendo. Puede traerme problemas y


más si se envía toda esa cantidad de flores.

—Ivan, no...

—Claro, envíeme el enlace a este número, pagaré de inmediato.


Gracias —sonríe, aunque no lo vean y cuelga. Lo miro con fijeza —. ¿Qué?

—La gente de ella, le advirtió a mi gente que no me le acercara


porque podría joderme la carrera y el proceso legal que tengo pendiente —
suelto con ira.

Ivan se sorprende y vuelve a llamar.

—De nuevo yo, Isaac. ¿Podrías cambiar el nombre? —aleja el


teléfono y me mira —. Dime un nombre que ella distinga, debes de caerle
bien, sino no hubiera soportado tantos desayunos contigo, comes horrible.

Lo detallo durante unos segundos. No va a ceder. Respiro profundo


y suelto todo el aire.

—Jackson —digo.

—Jackson... Sí, solo Jackson. No, no escriban ninguna frase, ya


sería demasiado... Perfecto, gracias.

—Una dedicatoria te parece demasiado, ¿pero enviar dos mil rosas


no?

—Dos mil veinte rosas —corrige mientras mira de nuevo el celular


—. No sé si los tenías, pero acabo de pagar ocho mil dólares.
—Voy a matarte —digo entre dientes, le arrebato el celular.

—Esperaré a que me lo agradezcas algún día —se ríe de mi ridícula


molestia —. Si es alguien que te hizo querer estar sobrio, aunque sea solo
una vez, es porque debe ser alguien especial.

Niego con la cabeza y vuelvo al camerino. Mis compañeros han


entrado y le digo a Ivan que me espere afuera unos minutos mientras me
ducho para ir a cenar.

—La invité al rancho —confieso mientras conduzco hacia un


restaurante —. Sin mí, solo para que fuese a hacer turismo ella sola cuando
esté libre.

—Haberlo dicho antes —toma de nuevo mi teléfono y teclea sobre


él —. Le he enviado una invitación vip que antes no existía a la floristería
para que la incluyan. Merezco ir al mejor restaurante de la ciudad —
bromea.

—Espero que nada salga mal.

—No lo hará. Por cierto... ¿Quién putas es Jackson?

CAPITULO 24
Chelsea

El mayor acto de valentía durante un duelo es levantarse de la cama


después de saber que no vamos a volver a ver a esa persona. Para mí, el
único acto de valentía que estoy haciendo es seguir respirando, aunque la
realidad me esté ahogando. No me levantan las ganas, me levanta la gente
que vive de mi existencia y de mi talento.
Se pasean de un lado para otro mientras me hallo en bata parada en
medio de ellos. Trazan y planean lo que va a ser de mi vida de aquí a un
año.

—Usaremos atuendos que destaquen un poco más sus senos. Sus


piernas largas tienen que verse más doradas. El invierno ha desteñido su
piel y luce como una muerta —susurra alguien tan nefastamente mal que,
para mi desgracia, lo escucho.

—Claro, el racismo es inexistente para la gente blanca —pronuncio


con fuerza —. No voy a cambiar mi piel de color y menos a punta de
químicos solo para lucir bien para el resto.

—No seas estúpida. Se llama broncearse y la gente lo hace desde


hace siglos —repara Alicia entrando mientras sus tacones golpean el piso
de la habitación.

—Hace siglos no podías trabajar y lo único que tenías que hacer en


la vida era servirle a un hombre y se le llamaba alegre y feliz matrimonio —
digo mientras voy hasta la pequeña nevera saco una botella agua. Miro a
Alicia —. Y mírate hoy, una mujer que trabaja y que pronto se divorciará
por cuarta vez. A eso se le llama evolución.

—¿La misma evolución que hace que quieras follarte a todos los
tipos que se te crucen? —ataca.

—La misma—asiento con la cabeza mientras sonrío.

Me cansé de Alicia y de sus mierdas. Si voy a tener que soportarla


durante un año más haré que caiga al infierno en el que me tiene apresada
con sus palabras. Lo mismo con Amanda, quien ahora me mira con reclamo
y los brazos cruzados.

—Haces parecer que tu educación fue una mierda cuando tu padre y


yo...
—Solo mi padre, tú —paso por su lado —. Recuerda que tu trabajo
solo era ejecutar la explotación infantil hacia mi.

—¿Qué diablos te pasa hoy, Chelsea Dorothea? —replica.

—Nada que no me pase el resto de los otros días, solo que hoy
decidí hablar —me siento frente al enorme tocador que han traído a la
habitación.

La escucho marcharse. Alicia me ignora y por fin puedo soltar el


aire. Intentar defenderme y ser honesta gasta más energía que aguantar y
callar, pero esto último causa más caos en mi interior.

Las bombillas del espejo dejan ver todas las imperfecciones de mi


rostro. Las odio, pero hoy me recuerdan a lo simple que soy y no a lo
endiosada que me tienen en las redes, las revistas y la televisión. Son
pequeñas cosas que me recuerdan que soy un ser humano más en las cifras
y que lo único que hago un poco diferente es ofrecer conciertos.

El citófono de la habitación suena. No le presto atención. No es para


mí, nunca estoy esperando a nadie. El maquillador llega hasta a mí para
limpiarme la piel. Hoy tengo una rueda de prensa para publicitar la gira y
hablar de lo que espero de ella aquí en Estados Unidos. Ansío por hacerlo,
pero también ansío nunca más ver a Matthew quien también estará presente.

Vuelvo a soltar aún más aire. Cada que pienso en lo genial que sería
tener a Azul a mi lado mi corazón da un latido menos. Dijo que me
escribiría y vivo pegada a ese ridículo correo con la bandeja llena de
promociones de una ridícula página de muñecas que solía jugar.

También pienso en Isaac. Las ganas de buscar su nombre en el


explorador siempre me han tentado, pero no estoy lista para darme cuenta
de que estoy a un clic podría encontrarlo a través de sus redes, si es que al
menos tiene o las maneja él.
—Señorita Cox —un delgado hombre se me acerca.

—Dígame —respondo sin abrir mis ojos. Están maquillándome.

—Alguien le ha enviado flores.

—Déjelas en alguna esquina —pido sin importancia. Tal vez sean


de alguna marca.

—Eh... No creo que sea posible.

Abro uno de mis ojos.

—¿Por qué? —pregunto.

—No creo que entren aquí.

Me siento recta. Me quito la bata de baño, quedo en ropa deportiva


y voy hasta la puerta. Abro y salgo. Daniel, mi guardaespaldas viene detrás
de mi a medida que me muevo. Entramos al ascensor y oprimo el botón con
la letra L. Segundos pasan hasta que las puertas se abren y lo que veo al
frente me deja con los ojos muy abiertos.

Cuento 10 ramos gigantes de rosas amarillas en la pequeña estancia.


La recepcionista me mira y me sonríe mientras viene hacia mi.

—Le han enviado esto —me entrega un sobre y señala las rosas —.
Pero no creo que entren en su habitación.

—Son grandes, pero tal vez sí quepan —digo mientras abro el


sobre.
—Afuera hay unos cincuenta ramos más. El repartidor dijo que eran
2020 rosas en total.

Mis ojos caen en la caligrafía digital.


————————————————————————

PARA: CHELSEA COX

DE: JACKSON

INVITACIÓN VIP AL RANCHO WAGGONER


————————————————————————

Levanto mi rostro para volver a apreciar las rosas. Son de color


amarillo, de un tono bastante brillante. Muevo mis pies hasta la salida. No
debería hacer esto, afuera hay miles de paparazzi, pero no me detengo hasta
que puedo ver por las puertas de cristal el resto de los ramos sobre la
avenida.

Me quedo en blanco, siento la sangre ponérseme del mismo color. Se


me olvida respirar.

—Puedo ordenar que se deshagan de ellas —dice Daniel a mis


espaldas.

—No —respondo de inmediato —. No —niego con la cabeza y me


giro para verlo —. Solo voy a necesitar otra habitación.

Me acerco al elegante mostrador y pido lo que necesito. Me dan uno


en la segunda planta para que los repartidores no tengan que usar el ascensor.
Daniel me acompaña mientras veo como desfilan uno por uno con un ramo
entre sus brazos. Logro contar cincuenta personas.

Llenan por completo la habitación y se despiden. Entro por el


estrecho camino que han dejado en medio. Me quedo parada en medio
atónita. Jamás había visto tantas flores juntas. Huele increíble y me siento
increíble.

—¿Podrías prestarme tu celular, por favor? —me dirijo a Daniel.


Asiente con la cabeza y me tiende el aparato. Lo tomo y presiono los
números que me memoricé. La última vez no lo traté muy bien... Tal vez esto
sea una broma, ¿aunque quién sabría que se llamó Jackson?, ¿o serán de
algún otro Jackson? Tal vez se equivocó y...

Presiono la opción de llamar y me lo llevo hasta al oído. Todo dentro


de mí se encoge y debo sentarme en el piso para evitar caer de nervios. Está
por llegar al último tono y...

—La persona que está llamando no está disponible. Deje su mensaje


después del...

Cuelgo. Guardo mi cabeza entre mis rodillas. Todo vuelve a fluir de


manera lenta. Mis respiraciones vuelven a ser pausadas y algo que subió
dentro de mí, cae El teléfono vibra y todo se reactiva.

Miro el número en la pantalla. Es el que me sé. Mierda. Mierda.


Mierda. Contesta. Deslizo mi dedo sobre la pantalla y lo llevo a mi oído.

—Hola —digo con nerviosismo.

—Chels Chels —contesta con emoción. Su voz calma algo dentro de


mí.

Me acuesto bocarriba sobre el suelo y miro a Daniel. Le pido con


señas que me deje sola unos segundos.

—Acabo de recibir algo y...

—¿Y? ¿No te gustó?

—Solo quería asegurarme de que habías sido tú.

—Siento si te incomodó. Tal vez estés pensando que soy un


exagerado o un acosador. Puedo mandar a recogerlas si te molestaron.

—No, no, no. Ya son mías y no dejaré que me las quites —sonrío y
después de unos segundos vuelvo a hablar —. Gracias.
—No hay de qué —dice.

—Aunque...

—¿Aunque qué?

—No debiste enviarlas. Yo te traté mal y es en serio cuando te digo


que mi equipo de trabajo maneja una toxicidad mortal que no quiero que te
toque.

—Soy un hombre bastante capaz de defenderse y si tu equipo quiere


venir a joderme tendrá que pasar primero por encima de mis abogados. No
le temo a las amenazas de gente que vive del drama del espectáculo. No te
quiero ofender, pero me resulta bastante ridícula aún esa carta que enviaron.
No son tus putos dueños y jamás en la vida vuelvas a tomar distancia
conmigo por su culpa. Si quieres alejarme de tu vida que sea por decisión
propia.

—¿Por qué siento que estás regañándome?

—Porque lo estoy haciendo —su tono de voz se escuchó bastante


enojado —. Sé que no me conoces muy bien, pero deja de subestimarme,
Chels.

—No quiero causarte problemas.

—Soy el único que puede decidir eso.

Sonrío. Giro mi rostro y estiro mi brazo para tomar una de las rosas
amarillas entre mis dedos y llevarla hasta mi nariz. Aspiro su aroma.

—Feliz cumpleaños, Chelsea Cox —dice y aunque no lo pueda ver sé


que está sonriendo.

—Gracias, Isaac Statham —mis labios se curvan —. Por cierto,


¿cuándo inicia la temporada?, ¿cómo se llama tu equipo?, ¿por cuál canal
podré verte?

—No tienes que verme por ningún canal. Si algún día que deba jugar
estás libre solo dime y yo me haré cargo de traerte hasta donde esté y luego
llevarte de regreso.

—Eso se escucha genial, pero...

—Entiendo el "pero"... Estarás bastante ocupada.

—Dime el nombre de tu equipo para buscar tus partidos y poder ver


que día coincidimos.

—¿Este es tu número?

—Eh... —miro la puerta —. No, es de uno de mis guardaespaldas,


pero en un rato voy a enviarte un mensaje desde el mío.

—Para ver el resto de los partidos debe ser por un canal pago.
Escríbeme y te enviaré mi cuenta para que ingreses.

—Gracias. Puedo pagarla, pero estaría en el registro de mis tarjetas y


aunque tu no tengas miedo de mi gente, yo sí...

—Cuando nos veamos te diré porque no deberías tener miedo...


También tengo que contarte algo.

—Cuéntame ya —digo ansiosa. Sigo jugando con el tallo de la rosa


entre mis dedos.

—Creo que es mejor en persona. No busques mi nombre en internet


hasta que lo haga, por favor —responde —.Cuéntame como sigues después
de lo de Azul.

El corazón se me comprime.

—La extraño y voy a hacerlo por siempre.

—Vi en redes la gran ceremonia que le hizo su padre.

—Yo no la vi y no la quiero ver.

Isaac no sabe lo que pasó y no es momento para contárselo y no creo


que deba hacerlo. Es algo que Azul me confió y no quiero que más gente la
recuerde de ese modo.

—¿Por qué?

—Para qué tanto evento, tantos mensajes, flores, tantas personas


asistiendo y demostrando su apoyo si cuando los necesitó nadie apareció.
Irónicamente, cuando más celebran tu vida es cuando lamentablemente ya no
gozas de ella.

—Tienes bastante razón.

—¿Y tú...?

Tres golpes en la puerta cortan mi pregunta.

—Señorita Cox, la están esperando. Va a llegar tarde —escucho la


voz de uno de los asistentes.

—¡Ya voy! —anuncio quitándome el teléfono de la oreja, para luego


volver a dejar ahí —. Tengo que irme.

—Feliz cumpleaños de nuevo y espero en serio no haberte


molestado.

—Podría decir que estas rosas han sido lo mejor de mi día, pero te
mentiría.

—Dime la verdad entonces.

—Fueron lo mejor de mi vida.

—Voy a superar eso cada tanto, ¿puedo?

—Si sigues haciéndote pasar por Jackson, claro que sí.

—Lo haré.

—¡Chelsea! —la voz de Alicia se escucha detrás de la puerta —. ¡Sal


de ahí ahora!

—Cuídate, vaquero —me despido.


—Cuídate, Chels —dice y cuelga.

Vuelvo a la realidad.

—¡Chelsea! —los golpes se escuchan más fuerte —. ¡No me hagas


llamar a la policía!

Me pongo de pie y abro la puerta para salir rápido y cerrar detrás de


mí.

—¿Qué es tanto escándalo? —pregunto.

—¿Qué hacías ahí adentro?

—No te interesa —paso por su lado y voy hasta el elevador. Guardo


la tarjeta dentro del bolsillo de mi pantalón de yoga.

Daniel entra conmigo y discretamente le entrego su celular.

—No puedes perderte así de la nada. Tenemos una hora para llegar al
otro hotel. Matthew ya está en el lugar cumpliendo, como siempre.

Blanqueo mis ojos. Decido no responder a sus reclamos y vuelvo a


sentarme en la silla del tocador. El maquillista vuelve a retomar su trabajo y
llevo mis pensamientos a la conversación que tuve con Isaac. Es lo único que
logra que me sienta bien en medio de todo. Tomo mi celular de la mesa que
tengo al frente y envío un mensaje. Sonrío cuando es contestado de
inmediato.

Vaquero🤠

Hey ✓✓
01:23 p.m.

¿Quién eres, extraña?


01:23 p.m.

Una rubia a la que le gustas ✓✓


01:24 p.m.
Lástima que lo mío sean las pelirrojas.
01:24 p.m.

Me río sola. Dejo que el maquillista termine. Paso a vestirme y me


paro frente al espejo para tomarme una foto.

Vamos a ver si con esto cambias de parecer ✓✓


02:15 p.m.

🌄Foto ✓✓
02:15 p.m.

Haré una excepción por ti.


02:15 p.m.

Eres demasiado increíble, Chels 😍


02:15 p.m.

Perdiste tu oportunidad 😉 ✓✓
02:16 p.m.

Debo ir a trabajar. ¿Hablamos más tarde? ✓✓


02:16 p.m.

¿Trabajarás durante tu cumpleaños y un domingo? WOW


02:16 p.m.

Ser una diva no es fácil✓✓


02:17 p.m.

Envíame las fechas de tus juegos o te buscaré en google ✓✓


02:17 p.m.

No espero a que responda y guardo el teléfono dentro de mi chaqueta


de cuero. Llevo unos bluejeans y una camiseta blanca de algún diseñador.
Encajo sobre mis pies los tacones que van a asesinarme y salgo cuando
Alicia me señala el reloj en su muñeca.
Aunque siempre me refiera a Daniel como mi guardaespaldas, es más
que eso. Desde hace años es mi jefe de seguridad y maneja a quien se mueve
a mi alrededor.

—¿Puedes evitar que Matthew Reigen se me acerque? —le pregunto


en tono bajo.

—¿Por qué no lo ha denunciado?

—No puedo —lo miro —. Por favor, que no se me acerque.

—Por supuesto.

Llegamos al lugar. Hay demasiadas personas con sus celulares,


micrófonos, cámaras para guardar todo lo que diré y cómo lo diré.

Un hombre hace la introducción y mi presentación. Cuando me dan


la señal entro al lugar y saludo a las personas que me disparan flashes con las
manos. Me siento detrás de la mesa que han adecuado para mi frente a ellos.
Dejo mi celular sobre esta y acerco mi boca al micrófono.

—Hola. Soy Chelsea Cox y me alegra hoy estar aquí presentando mi


gira Dark Paradise.

Muchas personas levantan la mano y sé que es para solicitar un turno


para preguntarme algo. Alicia me ha dicho que me harán preguntas fuertes y
que debo responder de la mejor manera, como siempre.

El moderador le cede el turno a un periodista de cabello negro y


lentes.

—Hola, señorita Cox, mi nombre es Gael Fitcher y vengo en


representación de la revista Vogue. Tengo una pregunta para usted... ¿Está
lista para volver a los escenarios después de tan corta rehabilitación?

No está tan difícil.

—Fue corta, pero bastante intensa. Estoy más lista que nunca para
recorrer el mundo con mi música y conocer a mis seguidores —respondo y
completo con una sonrisa. Esto último sí es real.
Le dan el turno a alguien más.

—Hola, señorita Cox. Mi nombre es Hillary Stuart de la revista


Magazine y mi pregunta es... ¿Qué la llevó a sufrir 3 ataques al corazón por
el uso excesivo de drogas? ¿Qué la motivó a intoxicarse de esa manera? —su
pregunta es tan seria que no la puedo tomar de esa manera.

—Creo que eso es bastante personal. Si quieren saber respecto a mi


sobredosis, el hospital ha publicado hace más de un mes un comunicado
donde se cuenta todo lo que me pasó, no creo que sea elemental hablar del
tema cuando aquí lo que importa es la gira —sonrío y sonrío.

Vuelven a alzar la mano y el hombre vuelve a seleccionar a alguien


más.

—Soy Freya Hudson, trabajo para el blog más grande de Estados


Unidos, el TGL. Mi pregunta es... ¿Cómo se siente compartir el mismo
escenario con su novio? ¿Alguna vez pensó que ambos llegarían hasta donde
están? ¿Matthew la ha apoyado en su proceso de recuperación?

Estaba esperando esta pregunta.

—Matthew y yo hemos crecido de la mano, y agradezco tenerlo cerca


en esta gira —trato de tragar el vomito que me producen mis propias
palabras —. Fue un gran apoyo durante mi proceso y siempre estuvo
pendiente de cada etapa por la que pasé.

—Pero claramente usted ha ganado más popularidad y más premios


que él. ¿Eso de alguna forma afecta su relación?

Niego sonriente.

—Para nada, sabe que atacamos nichos diferentes y el mío es un


poco más extenso. El amor que nos tenemos no permite entrar a la envidia o
sentimientos incomodos —respondo.

La pantalla de mi celular se ilumina y llevo mis ojos hasta a ella. El


corazón se me detiene.
NUEVO MENSAJE

Vaquero🤠:

Eres una pésima mentirosa

CAPÍTULO 25
Chelsea

Dos semanas después.

Tal vez mi necesidad por las drogas pudo desaparecer. Aunque de vez
en cuando escucho esa voz en el fondo diciendo: Lo necesitas, lo
necesitamos. Ignoro, trato de ignorar, pero el resto sigue ahí... Sé que todo
sigue aquí.

La ansiedad, el insomnio y la depresión nunca golpean la puerta. Se


instalan sin preguntar y nunca te das cuenta a que hora exactamente llegaron.
En algunos momentos te distraes y piensas que estás mejor, pero algo sucede
y vuelves al mismo círculo vicioso como en el que me encuentro ahora sin
saber qué hacer.

Me recalcaron y me enseñaron durante años que debía ser fuerte... Lo


fingí y lo hice muy bien, pero cuando me di cuenta de que estaba demasiado
débil para seguir haciéndolo no supe afrontarlo. Ahí entendí que no es
valiente fingir fortaleza, valiente es quien sigue construyendo su vida,
aunque tenga miles de ruinas llenas de debilidad en el pasado.

No estoy fingiendo, pero tampoco estoy construyendo nada. Quiero


estar bien, pero no sé cómo. No quiero, ni puedo volver a internarme. Una
psicóloga ha venido a visitarme, pero no conecto con ella, no está
funcionando para nada.
Azul y Randall me duelen cada vez más. Mi cabeza no deja de repetir
que eran lo único bueno que tenía en mi vida y no los supe cuidar. No sé
cuidar la estadía de alguien en mi vida. Hasta quien ha jurado amarme ahora
parece odiarme, aunque yo definitivamente lo hago más. Mi estado de ánimo
es tan simple que ahora solo depende de un par de mensajes.

Tomo el celular y voy a la aplicación de mensajería.

Vaquero🤠:

¿Te has fijado en nuestros calendarios esta semana? ✓✓


06:04 a.m.

Lo dejo sobre la pequeña mesa al lado de la cama y me levanto para


iluminar la habitación. Dentro de poco vendrán a tocar mi puerta. Hoy es el
quinto concierto que daré de la gira. No voy ni en la mitad y ya me encuentro
cansada, pero no físicamente. Es un desgaste mental el tener que es estar tan
cerca de Alicia y Matthew todo el tiempo. El sol primaveral que se cierne
sobre Chicago se trasluce a través de las persianas. El sonido de un mensaje
entrante me hace correr de nuevo hasta la cama.

Tomo el celular y lo desbloqueo con mi rostro.

Vaquero🤠:

No he mirado el tuyo.
06:07 a.m.

Míralo. ✓✓
06:07 a.m.
Ya mismo.
06:07 a.m.

🌝 ✓✓
06:07 a.m.

Ingreso a la ducha mientras espero su próxima respuesta. Llevaba


días queriendo venir a esta ciudad y la razón se encuentra en la coincidencia
de nuestros calendarios. Aún no estaba confirmada mi venida aquí, pero hace
cuatro días se tomó la decisión de que lo haríamos en estas fechas. Todo fue
inesperado, pero muy ansiado.

El celular vuelve a sonar y salgo sin terminar de bañarme para


responder.

Vaquero🤠:

Mierda.
06:15 a.m.

¿Estás diciéndome que estamos en la misma ciudad?


06:15 a.m.

Estoy diciéndote que necesito saber donde puedo comprar una


camiseta para el juego. ✓✓
06:16 a.m.

No tienes que comprar nada. Yo mismo te la mandaré a hacer. No


quiero que cometas el error de comprar otra que no lleve mi número y
mi apellido.
06:16 a.m.

Eso me suena bastante posesivo. ✓✓


06:16 a.m.

Eres mi amiga, no la de ellos.


06:17 a.m.

¿Amiga? ✓✓
06:17 a.m.

Una amiga que planeo follarme un millón de veces.


06:18 a.m.

Qué casualidad... ✓✓
06:18 a.m.

¿Por qué?
06:18 a.m.

Porque yo también planeo hacer lo mismo. ✓✓


06:18 a.m.

Chels...
06:18 a.m.

¿Quieres ver algo? ✓✓


06:18 a.m.

No me preguntes eso, ya sabes la respuesta.


06:18 a.m.

Muerdo mi labio y salgo completamente de la ducha. Peino un poco


mi cabello para que me caiga a los lados de la cara y tomando una pose
sensual donde recalque un poco más de mis pocas curvas, me tomo una selfie
de cuerpo completo y antes de enviarla le doy un vistazo. Sigo viéndome
delgada, pero cada foto que le he enviado, él las ha alabado como si de una
diosa se tratara.

Toco la opción de enviar. Bloqueo el celular y lo dejo sobre el mesón


para volver a la ducha y terminarme de bañar. Estoy a aproximadamente una
hora de que alguien venga por mí e inicie el caos. Disfruto de mi calma, unos
segundos donde la música me saca de cualquier hoyo tendiéndome una
mano. Al menos durante un rato puedo sentir que la única droga que necesito
es una persona y ella también me necesita a mí.
Vaquero🤠:

Envíame ya mismo tu ubicación, Cox.


06:20 a.m.

¿Para qué? ✓✓
06:21 a.m.

Me voy a morir.
06:21 a.m.

¿De qué? ✓✓
06:22 a.m.

De abstinencia.
06:22 a.m.

Ninguna persona se ha muerto de eso. ✓✓


06:22 a.m.

Es porque ninguna persona recibía fotos tuyas desnuda, después


de haberte dado un orgasmo con la lengua en el London Eye.
06:23 a.m.

Buen punto. ✓✓
06:23 a.m.

La dirección.
06:23 a.m.

¿Acabas de ducharte también? ✓✓


06:25 a.m.

🌄Foto
06:31 a.m.

Aunque antes me haya enviado un montón de fotos suyas sin camisa,


nunca serán suficientes. La foto que se ha tomado frente al espejo de su
habitación de hotel me deja apreciar cada músculo marcado sobre su
abdomen, su pecho y sus brazos. Lo que más me incita a morderme el labio
es la pronunciada V que se pierde en el borde de la toalla que cuelga de sus
caderas. Un par de venas la adornan. Muero y revivo por pasar mi lengua por
esa zona. Gotas caen sobre su piel, su cabello está desordenado y en su rostro
se tiñe una sonrisa que no es para nada inocente. Sabe lo que me está
causando. He sufrido todas estas semanas. Los pensamientos no me alcanzan
para conformarme. Lo necesito tanto como él me necesita a mí y ahora
mismo algo me dice que debo arriesgarme y vivir.

Ignoro por unos segundos lo que me produce la foto y vuelvo a


escribirle.

Vaquero🤠:

Windless Hotel. Suite 07. ✓✓


06:36 a.m.

📍Ubicación ✓✓
06:36 a.m.

Voy para allá. Espérame desnuda.


06:36 a.m.

Tiro el celular sobre la cama y me llevo las manos hasta la boca.


¿Será capaz? Mierda, tengo que volver a la ducha. Entro de nuevo, exfolio
mi piel, la dejo libre de vello y me aplico un hidratante con olor a fruta. Al
salir, pongo una bata sobre mis hombros y voy hasta la puerta de la entrada
para abrirla. Mis ojos caen en Daniel y lo llamo.

—Hola... —digo bajo.

—Señorita —me da un asentimiento.

—¿Podrías hacerme un favor?

—¿Otro?

Lo miro ofendida.

—Sí, otro —respondo.


—¿Cuál sería?

—Eh... Si alguien llamado Jackson se anuncia en la recepción,


¿podrías escoltarlo con alta discreción hasta aquí arriba?

—¿Es el de las flores? —pregunta.

—Sí, el mismo.

—Es mejor que entonces no se anuncie en la recepción. Dígale que


se acerque a mí y lo guiaré.

—¿En serio? —digo entusiasmada.

—Sí, pero tendré que requisarlo. Recuerde el protocolo.

—Claro, no habrá problema. Gracias —sonrío y vuelvo al interior.

Le envío otro mensaje más a Isaac diciéndole los rasgos


característicos de la persona a la cual debe acudir para poder ingresar.
Minutos después me responde con que ya se encuentra aquí y procederá a
buscar a Daniel, que espero ya esté abajo.

El corazón quiere salírseme del pecho. Tengo el estomago revuelto


lleno de aire, pues no he desayunado nada. Voy corriendo al baño cuando
recuerdo que no me he cepillado los dientes, lo hago a la velocidad de la luz
y le doy un último vistazo al reflejo en el espejo. No tengo ni una pizca de
maquillaje encima y mis rizos medio húmedos caen sobre mis hombros.

Tres golpes se escuchan contra la puerta y voy caminando lento para


abrirla. Las manos están temblándome y mi mente se haya imaginado todo lo
que tal vez esté a punto de suceder.

Una enorme sonrisa se graba en mis labios cuando giro la perilla,


pero desaparece tan pronto como mis ojos caen en su rostro.

—Matthew —digo decepcionada. Vuelvo a chocar con la realidad.


Las ganas de volver a tirarme sobre la cama y no salir nunca regresan.
—El mismo... —sonríe e intenta tocar mi rostro. Doy un paso hacia
atrás a la defensiva. Aún me asusta lo que pueda llegar a hacerme —. ¿Qué
pasa? ¿Por qué esa cara? ¿Acaso esperabas a alguien más?

—No... Esperaba el desayuno.

No miento del todo. Esperaba comerme un muy buen desayuno de


ojos verdes y acento sureño.

—Podemos desayunar juntos si quieres —cierra la puerta detrás de él


y yo me dirijo hasta el armario para vestirme rápido —. Tengo algo
importante de que hablarte.

—Espérame en el restaurante, aún tardaré en vestirme —digo


mientras tomo mi celular y le envío un mensaje a Isaac.

Vaquero🤠:

No vayas a tocar mi puerta, por favor. Tengo una visita


inesperada. ✓✓
07:20 a.m.

Lo vi entrar... ¿Es tu supuesto novio?


07:21 a.m.

Me desharé de él. ✓✓
07:21 a.m.

No tienes que deshacerte de nadie y yo tampoco tengo por qué


esconderme de nadie. Tal vez fue un error venir. Puedo meterte en
problemas.
07:21 a.m.

¡Mierda! Me visto con rapidez y voy de nuevo a la habitación.


Matthew está acostado sobre la cama. Su cabello está un poco despeinado y
no sé como puede lucir tan bien después de que anoche apenas aterrizamos
se fue de fiesta. Esto lo sé porque me invitó.
—No quiero desayunar contigo. Lárgate. Tengo cosas que hacer —
digo pasando por su lado hacia la salida. Le escribo un mensaje a Daniel
diciéndole que evite que Isaac se marche y pidiéndole su ubicación.

Al salir, otro guardaespaldas me recibe.

—¿La acompaño a algún lado? —pregunta.

—No hace falta —dice Matthew.

Me doy media vuelta para enfrentarlo.

—¿Puedes dejarme tranquila? Es muy temprano como para


soportarte. Deberías estar durmiendo o follándote a alguien de la que no te
sabes ni su nombre —ruego los ojos y me muevo hasta el ascensor.

—Alicia me ha dicho que tenemos que hacer más apariciones en


público casuales, pero también quería verte. No te he preguntado cómo te fue
allá. He sido una mierda y quiero disculparme, he estado pasando por
algunas cosas con mi padre y...

—No me interesa —lo corto.

—¿Qué mierda, Chels?

—No me digas así. Sabes que lo detesto.

—Estoy contándote que nuevamente estoy teniendo problemas con


mi padre y me estás tratando como a una basura. Pensé que estaríamos en las
buenas y en las malas como prometimos.

Vuelvo a girarme indignada. El estómago vacío está buscando


vaciárseme aún más.

—Lo prometimos... Sí... —repito —, pero creo que se acabó cuando


la única que cumplió fui yo.

—Chels... Chelsea. Realmente lo siento. Sabes que soy una mierda


cuando las cosas me sobrepasan. Tú más que nadie me conoces y no tengo
con quien más hablar de esto —intenta tomar mi mano, pero lo repelo —. No
seas así, por favor... —su voz se quiebra.

Respiro hondo. Su manipulación hace que mi pecho se comprimo y


que mi cerebro quiera creerle, pero no puedo y tampoco quiero. Las ansias
por alejarme de él me obligan a apretar mis manos en puños. Siento como mi
piel se pone fría. Necesito irme de inmediato.

—Busca ayuda profesional. Yo no puedo hacerlo, estoy peor —digo.

Entro al ascensor cuando las puertas se abren. Oprimo el botón para


cerrarlas con rapidez para que no entre y seguido el piso del parqueadero. Se
ha quedado mirándome absorto sin pronunciar ni una sola palabra. Debe
estar ofendiéndole el hecho de que al fin le haya dicho que no. Siempre he
estado para él, siempre lo he aconsejado, he querido que su vida cambie
pensando que yo podría ser su luz en medio de la oscuridad, pero jamás será
posible, porque él es la oscuridad en medio de mi luz.

Las puertas vuelven a abrirse y salgo apresurada en busca de Isaac.


Me topo con Daniel que traduce lo que le pregunto con mi mirada y señala
hacia la izquierda. Mi corazón vuelve a latir cuando veo a Isaac caminando
hasta su auto y sin pensarlo me echo a correr hacia él. La emoción que tengo
de volver a verlo nuevamente no me cabe en la vida.

—¡Isaac! —lo llamo.

Se detiene y se da media vuelta. Está serio, pero sus ojos me dicen


otra cosa.

—Chelsea —pronuncia.

Llego agitada hasta él.

—Yo... —intento recuperar el aire —. Lo siento.

—Qué mal estado físico tienes para ser alguien que baila durante
horas y canta al mismo tiempo... Muy mal —ríe y yo también lo hago.

—No he desayunado —me defiendo.


Levanta su mano frente a mí y me tiende una bolsa de papel color
café.

—Cerca de aquí venden los mejores croissants de almendras del


mundo, pensé que podrían gustarte —comenta.

Tomo la bolsa con una sonrisa y alcanzo a oler un poco el aroma


dulce que desprenden. El estómago me ruge.

—Gracias... —digo. Detallo su rostro. El verde de sus ojos me


reconforta después de tanto tiempo. Los labios se me secan gracias a las
ganas que tengo de darle un beso. Los mensajes que nos enviamos han
creado una tensión que sé que ninguno de los dos sabe como romper y
menos en medio de un estacionamiento.

Hoy tengo otra razón más para odiar a Matthew.

—También hay algo más ahí adentro —agrega.

Paso mi vista de él a la bolsa de nuevo. La abro y dentro de ella veo


una tela de color rojo. La extraigo con una de mis manos. Dejo la bolsa
parada en el piso y abro la camiseta con ambas manos.

Al frente se lee «ESTRELLAS ROJAS» y atrás:

STATHAM

26

—¡Es increíble! —exclamo con emoción.

—No creo que sea tu talla, pero es la más pequeña que pude
conseguir en tan poco tiempo.

—Me encanta —sonrío y la abrazo contra mi pecho.

Creamos un contacto visual tan cómodo que no me dan ganas de


romperlo nunca.

—Toma —me ofrece unas llaves de lo que creo es un auto.


—¿Qué...? —frunzo mi ceño.

—Las placas de ese auto están registradas en el estadio. Te dejarán


ingresar a la zona VIP sin tener ningún boleto, puesto que ya están agotados.
Solo di mi nombre al entrar y te ubicarán en el mejor lugar —explica.

El pecho se me infla y no entiendo porqué razón los ojos se me


nublan. Estoy emocionándome en extremo por cosas que tal vez son muy
normales para él.

—Gracias —vuelvo a pronunciar.

—Realmente espero verte ahí —dice.

—Tal vez vaya más temprano. Tu juego es a las cuatro y yo debo


estar a las seis a más tardar en mi camerino.

—No importa. Con que estés al menos cinco minutos, yo seré feliz
—sonríe.

No me abstengo más y me lanzo hacia su rostro para besarlo. Debo


ponerme de puntas para hacerlo. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello
y él envuelve los suyos alrededor de mi cintura. Amo su característico olor,
si fuera posible lo guardaría y le pondría el nombre de «el mejor lugar del
mundo». Me aprieta tanto que termina levantándome del piso. El beso que
me devuelve es delicado, cálido y un tanto húmedo. Nuestros labios se
prueban con lentitud, como si quisiéramos que esto durara para siempre a
pesar de que sabemos que vivimos en una realidad que solo nos regalará
momentos. Momentos que planeo aprovechar como si fueran los últimos.

—¿Qué harás después del juego? —pregunto contra su boca.

—Si ganamos... —muerde mi labio inferior —. Celebrar.

—¿Y a qué hora terminarás de celebrar?

Niega con la cabeza.

