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De Carne y Ritual IDAS
De Carne y Ritual IDAS
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De carne y ritual: Escrituras autobiográficas y exploraciones performáticas feministas
Primera edición, México, junio de 2021
AUTORAS
Aletheia González
Fufú LoLo
Hélène D'Angelo
Ileana del Río
Karen Itzel Nayercy Quijano López
Marcela Cuevas
Aitza Miroslava
DISEÑO Y CORRECCIÓN
Mariana Cervantes Pérez
Que nuestras historias circulen fuera de las lógicas de consumo y reivindicando nuestros nombres y saberes.
Publicación feminista autogestiva.
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De carne y ritual
escrituras autobiográficas exploraciones
performáticas feministas
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7
índice
10 Aitza Miroslava
Presentación
·
Autobiografías
12 Aletheia González
Recuperar la divinidad
35 Hélène D'Angelo
Nota introductoria
36 La historia de mi cuerpo
54 Fufú LoLo
Te Amo Fufú LoLo
8
75 Aitza Miroslava
Escribir de sí
·
Rituales
84 Hélène D'Angelo
Cuerpx, territorio y ritual
87 Fufú LoLo
Agradecimiento
90 Aitza Miroslava
Ritualizar el cuidado
91 Mariana Cervantes
El ritual de la edición o El abraz(s)o de las letras
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Presentación
Aitza Miroslava
Este libro recopila las escrituras surgidas de este caminar colectivo, de este
usar las redes y no ser sólo sujetas de su manipulación. Encontramos en los
videoencuentros una grieta y la llenamos de nuestras escrituras encarnadas
sobre nosotras mismas y de rituales para honrar nuestros latidos.
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autobiografías
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Aletheia González
Recuperar la divinidad
De las reflexiones colectivas: “Corporalidades, géneros y mandatos”
No sé por dónde comenzar este escrito, no sé de qué primer hilo tirar para
mostrar las tonalidades de mis colores, mis texturas y fibras que bordan la
historia de mi cuerpo. Nací con mucho pelo en mi piel, dice mi mamá en tono
anecdótico que parecía una pequeña changuita llorona. Después, a esta
pequeña peludita hembra se le asignó, dentro del primer esquema normativo
por el que pasan los cuerpos, el género. Hasta ahora la sociedad en la que vivo
dictamina que soy una mujer, yo todavía no sé muy bien a qué se refieren. Lo
cierto es que nunca elegí ser una mujer. Aunque también es cierto que por todo
mi cuerpo se sienten las violencias que me recuerda mi estatus como hembra
humana, feminizada a la fuerza por este sistema.
Fui una niña migrante que llegó a una ciudad y estado diferente al que
nació, por decisión paterna. Movidos por el sueño americano, intentamos
cruzar a la frontera en dirección al territorio al que colonialmente señalan como
“primer mundo”. No se logró. La pobreza y la desesperación de mi madre, por
resistir y sobrellevar las tareas diarias del hogar, y el machismo desmedido de
mi padre, surtieron sus primeros efectos en mi cuerpo. Las primeras sensaciones
que la escuela psicológica clasifica como ansiedad se manifestaron por aquella
época de incertidumbre económica y migración forzada. La timidez, el
aislamiento, el miedo y las ganas de ser reconocida las entiendo como reacciones
y efectos del abuso en mi niñez. Al escribir la línea anterior me siento cínica,
presiento que un profesional de la salud leería este texto con ojo crítico y
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distante, haciendo anotaciones de tono positivista ajenos a mi historia y herida
coloniales.
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Después, la gordofobia interiorizada. Los intentos por desaparecer mis
historias, el cuerpo de mis ancestras en mí. De eliminar los rasgos heredados de
mi familia paterna y caribeña. Por mucho tiempo odié mis nalgas y caderas
grandes, me enojaba mi estatura pequeña, incluso ahora sigo trabajando mi
autopercepción corporal, conciliándome con cada parte. En la iglesia me
hablaban del cuerpo como campo de batalla, el cuerpo asociado al mal, alejado
del espíritu y la capacidad racional de los hombres y Dios, del cuerpo de las
mujeres como un lugar maligno y perverso. La iglesia con sus narrativas
cargadas de misoginia dictaba que mi cuerpo de mujer encerraba fuerzas
sobrenaturales asociadas al mal, a la maldición de Eva, que fui creada para
satisfacer a Adán y su linaje. Ahora entiendo que Dios no está en los hombres,
sino en mí, en la comunidad y en la pacha. Recupero mi divinidad que me fue
arrebatada por los hombres en su sed de poder sobre los cuerpos de las
mujeres. Recupero mi espiritualidad, mis rezos, mis oraciones, la magia que
acompaña a las mujeres, sus estrategias por crear espacios menos injustos y más
vivibles a través de sus rezos. De entender la oración y los rezos de mi madre,
abuela y bisabuela como una forma de preservar la vida, de preocuparse por
producir el bienestar colectivo a través de la oración.
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También la ideología meritocrática e individualizante presente en el
sistema voraz capitalista se ha instalado en mi cuerpo, haciéndome sentir
culpable por no cumplir con las expectativas de perfección laboral, monetaria y
emocional al estilo coaching empresarial al que sólo le importa el ganar-ganar,
disciplinar el cuerpo, sobresalir, salir de la pobreza y entrar en los parámetros
culturales de la blanquitud y el éxito, del neoliberalismo, de las competencias
sin sentido, de ser igual que los hombres blancos heterosexuales que sustentan
el poder del mundo. Creo que como mujer que fue socializada en la docilidad
de la feminidad me es fácil caer en el juego de que mis opresiones van a cesar
cuando adquiera capital e independencia económica, jerarquizando a aquellas
mujeres que no sustentan el poder y el privilegio. Qué absurdo pensar que los
mismos mecanismos creados en el seno del patriarcado capitalista colonial me
puedan servir para romper con el ciclo de violencia instalado en mi ser.
Ahora que leo estas líneas pienso que quizás ese contexto explique algo de
mi historia actual con mi cuerpo; comprender su sabiduría, mis emociones que
me gritan avisándome que debo parar, que sería buena idea comprender y
sentir una pieza de mi historia, una de las huellas pisadas en mi camino, para
autoreconocerme y autoafirmarme, a pesar de las tareas obsesivas del mundo
urbano de la clase media que por ahora invaden mi tiempo y presente.
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expresando mis sinsabores, estructurando mi mundo interno para que me
permita obtener un poco de claridad. A mis treinta años lo que deseo es
portarme muy mal, recuperar esa niña traviesa, inquieta, curiosa, maravillada
por el mundo natural, inteligente y creativa. Recuperar mi energía y divinidad,
correr, salir de la telaraña de valores patriarcales, reír con mis amigas y amigos,
celebrar que estoy viva, que este sistema necropolítico no logró matarme, que
resisto y, más aún, me transformo.
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Cuerpa /// barricada
Marcela Cuevas Ríos
Cuerpa/identidad
Me formé y nací de un vientre que procreaba por primera vez y que después
nunca volvería hacerlo. Útero húmedo, primera casa, perteneciente a una
madre añosa como aparecía en su expediente médico, la que fue enjuiciada
desde que anunció mi concepción por los hombres a su alrededor, el doctor la
regañó: «Señora, cómo se atreve, a su edad»; su padre, que después haría del
mío a falta de presencia del mismo; y mi padre biológico que inmediatamente
develó su secreto para justificar su abandono, mismo que la marcaría
colaborando con su ascendida asexualidad, volviéndola parte del ejército
invisible que se desborda ante la lógica del sacrificio para ayudar a los demás.
Madre de piel blanca que yo no heredé, madre no sólo mía sino de
algunos títeres y personajes. Mi amor por el teatro y las artes vienen en gran
parte de ahí, de genealogía mamada gota a gota de sus grandes pechos que la
avergonzaban.
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Madre también de enfermedades que se quedaba para sí, las cuales le
debilitaban los huesos, los pensamientos, los pulmones y la presión. La felicidad
era suministrada por unas cuantas pastillas, llegué a contar dieciséis. Yo nací
por una abertura inducida en su cuerpa en el mes de agosto, con un temor
inconsciente a su muerte, una ansiedad y miedo constantes que nunca me
abandonarían: aunque hace ya dos años de que el trágico suceso pasó, a veces
el miedo, ese miedo que fue mi gemelo compañero en mis solitarias horas de
juego, se siente más cerca que nunca.
. quiste y cicatrices
II
Cuerpa/enfermedad y exigencias
Las últimas carnosidades que sostenían a mis dientes de leche, que colgaban de
mi encía y que yo mostraba con orgullo para asustar a mis compañeros de clase,
se asemejan al tubo rojo que me salvó cuando cumplí los siete años y la muerte
se acercó demasiado.
Desobedeciendo a los adultos con los que vivía, subí las escaleras que
daban al área de lavado de la casa de mis abuelos, aquella casa que siempre se
sintió tan oscura, tan incómoda, llena de convencionalismos falsos, aunque los
espacios no fueran en sí desagradables. Toda se cubría con una capa de tensión
en la que era criada con mano dura por mi abuela juchiteca y a la vez
sobreprotegida por mi abuelo y madre. Ahí las emociones diversas se sentían
contenidas, se aglutinaban en nostalgia, un eterno desencuentro y heridas
infligidas emocionalmente de mi abuelo a mi abuela, de mi abuela a mi madre
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y, de regreso, yo en medio. Subí esas escaleras y caí asustada cuando mi madre
se sorprendió al verme, ahí, en un área prohibida; eran demasiadas en esa casa,
y yo volé por un momento desde la altura de tres pisos hasta que aquel delgado
cilindro de metal color rojo me detuvo por la espalda, salvándome de enfrentar
el concreto. Tubo puesto por mi abuelo/padre ante las burlas de todas, nadie
reiría más porque la escalera no necesitaba de ese apoyo. Pienso que yo debí
morir a los siete años y creo que es por esta razón que cada que se cumple un
ciclo de estos algo pasa y mi cuerpa cambia.
