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UNIVERSIDAD DE EL SALVADOR

FACULTAD DE CIENCIAS Y HUMANIDADES


DEPARTAMENTO DE PSICOLOGIA
ASIGNATURA: INTRODUCCION A LA PSICOLOGIA I

TEMA: LA ETICA EN PSICOLOGIA.

La ética en el Corazón de la Salud Mental


por Espeche, Miguel Enrique ·

Salud: Estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus


funciones. Libertad o bien público o particular de cada uno. Estado de
gracia espiritual. Salvación. Actos y expresiones corteses. ¡Salud!
interjección familiar con que se saluda a uno o se le desea un bien.
(Diccionario de la Real Academia)
 
La mejor manera de combatir el mal es un enérgico progreso en el
sentido del bien. (I Ching)
 
  Cuando el doctor L.H. Anderson desarrolló años atrás una investigación
para las universidades de Princeton, Stanford y Yale, en la que se
proponía averiguar cuáles eran los requisitos fundamentales para que
una persona pudiera ser considerada “psicológicamente sana”,
probablemente se haya sorprendido al ver los resultados de su labor.
 
En dicha investigación, en la que el doctor Anderson encuestó a
psicólogos, psiquiatras y consejeros familiares, se pudo averiguar que
para el 95% de los profesionales “psi”, las condiciones para ser sano
mentalmente eran las siguientes: ser franco, abierto y honesto; tener
capacidad de asumir la responsabilidad de la propias acciones; ser capaz
de perdonar a quienes causan perturbaciones personales, y tener
aptitud para adquirir conciencia respecto del propio potencial interior y
de la propia capacidad para crecer.
 
El investigador, en razón de estas respuestas casi unánimes, concluyó lo
siguiente: “no se puede ser sano psíquicamente sin una ética interna
que se refleje en la conducta. Poseer un código de valores personales es
un elemento decisivo para una felicidad a largo plazo”.
 
La sorpresa que imaginamos en el investigador responde a que, en
épocas tan materialistas y racionalistas como las actuales, es quizá
difícil predecir resultados que, como los obtenidos, refieran al campo de
la ética y que no estén inmersos en asépticas disquisiciones
tecnocráticas acerca de mecanismos mentales y sociales que, de
funcionar bien, darían por resultado un individuo saludable
psíquicamente.
 
En estos tiempos es habitual referirse a un ser humano predecible y
exógenamente determinado, sin la mínima libertad más allá de sus
circunstancias tanto interiores (mecanismos mentales) como exteriores
(estructuras sociales, económicas, etc.). Sin embargo, desde el campo
de lo ético, vemos que los profesionales han elegido definir al hombre
sano con palabras tales como “honestidad”, “franqueza”,
“responsabilidad”, etcétera. Términos que son patrimonio del sentido
común (el sentido de la comunidad), por lo que son tan diáfanos como
potentes y tan comprensibles como rigurosos en su significado.
 
Es por tal razón que vemos como tan importante el hecho de que los
profesionales de la mente compartan con la sociedad los valores éticos
esenciales, dado que es claro que el Yo personal no es una isla privada
sino que se nutre e interactúa (a través de una red compleja de
identificaciones) con el Yo social, es decir, con las ideas, los valores y las
acciones que, entre prójimos, los humanos instauran a modo de ley,
para así posibilitar su convivencia y, por lo tanto, su supervivencia como
especie.
 
Salud -salvación - libertad
 
Si el diccionario emparenta la palabra salud, con las palabras salvación y
libertad, no resulta fiel al término considerar al ser humano como un
objeto técnicamente manipulable o enteramente descifrable a través de
los “mecanismos de funcionamiento” que lo atraviesan.
 
Carl Jung rescata en El Secreto de la Flor de Oro, una frase originaria de
la sabiduría china que dice que “si el hombre erróneo usa el medio
correcto, el medio correcto actúa erróneamente”. La idea apunta a un
“algo más”, respecto del determinismo de los mecanismos (los
“medios”) del psiquismo, e incorpora de esta forma una dimensión
distinta y esencialmente misteriosa, a partir de la cual el hombre es
visto como un ser de decisión, un ser de valores, un ser ético.
 
Afortunadamente, muchos profesionales parecen estar dándose cuenta
de esta realidad, pudiendo, así, liberarse de conceptos que, al separar al
sujeto de su dimensión ética y pretendiendo descifrarlo desde la física
de los “mecanismos”, terminan agobiándolo de determinismo, incapaces
de propiciar herramientas liberadoras que lo hagan sentir parte y no
víctima del universo en el que está constituido.
 
Viene al caso una frase del doctor Víctor Frankl, creador de la
logoterapia, quien en su libro Ante el vacío existencial expresaba que:
…”(el hombre) no está libre de condicionamientos, ni siquiera está libre
de algo, sino que es libre para algo, quiero decir, libre para adoptar su
propia postura frente a todos los mencionados condicionamientos”.
 
Si como decíamos, salud y libertad son conceptos hermanos, la “libertad
para algo”, que trasciende así la circunstancia (sin negarla), es el eje a
partir del cual el “hombre sano” puede ser pensado en estos tiempos de
agobio ante la encerrona que propicia el “destinismo” moderno.
 