—La pregunta sería... ¿A qué hora empezaré a celebrar?


Lo miro curiosa.

—¿A qué hora empezarás a celebrar? —pregunto sin saber a donde


quiere llegar.

—Empezaré a celebrar cuando tú termines tu concierto, me envíes un


mensaje donde me informes que estás aquí, en el hotel y puedo pasar a
recogerte.

El corazón me da un brinco al pensar en la fantasía que podría ser,


pero la realidad me golpea de frente.

—Tal vez sea muy tarde cuando termine y...

—O muy temprano. No me hagas hablar de la relatividad del tiempo,


por favor —se burla —. Tú solo encárgate de enviar ese mensaje y yo haré el
resto... ¿Lo harás?

—Lo haré —digo y vuelvo a besarlo.

Siento que pasan horas mientras nos disfrutamos y saboreamos, pero


la burbuja se revienta cuando alguien detrás mío carraspea. Giro mi cabeza e
Isaac me deja en el piso nuevamente cuando es Daniel quien se nos acerca.

—Tenemos que irnos, señorita —dice y asiento con la cabeza.

—¿En qué te irás si me dejas tu...? —me vuelvo hacia Isaac.

—En algún taxi —se encoge de hombros y se inclina para besar mi


frente —. Debo irme también. Cuídate y disfruta de los croissants. Nos
vemos, más tarde.

Acaricia mi mejilla para luego volver a los ascensores. Me quedo


como idiota mirando su enorme anatomía hasta que se pierde. Suelto todo el
aire que no sabía que tenía acumulado. Tanteo las llaves en mi mano, tomo la
bolsa de papel que había dejado en el piso y busco el auto. La piel no deja de
sentirse extraña bajo mis ropas, mis sentidos estaban esperando obtener algo
más de él que un beso y un abrazo.
Cuando suena al fin la alarma de desbloqueo, corro hasta el vehículo.
Es un deportivo último modelo de color rojo y vidrios completamente
negros. Guardo la camiseta dentro de él y cierro de nuevo.

—Gracias —le digo a Daniel cuando me uno nuevamente a su paso.

—¿Cómo hará para desaparecerse durante dos horas? —pregunta.

Niego con la cabeza divertida.

—No, Daniel. La pregunta aquí es... «¿Cómo lo haremos? ».

CAPÍTULO 26
Chelsea

Le gente se mueve a mi alrededor mientras yo le doy el quinto


mordisco a mi croissant de almendra. Son los más delicioso que jamás haya
probado y me hallo en las nubes degustándolo aún más porque fue un regalo
de alguien especial.

«Alguien especial»

Vaya, Chels, vas avanzando.

Quiero tomarme todo con calma. Lo que está sucediendo con Isaac
me aviva, pero no quiero... Bueno, en realidad sí quiero, pero tengo miedo.
Tengo muchas cosas que solucionar en mi vida antes de dejar entrar a
alguien más. El desorden que tengo ahora no es digno de ser mostrado y no
quiero mentirle. Isaac es de esas pocas personas que uno conoce a lo largo de
la vida a la que uno se le puede abrir completamente en todos los sentidos y
cuando digo todos, son todos.

No quiero acabar la posibilidad de poder al menos disfrutar del


tiempo que me ofrece. No importa que nunca llegue a ser algo formal, ni que
tenga un nombre, eso no me preocupa. Ahora mismo me importa más todo lo
que me hace sentir y lo que también me evita sentir... Su existencia en mi
vida había traído luz y llamo al tiempo que me regala como un «mientras él
me hace reír» porque detrás de eso había todavía una gran sombra que no
lograba apartar. No quiero sostenerme de él, pero todo lo que hace por mí me
dificulta el plan de no querer tomar su mano mientras camino en medio de
mi oscuridad.

—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —la voz de Alicia me hace dar un


brinco. Veo su mano pasar frente a mi rostro haciendo que mi croissant salga
volando y termine en un rincón de la enorme habitación.

Todos se quedan petrificados a mi alrededor. El secador que sostiene


el estilista se ha detenido. El hombre mira la escena absorta. Sé que no soy la
única que odia a Alicia y es hora de que amablemente la ponga en su lugar.

—Esos ataques que te dan tal vez sean una señal para ir a terapia —
me levanto de la silla y camino hasta donde cayó el pedazo de pan —. Es
muy buena, te ayuda y te enseña a soportar a algunas mierdas de personas.

Como lo hago yo.

Lo alzo y lo llevo de nuevo a mi boca.

—Cuando estés gorda no vengas a quejarte de que ninguna revista te


quiere en su portada —replica. No tiene nada más para soltar por su boca que
ataques hacia mi físico.

Abro la boca para responder, pero la voz de alguien más hace callar.
—Van a quererla de cualquier manera. Es Chelsea Cox —dice como
si mi nombre fuese una certera explicación.

Samantha Vivaldi hace presencia en medio del backstage. Su


presencia es impactante gracias a su increíble físico. Su cabello rubio cae en
ondas perfectas sobre sus hombros. Luce unos lentes negros que se quita
mientras mueve la cabeza para dejar ver esos ojos color azul que tanto las
cámaras admiran de ella.

—Hola, Dorothea —vuelve a hablar.

Siempre me ha llamado por mi segundo nombre, es la única que lo


hace sin razón de burla y es la a única que se lo acepto. De nuevo me siento
en la silla y le pido al estilista seguir con la prueba de estilo. Miro el reloj en
mi mano, son un poco más de las nueve de la mañana y pronto tendré que
planear mi escape.

—Sam —pronuncio con simpleza.

—Oye, no puedes venir cuando se te dé la gana y entrar como si


fueras...—Amanda viene detrás de ella, pero es callada por un «shhh» que le
arroja su hermana menor.

—¿Te molesta que esté aquí? —Samantha me pregunta.

—No —respondo sacando otro croissant de la bolsa, lo muerdo y las


ignoro por completo.

Veo a Samantha tomar asiento a mi lado mientras trato de enfocarme


escucho en el ruido del secador como Amanda y Alice discuten por mi
horrible consumo de calorías. No deberían preocuparse, no creo que la
ansiedad me deje comer el resto del día.

Ignoro a Samantha. Sé que está taladrándome con la mirada y no


quiero hablar con ella. Lo último que hizo no estuvo bien.

—¿Sigues enojada conmigo?


—No tenías que hacer eso. —La miro con desprecio.

—Sí tenía —se defiende —. Me confesaste una cosa y tuve que


actuar porque sabía que tú no lo harías.

—Fue demasiado vergonzoso —la enfrento.

—Deja de ser tan exagerada. Me dijiste que te atraía un poco y yo fui


a decírselo para que te invitara a salir. Es algo muy normal. Además, ya
pasaron dos años. Supéralo —golpea mi hombro.

—Me hiciste ver como una desesperada —replico.

—Fue algo normal, deja el espectáculo para más tarde —niega con la
cabeza —. Es más, deberías hablarle tú esta vez, fuiste muy grosera.

—No —digo y vuelvo mi vista a mi reflejo en el espejo.

—¿Por qué?

—No quiero.

Mi celular vibra en uno de los bolsillos de mi bata y cuando lo saco


para ver el nombre de quien me ha escrito, sonrío por acto reflejo.

—¿Es por ese idiota? Ya te he dicho un millón de veces que Matthew


no merece a alguien como tú y que...

—Me da igual Matthew. Se acabó —hablo mientras mensajeo de


regreso.

—¿Entonces cuál es el problema?

—No hay ningún problema.

Concentro mi atención en la foto que me manda Isaac. Es un siento


con una pequeña nota con mis iniciales y abajo se lee «RESERVADO». Otra
sonrisa más que no siento se graba en mi cara.
—Oh... Entiendo —dice entusiasmada como si hubiera descubierto el
fuego —. ¿Quién es? —intenta quitarme el celular, pero la esquivo.

—No es nadie.

—Entonces... ¿Por qué estás sonriendo de esa manera? —carraspea


—. No, sorry. Mejor digo... ¿Por quién?

—Sam —le advierto —. Lárgate. Recuerda lo que hizo Amanda la


última vez.

Suspira.

—No sabes como odio no poder entrar a Londres —sus ojos van
hasta su hermana y la ira es notoria —. Esa mujer tiene el primer lugar en mi
lista negra.

Samantha es una actriz de 29 años y Amanda la envidia por eso. Ella


y yo somos lo que jamás pudo ser. También detesta que se acerque a mí y me
llene la cabeza con todos los sinónimos que existen para definir la palabra
libertad. Hemos estado muy alejadas, pero si hay alguien en mi familia que
puedo rescatar entre tanta mierda, serían a ella y a Edward. Aunque, algunas
veces la dejaría en la mierda. Es demasiado directa, sin escrúpulos y tan
inteligente que incomoda.

—Vete, Sam —la miro con pesar.

Se pone de pie y antes de cubrir sus ojos nuevamente con sus lentes
dice:

—Siempre has tenido mi número y yo siempre he tenido las ganas de


acompañarte, pero nunca llamaste.

Un medio giro y sale del backstage. Y así es mejor, este lugar no es


apto para las almas libres que van de frente como las de ella. Este lugar es un
deposito de cosas que no dejo ver antes las cámaras y aunque Azul me ánimo
a limpiarlo un poco, a veces se me van las ganas y dejo que todo vuelva a
ensuciarse.
Si todavía estuviera aquí, sería una decepción para ella.

Me olvido de todo un rato y llevo de nuevo mis pensamientos a


Isaac. Un sonoro suspiro sale de mi boca cuando el estilista termina y
procede a poner las extensiones. Tengo que escapar y espero que él pueda
finalizar este trabajo un poco antes de las tres de la tarde.

Horas después, un almuerzo que casi no toco llega a mis manos.


Aunque me emociona verlo, también me siento ansiosa por lo que podría
pasar si algo llegase a salir mal. El único pensamiento que me da seguridad
es cuando imagino yéndome lejos de todo y de todos. Tal vez debería decirle
que no puedo ir, pero estaría siendo una egoísta con la otra parte de mi
cabeza que sí lo quiere.

Así es todo esto, así siempre es mi cabeza. Una mente con una
enfermedad que presiento no va a abandonarme nunca.

Para mí, la depresión es como una tormenta en mar abierto, hay


momentos en los que el cielo nublado y en furia se abre para dejar pasar un
rayo de luz, pero eso no significa que la tempestad haya terminado... Tengo
mis rayos de luz, mis momentos de felicidad, pero... ella sigue ahí... sigue
nublada y llena de furia... y sé que pronto no se irá.

Esa presión en el pecho y esas ganas de llorar en cualquier momento


sin tener una razón siempre atacan de la nada y debo respirar profundamente
para intentar verme normal. La abstinencia no ha sido sencilla, aún sus
efectos secundarios me estremecen de vez en cuando, pero lucho con ello, o
al menos lo intento.

—Listo —anuncia el estilista —. Ahora tienes una larga y dorada


cabellera. A las seis nos vemos de nuevo para maquillaje.

—Gracias —le digo al hombre delgado con cabello color blanco.

—Vamos con la prueba de sonido —dice otro hombre con una


diadema con micrófono sobre su cabeza.

Dejo el tazón de cartón con más la mitad del almuerzo en él a un


lado. Tomo mi celular antes de quitarme la bata y caminar hacia el escenario.
Es un poco más del medio día y el sol que entra por las pocas ventanas está
en todo su esplendor.

El día se me está haciendo eterno y apenas he vivido la mitad de él.


Las personas del equipo de sonido me entregan un audífono y un micrófono.
La banda de Matthew se ha ubicado en la parte trasera. También están
haciendo su prueba. El bajo y la batería se escuchan con fuerza por todo el
enorme teatro.

Dejo de mirar cuando se da cuenta de mi presencia. Voy hasta donde


está ubicada la equis que marca mi nombre.

—¿Ya se te pasó el malgenio de esta mañana? —pregunta.

—No es malgenio, Matthew, son ganas de tenerte muy lejos —sonrío


porque sé que hay personas pendientes a mi alrededor de cada movimiento
que doy.

—Déjame solucionar todo —dice —. Dame una segunda


oportunidad, Chelsea. Lo haré bien esta vez.

—¿Una segunda oportunidad? —chasqueo la lengua y él asiente


feliz. El café de sus ojos me trae recuerdos de todas las mañanas que
despertábamos juntos y eran lo primero que veía. Es increíble como todo ha
cambiado desde ese último momento hasta hoy —. Creo que esa segunda
oportunidad te la di el año pasado, Matthew. No perdamos más el tiempo.
Quiero estar bien y si de verdad en algún momento me quisiste, te pido por
favor que nos mantengamos en la línea de lo profesional.

Niega con la cabeza divertido.

—¿Por qué de repente hablas como si tuvieras 30 años? ¿A dónde


fue todo eso que siempre has dicho sentir por mí? ¿Qué mierda te pasó?

—Tres putos infartos. Eso me pasó.

—Chelsea... Siempre hemos sido tú y yo, contra todo y contra todos.


Voy a cuidarte mejor —intenta tomar mi mano, pero lo esquivo.
—Iniciemos con beautiful tragedy. Estoy dudando de mis notas altas
—le digo a uno los hombres que se encuentra abajo esperando indicaciones.
Asiente con la cabeza y se los comunica al resto del equipo por un pequeño
walkie talkie.

Trato de ignorar a Matthew, pero su mirada es persistente.

—Hablaremos después —lo miro —. Hay que trabajar. Enfócate.

Me dejo llevar por la música. Mi voz reemplaza todo el silencio que


antes había en el lugar. Las personas que iban y venían se detienen para
mirarme. Escuchan atentos cada nota alta que sale de mi garganta y por un
segundo me voy a un lugar donde nada existe, un lugar donde solo vivo yo y
mi música.

Han sido meses y meses de ensayos para poder estar aquí


presentando un concierto más. Esto es lo que amo hacer y sé que debo luchar
y defender mi sueño, pero antes debo aprender a defenderme.

El sonido se ajusta, los bailarines y yo repasamos brevemente las


coreografías y las ubicaciones sobre el escenario. El pequeño ensayo termina
y miro el reloj en mi muñeca. Tengo que irme y debo hacerlo pronto. Voy
hacia la parte trasera de nuevo. Trato de encontrar a Alicia para inventarle
alguna mierda, como que me llegó la menstruación o que tengo diarrea y
debo ir a cambiarme al hotel. Mi plan es buscar alguna excusa para regresar,
tomar el auto de Isaac y llegar hasta él.

Solo hay un problema. Dejé mi licencia en Londres.

—¿Y ahora qué te pasa? —Sam vuelve a aparecer —. Hace unas


horas reías y ahora parece que estás a punto de desmayarte.

—Dejé mi licencia de conducir en Londres —susurro y golpeo mi


frente.

¿Cómo se me va a olvidar algo tan importante como eso? Soy una


idiota.
—Es algo muy importante. Deberías cargarla siempre. Yo nunca
salgo sin ella porque tengo que cuidar mi imagen por si llegan a detenerme y
más aún en una ciudad como esta donde los policías están en cada esquina.

Llevo mis ojos hasta ella y la miro como si fuese el mejor milagro
del mundo. La tomo del brazo y la acerco a mí. Debió irse cuando le dije,
pero ahora no tengo otra opción.

—Necesito que me hagas un favor de boca muda y ojos ciegos —


susurro mientras repito lo que ella siempre me decía antes de pedirme una
locura.

Sus ojos se abren de manera exorbitante.

—¿A quien hay que matar? —sonríe.

—A nadie —miro a ambos lados del pasillo y la jalo para que camine
conmigo —. Tengo que volver al hotel.

—¿Para qué? Tengo entendido que aquí tienes todo —dice


confundida.

—Debo... —Me debato en si contarle o no —. Debo verme con


alguien.

—¿Con quién? —se detiene —. Te ayudaré en lo que sea, pero tienes


que contármelo todo.

Blanqueo mis ojos y suspiro cansada. Estoy desesperada y no tengo


otra opción. Si le pido ayuda a Daniel, sería despedido.

—Es un amigo... —digo. La mirada que me da es demasiado


acusatoria —. Realmente es un amigo. Me gusta y me ha invitado a verlo
jugar. El partido empieza dentro de una hora y realmente quiero ir —suplico
a través de mis ojos —. No tengo licencia y si me detienen podría joder el
concierto de hoy.

—¿Cómo piensas regresar? El tráfico siempre es un caos después de


un partido.
—Por eso quiero ir temprano, para regresar antes de que termine.

Se cruza de brazos y lo sopesa durante algunos segundos.

—No sabía que te gustaba tanto el béisbol —alza una ceja.

—Me gusta un hombre que lo juega.

—¿Estrellas Rojas o Águilas de Chicago?

—¿Importa? —retomamos la caminata hacia la parte de los


parqueaderos —. Espera, antes tengo que inventar una excusa.

—Primero, no voy a llevar a mi sobrina a ver a un equipo perdedor y


segundo, es mejor pedir perdón que pedir permiso. Vamos —su mano toma
la mía y nos echamos a correr hacia afuera. Tomo de un perchero un tipo de
tela para cubrir mi cabeza —. Respóndeme.

—Estrellas Rojas.

—¡Eso es! —ríe y seguimos corriendo como unas malditas locas


hasta llegar a su auto.

Agradezco que se haya estacionado en los parqueaderos subterráneos


porque así nadie podrá vernos.

—¿No podemos ir directo al estadio? —pregunta mientras enciende


el auto. Yo me pongo el cinturón.

—No, Isaac me dejó un auto que tiene las placas registradas y puede
entrar sin problema al lugar. Además, ahí tengo mi camiseta.

—¿Isaac? —cuestiona. Se adentra al tráfico de Chicago. El hotel no


está tan lejos de aquí.

—Ajá.

—¿Isaac Statham?

—Sí.
—Wow. Estás bateando en las grandes ligas —ríe —. Ese hombre ha
sido de los solteros más cotizados desde que su esposa murió.

Sus palabras me dejan helada.

—¿Qué?

—¿Ah? —me mira por un segundo y vuelvo mi vista al frente —.


Espera, ¿no lo sabías?

—No. Nunca me lo dijo o... Tal vez... Tal vez tú lo estés


confundiendo con alguien más —tartamudeo.

—No, Chels. Salió en todas las noticias deportivas... ¿Acaso vives en


una cueva?

—No tengo mucho tiempo para ver televisión y mucho menos


deportes.

Ahora caigo en cuenta de todo. Por eso no quería que lo buscara en


internet. Eso era lo que tenía que contarme. No sé como sentirme al respecto.
No soy quien para enojarme con él, también he guardado para mí algunas
cosas dolorosas, pero mi corazón se rompe porque si alguna vez planeaba
llegar más allá de solo querer su físico, será un camino lleno de fantasmas,
de uno en especial con el que no podría competir.

—Lo siento, baby. Tal vez no quería asustarte o que tuvieras una idea
errónea de que aún lo supera. ¿Cuánto llevan saliendo? —pregunta.

—Nada, no llevamos una mierda —repaso mis manos por la cara. La


ansiedad se ha instalado aún más fuerte en mi sistema. Quiero vomitar.

—Habla con él. No saques conclusiones apresuradas —su mano llega


hasta mi rodilla y la acaricia —. No te mortifiques por algo que ni ha pasado.
Te dio un auto para que lo fueras a ver y aunque hay hombres que podrían
comprar hasta la NASA con tal de poder follarte, hay otros que realmente
son sinceros y para descubrirlo hay que dar el beneficio de la duda.

—Tal vez solo quiera follar y ya —bufo —. Soy tan idiota.


Desde aquí escucho mis ilusiones cayendo en picada libre.

—Follar y ya también es increíble —dice —. ¡Ánimo, Chelsea Cox!


Los beisbolistas suelen rendir bastante —me zarandea.

Lleno mis pulmones de aire y tomo el celular de mi bolsillo. Le


escribo un mensaje a Statham diciéndole que voy en camino. Espero llegar
antes de que inicie el juego para hablar un poco con él.

Mi esperanza está siendo egoísta. Estoy esperando que su corazón


esté sin fantasmas, que no tenga pasado y que solo mire hacia un presente en
el que yo me encuentro.

CAPÍTULO 27
Chelsea

Siempre he pensado que todas las vidas están conectadas. Este


planeta no es más que un minúsculo espacio en el universo y a diferencia de
toda la infinita extensión que lo conforma, nosotros aquí estamos tan juntos,
tan unidos a los otros que la simple acción de alguien puede desencadenar
una serie de eventos que repercuten más vidas, como, por ejemplo, la vida de
un señor que estaba hablando por teléfono mientras conducía, al cual le
dieron la noticia de que alguien decidió al fin contratarlo y fue tanta su
emoción que acabó de chocando el auto de mi tía.
Y esto pasó porque alguien renunció a ese trabajo o tal vez lo
despidieron para que esto pasara y si fue lo último tal vez sea porque decidió,
tal vez, ir a vivir a otra ciudad porque, tal vez, tuviera una relación a
distancia y su pareja le pidió vivir juntos. Me apego a los «tal vez» porque
tal vez la vida está indicándome que no debo ir a ese juego. Todo se conectó
para que esto pasara y ahora tengo más miedo.

—¡No tengo tiempo para esperar a ningún policía! Fue su culpa —


Sam le grita al hombre. Está afuera tratando de llegar a un acuerdo para
poder irnos rápido.

Hemos ido al hotel y hemos tomado el auto de Isaac. Va a matarme


cuando se entere de que nos chocamos. O bueno, nos chocaron. Para este
momento me he comido todas mis uñas, a la mierda se fue la trabajada
manicura que me habían realizado el día de ayer.

—¡No me grite, señor! Usted no sabe con quien está hablando y no


querrá enterarse... —sigue dando alaridos —. Mire, lárguese y no me pague
nada, pero déjeme ir... ¡Pero si fue su maldita culpa!

La puerta se abre y su rostro se asoma.

—¿Tienes algunos dólares ahí? —pregunta.

—¿Cuánto? —ladeo mi cabeza.

Desaparece para enfrentarse de nuevo al señor y en dos segundos


vuelve.

—Doscientos —dice.

Blanqueo mis ojos. Pensé que sería más. Tomo mi celular y le quito
el forro protector. Retiro dos billetes de cien dólares y se los tiendo.

—Tú pagarás el arreglo —le informo.


—¡No fue mi puta culpa! —Azota la puerta del auto.

Acomodo mi celular y miro la hora. En media hora iniciará el


partido. Estábamos tan cerca de llegar... Estoy temblando y mucho. No me
gusta ser impuntual, me da demasiada ansiedad. Siento que la persona que
está al otro lado esperándome me va a detestar.

Samantha ingresa de nuevo al auto y lo pone en marcha. Agradezco


no haber estado en una vía principal. Ahí las cosas hubiesen sido más
jodidas.

—Cuéntame que tal es en la cama —habla con diversión.

No podría decirle como es en la cama, pero sí en el London Eye.

—No hemos tenido sexo, sexo —respondo.

—¿Cómo así?

La miro intentando que caiga en cuenta al ver mi expresión.

—¿La distancia? ¿El látex? ¿Sus trabajos? ¿El haberte internado? —


sacude su cabeza —. Son muchos factores, no me pongas a adivinar.

—Son todos esos factores —me encojo en el asiento.

De repente acelera y mi cuerpo se pega aún más al espaldar.

—¡Tienes que llegar a tiempo! —exclama como una maldita loca


moviéndose entre los autos.

—¡Baja la velocidad! Quiero llegar al menos viva —la miro mal.

—Vamos a llegar vivas y a tiempo.

—Van a detenernos.
—Solo son dos cuadras más.

Sigue zigzagueando hasta que ocurre lo que más temía. Las sirenas
se escuchan detrás de nosotras.

—Oh, no —maldice, pero no se detiene.

El parqueadero privado de la parte trasera del estadio está a pocos


metros. Sam sigue acelerando y mi corazón quiere desbocarse porque el auto
de la policía también lo hace.

No debí pedirle ayuda a esta mujer, está demente.

—Apenas entre vas a salir corriendo del auto —me indica —. Yo me


las arreglaré.

Gracias a la vida no hay ni un auto en la fila y las pequeñas puertas


de metal se abren automáticamente cuando reconocen las placas, espero que
esté lo suficientemente adentro del subterráneo para que los policías no me
vean bajar. Se detiene cerca de una puerta y entro por ella.

Cierro detrás de mí y me permito respirar. Hago nota mental de


llamarla después.

Isaac va a odiarme. Estrellamos su auto y tal vez se lo retengan o le


pongan una multa enorme. Qué vergüenza.

Camino hasta encontrarme con una portería, más bien, una recepción
llena de cuadros y cosas alusivas al equipo de la ciudad. El logo contiene un
águila y un fondo azul. La mujer sentada detrás del mostrador me mira con
curiosidad.

—¿Puedo ayudarla? —ladea la cabeza —. Su rostro se me hace


conocido... Usted es...

—Chelsea Cox —termino por ella —. Estoy buscando a Isaac


Statham —pronunciar su nombre suena casi irreal —. Le pido discreción,
por favor.
Casi le ruego con mi expresión que no diga nada sobre mi identidad a
nadie más. Asiente con su cabeza y levanta el teléfono para llevarlo hasta su
oreja. Volteo mi rostro y me topo con mi reflejo en el espejo. Mis rizos han
sido reducidos a unas ondas largas que caen hasta la mitad de mi espalda. El
rubio es demasiado llamativo y me reconocerán a simple vista, debí bajar el
pedazo de tela del auto para taparme, pero la persecución policiaca hizo que
se me olvidara.

—¿Dónde está la tienda de artículos deportivos? —pregunto en el


momento que cuelga el teléfono.

—Solo venden artículos del equipo local y no voy a permitir que


lleves puesto algo del rival —su voz me hace girar de inmediato y sin
pensarlo corro hasta a él para abrazarlo.

La respuesta de su abrazo calma todo tipo de emoción perjudicial que


estaba sintiendo. Los nervios y la ansiedad que tenían se van, y puedo
disfrutar de una extraña calma durante unos segundos. Sus enormes brazos
cubren toda mi cintura y su peculiar olor me recuerda a lo que se siente el
volver a visitar un lugar que gustó muchísimo.

—A mi también me alegra que estés aquí —dice sin yo siquiera


haberle dicho nada y gracias a esto decido profundizar aún más el abrazo.
Dejo mi cara sobre su pecho y me alimento de los latidos de su corazón.

—No puedo dejar que nadie me vea aquí. Debe haber muchas
cámaras y periodistas en todo lado —digo echando hacia atrás mi cabeza.

—Te conseguiré una gorra que vaya con tu camiseta, que, por cierto,
se te ve increíble. Estás hermosa —susurra contra mi boca antes de besarme
con delicadeza.

Doy un paso hacia atrás para verlo en su uniforme. Jamás me habían


llamado la atención los deportistas, pero el alto y fuerte beisbolista que tengo
en frente es la excepción a todo.
—Deja de comerme con la mirada o llamaré a seguridad. No me
gustan las fans acosadoras —bromea. Golpeo su torso intentando solo
hacerle un poco de daño, pero es mi mano quien termina adolorida.
—Vamos, te mostraré el lugar donde podrás verme sin
preocupaciones.

Toma mi mano para guiarme entre pasillos y escaleras. Los gritos de


las personas en el estadio se escuchan en la lejanía. Algo de música los
acompaña y desde aquí puedo sentir la euforia de muchos por el juego.

Me parece demasiado increíble estar aquí y el sentimiento se


intensifica cuando Isaac abre una puerta y al entrar hay un gran ventanal que
me deja apreciar todo el campo de juego y las tribunas repletas de personas.
Hay más gente vestida de azul, que de rojo, y eso es porque el equipo de
Isaac está de visitante.

—¿Estás nervioso? —pregunto sin mirarlo. Toda mi atención está en


la multitud.

Resopla.

—Dentro de unas horas tú estarás frente a muchísimas más


personas... ¿Y me preguntas a mí si estoy nervioso? —ríe —. Si estuviera
nervioso, lo estaría por ti. ¿Estás nerviosa tú?

—Siempre lo estoy un poco —me giro para mirarlo y cuando


recuerdo lo que me contó Samantha, el estómago vuelve a revolvérseme.

—No tendrías que estarlo —se acerca para mover un mechón de mi


cabello hasta detrás de mi oreja —. Se nota que esto es tu pasión y el trabajo
hecho con pasión siempre es éxito seguro.

—¿Este deporte es tu pasión?

Sus ojos verdes se me quedan mirando por algunos segundos, su


mirada es tan avasallante que termino sintiéndome desnuda ante él sin
quitarme una sola prenda. Sé que pronto tiene que irse, pero mi lengua está
picando por preguntarle lo de su esposa...

—Mírame jugar y tendrás la respuesta —dice.

Decido dejar mis preguntas para después.


—Más te vale ganar —me alejo un poco para ir a sentarme —. No
me gusta salir con perdedores —río y cuando estoy por caer en la silla, él me
jala para atraerme contra su cuerpo. Se inclina levemente haciendo que su
nariz roce la mía.

—Tú harás algo más que solo salir conmigo, Chelsea Cox —su voz
sale en un susurro grave y seguido sus labios me regalan un beso que desde
el momento cero deseo que se acabe nunca. Son tan cálidos y suaves que
disfruto con lentitud de su sabor a menta. Llevo mis manos hasta su rostro y
lo retengo.

En medio de este beso le entrego todo lo que soy y lo que quisiera ser
para él. Estoy perdida, estoy jodida, estoy...

Estoy enamorada de Isaac Statham.

Me separo y lo miro. Una sonrisa se graba en su rostro y no lo tolero,


vuelvo a besarlo con aún más fuerza. Me pego completamente a su cuerpo y
sin pedírselo, sus manos me levantan permitiendo que pueda envolver mis
piernas alrededor de su cintura.

Deseo tanto su toque que las caricias que empieza a impartir sobre
mis glúteos me queman y me llevan a querer mucho más de él. Mis manos se
mueven de su cabello a su cuello y de ahí paso a sus fuertes hombros. Sus
músculos se sienten tan duros que tengo que usar más fuerza de lo normal
para poder clavar mis dedos en él.

—Me encantaría follarte aquí... —dice agitado —. Pero tengo que ir


a hacer un par de home runs.

—Te dejaré ir si me dedicas uno.

—Todo el juego irá dedicado a ti, reina.

El apodo llena mi estómago de algo que no reconozco y sé que he


sonreído como una idiota. Le doy otro beso más para evitar que note mi
estado de estupidez y con todas las fuerzas de mi voluntad, me separo de él.
Me deja sobre la silla y seguido paso a acomodar mi cabello.
—No salgas de aquí. Enviaré a alguien para que te consiga una gorra
y un par de snacks. Disfruta el juego —deja un beso sobre mi cabeza y justo
cuando abre la puerta, se detiene —. Si quieres irte antes, llama a mi celular,
alguien vendrá a escoltarte, pero si deseas puedes esperarme y yo te llevaré
personalmente hasta el teatro.

Asiento sonriendo. Me guiña un ojo y sale de la pequeña habitación.


Tomo una profunda respiración e intento calmarme.

Todo va a salir bien.

Isaac
Tenerla en el mismo recinto en el que estoy a punto de salir a jugar
me tiene más motivado que nunca. Si antes no había posibilidad de que
perdiera, ahora debo volverlo algo imposible. No puedo evitar sentirme un
poco nervioso, ella está viendo cada movimiento que haga y espero que se
quede hasta el final.

Alzo mi vista hacia las ventanas de las habitaciones VIP. Obtenerla


me costó casi el triple de las rosas, pero está segura y nadie sabrá de su
presencia aquí.

—¿Todo bien? —Dylan palmea mi espalda y comienzo el


calentamiento a su lado.

—Todo bien.

El resto del equipo se une para estirar y correr en nuestros mismos


lugares. Ojalá pudiera verla. Ojalá estuviera aquí en la primera fila de la
gradería. Podría sonreírle cada que termine una carrera o lance una bola, pero
me conformo con que sé que me está mirando.

El juego inicia. El equipo local inicia defendiendo como es regla, yo


seré el lanzador y mi tarea es ponchar a cuantos bateadores pueda. Los
Estrellas Rojas iniciaremos la ofensiva, habrá nueve de nosotros repartidos
por todo el diamante. Detrás de mí estarán los de primera, segunda y tercera
base, los jardineros de izquierda, derecha y centro, y los shortstop. Detrás del
bateador está el cátcher en la punta del diamante, un pequeño cuadro llamado
home, el bateador se encargará de atrapar las bolas que él no logre golpear.

Pongo mi casco sobre mi cabeza y camino hasta la mitad del campo.


Me alisto para lanzar y cuando el pitido me lo indica, lo hago con mucha
fuerza. El bateador falla y logra el primer strike, pero al segundo
lanzamiento logra conectarla con su bate y la bola sale disparada por todo el
terreno.

Los jardineros toman carrera para atrapar la bola y uno de ellos lo


hace mucho antes de que el bateador llegara siquiera a primera base. El
tiempo sigue corriendo, yo sigo lanzando y nuestro equipo logra sacar al
bateador y así los papeles se invierten y los Estrellas Rojas pasan a la
defensiva.

El primer bateador vestido de rojo sale y toma posición en la casilla


home. Logra varias carreras, pero no obtiene ningún home run.

El partido continúa en un ir y venir de defensivas y ofensivas. Va una


hora y media del juego que consta de nueve entradas y vamos por la octava.
Los Estrellas Rojas van ganando y la decepción de los locales es bastante
notoria, tanto como en sus jugadores, como en sus fanáticos.

—¡Máquina! Sigues tú —ordena el entrenador.

Inesperadamente, Chelsea vuelve a mis pensamientos. Espero que


aún no se haya ido. La adrenalina se siente aún más en mi cuerpo al pensar
sus ojos sobre mí. No sé porque me siento diferente esta vez. Leane venía a
verme a la mayoría de mis partidos, pero no se siente igual, es diferente. Y
aunque no quiera deshonrar su memoria, podría jurar que nunca me había
sentido tan emocionado porque alguien me viera en acción.

Me ubico en la casilla con el bate en mis manos. Golpeo un poco el


piso y me balanceo antes de que se de el pitido. Me pongo en posición y trato
de concentrarme, pero mis pensamientos están ganándome.
Hay una parte que quiere hacerme sentir culpable por empezar a
fijarme en otra mujer, pero esa parte es la parte que va ligada a lo que los
demás podrían decir. En cambio, en el fondo siento que Chelsea es una
maravilla natural que ha aparecido en mi vida para que la aprecie como tal.
No hemos hecho planes, pero nada pierdo con soñar.

El lanzador se alista para enviar la bola con bastante fuerza en mi


dirección. Tengo que sacarla del estadio si quiero que esto termine rápido y
pueda ir a verme con Chelsea de nuevo antes de que se marche hacia su
concierto.

Mi visión capta el objeto redondo y todo empieza a correr en cámara


lenta. Me balanceo con fuerza y golpeo la bola haciendo que vuele lejos. No
alcanzo a ver si ha salido del campo porque corro con rapidez repasando
todas las bases y cuando llego al fin a home. Veo en el tablero que se ha
marcado un home run.

La fanaticada roja grita con emoción y se da por terminado el partido.


Agradezco en el fondo que mi equipo se haya esforzado para poder avanzar
rápido, ya que algunos suelen durar hasta más de tres horas.

Miro hacia la cabina, y aunque pase por ridículo, llevo mi mano hasta
mis labios y lanzo el beso como si de una bola de béisbol se tratara.

Espero que aún estés ahí, Chelsea Cox.

Escapo de todos para ir corriendo hacia ella, pero alguien me


intercepta.

—¡Máquina! —la voz de Daisuke hace que me detenga —. ¿Qué fue


ese beso que lanzaste? —ríe.

—Tengo que irme —digo apurado y trato de marcharme.

—¡Espera! —corre y me toma del brazo. Su rostro se ha


transformado en preocupación —. Eso fue un beso y jamás te he visto hacer
eso... Ni siquiera con Leane.
—Realmente tengo que irme, Daisuke —miro el agarre que ejerce
sobre mi brazo para que me suelte.

—¿A dónde tienes que irte, Isaac? —me suelta y se cruza de brazos
—. Creo que deberías estar llamando a Chloe.

La miro extrañado.

—Creo que deberías mantenerte al margen de lo que hago y dejo de


hacer.

—Me estás entiendo mal... —su rostro se transforma en algo más


dulce, pero que se nota falso —. ¿Quién es, Isaac?