Mi cuerpa resiste a veces cuando no debe, como aquella vez que me cansé
de que mi abuelo me sujetara tan fuerte la mano cuando me recogía del colegio
y me solté, cansada del dolor que hacia la presión, me sentí tan libre que empecé
a correr y tropecé, mi piel en vez de romperse y dejar salir la sangre, la conservó
hasta que se endureció en un coágulo con la forma de una segunda rodilla que
me impedía mover la pierna. Me paseaba moviéndome por la casa como
cangrejo, la única posición que no me molestaba, ante la incredulidad de mis
abuelos de que algo grave estuviera pasando. Hasta que llegó mi mamá del
trabajo y me llevó al hospital a extraerle dolorosamente.
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. Simbiosis, cabello y límites
III
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misma. En los meses que ella pasó ahí mi cuerpa era toda búsqueda de
sensaciones que me alejaran de la realidad, la cual era incómoda y aterradora.
Nadie de mi familia estuvo ahí para acompañarme, si acaso una tía me puso en
una residencia de monjas en donde compartía cuarto con otras diez mujeres.
Mi cuerpa barricada resistía con una cáscara que se formaba de llanto en
solitario y bailes frenéticos.
La cuerpa de mi madre se fue cubriendo a medida que avanzaban su
edad y sus enfermedades con moretones y pequeños granos rojos que me hacían
incrementar la ansiedad diaria, la misma que llegó a su punto máximo cuando
regresaba de una fiesta y pasé por un bajo puente, ahí me tapó la boca, me giró
y pude ver su rostro de hombre ancho, pero sólo por un segundo, porque
después me pegó en la sien izquierda haciéndome perder la consciencia por
unos segundos. Cuando regresé vi a ese gran bulto venir hacia mí tendida en el
pasto, grité desesperadamente lo más fuerte que pude mientras él trató de
apuñalarme, de hendir una especie de pequeña herramienta en mi estómago,
antes de lo que hiciera callé y el sólo me comunicó con un gesto que siguiera
así, accedí, me pidió que le entregara la bolsa, se la di, me ordenó correr, y corrí
y cuando llegué a casa tuve un síndrome de estrés postraumático que duró seis
meses en los que no pude salir porque el temor era tan grande que vigilaba la
barda que daba a la calle por las noches, por temor a que alguien penetrara en
ella.
Mi cuerpa se extendía entonces a toda la construcción, respirábamos
juntas agitadas, entre ataques de pánico y pesadillas. Mi madre decidió llevarme
al psiquiatra: simbiosis, mi felicidad debía también ser suministrada por pastillas
que me generaban bloqueos en la memoria y que me hacían entrar en un estado
pasivo de contemplación vacía.
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De esa experiencia un moretón se formó en la parte izquierda del rostro,
se extendía desde la sien para cubrir todo el contorno del ojo, el dolor al
parpadear, el dolor de observar.
V . brazos y espalda
Cuerpa/silueta expandida
Cuerpa de cargas simbólicas
¿Quién me toca como quiero ser tocada? Placer y amor no siempre estuvieron
conectados en mis historias del pasado, las parejas que yo amaba no siempre
me daban placer o a personas que me daban mucho placer a veces yo no las
amaba.
Recuerdo a algunos hombres blancos europeos que quisieron
adoctrinarme sobre lo que para ellos era una mejor vida, esto se representaba
con una casa en extremo limpia, con cada cosa alineada, los platos lavados con
la dosis correcta de jabón, ordenados por tamaños en el escurridor y con
vigilancia para no hacerlo mal, una hora exacta para el consumo de alimentos,
para dormir y para la pornografía. Se debía vestir recatado y sin maquillaje,
cuidando siempre de no caer en el degrado social.
Mi cuerpa en ese entonces tiene orgasmos, pero nada más, la vida
empieza a ser sólo una rutina con dolores de espalda y comezón en los brazos,
tanto que huyó de esos hombres blancos neocoloniales y también de algunos
mestizos.
Nunca he reparado en amar con base en un género, y aunque he tenido
historias con mujeres, creo desafortunadamente y por lo que he visto, que he
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caído en el cliché inconsciente de buscar en mis parejas a mi abuelo, el cual
murió muy pronto: juchiteco descendiente de piratas irlandeses que llegaron a
Oaxaca en busca de oro y nunca más salieron de ahí.
VI . manos, estómago
Cuerpa muleta y bastón
Cuerpa subjetiva
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Autoetnografía corporal
La cuerpa es un territorio que me sostiene, las etapas de este territorio son
diversas, involucran memorias, emociones y acciones, las memorias se alojan en
ella buscando una manera de salir, las emociones varias se aglutinan con el
cotidiano, las acciones son cíclicas, reconocimientos de mi presencia. La piel
que me contiene, los gestos que me definen. El lado izquierdo siempre me da
más problemas, los dolores y los abandonos se reflejan en él. Me reconozco o
me niego en un vaivén continuo. La memoria se corporiza en arcadas,
balbuceos, gritos, caídas y risa, en la inmensidad de las costras incómodas,
desfiles de recordatorios, la sangre pulsa.
Sentir la emoción al descubrir la forma y la torsión adecuada, el
cocimiento de mis movimientos, el descanso y la protección, los múltiples
paisajes de la piel, lo que quiero cerca de mí, lo que guardo en secreto, un
cambio, una sensación, cuando la han transgredido, cuando la han venerado,
cuando me he protegido y cuando no he podido.
Cuando el tacto se torna violento, cuando marco las pautas, cuando
muerdo para alejar o cuando la mordida es erotismo, cuando estoy perdida
dentro de mí.
A veces brota el llanto de impotencia y a veces de placer, cuando mi deseo
está puesto como montaña y cuando lo pisa un escarabajo, cuando las ideas no
me dejan sentir, cuando me atormenta cada palabra y cuando me calmo y dejo
que penetren lentamente las ideas de amor, cariño y paciencia.
Lo femenino es lo que me sale de las vísceras, el descubrimiento de esos
juegos y mandatos que vienen de todas partes mientras crezco, especificados
por mis órganos. En busca de desarrollar une elle me reconozco como diferente
a otres, me avergüenzo y me alejo, me aterran mis bultos, los quiero esconder,
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por ellos tengo menos libertades, parece una trampa, a veces funciona porque
puedo enunciar sin culpa los afectos, pero al final me retiene, me hace débil,
víctima perfecta, pero mi rabia puede sepultar patrones enraizados. Quiero
reconciliarme, quiero sentirme respetada, ¿cuándo parará el odio hacia las
mujeres? ¿Cuándo parara esa violencia desbordada? ¿Cuándo dejaré de
convertirme en objeto? Fragmentada se resaltan algunas partes dictadas por
una sexualidad patriarcal, donde parece que éstas adquieren un poder por sí
mismas que el otro quiere dominar. Poco a poco nosotres en comunidad lo
haremos parar.
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Ileana del Río
El umbral culinario
Todo empezó en mis labios pegados al pecho de mi madre. Ella me recibió
sudorosa y cansada después de una cesárea, como consecuencia de las vueltas
en el cordón umbilical alrededor de mi cuello, provocadas por su incapacidad
de parir con una casa sucia. Mi madre me acogió con una promesa de calor y
ternura, con el acto radical de comer y ser alimentada. Desde entonces, el placer
de la comida es mi alfa y mi omega, algo arraigado más allá de mi consciencia.
Escucho atentamente esas anécdotas en las que mis familiares cuentan
que mi ser bebé se enfurecía cuando la vacilaban con las cucharadas de comida.
Las fotos son escasas, sin embargo, hay una línea continua, una curaduría
inconsciente que narra mi vida a través de la comida. Ahí está la icónica foto
del momento en que se desquició mi obsesión por el chocolate: la primera vez
que un trozo de Gansito se disolvió sobre mi lengua. El chocolate como un
refugio al cual volver cuando no sé dónde estoy parada, cuando no tengo dinero,
cuando estoy feliz, cuando estoy triste, cuando me celebro, cuando busco un
momento de placer que no quiero compartir con nadie. El chocolate, la huella
imborrable que me ampara desde los nueve meses.
Mi primer recuerdo me remite a un caminar lento hasta llegar a abrazar
las piernas de mi madre, quien se mueve junto a la estufa, mis pequeñas manos
toman sus muslos. La cocina y mi madre me cobijaron bajo una sábana
parchada con infinitas texturas, sabores y colores. La cocina como el lugar
primigenio donde se celebra la vida, mi lugar favorito en cualquier casa. Los
trastes, las gotas de aceite, los aromas de especias, los mosquitos de la fruta, los
sartenes despeltrados, las señales que delatan la presencia humana.
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Así crecí, bajo la pasión del alimento, como si mi lengua fuera el canal
para conocer el mundo. De niña jamás conocí las dietas ni las restricciones. Yo
podía y se me alentaba a comerlo todo. En lo único que se aconsejaba algún
tipo de mesura era en lo dulce. Lo dulce de los bolos de las fiestas, de los pasteles
y postres; con una preferencia por el chocolate sobre todas la cosas. Sin
embargo, tampoco hubo un rechazo directo hacia ninguna fruta o verdura,
todas eran ingeridas con el mismo amor y respeto.
·
Mi gran afecto por la comida no me hizo inmune a los juicios ajenos sobre mi
cuerpo. Jamás he sido flaca. Yo fui la “llenita”, la gorda a la que nadie iba a
querer, la que debería dejar de comer, en palabras de mi padre. Sin embargo,
dentro de lo triste, también me llamaba la atención la libertad que mi padre se
tomaba para decirme estas cosas, ni siquiera poseía la superioridad moral de la
delgadez. Eso que yo ni siquiera era de una talla muy grande, sólo una niña con
pancita redondita. Me preguntaba a qué venían los comentarios de mis primos,
de mis primas, de mis tías preguntándo(me) por qué yo no tenía una complexión
delgada como la de mi madre. Como si nadie entendiera que yo era otra
persona. Luego escucharía de forma recurrente comentarios hostiles de mis
familiares hacia otras mujeres, señalando aquellos “cuerpos feos”, sin tener una
idea clara de a qué se referían.