“Yo no fui, fue mi inconsciente”
 
Es paradójico que sean los tribunales, tanto o más que los consultorios
terapéuticos, en donde ciertas interpretaciones acerca de la naturaleza
humana muestran sus incongruencias esenciales.
 
Es notable, por ejemplo, el hecho de que muchas personas culpadas por
crímenes, a veces muy graves, intenten ser nombradas “inimputables”
para, de esta forma, escapar a la punición derivada de la transgresión
que realizaron.
 
“Yo no fui, fue mi inconsciente” parecieran decir, mientras abusan del
concepto de enfermedad, usando dicho término para culparlo de su
accionar personal.
 
Al no haber persona responsable, tampoco hay persona sujeta al
derecho. Es así entonces como la barbarie, disfrazada con la piel de
cordero de una psicología mal entendida, irrumpe en la escena.
 
Si todos somos sólo frutos de procesos ajenos a nosotros mismos,
¿cómo imaginar siquiera la posibilidad de un castigo justiciero y
reparador?
 
Es así que la frase antes enunciada respecto del inconsciente puede
modificarse hasta el infinito trascendiendo el plano del derecho,
involucrando también la vida cotidiana: “yo no fui, fue la estructura
social”; “yo no fui, fue por lo crueles que mis padres fueron conmigo”.
 
No se trata de negar dichas circunstancias sino de recordar que el
sentido futuro que éstas tengan depende, sin duda, de la dimensión
ética de la persona. Ese punto de libertad acerca del cual es tan difícil
referirse por más que, en definitiva, es esencial para la vida de todos.
 
La ética como bien no “privatizable”
 
Nuestro país es un crudo ejemplo de muchas situaciones en donde la
salud en el orden ético y en el orden psíquico muestran su
inseparabilidad.
 
Muestra de ello son los muchos casos de criminalidad (corrupción,
violencia pseudo política, etc.) que no logran expiarse dada la
perversión de los sistemas de control, la debilidad de la justicia
instituida y la degradación de los valores básicos de convivencia.
 
El ladrón, por caso, podrá ir a un psicólogo, hablar de complejos varios,
transparentar sus mecanismos psicológicos, focalizar en sus conflictos
vinculares, etcétera; podrá hacer muchas cosas, pero la culpa seguirá
allí. No se curará porque no se trata de una enfermedad, al menos en el
sentido de “disfunción”. Por el contrario, la culpa será lo más sano de
esa persona ya que, a través de su existencia consciente o sintomática,
denunciará el desequilibrio. No será el análisis de ese sentir lo que
devolverá al sujeto a sí mismo, sino que sólo un acto de expiación
reparatoria será lo que reinstaurará, al culposo, a su esencial
pertenencia con el resto de sus semejantes.
 
Recordemos brevemente el caso del capitán Scilingo, a quien de nada le
sirvieron las terapias, los remedios ni las ideologizadas justificaciones
acerca de la supuesta “obediencia debida” que, de hecho, pretendía
transformar en meramente mecánicas las acciones que él había
cometido. Por lo que sabemos, solamente aceptando públicamente su
culpa, el tristemente conocido capitán volvió a sentirse una persona,
adueñándose de su destino. Quizás únicamente así sus noches hayan
logrado tener algunas pesadillas menos.
 
De esta manera vemos que no se puede “privatizar” la conciencia
comprando salud mental. Sencillamente no se puede porque la
conciencia tiene una dimensión no sólo personal sino comunitaria. Es
más, mucho más, que un rinconcito incómodo e inoportuno en el
cerebro individual.
 
Cuando la conciencia se distorsiona (la mala conciencia, dirían nuestros
abuelos), también lo hace el tramado vincular esencial para el sostén
armónico de la persona y, si la situación no se restituye a buen cauce,
aparecen efectos clínicos manifiestos, tanto físicos (úlceras, accidentes,
adicciones, etc.) como psicopatológicos (proyecciones psicopáticas,
obsesiones ritualistas, etc.). Éstos muestran y a la vez encubren la
génesis ética del malestar, una génesis que no es explicable sólo en el
restringido marco del determinismo cientificista.
 
Ética, rebeldía y ley
 
Digamos que la ética, es decir, la instauración, la elección y el sostén de
valores esenciales de vida, puede mal entenderse como algo constituido
a partir solamente de un poder arbitrario. También puede percibirse
como una forma eficaz para guiar las conductas de vida, asociando
armónicamente la conducta y la inteligencia personal con lo que se
refiere al bien general de la comunidad. Bien personal y bien
comunitario, en este sentido, se favorecen mutuamente, no siendo
necesario que se enfrenten para alcanzar sus fines parciales, dado que
son interdependientes.
 
Tomemos por ejemplo las Tablas de la Ley de Moisés, las que no surgían
de un capricho divino, sino que eran, convengamos, una suerte de
manual práctico para atravesar el desierto en forma comunitaria.
 
En términos prácticos, si los judíos no cumplían con los mandatos de
dichas tablas, es obvio que nunca llegarían a la tierra prometida soñada
por todos; es posible que quedaran en el camino encandilados ante los
espejismos engañosos de los becerros de oro.
 