—Tengo que irme —repito y esta vez sigo corriendo sin mirar atrás.

Subo escaleras dentro del recinto hasta llegar donde ella y al


momento de abrir la puerta me topo con su pequeña y delgada anatomía.

—Me esperaste —suelto agitado.

—Sí —sonríe —, pero no puedo hacerlo más. Mi celular está por


colapsar de tantas llamadas y tengo que irme ya.

—Te llevo —intento tomar su mano, pero me esquiva. La miro


curioso —. ¿Qué?

—Quiero un beso real, el vidrio no dejó que el otro pasara —ríe.

Estoy sudado hasta la mierda, pero me da igual porque sé que los


momentos como este no se pueden desaprovechar.

Me clavo en su boca y esta vez la beso sin nada de delicadeza. Tengo


la adrenalina aún corriendo por mis venas y tenerla aquí solo para mí, solo
causa que aumente descomunalmente. No quiero separarme de ella, pero sé
que debe marcharse.

Sus manos se adentran dentro de la camiseta que antes he zafado,


permitiéndome sentir sus dedos contra la húmeda piel de mis abdominales.
El simple toque hace que mi miembro tome algo de vida y no puedo evitar
pegarme a su cuerpo para que me sienta. Ambos queremos esto como si de
respirar se tratara. Me adueño de sus glúteos y la levanto nuevamente.

Quiero follarla y quiero hacerlo pronto. Pero no será aquí. Quiero y


voy a tratarla como nunca lo han hecho, y para eso necesito tiempo, un mejor
espacio. Quiero sorprenderla, pero también hacerla sufrir un poco hasta que
me pide con detalles qué es lo que exactamente desea que le haga y lo haré.
Chelsea podría pedir la locura más descabellada y lo haré.

Así de imbécil me trae.

—Tengo que irme, vaquero —susurra contra mi boca.

—Desgraciadamente sí, pero iré de nuevo por ti —le devuelvo un


rápido beso y la dejo en el suelo.

Caminamos tomados de la mano hasta el lugar donde nos


encontramos. Tiene una gorra sobre su cabello y va avanzando con la cabeza
gacha, escondida detrás de mi espalda. Algún día la tendré a mi lado en la
cancha y podré dedicarle mis mierdas frente a todo el mundo.

Llegamos al parqueadero y busco el auto que le di entre todos los que


hay estacionados aquí.

—Isaac... Hubo un problema —dice.

—¿Cuál?

—Mi tía fue quien me trajo y se llevó tu auto, luego de chocarlo y


que la persiguiera la policía por pasarse el limite de velocidad.

—Van a multarme —concluyo.

—Te lo pagaré —dice angustiada.

—No —me burlo —. Si todo eso que pasó hizo que estuvieras hoy
aquí, no importa cuanto haya costado. No te preocupes —levanto su mano
que tengo entre la mía y la beso —. Iremos en el de un amigo.
Busco el auto de Dylan. Lo desbloqueo con un código en el pequeño
tablero cerca de la manija y busco las llaves en el interior. Salgo para abrirle
la puerta a Chelsea. Ella entra y vuelvo al asiento del piloto para salir por la
parte trasera y buscar un camino sin tanto tráfico.

—Voy a llamar a uno de mis guardaespaldas para que me ayude a


volver a ingresar —dice mientras busca su contacto en su teléfono.

Tomo la mano que tiene libre y las dejo sobre su muslo. Me mira
divertida llevándose el celular hasta la oreja.

—¿Qué? —pregunto fingiendo inocencia.

—Nada —susurra —. Hey, Daniel... Sí... Lo siento, lo sé. Ya voy


para allá... Claro. Ajá. No importa. ¿Dónde puedo reunirme contigo y hacer
como si nada hubiera pasado...? No te preocupes, no voy a permitirlo...
Entiendo, okay. Gracias, ya nos vemos.

—¿Todo bien?

—Sí —sonríe —. Todo excelente.

Trato de cortar tramos y en cada semáforo, quito mi cinturón para


aventarme a aprovechar el tiempo que nos queda juntos. La beso al punto de
sentirme un necesitado de ella y cuando volvemos a estar en movimiento, la
veo por el rabillo del ojo mirarme y morder sus uñas.

—¿Estás ansiosa?

—Muchísimo.

—Recuerda respirar. No quiero que sufras un ataque. Piensa en que


pronto vas a estar en un escenario haciendo lo que amas —intento calmarla.

—¿Vas a verme?

—Lamento decirte que no compré entradas —tuerzo mi boca.

—No, no, no —agita su cabeza haciendo que sus ondas doradas se


muevan con ella. Me gusta como se ve con el cabello largo, aunque corto
también. Me gusta de cualquier manera —. Tal vez sea arriesgado, pero
puedo conseguirte un pase VIP.

—Aunque me encantaría, se me hace imposible. Tengo que volver


porque mi entrenador puede matarme si no lo hago. Además, yo ya te he
visto en acción cantando canciones que realmente te gustan porque quieres y
no por otro motivo.

Logro hacerla sonreír.

—Eso es cierto —ladea su cabeza —. ¿Es en serio lo que dices de


pasar por mí sin importar la hora?

—Mi entrenador podría matarme si no duermo bien hoy, pero tú ya


hiciste tu sacrificio por mí y ahora me toca a mí. Estaré todo el tiempo
pendiente de mi celular, reina. No te preocupes por eso.

Me mira tan profundo que si no fuera porque estuviese conduciendo


me perdería en el miel de sus enormes ojos. Mirarla es todo un placer.

El viaje termina y debo despedirme de ella. La atraigo hasta mi


regazo y me tomo un minuto para disfrutarla antes de que se vaya.

—No sabes lo mucho que ansío verte después del concierto —


susurra contra mi boca.

—Estamos en la misma página, Chels —le doy un beso casto y la


ayudo a volver al asiento.

—Te veo más tarde, vaquero —se despide con su mano al salir del
auto.

—Contaré los minutos.

Chelsea
Corro hasta la camioneta donde sé que se encuentra Daniel. Ingreso a
los asientos traseros y él acelera a toda velocidad al interior del parqueadero
del enorme teatro.

—No sabía que le gustaba el béisbol.

—¿Ah? —caigo en cuenta de mi vestuario —. Oh, mierda.

Me quito ambas prendas y las dejo a un lado. Daniel no hace más


preguntas y lo agradezco. Mis nerviosa han bajado, pues sé que con
seguridad me espera una odisea detrás del escenario.

Busco el número de Sam en mi registro e intento marcarle, pero no


contesta. Mierda, espero que esté bien.

Daniel me escolta hasta donde la gente está reunida esperándome.

—¿Dónde estabas? —pregunta Alicia tan pronto como pongo un pie


dentro del backstage.

—Necesitaba aire y Samantha me llevó a tomarlo —digo sentándome


frente al tocador. El estilista no espera ninguna orden y le indica todo el
equipo que empiezan a trabajar en mí.

Intento ignorar a Alicia, pero su mirada es perturbadora. No entiendo


por qué si me odia sigue trabajando para mí. No veo a Amanda por ningún
lado y eso me pone un poco mejor.

He decido desde este momento no dejar que nada ni nadie arruine mi


día.

Un par de horas después, siendo más exactos a las ocho en punto.


Estoy vestida, peinada, maquillada y lista para hacer mi gran aparición,
después de que Matthew y su banda bajasen del escenario.

—¡Todos a escena! —grita el director.

El castaño me mira con recelo, pero lo ignoro.

—¡Que comience el show! —grito con emoción a los bailarines que


se hayan detrás de mí.
Soy excelente en lo que hago, en la manera que dirijo y doy vida a un
enorme espectáculo. No por nada soy quien soy. He trabajado fuerte por esto
y planeo seguir haciéndolo. La adrenalina que se siente en mis venas en cada
paso que doy para revelarme ante el público es algo de otro mundo, algo de
mi mundo y no quiero perderlo.

Refuerzo el agarre del micrófono en mi mano y camino hasta el


centro del lugar, donde un reflector me dispara una brillante luz y la música
se detiene para recibirme.

—¡Buenas noches, Chicago! —suelto con una afinada tonalidad. Las


personas responden a gritos.

Las luces se apagan y otras más se encienden aleatoriamente mientras


son acompañadas por música. Los bailarines aparecen en escena y vuelvo a
ser iluminada. Luzco un body rojo brillante y unas botas largas del mismo
color. Mi cabello baila con el aire de los ventiladores que han sido ubicados
en el borde del escenario. Los gritos vuelven a escucharse y sonrío.

Esto es lo mío, esta es mi pasión.

Una intro modificada de una canción hecha exclusivamente para la


gira suena y me preparo para entrar con mi voz y una vez mis cuerdas
vocales se activan, entro en una enorme burbuja donde solo estoy yo, mi
música y mi público.

Bailo, canto, danzo, salto acorde a las coreografías. No sé cuanto


tiempo pasa, pero lo calculo a las 10 canciones que debía interpretar como
que es hora de cerrar.

—¡Fue un placer, Chicago! —digo con emoción —. ¡Gracias, los


amo!

Luces y más música vuelven a sonar indicando que es momento de


salir del escenario. Corro hacia el backstage con bastante prisa en busca de
mi celular. Lo he dejado escondido.

Cuando llego lo tomo en mis manos y envío el mensaje.

—Quiero irme al hotel ya —le pido a Daniel mientras tomo un


abrigo largo del perchero y me lo pongo para cubrir mi cuerpo.

—No veo porque no —sonríe y me señala la salida.

—¿A dónde vas? —Matthew me intercepta.

—A dormir, estoy cansada —intento pasar por su lado, pero su mano


me agarra con fuerza. Daniel lo empuja.

—Sin contacto —pide.

El músico alza las manos en son de una paz que no profesa y me mira
de nuevo.

—Solo venía a invitarte a celebrar.

—Estoy cansada, Matthew —le repito.

—Podemos celebrar en mi habitación, no es una fiesta, ni nada por el


estilo —dice.

—Gracias, pero no. Quiero darme una ducha y dormir —sonrío


falsamente y paso por su lado. No pienso perder más tiempo con él.

Daniel logra quitármelo de encima y juntos avanzamos por todo el


pasillo. No me molesto el quitarme el traje, ya lo haré después. Como dije,
no pienso perder más tiempo.

Isaac devuelve el mensaje y me avisa que estará pronto ahí, en el


lugar en el que nos vimos esta mañana. Vuelvo a estar ansiosa a medida que
vamos llegando. Alicia y Amanda no han dejado de llamarme, pero espero
que entiendan pronto que no quiero hablar con nadie.

Minutos después, Daniel estaciona y frente a nosotros las luces de un


auto se encienden.
Es él.

No puedo creer que esté pasando.

—Voy a irme —le digo a mi guardaespaldas.

—¿Estará segura?

—Muchísimo.

Asiente con la cabeza.

—Contácteme si necesita cualquier cosa.

—Lo haré —digo y bajo del auto.

Isaac sale del suyo para abrirme la puerta.

—Qué caballero.

—Un poco —se encoge de hombros.

—Todos lo son antes de follar.

—No lo discuto, pero voy a mostrarte que también lo soy después de


follar.

Río e ingreso al auto. Está completamente cambiado. Lleva una gorra


de béisbol hacia atrás y una camiseta blanca que se ciñe a sus brazos. No
puede verse mejor.

En cambio yo, a pesar del traje, huelo a sudor y creo que mi


maquillaje se ha corrido. Debí revisarme antes de bajar. Llevo mis manos
hasta el espejo que yace al frente sobre mi cabeza.

—Estás hermosa. Mi habitación de hotel tiene una enorme tina, pedí


que la llenaran para cuando llegaras. Así podrás bañarte y estar más cómoda
—dice y su mano se instala sobre mi muslo haciendo que mi piel sufra de
corrientes eléctricas.
—Gracias —bajo mis manos y entrelazo una con la de él.

—¿Qué tal el concierto?

—Increíble —sonrío.

—¿Si disfrutaste?

—Hay cosas que tengo que mejorar para hacerlo más, pero por el
momento, sí.

—Quisiera ofrecerte mi ayuda... pero no sabría como, mi ámbito está


muy lejos del tuyo —dice.

—No te preocupes. Creo que estas son cosas que debo de arreglar
sola.

—Lo sé, pero también debes ser consciente que tienes que cuidarte.
He pensado mucho en el tiempo que tal vez te hizo falta ahí adentro y...

—¿Te digo como sé que esto es lo que realmente me apasiona? —


cambio el tema para no tener que hablar de eso que falta —. Mira, siempre
que pienso en algo que quiero que pase, como una meta, y me visualizo ahí...
Mi corazón empieza a latir de una manera tan rápida que entre pulsos puedo
escuchar un leve: Sigue, lo vas a lograr —lo miro —. Esta es mi pasión Isaac
y si hay algo que puede mantenerme bien es la música.

Su agarre sobre mi mano se aprieta. Sonríe y lo hago de regreso


también. No voy a desperdiciar mi tiempo con él hablando de cosas que me
arrebatan la tranquilidad y espero que con eso que le dije, él lo haya
entendido.

Bajamos del auto y nos inmiscuimos directo al ascensor. Me ha


pasado su gorra y llevo oculto mi cabello y rostro bajo ella. Mi mirada solo
enfoca las puntas de mis botas largas y a veces me desvío hasta la unión de
nuestras manos. Sigue pareciéndome irreal.

Las puertas se abren y salimos hacia un pasillo completamente vacío.


Es casi media noche y no se divisa ni un alma. La expectación está haciendo
estragos en mi sistema, pero de algún modo no dejo de sentirme tranquila y
en calma a su lado.

Abre la puerta y me invita a entrar. Las luces están encendidas y


dejan ver toda el área de la habitación.

—No conocía este hotel —digo mientras escaneo el área —. Está


mucho mejor que donde me estoy quedando.

—No seas envidiosa.

Lo siento reír detrás de mí. Sus manos caen sobre mis hombros para
ayudarme a deshacerme del gabán.

—Chels.

—¿Mm? —me giro para verlo.

—Tú... Luces... Yo... Wow.

—¿Gracias? —me burlo.

—Tengo que quitarte eso. Es demasiado para mi sistema —me toma


de la mano y me conduce al baño.

—Voy a darte tu espacio. Te espero afuera —deposita un beso sobre


mis labios y sale del baño cerrando la puerta.

Agradezco que haya salido para poder tener cinco minutos de


soledad, de una soledad un tanto acompañada, donde puedo estar segura de
que al salir también tendré paz.

Me deshago de toda esta incomoda ropa y me introduzco en el agua.


Borrando todo rastro de mal olor y sudor. Lavo mi cara y retiro el maquillaje,
junto con las pestañas postizas. Las extensiones del cabello son trenzadas, así
que no habrá problema en que las moje y las lave como si fuera mi propio
cabello.

Me relajo solamente lo necesario y busco un nuevo cepillo de dientes


por algún lugar hasta que lo encuentro. Me doy un ultimo vistazo al espejo
antes de salir y respiro hondo.

Abro la puerta y me detengo a unos pies de la cama donde Isaac yace


acostado haciendo zapping frente al televisor, pero lo apaga apenas me ve.

—¿Quieres que te ayude a secarte? —pregunta en un tono de voz


grave.

Niego con la cabeza.

—Todo lo contrario.

Su sonrisa se ensancha cuando entiende lo que le pido y sus ojos


verdes se oscurecen.

—Ven. Muero por repetir lo de Londres.

Dejo caer la toalla y me subo a la cama. De rodillas quedo frente a él


y envuelvo mis brazos alrededor de sus hombros.

—No quiero esperar más para que me folles —beso las comisuras de
sus labios —. Te quiero ya, ahora.

Su boca se entreabre y aprovecho para morder uno de sus labios con


suavidad. Sus manos bajan por toda mi cintura hasta mis glúteos. La calidez
de sus palmas se siente contra mi helada piel. Quiero y necesito más de su
calor.

Sus labios y su lengua han empezado a jugar con la piel en mi cuello.


Su tacto sigue haciendo estragos en mis glúteos y han subido para apresar
mis senos.

—Eres un maldito sueño, Chels —susurra antes de llevarse uno de


mis pezones hasta su boca.

Echo mi cabeza hacia atrás para disfrutar de la sensación. Me siento


tan perdida en la inmensidad de su anatomía en comparación a la mía, pero
me encanta la diferencia, me encantan todas nuestras diferencias, porque,
casualmente, eso es lo que nos tiene aquí, tan unidos y con ganas de mucho
más.

Sus dedos trazan un lento camino por mi abdomen hasta llegar a mi


punto sensible que tanto lo ha necesitado. Solo me he tocado pensando en él
porque solo lo quiero él.

—No llevas ni dos minutos en mi cama y ya estás tan mojada... —


dice mientras sus dedos se hunden en mi cálida humedad. Debo sostenerme
de sus hombros para no caer hacia atrás.

—No tengo la culpa.

—¿De qué? —habla mientras succiona mi otro pezón. Jadeo.

—De que me encantes tanto...

La voz se me apaga y los gemidos la reemplazan cuando sus dedos


empiezan a entrar y salir de mi hendidura. Cierro mis ojos para disfrutar del
toque, pero los abro cuando me acuerdo de que lo que tengo en frente es algo
que no quiero perderme.

Me lanzo al atrevimiento y aparto sus manos. Voy a tomar el control,


porque siento que él va a querer darme una suavidad que no necesito. Sonrío
con vileza mientras paso su camiseta sobre su cabeza, deshaciéndome de
ella. Su torso es aún más perfecto que en las fotos.

Llevo mi boca de inmediato hasta la piel de su pecho. Acaricio cada


línea de división muscular que compone todo su abdomen. Es más increíble
de lo que imaginaba.

Lo empujo hacia atrás, haciendo que caiga de espaldas sobre la cama.


Ataco sus jeans y también los desaparezco. Necesito tenerlo en mi boca o
voy a enloquecer. Lo desnudo por completo mientras lo único que hace él es
mirarme serio y expectante.

No me pongo con antelaciones y llevo mi boca directo a su miembro


erecto. Paso mi lengua de arriba abajo para luego cubrirlo y moverme de una
manera que noto le encanta bastante.
—Chels... —jadea —. Mierda. Vas a matarme.

Sonidos guturales salen de mi garganta y sonrío cuando noto en su


cara todo el placer que le estoy generando. Me muevo sobre él y me pongo a
horjacadas.

—¿Condones? —pregunto.

—En el cajón. Nada de látex.

Río y voy por ellos. Rompo uno de los empaques y lo extiendo sobre
toda su larga longitud. Muero por sentirlo adentro.

Me ubico de nuevo. Sus manos se han apoderado de mis caderas y


las mías de su pecho, él posiciona su miembro sobre mi entrada y poco a
poco voy uniéndome a él. Su grosor me llena y eriza todo mi sistema. La
sensación me abruma y me obliga a cerrar los ojos.

Me inclino hacia adelante y comienzo un movimiento de caderas


lento sobre él mientras me adapto al tamaño. Sus labios me llaman a besarlos
y termino obedeciendo. Me muevo de arriba abajo sobre él. Estoy tan
extasiada que un orgasmo sería lo menos importante en este momento. Es tan
exquisito que podría repetir esto un millón de veces y nunca me cansaría.

—Me encantas —susurra contra mi boca.

—¿Sí? —Me muevo más rápido.

—Mierda —dice y me apresa entre sus brazos, y en una maniobra


ágil que aplica, termino bajo su cuerpo —. Chels... Necesito follarte duro...

Tomo su cara entre mis manos.

—Hazlo.

Su estocada me deja sin aliento. Se pelvis se acopla perfectamente a


la mía e inicia unas embestidas que me obligan a morderme el labio con
fuerza para no gritar del placer. Mis dedos vuelven a intentar clavarse sobre
sus hombros, pero renuncio a hacerlo y paso una de mis manos hasta mi
punto sensible. Quiero más, necesito más.

Isaac se percata de lo que estoy haciendo y palmea mi mano.

—No me quites ese privilegio —dice y se inclina hacia atrás.

Su mano llega hasta mi vulva y se enfoca en acariciar mi clítoris de


una manera rápida y exquisita. La vista que me ofrece es increíble, y me
envía cinco niveles más arriba para alcanzar un orgasmo. Cada musculo de
su cuerpo se contrae. El sudor ha empezado a hacerse presente sobre su piel
y no quiero parpadear para no perderme ni un solo detalle.

La habitación se llena de ruidos carnosos, húmedos y gemidos que se


producen en cada embestida. Este es el mejor lugar del mundo y por primera
vez en años logro disfrutar del mejor sexo que hace tiempo no tenía o que
quizás al comprarlo con esto nunca tuve. Isaac se empeña en llevarme al
cielo y volver a ponerme de pies sobre la tierra, pero cada que susurra cuanto
le gusto al oído siento que he caído al infierno de tanto calor que siento.

No lo quiero lejos, no lo quiero solo una vez, lo quiero de nuevo y


para mucho más.
CAPÍTULO 28
Chelsea

Todavía no ha amanecido. Tal vez debería estar durmiendo, pero


tengo miedo. Tengo miedo de cerrar los ojos y que al despertar esto solo
haya sido un simple sueño. No quiero perderme de nada, no quiero dejar de
mirarlo. Él es...

La serie de pensamientos que me arroja la mente al momento de


querer darle una definición a su presencia en mi vida me abruma.

Soy de las personas que quiere o ignora excesivamente, o lo entrego


todo, o no entrego nada, pero en una relación términos medios conmigo no
hay. Esto me preocupa porque lo último que quiero hacer con Isaac es dejarlo
en la ignorancia.

Sé que me entregué a él totalmente y sé que fue en el mismo


momento que me llamó hermosa en aquel baño. En ese instante solo lo sentí
y quise ignorarlo, pero sabía que esos ojos verdes de ese día que ahora yacen
cerrados frente a mí iban a cambiarlo todo.

—Por favor no te obsesiones conmigo —susurra con voz grave sin


mirarme.

—Tranquilo, no me obsesiono con nadie que ronque.

Sus ojos se abren.

—Yo no ronco.

—Ajá —me giro y trato de reprimir mi sonrisa.

Sus manos me toman de la cintura y me jalan hacia él.


—¿Qué haces despierta? —su voz se aplaca contra mi piel. Ha
empezado a dejar una hilera de besos en mi cuello haciendo que mis ojos se
cierren y me concentre más en las caricias que en lo que tengo que responder
—. Dime...

—Pensaba... —jadeo cuando sube hasta mi oreja y muerde el lóbulo


con delicadeza.

—Puedo adivinar en qué.

—¿En qué? —pregunto. Sus dedos están trazando círculos sobre mi


abdomen y no puedo concentrarme mucho en lo que dice.

—En mí —dice presionando su erección contra mis glúteos.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Está en enloqueciéndome. Poco a poco sus dedos siguen un descenso


hasta llegar a mi calidez.

—No lo estaba, pero esto me lo confirma.

Se adueña de mi zona para luego dejar que dos de sus dedos entren
con ayuda de la humedad. No evito el gemido que sale de mi boca porque
realmente ya no me importa. Hace horas me devoró como nunca nadie lo
había hecho y ahora quiero que lo haga de nuevo.

—Isaac...

—¿Mm?

—Por favor...

—Dime qué es lo que quieres —exige y detiene sus movimientos.


Me vuelvo completamente hacia él. Rodeo su cadera con mi pierna
mientras busco su miembro con mi mano para llevarlo hasta mi entrada. Una
embestida de parte de él es dada y suelto un pequeño grito al sentir como me
llena.

—Tramposa —dice contra mi boca.

—Me gustan más las acciones que las palabras.

—A mi me gustan las palabras... Sobre todo, esas que salen de tu


boca como... «Más», «Sí...», «Qué rico, Isaac...»

Sus estocadas son tan lentas que van al ritmo de su suave y ronca
voz. Me siento embriagada de placer. Siento que mi orgasmo podría estar
muy cerca de llegar si bajo mi mano para intensificar todo.

—Es que estás demasiado rico, Isaac... —murmuro en sus labios. Mis
ojos caen en su vil sonrisa y un solo movimiento causa que quede encima de
mí.

—No voy a dejarte ir... Al menos, no hoy.

Sigue con un ir y venir lento que me tiene flotando. Mis manos y mi


mirada viajan hasta su trabajado pecho. Cada músculo se le marca y a mi se
me hace la boca agua. Me sostengo de sus hombros para llevar mi boca hasta
su pecho para darle una pequeña mordida a su pectoral.

—Chels... —su mano me empuja haciendo que mi cabeza vuelva a la


cama. Con delicadeza me toma del cuello —. Hablo en serio.

Todos sus movimientos se han detenido.

—No pares —me quejo.


—Pasa todo el día conmigo. Acompáñame a la práctica de hoy. Tu
próximo concierto es en tres días y sé que tienes que cumplir con tus cosas,
pero solo te pido un día...

—Sí —respondo.

Me da una sonrisa como respuesta para seguido morder su labio e


iniciar de nuevo con las, ya no tan suaves, embestidas. Nuestras bocas se
buscan y eliminan la distancia que antes las separaba. Envuelvo mis brazos
alrededor de su cuello para sentirme aún más cerca de su pecho mientras yo
me muevo de arriba abajo gracias a sus movimientos.

Me atreví a llamar nuestra cercanía como el mejor lugar del mundo y


esto nuevamente me lo recordaba. No estaba pensando en nada más y por
eso este momento es tan especial. Es por esto por lo que él es tan especial.
Siempre que sus manos me tocaron, lo demás desaparecía. Siempre que lo
besaba, me devolvía la valentía. Su forma de tratarme me recordaba a quien
yo quería ser y no a lo que tenía qué ser.

Frente a él yo solo era Chels.

Yo solo era quien desinhibidamente gritaba con fuerza su nombre al


mismo tiempo que llegaba a un orgasmo causado por él.

Fue increíble y él lo sabía.

—Chelsea... —me susurra después de unos minutos. Se ha hecho a


un lado.

—¿Mm? —respondo escondiendo mi rostro entre su cuello mientras


cierro los ojos y respiro su olor.

—El condón.

Vuelvo a abrirlos.

—Tendremos que recurrir a una pastilla de emergencia —le digo y


continúo besando su piel.

—Está bien. —Sus músculos se destensan.


Un largo silencio que no es para nada incómodo nos arropa. Solo
nuestras respiraciones son quienes se escuchan. Poco a poco pasan de ser
rápidas a ir más calmadas. Entro a un leve sueño, pero desaparece cuando
escucho su voz.

—¿Estás dormida? —susurra.

—Sí.

—Bueno, quiero comentarte algo.

—¿Qué? —Inclino mi cabeza para mirarlo. Se ha activado mi


curiosidad.

Sus dedos peinan suavemente mi cabello.

—Hace ya dos años yo... —traga duro y me mira por largos


segundos.

—¿Tú...?

Podría completar y decirle que sí, que ya sé que su esposa falleció,


pero quiero darle la oportunidad de decírmelo porque soy consciente de que
ha estado buscando el momento para hacerlo.

—Tengo una hija y nosotros...

—¿Qué? —me siento de sopetón en la cama —. ¿Una hija?

Me ubico frente a él sobre mis rodillas. Mi cara de expectación debe


ser demasiado ridícula porque ha causado que él sonría.

—Sí, una hija. Tiene 6 años.

Me pongo de pie de inmediato y camino de un lado a otro. Yo no


esperaba esto, definitivamente no esperaba esto.
—¿Chels? ¿Qué pasa?

—Te pregunté sobre tu familia y la omitiste. Eso no se hace, Isaac.

—Chloe es alguien a quien protejo mucho y tu gente había


amenazado con arruinar el proceso de custodia. Mientras te conocía decidí
guardarme algunas cosas para que no hubiera problemas.

—¿Y por qué me lo estás contando ahora? —pregunto y me acerco


de nuevo a la cama —. Podrías y puedes decirme cualquier cosa.

—Lo sé, reina. Ven aquí —su mano se adueña de mi brazo y termino
nuevamente son mi cabeza sobre su pecho —. Hace dos años perdimos a
Leane, la mamá de Chloe.

Escucharlo salir de su boca lo hace más real.

—Lo siento mucho, Isaac. Yo... no sé que decir —niego con la


cabeza —. Lo siento, soy horrible dando un pésame.

Últimamente he estado empezando a tenerle miedo a la muerte. Ha


dejado de llamarme la atención, pero sé que ignorarla mucho no servirá de
nada, ya estuvo cerca y espero ser muy fuerte para espantarla por completo.

—Tranquila —acaricia mi mejilla —. Soy... Era alcohólico desde


mucho antes de conocerla. No podía vivir sin una cerveza al día y eso era
algo normal entre muchos de mis amigos, pero todo empezó a empeorar
después de que mi padre murió. Bebí demasiado durante días, hasta que un
día dejé de hacerlo. Sin saber porqué ya no quería beber nunca más y así
sucedió. Hasta que Leane partió y yo tuve que afrontar un nuevo plan para
ser dos cosas a la vez para una pequeña —suspira —. Sus abuelos maternos
quieren quitarme su custodia.

—Por eso fuiste a rehabilitación.

Asiente con la cabeza.

—El proceso ha avanzado y todo va a mi favor. Después de la Liga


tendré que presentar las pruebas de como voy a organizar mi tiempo y el de
ella.

Me alejo un poco de él.

—No quiero meterte en problemas, Isaac —me pongo de pie —. Yo


debería irme. Si mañana salgo contigo de aquí los rumores van a empezar a
circular. No me quiero ni imaginar lo que van a decir.

Voy hasta su closet y robo una camiseta blanca de él. No voy a volver
en ese ajustado enterizo y mucho menos en esas botas.

—Chelsea —se incorpora.

—Mi gabán... —susurro buscando la prenda.

—Chelsea —su mano me toma del brazo haciendo que me detenga


—. No me importa.

—¿Qué exactamente?

—Lo que el mundo vaya a decir. La corte no va a joderme por quien


tengo de amiga.

—Es la segunda vez que me dices esa palabra —muerdo mi labio.

—Eso lo que somos y por el momento debemos decir para que nos
dejen en paz.

—Entiendo —miro hacia otro lado —. Me voy.

Su agarre no se deshace. Sus ojos me miran con firmeza. Su altura


llega a intimidarme, pero sostengo la guerra que ha desatado con sus iris de
color verde.
—Tienes que dejar eso. Tienes que cambiar tu manera de ver las
cosas. Siempre estás pensando en el qué dirán y en que no mereces las
cosas —sus manos viajan hasta mi cara —. Yo creo eres increíble, Chelsea
Cox, pero tienes que aprender a creerlo tú también.

—Pero...

—No. Vuelvo a repetírtelo. Nadie de tu equipo va a joderme y de


eso estoy muy seguro, porque la única persona en el mundo que podría
joderme serías tú si decides alejarte de mí.

Sus palabras hacen que me quede sin ellas y que mis ojos se
cristalicen.

—¿Chloe? ¿Mm? —indago sobre ella.

—Ama tu música.

—No estoy muy orgullosa de eso. ¿Qué diablos la dejas escuchar?

—No he sido yo —levanta las manos —. Mi hermana también es


fan tuya y le contagió el pésimo gusto.

—Tendré que modificárselo —digo riendo, pero me detengo de


inmediato —. Lo siento, no. Si tu no quieres que la conozca, voy a
entenderlo.

Su risa llena el lugar.

—¿Por qué crees que voy a ocultar que su papá tiene de novia a su
cantante favorita? —sigue riendo.

—Tal vez ella no esté lista para ver que... Espera —me siento y lo
miro —. Eres demasiado bipolar, hace unos minutos me dijiste que era tu
amiga... ¿Y resulta que ahora soy tu novia?

—Tal vez —echa sus brazos detrás de su cabeza con aires de


grandeza.
Blanqueo mis ojos.

—¿En qué momento he aceptado serlo? —bufo —. Ni siquiera me


has invitado a una cita —niego con la cabeza —. Deja de soñar, vaquero.

—Si te llevo a una cita, ¿me dirías que sí? —pregunta.

—Tal vez —me cruzo de brazos —. No sé. Tendría que ser la mejor
cita del maldito mundo.

—Lo será —vuelve a jalarme contra él —. Chloe es una niña


demasiado inteligente. En su debido momento le explicaré algunas cosas,
poco a poco, y mientras lo hago seguiré intentando coincidir contigo para
conocerte y que me conozcas.

Mi pecho se infla. No puedo con él. Es demasiado irreal para ser


cierto.

—Gracias por contármelo —lo abrazo un poco más fuerte y


deposito un beso cerca de la comisura de sus labios.

—Gracias a ti por tomarlo bien.

—¿Por qué no lo haría? —lo miro extrañado.

—Las personas piensan que alguien que perdió a su pareja debe


guardar el luto durante décadas y que siempre viviremos con el recuerdo de
alguien más. No voy a mentirte que me preocupa que pienses que voy a
entregarme a ti a medias... Me costó volver a estar completo y quiero que
sepas que...

—Te entiendo. En serio —le sonrío.

Hace unas horas pensaba que esto podría ser un problema para mis
ilusiones. Me sentía egoísta pensando de esa forma pues él perdió a alguien
importante y estaba en todo su derecho de que aún le doliese. Ahora pienso
en que me da igual. La manera en la que habla me da a entender de que me
quiere en su presente.
—No te imaginas lo mucho que me encantas —busca mi boca y la
encuentra para besarme con delicadeza.

—Demuéstramelo —susurro y me subo sobre él.

—Haré mi mejor puto esfuerzo.

💛
Después de una intensa lucha para salir de la cama y darnos una
ducha. Isaac ha enviado a alguien a comprarme ropa de mi talla para poder
ir hoy a la práctica. Será bastante privada y no habrá ninguna cámara, ni
ningún periodista dentro. No he querido voltear a mirar mi celular porque sé
que debe estar a punto de estallar. La única persona que me haría
necesitarlo es quien tengo a mi lado, así que me da igual.

—Llegó tu ropa —Isaac entra en el baño y me tiende una bolsa de


papel.

—Gracias —le respondo el beso que deposita sobre mis labios.

—Mueve ese lindo trasero. Quiero presentarte a un idiota que


conozco hace años —dice saliendo hacia la habitación.

Me visto con rapidez. Es la primera vez que salgo con alguien un


poco fuera de mi medio. Siento que iré a tierras desconocidas donde tal vez
todos me conozcan y yo a ellos no. Espero que nadie de su círculo social y
familiar tenga algo contra mí por algún rumor que inventaron las revistas
para poder vender. Aunque los tres infartos que sufrí no sería ningún rumor,
para mi desgracia.

Salgo una vez que me he vestido y me he peinado. Isaac me recibe


con una pastilla y un vaso de agua. Tomo ambos y la tiro en mi boca para
pasarla con agua.

—¿Lista? —pregunta.

—Sí —sonrío. Dejo el cristal a un lado y salgo de la habitación


tomada de su mano.
Irreal. Así luce esto. Estoy disfrutando estar a su lado, pero un parte
de mi cabeza no deja de pensar en lo que me espera después de que el día
termine. Decido que voy a disfrutar de esto y más tarde me preocuparé.

Isaac recibe una llamada y se aleja por unos segundos después de


abrirme la puerta para subir al carro. Cuando cuelga al fin entra y acelera en
dirección al exterior. Me abrocho el cinturón, enciendo la radio y pongo mi
mano sobre la suya cuando él la deja reposando sobre mi muslo.

I don't want to miss a thing de Aerosmith suena justo en el coro.

—Me gusta esa canción —dice.

Podría decírsele que toda la madrugada pensé en ella, pero omito mi


lado cursi por unos segundos y decido cantarla como si fuera lo más normal
del mundo cuando dentro de mí sé que se la estoy cantando a él.

—I don't want to miss one smile

And I don't want to miss one kiss


And I just want to be with you
Right here with you, just like this...

Se detiene frente a un semáforo. Desabrocha su cinturón y se lanza a


darme un beso que me roba todo el aire. Sonrío en medio de él.

—Tú voz me causa demasiadas cosas —dice y se devuelve a su


asiento.

—Interesante —tuerzo la boca.

—Querer volver a follarte es una de ellas.

—Más interesante aún —alzo mis cejas.

Y lo hace. En un camerino completamente vacío. Contra su


casillero, sin habernos desvestido casi nada, solo lo necesario para que
nuestros cuerpos conectaran.
—Tú serías la excepción a la regla que dice que todos los excesos
son malos —su voz vibra contra mi oído.

Nuestros pechos suben de arriba abajo. Disfruto de su frase y su


cercanía unos segundos más hasta que decido ubicar mis jeans de nuevo en
su lugar. Me giro y paso mis brazos alrededor de su cuello.