Al llegar a secundaria, presencié conversaciones sobre las dietas y los
desórdenes alimenticios. Algunas de mis compañeras ya iban al gimnasio, a la
nutrióloga o simplemente dejaban de comer por el temor a engordar. Yo las
escuchaba y sentía un poco de culpa de no poder responder con la misma
voluntad. Dejar de comer en ningún momento ha sido una opción para mí. La
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comida es un deseo al que no pude renunciar, ya que éste ha sido mucho mayor
al deseo de agradar, de verme bien y tal vez al de ser deseada.
Con la llegada de los cambios hormonales y mi primera menstruación
apareció también el acné en mi rostro. Un rasgo genético pasado de mi madre
hacia mi hermano mayor y hacia mí. Durante algún tiempo acudí a la
dermatóloga, tomé pastillas, escuché consejos no solicitados de mis maestros,
personas en el supermercado y cualquier otro contexto cotidiano, en el que me
ofrecían los remedios milagrosos y las recomendaciones nutricionales, que
incluían, por supuesto, el dejar el chocolate, las grasas, etc. Sin embargo, entendí
que para mí el acné no era un sufrimiento ni una carga, sino un estado de la
piel, fluctuante como las hormonas mismas. Hasta el día de hoy la presencia de
acné fluctúa sobre mi rostro, un suceso en el que no reconozco enemigo.
·
La cocina casera es mi favorita. No hay restaurante que se compare con la sazón
de mi familia materna. Mi abuela dedicó su vida a planchar y lavar ajeno junto
al río, en Nazas, Durango. También vendía tortillas de harina hechas a mano
para proveer un sustento a sus doce hijos. Mi abuelo, quien falleció por su
alcoholismo antes de que yo naciera, se dedicó a sus amantes. Cuentan que mi
abuela intentó matarlo al menos unas tres veces, en su desesperación. Mi abuela
cocinaba increíble cualquier platillo: el asado, la capirotada, el pescado, las
lentejas, el mole… Ella erradicaba el hambre de la familia no sólo dentro de sus
posibilidades, sino como una suerte de abundancia. De ella aprendí que donde
comen dos comen tres y que una nunca olvida el rostro de quien te comparte
un taco cuando tienes hambre.
El nombre de pila de mi abuela era Concepción, hasta que en un tiempo
próximo a su muerte descubrimos que en verdad se llamaba Concordia, ya que
su otro nombre le parecía de mal gusto al padre que la bautizó. Doña Concha
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era una ficción, casi como un encanto. Para Doña Conchita había que tener
sumo cuidado al momento de limpiar los frijoles, pues si caían al suelo llorarían
al quedar alejados del montón. Mi ser niña se arrodillaba junto a los frijoles
caídos en silencio para escuchar el llanto, pero ella me decía que en lugar de
buscar el sollozo había que prevenirlo y yo entregaba al frijol huérfano en la
palma de su mano.
La sazón de Doña Concha se transmitió a sus seis hijas: Mi tía Connie
hace el mejor arroz que haya probado en la vida; mi tía Martha es una
profesional de las tortillas de harina; mi tía Anita siempre esperaba que le
sirvieran, pero cuando se le antojaba hacía la receta familiar de mole; mi tía
María hace la deliciosa receta del pastel casero cubierto con betún de queso
crema y dulces de tamarindo; mi tía Socorro es fan de los platillos navideños. Y
mi mamá, su fuerte no son los dulces ni las tortillas, pero sí la comida cotidiana:
el arroz, su asado, su mole, sus rajas…
Un día al ocuparse, mi mamá me dejó encargada con la vecina, quien me
sirvió arroz. Lloré de forma incontrolable, pues sabía espantoso, sentía el exceso
de ajo en la garganta. En mi primer viaje a Ciudad Juárez para sacar visa
estadounidense cuando yo tenía ocho años, hice huelga de hambre, me
rehusaba a comer algo no hecho por mi mamá. Hasta que ella me arrastró a un
restaurante y me dijo que no había de otra, eran unos molletes de frijoles; o
nada que agarraba la onda o nunca me volvería a sacar de la ciudad. Comí los
frijoles grasientos y el pan con exceso de mantequilla. Sobreviví y una parte de
mí cambió para siempre.
En una ocasión posterior en que mi madre acudió sola a la renovación de
la visa, quedamos a expensas de mi papá, un verdadero nihilista. Mi hermano
y yo desayunamos, comimos y cenamos quesadillas del micro. Al siguiente día
sentimos alivio de volver a los brazos de mi madre y comer su deliciosa comida.
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Ya en mis veintes, después de visitar San Cristóbal de las Casas, mi madre
y una tía se devolvieron a Torreón. Yo me quedé en Monterrey para visitar la
exposición de Stanley Kubrick en Monterrey. Comí un hot dog de un 7 Eleven
cerca de la estación y un poco de pollo con verduras en casa de la amiga que
me dio refugio. Horas después, dediqué mi vida a vomitar continuamente en el
camión de regreso. Conocí la tifoidea en soledad por primera vez, incomodando
a los demás pasajeros con mis sonidos guturales.
·
He sido una floja buena parte de mi vida y no tenía intenciones de aprender a
cocinar como mi mamá. Esto cambió cuando comencé mi servicio social de la
universidad en un hogar comunitario para mujeres embarazadas en San
Cristóbal de las Casas. Cumplía con un horario y vivía en una casa de
voluntarios de todas partes del mundo. Llegué sin saber cocinar nada, mi mamá
sólo me dijo que confiaba en mí y que cualquier cosa le llamara. La primera
noche, una compa española me ofreció de su gazpacho, pero me advirtió que
odiaba cocinar. Al día siguiente opté por empezar con mis deberes culinarios.
Perfeccioné mi técnica del arroz, aprendí a cocinar nopales con carne,
otros compas de CDMX y yo intentamos hacer caldo de gallina, pero
fracasamos. Después de ocho horas de intentarlo, los demás voluntarios nos
compartieron su comida. En el hogar comunitario nos repartíamos las rondas
de cocina para que todas las personas presentes comiéramos. A veces prefería
no comer yo para que las demás pudieran comer más y regresaba a hacer mis
experimentos culinarios en casa. Pronto, una amiga poblana me ofreció un
trueque: yo hacía el arroz y ella me compartiría su guiso. Rondaba siempre en
mi cabeza que donde come una comen dos, donde comen dos comen tres y que
jamás olvidaría el rostro de quien me compartía de comer. Aprender a cocinar
fue una forma de darme, no sólo de dar, de mostrar cariño, respeto, de estar, de
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confiar. Cocinar es pronunciar un te quiero que empieza en la boca y termina
en el estómago.
·
Posteriormente me fui de niñera a Estados Unidos. Trabajé para personas que
me reprochaban lo que comía, así que una vez en venganza, comí todo lo que
pude: helado, pan, carne, galletas, hasta que sentí que iba a vomitar.
Trabajé para una familia que prefería tener dos salas en casa a alimentar
a sus hijos y a mí. Compré por internet cinco kilogramos de avena que comía
en mi cuarto. A veces compraba pollo y les compartía a los niños, pero los papás
se enojaban si la cocina tenía un aroma a comida. Mi cuerpo se afectó tanto que
comencé con un síndrome premenstrual horripilante. Huí.
Trabajé para una familia millonaria que decía tener chef particular. La
niña comía helado para el desayuno con permiso de su madre. La niña amaba
comer cajas de galletas Oreo y su madre asumía que yo me las comía. La madre
de la niña no compraba lo suficiente para que yo comiera. La familia prefería
tirar la comida con hongos, a que yo me la comiera buena. Se repetía la manía
de mantener la cocina inodora, estéril, fría. Por lo que la limpiadora y yo
cocinábamos a escondidas, le cocinaba atole y ella me daba comida filipina.
Perdí peso en contra de mi voluntad. Me dolía la cabeza cuando salía a
correr. La limpiadora de la casa me traía comida a escondidas y la guardaba en
mi cuarto. Mis amigas tomaban comida de sus casas y yo la escondía en mi
cuarto. Mis demás amistades me daban de comer, me invitaban a cenar.
Recuerdo sus rostros mientras escribo, recuerdo el restaurante, la comida.
Hay días qué me pregunto, ¿será que el sueño americano se alimenta del
hambre?
·
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Pienso en la relación del sexo y la comida. En la saliva y las mordidas, la idea
de comerse a otro. En el chico que me dio cunnilingus por casi ocho horas
seguidas durante la primera vez que tuve sexo, a los veintitrés.
Recuerdo la química infinita con mi amante anarcocomunista: cuando
perdimos el metro, la función de cine, por comernos, por tratar de hacer de la
carne algo más de sus aparentes posibilidades. Recuerdo ese deseo hipnótico y
las marcas de mis dientes sobre sus brazos. Aquel huevo con pico de gallo que
me cocinó una mañana nublada en el noroeste de Washington D. C. Así como
la última vez que lo vi mientras devorábamos un botecito de nieve de chocolate
en un parque precioso y sus manos sostenían mis pechos en la oscuridad donde
no pasó nada más. La textura de su lengua sobre la mía y nuestra separación
definitiva.
Vuelvo a un departamento cerca de la Casa Blanca. Un par de minutos
después de que otro chico y yo nos tocáramos mientras cenábamos comida
vegana. Los meseros salían a vigilarnos. Nos cansamos de ellos y ellos de
nosotros. Al regresar, hicimos un festín sobre la mesa de la cocina.
Pienso en uno de esos intelectuales con quien pasé la noche. Un tipo que no
quiso darme un trozo de queso al despertar. Pero qué falta de hospitalidad.