Muchos que vieran en forma miopemente individualista esta situación
dirían que las leyes de Moisés eran inaguantablemente represivas y
castratorias. Esta mirada, por cierto tan habitual, peca de reactiva, no
genera alternativas genuinas de crecimiento sino mera rebelión. Esto
marca, sin duda, gran parte de los conflictos psicológicos
contemporáneos, ligados al sin sentido existencial que ofrece la falta de
horizontes compartidos hacia donde dirigir los esfuerzos, sin
desperdigarlos caóticamente, en un individualismo muy mal entendido.
 
Sin ley y sin una conciencia acerca de la dimensión ética no hay
comunidad y, por lo tanto, dado que el psiquismo existe en tanto exista
la trama comunitaria, tampoco hay salud mental imaginable. Pensando
las cosas de esta manera tal vez sea posible disolver la vieja pelea entre
individuo y sociedad, reconociendo una alianza esencial y constitutiva
entre ambas dimensiones de lo humano.
 
Una de las tantas paradojas que hacen a nuestra existencia es encontrar
en lo más íntimo y personal del corazón humano aquello que lo torna un
ser unido a la trama de sus prójimos: la dimensión ética que talla su
devenir.
 
Ética y sentido
 
A partir de Freud la psicoterapia apareció como abanderada de la
liberación, en necesaria reacción contra la asfixiante represión que,
sobre todo en el plano de lo sexual, ejercía el puritanismo victoriano.
 
De alguna manera, quizá se pueda decir que el objetivo se logró. De
hecho ya no podemos hablar de una sociedad reprimida en cuanto a sus
avatares libidinales, al menos en el plano más explícito de lo sexual.
 
Desde los primeros tiempos posfreudianos, y con aire a veces militante,
se trabajó en el terreno de la salud mental con el objetivo de diluir o
“dinamitar” las estructuras psíquicas y sociales consideradas “corazas”
que retenían el libre ir y venir de las emociones y los deseos humanos.
Se partió de una ética de liberación en orden de desestructurar lo
represivo y lo rígido.
 
Ocurre que llegados a este punto, “liberados” ya de tantas estructuras
rígidas, los hombres repentinamente encuentran que, dado que todo
fluye y que no hay estructuras, su vida muta sin cesar en un relativismo
a veces insoportable. Entonces va al médico o al psicólogo, no ya para
liberarse sino para encontrar algo fijo en medio de tantos vientos para él
caóticos.
 
“Para cualquier clase de revolución es necesario que exista un ideal fijo
y familiar”, decía G.K. Chesterton en su Ortodoxia. Esta idea sugiere que
todo movimiento, inclusive en un terreno como el de la salud mental, es
relativo a un punto fijo, a una valoración estructurante de la vida a la
que llamamos ética.
 
Sin una ética personal el hombre se deshace en relativismos que lo
agobian tanto como aquella rígida y asfixiante moral ante la cual se
rebeló con el fin de alcanzar una mayor plenitud. Vemos entonces que la
ética libera al hombre del destino que lo lleva, como el viento a la hoja,
hacia ninguna parte. La ética libera porque hace viable que todos
lleguen algún día a la Tierra Prometida.
 
Profesionales para la reconstrucción de la libertad
 
Imaginar una salud mental que asuma a la ética como su eje esencial es
poder incorporar, al trabajo en este área, la dimensión de mayor
humanidad de lo humano.
 
El licenciado Carlos Campelo, un hacedor original y potente en el campo
de la salud mental pública de nuestro país, acuña una frase que vale la
pena compartir: “No es lo mismo ser libre que estar suelto”.
 
Esperamos que los profesionales de la salud algún día llegarán a ser
genuinos promotores de la libertad, de una libertad que, conciencia
mediante, reconoce sus fuentes en, paradójicamente, una sujeción: la
sujeción a la ética, columna vertebral a partir de la cual el sujeto puede
moverse en su vida.
 
En tiempos en que tantos están “sueltos” y desbocados, huyendo hacia
adelante en medio de un individualismo devastador, es bueno recordar
de qué se trata ser sano, de qué se trata ser realmente libre.
 
En ese sentido, la reconstrucción de las áreas confusas o claudicantes
del yo personal será, sin duda, un camino de reconstrucción de la ética.
Las técnicas terapéuticas, por diversas que sean, apuntan, cuando bien
entendidas, en esta dirección esencial.
 
Decíamos que la libertad y la salud se construyen sobre la base de la
conciencia. En esta línea podemos agregar que la tarea de los
profesionales de la salud mental es un desafío apasionante -compartido
con el resto del cuerpo social- en aras del crecimiento de dicha
conciencia que hace a la dimensión ética que nos constituye.
 
El esfuerzo que implica este desafío bien vale la pena, como lo vale el de
trabajar día a día en dirección al sueño por todos compartido: el de
llegar a nuestra Tierra Prometida, metáfora de un horizonte de salud
plena que guía, día a día, nuestra tarea de progresar enérgicamente en
el sentido del bien.

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