—Yo también te deseo en exceso —me inclino y lo beso. Mi


espalda choca con el metal y su rudeza podría volver a tenerme lista en
cuestión de segundos, pero el carraspeo de alguien apaga todo.

Isaac se separa y gira su cara. Sigo oculta contra su pecho.

—Buenos días —saluda alguien. Muevo un poco mi cabeza para


ver.

Es un moreno casi del mismo alto que Isaac.

—Llegaste temprano —le dice Isaac volteándose. Ahora sigo oculta


detrás de su espalda y no sé porqué lo estoy haciendo. Tal vez me incomoda
que se enteren de mi identidad.

—Y al parecer tú llegaste más temprano —repara.

Dejo de ser una estúpida y salgo para saludar con mi mano.

—Dylan —pronuncia Isaac y me toma de la mano —. Ella es


Chelsea...

—Cox —termina por él —. Mi novia es una gran fan —da dos


pasos hacia mí y me tiende su mano. La estrecho mientras le sonrío.

—Gracias —digo.

—Chels, él es el idiota del que te hablaba —menciona Isaac —. Va


a acompañarnos hoy en la práctica.
—Oh, genial. Bienvenida —dice el moreno

—Gracias, de nuevo —repito.

Isaac me toma de la mano y salimos hacia el campo. Su equipo ya


se ha organizado y me invita a sentarme en la primera fila de la gradería.

—No tardaré muchísimo, pero si te aburres llama mi atención.

—¿Podrías conseguirme un lápiz y una hoja? Quiero escribir


mientras tengo buenas vistas —me dejo caer sobre la silla y alzo las cejas.

—Espero que con eso te refieras a mirarme solo a mí.

—¿Celoso?

Se encoge de hombros mientras organiza la gorra sobre su cabeza.


Tiene una barba de unos tres días y me gusta como se le ve.

—No. Los únicos celosos aquí serán ellos —se inclina para besar
mis labios —. Te conseguiré un cuaderno —se incorpora y baja las
escaleras para llegar hasta la grama —. ¡Aguador! —le grita a alguien
mucho más joven. Él se apresura a llegar a él, Isaac le dice algo y él
delgado hombre asiente con la cabeza y se pierde debajo de las graderías.

No evito echarle un ojo a mi alrededor para cerciorarme de que


nadie me esté fotografiando. Me abrazo a mi misma para darme fuerzas
porque mi estómago ha empezado a revolverse por la ansiedad que me
genera el pensar que alguien me vea aquí y lo divulgue.

Alicia y la disquera me matarían.

El cuaderno llega a mis manos junto con un lápiz. Comienzo


escribiendo algunas frases mientras de vez en cuando alzo mi mirada para
fijarme en el número 26, quien batea pelotas casi fuera de órbita.

Un par de horas pasan y al sacar mi celular del bolsillo de mi


chaqueta, veo en la pantalla como se marca ya el medio día.
—¡Chels! —Isaac me llama cuando ya el campo ha sido
desocupado. Es hora del almuerzo.

Cierro mis garabatos y voy hasta su encuentro.

—¿Alguna vez has jugado béisbol? —pregunta tendiéndome su


bate.

—No, no, no. Soy muy mala para los deportes —doy un paso hacia
atrás mientras me río.

—Vamos, soy un buen profesor.

—¿A caso a todas las enseñas esto? —pregunto divertida.

—Soy beisbolista, Chels. Es mi manera de conquistar, no me


juzgues. Te prometo que aprenderé algunos trucos más originales.

Su mano me toma y me guía hasta el campo. La próxima hora la


pasamos tratando de que mi balanceo sirva para que pueda conectar una
pelota con el bate que sostengo en mis manos. El cual es enorme para mí al
igual que el casco. Soy un débil y delgada mujer antibéisbol.

En varias ocasiones su pecho se pega a mi espalda y disfruto


demasiado esta manera de aprender a jugar. Ahora entiendo el efecto que ha
de haber causado en sus anteriores conquistas.

—Te sale natural —me burlo de él.

—¿Y qué es lo que a ti te sale natural al conquistar?

—Soy cantante, Isaac. Es mi manera de conquistar, no me juzgues.


Te prometo que aprenderé algunos trucos más originales —repito sus
palabras.

—Sabía que era uno más del montón —bromea. Me abraza por la
cintura y yo me giro para unir mis manos detrás de su cuello.

—A ti te toqué el piano.
—¿Jamás lo has hecho delante alguien más?

Niego con la cabeza.

—Solo frente a ti y Azul —respondo.

—Sé que pronto lo harás frente al mundo.

💛
Paso toda la tarde riendo con Isaac. Volvemos a su cuarto de hotel
después del entrenamiento. Volvemos a desnudarnos para no separarnos ni
en un solo momento. Estamos recuperando el tiempo que vamos a perder
más adelante debido a todos nuestros compromisos.

Por eso cuando llega la noche y tengo que irme, la vida de ensueño
se cae y vuelvo a la real, a la que debo ir casi preparada como si fuera a una
guerra. A veces quisiera no ser, pues odio tanto algunos tratos contra mí que
solo me queda alzar un escudo para enfrentarlos. Nunca llevo arma, porque
herir a alguien no está en mis planes, pero espero que algún día ellos se den
cuenta de que solo pierden su tiempo al atacarme.

—Estaré pendiente de nuestros calendarios. No creo que


coincidamos más dentro del país, pero apenas termine la temporada y tenga
tiempo, volaré a donde estés —dice una vez que se ha estacionado en el
parqueadero del hotel. Daniel me espera afuera.

—Te estaré esperando —me muevo hasta su regazo y lo abrazo con


demasiada fuerza.

—Sigue siendo fuerte. Estoy muy orgulloso de lo que superaste —


me susurra en el oído causando que aplique más fuerza a nuestra unión.

—Yo también estoy orgullosa de ti.

Me muevo no sin antes besarlo con parsimonia.

—Nos vamos a ver pronto, Chels.


—Lo sé, vaquero —le sonrío por última vez antes de descender de
su auto.

No miro hacia atrás e ingreso con Daniel de inmediato al ascensor.


Tomo mi celular y elimino todos los mensajes y llamadas que no pienso
responder. Solo dejo la conversación que tengo con Isaac.

—Han estado buscándola por cierro y tierra —comenta mi


guardaespaldas.

—¿Qué les dijiste? —le pregunto.

—Que salió a dar una vuelta por la ciudad sola y no quiso


compañía.

—Gracias. No van a creerte, pero gracias —le sonrío sin enseñar los
dientes.

Voy hasta mi habitación e ingreso directo al baño para ducharme,


pero antes dejo mi celular cargando sobre la mesa de noche. Media hora
después salgo recargada y lista para dormir. El insomnio no me abandonó la
noche pasada, pero tal vez fue porque estaba distraída con el bateador
estrella de los Estrellas Rojas. Solo siento que hoy tal vez podré descansar
un poco más que lo de costumbre.

Decido enviarle un mensaje de buenas noches y al momento de girar


mi rostro en busca del aparato. No lo veo donde lo dejé hace unos minutos.
Busco mi celular por toda la habitación. Estoy segura de que lo dejé
cargando antes de entrar, pero me detengo cuando el carraspeo de alguien
llega a mis oídos.

Me giro para enfrentarme a él y me topo con la imagen de Matthew


Reigen sosteniendo mi celular desbloqueado en sus manos y negando
cínicamente con la cabeza.

—¿Buscas esto?
CAPÍTULO 29
Isaac

—¿Vamos al menos por un trago? —pregunta atravesándose en mi


camino.

Está en medio de la recepción. Luce un elegante traje gris y su


cabello de color negro está recogido en una alta coleta. He vuelto al hotel
después de dejar a Chelsea en el suyo. Estaba a punto de enviarle un
mensaje, pero he decidido hacerlo después. Justo ahora que veo a la mujer
con rasgos asiáticos parada frente a mí es que puedo acordarme de que la he
dejado plantada.

—Nada de tragos para mí. Recuérdalo —digo.

—Es cierto, lo siento. Es más como un decir para ir a un lugar a


sentarnos a hablar.

—Prefiero ir a donde no haya ninguno. Es mejor así para mí —le


digo con suavidad y la invito a caminar hacia la sala de estar.

—¿Qué pasa con tu habitación? —inquiere.

—No está disponible —le devuelvo la mirada desafiante que me ha


arrojado. El cuarto está completamente hecho un desastre, pues Chelsea y
yo no salimos ni un solo segundo después de regresar de la práctica —.
¿Qué te pasa?

—¿De qué?

—Estás... extraña —frunzo el ceño.


—Me plantaste ayer y hoy —se gira para caminar hasta la sala de
espera. Camino detrás —. ¿Cómo quieres que esté?

Técnicamente ayer no la planté porque no habíamos hecho ningún


plan. Recuerdo que ella simplemente me escribió que estaría en la ciudad
estos dos días y que se pasaría por el juego y que hoy podríamos vernos
para tomar un café, pero en lugar de recalcarle eso le digo:

—Me ocupé. Lo siento.

—¿Con quién?

—¿Qué? —la miro incrédulo.

—Ayer en el partido estabas con alguien y le pregunté a Dylan... —


niego con la cabeza —. Sí —asiente ella —. Me lo dijo todo. ¿Si sabes que
no es capaz de guardar algún secreto por qué se los sigues contando?

—Al contarle no hice hincapié en que fuese un secreto, como de la


misma manera no lo haré ahora porque se supone que ambos son mis
amigos y tienen que callarse las mierdas.

—Ey... No te enojes.

—Detesto los malditos reclamos, como el del partido, por ejemplo.

—Fue una estupidez eso, todo, lo siento. Solo que entre pasillos
dijeron que seguro estabas acostándote ya con alguien nuevo y cuando la vi
a ella... ¿Era Chelsea Cox?

—No sé por qué siento que esta conversación no debería estar


siendo llevada a cabo —reviso mi reloj —. Mañana parto temprano a
Seattle y tengo que dormir bien.

—¿Si sabes lo que podría significar si te enlazan con ella? Tiene


novio, Isaac. Mantiene en escándalos. Solo tiene 20 años y ha sufrido tres
infartos gracias a unas sobredosis.

—Sabes bastante sobre ella a pesar de que siempre me has dicho


que no te gusta su música, ni que Chloe la escuche.

Había leído sobre los infartos que ella ha tenido, pero quería esperar
el día que ella quisiera abrirse ante mí en lugar de preguntarle.

—Ese es el problema, Isaac. Todas las personas en este maldito


mundo saben quien es y lo que hace Chelsea Cox. Su imagen no es la mejor
y podría arriesgar el proceso de custodia de Chloe... Y ahora que lo pienso,
siento que lo mejor para tu hija sería quedarse con sus abuelos. Ella está
feliz con ellos y le dan la estabilidad que tu no tienes...

—Esto está cansándome. Mantente detrás de la raya en cuanto a mi


vida personal y la de mi hija. Me agradas bastante y a Chloe también, no
hagas que te saque de nuestras vidas por decir ese tipo de cosas —paso por
su lado para ir hacia el ascensor, pero me llama y me detengo.

—¿Tan rápido te olvidaste de Leane? —pregunta casi en susurro.

—Solo estoy viviendo, Daisuke. No disminuyas mi luto solo porque


no está siendo como el tuyo.

Sigo mi camino y antes de ingresar al ascensor, escucho la voz de


Dylan saludando a la pelinegra.

—¡Statham! —me llama y sin ganas giro levemente mi rostro. Alzo


las cejas y sigo esperando el ascensor.

Dylan niega con la cabeza y trota hacia mí. Su estúpida sonrisa


aumenta mis ganas de huir de esta maldita escena que no tiene sentido.

—¿Por qué te vas? Vamos a cenar.

—Ya cené —respondo a secas.

—Es cierto, ¿cómo te fue con la rubia?


—Bien —sigo concentrado en los números que descienden de la
pequeña pantalla.

—¿Qué te pasa? —me empuja del hombro.

—Estoy cansado y Daisuke acaba de darme una maldita cátedra


como si fuera...

—¿Qué? —pregunta al ver que no termino la oración. Ella nos


analiza desde la lejanía.

—Me reclamó porque me vio con... —decido no mencionar su


nombre.

—¿La rubia? —agrega.

—Sí y tú se lo contaste —suelto serio.

Abre los ojos exageradamente y se lleva una mano a su pecho.

—Juro que no abrí la maldita boca, Isaac.

Arrugo mi ceño.

—¿Entonces cómo...? —volteo a mirar hacia ella y me topó la gran


sorpresa de que ya no está.

Tomo mi teléfono y comienzo a marcar su número mientras me


muevo por toda la recepción en su búsqueda. Dylan se me une.

—¿Qué mierda pasa?

—Daisuke... —sigo llamándola a su celular —. Me vio con Chelsea


y sugirió que le dejara a Chloe a sus abuelos.

—Hoy me caí y no conecto nada. ¿Eso significa que...?

—Que los abuelos de Chloe la enviaron a joderme la maldita vida,


Dylan.
Vuelvo mi vista a la pantalla de mi teléfono y marco otro número.

Chelsea
El teléfono suena en la mano de Matthew. Lo miro y luego paso a él.

Es Sam.

—Déjame contestar, es mi tía —pido.

Me tira el teléfono a los pies. Se pasa las manos por el cabello y me


da la espalda. Tomo el aparato en mis manos para contestar.

—¿Sam?

—Hola, amore mio. ¿Cómo estás?

—Bien —trato de respirar normal, pero la verdad es que estoy hasta


temblando —. Descansando.

—¿Sigues aquí en Chicago?

—Sí, todavía estoy aquí... —me gano la mirada de Matthew —.


Cancelaron mi vuelo —miento.

—Oh, me hubieras dicho antes...

—¿Cómo estás tú? ¿Cómo terminó de irte? —me muevo por la


habitación para evitar ver a Matthew.

—Oh, maravilloso. Tu queridísimo amante, pagó todo y me dejaron


ir sin ningún problema.

—Qué genial, me alegro bastante.


—Sí, dale las gracias de mi parte.

—Lo haré, pero yo debo agradecerte a ti.

—No hay de qué. Tengo que colgar, pero hablaremos pronto.

No alcanzo a responder porque corta de inmediato. Aprovecho para


borrar todos los mensajes que he intercambio con Isaac, aunque no quiera.
Me gusta volver a leer las cosas que me ha escrito, o ver nuevamente una de
sus fotos, pero ahora tendrán que irse porque quien está al frente podría
joderme.

—¿Quién es él? —pregunta Matthew de repente. No sé que


responder y tampoco quiero hacerlo —. ¡Responde!

Dos toques se escuchan en la puerta y la voz de Daniel pregunta por


mí.

—Ve y dile que estás bien o voy a abrir mi puta boca frente a Alicia
y tu madre.

Sus amenazas me marean y todo lo bueno que antes sentía se escapa


para ser reemplazado por una ansiedad por muchísimo peor a cualquier
momento en que la haya sentido antes.

Me muevo sin desearlo y voy hasta la puerta. Solo abro un poco.

—Hola —sonrío.

—¿Todo bien? —pregunta.

—Sí.

—Escuché otra voz bastante enojada...

—Oh, debió ser una nota de voz —alzo mi celular.

—Perfecto. Siento haberla molestado.

—No, para anda. Gracias —digo y cierro la puerta.


Lleno mis pulmones de aire antes de dar media vuelta. No sé porque
el pánico se está apoderando de mí. Todavía no me ha dicho que es lo que
vio en mi celular, pero puedo jurar que fue la conversación de Isaac pues es
la única que dejé.

—¿Cómo desbloqueaste mi celular?

—Te vi ingresar la clave ayer y la memoricé —responde y se deja


caer sobre el sofá que hay en medio —. ¿Quién es ese imbécil, Chelsea?
¿Por qué putas le dices Vaquero?

—Creo que no tienes ningún derecho a reclamar nada. Lárgate,


Matthew —señalo la puerta y él se levanta.

—¿Quién es él para ti, Chelsea? —su voz se entrecorta y gracias a


esto le presto atención a su rostro. Lágrimas caen de sus ojos. Debido a la
oscuridad en la que nos hallamos no puedo detallarlo bien, pero desde aquí
percibo su estado.

Está drogado.

—Vete, Matthew. Hablaremos después —doy un paso hacia atrás


cuando él sigue aproximándose.

—¿No estás viendo lo que me haces? —se toca el pecho y solloza.

Todo ha empezado a moverse más lento de lo normal en la


habitación y de la nada siento sus manos alrededor de mi cara. Mis alarmas
se encienden, pero mi cuerpo no reacciona. Estoy presa del pánico. Algo
está mal con él.

—Deberías irte —mi voz sale en un débil susurro —. Hablaremos


mañana. Prometo contártelo todo.

Pongo mis manos sobre las suyas para quitarlas de mi cara, pero
ejerce más presión lastimando mi quijada y pómulos.
—Tú no sabes cuanto yo te amo, Chelsea —solloza —. Eres lo
único bueno en mi vida —agacha su cabeza y apoya su frente sobre mi
hombro. Está llorando desconsoladamente y no quiero ni imaginar qué
habrá pasado para que esté de esta manera.

Tal vez debí escucharlo el día que vino buscándome para hablar. Su
padre siempre ha sido violento con él y desde que su madre falleció todo ha
empeorado.

—Déjame encender la luz —le pido y logro al fin soltarme de él.

Temblando voy hasta el interruptor y hago que toda la habitación se


ilumine. Regreso a él para fijarme en su rostro.

—Matt... —susurro. El aire se me escapa aún más al ver su estado


—. ¿Qué pasó?

—Vino a pedirme dinero...

—... y no se lo diste —concluyo.

—No —su voz vuelve a quebrarse.

Dejo mi pánico a un lado para abrazar el suyo y al parecer, esto se


convierte para él un empuje a un llanto que llevaba apresando, tal vez, por
mucho tiempo. Acaricio su espalda de arriba abajo.

Viví enamorada mucho tiempo del hombre que yace entre mis
brazos y justo ahora me daba cuenta de que ya no lo estaba más, pero aún lo
apreciaba y no por quien es él, si no por quien soy yo... Alguien que jamás
pagaría de la misma manera porque era muy consciente del enorme daño
que ya había en el mundo como para evitar sentir un poco de empatía por
él.

Mientras le brindo mi hombro recuerdos llegan a mi cabeza del


primer año en que nos conocimos. Firmamos casi al mismo tiempo el
contrato que nos ofrecía la discografía. El primer día que lo vi, no pude
despegar mis ojos de él. Sonreía y saludaba a todos en las oficinas de
grabación como si su vida fuese la más perfecta de todas, pero cuando vino
a presentarse ante mí con esa característica coquetería que destila, pude ver
en sus ojos que estaba aún más roto que yo.

Su madre había muerto hace algunos años y su padre vivía


recriminándole que todo había sido culpa de él. Matthew mantenía a su
progenitor a pesar de todos los abusos que ese hombre cometía contra él.
Siempre estaba ebrio, exigiendo dinero y rodeado de prostitutas que lo
robaban cada nada.

Manteníamos juntos todo el tiempo. Íbamos de vacaciones y


vivíamos lo que cualquier joven de nuestras vidas siempre soñó. Pero un día
todo cambió. A veces era intermitente y podía ignorar ciertas cosas. «Somos
jóvenes», me repetía siempre para justificar todo lo que me hacía y yo a él,
por que sí, a veces le respondía de la misma manera.

No voy a regodear que siempre he hecho las cosas correctas, porque


si de hay está llena mi vida, es de malas decisiones. Le mentí, manipulé y
herí a muchas personas, pero eso es lo que sucede cuando te rodeas de un
ambiente tóxico, terminas llevándote un poco de ese veneno.

Matthew seguía llorando y juntos nos habíamos deslizado hasta


terminar en el piso. Él con su cabeza en mi regazo y yo acariciando su
cabello.

—Dime quien es... Por favor —susurra.

—Es... —lleno mis pulmones de aire —. Alguien que conocí hace


un par de meses.

—¿Te gusta?

—Sí.

—¿Estás enamorada de él?

Silencio. Durante algunos segundos miro hacia la ventana. No es


momento para revelarle esto, tampoco es como si fuera algo de su
incumbencia, pero sé que no va a dejar de preguntarlo. No sé que siente
Matthew por mí, pero descubrí hace poco que definitivamente no me ama.

—Llamaré a Daniel para que te acompañe a tu habitación —intento


levantarme.

—No —me retiene —. Responde, por favor. ¿Estás enamorada de


él?

—Matt...

—Chelsea, responde —otro quiebre más en su voz. Tomo aire por la


boca y lo dejo salir.

—Sí.

Se siente de inmediato y me mira.

—Es un desconocido, Chelsea. No puedes cambiarme por un


desconocido. Hemos vivido y pasado por mucho para que...

—Por eso mismo —intento no hablar alto y no entiendo por qué —.


Ya lo que vivimos se tiene que acabar. Es lo mejor para ambos. Estoy
jodida, Matt y tú lo estás aún más. Busca ayuda. No solucionarás todo, pero
mejorarás en algunas cosas. Aprenderás a lidiar con los fantasmas.

—No me dejes, Chelsea —se arrodilla frente a mí —. No sé que


haría sin ti...

—Vivir —me pongo de pie contra su fuerza —. Eso es lo que harías


sin mí y lo que yo haré sin ti.

—No —sorbe su nariz y retira sin delicadeza las lágrimas sobre sus
mejillas —. Voy a arreglarlo todo, bonita. Yo te necesito.

Sus manos intentan tocarme y doy un paso hacia atrás.


—Vete, Matthew —lo empujo, pero sigue insistiendo —. ¿Qué
mierda te metiste? Lárgate.

Sus manos se apropian de mis muñecas y poco a poco me obliga a


que deba caminar hacia atrás. El pánico ha vuelto en el momento en que
veo sus ojos y encuentro algo diferente en ellos. Su pupila está
completamente dilatada y sus cejas se hunden. Jamás me había mirado de
esta manera y aunque me tema aceptarlo, y sea redundante, estoy
temiéndole.

—Envié toda la conversación a mi teléfono, Chelsea —confiesa —.


No voy a dejar que cometas la locura de dejarme por otro. Yo jamás te he
dejado por nadie, solo son aventuras y él es una aventura.

—Isaac no es una aventura, yo...

—¿Tú qué? —me mira amenazante mientras entramos al baño.

—Vete, Matthew o voy a gritar —intento zafarme.

Niega divertido con la cabeza.

—Ayer probé la insonorización de estos baños mientras me follaba a


una fan. Créeme, nadie te va a escuchar.

—Matthew vete, por favor —esta vez le suplico. Mi corazón ha


empezado a latir más rápido de lo normal.

Debí decirle a Daniel, debí decirle a Sam, debí enviarle un mensaje


a Isaac, debí... Debí tomar una mejor decisión que sentarme a consolar a un
monstruo que no quiere sanar.

—Te necesito, Chels...

—¡Que no me digas así!

—¡¿Y por qué a ese puto imbécil si se lo aceptas?! —se lanza


encima de mi para atraparme del cuello. Mi espalda choca con las pequeñas
cerámicas del baño.

—Suél...tame —intento hablar, pero su agarre bloquea mis vías.

—Solo quiero olvidar lo que está pasando y yo sé que tú también —


sus besos llegan a mis mejillas y la piel se me eriza.

Mi cuerpo responde a su toque porque ya está acostumbrado, pero


mi mente lo repele, con todas las fuerzas del mundo. No lo quiero encima,
no lo quiero aquí, no quiero que me toque, ni intente besarme como lo está
haciendo.

No quiero que borre las huellas de amor que dejó Isaac y las
reemplace con unas llenas de egoísmo. Solo está pensando en él.

Todo sucede tan rápido que no soy capaz de prestar atención a lo


que hace. Me voy del lujoso baño y vuelvo a la cancha a ver a Isaac
mientras corría y completaba su home run. Me voy hacia el cuarto viejo del
castillo con un piano en medio donde le toqué su canción favorita a Azul.
Me voy a los momentos en que reí de las teorías existenciales que tenía
Randall.

Me voy al instante en el que escucho gritar mi nombre y suelto mi


voz frente a miles de personas.

Y mientras me iba grité, lloré y clamé porque se detuviera, porque


parara, pero nunca lo hizo.

Y llegué a la conclusión de que si esto lo estaba haciendo alguien


que siempre gritaba que me amaba, no quería ni imaginarme lo que pasaría
si también me odiara.
CAPÍTULO 30
Chelsea

No se cuanto tiempo pasa, pero agradezco con todas mis fuerzas el


colapso que ha tenido Matthew. Se ha desmayado en medio del baño y he
aprovechado para tomar de nuevo la toalla que antes me cubría. Mi cuerpo
está temblando y aunque intento ponerme de pie, no puedo. Estoy
paralizada.

¿Qué hago? ¿Llamo a alguien? ¿Grito? ¿Dejo de llorar y lo


golpeo?

Quiero vomitar. Quiero ser más valiente.

Me imagino corriendo a avisarle a Daniel lo que ha pasado. Me


imagino llamando a Isaac para que venga por mí. Me imagino hablando con
la policía para que lo arresten. Me imagino un millón de escenarios, pero
hay algo aquí que me detiene, algo que me quita las ganas de luchar, algo
que jamás podría explicar y que está obligándome a callar.
Es el monstruo de la vergüenza de algo de lo que he sido víctima y
no culpable, de algo que temo revelar porque sé que dirán que fui esto
último.

Mis pensamientos viajan a toda velocidad y colapsan por accidente.


No logro salvar ninguno porque el miedo que estoy sintiendo ahora mismo,
reprime cualquier decisión cuerda que debería de tomar.

Las horas siguen pasando y mis ojos no se despegan en ningún


momento de su cuerpo.

Lo odio tanto...

Mi celular no ha dejado de sonar en ningún momento, pero no soy


capaz de salir del baño hacia la habitación. No soy capaz de contestar y
fingir como si no pasara nada, porque terminaría revelándome sin siquiera
pronunciar una sola palabra de lo que acaba de pasar.

Matthew suelta un suspiro y se mueve. Me paralizo. Se despereza y


abre sus ojos, haciendo que el pánico vuelva a sentirse tangible en mi
sistema.

Debí moverme, debí irme.

Se pone de pie. Organiza su ropa, algo cae de sus pantalones, pero


no lo levanta y sin mirarme sale del lugar. Escucho como la puerta se abre y
se cierra.

Mis pulmones intentan respirar nuevamente, pero es poco el aire


que consigo. Con cuidado, debido a que mis extremidades están dormidas,
me pongo de pie. En el momento que intento dar un paso me tambaleo, pero
llego hasta lo que dejó tirado.
Sea lo que sea lo necesito. Me sostengo del lavamanos para poder
inclinarme a recoger el pote de color naranja que contiene unas pastillas. En
la nomenclatura puedo leer su nombre a medias porque el resto de la
pegatina está destrozada.

Oxico...

Servirá. Son peligrosas, pero lo haré con cuidado, las necesito. Me


duele la vida y esto me ayudará. Estaré bien, no habrá problema, sí. Solo
una... o mejor dos.

Abro el pote y me echo dos a la boca para luego inclinarme sobre el


grifo abierto y tomar agua. Respiro profundamente después de tragar
mientras apoyo las palmas de mis manos en el mesón. Si no soy capaz de
levantar la cabeza para mirarme en el espejo, no sé como voy a ser capaz de
levantar las comisuras de mis labios frente a los demás al salir de aquí.

No puedo hablar de lo que pasó. Me tiene contra una pared y si lo


hago, sé que es capaz de difundir todo lo que ahora tiene en su celular. Isaac
no merece esa mierda y tampoco su pequeña. Ella perdió a su madre a muy
corta edad, tal vez ya ni se acuerde mucho de ella, pero no causaré que la
avalancha de problemas que tengo en mi vida le afecte a la única persona
que ahora le queda, su padre.

Repetitivos toques en la puerta me causan un sobresalto. Me echo


agua en el rostro e intento organizar mi aspecto, pero lo que veo en el
espejo me deja sin habla. En mi cuello hay marcadas aún rosadas de los
dedos de Matthew. En el área de mis clavículas hay distintos círculos
púrpuras.

Asco. Doy asco.

Un golpe seco se escucha. La puerta fue abierta y varios pasos se


aproximan hasta mi lugar. Oculto el tarro de pastillas. Que no haya vuelto.
—¿Chelsea? —la voz de Isaac detiene y sorprende a mi corazón —.
¿Estás bien? —sus ojos conectan con los míos —. Por supuesto que no.

Está detallando mi apariencia. No esperaba verlo aquí. No sé que


voy a decirle. Los efectos que me prometía la droga han llegado. Estoy
sintiendo una invencibilidad falsa, un subidón de energía que cuando caiga
va a soltarme desde muy alto sin que haya algo esperándome abajo.

—¿Qué haces aquí? —intento que mi voz salga clara, pero fallo.

Sus ojos siguen reparándome de arriba abajo. Da un paso hacia mí y


yo retrocedo dos.

—¿Qué paso, Chels? ¿Qué...? —deja de hablar. Sus ojos han caído
en mi cuello —. ¿Quién fue?

Se acerca tan rápido que me marea. No me muevo. No quiero que


me toque, ni que me vea, pero no soy capaz de quitar sus manos de mis
mejillas. El dolor físico se ha ido y el interno también está siendo sedado
por el narcótico que me acabo de tragar, pero todo el recuerdo sigue ahí. Tal
vez necesite más.

—Isaac... —mi voz se corta —. Vete, por favor. Hazlo por Chloe.

«Yo estoy haciéndolo por ti y por ella».

—Chelsea, ¿qué pasó? —vuelve a preguntar.

Por el rabillo de mi ojo veo a Daniel detrás de Isaac. Le suplico con


mi mirada que no se lo diga.

—Matthew Reigen —responde mi guardaespaldas —. Él pasó y yo


fallé.

—¿Dónde está? —Isaac se gira para mirar a Daniel.

—Isaac, no... —sollozo —. No me dejes sola, ahora no...


Debo intentar hacer que no se vaya y cometa una locura. Sus ojos
vuelven a mí y asiente con la cabeza. Los suyos también se han cristalizado
y su dolor se suma al mío. Él no debería estar pasando por esto.

—Vamos. Hay que ducharte. Llamaré a un médico —dice.

—Isaac, no... Yo no...

No quiero ver a nadie, tampoco generar un revuelo entre todo el


personal de la gira. No quiero que Amanda o Alicia vengan a recriminarme.
No quiero nada.

—No vamos a quedarnos aquí. No te preocupes.

Isaac
Abro la ducha y la regulo con agua tibia. Trato de minimizar la ira
que estoy sintiendo para poder darle la calma que tanto ella necesita. No sé
con exactitud que acaba de pasar, pero por las marcas en su piel y lo
destruida que está algo puedo imaginar.

Creo que lo principal sería llamar a la policía e ir de inmediato a


medicina legal para que extraigan pruebas de su cuerpo, pero sé que no
quiere pasar por ese proceso, sé que va a pedirme que me quede callado y
no haga nada, porque, aunque llevo poco tiempo conociéndola, sé que le
cuesta alzar la voz antes las injusticias que las personas cometen contra ella
porque teme hacerles daño. Es egoísta lo que hace con ella misma, pero
para infortuna del resto y fortuna suya, ahora me tiene a mí y yo sí voy a
gritar y recibir cualquier ataque que quieran enviarle.

La tomo con delicadeza de la mano y la guío hasta el agua. Sus


lágrimas se han detenido y ahora solo mira un lugar fijo.

—¿Puedo lavarte? —le pregunto haciendo que mi mire con


extrañeza —. No sé si quieras que te toque...
—Siempre quiero que me toques, Isaac... —su llanto regresa —.
Pero ahora estoy tan sucia que no... —inclina su cabeza hacia atrás —. Tú
no mereces esto.

—No —decreto de inmediato —. Jamás en tu vida vuelvas a decir


eso. Tú mereces todo, Chelsea y yo voy a dártelo.

Mi corazón golpea fuerte mis costillas. Solo suponer lo que pasó me


está matando, no quiero imaginar cuando diga algo más que me lo
confirme. Me deshago de mi abrigo y zapatos. Me dejo la ropa para no
asustarla y entro en la ducha. Tomo la esponja y un poco de jabón para
limpiar su piel.

—Vas a irte conmigo —suelto sin pensar —. Te llevaré a un lugar


seguro durante unos días...

—La gira... no puedo... —intenta hablar, pero pongo mi dedo índice


sobre sus labios.

—Déjame cuidarte. Déjame hacer lo que nunca nadie ha hecho.


Déjame arreglar todo.

No puedo permitir que la hieran más. Algo me dice que me quede,


que no me vaya, que ella me necesita, aunque tal vez sea porque yo sí la
necesito a ella.

Retomo mi tarea de limpiar su piel, queriendo poder borrar el


pasado de lo que sufrió hace unas horas. La sangre sigue hirviéndome y sea
lo que sea que ese hijo de puta le haya hecho, voy a cobrárselo.

Lavo su cuello con cuidado. Sus ojos están mirándome fijamente y


hago lo mismo porque no quiero no bajar la mirada hacia su cuerpo y
hacerla sentir incómoda. Me guío por mi toque sin perderme un segundo de
sus expresiones. Espero no esté soportando el dolor sin demostrar nada.

Justo en el momento que llego a su tren inferior no sé que hacer.

—¿Deseas lavarte tú? —pregunto y niega levemente con su cabeza.


—No soy capaz de tocarme —solloza mirando hacia abajo y
confirmándome lo que más temía.

Me trago todo el odio por un momento.

—Yo puedo hacerlo... ¿Está bien? —levanto su rostro para que me


mire. Sus ojos color miel están rodeados por hileras rojas. Sus ojeras
oscuras y parpados hinchados los hacen parecer más pequeños. No tienen el
brillo con el que me miraba el día anterior y voy a arreglarlo.

Asiente con la cabeza y me inclino frente a ella. Dejo la esponja a


un lado y esta vez uso mis manos. Lavo con cuidado el área. Se ha apoyado
sobre mis hombros. Sigue sin dejar de llorar.

Su dolor está rompiéndome y ha hecho que mis ojos se cristalicen.


No lucho con detener las lágrimas porque van a perderse con el agua de la
ducha. Una vez termino, me incorporo y la abrazo con la fuerza suficiente
para no dañarla. Se pierde entre mis brazos debido a la diferencia de altura
que tenemos.

Voy a arreglarlo.

El agua sigue cayendo mientras yo sigo creyendo, estúpidamente,


que va a llevarse lo que pasó.

Armo un plan con rapidez dentro de mi cabeza. Tengo que hacer


algunas llamadas. Cierro el grifo y me estiro para tomar una bata para ella y
otra para mí. Seco su piel y cabello con cuidado y cuando ha salido, me
deshago de toda mi ropa mojada para secarme también. Pongo la bata sobre
mi cuerpo y me le acerco.

—Ven —la tomo de la mano de nuevo y la guío hasta la cama —.


Debo hacer unas llamadas.

Asiente con la cabeza y yo regreso al baño por mi abrigo. Busco en


él mi teléfono celular y le envío un mensaje a Dylan. Perdí el vuelo e hice
que el resto del equipo también lo hiciera. El entrenador ha de querer
matarme, pero no podía irme sin asegurarme que ella estuviese bien.
Temía pasar por un loco maniático y por eso no vine anoche cuando
no contestaba ningún mensaje o alguna llamada. Sentía en mi pecho que
algo pasaba y hoy me arriesgué con la excusa de darle una sorpresa de
despedida antes de irme, para asegurarme de que solo era una locura mía.

Pero no lo era y me arrepiento de no venir antes.

—Tenemos que irnos de aquí antes de que alguien venga —


pronuncio y voy hasta la puerta y cuando la abro, me topo con Daniel —.
¿Podrías enviar a alguien por una maleta que está en la cajuela de mi auto?

—Claro, ya mismo —responde y le entrego las llaves.

—Gracias.

Confío en ese hombre y espero que no nos falle. Voy hasta el


armario de la estrella y busco entre sus maletas algo de ropa cómoda. Hay
como ocho de ellas, así que decido vaciar una y echar camisetas, jeans, ropa
interior y algunas cosas que pienso va a necesitar a donde vamos. Dejo a un
lado algo para ayudarla a vestir ahora.

Vuelvo hasta a ella.

—Vamos, reina. Tenemos que vestirnos —la ayudo a sentarse.