·
Le guardo un cariño auténtico a mi última familia estadounidense, los testigos
de mi postrauma alimenticio. Bajo su techo comí lo mismo para desayunar,
comer y cenar durante tres meses, comidas distintas a lo largo del día, pero
siempre las mismas. Un ritual en el que participó una amiga nutrióloga, quien
prometió ayudarme a comer de todo con los ingredientes disponibles. En ese
momento fui consciente de que ya no recordaba mis hábitos alimenticios en
México. El pasado no existía, sólo quedaba ese presente desgarrador en el que
duré meses sin aburrirme de lo que ingería. Yo notaba siempre algo diferente:
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ya fuera un poco de sal, la acidez de alguna fresa, los condimentos de la pasta.
Eduqué a mi lengua a distinguir las particularidades de la rutina.
Esta familia me pidió hacerles mole. Acepté a hacerlo, ya que es el platillo
familiar por excelencia, pero nunca lo había hecho, menos en otras tierras. Fui
al mercadito mexicano y compré todos los ingredientes que indicó mi madre.
Limpié los chiles, los desmenucé y quité sus semillas. Limpié el ajonjolí y mi jefe
me dijo que le parecía la tarea más inútil. Yo le contesté que en todos esos
detalles estaba el saber cocinar desde cero. Claro que dentro de la cultura de la
comida congelada, los rituales culinarios parecían de lo más desquiciado. Licué
la pasta, manché las paredes, hervía la mezcla como un brebaje de olor precioso,
luego cada persona de la familia se acercaba curiosa a oler, a antojarse, a
explorar el juego de las semillas.
No hubo palabras iniciales para mi mole, dejé a la familia boquiabierta.
Bajé a mi cuarto, cansada, pero con la convicción de que cocinar este platillo
era mi paso a la adultez, había logrado producir el mole consagrado por mí
misma. Cocinar el mole me hizo sentir más autónoma y más triste, al reconocer
que no necesitaba de mi madre para comer su obra maestra.
·
Al volver a México me indignaron las felicitaciones por haber perdido peso.
Duré mucho tiempo afectada por el haber perdido peso forzadamente. Volví
feliz a probar toda la comida que tanto había extrañado: las costillitas, las
gorditas, la comida de mamá, la fruta con sabor, los nopales. Comí todo con
una nostalgia tierna y un agradecimiento enorme. Durante mis primeros fines
de semana, acudí al supermercado a comprar un litro de chocolate. Comía la
mitad del bote mientras miraba películas, en la soledad de casa de mis padres.
Ingerí cuchara tras cuchara como si fuera la primera vez. Me gusta pensar que
así vuelvo al momento del primer placer.
33
La comida como refugio de la incertidumbre. Esa falsa seguridad mía, de
que la vida sólo termina cuando no hay nada más por masticar, por morder,
por tragar; cuando sea yo la devorada por este devenir que avanza sin cesar.
34
Hélène D’Angelo
Nota introductoria
Este texto es la reelaboración de los ejercicios de escritura libre y del diario que tuve
en esta temporada del taller Antropologías Corporales. Este texto es el resultado de las
sugerencias suscitadas por las lecturas propuestas, pero más que por el lado
académico, preferí dejarme llevar por las sugestiones que surgieron durante las
sesiones y por lo que brotó dentro de mí durante este período.
También quiero especificar que el español no es mi lengua materna. Entonces
mi texto estará lleno de errores, imperfecciones y expresiones extrañas, que vienen de
mi imaginación desde otro idioma. En un principio pensé en pedirle a las
coordinadoras de este taller que lo corrigieran, para hacerlo más accesible. Pero luego
pensé que esa forma, imperfecta y “verde”, era la que mas me representa y que más
se conecta a mis emociones: no tiene sentido torcerla en nombre de la “perfección”
lingüística.
Tomar esa decisión, me ha tambien llevado a reflexionar más sobre el rechazo
a la perfección, en ese caso lingüística, llevándome a esta conclusión: este rechazo es
la encarnación de mi cansancio e intolerancia hacia lo que me enseñaron por ser
mujer y que finalmente –también gracias a este taller– comencé a cuestionar: tender
por la perfección, en todos los contextos, en todas las ocasiones. Porque, aunque no
de manera consciente y directa –y por lo tanto de una manera más sutil y peligrosa,
porque asumida como “natural”– mi educación y la sociedad así lo requerían. Ser
“perfecta” y por tanto dócil, obediente, buena y atenta, capaz de cuidar a los demás
dejando de lado las propias necesidades.
Este texto imperfecto se convierte así, para mí, en un primer paso y en un grito
salvaje y liberador contra esa jaula insoportable que es la obligación de la perfección,
llegando a valorar mi imperfección y celebrando el error.
35
La historia de mi cuerpo
Luz y sombra, te quiero.
El dolor, el calor, el amor,
mi cuerpo querido, tanto te he odiado,
tanto te he maltratado,
y seguiste conmigo
en luz y sombra.
Tú eres mío,
tú eres un universo
de carne y sensualidad.
36
Soy vacía, soy lunadiga.
Sonríe, llora, canta,
abrázate, cuídate.
Mirar y vivir,
mirar y soñar.
Manzanas dulces y agrias,
viento y lluvia, dormir
No sufrir más.
interludio
Compañera de viaje, compañera de aventura, desde el autosabotaje hasta el
cuidado, el cariño.
Por mucho tiempo he viajado sin darme cuenta, muy poco consciente de
mí, de lo que quería, de quien era. Por mucho tiempo he existido a través de la
mirada de los otros: mis padres, mis amigas y amigos, mis amantes, hasta olvidar
que yo soy, a prescindere da loro.1 Pues ¡que este nuevo viaje empiece!
1 independientemente de ellos
37
La historia de lxs cuerpxs y de las emociones
¿Cuántas emociones soy?
¿Cuántas emociones me han construido?
Molto dolore, molta tristezza ma da cui si intravede l’allegria,2 que aprendió a jugar con
la tristeza y el dolor de la muerte, accettando le sfumature, la pienezza della vita.3
Y en todo eso, la tenerezza, così a lungo dimenticata.4
Segundo interludio
L’abissale differenza tra superfluo e inutile: in un mondo che ci vuole sempre produttivi essere
inutili è un atto sovversivo di libertà.
Ed io voglio essere inutile, inutile come un bel tramonto a casa di Silvia, come un gatto
disteso al sole, come una risata scatenata da un ricordo fugace.
38
La abismal diferencia entre superfluo e inútil: en un mundo que siempre
quiere que seamos productivos ser inútiles es un acto subversivo de libertad.
Y yo quiero ser inútil, inútil como una hermosa puesta de sol en la casa
de Silvia, como un gato tendido al sol, como una risa provocada por un recuerdo
fugaz.
Esa galaxia, que he creado desde mi barriga, desde mi pecho, desde mi vagina,
que tiene tanta luz y tanta sombra,
que rebosa de dolor, de felicidad,
que me pertenece y a la que pertenezco,
que se pretendía domesticar
y por la que luché para que fuera libre.
39
y temblores de belleza y cercanía.
40
Espacio sagrado,
espacio de sufrimiento y placer,
espacio de temblores y mareas.
Y nosotras…
he descubierto una sororidad
tan intensa y tan esencial en mi vida.
Ahora mis luchas son nuestras luchas.
41
Ahora puedo gritar y estar en mil pedazos: pero sé que no estoy sola.
Puedo recomponerme otra vez,
cambiando, tratando de ser una entidad
que se vuelve colectiva y personal,
en un grito de lucha.
42
transformados en monstruos.
Dentro de una piel que palpita cerca de otra,
dentro de un corazón ajeno
que sin embargo latía al unísono con el mío.
Desnuda, jamás he sido tan real y bella y fuerte.
Mi piel sabe, mis manos, mis labios, mi cuerpo sabe.
Y que aprende de sí mismo
sin profesores ni teorías,
único maestro este pajarito alegre que es mi corazón.
43
Karen Itzel Nayercy Quijano López
La historia de mi cuerpo, de mi camino
Hablar de mi cuerpo se vuelve la travesía más compleja y legendaria que he
enfrentado, hablar de mí, desde mí; desde lo que recuerdo, desde lo que no,
desde la presencia y la ausencia, desde la duda y el conflicto; desde la batalla
ganada y perdida.
Nunca había hablado de él, ni de mí siquiera, yo siempre era un tema
aparte, una historia divergente, una historia que sólo me contaba como un
cuento para mí misma; hoy parece algo surreal, porque implica pensar en mí,
en mi pasado y las cosas que me han marcado o que me marcan, que me pesan,
que me liberan o me aprisionan.
“Nunca dudes que eras una niña amada”, me decían; pero después de
cada experiencia me pregunté si realmente me amaban y si yo realmente me
podía amar.
No podría decir que viví una tragedia, pero puedo decir que lo que me
ha construido me ha dolido en el alma y que por lo tanto son años de dolor y
soledad encarnados en cada parte de mi piel, años de ahogarme mis llantos, mis
dudas, mis rabias, mis miedos, para caber en un lugar donde no cabía, y donde
me obligaba a entrar.
Años de buscar pertenecer, sentirme bien, sentirme especial, sentirme
“amada”, años de dejar que otros me nombraran, que otros me tocaran, que
otros me dijeran cómo era mejor ser, verme, sentirme. Años de aguantar pesos,
historias, familia, roles y deberes que no eran míos pero que parecía que sí. Años
de hacerme bolita en los rincones tratando de explicarme por qué estaba
existiendo, o para qué… o para quién; años de preguntarme por qué chingados
no alcanzaba esas varas tan altas, esos ideales tan pulcros, esos deseos de otros.
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Años de problemas para comer, para dormir, para recordar, para crear;
años de inseguridades y negaciones completas de lo que yo era, o de lo que
estaba siendo en ese momento, años con ganas de salir corriendo, de huir sin
mirar atrás cuando me daba cuenta de que esas exigencias no me llevaban a
ningún lugar, años de jurarle al cielo mientras gritaba que yo me iría, aunque
fuera sola, a buscar un camino donde no me dañaran más. Años de romperme
un poquito, de estrellarme contra la realidad, contra los mandatos, contra mi
familia, contra el espejo.