No pronuncia palabra alguna y tampoco necesito que lo haga. Yo


seré su voz ahora.

Paso la camiseta por su pecho desnudo. Se pone de pie y calzo su


ropa interior junto con un pantalón de yoga. Voy por mi abrigo y lo ubico
sobre su cuerpo. Este la cubre completamente y no ayudará a poder sacarla
de aquí.

Tocan la puerta y voy rápido hacia ella para recibir la maleta. Una
vez en mis manos, busco dentro para vestirme.

—Vamos, Chels —la ayudo a ponerse de pie —. ¿Necesitas algo


más que eche por ti a la maleta?
—Mis medicamentos... Tranquilo —pone su mano en mi pecho
cuando doy un paso en dirección al baño—. Yo iré por ellos.

Tomo su celular y su pasaporte de la mesa de noche. Le tomo una


foto y se lo envío a una persona que espero me ayude con una parte del
plan. Seguido marco otro número.

—Dylan —digo cuando contesta.

—¿Ya vas a decirme que está pasando? Todos quieren matarme


aquí por haber insistido con que nos quedáramos a esperarte, que estabas
haciendo algo importante.

—¿Puedes venir al hotel de Chelsea? Necesito que la lleves a un


lugar seguro.

—¿Lugar seguro? ¿Qué mierda pasó?

—No preguntes. Ven.

—Estaré ahí en cinco.

Ella regresa y echa sus potes de pastillas dentro de la maleta para


luego cerrarla.

—Vamos —tomo su mano y con la otra alzo las maletas.

Ella abre la puerta y Daniel vuelve a recibirnos.

—Acompáñanos —le pido. Asiente con la cabeza y decidimos


tomar el ascensor del servicio para evitar toparnos con personas no gratas a
las que quiero reventarles la cabeza con un bate.

Llegamos al parqueadero subterráneo. Daniel habilita la entrada de


Dylan aquí por su teléfono. Voy hasta mi auto y echo todo el equipaje atrás,
para luego volver a Chelsea.

—Voy a preguntarte algo —tomo su cara entre mis manos —.


¿Estás dispuesta a aceptar todo lo que haré? —miro sus ojos con fijeza —.
Voy a llevarte lejos un tiempo. Voy a brindarte toda la ayuda que necesites.
Tus fans entenderán lo de la gira. No tendrás que cancelarla, puedes
posponerla y si eso implica un gasto más de dinero, no importa, yo lo
pagaré.

—¿Por qué estás haciendo todo esto? —pregunta confundida.

—Porque lo necesitas para estar bien y yo te necesito a ti para


estarlo también.

—Isaac...

No la dejo terminar porque callo mi nombre con un delicado beso.

—Déjame cuidarte —susurro contra su boca —. ¿Confías en mi?

Me separo solo unos centímetros. Sus mejillas han vuelto a llenarse


de lágrimas y trabajo con mis pulgares para quitarlas.

—Confío en ti —responde.

Le sonrío.

—No fue una lástima —digo.

—¿Qué cosa?

—Que hayas entrado en ese baño por error.

Sus brazos se envuelven a alrededor de mi torso y la cubro con los


míos. Mi barbilla se posa sobre su cabeza y dejo un beso sobre ella.

En la lejanía veo el auto de Dylan acercarse.

—Te irás con Dylan. Yo debo enfrentarme a tu gente antes.

—Dios, no...

—Sin discusiones. Entra. —Abro la puerta trasera cuando Dylan se


estaciona a nuestro lado.
—No tardes, por favor. —Se separa y se abraza así misma. Eleva su
mano hasta mi mejilla e intenta sonreír en medio de su tristeza —. Gracias,
vaquero.

Tomo su mano y la beso.

—No hay de qué, Chels Chels.

Ingresa al auto y después de cerrar su puerta, voy hasta el frente


para darle indicaciones a Dylan.

—Llévala donde nadie la vea y pueda reconocerla. No ha


desayunado. Haz que coma.

—No soy una niña, Isaac —recrimina enojada.

La ignoro y miro a Dylan.

—Hazlo.

—Sí —hace una seña militar y acelera.

Voy de nuevo a la cajuela y saco el bate.

—No creo que esa sea la forma de enfrentar a Alicia y al resto —


habla Daniel.

—No voy a decirles una mierda. Prefiero que se desesperen


buscándola por cielo y tierra y tengan que buscar excusas de mierda —
refuerzo mi agarre en el bate —. Voy directo a romperle la cabeza a ese
idiota.

—Señor Statham... —se cruza en mi camino —. En todo el hotel


hay cámaras. Mandé a pedir las grabaciones de cuando Matthew Reigen
entra a la habitación de Chelsea y sale, por si las necesita, pero creo que si
quiere darle un buen... merecido, deberá hacerlo de una mejor manera.

—¿Y cuál es esa? —me cruzo de brazos.


—Solo le diré que el joven Reigen sale todas las noches sin escoltas.
Se cita con sus dealers.

—Entiendo. Deme su número de teléfono. Necesito que me avise


apenas él salga.

—Lo haré.

Le entrego mi celular y él archiva su número.

—Si llegan a despedirlo, dude en llamarme después.

Asiente con la cabeza.

—Siento mucho... Yo debí verificar si había entrado antes, pero


toqué y ella abrió y me dijo que todo esta bien y yo...

—El único culpable aquí va a despertar mañana en un hospital. No


se preocupe —palmeo su hombro y voy de nuevo hacia mi auto.

Salgo del hotel al tráfico de Chicago. Voy directo al lugar donde se


encuentra el resto del equipo. El próximo juego será en cinco días, pero
debemos estar mañana en Seattle para empezar entrenamientos.

Estaciono dentro de la propiedad. En un mensaje me avisaron que


estaríamos aquí mientras encontrábamos otro vuelo privado.

—¿Qué mierda está pasando, Statham? —Carl aparece tan pronto


como entro en la casa.

El resto de mis compañeros mira la escena sin decir nada.

—Debo solucionar un asunto personal. Es muy importante, Carl —


respondo.

—Sabes que los asuntos de uno son los asuntos de todos —dice y
miro al resto del equipo. Todos asienten —. Te escuchamos.

Tomo aire y les cuento lo que pasó sin entrar mucho en detalles.

La noche cae y Daniel me ha informado que el imbécil hizo una cita
con un traficante, en un basurero de autos, para venir a conseguir droga.

La adicción lo trae al infierno.

Nos hemos desecho del traficante. Le dimos dinero y le pedimos


que mantuviera su maldita boca cerrada. Seis del equipo me acompañan con
bates en sus manos, el resto está volando a Seattle para servirnos de
coartada. La compañía de vuelos privados ha recibido una gran donación de
nuestra parte al enviar nuestros nombres a Seattle y dentro de unas horas
brindarnos un vuelo fantasma. Quienes están aquí van a interceder, pero no
está de más querer hacer que se cague del susto desde que llega.

Solo yo estoy visible a su espera en el lugar exacto donde lo citaron,


sentado sobre el capo de uno de los cientos de autos abandonados. La luna
de la media noche se posa sobre nosotros, siendo suficiente para iluminar
todo.

Desciende y deja las luces del auto prendidas cegándome


levemente. Es cobarde hasta para venir a comprar drogas.

—No eres Flyn —repara al verme.

—No y tampoco lo deseo. Me encanta ser quien soy —me pongo de


pie y reposo el bate en el hombro.

—¿Y quién mierda eres? —pregunta dando un paso hacia atrás


cuando el resto de hombres sale de las sombras.

—Isaac Statham. El hijo de puta que viene a partirte la cabeza.

No me importa decir mi nombre. No va a volver a tocar a Chelsea.


Quiero que tenga pesadillas conmigo, que sepa que fui real y que siempre lo
seré si vuelve a tocarle un solo puto pelo.
CAPÍTULO 31
Chelsea

No estaba bien.

Las lágrimas iban a salírseme en cualquier momento. Llevo treinta


segundos aguatando la respirando para intentar dejar de temblar, pero no ha
funcionado.

Sé que no es mi cuerpo... es mi mente. Lleva susurrándome durante


horas que las necesito, que eso va a ayudarme a estar mejor, que puedo
controlarlo, que no es nada. Respiro aún más hondo.

—¿Dónde estás, Isaac? —susurro mientras me levanto a mirar por


la ventana que da hacia la entrada de la casa. Son más de las dos de la
mañana y no he obtenido noticias de él. Le he envié cientos de mensajes y
cuando no contestó ningún, opté por llamarlo, pero tampoco obtuve
respuesta.

La ansiedad me está carcomiendo. Tengo miedo a llorar. Una sola


lágrima y toda la represa de emociones ahogará la poca estabilidad que
tengo, si es que aún queda algo y no me la estoy inventando.

Miro mi maleta. La luz de la ventana hace que sea más consciente


de que está aquí... ella, la adicción está aquí.

Cierro mis ojos durante unos segundos. Escucho los latidos de mi


corazón y trato de llenar totalmente mis pulmones.
—Estoy bien —susurro otra vez, pero de inmediato los demonios
me atacan recordándome la escena eterna y maldita de la madrugada —.
Estoy bien.

Debo sostenerme de la pared cuando siento que mi cuerpo por poco


y se apaga. Recuerdo de inmediato que llevo más de 24 horas sin dormir.

No. Tengo que esperar a Isaac, necesito verlo y que me cuente que
estuvo haciendo.

Vuelvo a mirar la maleta.

Me dará energía.

No.

Vuelvo mi vista hacia afuera. La entrega está iluminada por faroles


un poco viejos. Es una casa enorme y hermosa, pero debe de tener
muchísimos años. Me giro para ir hasta la cama. El colchón se comprime
cuando me siento en una de sus esquinas. Sigo temblando. Llevo mis
rodillas al pecho y las abrazo.

—Llega, por favor —hablo como si pudiera escucharme.

Vuelvo a mirar. El estómago se me hace un ovillo y paso, tal vez,


una hora más sintiéndome igual.

Solo una.

—No —digo entre dientes.

No pasará nada, he tomado cosas peores.


Me levanto y voy hasta la maleta. Detengo mi respiración como si
eso causara que mi parte racional muriera. Me dejo caer de rodillas a su
lado. Abro el cierre y dejo a la vista los cuatro tarros de pastillas, pero solo
analizo el que tiene la etiqueta rasgada. Mis dedos lo atrapan y lo sacuden.
Son tan pequeñas y destructivas. El aire me falta y tomo otra mala decisión.
Sin contar vierto algunas y cuando estoy por llevarlas a mi boca, la puerta
se abre.

—¿Chels?

Doy un salto. Las píldoras caen y cierro la maleta de inmediato


cuando escucho la voz de Isaac.

—Isaac —me pongo de pie con cuidado. Camino hacia él y me


envuelvo alrededor de sus brazos —. Estás aquí —digo bajito escondiendo
mi cara entre su pecho.

Sus brazos son un increíble y seguro refugio.

—¿Cómo estás? ¿Te vio la doctora? —pregunta después de dejar un


beso sobre mi frente.

Asiento con mi cabeza.

—Ella confirmó... —la voz se me paga y carraspeo —. Confirmó


todo.

Siento su cuerpo tensarse. Sus brazos me pegan más a él.

—¿Comiste algo? —indaga. Asiento con la cabeza —. ¿Qué


comiste?

—Comida —me burlo.

—¿Comida?
—Sí —levanto mi cabeza para mirarlo —. Tu amigo me dijo que
serías capaz de romperle el cráneo sino comía, así que lo hice obligada por
mantener a salvo su vida, aunque sé que no eres de romper cráneos.

—Soy capaz de muchas cosas —se aparta de repente, pasa por mi


lado, cierra mi maleta y el corazón se me detiene —. Vamos, tenemos que
irnos.

Su mano se apropia de la mía e intento seguir sus pasos. Mientras él


da uno, yo debo dar tres y mi energía es nula. Salimos por la parte trasera de
la casa. Dylan, que era el único jugador dentro de la casa, nos espera dentro
de una camioneta junto con otro hombre que parece ser de seguridad. El
resto del equipo se fue hacia no sé donde desde muy temprano.

—¿A dónde vamos? —pregunto cuando ingreso a la parte trasera


del auto.

—Yo voy a Seattle —responde Dylan mirando hacia el frente. Está


sentando en al asiento del copiloto.

—¿Y nosotros? —miro a Isaac. El auto arranca.

Su pulgar acaricia fugazmente mi mejilla. Sigo temblando, pero al


parecer ya no es tan notorio.

—A Vernon, Texas, reina.

Isaac
El vuelo no fue largo. En menos de 3 horas llegamos a Vernon, pero
demoramos otras dos para llegar al centro y otra más hasta llegar a la casa
de Ivan. Chelsea ha dormido en cada trayecto, su teléfono no ha parado de
sonar y le he sugerido que lo apague. Hace una hora estaba mirando sus
mensajes y negando con la cabeza. Será mejor para ella no enterarse de
nada. Ya le ha avisado a su hermano lo que ha pasado y le ha hablado de mí.
Solo escuché decirle que era un amigo y que iba a estar unos días en Texas
mientras se recuperaba.
Hablaba de lo que le pasó como si fuese un resfrío, no quería
preocupar a su hermano, no quería preocuparme a mí o a alguien más. Ella
seguía siendo egoísta y no era capaz de sostener el peso de la verdad. Temía
que no solo le dijera eso al resto, sino que se lo repitiera ella misma.

Chelsea necesita sanar, pero tiene que aceptar la magnitud de lo que


le pasó, pero debe ir poco a poco y ya he dado el primer paso por ella.
Mañana una psicóloga nos visitará, claro está, si ella está dispuesta a hablar,
no quiero presionarla.

—Puedo jurar que en mi cabeza un rancho estaba lleno de vacas,


caballos, establos y casas viejas, cultivos, pero...

—¿Qué? ¿La gente del rancho tiene prohibido modernizarse? —me


burlo de ella al mismo tiempo que la ayudo a descender del auto.

—No —niega repetidas veces con la cabeza —. No pensé que


hubiera un pueblo dentro de un rancho.

—Te dije que era grande.

—Y menos una casa de este estilo —agrega.

—Sí tenemos caballos y vacas, toros, cultivos... Solo que un poco


retirados de aquí. El pueblo que pasamos en el centro, ahí viven todos los
trabajadores de la zona y está es, por decir, la casa del alcalde —le explico
—. Llegar al rancho era muy difícil para las personas. Ivan decidió hacer un
hotel, pero las familias de sus empleados sufrían la ausencia por muchas
semanas de sus queridos y viceversa, así que decidió brindarles un lugar
dentro del rancho, al fin y al cabo, se sostiene gracias a ellos.

—¿Cuántas personas viven aquí? —indaga mientras caminamos el


camino de la entrada hasta la puerta.

—¿En el centro? —Ella asiente con la cabeza y respondo: —. Unas


treinta mil, creo, esa era la cifra la última vez que vine.
—¿Hace cuanto no vienes?

Toco el timbre sin dejar de mirarla.

—Desde hace muchos años —respondo evitando entrar en detalles.

Es medio día y cuando entramos a la casa, la luz del sol ilumina


intensamente el lugar. Ivan es amante de la luz natural. Había olvidado
como se siente estar de nuevo en casa, en el único lugar que ha sido fijo en
mi vida.

—Ivan llegará en cinco minutos —nos recibe uno de los capataces.


Asiento con la cabeza y miro a Chelsea, quien se pasea lentamente por cada
rincón del extenso salón.

Los rizos de su cabello están algo fuera de control. No tiene ni una


gota de maquillaje encima y la intensa iluminación me deja detallar un par
de pecas que adornan sus pómulos y las ojeras que los delimitan.

—Soy una egoísta —comenta parándose frente a una mesa llena de


portarretratos. Tomo uno de ellos y da media vuelta —. ¿Es ella? ¿Cómo
está? No te pregunté sobre el proceso o nada que...

—Está bien —intento calmar su preocupación —. Pronto vendrá a


pasar unas semanas con mis hermanos, antes del último proceso.

—Eso es genial. No planeo quedarme mucho, creo que me iré antes


de que ella llegue, así que no te preocupes por...

—¿Qué? —la miro y niego con mi cabeza —. Puedes quedarte todo


lo que quieras, Chels —me acerco a ella para tomar su mano —. Si se
llegan a cruzar, le diré que eres una amiga y así será mejor para ella que
soltarle la noticia sin drenarla un poco.

—Pero ¿Y si algún día nosotros no...?

—Espero que sigamos siendo amigos —completo y voy


inclinándome lentamente para besar sus labios.
—¡Perdonen la demora! —la voz de Ivan me detiene —. Hubo un
problema en la planta de trigo y es un desastre.

—No te preocupes —digo sonriendo sin enseñar mis dientes y me


aproximo a él, para darle lo que sería un medio abrazo al chocar nuestros
hombros y palmear nuestras espaldas.

—¿Ellas es flores amarillas? —pregunta sonriente, teniendo su


mano hacia ella y lo miro seriamente.

—Es Chelsea Cox —corrijo.

—Todo el mundo sabe quien eres, pero solo yo sé que eres flores
amarillas —vuelve a decirle —. Es un honor conocerte, Chelsea.

—El gusto es mío...

—Ivan, Ivan Statham. Bienvenida —se gira hacia mí. Posa sus
manos sobre la correa de cuero de su pantalón. Lleva un sombrero del
mismo material y ni hablar de sus botas. Es lo único dentro de la casa que
me recuerda que estamos en un rancho —. ¿Ya comieron?

Niego con la cabeza y tomo la mano del Chelsea, mientras seguimos


al castaño de casi mi misma altura, pero con un par de años más.

—Ivanna va a morirse cuando vea a flores amarillas. Compró


entradas para tu concierto y está tachando los malditos días —Ivan mira a
Chelsea con alegría y ella solo con curiosidad. No hay ningún rastro en ella
de lo primero y tengo que arreglar eso —. Espero no te asuste y la
entiendas, no todos los días tenemos a una celebridad en casa.

—Soy yo una celebridad —agrego.

Ivan se detiene de arriba abajo y me mira.

—¿Has salido en la portada de Cosmopolitan con un traje de


diseñador?

—No —respondo y Chelsea medio se ríe a mi lado.


—Entonces no eres una celebridad —sigue andando.

—¿Cómo es que sabes de Cosmopolitan?

—Sasha e Ivanna —dice como si eso lo explicara todo —. Mi casa


está llena y repleta de radiación gracias al Wi-Fi y los teléfonos celulares,
de muebles de diseñador, de sábanas que tienen millones de hilos... No sé
para que las hacen con tantos... En fin, algo se me ha pegado y ya sabes lo
que dicen —se detiene cuando llegamos a la cocina y susurra: —. Si no
puedes con el enemigo, úneteles.

—¿Cuál enemigo? —Sasha se queja desde el otro lado de la enorme


Isla mientras almuerza.

—Los gusanos —responde Ivan —. Se comen toda la mierda que


produzco y la dejan como no me gusta —desde aquí siento su doble
sentido.

Me río. Siempre se han tratado así. Sasha abre los ojos


abruptamente cuando Chelsea sale detrás de mi espalda y se levanta. Se
limpia la boca con la manga de su camisa a cuadros roja y peina su cabello.

—No sabía que teníamos visita —repara. Se acerca a nosotros y le


extiende la mano. Chelsea se la acepta con gusto —. Sasha Anderson.

—Chelsea Cox —repsonde la rubia.

—¡Lo sé! —la mujer da un pequeño brinco.

—Sasha —advierte Ivan —. No asustes a flores amarillas.

—Ivan —esta vez le advierto yo. No sé si ese sobrenombre la


incomoda.

Alza las manos.

—¿Puedo llamarte flores amarillas? —le pregunta mi hermano.


Chelsea me mira sonriendo y luego a él. Quisiera saber que está
pasando por su cabeza. Este lugar es demasiado colorido y opuesto a lo que
vivió, no quiero abrumarla.

—No me molesta —se encoge de hombros —. Jamás había tenido


un apodo.

—¿La princesa del pop no es suficiente? —repara Sasha.

Chelsea niega con la cabeza.

—Este es más personal y me gusta—explica.

—Dejemos de hablar y siéntense a comer —Ivan le pide a uno de


los cocineros que nos prepare algunos platos.

Intento no mirar a Chelsea mientras intenta comer para no


presionarla. Engullo todo lo de mi plato y voy a servirme más. Ella solo
logra comer la mitad y eso me tranquiliza.

—¿Quieren que les prepare una habitación o dos? —Sasha nos mira
a ambos y yo la miro a ella.

—¿Qué quieres tú? —le pregunto mientras acaricio su espalda.

—Una sola, por favor —le sonríe de vuelta. Ella sale de la cocina y
Chelsea me mira a mi —. ¿Qué pasa con la temporada?

—El próximo partido es en tres días. No te preocupes, iré a jugarlo


y volaré de regreso.

—¿Te permiten hacer eso? —inquiere.

—No.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Por ti —la miro fijo.

—No tienes que...


—¡Te va a encantar el tour del rancho! —Ivan la interrumpe —.
Ivanna da los mejores y ella estará feliz de hacerlo.

—¿Dónde esta? —pregunto.

—En la escuela, dando clase —responde y mira su reloj —. Hoy


llegará a las tres.

—¿Hay una escuela aquí dentro? —Chelsea curiosea.

Ivan asiente orgulloso con la cabeza.

—Los hijos de mis empleados necesitan educación. Tenemos hasta


bancos, un cine de autos, un parque acuático, una enorme biblioteca y
mucho más.

—Qué bien —comenta.

—Sí, tal vez mañana Isaac te pueda enseñar solo esos lugares, no
conoce todo el rancho y no queremos otra vez gente perdida —se ríe y sé
que está recordando la vez que me perdí de pequeño. Todo el pueblo tuvo
que buscarme —. Suban, Sasha ya debe haber ordenado el cuarto. Nos
vemos en la cena —inclina su cabeza y se pierde por la puerta.

—¿Qué te parece el lugar? —la tomo de la mano para ir hacia la


planta de arriba.

—Muy pintoresco —sonríe sin ganas —. Es precioso. Me siento


como en...

—¿Casa?

—Pensarás que estoy loca —ríe aún sin ganas—, pero sí. Me siento
como en casa a pesar de nunca haber estado aquí.

—No me preocupa, Dylan también dijo lo mismo la primera vez


que vino.

—Oh, eso me calma un poco la vergüenza.


En el pasillo de arriba, nos topamos nuevamente con Sasha.

—La habitación con balcón al estanque es toda suya —me tira las
llaves y las atrapo con agilidad en el aire —. Beisbolista fanfarrón.

Baja las escaleras riendo.

Guío a Chelsea a la habitación. Planeo dejarla un momento sola


para que se instale y tome un baño mientras hago un par de llamadas.

—¿Te gusta? —le pregunto al ingresar.

La brisa fresca mueve las cortinas del balcón. Nuestras maletas


están ubicadas sobre la cómoda. Una cama tamaño rey se encuentra en la
mitad del lugar. Todo es completamente blanco y bastante iluminado.
Chelsea se dirige al lentamente balcón y por un segundo me mira.

—Me encanta —responde sin dejar de mirar al frente.

—Debo hacer unas llamadas —cuento —. Creo que hay una tina y...
—me callo por un segundo, pero intento no hacerlo notable —. Y creo, creo
que hay de esas bombas de colores que echan al agua.

—Gracias —me mira y espera a que salga.

—¿Estarás bien sola? —pregunto con precaución. Mi pecho se


siente apresado.

—Estaré bien sola —sonríe —. Haz tus llamadas y sube tan pronto
como termines, por favor.

—Lo haré —me acerco a ella y beso su cabeza para luego girarme y
salir de la habitación.

Dejo escapar el aire que mis pulmones estaban reteniendo. Haré las
llamadas desde aquí, en el pasillo, porque no quiero irme tan lejos. Tomo el
celular y marco el número de Dylan.

—Bro.
—¿Tienes noticias?

—¿Tenemos noticias? —le pregunta a alguien más y escucho como


le responden —. Cuidados intensivos —repite.

—¿No va a...?

—No, Isaac. Aunque es lo que debería de pasar.

—No. Aprenderá y si no, volverá a saber de mí.

—No deberías... Digo, ya lo hiciste, ya nos arriesgamos todos y


salió bien. Cuida de ella y cuídate tú.

—¿Qué dijo la policía?

—¿Qué dijo la policía? —pasan dos segundos hasta que vuelve a


hablar —. Que quisieron robarlo y cuando se dieron cuenta de quien era, lo
golpearon.

—Se aprendió bien su línea —comento.

—See. Ahora, deja a ese hijo de puta en paz.

—Lo haré.

—¿Cómo está ella? —pregunta y miro la puerta.

—No lo sé. Estoy esperando a que quiera hablar conmigo y si no lo


hace, espero que al menos se abra con la psicóloga.

—¿Tú estás preparado para escuchar lo que va a decirte sin perder


la cabeza?

—No había pensado en eso.

—Pues deberías pasar también tú por terapia. Esto te afecta


indirectamente y tu reacción podría afectarla más a ella.
—Hablaré con Paulette en la noche.

—Nos vemos el domingo. Sin falta, Statham.

—Nunca la habrá.

Termino la llamada e inicio otra con Carl, contándole un poco del


plan que tengo. Se rehúsa completamente, pero después de media hora
acepta con la condición de que voy a asegurarle ganar cada maldito juego.

Una vez he terminado. Vuelvo a la habitación. Mi mirada busca el


baño de inmediatamente y me lanzo a correr cuando veo agua haciendo
camino hacia mis pies. Ingreso con el corazón acelerado a mil kilómetros
por segundo. Debo tomarme de las paredes para no resbalar, pero cuando
veo la tina vacía, me paralizo.

Salgo para buscarla afuera y la veo tranquila, envuelta en una bata,


mirando hacia el estanque.

Respiro de nuevo, pero termino dándome cuenta de lo mucho que


temo, que le temo.

CAPÍTULO 32
Chelsea

En momentos me desconecto del mundo y pierdo el hilo de la


conversación. Isaac está hablándome de la historia del lugar animadamente
mientras llevo 3 veces que entro en lagunas y despierto para de nuevo
apreciar la voz con la que pronuncia las palabras. No diré que me siento mal
en este lugar, me agrada, pero aún así no es mío y sé que no hay que
amañarse en lugares que no nos pertenecen, porque algún día el dueño
podría dar la orden de demolerlo y quedaríamos con nada.

—¿Tienes hambre? —pregunta.

—Aún no.

Estamos sentados en el hermoso jardín que rodea el estanque. Isaac


está frente a su laptop trabajando en algo. Me ha dicho que no es solo un
deportista, cuya carrera como tal solo durará un par de años, también es un
empresario que debe responder atender algunos problemas y tomar un par
de decisiones.

—¿Estás lista para hablar con ella? —vuelve a hablar y esta vez si
lo miro.

Está intentando curar algo que no le corresponde mientras yo soy


una cobarde que no es capaz de decirle que nada va a servir.

—Sí —miento y sonrío a medias.

—Ella siempre quiso ayudarme después de lo sucedido, pero no fue


hasta que estuve con el agua en el cuello que cedí para buscar ayuda. Le
diré que venga mañana —cuenta.

Estar con él aquí me gusta demasiado. Me da una calma que


quisiera conservar para siempre, pero sé que es algo momentáneo, una
fachada que estoy queriendo alzar para enfrentar lo que me hace daño allá
en el mundo exterior. Decido cambiar el tema.

—Hoy vi mis redes sociales... No desde las mías, han cambiado


todas mis contraseñas de mis cuentas oficiales, pero tengo unas que nadie
conoce y... —confieso y antes de seguir lleno mis pulmones con aire. Él me
mira preocupado —. Vi que, claramente, todo mundo está disgustado
conmigo y mucho, sus mensajes son horribles —veo su mano llegar
lentamente hasta mi rodilla y pongo la mía sobre ella para evitar que note
que me tensé durante un segundo —. También vi algo sobre Matthew.

Su ceño se frunce y cierra su laptop para mirarme.

—Escúchame antes de que...

—Gracias —llevo mis manos hasta su rostro y acaricio sus mejillas.


Me quedo apreciando sus ojos verdes por más tiempo del que debería. Estar
con él aquí parece un sueño, es como esa silencio después de la tormenta.
Mis ojos se cristalizan y no reprimo el llanto que le sigue, me tiro a sus
brazos y él me recibe. Aparta su laptop. Sus fuertes manos me alzan para
subirme en su regazo y me oculto aún más del mundo en su pecho.

Trato de dejar ir todo el daño de los últimos años, en especial el de


hace un par de noches. Su abrazo es como el final de una caída libre, pero
no sé porque no dejo de sentir que aún no ha terminado y que si no hago
algo podría volver a tocar fondo. Sé que en el instante en el que me aleje de
él, despertaré del suelo y caeré de nuevo en mi pesadilla.

Nos quedamos aquí por más de una hora. No pronuncia palabra


alguna porque en realidad no hace falta. Cada latido de su corazón me hace
saber que también es tan mío, como el mío es tan suyo.

—Tengo que llamar a mi padre y a Edward... —me separo sin


quererlo. Limpio mi rostro con cuidado.

Asiente con su cabeza. Toma mi quijada entre sus dedos para


seguido depositar un beso en mis labios

—Iré adentro a dejar esto. Estaré en la cocina —sonríe levemente y


se levanta para irse.

Mirándolo solo puedo pensar en lo afortunada que soy por tenerlo


en mi vida y en lo desafortunado que es él al tenerme en la suya.
Saco el teléfono del bolsillo trasero de mi jean. Al desbloquearlo
vuelve a aparecer la página de noticias donde leí la nota que le hicieron
sobre el atentado de Matthew. Dicen que fue un robo y que lo golpearon
con algo parecido a un tubo de hierro por las heridas en su cráneo y torso,
pero yo sé que lo golpeó un beisbolista profesional con un bate de madera.
Lo intuí al recordar su ausencia esa madrugada y hoy, él no me lo negó.

Tomo una respiración. Espero que nadie nunca conecte nada. Lo


último que quiero es que Isaac tenga problemas por mi culpa. Cierro el
explorador para pasar a la aplicación de contactos. Statham me ha facilitado
un teléfono nuevo y he botado el antiguo, aquí solo lo tengo registrado a él
y a Edward. La vida me pesa cuando pienso en que también hubiera
guardado a Azul y Randall de inmediato.

Le doy al botón verde y lo llevo a mi oreja. Mientras los tonos


suenan, pienso en algún arreglo para el tema de la gira. Van a cobrarme una
millonada de penalización por incumplir. Espero mi hermano también
pueda ayudarme en eso. Los medios me están comiendo viva y mis
fanáticos están llenando mis redes oficiales con un odio inmensurable. La
prensa debe estar buscándome hasta debajo de las piedras y aunque aquí me
sienta muy lejos de todo, los problemas siempre estarán tratando de
alcanzarme.

—¿Hola?

—Edward —digo con un poco de entusiasmo —. Soy yo, Chelsea.

—¿Chels? ¿Dónde mierda estás metida? ¿Estás bien?

—Sí...Estoy en un buen lugar —digo tratando de llenarme de


valentía para contarle lo que necesito que sepa.

—¿Qué pasó? Desapareciste y Matthew está en cuidados


intensivos...

—Abusó de mí, Ed —la voz se me quiebra.


—¿Qué? Chels... —insultos en otro idioma se escuchan a través de
la línea —. Voy a matarlo.

—No. No se lo digas a nadie, nunca. Ya obtuvo lo que merecía.

—Tienes que denunciarlo.

—No puedo. Matthew tiene fotos íntimas mías y unas


conversaciones... Está chantajeándome.

—¿Dónde?

—No lo sé. Supongo que en su celular.

—Aprovecharé su estado para revisar sus cosas.

—Gracias.

—¿Dónde estás?

—Estoy donde un amigo que...

—¿Es Chelsea? —la voz de Amanda se escucha a lo lejos —.


¡Pásamela, Edward!

—Lárgate, Amanda y pásame mi celular —le pide Edward con


furia.

—¿Chelsea? —pregunta y no contesto —. Sé que eres tú y no me


importa si no quieres hablarme, pero vas a escucharme. Estás siendo una
maldita malagradecida. ¿Estás drogándote otra vez? Por eso te largaste,
¿no? Nunca vas a aprender ni una simple mierda. ¿Quieres causarme un
infarto también cómo se lo causaste a tu padre? Solo piensas en ti y no en
las personas que dependen de tu presencia. Estás arruinando tu maldita
carrera y la de todos aquí. No vamos a descansar hasta encontrarte y hacer
que...

Cuelgo.
Mi respiración se ha tornado aún más rápida y siento mi corazón a
punto de estallar. Las manos me hormiguean. Me levanto y camino con
esfuerzo hacia la casa. Las lágrimas se están escapando sin control de mis
ojos. Me detengo cuando escucho la risa de Isaac cuando estoy justo por
llegar. La puerta está medio abierta y desde aquí puedo observar como se
ríe con alguien que no alcanzo a ver.

Mis ojos se desvían hacia una las ventanas y puedo ver mi reflejo en
ella. Estoy oculta bajo una enorme camisa a cuadros, mis rizos están
alborotados y mis ojos tan húmedos e hinchados que no lucen para nada
presentables.

Me doy media vuelta y entro por la entrada principal. Subo sin hacer
ruido hasta el cuarto, cerrando detrás de mí. El aire sigue escaseando en mis
pulmones. Camino de un lado para el otro. El ataque de pánico está
oscureciendo mi visión y nublando mis pensamientos. No conecto con
ninguna idea, no encuentro ninguna solución, pero cuando miro mi maleta
corro hasta a ella y sin pensarlo vierto sobre mi mano cinco pastillas. Las
llevo hasta mi boca y paso al lavabo para tragarlas junto con un poco de
agua.

A quien veo en el espejo no la reconozco, hace mucho dejé de


hacerlo y también dejé de quererla... Se dice que el amor propio es eso, el
conocernos mejor que nadie y aceptarnos como somos, pero hoy ni siquiera
sé como voy a llegar al día de mañana y tampoco voy a aceptar que es un
mal lo que me estoy haciendo, porque mi cuerpo me dice que está bien, que
lo necesito.

Entro lentamente en un estado de livianeza. Mi sistema nervioso


está siendo dormido por el narcótico. El dolor físico me está abandonando y
cada segundo que pasa mi cuerpo se siente más liviano. Me muevo con
torpeza hasta la cama. Me dejo caer sobre el colchón y me quedo mirando
el techo. No soy capaz ni de sentir las lágrimas que sé que están saliendo de
mis ojos.

Mis párpados se cierran y me dejo ir.


Caigo en una oscuridad tan profunda en la que no siento ni pienso
en nada. Si fuera por mí, jamás me levantaría de esta cama, tal vez es el
mejor lugar para estar ahora mientras que afuera todo se desmorona. Me
pesa la vida y esta suavidad me acoge con alevosía.

Cuando despierto ha desaparecido la luz del día y solo una pequeña


lámpara de luz cálida acaba con la oscuridad de la habitación. No veo a
Isaac en ningún lado y lo agradezco. Me levanto un tanto dormida aún e
ingreso a la ducha convenciéndome de que el agua servirá para volverme a
dejar como nueva, como si no tuviera nada intoxicando mi sangre.

Salgo, cepillo mis dientes y me visto con algo más decente que lo de
hace horas. Trato de hacer algo con mi cabello y me aplico un poco de
rímel, brillo y rubor para no parecerme un cadáver. No quiero salir de aquí,
pero quiero ir a verlo y todo lo que tenga que ver con él, siempre ganará.

Bajo las escaleras y sigo las voces que me llevan hasta la biblioteca.
Son más de dos y los nervios comprimen mi estómago. Justo cuando pienso
en que tal vez sería mejor irme, alguien abre la puerta. Es Isaac y su rostro
se llena de felicidad cuando me ve.

—Despertaste. Cuando subí estabas dormida y no quise...

—Sí, estaba cansada. Gracias —lo interrumpo.

—Ven —extiende su mano hacia mi —. Quiero presentarte a


alguien.

Trago duro y me animo a dar cuatro pasos más para que su toque me
motive a dar el resto. Ingreso a la biblioteca sin despegarme de su lado.
Afianzo la unión de nuestras manos cuando siento la mirada de más de un
par de ojos sobre mí.

—No era una maldita broma —suelta una mujer de ojos verdes y
cabello castaño lacio. Sus ojos se abren descomunalmente y tapa su boca
para callar un grito —. ¡Es Chelsea Cox!
Me uno más al cuerpo de Isaac. Nunca me acostumbraré a que las
personas pierdan el control cuando me conocen. Debería alegrarme, pero
me incomoda.