Eso, es parte de hablar de mi cuerpo, es hablar de mi infancia, de mis
daños, de mis recuentos, de las pocas certezas que tuve y las muchas dudas que
me surgieron, pero también, es darme cuenta de que si escribo esto es porque
ya soy otra, porque pude reconocer que soy fuerte y también porque no deseo
negar la historia que me precede.
Ésta, es la historia de mi cuerpo, de un cuerpo que no hablaba, de un
cuerpo escondido, de un cuerpo quebrado, de un cuerpo herido. La historia del
cuerpo que ignoré mucho tiempo por miedo, por temor a que mis instintos y
mis dolores fueran descubiertos.
Nunca había sido consciente del abandono en el que me encontraba, el
andar, el bailar, el existir sin realmente darme cuenta de que mi cuerpo estaba
ahí conmigo, acompañándome. Ese cuerpo inició siendo mi transporte, el
portador de mi movimiento, de mis saltos y pasos a lo largo de mi infancia… El
cuerpo que temía que se lastimara o se raspara porque si algo he sabido desde
niña es que nunca me gustó el dolor.
Crecí fuerte, crecí libre o eso pensaba. Antes de encontrarme con los
enormes supuestos, los enormes mandatos, las enormes cargas de existir, los
mismos que hicieron que mi cuerpo se convirtiera en un lugar de guerra, de
lucha, de no entender mis partes, mis coyunturas, mis síntomas ni mis
45
menstruaciones. Comprendí entonces mi cuerpo como dolor, como algo que
nada más duele, algo que avergüenza porque menstrúa, algo que pesa porque
los cólicos no me dejan levantarme, algo que da pena porque los pechos y las
caderas crecen, y la angustia de que no crezcan lo suficiente para verme como
una mujer ideal.
Vi pasar entonces mi adolescencia donde renegaba de lo que yo era, de
lo que mi cuerpo era y de lo que no podía alcanzar. De lo que mi linaje femenino
decía que una mujer de bien podía hacer, creciendo sin conocer el placer,
viviendo entre una dicotomía de ser la santa o la puta; la madre abnegada o la
madre desnaturalizada; pero siempre en conflicto porque, al parecer, ser mujer
era casi como un castigo. Crecí sin conocerme, sin entenderme, sólo con algo
de desprecio por las estrías, la panza, la flacidez… Crecí con tratamientos de
belleza para ser hermosa, para sentirme de verdad hermosa, porque en ese
momento era lo único que importaba; y aprendí de esas mujeres de mi vida que
la belleza se debe conseguir a cualquier costo, incluso si es a través de mi propio
desprecio.
Tengo muchas cosas lastimadas, muchas. Y mi cuerpo es la prueba de ese
dolor, de esos múltiples quiebres, de mis rupturas y desgastes por violencias, por
pérdidas, por deseos negados… por ausencias.
Mi cuerpo es un sobreviviente al que nunca me tomé el tiempo de
agradecerle por sostenerme en esta vida, por levantarme, por permitirme
moverme de los espacios donde ya no podía estar, de las relaciones tormentosas
con la gente y con lo que me rodeaba. Pero también es el testigo de una voluntad
que ha flaqueado incontables ocasiones, de un sentimiento de soledad enorme,
y al mismo tiempo de un amor constante que trato de encontrar hacia mí y
hacia lo que está afuera.
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Mi cuerpo ahora me acompaña en la búsqueda de un amor y una ternura
que no me tuve, que no me enseñaron, que no aprendí. Porque siempre pensé
que sólo existía para ser nombrada por alguien más; y aunque a veces pueda
sentirme tranquila con mis logros, me tambaleo de recordar, de sentir, porque
olvidarlo sería imposible; mi cuerpo no es tonto, recuerda cuando lo tocan,
cuando lo toco, cuando se mueve, cuando danza, cuando tropieza, cuando
cae… cuando algo duele. Cuando ese dolor me frustra y me pone a pensar en
futuros que no conozco. Entonces intento creer, creer con todas mis fuerzas en
mi proceso, en las terapias, en las relaciones que he podido construir, creer en
mis lágrimas mientras trato comprenderme y comprender que mis caminos no
son lineales, que son infinitos; que hay encuentros y desencuentros en ellos, que
tengo fuerza y esa fuerza es la ternura que me inunda, una ternura que resiste y
que va en contra del sistema que dice que las cosas no me tienen que doler, que
no me tienen que importar o me tienen que doler poquito; que debería hacer
yoga, subirme a un cerro y no sé qué otras madres para que se me olvide, para
que trabaje, para que no piense, para que sea útil al sistema, para que me ponga
la camiseta; para que me reconcilie y perdone a todo el mundo, para que deje
de pensar o sentir pendejadas y me case o tenga hijos, para que deje las terapias
que sólo me hacen perder el dinero, para que me manifieste y rompa madres.
La ternura que ahora reconozco que me habita, es una ternura que va en contra
de todo eso, es una ternura que me apapacha en mis horas tristes y mis días
lluviosos, una que me inspira a bailar aunque lo haga raro porque me recuerda
que puedo crear cosas que me salgan del alma y llamarlas arte, una que me
mueve a escribir cuando me siento dueña del mundo o cuando el mundo se
adueña de mí, una que me hace mirar con amor una cerveza, un helado o un
elote con un chicharrón preparado, una que me permite crecer y entenderme
con todas mis aristas y todas mis posibilidades, así sea una o sean infinitas.
47
Cuando me pregunto ¿qué hago aquí?, ¿cómo llegué hasta aquí?, me
respondo de manera amable que llegué de panzaso, bien cansada, con ojeras,
con rupturas, con raspones y curitas. Llegué sacando el hígado, llegué golpeada
y rota de algunos lados, estrellada de otros y brillante de unos pocos. Llegué con
cachos que faltan y que no sé dónde dejé. Llegué de buenas a veces, y otras con
el ánimo en el suelo. Llegué por obra del espíritu santo, me digo mientras río
porque creo que corrí con suerte de no morirme antes o de que alguien me
matara primero. ¡Llegué! Suspiro como si subiera una montaña enorme a la que
supongo seguiré subiendo, pero no quiero voltear porque no me quiero caer.
¡Llegué! Grito algunas veces cuando sé que esos escalones chiquitos me
hicieron subir un poquito y gané una batalla para recuperarme otra vez, aunque
mañana se me olvide o dude si llegaré más arriba. Voy llegando, me digo porque
me la debo por aguantarme, por resistir, por buscar una posibilidad o un rayito
pequeño de esperanza para seguir subiendo, para seguir viviendo, para sonreír
cinco minutos, para respirar profundo antes de avanzar un poco más.
¡Llegaré! –Espero– a no sé dónde, pero ojalá que sea mejor que el lugar
de donde vengo, de donde venimos yo y mis otras versiones construidas en
veintiseis años –me repito–, no sé dónde chingados ando o a dónde voy ni para
dónde, pero espero tener la fuerza de seguir, aunque muera, aunque me pierda,
aunque me encuentre, aunque dude, aunque ya no pueda; me ilusiona que
exista “la posibilidad”.
Porque hoy, ahora, trato de aceptarme y reconocerme más de lo que
alguna vez lo hice; trato de respetarme y esforzarme por ser sincera y decirme
cómo me siento; hoy trato de dejar avergonzarme y también intento aprender
a existir con la ternura de la que tanto renegaba.
Hoy, no he dejado de bailar, ni de soñar, aunque tenga días nublados;
lloro, miro, existo y no me voy; permanezco y creo en cosas, en personas y sobre
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todo en mí, aunque tenga días raros. Entiendo que tengo opciones, que nada es
para siempre, que todo se transforma, que se pueden ir o puedo irme, que puedo
cambiar de rumbo o de opinión. Que puedo con los cambios, aunque a veces
no los espere, que tengo un corazón, una vida, miles de suspiros y dos pulmones
fuertes para gritar si me hace falta.
Que tengo lesiones por dentro y por fuera, pero sigo en pie como un
árbol. Que me gusta lo que me rodea, que a veces sueño con cambiar el mundo
y ya de menos cambiar el mío. Que aunque he tomado “malas decisiones” y
aunque quise arrepentirme de ellas toda la vida, no puedo hacerlo, ni negarlo,
ni cortarlo, ni olvidarlo; sólo crecer con ello; con la luz, la sombra, el color, el
calor, el frío, el tiempo, el mismo tiempo que me hace creer que soy un poco
más sabia, y que puedo hacer magia con velas y conjuros o sin ellos, que puedo
conmoverme sin miedo y que puedo negociar con mis miedos para superarlos
tarde o temprano, mañana o pasado, o diario, y ganar batallas pequeñas para
poder sentirme orgullosa de ellas, de mi existencia, de mi suspiros, de mis
raspones; de mi caos, de mi orden, de mis estrellas que a veces brillan y a veces
no; de mis danzas internas y secretas, de mis grietas, mis ideas; de que no soy
mala ni los otros buenos, que sólo soy y somos, y me embarco a navegar en el
universo, en experiencias, encuentros y desencuentros que a veces entiendo y a
veces no.
Que la culpa es un invento del sistema para no dejarme comer, coger,
sentir, reír y encabronarme a gusto, y aunque no estaré exenta de miles de
contradicciones y frustraciones en el camino, espero tener la posibilidad y la
voluntad de afrontarlas. Sin miedo, sin tantas heridas, sin tantos recuerdos
tristes, mirando con la frente en alto y llegando a ese lugar que soñé con verdes
prados, con árboles fuertes, con vientos suaves, sin tormentas; sólo lloviznas. Un
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lugar donde ya el dolor no duela tanto, ni las cicatrices pesen tanto, ni los
recuerdos vaguen sin rumbo, un lugar al que pueda llamarle “libertad”.
El deseo de mi cuerpo
Despersonalización, lejanía, ausencia, expectativa.
Reconocerme después de vivirme lejos causa angustia, quitarme la
máscara, sentirme sin ella. Fluye el dolor de lo vivido y no incorporado.
Hay que arrancar, pero hay miedo y desesperación. La búsqueda de mí
es incierta, a veces borrosa, muchas memorias me atraviesan, me alejan, me
acercan.