—Cálmate, Inanna o te largas —Isaac se ubica frente a mí.

—Lo siento —dice de mala gana —. Lo siento, Chelsea —esta vez


se refiere a mí —. Jamás había conocido a alguien tan famosa como tú.

Isaac carraspea.

—Veo que haber pasado años entrenando bajo el sol para ser el
beisbolista mejor pagado del mundo no es ser alguien famoso —se defiende
Isaac.

Me hace gracia su indignación y aprovecho su distracción para


pegarme aún más a su cuerpo. Esto era lo que necesitaba. Mi mejilla está
sobre su espalda y puedo inhalar muy bien el olor de su camiseta blanca.

—Siéntate aquí a mi lado. Estaba contándoles algunas cosas de la


noche en la que nos conocimos —habla Isaac.

Su hermana, Inanna, me mira de pies a cabeza para luego fijarse por


demasiado tiempo en mi rostro.

—¿Estás bien? —pregunta repente.

—Sí —digo de inmediato y miro a Isaac por un momento.

—Tus ojos se ven...

—He estado llorando —levanto mi cabeza y la corto.

—Inanna, cállate —esta vez Ivan la reprende.

—Solo pregunto... ¿Qué tal te fue en rehabilitación, Sac? —lo mira


y luego a mí —. ¿Y a ti, Chelsea? Fue poco tiempo el que tuviste, parecía
que tu adicción era un tanto fuerte...
—¡Inanna, lárgate! —Isaac se pone de pie —. Vamos, Chelsea —me
ofrece su mano y la tomo sin pensar.

—¡Solo preguntaba! —exclama detrás de nosotros.

Isaac cierra la puerta y toma mi mano. Está agitado y lo veo muy


preocupado por sacarme de aquí. Me lleva hasta la entrada donde yacen los
autos parqueados. Subimos a una Ford Raptor y seguido, él acelera en
dirección al pueblo. Vuelve a tomar mi mano y las dejo juntas con cuidado
sobre mi rodilla.

El ruido de la noche combinado junto con el del motor y las ruedas


sobre la carrera de tierra me tranquiliza. Yo también necesitaba esta salida.

—Lo siento, Chels... Inanna siempre ha sido imprudente, pensé que


esta vez se comportaría.

—No importa, de verdad. Estoy acostumbrada a tratar con personas


como ella... Sin filtros.

—No tienes qué, ya te dije que estás en un lugar seguro. No quiero


que te aburras y te vayas...

—Donde sea que estés tú, para mí, ese siempre será un lugar seguro.

Afianzo el agarre de nuestras manos. Él me mira por un segundo y


sonríe exageradamente moviendo su cabeza de lado a lado.

—Ay, Chelsea Cox, me tienes tan ridículamente enamorado.

Río junto a él. La sensación que me produce su confesión es


agridulce, pero no por eso dejo de sentir el azúcar elevado en mi sangre.
Aún no puedo creer cómo es posible que mientras mi cerebro atraviesa una
depresión también sufre un enamoramiento. Es como estar muriendo
mientras me siento más viva que nunca a su lado.

En este momento hay un lado que pesa más que el otro, entre más
grande se hace uno, el otro más desaparece. Si crece la depresión, será un
posible fin y si crece mi amor, sería un fin temporal porque tal vez algún día
se acabe... Ya lo pensé antes y de cualquier manera hay una posibilidad de
perder.

—¿Tienes hambre?

—Un poco, sí —respondo.

—Espero que te guste el pollo frito porque es lo único abierto a esta


hora.

Llegamos al lugar, pero yo decido quedarme en el auto. Isaac


ingresa y saluda con entusiasmo a las personas que hay dentro del local,
como si los conociera de toda la vida y tal vez sí es así, este es su pueblo.

Espero unos minutos. A veces lo descubro mirando hacia acá con


atención. Le preocupo demasiado y a mí me preocupa eso.

Una vez tiene la bolsa, regresa y el olor a pollo frito se impregna en


el ambiente. El estómago me ruge. Retoma el camino y volvemos a salir del
pequeño pueblo, pero en dirección contraria a la casa. Las luces siguen
iluminando un camino de tierra hasta que minutos después nos topamos con
un enorme cartel rojo y la entrada de un pequeño estadio en el que hay un
campo en forma de diamante.

Estaciona a un costado de las bancas y baja. Rodea la camioneta y


abre mi puerta.

—¿Entrenaste aquí? —pregunto mientras tomo la bolsa del pollo y


la abro. No me bajo decido quedarme aquí sentada y echar la silla atrás para
que él se pueda sentar en el espacio donde tengo mies pies.

—Desde mis 4 años.

—¿Regalo de navidad? —bromeo.

—Sí, lo fue —responde serio para sacar una presa y llevarla hasta su
boca. Repito la acción.

Se me escapa un gemido. Está delicioso.


—Este es el mejor pollo frito que probarás en tu vida —se burla.

—Sí —sonrío —. Ya veo porque eres tan bueno, tenías tu propio


estadio.

—Y si no lo hubiera tenido, también hubiera sido bueno. No es la


herramienta, es la disciplina —decreta —. Tal vez tus padres también te
ayudaron a ser quien eres hoy, pero sino, de igual manera, tu voz siempre
hubiese sido increíble —limpia las comisuras de su boca con una servilleta
y se echa hacia atrás para apagar las luces delanteras —. Ven.

Me toma con una de sus manos y con la otra toma la bolsa con
comida. Me ayuda a subir a la parte trasera de la camioneta. Nos sentamos
contra la cabina e inclino mi cabeza para mirar las estrellas mientras tomo
otra pierna de pollo frito. Nubes oscuras han empezado a cubrirlas.

—Algunas personas brillan sin esfuerzo, pero otras tienen que pasar
un proceso de entreno para crear y hacer crecer su talento... El universo
tardó miles de años en hacerse y es increíble. Y sí, yo admiro más a esta
última persona.

—¿Por qué? —pregunto. No me siento completamente bien, pero


estoy esforzándome por ignorar muchas cosas. Él lo vale —. No me digas,
ya sé. Ya adiviné.

—No era una adivinanza —se burla.

—No, pero sé el por qué.

—Ah, ¿sí? ¿Cuál es?

—Cuando trabajas más por algo, el valor y el amor por eso es más
grande —respondo.

Casi no veo su rostro, pero sé que está sonriéndome. Unos segundos


pasan mientras seguimos comiendo. Sorprendentemente como algo más de
3 presas de pollo frito sin haberlo planeado.
—¿Sabes? —Isaac vuelve a hablar.

—No, no sé.

—Cumplí el sueño de mi vida, pero aún siento que me falta algo


más.

—Solo tienes veintiséis años, te falta mucho más, Isaac —agrego.

—Me gusta que pienses así.

—Supongo que a medida que vas cumpliendo un sueño va llegando


otro y otro —me encojo de hombros.

—¿Cuál es tu sueño ahora mismo? —pregunta de repente y me


hallo en blanco para contestarle.

—No... No lo sé.

—¿Por qué? Dime algo, no importa qué tan simple o extravagante


sea —me anima.

—Mmm... —pienso durante unos segundos mientras miro como las


nubes han empezado a iluminarse de vez en cuando —. Ir a la playa.

—¿La playa?

—Sí, me gusta el mar.

—¿Y qué tal algo en una montaña? ¿Has esquiado alguna vez? —
pregunta.

—No me gusta mucho el frío, prefiero la playa.

—Y vuelves a elegir la opción que nadie debería elegir —dice con


falsa indignación.

—Tendría aire acondicionado en la playa y si me diera calor iría a la


habitación, y cuando me diera frío iría a la playa.
—En la montaña no habría calor y si te diera frío habría una
chimenea, y si no te gusta el fuego, yo estaría listo para follarte las veces
que quieras hasta que se te quite.

La oración me deja sin palabras. Debo tragar duro y buscar en la


oscuridad la botella con agua para no ahogarme.

—Nunca he esquiado —revelo después de tomar.

—Entonces lo haremos pronto.

Su mano cae inesperadamente sobre mi pierna y con una inercia que


no esperaba, mi cuerpo responde y se aparta.

—Lo siento, fue un reflejo, yo no...

—No te preocupes, Chels. Entiendo, en serio —habla con suavidad


—. ¿Terminaste?

—Sí —digo y termino de limpiar mis manos.

—Vamos, te enseñaré a como intentarme patear el trasero, porque


ya sabes... Es imposible.

Me ayuda a abajar a la camioneta y se dirige a encender de nuevo


las luces delanteras

—Eres el deportista más engreído que he conocido.

—Espero también ser el más millonario y apuesto —dice y ruedo


mis ojos.

—No lo eres.

—¿No? ¿Qué otros deportistas conoces?

—Mmm... —no recuerdo a ninguno y es porque no conozco a


ninguno, pero molestarlo siempre es un buen plan —. A uno. Un
basquetbolista.
—¿Cómo se llama? ¿En qué equipo juega? —pregunta mientras
saca un bate, una bola y un guante.

Blanqueo mis ojos y bufo.

—No conozco a nadie.

—Cuando vayas a eventos conmigo conocerás a muchos y te darás


cuenta de que es cierto lo que digo —me guiña su ojo —. ¿Lanzar o batear?

—Lanzar —respondo. Tomo el guante y la pelota de su mano.

—Echa tu mano hacia atrás y levántala por encima de tu cabeza


para...

Se enmudece, porque mientras él hablaba le tiré la bola con fuerza y


tuvo que esquivarla para que no impactara en su cara.

—¿Por qué mierda no me dijiste que sabes lanzar? ¿Quién te


enseñó?

—Algunas personas brillan sin esfuerzo, Isaac —soplo mis uñas —.


Edward me usaba porque papá siempre estaba trabajando. Solo sé lanzar,
eso era yo a mis diez años, una simple hermana menor que lanzaba pelotas.

—¿Por qué no me dijiste? —niega incrédulo mientras busca otra


pelota para lanzarme.

—Nunca me lo preguntaste.

Vuelve a negar acomodando su gorra sobre la cabeza. Esta vez si


adopta una excelente posición.

—Veamos que tienes —ladea una sonrisa.

Se la devuelvo. Me he olvidado de todo y solo me concentro en


lanzar la mejor pelota de mi vida para el beisbolista profesional del año.

Libero la bola de mi mano y en cuestión de segundos rebota en el


palo, siendo expulsada con fuerza y rapidez a algún lugar en la oscuridad.
No sigo el hilo de la bola porque me quedo mirando el movimiento
que hizo Isaac y como todos sus músculos de tensionaron. La boca se me
hace agua, pero los sucios recuerdos de esa noche me comprimen el
estómago y me causan náuseas.

—¿Qué? —pregunta preocupado.

—Me gustas.

—Lo sé. —Gira su gorra hacia atrás y se aproxima trotando hasta


mí para levantarme por la cintura del suelo y besarme con ganas.

Envuelvo mis piernas alrededor de él, me tensiono por unos


segundos, pero el beso, su sabor y su olor me tranquilizan de inmediato. Un
relámpago ilumina todo el lugar y seguido, la lluvia empieza a mojar el
campo. Levanto mi rostro para admirar el cielo y dejar que las gotas caigan
sobre este.

—Vamos al auto —dice.

—No. —Vuelvo a besarlo y dejo que el agua nos empape poco a


poco.

Las noches lluviosas siempre habían sido para mí los mejores


momentos para excusar mi adicción y ahora mismo quería transformarlas
en el mejor recuerdo de mi vida, en donde estaba volviéndome de nuevo
adicta, pero esta vez también lo era de unos besos y de un amor que jamás
pensé que algún día probaría.

CAPÍTULO 33
Chelsea
Ha llegado el domingo. Isaac ha partido la noche anterior hacia
Seattle. No he dormido muy bien estás últimas noches, pero le he dicho a él
que sí, aunque mis ojos aparenten otra cosa. Debería abrir mi boca para
decir que estoy ahogándome, pero la tengo ocupada tratando de obtener
aire, todavía no puedo. Tal vez hoy hable un poco con la psicóloga. No
pretendo contarle mucho, pero al menos quiero escuchar que tiene para
decirme.
He pasado por muchos profesionales en salud mental y una de las
cosas que siempre hago es escucharlos hablar primero. No me gusta
abrirme ante personas con las que no me siento cómoda.

Estoy consumiendo el narcótico a horas fijas, pero cada vez se


sienten menos los efectos y voy a necesitar más. Soy una decepción. Isaac
no ha dejado de repetir lo orgulloso que está de mí y lo increíble que soy...
Si tan solo supiera que todo es una farsa.

Podría decirle, podría... No. Me odiaría. Está arriesgando mucho por


mí y yo no estoy poniendo de mi parte. Debería ser fácil... Es solo dejar de
tomarlas y ya, ¿no? Podría aprovechar su ausencia para desintoxicarme un
poco. Volverá en dos días, me pondré muy mal y no quiero que pregunte
qué me pasa, pero su familia lo hará.

Tomo una bocanada de aire y miro la guitarra sobre el sofá. Voy por
ella y me dejo caer sobre el piso del balcón. Cruzo mis piernas y tomo aire.

Son un poco más de las cinco de la mañana. Agradezco que esta


habitación esté al otro lado de la casa y vea hacia el jardín. No quiero
molestar a nadie. Evoca las notas de la canción en mi cabeza. La escribí en
tres noches y le di una melodía en una hora, pero significará para mí toda
una eternidad.

No me atrevía a tocar a Isaac y al parecer él tampoco quería hacerlo.

Paso mis dedos suavemente por las cuerdas. Mis uñas están hechas
un asco, pero eso no evitará que lo que toque sea arte. Confío en mi talento,
es de lo único que estoy segura de que me sale excelente. Ojalá vivir para
mí fuera como hacer música. Sería un ser perfecto al momento de tomar
decisiones. Sabría como superar los problemas llevados a notas altas y vivir
de los buenos momentos sostenidos en las notas bajas.

Intento hablar

Pero al abrir mi boca

Solo puedo respirar

Es lo único que hago

Camino como un fantasma

Mi cuerpo está existiendo

Pero no con mi alma

No necesito ayuda

No la quiero

Jamás la he pedido

¿Entonces por qué estoy aquí rezando por tener algo que tal vez
jamás he merecido?

Colecciono ausencia

Me falta valentía

Un poco de paciencia

Ojalá algún día las perdiera


Y poder pronto recuperar mi esencia

Intento hablar

Pero al abrir mi boca

Solo puedo respirar

Y cada vez eso me cuesta más

Falta algo. Voy hasta el cuaderno que siempre he traído escondido


conmigo. Está horrible, tiene café derramado, algunos pétalos de las rosas
amarillas que me dio Isaac. Es pequeño, pero guarda mi tesoro más grande.
Mis letras.

Busco la canción. Tal vez no es tan buena, tengo que arreglar todo
lo que tengo aquí y grabarlas. Borro algunas cosas y agrego otras, y cuando
estoy por volver a intentar tocar de nuevo, un golpe se escucha en la puerta.

Miro hacia atrás con extrañeza, pero luego caigo en cuenta. Ha


salido el sol.

—¿Chelsea? —Ivan me llama y decido levantarme.

Voy hasta la puerta y abro levemente.

—Hola —saludo.

—Voy a salir a darle una vuelta a una parte del rancho —habla en
voz baja. Está luciendo una camisa de cuadros y un sombrero —. ¿Quieres
venir?

—No me he duchado aún y...

—Te espero abajo —dice y se va caminando por el pasillo.

¿Por qué no dije que no y ya?


Cierro la puerta y voy corriendo hacia el baño. Una vez estoy lista,
bajo las escaleras con cuidado. Aún estoy un poco extraña. Revisé mis
pupilas y lucían normales. Espero no cruzarme con Inanna. Siento que ella
lo sabe.

—Andando —dice cuando me ve.

Sale con una canasta en la mano. Subimos a una camioneta. Es una


diferente esta vez.

El sol va haciendo una leve aparición en el horizonte. De fondo


suena una canción de Elvis Presley y giro mi cabeza para mirar a Ivan. Es
parecido a Isaac, solo que él es menos alto y musculoso, luce hasta más
joven.

—¿Ya conoces a Chloe? —pregunta.

—No.

—Entonces supongo que pronto lo harás.

—Creo que sí —vuelvo a mirar por la ventana.

—Ella sí va a gritar sin parar cuando te vea —ríe.

—Lo sé. Es lindo en las niñas. Aunque tal vez no debería conocerla
tan pronto.

—¿Por qué?

—Isaac me contó un poco de lo que pasó. Lo necesario y aunque no


quiera saber más detalles yo...

—Quisieras saber como era ella.


Lo miro.

—No tanto eso, más bien sería... Quiero saber como era él,
¿cambió?

—La única vez que podría asegurar que algo cambió en Isaac, sería
con la muerte de nuestro padre. Él le enseñó a jugar béisbol y aunque Leane
nos dio a Chloe... Las cosas son más complicadas de lo que él cuenta y
piensa.

—¿Cómo complicadas? —Mi curiosidad se activa.

Suspira hondo y me mira divertido.

—Voy a contarte algo y espero que jamás salga de aquí. ¿Tenemos


un trato, Flores Amarillas?

—Lo tenemos —asiento con mi cabeza.

—Voy a cambiar los nombres de la historia para no sentirme tan


culpable de revelar esto —toma una bocanada de aire —. Charles y...
Jacinte se conocieron en la universidad cuando apenas entraban. Se
enamoraron, aparentemente, y se casaron —chasquea sus dedos —. Así de
un día para otro y luego ella quedó embarazada —vuelve a chasquear —.
Así de un día para otro —me mira —. Todo fue muy rápido. Charles
empezó a surgir y a ganar cada vez más y más dinero. Les compró una vida
llena de lujos, pero años después, se dieron cuenta que construyeron las
bases de su relación muy mal e hicieron crecer un edificio sobre ellas...
Todo se derrumbó, como sucede también en la arquitectura y cuando
Charles decidió intentar terminar el matrimonio, Jacinte tenía un sobre con
resultados de salud nada alentadores.

Trago duro y pienso en que debo llamar pronto a mi padre.

—Se querían, se tenían cariño y respeto, y él deseaba darle los


mejores últimos años de su vida junto a su hija —continúa hablando —. Te
cuento esto porque tal vez sientes que después del fallecimiento quedó un
gran vacío en Charles, tal vez quedó, pero porque le duele haber perdido a
la madre de su hija y a una gran amiga, pero Charles ya no estaba
enamorado de ella y a él le cuesta aceptarlo. Es un hijo de puta muy
correcto y bueno, y jamás dirá algo como eso para no sentir que arruina su
memoria.

Siempre pensé que la había querido de manera romántica hasta


último minuto, pero aún así temo no ser suficiente para él en esta familia,
en su familia.

—Gracias por contarme —pronuncio débilmente.

—Él jamás te lo hubiera dicho y por la forma en la que está


emocionado contigo, me parecía correcto, pero dime... ¿Tú estás
emocionada con él?

—Es el mejor ser humano que he conocido en la vida —respondo.

Me regala una sonrisa y el volumen de la música aumenta. No


volvemos a hablar el resto del camino más que para contarme sobre algunos
datos del lugar. Llegamos al área del ganado. Revisa que estén en perfecto
estado pues hoy la mayoría de sus cuidadores descansan.

Estoy aburrida, pero prefiero estar haciendo esto que estar en


posición fetal sobre una cama.

De regreso le pido a Ivan para en el centro frente a una farmacia. Es


temprano y es domingo, espero que nadie me reconozca. El dependiente es
un anciano con unos lentes enormes de vidrio y la falta de tecnología en el
lugar me anima a creer que no sabrá quien soy.

—Hola, buen día —sonrío mientras me paseo por los pequeños


pasillos.

Levanta su vista hacia mí y me da un leve asentimiento de cabeza.


No dice nada y puedo respirar. No tiene ni puta idea de quien soy y eso me
hace un tanto feliz. Tomo algunas pastillas para el dolor de cabeza y voy
hasta el mostrador para enseñarle la receta que me ha enviado el centro de
rehabilitación, solo que he agregado algo más.

—¿Qué es eso? —pregunta mirando la pantalla de mi celular.

—Es una receta médica.

—No conozco este último... Oxi... —me arrebata el celular de la


mano.

—¿No lo tiene? —pregunto nerviosa.

—Daré un vistazo atrás —dice se va hasta el fondo a buscar en unos


cajones pequeños de color blanco.

—Solo hay un pequeño pote —comenta.

—Me servirá.

La campana de la puerta de la entrada suena. Ivan ingresa.

—¿Por qué tardas tanto? Tengo hambre, Sasha nos espera.

—Pagaré y listo —digo.

—¿Qué pasa, Felix? Dale todo lo que pida siempre —levanta su


pulgar y sale del local.

—Son sesenta y cinco con noventa y nueve.

Saco algunos billetes de mi bolsillo y los pongo sobre el mostrador.

—Conserve el cambio —le digo y tomo la bolsa de papel.

Salgo del lugar a toda prisa e ingreso a la camioneta. Ivan me mira


divertido, pero lo que llevo en mi regazo de diversión no tiene nada.

Al volver, le digo que estoy cansada y que si es posible que la


comida se me suba si no llego a bajar, que no me siento bien estos días y no
quiero molestar. Él acepta y vuelvo a mi encierro del cual no salgo hasta
que el día que retorna Isaac.

Pasan dos días y me quedo toda la madrugada esperando despierta


porque dijo que llegaría cuando estuviera dormida. Lo vi jugar por la
aplicación de video que instaló en mi celular y luego de tomarme seis
pastillas me fui a dormir, pero he despertado y mis ojos no han podido
volver a cerrarse por las ansias.

Estoy viendo una grieta y temo que se agrande. Debería hacer algo.

—Pensé que estarías dormida —su voz interrumpe el silencio de la


habitación.

Me levanto de un salto para ir corriendo hasta sus brazos. Me


levanta y envuelvo mis piernas alrededor de su cintura. Nadie habla y lo
prefiero así. Mis ojos se cristalizan y vuelvo a sentirme completa.

—Te extrañé mucho —digo contra su hombro.

—Yo también, reina.

Sus brazos me pegan aún más fuerte contra su pecho. Aspiro su


aroma. Me siento en el cielo.

Paso todo el día sin despegarme de su lado, no importa si eso


incluye tener que ver a más personas, no quiero alejarme de él. Me cuenta
su fin de semana y que tendrá el partir el próximo sábado también, pero al
regresar ya podrá estar dos semanas más y en estas también Chloe estará
presente.

Le digo que sigo sin hablar con la psicóloga, que estoy esperando
que las palabras del hecho me duelan menos al salir de mi boca. Isaac no
me ha presionado para que le cuente como sucedió todo, pero sé que le
debo una historia entera desde el inicio si quiero que me conozca. No solo
le hablaré de esa noche, también le contaré por todo lo que pasé y los
errores que cometí, pero necesito tiempo. Quiero que los recuerdos no me
hagan daño cuando los pronuncie con mis palabras.
—¿Quieres ir a cabalgar? —Isaac me pregunta un miércoles.

Estaba viéndolo entrenar en el gimnasio de la casa. Está sin


camiseta y qué calor hace hoy.

—No sé hacerlo —respondo.

—Yo te enseño. Vamos.

Tomo su mano para ir de regreso a la habitación. Él toma una ducha


con rapidez y yo cambio mi atuendo a uno más cómodo. Pantalones de
mezclilla, camiseta blanca y unas botas que Isaac me regaló hace dos días.

—Usa mi sombrero —dice y lo pone sobre mi cabeza. Toma su


gorra y la pone sobre la suya.

Viajamos en el todoterreno hasta los establos. Jamás he montado un


animal de estos y presiento que voy a hacer el ridículo.

—Ella es Gasha —toma de las riendas a una yegua blanca.

Doy un paso hacia atrás.

—Esto es mala idea, Isaac —intento asustarlo.

Blanquea sus ojos y me mira divertido. Viene hasta a mí y me toma


del brazo.

—No seas cobarde, Chels.

—No es ser cobarde, es ser valiente. Soy valiente para decir que soy
cobarde.

Ríe a carcajadas.

—Vamos —señala el estribo.

—Eso debe de dolerle.


—Está entrenada y tu no pesas nada —replica.

—¿Y a ti te va a cargar un elefante? Tú sí pesas mucho.

—Tengo un caballo más grande. Chelsea, sube.

—No me dejes caer —pido.

—Aquí es donde diría «Jamás lo haría, mi amor», pero solo diré


que del piso no pasarás.

—Qué lindo, ¿así es como intentas enamorar?

—Tú ya estás enamorada —dice con picardía —. Vamos, sube tu


lindo trasero aquí —palmea la silla de cuero.

Pongo mi pie derecho dentro del zapato.

—¿Te parece lindo? —bromeo mientras paso mi pierna izquierda


por encima y quedo sentada sobre la silla.

—¿Qué? —da un paso hacia atrás. Tomo las tiendas de la yegua.

—Mi trasero —le recuerdo.

—Es el más lindo que he visto en toda mi vida.

—Qué bueno, porque será lo único que veas junto con el polvo —
suelto y me echo a cabalgar.

Practiqué equitación durante un año y espero no caerme porque


quedaría como una payasa. Hace más de siete años no cabalgo, no es mi
deporte favorito, pero me gusta, todavía me gusta. Minutos después escucho
otro galope más. Giro mi cabeza hacia atrás y me topo con la imagen de
Isaac cabalgando un enorme caballo negro. Sus músculos se tensan, suben y
bajan al compás del trote, y por estar distraída y babeando, me rebasa.
—Ya verás, vaquero —susurro para mí y arreo a la yegua.

Una hora más tarde regresamos al establo. Damos de beber a los


caballos y los peinamos. El momento se siente casi como una terapia.
Cuidar de alguien más puede tal vez ser una terapia.

—¿Qué más escondes, Chelsea Cox?

Giro mi cabeza. Me yergo por completo y lo miro. Está en medio


del establo con los brazos cruzados. Solo una luz colgante nos ilumina.

—¿Qué escondes tú, Isaac Statham?

Doy algunos pasos hasta posarme frente a él. Debo inclinar mi


cabeza hacia atrás para poder mirarlo. Sus manos llegan hasta mi cara y
ayuda a despejarla un poco de algunos cabellos rizados. Las mías van hasta
el inicio de sus glúteos.

—Escondo algo que tal vez sea algo muy apresurado.

—Pero lo tienes ahí.

—Hace poco me di cuenta.

—¿Qué es? —pregunto.

Sus ojos no dejan los míos ni un solo segundo. Sus comisuras están
elevadas y al igual que mi pulso. Mi corazón espera ansioso una respuesta,
pero no llega, porque sus labios se presionan contra los míos y olvido
cualquier cosa que tuviera presente.

Sus manos caen en mi cintura y vuelven a levantarme. Es una de


mis posiciones favoritas para besarle. Ya no estoy temiendo tanto de ningún
toque, mucho menos el suyo. Todo lo contrario, lo ansío y lo necesito.

—Te llevaré a la casa —dice entre besos.

—No le quites lo divertido a la vida, vaquero —me bajo de su


regazo y me saco la camiseta.
—Jamás —sonríe e imita mi acción. Su cuerpo es increíble y no
tardo en reaccionar para volver a unir nuestro beso.

Nos movemos con torpeza por el lugar hasta llegar a una pila de
heno. La ropa desaparece y la pasión nos viste. Sus besos se sienten sobre
mi piel como medicina para el dolor y los golpes. Mis manos no son
capaces de resistirse y terminan tocando cada línea que separa sus
músculos. Nunca me cansaría de tener la vista que tengo ahora mismo.
Isaac es imponente y mira como si estuviera a punto de acabar conmigo y
luego volver a reponerme con un solo toque.

Nuestras pelvis se rozan y cuando lo siento entrar, arqueo mi


espalda para soportar la sensación. Sus labios se adueñan de mis senos
mientras que mis piernas se adueñan de sus caderas. Gemidos y gruñidos
empiezan a ser apaciguados por el ruido de la lluvia. Con Isaac entre mis
piernas no voy a tener que preocuparme por el frío. Sus estocadas me
producen el único calor que necesito.

En medio del ir y venir de placer, nuestros labios vuelven a


encontrarse y luego chocan nuestros iris. La sensación de su mirada me
abruma y el placer que está causándome se le une para convertir en un
manojo de gloria intensa.

—Chels... —jadea.

—¿Mmm?

—Te amo.

La frase detiene mi corazón durante un segundo y vuelve a hacerlo


latir de una manera diferente. El compás de reinicia y otro ritmo lo aviva.
Uno mis labios contra los suyos, como si quisiera unirme completamente a
él. El orgasmo para él al mismo tiempo que también llega para mí y lo dejo
correr. Pequeñas lágrimas se me escapan de los ojos al igual que lo hacen
mis gemidos.
No quiero que este momento termine nunca, pero después de dos
horas, es momento de volver.

Un silencio habita entre nosotros, pero no es incomodo. Me gusta.


Su mano está sobre la mía como ya se ha hecho costumbre.

Esa noche solo cerramos nuestros ojos para pronunciar nuestros


nombres cada que nos veníamos.

💛
Los días se hicieron cada vez mejores, pero si adicción seguía
pidiéndome más. Al dormir la depresión estaba ahí, recordándome que por
mucho que Isaac me hiciera sonreír, ella estaría esperando pacientemente
para que no la olvidara.

Hablé un poco con la psicóloga el sábado. El domingo intenté dejar


las pastillas y tomar los antidepresivos, pero no sirvió. Ahí fue donde me di
cuenta de que era tarde, nuevamente era una dependiente.

Tenía que controlarme, pronto vendría Chloe y tenía que estar bien.
La vergüenza me hundiría. Sé que es mala idea que la conozca, pero a Isaac
le hace demasiada ilusión.

Y llega el día.

—¡Chloe! —Inanna la recibe.

Estoy en el segundo piso viendo todo desde aquí arriba. Y sí, estoy
escondida al igual que Isaac, pues la persona que la trae no se puede enterar
de que él está aquí.

—Ella es la abuela de Chloe —susurra detrás de mí Isaac.

—Es hermosa.

—¿Qué dices? —repara.

—No, ella no. Tu hija —corrijo.


—Ah. Sí, Chloe es demasiado para este mundo —dice con emoción.

—Ustedes dos son demasiado para este mundo —lo miro a él.

—Contigo sí.

Ladeo mi cabeza.

—No voy a agradarle.

—Lo harás. Me agradas a mí y a mi no me agrada nadie. Ella ama a


todas las mujeres bonitas, todas sus profesoras lo son.

—¿Debo preocuparme por eso? —bromeo y alzo una ceja.

—No me gustan las profesoras, me gustan las cantantes de talla


mundial, con más exactitud, tú.

—Bastante afortunada.

—Mucho.

Giro mi rostro cuando la puerta se cierra. Inanna corre a vigilar la


ventana y le hace señas a Isaac para que salga. El castaño baja a toda
velocidad por las escaleras y cuando Chloe lo ve, grita como si fuera una
primera vez.

Su pequeño cuerpo queda perdido en la inmensidad de lo que es su


padre. Sus manitos se unen detrás de su cuello y sus lágrimas salen de sus
pequeños ojos. La escena cristaliza los míos.

Después de unos minutos él la deje en el piso y se arrodilla para


decirle algo.

—Quiero presentarte a una amiga.

—¿Amiga? —pregunta ella y ambos miran hacia mi lugar. Decido


salir de mi escondite.
Bajo las escaleras no muy rápido, pero tampoco muy despacio. Ivan
e Inanna tienen sus ojos clavados en mí, mientras que los míos no se
despegan de Isaac y Chloe.

—¿Es la real? —cuestiona ladeando su cabeza. Las colitas de su


cabello se mueven.

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

—Porque a la fiesta de Wendy fue Frozen y era una mentira, no


tiraba nieve.

Isaac ríe.

—Ella es real —dice y me tiende la mano para que me incline frente


a ella también.

—Hola —la saludo.

—Eres... —mira a su padre —. Es ella, papá. ¡Es Chelsea Cox! —


pega un pequeño grito y se lanza hacia mis brazos. La recibo con cariño.

Ojalá no supiera quien soy. Me gustaría saber si reacción si fuera


una total desconocida.

—¿Cantarás? —pregunta emocionada cuando se separa.

—Chelsea ha venido a descansar de su trabajo, amor.

—Pero tal vez pueda hacerlo después —le digo.

—¡Sí! —aplaude con sus pequeñas manos.

Lo que esperaba que fuera un poco difícil, al final fue sencillo, pero
es porque ella me está viendo como una cantante que aparece en la
televisión y no como quiero que me vea, como la amiga de su papá, pero
entiendo, es una niña apenas y poco a poco espero que me vea como a
alguien normal.
Aunque tal vez no debería hacer ningún plan. Tal vez debería
preferir que ella siga viendo la imagen que plantan los medios de mí. Casi
siempre es una buena imagen donde soy saludable y correcta.

Durante toda una semana me distraigo con ella. Me invita a jugar en


todo momento y para mí es imposible negarme. Isaac y yo le contamos
como nos conocimos, omitiendo las partes que no son relevantes para ella.
Le cuenta que estuvimos juntos en ese gran castillo curando algo que
teníamos un poco mal.

Otro día más pasa y sucede algo con la maquinaría de una de las
fábricas. Inanna y Sasha no se encuentran en casa e Ivan necesita la ayuda
de Isaac, por lo que optan dejarme con Chloe, pues ella no puede asistir al
lugar.

—¿Quieres hacer un pastel? —le pregunto. No se me ocurre nada


más para hacer. Hemos hecho de todo.

—¿Sabes hacer uno? —pregunta mientras nos tomamos de la mano


para ir hasta la cocina.

—Sí, creo.

En menos de tres horas, volvemos la cocina un caos. Horneamos


más de cuatro pasteles porque ella quería de distintos sabores.

—¿Eres una amiga rara de mi papá? —cuestiona de la nada.

—¿Qué? —le sonrío —. ¿Cómo que amiga rara?

—Sí. Mi papá siempre ha dicho que Daisuke es su amiga, pero tú


eres una amiga rara.

Me quedo analizando sus palabras por un segundo hasta que caigo


en cuenta.

—¿Qué diferencias encuentras? —le pregunto. No quiero darle más


información de la que ya tiene. Ella está concentrada revolviendo los
ingredientes del próximo pastel.
—Nunca he visto que mi papá toque tanto el cabello de mi tía Dai o
que la mire mucho.

No sé bien quien es Daisuke. Más desubicada me deja. No quiero


decirle nada imprudente.

—Tal vez le agrado más.

—Obvio sí, eres Chelsea Cox —dice con voz divertida.

—No por eso. Yo creo que le agrado a tu papá por ser... —No
encuentro ninguna palabra. Me quiero desaparecer. Isaac, por favor llega
—. Quiero decir, en la vida vas a conocer personas con las cuales conectes
más que con otras. Algunas serán solo tus amigos, alguien podría ser tu
pareja...

—¿Cómo lo eran mi papá y mi mamá? —sus ojos se levantan y me


miran con detalle.

La pregunta me deja sin aliento y más me vacío cuando veo a Isaac


parado detrás de ella. Chloe no se ha percatado y sigue mirándome a la
espera de una respuesta.

—No, pequeña —vuelvo a mirarla —. Como dicen por ahí... Nada


sucede de la misma manera dos veces. Lo que fueron tus papás fue único.

—¿También es único lo que son tú y mi papá?

—Sí, es único —digo y levanto mi mirada hacia él.

—¿Qué desastre natural pasó por aquí, señoritas? —Isaac al fin se


decide a hablar. Llega hasta Chloe y le da un beso sobre su cabeza. Para
luego pasar a mí y hacer lo mismo —. Lo hiciste bien, tal vez la traumaste
para toda la vida, pero veré si se puede arreglar —se burla de mis nervios.

Codeo su costado.

—¡Hicimos cinco pasteles! —exclama la pequeña con entusiasmo.


—No sabía que sabías hornear —me dice.

—Hornear es desestresante —reparo.

—Excelente. Probaré un pedazo.

Statham toma una porción y la lleva hasta su boca para seguido


escupirla.

—Sabe horrible —se queja. Chloe y yo reímos a carcajadas.

—Dije que era desestresante, más no que era buena.

Seguimos riéndonos de su cara. Ivan entra en la cocina.

—¿Por qué me excluyen de la fiesta? —pregunta.

—Sírvete —le dice Isaac.

Todos reprimimos las ganas de reír y esperamos atentos su reacción.


El mayor de los Statham toma una porción y la lleva directo hasta su boca,
para masticarla, pero su rostro de desagrado nunca llega.

—Está deliciosa. Hmm... Gracias —toma otro pedazo y sale de la


cocina.

Los tres nos miramos extrañados y volvemos a reír.

Unas horas después, Chloe empieza a pestañear e Isaac decide


subirla a su dormitorio.

—Ve, organizaré este desastre —lo animo.

—Gracias, Chelsea —pronuncia ella medio dormida. Me da un


pequeño abrazo y un beso —. Algún día las podremos comer. Solo tenemos
que practicar más como dice la señorita Finn.

—Claro que sí —le devuelvo el gesto y me quedo unos largos


segundos entre sus pequeños brazos hasta que decide ir a los de su padre.
Sale con ella en brazos y suelto el aire para decidir por donde
empezar. Tarareo repetidas veces una de mis nuevas canciones mientras
arreglo todo y cuando termino, tomo mi celular y le corro el forro. Ahí
están las pastillas que necesito para sobrevivir la noche de hoy.

Las saco y las tiro a mi garganta. Voy hasta el grifo y tomo un vaso
para pasarlas con un poco de agua. Un carraspeo hace que el vaso se me
resbale y caiga en el piso haciéndose trizas.

—Mierda —gruño y me agacho para recoger los cristales, no sin


antes levantar la vista hacia ella.

—¿Qué acabas de tomarte? —pregunta Inanna.

—¿Realmente crees que debo contestar a eso? —digo tratando de


sonar suave.

—El que nada debe, nada teme, ¿no?

Me pongo de pie.

—Son antidepresivos —respondo y paso por su lado para ir por una


escoba.

—Claro —dice tomando lugar en una silla de la isla —. ¿Sabes,


Chelsea? Te admiro demasiado y me gusta tu música, pero para mí, mi
familia va primero y si en algún momento haces algo que dañe a Isaac o a
Chloe, no voy a tener compasión contigo —se levanta y camina hacia la
salida —. ¡Buenas noches, Texas! —eleva una mano y sale de la habitación.

Me sostengo del lavaplatos para poder respirar. Estoy a punto de


echar todo a perder. Lo sé y ella también.
CAPÍTULO 34
Isaac

Escucharla cantar siempre es un privilegio, pero escucharla cantarle


a Chloe temas infantiles es lo mejor que he presenciado en toda mi vida.
Ambas están sentadas bajo el enorme árbol que cubre el estanque. Todo se
siente muy correcto y bueno para ser tan cierto.

Vuelvo a mirar la pantalla de mi celular. Es un mensaje de mi


abogado. Me ha reenviado un documento que proviene de la discográfica y
el bufé de abogados de Chelsea Cox. Es una denuncia por secuestro y abuso
sexual.

Es una denuncia en contra mía.

Levanto nuevamente mi vista hacia las dos personas más


importantes de mi vida. Suelto el aire retenido y marco el teléfono de mi
abogado.

Ingreso a la cocina y pongo el celular en altavoz para ir a sacar las


galletas que Sasha me encargó.

—Isaac, ¿cómo estás?

—¿Qué tengo que hacer? —pregunto cuando contesta.

—Tú todavía nada. Es solo una denuncia, pero lo mejor será que no
salgas del país. Primero van a investigar y a buscar pruebas —responde y
eso me tranquiliza —. Pero ella si puede hacer algo.
No quiero que se entere de esta mierda.

—Chelsea, está conmigo ahora.

—Tiene que volver a su trabajo y declarar ante la prensa que eso es


falso. Esto llevaría el caso de la custodia a la mierda, Statham.

—Hablaré con ella dentro de unas horas.

—Si hallan pruebas y ella sale a hablar tarde, intentarán


inhabilitarla debido a su salud mental y adicción, sobre todo si aún lo está
haciendo.
—Está limpia.

—Mejor. Eso nos hundiría por completo.

—Tan pronto como tenga noticias, me comunicaré contigo.


Hablamos pronto, gracias.

Voy hasta el aparato y lo cuelgo. Giro mi cabeza para mirar a través


del ventanal. Ellas siguen ahí sentadas como si el mundo afuera estuviese
perfecto. Ojalá así fuera.

—¿Es algo serio? —Inanna entra en la habitación. Giro mi cuerpo


para saludarla.

—Aún no, pero algún día podría serlo —me encojo de hombros.

—Pues parece que lo es —las señala —. Después de Leane no has


dejado que ninguna chica con las que has salido se acerque a Chloe.

—No iba a presentarle a Chloe a ese tipo de personas.

—¿Ese tipo de personas? ¿Así le dices a las mujeres que te follas


una noche y al día siguiente ni recuerdas su nombre?
—Sí —me cruzo de brazos. Inanna es tan imprudente que llega a
fastidiar a veces.

—Entonces ella no entra en "ese tipo de personas" —concluye


mientras la sigue mirando —. ¿Y tú sabes lo que eres para ella? —suelto el
aire e intento irme al piso de arriba. No voy a hablar de esto con ella —. Lo
digo porque le fue infiel un montón de veces a Matthew Reigen.

Me giro y la enfrento. La cabeza ha empezado a dolerme como la


mierda.

—Que no vuelva a salir de tu boca el nombre de ese hijo de puta —


elevo la voz para advertirle

—¿Qué te pasa, Isaac? —Ivan aparece y me repara con


preocupación.

—Lo siento —me paso las manos por la cara —. Estoy... —lo miro
—. Estoy bien.

Necesito ser aún más fuerte ahora. Solo son problemas y tienen
solución. Me siento a punto de un derribe, pero si nadie lo sabe, no será
real.

—¿Seguro?

—Sí —asiento con la cabeza mientras le sonrío —. ¿Podrían cuidar


a Chloe esta noche? Quiero llevar a Chelsea al autocinema.

—Yo estaré en casa —Ivan levanta la mano.

—Yo también —Inanna resopla —. Tengo un par de entradas en mi


bolso. Te las dejaré en el mostrador.

—Gracias —digo y esta vez si sigo mi camino hasta arriba.


La presión en mi pecho está aumentando. No quiero alarmar a
nadie. Jamás me había pasado algo como esto. Las manos me tiemblan sin
parar al momento que abro la puerta y me encierro. Trato de respirar hondo
y aunque varias veces haya ayudado a Chelsea a sobrellevar sus ataques de
pánico, no sé como sobrellevar uno propio. Nada te prepara para esto. Voy
hasta el baño y busco en los cajones alguna pastilla para el dolor de cabeza.
Siento como si esto fuera a matarme, pero estoy repitiendo que pronto
pasará.

Paso a otro cajón y me topo con unos tarros pequeños de color


naranja. Debe ser la medicación de Chelsea.

—Hola, Vaquero —su voz me hace girar el rostro.

—Reina.

—¿Estás bien? —entra en el baño. Extiende sus brazos para posar


sus manos sobre mis mejillas.

—Sí, solo tengo un simple dolor de cabeza —respondo. Intento


calmarme un poco mientras la miro durante unos segundos —. ¿Quieres ir
al autocinema conmigo hoy?

—¿Estás invitándome a una cita? —pregunta juguetona. Sus


delgados brazos rodean mi torso e inclina su cabeza hacia atrás para
mirarme.

—Sí, hoy quiero llegar a la tercera base.

—¿Tercera? ¿Por qué te devuelves? Si ya hicimos un maldito home


run.

—No puedo hacerte un home run a esa hora en un autocinema,


Chels —levanto mi ceja.

—Oh... pero una tercera base sí —dice coqueta y se echa hacia atrás
—. Lamento arruinarle los planes, vaquero, pero estoy menstruando. Strike
tres ¡Estoy fuera!
—¿Significa que tendremos que ver la película? —me quejo y
seguido tomo la pastilla para el dolor de cabeza que encuentro al fin.

—Sip —responde —. Espero que al menos esté entretenida —ríe


cuando ve mi cara de desagrado.

Tengo que hablar con ella, pero quiero disfrutar de unas horas más
de la falsa normalidad hasta volver a casa.

—Voy a llevar a Chloe al establo. Le prometí ayudarla a bañar su


pony. ¿Nos vemos en tres horas? —le pregunto.

—Sí —se acerca poniéndose de puntillas para besarme. Tomo su


rostro entre mis manos y hago durar más el beso que tenía prelijo solo ser
un simple contacto. Voy a aprovechar cada segundo a su lado. Sus pequeñas
manos acarician toda mi espalda de arriba abajo, pegándome más a su
cuerpo y después de unos minutos la dejo ir —. ¿Qué fue eso?

Niego con la cabeza.

—Solo estoy amándote.

Su sonrisa se intensifica y soportaría la mierda que fuera por


mantenerla siempre. Vuelve a conectar sus labios con los míos.

—Tenemos que hablar —anuncio. Solo me separo lo suficiente para


poder apreciar sus ojos color miel.

—Lo sé.

—Lo haremos después de la cita —le doy un último beso y me giro


para salir por la puerta.

Chelsea
No está bien. Miente. Y lo sé porque yo también lo hago. Vi en sus
ojos todo lo que está guardando y no está bien. Nada de esto está bien.
Tomo mi celular y marco el número de mi padre. Llevo días
posponiendo su llamada, tal vez es porque temo que haya vuelto a cambiar
y quiero quedarme con lo último que me dijo.

No contesta y decido esperar unos minutos para intentarlo de nuevo.

Las náuseas y la somnolencia que tengo desde hace dos días no son
normales. El narcótico ha empezado a hacer estragos en mi sistema. A este
punto estoy consumiendo más de 100 miligramos diarios. Es una cantidad
que podría ser mortal para alguien que la tomara de repente, pero mi cuerpo
se ha hecho cada vez más y más tolerante con el tiempo.

Tengo miedo.

Voy hasta el florero que hay sobre la cómoda de la habitación. Saco


un poco menos de lo que necesito. Estoy dividiendo la dosis, la tomo dos
veces al día mientras me armo de valor para buscar ayuda de nuevo.
Después de la cita planeo contarle todo a Isaac, ya no lo soporto. Tengo que
irme y pronto.

Me doy un vistazo en el espejo. Chloe e Isaac no merecen esto.

Jamás en la vida me había hecho amiga de una niña tan pequeña. No


tengo primos menores, no tengo amigas que tengan hijos porque para eso
debería tener amigas y pues no. Tener una amistad con alguien que lleva
muy pocos años sobre la tierra nos ayuda a recordar algunas cosas que
ahora hemos olvidado y que son demasiado importantes.

—Ojalá pudiéramos estar siempre juntas —dijo y su confesión me


dejó sin palabras.

—¿Eso quieres? —le pregunté.

—Sí —sonrió mientras admiraba la rosa amarilla que habíamos


robado del jardín de Sasha. Mis dedos se hallaban peinando su cabello
debido a que su pequeña cabeza yacía sobre mi regazo.

—¿Por qué? —volví a cuestionarle.


—Nunca había tenido una amiga como tú.

—¿Y cómo es una amiga como yo? —busqué su mirada y nuestros


ojos castaños se conectaron.

—Recuerda que la preguntona debería ser yo—rió.

—Soy muy curiosa. Dime, respóndeme. Dime, dime, dime —le hice
cosquillas.

—¡Ya! —se carcajeó —. ¡Para! Lo haré —dijo para después tomar


aire y responder —. Eres una amiga que me hace muy feliz.

—¿Solo por eso? —bromeé y la miré incrédula. Ella se sentó para


mirarme ofendida.

—Me gusta estar feliz. Es muy importante para mí —habló con


seriedad —. También haces feliz a mi papi y por eso me gustaría que te
quedaras con nosotros para siempre.

Chloe solo lleva cinco años en el mundo y me hizo darme cuenta de


lo importante que es luchar por quienes queremos. Antes no tenía a nadie y
a quienes tuve nunca cuidé. En ese momento los consideraba a ellos dos
como míos y siento la necesidad de mantener esa felicidad, pero sé muy
bien que primero debo trabajar en la mía.

Me dejo caer sobre la cama y vuelvo a marcar el número.

—Centro de Neurología Cox.

—Hola... Soy Chelsea Cox, necesito hablar con Vicent, mi padre.

—Un segundo —mienten porque pasan más de cien. Los conté.

En la línea se escucha un pequeño y luego vuelve a quedar en


silencio.

—¿Chelsea?
—Hola, papá —saludo tratando de no sonar tan nerviosa. El
químico que me tragué aún no me relaja.

—¿Cómo estás? —Algo que preocupación capto en su voz, espero


no sean solo alucinaciones mías —. Tu madre me llamó que día, estaba
histérica porque habías desaparecido.

—Si desaparecí.

—¿Por qué?

Creo que es el primero que pregunta eso en lugar de un «¿Dónde


estás?».

—Yo... —intento hablar sin que mi voz salga hechas trizas —.


Alguien... —tomo más aire —. Alguien me hizo daño.

—¿Estás bien?

—Físicamente sí... y si hablamos de lo otro, estoy... estoy


intentándolo.

—¿Estás sobria?

Tal vez si estoy alusionando porque sentí que esa pregunta fue
hecha en un tono dulce. Me quedo muda durante algunos segundos, no
porque no quiera hablar, es porque las lágrimas que han empezado a salir
desenfrenadas me están ahogando.

—No —digo y la sílaba se me quiebra en la punta de la lengua.

—Chels... ¿Qué es? ¿Hace cuánto? ¿Cómo estás manejando las


dosis? ¿Dónde estás? Iré por ti ya mismo.

—Lo siento tanto... —sollozo —. Te juro no entiendo porque la


gente hace esto. No entiendo porque lo hago. ¡No entiendo porque no puedo
dejarlo!

—Chelsea, dime dónde estás.


—Eso no importa. Voy a irme mañana —trato de calmar mi llanto
—. ¿Cómo estás tú? ¿Qué ha pasado con la operación?

—Será dentro de unas semanas. Todo va muy bien. Chelsea, no me


cambies el tema... ¿Qué es? ¿Hace cuánto? ¿Cómo estás manejando las
dosis? ¿Dónde estás?

—Sé lo que es. Investigué en internet sobre ella, no voy a matarme.


Me iré mañana de aquí, pero necesito que me ayudes esta vez. Tengo que
tomar decisiones y tal vez vayan a intentar inhabilitarme, te necesito a ti y a
Edward.

—¿Por qué querrían inhabilitarte? No voy a dejar que pase nada,


Edward tampoco.

—Quiero denunciar a Amanda y a Matthew Reigen por asesinato,


abuso sexual, maltrato físico y psicológico, o como se llame.

El río de lágrimas vuelve a ampliar su cauce. Decirlo en voz alta


hace que todo se active de nuevo y no tenga el poder de detenerlo. Hace
daño y necesito buscarle justicia a este dolor para que algún día sane.

—Chels... Son acusaciones muy graves, ¿estás segura? Necesitarás


demasiadas pruebas para lo que dices.

—¿Tú me crees?

—Sí.

—Para mí será suficiente. Si gano o no, no importa, pero debo


hacerlo.

—Llamaré a mi bufé y a Edward. Ven a mi casa... ¿Qué necesitas?

—Un vuelo privado.

—¿Ciudad? —pregunta.

—Vernon.
—¿Estás en Texas? Estás aquí. Será más fácil. Te hacía en Londres
—dice con emoción.

—Por favor que sea en la madrugada. No quiero que nadie me


reconozca.

—Voy a colgarte para llamar a la compañía. Intenta mantener las


dosis sin excederte, no lo hagas abruptamente, por favor. Podría ser peor
para tu corazón.

—Lo haré.

Trago duro para después intentar respirar un poco más pausado.


Estoy sintiéndome somnolienta.

—Cuídate, Chelsea.

—Lo haré.

Dejo el teléfono a un lado. Vuelvo a dejar fluir el llanto. Tengo que


alejarme de Isaac porque cada vez que él está cerca tengo la sensación de
poder saltar hacia un acantilado sin que me pasase nada... Pero sí pasaría y
estoy segura de que Isaac saltaría detrás de mí para asegurarse de que estoy
bien. Eso es la maldita dependencia emocional.

No sé en que momento me quedo dormida, pero agradezco haber


despertado. La noche ha caído. Busco el celular sobre la cama con torpeza.
Falta una hora para que Isaac venga a alistarse también. Me levanto rápido
y me causo un mareo que oscurece mi visión y termino cayendo al suelo.

Me golpeo con fuerza las rodillas y el costado de mi torso. Escucho


como la puerta se abre y se cierra mientras poco a poco voy recuperando la
vista y también me impulso con mis brazos para levantarme.

—Chels —me atiende rápido —. ¿Qué pasó?

—Me paré muy rápido de la cama y me mareé.

—¿Te lastimaste? —pregunta preocupado.


—Solo las rodillas. Voy a ducharme.

—¿Segura estás bien? Podemos dejarlo si no te sientes...

—Estoy bien, vaquero. Déjame ponerme linda para ti —me


sostengo de la puerta del baño.

—Ya eres muy linda y lo mejor es que eres solo para mi —dice y
sonrío como idiota.

—Eres demasiado cursi —me burlo y le cierro la puerta en la cara.

—¡Veamos si dices lo mismo cuando te ponga en cuatro! —exclama


detrás de la puerta.

—¡Grosero! —digo riendo.

Todo en mí es una montaña rusa de emociones... Una sin tornillos,


con miles de giros y curvas, con los tubos y estructuras oxidados, y los
carriles desencajados. En cualquier momento, así estuviera subiendo, podría
volver a caer o tal vez tenga un poco de suerte y algo todavía esté bien para
que pueda volver a subir... Y aún así, de cualquier manera, esa montaña
rusa está tan mal que sé que en algún momento se van a derrumbar mis
oportunidades y terminaré en el suelo.

En menos de veinte minutos estoy lista. He optado por dejar de


maquillarme mucho y dejar un poco más mis rizos al natural. Apenas llegue
haré que me retiren las extensiones y pediré a los estilistas que usen unas
que se puedan quitar fácilmente después de los conciertos, no importa que
sea más trabajo, llegaré más temprano si así lo necesitan.

No digo que estén mal, pero quiero algunas noches respirar y


mirarme muchas veces al espejo hasta que algún día por fin logre aceptarme
como soy.

Salgo e Isaac entra, no sin antes darme un beso en la frente y una


nalgada. Eso es él, esa es su definición. Para cuidarme podría llegar a ser el
mejor hombre del mundo, pero para desearme, defenderme y follarme
podría ser el peor, y me encanta.

No cierra su puerta y mientras lo espero me siento en la esquina de


la cama para no perder la vista que me regala mientras se baña. Me encanta
que sea tan alto y musculoso, me encanta sentirme tan pequeña y delicada
entre sus brazos.

Voy a extrañarlo.

Hoy le contaré cada uno de mis planes y espero los entienda.

Y también espero poder confesarle que lo amo más que a todo sobre
esta vida.

Sigo sin despegarme mi vista de él. Grabando en mi memoria cada


lunar, cada vena, cada pequeño detalle sobre su piel. Sus labios, el color
verde de sus ojos y la manera en la que siempre frunce su ceño sin pensar.

—Siempre estás arrugando las cejas en las mañanas. No me digas


que eres el típico gruñón mañanero —me burlé de su mala expresión. La
cambió de inmediato y reí.

—No lo soy. Siempre me levanto muy feliz —dijo con cero felicidad.

—Sí, lo es —agregó Ivan entrando a la cocina —. No te preocupes,


siempre le vuelve el color después de unas horas.

—Últimamente suele volver más rápido —comentó después de


morder una manzana y mirarme como si quiera hacerme lo mismo.

—¿Sí? ¿Y eso por qué? —me crucé de brazos esperando alguna de


sus épicas respuestas.

—Sí. Sucede que... Cuando te veo, mi color vuelve más rápido.

—El beisbolista cavernícola y millonario usando cursilería barata


con alguien que es compositora y hasta tal vez poeta... Agh. Ahí no es,
Flores Amarillas. Ahí no es —dijo Ivan asqueado para luego salir de la
habitación.

—Que pena incomodarla con mi cursilería barata, "señorita


compositora y hasta tal vez poeta" —negó varias veces con su cabeza.
Fingiendo vergüenza se levantó de la silla y salió diciendo: —. Algún día
encontraré alguien que sí me valore.

Voy a jodidamente extrañarlo.

—Compárteme el chiste al menos —dice al verme sonreír.

—Recordé algunas estupideces que me has dicho —me encojo de


hombros.

—Te follo como un maldito loco, soy romántico, caballeroso y solo


te acuerdas de las estupideces que he dicho —ríe mientras camina desnudo
hacia mí —. ¿Tendré que esforzarme un poco más?

—Mucho más —me apoyo sobre mis palmas, echándome un poco


hacia atrás, mientras que las suyas se plantan a cada lado de mis muslos. Su
rostro queda tan cerca al mío que respiro su mismo aire. Huele a jabón
neutro.

—No será un problema... —susurra contra mis labios para seguido


unirlos lentamente con los míos, saboreándome con dedicación.

—No puedo, recuerda que estoy mens...

—Si es solo por eso, no hay problema.

—No me siento cómoda... —confieso en voz baja. Me fijo en su


expresión y no sé por qué espero tan atenta su respuesta.

—Está bien, reina —dice y deposita otro beso lento sobre mis labios
—. Voy a vestirme.

Me doy un último vistazo mientras él termina y cuando lo hace,


juntos bajamos las escaleras.
—¿Chloe? —le pregunto a Sasha que está sentada frente a la isla.

—Inanna está ayudándola a bañarse para dormir —responde con


voz dulce.

—Mis ojos acaban de presenciar algo terrible —dice Ivan arrugando


la cara. Se sienta al lado de Sasha y nos mira.

—¿Qué pasó? —le pregunta curiosa Sasha.

—Nosotros tenemos que irnos... —Isaac toma mi mano.

—No, esperen. Seré breve —Ivan se acomoda sobre el taburete y


mira a Sasha —. El heno estaba esparciéndose por todo el establo y creímos
que algún animal extraño lo había usado para dormir. Revisamos las
cámaras y oh, vaya sorpresa.

—¿Qué era? —Sasha lo mira atenta. Isaac y yo lo hacemos entre


ambos.

—No era solo uno —Ivan nos clava su mirada.

—¿Entonces cuántos? —Sasha vuelve a preguntar.

—¡Eran dos! —levanta la misma cantidad de dedos —. Dos


malditos y estúpidos animales que no se dieron cuenta que en el lugar había
dos cámaras.

—Son animales, Ivan—su esposa le recrimina —, pero ¿Qué eran?

—Nos vamos —vuelve a decir Isaac —. Nos vemos más tarde.

Esta vez si salimos hacia el estacionamiento. Ambos nos miramos y


nos echamos a reír de la vergüenza.

—Voy a recuperar esos videos —dice mientras me abre la puerta de


la todoterreno —. Tenemos que verlos.

—Sí, por favor—río.


Una vez entramos al pueblo, todo está muy vivo y colorido. Es
viernes y al parecer todo el mundo ha salido de divertirse. Me gusta esta
cita porque no voy a tener que bajarme del auto y estaré sola con él
haciendo nada, solo compartiendo nuestro tiempo mientras lo perdemos
viendo una simple película.

Él ordena algo de comida y nos alistamos para ver la película. Ya la


había visto antes y agradezco que al menos sea buena. Tengo mi pierna
sobre la suya mientras mi cabeza también se haya sobre su hombro. Su
mano se aferra a la parte interna de mi muslo y por casi noventa minutos me
siento en un ahí es. Aunque, la verdad, así me siento desde que lo conocí.

La función termina.

—No estuvo tan mal —comenta encendiendo la camioneta.

—Nop —digo y pido que tome mi mano, como lo hace siempre.

—Estás helada. —Levanta mi mano para besarla y respirar con su


boca sobre ella.

—Qué raro, no tengo frío.

Mierda, debe ser un síntoma.

—¿Apago el aire acondicionado? —pregunta.

Miro por la ventana. Casi no hay nadie y los que quedan están en
sus cosas.

—Sí —respondo para dejar el tema pronto.

Salimos del lugar y disfruto del aire fresco que pega contra mi cara.
No llevo la ventana del todo abajo.

Me siento observada, como si ellos supieran quien soy. Tal vez solo
están mirando el enorme auto en el que voy y lo fuerte que suena su motor.
Saben que aquí va alguno de sus jefes, es por eso.
Estamos a punto de girar a la izquierda cuando de la nada algo
blanco estalla contra el parabrisas. Tal vez pintura porque pequeñas gotas
alcanzar a entrar y huele como tal. Doy un brinco en mi asiento e Isaac
frena abruptamente.

—¿Qué mierda? —repara e intenta retirarla con los limpia


parabrisas, pero es demasiado densa que uno se termina doblando —.
Mierda —dice disgustado y decide bajar del auto.

No sé a quien se le ocurrió tirarnos esta mierda, pero me he puesto


alerta no sé por qué, pero lo entiendo cuando al salir él deja la puerta abierta
y de la nada una decena de cámaras se adentra y empiezan a disparar
centenares de flashes en mi dirección. Doy un grito por el impacto que me
genera y lo primero que decido hacer es tapar mi cara.

—¡Isaac! —grito con fuerza.

—¡Quítense, hijos de puta! —lo escucho empujarlos —. Déjenla en


paz,

¡tómenle foto a la mierda que les voy a sacar si no se alejan!

—¡Chelsea! ¡Chelsea! ¡Chelsea! —repiten. Mi pecho ha empezado


a subir y bajar con rapidez. Mi llano no tardó en llegar y estoy sufriendo un
quiebre —. ¿Qué paso con la gira? ¿Por qué estás en Te...?

—¡Hijos de puta! —les grita Isaac después de cerrar con seguro su


puerta —. ¿Estás bien? —toca mi pierna —. Reina... Ven aquí.

Isaac me atrae contra él y me oculta en su costado. Acelera mientras


conduce con una mano. Espero que haya podido limpiar el parabrisas.

Los golpes sobre el auto dejan de escucharse y salimos de lo que


creo era un mar de paparazzis.

—Ya pasó —me anuncia.

Me incorporo mientras limpio mi rostro con las mangas de mi


camisa.
—¿Cómo me encontraron? —susurro más para mí que para él.

—Lo averiguaré.

Conduce a toda velocidad. El vidrio logro limpiarse un poco. Dejé


mi celular en la habitación y me reprendo por no haberlo traído, al menos
podría estar averiguando sorbe lo que pasó en el centro.

Al llegar a la portería de la casa nos encontramos con más personas


aún. Isaac pasa de largo y no frena en ningún momento, obligándolos a
quitarse de inmediato. Diez minutos más pasan hasta que llegamos a la casa
y al ver algunos autos estacionados, temo lo peor.

Isaac frena y sin pensar desciendo hasta casi correr para entrar a la
casa.

—¡Chels! —grita detrás mí.

Abro la puerta y voy directo al salón de estar. Me topo con las


últimas caras que quería volver a ver en el mundo, pero que alguna vez
debía hacerlo.

Amanda, Alicia, alguien que supongo es un abogado y cinco


personas de seguridad.

—Hola, Chelsea —dice mi madre mientras sostiene una falsa


sonrisa.

—Chels... —Isaac llega a mi lado y se detiene para fijarse en lo que


estoy mirando —. ¿Qué mierda hacen todos aquí? ¿Quién los dejó pasar?

—Lo mismo estoy preguntándome yo —Ivan entra en el salón.

—Vinimos por mi hija. Tiene mucho trabajo y contratos que nos


costarán millones si ella no los cumple —Amanda levanta la mano y me
hace una seña para que me mueva —. Ve, empaca. Te esperamos.

—No —dice Isaac —. Se irá cuando ella lo desee.


Alicia y Amanda se miran y ríen juntas. La bilis me acaricia la boca
del estómago. Isaac se pone frente a mí.

—Lárguense.

—¿Realmente te quieres hacer responsable de ella? —Alicia habla


esta vez —. Es un caos y vinimos a llevarla con alguien que la ayude... Al
parecer estar aquí la alteró más y en ese te voy a lanzar la culpa.

—Isaac... —lo tomo de la mano —. Vamos, hablemos arriba.

—¿No se lo has dicho? —mi mánager intercede mirándome.

—¿Decirme qué, Cox? —Isaac me mira con seriedad.

—Isaac, yo no...

—¡Está intoxicada! ¡¿Cómo mierda no lo puedes notar?! ¡Desde


aquí se le nota!

—Chels... —sus ojos verdes que ahora se han cristalizado no dejan


de verme —. ¿Qué pasó?

—Esto pasó —Amanda levanta un tarrito naranja y se lo avienta a


Isaac a sus pies —. Oxicodona. Va por la mitad. Ha ingerido más de 300
miligramos según ese tarro y para llegar a eso debe estar haciéndolo desde
hace semanas, porque de otra forma ya estaría muerta.

El castaño se agacha para levantar el tarro y leer el nombre que


marca.

—Lo siento tanto... —sollozo —. Yo quería decírtelo, pero no podía


y... soy...

—Por favor, deja de llorar. Ya te diste cuenta lo mal que te pone


estar a su lado, vamos. Si lo quieres no le arruines más la vida a él y a ti —
Amanda se acerca para tomarme del brazo.
—¡LARGO! —grita como nunca lo había escuchado. El alma se me
rompe en pedazos y doy un paso hacia atrás.

—Chelsea, vamos —Amanda vuelve a intentar moverme.

—No ella, no tú... —me mira para luego repasar a cada uno de los
presentes —. ¡TODOS USTEDES LARGO!

—¡Ya escucharon a Sac! ¡Largo! —lo apoya Ivan —. No me hagan


traer mi puta escopeta. Están en propiedad privada.

—¡Tienes una maldita denuncia y vamos a llevarla hasta el final!


¡Secuestro y abuso sexual, Isaac Statham! —grita Alicia y la miro con
intriga.

¿De qué mierda habla?

—¿Qué? —medio logro escuchar a Ivan.

—¡LARGO! —vuelve a gritarles Isaac y esta vez todos se retiran.

—¿Papi? ¿Qué pasa? —la voz de Chloe llega a nuestros oídos y


cuando giro para verla ella abre sus ojos con preocupación —. ¿Estás bien,
Chelsea? —se acerca corriendo a mí y me abraza la pierna —. ¿Por qué
estás llorando? ¿Le hiciste algo malo, papi?

—Chloe, vuelve a la cama —Inanna aparece al fina de las escaleras.

—Tú —la señalo.

—¿Yo qué? —se cruza de brazos.

—Los dejaste pasar —la voz se me quiebra —. Les diste el pote...

—Chloe, sube con Inanna e Ivan —Isaac intercede.

—¡No! Chelsea, ven a dormir conmigo, por favor —Chloe se cierne


a mi pierna.
—Ve con tu tía, amor —le digo tratando de sonar tranquila. Ella no
debería estar en medio de todo esto.

—¡No! Solo subiré contigo —su voz también se ha roto.

—¿Le diste la ubicación a la prensa? —pregunto.

—¿Qué? —Isaac la mira.

—¡No!, se la di a la disquera... Yo escuché tu conversación de la


denun... y luego encontré... eso en sus cajones.

—Sube a Chloe —le repite a su hermana.

—¡No, papi! ¡Quiero ir a dormir con Chelsea!

Miro a Isaac en busca de aprobación en sus ojos. Asiente con la


cabeza y se marcha de la habitación.

—¡No puedes hacer eso! Ella está... —se traga la palabra cuando ve
a Chloe.

—Estoy bien. Vamos —me inclino y la alzo en brazos —. Tú y yo


hablaremos después —le digo a Inanna al pasar por su lado, casi en un
susurro.

Subo con cuidado los escalones y entro a su pequeña y rosada


habitación. La dejo sobre la cama para seguido quitarme los zapatos y mi
chaqueta. Entro a la cama y la pego a mi costado.

—¿Por qué llorabas? —pregunta bajito.

—Porque voy a tener que irme.

—¡No! —se levanta —. ¿Qué pasó con lo de estar juntas para


siempre?

—Lo estaremos. Seré tu amiga para siempre, solo que tengo


trabajo... Tengo fans que también quieren escucharme cantar y ya pagaron
una entrada para hacerlo. Debo ir a diferentes países a llevar mi voz.
—Llévame contigo entonces —me abraza.

—Ojalá pudiera, pero casi siempre trabajo a esta hora y tú tendrás


que estar dormida.

—Dormiré en el backstage.

«Detrás del escenario».

—No —me callo cuando las lágrimas me nublan la vista —. Tú


mereces estar on stage.

«En el escenario».

Pasamos minutos abrazadas y cuando creo que se ha quedado


dormida, me muevo un poco para irme, pero sus ojos se abren un poco para
mirarme.

—¿Volverás después de que termines de trabajar? —pregunta en un


susurro.

—Volveré —me acerco para besar su frente.

—¿Y prometes quedarte?

—Prometo volver y quedarme si todavía lo quieres —le digo y me


incorporo para salir de la habitación.

Tomo aire para retener el dolor, pero termina escapándose de nuevo


entre las lágrimas.

—¿Chelsea? —su voz detiene mi respiración y decido aprovechar


para calmarla —. Ven, hablemos.

No levanto mi cara hasta que limpio mis lágrimas y camino hasta su


ubicación. Entro en la habitación y voy directo a sentarme en el sofá. No
tengo energía para soportar lo que está por venir.
Él se pasea de lado a lado. Creo que está buscando algo que
decirme, tal vez no encuentra las palabras para mandarme a la mierda con
educación.

—Voy a irme —hablo —. Siento mucho haberte hecho pasar por


esto, sea lo que sea que ellas te hayan hecho, voy a arreglarlo. No voy a
dejar que te jodan.

—¿Qué? —se detiene y me mira —. No. No vas a irte sola de aquí


—aproxima hasta mi lugar y se arrodilla frente a mí —. ¿Por qué no me lo
dijiste? ¿Qué pasó? ¿Te sentiste en algún momento mal aquí?

—No —niego rápido. No quiero que piense que esto es su culpa —.


No, todo aquí estuvo perfecto, tú eres lo más perfecto que conozco... —
tomo su cara entre mis manos —. Lo que está mal soy yo y debo arreglarlo.

—Chels... Yo puedo ayudarte... Yo... —su voz se quiebra.

—¿Sabes por qué no te he dicho que te amo? —hago que me mire.


Él niega con la cabeza —. Porque cuando lo haga... Cuando lo haga voy a
amarme también y podré amarte a ti con mucha más fuerza.

Está por hablar, pero la alarma de mi celular lo interrumpe.

—¿Qué es? —pregunta mirando el aparato sobre la cama.

—Es una alarma.

Nos callamos durante unos segundos.

—¿Por qué? —su voz también se quiebra y sus ojos se cristalizan


una vez más esta noche.

—Tal vez nunca lo dejé... Solo aguanté...

Las lágrimas no me dejan apreciar bien su rostro.

—Podías decírmelo... Hubiera hecho hasta lo imposible por...


—Por eso mismo no te lo dije, porque de cualquier manera te iba a
lastimar. Pensaba irme sin que lo supieras, no quería decepcionar a otra
persona más en mi vida.

—Jamás me decepcionarías, Chelsea. Hay una falta de confianza de


tu lado y la habilidad de poder ver algunas cosas. Viste todo lo que hice y
no llegaste a compararlo con esto, pero yo acabo de hacerlo y esto sería
algo mínimo al lado de todo y también por debajo de lo que haría —se pone
de pie —. Vamos a arreglarlo juntos. Vamos a dormir. Te voy a llevar a
dónde tengas que ir y estaré sosteniendo tu mano.

—Isaac...

—Te conseguiré un nuevo cuerpo de seguridad. Nadie que sea más


bajo que yo va a cuidarte y me importa una mierda si es discriminación.

—Isaac... —lo llamo mientras el se mueve por toda la habitación.


Sacando pasaportes y maletas.

—Buscaremos un mánager nuevo. Si no me agrada también me


importa una mierda que se vaya al carajo.

—Isaac —me planto frente a él.

—No, Chelsea —dice y se detiene.

—Sí, Vaquero.

—Déjame acompañarte en esto.

—Vamos a dormir —quito la ropa que tiene agarrada en sus manos


y las dejo sobre el sillón. Lo guío hasta la cama y ambos entramos en ella
sin preocuparnos por la ropa, pero me siento cuando recuerdo algo que debo
hacer.

—¿Qué pasa?