Busco contacto, pero no lo tengo, no lo encuentro; grito desde el alma y
no me escuchan.
A veces no me reconozco, me abandono, y mi cuerpo escindido respira.
Deseo existir al unísono, integrar, incorporar, realmente existir, crecer,
nacer, poder tocarme y sentirme de verdad; encontrarme en algún punto del
camino, expandirme, liberarme, destruirme y volver a construir mi cuerpo, mis
memorias, mis batallas. Mirar más allá de lo que soy, de lo que creen que soy,
alcanzar mi realidad, arroparme, acompañarme. Respirar.
manta
Pienso, siempre pienso, pienso cada paso, cada instante; desde mi cabello, mis
dedos, hasta la punta de mis pies. Pero ¿cómo siento? Siento un montón de
cosas, un montón de alegría, de tristeza, de dolor, de pucheros y me muevo…
muevo mi rostro, aunque a veces no lo note.
A veces me acongoja sentir y pensar también, porque es como si no
pasara nada… pero pasa todo.
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Pasan sabores y sinsabores, pasa amargo, dulce y a veces lo ácido; pasa
que miro, miro todo, percibo lo que me rodea, reflexiono, reflexiono lo que me
acontece, respiro hondo y a veces lo hablo, a veces grito o susurro para poder
seguir mi camino; para seguir andando, pensando y a veces sintiendo, aunque
me da miedo, porque es mucho, porque es grande, como el coco debajo de mi
cama y entonces me vuelvo pequeña, una niña asustada que hace puchero y
que quiere un abrazo, que quiere su manta y que una vez con ella en la mano
sonrío. ¡Y cómo no! Una vez con el sostén, con la vara, la manta, me doy un
respiro, me siento segura y río, río y trato de digerir lo que ha pasado, lo que
mis ojos han visto o las lágrimas que he llorado y me abrazo.
Abrazo cada parte de mi rostro, me acaricio, me amo, me perdono, me
mimo o eso intento, me apapacho y sigo, tal vez tambaleando al inicio, pero me
levanto, camino paso a pasito, sonrisa a sonrisa, y contemplo la sabiduría, un
acontecimiento nuevo de mí y lo que me habita.
crear
Lo que crece, lo que sale de un pequeño rincón… como la flor que brota de la
tierra misma, la hierba que se retuerce en las entrañas, que lucha por salir a la
superficie.
Sí, la hierba surge y toca la luz del sol, el viento, la llama, la tormenta, la
hierba que crece también fuerte para resistir la inclemencia como si fuera una
fuerza dadas por las diosas.
Sí, así es, la lucha de fuegos, vientos, aguas y tierras, que dan vida, que
soplan fuerte sobre el firmamento para dar paso a la transformación de algo
más… a los vapores que se alzan como plegarias y rezos a los cielos, las que dan
las gracias por permitir crecer/existir.
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Crear. Crear viene del caos, del choque de los astros en un infinito
universo creando posibilidades, vidas, sensaciones, como aves que revolotean
en un bosque interminable, aves que cantan, que transportan voces y sueños,
aves que surgen, que se extinguen, que mueren, pero que vuelven a surgir, así
como antes o tal vez diferente, desde las entrañas de lo profundo, susurrando
comienzos. Susurrando oportunidades, susurrando que nada es para siempre.
Soplo divino, sostén, movimiento, pausa, viento… viento que fluye y que
vibra en los cuerpos, en los seres que crecen, viento que lleva el polen a la flor,
viento que lleva las gotas a la tierra, viento que trae las nubes para brindar la
lluvia, ligera y a veces torrencial o inclemente, pero que también da vida. Agua
que alimenta la sed de los seres, tierra que acuna las esperanzas y tristezas de
los linajes infinitos, fuego que transforma y destruye pero que de las cenizas
renace con un soplo de viento.
deseo
La flor que se entrelaza con las hojas y que despierta y rompe poco a poco el
capullo, lo quiebra a veces brusco y a veces delicado.
La sombra que se aleja y que deja la culpa, la culpa que carcome el cuerpo
desnudo, el cuerpo aprisionado en sus deseos. La soga que aprieta fuerte las
manos y que muestra una imagen limitada del gozo, el gozo que quiero
explorar, pero a veces no alcanzo, que a veces me arrebata.
Esa sensación que me sigue eterna, punzante, a veces placentera, a veces
que lastima, pero porque calla, porque no sale o porque la hago callar, por
temor, por el juicio, por el castigo o porque tal vez está tan lejos de mí, aunque
a veces se acerca.
Me engaña, me engatusa, me grita, me llama, me seduce furtiva, juega
conmigo… a veces me habla de la verdad, de mi certeza, de lo que quiero y no
52
deseo dejar ir, de mi cuerpo que ansía tan alto, tan fuerte los cambios, las
ternuras, las tempestades, las historias que me construyan y me ayuden a
encontrarme, más honesta, más libre, más acompañada, aunque a veces pueda
estar sola.
Sí, el anhelo que está ahí brillante como una estrella esperando ser
tomado, esperando que deje la soga para partir a la libertad, a mi verdad.
A una verdad que buscaba, lejos de todo engaño, que aprisiona, que no
está afuera, que no está en otro. Que está en mí.
53
Fufú Lolo
Diario corporal
54
Antropologías corporales fue un espacio que necesitaba, que me debía a mí
misma. Un espacio donde me volví a reencontrar, donde recordé, lloré,
compartí, volví a escribir. Donde brotó mi latente deseo de convertir todo lo
que siento y ser todo lo que soy en palabras.
Fue un espacio de repensar y repensarme, de gritar, de encontrar
capacidades en los performances, el análisis, la escritura, la observación. De
trasmutar y espetar una pantalla para sentirme cercana a otras dos mujeres y
sus vidas, sus historias… nuestras historias… Un campo de concentración
íntimo, seguro y sapiente.
El mayor logro… ser más compasiva y paciente conmigo misma.
55
Sesión I
Martes 06 de octubre de 2020
Mi cuerpo…
Mi vida…
Renacer una y otra vez.
Mi cuerpo atascado en mi
garganta.
Gritar, hablar…
Mi cuerpo sereno, pleno;
quizás.
En el taller conecté, de forma que tuve que dejar de contenerme. Tuve que
exponerme y abrirme a desconocidas, mas no extrañas porque al fin y al cabo
fueron amigas, hermanas.
… En la garganta es como si tuviera un taco de masa con levadura, por eso escribo.
Estoy sensible… muy sensible… todo lo siento, todo me toca las fibras.
He elegido como ritual tres cosas diarias que tienen que ver con el agua, el agua
fresca siempre me hace sentir bien. Se vuelve casi un reto concientizar y estar
presente en mis rituales, porque hace mucho que me he olvidado de mí. Quiero
a mi cuerpo, pero con peros, aún hay cosas que le recrimino, que no aprecio,
de las que me avergüenzo y cargo culpa o siento lástima por ellas.
Creo que todo se me enfoca entre la garganta, justo en el cuello y el pecho,
en la puta manzana de Adán, estoy atorada ahí, hablar es imprescindiblemente
necesario.
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Hoy el cuerpo me reclama, la rodilla me reclama, me está doliendo
mucho, los ovarios también duelen: punzan.
A través de la meditación y abrazarme fuerte me trajo a tierra para
recordar que quien siempre va a estar conmigo soy yo misma, siempre… La
principal soporte a cada miedo, tristeza, angustia, pena o alegría, con cualquier
sentimiento soy yo misma a quien debo contener y cuidar.
Hoy pensé en mis amigas sororas (Eli, Vika, Iva), en mami y en Leah
mientras estuve haciendo el taller.
Hoy casi que todo mi cuerpo me habló y aunque me dio miedo y ganas
de resistirme, traté de escucharle y comprenderle.
J. 08 oct. 2020
Me siento exhausta, me duele Iva, sé que tiene una gran pena, espero poder
acompañarla en su duelo, es mi amiga, es también mi duelo.
V. 09 oct. 2020
57
Mi periodo bajó como hace rato no pasaba, lo sentí, lo siento…
D. 11 oct. 2020
…
…
…
L. 12 oct. 2020
58
M. 13 oct. 2020
S. 17 oct. 2020
59
Punto y aparte. Completamente punto y aparte.
… …. … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …
Sesión II
Martes 20 de octubre de 2020
60
COMPASIÓN
Se está volviendo loca, está perdiendo el control,
nuevamente el control.
Hoy volví a sentir que me vuelvo loca, al sentir que pierdo el control que ejerzo
e impongo a mis emociones, a mis sentimientos.
Hoy lo más lindo fue encontrar una nota post-it de mi LeLe que decía “Te
Amo Fufu LoLo” al abrir la compu.
Fue terapia de electroshock.
M. 21 oct. 2020
Tiene muchas ganas de llorar, es un nudo entre la garganta y el pecho. Un gallo
se le atraviesa y le da náuseas, aclara la garganta y es como que no quisiera salir.
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J. 22 oct. 2020
V. 23 oct. 2020
S. 24 oct. 2020
Al menos la tengo a ella junto a mí, aunque crece y nos hemos alejado bastante.
Es parte de mi irritabilidad, desmotivación y negativa cuando me pide que
juguemos, además me la están quitando. La han alejado mucho de mí… La
estoy alejando… He dejado de ser en gran medida su amiga incondicional y
divertida. L De hacerle sentir que siempre estoy para ella… que puede contar
conmigo.
Cuando duerme conmigo es la paz más serena que experimento en esta
vida.
Te Amo Leah
LeLe
Amiga
Cangreja
62
Anhelo conocer a Zoe y junto a Leah mimarla y enseñarle otro mundo, ¡nuestro mundo!
D. 25 oct. 2020
A R. C. V.
No pudo resistirse a ignorarle, a no responderle; de alguna manera una complicidad les une,
quizás no tan fuerte ni estrecha como antes, quizás un pequeño nudo no han desenredado. Por
alguna razón siente que le comprende, conecta con parte de lo que siente.
Pidió claridad y fue claro, no había segundas intenciones.
La noche le acorrala, le reprime… Quizás es que en la mañana buscó la forma de no
encerrarse con sus demonios.
Hace unos días le paso la idea de muerte por la sien. Pensó que tal vez no importaría
tanto como pensaba, ni dolería tanto como le duele vivir a ella.
L. 26 oct. 2020
Me gusta maquillarme, pero maquillarme todos los días ya es otra cosa; siento
como si estuviera atada, como si fuese falsa y fuese por quedar bien y demostrar
que todo es perfecto. Y el maquillaje en mi cara pesa, es como una máscara
gruesa que me está contaminando la piel.
El perro grande anda tras de mí y va conmigo a todo lados en estos días.
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No sé cuánto más pueda tenerlo domesticado y quieto, silencioso a mi
lado, haciéndome compañía sin que se desborde y salte al frente a presentarse
delante de todos.
Los ojos me arden y enchilan, siento que se van a salir, supongo que es
por las ganas de llorar que llevo a todas partes.
Pero es un lujo que ahorita no me puedo dar.
Aunque me ha costado ritualizar lo que me propuse, creo que de cierta
manera estoy ritualizando casi todo lo que hago, creo que es la forma más
sensible de lidiar conmigo, con esto que me pasa, como si fuese en cámara lenta.
Quizás el punto a favor de deprimirme es que suelo estar consciente de
todo lo que me pasa y siento, en total y completa alerta. ¿Si es muy agotador?
¿Pero qué más puedo hacer?
V. 30 oct. 2020
D. 01 nov. 2020
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La vida me parte entre el ocaso, la esperanza, el anhelo, el desconsuelo, el vacío.
La vida vs. sentirme muerta.
L. 02 nov. 2020
La injusticia me destroza.
Duele sonreír, tener que fingir la sonrisa, no sé si da efecto, porque mi
cara es capaz de gesticular hasta lo más mínimo y se quebranta toda con el
enorme esfuerzo que hago al crear la sonrisa.
Me muero de a poco, suave y lentamente… Nadie lo sabe.
Sesión III
Martes 03 de noviembre de 2020
Busco mi propia redención con mis demonios y perdonarme, aceptarme, comprenderme, pero
ante todo amarme.
Si me he reivindicado como mujer, ¿por qué no puedo hacerlo como ser humana que soy?
Si me escuchara a veces, lo que pienso y deseo decir, pero que callo.
Acurrucarme conmigo misma y consentirme sin necesidad de esperar de otros ese acto, esa acción.
Ser fiel a mí misma.
Entre el ir y venir, entre la muerte y la vida.
65
S. 07 nov. 2020
Tengo deseos carnales de sentir contacto con otra piel, que me den y dar placer.
D. 08 nov. 2020
L. 09 y m. 10 nov. 2020
66
El martes llegué tan agotada a la casa que prácticamente me quedaba
dormida de pie.
Mi Cangreja durmió conmigo, apenas tenía fuerzas para dedicarle
tiempo y hacer nuestro ritual de noche antes de dormir.
Es una mierda estar tan cansada y agotada que no me dan ganas de
ponerme a jugar con ella…. Lo único que puedo ofrecerle es atención a lo que
me dice y habla.
El martes mencionó mucho a Zoe, parecía entusiasmada.
Estoy muy preocupada por Mana… Se le ve tan ahuevada y desdichada.
También pienso en Zooelógica que no tiene la culpa de nada y ya carga
el sufrir de su madre.
D. 15 nov. 2020
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Sesión IV
Martes 17 de noviembre de 2020
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M. 25 nov. 2020
S. 28 nov. 2020
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Me siento como una hoja que lleva el viento, pero no por la ligereza de
su peso y porque fluya libre, sino porque voy sin rumbo, sin sur, sin dirección.
D. 29 nov. 2020
L. 30 nov. 2020
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PREVALECER
Cuando el cielo os absorba las
entrañas y quiera avergonzaros
comparándose con el cielo animal
de la mirada, volved los ojos
hacia la infinitud que lleváis escondida
debajo de los párpados.
Volved los ojos hacia los ojos mismos.
Con eso basta.
Sesión V
Martes 01 de diciembre de 2020
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Que le expande su ADN hacia el exterior, impregnando a quien se le
acerque.
Esa conexión consigo misma que avalancha cualquier placer que venga
de afuera.
Que con la sangre caliente y ebullición, se dispersa la energía intangible
de la vida trascendente del entendimiento.
D. 06 dic. 2020
No sé si te convoco o es casualidad…
No sé si es causalidad.
Pero apareces, muchas veces cuando más lo deseo o sin desearlo… ¿Qué va a ser de nosotros?
Hasta cuándo resistiré vivir como tu amiga cuando sólo quisiera un abrazo, un beso y por qué
no nuestro buen sexo.
M. 08 dic. 2020
Estoy muy cansada como para pelear por un lugar, por dejar de sentirme
excluida. A veces quisiera alejarme de todos, pero ni siquiera tengo un lugar
donde habitar. Aunque eso signifique hacer el mayor sacrificio y alejarme de la
vida de mi Cangreja.
Eso sería terminar conociendo la dicha del fin, la muerte dolorosa. No
puedo negar que es quien me conecta a Tierra, y no le acarreo esa
responsabilidad, pero no puedo negar que ya van más de cinco años que vivir
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aquí, en este mundo, adquirió sentido. Ella ha evitado que me pierda y me
pierda en mi mundo. Es bocanada de aire a mis pulmones para respirar.
V. 11 dic. 2020
Dicen que a los lugares donde uno amo la vida, no se debiera volver, pero a mí
irreverentemente me gusta de vez en cuando volver.
S. 12 y d. 13 dic. 2020
Ahora me doy cuenta de que habita en mí una mujer que sabe lo que quiere y
desea.
La vida casi siempre es ahora y yo que no tengo muchas razones para
vivir, aprovecho los momentos como si se tratasen de lo último que me queda
por hacer.
Bueno o malo, ¡yo qué sé!
J. 24 dic. 2020
Quién iba a imaginar que hoy tendría una de las más lindas conversaciones con
tu hija menor, Cindy… tan íntima, tan profunda.
Sos, junto a Malena, los padres de tres de mis mejores amigos: mi novia,
mis herman@s y mi amor platónico, ja, ja.
Brindé porque sigues vivo y presente en los sueños tangibles de la Cindy.
Una estrella que estaba en el cielo y lo había pasado por alto.
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Les quiero, les adoro, les amo.
Te quiero y me gustaría saberte bien, que estés bien, que a pesar de la mierda
del mundo puedas ver una luz en este tiempo, justo en este momento.
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Aitza Miroslava
Escribir de sí
Nací en diciembre, me soñaron niño, salí hierba. Me hice adulta y responsable
a fuerzas del alcoholismo paterno y la vulnerabilidad enamorada de mi madre.
Como otras muchas, otras millones, han sido las violencias la marca de mi
estirpe. Abuelas que vivieron para parir a más de diez, que hicieron de su
amargura resistencia. Mujer-niñita. Sensibilidad que estorba, que se patologiza,
que incomoda. De la manada esa de las que aman demasiado, de las que sufren
por amor, de las que corretean con los lobos. Mi biografía está llena de dramas
y niños no nacidos, de intenciones, de mis pechos-cabra, de mi nariz torcida.
Me cuesta beber caliente y siempre lloro con el frío.
Soy una que sueña lo que se está tramando, que mira por sus propias
Thunderas, sin espada, pero con filo, sedienta del cariño que entrego, de la
entrega en la que me abandono, de las palabras que nunca fueron nuestras, de
la narración de lo propio que nos colonizaron.
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o
rituales
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Marcela Cuevas Ríos
Manual del ritual para el agradecimiento
personal
personal
El ritual es un lenguaje que se asocia a un cambio de estado o a la búsqueda del
mismo, en donde todo tiene un porqué según el arreglo simbólico de los
elementos involucrados.
Semilla ritual
Es en los momentos más trágicos en donde la ansiedad, la tristeza o el enojo
parecen expandirse hacia cada aspecto de la cotidianidad donde trato de
recordar las enseñanzas de las plantas. Ellas me enseñan que los procesos de
enraizamiento llevan tiempo, así como los de crecimiento, cuidado y finalmente
cosecha. Me enseñan que hay etapas donde existe algo y otras en donde este
algo muere, lo ciclos siempre persisten y siempre hay movimiento.
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Paso I
Busca una semilla para plantar. Pásala por todo tu cuerpo lentamente, de
preferencia estando desnuda. Detente especialmente en tus cicatrices y
dolencias, cuando pases por ellas imagínalas como maestras y absorbe esa
energía en la semilla con tu pensamiento. Cuando la frotes sobre tu cabeza y
cabello imagina a la semilla creciendo, así como a tu mente desechando los
pensamientos cíclicos que te dominan y te hacen sentir mal. Cuando termines,
pon la semilla debajo de tu almohada y duerme con ella por siete días.
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Paso II
Busca un lugar donde colocarla, puede ser junto a otra planta, en el pasto o en
un recipiente con tierra, riégala un poco cada tres días, cuando lo hagas
visualiza la semilla de color dorado. Si crece bien, pero aun si no crece sigue
visitándola cuando tengas un problema. Cuéntaselo a la semilla en secreto,
cuéntale sobre tus dolores, sobre los cambios en tu cuerpa por alguna
enfermedad, o lo que te inquiete.
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Paso III
Una vez al mes baila alrededor de ella y agradece al mismo tiempo a cada parte
de tu cuerpa: Gracias cuello, gracias manos, gracias boca, gracias dientes,
gracias lengua y así sucesivamente…
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Paso IV
Si la semilla no crece o si la planta muere, reinicia el proceso desde el paso I, la
planta o la semilla ya han absorbido lo suficiente.
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Ileana del Río
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Cuídalo, pero también deja que se pierda,
que caiga,
que pase por tus coyunturas, y cuando estés lista
admíralo de nuevo y guárdalo en un lugar especial.