—Debo... —giro para mirarlo y luego vuelvo al frente —. Ya te


dije... Soy dependiente.
—Oh —dice y deja de mirarme —. Entiendo —su mano llega hasta
la mía y la aprieta —. Sé como es, Chels. En serio.
Asiento con la cabeza y me levanto para tomar la misma cantidad
que ingerí hace algunas horas. Siento sus ojos en mi espalda en todo
momento. Tomo aire antes de volver a la cama y apagar las luces.

Me acomodo en su costado, su brazo está encima de mi cabella y


mis rodillas se han pegado a sus caderas.

—¿Qué sucederá ahora? —pregunta y tardo en entender, pero capto


a qué se refiere.

—Dejaré de sentir dolor —respondo —. Pensaré un poco menos...


El cuerpo tal vez me pese más o sienta que estoy flotando...

—¿No sufres en ningún momento?

—Solo cuando falta.

—Con el alcohol sufres en cualquier momento. Desde que la


garganta te arde cuando entra, hasta que sale cuando se vomita.

—Lo siento.

—¿Por qué? —me mira.

—Siempre he pensado que las acciones afectan en masa. También,


siempre pensaba que el ser adicta no le iba a hacer daño a nadie más que a
mi, pero luego te conocí a ti y... Lo siento. Fui demasiado egoísta esta vez.

—Todo mejorará. Son solo problemas y a cada uno acabo de


encontrarle solución —sus labios besas mi frente y su brazo me atrae más a
él.

Empiezo a respirar cada vez más lento mientras voy cayendo en un


pesado sueño que sé que no durará más de tres horas.
Caricias no se dejan de sentir nunca en mi espalda hasta que vuelvo
a abrir mis ojos. La respiración de Isaac suena más grave y me revela que
está completamente dormido. Me levanto con cuidado de su lado. Tomo mi
celular y verifico la hora. Estoy con el tiempo justo. Lo miro durante unos
segundos y me impido besar sus labios o acariciar su pelo. No debo
despertarlo.

—Te amo, vaquero —susurro —. Y cuando regrese, espero hacerlo


mejor.

Tomo mi pasaporte, mi cuaderno y no me llevo nada más porque mi


vida, mi corazón y mi alma también se quedaron en esa habitación.

Camino despacio hasta la cocina y tomo las llaves de la camioneta


de Isaac. Espero no me odie por robarla. Agradezco que esté estacionada
lejos de la casa, no quiero que el motor alerte a alguien. Subo y recién la
enciendo, arranco despacio para no hacer rugir al motor.

Me detengo a esperar que se abra la portería. Bajo la ventana y


saludo al hombre.

—¿Va temprano o va tarde? —me sonríe.

—Definitivamente tarde, debí irme hace mucho —le sonrío.

Acelero de nuevo y mientras salgo del pueblo, conecto mi celular


para acompañar el largo camino que debo hacer hasta el aeropuerto. Ghost
of you de 5 Secons Of Summer llena la cabina y cuando termina, apago la
radio y tomo mi celular para grabarle un audio. Bloqueo la grabación para
dejar es dispositivo a un lado y repaso lo que quiero decirle sin planearlo
mucho.

—Isaac... —la voz me sale débil y decido reforzarla —. En el


cerebro de un adicto todos los grandes estímulos suceden de la misma
manera, entre más obtienes más quieres y yo estaba queriendo tu presencia
cada vez más y más. Por eso tuve que irme de esta manera, aquí no
funcionaria un poco a poco y si más adelante te fueras, sufrir de abstinencia
me mataría. Quiero una vida increíble a tu lado, quiero ser la novia que te
mereces y quiero ser una mejor amiga para tu hija... Al menos hasta que ella
quiera. Quiero alejar la oscuridad de ustedes... Voy a arreglarlo, tú no tienes
que hacerlo porque aún soy la misma que viste en ese baño mientras que tú
sí eres alguien mejor y diferente al hombre que ese día se tambaleaba al
caminar. Tú avanzaste, yo me quede atrás, en el mismo lugar... y tú por
estar mirándome... Estás perdiendo poco a poco lo que avanzaste, lo sé...
Tuviste un ataque de pánico. Nunca vi a alguien tan fuerte como tú
enfrentarlo de esa manera y por eso te admiro, por favor sigue así de fuerte
mientras te alcanzo...

Tomo aire y trato de seguir hablando pese a las lágrimas.

—He descubierto quien soy gracias a ti Isaac Statham y aunque


todavía esté un poco perdida, al menos ya tengo una meta fija. Espero me
entiendas de la manera que siempre lo has hecho y que recuerdes que no es
aquí cuando el show termina.

FIN.
EPÍLOGO
Chelsea

—¿Estás bien para conducir?, puedo llamar a un conductor elegido


si no…

—Estoy bien —sonrío sin enseñar los dientes.

Se acomoda en su silla mientras yo pongo en marcha el auto, salgo


de reversa y giro para acelerar hacia adelante por toda la calle. Miro el
cielo, está a punto de amanecer. Veo a un par de personas que vienen
corriendo y freno para dejarlas pasar.

—Ce Hache —me llama.

Giro para verlo, tiene los ojos cerrados. Su rostro está pálido.

—Dime, Erre.

—Cuando lleguemos a mi casa... ¿Me dejarás hacerte el amor?

Río.
—Estás drogado —me burlo y vuelvo a echar marcha.

—Y caliente —señala.

—Lo pensaré —otra risa más se me escapa.

Me detengo en el primer semáforo en rojo. Siento la taquicardia


hacer estragos en mi corazón. Mi visión ha empezado a nublarse. Echo un
vistazo al GPS, que avisa que llegaremos en menos de 6 minutos.

Puedo hacerlo.

Los colores han empezado a deformarse, las líneas de las carreteras


a salirse y debo parpadear varias veces para tratar de enfocar mi visión y
hacer que vuelva a la normalidad. Pero será difícil, porque desde que el
ácido empieza a hacer efecto no hay nada que lo pare.

Miro rápido a Randall, tiene los ojos cerrados. Lo muevo y no


responde.

—Mierda.

Golpeo el volante y vuelvo a mirar el GPS.

3 minutos.

Solo un poco más y llegaremos. Las calles están vacías y no será


imposible. Mi visión empieza a impregnarse de colores psicodélicos a los
lados, los mismos que venían grabados en el papel.

2 minutos.

Náuseas y demasiadas. Mi cabeza tambalea, mis manos tiemblan y


siento un cosquilleo en los pies. Agacho mi cabeza para ver que pasa y lo
que veo me aterra, son arañas, muchas, pequeñas asquerosas y diminutas.
Me cuesta respirar, y detengo el auto. Inhalo por la boca porque siento que
mis fosas nasales arden.

Tengo que seguir.

1 minuto.

Acelero y recorro un par de metros más. Un camión pasa justo


detrás de nosotros haciendo sonar su bocina. La sorpresa me obliga a dar un
brinco sobre el asiento haciendo que pueda espabilar un poco y girar bien
en la entrada para seguido estacionarme.

Freno totalmente y dejo escapar todo el aire de mis pulmones. Estiro


mi mano para mover a Randall.

—Llegamos a casa, Erre.

Abre sus ojos de repente y estrega de inmediato su cara con las


manos. Deja escapar varios suspiros antes de mirarme para luego bajarse
del auto. A mí, la tarea de descender me toma un poco más de trabajo
porque debo respirar varias veces para poder estabilizarme antes de intentar
algo. Temo salir e irme de bruces al piso.

La puerta a mi lado izquierdo se abre y Randall me extiende sus


brazos. No sé porque no dejo de sentirme como si estuviera en un sueño.

—Ven aquí, bonita. Yo te salvo.

Le sonrío, o eso creo que hago.

Apenas toco sus brazos con los míos, cierro mis ojos y dejo que me
eleve entre ellos. Me abrazo a él e inhalo su aroma. Busco acomodar mi
cabeza en su pecho en el lugar donde su corazón late. Fuerte y claro. Vivo y
mío.

Sé que nos movemos. Sé que entramos. El olor de su casa jamás


cambiará y me encanta, porque me siento como si también fuera mía. Hay
lugares que no son nuestros, pero solemos amar tanto a sus dueños que
pasan como si lo fueran.

Randall me deja sobre un lugar muy suave. Creo que es su cama.


Inhalo profundo el aroma de sus sábanas. Sí, es su cama.

—¿Estoy despierta?

—Sí y creo que no podrás dormir durante unas horas más hasta que
se te baje, así quieras hacerlo —responde mientras se deshace de mis
zapatos.

—Esto es una mierda. No quiero volver a drogarme jamás.

—Ojalá hacerlo fuera tan simple como decirlo —susurra casi


inaudible, pero en medio de todo logro escucharlo.

—Hagámoslo —me elevo sobre mis codos y me obligo a abrir mis


ojos para mirarlo, pero de inmediato me quejo cuando todo vuelve a darme
vueltas —. Mierda, mierda, mierda...

—Un día a la vez, Chels.

Me río. Su cuerpo se deja caer a mi lado.

—Un día a la vez, Randall.

—Creo que es hora de que hagamos el amor —dice.

Vuelvo a abrir mis ojos. Esta vez si lo resisto. Me fijo en su rostro


pícaro y los rizos cayendo sobre su frente.

—Estamos muy drogados —niego con la cabeza sin dejar de


sonreír.
—Hay muchas otras maneras de hacerlo —ladea su boca.

—¿Ah sí? ¿Cómo cuales?

—Como... como que me cantes una canción.

—¿Que te cante es una forma de hacerte el amor? Entonces que


puta orgía deben ser mis conciertos —río con ganas.

—Bueno, si lo ves por ese lado... es raro.

Ambos miramos hacia el techo cubierto de estrellas que se iluminan


en la noche, pero debido a que el sol ya está colándose por las cortinas, no
se alcanzan a apreciar bien.

—Cántame, Chelsea Cox.

—Cántame tú mejor —pido. Me giro de lado para mirarlo.

Tose.

—Mi voz es una mierda.

Ruedo con mis ojos. Él cierra los suyos y lo imito. Se dio por
vencido, pero algo me dice que debo cantarle.

—El amor es un lugar donde el tiempo no existe... Donde el dolor


es un chiste... En donde solo dos personas viven... Tú y alguien llamado
como yo, que a veces desconozco, pero poco a poco... Mientras me besas,
voy dándome cuenta... De que es bueno cambiar y dejar marchar lo que
antes nos obligó a errar...

No lo hago del todo bien porque susurro toda la canción.

—Me gusta tu voz —dice.

—A mi también —sonrío justo en el momento en el que él me mira.

—Te extrañé mucho. —Sus dedos quitan algunos cabellos de mi


rostro.
—Siempre puedes venir a visitarme cuando quieras.

Sonríe sin enseñar sus dientes.

—¿En el tiempo libre que no tienes? Para poder verte tendría que
hacerlo solo en tus sueños.

—Mírale el lado bueno, ahí podremos hacer lo que queramos —


digo.

—¿Qué te gustaría hacer?

Sacude su cabeza.

—Nada. Absolutamente nada. Solo quiero quedarme aquí acostada


a tu lado.

Rueda los ojos.

—Enamoras a cualquiera, rubia.

—Es un don.

Reímos durante unos minutos sin dejarnos de mirar. Me encanta esta


paz. Es casi tan falsa que... Respiro hondo y suspiro.

—No te vayas nunca, Erre.

—No me iré jamás, Ce Hache.

Por más que quise no cerrar los ojos, terminé haciéndolo y me


arrepiento, porque al despertar... Al abrir mis ojos en esta habitación de un
hotel de cinco estrellas en París, pude darme cuenta de que solo había sido
un sueño y él sí se había ido para siempre.

Hoy le cantaré de nuevo... Les cantaré de nuevo. A ella y a él. A


alguien que siempre conoció mis inicios y a alguien que le dio color a mi
más difícil y gris camino.
Miro el reloj en la pequeña mesa. Son las siete en punto de la
mañana. No tardarán en...

Toc, toc.

Tomo aire y me levanto. Me sostengo de algunos muebles hasta


llegar a la puerta, pero justo al abrir mi estómago decide vaciarse en los
zapatos de quien tocaba.

—No. Te. Lo. Puedo. Creer. —la voz de Samantha chilla en mis
oídos.

—Lo siento... —me limpio la boca con la manga de mi camiseta y


voy corriendo hasta el baño para seguir dejando salir el resto.

—Mierda —se queja la rubia —. Daniel, llama a alguien para que


limpie. Llamaré al doctor. Diles al resto que tardaremos una hora, Chelsea
sigue mal —la escucho hablar.

Me dejo caer sobre el piso. Hoy no, por favor, hoy no.

—¿Hola? —habla ella desde afuera —. Doctor, habla con Samantha


Vivaldi, la nueva mánager de Chelsea Cox... Sí... Anoche tuvo
convulsiones, pero la fiebre desapareció después de darle lo que ordenó...
Ajá... Perfecto, sí, lo haré. Byeee.

Escucho el ruido de los tacones aproximarse al baño y cuando entra


pega un pequeño grito.

—Estoy bien —digo de inmediato —. Solo estoy siendo dramática.

—No digas estupideces. —Se agacha para ayudar a levantarme —.


Ocultar algo que duele no lo hará más fácil, no seas tonta, quéjate y grita ni
es necesario, a mis oídos no les molestará escucharte.

—Solo... —me sostengo firme frente al lavabo —. Solo estoy


acostumbrándome a...
—¿A que te traten bien? Tranquila —su mano acaricia mi espalda
—. Toma tiempo salir de un lugar donde antes no te daban valor, pero más
cuesta aceptar que llegaste a uno donde te dan todo el amor que no creíste
nunca merecer. Tienes todo el tiempo del mundo para acostumbrarte, aquí
ya nadie te presiona.

La miro.

—Voy a usar eso para una canción.

—Tú ya me explotas de por sí —rueda sus ojos —. Vamos a la


ducha. El doctor vendrá pronto, dice que tal vez solo estás deshidratada y
que te preguntara cuando fue tu último período.

—Hace dos meses —respondo.

—¿Te hiciste la prueba?

—Sí —digo y guardo silencio mientras pongo mi mejor cara de


seriedad. Ella abre los ojos descomunalmente.

—Chels...

—Salió negativa —río.

Se lleva la mano a su pecho y respira tranquila.

—Dios, no me asustes así —me empuja de nuevo —. A la ducha. Te


ayudo.

—Algún día sí le tendré todos los hijos que quiera a Isaac... —digo
para molestarla. Sam ha decidido no tener hijos jamás, se ha operado y
aunque respeta mi decisión de querer algún día ser madre, le molesta que le
diga que quiero diez hijos —. Voy a dar a luz a doce niños.
—¿Doce? ¿No eran solo diez?

—Cada día se me ocurre un nuevo nombre que me encantaría


ponerle a alguno, no me decido, entonces la única solución es tener más.
—Chelsea Dorothea, dios mío, piensa en el maldito medio
ambiente. Hay sobrepoblación en este mundo, no alteres más la naturaleza,
por favor —se queja.

Me río de su cara mientras abro el grifo. Me he deshecho de mi


pijama y ahora dejo que todo rastro de sudor de la noche anterior se lo lleve
el agua fría. Sam me deja algunos segundos solas y me tomo el tiempo para
bañarme en espuma.

Llevo más de dos meses sobria. Mi proceso de recuperación va


lento debido a que no quise internarme para poder cumplirle a mis
fanáticos. No puedo quedarle mal a la gente que ama mi talento más que yo
misma.

Estoy haciéndolo ambulatorio, tengo supervisión todo el tiempo,


una muy buena supervisión. Todo mi equipo de trabajo ha cambiado. Sam
está a la cabeza. Alicia renunció antes de verse involucrada en el caso que
mis nuevos abogados están llevando muy bien contra Matthew Reigen. Me
atreví a denunciar sin importarme qué y nunca esperé recibir tanto apoyo de
afuera.

Isaac ha sido desvinculado de cualquier desastre gracias a que su


abogado y el de Matthew lograron un trato donde a Isaac no se le acusaría
de los golpes propinados... Tampoco es que pudieran. Nunca encontraron
ninguna maldita prueba, pues la coartada de Isaac se confirmó con la
aerolínea, el hotel y su grupo técnico. No estaba en la ciudad y eso lo
desligaba por completo, pero... sí, siempre habrá un pero. A Isaac no le
convenía tener ningún otro proceso, ni siquiera aunque se tratara de una
simple investigación, que es lo que hubiera sucedido si Matthew lo
denunciaba.

A cambio se le tuvo que entregar muchísimo dinero en efectivo,


todo fue entre los abogados y bajo cuerda.

Por mi lado, mi caso... No va ni bien, ni mal. Los abogados de


Matthew han entregado como defensa el historial médico de él, donde en la
parte de salud mental se puede leer que ha sido diagnosticado con ansiedad
y depresión. No dudo que la tenga, pero esto ha causado que le den su
cómoda y millonaria casa como centro retentivo... Tampoco tiene
antecedentes y ha comprometido en limpiarse, así que también le han
permitido darse un buen tratamiento de desintoxicación. Eso sí, la prensa y
las personas afuera se lo están comiendo vivo.

—¡Llegó el doctor! —canturrea Samantha. Deja un cúmulo pequeño


de ropa sobre el lavabo y vuelve a salir cerrando tras de sí.

—Un minuto —digo.

Cierro el agua y salgo en busca de una toalla para seguido vestirme


rápido. Las nauseas han bajado un poco la intensidad y me siento mejor
después del agua a baja temperatura.

—Hola —digo al salir.

—¿Cómo te sientes hoy?

—Como la mierda, pero bien —sonrío.

—Algo es algo —alza sus cejas —. ¿Última comida y bebida? —


pregunta mientras deja su portafolio sobre la cama y yo procedo a sentarme
sobre ella.

—Anoche... como a las... siete, creo —respondo tratando de


recordar.

—Han pasado doce horas, trata de que sea menos.

Me revisa el pulso y anota todos mis signos vitales en su pequeña


tableta. Miro a Samantha. Está mordiéndose la uña de su dedo pulgar. Le
preocupo tanto que le duele y mi me duele que le preocupe, pero estoy
tratando de entender que el amarse a veces es así... Te duele lo que le pasa a
la otra persona... El dolor se comparte y pesa menos.
Ahora todo me pesa menos.

—¿Me pasas mi celular? —pregunto mientras el doctor clava una


aguja en mi muñeca para ponerme un suero intravenoso. Ignoro el pequeño
dolor.

Sam me mira con los ojos entrecerrados.

—Estas divas de hoy en día ni por favor dicen —bufa y rueda los
ojos para ir hasta la cómoda.

—Lo siento... Por favor.

Niega con la cabeza y me entrega el celular en mi mano libre.

—Qué novia tan intensa eres —se burla.

—Déjame —río.

Desbloqueo el celular para encontrarme con un mensaje que dice


"Buenos días, reina" de Isaac. Muerdo mi labio inferior y me pierdo en la
conversación. El resto del equipo llega para ayudar a alistarme. Aterricé
ayer en la tarde en la ciudad, hoy debo participar en una entrevista para un
canal del país, dar el concierto y en la madrugada partir hacia Tokio.

Por eso tenía a un médico siempre conmigo. El trabajo estaba fuerte


y debía estar al menos físicamente bien para bailar y cantar al mismo
tiempo. No era opción dejarlo de hacer, así que por eso tengo atención 24/7.
No estoy mucho tiempo sola, sigo acostumbrándome, siempre hay alguien
cerca queriendo lo mejor para mí.

Eso me lleva a pensar en Amanda y la fuerza discusión que tuvo el


día que se apareció en casa de mi padre. Todo estaba cuidándome y ella
quería regresarme a donde me habían lastimado. Vicent y Edward fueron
los que hablaron con ella... ¿Qué? No sé, no estuve presente y no me lo
quisieron contar, y dejé de preguntar cuando vi que se alejó.

Se respira paz a mi alrededor desde que no está.


El día pasa volando, a pesar de lo mal que me sentí en la mañana, la
noche llega y estoy con más altiveza. Deben ser los medicamentos haciendo
efecto.

El enterizo dorado con un fondo un tanto transparentado cubre todo


mi cuerpo. Está tan ajustado que recalca curvas que no sabían que existían.

—Vaya —dice Sam detrás de mí. Estoy mirándome al espejo. La


tela está cubierta con pequeñas piedras brillantes y me encanta.

—Vaya —repito.

—¿Le enviaste una foto?

—No. —Miro la hora en mi celular —. Está volando hacía Miami,


no le llegará.

—Vamos —extiende su mano y la tomo —. Ya hablarás con él


después de terminar.

Como normalmente hacia todas las noches. Al principio no era


capaz de darle la cara después de haber huido de su lado de la peor manera.
Me llamó varias veces ese día, pero solo pude contestarle cuando estuve en
casa de mi padre.

Salí de la ducha y me sequé el cabello. No quería sentir frío. Me


vestí, abrí la puerta y volví para fijarme en mi aspecto. Las pastillas dentro
del tarrito naranja me saludaron y por el espejo pude ver a mi padre
esperando detrás de mí. En su mano tenía un vaso de agua y sabía que lo
entendía.

Respiré hondo y me giré para recibirlo, tomar el tarrito y eché


dentro de mi boca lo último que quedaba dentro de él. Después de esto no
habría más, no habría nada que pudiera dormir el dolor y... Sí, sabía que
iba a doler y mucho.

El agua las pasa a través de mi garganta.


—Empezaremos mañana —dijo antes de girarse para irse, pero
luego se detuvo —. Estaré pendiente de ti, no cierres la puerta. Intenta
dormir.

Dicho esto, se marchó y de inmediato entré en la cama. Al menos


esto me haría dormir dentro de un par de horas.

El celular volvió a sonar. Era como la sexta vez que lo hacía y sabía
que debía darle una respuesta. Le debía una conversación incómoda, algo
que no quería hablar, pero que sí debía.

Tomé el celular entre mis manos y me senté con la espalda recta.


Contesté después de expulsar todo el aire de mis pulmones.

—Hola, vaquero.

—¿Estás bien? ¿Dónde estás? Solo quiero saber eso...

—Ahora estoy bien, pero pronto tendré que estar peor para estar
mucho mejor y no quiero que me veas pasar por la oscuridad, quiero que
siempre tengas una muy bonita imagen de mí —le hablo con dulzura.

—Nunca habrá nada que me haga verte de otra manera, Chels,


pero respeto mucho tu decisión y sé que serás capaz de recuperarte... Solo
quiero que... Solo quiero que no me apartes.

—No pensaba hacerlo, solo necesito... tiempo.

—Lo sé.

—Gracias —digo después de un largo silencio.

—¿Por qué?

—Por no juzgarme.

—Tienes una enfermedad que buscas sanar, ¿cómo podría juzgarte


por eso?

—Exacto, por eso, gracias, Isaac.


—Aquí me tendrás siempre, Chelsea.

Después de esa llamada no hablé con él durante más de dos


semanas. Samantha y Edward se encargaron de ayudarme en cualquier
proceso, y jamás me alcanzará la vida para agradecerles todo lo que
hicieron por mí. Mi padre, bueno, con él todo siempre es lento y más ahora
que le han operado y está delicado, no hemos podido vernos mucho, pero
espero visitarlo cuando tenga vacaciones después de que termine la gira.

Vuelvo en sí, para concentrarme en el ahora. Las miles de personas


que gritan afuera se llevan toda mi atención y genera que mi corazón se
altere. Es emoción, es lo que me produce la pasión que siento al pararme
frente a todos. Aún sigo asustándome al ver tantos ojos sobre mí, pero hoy
me siento llena de valor porque hoy... Hoy es especial.

Subo al escenario y me sitúo en mi lugar. La música del intro


comienza a sonar. Lleno mis pulmones con bastante aire y me digo: ¡Que
comience el show!

La electricidad se siente en el ambiente y me lleno de ella para


usarla como energía para cantar y bailar como lo he hecho estos últimos
años. Sudo y me esfuerzo por mis sueños, por este don que se me dio y las
personas aman.

Antes creía que la tortura era haber entrado a este mundo, pero
ahora no dejo de verlo como la mayor bendición que he tenido. Cada rostro
sonriente que veo cerca del escenario me entregan todas las respuestas que
necesitaba. Mi felicidad siempre estuvo aquí, en mí, y yo no lo veía.

Después de cantar la última de mis canciones e iniciar la despedida,


me armo de valor para hablar.

—Hace tiempo conocí a alguien —digo mientras me muevo hasta el


piano que antes he pedido —. Ese alguien tenía una canción favorita y
quería venir a esta ciudad —intento que la voz no se me entrecorte. Me
siento frente a las teclas y pongo micrófono en la base —. Hoy... hoy ella ya
no está y... —tomo aire —. Y quiero que juntos le cantemos su canción
favorita.

Me alejo del micrófono. Sigo tomando aire, no paro de tomar aire.


Quiero que esto salga perfecto. Miro al cielo y me lleno de valentía.

Para ti, Azul y también siempre para ti, Randall.

—My feet are aching... And your back is pretty tired...

Me pierdo en cada tonalidad y tecla que presiono. Me permito


derramar las lágrimas que son imposibles de retener. Me permito sentir y
me dejo acompañar de las voces de mis espectadores por algunos segundos.

No todo tiene que ser perfecto, a veces solo debe ser y ya.

Una vez la canción termina. Me despido. Recibo algunas


felicitaciones de parte de mi equipo y voy directo hacia mi backstage.

Está vacío y aunque no sea lo común, no me pregunto el por qué y


aprovecho para dejar fluir lo que se contuvo allá arriba. Me sostengo del
tocador y después de unos minutos me armo de valor para levantar el rostro
y verme en el espejo.

—Eres hermosa. Lo hiciste genial —repito un par de veces mientras


me limpio un poco en maquillaje que se ha corrido.

—Qué bien que ya lo sabes, ya no es una lástima.

Me congelo al escuchar su voz e inmediatamente muevo mis ojos


hasta la figura refleja el espejo detrás de mi. Lleva un traje bastante
familiar.

—Para mí si es una lástima —hablo como si nada, pero por dentro


estoy sintiendo de todo.

—¿Por qué?

Me giro.
—Porque vendí el vestido que usé esa noche.

Ahora estoy aún más segura que el traje que lleva es el mismo que
usó el día que nos conocimos. Mueve su brazo para dejar ver lo que tenía
oculto detrás de su espalda. Una fina caja que contiene un vestido plateado
se vislumbra ante mis ojos.

—Aquí no tengo contactos como en Londres, pero logré que nos


dejaran cenar en la cima de la Torre Eiffel hasta la media noche.

—Mm... —tuerzo mi boca —. Tengo una condición —camino con


lentitud hasta él. Luce tan bien, tan él, tan mío. Me muero por esconderme
entre sus brazos. Su sorpresa me tiene pensando que estoy soñando y
necesito tocarlo para asegurarme de que sí es real.

—¿Cuál?

—Bésame, Isaac Statham.

—Lo haría durante toda mi vida, Chelsea Cox.

EXTRA
Chelsea

UN AÑO ATRÁS...

Inhalé la última línea que quedaba sobre la mesa, en unos segundos


Matthew vendría por mí e iríamos a una de las tantas fiestas a las que
siempre me obligaba a acompañarlo. Estaba casi segura de que lo hacía por
ganar más popularidad a base de mi imagen. Siempre me incitaba a que me
drogara de más para luego él ser quien me cuidara y saliera en las fotos
sosteniéndome, como si fuera el mejor novio del mundo, pero la realidad
siempre estuvo muy alejada de esa ficción.

Disfrutaba de las sensaciones irreales que me dejaban los químicos


que sabían estaban dañando mi cerebro.
—Vamos, no tengo toda la noche —pronunció mientras entraba a la
habitación y me tomaba de la mano.

Miré la unión mientras casi flotaba por los pasillos. Se sentía


cómoda, pero tóxica y no era capaz de soltarla porque sabía que luego no
tendría de donde sostenerme, aunque su supuesto amor siempre intentara
matarme repetidas veces.

—¿Qué ingeriste? —preguntó al ver que iba más lento de lo normal.

—Solo cocaína —respondí como si se tratase de un simple dulce.


Uno muy mortal —. ¿Conseguiste el éxtasis?

—No —negó con la cabeza —. Solo tengo ácido. Tal vez Dreik sí
tenga.

—Quiero —dije sin pensar, porque realmente nunca lo hacía.

—¿Ácido? —se detuvo para mirarme cuando llegamos hasta la


salida.

—Sí.

—No voy a cuidarte si te pasas de mierda. Entras conmigo, pero al


salir tengo cosas que hacer y espero que no le digas nada a Alicia o te
hundiré —me señaló —. Qué irónico. Antes me insultabas por esto y ahora
ya no soy el único que consume —se río mientras esperábamos dentro de
lobby.

—Voy a irme algún día —susurré.

—Deja de amenazarme con terminarme. Sabes que nos necesitamos


y volveremos, y recuerda, quedamos en que siempre estaríamos juntos en
esto. Somos la pareja perfecta, Chels —su mano tomó la mía y besó mis
nudillos.

—No me digas así —me deshice de su toque y crucé mis brazos


sobre mi pecho. El vestido corto de seda roja no me cubría muy bien del
frío.

—¿Por qué? ¿Acaso te recuerda a alguien?

—Me recuerda la porquería que soy.

—¿Qué? —me miró confundido. Nunca entenderá ni una mierda de


lo que le digo —. Consumir no te hace una porquería.

—No, tú ya lo eras.

Los guardaespaldas acercaron las camionetas y ambos subimos


evitando hablar con los paparazzis que siempre nos perseguían.

—Toma —me brindó un pequeño pedazo de papel y lo tomé para


meterlo bajo de mi lengua.

No hablé más con él. No quería hacerlo. Habíamos discutido


recientemente y no había tenido la valentía de disculparse por lo que hizo.
Desde hace tiempo hacia eso, después de algún pleito se desaparecía por
días y regresaba como si nada hubiera pasado, cuando en realidad en mi
cabeza aún estaba pasando de todo.

No entendía como podía quererme si le importaba una mierda como


me sintiera, pero mis amigas decían que todos los hombres son así y que al
menos Matthew era una gran estrella y se veía bien conmigo en fotos.

La droga empezó a afectarme, no sabría cual de las dos, pero si


estaba segura de algo es que ya había dejado de ser yo. Era tan estúpida que
ni siquiera era capaz de soportarme estando sobria y tenía que doparme. En
realidad, no soportaba a nadie.
Había demasiadas personas en el lugar, al igual que cámaras
apuntando en mi dirección. Intentaba sonreír, pero sentía que los músculos
de mi cara no respondían, solo la mano de Matthew me guiaba y no tuve
más remedio que confiar en él, aunque ahora sé que nunca debí hacerlo.

Todos bailaban en el pequeño espacio VIP. Mi cuerpo se movía solo


un poco porque me sentía tan ida que no era capaz de coordinar ningún
paso más. Las luces se movían en formas de alas, era algo falso que solo mi
cerebro era capaz de crear para mí. El éxtasis llegó a mis manos y sin
pensarlo, volví a asesinarme un poco más.

Esa noche era diferente. Esa noche no pude soportarlo más.

Amanda había descubierto todo lo que me metía, me había


amenazado con quitarme mi capacidad para tomar decisiones por adicta y
depresiva. Había intentado llamar a mi padre, pero nunca respondió. Era
temprano al lado del mundo, tal vez estaría en cirugía, eso llevaba
repitiéndome año tras año, llamada tras llamada y jamás llegue a considerar
que me ignorara.

«No me ignora, está muy ocupado. Es solo eso» me repetía


constantemente.

Quería que la noche acabara. Estaba usando esas últimas horas para
despedirme de lo que fue esta vida. Tal vez me faltó aprender antes de darle
un final, tal vez debí llorar menos y sonreír poco más, pero la verdad es que
me sentía satisfecha. Había cumplido mi enorme sueño de ser una increíble
y exitosa cantante.

Pero siempre sentí que me faltó algo más.

Miré a Matthew para después hacerlo con el resto de las personas.

No los quería.

Así como me faltaron muchos lugares por conocer en este mundo,


también me faltó conocer otros mundos y con eso me refiero a las personas.
Me faltó conocer a alguien que me cambiara la existencia y me hiciera ver
la vida diferente. Alguien que me contara de sus experiencias y no juzgara
las mías. Alguien que me entendiera y me protegiera sin pedir razones.
Alguien que confiara en mí y me inspirara para hacerlo yo misma también.

«Tal vez en otra vida le vea».

No recuerdo en qué momento me fui, pero me fui. Estaba dejando


atrás una vida que todos soñaban, pero que para mí era una pesadilla.

Ya no sentía mi cuerpo y al llegar a mi habitación, también quería


dejar de sentir mi alma.

Sé que entré, sé que busqué entre mis cajones lo que hacía falta. No
escribí ninguna nota porque a nadie le importaría.

«Tal vez a Edward».

No, lo superaría.

«¿Halsey?».

No, se alegraría.

No tomé agua, no las conté y las tragué como si de chicles se


tratara.

Me dejé caer sobre la alfombra en medio de la habitación y le pedí


al asistente de voz mi teléfono que reprodujera mil veces esa canción. My
inmortal de Evanescence llenó cada silencio del lugar.

Sentía mis ojos llorar, sentía mi respiración calmarse y mi corazón


detenerse. Tenía miedo... de hacerlo mal, de sobrevivir...

La canción seguía sonando. Era tal vez la vez número veintiséis y


justo ahí me animé dejar salir mi voz también.

Después de eso no recuerdo nada... Todo fue oscuridad, todo me


abrazó con suavidad y nunca estuve más en paz.
Hasta que...

—Novecientos once, ¿cuál es su emergencia?

Recuerdo que mis párpados se sintieron pesados cuando intenté


abrirlos.

—Ella... Ella está... No responde, su pulso es bajo y hay muchos


tarros de pastillas vacíos a su alrededor.

Era mi madre, pero en ese momento no logré reconocer con


exactitud la voz.

—Entiendo, ¿puede verificarme su ubicación?

Sonó como alguien hablando por el altavoz de un celular.

—5 Park Lane, Mayfair, penthouse 3. Por favor, envíen ayuda


rápido.

Sí la necesitaba.

—Estarán ahí en menos de 2 minutos.

No podía moverme...

—¡No puedo esperar 2 minutos!, ¡es Chelsea Cox quien está en el


piso inconsciente!

Creía que no era nadie y que hice todo mal...

—Tranquila, ¿cuál es su nombre?

—Amanda, Amanda Cox, soy su madre.

Ella no era mi madre, era una de las culpables, pero le creyeron esa
noche.

—Amanda, su hija estará bien. La ayuda acaba de cruzar el lobby


del hotel, van subiendo.
¡Hoy agradezco que llegaran!

—Maldita sea, Chelsea, ¿por qué hiciste esto?

Aquí la pregunta sería... ¿Por qué finges tan mal?

—Amanda, ¿ya están ahí?

Debieron a alejarla esa noche y no volver a dejarla acercarse a mí.

—Sí... —un estruendo se escucha al fondo—. ¡¿Qué le hacen?!


¡No!

Mi corazón volvió a latir más rápido y luego me dormí. Estaba


cansada, pero en el fondo agradecí que sobreviví.

💛
Hoy sigo sacrificando algunas cosas no solo para seguir siendo la
gran estrella que llegué a ser. Sigo trabajando en volverme un sol en la
vida de las personas que amo y me aman a mí.

Descubrí que soy alguien que siempre luchó por lo que quiso y
nunca se rindió. Hoy, mirando atrás, también descubrí que sí fui alguien
fuerte en contraste a lo débil que me creí en ese momento.

Los errores me golpearon, pero hoy, al fin aprendí a curar las


heridas que dejaron. Y no me arrepiento de nada porque todo lo que ahora
soy se lo debo a eso.

Hoy... con orgullo, al fin puedo decir quien soy...

Soy la gran voz que vibra a través de mi garganta. Soy quien ahora
escribe las canciones que mi alma dicta. Soy quien da su opinión sin
opacar la del resto. Soy alguien que aprendió a expresar sus sentimientos
sin tener que estar escondiéndolos. Soy la vida que en medio de la
oscuridad y la cima, siempre deseé vivir. Soy la música que siempre quise
interpretar... Soy alguien que aprendió a amar, a perdonar y quererse así
misma para luego tener algo hermoso que brindarle a los demás.

Soy Chelsea Cox y esta fue... mi –no muy feliz, pero necesaria–
historia.

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