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Hélène D’Angelo
Mi ritual
Ingredientes:
· Una taza de té con un poco de miel
· Una ventana donde llegue el sol
Así que, sentada en el piso, con el calor del té y del sol, pueda agradecer a lo
hermoso que hay en mi vida, a todo lo que me hace bien.
Y dejar libres los pensamientos, gustar esa felicidad de un instante eterno,
lleno de ternura, de respeto a mí misma por todas las batallas que en mi vida
tuve que combatir.
De agradecimiento a mí misma y a todxs lxs compañerxs con quienes he
dividido y sigo condividiendo este camino.
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Karen Itzel Nayercy Quijano López
Ritual de transmutación
La luz del atardecer, el viento que sopla, la tierra que arraiga, el agua que fluye
y el fuego que revela.
La música interna que guía la danza de la intuición y la ofrenda, el regalo
que agradece mi llegada hasta aquí.
El círculo que marca el lugar del rito, de la magia que está por ocurrir, la
luz incandescente que muestra el camino, por donde solemne me he de dirigir.
Me presento con respeto, ante mí, ante las diosas, ante las ancestras, ante
guías y el universo con humos sagrados, con regalos que han brotado de mí, con
danza, con canto, con llanto, con fuerza y estruendo, con calma y calidez.
Oro, oro a cada dirección, a cada ser vivo, a cada energía que he
invocado como testigos de lo que está por suceder.
Me purifico de todo aquello que no fuera mío y que no me corresponda,
de gritos, de miedos, de todo aquello que no quiero más.
Y deseo, desde el fondo del alma transmutar solemne, llorosa, vulnerable
y me agradezco una vez más el camino, el error, el conocimiento y el amor, me
recuerdo que soy luz, que soy sendero y me transito valiente y flor, que tengo
cielos, que soy árbol, que estoy presente. Que existo. Que agradezco mis pasos,
mis vientos, mis ritmos, mis rezos. Que honro mis deseos que nacen del alma,
que sigo mis sueños, nubes borrosas que avanzan, que honro mi cuerpo y sus
marcas, que honro mis luchas y también mis noches bajas.
También agradezco al universo, a las diosas, a mi gente, el coincidir en
los espacios y las risas, en la compañía, donde aparecen, me acompañan y me
guían.
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Entonces miro al cielo, doy las gracias por todo, al ser vivo, a la tierra, al
universo, que soy capullo y crezco y que algún día cuando todo termine volveré
a ella.
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Fufú Lolo
1. Calmo mi respiración.
Cancionero Ritual
2. Cierro mis ojos.
3. Manos al corazón.
4. Busco una postura cómoda y equilibrada.
5. Empiezo a agradecer.
Gracias a la vida,
me dio dos luceros, que cuando los abro
perfecto distingo, lo negro del blanco
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
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Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro,
madre, amiga, hermana y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Y siguiendo con Sosa necesité hacer un ritual de calma. Por favor siga los
siguientes pasos:
1. Refúgiese pa’ todo esto en su cuarto, en el baño, donde putas sea.
2. Encuentre la música que le gusta y déjela sonar.
3. Recuéstese y póngase cómoda o cómodo o cómode.
4. Permítase pensar, si es necesario móntese en la montaña rusa y déjese
llevar.
5. Respire, respire, respire.
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6. Tranquilícese, todo va a pasar.
Por eso, quién les dijo que todo está perdido… Yo vengo a ofrecer mi
corazón…
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Aitza Miroslava
Ritualizar el cuidado
Dicen algunOs teóricos que nos quedamos sin rituales, como si la crema de
noche y el lavado frecuente de manos no lo fueran, como si hacer trámites,
procurarnos la salud y la juventud no fueran el lugar donde nos recreamos en
la sacralidad del Estado Nación, del Patriarcado y del Higienismo Culpígeno.
Aquí te compartimos rituales para los días en los que en esas tramas te olvides
de ti misma:
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Mariana Cervantes
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algo que normalizamos hasta echar tierra a su ardor y a nuestro fuego. Ahora
lo nombramos. Una colección sobre el ritual de la palabra y las oraciones-
conjuros de mujeres de distintas generaciones o el canto matutino y vespertino
de las aves, que vuelven.
De promesas sobre afrontar, de lo sano y valiente que conlleva
agradecerse y disculparse, como Nayercy: de dejar de instalarnos en el rechazo
y mirarnos desde la compasión y el respeto, de darnos los cuidados y las
atenciones que merecemos, comenzando desde las infancias, gestadas por
nuestras madres y luego por nosotras mismas desde la culpa, la inseguridad y
las ganas. Nuestras cicatrices de las rodillas y sus historias somos nosotras, la
manera en la que hemos sido maternadas también.
Cuerpo escondido, cuenta ella. Puerto, también. Nos relegamos por
temor a (las partes de nosotras que más nos hacen ser) ser descubiertas. Nos
desentendemos del cuerpo que nos acompaña cuando, al tratarse de nuestro
hogar, habría que reinarlo. Cuerpo-testigo, cuerpo-transporte.
Mujeres que se desdoblan para luego a(r)marse con tanta ternura como
fuerza, que aprenden a ser a sus modos, a sus espacios y a sus tiempos. Se
descubren, se cultivan y germinan para destruirse por las mañanas y volar
aliviadas por las noches, aún con las lágrimas embarradas y el cabello
desarreglado, las veces que les vengan en gana, las que hagan falta, las que
basten para sentirse no perfectas sino libres: para inundarlo y replantearlo todo
o para aletargarse en su templada madriguera.
Con el ritual de la escritura, el de la lectura. El ritual de la edición no
existiría sin dejarse abraz(s)ar por las letras, profundo rito que ha sentado gran
parte de mis decisiones fundamentales. En este caso de manera inesperada.
Empecé el recorrido de este material asumiéndome como la parte pasiva y
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terminé llena de resonancias que ahora, nutrida por el valor que antes nunca,
acomodo torpemente en estas hojas.
De Aletheia, la presión de ser una mujer “peluda”, pero mujer, pero
peluda. Las ganas silenciadas de acariciar y apreciar esa otra suavidad. Silenciar
la herencia. Feminizada por el sistema y no por elección, feminidad como todo
aquello que los hombres no hacen o tienen; feminidad la de las otras.
¡Feminidad mis ovarios (o la ausencia de ellos)! Feminidad lo que yo tengo y
soy: sea lo que sea.
De Marcela, la validación a partir de las similitudes y las comprensiones,
la validación a partir del exterior; permitiéndonos la redundancia, válida, pero
no ideal, ni más amorosa que intolerante. Sobre la magnitud tanto como
naturalidad de habitar la cuerpa e identificar nuestras relaciones con y nuestras
manifestaciones en ella: corporización, la nombra. Yo, que no dejo de herirme
la piel cuando lo más grave o lo más mínimo me incomoda. Corporización y
escucha, no evasión.
Lo que cuesta estar consciente del cuerpo que una habita, lo fácil que es
despreciarle, dice Fufú, lo fácil que la hace a una rabiar: el cuerpo que una
misma habita, posee y maneja. Una lee y se hace consciente de que alguien más
también ha pasado por tales situaciones; y obtiene ese lugar y ese
reconocimiento que el resto sencillamente decide señalar, de manera
equivocada. Lo poderoso que es darle espacio a la rabia y aprender que no hay
nada de malo en habitar el dolor y el miedo para dejarlos ir, siempre y cuando
una no se instale en ellos.
Lo difícil de ritualizar: aunque el filtro de la depresión y de la alta
sensibilidad te hace más consiente. De Ileana admiré su capacidad innata de
aceptar y me hice consciente de que hay de otra; que lo cotidiano de los
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sentidos, la atención que les ponemos y la manera en la que los percibimos se
ritualiza y se vuelve casa y fortaleza.
Mi ritual de edición: lo rico de poner toda la atención que consideré
necesaria (hay quienes la llamarán obsesividad descarada y fluida) y de tomar
muchas decisiones, par de acciones que podrían enloquecerme pero que fueron
bastante bien neutralizadas con la calma de cambiarlas hasta sentirme
satisfecha de armar algo que a mí me fascine leer. Lo rico de re-leer y re-
interpretar(me) en las versiones actualizadas.
Mucho de lo que pude operar libre y amorosamente aquí, como todo
evento extraordinario que me brinda esa posilibidad, ya lo hablé en terapia: esa
máxima de llevar las vivencias al sofá del consultorio en el que la ventana
abierta da paso a los cantos matutinos de palomas y gorriones (otro ritual), y
entonces formalizarlas y concientizarlas, aprehenderlas.
El carácter ritual y la conciencia de él, dice Hélène, y yo me doy cuenta
de que mucho de lo que más disfruto hacer es simple y, mal aprendidamente,
desapercibido pero, sin necesidad de pensarlo, un lugar seguro al momento que
familiar: Tomar el sol, elegir la mesa del café, tomar ese café, escuchar esa
canción, abrir ese cajón. El ritual de presentarse, con las plantas, con los
amuletos, con las hojas en blanco, con quienes quieres cerca, con todo aquello
que respetas. El ritual de hacer lo que te nace, en tu intimidad. Dejar ser, desde
tú más sincera yo.
Construir desde lo pequeñito, le dice Velia a Aitza en un post de
Facebook y es cierto: de ahí germinan los más firmes cimientos. De esa
constante. Si vamos a creer en algo, creamos en nosotras mismas, en los rituales
que nos atraviesan y en sus razones de ser y estar. En nuestra naturaleza que
es, a la vez, parte irrevocable de toda naturaleza. El agua que brota y el
reverdecer. No hay fe más noble.
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De carne y ritual: Escrituras autobiográficas y exploraciones performáticas
feministas es resultado de la primera edición del curso-taller
Antropologías Corporales organizado amorosamente por nuestra
colectiva. Se gestó desde el septiembre pasado, en medio del
encierro y el re-conocimiento para finalmente ver la luz de manera
conjunta en julio de 2021.
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